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ra Celso Roman EL ESPIRITU DEL PARAMO 1 expedicion de Edward Mae enzie en busca de El Dorado yl eee es wie ‘ Paula A. Romero y t} POETS w one EL PREGONERO Noticias para el ciudadano de a pie Bogor, 26 de abril de 1981 Cobra realidad la leyenda del escocés que encontro El Dorado HALLAN EL DIARIO DE VIAJE DE EDWARD MACKENZIE Mientras recorria el paramo de Chingaza identificando dreas con vestigios de la cultura muisea, el arquedlogo Alvaro Botiva y un grupo de investigadores de la Uni. versidad Nacional encontraron un morral de campana abandonado que contenta, ad bollo de mazorea y unos cartuchos de municién, un an- tiguo cuaderno de viaje con tapas de cuero. “Estaba protegido de la lluvia y del viento entre unas piedras. Cuando lo abrimos vimos que estaba escrito en inglés y Hevaba la firma de Edward Mackenzie”, dijo Bo- tiva a El Pregonero. Este hallazgo revive la leyenda de award Mackenzie, el escocés que llegé a las lagunas de Siecha creyendo que alli encontraria el mitico tesoro de El Dorado. Algunos vecinos de Guasca, pueblo ubicado a unos 15 kilémetros de las lagunas, dicen que efectivamente lo encontrd, pero que al ver tanta riqueza se volvid loco y desapareci6 en la inmensidad del paramo, Los mas escépticos dicen que esta es solo una de las tantas leyendas que rondan Jas montafias de Chingaza. También cuentan que los muiscas, antiguos pobladores de la zona, escondieron alld sus tesoros a la llegada de los espafoles, Lo cierto es que, de acuerdo con los registros de la Al- caldia de Guasca, en €l afio 1900 llegé a esa poblacién un eseoeés de apellido Mackenzie que habia sido con- tratado porla desaparecida empresa minera Colombian nds de los restos de un En su diario, el exploradar revel arte hase E1Dorado, deca palabras de amor a su napeve Exploration Company para buscar yacimientos de oro en la zona, misidn en la que a todas luces fracasé, Al no tener noticias del paradero del extranjero por mas de un mes, el alcalde de la época lo declard desapare- cido y nunca se volvidé a encontrar rastro alguno de él, hasta hoy, ) kilometros con direccién suroriente del descubrieron el morral, los investigado: laron una briijula desvencijada, picas de a, los restos de una escopeta de caceria y tacos de a que, a pesar del tiempo transcurrido, se con: van en un increible buen estado. En la o| Dicen que no hay oro sin muerto” inién de Alvaro Botiva, todos estos elementos _pertenecieron al legendario escocés. ‘Tras Ja pista de mas informacién sobre el cua- derno encontrado y su jj}. propietario, FI Pregonero Jegé hasta la casa de la familia de Paulo Abaunza, el indi, 4 que hace ochenta afios sirvié de guia a la men: cionada compafiia minera. “Dicen que no hay oro sin muerto. El gringo debié morir de frio, pero mi bisabuelo jued6 mal de Ja cabeza. Eso se la pasaba hablando de los mohanes que custodian las lagunas, y a todo el que podia le iba diciendo que no se acercara a Siecha por que dizque alld roban el alma de las personas”, dijo a este diario un bisnieto del finado indigena El arquedlogo Botiva, qu n mantiene en su poder el diario, cuenta que en sus paginas es latente la obsesion que el escocés tenia por las crdnicas de Indias y por sus alusiones a la leyenda de El Dorado. “Mackenzie es taba seguro de que en Siecha encontraria todo el oro ‘Alpacecer, el escocés etn aiconada ola caza Si estopeta, dela marce lngless Jamas Purdy & Sons, ena ns grabados en pata, unto aeata mora, fioraneneantrodos ui pic ‘de esealar yun taza de tla canned, del mundo porque esa era una de las lagunas donde Jos muiscas haefan ofrendas de esmeraldas y de figuras hechas en oro o tumbaga, que es cobre”, dijo, Uno de los remas que mis tenfa estudiados el escocés fue el ritual de correr la tierra, una suerte de maratén la aleacién de oro con que los muiscas hacfan una o dos veces al aio por las lagunas de Guatavita, Guasca, Siecha, Teusacd y Ubaque. “Era una prueba fisica wemenda que podia durar has- ta veinte dias. El esfuerzo que hacian los guerreros o giiechas era tanto que caian muertos en su intento por llegar de primeros a las lagunas sagradas y a Jas cimas que consideraban santuarios”, agregé Botiva. Aunque el hallazgo de este cuaderno de viaje demuestra que si existi6 el es- cocés que en pleno siglo XX vino a bus- car El Dorado, su vida antes de llegar a Colombia sigue siendo un misterio, asi ‘como sus tiltimos dias en el paramo de Chingaza donde, dicen, deambula su alma errante. Henry Gualas, reportero. ne ~ Tras El Dorado — a tracer osaitos después de una relacién donde el amor prome! . Edward Mackenzie y Barbette Le Bonnet se Jo todo a sus vid as mineras brita- riay empre’ nantes en el Estado easaron. Edward se habia vineulado con va nicas en Africa, donde habia buseado sin éxito ¢ pero la oportunidad Libre de Orange y oro en el desierto de Namil se les presenté como resultado de de conseguir fortuna en Am una serie de coincidencias histéricas. A comienzos del siglo XIX, el Reino Unido habia establecido un vinculo poli litar al libertador Sim6n Bolivar para su campana de independencia de ‘0 y econémico con la Nueva Granada al darle apoyo mi Espana. La Legion britanica, una brigada de mercenaries ingleses, eseo- ceses cirlandeses que llegoasumarmasde 5500 hombres, fue contratada a espaldas de la propia Inglaterra, en ese entonces aliada oficial de Espaita, para luchar al lado de las tropas rebeldes. Poco después en 1822 Francisco Antonio Zea, vicepresidente de la naciente Gran Colombia —que abarcaba los territorios de Venezuela, Colombia, Panama y Ecuador— habia negociado con la casa prestamista britaniea Herrings, Graham & Powles un empréstito por dos millones de libras esterlinas para ayudar al establecimiento del pais. Con desaforados in- tereses y en medio de escandalos y peculados, la deuda contraida obli- g6 a Simé6n Bolivar, acorralado por los acreedores, a ceder a la Gran Bretafia las minas de oro de la naciente republica. Este compromiso mantuvo a Colombia agobiada durante siglo y medio, y solo terminé de pagar sus deudas a mediados del siglo XX, Todo aquello propicié un auge de la mineriay en todos los rincones del pais surgieron nume- rosas compaiifas con enormes capitale: demas de una gran demanda de gedlogos, ingenieros, fisicos y quimicos provenientes de Europa, Fue asi como Edward entr6 al servicio de la Colombian Explora- tion Company, heredera del antiguo consorcio inglés The Darien Gold Mining, formado en 1887 por los metalurgistas europeos M. Tyrell 21 | preparar su equipaje, lo primero que Mackenzie empacé fue- ron las armas que habia heredado de su padre: un revélver Webley estandar usado por las fuerzas del ejército britanico, una esco- peta de caceria fabricada por James Purdey & Sons, recomendada por la Casa Real desde los tiempos de la reina Victoria ysu hijo Eduardo VII, y la navaja con mango de asta de ciervo que le habia regalado su abuelo la tarde en que caz6 su primer venado. No se preocup6 por llevar desde Inglaterra materiales y herramientas especializados en mineria, pues su contrato con la compania estipulaba que, en un hotel de Santa Fe de Bogota, un colaborador de la firma le proveeria moneda colombiana y le indi aria dénde comprar lo ne! ario para tales trabajos. Inicié su viaje en el puerto de Plymouth, en Inglaterra, donde to- m6 el barco de pasajeros H. M. S. Westminster para atrayesar el Atlantico hasta Suramérica en un largo recorrido con escala en Port Purcell, en Islas Virgenes, una posesién britanica en ultramar. Mackenzie segui- ria la misma ruta que siglos atras habian tomado miles de aventureros movidos por su mismo afin de riqueza. Dedicé las tres semanas del viaje a repasar sus notas sobre El Dorado y a perfeccionar su espanol hablando ocasionalmente con viajeros hispanos. Al Hegar a Barranquilla, en el delta del rio Grande de La Magda- lena, Mackenzie se encontré con una ciudad desordenada y bulliciosa, azotada en aquellos primeros meses del ano por rafagas de brisa ma- rina que levantaba remolinos de arena, por los que también era cono- cida como La Arenosa. Allf abord6 el Gieseken, una embarcacién de la Empresa Alemana de Navegacion que remontaria aquel gran rio de aguas amarillas hacia el interior del pais. El muelle estaba congestionado por una multitud de viajeros que se despedian a gritos de sus familiares. Bajo un cielo sin nubes brilla~ ban al sol las sudorosas musculaturas de los negros que se pasaban unos a otros los batiles de la tripulacién. Sumado al acre olor de mon- tones de basura donde cerdos, perros y gallinazos escarbaban en busca ascender la cordillera ra Hegar a la ciudad de Guaduas, donde per nocté agradecido por un clima que le parecié mas benigno que el del caluroso Magdalena, continud sin cha a caballo con otros viajeros hacia el alto del Roble, desde donde pudo divisar el amplio valle de la sabana de Bogota, la tierra del imperio muisca. Gon la misma emo- cién que debieron experimentar los conquistadore al encontrar es tierras fértiles y gentes pacfficas, tan diferentes de los indios belicosos que los atacaron en el Carare con sus flechas envenenadas, Mackenzie recordé las palabras del cronista y poeta espanol Juan de Castellanos en sus Elegias de varones ilustres de Indias; jTierra buena, tierra buena! Tierra que pone fin a nuestra pena Tierra de oro, tierra bastecida, tierra para hacer perpetua casa, fierra con abundancia de comida, tierra de grandes pueblos, tierra rasa tierra donde se ve gente vestida, ya sus tiempos no sabe mal la brasa; tierra de bendicién, clara y serena, lierra que pone fin a nuestra pena! Alllegara la poblacion de Facatativa, abord6 el ferrocarril que lo llev6 hasta la estacion de San Victorino, en Santa Fe de Bogota, y desde alli se desplaré en carreta por Ia calle Real al Hotel Central, muy cerea de la Catedral, donde fue recibido por don Alcides Esguerra, quien, por instruccién de emisarios de la Colombian Exploration Company, estaba encargado de suministrarle una suma de dinero previamente pactada ¢ informacién sobre dénde adquirir equipos ¢ indumenta- tia de mineria, E] administrador del hotel le hablé del pueblo bajo, los antiguos indigenas y sus descendientes que habitaban zonas rurales y 37

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