Está en la página 1de 110

~1~

IVAN APAZA CALLE

LA REBELIÓN EN LAS PALABRAS


INTERLUDIOS I

~2~
~3~
Título: La rebelión en las palabras. Interludios I
Autor: Iván Apaza Calle

Diseño y maquetación: Wilmer Machaca


Cuidado de edición: Daniel Averanga Montiel

Es propiedad del autor.


Derechos reservados
Primera edición: Jichha/Octubre de 2021
La Paz-Bolivia

~4~
A Benjamín, Valeria y Maya.

~5~
ÍNDICE

PRIMERA PARTE

1. “La náusea”. El espectro que nos persigue y los motivos para


. existir (Pág-8)
2. Caminando con Rainer María Rilke (Pág-16)
3. Gatsby y los juegos del negador (Pág-20)
4. J. D. Salinger, un guardián contra el abismo (Pág-25)
5. Knut Hamsun, un novelista del hambre (Pág-31)
6. El domador del viento (Pág-37)
7. Steve Jobs en los Andes (Pág-43)

SEGUNDA PARTE

1. “No quiero que mi hija sea su sirvienta” (Pág-48)


2. Como el Mallku en el cielo (Pág-56)
3. Libros, saber y emancipación en el agricultor del
indianismo (Pág-59)
4. Ayar Quispe y la rebelión en las palabras (Pág-66)
5. Roberto Choque Canqui, el ilustre de la historiografía
Aymara (Pág-74)
6. Una tarde en la vida de Siku Mamani (Pág-76)
7. Oscar Martínez y las crónicas de una vida (Pág-81)
8. Macusaya y las batallas por la identidad (Pág-90)
9. “No hay racismo, indios de mierda” (Pág-96)
10. Los desertores de “Seúl, Sao Paulo” (Pág-101)

~6~
~7~
PRIMERA PARTE

1
“LA NÁUSEA”. El espectro que nos persigue y los motivos
para existir

—¿Qué llevas ahí?

Metió la mano en mi mochila y sacó la novela. Esperábamos a los


pasajeros que faltaban en la furgoneta. La espera me hacía sentir
como un demonio.

—¿“La náusea”? —Preguntó.

—Sí. Siempre llevo un libro para no aburrirme en el trayecto —


dije.

— ¿Por qué, La náusea? Es un libro viejito; es de tu abuelo,


¿verdad?

—Claro que no, mi abuelo no sabía leer ni escribir, era pongo de


una hacienda. Lo compré de un traficante de libros usados, por
eso se ve así.

Sally hojeaba el libro, como queriendo encontrar algo, solo halló


la portaminas que estaba en la página 177. Leía algo, pero luego
lo dejaba.

~8~
—¿De qué trata el libro? —Preguntó nuevamente.

No supe resumir. Solo dije que trataba sobre la existencia y callé;


me devolvió la novela.

—Toma, guárdalo. Me contarás la historia cuando lo acabes de


leer —dijo.

El chófer encendió el automóvil. Todos los asientos estaban


ocupados. El motorizado por fin recorría la autopista. “Va a la
mierda”. Me dije por dentro. No le supe contar a Sally la historia
de A. Roquentin y sus momentos de angustia.

Por un momento el silencio se impuso entre nosotros. Ella miraba


la ciudad contenta. Su belleza era incomparable, la brisa que
ingresaba por el parabrisas levantaba sus delicados cabellos; me
quedé absorto observándole. Llegamos al hospital, trabajaba ahí,
nos dimos un beso y bajó del automóvil.

—Te esperaré en la banca del frente —le dije.

—Ve a leer y acaba ese libro —respondió.

Aquella mañana, luego de acompañarle, me dirigí a la Biblioteca


Central de la universidad. Busqué el sitio más silencioso y donde
no pudiera moverme. En el fondo del salón había una silla
vacante. “Qué suerte la mía”. Me dije. Comúnmente siempre
están ocupadas. Después de dos horas de lectura, acabé las pocas
páginas que me faltaban. Estaba satisfecho, en mi mente tenía
muchas preguntas sin respuestas. El diario de Antoine Roquentin
me causaba náuseas.

~9~
Quizá el motivo más fuerte para leer los libros de Sartre, salieran
de las crisis existenciales que me perseguían cual espectros. Por
qué existía, para qué existía, ¿acaso mi existencia tenía
justificación? Preguntas así eran constantes. Es verdad, el filósofo
tiene pocos lectores en nuestra ciudad, quizá raros, pero las
angustias, las depresiones y las crisis existenciales que se leen en
las publicaciones en el Facebook, se parecen a esas crisis
existenciales después de la Segunda Guerra Mundial en Europa.

Me antojé un cigarro. Aquí no podía fumar.

Salí de aquel lugar y caminé rumbo al jardín. Encendí el tabaco y


aspiré.

Después de unos minutos terminé el cigarrillo: se había


consumido y convertido en humo, como el tiempo; aquello me
servía para reflexionar e ingresar en esto.

Saqué la libreta de apuntes y escribí:

Quisiera detallar la obra y hacer una reseña esquemática


donde pueda explicar la esencia de la novela, pero es
preferible que uno lea, sería una pérdida de tiempo y falta de
respeto al lector darle mi versión. Una reseña es una
invitación a la lectura, una sugerencia, pero no quiero hacer
eso. Cada quien lee según sus necesidades, en fin, uno busca
respuestas en los libros, trata de buscarse y encontrarse. Mis
razones para elegir “La náusea” fueron por necesidad. Solo
eso.

~ 10 ~
Continué caminando por el jardín. La necesidad y el interés me
habían llevado a la elección de la novela, al terminar de leerlo
también sentí que la desesperación me atacaba. La banca estaba
libre, me senté y el lápiz nuevamente corrió sobre el papel:

La náusea. Qué es eso que me persigue, que viene sin


anunciar y desaparece. Pienso, me detengo a reflexionar
unos minutos y es trágico, más aún para alguien que
sobrevive.

Roquentin describe su soledad, las cosas que observa y


responde sus preguntas. ¿Qué razones hay para existir?,
¿acaso la existencia se justifica por sí misma?, ¿por qué la
náusea aparece y desaparece?

Es un sujeto que existe en la soledad, que investiga la vida


del marqués de Rollebon, quiere justificar la existencia de ese
ser, escribiendo su vida. La historia justifica la existencia,
pero, mientras el ser existe: ¿acaso hay algo que pueda
justificar esa existencia?

Sin hacer nada, frente a la nada, el hastío es constante.


Antoine anota: “Viernes: Ya no tengo ganas de trabajar; lo
único que me resta es aguardar la noche”, más tarde, a las
cinco y media: “¡La cosa anda mal, muy mal! Otra vez la
suciedad, la Náusea”. El ser frente a la nada, he ahí el
llamado a la náusea; la gente que se mantiene ocupada,
esquiva a las crisis existenciales, ahora que recuerdo,
Gustave Flaubert hacía eso todo el tiempo, trabajo, trabajo
y más trabajo, porque “(...) después de todo, el trabajo, esa

~ 11 ~
es la mejor forma de escamotear la vida”. Roquentin
aguarda, espera la noche y en ella surge la reflexión, el
“pienso luego existo” de Descartes se enciende, pero uno no
piensa y luego existe, simplemente existe, y sus preguntas
pueden ser de diversa índole; otra vez la Náusea.

El acto de pensar, sí. El acto reflexivo es lo que trae la náusea,


lo que sitúa a uno en un lugar, en una condición; si no
pensamos, la existencia es una monotonía, es vida, “cuando
uno vive, no sucede nada. Los decorados cambian, la gente
entra y sale, eso es todo. Nunca hay comienzos. Los días se
añaden a los días sin ton ni son, en una suma
interminable...”, y el resultado es la siguiente afirmación:
“uff, el tiempo pasó rápido”. De hecho, no pasó rápido. El
tiempo solo sigue su curso, el que vivió no se da cuenta del
tic y tac del reloj. Y no darse cuenta es vivir; puede pasar 20,
30 años sin darnos cuenta, una vida así es controlada por lo
externo, porque no decidimos y somos tragados por el
engranaje, consecuentemente esperamos la muerte. Y, en el
velorio los allegados musitarán, ¿qué fue de nuestro destino?

Domingo, domingo de las tragedias, bueno no solamente ese


día, empieza el viernes, después de salir del engranaje, los
amigos se dirigen al bulevar, como las moscas al dulce, ya
con unos tragos en el estómago, el acto reflexivo renace, se
habla cómo le fue con tal muchacha, en el trabajo; la
conversación es sobre todo hasta quedar anulado.

Duermen, es lunes y nuevamente el engranaje. Es el absurdo


de la existencia.

~ 12 ~
La descripción de Roquentin del domingo es demoledora;
observa la existencia a su alrededor, camina de un lugar a
otro, escribe: “En algunos rostros más descuidados, creí leer
un poco de tristeza; pero no, esas gentes no estaban ni tristes
ni alegres; descansaban…, por el momento querían vivir con
el mínimo de gastos, economizar gestos, palabras,
pensamientos, hacer la plancha: tenían un solo día para
borrar las arrugas, las patas de gallo, los pliegues amargos
que deja el trabajo de la semana. Un solo día” y todo el resto
de la semana, a sobrevivir.

Para Roquentin, la única causa para seguir existiendo


después de preguntarse sobre lo mecánico de los días en los
demás, son sus investigaciones. Él también es parte de lo
monótono, de un eslabón de una determinada especie que
se dedica a ciertas labores. Antoine también tiene su
ocupación, investiga la vida de un personaje, duerme,
desayuna, fuma, bebe, conversa, hace el amor, camina y por
supuesto va a la biblioteca a trabajar, la única diferencia con
los demás, radica en sus reflexiones sobre la existencia, lo
que produce sus encuentros constantes con la náusea.

Él también tiene esperanzas, espera ver a Anny, y la espera


le mantiene aún con vida, de lo contrario, ¿acaso querría
suicidarse?, es lo más probable, porque ya no habría motivos
para existir, lo que le mantiene con vida es ver al ser amado,
después no sabemos qué será de él. Después de encontrar a
Anny, las expectativas de Antoine caen, no esperaba ese tipo
de encuentro. Decepcionado vuelve a su trabajo, pero se da
cuenta de que el trabajo también es vano, ¿por qué justificar

~ 13 ~
la existencia de alguien que ya no existe?, hasta hace unos
días atrás, M. de Rollebon representaba su única
justificación de existencia, pero no, menudo error ha
cometido, anota: “La historia habla de lo que ha existido, un
existente jamás puede justificar la existencia de otro
existente”. La suerte está echada, es libre y su libertad tiene
sabor a muerte, no está atado a nada, y su existencia
depende de su decisión, espera el tren para marcharse y
dejarlo todo, es su única esperanza, y un motivo para seguir
viviendo. Sentado en el bar, se despide de Madeleine, por
unos momentos escuchan música, dentro de unos minutos el
tren partirá rumbo a París. Ahora es su objetivo, pero no lo
piensa más. La canción le conmueve, quiere saber por qué
quien escribió la canción hizo semejante arte, quiere conocer
por qué hizo todo eso.

Ahora todo acabó con las investigaciones sobre M. Rollebon,


sus objetivos ya no son los mismos, se da cuenta de que
existe, que es yo, y que su yo es parte de una conciencia: es
Antoine Roquentin, quiere justificar su existencia, puede
elegir, es su decisión, entre el sí y el no hacer algo; incluso
abstenerse a no elegir entre estas dos opciones también es
una elección, lo más importante es que ha entendido algo,
que el existente que puede justificar su existencia y es
únicamente él.

Dejé de escribir, era suficiente. Miré el reloj, faltaban solamente


20 minutos para que dieran las 13: 00 horas, tenía que estar en la
banca, esperar a Sally e ir a comer algo aquella tarde. Guardé mi
libreta de apuntes y caminé al encuentro. Yo también existía

~ 14 ~
aquel día, y un motivo más para existir, lo confieso, era volver a
ver a Sally.

~ 15 ~
2
CAMINANDO CON RAINER MARÍA RILKE

Viareggio, cerca de Pisa (Italia), 23 de abril de 1903, III carta


del poeta Rainer María Rilke, a mi vista salta las palabras: “La
paciencia lo es todo”. Desesperado, como si todo estuviera
perdido, por los años que me consumen, por donde vivo y veo:
enemigos de la lectura, de los libros, amigos aspirantes a ser
escritores, buscando cómo paliar el hambre, ganando premios
y vendiendo sus libros, en una sociedad donde pocos o
ninguno lee, trabajando ocasionalmente de albañiles,
haciendo churros, revisando textos escolares... La lista se
alarga, las razones para desesperar también; en fin, como en
cualquier época en el país, el escritor está luchando contra
viento y marea.

Camino por las calles desiertas y encadenadas sin que puedan


pasar automóviles; en ellas, perros resguardando el hogar de
sus amos; unos ladran a cualquier sospecha, otros duermen y
alguno que otro disimula no ver, como si no estuviera pasando
nadie, como si fuera el hombre invisible; invisible.

Sin destino alguno, en mi mente aún giran las palabras: “La


paciencia lo es todo”. Esas palabras, cual destello, es todo para
un desesperado.

Las “Cartas a un joven poeta” de Rilke, contienen chispazos que


llevan a tomar el hilo artístico, da señuelos en la oscuridad al

~ 16 ~
aspirante a escritor para que siga su vocación, arriesgándose
a todo: accidentes, equivocaciones, tropiezos, morir de
hambre, incluso arriesgando el riesgo. Y quizá un día escribir
una obra memorable. Es la prueba. La búsqueda de cualquier
artista a costa de todo.

No era un poeta, es verdad, pero las cartas de Rainer dan


señuelos a quien las lee, despertando ese artista que existe en
cada quien; son cartas escritas en un tiempo lejano,
específicamente para una persona: Franz Xaver Kappus, el
joven poeta. Puede que esa persona sea cualquiera que recorra
por esos escritos, cualquiera que aspire a ser artista. Hoy,
Rilke, se dirige al lector como a un amigo, como a un joven
poeta, así tan íntimo, tan profundo y sincero.

La correspondencia, como quien dice, “enseña a pescar un


pez”, no nos da el pez que uno quisiera, como un manual de
escritura, no. Rilke solamente despierta el demonio de la
solitaria, arrojando consejos y aun cuando no está de acuerdo
con ello, él habla: “Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie…
No hay más que un solo remedio: adentrarse en sí mismo.
Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir”, y
eso requiere de la soledad, “(...) estar solos como estuvimos
solos cuando niños, mientras en derredor nuestro iban los
mayores de un lado para otro (...)”, soportar esa soledad hasta
que uno se encuentre, hasta que fluyan las palabras exactas.
Ese aprendizaje requiere una espera larga, “un largo periodo
de retiro y clausura” dice Rilke, un coraje como el personaje de
“El viejo y el mar” de Hemingway, que se esfuerza y vence las
adversidades, luchando tenazmente, perseverando hasta el
final. La espera es larga, el caminar también.

~ 17 ~
Rilke no le teme a la soledad. Los pocos personajes que la
historia nos muestra, como Schopenhauer, Nietzsche, Newton,
Buda, Jesús, Cioran, J. D. Salinger, Rulfo, por no decir otros,
tampoco le temieron a la soledad, la amaron, vivieron junto a
ella, se descubrieron, se examinaron y se vencieron en la
soledad. Y, por cierto, hay una soledad para Rilke: “es grande
y difícil de soportar”; algo más, en la VI carta confiesa a Kappus
que la soledad crece y “su desarrollo es doloroso como el
crecimiento de los niños y triste como el comienzo de la
primavera”, pero va más allá de lo imaginado, y se vuelve un
motivo más para enfrentarlo. Si la soledad es difícil, “debe ser
para nosotros un motivo más para hacerlo”.

Sigo andando por las calles desiertas de una ciudad de


migrantes que trabajan de sol a sol, algunos sin la necesidad
de la claridad del astro, quieren ser “alguien” en su medio a
costa de dinero; luchan, pujan para sobrellevar la miseria
como en cualquier país “subdesarrollado”. En medio de la
calle, aparentemente desolada, también, camina un niño al
lado de su madre, lento, balanceándose, como queriendo caer.
Inocente, el muchachito sonríe, no toma en cuenta los
pequeños huecos donde puede tropezar, solo camina, y de
repente pierde el equilibrio, cae asustado y llora. ¡Qué dolor!,
rápidamente las manos de la madre auxilian al pequeñín. Así
también las “Cartas a un joven poeta”, como los brazos y
abrazos maternales, calman las angustias, los dolores
espirituales, el abrazo dice: la soledad es grandiosa, hay que
aprenderla a vivir bajo sus dolores y hostilidades; nada de
mentiras. La existencia tal cual es y como ha escrito Rilke en
“su modo más amplio posible. Todo, incluso lo inaudito, ha de

~ 18 ~
ser viable en ella. Este es, en realidad, el único valor que se nos
pide y exige: tener ánimo ante las cosas más extrañas, más
portentosas y más inexplicables, que nos puedan acaecer”.

Sigo recorriendo por esa calle alteña. Recuerdo otra vez las
palabras: “la paciencia lo es todo”. Bajo las consolaciones de su
madre, el niño se levanta adolorido. Camina otra vez y sigue su
rumbo.

Han pasado 8 años desde la VI carta al señor Kappus. Es


diciembre. Giro la esquina, hay pocos árboles y la ausencia
viviente está vigente. París, al día siguiente de Navidad de
1908, Rainer María Rilke, en la última correspondencia,
responde: “lleno de confianza y paciencia, deje obrar en su
ánimo la grandiosa soledad”. Aún insiste en la paciencia y en
la soledad, sí, lo aprendió del escultor Augusto Rodin, a quien
ha dedicado un libro y aprendió que “uno no debe nunca
precipitarse”. Seguir caminando sin precipitarse, como yo
camino por las calles desoladas de El Alto, como un fantasma,
como el hombre invisible de H. G. Wells, hasta poder encontrar
la fórmula, ¿hasta ser visible? Sin embargo, puede que nunca
pase y en eso es claro Rilke cuando termina la X carta, “(...) el
arte es sólo un modo de vivir. Aun viviendo de cualquier
manera, puede uno prepararse para el arte, sin saberlo”. Y no
hay necesidad de ser visible, si es un modo de vivir.

Camino, las 19 letras: “la paciencia lo es todo” de Rilke, siguen


repitiéndose en mi mente. Cierto.

Esas palabras hoy son suficientes para un desesperado.

~ 19 ~
3
GATSBY Y LOS JUEGOS DEL NEGADOR

“Había amado y, a través


del amor, se había
encontrado a sí mismo. La
mayoría ama para
perderse” (Hermann
Hesse; Demian)

Fue uno de los libros que trascendió la noche, que salió del
tiempo, como cuando uno recorre páginas sin darse cuenta de
las horas. Supe de su existencia a través de la reseña
(llamémosla así) de Mario Vargas Llosa, en “La verdad de las
mentiras”. Tenía en mente el título y al autor, pero cada vez
que caminaba por “la riel” en la feria 16 de julio, domingos o
jueves, no hallaba ese misterioso libro. Había pasado buen
tiempo de la tentadora reseña de Vargas Llosa; a veces me
pregunto por qué no busqué en las bibliotecas o en los
anaqueles de las librerías de lujo, quizá no era el momento,
quizá sí hubiese encontrado la obra en aquel año (2013) y no
era para mí, o no estaba preparado para recorrerlo.

Era la tarde de domingo de fines de marzo, caminaba para


despejar mis angustias por algunos puestos de libros, que por
las mañanas están atestados de pinches traficantes. El libro
estaba encima de un nylon tendido en el piso, junto a otras
bellas obras, ¿acaso no pasó un librero o un lector sediento por
ahí? Quién sabe, pero como todo libro esperaba a su lector, no

~ 20 ~
a su intermediario; a su lado estaban otros, alcé “Siete noches”,
una compilación de conferencias de Jorge Luis Borges,
también levanté “1984” de George Orwell y “El Gran Gatsby” de
Scott Fitzgerald; lo había encontrado por fin. Regresé
contento. En el camino, bajo ruedas, ojeaba sus páginas, leía:
“En mis años mozos y más vulnerables mi padre me dio un
consejo que desde aquella época no ha dado de darme vueltas
en la cabeza. ‘Cuando sientas deseos de criticar a alguien—
fueron sus palabras—recuerda que no todo en el mundo ha
tenido las mismas oportunidades que tuviste’”. Fue
conmovedor. Así, aquel atardecer, Nick Carraway iniciaba su
relato sobre la historia de Jay Gatsby.

La narración inicia en el verano de 1922, de los locos años 20’s,


del jazz, de la sequía de alcohol. Es una historia de amor, de
aquellas que están limitadas por el dinero y que aleja al ser
amado. Gatsby es una persona misteriosa y murmuran
muchas cosas sobre él, pero lo cierto, sí, sí, es que es un
millonario que vive en una lujosa mansión en West Egg. Creí
que se trataba de un personaje como Dorian Gray, pero estaba
equivocado, era todo lo contrario. Gatsby no asistía a fiestas
sino era el anfitrión, acogiendo a gente de lujo, de dinero, de
influencias políticas, artistas y celebridades del espectáculo de
New York. Realizaba esas fiestas con la esperanza de llamar la
atención de su amada Daisy, a quien había conocido en 1917,
pero ya estaba casada con Tom Buchanan, un adinerado; ella
también pertenecía a una familia de esas, Gatsby era todo lo
contrario, un joven de origen humilde. Carraway, —quien
escribe la historia— aquel verano había alquilado una vivienda
al lado de la lujosa mansión. Un día recibe la invitación del

~ 21 ~
señor Gatsby para asistir a la fiesta, luego se convierte en su
amigo y le ayudará a acercarse a su prima Daisy... ¡Alto!, sí,
¡Alto!, fue suficiente hasta aquí, no tengo planeado re-contar la
novela ni romper esa magia que tiene, sea en el libro o en la
película, dirigida por Baz Luhrmann y estrenada en 2013, con
la actuación de Leonardo DiCaprio y Tobey McGuire, la
película per se es, en mi opinión, casi fiel al libro; obviamente
el libro es más conmovedor e íntegro, pero ese detalle se lo
dejo a gusto de cada quien. Mejor ambas, porque lo que sigue
es un esfuerzo por comprender patrones comunes entre Jay
Gatsby y gente como Sebastián Maisman (de la película “La
nación clandestina”, dirigida por Jorge Sanjinés), el “muchacho
provinciano” de Chacalon y Domy Perales, de “La niña de sus
ojos”, novela de Antonio Díaz Villamil.

La historia de Gatsby estremece, choca, conmueve y hasta se


siente como tal, uno puede decir, “Oye, estás equivocado, yo no
me identifico con ese tal Gatsby”, pero no hablo de usted, sino
de aquel muchacho que se niega a ser lo que es: pobre, humilde
y modesto, cuya familia no da lo que uno quisiera a esa edad,
así niega a sus padres, se crea la ilusión de ser hijo de Dios; en
fin, llega a la rebelión, se rebela contra lo que se es y apunta
por otro “destino”, el hombre exitoso, progresista que alcanza
lo que le impedía estar con el amor de su vida: el dinero.

Esa vida se parece a la vida de un migrante, de un campesino


que busca mejores oportunidades en la ciudad en países como
Perú y Bolivia, cuyo pensamiento gira en torno a ser alguien
por no ser otro o algún día tengo que ser algo, ¿por qué ser
alguien?, ¿Acaso no se es alguien? Sí, exacto, no se es a la vista

~ 22 ~
del Otro, porque este Otro niega en algún momento, y si es así,
me temo que juegan su peligroso juego de frustrada identidad.

Jay se niega a ser pobre, escapa de esa condición para


conquistar lo que no tiene, lo que le falta; cumple sus anhelos
con ese optimismo inquebrantable. La condición de ser pobre,
haber nacido en la pobreza le niega y él niega esa misma
negación afirmándose como Otro, no afirmando esa negación.
Era James Gatz, ahora es Jay Gatsby. Al finalizar el libro,
Fitzgerald anota la forma organizativa de Jay para trabajar,
practicar la postura, leer, hacer ejercicios físicos; el proceso
constitutivo a la larga lleva al personaje a otros espacios, a
caminar en el lujo, a poseer instrumentos modernos y, por
supuesto, a actuar como caballero. Alcanza a poseer las cosas
necesarias para recuperar lo que perdió un día, pero en cuanto
está frente al ser perdido, hay una dificultad, ella quiere
escapar y pasar su vida a su lado, no quiere la mansión que
compró para estar cerca; ella ama y él también, pero hay una
condición, ser rico; a Gatsby no le hubieran mirado más si
supiesen que no era tal. Tenía el destino de enamorarse y a
través de esa emoción vivificante cambiar lo que era, ¿acaso
solo importaba el dinero? ¿Sin la riqueza económica no era
Gatsby? No, no, fue algo más que billetes, fue su optimismo, su
imaginación, su habilidad y ambición le llevaron a
enriquecerse a través del contrabando y el alcohol en plena
Ley Seca en ese tiempo. Pero la personalidad de Jay tambalea,
pierde la calma y la elegancia que tanto había practicado
frente a las acusaciones de Tom Buchanan, el racista, el marido
mujeriego, que ahora se había vuelto de la noche a la mañana
en un moralista, defensor de los valores de su clase. Buchanan

~ 23 ~
cuestiona el dinero de Gatsby, lo hace porque está a punto de
perder a su esposa y amante, en la novela se presenta como el
ofendido, su yo es quebrantado por el nuevo rico de camisas
elegantes y traje rosado que regresó después de casi 5 años en
busca de su amada; el negador no tiene otra salida, niega el
dinero de Gatsby, pone en juicio los orígenes de su riqueza,
cuestiona que es producto de contrabando, del alcohol que se
vende en farmacias y estaciones; busca fundamentos para
legitimarse como el rico genuino. Para Tom, no basta tener el
dinero, los modales, la elegancia, la cultura, se necesita nacer
rico y Jay, que no poseía el requisito, tambalea, salta eufórico
al negador, está a punto de golpearlo, pero no, el puño se
paraliza. Ella, confundida por el suceso, insegura de decidir
correctamente, regresa a su cauce. Y, otra vez, aquel que surgió
de la nada está en el juego, en las manos y las reglas del
negador. Necesita su aprobación.

He ahí la interminable explicación de Tom al nuevo rico, que


no tiene el dinero limpio, tan limpio como el dinero de
Buchanan. ¡Bah!, dejémonos de pavadas, los billetes que
poseía también eran sucios, como cualquier otro billete. Eso es
parte de la colección de discursillos, que pronuncia para
legitimar su posición. Pero esperen, no vayamos lejos, es
mucho atrevimiento “filosofar”, todavía no, tan solo por ahora,
recordemos el consejo que recibió Carraway de su padre:
‘Cuando sientas deseos de criticar a alguien—fueron sus
palabras—recuerda que no todo en el mundo ha tenido las
mismas oportunidades que tuviste’.

No tuvimos las mismas oportunidades, ni nadie las tuvo.

~ 24 ~
4
J. D. SALINGER, UN GUARDIÁN CONTRA EL ABISMO

El pequeño Sony aspiraba a ser escritor; su padre era


contrario a su vocación, solamente su madre sabía sobre el
talento que poseía y tenía fe en él. El muchacho era expulsado
de colegio en colegio, nadie le comprendía. Había nacido en
1919, el 1 de enero en Nueva York en una familia de clase
media. Su ingreso a un curso de escritura en la Universidad de
Columbia le ayudó mucho para iniciar la escritura de sus
primeros relatos; los desafíos que le había puesto Whit Burnet,
editor de la revista Story, sobre querer ser escritor y ser
escritor, inspiraron a que siguiera escribiendo rechazo tras
rechazo. Este año se ha cumplido un siglo desde el nacimiento
de Jerome David Salinger, el autor de “El guardián entre el
centeno”.

No sabía nada sobre J. D. Salinger. Una tarde cuando


caminábamos por las callejuelas repletas de cafeterías en La
Colmena de El Alto, oí al viejo Tupa elogiar a Salinger y a su
legendario personaje, Holden Caufield. Tiempo después, como
es costumbre en mi caso, hallé una copia de su novela en la
feria de la 16 de Julio; sí, una fotocopia anillada; quién sabe,
quizá fue el material de estudio de un estudiante de la carrera

~ 25 ~
de Literatura, que vendió aquellos duplicados para comer con
el dinero adquirido.

La copia llevaba el título: “El cazador oculto”, cuya traducción


al español le pertenece a Manuel Méndez Andes. La novela
había dormido en mi pequeña biblioteca entre otras por un
año; el olvido le mantuvo empolvado en un rincón hasta la
noche de fin de invierno del 2018. Esa noche fría (después de
haber visto la película “Rebelde entre el centeno” dirigida por
Danny Strong, que retrata la vida de Salinger), busqué en
medio de otras novelas a “El cazador oculto”. El libro estaba
empolvado, pero al tomarlo entre mis manos despertó a la
vida.

Esa noche Holden Caufield, sin convencionalismos, empezó a


narrar su vida de adolescente; no tenía ganas de contar su
historia con máscaras e hipocresías, nada de eso. El
adolescente apenas tenía 16 años; rebelde e incomprendido,
blasfemaba con palabras descaradas toda su historia. Holden
no paraba de deprimirse: a veces, cuando escuchaba una
mentira, se sentía más furioso que el mismo demonio. Frente
a la hipocresía de los demás, parecía un loco a quien nadie le
entiende, él hacía las cosas al revés, y los adultos trataban de
enderezarlo según sus reglas. No podían.

La confesión inicia un sábado de diciembre. Faltan pocos días


para navidad, Holden no quiere regresar a casa, no quiere oír
los regaños de su padre, es su cuarta expulsión de la
preparatoria; había reprobado todas las materias, salvo una:

~ 26 ~
inglés. No es que sea un tonto, no; el muchacho lee muchos
libros, entre los autores que leyó están: Isak Dinesen, Ring
Lardner, Thomas Hardy, Somerset Maugham y Hemingway…;
solo que no cumple las reglas, aquellas establecidas por los
adultos, además ellos le han advertido que: “la vida venía a ser
algo así como un gran partido, y de que era necesario jugar de
acuerdo a los reglamentos”, aparentemente Holden está de
acuerdo con la idea, pero no: él también miente, es capaz de
decir cualquier cosa cuando se le pregunta algo. En el fondo
odia las reglas.

Después de enterarse de los resultados, está en su habitación,


quiere irse del maldito colegio, pero no a casa, sino a otro
lugar, donde pueda estar tranquilo y solo, donde no pueda ir a
otro colegio ni tener una maldita conversación con alguien. En
la espera, discute con Stradlater, su compañero de cuarto, la
discusión termina en golpes, Holden sangra; por fin sale de
aquel sitio, va en busca de un Hotel para pasar la noche. Está
cansado de ver los mismos rostros con acné en su habitación,
y también, porque no tenía nada qué hacer en ese lugar. En el
Hotel contrata los servicios de una prostituta con quien no
tiene sexo, sino una pequeña conversación; luego, la muchacha
abandona la habitación. Después de unos minutos, alguien
golpea la puerta, es el proxeneta..., otra discusión, recibe otro
golpe, pero esta vez del hombre sucio que ha venido a sacarle
más dinero del bolsillo por los servicios de la muchacha. La
servil y el amo le han engañado, la falsedad se presentaba
nuevamente esa noche. Después de todo, hace llamadas,
quiere ver a Sally, una vieja amiga, y va a la espera de ella;
mientras ella patina, él bebe y le propone marcharse lejos

~ 27 ~
donde puedan vivir ambos; Sally no está de acuerdo. El
encuentro, después de todo, termina en una discusión. Holden
se deprime aún más. Le han entrado ganas de beber. Se
embriaga hasta perder el conocimiento. Va en busca de patos,
pregunta al taxista, ¿a dónde van los patos en invierno?, no
recibe respuesta.

Ahora solo tiene un deseo, ver a su hermana menor, a la


pequeña Phoebe; es lo único bueno y puro en el mundo para
Holden. Entra a escondidas a la habitación, sus padres han
salido, la pequeña niña está dormida; una vez despierta,
Holden le cuenta cuán deprimido está por las cosas que le
ocurren, confiesa que no está de acuerdo con nada ni con
nadie, en tanto la pequeña Phoebe, le responde: “A ti no te
gusta nunca nada de lo que ocurre en ninguna parte”, al
escuchar la respuesta, Holden se deprime más, no obstante,
hay algo que desea y le gustaría hacer; su confesión es
contundente, imagina: “a muchos niños pequeños jugando en
un gran campo de centeno y todo. Miles de niños y nadie allí para
cuidarles, nadie grande...”, salvo él, que se encuentra “…al borde
de un profundo precipicio”. Quiere capturar a los niños que
vayan al precipicio, quiere ser el encargado de salvarlos del
abismo, es lo que quiere hacer todo el día, salvar niños. Quiere
ser un guardián.

De repente, un sonido se escucha desde la puerta, son los


padres. Holden toma prestado el dinero de la pequeña Phoebe.
Llora al hacerlo, luego sale sin ellos que se dieran cuenta.
Ahora va en busca de su maestro, Antolini. Es el único que le
entiende; después de todo, llega a su objetivo, charlan; el
maestro le dice: “tengo la sensación de que te diriges hacia una

~ 28 ~
caída terrible... Pero, honestamente, no sé de qué clase”. Holden
está en un precipicio, se da cuenta de ello. Pero escapa frente
a un mal entendido. Ahora deambula por las calles, ha
concertado el sueño en una banca en la estación. Va en busca
de su hermanita, sus mareos son constantes, va a la escuela
donde está Phoebe. Le deja una nota y le espera en el museo,
muy cerca de donde está la pequeña. Quiere devolverle el
dinero prestado y despedirse. La espera no es larga. La
pequeña Phoebe aparece a lo lejos y arrastra una valija, piensa
marcharse con su hermano, y él no lo acepta.

Ahora tiene una responsabilidad, ella quiere marcharse con su


hermano, lo que enoja a Holden. Pero no puede y acepta volver
a casa. Aquella tarde el muchacho es feliz, mientras la pequeña
Phoebe sonríe y levanta la mano, saludando. Observa con
felicidad a su hermana menor mientras llueve.

Ahora sabemos que Holden está enfermo y recluido. Narró su


historia desde ese lugar para enfermos, y tiene 17 años. El
psicoanalista le pregunta si piensa aplicarse en el colegio...

Han pasado tres días desde aquella noche, donde “El cazador
oculto” o “El guardián entre el centeno” de J. D. Salinger cobró
vida hoja tras hoja. En cada página Salinger retrataba su vida,
su miedo a envejecer y caer en el precipicio de la etapa adulta.
Para él ese mundo era algo perdido, era la perversión, donde
existían personas falsas e hipócritas, y los niños en la medida
que crecían iban hacia el precipicio; por ello, lo único que
deseaba hacer Holden Caufield era capturar a los niños que se

~ 29 ~
dirigían al abismo, a ese abismo de la falsedad y la apariencia.
Quería ser eso, un guardián entre el centeno.

Holden también iba hacia el precipicio, Antolini le había dicho


que se dirigía a una caída terrible, al precipicio, era alejarse de
la inocencia y de aquella sinceridad existente solo en la niñez.

La pequeña Phoebe representa ese mundo de la inocencia, ella


le causa lágrimas a Holden cuando le presta sus ahorros, pero
la decisión de marcharse con él enfada al muchacho, porque
tiene responsabilidad con ella; ahora tiene que jugarse con las
reglas, quiera o no. Decide quedarse y regresar a casa.

En “Nueve cuentos” de Salinger, aparece también el tema de la


inocencia. Un retrato claro es el de la pequeña Sybil, de “Un día
perfecto para el pez plátano”. En el cuento existen dos mundos,
los niños y los adultos, la pequeña Sybil y Seymour Glass, este
último después de ir por el pez plátano, termina su existencia.

La vida adulta se parece a un teatro para Salinger, donde cada


quien cumple y actúa bajo un papel en el escenario, pero
además cada quien usa diferentes máscaras convencionales,
de ahí su menosprecio a las actuaciones. No menos que los
análisis del sociólogo Erving Goffman, quien también tocó el
tema en sus estudios sobre los individuos y la representación
de papeles en la vida cotidiana. Y los niños están exentos de
esas actuaciones, son inocentes y como ha sentenciado
Salinger en el rodaje de Strong: “(...) aún no han sido destruidos
por el mundo”.

~ 30 ~
5
KNUT HAMSUN, UN NOVELISTA DEL HAMBRE

Camino por las calles alteñas, me dirijo a la calle 2 de la Ceja.


La parada de los automóviles que pasan por la universidad
está vacía, no hay muchos pasajeros; sin embargo, un
automóvil blanco está a punto de salir; en mis manos llevo
“Hambre” de Knut Hamsun. Subo a la furgoneta cuyo nombre
en sus franjas dice COTRANSTUR. En el transporte me siento
al lado de un turista, me pongo cómodo y empiezo a leer.
Mientras recorro los párrafos del libro, veo de reojo que el
turista me observa, continúo leyendo; el automóvil se detiene
de repente, cierro el libro gris y observo: “Hay un tráfico
terrible”. El señor de al lado se esfuerza por leer las letras de
la tapa: Knut Hamsun, HAMBRE. ¿Acaso el título le recordó
que tiene que comer? Noto que está sorprendido, me mira con
cierta indiferencia, dejo de lado su mirada, separo
nuevamente el libro y continúo leyendo.

Las horas han transcurrido en la Biblioteca Central de la


Universidad. Muchos estudiantes con la cabeza gacha se
entretienen con el celular, otros hojean las páginas blancas de
un libro, algunos escriben y uno que otro resuelve ejercicios
matemáticos y no falta en el sitio un lector que se pone a
dormitar. El vigilante de los libros se da cuenta de aquello. Se
dirige a despertar al soñoliento. Vaya manera de castigarlo.

~ 31 ~
Frente a mí está el libro de color gris, cuyas letras azules
resaltan en la tapa y lomo. Tiene unas líneas artísticas de
forma rectangular que no puedo clasificar. La obra de Hamsun
es una edición de 1952; ha pasado más de medio siglo desde
su nacimiento y empaste, no obstante tiene 129 años desde su
publicación, en 1890. Lo compré en la feria de libros viejos;
quien lo tenía falleció recientemente y, como es común, sus
familiares habían ofrecido a don Jaime, el mercader de libros
viejos, para que los comercializara. Había cuatro yutes
repletos de libros, las manos de coleccionistas, revendedores
y lectores se movían sin cesar aquella mañana de invierno,
pero aquellos libros del fallecido, en verdad, jamás le
pertenecieron, tampoco a nosotros. Los libros no pertenecen
a nadie, simplemente están ahí, así como este libro gris que ya
no me pertenece.

1920. Hamsun es galardonado con el premio Nobel de


Literatura; poco tiempo después estaría apoyando al régimen
nazi, como el filósofo de los bosques, Martin Heidegger; a
partir de su apoyo, sus escritos “habían caído bajo”, tuvo la
mala suerte de ser juzgado por sus actos y pensamientos;
consiguientemente, ha tenido pocos lectores y se lo ha
condenado al silencio.

A veces los lectores juzgamos la obra de arte sin haberla leído,


oído o apreciado; más hacemos caso a los juicios de otros u
otras; juzgamos sin exprimir lo sustancial de una obra. Es
verdad que la ideología que profesa un artista puede ser
motivo de un prejuicio que puede llevar a encasillar o
descalificar la obra de arte, pero son aspectos diferentes.

~ 32 ~
Se relaciona por ejemplo a la obra de Mijail Sholojov con el
régimen comunista, pero cuando uno lee sus cuentos, no existe
nada de comunismo, solo la “capacidad” con que cuenta sus
historias; en cada una de ellas sobresale lo trágico, la alegría,
la tristeza y la felicidad humanas, todo eso narrado
grandiosamente.

Sucede lo mismo con la obra de Hamsun. En Hambre uno


puede hallar lo majestuoso de una novela, la forma cómo
hilvana la narración es exacta, simple y conmovedora, hasta
que la narración del escritor hambriento le recuerda al lector
que es hora de ir a comer, no porque la novela sea aburrida,
sino porque cuando se lee los momentos constantes de
hambre del escritor anónimo, se siente el mismo deseo de
satisfacer el estómago. El hambre del personaje de Hamsun
causa hambre.

No estamos ante una novela como “El lobo estepario” de H.


Hesse, donde hay una estructura complicada, que hasta Mario
Vargas Llosa ha confesado en “La verdad de las mentiras” que
no ha sido capaz de entrar en esas “complejas interioridades
del libro”.

Hambre nos recuerda al hambre de los niños desposeídos en


países de pobreza, asimismo nos recuerda a esos momentos
donde no hay ni pan duro para llevarnos a la boca y poder
callar los crujidos del estómago. Quizá si el personaje de
Hamsun, por aquellas épocas, hubiere vivido en los Andes,
estaríamos seguros que paliaría su hambre pijchando coca,
como muchos indios hambrientos lo hicieron en la época
colonial, en las minas, en las haciendas y en cada rincón.

~ 33 ~
El hambre del personaje es una descripción a nivel micro
sobre la tragedia humana. El hambre que acecha en cada
rincón puede ser el del escritor anónimo que narra a cada
momento el llamado de su estómago, pero también puede ser
el hambre muy bien descrito y analizado por Josué de Castro
en “El libro negro del hambre”; hambre a nivel global, esa
miseria endémica que reina el mundo.

El personaje principal de Hambre es un escritor que


proporciona varios nombres, quizá en verdad sea un Fulano
de Tal, o finalmente represente a todos los escritores del
mundo; lo cierto es que no sabemos su nombre.

Se parece a Meursault de El extranjero de Albert Camus,


narrando su historia en primera persona o, mejor dicho,
Meursault se parece al escritor anónimo de Hambre; como se
quiera. Ambos son extraños para su medio y cuentan su
historia y las condiciones de su existencia plagada de
infortunios.

Al personaje de Hamsun le persigue a cada momento el


hambre. Tiene hambre, mucha hambre; de hecho, siempre
está entre la vida y la muerte; anda días sin comer, deambula
ofreciendo sus cosas y quizá con el dinero que obtenga,
comprar un alimento y llevárselo a la boca para seguir
sobreviviendo.

Se sabe muy poco de él, a veces cuando se le pregunta por su


nombre, contesta: “Yo me llamo Wedel Jarlsberg”; en otra
ocasión responde: “Tangen... Andrés Tangen”. No se conoce a
sus amigos, a su pasado o a su familia. La mayor parte de su

~ 34 ~
existencia está solo, tanto que los demás le consideran un loco,
un solitario loco; en fin, un sinónimo de lo que se considera un
escritor.

Escribe artículos en el periódico “Morgenbladet”. Lo poco que


recibe le sirve para comer, pero en su supervivencia el hambre
no le permite escribir; muchas veces, cuando está frente a la
hoja tratando de trazar palabras, frases o arreglando las partes
oscuras de sus escritos, los dolores de cabeza y los "gusanos"
que le carcomen el estómago, le impiden lograr su hazaña. Ha
vendido hasta lo más pequeño de su propiedad, ha llegado
hasta rogar para vender aquello que le cubría para dormir en
las noches frías. El comprador le rechaza, no quiere la prenda
ni para guardarlo, ni mucho menos como regalo.

El hambre ha llegado hasta causarle mareos, no puede escribir


así, pero se esfuerza y continúa con la hazaña de escribir algo
genial.

Continúa escribiendo…, a veces sus escritos son rechazados


por el periódico; no vale el esfuerzo, el hambre le acecha a cada
hora. Y cuando consigue algún monto de dinero, se lo regala al
que lo necesita. No es capaz de soportar la crisis de su
conciencia, por eso cuando trata de cerrar los ojos por la
noche, con el estómago vacío, las tinieblas empiezan a reinar
en él, de modo que solo queda mantenerlos abiertos, pero no;
todo está oscuro a su alrededor, no le sirve.

Muchas veces se pone a discutir con los demás, como con


aquella mujer encinta que le ha abierto las puertas de su hogar
y le ha dado de comer; discute con el anciano que está sentado

~ 35 ~
en la banca, con los gendarmes, hasta con la muchacha a quien
le persigue y le acusa de pobrete. Discute, discute...

Supervive entre el escribir y el hambre, y muchas veces el


hambre obstruye su mente y ello no le deja trabajar, pero
continúa haciendo los esfuerzos para acabar los pequeños
artículos que quizá le puedan dar de comer. El bullicio y las
hostilidades del lugar no le permiten hilvanar las ideas que
tiene en mente.

Al fin se ha puesto a escribir un gran drama: "El signo de la


cruz" y a través de ello llegar al éxito y poder comer, pero el
hambre le ha derrotado, el manuscrito cae en pedazos; a pesar
de los esfuerzos, no logra sus objetivos. La vida le ha negado
sus sueños y con ello ha obstruido su talento frente al papel.
Los pequeños trozos del drama están en el aire, esparcidos
aquí, allá, a su alrededor.

Caminando por el muelle y buscando donde sentarse, el


hambriento se sitúa de repente en ese lugar y con la cabeza
atontada se queda inmóvil. Estando ahí se encuentra con un
marinero. El escritor aparta sus gafas de su rostro y las guarda
en el bolsillo, como si abandonara el oficio de escribir y decide
embarcarse por el mar; ahora se pone trabajar de lo que sea,
de lo que sea.

El hambre mató a miles de escritores, pero no fue el caso de


Hamsun. Él venció el hambre con este libro y pasó a ser un
coloso de la literatura.

~ 36 ~
6
EL DOMADOR DEL VIENTO

En mi niñez deambulaba en los basurales… Donde vivía y por


aquellos años, se lo conocía como qhillapata (cenizal). En esos
lugares buscábamos algún objeto que pudiera servir para
construir los cochecitos que fabricábamos, quizá una sandalia
para extraer de ello las llantas, o quizá una lata de leche para
elaborar una cisterna que transporte gasolina, o un galón de
aceite para construir un micro.

En otras estaciones, buscábamos nylones para fabricar


cometas que volarían a voluntad del viento del Titicaca; esos
días de invierno, de chuño o de trillar la cebada, el trigo,
hacíamos competencia de cometas, como esos muchachitos en
la novela de Khaled Hosseini “Cometas en el cielo”; la diferencia
es que nunca perdimos nuestras cometas en la competencia.

Poco tiempo después, leí la historia de un muchacho que


también husmeaba en los basurales, su nombre, de hecho su
apodo, era “Cara sucia”, un personaje fantástico que el escritor
José Camarlingui había creado con esa pluma de poeta. El
pequeño huérfano que buscaba comida en los basurales tenía
la devoción a ese objeto mágico que puede transportarnos en
el tiempo, un objeto semejante a la piedra filosofal: el libro.

Supe estos días de otro muchacho, que también deambuló por


los desechos de chatarras. Esta vez no fue por un libro sino por

~ 37 ~
una película: “El niño que domó el viento”; un niño de un
territorio desconocido para muchos: Malawi, país
mediterráneo como Bolivia, y que también es un pueblo
racializado, cuya sociedad rural depende de la naturaleza, de
los malos años agrícolas o años fértiles de producción.

La historia del domador del viento, basada en la memoria de


Kamkwamba y Bryan Mealer:“The boy Who Harnessed The
Wind”, se estrenó el 25 de enero (2019), cuyo director,
Chiwetel Ejiofor, escribió y protagonizó; el mismo no solo
revela la vivencia y el sufrimiento de una aldea habitada por
negros racializados, sino que va más allá, conmueve por las
imágenes, los movimientos, el trama que nos presenta, y todos
los elementos que componen esa totalidad llamada película,
rebelando a quienes experimentan y sufren por esa existencia.

He ahí la diferencia de quien vive y escribe su propia historia;


en este caso, Kamkwamba, Mealer y Ejiofor tocaron con la
película la llaga del hambre, del color, del olvido, de la sequía,
ergo: de la supervivencia. Reinaga, como Ortega y Gasset,
estaban en lo cierto, la vivencia es más cercana a la realidad; a
diferencia de aquellos que solo son espectadores, los que
viven y sufren, pueden describirnos o representar la realidad
de tal manera que, en esas descripciones o representaciones,
recrean su vivencia. Así la película del domador del viento se
torna en vida; pero el mero hecho de la recreación también
involucra volver a tocar la llaga que aún persiste en la
memoria de sus actores, tanto que al escribir sobre esto, uno
revive el dolor.

~ 38 ~
William Kamkwamba, habitante de una aldea negra, tiene la
oportunidad de asistir a la escuela, pero a un precio, sí, su
asistencia a las aulas vale dinero; tiene como amigo a un perro:
Khamba, quien le espera recostado, a veces sentado, pero le
espera cerca de la puerta, frente a ella, bajo la lluvia o el viento.
El peludo siempre fiel.

El muchacho estudia en casa con la luz natural, que a veces


quema y otras calienta. No puede usar el queroseno, no hay
suficiente. Si existiera al menos alumbrado público, seguro
estudiaría bajo un poste, como ese niño peruano.

Casi siempre va en busca de algo al basural, como si en ese


lugar encontrara el remedio para estudiar de noche. Sí.
Siempre encuentra algo. En cada entrega de nuevos desechos
junto a su amigo, el muchacho halla algo que le puede servir
para sus invenciones. Busca, busca, aquí y allá..., encuentra
cables, focos y chatarras, ¿algo nuevo más?, una batería
aparentemente inservible.

Por ese mismo tiempo en Malawi, la industria tabaquera ha


sembrado y ha comprado a sus habitantes. La división de la
aldea ahora está a la orden del día. A la compañía no le interesa
si se tala todos los árboles existentes, lo que importa es ganar
más dinero.

Trywell, el padre de William, va contra viento y marea, el señor


apuesta por la educación de sus hijos, pero la educación cuesta
dinero y aquí cada uno tiene que pagárselo.

~ 39 ~
La producción de tabaco es extensa, no obstante, cuando acabe
de llover Malawi debe prepararse para la hambruna. Y de
repente al año siguiente deja de llover y la agricultura cae.

El muchacho aún sigue buscando algo en el basural, la nueva


entrega le regala otra batería, ahora tiene el objetivo de
recargar esas carcachas. El dínamo de su maestro y futuro
cuñado Cachigunda es la clave, ese artefacto que tiene la magia
de crear energía y encender los faroles de su bicicleta. William
quiere saciar su sed de conocimiento. Le pide a Cachigunda
que interceda con la señora Sikelo, quien controla la
biblioteca; la profesora acepta al muchacho. Ahora tiene la
oportunidad de examinar todos aquellos libros sobre energía.
Lo tiene, está en uno de ellos, el libro titula: ¿Cómo usar la
energía?

Mientras el muchacho busca satisfacer sus inquietudes,


afuera, en el campo político, la gente es instrumento de
políticos, Wimbe, el jefe de la aldea, protesta frente a la vista
gorda del gobierno a la hambruna que viven sus habitantes,
pero solo recibe pateaduras de parte de la seguridad del
presidente. La historia se repite: negros pateando a negros.

La cosecha es una miseria. Ahora el padre de William tiene que


vender las calaminas de su hogar y con el dinero conseguir
alimentos para sobrevivir el año.

Sigue, el muchacho sigue buscando... Ahora ha descubierto a


través del libro, a través de su inquietud y frente a la
necesidad, que se puede producir energía y con ello salvar al
pueblo de la hambruna. Ahora que sabe algo y por no pagar, le

~ 40 ~
han echado de la escuela; la escuela le ha negado, la sociedad
también.

Todos corren, ha llegado el grano de la existencia. La vida


cuesta dinero, más aún en tiempos de hambruna, donde sea,
en cualquier rincón es así; cuesta billetes. Y el único refugio es
rezar.

Ahora que ya todos dejaron de estudiar, el muchacho accede


otra vez a la biblioteca de la escuela de Kachokolo. Tiene el
plan de ejecutar un sueño. Cada día intenta algo. Su padre no
le cree nada de lo que dice. William persiste a pesar de todas
las negativas, cada día las cosas son más difíciles, mientras ve
desesperanza en los suyos parece derrumbarse todo, parece
que todo está perdido por un momento, y más cuando
Khamba, su amigo fiel, muere de sed y de hambre. Esa muerte
le causa dolor.

No es un sueño, le dice el muchacho al viejo. Es posible.

A veces necesitamos la confianza de alguien, a veces solo


necesitamos creer; creer en uno mismo, dice R. W. Emerson.
Sin embargo, el muchacho solo necesita una mano. Lo que se
ha empezado a nivel micro ahora es macro, y el aparente
sueño, una realidad. Hombro a hombro los habitantes
levantan una torre. El invento funciona por fin; mientras el
aspa jira al soplo del viento, la energía que provee el dínamo a
la batería impulsa al motor y la manguera expele agua y esta
corre por los canales.

La historia no es lejana, es una memoria reciente (2001) y no


solamente sucedió y sucede en ese país, sino en cada rincón

~ 41 ~
del mundo. La geografía del hambre estremece y desespera.
Quizá en esos momentos lo imposible para un adulto sea algo
real, para un muchacho no, apenas es una palabra, una
opinión.

Puede revivir aquello que aparentemente no sirve o es una


basura, y también, puede hacer renacer la siembra... Sí.

Domar al viento.

Se trata de eso, de creer. Así nos enseña el filme sobre William


Kamkwamba, y ese muchacho puede ser el que está sentado a
nuestro lado.

~ 42 ~
7
STEVE JOBS EN LOS ANDES

—Buenas noches, señor escritor “loco”. Escribió.

No sabía qué responder. Respondí con el silencio, que dice


todo, que no dice nada. La noche era fría, tan fría que se me
helaban las manos y no podía continuar recorriendo el libro
que narraba la vida de un autodidacta, visionario, genio,
intuitivo, iconoclasta inventor, es decir, de Steve Jobs. Años
antes pensaba que era un escritor, que escribía libros exitosos,
que llegaban a ser best sellers; encontraba su mirada cada vez
que pasaba por un puesto de libros en el pasaje Nuñez del
Prado, en “El Lanza” y en esos puestos a la intemperie de “La
Ceja”, tenía la mirada de seguridad con esa pose diciéndome
Puedes hacerlo. Aquellos libros llevaban siempre su fotografía.
Un amigo me sugirió las películas que trataban sobre su vida,
me enganché a tal sugerencia, vi “Steve Jobs” de Danny Boyle y
“Jobs” dirigida por Jhosua Michael Stern. El primero enfoca la
relación padre e hija, asimismo la tiranía y frialdad que poseía
Jobs; el segundo trata de la construcción de Apple, los
obstáculos, los éxitos, la derrota y nuevamente el éxito de
Steve. Fue conmovedor ver cómo un joven raro y rebelde inicia
un proyecto que para muchos es imposible. Volví a los puestos
de libros, busqué toda referencia sobre él y me topé con que

~ 43 ~
no escribió nada, ni un libro; en ese momento me sentí un
comprador que no sabe nada de lo que compra.

Uno de los libreros—mientras preguntaba—me dijo:

—Hay alguien que escribió sobre su vida y él colaboró en el


nacimiento y crecimiento de ese libro —se refería a la obra de
Isaacson.

El señor sacó de un rincón, donde guardaba tesoros de libros,


uno que no tenía color. Estaba ansioso de verlo, quería tomarlo
y hojearlo de una vez, no importaba el precio, aunque muchas
veces los vendedores, al ver los ojos brillantes de un lector,
aprovechaban para saciar su codicia, no todos por cierto, hay
libreros que conocen esa magia de leer dando una rebaja.
Aquel era uno de esos. Acabé comprando dos libros, “Steve
Jobs” (2012) de Karen Blumenthal y “Steve Jobs. La biografía”
(2011) de Walter Isaacson. Terminé de leer el primero, salí
doblemente conmovido por la hazaña de Jobs, sobre todo por
su opinión sobre el tiempo y la muerte, leer ese consejo
contundente: “Vuestro tiempo es finito, así que no lo malgastéis
viviendo la vida de otro”, fue certero aquella noche fría, ¡cuánta
verdad había en esas letras! No pude dormir pensando en esa
idea, ¿Acaso darle vueltas y vueltas era perder el tiempo?,
quizá. La muerte es un tema que tiene mucha relación con el
tiempo, los seres humanos o cualquier ser vivo, cumple un
ciclo vital, solo somos tiempo en el espacio, cada uno va
camino hacia la muerte, cada día morimos, como sentenció
Quevedo en “¡Ah de la vida!”:

~ 44 ~
“Ayer se fue, mañana no ha llegado,
Hoy se está yendo sin parar un punto:
Soy un fue y un será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
Pañales y mortaja, y he quedado
Presentes sucesiones de difunto”

El no pensar en la muerte o no tenerla sentada a nuestro lado


hace que no valoremos la existencia. Uno de los méritos de
Jobs, y no solamente de él sino de muchos genios, es entender
que solamente todos somos como una estrella fugaz que pasa
rápidamente, en un abrir y cerrar de ojos; siendo así, uno vive
para sí. Suena raro ¿verdad? Suena a individualismo, lo cierto
es que, no hay otro modo de aprovechar y exprimir el jugo de
la existencia al máximo. La idea de ser solo una estrella fugaz
en el universo, nos conduce a la conclusión importantísima de
Jobs: “(...) el valor de seguir los dictados de vuestro corazón y de
vuestra intuición” y no perder horas en estériles opiniones
negativas. La confianza en uno mismo es un elemento clave de
los hombres simbólicos que ha tenido la humanidad hasta hoy;
podemos no estar de acuerdo con tales ideas y con la
personalidad extravagante, tiránica, rebelde, arrogante y terca
de cada uno de ellos, pero no es posible ocultar que, gracias a
las invenciones y descubrimientos de T. A. Edison, N. Tesla, G.
Galilei, I. Newton, A. Einstein, L. Pasteur o S. Jobs, la especie
humana no hubiera gozado de sus revoluciones tecnológicas.

El carácter que sale a flote en las películas y por su puesto en


el libro de Karen Blumenthal sobre Steve Jobs, es el mismo que
tuvo Albert Einstein, el clásico genio que sigue sus inquietudes

~ 45 ~
sin hacer caso de las opiniones bullangueras que se oyen aquí
y allá, el demonio que les posee es el mismo que los consume,
es símil a la solitaria de Flaubert, que escamotea a la vida con
el trabajo y el esfuerzo desenfrenado hasta la muerte. En
ambos genios se encuentra caracteres comunes, Jobs
desconoció a Lisa, su hija, y cada vez que se negaba, entraba de
lleno a ser poseído por ese demonio de seguir e insistir en
crear el mejor ordenador personal, así como Einstein que, al
no poder ver a sus hijos, se refugiaba en resolver complejas
ecuaciones.

Jobs y Einstein tuvieron la pasión incesante de cumplir y


concretar las imágenes que llevaban en sus mentes, esa
marcha sin cesar ni desmayar en el proceso de la creación que,
para muchos, es un acto de locura, aparentemente al inicio no
se pinta bien, no hay quien crea en las proyecciones que se
establecen, por eso parece ser algo descabellado. La
insistencia con que arremeten sin hacer caso a las reglas
establecidas ni a las opiniones de los demás, a la larga surge
poco a poco, va ganando terreno y legitimidad hasta que es
real, en ese momento, aquellos que contrariaban con sus
opiniones negativas son los primeros en decir que sí se podía.

Aquellos jóvenes que hicieron posible los ordenadores Apple,


el Apple Lisa, el Macintosh, el iMac, el iPod, el iPad, el iPhone.
Eran los locos inadaptados, los rebeldes arrogantes. Sí, esos
que, a partir de su creatividad, dieron saltos progresivos en el
conocimiento, ese cambio que va por ellos, que: “Va por los
locos, los inadaptados, los rebeldes, los problemáticos. Los que
están fuera de sitio, quienes ven las cosas de un modo distinto…Y

~ 46 ~
aunque algunos lo vean como a unos locos, lo que vemos
nosotros es genialidad. Porque aquellos que están lo
suficientemente locos como para creer que pueden cambiar el
mundo son quienes lo cambian”. Eso, eso fue el texto poético de
Steve Jobs al finalizar la película de Stern.

Al leer esto después de las “Buenas noches” que ella escribió,


después de leer las dos palabras: “escritor y ‘loco’”, sobre todo
después del largo silencio, respondí horas más tarde:

—Es el mejor cumplido que me han hecho.

~ 47 ~
SEGUNDA PARTE

1
“NO QUIERO QUE MI HIJA SEA SU SIRVIENTA”

De la lúgubre celda de un prisionero en 1989 se escuchaba una


voz aparentemente olvidada; escuchen este rugido:

“A todos los oprimidos y explotados del campo nos toca cambiar


nuestros viejos arados egipcios por un moderno fusil... y ahora
los surcos que abrimos para depositar las semillas se
convertirán en una trinchera de combate...”. No, no es la locura
de un blanco-mestizo haciéndose pasar por revolucionario, ni
es un heredero del Che Guevara; es otra voz, con otro tono.
¿Quién es el atrevido?, por el mensaje, es una persona de
manos encallecidas que labra la tierra, que ha decidido
abandonar la existencia servil frente al q’ara, llevando su
voluntad hasta el límite, para poder transmutarse de oprimido
en un ser libre. Es el rugido de un aymara, es el mensaje de
Felipe Quispe Huanca.

Hasta este momento pueden decir: Palabrerías y más


palabrerías; nadie creía en este mensaje aun cuando el mismo
metía el dedo en la llaga, ¿por qué?, Sartre nos arroja esta
razón: “uno no cree de inmediato en lo que quiere creer; es
necesario alguna práctica”1. Poco tiempo después, aquel

1 SARTRE Jean-Paul, “El muro”, Buenos Aires: Losada, 2007, p. 239

~ 48 ~
mensaje que ya era praxis sale a flote para todos. Los rumores
corren de ayllu en ayllu, de calle en calle, pero la prensa calla
para no aterrorizar a los nietos de los que ya han sido cercados
en 1781. El silencio es rotundo, pero en tanto lo es, cualquier
pequeño sonido alarma más a los administradores del Estado
colonial. No tienen otra salida; estos se ponen a combatir al
indio rebelde.

En las épocas pasadas, las naciones autóctonas han sufrido el


sometimiento de su voluntad, no hubo derecho a reclamo en
ese tiempo ni a través del consentimiento del ocupante; la
injusticia, la violencia, el saqueo, etc., estaban a la orden del
día. La rebelión metafísica rondaba bajo el gorro y sombrero
de las y los indios. Pero la rebelión metafísica tiene límites, no
tarda en concretizarse.

Las personas, a medida que quieren explicar algo, no


meramente recurren a la reflexión, sino a otras cosas como la
literatura, la música, la religión, la política, etc. Quieren
satisfacer con respuestas a sus preguntas; muchas veces no
dan al clavo, sino que lo postergan hasta que se pierde en el
olvido y se vuelve normalidad; sin embargo, otros dan al clavo
en esa búsqueda, y puede ser la de un adolescente o un joven
en un país colonial bajo el cual existe, como el Mallku frente al
“Manifiesto del Partido Indio de Bolivia” de Fausto Reinaga.
Zambullirse en sus páginas fue para él como mirarse al espejo;
a partir de ahí: adiós al “Manifiesto comunista” de Marx y
Engels de contexto remoto.

Pero las preguntas tienen más sed, aún no están satisfechas


con el escrito de fuego de Reinaga; la búsqueda de aquel joven

~ 49 ~
se agudiza, el impulso diario a cada minuto es fatal, donde
quiera que ve, donde va, está la opresión de sus pares; mira al
indio cargando la canasta del q’ara, oye los gritos racistas de
una blanca a una empleada en medio de la calle: le causa dolor
y sufrimiento; esta experiencia le sirve como impulso.
Escucha la radio para informarse, en eso, se topa con un
programa radial que emitía una radionovela; ¡ah!, ahí está,
trata la vida y las muertes de Tupak Katari-Bartolina Sisa, la
llamarada se extiende y pasa a la realidad, en ella encuentra
personas que también viven su situación; pero estos
desfallecen en el camino. Él continua; apenas ha andado poco,
falta mucho por recorrer. En medio de carnicerías y charcos
de sangre, en 1975, durante el gobierno de Banzer conoce al
conductor de un programa radial; a partir de ello Felipe inicia
lo que él llamó: “el indio en escena”.

Con esta experiencia, la voluntad política dormitada del


Mallku se enciende en llamas para no apagarse por las
adversidades de la existencia: la difamación y el hambre que
vive su familia y la muerte de sus tres hijos no lo detienen2;
para ser claros, esa voluntad es símil al pensamiento de F.
Nietzsche: “…, el que no me mata me hace más fuerte”3.

Al verse reflejado en el escrito indianista de Reinaga, se dio


cuenta de su condición: de indio; esto implica una existencia
muy particular para los oprimidos, pues nacer, crecer bajo ese
orden colonial, es llevar cargada esa experiencia lamentable
en el presente eterno y actuar influenciado de alguna forma

2 Cf. QUISPE Huanca Felipe, “El indio en escena”, Qullasuyu: Pachakuti, 1998.
3 NIETZSCHE F., “El crepúsculo de los ídolos”, Bolivia: Latinas ed., 1999, p., 10.

~ 50 ~
por ella. Esta condición devenida en conciencia a través del
indianismo produce lo que Ayar Quispe llamó el indio rebelde.
Los aymaras nos conocimos como aymaras a través del habla
y el discurso del indio rebelde, no porque haya memorizado lo
que Reinaga dice, ni aquel y el otro, sino que ese lenguaje
fuerte y áspero es resultado de la misma vivencia bajo la cual
existe, esa es la razón principal por la que nos redescubrimos
como somos en verdad.

No es que Felipe haya optado vivir bajo este sistema opresivo,


ni ninguno de los que lee este escrito; el orden colonial ya
estaba ahí cuando surgimos. En cuanto nacimos bajo la
colonia, ya estábamos determinados de alguna forma por lo
externo como seres inferiores, como indios, en efecto. Lo
externo ya estaba dividido en dos grupos contrarios y
contradictorios. Pero validar como absoluto esto, seria anular
la capacidad reflexiva de cada persona y su constitución; El
indio rebelde es producto de esa capacidad y reflexión. Cada
uno en tanto existe se construye. Consiguientemente, el indio
rebelde no ha nacido para satisfacerse de los lujos, placeres de
lo externo; no posee bienes materiales como un q’ara o un
qamiri, solo tiene verdades de fuego que incendian, solo tiene
la voluntad libertaria que no cesa de impulsar su praxis para
eliminar lo pre-determinado que impone el sistema.

El destino que cada uno construye es negado. La negación del


sistema a las personas es constante, pero esto no basta, llega
hasta los límites de la existencia de uno, a la sobrevivencia. La
condición existencial de hoy: el indio es un constructo del
opresor, “(...) el indio es producto de la instauración del

~ 51 ~
régimen colonial. Antes de la invasión no había indios, sino
pueblos particularmente identificados”4.

El indio es una persona determinada por lo externo, no es el


individuo libre dentro de las estructuras coloniales, las
acciones que realiza son dirigidas hacia un fin. El
comportamiento y la forma de pensar son moldeados. Pero
hay algo más, su voluntad está limitada; en cambio en el indio
rebelde, el asunto ya es otro, este ha roto el esquema, quizá
solo tenga el límite de la muerte, pero no es nada raro que
también otro le reivindique después de su muerte y aun siga
en acción su pensamiento, pero su rebelión en tanto monacal
no sirve, pues tarde o temprano fracasa.

Algunos piensan que el Mallku es aquel loco maniático que


dice absurdidades, pero este discursillo solo tiene valor en el
entorno desde el cual surge; leamos: las palabras emitidas
para transmitir un mensaje vienen cargadas de la vivencia, en
este caso lo que las sensaciones nos dictan a través de lo
concreto; los opresores están partiendo desde la realidad que
ellos están viviendo. Los pensamientos de un determinado
individuo encierran una vivencia particular. El q’ara y el indio
rebelde tienen vivencias distintas y contrarias; en
consecuencia, los pensamientos que se expresan de ambos,
difieren el uno con el otro, porque en el pensamiento
interviene no solo la vivencia sino el pasado, “(...) el pasado
está presente en todo nuestro funcionamiento cerebral, y es el
fundamento de los hábitos, de los reflejos condicionados…,

4BONFIL Batalla Guillermo, “México profundo. Una civilización negada”,


México: Grijalbo, 1994, p. 121.

~ 52 ~
(el) pasado está presente en nosotros, en tanto en cuanto nos
ha hecho lo que somos”5.

El impulso del Mallku no son las lecturas, sino que, la


condición en que se halla es la que le empuja a la política; no
tiene la voluntad servil hacia el q’ara, sino que el poder de su
voluntad hace que sea un aymara que pretende libertar
despertando la conciencia externa que dormita; para esto
utiliza el lenguaje que está viviendo los aymaras: fuerte cual
viento áspero de las cordilleras, pero sobre todo demuestra
con la práctica, le habla al q’ara de frente, sin pelos en la
lengua, pero aún hay más; no le teme. Sus palabras son firmes
y seguras, es un corajudo fornido en el sentido estricto del
término; su mirada profunda anula la del opresor pues este
agacha, las dubitaciones no están para él, porque su conciencia
y pensamiento son libres. Después de ser torturado hasta las
últimas consecuencias para que delate a toda la organización
guerrillera, uno puede pensar que ya es un manso ante el
colono; pero no, sería una equivocación garrafal balbucear tal
idea, ni aun cuando se lo electrocuta en los testículos, ni mucho
menos los golpes que recibe por doquier, que intentan domar
a ese indio rebelde; se intensifica su voluntad de lucha por la
liberación. La prensa ha querido hacerle pisar el palo, hacerlo
parecer terrorista, no pudo; fracasó. Cuando se le preguntó
por qué escogió el camino del terrorismo, este respondió: “No
quiero que mi hija sea su sirvienta, tampoco que mi hijo sea su
cargador de canastas”6.

5 CHAUCHARD Paul, “La memoria”, España: Ed. Mensajero, 1979, pp. 73, 33.
6 QUISPE Huanca Felipe, “Mi captura”, Qullasuyu: Pachakuti, p. 30.

~ 53 ~
No creo que el homo politicus en su sentido estricto sea un
sujeto que actué mecánicamente, sin reflexiones para su
praxis ni mucho menos aquel llunk’u que transita de partido
en partido, sino que tiene que ver con aquella persona que
tiene un compromiso social, que cree posible poder cambiar
una realidad; ese es un político, que dedica tiempo completo,
un profesional que cabe en la definición de Max Weber.

El Mallku sobre los Andes, no es una praxis mecánica, sino que


deviene de un pensamiento, esta surge de la experiencia
particular de indio. El pensamiento se ha hecho praxis, aquello
que estaba en ebullición debajo del ch’ullu, alistando la
estocada final al q’ara; el indianista en el final del siglo XX y
XXI, cerró una época y abrió otra. No hay más indianistas, los
que sí existen son como las piedras, es el indianismo teórico,
consecuencia de la teoría del indianismo.

Pocas veces se puede ver un compromiso político hasta sus


últimas consecuencias, sino es en la consecuencia de
principios, es en la guerra anticolonial donde la existencia solo
tiene significado en tanto se destruye el orden instituido, todo
lo contrario, es no existir para el colonizado; los tupakataristas
mostraron esa actitud en 1781 durante el cerco, demostrando
que “de lo que se trata es morir matando”. El compromiso
político anula los bienes materiales e intereses particulares. El
indio rebelde no es, sino el servil a la ideología de la liberación;
no hay términos medios, se es o no se es; su derrotero es ser o
no ser, la vida y la muerte. Si en el escritor es satisfacer a la
solitaria, el demonio que tiene sed de escribir y leer porque

~ 54 ~
“exige a sus adeptos una entrega total”7, en el político ocurre
similar pasión: sacrifica a sus seres queridos, sus sueños
íntimos son echados abajo, lo que importa es constituir su
proyecto político.

El retrato que realiza Ayar sobre el Mallku es rotundo: “’el


oprimido es el oprimido’ y su lucha puede ser imparable e
incomparable cuando lo realiza por una causa sagrada,
liberadora y justa. Por lo que sí ha perdido una guerra siempre
estará dispuesto a combatir en otra y en otra… por eso, no
teme a la cárcel, la tortura o la muerte”8.

7VARGAS Llosa Mario, “Antología mínima de Mario Vargas Llosa”, Argentina:


Tiempo Contemporáneo, 1969 p. 169.
8 QUISPE Ayar, “Los tupakataristas revolucionarios”, Qullasuyu: Pachakuti,

2009, p 15.

~ 55 ~
2
COMO EL MALLKU EN EL CIELO

Le habían dado por muerto político; otros, queriendo


sobreponerse, lo acusaron de fracasado, y fue soportando
varias calumnias de los descendientes de Pizarro y Almagro;
hasta ahí todo parecía venirse contra el Mallku, que daba
vuelos majestuosos en el escenario político durante la
temporada 2000-2003.

En aquellos años, el mundo del espectáculo político,


“orangutanes” mostrando malabares al estilo de otros
extracontinentales, hacían de políticos. Los espectadores de la
pantalla chica observaban absortos los malabarismos de estos,
a veces entretenidos, pero no se daban cuenta que a su
alrededor, hermanos y parientes suyos se encontraban, aquí y
allá, enfrentados los unos frente a los otros. Los diarios cada
mañana estrenaban sus titulares a nuevos baleados y
ensangrentados; charcos de sangre llegaban a los ríos, así
como en 1781, aymaras y qhiswas habían decidido “morir
matando”. Era el horror del siglo.

De esto se sabía por demás. La generación de esa época se


despedía, narrando cuantas veces a la nueva generación en los
almuerzos, en el trabajo o cuando los recuerdos dictaban a la
lengua, sobre la condición por la que habían sido masacrados.
Pero nadie se atrevía a levantar la voz para causar rebeliones

~ 56 ~
ni encausar la rebelión contra el amo de los siglos. El miedo
rondaba por la piel de gallina, sus cuerpos se estremecían por
las imaginaciones. Habían perdido antes de batallar.

Pero ese cóndor que tenía todas las de ser olvidado, resurgía,
y a pesar de recibir amenazas de muerte, de soportar palabras
duras de los maniatados, es uno de los valientes que tiene la
verdad para romper ese enmudecimiento político; no es que
sea un simple atrevido que encara al rostro déspota, conoce
muy bien a los caudillos letrados y al caudillo mandón, sabe
quiénes son sus enemigos, conoce su terreno, cuando guerrea,
se siente como el cóndor en el cielo andino.

Todos mascullaban que jamás regresaría, ni se les pasaba por


la mente que volverían a ver los vuelos majestuosos en el
escenario político; aun después de tantas mentiras que fueron
tomadas como verdades. Muchos pensaban, por los años de
vida que llevaba, además por el hijo que fue asesinado por
escribir contra el mandarín y una compañera de vida, que
tampoco existía en el terreno físico. Aparentemente no había
las esperanzas para que vuelva. Pero NO. Se han equivocado.
Él estaba vivo y podía volver cualquier momento, así como hoy
dirigiendo un bloqueo, digno de los aymaras.

El corajudo odiado por los q’aras, hacía brotar de su boca


palabras e ideas de fuego que incendiaba las mentiras
pronunciadas por el rostro en apariencia caucásico,
provocando ensoñaciones en la indiada. Algunos mandarines
pretendían apagar el incendio dando emboscadas discursivas.
Salieron derrotados, ya que este era maestro en aquellas artes.

~ 57 ~
La bronca crecía y crecía contra el Mallku, ayer fue por los
pelados de la historia, por esos falsos chauvinistas de una
patria que no existe y hoy se repite ese odio acérrimo contra
el cobrizo. ¿Y qué esperábamos? ¿Qué sea elogiado?, no, no,
mil veces no; no se puede esperar eso ni en los sueños. Pero
¡esperen!, no concluyamos nada todavía, están pensando
enterrarlo; son los sepultureros del rebelde, seguro
inventarán algo: una calumnia. No tienen otra salida, ya lo
hicieron sus pares, es de esperarse. No quieren pasar el temor
y temblor que les provoca al recibir las palabras que quitan el
ropaje con el que se encubren, va en contra sus intereses.

A ustedes que no son los floreros, les pasa otra cosa,


experimentan frialdad al escuchar la voz libertaria. Y es
verdad, que las verdades que nos echa en el rostro son como
el agua fría, nos despierta para que no estemos adormecidos.
Así es la costumbre de la que no queremos liberarnos. No
queremos saber la terrible verdad. Entonces no es él el
problema, sino nosotros, que tenemos esa voluntad servil de
seguir como estamos: indios.

~ 58 ~
3
LIBROS, SABER Y EMANCIPACIÓN EN EL AGRICULTOR
DEL INDIANISMO

En mi adolescencia me sumergí en las obras indianistas de


Fausto Reinaga; la obra “La revolución india” (1970) me la
concedió mi hermano Marco Antonio Apaza Calle, quien a
partir de los movimientos acaecidos en 2000-2003 dirigidos
por Felipe Quispe, el “Mallku”, fue directamente influenciado
por aquel.

Recorrí aquellas páginas combativas y mi perspectiva de


mirar la existencia fue diferente, más aún cuando el Mallku
discursaba en las radios. Continué escudriñando otras obras
indianistas de Reinaga y entendí la existencia del indio. El
2006 conocí a Felipe Quispe Huanca en Cochabamba, en una
conferencia de prensa. Mi relación con este aymara
descendiente de los valerosos Quispes comenzó en ese
momento. Al año siguiente, escribí un artículo en el mensual
“Pukara”; celebré mis cumpleaños con dicho trabajo de
principiante. En el mismo órgano de difusión indianista en
aquellos años aparecieron los escritos de un tal Ayar Quispe,
con los que estaba de acuerdo. Dos años antes había leído una
obra suya, el 2005 mi padre compró un libro, “Indios contra
indios” (2003) en el mercado de libros viejos, cuando
contemplé sus páginas al azar, y tuve sed de recorrerlas, ante
aquella alegría mi progenitor sonrió.

~ 59 ~
Finalmente el 2008, conocí a Ayar Quispe frente al colegio
Omasuyos de Achacachi, era una persona que no
acostumbraba hablar. Nuestros encuentros eran raras veces
aquel año, salvo cuando tenía la oportunidad de acompañar a
su padre, y cuando entablamos conversación era netamente
de libros, así me prestó las obras de Guillermo Carnero Hoke,
Virgilio Roel, Frantz Fanon, Guillermo Bonfil Batalla, Albert
Memmi, Eldridge Cleaver y otros. Como ambos escribíamos en
aquel mensual, necesitaba sus consejos para escribir. Él me
enseñó a hacerlo; aún recuerdo sus duras críticas sobre las
contradicciones que tenían mis escritos. El 2009, nos
propusimos a escribir un libro sobre el indianismo que nunca
se consolidó, pues me retrasé en escribir y él se adelantó en la
publicación el 2011, me refiero a su obra “Indianismo”; una
vez que salió a luz pública aquella obra, publiqué recién mi
“Colonialismo y contribución en el indianismo” pero tardé 6
meses para que saliera de la imprenta.

Ayar tenía la naturaleza de ser un indio rebelde, jamás gustó


de aquellas ideas lisonjeras respecto al q’ara, fue enemigo a
muerte con los escritores blanco-mestizos que trafican con el
indio, lo indio y la ideología de la liberación, de ahí que no le
temblaban las manos para sepultarlos en sus obras; guerreaba
con la intelligentsia q’ara, con los secuaces indios sumisos,
porque estos, a diestra y siniestra, confunden al indio y lo
alejan del indianismo-tupakatarismo. Esta labor de Ayar era
incesante, no solamente en el escribir, sino en las mismas
conversaciones que teníamos.

~ 60 ~
El lazo de nuestra amistad fue en primera instancia la
ideología de la liberación, pero hay que agregarle la afinidad
por la lectura. No le gustaba que maltrate las obras que tenía
prestado, se enojaba a regañadientes cada vez que sucedía
esto; los libros de cabecera los poseía bien conservados, tres
de ellos: “Los condenados de la tierra” de Frantz Fanon, “Alma
encadenada” de Eldridge Cleaver y “La revolución india” de
Fausto Reinaga, eran sus tesoros.

¿Qué significaban los libros para Ayar? Eran armas de lucha


contra el sistema q’ara, además, un diálogo constante con
otros. Los pocos momentos que fuimos a comprar, enloquecía
por aquellos autores raros; asimismo, cuando íbamos en busca
por las bibliotecas especializadas de la Universidad Mayor de
San Andrés sobre un tema en particular, primero contemplaba
el libro y su contenido, para luego sacar una copia; era cuerdo
en el campo de recolectar bibliografía, así que no podía tener
cualquier “libraco” en su biblioteca personal.

Además, hay algo más allá en estas ideas: el saber, esa


búsqueda constante impulsada por la inquietud demoniaca;
Ayar poseía el demonio del saber, pero no el saber por el saber,
sino aquel que le ayudaba a entender la realidad concreta: la
condición de indio. Pero ¿para qué entender lo concreto? Para
tener las cosas claras, una vez despejado el caos que se
presenta desde fuera, Ayar planteaba acciones para cambiar
esa realidad desfavorable para los indios, ya que el sistema ha
sometido a los indios a un lavaje cerebral, a un no-
entendimiento de su existencia oprimida; consiguientemente,
a la vivencia mecánica y no-reflexiva.

~ 61 ~
Los libros y el zambullirse en su interior, ese no era un fin para
Ayar, las lecturas no terminaban ahí, en el puro placer. Tenía
en claro que los libros solo eran instrumentos que conducían
a las ideas y el leer conducía a pensar a partir de lo abstracto
y abstraído. Pero hay otro modo de llegar a lo concreto, y es
pensar a partir de la experiencia. Y lo que se nos presenta en
la experiencia son fenómenos, hacer reflexión a partir de todo
esto, es ser creativo según Ayar, porque son situaciones
nuevas. En una ocasión, me dijo: “Para qué vas a comprar más
libros, tengo muchos libros sin leer. Es una mentira que uno
lee toda su biblioteca, nadie termina de leer lo que uno tiene.
Mejor hay que pensar y reflexionar sobre lo que está pasando”.
Tenía mucha razón. Ahora me doy cuenta que los juicios de
otras obras sobre el indianismo en nuestro medio, eran
repetitivas, nada novedosas ni innovadoras, lo que en realidad
estaba buscando Ayar era re-crear el indianismo a partir del
tiempo actual.

Teniendo estas dos fuentes de adquisición del saber, de nada


sirve mantenerlas almacenadas en la mente; necesitamos
escribirlas para comunicarlas a otros. En realidad, el acto de
escribir nos conduce directamente a la reflexión, es un diálogo
con nosotros mismos y es una comunicación con nuestros
pares. Ayar entendía que no podíamos escribir abstracciones
teóricas de la realidad colonial en lenguaje académico, porque
eso era soporífero para los indios, eso era echar agua a la arena
y no a la siembra; los indios necesitan verdades directas que
tengan correspondencia con su vivencia, parafraseando a
Malcolm X: A los oprimidos hay que hablarles en su lenguaje.

~ 62 ~
En los encuentros en la ciudad, Ayar siempre llevaba un libro,
“(...) estoy leyendo esta obra”—decía—, o como en otras
ocasiones el borrador de algún escrito suyo; tenía el papel y el
bolígrafo a mano, sus hermanos (as) creían en su oficio de
escritor, porque la mayor parte de su tiempo se lo dedicaba a
la lectura, a la par de escribir; en uno de sus cumpleaños —
me contó con esa alegría que tenía en el rostro— su madre le
obsequió un par de guantes, su hermana un bolígrafo; este
gesto al parecer nimio, legitimó más su trabajo de leer y
escribir.

El escribir para Ayar era un acto de compromiso, no se escribe


por escribir, sino que esto tiene en primera instancia una
relación íntima con uno, ya que, si uno es indio, más aún si se
considera indio, entonces, el escribir automáticamente se
traduce en un compromiso con la sociedad colonizada;
consiguientemente, el indianista escribe para liberar a su
pueblo, no puede ser de otra forma, eso era el agricultor del
indianismo: un escritor comprometido. Entonces, escribía
para sí mismo, pero esto no se quedaba ahí; por lógica a
quienes están dirigidos esos escritos son directamente a los
indios, porque habla de ellos.

Los escritos de Ayar son combativos, esta es una característica


de sus acciones, de su modo de ser, su experiencia está
empapada con la revolución. Desde muy joven participó de
muchas acciones, como pintar paredes con la sigla MITKA; fue
fundador y militante del EGTK junto a su padre, participó en el
movimiento indio del 2000-2003. Descuidaba mucho su salud,
lo que le importaba era trazar ideas en el papel, así terminó de

~ 63 ~
escribir “Los tupakataristas revolucionarios” en medio de
fiebres y dolores al borde de la muerte.

Hay una cosa en la que coincide con Reinaga: fue un escritor


que no gustaba hacer pasar ningún error de redacción en sus
escritos. Cuidaba mucho esa parte, revisaba una vez tras otra
un párrafo, y aun así no estaba contento; en el acto de escribir
era un verdadero artesano. Creo que tuvo presente siempre
eso y en todos los aspectos. Cuando nos empapábamos de
barro y tierra en la construcción, era un verdadero contra-
maestro, que revisaba cada detalle del nivel, la plomada y la
medida, cada vez que hacía esto, a veces mostraba un error y
salía diciendo: ¡Qué Iván!

Si revisamos los escritos de Ayar hay una evolución en su


forma de escribir, precisamente en cómo lanza las ideas. Existe
una profundización en el lenguaje en que está hablando a los
indios en sus libros, y es esa manera combativa que mencioné
más arriba: el escribir era guerrear contra los opresores.

Ayar pensaba que a los indios hay que despertarles del sopor
colonial, dándoles verdades que sean de fuego, que toquen la
herida de más de 500 años de opresión, eso es lo que no
quieren nunca los opresores, porque corren el peligro de que
puedan ser cercados nuevamente. Ayar era un escritor
combativo, porque las mismas letras plasmadas en el papel
guerreaban con otras ideas; así los indios, en el momento de
recorrer por esas páginas, pueden despertar y mirarse como
en el espejo y ponerse en dinámica contra colonial; prueba
clara es su última obra “Indianismo-katarismo” (2014) donde
se ve una característica del indianismo: la guerra contra

~ 64 ~
colonial. No dudamos que el agricultor del indianismo, sembró
en sus obras ideas que harán surgir otros como él, pero sobre
todo sus pensamientos se convertirán en llama flameante, y
consiguientemente, en movimiento indio.

~ 65 ~
4
AYAR QUISPE Y LA REBELIÓN EN LAS PALABRAS

Puede que recordar sea sumirse en un determinado tiempo y


dejar pasar el presente, quizá lo más congruente, respecto al
recuerdo, sea la reflexión de las experiencias que uno deja
trazadas en los papeles, pues como se ha visto a lo largo de la
historia, las palabras en el papel han conservado las ideas de
los pensadores; si no fuera por las palabras en el papel, se
dejaría al olvido muchas experiencias y conocimientos en la
nada. La única manera de poder conocer un pensamiento,
conocimiento de un determinado ser, es a través de sus
escritos, como los escritos de Aristóteles, o en otros casos el
escrito de otro sobre aquel, así podemos conocer a Sócrates a
través de “Los diálogos” de Platón. Pero además podemos no
solo conocer el conocimiento de una persona a través de las
letras, sino que también las características de una
determinada sociedad y época, como es el caso de las novelas
y los cuentos. Hay algo más; a través de las palabras podemos
conocer el carácter y espíritu de una persona, especialmente
en aquellos que escriben con sangre9. Este es el caso de Ayar
Quispe.

9NIETZSCHE Federico, “Así hablaba Zaratustra. Un libro para todos y para


nadie”, Madrid: Sempere, s/a, (De todo lo escrito no me gusta más que lo que
uno escribe con su sangre. Escribe con sangre y aprenderás que la sangre es
espíritu) p. 31.

~ 66 ~
No dudamos que Ayar Quispe, en este tiempo, ha sido un
escritor autóctono rebelde; y es esa rebeldía que corre por sus
venas, la que está plasmada en sus libros, ¡SÍ!, estamos
plenamente en lo cierto, Ayar no dejó de ser un guerrero de las
letras; con sus escritos, como el viento fuerte de las cordilleras
del altiplano, limpia uno a uno, de rincón a rincón, a los anti-
libertarios. Pero ¿solo eso?, no, además cuando destruye a
estos chitakus del sistema q’ara, despeja la mente del indio,
dejando así debajo del ch’ullu la ideología de la liberación.

Toda la producción de Ayar siempre ha estado dirigida al indio


como tal, por eso quien recorra por las páginas de sus libros
estará en suelo firme, ya no existirá apabullado, obtendrá
firmeza de sí, se convertirá en el aymara y guerreará para sí;
eso es precisamente el aymara, que tomando conciencia de lo
que es en la totalidad colonial, deja de ser lo que había sido
hasta entonces: indio, para devenir en aymara.

En cada aseveración que nos arroja Ayar en sus libros, existe


una “verdad de fuego” que incendia la falsedad colonial que
nos impuso el blanco, ¡ah!, despoja los determinismos que nos
han hecho creer que estamos destinados a ser oprimidos y no
tener una existencia libre, sino de indio, pero escuchar este
bramido del fornido aymara: “(...) no podemos cruzarnos de
brazos ante los opresores seculares; ya que combatirlos es
proseguir la campaña que comenzaron nuestros antepasados
guerreros; si se hace eterna la opresión, eterna puede ser la
guerra”. Sí, sí, es la voz del aymara, son las palabras rebeldes
de Ayar Quispe que, al igual que otros que aman la liberación,
jamás de los jamases estuvieron vencidos por el colonialista,

~ 67 ~
de ahí que de tiempo en tiempo, de generación en generación,
existe la guerra de liberación y no parará mientras estemos
como estamos. No nos cansamos ni cansaremos de luchar
hasta lograr la liberación de los aymaras en este siglo, por eso
—en palabras de Gamaliel Churata —: “el deber de
quienes detentan la Wiphala del Inka es no abandonar la
batalla antes de la Victoria”10.

Ayar no cesó de escribir, es un aymara que sin descanso


escribió palabras que incendian la aparente calma del sistema
q’ara, para provocar la guerra total, es uno de esos escritores
que extrae la piedra entorpecedora que se encuentra en medio
del barro y el adobe, pruebas concretas son sus
escritos, provocando cual si fuera viento como en las pajas
bravas el movimiento y la melodía de guerra en los llamados
indios; cosa contraria es esto: racismo, mentira dice el q’ara al
leer sus libros, ¡bah!.

Son calumnias y a las deshonras hay que enterrarlas con


verdades.

Cualquiera que se zambulla en la producción de Ayar Quispe a


partir de sus primeras obras hasta la última, se dará cuenta
que hay una agudización sobre el colonizado, la guerra y su
liberación, la misma literatura que leía eran referente a estos
temas. La causa para que se remitiera a este tipo de
textos radica en la carencia de estos en los movimientos de
liberación.

10CHURATA Gamaliel, “El pez de oro. Retablos del Laykhakuy”, Perú: II


Festival del libro Puneño/CORPUNO, 1987, Tomo I, p. 36

~ 68 ~
Cada una de las personas son particulares, en la medida que
viven experiencias especificas; no existe otro Ayar ni existirá,
quizá haya alguien que se acerque a su tipología. Esto se debe
a la complexión personal; la experiencia de Ayar tuvo mucha
influencia de las acciones y las ideas de su padre, no es raro
que inicie escribiendo sus primeras palabras en los boletines
rebeldes de la ORAT y sea uno de los fundadores y militantes
del EGTK a temprana edad; hubo algo en Ayar, un doble
compromiso, con su identidad y con su padre. La misma
situación social, su condición que negó sus sueños personales,
la reacción frente a ella es la destrucción de aquello que le
niega para poder hacerse como se quiere; dejar el proyecto de
ser un médico, no ha sido por gana y gusto, sino por una
negación externa; la frustración condujo al entendimiento de
lo que se es en el país colonial, esos sacudimientos
proporcionados por lo externo le liberaron del aturdimiento
al que había sido sumido. ¿Acaso no es así?, vemos que la gran
mayoría en el mundo colonial no quiso ser lo que es, y dejan
ese objetivo a sus descendientes, solo son cuando el hijo o la
hija llega a ser lo que ellos no pudieron ser. Que haya optado
por la antropología, no quiere decir que sea un impulso
meramente personal, sino que necesitaba de insumos y
herramientas para entender su vivencia, esa elección era por
la necesidad social y no por la satisfacción intima; era,
exclusivamente por un compromiso con sus pares, la misma
temática en el que estaba inmerso: la violencia, es
consecuencia de la necesidad y de lo que estaba viviendo.

Necesitamos plantearnos lo siguiente para entender más: ¿Por


qué se tiene sed?, porque el cuerpo necesita de esta materia

~ 69 ~
para mantenerse con vida, y el ser vivo tiene que satisfacer
esta necesidad, de lo contrario perecerá. Jean-Paul Sartre, se
preguntaba de manera general lo siguiente respecto al tema
que tratamos: “¿Por qué se lee novelas o ensayos?”,
reformulemos la pregunta ¿por qué se lee ensayos y novelas
sobre un tema? La respuesta de Sartre nos da luces para
resolver esta cuestión: “Hay algo que falta en la vida de la
persona que lee, y eso es lo que busca en el libro. Lo que le falta
es un sentido, pues precisamente ese sentido total es lo que él
dará al libro que lee. El sentido que le falta es evidentemente
el sentido de su vida, de esa vida que para todo el mundo está
mal hecha, mal vivida, explotada, alienada, engañada,
mistificada, pero acerca del cual, al mismo tiempo, quienes lo
viven saben bien que podría ser otra cosa”11. De hecho, las
acciones de las personas vienen dirigidas por intereses e
inclinaciones y quieren ser satisfechas; a menudo en los
escritores y filósofos ocurre tal situación, pues un vacío puede
conducirles a una amplia bibliografía o a una búsqueda
interminable a través de la reflexión para llenar ese vacío y eso
se puede notar cuando se lee su producción. Pongamos en
claro. Las obras de Ayar tienen esa característica. Si se analiza
en forma general, a partir de “Los tupakataristas
revolucionarios”, “Indianismo” e “Indianismo-katarismo”, Ayar
está tratando de llenar el vacío que hay; esto es, la guerra
contra colonial. Él había puesto como elemento fundamental y
fundacional del indianismo a la guerra, ya que así había
surgido y se había mostrado en la historia, no como un mero
discurso sino en la praxis. Las cosas eran al revés, la misma

11SARTRE Jean-Paul y otros, “¿Para qué sirve la literatura?”, Buenos aires:


PROTEO, 1967, p. 102

~ 70 ~
praxis contra colonial ya estaba ahí y necesitaba un discurso
para ser legítimo, Ayar entendía la liberación así,
precisamente lo que trataba de explicar y fundamentar en sus
escritos era eso.

La clave para la liberación según Ayar, descansaba en que los


indios, una vez conscientes de la situación en la que se
encuentran, pasen a la guerra de liberación, ya que en ella se
develarían muchas cosas como quién es quién; es en esas
instancias donde el colono camuflado de descolonizador se
muestra en su condición real; así se aprecia cuando se leen los
diarios de los españoles en la revuelta de 1781-1783 y en las
jornadas 2000-2003 lideradas por Felipe Quispe Huanca. Pero
lo que escribía no era la de un escribidor de ficciones
descontento de la vida queriendo mejorarla en una novela, o
en un cuento, no era de esa calaña; él escribía la realidad tal
como se presentaba, no cambiaba el nombre de una localidad
con otro, ni el tiempo, mucho menos sus personajes tenían
otros nombres. Escribió la verdad, escribía sin tapujos. Las
ficciones no estaban para él. La tesis sobre la literatura de
Vargas Llosa, la realidad-ficción, donde los lectores se refugian
en el mundo de las letras y escribiendo en sus escritos un
mundo mejor que la que vive, solo descansa en los ensueños
trazados en el papel que pueden ser dignos de ser leídos
sirviendo como refugio para aquellos que sufren el
descontento de la externalidad; sin embargo, ello puede ser
para algunos un impulso para transformar la realidad; tengo
en claro que, entre estos dos tipos de escribir: realidad-ficción
y realidad, el trabajo de Ayar era de un militante que escribe

~ 71 ~
pensamientos que quieren liberar sin la ficción sino solo con
la realidad y a partir de esta.

En cada escritor hay una experiencia, una vivencia que orienta


el carácter de un escrito. Uno no escribe por escribir a no ser
por la vanidad, pero aun esta es un empuje para que se tracen
letras al papel; hay otras razones profundas para que uno
escriba; en el caso de Ayar, fue un compromiso con la nación
aymara.

Si cada escritor tiene una vivencia, esta se viene reflejada en


sus escritos. El escritor negro Richard Wright, por ejemplo,
trazó toda su experiencia de vida en sus novelas y cuentos;
en “Black Boy” podemos hallar como el racismo de los blancos
sobre los negros era tan soberbia y diferencial que
recorriendo sus páginas el lector puede imaginar esa vida
agria y áspera de la opresión donde había una fila de blancos
y otra de negros para tomar el tranvía12. Aquí Wright refleja su
vivencia, no puede ser de otro modo, uno no deja de estar
condicionado por su contexto; el problema que se presenta
exteriormente es tratado de entender: ¿Qué tiene que ver esto
con el tema que tratamos? En primera instancia, Ayar como
escritor y pensador, escribía a partir de su vivencia; su crítica
a la intelligentsia blanco-mestiza, en “Indianismo”
(2011) e “Indianismo-katarismo” (2014), fue fuerte para los
lectores contrarios a la vivencia de Ayar, pero satisfactoria
para los aymaras conscientes de su condición, esto producto

12Cf. WRIGTH Richard, “Black boy. Recuerdos de infancia y juventud”,


España: s/e, 1973.

~ 72 ~
de la misma vivencia: “Solo el que ha sido indio comprende lo
que es ser indio”, de otro modo solo se produce la descripción
de una contemplación. Entre la contemplación y la
experimentación hay una diferencia abismal. En mi opinión en
la descripción de la contemplación solo llega a mostrar desde
un determinado punto de vista algo; en cambio, los escritos a
partir de la experiencia pueden conmover a aquel que vive eso
que está escrito, pues habla de él; al leer las palabras rebeldes,
el sujeto que lee se observa como en un espejo, convirtiéndolo
en rebelde; José Ortega y Gasset, en un gran análisis sobre “la
escala de distancias espirituales entre la realidad y
nosotros” señala que “(...) los grados de alejamiento (de la
realidad), por el contrario, significan grados de liberación en
que objetivamos el suceso real, convirtiéndolo en puro tema
de contemplación”13, consecuentemente, “(...) en la escala de
realidades corresponde a la realidad vivida una peculiar
primacía que nos obliga a considerarla como ‘la’ realidad por
excelencia”14; en consecuencia, aquel que vive la opresión
colonial puede mostrar esa experiencia a través de las letras,
de otro modo, solo es la descripción de la contemplación, ya lo
dijo Reinaga, “Se revela al indio pero no se rebela”15, pues solo
el espíritu que es resultado de la vivenciación puede encender
la llamarada de la liberación, y esta solo es posible cuando se
vive.

13 ORTEGA y Gasset José, “La deshumanización del arte e ideas sobre la


novela”, Madrid: Revista Occidente, 1928, p. 27.
14 Ibíd., p. 28.
15 REINAGA Fausto, “La revolución india”, Bolivia: PIB, 1970, p. 455.

~ 73 ~
5
ROBERTO CHOQUE CANQUI, EL ILUSTRE DE LA
HISTORIOGRAFÍA AYMARA

Fue un inminente y brillante historiador aymara. Pertenece a


la primera generación de aymaras que trazaron con finura y
elegancia la historia de una lucha desigual. Ayar Quispe lo
recordaba como a un tipo que no se jugaba con el manejo de
datos históricos, que era minucioso, que tenía dominio en la
metodología, en las letras y que merecía respeto.

Nació en 1942 en una hacienda en Caquiaviri de la provincia


Pacajes, su padre era pongo, pero poseía el espíritu de lucha lo
que influyó considerablemente en su formación académica, ya
que le pagó sus estudios iniciales en una escuela adventista
luego de ser echados de su comunidad por rebelarse contra el
patrón en 1947. Supo salir de esa situación servil convirtiendo
sus desventajas en oro. No se victimizó culpando sobre su
condición de indio.

En su juventud trabajaba en el día y estudiaba en la noche, y


desde esa edad tenía en mente ser un “aymara letrado”, así
estudió historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UMSA.
Cuenta él mismo que andaba aislado por sus compañeros por
ser el único aymara; luego participó en la organización del
Archivo Histórico por su interés en conocer la documentación,
así fue ayudante de investigación de Alberto Crespo Rodas.

~ 74 ~
Animado por el historiador, leía documento tras documento.
Su compañera, la historiadora Mary Money, lo describe como
a un sujeto que se empeñaba en leer los documentos y que
nunca se sentaba a descansar. Lo que aparentemente lo iba a
estancar no fue sino su ventaja, a través del orden, la disciplina
y el trabajo. Así escribió libros como: “La masacre de Jesús de
Machaca”, “Jesús de Machaca: marka rebelde”, “Situación social
y económica de los revolucionarios del 16 de julio”, “Sociedad y
economía colonial en el sur andino”, “Pablo Zárate Willka y la
rebelión indígena”, “El indigenismo y los movimientos
indígenas” y con la colaboración de Cristina Quisbert Quispe,
“Líderes indígenas aymaras”, “Historia de una lucha desigual” y
“Educación indigenal en Bolivia”.

Roberto Choque Canqui no politizó la historia, supo


diferenciar muy bien el campo académico y el político, y
describiendo la historia aportaba a la autonomía de su nación
y cultura. Su trabajo desmitificó la historia oficial; derrumbó
con los insumos de la ciencia, la historia que se había escrito y
que se enseñaba en las escuelas. Él presentó otra versión de la
historia, así la creencia en personajes históricos a quienes,
cuando éramos niños, dábamos cantos, semblanzas y poesías,
quedaban en el olvido. Adiós a Murillo, Bolívar, Sucre, Colón...
Adiós a todos esos personajes postizos gracias a la pluma del
insigne historiador.

Escribió temas específicos, pero también hizo estudios


generales, como el ABC de las luchas indígenas pre y post
revolución nacional, donde el despliegue de datos, los saltos
de acontecimientos la secuencialidad en sus descripciones,
hacen única su forma de escribir. Con las explicaciones de

~ 75 ~
Choque Canqui, uno se da cuenta sobre la situación
desventajosa y difícil que pasaron los indios luchando por la
igualdad ciudadana. Situación que él revertió con su esfuerzo
y trabajo en la academia hasta codearse con colosos en la
antropología como L. Guillermo Lumbreras, o en la
etnohistoria como John V. Murra. Money tiene un recuerdo
sobre este último. Hacia 1977, “Roberto trabajaba conmigo —
narra la historiadora— en el Archivo de La Paz, una mañana a
las diez se abrió la puerta de golpe, el señor era moreno, de
cabellos negros con un terno que nunca olvidaré, era de un
color plomo, entró, no saludó a nadie, y le dijo a Roberto que
estaba a mi lado en una mesa cercana, soy John Murra,
¿podrías criticar este articulo?, vamos a tomar un café, y
salieron, fueron grandes amigos”.

¿Acaso ahora que ambos no están, toman un café en la otra


vida (si la hay), charlando sobre esto y aquello de la historia
andina?

~ 76 ~
6
UNA TARDE EN LA VIDA DE SIKU MAMANI

Primer día de agosto de 2019, el nuevo hechicero de los andes


llegó desde las tierras cálidas. El encuentro después de meses
se consolidó por fin, después del ¿Cómo has estado hermano...?
Después del Te veo más vejete, caminamos en medio de la
multitud de estudiantes de aquella ciudad joven, de
muchachos y muchachas provincianas. Aquella tarde en la
Universidad Pública de El Alto, los puestos de libros exponían
joyas literarias. Entre risas sobre recuerdos de mengano y
fulano, nos dirigimos hacia los libros. En uno de aquellos
puestos estaba Siku Mamani. Él estaba detrás de aquellas joyas
y al lado de su querida compañera.

Caminamos hacia la pareja. Saludamos alegremente y ellos


respondieron con la sencillez y calidez que los caracterizaba.

—Revísalo nomás hermano, hay buenos libros. —Dijo el


músico. Y señaló un ejemplar cuyo título era ¿Khitiptansa?
(¿Quiénes somos?) de X. Albó. Miraba todo lo que había en la
mesa, no supe qué libro llevarle, hay muchas cosas que uno
quisiera leer y según el interés que tiene, pero es casi
imposible.

—Escógete uno hermano —dijo nuevamente.

—¿Uno? —Pregunté sorprendido.

~ 77 ~
—Sí, uno. Te debo un favor, así que escoge un libro hermano —
rápidamente se me vino a la mente el recuerdo de la noche que
me pidió una redacción no sé para qué.

—¿Es en serio, hermano? —Volví a preguntarle.

—Sí, hermano. Escoge uno —respondió.

Pasó unos minutos y seguía observando. Había otros


compradores que le preguntaban sobre algunos libros de
historia, él respondía saciando cada duda de aquellos curiosos.

Aún no sabía qué elegir. Fue un gesto grandioso.

—Ya pues, escoge un, de una vez —dijo el hechicero. Y para


impulsarme me dio unos golpecitos en la espalda.

—Haber, haber, mmm... No sé qué escoger, hermano, en verdad


—Siku empezó a sonreír de repente. Me di cuenta que mi
indecisión le causaba gracia. Así de repente, debajo de su gorro
multicolor esbozaba su sonrisa picarona; sí, esa sonrisa que
siempre nacía en él después de armonizar sus sentimientos en
las cuerdas del charango.

—Con confianza, hermano —respondió nuevamente, entre


risas. Ya lo tenía, estaba ahí. Alcé el ensayo de René Zavaleta
“El poder dual”. Saqué de mi mochila un bolígrafo, entregué el
libro y la tinta a sus manos prodigiosas.

—Quiero tu autógrafo, Siku. Este momento será historia —le


dije. Agarró el bolígrafo y se puso a pensar, luego escribió lo
siguiente: Un joven intelectual con grandes expectativas.
Jallalla sarantaskakim. Luego me devolvió el libro y el

~ 78 ~
bolígrafo, y esta vez le entregué a su compañera para que
trazara otra dedicatoria. Ella escribió debajo de aquellas
palabras: Que la pacha te bendiga.

Ahora que el libro está frente a mí, pienso y siento que la mejor
bendición fueron estas líneas que escribieron. Agradecí y le di
un apretón de manos ¿Quién imaginaría que fuera el último
apretón? Ninguno de nosotros.

—No se pierdan pues —dijo, lo recuerdo bien.

En otros momentos de despedida también me decía: Hay que


hacer muchas cosas. Sus ganas de difundir por el mundo los
elementos-culturales-en-potencia de los aymaras no tenían
límites. Así había fundado el periódico Chakana, instituido el
Premio Pachakuti, el Centro Multidisciplinario Chakana Uta, el
círculo de los Mamani y el grupo musical Ayllu Chakana.

Siku Mamani tenía el espíritu de transformar la música, el arte


y a través de ello cambiar a la sociedad, así combinaba con
otros recursos tecnológicos los sonidos que había escuchado
en su niñez. Él tuvo esa facultad de oír el canto de las
montañas, de las olas del lago sagrado, de la paja brava y del
silbido del viento.

Ahora que no está y no leerá jamás esto, después de todo, solo


puedo decir que la vida nos da golpes duros que vemos venir
y los recibimos sabiendo que seremos lastimados, pero hay
golpes de los que no logramos recobrarnos, porque que no los
advertimos por su naturaleza sorpresiva. Esos son los golpes
bajos que nos anulan.

~ 79 ~
Así es la muerte de un ser querido, como un golpe bajo que no
lo esperamos y que nos anula.

~ 80 ~
7
OSCAR MARTÍNEZ Y LAS CRÓNICAS DE UNA VIDA

“Todo libro es un conjunto de


retazos..., todo hombre es una
serie de retazos de sus
antepasados”
R. W. Emerson, “Hombres
simbólicos”.

Decía el pensador y poeta Henry D. Thoreau, que “(...) si un


hombre no va al mismo paso que sus compañeros, tal vez sea
porque oye el redoble de un tambor diferente. Dejadle al son de
su música que oye, sea ella rítmica o lejana”, quizá este
pensamiento retrate la diversidad de representaciones de las
personas y que cada quien va a su paso, a su ritmo, no hay
motivos para unificar la marcha de las personas.

Pero, así como la diversidad de caracteres, de pasos, de ritmos


de cada persona en el mundo, en cada una de ellas existe
también una diversidad que constituye una unidad. Así es cada
cosa. La música de fondo con que escribo, también está
compuesta de tonos, de ritmos, suenan de manera secuencial
y conforman una totalidad.

Las personas, sí, las personas. Cada quién con su vivencia, con
su experiencia, retazo tras retazo, van conformándose a diario.
Algunas que perduran en el tiempo y otras que tratan de
sobrevivir a través de la oralidad; digo esto porque asumo que

~ 81 ~
cada vida es un libro, un libro diverso, con contradicciones,
pero un libro vivo.

Sería interesante que cada historia de vida devenga en un libro


escrito, así permanecería en el tiempo para otras
generaciones, o de lo contrario, para el olvido. En la novela
Fahrenheit 451 de Ray Bradbury sucede lo contrario, una
persona no se torna en libro sino el libro se torna en persona,
porque en la sociedad descrita por Bradbury, el libro está
prohibido, así un libro regresa a su punto inicial; en una
persona.

Si todas las personas se dedicaran a escribir, contarían su vida;


sin embargo, no todos asumen el oficio de escribir, de tal
modo, no sabemos cuántas historias interesantes se quedan
en la nada o se pierden para siempre. Lo poco que conocemos
lo llevamos en la mente, unos porque nos lo contaron y otros
porque los leímos. Así cada historia personal cobra vida en
cuanto es narrado a otra persona, al papel, o en otro caso,
cuando el lector revive una vida ajena al leer un libro.

Oscar Martínez, el lluqalla jailón, hizo posible que su vivencia


sea leída por el lector; una vez sumergido en sus páginas, uno
revive la vida azarosa del autor, por suerte no hay
prohibiciones de lectura de un libro de este estilo, como
sucedería en el Fahrenheit 451.

Los escritos son crónicas que describen la existencia de


Martínez, cuya colección está bajo el título: “Crónicas del
llokalla jailón” (2019). El título del libro es llamativo,
transgresor y llama la curiosidad de quien está al lado.

~ 82 ~
¿Llokalla jailón?, la pregunta ronda por la mente del pasajero.
Uno piensa que es inaudito; sin embargo, representa la
multiplicidad de vivencias descritas y narradas en cada
página.

Así como la existencia de una persona es diversa y a la vez


contradictoria, hay unidad en ella, y eso es precisamente lo
que es uno y va haciéndose a cada segundo, y a cada tic tac del
reloj, se torna en otro. En cada crónica Oscar Martínez,
paraliza un determinado tiempo; en esas hojas ahuesadas, uno
puede leer un extracto perenne de su existencia particular. Lo
que por cierto puede llevarnos, según el interés o necesidad de
cada lector, a diversas descripciones, como la existencia del
migrante, del muchachito que es obligado a leer y resolver
ejercicios matemáticos, del niño que pierde su idioma por las
prohibiciones de la directora y que llora porque no puede
nombrar las cosas con otro idioma, del hombre perseguido por
sus actos inconscientes y que trata de desfogarse de ellos,
narra como si el papel fuera el doctor Sigmund Freud, que
atiende u oye las voces del vagabundo, del maleante, del
enamorado, del bachiller que busca estudiar Derecho y que
por el azar del destino termina cursando Psicología; en
síntesis, la existencia del lluqalla jailón.

UN GRANUJA

El pequeño ser apenas tiene tres meses y ha empezado a


viajar. Viaja en los brazos de su madre adolescente cuyo
destino está escrito en un retazo de papel. No son los únicos,
ni del lugar ni en el tiempo, hay muchos quienes escapan de la
vida rural en busca de mejores oportunidades y por varias

~ 83 ~
razones. En el espacio urbano la situación es difícil, mucho más
difícil para todos los que escaparon de la miseria y, por
supuesto, contrario de lo que habían imaginado al partir.

Pronto el muchachito se topa con las dificultades de la vida y


descubre muchas cosas. El pequeño filósofo observa el mundo
de una manera diferente a sus mayores. No se libra de la
tragedia de Sófocles, ni de las definiciones que ha dado Freud
de ella (de la tragedia, se entiende). Como algunos seres, posee
un Complejo de Edipo, el recuerdo de su padre le persigue,
está en los sueños y en las crónicas que escribe.

Teme, sí, teme al padre, al padrastro, al coronel, a la


directora..., no hay refugio alguno para el niño, quizá los únicos
lugares seguros para sí los ha encontrado en su madre, en
Maritza (aquella mujer que ha sido su verdadero padre) o en
los libros y en la literatura. La sociedad está contra el niño,
peor aún si el muchacho balbucea un idioma diferente y todos
le miran sorprendidos, hasta negarle su manera de interpretar
y entender el mundo. Así fue creciendo y perdiendo su
quechua como el miedo, hasta pensar como blanco y hablar en
serio. La directora de la escuela le ha negado su idioma, las
risitas cojudas y las miradas de desprecio, también. Ha llegado
a creer que el serrano es cara de borracho. La situación
económica social de ese entonces ha influido en su
constitución, no solamente de él sino de toda una generación
de migrantes. Negación tras negación, la felicidad consistía en
parecerse y pensar como blanco.

Adolescente y rebelde, el muchacho es acusado de todo y de


nada, nadie cree en él, solo un tío y porque le tenía fe, lo

~ 84 ~
aprecia demasiado y le hace caso; para los demás el lluqalla es
un maleante, mañudo, asalta borrachos, delincuente de poca
monta y una vergüenza familiar… Un granuja. Alguien que no
encuentra un lugar sino en aquellos raleados y poco
entendidos. Con ellos quiere cambiar el mundo, dar a la
desposeída ayuda. Escapan de las aulas para toparse con la
sociedad establecida y así las circunstancias van
convirtiéndoles en “delincuentes”; sí, en aquello que no
pensaban ni planearon ser.

Alcohol, cigarros, bares de mala muerte y experiencias


juveniles, he ahí el mundo de Oscar Martínez. Víctor Hugo
Viscarra está al otro lado, en el mundo del hampa. El lluqalla
camina entre el límite del hampa y la familia, como si estuviera
andando sobre una cuerda. Describe en las crónicas ese límite,
no está sumido en el mundo de Viscarra, pero sí coincide en
algo con él: escribe sobre su experiencia, no en relatos
testimoniales como lo hacía el autor de “Borracho estaba, pero
me acuerdo”, sino en crónicas.

El mundo que vive Martínez es riesgoso, más riesgoso que el


mundo de un jailón. Hay ocasiones que recibe pateaduras y
cabezazos, experimenta riñas y peleas; pero, sobre todo,
observa la muerte en varias ocasiones, de sus familiares, de
sus amigos, y eso es precisamente lo que le cambia y le invita
a pensar en el sentido de su vida. No solamente la muerte, hay
ratos en que la soledad monacal de viajero, le invita a
examinarse y a disecar sus dolores, asumiéndolo como un
pasado que no da temor.

~ 85 ~
El estudio le ha costado un ojo de la cara. Educarse y tener una
profesión, en vez de sacarle de la miseria le ha vuelto
doblemente mísero; endeudado, todo un vago y sin empleo, su
existencia se torna en un no-tener, “no tenía casa, tesis, plata,
novia por quien sufrir, amigos dispuestos a beber un martes por
la tarde”. No tiene nada. Si en un inicio de la vida universitaria
le hace feliz pensar como blanco y hablar en serio, la idea le
lleva al parecer dejando el ser. Se mimetiza. Pero ello no es
absoluto, tarde o temprano la idea se derrumba, pronto el no-
tener le afecta aún más. Sí. Está frente a la nada. Por poco el
abismo de la nada le embota y se lo traga; pero no. Sale de la
mierda y por fin logra su objetivo: Psicólogo Social.

LAS CRÓNICAS DE UNA VIDA

Hay una diversidad de experiencias en las crónicas de


Martínez, diferentes entre sí. En todas ellas salta el tema de la
dicotomía entre lo jailón y lo indio, a veces el autor está en un
lado, en otras ocasiones en el otro, pero muchas veces vive en
el límite fronterizo de esos “dos mundos” aparentes. Y al fin
vive entre la interacción de ambos; el resultado: el lluqalla
jailón. Ni lo uno ni lo otro. Ambas cosas. Pero no hay que
confundirlo como el ch’ixi de Ch’ixipampa, porque no tiene
nada de eso. A través de sus crónicas muestra la complexión
de lo que es ahora, un Oscar Martínez que no acepta el
pachamamismo, ni el discurso modernista de H. C. F. Mansilla
que son contrarios a las tradiciones culturales de los Andes. Él
cree en la ch’alla y en los mitos profundos muy bien descritos
por el filósofo Guillermo Francovich.

~ 86 ~
Otro de los temas que aparece como una constante en la mayor
parte de las crónicas de Oscar Martínez es el kolla, el indio y el
lluqalla. Observa y recuerda lo observado (como etnógrafo),
los aspectos cruciales de la migración, la existencia de
migrante frente a una ciudad que le observa con indiferencia,
manteniéndole en la diferencia y el estigma.

En Mi papá y mamá, Margarita (“la papá de verdad” de


Martínez) le habla en quechua sobre su pueblo y los muertos,
e incluso le enseña a armar mesas del día de difuntos. En El por
qué y el para qué, el lluqalla que aún no es jailón describe las
relaciones coloniales entre los sujetos sociales pertenecientes
a diferentes estratos, el sujeto racializado se vislumbra ahí
cuando está haciendo fila en medio de las muchachas rubias,
el lluqalla que “piensa como blanco y habla en serio”,
experimenta “la mirada de desprecio por un lado y por el otro
la mirada más paternalista que pudo haber sido vista”, ¿acaso
era el hazmerreír del día? Probablemente. En La Escuela de
México, el autor resalta las representaciones que se les dan a
los personajes históricos como Murillo y Katari en el aula y
retrata a la profesora Chepa y las explicaciones que daba sin
éxito sobre la historia no-oficial en ese entonces. En Fernando
el inexistente, también saltan a la vista los procesos
burocráticos de los trámites de nombres errados del tan
odiado tinterillo a los que tienen que enfrentarse los
denominados indios; viaja hasta el lugar de origen, y en el
camino experimenta el conflicto de wiphalas y fusiles de los
bloqueadores. En Amaneceres indios, vuelve al tema del
estigma, esta vez, la directora acusa al niño de huraño, por no
acusarle de indio, así Martínez entiende una parte de su vida.

~ 87 ~
La Crónica de la ciudad de Tarija, es quizá una de las mejores
escritas por Martínez, no solo porque tiene los recursos
verbales en la forma sino porque también al leerlo el lector se
percata del fondo; puede un escrito tener todos los recursos
del idioma y los elementos del género literario, pero muchos
de ellos carecen del espíritu del escritor, y no es el caso de esta
crónica, porque posee los recursos literarios, la buena
escritura y la descripción de la experiencia. Como en las
anteriores crónicas, también aparece ese “colla cochino” hecho
el gringo, como siente y piensa Martínez a partir de la mirada
de los otros. En Villas y muertes, así como en Siete imágenes,
aparece el tema religioso, el mundo del p’axpaku, del yatiri y
las supersticiones de la sociedad andina, aspectos culturales
que sobreviven y acompañan las dinámicas e interacciones
sociales.

Él y el mundo. He aquí el asunto central de las crónicas de


Oscar Martínez. Es el cronista que describe su entorno, los
lugares, las personas, los sueños, en una palabra, su existencia.
Hay una relación estrecha entre el hombre y el mundo, de
hecho, el filósofo Max Scheler, en El saber y la cultura, definió
esta relación aduciendo que “la totalidad del mundo está
plenamente contenido en el hombre como una parte del mundo.
Las esencias de todas las cosas se cruzan en el hombre y están
todas solidariamente en él”.

Si la totalidad del mundo está contenida en el hombre, ese


contenido sustancial es reelaborado por las reflexiones y
puestas en orden, lo que nuevamente sale al papel como un
resumen, en este caso, como una crónica. Las descripciones
que hace Martínez, en ese sentido, son reelaboraciones del

~ 88 ~
mundo que él ha visto y vivido, y ello es precisamente lo que
mantiene fresco a sus escritos. No es como leer un libro de
historia, que relata y retrata un hecho histórico, donde la
descripción gira sobre algo pasado; en cambio, las crónicas del
lluqalla jailón dan la sensación de frescor y que parecen ser tan
actuales, tan presentes, que las experiencias contadas de
varias edades por las cuales pasó, adquieren vida.

Las Crónicas del llokalla jailón reflejan la diversidad de


experiencias vividas por Oscar Martínez, la síntesis de lo
diverso es él, así se ha ido formando, experiencia tras
experiencia, retazo tras retazo, así se hizo lluqalla jailón que
va a su paso, al son de su interior. Y si queremos oírlo,
pongámonos cómodos, respiremos profundo y leamos.

~ 89 ~
8
MACUSAYA Y LAS BATALLAS POR LA IDENTIDAD

Las calles ardían por aquel año (2003), las balas y los gases
lacrimógenos dispersaban los grupos que bloqueaban en
todas las esquinas; las voces que se oían eran de llanto, de
protesta y de esperanzas. Eso se oía en los relatos de las radios,
eso se observaba en la pantalla chica de blanco y negro que
teníamos en casa. Por esos mismos años en las comunidades
rurales, cada quien empuñaba un fusil, una q’urawa, unos
palos, unas flechas… Septiembre de 2003, la Plaza de Warisata
estaba atestada de comunarios, muchas personas
encapuchadas portaban el legendario máuser de la guerra del
Chaco, algunos con los rostros absortos, preguntaban por los
desaparecidos, los adolescentes también.

Carlos Macusaya, el cobrizo barbilampiño por entonces,


también se fogueaba en la ciudad de El Alto, se dio cuenta
sobre los procesos de lucha que acaecían, sobre las diferencias
marcadas por el Estado colonial, diferencias entre indios y
q’aras, pero a la par, notó que ciertos grupos de indianistas y
kataristas habían iniciado anteriormente la lucha por los
derechos al Estado colonial, el derecho que tienen como
nación; no obstante, en ese fogueo del que tantos fueron
partícipes y correteaban en medio de las balas, de los gases
lacrimógenos había otro bando, los nietos de los patrones de
nuestros padres y abuelos, y estos balbuceaban en las calles:

~ 90 ~
¿Qué quieren estos indios de mierda? Macusaya, escuchó esas
palabras agrías cuando protestaba marchando en El Prado
paceño.

La situación caótica, de batallas y muertes se había calmado


con la asunción del presidente de origen “indígena”. Las cosas
se habían volteado, los indios que eran odiados y todo lo que
les relacionaba, ahora estaban de moda, todos querían ser
indios, todos buscaban sus raíces ancestrales, los bicheros o
los cazadores de gringas estaban en auge. Y de repente esa voz
y el rostro que se petrificó en la memoria de Macusaya,
reaparece, ahora le inquieta, le molesta, sabe que esa
hipocresía contiene algo: instrumentalización. No está de
acuerdo con ello y socializa todos sus pensamientos en los
debates públicos, en la lucha de ideas “cara a cara”; no es
suficiente. Necesita hacer algo más. Escribir. Sí. Escribe
algunos garabatos que los guarda hoy, pero los garabatos aun
no son suficientes, necesitan ser publicados.

El inicio de todo siempre es difícil. Macusaya caminaba una


hora cada día, recorría desde las laderas de Villa Fátima hasta
la Universidad Mayor de San Andrés. En el trayecto pensaba
las ideas que iba a escribir. El bibliotecario se había hecho
amigo suyo; a veces tomaba prestado un libro, en otras
ocasiones la computadora y cuando sucedía eso, tecleaba cada
letra frente a la pantalla ajena, así letra tras letra, palabra tras
palabra, formaba oraciones dando a luz a sus escritos.

En otros tiempos, se encontraba detrás de varios libros


tendidos en el piso, libros malditos para el q’ara, folletos
digeribles para principiantes, obras pirateadas. A su alrededor

~ 91 ~
había personas de todas edades que le escuchaban y debatían
sobre el destino del indio y observaban aquellos objetos que
contenían signos en sus hojas. Esos libros tendidos sobre un
nilón, se asemejaban a una fogata que ardía en plena noche,
alguna de estas personas le compraba el fuego para iluminar
su camino y los demás se acercaban para iluminarse y
calentarse un momento. Macusaya, hablaba y a través del
habla transmitía lo que había leído; así se hizo orador, de esos
que, de su boca salen ideas con esa rapidez alucinante, que
muy pocos saben seguir.

A Carlos Macusaya, porque escribía y hablaba con la rapidez


de liebre, muchos no le entendían, y empezaron a desconfiar
de sus ideas sobre el indio, lo indio, el pachamamismo, las
pachamamadas y los pachamámicos… No le importaba la
desconfianza que le tenían, solo escribía; tomaba poca
atención a las críticas; era lo de menos, él escribía al calor del
escenario político e impulsado por la pasión de escribir,
escribía lo que no se decía, pero que se observaba y se oía bien
para los demás. Quería denunciar la hipocresía de quienes en
el pasado odiaban a los indios y que hoy esos mismos hacen de
paternalistas y maternalistas.

Después de Ayar Quispe, Macusaya es uno de los escritores


indianistas prolíficos. Es verdad que ambos no tuvieron la
oportunidad de entablar un debate; sin embargo, tras el
asesinato de Ayar, Carlos le dedicó un pequeño escrito en vez
de llevarle flores en su entierro. Ambos desde sus sitios, tan
cerca y tan lejos, escribían a su manera. No podía ser de otro
modo, cada quien trataba de desmontar y explicar el
indianismo, el katarismo; en fin, al indio en el mundo colonial.

~ 92 ~
¿Acaso escogieron nacer en este tiempo y en este contexto
social? No. La historia, la condición de indio, les dieron una
condicionante para dedicarse a escribir sobre los temas que
ambos sufrieron en carne propia: la racialización.

Han pasado años, parece ser ayer, pero es abril de 2019. Sobre
los papeles se halla el libro inédito de Carlos, “Batallas por la
identidad” (2019) ayer entre esos papeles estaba “Indianismo”
(2011) e “indianismo-katarismo” (2014) de Ayar Quispe,
escritos que tratan de sistematizar las ideas sobre la realidad
colonial y que, medio siglo atrás, Fausto Reinaga había
dedicado toda su vida. Hay temas comunes en los papeles
inéditos, de hecho, los autores también tienen una cualidad
común, la experiencia de los escupitajos racistas que vieron y
experimentaron en la ciudad colonial, en esa ciudad de calles
mugrientas de desechos que causan un olor nauseabundo,
barridas y recogidas por unas caras morenas, tan morenas
como el color de la tierra, tierra que en un tiempo les dio de
comer, ciudad de paredes, de edificios edificados por manos
callosas, en cuyas esquinas o en los bancos de dinerales,
gendarmes de cuello moreno quemados por el sol, resguardan
la riqueza robada.

Los libros inéditos (ahora publicados) de Macusaya y Quispe


hablan de esa realidad. De las diferencias sociales
establecidas, del indio y lo indio, de la división social del
trabajo a partir del color de la piel, de los procesos e intentos
de libertad, de los fracasos, contradicciones y mixtificaciones,
de las políticas de Estado que se asemejan al sopor en el cual
existen los denominados indios o indígenas, cual vida

~ 93 ~
mecánica, donde quizá el único sentido es sobrevivir, salir
adelante sea como sea.

El autor de “De dónde venimos los cholos” (2016), sentenció


sobre el nuevo libro de Carlos: “a Macusaya hay que leerle con
los sentidos muy abiertos y con la expectativa que uno puede
deparar a experiencias llamadas a remover lo que sabes y lo que
eres. Terapia, psicoanálisis y ayahuasca. Hay quienes sentirán
que no son los mismos después de conocerlo. Uno puede entrar
a este libro como un cholo paria de la ciudad y salir de él siendo
un indio en busca de su destino”. Sí, es verdad. La descripción
de Marco Avilés es tan cierta que los cholos que lo leen salen
tan indios que empiezan a reconstruir su pasado para
legitimarse y buscar su destino, tal como había proyectado
Reinaga, pero en otros casos, salen siendo aymaras o quechuas
que dejan de ser indios y arrojan el oprobioso denominativo
para seguir con su existencia como cualquier ciudadano del
mundo. Macusaya, con sus libros, convierte al cholo en indio,
convierte al indio en aymara. Indianiza así como
desindigeniza.

“Batallas por la identidad” de Macusaya, proporciona una


apertura al debate sobre la identidad, la racialización y los
procesos políticos que se suscitan hoy. Un mérito de esta obra
es que los racializados nos demos cuenta que también
reproducimos ese racismo en la vida cotidiana sin darnos
cuenta de ello, el mero hecho de que nos distanciemos o
evitemos debatir con los otros, evidencia esa reproducción,
Macusaya reflexiona en cómo funciona el racismo, la manera
en que uno se identifica y lo identifican.

~ 94 ~
Asimismo, la obra expone las experiencias históricas e
ideológicas de otras generaciones y a partir de ello, observa y
describe los nuevos procesos políticos, sociales y el papel que
se da a los “indígenas” y lo que se oculta en esa retórica y hace
un llamado a “dejar los papeles exóticos y el juego de
victimización”; no se confunda con la “llamada de la tribu” que
tanto criticó Mario Vargas Llosa, Macusaya también está en
desacuerdo con la subordinación al brujo o al cacique
todopoderoso.

En fin, Macusaya ya no es el mixtificador de aquellos años al


que una vez criticamos desde la ortodoxia, ahora es el des-
indigenizador. Queramos o no, el aporte de sus reflexiones en
este libro, no es la polvareda que asfixiaba; sí, todo lo
contrario, hay una madurez en la capacidad de abstracción y
su mérito más grande es tratar de entender el presente. He ahí
la diferencia.

~ 95 ~
9
“NO HAY RACISMO, INDIOS DE MIERDA”

El ensayo fue censurado en las redes sociales, el primer diseño


de la tapa fue denunciado y en los comentarios muchos
aducían que el título era racista. Hablar sobre el indio
supuestamente era vetusto y arcaico, que no correspondía a la
época y que debería ser almacenado en los archivos de
historia.

Lo que era un tema que no se tocaba más, salía a flote


nuevamente en las calles; las pequeñas noticias sobre las
pateaduras que habían recibido mujeres de pollera, las
agresiones físicas, las voces discriminatorias en pleno
movimiento contra Evo Morales y la estigmatización a toda
persona que se parecía al indio que gobernaba, estaba de
moda. El racismo no había desaparecido.

La situación no quedaba ahí, el racismo de las redes sociales


saltaba a los medios de comunicación. Así llamar horda a un
movimiento social era tan normal que hasta los mismos
darwinistas criollos de finales del siglo XIX se habrían
alegrado.

Palabras como salvajes, hordas, terroristas, delincuentes, en


fin, “indios de mierda”, se usaban para identificar a los
movilizados por la quema de la wiphala; pero esta usanza,

~ 96 ~
para sus empleadores, no eran palabras denigrantes ni mucho
menos racistas. Esta vez el problema del racismo era negado
por los mismos racistas.

El nuevo fenómeno expresado muy bien en el título del libro


de Carlos Macusaya, “En Bolivia no hay racismo, indios de
mierda”, no había sido analizado; de hecho, era esquivado para
no tratarlo con seriedad por muchos intelectuales de
izquierda y derecha, así el problema del racismo, seguía su
curso normal.

Ningún intelectual se atrevía a meter el dedo en la llaga,


porque no sufrían el racismo, no eran los sujetos racializados,
no eran parte de los salvajes ni de las hordas que bloqueaban
las calles. Por lo que no tenían la necesidad de manchar sus
reputados títulos académicos con temas que consideraban
caducos.

El libro inició como un artículo coyuntural y fue escrito a


velocidad de liebre altiplánica. En la medida que Macusaya
reflexionaba sobre el tema, las hojas se llenaban letra tras
letra, hasta que el pequeño escrito cobró musculatura y forma.
No es una investigación académica sino un ensayo donde el
sujeto racializado reflexiona a partir de su experiencia
personal, así los recuerdos de la infancia y la adolescencia
sirven para demostrar algunas características de la
racializacion en la sociedad boliviana.

Como “analista callejero”, no fundamenta sus ideas en


especialistas en temas de racismo, diferencia y estigma, le ha
dado adioses a Wieviorka, Goffman, Memmi, Mbembe...

~ 97 ~
Entonces nos encontramos frente a un subalterno que escribe
a partir de su vida y su experiencia ¿Cuánto tiempo pasó para
que el indio escriba sus reflexiones? No mucho. No obstante,
desde que el sujeto racializado asume la escritura, se sirve del
escribir para liberarse, para salir de las mixtificaciones y para
denunciar su situación. Eso es lo que hace Macusaya en el
ensayo, denunciar a partir de sus análisis el racismo negado
de los racistas.

“En Bolivia no hay racismo, indios de mierda”, parte de una


explicación general sobre las ficciones de raza que se
construyeron en el imaginario social y que han adquirido
legitimidad y “naturalidad”. La clasificación racial y la
jerarquía social a partir del color de la piel, eran razones
suficientes para justificar una explotación, dominación y
discriminación. Macusaya desmitifica esas ficciones de raza,
señalando que no hay razas y que el racismo es una
construcción social y que se reproduce a través de un orden
social.

Este mismo orden social regulará la división racializada del


trabajo, por lo que, el trabajo manual será para los indios y el
intelectual para los no-indios. Lo que consecuentemente fijará
la construcción de identidades. Así el proyecto del mestizaje
del nacionalismo revolucionario, para Macusaya, no es más
que una retórica para encubrir las diferencias sociales y para
justificar la bolivianidad; el indio en este caso, solo sirve y
sobrevive como folklore.

En el orden social establecido hay movilidad y dinámica de


grupos sociales, los individuos se movilizan de un espacio a

~ 98 ~
otro, de lo rural a lo urbano, se acercan lo más posible de la
periferia al centro. El imaginario que se establece es que lo
rural y la periferia son el lugar de los indios, lo urbano y el
centro de los q’aras. Los indicadores de racialización son tan
evidentes hasta en el mismo espacio en el que está asentado
un individuo, hasta en el orden de migración, de vestimenta,
de profesionalización…

Macusaya señala que eso no es todo, que, a partir de ese orden,


existe la idealización desde la ciudad sobre la vida en el campo;
es decir, el lugar de los indígenas puros, que no están
contaminados y que son la esperanza de vida y: ¿Qué de los que
migraron del área rural al área urbana? Bueno, estos son los
impuros y los manchados que han perdido su pureza, por lo
tanto, no son indígenas, y si estos inician a politizarse para
denunciar el racismo, los únicos racistas suelen ser ellos. Esto es
importante, porque es un juego del mismo imaginario
construido por las élites del país. Carlos señala que, “en un
afán ‘pro-indígena’ en este ejercicio de definir quién es o qué
es indígena suele ser motivo de controversia aquello que se
toma como muestra o evidencia de autenticidad, de pureza
cultural o de virginidad cultural. Se pasa así de la ‘naturaleza
racial’ a la ‘naturaleza cultural’ donde el racismo es menos
ofensivo”. En ambos casos el racismo deviene en su doble cara,
el violento y el pasivo, pero en fin, racismo.

Si el racismo menos ofensivo es sutil, el racismo ofensivo


identifica al racista. Así, en tiempos de tranquilidad social, el
indio es el buen salvaje, pero en tiempos de conflicto es la
horda, los salvajes, los delincuentes. El último carácter implica
la politización de la sociedad racializada, porque la disputa

~ 99 ~
pone en evidencia “la igualdad de los ciudadanos”. Macusaya
es categórico en esto: “la situación de tensión por la disputa
llega a un momento en el que pasa de la confrontación
discursiva y simbólica a la movilización”, es en estas instancias
donde los artificios del lenguaje racista se ponen más claros,
pero en la medida que los racializados demandan y condenan
el racismo la famosa frase en Bolivia no hay racismo, indios de
mierda, encubre el carácter racializado del conflicto.

Sin duda, con este libro Macusaya nos ha echado agua fría para
retomar el tema del racismo en los análisis sociológicos, pero
sobre todo, ha metido el dedo en la herida que nos aqueja a
todos.

~ 100 ~
10
LOS DESERTORES DE “SEÚL, SÃO PAULO”

Hubo una década cuando se escuchaba: Wewa wuliwya,


wuliwya, wuliwya..., liwya, wya... Era el eco de campesinos que
marchaban frente al nuevo presidente Paz Estenssoro, en
1952. Campesinos y obreros con fusiles aún humeantes daban
gritos de victoria. No tenían el verbo, no escribían ni sabían
leer, pero balbuceaban las frases dictadas por sus amos.

Hasta ese entonces no existía poeta que cantase los dolores de


esa multitud.

Tres décadas más tarde, en medio de los mudos y bajo la bota


militar, un poeta cantaba los versos más hirientes y era símil a
los sonidos que producen las pajas bravas frente al viento,
pero era un canto en el desierto: aquellos mudos también eran
sordos, y así Rufino Paxsi pasó desapercibido.

Luego silencio. Hubo un largo silencio. La literatura era para


pocos. Solo un sector privilegiado disfrutaba de las delicias
que prodigaba el arte, los demás apenas tenían un pequeño
estante o una caja de cartón que refugiaba colecciones de
libros escolares, Condoritos, almanaques Bristol, afiches de
partidos políticos, hojas de carpeta, folletos...

Aparentemente nada iba a surgir. El silencio seguía su curso.

~ 101 ~
En los desfiles y marchas se escuchaba todavía el wewa
wuliwya. Millares de indígenas llenaban los cuarteles. Servir a
la “patria” se había vuelto un orgullo.

Solo después de mucho tiempo, aquellos que inundaban las


calles prohibidas, pisando suelo empedrado y refinado, esos
que no sabían leer ni escribir, habían logrado el verbo para sus
nietos y biznietos.

En sus años de niñez, Gabriel Mamani Magne vivió en el barrio


de migrantes La periférica. Frente a su casa todavía existe una
vista panorámica de la ciudad; detrás, en una cima, se
encuentra aún la cancha áspera, de la cual, cualquiera sale
empolvado hasta las narices o embarrado hasta los oídos.

Si tomamos en cuenta sus cualidades, podemos esquematizar


una tipología de escritor. Siendo niño buscaba el silencio.
Adquirió el amor a la lectura y a los libros por el silencio; algo
más, durante sus estudios en la secundaria, el muchacho
agregaba libros a la lista de materiales escolares, lo que
evidencia que la educación era deficiente y desde ya la cultura
a los libros era extraña en la sociedad boliviana. Es raro ver a
un estudiante pedir libros a sus padres sin que ellos lo sepan;
como se observa, estaba atraído por la lectura, pero también
estamos frente un adolescente que todavía no estaba
domesticado por la sociedad, que todavía era libre y fresco en
sus reflexiones.

El adolescente tenía esas potencialidades. Siendo estudiante y


con 16 años fue testigo de los conflictos sociales de Octubre de
2003. Ha observado a sus pares apedrear al Palacio de

~ 102 ~
Gobierno. Ha oído los sonidos estridentes de la balacera entre
militares y policías, ha observado la represión y gasificación a
los campesinos y a obreros que protestaban en las calles. Se ha
enterado de las muertes en la ciudad de El Alto. Hasta cierto
curso de la secundaria cumple con sus obligaciones.
Observamos que le va bien con los libros, ha experimentado
de cerca la crisis política y el momento constitutivo del país
racializado; sin embargo, le falta cumplir algo más, el servicio
militar obligatorio. No hay otra salida, opta por el servicio
premilitar.

Una vez inscrito, básicamente choca con todo el mundo


militar, con su autoritarismo, machismo, homofobia, arcaísmo,
con sus deberes, con su mofa y con todas las reglas de juego.
Al fin se rebela. No puede soportar más las charradas de los
orangutanes y renuncia a la obligación que le ha encomendado
la “patria”.

La sociedad quiso moldearle a su gusto, a través de maestros


que le encasillaban a la tipología del ciudadano que se odia a
sí mismo y con el servicio militar para ponerle el orgullo
patriotero. No lo lograron. El muchacho ha escapado. Es un
desertor, un bribón para los demás.

Estudia leyes, el mundo de los abogados también le da asco,


pero culmina la carrera, la tortura acaba con la defensa de su
tesis. Ahora busca una carrera más reflexiva, no filosofía, ni
literatura, ni ciencias políticas; de hecho, siente repugnancia
frente a los actores políticos. Se inscribe en la carrera
sociología, cursa dos años, en ella también encuentra una
sequía.

~ 103 ~
No bastó que sus opresores le hayan quitado su cultura hasta
volverla folklore sino también su idioma nativo. Despojado de
su forma originaria de pensarse, Mamani, asume el idioma de
los españoles, escribe bajo sus reglas, pero esperen, escribe
para tomar conciencia de lo que le sucede. Su narrativa no está
en Europa, no está en las nubes, porque describe el
sufrimiento, la lucha, las alegrías, las conquistas, los dilemas
de las pieles morenas. No escribe sobre la señorita de Calacoto
ni los romances de un hacendado en los andes. ¿Qué
esperaban? ¿Que escriba sobre lo glamuroso del mundo
señorial, las galanterías, los amoríos de aquellos, que le negó
su idioma? No, no. Menuda creencia.

Pertenece a esos escritores que escriben para saldar con


aquello que les inquieta. Usa en su narrativa todos los recursos
de su experiencia personal. En este caso los personajes del
galardonado XX Premio Nacional de Novela 2019 de Bolivia
están empapados de retazos existenciales. Para constatar, solo
hay que recordar que en su obra “Tan cerca de la luna” (2012)
los muchachitos que aparecen jugando y que quieren
contemplar la súper luna en la cima del lomo del Dinosaurio
Dormido, son él y sus yo.

Así, la novela “Seúl, São Paulo” (2019) es consecuencia de las


inquietudes del autor, es parte de sus cuentas a saldar consigo
mismo. Empezó a pensarlo seriamente el 2017 cuando estaba
en Brasil. El 10 de septiembre del mismo año está con la tesis
de maestría hasta el cuello; sin embargo, tiene en sus manos el
tono de la futura escritura, ronda en su cabeza primero un
cuento, alternamente busca información sobre la migración, la
vida militar, la segregación... ¡Ya lo tenía!

~ 104 ~
Primero fue su experiencia en el servicio militar obligatorio y
el laberinto de la soledad; es decir, la cuestión de la identidad,
la pertenencia, la discriminación, en fin, el ser o el parecer tan
característicos en sociedades racializadas, luego Mamani llega
a la repulsión contra el patrioterismo que se inculcaba a los
jóvenes que cumplían con la ley, y que, en vez de unificar o
crear paz en sus habitantes, les llenaba de odio, machismo,
homofobia... Para él, odiar al país vecino y la imbecilidad se
habían normalizado. Es verdad, el autoritarismo, el
caudillismo y la bota militar en la política y la formación
ciudadana no solamente son cualidades de los “bolivianos”,
desde luego, han estado presentes en los países
latinoamericanos.

Su última novela narra la experiencia de los


adolescentes/jóvenes que cumplen con el servicio militar
obligatorio para luego ser tragados por un sistema que les
obliga a marchar del país o en todo caso a formar una familia
y sobrevivir.

A primera vista la novela resalta por la portada: tres soldados


alrededor de un monumento. Es el soldado anónimo.
Representa al “caído no identificado” en las guerras perdidas
por el ejército boliviano. Y ese desconocido es el indígena que
ha empuñado el fusil en defensa de la patria que le hizo añicos.

La narración es ágil y fresca. Para un lector que conoce el argot


paceño y alteño es divertido a ratos. Los espacios existentes en
el libro hacen amena la lectura, como que son descansos para
tomar aire o un sorbo de mate. Llama la atención el último
párrafo del libro que produce una sensación a nada. Similar a

~ 105 ~
esa nada es la condición de los adolescentes que aparecen en
la novela.

La novela gira en torno a dos personajes principales: los


primos Pacsi. Los adolescentes cumplen el servicio premilitar,
en un contexto donde los migrantes aymara-quechuas se
dedican al comercio informal. La familia Pacsi pertenece a esa
sociedad que puja, que trabaja de sol a sol para cumplir sus
objetivos; ganar dinero. Salvo la familia del narrador, que no
vive en la opulencia.

Ambos sufren las influencias de las estructuras sociales, son


tragados y atrapados por ella. Tayson es atrapado más que su
primo, porque vive bajo el azar. El primo de Tayson por lo
menos se da cuenta de las artimañas de la sociedad y en cómo
funciona. Solo basta ver a Tayson después de la deserción. Las
acusaciones de sus pares han alimentado su crisis de
identidad. Su refugio es ahora parecerse a los coreanos, tiene
la facha, incluso posee unos ojos pequeños y rasgados. Cuando
Dino le pregunta qué se considera, al fin, Tayson responde con
un: no sé. La respuesta del huérfano fanático, por los libros que
lee y por el club de autoayuda al que pertenece, es simple, ni
boliviano ni brasileño: “Vos, taysito, eres igual que nosotros:
aymara”. Pero las reflexiones en la borrachera no le bastan ni
la respuesta que recibe. Tayson continúa el camino del refugio
en la apariencia.

El personaje sin nombre de la novela de Mamani tampoco


tiene escapatoria, su destino marca el destino de muchos.

~ 106 ~
Hay una idea vieja sobre la relación intrínseca del artista y su
obra literaria; es decir que, el producto artístico, en este caso
del narrador, está relacionado con su experiencia personal. El
mundo social bajo el que habita un individuo influye en su
constitución personal. Sí pensamos que Mamani surge, crece,
habita en una sociedad industrial, su producto artístico será
muy diferente del que ahora sabemos, o quizá no estemos
tratando con un escritor sino con otro ser que oficia en otro
trabajo.

Por los datos biográficos, por las entrevistas concedidas a


periódicos y revistas, una vez anunciado al ganador del
concurso nacional de novela en Bolivia, Mamani se refleja en
los primos Pacsi; obviamente, no son reflejos precisos de la
personalidad del autor, pero en las características
existenciales de los primos hay rasgos comunes que salen a
flote cuando comparamos la novela con el autor, como el tema
de la migración, el dilema de la identidad, la rebeldía de los
adolescentes, la reproducción social de las estructuras raciales
y el deseo.

En el tema de la migración, Mamani hizo la maestría en Brasil,


y observó la vida de migrante en ese país, donde a bolivianos
y peruanos se los identificaba más por el color de la piel. Esta
cualidad en la familia Pacsi le ha servido al autor para
describir el dilema de la identidad en Tayson que no sabe si es
boliviano o brasileño.

A través de la migración, Mamani cuestiona el tema de la


identidad en el país y una de las instituciones fuertes de esa
construcción es la institución militar; muchos adolescentes de

~ 107 ~
las diversas culturas, antes de pasar a la juventud salen bajo el
canon identitario del Estado, así surge una aparente identidad
llamada “boliviana”.

Hemos visto en un inicio que el autor fue parte del servicio


militar obligatorio; adolescente y rebelde, también observó de
cerca la vida militar, a esto hay que agregar la experiencia
conflictiva del momento constitutivo del 2000-2003 y que, en
dicho escenario social y político, hubo el resurgimiento del
discurso de las “dos Bolivias”, la autodeterminación de la
nación aymara y los símbolos culturales como la wiphala que
aparecen en la novela, consideramos, han influido en el autor
y en la producción de su obra.

Dino, que es un personaje influyente en los primos Pacsi, juega


el papel de la afirmación en las ideas de Mamani; es decir, está
de acuerdo con las ideas que hay en “La revolución india” de
Reinaga, pero a la misma vez no está de acuerdo con el
fanatismo. Uno puede estar de acuerdo con las ideas, pero no
así con el accionar de las personas que lo propugnan. Por ende,
la mejor forma de propugnar esas ideas para Gabriel Mamani
Magne es “escribir un libro que le escupa su raíz cobriza en la
cara a este país, su raíz india”.

En efecto, los tres personajes, los primos Pacsi y Dino


representan, obviamente no de manera fiel, a Mamani, sus
intereses, sus convicciones, sus pensamientos y sus negativas
a actuar de determinada manera.

Hay una estrecha relación entre los temas de migración,


identidad y adolescencia que saltan en la novela analizada; la

~ 108 ~
migración de los personajes devela la cuestión de la identidad,
el traslado de un país a otro hace que Tayson se pregunte a qué
nacionalidad pertenece; mientras que la personalidad de Dino
juega el papel de los activistas fanáticos que tratan de crear
reflexión en la sociedad, pero que, por su mismo fanatismo,
adquieren la cualidad de revolucionarios ortodoxos que en vez
de sembrar reflexión en la sociedad, por sus mismos métodos,
culminan en complejizar el problema. Es con esos rasgos con
el que no está de acuerdo Mamani.

El vacío que sufren los personajes principales en la novela,


también, es un tema que se relaciona con el “qué soy” y “la
pertenencia”, así “el-ser, no-ser y el-parecer” en el que viven los
adolescentes hacen que provoque en ellos laberintos de
soledad. Tayson y Dino solo existen en la medida de cumplir
con algún objetivo. La existencia del librero consistirá en
escribir una obra que escupa la raíz india al país, y solo así él
se sentirá bien, solo así “será gente”. En Tayson la situación es
diferente pero no escapa al dilema de la nada, su existencia
tiene sentido cuando su rutina cambia drásticamente. El
narrador de la novela tampoco está exento de ese dilema, al
final de la narración, cuando ya está en un país extraño: Bolivia
es geografía, recuerdos, miradas, familia, pero, al final esa
apariencia desemboca en nada, en un “Es:”, que no está
concluido.

Y esa nada que siente el lector, interpelado y persuadido a


través de la vida de los primos Pacsi, es el gran mérito de la
novela de Gabriel Mamani Magne.

~ 109 ~
La esencia de la obra, entonces, no radica en los temas que
trata, eso solamente es una excusa para meter el dedo en la
llaga: el laberinto de la soledad.

~ 110 ~

También podría gustarte