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Del carnaval al corso de Palermo:

los ritos sociales de la elite porteña en la


belle époque, 1880–1910

por Leandro Losada

Abstract. – This article analyses two events of the sociability of Buenos Aires’ elite dur-
ing the belle époque: the carnival and the parade in the Palermo parks. It argues that over
this period the first one lost importance in the high life, while the second one became a
distinctive appointment to the porteño elite. We affirm that this process reveals the con-
struction of rites of social distinction and the relocations within the urban space experi-
mented by the elite due to the growth of the society and the city of Buenos Aires between
1880 and 1910, which blurred the social differences and, therefore, increased the neces-
sity to manifest distinction for the traditional elite.

Entre 1880 y 1914 las transformaciones sociales y urbanas que atrave-


saron a la ciudad de Buenos Aires fueron de una magnitud difícil de so-
breestimar, a caballo de la inmigración masiva, de la movilidad social
y de la expansión y reconfiguración del espacio urbano. La población
de la ciudad pasó de 433.375 habitantes en 1887 a 663.854 en 1895, a
905.891 en 1904, y a 1.576.597 en 1914; época en la cual la población
extranjera no descendió del 50%. El impacto de esta evolución en la es-
tructura social se plasmó en la aparición de nuevos grupos sociales,
como una clase obrera moderna y extendidas capas medias, en un con-
texto definido por la movilidad social.1

1
Gino Germani, Política y sociedad en una época de transición. De la sociedad tra-
dicional a la sociedad de masas (Buenos Aires 1962); José Luis Romero/Luis Alberto
Romero (eds.), Buenos Aires. Historia de cuatro siglos, 2 vols. (Buenos Aires 1983);
José Luis Romero, Latinoamérica. Las ciudades y las ideas (Buenos Aires 1976); Luis
Alberto Romero/Leandro Gutiérrez, Sectores populares y cultura política. Buenos Aires
en la entreguerra (Buenos Aires 1995).

Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas 44


© Böhlau Verlag Köln/Weimar/Wien 2007
260 Leandro Losada

La ciudad, a su vez, como consecuencia de la expansión demográfica,


la positiva coyuntura económica extendida hasta el estallido de la
Gran Guerra, así como por el diseño y la implementación de un activo
proyecto de urbanización motorizado por el poder público, experi-
mentó una significativa transformación de su infraestructura (por
ejemplo, en la dotación y el suministro de servicios públicos) y una
sensible reconfiguración espacial y arquitectónica que definió su trán-
sito de ciudad moderna a metrópoli expandida (en la que el barrio se
recortaría como uno de sus rasgos más significativos).2
Semejantes procesos sociales y urbanos provocaron cambios nota-
bles en las formas de vivir la ciudad y desafíos hasta entonces inéditos
para la expresión de jerarquías y distinciones sociales. Una de las res-
puestas de la elite social porteña, compuesta por las familias que ocu-
paban posiciones de preeminencia con anterioridad a la aceleración de
los transformaciones sociales de la década de 1880, se advirtió en sus
patrones residenciales. A lo largo del periodo cambió la ubicación es-
pacial de los barrios de la alta sociedad, trasladándose del sur de la
Plaza de Mayo al norte (hacia Florida y Plaza San Martín, primero, y
Barrio Norte y la Recoleta, después), y también mutaron las caracte-
rísticas arquitectónicas de las residencias (las casas de patios interio-
res fueron dejando su lugar a los petit hotel y a los palacios beaux arts
que se multiplicaron hacia el Centenario de 1910).3
En este sentido, las líneas que siguen se concentran en las respuestas
que la elite social porteña trazó frente a la modernización social y ur-
bana, pero ponen el acento en una arista singular: en cómo la elite cons-
truía y expresaba la distinción social en instancias más definidamente
interaccionales, en situaciones de intensa convivencia social o de expo-
sición pública en un escenario definido por mutaciones radicales.

2
Adrián Gorelik, La grilla y el parque. Espacio público y cultura urbana en Bue-
nos Aires, 1887–1936 (Buenos Aires 1998); José Francisco Liernur/Graciela Silvestri
(eds.), El umbral de la metrópolis. Transformaciones técnicas y cultura en la moderni-
zación de Buenos Aires, 1870–1930 (Buenos Aires 1993); James Scobie, Buenos Aires.
Del centro a los barrios, 1870–1910 (Buenos Aires 1977); Guy Bourdé, Buenos Aires.
Urbanización e inmigración (Buenos Aires 1977); Charles Sargeant, The Spatial Evolu-
tion of Greater Buenos Aires, Argentina, 1870–1930 (Tempe, AZ 1974); Federico
Ortiz/Juan Mantero/Ramón Gutiérrez/Abelardo Lavaggi, La arquitectura del liberalismo
en la Argentina (Buenos Aires 1988).
3
Ver Scobie, Buenos Aires (nota 2); Gorelik, La grilla y el parque (nota 2); y
Ortiz/Mantero/Gutiérrez/Lavaggi, La arquitectura (nota 2).
Del carnaval al corso de Palermo 261

En efecto, para pensar este interrogante es relevante tener en cuenta


que las posiciones sociales no pueden entenderse como estáticas – aje-
nas al cambio – o como atributos externos a los actores. Antes bien,
son construcciones constantes, de ratificación permanente, resultantes
de la conjugación de identificaciones asumidas y atribuidas, en cuya
delineación tiene un lugar gravitante la definición de fronteras simbó-
licas que configuran la convivencia y la contraposición con la alteri-
dad (con los “otros”).4
De esta manera, el problema que se plantea el presente trabajo po-
dría formularse de la siguiente manera: ¿cómo se construyó, en un es-
cenario como el que suponía la Buenos Aires de esos años, distinción
social en el día a día – es decir, en el plano más definidamente interac-
cional – a través de las prácticas cotidianas de la vida social de la elite
porteña del fin de siglo que la exponían a una experiencia de fuerte
convivencia social?
En este sentido, el análisis se centra especialmente en dos instan-
cias significativas de la vida social porteña, y más específicamente de
la de la upper-class: el carnaval y el paseo de Palermo. Se plantea que
las características que recubrieron a estos eventos sociales, el cambio
en las mismas y sus respectivas – y también cambiantes – importan-
cias relativas en la alta sociedad constituyen indicadores significativos
de las prácticas desenvueltas y de las identificaciones sociales deline-
adas por la elite para construir y expresar su distinción en la Buenos
Aires del fin de siglo, así como, a su vez, reflejan también los límites
y los condicionamientos que las recorrieron.

EL CARNAVAL Y EL PASEO DE PALERMO EN LA HIGH LIFE DEL CAMBIO


DEL SIGLO XIX AL XX

La celebración del carnaval era un punto central de la vida social de la


elite porteña desde que se levantara su prohibición luego de la caída

4
Al respecto, ver Ervin Gofman, La presentación de la persona en la vida cotidiana
(Buenos Aires 1981); Frederik Barth, Los grupos étnicos y sus fronteras. La organiza-
ción social de las diferencias culturales (México, D.F. 1976); Richard Jenkins, Social
Identity (Londres 1996). Un estudio que ha incluido lineamientos semejantes en el aná-
lisis de las formas populares de sociabilidad en la ciudad de Buenos Aires de este peri-
odo es Sandra Gayol, Sociabilidad en Buenos Aires. Hombres, honor y cafés, 1862–1910
(Buenos Aires 2000).
262 Leandro Losada

del rosismo. En efecto, desde los años 1850, los bailes de máscaras del
Club del Progreso (creado en 1852) constituían uno de los eventos
más importantes de la temporada y al mismo tiempo la forma en la que
la elite diferenciaba sus fiestas carnavalescas de las de los sectores po-
pulares.5
Al comienzo del periodo aquí considerado, los años 1880, los bai-
les de carnaval del Club del Progreso seguían siendo uno de los even-
tos más concurridos y prestigiosos de la alta vida social:
“El Club del Progreso cerró en la noche del sábado la larga serie de las diversiones
del haut fion con un espléndido baile [...] que hará época en los anales elegantes de
nuestros no menos elegantes fashionables”.6

La significación social de los bailes de carnaval se aprecia en que en


una ciudad en vertiginoso crecimiento como la Buenos Aires de esos
años, el club restringió la extensión de las tarjetas de invitación.7 De
igual manera, el atractivo y la centralidad que tenían las celebraciones
carnavalescas en los altos círculos sociales de la ciudad se reflejan en
que distintos clubes “distinguidos” de la época auspiciaban fiestas y
bailes en estas fechas, rivalizando así con las desenvueltas en el Club
del Progreso.8
Por otro lado, el trazado del corso de carnaval también evolucionó
en consonancia con la expansión de la ciudad hacia el norte, al punto
que la calle Florida era una de sus principales arterias en la década de
1880. En efecto, su recorrido abarcaba “Victoria desde Balcarce hasta
Entre Ríos, Rivadavia desde 25 de Mayo hasta Callao, Artes desde Ri-

5
Pilar González Bernaldo de Quirós, Civilidad y política en los orígenes de la Na-
ción Argentina. Las sociabilidades en Buenos Aires, 1829–1862 (Buenos Aires 2001),
p. 204.
6
El Diario, 27/28 de febrero de 1882.
7
A través de la prensa, la comisión directiva pedía a cada socio que “se sirva pasar
por la secretaría del club a fin de recibir las tarjetas para los próximos bailes de másca-
ras. Si Ud. no puede hacerlo personalmente se ruega a Ud. que envíe por ellas persona
competentemente autorizada por escrito. La comisión deplora dar a Ud. esta molestia;
pero lo hace en el interés de evitar la entrada de personas no invitadas a los bailes”. El
Diario, 7 de febrero de 1884.
8
Por ejemplo, según lo reflejaban los grandes diarios porteños de entonces: “Los
clubs del Plata y Unión Argentina han rivalizado dignamente en sus fiestas sobrepujando
todas las esperanzas que se abrigaran, pues espléndido y brillante ha sido el éxito por
ellos alcanzado”. El Diario, 15 de febrero de 1888.
Del carnaval al corso de Palermo 263

vadavia hasta General Viamont [sic], Florida y Perú desde Victoria


hasta Santa Fé”.9
Con todo, hacia el fin de siglo aparecían cambios significativos en
las celebraciones de carnaval y en el lugar ocupado por éstas en la vida
social de la elite. Al compás de los cambios sociales provocados por la
inmigración masiva y la expansión de los sectores populares en la ciu-
dad, los rasgos populares del carnaval se acentuaron, e incluso algunos
de sus motivos más emblemáticos desde entonces – como el “morei-
rismo” – llegaron a ser objeto de preocupación y control para el Es-
tado.10 El trazado del corso también cambió, desplazando su epicentro
de Florida a Avenida de Mayo cuando se estableció el “corso de gala
central” en 1904.11
Paralelamente, las celebraciones de carnaval de la elite cambiaron
de carácter. Ya en los años 1880 su participación en el corso de la calle
Florida se modificó: era espectadora, no participante, causa y conse-
cuencia, a su vez, de su creciente tono popular:
“De noche se realizaba el corso en la calle Florida, que, según decía mi madre, había
decaído mucho, perdiendo su antiguo esplendor. Ya no participaba del mismo, como
antes, la alta sociedad, que se ubicaba en los balcones para presenciar el desfile de
coches y máscaras”.12

Asimismo, ganó preponderancia el traslado de las familias de la elite


hacia los suburbios de la ciudad para festejar el carnaval (Adrogué en
el sur; San Isidro o El Tigre en el norte; y, sobre todo, Mar del Plata
desde la apertura del Bristol en 1888).13

9
El Diario, 20 de enero de 1888.
10
Al respecto, ver Adolfo Prieto, El discurso criollista en la formación de la Argen-
tina moderna (Buenos Aires 1988).
11
Ricardo Molinari, Buenos Aires. 4 siglos (Buenos Aires 1980), apéndice “Crono-
logía porteña”, sin paginar. Ver también Enrique Puccia, Breve historia del carnaval por-
teño. Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires (Buenos Aires 1974).
12
Zelmira Garrigós, Memorias de mi lejana infancia. El barrio de la Merced en
1880 (Buenos Aires 1964), p. 83. El Club del Progreso – cuya sede social se encontraba
por entonces en Victoria y Perú – era nuevamente un escenario desde el cual se realizaba
esta contemplación del corso en los años ochenta: “Para recreo de los socios y familias
que iban a los balcones a ver el corso, se iluminaron los salones y concurrió la orquesta
que estaba en el salón alto del ambigú en las noches anteriores”: El Diario, 20 de marzo
de 1888.
13
Sobre el rápido éxito del carnaval en Mar del Plata ver “Vida balnearia. Mar del
Plata”: El Campo y el Sport, 27 de diciembre de 1892. Con relación a la vida social des-
264 Leandro Losada

En consecuencia, en el cambio de siglo los tradicionales bailes del


Club del Progreso, si bien seguían siendo definidos como eventos des-
tacados de la alta vida social, perdieron su centralidad en la high life
con relación al lugar que habían tenido – como vimos – a comienzos
de nuestro periodo:
“[...] ya no son los actuales aquellos bailes famosos de nuestro primer centro social
que recuerdan soñadores los de la guardia vieja, mirando las cosas del pasado como
las únicas dignas de ser anotadas en la memoria de las gentes [...]”.14

Asimismo, a diferencia del Progreso, los bailes de carnaval distaron de


ser un rasgo distintivo del Jockey Club – el principal club del alto
mundo porteño en el cambio de siglo, creado en 1882.15
Las guías sociales de la época reflejan efectivamente estas transfor-
maciones: la agenda de fiestas sociales incluidas en ellas muestran que
eran los escenarios marplatenses (el Bristol, el Club Mar del Plata, el
Ocean) los que gozaban del favor de la upper-class porteña para las
celebraciones de carnaval a comienzos del siglo XX.16

envuelta por la elite porteña en los veraneos marplatenses, ver Elisa Pastoriza, “Notas
sobre el verano marplatense en los albores del siglo. Un capítulo ‘indeclinable’ de alta
sociedad porteña”: Fernando Cacopardo (ed.), Mar del Plata. Ciudad e Historia (Bue-
nos Aires/Madrid 1997), pp. 135–164; G. Zuppa (ed.), Prácticas de sociabilidad en un
escenario argentino. Mar del Plata 1870–1970 (Mar del Plata 2004).
14
Caras y Caretas V, 176, 15 de febrero de 1902. Ver también La Mujer III, 5, 1 de
marzo de 1901.
15
En otro lugar hemos analizado con mayor detalle el cambio en la importancia re-
lativa del Progreso y del Jockey en la alta vida social de estos años y sus respectivas
composiciones sociales a partir del análisis de sus comisiones directivas. Ver Leandro
Losada, “Sociabilidad, distinción y alta sociedad en Buenos Aires. Los clubes sociales
de la elite porteña, 1880–1930”: Desarrollo Económico 45, 180 (2006), pp. 547–572;
idem, “La elite social de Buenos Aires. Perfiles y trayectorias sociales en una perspec-
tiva comparada. El Jockey Club y el Club del Progreso, 1880–1930”: Luz Marina Mora-
les (ed.), Familias, negocios y poder en América Latina (Puebla, en prensa). Con rela-
ción al Jockey ver también Thomas Edsall, Elites, Oligarchs and Aristocrats. The Jockey
Club of Buenos Aires and the Argentine Upper Classes, 1920–1940 (tesis doctoral, Tu-
lane University 1999); Francis Korn, “La gente distinguida”: Romero/Romero, Buenos
Aires (nota 1), t. II; J. Newton/L. Sosa de Newton, Historia del Jockey Club (Buenos
Aires 1966).
16
Ver la sección “Fiestas sociales” en Libro de Oro (Buenos Aires 1905, 1908, 1911,
1923, 1925). Así, por ejemplo, Silvina Bullrich anotó en sus memorias que si ella, sus
hermanas y su madre permanecían los tres meses de verano en Mar del Plata, “papá ve-
raneaba solamente durante el mes de enero, algunos fines de semana y Carnaval”. Sil-
vina Bullrich, Mis memorias (Buenos Aires 1980), p. 40.
Del carnaval al corso de Palermo 265

Hacia el cambio de siglo, por lo tanto, el lugar del carnaval se des-


plazó significativamente en la alta vida social: perdieron importancia
los eventos hasta entonces tradicionales (los bailes del Club del Pro-
greso), y se produjo un desplazamiento geográfico de las celebracio-
nes de la ciudad de Buenos Aires a los suburbios, y fundamentalmente
a Mar del Plata.
Estas tendencias acompañaban un proceso más amplio: la progre-
siva pérdida de relevancia del carnaval en la temporada social de la
elite. Así lo prueba, por un lado, la ausencia de toda referencia en los
visitantes extranjeros que llegaron a Buenos Aires en los años 1910 o
incluso el señalamiento de su pérdida de importancia en la temporada
social de la alta sociedad;17 por otro lado, también es un sugestivo in-
dicador del declive del carnaval en la high life porteña su inclusión
dentro del conjunto de prácticas y costumbres tradicionales que hacia
los años 1920 comenzarían a ser objeto de recurrentes reconstruccio-
nes en la prensa de la época.18
En cambio, un evento que sí se convirtió en característico de la alta
vida social del fin de siglo fue el desfile de carruajes de jueves y do-
mingos por la tarde en Palermo (significativamente llamado el “corso
de Palermo”). Como apuntara un observador contemporáneo,
“[...] para conocer lo que es hoy Buenos Aires como sociedad amiga del lujo y del re-
galo que acusa elocuentemente el estado y número de sus grandes fortunas, no hay
como ir al paseo de Palermo, donde en determinados días de la semana, los jueves y
domingos, y sobre todo en primavera o en verano, se da cita a la caída de la tarde
todo lo que de mejor posición en cuanto a riqueza alberga esta animada y bulliciosa
capital”.19

De esta manera, el paseo representaba, por un lado, la apropiación


simbólica de un espacio público que en sí mismo acompañaba y refle-
jaba la expansión y la renovación espacial de la ciudad (y la reubica-
ción de la elite en ella), en tanto que la propia remodelación de los par-
ques de Palermo fue uno de sus aspectos más significativos en el fin

17
“Not long ago the carnival was celebrated with much licence, but it is now becom-
ing insignificant [...]”. W. A. Hirst, Argentina (Londres 1910), p. 153.
18
“El carnaval divertía antiguamente a nuestros hombres serios”: El Hogar XXIV,
957, 17 de febrero de 1928.
19
Francisco Dávila, La Babel Argentina. Pálido bosquejo de la ciudad de Buenos
Aires en su triple aspecto material, moral y artístico (Buenos Aires 1886), p. 132.
266 Leandro Losada

de siglo;20 por otro lado, el paseo manifestaba también la creciente im-


portancia que, al compás de la modernización de la sociedad y facili-
tada por la próspera coyuntura económica del periodo (sólo momentá-
neamente interrumpida por la crisis del noventa), adquirió la expresión
material de la posición social, plasmada en la proliferación de los lu-
josos carruajes – mail coachs, breaks de chasse – que se daban cita en
el paseo, y en los vestidos y joyas de las mujeres de la alta sociedad.
Así, el “corso” era un “vivo espectáculo donde se confunden los colo-
res de las galas femeniles entre el brillo de sus joyas y los arneses re-
flejados por los últimos rayos del sol poniente”.21
El paseo de jueves y domingos no fue el único evento social de la
upper-class porteña del fin de siglo discurrido en Palermo. Una va-
riante peculiar del mismo fue el “corso de las flores”. Creado por la
Sociedad de Beneficencia en 1887 con el propósito de recaudar fon-
dos, consistía en un certamen entre los carruajes de las principales fa-
milias de Buenos Aires, especialmente ornamentados para la ocasión,
en el que se realizaban lances de flores de unos a otros durante el des-
file. Esta “fiesta aristócrata por excelencia”,22 en efecto, se convirtió
en un clásico de la alta vida social durante la belle époque porteña.
Resulta interesante, por lo tanto, poner en juego a estos distintos
eventos sociales con relación a un interrogante específico: en tanto que
prácticas sociales activamente desenvueltas por los propios actores y a
partir de sus características y sus distintas importancias relativas en la
vida social cotidiana de la elite a lo largo de ese periodo, ¿qué nos su-
gieren sobre la actuación social de la elite y sobre las formas en que
ésta expresó su condición social ante el conjunto de la sociedad? En
síntesis, ¿por qué declina el carnaval, y, en cambio, por qué se conso-
lidan los paseos por Palermo como eventos representativos o emble-
máticos de la high society en el amanecer del siglo XX?

20
Como es sabido, la creación de los parques de Palermo, en los predios en que se
situara la quinta de Rosas, fue una iniciativa de Sarmiento durante su presidencia. Su de-
finición característica se alcanzaría a partir de los años 1890, con la gestión de Charles
Thays. Sobre el sentido inicial republicano e integrador y su apropiación “aristocrática”
por la elite en el fin de siglo, ver Adrián Gorelik, La grilla y el parque (nota 2), pp. 75–84
y 154–165.
21
Dávila, La Babel Argentina (nota 19), p. 132.
22
Fray Mocho I, 31, 29 de noviembre de 1912.
Del carnaval al corso de Palermo 267

LA CONSTITUCIÓN DE RITOS DISTINGUIDOS: DE LOS “POMOS” A LOS


LANCES DE FLORES

Una primera alternativa para responder al interrogante recién formu-


lado puede plantearse en los siguientes términos: las celebraciones
carnavalescas eran un escenario menos propicio que los paseos paler-
mitanos para la delineación y el desenvolvimiento de conductas y
comportamientos distinguidos. En otras palabras, el potencial de unos
y otras para construir y expresar distinción social – un punto especial-
mente relevante en una sociedad atravesada por transformaciones es-
tructurales – era sensiblemente distinto, ante lo cual las menos favora-
bles para ello fueron perdiendo lugar.
En efecto, las críticas y censuras contra las conductas de la elite du-
rante las fiestas carnavalescas eran recurrentes – incluso de parte de
integrantes de este círculo social – en especial con relación a los jue-
gos de agua (los “pomos”); así, se los definía como “el juego más es-
túpido y más grosero que haya cabido jamás en caletre humano”.23
Aún más, no faltaba la incredulidad frente al desdoblamiento de con-
ductas que el carnaval movilizaba: era difícil entender cómo podía
conciliarse “escuchar con silencioso deleite las sonatas de Beethoven
o los nocturnos de Chopin, y empaparse con agua la ropa y el cuerpo,
en medio de transportes frenéticos”, conductas por lo tanto definidas
como “bochornosas” y “ridículas”.24 Además, los juegos de agua aten-
taban contra la construcción de distinción no sólo por los comporta-
mientos a que daban lugar, sino también porque era una afición que
atravesaba las barreras sociales y que, por lo tanto, las diluía.25
Apreciaciones similares disparaban también los bailes de máscaras.
En palabras de Eduardo Wilde, constituían una válvula de maledicen-
cia: “[...] en vano os encerrareis en carnaval; los que no se encierran y
concurren a los bailes de máscaras sacarán su reputación al campo de
batalla y la maledicencia se encargará de deshacerla”.26 Para otras mi-

23
Eugenio Cambaceres, Pot-pourri. Silbidos de un vago, 1882 (Buenos Aires 2001),
pp. 92–93.
24
Carlos Olivera, En la brecha (Buenos Aires 1887), pp. 403–404.
25
Como lo puntualizara un visitante extranjero, “young and old of all ranks equally
joining in this universal game of romps”. Sir Horace Rumbold, The Great Silver River.
Notes of a Residence in Buenos Aires in 1880 and 1881 (Londres 1890), p. 309.
26
Eduardo Wilde, “El carnaval” (1872): idem, Tiempo perdido. Trabajos médicos y
literarios (Buenos Aires 1923), p. 207.
268 Leandro Losada

radas, sin embargo, la maledicencia imperante en los bailes de másca-


ras tenía un costado preponderantemente patético:
“Las mujeres enmascaradas creían embromar grandemente a sus interlocutores con
estas ingeniosas preguntas: ‘¿Cómo te va, che? ¿Me conocés? A lo cual no faltaban
algunos caballeros que diesen no menos ingeniosa contestación: ‘Andá a que te co-
nozca tu... [...] Las máscaras masculinas, para no quedar a la zaga de las femeninas,
solían ser más agudas en sus bromas. Al que encanecía le manifestaban que tenía
canas; al que engordaba, que estaba gordo; al que enflaquecía, que estaba flaco
[...]”.27

Lo cierto es que para observadores foráneos, como algunos reputados


visitantes extranjeros, el saldo que se derivaba de todo esto eran fies-
tas bastante alejadas de la distinción y el refinamiento (rasgos que,
como vimos, intentaban remarcar los grandes diarios porteños):
“The Buenos Aires carnival is celebrated for its great masked balls, the most fashion-
able or which take place in the fine rooms of the Club del Progreso [...] To my mind
there is something oppressively dismal and gruesome [...] in a large masked crowd
promenading up and down in a limited space, and the falsetto voices adopted for
concealment grate unpleasantly on my nerves”.28

Aun así, también es nítido que destacados integrantes de la elite


porteña, emblemáticos exponentes de la distinción y el refinamiento,
fueron conocidos aficionados a prácticas como las señaladas (como
Carlos Pellegrini o Marcelo T. de Alvear).29 Desde este punto de vista,
podría pensarse que el carnaval suspendía e invertía los cánones
correctos de conducta y comportamientos imperantes en la elite pero
no implicaba una invalidación de los mismos.30

27
Carlos Octavio Bunge, Los envenenados. Escenas de la vida argentina de fines del
siglo XIX (Madrid 1926, original de 1908), p. 163.
28
Rumbold, The Great Silver River (nota 25), p. 311.
29
Sobre la afición de Pellegrini por los juegos de agua ver Agustín Rivero As-
tengo, “Ensayo biográfico”: Carlos Pellegrini, Obras completas, t. II (Buenos Aires
1941), p. 307. Por su parte, una anécdota célebre recordaba el huevazo lanzado por la
“patota” de Marcelo T. de Alvear a J. N. Matienzo. “El carnaval divertía”: El Hogar
XXIV, 957, 17 de febrero de 1928.
30
Ver Victor Turner, Proceso ritual. Estructura y antiestructura (Madrid 1976).
También podría entenderse desde el concepto de Elias de práctica mimética. Ésta es la
que permite “la posibilidad de catarsis”, siendo así “el complemento y la antítesis de la
periódica propensión por parte de las emociones a perder su frescura en las rutinas ‘ra-
cionales’, no recreativas de la vida”. Norbert Elias/Eric Dunning, Deporte y ocio en el
proceso de civilización (Madrid 1992), pp. 65 y 95. Ver también al respecto Richard Sen-
net, El declive del hombre público (Barcelona 1978), p. 327.
Del carnaval al corso de Palermo 269

Sin embargo, avanzando el periodo, los festejos de carnaval de la


elite también fueron cambiando de características, perdiendo gravita-
ción aquellas prácticas que mayor contraste guardaban con el “deber
ser” distinguido.31 Así, en el cambio de siglo los juegos de agua per-
dieron paulatinamente protagonismo a manos de los lances de papel
picado y serpentinas.32 Los bailes de carnaval en el Bristol de Mar del
Plata, a su vez, pasaron a ser los bailes de gala de la temporada estival,
como lo eran los que se desarrollaban en Buenos Aires durante la tem-
porada invernal.33
De esta manera, si – como señalamos líneas arriba – avanzando
nuestro periodo el lugar del carnaval en la high life porteña se des-
plazó progresivamente (en lo que hace a su importancia relativa e in-
cluso a los escenarios en los que se desenvolvía), paralelamente se
aprecia que la elite operó una diferenciación de sus festejos abando-
nando de forma paulatina aquellas prácticas que resultaban poco dis-
tinguidas, tanto por las conductas que alentaban como por el hecho
más amplio de ser compartidas por el conjunto de la población.
El corso de Palermo, en cambio, se caracterizó por un protocolo tá-
cito observado por sus concurrentes, anclado en rasgos exactamente
opuestos a los que imperaban en el carnaval: frente a los “transportes
frenéticos” de este último, se definía por la extensión de conductas ci-
vilizadas, en un sentido cercano al planteado por Elias, es decir, carac-
terizadas por el autocontrol emocional.34 La periodicidad y recurrencia
con que se celebraba este paseo (como dijimos, jueves y domingos), la
dimensión simbólica que lo recubría (expresar la posición social) y la

31
Vale precisar que los juegos de agua fueron objeto de prohibición por parte de los
poderes públicos, en una búsqueda de disciplinamiento social que pretendía atemperar la
suspensión de jerarquías a que daban lugar: “A nadie se respetaba [...] Las calles [...] es-
taban desiertas y las tiendas cerradas, como si en vez de ser días de carnaval fuesen días
de revolución”. Ánibal Latino/José Ceppi, Tipos y costumbres bonaerenses (Buenos
Aires 1986, 1a ed. 1886), p. 249. Sobre las resoluciones municipales prohibiendo los jue-
gos de agua ver, por ejemplo, El Diario, 10 de febrero de 1888. Las prohibiciones sobre
el carnaval con el propósito de avanzar en el disciplinamiento social han sido también
señaladas para el caso uruguayo por José Pedro Barrán, Historia de la sensibilidad en el
Uruguay, t. II: El disciplinamiento, 1860–1920 (Montevideo 1992), pp. 223–233.
32
César Viale, Del novecientos a hoy (Buenos Aires 1956), p. 47.
33
Ver, por ejemplo, las descripciones contenidas en Julia Bunge, Vida. Época mara-
villosa, 1903–1911 (Buenos Aires 1965), pp. 406–412.
34
Norbert Elias, El proceso de civilización. Investigaciones sociogenéticas y psico-
genéticas (Buenos Aires 1993).
270 Leandro Losada

estandarización de conductas que se apreciaba entre sus participantes


muestran cómo el corso de Palermo se instauró como un rito social ac-
tivamente construido por la elite porteña.35 Así se manifiesta explícita-
mente en la semblanza que del mismo dejara uno de sus participantes
contemporáneos, Adolfo Bioy:
“[...] la primera vez de la tarde que se cruzaban los conocidos entre sí, se saludaban
ceremoniosamente, con inclinación y sonrisa, y gran sacada de sombrero los hom-
bres; las veces siguientes que se encontraban no debían saludarse; cuanto más, po-
dían mirarse de reojo. Se admitía un saludo de despedida en la última vuelta”.36

La retención emotiva imperante en el paseo de jueves y domingos fue


ilustrativamente descrita por los visitantes foráneos:
“[...] todos los concurrentes se conocen y saludan ceremoniosamente. El extranjero
se sorprende del silencio de aquella multitud, de su adustez un poco afectada, de la
grave inmovilidad de los rostros, y de la vida extraordinaria de los ojos”.37

La impronta civilizadora también estuvo presente en el otro rito paler-


mitano, el corso de las flores. Como puede leerse en la prensa de la
época, los lances florales característicos de este evento social se pen-
saron como reemplazo de los juegos de agua en las aficiones de la
elite:
“[...] entraba en el propósito de su organización el juego de flores de carruaje a ca-
rruaje, de palco a palco o de palcos a carruajes pudiendo también intervenir los pea-
tones, sustituyendo así con la fresca y olorosa flor al pomo de otros tiempos”.38

En consecuencia, los juicios que despertaban los lances florales eran


bien distintos de los señalados para los juegos de agua. El espectáculo
que los lances propiciaban era refinado y elegante:
“La batalla dejó alfombrada de pétalos las avenidas del bosque [...] El espectáculo
del florido asalto resulta siempre interesante, aunque cada año se repita igual al an-
terior. Es una magnífica fiesta para los ojos aquel cuadro de juventud, de color, de
formas armoniosas, animado por el ardor de la galante refriega”.39

35
La diferencia entre los ritos, y hábitos y costumbres, también acciones repetitivas
y estandarizadas, radica precisamente en su finalidad simbólica. Ver David Kertzer,
Ritual, Politics and Power (New Haven 1988), pp. 8–9.
36
Adolfo Bioy, Antes del novecientos (Buenos Aires 1958), p. 266.
37
Jules Huret, De Buenos Aires al Gran Chaco (Buenos Aires 1986, 1a ed. París
1911), p. 95.
38
El Diario, 5 de noviembre de 1888.
39
La Nación, 24 de noviembre de 1912.
Del carnaval al corso de Palermo 271

En un sentido más amplio, durante el carnaval la elite se inscribía en


una festividad de raíces populares. En sí mismo, esto no representa un
problema para la construcción y expresión de distinción social: la alta
cultura bien puede reapropiarse de rasgos culturales populares y con-
vertirlos en símbolos propios de posición.40 En cierta medida, los cam-
bios que se dieron en las fiestas de carnaval de la alta sociedad al com-
pás de la acentuación de las mutaciones sociales podría ser entendida
en este sentido. Sin embargo, las fiestas de carnaval también apareja-
ron peligros de contaminación cultural a medida que el impacto del
crecimiento demográfico y de la inmigración masiva se fueron refle-
jando en ellas. Así, según señalaron algunos integrantes de la elite por-
teña, fue en los bailes de máscaras de carnaval en el Teatro Opera del
cambio de siglo donde el tango comenzó a infiltrarse en los círculos de
alta sociedad.41
El corso de Palermo, en cambio, abrevaba en referencias culturales
opuestas: era un rito social de la elite porteña que reflejaba la adopción
de pautas culturales de las burguesías y aristocracias de Europa Occi-
dental y de la costa este norteamericana de la belle époque de pregue-
rra. En efecto, hubo paseos similares al de Palermo en Nueva York y
las principales capitales europeas, mientras que el corso de las flores
fue contemporáneamente definido, como la imitación de un evento si-
milar desarrollado en Niza.42
De manera significativa, las referencias sobre las cuales se eva-
luaba el carácter distinguido – o no – del corso de Palermo era su com-
paración con sus símiles europeos o norteamericano. Así, mientras que
Carlos D’Amico no dudaba en afirmar que los carruajes allí presentes

40
Al respecto, ver Peter Burke, La cultura popular en la Europa Moderna (Madrid
1996); Pierre Bourdieu, La distinción. Criterio y bases sociales del gusto (Madrid 1988).
41
Viale, Del novecientos a hoy (nota 32) p. 49; Federico Lastra, Recuerdos del 900
(Buenos Aires 1965), pp. 26–27, 72–73. Ver también Beatriz Seibel, “Teatralidades de
Buenos Aires. De la Opera al Parque japonés, 1890–1915”: Margarita Gutman/Thomas
Reese (eds.), Buenos Aires 1910. El imaginario para una gran capital (Buenos Aires
1995), pp. 359–374.
42
Ver Leonore Davidoff, The Best Circles. ‘Society’, Etiquette and the Season (Lon-
dres 1973); Maureen Montgomery, “Female Rituals and the Politics of the New York
Marriage Market in the Late Nineteenth Century”: Journal of Family History 23, 1
(1998), pp. 47–67. Sobre la referencia a la inspiración del corso de las flores en un
evento similar desarrollado en Niza, ver “Notas sociales”: La Nación, 11 de octubre de
1897.
272 Leandro Losada

“no estarían mal en Hyde Park, en Boulogne o en Central Park”, Mi-


guel Cané supo resaltar, al contemplar los paseos del Bois de Bou-
logne, que en éstos “no se ve, por cierto [...] aquél espectáculo, resto
de la barbarie de las pampas, reminiscencia atávica del pato, que pre-
senta entre nosotros un regreso de Palermo”.43 Estos pasajes reflejan,
en efecto, la europeización y el cosmopolitismo culturales adoptados
como ejes centrales para la expresión de la distinción en la Buenos
Aires del cambio de siglo, sello que, además, distinguía a la elite del
carácter preponderantemente criollo que la definiera durante la gran
aldea.44
Precisamente, el juicio poco favorable que eventos clásicos de la
alta vida social moldeados sobre los ritos sociales de las elites euro-
peas y norteamericanas tenían entre observadores de este origen mues-
tra la distancia que se apreciaba en la upper-class porteña entre la rea-
lidad y el “deber ser” distinguido. Distintos son los testimonios que, en
efecto, plantean una consideración bastante pobre, provinciana, del
paseo de Palermo (también reflejada en ciertas ocasiones por la prensa
– y como lo muestra el citado pasaje de Cané, por propios integrantes
de la elite).45
Vale entonces trazar algunas precisiones. En primer lugar, estas
prácticas y eventos de la vida social de la elite porteña pueden enten-
derse como ritos sociales en tanto que favorecían un reconocimiento

43
Carlos D’Amico, Buenos Aires, sus hombres, su política, 1860–1890 (Buenos
Aires 1952), p. 12; Miguel Cané, Notas e impresiones (Buenos Aires 1918, 1a ed. 1901),
p. 151.
44
Leandro Losada, Distinción y legitimidad. Esplendor y ocaso de la elite social en
la Buenos Aires de la belle époque (tesis doctoral, Universidad Nacional del Centro de
la Provincia de Buenos Aires 2005). Este proceso no fue exclusivo de Buenos Aires: la
europeización como forma de distinción social fue característica de las elites de las prin-
cipales capitales latinoamericanas de ese periodo. Ver, por ejemplo, Manuel Vicuña, La
belle époque chilena. Alta sociedad y mujeres de elite en el cambio de siglo (Santiago de
Chile 2001); Jeffrey Needell, A Tropical Belle Epoque. Elite Culture and Society in turn-
of-the-century Rio de Janeiro (Cambridge 1987); William H. Beezley, Judas at the Jockey
Club and Other Episodes of Porfirian Mexico (Lincoln 1989).
45
Ver, por ejemplo, Thomas A. Turner, Argentina and the Argentines. Notes and Im-
pressions of a Five Years Sojourn in the Argentine Republic, 1885–1890 (Londres 1892),
pp. 140–145. En la prensa local también se señaló que los juicios positivos del paseo de-
bían atribuirse a “exceso de bondad y galantería en nuestros huéspedes”, pues lo que en
realidad lo definía (comparándolo por ejemplo con el del Bois de Boulogne) era “una
monotonía abrumadora”. Ver “Palermo”: Caras y Caretas VIII, 377, 23 de diciembre de
1905.
Del carnaval al corso de Palermo 273

recíproco de pertenencia entre los integrantes de la elite y constituían


escenificaciones colectivas de ésta frente a la sociedad. En un sentido
más específico, se recortaban más definidamente como ceremonias
delimitantes;46 es decir, como ritos sociales que prescriben un “deber
ser”, que definen y expresan una identidad social a través de conduc-
tas y comportamientos activamente construidos y definidos por los
propios actores para ratificar su distinción social en instancias fuerte-
mente interaccionales, como lo son las festividades populares o los pa-
seos públicos de una ciudad en vertiginosa transformación como la
Buenos Aires de esos años.
Por ello mismo, sin embargo, estas ceremonias delimitantes refle-
jan – en segundo lugar – un punto sugestivo: que la distinción social
no era una condición dada en la elite porteña, sino que debía ser acti-
vamente construida; y, aún más, que los ritos a través de los cuales la
elite buscaba expresarla no eran necesariamente óptimos o eficaces en
ese sentido – de acuerdo a lo que se desprende de distintos juicios con-
temporáneos, de la prensa hasta los visitantes extranjeros. Las prácti-
cas sociales que los definían no distinguían claramente a la elite de los
sectores populares (como sucedía en el carnaval) o desnudaban las fa-
lencias que la elite porteña tenía para imitar los modelos de referencia
adoptados para diferenciarse socialmente en la vida social de Buenos
Aires (según se aprecia en ciertos diagnósticos del paseo palermitano).
En un sentido más amplio, y teniendo en cuenta las características
de Buenos Aires como escenario social y urbano en el cambio de siglo,
el peso de los ritos públicos en la vida social de la elite remarca, por
un lado, la importancia de la contraposición activa con la alteridad
para la construcción y manifestación de identificaciones y posiciones
sociales. Por otra parte, la centralidad y la exposición que la elite ma-
nifestaba o pretendía manifestar con estos ritos – como hemos visto
aquí, el carácter de exhibición de los paseos por Palermo fue una de
sus notas distintivas, como señalaron observadores contemporáneos –
sugieren también su búsqueda de plasmar la prioridad social constitu-
yéndose como grupo de referencia, es decir, como un polo de atrac-
ción para el resto de la sociedad.47 Con todo, las propias singularida-

46
Barbara Myerhoff, “Life Not Death in Venice. Its Second Life”: Victor W.
Turner/Ernst M. Bruner (eds.), The Anthropology of Experience (Urbana 1986),
pp. 261–262.
47
Robert Merton, Teoría y estructura sociales (México, D.F. 1964), pp. 321–358.
274 Leandro Losada

des de los escenarios social y urbano de Buenos Aires aparejaron sig-


nificativos condicionamientos para estas formas de definir y expresar
la distinción en instancias interaccionales.

LÍMITES A LAS EXCLUSIVIDADES, CONDICIONAMIENTOS A LAS


DISTINCIONES: EL IMPACTO DEL CONTEXTO SOCIAL Y URBANO EN LOS
RITOS DE LA HIGH SOCIETY

Las transformaciones de las celebraciones de carnaval en la elite


(como el declive de su importancia) y la consolidación de los paseos
por Palermo pueden entenderse también como el intento de acompa-
ñar la distinción social con una separación espacial en respuesta a los
cambios sociales generados por la modernización.48
Es, así, significativo que la participación activa de la elite en las ce-
lebraciones populares del carnaval (como el corso, que, según hemos
visto, declinó a lo largo del periodo) se desenvolviera cuando la con-
vivencia social se manifestaba en una aceptación de las diferencias so-
ciales. Como escribiera Zelmira Garrigós en sus páginas citadas (en
las que precisamente puntualizaba que las familias distinguidas de
Buenos Aires comenzaron a ser simplemente espectadoras del corso
carnavalesco que se desarrollaba en la calle Florida), a comienzos de
nuestro periodo “se respetaban mutuamente las clases sociales. Cada
una se contentaba con su suerte y se divertía dentro de su medio”.49 La
sociedad deferencial50 presente en estos testimonios es precisamente la
que se desdibujó al compás del crecimiento demográfico, la movilidad
social y el cambio estructural de la sociedad. Es por lo tanto sugestivo

48
Para una reflexión sobre la búsqueda de distancia física y/o espacial como forma
peculiar de construir y ratificar diferenciación social, ver Norbert Elias, “Ensayo teórico
sobre las relaciones entre establecidos y marginados”: idem, La civilización de los padres y
otros ensayos (Bogotá 1998), pp. 80–138, aquí: p. 95.
49
Garrigós, Memorias (nota 12), p. 84. Observadores contemporáneos dejaron testi-
monios significativamente similares a los registros retrospectivos de Garrigós. Así, Emi-
lio Daireaux anotó en su obra publicada en 1888 que “la más grande libertad reina en el
corso, raro será que pase los límites permitidos [...] no se le ocurre a la gente del pueblo
mezclarse a las diversiones de los que no son de su clase: miran y gozan el espectáculo
sin tomar parte de él”. Emilio Daireaux, Vida y costumbres en el Plata, t. I (Buenos Aires
1888), p. 263.
50
Ver John Pocock, “The Classical Theory of Deference”: The American Historical
Review 81, 3 (1976), pp. 516–523.
Del carnaval al corso de Palermo 275

que el desplazamiento geográfico de las fiestas carnavalescas de la


elite porteña se haya producido paralelamente al avance de las trans-
formaciones sociales emergentes de la modernización que provocaron
aquel desdibujamiento.
El corso de las flores es también interesante al respecto, en tanto
que reforzaba la apropiación simbólica sobre Palermo que en sí repre-
sentaba el paseo de jueves y domingos, a través de una más nítida je-
rarquización del escenario que por ello mismo recortaba a la elite
como su actor central.51 Su realización más esporádica, en un mo-
mento puntual del año (en noviembre o diciembre) y sus propósitos
caritativos atraían una asistencia realmente significativa52 a un evento
en el que la diferencia entre concurrencia y participantes estaba clara-
mente definida (más aún teniendo en cuenta que su organización co-
rría por cuenta de una entidad socialmente cercana a los círculos tradi-
cionales de Buenos Aires – la Sociedad de Beneficencia), reforzando
así la centralidad de las familias de la elite que desfilaban con sus ca-
rruajes.
Esto es especialmente interesante teniendo en cuenta que la convi-
vencia social fue característica en los parques de Palermo, más aún
cuando al compás de su remodelación se convirtieron en el epicentro
de numerosos paseos y eventos populares, como las romerías españo-
las, el zoológico o los paseos en bicicleta, que constituían ya en el fin
de siglo “una nota, y culminante, entre la vida social popular de Bue-
nos Aires”.53 Avanzando los años, por lo tanto, este proceso no hizo
más que acentuarse. Así, a principios de la década de 1910, el espectá-
culo sobresaliente eran “los más variados y pintorescos vehículos,
desde el pesado carro lleno de gente del pueblo en alegre algarabía
hasta la ágil motocicleta”.54
51
La utilización de analogías teatrales para caracterizar las prácticas sociales simbó-
licas es una perspectiva extendida en ciertas corrientes de la antropología orientadas a la
reconstrucción de las experiencias sociales. Un balance al respecto es Victor Turner,
“Dewey, Dilthey and Drama. An Essay in the Anthropology of Experience”: Turner/Bru-
ner, The Anthropology of Experience (nota 46), pp. 33–44.
52
Algunas estimaciones de la prensa mencionan de 10.000 a 15.000 personas ya en
los años 1880: El Diario, 5 de noviembre de 1888.
53
“Palermo Alegre”: Instantáneas Argentinas I, 2, 16 de febrero de 1899.
54
La Nación, 11 de septiembre de 1911. Como anotara contemporáneamente una
mujer de la elite, Palermo era el sitio concurrido por “el pueblo endomingado”. Lucía
Gálvez, Delfina Bunge. Diarios íntimos de una época brillante (Buenos Aires 2000),
p. 76.
276 Leandro Losada

En verdad, estas experiencias no eran una novedad en sentido es-


tricto: “la tendencia a la mezcla física de personas de distinta condi-
ción social en los lugares públicos” había sido ya una nota caracterís-
tica de la Buenos Aires de la primera mitad del siglo XIX.55 Pero
indudablemente, los límites sobre las apropiaciones simbólicas de es-
pacios públicos se acentuaron de forma radical como consecuencia de
los cambios sociales de la ciudad en este periodo (y también de la pro-
pia Mar del Plata).56
Sin embargo, las dificultades para ratificar distinciones sociales no
sólo eran el resultado de las transformaciones del espacio urbano; tam-
bién emergían de procesos más definidamente sociales, sobre todo de
los problemas de ser un faro de conductas, hábitos y comportamientos
en una sociedad móvil y próspera. En efecto, en un contexto semejante
trazar un gesto de distinción generaba rápidamente imitación, algo sig-
nificativo porque contribuía a reforzar la centralidad social de la elite

55
Jorge Myers, “Una revolución en las costumbres. Las nuevas formas de sociabili-
dad de la elite porteña, 1800–1860”: Fernando Devoto/Marta Madero (comps.), Historia
de la vida privada en la Argentina, t. I: País Antiguo. De la colonia a 1870 (Buenos
Aires 1999), pp. 111–145, aquí: pp. 126–127. Ver también Eduardo Zimmermann, “La
sociedad entre 1870 y 1914”: Nueva historia de la nación Argentina, t. IV: La configu-
ración de la República Independiente, 1810–1914 (Buenos Aires 2000), pp. 133–159,
aquí: pp. 146–147.
56
Sobre el crecimiento y la diversificación paulatina del turismo en Mar del Plata
desde las primeras décadas del siglo XX, ver Adriana Álvarez et al., Mar del Plata. Una
historia urbana (Buenos Aires 1991), pp. 75–85. Con relación a Buenos Aires, por su
parte, vale precisar que, como ha señalado Adrián Gorelik, también incidió en los lími-
tes de las diferenciaciones espaciales el propio sello del proyecto de desarrollo urbano de
Buenos Aires, que “crea un mercado pero, en el mismo diagrama, le impone a sus meca-
nismos diferenciadores un reaseguro de homogeneidad e integración urbana”. Gorelik,
La grilla y el parque (nota 2), pp. 44–45. Después de todo, los nuevos patrones residen-
ciales de la elite – Plaza San Martín, Recoleta, Barrio Norte – distaron de representar una
segregación espacial comparable a la que caracterizó a otras capitales latinoamericanas
como Río de Janeiro o Ciudad de México, en las que los barrios altos se alejaron más
claramente del centro tradicional. Ver Manuel Tenorio Trillo, “1910 Mexico City. Space
and Nation in the City of the Centenario”: Journal of Latin American Studies 28, 1
(Cambridge 1996), pp. 75–104; Jeffrey Needell, “Río de Janeiro and Buenos Aires. Pub-
lic Space and Public Consciousness in Fin de Siecle Latin America”: Comparative Stu-
dies in Society and History 37, 3 (Cambridge 1995), pp. 519–540. Algunos autores han
considerado el aumento del valor de las propiedades en el centro tradicional ante el cre-
cimiento de la ciudad como una de las razones que explicarían la permanencia de la elite
porteña en esta zona. Ver Sargeant, The Spatial Evolution (nota 2), pp. 79–80.
Del carnaval al corso de Palermo 277

al reflejar su carácter de referencia social pero también problemático


en el reverso de la moneda porque diluía exclusividades y distincio-
nes.
De esta manera, el hecho de que ir a Palermo se constituyera en si-
nónimo de existir socialmente aceleró la convivencia y la mezcla so-
cial en el paseo. En consecuencia, el paseo se convertía en un “torbe-
llino que confunde la carroza de la mujer pública con el majestuoso
landó de la familia respetable y el ligero vehículo del tinterillo enso-
berbecido”.57 La convivencia social ya no era la propia de una socie-
dad deferencial, en la cual las diferencias sociales eran tácitamente
aceptadas (como lo reflejaban los testimonios referidos al carnaval de
comienzos de nuestro periodo). Su sello son, en cambio, la indiferen-
ciación y la difuminación de jerarquías favorecidas por la multiplica-
ción de advenedizos, es decir, el propio de una sociedad en transición
atravesada por profundas transformaciones.58
Justamente la consecuente búsqueda de reafirmar las diferenciacio-
nes sociales en un contexto semejante propiciaba manifestaciones
de la elite que parecían poco distinguidas. Así, por ejemplo, la osten-
tación vulgar de riqueza que – a juicio de observadores extranjeros –
era el sello distintivo del paseo de Palermo, reflejando así imperfec-
tos cánones de gusto en la elite porteña, era precisamente conse-
cuencia de un contexto social en el que a causa de la modernización
capitalista y la prosperidad económica, “todo el mundo parece tener
dinero y gustar de gastarlo y hacer saber a todos que se lo ha gasta-
do”.59

57
Julián Martel/José María Miró, La bolsa (Buenos Aires 1905, 1a ed. 1890), p. 146.
Esta apreciación coincide – nuevamente – con el retrato de visitantes extranjeros, quie-
nes afirmaron que los carruajes eran usados por todas las clases, y que la gente de recur-
sos modestos prefería pasar hambre durante la semana con tal de poder tomar el paseo el
domingo. Ver Frank Carpenter, South America. Social, Industrial and Political (Akron,
OH 1903), p. 318.
58
Como es conocido, la referencia al advenedizo es un tópico recurrente en los tex-
tos, tanto científicos como literarios, del fin de siglo. Ver Oscar Terán, Vida intelectual
en el Buenos Aires fin-de-siglo, 1880–1910. Derivas de la ‘cultura científica’ (Buenos
Aires 2000); David Viñas, Literatura argentina y realidad política (Buenos Aires 1982).
59
“Everybody seems to have money, and to like spending it, and to like letting
everybody else know that it is being spent”. James Bryce, South America. Observations
and Impressions (Nueva York 1912), p. 318.
278 Leandro Losada

Las conductas poco distinguidas eran, por lo tanto, no sólo el resul-


tado de las imperfecciones propias de la elite (la supervivencia de ata-
vismos criollos; las falencias para adoptar satisfactoriamente las pau-
tas culturales europeas), sino también de los condicionamientos que
incidían sobre sus comportamientos como consecuencia de ser un
grupo de referencia en un escenario definido por la movilidad social y
la recomposición de jerarquías acelerada por los cambios sociales es-
tructurales. De esta manera, si la delineación de ritos sociales en ins-
tancias interaccionales y de convivencia social fue una práctica activa-
mente movilizada por la elite para afirmar su condición social a través
de la contraposición con la alteridad, también aparejaron obstáculos
significativos para la construcción de distinción al desenvolverse en
un contexto urbano y social definido por transformaciones radicales
(expansión urbana, movilidad social, crecimiento demográfico).
En consecuencia, la búsqueda por atemperar la convivencia a través
de escenificaciones que dispusieran más nítidamente las fronteras sim-
bólicas o el desplazamiento espacial de algunas celebraciones de la
alta vida social (y los límites de ambas alternativas) refleja las dificul-
tades para controlar – simbólicamente hablando – espacios públicos en
una ciudad en constante mutación o, en otras palabras, para asegurar
exclusividad social en espacios públicos de Buenos Aires.
Esto se manifiesta en la apreciación de que la ciudad se vuelve hos-
til o desconocida, juicio que en algunos testimonios aparece directa-
mente relacionado con el abandono, el declive o la transformación de
la alta vida social. Así, por ejemplo, la popularización de Palermo
alentó la búsqueda de nuevos paseos públicos en la elite, como Plaza
Francia.60 Asimismo, fue “el crecimiento de la población [el que] trajo
el desborde de los corsos de carnaval”, lo que alentó su pérdida de gra-
vitación en la alta vida social.61 Como lo testimoniara la columnista
social de Caras y Caretas y Plus Ultra a fines de los años 1910, “me
acobardan sobre todo las expresiones torpes y agresivas del carnaval
callejero de nuestra Cosmópolis”.62

60
“Páginas femeninas”: Plus Ultra I, 15 de julio de 1916.
61
Manuel Bilbao, Tradiciones de Buenos Aires (Buenos Aires 1981, 1a ed. 1934),
pp. 163–167.
62
“Notas Sociales de La Dama Duende”: Caras y Caretas XXII, 1067, 15 de marzo
de 1919. Ver también “Páginas femeninas”: Plus Ultra, V, 45, enero de 1920.
Del carnaval al corso de Palermo 279

CONCLUSIONES

El cambio en ciertas costumbres sociales de la elite en el fin del siglo


XIX (aquí nos hemos concentrado en el carnaval y en los paseos por
Palermo) puede entenderse como una respuesta de este grupo social a
la difícil tarea de construir y expresar distinción social en la Buenos
Aires de esa época.
Es decir, el paulatino declive de una celebración de raíz popular y
que alentaba comportamientos poco distinguidos y la consolidación de
un paseo público definido a partir de las prácticas de las prósperas bur-
guesías occidentales de la belle époque muestran efectivamente cómo
la elite cambió las ceremonias a través de las cuales reforzaba la iden-
tificación recíproca frente a los otros y expresaba un “deber ser” como
clase distinguida en una sociedad porosa y móvil. Por ello mismo,
estos ritos sociales reflejan que la distinción social requería de una
construcción y ratificación constante, y muestran que los propios acto-
res entendieron que la posición social, en un escenario de tales carac-
terísticas, debía construirse y ratificarse día a día. Paradójicamente, no
obstante, la construcción de distinción y diferencia generaba a su vez
– al constituir a la elite en grupo de referencia – tendencias de imita-
ción social – favorecidas por las características de la sociedad: bur-
guesa, móvil, igualitaria y próspera económicamente – que difumina-
ban la exclusividad y la distinción perseguidas.
Los problemas, sin embargo, no se limitaron a las repercusiones de
los cambios en la sociedad y en la ciudad; también emergieron del im-
pacto que tuvieron los cambios sociales, culturales y tecnológicos ace-
lerados desde los años 1910 en el interior de la propia elite. En efecto,
las nuevas aficiones y pautas de conducta que aparecieron por enton-
ces (el jazz, el fox-trot, el tango, la descontracturación en las relacio-
nes entre los sexos) fueron significativamente entendidos como aten-
tatorios y disolventes de la distinción – tanto por las contaminaciones
culturales que promovían como por la liberalidad de comportamientos
que alentaban – por integrantes de la elite cuya vida social se había
desenvuelto en la alta sociedad del fin de siglo.63
63
Este registro es especialmente nítido en las últimas obras de ficción de Juan A.
García, por ejemplo “El mundo de los snobs” (1920), “Chiche y su tiempo” (1922),
“Cuadros y caracteres snobs” (1923); todas en Obras completas, t. II (Buenos Aires
1955). También es característico de las notas sociales de la Dama Duende de Plus Ultra
y Caras y Caretas (nota 62).
280 Leandro Losada

En realidad, si la asociación establecida entre la pérdida de distin-


ción y la erosión de los cánones de conducta propios del fin de siglo es
el registro peculiar frente a los cambios sociales, dicha asociación es,
por ello mismo, un testimonio ilustrativo del alcance que tenían en el
alto mundo social las transformaciones producidas en la ciudad y la
sociedad modernas de la posguerra y los “locos años” veinte.64 En
efecto, el avance de la modernización erosionó los ritos delineados en
el fin de siglo al volverlos obsoletos. Como se escribió con relación al
paseo palermitano:
“[...] se acabaron aquellos días en que el lujo de los porteños se trasuntaba en el corso
inolvidable; se acabaron aquellos días en que Tomás de Anchorena y el barón Peers,
tiesos, enguantados, de levita y galera gris cual nobles de Inglaterra, se dirigían al Hi-
pódromo llevando en el aristocrático mail coach toda la belleza, toda la elegancia,
toda la dulzura... Ahora es la silenciosa limousina quien atesora la carga magní-
fica”.65

Por lo tanto, las instancias de la alta vida social porteña analizadas en


estas páginas muestran que la elite llevó activamente adelante prácti-
cas simbólicas con el propósito de construir y expresar la distinción en
un escenario que planteaba serios e inéditos desafíos para ello. Sin em-
bargo, si bien fueron una respuesta frente a la modernización (a los
retos que ésta suponía para la construcción de distinción social), la
misma también terminó erosionándolas, no sólo por la dificultad de
controlar los escenarios en los que estas ceremonias se desenvolvían,
sino por los propios cambios sociales que disparó en la high society.
Los nostálgicos lamentos por el ocaso del aristocrático mundo del fin
de siglo no son ni más ni menos que el registro contemporáneo de este
proceso entre aquellos que habían vivido su plenitud.

64
Beatriz Sarlo, Una modernidad periférica. Buenos Aires 1920 y 1930 (Buenos
Aires 1988). El extrañamiento frente al presente y la construcción nostálgica de “edades
de oro” como lecturas de la realidad disparadas por un contexto atravesado por vertigi-
nosos cambios sociales han sido especialmente estudiadas por Raymond Williams, El
campo y la ciudad (Buenos Aires 2001).
65
Enrique Loncán, Las charlas de mi amigo (Buenos Aires 1922), p. 132.

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