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CÁTEDRA DI STEFANO

Cuadernillo
de
Semiología
2023

CBC - Sede Ciudad Universitaria


Ana López (coordinadora)

Descargado por Karina Chavez (karinachavez26@gmail.com)


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Índice

Presentación de la materia, M. C. Pereira..................................................................................................... 4


La cocina del sentido, R. Barthes ................................................................................................................ 8

Parte I. Las teorías del signo

La perspectiva estructuralista

Ferdinand de Saussure, iniciador de la lingüística moderna, P. Diab............................................................10


Las reflexiones fundacionales sobre el signo lingüístico: Ferdinand de Saussure, E. Rosolía y E. Valente.....14
Curso de lingüística general, F. de Saussure...............................................................................................20
Consignas sobre la perspectiva estructuralista...........................................................................................47

La semiótica de Charles Peirce

El pragmatismo y la perspectiva semiótica de Charles Peirce, M. C. Pereira...............................................48


La semiótica peirceana, M. López García .................................................................................................. 50
Charles Sanders Peirce (1839-1914): el signo y sus tricotomías, R. Marafioti............................................54
El signo según Peirce, V. Zecchetto............................................................................................................ 57
La ciencia de la semiótica, Ch. S. Peirce.................................................................................................... 63
Preguntas sobre Charles S. Peirce ............................................................................................................ 67

El círculo de Bajtín

La perspectiva sociosemiótica. El “Circulo de Bajtín”, M. C. Pereira............................................................70


Voloshinov: el signo ideológico, D. Lauría .................................................................................................. 72

Materiales para el análisis

Lecturas complementarias......................................................................................................................... 75
Trabajos prácticos..................................................................................................................................... 81

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Parte II. El análisis de los discursos

Presentación

El estudio del discurso, M. C. Pereira.......................................................................................................... 93

La lingüística de la enunciación. Fundamentos teóricos

La perspectiva de la Lingüística de la enunciación, M. C. Pereira................................................................99


Modos de significancia de la lengua, D. Lauría ........................................................................................102
De la subjetividad en el lenguaje, E. Benveniste....................................................................................... 106

La enunciación

El aparato formal de la enunciación, E. Benveniste ..................................................................................112


Enunciado y enunciación ........................................................................................................................ 114
El enunciador y el enunciatario................................................................................................................ 115
Deixis...................................................................................................................................................... 117
Modalidades............................................................................................................................................ 124
Subjetivemas........................................................................................................................................... 128
Consignas............................................................................................................................................... 131

La enunciación en la imagen

La enunciación y el interpretante, P. Fabbri ............................................................................................. 132


La enunciación visual, J. Alessandria....................................................................................................... 135

Polifonía

Interacción de voces: polifonía y heterogeneidades, M. di Stefano y M. C. Pereira ....................................139


Ejercitación.............................................................................................................................................. 148
Los enunciados referidos, sus funciones y la atribución de la responsabilidad enunciativa, M. C. Pereira..149
Ejercitación.............................................................................................................................................. 153

Géneros discursivos y Análisis del discurso

El problema de los géneros discursivos, Mijaíl Bajtín ...............................................................................160


La escena de enunciación, D. Maingueneau.............................................................................................166
Problemas del ethos, D. Maingueneau..................................................................................................... 172
El pathos o el rol de las emociones en la argumentación, R. Amossy........................................................180
Estereotipos, M. Cuñarro.......................................................................................................................... 196

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Presentación de la materia
María Cecilia Pereira

La materia Semiología (Cátedra di Stefano) se ocupa de enseñar a analizar críticamente


los discursos sociales a partir de los aportes de diferentes enfoques teóricos provenientes de las
Ciencias del Lenguaje.

Sus objetivos son promover:


• la reflexión teórica sobre los lenguajes y la discursividad;
• el análisis de textos desde la perspectiva de las Ciencias del Lenguaje.
El programa de la sede Ciudad Universitaria se detendrá especialmente en diversas
perspectivas teóricas que estudian los signos y los discursos con el fin de mostrar el modo en
que esas perspectivas recortan sus objetos de estudio y conciben su análisis.
Para examinar las teorías y los métodos de estudio, tenemos en cuenta los planteos pio-
neros de Saussure que subrayan el hecho de que es el punto de vista el que construye el objeto
a considerar. Así, se destacará que son las teorías las que recortan las porciones del mundo que
jerarquizan para su estudio, y que ese recorte y esa jerarquización responden a los problemas
y los intereses de las ciencias del lenguaje en distintos momentos de su historia.
Nuestro objetivo –como hemos explicitado– es doble: leer críticamente esas perspectivas
y servirnos de ellas para analizar, también de manera crítica, diversos discursos sociales actua-
les y del pasado. En función de esto, en los cursos se estimula una lectura que relacione la bi-
bliografía propuesta con sus contextos históricos de producción y con las preocupaciones e
interrogantes a los que los estudiosos procuraron dar respuesta; una lectura que permita esta-
blecer puntos en común y diferencias entre los distintos abordajes, confrontar distintos posi-
cionamientos en el campo científico según las épocas y ubicar el valor que tienen las teorías
en el campo académico actual. El estudio de los enfoques y concepciones del lenguaje y de la
discursividad posibilita distintos análisis de los discursos sociales, entre los que privilegiare-
mos la publicidad, la fotografía periodística, el cine y la crítica cinematográfica.
Las perspectivas teóricas seleccionadas, que tuvieron su desarrollo a lo largo del siglo XX
y se continúan hasta nuestros días, se distancian de los estudios tradicionales sobre el lengua-
je cuyas ideas, no obstante, están presentes de alguna manera en el sentido común y muchas
veces obstaculizan la reflexión crítica sobre los aportes de teorías más recientes.
En primer lugar, y a diferencia de los estudios tradicionales, las diversas perspectivas so-
bre las que reflexionaremos no proponen un estudio de tipo prescriptivo que busque revelar
lo que el lenguaje y sus usos “deben ser”, sino un abordaje descriptivo que busca explicar dis-
tintos aspectos del lenguaje y su articulación con los espacios en los que este interviene. En
segundo lugar, los enfoques considerados han concebido una relación no transparente entre
las palabras y las cosas, y entre los enunciados y el mundo que representan. A diferencia de
los antiguos estudios sobre etimología, por ejemplo, que partían de la hipótesis de que las pa-

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labras de algún modo revelaban la naturaleza de lo nombrado (lo que los llevó a estudiar su
origen y evolución para acceder a una “verdad” de la naturaleza), las perspectivas actuales
muestran el carácter convencional o, en otros casos, el vínculo con el hábito y las creencias
que son la base de estas relaciones. Por eso conciben los discursos como opacos, pues inevita-
blemente muestran algunos rasgos del mundo y de las relaciones representadas, y ocultan
otros. Un tercer aspecto que caracteriza las teorías de las que nos ocuparemos es que abando-
nan los estudios particulares o aislados de una palabra, de un fonema o de un texto para enca-
rar un abordaje que dé cuenta de sus relaciones con las unidades del conjunto en que dichos
elementos se integran.
Como veremos, algunos de estos rasgos fueron destacados por los estudios estructuralis-
tas o por el pragmatismo; otros, por el análisis del discurso, desde sus lecturas de la teoría de
la enunciación o de la retórica. Los estudiantes profundizarán los conceptos centrales de estas
perspectivas a partir de la lectura domiciliaria de la bibliografía que será objeto de debate en
las comisiones, donde también se mostrarán sus aportes para el análisis de materiales verbales
seleccionados que figuran al final de cada unidad.

Recorrido de la cursada 2023


Los primeros contenidos del programa acerca a los estudiantes a las teorías fundaciona-
les de la reflexión sobre los signos, que dieron origen a desarrollos actuales en el campo de la
semiología y del análisis del discurso. A partir de una presentación que hace Roland Barthes
de la problemática del sentido, se aborda el estudio básicamente lingüístico de los signos con
el pensamiento de Ferdinand de Saussure, que ha sido el punto de partida de una serie de en-
foques que suelen integrarse en la denominada perspectiva estructuralista de los estudios so-
bre el lenguaje. Esta perspectiva se orienta inicialmente a la descripción del sistema lingüísti-
co, es decir, al estudio de la lengua. Las nociones saussureanas de lengua y habla marcan el
rumbo de una investigación sobre el lenguaje centrada en la descripción de los signos, de sus
propiedades y de sus relaciones. Si bien la posición saussureana reconoce la necesidad del ha-
bla como base informante para la descripción de la lengua, es esta la que se constituye en ob-
jeto de estudio de la Lingüística, por ser social, homogénea, por ser lo esencial; mientras que
el habla es concebida como individual, heterogénea y aleatoria. Con la definición de ese obje-
to de estudio, la lingüística estuvo orientada al establecimiento de un inventario sistemático
de unidades distintivas de la lengua de distinto nivel que permitían describirla e integrarla en
una ciencia mayor, la semiología, que –tal como la definió Saussure– estudiaría la “vida de los
signos en el seno de la vida social”. La aproximación de Saussure al estudio de la lengua
y de los signos lingüísticos fue cuestionada desde una perspectiva materialista del es-
tudio del lenguaje proveniente de un grupo de lingüistas conocido como “el círculo
de Bajtín”. Junto con las reflexiones de Mijail Bajtin, incluimos los planteos críticos
de Valentín Voloshinov, integrante clave de dicho círculo.
La unidad busca diferenciar la postura saussureana de la del pragmatismo de Charles
Peirce, que aborda el estudio de los signos de todo tipo teniendo en cuenta los usos y las po-
tencialidades de sentido que adquieren en cada momento histórico en la sociedad. Con el

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nombre de “semiótica”, Peirce se propone estudiar el mundo pensado como un mundo de


signos en el que cada signo es, a la vez, interpretante e interpretado: interpretante del que le
antecede e interpretado por el que le sigue, en un proceso inferencial propio de la disciplina
denominado semiosis.
Dado que nos interesa especialmente el modo en que los signos significan en los discur-
sos, estudiaremos las reflexiones de Emile Benveniste. Estableciendo continuidades y diferen-
cias con los planteos saussureanos y los de Peirce, en el año 1966 Benveniste publica su obra
Problemas de lingüística general en la que se interroga nuevamente sobre los lenguajes y sus
propiedades. En uno de sus capítulos centrales, “La semiología de la lengua”, presenta su tesis
sobre la doble significancia, semiótica y semántica, de los lenguajes naturales, que provee he-
rramientas para analizar los enunciados desde la perspectiva de la teoría de la enunciación.
Esta perspectiva reformula la dicotomía saussureana lengua-habla en términos de las relacio-
nes entre la lengua, el enunciado y la enunciación. Al señalar que los enunciados son el pro-
ducto de la enunciación, rechaza la idea de que las estructuras de los enunciados sean exterio-
res o ajenas a la actividad de su enunciación, que dominaba en el estructuralismo anterior. Si
la enunciación es la puesta en funcionamiento de la lengua, esta no es concebida como un
proceso caótico e impredecible, sino que muchos de sus aspectos pueden ser descriptos me-
diante los nuevos conceptos que el autor propone. La semiología –tal como la describe Benve-
niste– posee herramientas para caracterizar los distintos tipos de signos, tanto los de la música
como los de la pintura, los lenguajes de los sordos, las señales de tránsito o de cualquier otro
tipo, según los modos de significancia sobre los que se construyen los discursos que integran.

Estudiaremos los esquemas generales de la enunciación, nos detendremos en las huellas


de la actividad valorativa del sujeto de la enunciación que se registran en los enunciados
(deícticos, subjetivemas, modalidades, uso de los tiempos verbales), en la polifonía y en el
modo en que cada enunciado representa a su enunciador, a su enunciatario, el espacio y el
tiempo. La problemática de la enunciación no será abordada únicamente a través del estudio
de los discursos verbales, sino también de los fenómenos propios de la enunciación en la ima-
gen, tales como el encuadre y la perspectiva, por mencionar algunos de los más importantes.
Estableceremos un diálogo entre el estudio de la enunciación y el estudio del discurso a partir
de los aportes de la perspectiva del análisis de discurso. Esta perspectiva se desarrolla a fines
de los años 60 (Maingueneau recientemente ha destacado que en el año 1969 se publican La
arqueología del saber de Michel Foucault, el libro de Michel Pêcheux, Análisis automático del dis-
curso, y el número 13 de la revista Langages, dedicados enteramente al análisis del discurso) e
integra distintas corrientes provenientes de la lingüística (entre las que privilegiaremos la teo-
ría de la enunciación), los aportes de la tradición retórica, la reflexión sobre los géneros y la
teoría de la argumentación, entre otros, para profundizar en las relaciones entre los enuncia-
dos y las situaciones sociohistóricas en las que son producidos. Eso lleva al análisis del discur-
so a no centrar el estudio en los enunciados, sino en las regularidades que poseen y en las
prácticas que los hacen posibles en cada período histórico. Entre otros aspectos, el análisis del
discurso indaga en el modo en que los discursos se vinculan con el interdiscurso, en las rela-
ciones entre lenguaje y poder, en la ideología y la construcción histórica de la subjetividad.

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Desde los aportes del análisis del discurso, la unidad profundiza en la teoría de los géne-
ros del discurso, de los marcos escénicos en los que la enunciación se lleva a cabo y las esce-
nografías que esta construye. En ese contexto se estudia el ethos, la imagen del enunciador
construida en los discursos, y los modos de interpelación a los enunciatarios a través de las
emociones. El análisis del discurso se ha ocupado más recientemente de estudiar estos aspec-
tos en la multimolidad y en las textualidades que se desarrollan en la Web, que son los temas
que cierran el programa.

Bibliografía de referencia
ARNOUX, Elvira (2006): Análisis del Discurso. Modos de abordar los materiales de archivo, Buenos
Aires, Santiago Arcos.
ARNOUX, Elvira y José DEL VALLE (2010): “Las representaciones ideológicas del lenguaje. Dis-
curso glotopolítico y panhispanismo”, Spanish in Context, Amsterdam/Philadelphia,
John Benjamins Publishing Company, vol. 7, n.° 1, pp. 1-24.
CALSAMIGLIA, Helena y Amparo TUSÓN (1999): Las cosas del decir. Manual de análisis del discur-
so,Barcelona, Ariel.
CHARAUDEAU, Patrick y Dominique MAINGUENEAU (dirs.) (2005): Diccionario de análisis del dis-
curso, Buenos Aires, Amorrortu.
GUESPIN, Louis y Jean-Baptiste MARCELLESI (1986): “Pour la glottopolitique”, Langages, n.º 83,
pp. 5-34.
MAINGUENEAU, Dominique (2014): Discours et analyse du discours, París, Armand Colin.

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La cocina del sentido


Roland Barthes
Le Nouvel Observateur, 10 de diciembre de 1964.

Un vestido, un automóvil, un plato cocinado, un gesto, una película cinematográfica,


una música, una imagen publicitaria, un mobiliario, un titular de diario, he ahí objetos en
apariencia totalmente heteróclitos.
¿Qué pueden tener en común? Por lo menos esto: son todos signos. Cuando voy por la
calle –o por la vida– y encuentro estos objetos, les aplico a todos, sin darme cuenta, una mis-
ma actividad, que es la de cierta lectura: el hombre moderno, el hombre de las ciudades, pasa
su tiempo leyendo. Lee, ante todo y sobre todo, imágenes, gestos, comportamientos: este au-
tomóvil me comunica el status social de su propietario, esta indumentaria me dice con exacti-
tud la dosis de conformismo, o de excentricidad, de su portador, este aperitivo (whisky, pernod
o vino blanco) el estilo de vida de mi anfitrión. Aun cuando se trata de un texto escrito, siem-
pre nos es dado leer un segundo mensaje entre las líneas del primero: si leo en grandes titula-
res “Pablo VI tiene miedo”, esto quiere decir también: “Si usted lee lo que sigue, sabrá por qué”.
Todas estas “lecturas” son muy importantes en nuestra vida, implican demasiados valo-
res sociales, morales, ideológicos, para que una reflexión sistemática pueda dejar de intentar
tomarlos en consideración: esta reflexión es la que, por el momento al menos, llamamos se-
miología. ¿Ciencia de los mensajes sociales? ¿De los mensajes culturales? ¿De las informacio-
nes de segundo grado? ¿Captación de todo lo que es “teatro” en el mundo, desde la pompa
eclesiástica hasta el corte de pelo de los Beatles, desde el pijama de noche hasta las vicisitudes
de la política internacional? Poco importa por el momento la diversidad o fluctuación de las
definiciones. Lo que importa es poder someter a un principio de clasificación una masa enor-
me de hechos en apariencia anárquicos, y la significación es la que suministra este principio:
junto a las diversas determinaciones (económicas, históricas, psicológicas) hay que prever
ahora una nueva cualidad del hecho: el sentido.
El mundo está lleno de signos, pero estos signos no tienen todos la bella simplicidad de
las letras del alfabeto, de las señales del código vial o de los uniformes militares: son infinita-
mente más complejos y sutiles. La mayor parte de las veces los tomamos por informaciones
“naturales”; se encuentra una ametralladora checoslovaca en manos de un rebelde congoleño:
hay aquí una información incuestionable; sin embargo, en la misma medida en que uno no
recuerda al mismo tiempo el número de armas estadounidenses que están utilizando los de-
fensores del gobierno, la información se convierte en un segundo signo, ostenta una elección
política.
Descifrar los signos del mundo quiere decir siempre luchar contra cierta inocencia de los
objetos. Comprendemos el francés tan “naturalmente”, que jamás se nos ocurre la idea de
que la lengua francesa es un sistema muy complicado y muy poco “natural” de signos y de re-

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glas: de la misma manera es necesaria una sacudida incesante de la observación para adaptar-
se no al contenido de los mensajes sino a su hechura; dicho brevemente: el semiólogo, como
el lingüista, debe entrar en la “cocina del sentido”.
Esto constituye una empresa inmensa. ¿Por qué? Porque un sentido nunca puede anali-
zarse de manera aislada. Si establezco que el blue-jean es el signo de cierto dandismo adolescen-
te, o el puchero, fotografiado por una revista de lujo, el de una rusticidad bastante teatral, y si
llego a multiplicar estas equivalencias para constituir listas de signos como las columnas de un
diccionario, no habré descubierto nada nuevo. Los signos están constituidos por diferencias.
Al comienzo del proyecto semiológico se pensó que la tarea principal era, según la fórmu-
la de Saussure, estudiar la vida de los signos en el seno de la vida social, y por consiguiente re-
constituir los sistemas semánticos de objetos (vestuario, alimento, imágenes, rituales, protoco-
los, músicas, etcétera). Esto está por hacer. Pero al avanzar en este proyecto, ya inmenso, la se-
miología encuentra nuevas tareas: por ejemplo, estudiar esta misteriosa operación mediante la
cual un mensaje cualquiera se impregna de un segundo sentido, difuso, en general ideológico,
al que se denomina “sentido connotado”. Si leo en un diario el titular siguiente: “En Bombay
reina una atmósfera de fervor que no excluye ni el lujo ni el triunfalismo”, recibo ciertamente
una información literal sobre la atmósfera del Congreso Eucarístico, pero percibo también una
frase estereotipo, formada por un sutil balance de denegaciones que me remite a una especie de
visión equilibrada del mundo; estos fenómenos son constantes; ahora es preciso estudiarlos am-
pliamente con todos los recursos de la lingüística.
Si las tareas de la semiología crecen incesantemente es porque de hecho nosotros descu-
brimos cada vez más la importancia y la extensión de la significación en el mundo; la signifi-
cación se convierte en la manera de pensar del mundo moderno, un poco como el “hecho”
constituyó anteriormente la unidad de reflexión de la ciencia positiva.

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I. LAS TEORÍAS DEL SIGNO

La perspectiva estructuralista

Ferdinand de Saussure,
iniciador de la lingüística moderna
Pabla Diab

En el campo de las ciencias del lenguaje, particularmente en la lingüística, hay acuerdo


en considerar al lingüista suizo Ferdinand de Saussure (1857-1913) como el “padre de la lin-
güística moderna”. Esta afirmación encuentra su fundamento en los tres cursos que el lingüis-
ta dictó en la Facultad de Letras y Ciencias Sociales de Ginebra entre 1907 y 1911. Sin embar-
go, el trabajo en esas aulas ha llegado a nuestros días no por los escritos del maestro sino a
partir del ya clásico Curso de lingüística general (CLG) elaborado sobre borradores de los alum-
nos de sus cursos por dos de sus discípulos: Charles Bally y Albert Sechehaye, con la colabora-
ción de Albert Riedlinger, en 1916. En el prefacio a la primera edición, afirman:
Todos cuantos tuvieron el privilegio de seguir tan fecunda enseñanza lamentaron que de
aquellos cursos no saliera un libro. Después de la muerte del maestro, esperábamos hallar
en sus manuscritos, obsequiosamente puestos a nuestra disposición por madame de Saus-
sure, la imagen fiel o por lo menos suficiente de aquellas lecciones geniales, y entreveíamos
la posibilidad de una publicación fundada sobre un simple ajustamiento de las notas perso-
nales de Ferdinand de Saussure combinadas con las notas de los estudiantes. Grande fue
nuestra decepción: no encontramos nada o casi nada que correspondiera a los cuadernos

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de sus discípulos. ¡Ferdinand de Saussure iba destruyendo los borradores provisionales don-
de trazaba día a día el esquema de su exposición! (1959: 31)

A esta dificultad respecto de la difusión de las ideas de Saussure se debe sumar, por una
parte, el pasaje de la enseñanza impartida oralmente a la escritura de una obra que integrara
esos tres cursos, que como tales, tienen un carácter enteramente didáctico. Para explicar su
modo de concebir el lenguaje, Saussure recurre, por ejemplo, a analogías, a metáforas y a una
adjetivación poco técnica (el pensamiento es una masa amorfa; el lenguaje es multiforme y he-
teróclito) que derivan de las restricciones que impone a toda teorización la explicación con
fuerte finalidad pedagógica. Por otra, obstáculo tanto más difícil, Saussure “era uno de esos
hombres que se renuevan sin cesar; su pensamiento evolucionaba en todas direcciones sin
caer por eso en contradicción consigo mismo” (De Saussure, 1959: 33). Para resolver estas
cuestiones, los discípulos intentaron, según sus propias palabras, “una reconstrucción, una
síntesis […] Esto sería una recreación, tanto más difícil cuanto que tenía que ser enteramente
objetiva” (De Saussure, 1959: 33). Como leerán en los capítulos seleccionados en la bibliogra-
fía, algunas marcas propias del discurso didáctico se conservan en el CLG, lo que hace que ha-
ya sido considerado esquemático y poco fiel al propio pensamiento de Saussure registrado
posteriormente en el análisis de sus cartas y los borradores de otros alumnos a los que no ac-
cedieron en su momento Bally y Sechehaye1.
¿Qué es lo que hace del CLG una obra fundante en el terreno de las ciencias que traba-
jan con signos?
Si bien la idea de que las lenguas poseen una organización propia data del siglo XVIII, la
novedad de Saussure radica en considerar a la lengua un sistema de signos arbitrarios, es decir,
signos que unen de manera inmotivada un significado (idea, concepto, por ejemplo, rosa) y
un significante (imagen acústica, la sucesión de sonidos r-o-s-a ) y que se relacionan diferen-
cialmente unos con otros (por ejemplo, rosa se diferencia de risa, de rusa, de rasa). El concepto
de arbitrariedad, central en la teoría de Saussure, no era desconocido en la época. De hecho,
ya había sido aceptado por los lingüistas del siglo precedente, e incluso había sido materia de
discusión desde la Antigüedad griega: “Él [Saussure] ofrece su solución al viejo problema plan-
teado por Platón en el Cratilo. En efecto, Platón opone dos versiones de las relaciones entre
naturaleza y cultura: Hermógenes defiende la posición según la cual los nombres asignados a
las cosas son arbitrariamente elegidos por la cultura, y Cratilo ve en los nombres un calco de
la naturaleza, una relación fundamentalmente natural. Este viejo y recurrente debate encuen-
tra en Saussure a la persona que va a dar la razón a Hermógenes con su noción de lo arbitrario
del signo” (Dosse, 2004: 61).
De acuerdo con el lingüista francés Oswald Ducrot, “la aportación propia de Saussure al
estructuralismo lingüístico consiste en el hecho de presuponer el sistema en el elemento”
(1975: 51). Es decir que lo fundamental de esta teoría es la concepción de la lengua como sis-
tema en el que los elementos no tienen ninguna realidad tomados de manera independiente
1 En 1996, se descubrieron los manuscritos de Saussure de un libro sobre la lingüística general que se
creían definitivamente perdidos. Estos manuscritos, publicados en 2002 (de Saussure, Escritos de lin-
güística general, París, Gallimard) permiten reconocer un pensamiento más complejo y flexible que
el que se difundió a través del texto surgido de sus clases, que respondía, como señalamos, a una fi-
nalidad pedagógica.

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de su relación con el resto de los que componen el sistema o, como dio en llamarse en lo su-
cesivo, la estructura. En consonancia con la consideración de la lengua como sistema se halla
la noción de valor, que se puede comprender como el producto de la relación de unos signos
con otros, y también como el método con el que se demuestra que la lengua es un sistema. Si
tomamos, por ejemplo, la forma verbal estudió, a ella asociamos virtualmente las formas estu-
die, estudiarías, hemos estudiado, y todas aquellas que completan el paradigma verbal en espa-
ñol. Vemos así que los signos lingüísticos se asocian en la memoria y también se combinan
unos con otros para construir sintagmas, por ejemplo, Estudió física en la escuela secundaria.
Puesto que el interés de Saussure hace foco en el estudio de la lengua como sistema, es com-
presible que el lingüista privilegie lo que llama lingüística sincrónica, esto es, el estudio de
un estado de lengua (por ejemplo, el español rioplatense a comienzos del siglo XX) y relegue
a un segundo plano la lingüística diacrónica, que trabaja con el estudio de los cambios his-
tóricos de un elemento del sistema. Se trata pues de otra novedad en el abordaje del estudio
de la lengua: el interés no está puesto en el seguimiento de una palabra a lo largo de la histo -
ria, en su etimología, sino en la visión de la totalidad, en diferentes sincronías.
En síntesis:
Lo esencial de la demostración consiste en fundar lo arbitrario del signo, en mostrar que
la lengua es un sistema de valores constituido no por los contenidos o lo vivido sino por pu-
ras diferencias. Saussure ofrece una interpretación de la lengua que la coloca decididamente
del lado de la abstracción para arrancarla del empirismo y de las consideraciones psicologi-
zantes. Funda así una disciplina nueva, autónoma respecto del resto de las demás ciencias hu-
manas: la lingüística. Una vez establecidas sus reglas propias, y gracias a su rigor y su grado de
formalización, va a arrastrar a todas las demás disciplinas haciéndoles asimilar su programa y
sus métodos (Dosse, 2004: 62).
Ahora bien, la fundación saussureana surge de una voluntad de otorgar a los estudios
lingüísticos un estatuto científico. Para el lingüista, puesto que la lengua es un sistema riguro-
so, la teoría debe ser también un sistema tan riguroso como la lengua; debió recortar, enton-
ces, el objeto de la lingüística y proponer un método. Es por esa razón que Saussure recorta,
desglosa del lenguaje su parte esencial, la lengua, y “sacrifica” el estudio sistemático del uso
individual, el habla: “El individuo es expulsado de la perspectiva científica saussureana, vícti-
ma de una reducción formalista en la que ya no tiene lugar” (Dosse, 2004: 70). Ya en el Prólo -
go a la edición española, Amado Alonso reconocía: “Todo se paga: la lingüística de Saussure
llega a una sorprendente claridad y simplicidad, pero a fuerza de eliminaciones, más aun, a
costa de descartar lo esencial en el lenguaje (el espíritu) como fenómeno específicamente hu-
mano” (1959: 12).
Esta imagen del lingüista ginebrino como un hombre “modelo” del paradigma positivis-
ta propio de su época, que, como afirma Alonso, hace a un lado cuestiones fundamentales pa-
ra que la lingüística alcance estatuto científico, es la que a menudo queda en quienes inician
sus estudios en materias que operan con sistemas significantes. Sin embargo, la figura “fría” y
“falta de vida” puede ser contrarrestada o compensada en primer lugar con el conocimiento
que Saussure tenía del latín, el griego, el sánscrito, el persa, el irlandés antiguo, el inglés, el
francés, el lituano, el alemán, y el antiguo altoalemán... No solo con las lenguas como tales,
sino con la poesía en esas lenguas. En 1904, por ejemplo, da un curso acerca del poema épico

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Cantar de los Nibelungos, y también se interesa, en una investigación de carácter cabalístico,


por los anagramas en textos poéticos sagrados de la India y de Roma, “llevó a cabo toda una
investigación cabalística para ver si había un nombre propio diseminado en el interior de es-
tos textos que fuese a la vez el destinatario y el destino último del mensaje” (Dosse, 2004: 68).
Lejos está de los estereotipos del autor del CLG este amante de la poesía. Incluso, el espíritu de
investigación y de conocimiento y la pasión por las lenguas y la poesía ha llevado a algunos a
hablar de “Los dos Saussure”2. Sin embargo, pensamos que no hay “dos saussures” sino que es
justamente su interés por las lenguas y la poesía lo que lo conduce a la elaboración de una
teoría compleja y dinámica capaz de explicarlas, una teoría que no llegó a ser publicada por
su autor pero que hubiera seguido derroteros sorprendentes si éste no hubiera encontrado al
muerte a los 56 años.

Bibliografía

DE SAUSSURE, Ferdinand (1916): Curso de lingüística general, publicado por Ch. Bally y
A. Sechehaye, con la colaboración de A. Riedlinger, traducción, prólogo y notas
de Amado Alonso, Buenos Aires, Losada, 1959 (tercera edición en español); p. 31.
DOSSE, François (2004): Historia del estructuralismo, tomo I: El campo del signo 1845-
1966, Madrid, Akal ediciones.
DUCROT, Oswlad (1968): ¿Qué es el estructuralismo? El estructuralismo en lingüística,
Buenos Aires, Losada, 1975; p. 51.

2 La revista Recherches titula su número 16, de septiembre de 1974, “Les deux Saussures”.

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Las reflexiones fundacionales sobre


el signo lingüístico: Ferdinand de Saussure
Elvia Rosolía y Elena Valente

Ferdinand de Saussure (1857-1913) fue un lingüista suizo que reflexionó sobre el signo a
partir de sus estudios sobre el lenguaje. Sus reflexiones nos llegan a través del Curso de lingüís-
tica general, publicado en 1916.
Saussure se propuso darles a los estudios sobre el lenguaje un carácter científico. Para
ello se posicionó en una perspectiva teórica que privilegiaba la descripción de estructuras o
sistemas, es decir, de conjuntos de elementos relacionados entre sí. 1 Lo primero que debió de-
terminar el lingüista fue cuál sería su objeto de estudio, a partir de plantear un punto de vista
inmanente para construirlo: ¿la ciencia que propondría se centraría en el lenguaje como una
totalidad o debería atender a algunos de sus elementos? En la formulación de la respuesta
saussureana a tal interrogante resulta esencial la distinción entre las nociones de lenguaje, len-
gua y habla.

Lenguaje, lengua, habla


El lenguaje es, para Saussure, una facultad o capacidad humana, un “fenómeno
total” en el que el autor desglosa dos entidades la lengua y el habla. Estos dos compo-
nentes tienen rasgos distintos. La lengua es la parte del lenguaje que los individuos he-
redan (nadie elige la lengua con la que se comunica) y que supone una serie de acuer-
dos para su uso. Por ello, para el autor, la lengua es “a la vez un producto social de la
facultad del lenguaje y un conjunto de convenciones necesarias, adoptadas por el
cuerpo social para permitir el ejercicio de esta facultad de los individuos”. El habla, en
cambio, es individual, es un acto momentáneo, finito: dura el lapso en el cual el ha-
blante ejerce la facultad. Así, considerado en su conjunto, el lenguaje es heterogéneo,
está conformado por elementos de distinta naturaleza. Saussure encuentra que, de los
dos componentes del lenguaje, la lengua es el que permite estudiar de forma autóno-
ma ciertas regularidades y relaciones entre los elementos que la integran y conforman
un sistema, de allí que la considere el objeto de estudio de la Lingüística, la ciencia
que funda. A partir de esta decisión teórica y metodológica, Saussure especifica los ras-
gos de la lengua: es “la parte social del lenguaje, exterior al individuo, que por sí solo
1 Para ampliar la reflexión sobre los aportes de F. de Saussure puede consultar:
https://dokumen.tips/documents/sazbon-jose-saussure-y-los-fundamentos-de-la-lingueistica-introduc-
cion-56632c0e0add8.html

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no puede crearla ni modificarla”, “es de naturaleza homogénea”, “es un objeto que se


puede estudiar separadamente”, “es una totalidad en sí y un principio de clasifica-
ción”.
Entre las especificaciones que, progresivamente, el autor formula respecto de la
noción de lengua es central la siguiente: “la lengua es un sistema de signos”. La no-
ción de sistema puede comprenderse si consideramos, por ejemplo, algunos sistemas
no lingüísticos. El sistema de señalización del semáforo cuenta con tres unidades, tres
luces de distintos colores. Cada uno de esos colores significa en el sistema por su rela-
ción con los otros dos; es decir, cada unidad de ese sistema se define por sus relaciones
con las demás unidades que lo conforman. En el sistema de identificación de las co-
rrientes políticas, el rojo puede valer como un signo de identificación de los partidos
de izquierda, por oposición al amarillo “PRO”. En el sistema del semáforo, en cambio,
el rojo significa detención por oposición al amarillo y el verde. En los sistemas, las
unidades se diferencian y se oponen unas a otras. Son esas relaciones las que explican
su funcionamiento. Retomaremos estas nociones al detenernos en el valor del signo
lingüístico.
Definir la lengua como sistema permite superar la posición según la cual la len-
gua es una nomenclatura, un catálogo o listado de nombres para los objetos. Que la
lengua se conciba como una estructura, como un conjunto de elementos vinculados
entre sí, hace posible comprender su funcionamiento, por qué puede aprehendérsela
y por qué es el medio de comunicación más importante que posee el hombre. Saussu-
re sostiene que el hombre piensa a través de la lengua. La lengua articula los compo-
nentes heterogéneos del lenguaje: es el “molde del pensamiento y del sonido”, a tra-
vés de los signos, le da forma a la sustancia del pensamiento y del sonido; en este sen-
tido, el pensamiento, para Saussure, no es previo a la lengua, como se había sostenido
hasta entonces, ambos son amorfos sin la lengua. Saussure se detiene en el estudio de
las unidades que integran el sistema lingüístico: los signos.

El signo en Saussure
El signo lingüístico es considerado como una entidad abstracta que contiene dos caras,
el significado y el significante. El significado es el concepto y el significante, la huella acústica
del sonido. Un ejemplo de esa conformación es el que sigue:

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El signo -en este caso árbol- no une una cosa con su nombre, sino una idea, un concep-
to, con una sucesión de sonidos en una lengua dada. La unión de significado y significante es
de naturaleza psíquica.
Lo que el signo lingüístico une no es una cosa y un nombre, sino un concepto y una ima-
gen acústica. La imagen acústica no es el sonido material, cosa puramente física, sino su
huella psíquica, la representación que de él nos da el testimonio de nuestros sentidos; esa
imagen es sensorial, y si llegamos a llamarla "material" es solamente en este sentido y por
oposición al otro término de la asociación, el concepto, generalmente más abstracto.
El carácter psíquico de nuestras imágenes acústicas aparece claramente cuando observamos
nuestra lengua materna. Sin mover los labios ni la lengua, podemos hablarnos a nosotros
mismos o recitarnos mentalmente un poema (p.13).

La relación entre ambas partes del signo es arbitraria, en el sentido de que no hay causa
natural o motivo para su unión. La noción de arbitrariedad es la piedra angular de la concepción
saussureana sobre el signo lingüístico. Con ella aparece un quiebre con la tradición que prove-
nía desde las Sagradas Escrituras según la cual el signo era el nombre de la cosa: se afirmaba que
había una causalidad para que determinado nombre correspondiera a una cosa. La existencia de
diferentes lenguas es una de las pruebas de la arbitrariedad del signo.

El valor del signo lingüístico


Según hemos explicado, para Saussure el signo lingüístico aislado es una entidad biplá-
nica compuesta por el significado y el significante. La unión entre significado y significante es
de naturaleza arbitraria. Ahora bien, el signo aislado es arbitrario y positivo, en el sentido del
lazo que une el significado al significante. No obstante, el signo en la lengua aparece en opo-
sición a otros, en una cadena o asociado a otros signos, no en forma aislada. El lingüista acu-
ña el concepto de valor para dar cuenta de las oposiciones de un signo en el sistema. Extrapo-
la la idea de valor de conceptos del campo de la economía a partir del cual introduce ciertos
ejemplos. Todo valor, según el autor, está compuesto por algo similar y, a la vez, por algo dife-
rente en relación con otro valor. Así, para determinar el valor de una moneda, se lo compara
con lo semejante (la moneda de otro país, como en el caso del peso con dólar, por ejemplo);
y, a la vez, con lo desemejante (el peso habilita a comprar objetos, un kg. de pan). Pero para
Saussure, la lengua es un sistema de valores puros en el que la identidad de cada unidad - de
cada signo- sólo deriva de las relaciones que mantiene con todos los demás signos del sistema.
Según Saussure, la lengua se construye por oposiciones tanto en el plano material como
en el plano conceptual, un signo es lo que lo que el resto de los signos de sistema no son. Esta
afirmación implica que la lengua se constituye a partir de las oposiciones, sin considerar los
aspectos positivos. Dichas oposiciones son propias de cada lengua, no universales. En espa-
ñol, la oposición referente a los modos verbales es Indicativo, Imperativo y Subjuntivo, pero
no es igual para todas las lenguas. En el sistema de los colores, se reconoce el violeta como un
color en el español, sin embargo, hay comunidades de pueblos originarios en cuya lengua el
violeta no está dentro del sistema, el valor del violeta se lo transmite al azul o marrón. La
oposición de las formas vos y usted para los pronombres de segunda persona no integran el

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sistema de la lengua inglesa, la cual no distingue formas de mayor o menor respeto para diri-
girse al destinatario.

El valor lingüístico
La lengua como pensamiento organizado en la materia fónica

Para darse cuenta de que la lengua no puede ser otra cosa que un sistema de valores puros,
basta considerar los dos elementos que entran en juego en su funcionamiento: las ideas y
los sonidos.
Psicológicamente, hecha abstracción de su expresión por medio de palabras, nuestro pen-
samiento no es más que una masa amorfa e indistinta. Filósofos y lingüistas han estado
siempre de acuerdo en reconocer que, sin la ayuda de los signos, seríamos incapaces de dis-
tinguir dos ideas de manera clara y constante. Considerado en sí mismo, el pensamiento es
como una nebulosa donde nada está necesariamente delimitado. No hay ideas preestableci-
das, y nada es distinto antes de la aparición de la lengua (p 21) [...].
El papel característico de la lengua frente al pensamiento no es el de crear un medio fónico
material para la expresión de las ideas, sino el de servir de intermediaria entre el pensa-
miento y el sonido, en condiciones tales que su unión lleva necesariamente a deslinda-
mientos recíprocos de unidades. El pensamiento, caótico por naturaleza, se ve forzado a
precisarse al descomponerse. No hay, pues, ni materialización de los pensamientos, ni espi-
ritualización de los sonidos, sino que se trata de ese hecho en cierta manera misterioso:
que el “pensamiento-sonido” implica divisiones y que la lengua elabora sus unidades al
constituirse entre dos masas amorfas (p.22) [...].
La lengua es también comparable a una hoja de papel: el pensamiento es el anverso y el so-
nido el reverso: no se puede cortar uno sin cortar el otro; así tampoco en la lengua se po-
dría aislar el sonido del pensamiento, ni el pensamiento del sonido; a tal separación sólo se
llegaría por una abstracción y el resultado sería hacer psicología pura o fonología pura (p.
22).
La lingüística trabaja, pues, en el terreno limítrofe donde los elementos de dos órdenes se
combinan; esta combinación produce una forma, no una sustancia (p.22) [...].
Estas miras hacen comprender mejor lo que hemos dicho sobre lo arbitrario del
signo. No solamente son confusos y amorfos los dos dominios enlazados por el he-
cho lingüístico, sino que la elección que se decide por tal porción acústica para tal
idea es perfectamente arbitraria. Si no fuera éste el caso, la noción de valor perde-
ría algo de su carácter, ya que contendría un elemento impuesto desde fuera. Pero
de hecho los valores siguen siendo enteramente relativos, y por eso el lazo entre la
idea y el sonido es radicalmente arbitrario (p. 22).
A su vez lo arbitrario del signo nos hace comprender mejor por qué el hecho social es el
único que puede crear un sistema lingüístico. La colectividad es necesaria para establecer
valores cuya única razón de ser está en el uso y en el consenso generales; el individuo por
sí solo es incapaz de fijar ninguno.
Además, la idea de valor, así determinada, nos muestra cuán ilusorio es considerar un tér-
mino sencillamente como la unión de cierto sonido con cierto concepto. Definirlo así sería
aislarlo del sistema de que forma parte; sería creer que se puede comenzar por los términos
y construir el sistema haciendo la suma, mientras que, por el contrario, hay que partir de la
totalidad solidaria para obtener por análisis los elementos que encierra (p.22).

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Todo lo precedente viene a decir que en la lengua no hay más que diferencias. Todavía más:
una diferencia supone, en general, términos positivos entre los cuales se establece; pero en
la lengua sólo hay diferencias sin términos positivos. Ya se considere el significante, ya el signi-
ficado, la lengua no comporta ni ideas ni sonidos preexistentes al sistema lingüístico, sino
solamente diferencias conceptuales y diferencias fónicas resultantes de ese sistema. Lo que
de idea o de materia fónica hay en un signo importa menos que lo que hay a su alrededor
en los otros signos. La prueba está en que el valor de un término puede modificarse sin to-
car ni a su sentido ni a su sonido, con sólo el hecho de que tal otro término vecino haya
sufrido una modificación (p.27).

Relaciones sintagmáticas y asociativas o paradigmáticas del signo


Un estado de lengua se basa en dos tipos de relaciones: sintagmáticas y asociativas o para-
digmáticas. Las relaciones sintagmáticas se basan en la sucesión; en la cadena, no hay simultanei-
dad; el sintagma es el producto de dichas relaciones. El umbral inferior de un sintagma es de dos
signos util-idad, casa-quinta, el hombre es mortal. Un sintagma es una estructura de signos, contrae
relaciones, no constituye un conjunto de signos agregados sin reglas constitutivas.
Las asociativas o paradigmáticas constituyen el segundo funcionamiento de las relacio-
nes entre los signos de la lengua. Se basan en asociaciones mentales, fuera de la cadena; los
signos se asocian de manera simultánea. Los paradigmas de la lengua son de diferente orden:
gramaticales, cerrados, presentan un número finito de signos. Las categorías de género, núme-
ro, verbo constituyen ejemplos de paradigmas gramaticales. Los abiertos se constituyen por
medio de asociaciones mentales de significados y de significantes semejantes u opuestos. Por
ejemplo el signo casa se relaciona con choza, casona, rancho; se puede seguir asociando signos
por similitud de significado.

Las relaciones y las diferencias entre términos se despliegan en dos esferas distintas, cada
una generadora de cierto orden de valores; la oposición entre esos dos órdenes nos hace
comprender mejor la naturaleza de cada uno. Ellos corresponden a dos formas de nuestra
actividad mental, ambos indispensables a la vida de la lengua.
De un lado, en el discurso, las palabras contraen entre sí, en virtud de su encadenamiento,
relaciones fundadas en el carácter lineal de la lengua, que excluye la posibilidad de pro-
nunciar dos elementos a la vez. Los elementos se alinean uno tras otro en la cadena del ha-
bla. Estas combinaciones que se apoyan en la extensión se pueden llamar sintagmas. El sin-
tagma se compone siempre, pues, de dos o más unidades consecutivas (por ejemplo: re-leer;
contra todos; la vida humana; Dios es bueno; si hace buen tiempo, saldremos, etc.). Colocado en
un sintagma, un término sólo adquiere su valor porque se opone al que le precede o al que
le sigue o a ambos.
Por otra parte, fuera del discurso, las palabras que ofrecen algo de común se asocian en la
memoria, y así se forman grupos en el seno de los cuales reinan relaciones muy diversas.
Así la palabra francesa enseignement, o la española enseñanza, hará surgir inconscientemen-
te en el espíritu un montón de otras palabras (enseigner, renseigner, etc., o bien armement,
changement, etc., o bien éducation, apprentisage). Por un lado o por otro, todas tienen algo
de común.

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Ya se ve que estas coordinaciones son de muy distinta especie que las primeras. Ya no se ba-
san en la extensión; su sede está en el cerebro, y forman parte de ese tesoro interior que
constituye la lengua de cada individuo. Las llamaremos relaciones asociativas.
La conexión sintagmática es in praesentia; se apoya en dos o más términos igualmente pre-
sentes en una serie efectiva. Por el contrario, la conexión asociativa une términos in absen-
tia en una serie mnemónica virtual.
Desde este doble punto de vista una unidad lingüística es comparable a una parte determi-
nada de un edificio, una columna por ejemplo; la columna se halla, por un lado, en cierta
relación con el arquitrabe que sostiene; esta disposición de dos unidades igualmente pre-
sentes en el espacio hace pensar en la relación sintagmática; por otro lado, si la columna es
de orden dórico, evoca la comparación mental con los otros órdenes (jónico, corintio, etc.),
que son elementos no presentes en el espacio: la relación es asociativa (p.29).

En síntesis, uno de los aportes centrales de Saussure fue la fundación de la Lingüística, lo


que dio lugar a la aparición de una disciplina específica para los estudios sobre el lenguaje. En
esa instancia fundacional, Saussure no atiende al habla, al uso individual del lenguaje. Como
veremos más adelante, esa decisión será discutida o retomada por otros autores.

Bibliografía
DE SAUSSURE, Ferdinand (1916): Curso de lingüística general, publicado por Ch. Bally y A. Seche-
haye, con la colaboración de A. Riedlinger, traducción, prólogo y notas de Amado Alon-
so, Buenos Aires, Losada, 1959 (tercera edición en español).

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Curso de lingüística general (selección)


Ferdinand de Saussure
Traducción, prólogo y notas de Amado Alonso, Buenos Aires, Losada, 1945 (10ª edición)

Introducción
Capítulo III. Objeto de la lingüística

§ 1. La lengua; su definición
¿Cuál es el objeto a la vez integral y concreto de la lingüística? La cuestión es particular-
mente difícil; ya veremos luego por qué; limitémonos ahora a hacer comprender esa dificul-
tad.
Otras ciencias operan con objetos dados de antemano y que se pueden considerar en se-
guida desde diferentes puntos de vista. No es así en la lingüística. Alguien pronuncia la palabra
española desnudo: un observador superficial se sentirá tentado de ver en ella un objeto lingüísti-
co concreto; pero un examen más atento hará ver en ella sucesivamente tres o cuatro cosas per-
fectamente diferentes, según la manera de considerarla: como sonido, como expresión de una
idea, como correspondencia del latín (dis)nūdum, etc. Lejos de preceder el objeto al punto de
vista, se diría que es el punto de vista el que crea el objeto, y, además, nada nos dice de antema-
no que una de esas maneras de considerar el hecho en cuestión sea anterior o superior a las
otras.
Por otro lado, sea cual sea el punto de vista adoptado, el fenómeno lingüístico presenta
perpetuamente dos caras que se corresponden, sin que la una valga más que gracias a la otra.
Por ejemplo:
1° Las sílabas que se articulan son impresiones acústicas percibidas por el oído, pero los
sonidos no existirían sin los órganos vocales; así una n no existe más que por la correspon-
dencia de estos dos aspectos. No se puede, pues, reducir la lengua al sonido, ni separar el soni-
do de la articulación bucal; a la recíproca, no se pueden definir los movimientos de los órga-
nos vocales si se hace abstracción de la impresión acústica.
2° Pero admitamos que el sonido sea una cosa simple: ¿es el sonido el que hace al len-
guaje? No; no es más que el instrumento del pensamiento y no existe por sí mismo. Aquí sur-
ge una nueva y formidable correspondencia: el sonido, unidad compleja acústico-vocal, for-
ma a su vez con la idea una unidad compleja, fisiológica y mental. Es más:
3° El lenguaje tiene un lado individual y un lado social, y no se puede concebir el uno
sin el otro. Por último:
4° En cada instante el lenguaje implica a la vez un sistema establecido y una evolución;
en cada momento es una institución actual y un producto del pasado. Parece a primera vista
muy sencillo distinguir entre el sistema y su historia, entre lo que es y lo que ha sido; en reali-
dad, la relación que une esas dos cosas es tan estrecha que es difícil separarlas. ¿Sería la cues-

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tión más sencilla si se considerara el fenómeno lingüístico en sus orígenes, si, por ejemplo, se
comenzara por estudiar el lenguaje de los niños? No, pues es una idea enteramente falsa esa
de creer que en materia de lenguaje el problema de los orígenes difiere del de las condiciones
permanentes. No hay manera de salir del círculo.
Así, pues, de cualquier lado que se mire la cuestión, en ninguna parte se nos ofrece entero
el objeto de la lingüística. Por todas partes topamos con este dilema: o bien nos aplicamos a un
solo lado de cada problema, con el consiguiente riesgo de no percibir las dualidades arriba seña-
ladas, o bien, si estudiamos el lenguaje por muchos lados a la vez, el objeto de la lingüística se
nos aparece como un montón confuso de cosas heterogéneas y sin trabazón. Cuando se proce-
de así es cuando se abre la puerta a muchas ciencias –psicología, antropología, gramática nor-
mativa, filología, etc.–, que nosotros separamos distintamente de la lingüística, pero que, a fa-
vor de un método incorrecto, podrían reclamar el lenguaje como uno de sus objetos.
A nuestro parecer, no hay más que una solución para todas estas dificultades: hay que colo-
carse desde el primer momento en el terreno de la lengua y tomarla como norma de todas las otras ma-
nifestaciones del lenguaje. En efecto, entre tantas dualidades, la lengua parece ser lo único suscep-
tible de definición autónoma y es la que da un punto de apoyo satisfactorio para el espíritu.
Pero ¿qué es la lengua? Para nosotros, la lengua no se confunde con el lenguaje: la len-
gua no es más que una determinada parte del lenguaje, aunque esencial. Es a la vez un pro-
ducto social de la facultad del lenguaje y un conjunto de convenciones necesarias adoptadas
por el cuerpo social para permitir el ejercicio de esa facultad en los individuos. Tomado en su
conjunto, el lenguaje es multiforme y heteróclito; a caballo en diferentes dominios, a la vez fí-
sico, fisiológico y psíquico, pertenece además al dominio individual y al dominio social; no se
deja clasificar en ninguna de las categorías de los hechos humanos, porque no se sabe cómo
desembrollar su unidad.
La lengua, por el contrario, es una totalidad en sí y un principio de clasificación. En
cuanto le damos el primer lugar entre los hechos de lenguaje, introducimos un orden natural
en un conjunto que no se presta a ninguna otra clasificación.
A este principio de clasificación se podría objetar que el ejercicio del lenguaje se apoya
en una facultad que nos da la naturaleza, mientras que la lengua es cosa adquirida y conven-
cional que debería quedar subordinada al instinto natural en lugar de anteponérsele.
He aquí lo que se puede responder. En primer lugar, no está probado que la función del
lenguaje, tal como se manifiesta cuando hablamos, sea enteramente natural, es decir, que
nuestro aparato vocal esté hecho para hablar como nuestras piernas para andar. Los lingüistas
están lejos de ponerse de acuerdo sobre esto. Así, para Whitney, que equipara la lengua a una
institución social con el mismo título que todas las otras, el que nos sirvamos del aparato vo-
cal como instrumento de la lengua es cosa del azar, por simples razones de comodidad: lo
mismo habrían podido los hombres elegir el gesto y emplear imágenes visuales en lugar de las
imá- genes acústicas. Sin duda, esta tesis es demasiado absoluta; la lengua no es una institu-
ción social semejante punto por punto a las otras; además, Whytney va demasiado lejos cuan-
do dice que nuestra elección ha caído por azar en los órganos de la voz; de cierta manera, ya
nos estaban impuestos por la naturaleza. Pero, en el punto esencial, el lingüista americano pa-
rece tener razón: la lengua es una convención y la naturaleza del signo en que se conviene es
indiferente. La cuestión del aparato vocal es, pues, secundaria en el problema del lenguaje.

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Cierta definición de lo que se llama lenguaje articulado podría confirmar esta idea. En la-
tín articulus significa 'miembro, parte, subdivisión en una serie de cosas'; en el lenguaje, la ar-
ticulación puede designar o bien la subdivisión de la cadena hablada en sílabas, o bien la sub-
división de la cadena de significaciones en unidades significativas; este sentido es el que los
alemanes dan a su gegliederte Sprache. Ateniéndonos a esta segunda definición, se podría decir
que no es el lenguaje hablado el natural al hombre, sino la facultad de constituir una lengua,
es decir, un sistema de signos distintos que corresponden a ideas distintas.
Broca ha descubierto que la facultad de hablar está localizada en la tercera circunvolu-
ción frontal izquierda: también sobre esto se han apoyado algunos para atribuir carácter natu-
ral al lenguaje. Pero esa localización se ha comprobado para todo lo que se refiere al lenguaje,
incluso la escritura, y esas comprobaciones, añadidas a las observaciones hechas sobre las di-
versas formas de la afasia por lesión de tales centros de localización, parecen indicar: 1° que
las diversas perturbaciones del lenguaje oral están enredadas de mil maneras con las del len-
guaje escrito; 2° que en todos los casos de afasia o de agrafia lo lesionado es menos la facultad
de proferir tales o cuales sonidos o de trazar tales o cuales signos, que la de evocar por un ins-
trumento, cualquiera que sea, los signos de un lenguaje regular. Todo nos lleva a creer que por
debajo del funcionamiento de los diversos órganos existe una facultad más general, la que go-
bierna los signos: ésta sería la facultad lingüística por excelencia. Y por aquí llegamos a la mis-
ma conclusión arriba indicada.
Para atribuir a la lengua el primer lugar en el estudio del lenguaje, se puede finalmente
hacer valer el argumento de que la facultad –natural o no– de articular palabras no se ejerce
más que con la ayuda del instrumento creado y suministrado por la colectividad; no es, pues,
quimérico decir que es la lengua la que hace la unidad del lenguaje.

§ 2. Lugar de la lengua en los hechos de lenguaje


Para hallar en el conjunto del lenguaje la esfera que corresponde a la lengua, hay que si-
tuarse ante el acto individual que permite reconstruir el circuito de la palabra. Este acto supo-
ne por lo menos dos individuos: es el mínimum exigible para que el circuito sea completo.
Sean, pues, dos personas, A y B, en conversación:

El punto de partida del circuito está en el cerebro de uno de ellos, por ejemplo, en el de
A, donde los hechos de conciencia, que llamaremos conceptos, se hallan asociados con las re-
presentaciones de los signos lingüísticos o imágenes acústicas que sirven a su expresión. Su-
pongamos que un concepto dado desencadena en el cerebro una imagen acústica correspon-
diente: éste es un fenómeno enteramente psíquico, seguido a su vez de un proceso fisiológico:
el cerebro transmite a los órganos de la fonación un impulso correlativo a la imagen; luego las

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ondas sonoras se propagan de la boca de A al oído de B: proceso puramente físico. A continua-


ción el circuito sigue en B un orden inverso: del oído al cerebro, transmisión fisiológica de la
imagen acústica; en el cerebro, asociación psíquica de esta imagen con el concepto correspon-
diente. Si B habla a su vez, este nuevo acto seguirá –de su cerebro al de A– exactamente la mis-
ma marcha que el primero y pasará por las mismas fases sucesivas que representamos con el
siguiente esquema:

Este análisis no pretende ser completo. Se podría distinguir todavía: la sensación acústi-
ca pura, la identificación de esa sensación con la imagen acústica latente, la imagen muscular
de la fonación, etc. Nosotros sólo hemos tenido en cuenta los elementos juzgados esenciales;
pero nuestra figura permite distinguir en seguida las partes físicas (ondas sonoras) de las fisio-
lógicas (fonación y audición) y de las psíquicas (imágenes verbales y conceptos). Pues es de
capital importancia advertir que la imagen verbal no se confunde con el sonido mismo, y que
es tan legítimamente psíquica como el concepto que le está asociado.
El circuito, tal como lo hemos representado, se puede dividir todavía:
a) en una parte externa (vibración de los sonidos que van de la boca al oído) y una parte
interna, que comprende todo el resto;
b) en una parte psíquica y una parte no psíquica, incluyéndose en la segunda tanto los he-
chos fisiológicos de que son asiento los órganos, como los hechos físicos exteriores al individuo;
c) en una parte activa y una parte pasiva: es activo todo lo que va del centro de asocia-
ción de uno de los sujetos al oído del otro sujeto, y pasivo todo lo que va del oído del segun -
do a su centro de asociación.
Por último, en la parte psíquica localizada en el cerebro se puede llamar ejecutivo todo
lo que es activo (c → i) y receptivo todo lo que es pasivo (i → c).
Es necesario añadir una facultad de asociación y de coordinación, que se manifiesta en
todos los casos en que no se trate nuevamente de signos aislados; esta facultad es la que de -
sempeña el primer papel en la organización de la lengua como sistema.
Pero, para comprender bien este papel, hay que salirse del acto individual, que no es más
que el embrión del lenguaje, y encararse con el hecho social.
Entre todos los individuos así ligados por el lenguaje, se establecerá una especie de pro-
medio: todos reproducirán –no exactamente, sin duda, pero sí aproximadamente– los mismos
signos unidos a los mismos conceptos.
¿Cuál es el origen de esta cristalización social? ¿Cuál de las dos partes del circuito puede
ser la causa? Pues lo más probable es que no todas participen igualmente.

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La parte física puede descartarse desde un principio. Cuando oímos hablar una lengua
desconocida, percibimos bien los sonidos, pero, por nuestra incomprensión, quedamos fuera
del hecho social.
La parte psíquica tampoco entra en juego en su totalidad: el lado ejecutivo queda fuera,
porque la ejecución jamás está a cargo de la masa, siempre es individual, y siempre el indivi-
duo es su árbitro; nosotros lo llamaremos el habla (parole).
Lo que hace que se formen en los sujetos hablantes acuñaciones que llegan a ser sensi-
blemente idénticas en todos es el funcionamiento de las facultades receptiva y coordinativa.
¿Cómo hay que representarse este producto social para que la lengua aparezca perfectamente
separada del resto? Si pudiéramos abarcar la suma de las imágenes verbales almacenadas en
todos los individuos, entonces toparíamos con el lazo social que constituye la lengua. Es un
tesoro depositado por la práctica del habla en los sujetos que pertenecen a una misma comu-
nidad, un sistema gramatical virtualmente existente en cada cerebro, o, más exactamente, en
los cerebros de un conjunto de individuos, pues la lengua no está completa en ninguno, no
existe perfectamente más que en la masa.
Al separar la lengua del habla (langue et parole), se separa a la vez: 1° lo que es social de lo
que es individual; 2° lo que es esencial de lo que es accesorio y más o menos accidental.
La lengua no es una función del sujeto hablante, es el producto que el individuo registra
pasivamente; nunca supone premeditación, y la reflexión no interviene en ella más que para
la actividad de clasificar.
El habla es, por el contrario, un acto individual de voluntad y de inteligencia, en el cual
conviene distinguir: 1° las combinaciones por las que el sujeto hablante utiliza el código de la
lengua con miras a expresar su pensamiento personal; 2° el mecanismo psicofísico que le per-
mita exteriorizar esas combinaciones.
Hemos de subrayar que lo que definimos son cosas y no palabras; las distinciones estable-
cidas nada tienen que temer de ciertos términos ambiguos que no se recubren del todo de len-
gua a lengua. Así en alemán Sprache quiere decir lengua y lenguaje; Rede corresponde bastante
bien a habla (fr. parole), pero añadiendo el sentido especial de 'discurso'. En latín, sermo significa
más bien lenguaje y habla, mientras que lingua designa la lengua, y así sucesivamente.
Ninguna palabra corresponde exactamente a cada una de las nociones precisadas arriba;
por eso toda definición hecha a base de una palabra es vana; es mal método el partir de las pa-
labras para definir las cosas.

Recapitulemos los caracteres de la lengua:


1° Es un objeto bien definido en el conjunto heteróclito de los hechos de lenguaje. Se la
puede localizar en la porción determinada del circuito donde una imagen acústica viene a
asociarse con un concepto. La lengua es la parte social del lenguaje, exterior al individuo, que
por sí solo no puede ni crearla ni modificarla; no existe más que en virtud de una especie de
contrato establecido entre los miembros de la comunidad. Por otra parte, el individuo tiene
necesidad de un aprendizaje para conocer su funcionamiento; el niño se la va asimilando po-
co a poco. Hasta tal punto es la lengua una cosa distinta, que un hombre privado del uso del
habla conserva la lengua con tal que comprenda los signos vocales que oye.

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2° La lengua, distinta del habla, es un objeto que se puede estudiar separadamente. Ya


no hablamos las lenguas muertas, pero podemos muy bien asimilarnos su organismo lingüís-
tico. La ciencia de la lengua no sólo puede prescindir de otros elementos del lenguaje, sino
que sólo es posible a condición de que esos otros elementos no se inmiscuyan.
3° Mientras que el lenguaje es heterogéneo, la lengua así delimitada es de naturaleza ho-
mogénea: es un sistema de signos en el que sólo es esencial la unión del sentido y de la ima-
gen acústica, y donde las dos partes del signo son igualmente psíquicas.
4° La lengua, no menos que el habla, es un objeto de naturaleza concreta, y esto es gran
ventaja para su estudio. Los signos lingüísticos no por ser esencialmente psíquicos son abs-
tracciones; las asociaciones ratificadas por el consenso colectivo, y cuyo conjunto constituye
la lengua, son realidades que tienen su asiento en el cerebro. Además, los signos de la lengua
son, por decirlo así, tangibles; la escritura puede fijarlos en imágenes convencionales, mien-
tras que sería imposible fotografiar en todos sus detalles los actos del habla; la fonación de
una palabra, por pequeña que sea, representa una infinidad de movimientos musculares ex-
tremadamente difíciles de conocer y de imaginar. En la lengua, por el contrario, no hay más
que la imagen acústica, y ésta se puede traducir en una imagen visual constante. Pues si se ha-
ce abstracción de esta multitud de movimientos necesarios para realizarla en el habla, cada
imagen acústica no es, como luego veremos, más que la suma de un número limitado de ele-
mentos o fonemas, susceptibles a su vez de ser evocados en la escritura por un número corres-
pondiente de signos. Esta posibilidad de fijar las cosas relativas a la lengua es la que hace que
un diccionario y una gramática puedan ser su representación fiel, pues la lengua es el depósi-
to de las imágenes acústicas y la escritura la forma tangible de esas imágenes.

§ 3. Lugar de la lengua en los hechos humanos. La semiología


Estos caracteres nos hacen descubrir otro más importante. La lengua, deslindada así del
conjunto de los hechos de lenguaje, es clasificable entre los hechos humanos, mientras que el
lenguaje no lo es.
Acabamos de ver que la lengua es una institución social, pero se diferencia por muchos
rasgos de las otras instituciones políticas, jurídicas, etc. Para comprender su naturaleza pecu-
liar hay que hacer intervenir un nuevo orden de hechos.
La lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por eso comparable a la escritu-
ra, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de cortesía, a las señales
militares, etc., etc. Sólo que es el más importante de todos esos sistemas.
Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida so-
cial. Tal ciencia sería parte de la psicología social, y por consiguiente de la psicología general.
Nosotros la llamaremos semiología1 (del griego sēmeîon 'signo'). Ella nos enseñará en qué con-
sisten los signos y cuáles son las leyes que los gobiernan. Puesto que todavía no existe, no se
puede decir qué es lo que ella será; pero tiene derecho a la existencia, y su lugar está determi-
nado de antemano. La lingüística no es más que una parte de esta ciencia general. Las leyes

1 No confundir la semiología con la semántica, que estudia los cambios de significación, y de la que
Ferdinand de Saussure no hizo una exposición metódica, aunque nos dejó formulado su principio
tímidamente en la pág. 140. (Nota de B. y S.)

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que la semiología descubra serán aplicables a la lingüística, y así es como la lingüística se en-
contrará ligada a un dominio bien definido en el conjunto de los hechos humanos.
Al psicólogo toca determinar el puesto exacto de la semiología; 2 tarea del lingüista es
definir qué es lo que hace de la lengua un sistema especial en el conjunto de los hechos se -
miológicos. Más adelante volveremos sobre la cuestión; aquí sólo nos fijamos en esto: si por
vez primera hemos podido asignar a la lingüística un puesto entre las ciencias es por haberla
incluido en la semiología.
¿Por qué la semiología no es reconocida como ciencia autónoma, ya que tiene como las
demás su objeto propio? Es porque giramos dentro de un círculo vicioso: de un lado, nada
más adecuado que la lengua para hacer comprender la naturaleza del problema semiológico;
pero, para plantearlo convenientemente, se tendría que estudiar la lengua en sí misma; y el
caso es que, hasta ahora, casi siempre se la ha encarado en función de otra cosa, desde otros
puntos de vista.
Tenemos, en primer lugar, la concepción superficial del gran público, que no ve en la
lengua más que una nomenclatura, lo cual suprime toda investigación sobre su naturaleza
verdadera. Luego viene el punto de vista del psicólogo, que estudia el mecanismo del signo en
el individuo. Es el método más fácil, pero no lleva más allá de la ejecución individual, sin al-
canzar al signo, que es social por naturaleza.
O, por último, cuando algunos se dan cuenta de que el signo debe estudiarse socialmen-
te, no retienen más que los rasgos de la lengua que la ligan a otras instituciones, aquellos que
dependen más o menos de nuestra voluntad; y así es como se pasa tangencialmente a la meta,
desdeñando los caracteres que no pertenecen más que a los sistemas semiológicos en general
y a la lengua en particular. Pues el signo es ajeno siempre en cierta medida a la voluntad indi-
vidual o social, y en eso está su carácter esencial, aunque sea el que menos evidente se haga a
primera vista.
Así, ese carácter no aparece claramente más que en la lengua, pero también se manifies-
ta en las cosas menos estudiadas, y de rechazo se suele pasar por alto la necesidad o la utilidad
particular de una ciencia semiológica. Para nosotros, por el contrario, el problema lingüístico
es primordialmente semiológico, y en este hecho importante cobran significación nuestros ra-
zonamientos. Si se quiere descubrir la verdadera naturaleza de la lengua, hay que empezar por
considerarla en lo que tiene de común con todos los otros sistemas del mismo orden; factores
lingüísticos que a primera vista aparecen como muy importantes (por ejemplo, el juego del
aparato fonador) no se deben considerar más que de segundo orden si no sirven más que para
distinguir a la lengua de los otros sistemas. Con eso no solamente se esclarecerá el problema
lingüístico, sino que, al considerar los ritos, las costumbres, etc., como signos, estos hechos
aparecerán a otra luz, y se sentirá la necesidad de agruparlos en la semiología y de explicarlos
por las leyes de esta ciencia.

2 Cfr. A. NAVILLE, Classification des sciences, 2a edición, pág. 104.

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Primera parte. Principios generales


Capítulo I. Naturaleza del signo lingüístico

§ 1. Signo, significado, significante


Para ciertas personas, la lengua, reducida a su principio esencial, es una nomenclatura,
esto es, una lista de términos que corresponden a otras tantas cosas. Por ejemplo:

Esta concepción es criticable por muchos conceptos. Supone ideas completamente he-
chas preexistentes a las palabras; no nos dice si el nombre es de naturaleza vocal o psíquica,
pues arbor puede considerarse en uno u otro aspecto; por último, hace suponer que el vínculo
que une un nombre a una cosa es una operación muy simple, lo cual está bien lejos de ser
verdad. Sin embargo, esta perspectiva simplista puede acercarnos a la verdad al mostrarnos
que la unidad lingüística es una cosa doble, hecha con la unión de dos términos.
Hemos visto, a propósito del circuito del habla, que los términos implicados en el signo
lingüístico son ambos psíquicos y están unidos en nuestro cerebro por un vínculo de asocia-
ción. Insistamos en este punto.
Lo que el signo lingüístico une no es una cosa y un nombre, sino un concepto y una
imagen acústica.3 La imagen acústica no es el sonido material, cosa puramente física, sino su
huella psíquica, la representación que de él nos da el testimonio de nuestros sentidos; esa
imagen es sensorial, y si llegamos a llamarla "material" es solamente en este sentido y por
oposición al otro término de la asociación, el concepto, generalmente más abstracto.
El carácter psíquico de nuestras imágenes acústicas aparece claramente cuando observa-
mos nuestra lengua materna. Sin mover los labios ni la lengua, podemos hablarnos a nosotros
mismos o recitarnos mentalmente un poema. Y porque las palabras de la lengua materna son
para nosotros imágenes acústicas, hay que evitar el hablar de los "fonemas" de que están com-
puestas. Este término, que implica una idea de acción vocal, no puede convenir más que a las
palabras habladas, a la realización de la imagen interior en el discurso. Hablando de sonidos y
de sílabas de una palabra, evitaremos el equívoco, con tal que nos
acordemos de que se trata de la imagen acústica.
El signo lingüístico es, pues, una entidad psíquica de dos caras,
que puede representarse por la siguiente figura:

3 El término de imagen acústica parecerá quizá demasiado estrecho, pues junto a la representación
de los sonidos de una palabra está también la de su articulación, la imagen muscular del acto fona-
torio. Pero para F. de Saussure la lengua es esencialmente un depósito, una cosa recibida de fuera. La
imagen acústica es, por excelencia, la representación natural de la palabra, en cuanto hecho de len-
gua virtual, fuera de toda realización por el habla. El aspecto motor puede, pues, quedar sobreen-
tendido o en todo caso no ocupar más que un lugar subordinado con relación a la imagen acústica.
(B. y S.)

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Estos dos elementos están íntimamente unidos y se reclaman recíprocamente. Ya sea que bus-
quemos el sentido de la palabra latina arbor o la palabra con que el latín designa el concepto
de 'árbol', es evidente que las vinculaciones consagradas por la lengua son las únicas que nos
aparecen conformes con la realidad, y descartamos cualquier otra que se pudiera imaginar.

Esta definición plantea una importante cuestión de terminología. Llamamos signo a la


combinación del concepto y de la imagen acústica: pero en el uso corriente este término de-
signa generalmente la imagen acústica sola, por ejemplo una palabra (arbor, etc.). Se olvida
que si llamamos signo a arbor no es más que gracias a que conlleva el concepto 'árbol', de tal
manera que la idea de la parte sensorial implica la del conjunto.
La ambigüedad desaparecería si designáramos las tres nociones aquí presentes por medio
de nombres que se relacionen recíprocamente al mismo tiempo que se opongan. Y propone-
mos conservar la palabra signo para designar el conjunto, y reemplazar concepto e imagen acús-
tica respectivamente con significado y significante; estos dos últimos términos tienen la ventaja
de señalar la oposición que los separa, sea entre ellos dos, sea del total de que forman parte.
En cuanto al término signo, si nos contentamos con él es porque, no sugiriéndonos la lengua
usual cualquier otro, no sabemos con qué reemplazarlo.
El signo lingüístico así definido posee dos caracteres primordiales. Al enunciarlos vamos a
proponer los principios mismos de todo estudio de este orden.

§ 2. Primer principio: lo arbitrario del signo


El lazo que une el significante al significado es arbitrario; o bien, puesto que entende-
mos por signo el total resultante de la asociación de un significante con un significado, pode-
mos decir más simplemente: el signo lingüístico es arbitrario.
Así, la idea de sur no está ligada por relación alguna interior con la secuencia de sonidos s-
u-r que le sirve de significante; podría estar representada tan perfectamente por cualquier otra
secuencia de sonidos. Sirvan de prueba las diferencias entre las lenguas y la existencia misma de
lenguas diferentes: el significado 'buey' tiene por significante bwéị a un lado de la frontera fran-
co-española y böf (boeuf) al otro, y al otro lado de la frontera francogermana es oks (Ochs).
El principio de lo arbitrario del signo no está contradicho por nadie; pero suele ser más
fácil descubrir una verdad que asignarle el puesto que le toca. El principio arriba enunciado
domina toda la lingüística de la lengua; sus consecuencias son innumerables. Es verdad que
no todas aparecen a la primera ojeada con igual evidencia; hay que darles muchas vueltas pa-
ra descubrir esas consecuencias y, con ellas, la importancia primordial del principio.
Una observación de paso: cuando la semiología esté organizada se tendrá que averiguar
si los modos de expresión que se basan en signos enteramente naturales –como la pantomi-
ma– le pertenecen de derecho. Suponiendo que la semiología los acoja, su principal objetivo

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no por eso dejará de ser el conjunto de sistemas fundados en lo arbitrario del signo. En efecto,
todo medio de expresión recibido de una sociedad se apoya en principio en un hábito colecti-
vo o, lo que viene a ser lo mismo, en la convención. Los signos de cortesía, por ejemplo, dota-
dos con frecuencia de cierta expresividad natural (piénsese en los chinos que saludan a su em-
perador prosternándose nueve veces hasta el suelo), no están menos fijados por una regla; esa
regla es la que obliga a emplearlos, no su valor intrínseco. Se puede, pues, decir que los signos
enteramente arbitrarios son los que mejor realizan el ideal del procedimiento semiológico;
por eso la lengua, el más complejo y el más extendido de los sistemas de expresión, es tam-
bién el más característico de todos; en este sentido la lingüística puede erigirse en el modelo
general de toda semiología, aunque la lengua no sea más que un sistema particular.
Se ha utilizado la palabra símbolo para designar el signo lingüístico, o, más exactamente,
lo que nosotros llamamos el significante. Pero hay inconvenientes para admitirlo, justamente
a causa de nuestro primer principio. El símbolo tiene por carácter no ser nunca completamen-
te arbitrario; no está vacío: hay un rudimento de vínculo natural entre el significante y el sig-
nificado. El símbolo de la justicia, la balanza, no podría reemplazarse por otro objeto cual-
quiera, un carro, por ejemplo.
La palabra arbitrario necesita también una observación. No debe dar idea de que el signi-
ficante depende de la libre elección del hablante (ya veremos luego que no está en manos del
individuo el cambiar nada en un signo una vez establecido por un grupo lingüístico); quere-
mos decir que es inmotivado, es decir, arbitrario con relación al significado, con el cual no
guarda en la realidad ningún lazo natural.
Señalemos, para terminar, dos objeciones que se podrían hacer a este primer principio:
1ª Se podría uno apoyar en las onomatopeyas para decir que la elección del significante
no siempre es arbitraria. Pero las onomatopeyas nunca son elementos orgánicos de un sistema
lingüístico. Su número es, por lo demás, mucho menor de lo que se cree. Palabras francesas
como fouet 'látigo' o glas 'doblar de campanas' pueden impresionar a ciertos oídos por una so-
noridad sugestiva; pero para ver que no tienen tal carácter desde su origen, basta recordar sus
formas latinas (fouet deriva de fāgus 'haya', glas es classicum); la cualidad de sus sonidos actua-
les, o, mejor, la que se les atribuye, es un resultado fortuito de la evolución fonética.
En cuanto a las onomatopeyas auténticas (las del tipo glu-glu, tic-tac, etc.), no solamente
son escasas, sino que su elección ya es arbitraria en cierta medida, porque no son más que la
imitación aproximada y ya medio convencional de ciertos ruidos (cfr. francés ouaoua y alemán
wauwau, español guau guau).4 Además, una vez introducidas en la lengua, quedan más o menos
engranadas en la evolución fonética, morfológica, etc., que sufren las otras palabras (cfr. pigeon,
del latín vulgar pīpiō, derivado de una onomatopeya): prueba evidente de que ha perdido algo
de su carácter primero para adquirir el del signo lingüístico en general, que es inmotivado.
2ª Las exclamaciones, muy vecinas de las onomatopeyas, dan lugar a observaciones aná-
logas y no son más peligrosas para nuestra tesis. Se tiene la tentación de ver en ellas expresio-
nes espontáneas de la realidad, dictadas como por la naturaleza. Pero para la mayor parte de
ellas se puede negar que haya un vínculo necesario entre el significado y el significante. Basta
con comparar dos lenguas en este terreno para ver cuánto varían estas expresiones de idioma

4 [Nuestro sentido onomatopéyico reproduce el canto del gallo con quiquiriquí, el de los franceses co-
querico (kókrikói), el de los ingleses cock-a-doodle-do. A.A.]

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a idioma (por ejemplo, al francés aïe!, esp. ¡ay!, corresponde el alemán au!). Y ya se sabe que
muchas exclamaciones comenzaron por ser palabras con sentido determinado (cfr. fr. diable!,
mordieu! = mort Dieu, etcétera).
En resumen, las onomatopeyas y las exclamaciones son de importancia secundaria, y su
origen simbólico es en parte dudoso.

§ 3. Segundo principio: carácter lineal del significante


El significante, por ser de naturaleza auditiva, se desenvuelve en el tiempo únicamente y
tiene los caracteres que toma del tiempo: a) representa una extensión, y b) esa extensión es men-
surable en una sola dimensión; es una línea.
Este principio es evidente, pero parece que siempre se ha desdeñado el enunciarlo, sin
duda porque se le ha encontrado demasiado simple; sin embargo, es fundamental y sus conse-
cuencias son incalculables: su importancia es igual a la de la primera ley. Todo el mecanismo
de la lengua depende de ese hecho. Por oposición a los significantes visuales (señales maríti-
mas, por ejemplo), que pueden ofrecer complicaciones simultáneas en varias dimensiones, los
significantes acústicos no disponen más que de la línea del tiempo; sus elementos se presen-
tan uno tras otro; forman una cadena. Este carácter se destaca inmediatamente cuando los re-
presentamos por medio de la escritura, en donde la sucesión en el tiempo es sustituida por la
línea espacial de los signos gráficos.
En ciertos casos, no se nos aparece con evidencia. Si, por ejemplo, acentúo una sílaba,
parecería que acumulo en un mismo punto elementos significativos diferentes. Pero es una
ilusión; la sílaba y su acento no constituyen más que un acto fonatorio; no hay dualidad en el
interior de este acto, sino tan sólo oposiciones diversas con lo que está a su lado.

Capítulo II. Inmutabilidad y mutabilidad del signo

§ 1 . Inmutabilidad
Si, con relación a la idea que representa, aparece el significante como elegido libremen-
te, en cambio, con relación a la comunidad lingüística que lo emplea, no es libre, es impues-
to. A la masa social no se le consulta si el significante elegido por la lengua podría tampoco
ser reemplazado por otro. Este hecho, que parece envolver una contradicción, podría llamarse
familiarmente la carta forzada. Se dice a la lengua "elige", pero añadiendo: "será ese signo y no
otro alguno". No solamente es verdad que, de proponérselo, un individuo sería incapaz de
modificar en un ápice la elección ya hecha, sino que la masa misma no puede ejercer su sobe-
ranía sobre una sola palabra; la masa está atada a la lengua tal cual es.
La lengua no puede, pues, equipararse a un contrato puro y simple, y justamente en este
aspecto muestra el signo lingüístico su máximo interés de estudio; pues si se quiere demostrar
que la ley admitida en una colectividad es una cosa que se sufre y no una regla libremente
consentida, la lengua es la que ofrece la prueba más concluyente de ello.
Veamos, pues, cómo el signo lingüístico está fuera del alcance de nuestra voluntad, y sa-
quemos luego las consecuencias importantes que se derivan de tal fenómeno.

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En cualquier época que elijamos, por antiquísima que sea, ya aparece la lengua como
una herencia de la época precedente. El acto por el cual, en un momento dado, fueran los
nombres distribuidos entre las cosas, el acto de establecer un contrato entre los conceptos y
las imágenes acústicas, es verdad que lo podemos imaginar, pero jamás ha sido comprobado.
La idea de que así es como pudieron ocurrir los hechos nos es sugerida por nuestro sentimien-
to tan vivo de lo arbitrario del signo.
De hecho, ninguna sociedad conoce ni jamás ha conocido la lengua de otro modo que
como un producto heredado de las generaciones precedentes y que hay que tomar tal cual es.
Ésta es la razón de que la cuestión del origen del lenguaje no tenga la importancia que se le
atribuye generalmente. Ni siquiera es cuestión que se deba plantear; el único objeto real de la
lingüística es la vida normal y regular de una lengua ya constituida. Un estado de lengua da-
do siempre es el producto de factores históricos, y esos factores son los que explican por qué
el signo es inmutable, es decir, por qué resiste toda sustitución arbitraria.
Pero decir que la lengua es una herencia no explica nada si no se va más lejos. ¿No se
pueden modificar de un momento a otro leyes existentes y heredadas?
Esta objeción nos lleva a situar la lengua en su marco social y a plantear la cuestión co-
mo se plantearía para las otras instituciones sociales. ¿Cómo se transmiten las instituciones?
He aquí la cuestión más general que envuelve la de la inmutabilidad. Tenemos, primero, que
apreciar el más o el menos de libertad de que disfrutan las otras instituciones, y veremos en-
tonces que para cada una de ellas hay un balanceo diferente entre la tradición impuesta y la
acción libre de la sociedad. En seguida estudiaremos por qué, en una categoría dada, los facto-
res del orden primero son más o menos poderosos que los del otro. Por último, volviendo a la
lengua, nos preguntamos por qué el factor histórico de la transmisión la domina enteramente
excluyendo todo cambio lingüístico general y súbito.
Para responder a esta cuestión se podrán hacer valer muchos argumentos y decir, por
ejemplo, que las modificaciones de la lengua no están ligadas a la sucesión de generaciones
que, lejos de superponerse unas a otras como los cajones de un mueble, se mezclan, se inter-
penetran, y cada una contiene individuos de todas las edades. Habrá que recordar la suma de
esfuerzos que exige el aprendizaje de la lengua materna, para llegar a la conclusión de la im-
posibilidad de un cambio general. Se añadirá que la reflexión no interviene en la práctica de
un idioma; que los sujetos son, en gran medida, inconscientes de las leyes de la lengua; y si
no se dan cuenta de ellas ¿cómo van a poder modificarlas? Y aunque fueran conscientes, ten-
dríamos que recordar que los hechos lingüísticos apenas provocan la crítica, en el sentido de
que cada pueblo está generalmente satisfecho de la lengua que ha recibido.
Estas consideraciones son importantes, pero no son específicas; preferimos las siguien-
tes, más esenciales, más directas, de las cuales dependen todas las otras.
1. El carácter arbitrario del signo. Ya hemos visto cómo el carácter arbitrario del signo nos
obligaba a admitir la posibilidad teórica del cambio; y si profundizamos, veremos que de he-
cho lo arbitrario mismo del signo pone a la lengua al abrigo de toda tentativa que pueda mo-
dificarla. La masa, aunque fuera más consciente de lo que es, no podría discutirla. Pues para
que una cosa entre en cuestión es necesario que se base en una norma razonable. Se puede, por
ejemplo, debatir si la forma monogámica del matrimonio es más razonable que la poligámica y
hacer valer las razones para una u otra. Se podría también discutir un sistema de símbolos, porque

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el símbolo guarda una relación racional con la cosa significada; pero en cuanto a la lengua, siste-
ma de signos arbitrarios, esa base falta, y con ella desaparece todo terreno sólido de discusión; no
hay motivo alguno para preferir soeur a sister o a hermana, Ochs a boeufo a buey, etcétera.
2. La multitud de signos necesarios para constituir cualquier lengua. Las repercusiones de este
hecho son considerables. Un sistema de escritura compuesto de veinte a cuarenta letras puede
en rigor reemplazarse por otro. Lo mismo sucedería con la lengua si encerrara un número li-
mitado de elementos; pero los signos lingüísticos son innumerables.
3. El carácter demasiado complejo del sistema. Una lengua constituye un sistema. Si, como
luego veremos, éste es el lado por el cual la lengua no es completamente arbitraria y donde
impera una razón relativa, también es éste el punto donde se manifiesta la incompetencia de
la masa para transformarla. Pues este sistema es un mecanismo complejo, y no se le puede
comprender más que por la reflexión; hasta los que hacen de él un uso cotidiano lo ignoran
profundamente. No se podría concebir un cambio semejante más que con la intervención de
especialistas, gramáticos, lógicos, etc.; pero la experiencia demuestra que hasta ahora las inje-
rencias de esta índole no han tenido éxito alguno.
4. La resistencia de la inercia colectiva a toda innovación lingüística. La lengua –y esta consi-
deración prevalece sobre todas las demás– es en cada instante tarea de todo el mundo; exten-
dida por una masa y manejada por ella, la lengua es una cosa de que todos los individuos se
sirven a lo largo del día entero. En este punto no se puede establecer ninguna comparación
entre ella y las otras instituciones. Las prescripciones de un código, los ritos de una religión,
las señales marítimas, etc., nunca ocupan más que cierto número de individuos a la vez y du-
rante un tiempo limitado; de la lengua, por el contrario, cada cual participa en todo tiempo, y
por eso la lengua sufre sin cesar la influencia de todos. Este hecho capital basta para mostrar
la imposibilidad de una revolución. La lengua es de todas las instituciones sociales la que me-
nos presa ofrece a las iniciativas. La lengua forma cuerpo con la vida de la masa social, y la
masa, siendo naturalmente inerte, aparece ante todo como un factor de conservación.
Sin embargo, no basta con decir que la lengua es un producto de fuerzas sociales para
que se vea claramente que no es libre; acordándonos de que siempre es herencia de una época
precedente, hay que añadir que esas fuerzas sociales actúan en función del tiempo. Si la len-
gua tiene carácter de fijeza, no es sólo porque esté ligada a la gravitación de la colectividad,
sino también porque está situada en el tiempo. Estos dos hechos son inseparables. En todo
instante la solidaridad con el pasado pone en jaque a la libertad de elegir. Decimos hombre y
perro porque antes que nosotros se ha dicho hombre y perro. Eso no impide que haya en el fe-
nómeno total un vínculo entre esos dos factores antinómicos: la convención arbitraria, en
virtud de la cual es libre la elección, y el tiempo, gracias al cual la elección se halla ya fijada.
Precisamente porque el signo es arbitrario no conoce otra ley que la de la tradición, y precisa-
mente por fundarse en la tradición puede ser arbitrario.

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§ 2. Mutabilidad
El tiempo, que asegura la continuidad de la lengua, tiene otro efecto, en apariencia
contradictorio con el primero: el de alterar más o menos rápidamente los signos lingüísticos,
de modo que, en cierto sentido, se puede hablar a la vez de la inmutabilidad y de la mutabili-
dad del signo.5
En último análisis, ambos hechos son solidarios: el signo está en condiciones de alterar-
se porque se continúa. Lo que domina en toda alteración es la persistencia de la materia vieja;
la infidelidad al pasado sólo es relativa. Por eso el principio de alteración se funda en el prin-
cipio de continuidad.
La alteración en el tiempo adquiere formas diversas, cada una de las cuales daría materia
para un importante capítulo de lingüística. Sin entrar en detalles, he aquí lo más importante
de destacar. Por de pronto no nos equivoquemos sobre el sentido dado aquí a la palabra alte-
ración. Esta palabra podría hacer creer que se trata especialmente de cambios fonéticos sufri-
dos por el significante, o bien de cambios de sentido que atañen al concepto significado. Tal
perspectiva sería insuficiente. Sean cuales fueren los factores de alteración, ya obren aislada-
mente o combinados, siempre conducen a un desplazamiento de la relación entre el significado y
el significante.
Veamos algunos ejemplos. El latín necāre 'matar' se ha hecho en francés noyer 'ahogar' y
en español anegar. Han cambiado tanto la imagen acústica como el concepto; pero es inútil
distinguir las dos partes del fenómeno; basta con consignar globalmente que el vínculo entre
la idea y el signo se ha relajado y que ha habido un desplazamiento en su relación.
Si en lugar de comparar el necāre del latín clásico con el francés noyer, se le opone a necā-
re del latín vulgar de los siglos IV o V, ya con la significación de 'ahogar', el caso es un poco di-
ferente; pero también aquí, aunque no haya alteración apreciable del significante, hay despla-
zamiento de la relación entre idea y signo.
El antiguo alemán dritteil 'el tercio' se ha hecho en alemán moderno Drittel. En este caso,
aunque el concepto no se haya alterado, la relación se ha cambiado de dos maneras: el signifi-
cante se ha modificado no sólo en su aspecto material, sino también en su forma gramatical;
ya no implica la idea de Teil 'parte'; ya es una palabra simple. De una manera o de otra, siem-
pre hay desplazamiento de la relación.
En anglosajón la forma preliteraria fōt 'pie' siguió siendo fōt (inglés moderno foot), mien-
tras que su plural *fōti 'pies' se hizo fēt (inglés moderno feet). Sean cuales fueren las alteracio-
nes que supone, una cosa es cierta: ha habido desplazamiento de la relación, han surgido
otras correspondencia entre la materia fónica y la idea.
Una lengua es radicalmente incapaz de defenderse contra los factores que desplazan mi-
nuto tras minuto la relación entre significado y significante. Es una de las consecuencias de lo
arbitrario del signo.

5 Sería injusto reprochar a F. de Saussure el ser inconsecuente o paradójico por atribuir a la lengua
dos cualidades contradictorias. Por la oposición de los términos que hieran la imaginación, F. de
Saussure quiso solamente subrayar esta verdad: que la lengua se transforma sin que los sujetos ha-
blantes puedan transformarla. Se puede decir también que la lengua es intangible, pero no inaltera-
ble. (B. y S.)

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Las otras instituciones humanas –las costumbres, las leyes, etc.– están todas fundadas,
en grados diversos, en la relación natural entre las cosas; en ellas hay una acomodación nece-
saria entre los medios empleados y los fines perseguidos. Ni siquiera la moda que fija nuestra
manera de vestir es enteramente arbitraria; no se puede apartar más allá de ciertos límites de
las condiciones dictadas por el cuerpo humano. La lengua, por el contrario, no está limitada
por nada en la elección de sus medios, pues no se adivina qué sería lo que impidiera asociar
una idea cualquiera con una secuencia cualquiera de sonidos.
Para hacer ver bien que la lengua es pura institución, Whitney ha insistido con toda ra-
zón en el carácter arbitrario de los signos; y con eso ha situado la lingüística en su eje verda -
dero. Pero Whitney no llegó hasta el fin y no vio que ese carácter arbitrario separa radical-
mente a la lengua de todas las demás instituciones. Se ve bien por la manera en que la lengua
evoluciona; nada tan complejo: situada a la vez en la masa social y en el tiempo, nadie puede
cambiar nada en ella; y, por otra parte, lo arbitrario de sus signos implica teóricamente la li-
bertad de establecer cualquier posible relación entre la materia fónica y las ideas. De aquí re-
sulta que cada uno de esos dos elementos unidos en los signos guardan su vida propia en una
proporción desconocida en otras instituciones, y que la lengua se altera, o mejor, evoluciona,
bajo la influencia de todos los agentes que puedan alcanzar sea a los sonidos sea a los signifi-
cados. Esta evolución es fatal; no hay un solo ejemplo de lengua que la resista. Al cabo de
cierto tiempo, siempre se pueden observar desplazamientos sensibles.
Tan cierto es esto que hasta se tiene que cumplir este principio en las lenguas artificiales.
El hombre que construya una de estas lenguas artificiales la tiene a su merced mientras no se
ponga en circulación; pero desde el momento en que la tal lengua se ponga a cumplir su mi-
sión y se convierta en cosa de todo el mundo, su gobierno se le escapará. El esperanto es un
ensayo de esta clase; si triunfa ¿escapará a la ley fatal? Pasado el primer momento, la lengua
entrará probablemente en su vida semiológica; se transmitirá según leyes que nada tienen de
común con las de la creación reflexiva y ya no se podrá retroceder. El hombre que pretendiera
construir una lengua inmutable que la posteridad debería aceptar tal cual la recibiera se pare-
cería a la gallina que empolla un huevo de pato: la lengua construida por él sería arrastrada
quieras que no por la corriente que abarca a todas las lenguas.
La continuidad del signo en el tiempo, unida a la alteración en el tiempo, es un princi-
pio de semiología general; y su confirmación se encuentra en los sistemas de escritura, en el
lenguaje de los sordomudos, etcétera.
Pero ¿en qué se funda la necesidad del cambio? Quizá se nos reproche no haber sido tan
explícitos sobre este punto como sobre el principio de la inmutabilidad; es que no hemos dis-
tinguido los diferentes factores de la alteración, y tendríamos que contemplarlos en su varie-
dad para saber hasta qué punto son necesarios.
Las causas de la continuidad están a priori al alcance del observador; no pasa lo mismo
con las causas de alteración a través del tiempo. Vale más renunciar provisionalmente a dar
cuenta cabal de ellas y limitarse a hablar en general del desplazamiento de relaciones; el tiem-
po altera todas las cosas; no hay razón para que la lengua escape de esta ley universal.

Recapitulemos las etapas de nuestra demostración, refiriéndonos a los principios estable-


cidos en la Introducción.

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1 ° Evitando estériles definiciones de palabras, hemos empezado por distinguir, en el


seno del fenómeno total que representa el lenguaje, dos factores: la lengua y el habla. La lengua
es para nosotros el lenguaje menos el habla. La lengua es el conjunto de los hábitos lingüísti-
cos que permiten a un sujeto comprender y hacerse comprender.
2° Pero esta definición deja todavía a la lengua fuera de su realidad social, y hace de ella
una cosa irreal, ya que no abarca más que uno de los aspectos de la realidad, el aspecto indivi-
dual; hace falta una masa parlante para que haya una lengua. Contra toda apariencia, en mo-
mento alguno existe la lengua fuera del hecho social, porque es un fenómeno semiológico. Su
naturaleza social es uno de sus caracteres internos; su definición completa nos coloca ante dos
cosas inseparables, como lo muestra el esquema siguiente:
Pero en estas condiciones la lengua es viable, no viviente; no hemos tenido
en cuenta más que la realidad social, no el hecho histórico.
3° Como el signo lingüístico es arbitrario, parecería que la lengua, así defi-
nida, es un sistema libre, organizable a voluntad, dependiente únicamente
de un principio racional. Su carácter social, considerado en sí mismo, no se
opone precisamente a este punto de vista. Sin duda la psicología colectiva
no opera sobre una materia puramente lógica; haría falta tener en cuenta
todo cuanto hace torcer la razón en las relaciones prácticas entre individuo
e individuo. Y, sin embargo, no es eso lo que nos impide ver la lengua como
una simple convención, modificable a voluntad de los interesados: es la ac-
ción del tiempo, que se combina con la de la fuerza social; fuera del tiempo, la realidad lin-
güística no es completa y ninguna conclusión es posible.
Si se tomara la lengua en el tiempo, sin la masa hablante –supongamos un individuo
aislado que viviera durante siglos– probablemente no se registraría ninguna alteración; el
tiempo no actuaría sobre ella. Inversamente, si se considerara la masa parlante sin el tiempo
no se vería el efecto de fuerzas sociales que obran en la lengua.
Para estar en la realidad hace falta, pues, añadir a nuestro pri-
mer esquema un signo que indique la marcha del tiempo:
Ya ahora la lengua no es libre, porque el tiempo permitirá
a las fuerzas sociales que actúan en ella desarrollar sus efectos, y
se llega al principio de continuidad que anula a la libertad. Pe-
ro la continuidad implica necesariamente la alteración, el des-
plazamiento más o menos considerable de las relaciones.

Segunda parte. Lingüística sincrónica


Capítulo IV. El valor lingüístico

§ 1. La lengua como pensamiento organizado en la materia fónica


Para darse cuenta de que la lengua no puede ser otra cosa que un sistema de valores pu-
ros, basta considerar los dos elementos que entran en juego en su funcionamiento: las ideas y
los sonidos.

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Psicológicamente, hecha abstracción de su expresión por medio de palabras, nuestro


pensamiento no es más que una masa amorfa e indistinta. Filósofos y lingüistas han estado
siempre de acuerdo en reconocer que, sin la ayuda de los signos, seríamos incapaces de distin-
guir dos ideas de manera clara y constante. Considerado en sí mismo, el pensamiento es co-
mo una nebulosa donde nada está necesariamente delimitado. No hay ideas preestablecidas, y
nada es distinto antes de la aparición de la lengua.
Frente a este reino flotante, ¿ofrecen los sonidos por sí mismos entidades circunscriptas
de antemano? Tampoco. La substancia fónica no es más fija ni más rígida; no es un molde a
cuya forma el pensamiento deba acomodarse necesariamente, sino una materia plástica que
se divide a su vez en partes distintas para suministrar los significantes que el pensamiento ne-
cesita. Podemos, pues, representar el hecho lingüístico en su conjunto, es decir, la lengua, co-
mo una serie de subdivisiones contiguas marcadas a la vez sobre el plano indefinido de las
ideas confusas (A) y sobre el no menos indeterminado de los sonidos (B). Es lo que aproxima-
damente podríamos representar en este esquema:

El papel característico de la lengua frente al pensamiento no es el de crear un medio fó-


nico material para la expresión de las ideas, sino el de servir de intermediaria entre el pensa-
miento y el sonido, en condiciones tales que su unión lleva necesariamente a deslindamien-
tos recíprocos de unidades. El pensamiento, caótico por naturaleza, se ve forzado a precisarse
al descomponerse. No hay, pues, ni materialización de los pensamientos, ni espiritualización
de los sonidos, sino que se trata de ese hecho en cierta manera misterioso: que el "pensamien-
to-sonido" implica divisiones y que la lengua elabora sus unidades al constituirse entre dos
masas amorfas. Imaginemos el aire en contacto con una capa de agua: si cambia la presión at-
mosférica, la superficie del agua se descompone en una serie de divisiones, esto es, de ondas;
esas ondulaciones darán una idea de la unión y, por así decirlo, de la ensambladura del pensa-
miento con la materia fónica.
Se podrá llamar a la lengua el dominio de las articulaciones, tomando esta palabra en el
sentido definido anteriormente, cada término lingüístico es un miembro, un articulus donde
se fija una idea en un sonido y donde un sonido se hace el signo de una idea.
La lengua es también comparable a una hoja de papel: el pensamiento es el anverso y el
sonido el reverso: no se puede cortar uno sin cortar el otro; así tampoco en la lengua se podría
aislar el sonido del pensamiento, ni el pensamiento del sonido; a tal separación sólo se llega-
ría por una abstracción y el resultado sería hacer psicología pura o fonología pura.
La lingüística trabaja, pues, en el terreno limítrofe donde los elementos de dos órdenes se
combinan; esta combinación produce una forma, no una sustancia.

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Estas miras hacen comprender mejor lo que hemos dicho sobre lo arbitrario del signo.
No solamente son confusos y amorfos los dos dominios enlazados por el hecho lingüístico,
sino que la elección que se decide por tal porción acústica para tal idea es perfectamente arbi-
traria. Si no fuera éste el caso, la noción de valor perdería algo de su carácter, ya que conten-
dría un elemento impuesto desde fuera. Pero de hecho los valores siguen siendo enteramente
relativos, y por eso el lazo entre la idea y el sonido es radicalmente arbitrario.
A su vez lo arbitrario del signo nos hace comprender mejor por qué el hecho social es el
único que puede crear un sistema lingüístico. La colectividad es necesaria para establecer valo-
res cuya única razón de ser está en el uso y en el consenso generales; el individuo por sí solo
es incapaz de fijar ninguno.
Además, la idea de valor, así determinada, nos muestra cuan ilusorio es considerar un
término sencillamente como la unión de cierto sonido con cierto concepto. Definirlo así sería
aislarlo del sistema de que forma parte; sería creer que se puede comenzar por los términos y
construir el sistema haciendo la suma, mientras que, por el contrario, hay que partir de la to-
talidad solidaria para obtener por análisis los elementos que encierra.
Para desarrollar esta tesis nos pondremos sucesivamente en el punto de vista del signifi-
cado o concepto (§2), en el del significante (§3) y en el del signo total (§4).
No pudiendo captar directamente las entidades concretas o unidades de la lengua,
operamos sobre las palabras. Las palabras, sin recubrir exactamente la definición de la uni -
dad lingüística, por lo menos dan de ella una idea aproximada que tiene la ventaja de ser
concreta; las tomaremos, pues, como muestras equivalentes de los términos reales de un sis -
tema sincrónico, y los principios obtenidos a propósito de las palabras serán válidos para las
entidades en general.

§ 2. El valor lingüístico considerado en su aspecto conceptual


Cuando se habla del valor de una palabra, se piensa generalmente, y sobre todo, en la
propiedad que tiene la palabra de representar una idea, y, en efecto, ése es uno de los aspectos
del valor lingüístico. Pero si fuera así, ¿en qué se diferenciaría el valor de lo que se llama signi-
ficación? ¿Serían sinónimas estas dos palabras? No lo creemos, aunque sea fácil la confusión,
sobre todo porque está provocada menos por la analogía de los términos que por la delicadeza
de la distinción que señalan.
El valor, tomado en su aspecto conceptual, es sin duda un elemento de la significación,
y es muy difícil saber cómo se distingue la significación a pesar de estar bajo su dependencia.
Sin embargo, es necesario poner en claro esta cuestión so pena de reducir la lengua a una sim-
ple nomenclatura.
Tomemos primero la significación tal como se suele presentar y tal como la hemos ima-
ginado anteriormente. No es, como ya lo indican las flechas de la figura, más que la contra-
parte de la imagen auditiva. Todo queda entre la imagen auditiva y el concepto, en los límites
de la palabra considerada como un dominio cerrado, existente por sí mismo.

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Pero véase el aspecto paradójico de la cuestión: de un lado, el concepto se nos aparece


como la contraparte de la imagen auditiva en el interior del signo, y, de otro, el signo mismo,
es decir, la relación que une esos dos elementos es también, y de igual modo, la contraparte
de los otros signos de la lengua.
Puesto que la lengua es un sistema en donde todos los términos son solidarios y donde
el valor de cada uno no resulta más que de la presencia simultánea de los otros, según este
esquema:

¿cómo es que el valor, así definido, se confundirá con la significación, es decir, con la contra-
parte de la imagen auditiva? Parece imposible equiparar las relaciones figuradas aquí por las fle-
chas horizontales con las que están representadas en la figura anterior por las flechas verticales.
Dicho de otro modo –para insistir en la comparación de la hoja de papel que se desgarra–, no
vemos por qué la relación observada entre distintos trozos A, B, C, D, etc., no ha de ser distinta
de la que existe entre el anverso y el reverso de un mismo trozo, A/A', B/B', etcétera.
Para responder a esta cuestión, consignemos primero que, incluso fuera de la lengua,
todos los valores parecen regidos por ese principio paradójico. Los valores están siempre
constituidos:
1 ° por una cosa desemejante susceptible de ser trocada por otra cuyo valor está por determinar;
2° por cosas similares que se pueden comparar con aquella cuyo valor está por ver.
Estos dos factores son necesarios para la existencia de un valor. Así, para determinar lo
que vale una moneda de cinco francos hay que saber: 1° que se la puede trocar por una canti-
dad determinada de una cosa diferente, por ejemplo, de pan; 2° que se la puede comparar con
un valor similar del mismo sistema, por ejemplo, una moneda de un franco, o con una moneda
de otro sistema (un dólar, etc.). Del mismo modo una palabra puede trocarse por algo deseme-
jante: una idea; además, puede compararse con otra cosa de la misma naturaleza: otra palabra.
Su valor, pues, no estará fijado mientras nos limitemos a consignar que se puede "trocar" por tal
o cual concepto, es decir, que tiene tal o cual significación; hace falta además compararla con
los valores similares, con las otras palabras que se le pueden oponer. Su contenido no está ver-
daderamente determinado más que por el concurso de lo que existe fuera de ella. Como la pala-
bra forma parte de un sistema, está revestida, no sólo de una significación, sino también, y so-
bre todo, de un valor, lo cual es cosa muy diferente.
Algunos ejemplos mostrarán que es así como efectivamente sucede. El español carnero o
el francés mouton pueden tener la misma significación que el inglés sheep, pero no el mismo
valor, y eso por varias razones, en particular porque al hablar de una porción de comida ya co-
cinada y servida a la mesa, el inglés dice mutton y no sheep. La diferencia de valor entre sheep y
mouton o carnero consiste en que sheep tiene junto a sí un segundo término, lo cual no sucede
con la palabra francesa ni con la española.

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Dentro de una misma lengua, todas las palabras que expresan ideas vecinas se limitan
recíprocamente: sinónimos como recelar, temer, tener miedo, no tienen valor propio más que
por su oposición; si recelar no existiera, todo su contenido iría a sus concurrentes. Al revés,
hay términos que se enriquecen por contacto con otros; por ejemplo, el elemento nuevo in-
troducido en décrépit ("un vieillard décrépit") resulta de su coexistencia con décrépi ("un mur dé-
crépi").6 Así el valor de todo término está determinado por lo que lo rodea; ni siquiera de la pa-
labra que significa 'sol' se puede fijar inmediatamente el valor si no se considera lo que la ro-
dea; lenguas hay en las que es imposible decir "sentarse al sol".
Lo que hemos dicho de las palabras se aplica a todo término de la lengua, por ejemplo, a
las entidades gramaticales. Así, el valor de un plural español o francés no coincide del todo con
el de un plural sánscrito, aunque la mayoría de las veces la significación sea idéntica: es que el
sánscrito posee tres números en lugar de dos (mis ojos, mis orejas, mis brazos, mis piernas, etc., es-
tarían en dual); sería inexacto atribuir el mismo valor al plural en sánscrito y en español o fran-
cés, porque el sánscrito no puede emplear el plural en todos los casos donde es regular en espa-
ñol o en francés; su valor depende, pues, verdaderamente de lo que está fuera y alrededor de él.
Si las palabras estuvieran encargadas de representar conceptos dados de antemano, cada
uno de ellos tendría, de lengua a lengua, correspondencias exactas para el sentido; pero no es
así. El francés dice louer (une maison) y el español alquilar, indiferentemente por 'tomar' o 'dar
en alquiler, mientras el alemán emplea dos términos: mieten y vermieten; no hay, pues, corres-
pondencia exacta de valores. Los verbos schätzen y urteilen presentan un conjunto de signifi-
caciones que corresponden a bulto a las palabras francesas estimer y juger, esp. estimar y juzgar.
Sin embargo, en varios puntos esta correspondencia falla.
La flexión ofrece ejemplos particularmente notables. La distinción de los tiempos, que
nos es tan familiar, es extraña a ciertas lenguas; el hebreo ni siquiera conoce la distinción, tan
fundamental, entre el pasado, el presente y el futuro. El protogermánico no tiene forma pro-
pia para el futuro: cuando se dice que lo expresa con el presente, se habla impropiamente,
pues el valor de un presente no es idéntico en germánico y en las lenguas que tienen un futu-
ro junto al presente. Las lenguas eslavas distinguen regularmente dos aspectos del verbo: el
perfectivo representa la acción en su totalidad, como un punto, fuera de todo desarrollarse; el
imperfectivo la muestra en su desarrollo y en la línea del tiempo. Estas categorías presentan
dificultades para un francés o para un español porque sus lenguas las ignoran: si estuvieran
predeterminadas, no sería así. En todos estos casos, pues, sorprendemos, en lugar de ideas da-
das de antemano, valores que emanan del sistema. Cuando se dice que los valores correspon-
den a conceptos, se sobreentiende que son puramente diferenciales, definidos no positiva-
mente por su contenido, sino negativamente por sus relaciones con los otros términos del sis-
tema. Su más exacta característica es la de ser lo que los otros no son.7

6 [O con nuestro ejemplo español: el elemento nuevo introducido en el uso argentino de latente ("un
entusiasmo latente") resulta de su coexistencia con latir ("un corazón latiente"). A.A.]
7 [Por ejemplo: para designar temperaturas, tibio es lo que no es frío ni caliente; para designar distan-
cias, ahí es lo que no es aquí ni allí; esto lo que no es eso ni aquello. El inglés, que tiene dos términos,
this y that, en lugar de nuestros tres, este, ese, aquel, presenta otro juego de valores. A.A.]

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Ahora se ve la interpretación real del esquema del signo. Así quiere decir que en español
un concepto 'juzgar' está unido a la imagen acústica juzgar; en una
palabra, simboliza la significación; pero bien entendido que ese
concepto nada tiene de inicial, que no es más que un valor deter-
minado por sus relaciones con los otros valores similares, y que sin
ellos la significación no existiría. Cuando afirmo simplemente que
una palabra significa tal cosa, cuando me atengo a la asociación de la imagen acústica con el
concepto, hago una operación que puede en cierta medida ser exacta y dar una idea de la rea-
lidad; pero de ningún modo expreso el hecho lingüístico en su esencia y en su amplitud.

§ 3. El valor lingüístico considerado en su aspecto material


Si la parte conceptual del valor está constituida únicamente por sus conexiones y dife-
rencias con los otros términos de la lengua, otro tanto se puede decir de su parte material. Lo
que importa en la palabra no es el sonido por sí mismo, sino las diferencias fónicas que per-
miten distinguir una palabra de todas las demás, pues ellas son las que llevan la significación.
Quizá esto sorprenda, pero en verdad ¿dónde habría la posibilidad de lo contrario? Puesto
que no hay imagen vocal que responda mejor que otra a lo que se le encomienda expresar, es evi-
dente, hasta a priori, que nunca podrá un fragmento de lengua estar fundado, en último análisis,
en otra cosa que en su no-coincidencia con el resto. Arbitrario y diferencial son dos cualidades co-
rrelativas.
La alteración de los signos lingüísticos patentiza bien esta correlación; precisamente por-
que los términos a y b son radicalmente incapaces de llegar como tales hasta las regiones de la
conciencia –la cual no percibe perpetuamente más que la diferencia a/b–, cada uno de los tér-
minos queda libre para modificarse según leyes ajenas a su función significativa. El genitivo
plural checo žen no está caracterizado por ningún signo positivo; sin embargo, el grupo de
formas žena: žen funciona también como el de žena: žen ъ que le ha precedido; es que lo úni -
co que entra en juego es la diferencia de los signos; žena vale sólo porque es diferente.
Otro ejemplo que hace ver todavía mejor lo que hay de sistemático en este juego de las di-
ferencias fónicas: en griego éphēn es un imperfecto y estēn un aoristo, aunque ambos están for-
mados de manera idéntica; es que el primero pertenece al sistema del indicativo presente phēmí
'digo', mientras que no hay presente *stēmi; ahora bien, la relación phēmí- éphēn es justamente
la que corresponde a la relación entre el presente y el imperfecto (cfr. deíknūmi-edeíknūn), etc.
Estos signos actúan, pues, no por su valor intrínseco, sino por su posición relativa.
Por lo demás, es imposible que el sonido, elemento material, pertenezca por sí a la len-
gua. Para la lengua no es más que una cosa secundaria, una materia que pone en juego. Todos
los valores convencionales presentan este carácter de no confundirse con el elemento tangible
que les sirve de soporte. Así no es el metal de una moneda lo que fija su valor; un escudo que
vale nominalmente cinco francos no contiene de plata más que la mitad de esa suma; y val-
drá más o menos con tal o cual efigie, más o menos a este o al otro lado de una frontera polí -
tica. Esto es más cierto todavía en el significante lingüístico; en su esencia, de ningún modo
es fónico, es incorpóreo, constituido, no por su sustancia material, sino únicamente por las
diferencias que separan su imagen acústica de todas las demás.

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Este principio es tan esencial, que se aplica a todos los elementos materiales de la len-
gua, incluidos los fonemas. Cada idioma compone sus palabras a base de un sistema de ele-
mentos sonoros, cada uno de los cuales forma una unidad netamente deslindada y cuyo nú-
mero está perfectamente determinado. Pero lo que los caracteriza no es, como se podría creer,
su cualidad propia y positiva, sino simplemente el hecho de que no se confunden unos con
otros. Los fonemas son ante todo entidades opositivas, relativas y negativas.
Y lo prueba el margen y la elasticidad de que los hablantes gozan para la pronunciación
con tal que los sonidos sigan siendo distintos unos de otros. Así, en francés, el uso general de
la r uvular (grasseyé) no impide a muchas personas el usar la r apicoalveolar (roulé); la lengua
no queda por eso dañada; la lengua no pide más que la diferencia, y sólo exige, contra lo que
se podría pensar, que el sonido tenga una cualidad invariable. Hasta puedo pronunciar la r
francesa como la ch alemana de Bach, doch [= j española de reloj, boj], mientras que un alemán
(que tiene también la r uvular) no podría emplear la ch como r, porque esa lengua reconoce
los dos elementos y debe distinguirlos. Lo mismo, en ruso, no habría margen para una t junto
a una t' (t mojada, de contacto amplio), porque el resultado sería el confundir dos sonidos di-
ferentes para la lengua (cfr. govorit' "hablar" y govorit "él habla"), pero en cambio habrá una li-
bertad mayor del lado de la th (t aspirada), porque este sonido no está previsto en el sistema
de los fonemas del ruso.
Como idéntico estado de cosas se comprueba en ese otro sistema de signos que es la escri-
tura, lo tomaremos como término de comparación para aclarar toda esta cuestión. De hecho:
1° los signos de la escritura son arbitrarios; ninguna conexión, por ejemplo, hay entre la
letra t y el sonido que designa;
2° el valor de las letras es puramente negativo y diferencial; así una misma persona pue-
de escribir la t con variantes tales como

Lo único esencial es que ese signo no se confunda en su escritura con el de la l, de la d, etcétera;


3° los valores de la escritura no funcionan más que por su oposición recíproca en el seno
de un sistema definido, compuesto de un número determinado de letras. Este carácter, sin ser
idéntico al segundo, está ligado a él estrechamente, porque ambos dependen del primero.
Siendo el signo gráfico arbitrario, poco importa su forma, o, mejor, sólo tiene importancia en
los límites impuestos por el sistema;
4° el medio de producción del signo es totalmente indiferente, porque no interesa al sis-
tema (eso se deduce también de la primera característica). Escribamos las letras en blanco o en
negro, en hueco o en relieve, con una pluma o con unas tijeras, eso no tiene importancia para
la significación.

§ 4. El signo considerado en su totalidad


Todo lo precedente viene a decir que en la lengua no hay más que diferencias. Todavía más:
una diferencia supone, en general, términos positivos entre los cuales se establece; pero en la
lengua sólo hay diferencias sin términos positivos. Ya se considere el significante, ya el significado,
la lengua no comporta ni ideas ni sonidos preexistentes al sistema lingüístico, sino solamente

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diferencias conceptuales y diferencias fónicas resultantes de ese sistema. Lo que de idea o de


materia fónica hay en un signo importa menos que lo que hay a su alrededor en los otros sig-
nos. La prueba está en que el valor de un término puede modificarse sin tocar ni a su sentido ni
a su sonido, con sólo el hecho de que tal otro término vecino haya sufrido una modificación.
Pero decir que en la lengua todo es negativo sólo es verdad en cuanto al significante y al
significado tomados aparte: en cuanto consideramos el signo en su totalidad, nos hallamos
ante una cosa positiva en su orden. Un sistema lingüístico es una serie de diferencias de soni-
dos combinados con una serie de diferencias de ideas; pero este enfrentamiento de cierto nú-
mero de signos acústicos con otros tantos cortes hechos en la masa del pensamiento engendra
un sistema de valores; y este sistema es lo que constituye el lazo efectivo entre los elementos
fónicos y psíquicos en el interior de cada signo. Aunque el significante y el significado, toma-
do cada uno aparte, sean puramente negativos y diferenciales, su combinación es un hecho
positivo; hasta es la única especie de hechos que comporta la lengua, puesto que lo propio de
la institución lingüística es justamente el mantener el paralelismo entre esos dos órdenes de
diferencias.
Ciertos hechos diacrónicos son muy característicos a este respecto: son los innumerables
casos en que la alteración del significante acarrea la alteración de la idea, y donde se ve que
en principio la suma de las ideas distinguidas corresponde a la suma de los signos distintivos.
Cuando dos términos se confunden por alteración fonética (por ejemplo, décrépit = decrepitus
y décrépi de crispus), las ideas tenderán a confundirse también por poco que se presten a ello.
¿Se diferencia un término (por ejemplo fr. chaise y chaire [dos variantes fonéticas de una mis-
ma palabra 'silla', del latín cathedra])?8 Infaliblemente, la diferencia resultante tenderá a hacer-
se significativa, sin conseguirlo ni siempre ni al primer intento. Inversamente, toda diferencia
ideal percibida por el espíritu tiende a expresarse por significantes distintos, y dos ideas que el
espíritu deja de distinguir tienden a confundirse en el mismo significante.
Cuando se comparan los signos entre sí –términos positivos–, ya no se puede hablar de
diferencia; la expresión sería impropia, puesto que no se aplica bien más que a la compara-
ción de dos imágenes acústicas, por ejemplo padre y madre, o a la de dos ideas, por ejemplo la
idea 'padre' y la idea 'madre'; dos signos que comportan cada uno un significado y un signifi-
cante no son diferentes, sólo son distintos. Entre ellos no hay más que oposición. Todo el me-
canismo del lenguaje, de que hablaremos luego, se basa en oposiciones de este género y en las
diferencias fónicas y conceptuales que implican.
Lo que es verdad respecto al valor lo es también respecto a la unidad. Es un fragmento
de la cadena hablada correspondiente a cierto concepto; uno y otro son de naturaleza pura-
mente diferencial. Aplicado a la unidad, el principio de diferenciación se puede formular así:
los caracteres de la unidad se confunden con la unidad misma. En la lengua, como en todo siste-
ma semiológico, lo que distingue a un signo es todo lo que lo constituye. La diferencia es lo
que hace la característica, como hace el valor y la unidad.
Otra consecuencia, bien paradójica, de este mismo principio: lo que comúnmente se lla-
ma "un hecho de gramática" responde en último análisis a la definición de la unidad, porque
expresa siempre una oposición de términos; sólo que esta oposición resulta particularmente

8 [Por ejemplo, en español conciencia y consciencia, cuyos significados se polarizan respectivamente


en el terreno moral y en el cognoscitivo. A. A.]

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significativa, por ejemplo la formación del plural alemán del tipo Nacht : Nächte. Cada uno de
los términos enfrentados en el hecho gramatical (el singular sin metafonía y sin -e final,
opuesto al plural con metafonía y con -e) está constituido por todo un juego de oposiciones
en el seno del sistema; tomados aisladamente, ni Nacht ni Nächte son nada: luego todo es oposi-
ción. Dicho de otro modo, se puede expresar la relación Nacht : Nächte con una fórmula alge-
braica a/b, donde a y b no son términos simples, sino que resulta cada uno de un conjunto de
conexiones. La lengua, por decirlo así, es un álgebra que no tuviera más que términos comple-
jos. Entre las oposiciones que abarca hay unas más significativas que otras; pero unidad y "he-
cho de gramática" no son más que nombres diferentes para designar aspectos diversos de un
mismo hecho general: el juego de oposiciones lingüísticas. Tan cierto es esto, que se podría muy
bien abordar el problema de las unidades comenzando por los hechos de gramática. Planteando
una oposición como Nacht : Nächte, por ejemplo, nos preguntaríamos cuáles son las unidades
puestas en juego en esta oposición. ¿Son únicamente estas dos palabras o la serie entera de pala-
bras análogas? ¿O bien a y ä? ¿O todos los singulares y todos los plurales?, etcétera.
Unidad y hecho de gramática no se confundirían si los signos lingüísticos estuvieran
constituidos por algo más que por diferencias. Pero siendo la lengua como es, de cualquier la-
do que se la mire no se encontrará cosa más simple: en todas partes y siempre este mismo
equilibrio complejo de términos que se condicionan recíprocamente. Dicho de otro modo, la
lengua es una forma y no una sustancia. Nunca nos percataremos bastante de esta verdad, por-
que todos los errores de nuestra terminología, todas las maneras incorrectas de designar las
cosas de la lengua provienen de esa involuntaria suposición de que hay una substancia en el
fenómeno lingüístico.

Capítulo V. Relaciones sintagmáticas y relaciones asociativas

§ 1. Definiciones
Así, pues, en un estado de lengua todo se basa en relaciones; ¿y cómo funcionan esas relaciones?
Las relaciones y las diferencias entre términos se despliegan en dos esferas distintas, cada
una generadora de cierto orden de valores; la oposición entre esos dos órdenes nos hace com-
prender mejor la naturaleza de cada uno. Ellos corresponden a dos formas de nuestra activi-
dad mental, ambos indispensables a la vida de la lengua.
De un lado, en el discurso, las palabras contraen entre sí, en virtud de su encadenamiento,
relaciones fundadas en el carácter lineal de la lengua, que excluye la posibilidad de pronunciar
dos elementos a la vez. Los elementos se alinean uno tras otro en la cadena del habla. Estas
combinaciones que se apoyan en la extensión se pueden llamar sintagmas.9 El sintagma se com-
pone siempre, pues, de dos o más unidades consecutivas (por ejemplo: re-leer; contra todos; la vi-
da humana; Dios es bueno; si hace buen tiempo, saldremos, etc.). Colocado en un sintagma, un tér-
mino sólo adquiere su valor porque se opone al que le precede o al que le sigue o a ambos.
Por otra parte, fuera del discurso, las palabras que ofrecen algo de común se asocian en la
memoria, y así se forman grupos en el seno de los cuales reinan relaciones muy diversas. Así la

9 Casi es inútil hacer observar que el estudio de los sintagmas no se confunde con la sintaxis; la sinta-
xis no es más que una parte de este estudio. (B. y S.)

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palabra francesa enseignement, o la española enseñanza, hará surgir inconscientemente en el es-


píritu un montón de otras palabras (enseigner, renseigner, etc., o bien armement, changement, etc.,
o bien éducation, apprentisage);10 por un lado o por otro, todas tienen algo de común.
Ya se ve que estas coordinaciones son de muy distinta especie que las primeras. Ya no se
basan en la extensión; su sede está en el cerebro, y forman parte de ese tesoro interior que
constituye la lengua de cada individuo. Las llamaremos relaciones asociativas.
La conexión sintagmática es in praesentia; se apoya en dos o más términos igualmente
presentes en una serie efectiva. Por el contrario, la conexión asociativa une términos in absen-
tia en una serie mnemónica virtual.
Desde este doble punto de vista una unidad lingüística es comparable a una parte deter-
minada de un edificio, una columna por ejemplo; la columna se halla, por un lado, en cierta
relación con el arquitrabe que sostiene; esta disposición de dos unidades igualmente presentes
en el espacio hace pensar en la relación sintagmática; por otro lado, si la columna es de orden
dórico, evoca la comparación mental con los otros órdenes (jónico, corintio, etc.), que son
elementos no presentes en el espacio: la relación es asociativa.
Cada uno de estos dos órdenes de coordinación exige ciertas observaciones particulares.

§ 2. Relaciones sintagmáticas
Nuestros ejemplos ya dan a entender que la noción de sintagma no sólo se aplica a las
palabras, sino también a los grupos de palabras, a las unidades complejas de toda dimensión y
especie (palabras compuestas, derivadas, miembros de oración, oraciones enteras).
No basta considerar la relación que une las diversas partes de un sintagma (por ejemplo
contra y todos en contra todos, contra y maestre en contramaestre); hace falta también tener en
cuenta la relación que enlaza la totalidad con sus partes (por ejemplo contra todos opuesto de
un lado a contra y de otro a todos, o contramaestre opuesto a contra y a maestre).
Aquí se podría hacer una objeción. La oración es el tipo del sintagma por excelencia. Pe-
ro la oración pertenece al habla, no a la lengua; ¿no se sigue de aquí que el sintagma pertene-
ce al habla? No lo creemos así. Lo propio del habla es la libertad de combinaciones; hay, pues,
que preguntarse si todos los sintagmas son igualmente libres.
Hay, primero, un gran número de expresiones que pertenecen a la lengua; son las frases
hechas, en las que el uso veda cambiar nada, aun cuando sea posible distinguir, por la refle-
xión, diferentes partes significativas (cfr. francés à quoi bon?, allons donc!, etc.).11 Y, aunque en
menor grado, lo mismo se puede decir de expresiones como prendre la mouche, forcer la main à
quelqu'un, rompre une lance, o también avoir mal à (la tête, etc.), à force de (soins, etc.), que vous
en semble?, pas n'est besoin de..., etc.,12 cuyo carácter usual depende de las particularidades de
su significación o de su sintaxis.

10 [Si se toma la palabra española enseñanza, las palabras asociadas serán enseñar, o bien templanza, es-
peranza, etc., o bien educación, aprendizaje, etc. A. A.]
11 [En español tienen esa condición frases como ¡Vamos, hombre!, arg. ¡salí de ahí! como negativa en
oposición al interlocutor; ¿y a ti qué?, etc. A. A.]
12 [Frases de carácter equivalente en español: ganar de mano, arg. pisar el poncho, romper una lanza, a
fuerza de (cuidados, etc.), no hay por qué (hacer tal cosa), soltar la mosca ('dar el dinero a pesar de la re-
sistencia o repugnancia'). A. A.]

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Estos giros no se pueden improvisar; la tradición los suministra. Se pueden también citar
las palabras que, aun prestándose perfectamente al análisis, se caracterizan por alguna anoma-
lía morfológica mantenida por la sola fuerza del uso (cfr. en francés difficulté frente a facilité,
etc., mourrai frente a dormirai, etc.).13
Y no es todo esto: hay que atribuir a la lengua, no al habla, todos los tipos de sintagmas
construidos sobre formas regulares. En efecto, como nada hay de abstracto en la lengua, esos
tipos sólo existen cuando la lengua ha registrado un número suficientemente grande de sus
especímenes. Cuando una palabra como fr. indécorable o esp. ingraduable surge en el habla, su-
pone un tipo determinado, y este tipo a su vez sólo es posible por el recuerdo de un número
suficiente de palabras similares que pertenecen a la lengua (imperdonable, intolerable, infatiga-
ble, etc.). Exactamente lo mismo pasa con las oraciones y grupos de palabras establecidos so-
bre patrones regulares; combinaciones como la tierra gira, ¿qué te ha dicho?, responden a tipos
generales que a su vez tienen su base en la lengua en forma de recuerdos concretos.
Pero hay que reconocer que en el dominio del sintagma no hay límite señalado entre el
hecho de lengua, testimonio del uso colectivo, y el hecho de habla, que depende de la liber-
tad individual. En muchos casos es difícil clasificar una combinación de unidades, porque un
factor y otro han concurrido para producirlo y en una proporción imposible de determinar.

§ 3. Relaciones asociativas
Los grupos formados por asociación mental no se limitan a relacionar los dominios que
presentan algo de común; el espíritu capta también la naturaleza de las relaciones que los
atan en cada caso y crea con ello tantas series asociativas como relaciones diversas haya. Así
en enseignement, enseigner, enseignons, etc. (enseñanza, enseñar, enseñemos), hay un elemento
común a todos los términos, el radical; pero la palabra enseignement (o enseñanza) se puede ha-
llar implicada en una serie basada en otro elemento común, el sufijo (cfr. enseignement, arme-
ment, changement, etc.; enseñanza, templanza, esperanza, tardanza, etc.); la asociación puede ba-
sarse también en la mera analogía de los significados (enseñanza, instrucción, aprendizaje, edu-
cación, etc.), o, al contrario, en la simple comunidad de las imágenes acústicas (por ejemplo,
enseignement y justement, o bien enseñanza y lanza).14 Por consiguiente, tan pronto hay co-
munidad doble del sentido y de la forma, como comunidad de forma o de sentido solamente.

13 [En español querré frente a moriré, dificultad frente a facilidad. A. A.]


14 Este último caso es raro y puede pasar por anormal, pues el espíritu descarta naturalmente las aso-
ciaciones capaces de turbar la inteligencia del discurso; pero su existencia está probada por una ca-
tegoría inferior de juegos de palabras que reposa en las confusiones absurdas que pueden resultar de
la homonimia pura y simple, como cuando se dice en francés: “Les musiciens produisent les sons et
les grainetiers les vendent” [o cuando el niño sorprendido en viña ajena suplica para evitar el casti-
go: “No me pegue usted, que tengo la barriga llena de granos”]. Este caso debe distinguirse bien del
otro en que una asociación, aunque sea fortuita, se pueda apoyar en un contacto de ideas (cfr. fran-
cés ergot : ergoter, alem. blau : durchbläuen, 'moler a palos', [esp. señor : señero, migaja : miaja (*meda-
lia), terror : aterrar]; se trata aquí de una interpretación nueva de uno de los términos de la pareja;
éstos son casos de etimología popular; el hecho es interesante para la evolución semántica, pero
desde el punto de vista sincrónico cae simplemente en la categoría enseigner : enseignement, arriba
mencionados. (B. y S.)

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Una palabra cualquiera puede siempre evocar todo lo que sea susceptible de estarle asociado
de un modo o de otro.
Mientras que un sintagma evoca en seguida la idea de un orden de sucesión y de un nú-
mero determinado de elementos, los términos de una familia asociativa no se presentan ni en
número definido ni en un orden determinado. Si asociamos dese-oso, calur-oso, temer-oso, etc.,
nos sería imposible decir de antemano cuál será el número de palabras sugeridas por la me-
moria ni en qué orden aparecerán. Un término dado es como el centro de una constelación,
el punto donde convergen otros términos coordinados cuya suma es indefinida.
Sin embargo, de estos dos caracteres de la serie asociativa, orden indeterminado y núme-
ro indefinido, sólo el primero se cumple siempre; el segundo puede faltar. Es lo que ocurre en

un tipo característico de este género de agrupaciones, los paradigmas de la flexión. En latín,


en dominus, dominī, dominō, etc., tenemos ciertamente un grupo asociativo formado por un
elemento común, el tema nominal domin-; pero la serie no es indefinida como la de enseigne-
ment, changement, etc.; el número de casos es determinado; por el contrario, su sucesión no es-
tá ordenada espacialmente, y si los gramáticos los agrupan de un modo y no de otro es por un
acto puramente arbitrario; para la conciencia de los sujetos hablantes el nominativo no es de
modo alguno el primer caso de la declinación, y los términos podrán surgir, según la ocasión,
en tal o cual orden.

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Consignas sobre la perspectiva estructuralista

1. Diferencie los conceptos de “lengua” y “habla”, según de Saussure.

2. Según Saussure, ¿cuál es el objeto de estudio de la lingüística? Justifique su respuesta teniendo en cuenta los
conceptos de lengua y habla.

3. Explique por qué, según de Saussure, la lengua no es una nomenclatura.

4. Defina y diferencie las relaciones sintagmáticas y las relaciones asociativas. Ejemplifique.

5. Defina el concepto de signo, según Ferdinand de Saussure. Explique por qué, para el autor, el signo es arbitra-
rio.

6. Explique la siguiente afirmación de Saussure: “Lo que el signo lingüístico une no es una cosa y su nombre”.
Ejemplifique.

7. Explique el concepto de “valor”, según Ferdinand de Saussure y relaciónelo con la noción de “sistema”.

8. Explique de qué modo los planteos saussureanos contribuyen a la reflexión sobre las relaciones entre lenguaje
y pensamiento.

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La semiótica de Charles Peirce

El pragmatismo y la perspectiva semiótica


de Charles Peirce
María Cecilia Pereira

Charles Peirce (1839-1914) fue un lógico, un epistemólogo y un gran divulgador de las


teorías científicas de su época. Numerosos investigadores lo ubican como uno de los padres
del pragmatismo norteamericano por sus aportes a la teoría del conocimiento, a la lógica y
por su teoría del significado.
Para el pragmatismo, el conocimiento se vincula con la experiencia. Ahora bien, la expe-
riencia que esta perspectiva considera es más una apertura hacia el futuro que algo del pasado.
Por eso, el análisis de la experiencia no implica el cotejo con el inventario del patrimonio acu-
mulado, sino la previsión o anticipación de los desarrollos o la utilización posible de ese patri-
monio. La previsión de ese uso y la determinación de sus límites son las que definen el signi-
ficado y, en última instancia, la verdad misma, para el pragmatismo. En consecuencia, la ver-
dad no es tal por ser cotejable con los datos de la experiencia pasada, sino por ser susceptible
de un uso cualquiera en la experiencia futura (Abbagnano,1982: 517). Así, una hipótesis cien-
tífica –el descubrimiento del litio, por ejemplo– accede al estatuto de un saber y, por lo tanto,
de signo, sobre la base del conocimiento de lo que serían los efectos de ese saber –las particu-
laridades y las propiedades físicas y químicas del litio– que permitirían reconocerlo y utilizar-
lo.
Para diferenciarse de otras corrientes del pragmatismo (la de James Schiller, por ejem-
plo), Peirce prefirió designar a su filosofía como “pragmaticismo”. Como hemos señalado,
Peirce era un científico y se interesaba por explicar el modo en que conocemos y actuamos.
De ahí que cualquier cosa, si comunica algo para alguien, es un signo: una palabra, un texto,
una imagen, un artefacto del mundo, una idea, incluso el hombre mismo es un signo. Como
veremos, un signo desencadena un proceso que implica una relación entre tres elementos
vinculados con los niveles de experiencia, tal como la concibe Peirce: el “representamen” (algo
que está presente) remite a un “objeto” (lo presenta de algún modo) para alguien. El representa-
men es un “primero” que remite a un “segundo”, su objeto, pero además desencadena otros
signos equivalentes o más desarrollados (“tercero”). Ese tercer elemento del signo, el “interpre-
tante”, construye una representación de ese representamen (Fisette, 1996: 56-57). Como señala-
mos, la naturaleza triádica del signo tal como lo concibe Peirce busca especialmente dar cuenta

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del conocimiento humano, no solo del conocimiento científico, sino también del que proviene
del sentido común, de las manifestaciones estéticas u otras, y además busca dar cuenta de las
complejas relaciones que los signos establecen con lo real (Marafioti, 1998: 35).
Como la experiencia implica siempre una apertura hacia el futuro, un postulado central
de esta corriente de pensamiento es que el signo es una acción, el lugar de una actividad de
producción de nuevas significaciones, que se generan a partir de la experiencia y de las infe-
rencias que realizamos para interpretar cada signo mediante otros signos. De ahí que el proce-
so en el que intervienen los signos, denominado proceso de semiosis, sea infinito o ilimitado.
Umberto Eco lo ha explicado del siguiente modo: “un signo se explica en su propio significa-
do solamente remitiéndolo a un interpretante, el cual se refiere a otro interpretante y así suce-
sivamente hasta lo infinito” (Eco 1973:74).
En la cursada 2022, nos interesa especialmente la reflexión sobre el concepto de signo y
la clasificación propuesta por Peirce de un tipo de semiosis que atiende al modo en que el re-
presentamen se vincula con el objeto, y que recibe el nombre de “segunda tricotomía”.

Bibliografía de referencia
ABBAGNANO, Nicolás (1982): “Pragmatismo y pragmaticismo”, Historia de la filosofía, vol III,
Barcelona, Hora.
DELLADALLE, Gérard (1990): Leer a Peirce hoy, Barcelona: Gedisa.
DUCROT, Osvald y Tzvtan TODOROV (1979): “Sémiotique”, Dictionnaire encyclopédique des
sciences du langage, París, Seuil.
FISETTE, Jean (1996): Pour une pragmatique de la signification, Québec, XYZ éditeur.
MARAFIOTI, Roberto (1998): “Charles Sanders Peirce ( 1839-1914): el signo y sus tricotomías”,
Recorridos semiológicos, Buenos Aires, EUDEBA.
ZECCHETTO, Victorino (2012): “Charles Sanders Peirce 1939/1914”, Seis semiólogos en busca de
un lector, Buenos Aires, La Crujía.

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La semiótica peirceana
María López García

Charles Peirce (1839-1914) fue un lógico, un epistemólogo y un gran divulgador de las


teorías científicas de su época. La filosofía de Peirce se inscribe en el marco conceptual del prag-
matismo norteamericano, que vincula el conocimiento con la experiencia. Y, justamente, el es-
tudio de los signos que lleva adelante Peirce busca dar cuenta del modo en que conocemos.
Semiótica es el término que la tradición anglosajona emplea para designar la ciencia que
estudia los signos, y que algunos autores consideran equivalente al término Semiología, más
propio de las perspectivas provenientes de Europa continental. La semiótica llega a ser una
disciplina independiente con la obra Charles Sanders Peirce. Para él, es un marco de referencia
que incluye todo otro estudio:
Nunca me ha sido posible emprender un estudio -sea cual fuere su ámbito: las matemáti-
cas, la moral, la metafísica, la gravitación, la termodinámica, la óptica, la química, la ana-
tomía comparada, la astronomía, los hombres y las mujeres, la psicología, la fonética, la
economía, la historia de las ciencias, el vino, la metrología- sin concebirlo como un estudio
semiótico (R. Marafioti, 1998).

Los tres componentes del signo


Peirce afirma que la función del signo consiste en ser “algo que está en lugar de otra co-
sa bajo algún aspecto o capacidad”. El signo es una representación por la cual alguien puede
mentalmente remitirse a un objeto. En este proceso se hacen presentes tres elementos forma-
les de una tríada a modo de soportes relacionados entre sí: el primero es el “representamen”,
relacionado con su “objeto” (lo segundo) y el tercero, que es el “interpretante”.
Un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a algo en al-
gún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de ese interpretante un
signo equivalente, o tal vez un signo aún más desarrollado. Este signo creado es lo que yo
llamo el interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo, su objeto. Está en lu-
gar de ese objeto no en todos los aspectos, sino sólo con referencia a una suerte de idea,
que a veces he llamado el fundamento del representamen. [...] La palabra signo será usada
para denotar un objeto perceptible, o solamente imaginable, o aun inimaginable en un
cierto sentido. [...] Un signo puede tener más de un Objeto. (228) (Peirce, 1974).

Para Peirce, el representamen es la representación de algo, es decir, es el signo como


elemento inicial de toda semiosis. Representa al objeto, pero lo representa en uno o algunos
de sus aspectos.
Siendo el representamen la expresión que muestra alguna cosa, casi siempre es fruto del
artificio o de la arbitrariedad de quienes lo crean (como sucede, por ejemplo, con las lenguas o
con las señales de tránsito). Otras veces puede ser un fenómeno natural, como las nubes grises

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en el cielo que devienen en una representación o en un signo de tormenta. El representamen es


simplemente el signo en sí mismo, tomado formalmente en un proceso concreto de semiosis,
no es un objeto, sino una realidad teórica y mental con la que representamos el objeto.
El objeto es aquello a lo que alude el representamen. Pero tampoco es una realidad ob-
jetiva, sino que es una construcción semiótica. Recordemos lo que dice Peirce: “el signo (o re-
presentamen) está en lugar de algo: su objeto”. Debemos, entonces, entender por objeto la de-
notación formal del signo (siempre en relación con los otros componentes del mismo: repre-
sentamen e interpretante), aquel recorte de lo real que el representamen muestra o denota.
Peirce distingue el objeto inmediato, que surge del proceso de semiosis, respecto del
objeto dinámico, que está fuera de ese proceso concreto de semiosis y puede estar represen-
tado por distintos representámenes. El objeto dinámico puede pensarse como un haz de obje-
tos inmediatos que han surgido de distintos procesos de semiosis. Peirce lo explica en estos
términos:
Debemos distinguir el objeto inmediato, que es el objeto tal como es representado por el
signo mismo, y cuyo ser es, entonces, dependiente de la representación de él en el signo; y,
por otra parte, el objeto dinámico, que es la realidad que, por algún medio, arbitra la forma de
determinar el signo a su representación (en Zecchetto, 2012).
El concepto de objeto dinámico permite pensar que la construcción de la “realidad” es resul-
tado de varios procesos semióticos de construcción del “objeto”.
Entonces esa “realidad que arbitra”, a la que se refiere Peirce en la cita anterior, no es ne-
cesariamente el referente al estilo saussureano, sino que puede incluir otros significantes co-
nocidos por nuestra mente y que ya forman parte del bagaje de conocimiento acerca de esa
realidad, de ese objeto, engrosando de esta manera el espesor del “objeto”.
Por su parte, el interpretante es lo que produce el representamen en la mente de aquel
al que se dirige. Como vimos, Peirce afirma: el signo “se dirige a alguien, esto es, crea en la
mente de esa persona un signo equivalente, o, tal vez, un signo aún más desarrollado. Este
signo creado es lo que yo llamo el interpretante del primer signo” (Peirce, 1974). Esto significa
que el interpretante es la captación del significado en relación con lo que Saussure llamaría su
significante; en definitiva, el interpretante es siempre otro signo y, por lo tanto, algo le agrega
al objeto.
La noción de interpretante, según Peirce, encuadra perfectamente con la actividad men-
tal del ser humano, donde todo pensamiento no es sino la representación de otro: “El signifi-
cado de una representación no puede ser sino otra representación”. Aunque, es preciso acla-
rar, no hay que imaginar el interpretante como una persona que interpreta el signo, sino que
se trata únicamente de la repercusión de dicho signo en un tercero.
Peirce distingue aquí interpretante inmediato de interpretante dinámico, según
la función que desempeñe en el proceso de la semiosis.
El interpretante inmediato es aquel que corresponde al objeto inmediato en determina-
do proceso de semiosis. Mientras que el interpretante dinámico son los posibles interpretantes
que pueden surgir de un objeto a partir de interpretarlo desde distintas perspectivas. Así como
distintos representámenes pueden estar en lugar de un mismo objeto, un mismo objeto y un
mismo representamen puede estar vinculados con distintos interpretantes. Pongamos dos
ejemplos: a) Si digo a un amigo: “Gané la lotería”, el interpretante inmediato es la referencia

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concreta de la frase “ganar la lotería” (recibir mucho dinero), mientras que el interpretante di-
námico es el efecto que podría producir esa expresión en quien escucha. Ese efecto está en re-
lación con cierta pauta, cierto marco, cierto universo de referencias, puede ser “¡Qué suerte la
tuya!”, o bien, “Yo nunca me saco nada”, o también “¿No estará mintiendo?”, etc. b) La mis-
ma imagen de un niño gordito que en los años 50 era interpretada como signo de salud, ac-
tualmente podría interpretarse en la lógica contraria.
Por último, recordemos que, para Peirce, los tres elementos de la tríada del signo no son
entes independientes, sino que se trata de relaciones o funciones para explicar la realidad viva
de cada semiosis. Esto tiene sus consecuencias en toda la cadena semiótica. En efecto, la fun-
ción de interpretante en un determinado signo puede a su vez convertirse en representamen de
otro signo en otra semiosis. En esa nueva relación triádica el anterior interpretante es ahora re-
presentamen en un nuevo signo (que a su vez puede dar lugar a un nuevo interpretante, y así
sucesivamente). Peirce llama a este fenómeno semiosis infinita.

Actividad sígnica como base del conocimiento humano


Como decíamos, el proceso de semiosis que plantea Peirce es dinámico, en el sentido de
que sus funciones se vinculan siempre dinámicamente. Notemos, además, que estos tres aspec-
tos del signo son lógicos o formales, solo existen en la mente del sujeto en el momento concre-
to de percibir el signo. Asimismo, la distinción o separación de cada momento es meramente
formal, porque en la práctica la tríada no se puede separar, constituye un mismo proceso.
Para Peirce, el signo es ante todo una categoría mental, es decir, una idea mediante la
cual evocamos un objeto, con la finalidad de aprehender el mundo o de comunicarnos. En es-
te juego se produce la semiosis, que es un proceso de inferencia. La semiótica es la teoría de la
práctica semiótica, de allí que el signo constituya el núcleo de ese estudio teórico.
Es preciso tener en cuenta también la necesaria relación que existe entre la recepción del
signo y los hábitos culturales de los perceptores, sus experiencias previas de los objetos y de las
cosas del mundo. Los individuos, en el momento de “leer” un signo, lo interpretan a partir de
lo que ya tienen formado en su mente, es decir, las ideas, las valoraciones sociales, las visiones
de la realidad y los prejuicios que, por cultura, costumbres o tradición, poseen de antemano. A
partir de allí se van generando nuevas configuraciones. La acción del conocimiento humano,
cuya base es la actividad sígnica, nos coloca dentro de una cadena sin fin de mediaciones que
nos remiten de signo en signo, entrelazando un lenguaje con otro, arrastrándonos en la co-
rriente de una semiosis tumultuosa en el río llamado “cultura”. Como afirma un estudioso:
“Puesto que tanto el objeto como el interpretante de cualquier signo son forzosamente también
signos, no es de sorprender que Peirce afirmara que todo este universo esté sembrado de signos,
y se pregunta si no estará compuesto exclusivamente de signos” (en Zecchetto, 2012).

Tipos de semiosis. Segunda tricotomía


Toda la experiencia humana se organiza, para Peirce, en tres niveles que él llama la pri-
meridad, la segundidad y la terceridad, y que corresponden, en líneas muy generales, a las
cualidades sentidas, a la experiencia del esfuerzo, y a los signos. A su vez, el signo es una de

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esas relaciones de tres términos: primero, lo que provoca el proceso de eslabonamiento; se-
gundo, su objeto, y tercero, el efecto que el signo produce, es decir, el interpretante.
Ya hemos advertido que la cifra tres representa aquí un papel fundamental (como el dos
en Saussure). En su clasificación de las variedades de signos, Peirce reconoce un total de sesen-
ta y seis tipos.

Segunda tricotomía: el signo en relación con su objeto

La que sigue es una de las clasificaciones más conocidas de Peirce para esas variedades de
signos. Esta busca dar cuenta del tipo de vínculo entre el representamen y el objeto al cual se
dirige, de ahí que reciba el nombre de “segunda tricotomía”.
Los tres tipos de signos que integran la segunda tricotomía son el índice, el ícono y el
símbolo. Recordemos que, para Peirce, el signo es una entidad triádica y, por lo tanto, los tres
tipos de signos (ícono, índice y símbolo) no son sino representámenes que se relacionan con
su objeto desde diferentes puntos de vista y generan cadenas de interpretantes.

Ícono es el signo que se relaciona con su objeto por razones de semejanza de algún tipo, es
un vínculo de tipo analógico. El ícono posee alguna cualidad sensible, es decir, posee algu-
na de las propiedades intrínsecas del objeto al que representa, independientemente de que
ese objeto “exista” en la realidad. Para Peirce, el ícono es una imagen mental, es decir, un
representamen que representa su objeto, al cual se le parece de alguna forma. Exhibe la
misma cualidad, o la misma configuración de cualidades, que el objeto denotado. Un mapa
representa icónicamente la forma de un territorio. Una foto, un dibujo, un esquema, tam-
bién son íconos en el sentido de que representan al objeto designado imitando, trasladan-
do, algunas de sus características.

Índice es el signo conectado directamente con su objeto. Supone una coexistencia en al-
gún momento con el objeto al que representa. El índice es indicativo en el sentido de que
remite a alguna cosa al señalarla, como sucede con el mercurio de un termómetro, que al
elevarse señala la elevación de la temperatura; o el humo, que surge del fuego y al mismo
tiempo indica su presencia a la distancia. También son índices las huellas de una pisada, o
los pronombres personales (yo, vos, elles, etc.) que remiten a personas concretas en cada si-
tuación discursiva.

Símbolo es un signo que es representativo siempre en el marco de cierta ley, acuerdo o há-
bito. Es arbitrario en el sentido de que remite a una pauta común, “se refiere a algo por la
fuerza de una ley”. El pañuelo verde ha sido designado por un colectivo de mujeres como
representativo de la lucha por la legalización del aborto (no existe una relación de natura-
leza entre un pañuelo verde y una ley, el vínculo entre objeto y representamen ocurre por
un acuerdo colectivo), las palabras de la lengua o las señales de tránsito también son signos
de naturaleza simbólica.
Adaptado de “El signo según Peirce”, en Victorino Zecchetto (coordinador), Seis semiólogos en
busca del lector. Saussure/Peirce/Barthes/Greimas/Eco/Verón. Buenos Aires: La Crujía, 2012.

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Charles Sanders Peirce (1839-1914):


el signo y sus tricotomías
Roberto Marafioti (comp.)
Recorridos semiológicos. Signos, enunciación y argumentación, Buenos Aires, Eudeba,
1998 (fragmento)

“Siempre que llegamos a conocer un hecho es porque se nos resiste.”

Dos datos pueden extraerse de esta afirmación de Peirce: el primero es que le interesa re-
flexionar sobre el conocimiento; el segundo es que afirma, por la existencia misma del cono-
cimiento, la prioridad de lo real. Enigma, problema u obstáculo, la realidad es aquello con
que los seres humanos se enfrentan. Aquello (“hecho”) que aparece como obstáculo. Sería la
segundidad, o experiencia del mundo lo que hace que se deba responder, a su vez, con la pro-
pia resistencia. Si, por ejemplo, nos tropezamos con una piedra, ese tropezarse, ese encontrar-
se con un hecho, segundidad en tanto encuentro, nos hará reconocer su dureza, primeridad,
en tanto cualidad específica de ese obstáculo (que puede formar parte, no obstante, de lo es-
pecífico de otros objetos). Pero tanto el reconocimiento de la cualidad o primeridad del objeto
(hecho que vivimos como resistencia) o segundidad, por el encuentro, sólo pueden conocerse
una vez establecida la relación (entre el obstáculo y su cualidad que lo hace resistente -dureza
en este caso-). La relación es la terceridad. Cualidad, hecho, ley son las primeras denominacio-
nes de la semiosis o relación sígnica inherente a todo tipo de conocimiento (no sólo científico
y racional sino vulgar) que le preocupaba a Peirce.
El Diccionario... de Ducrot y Todorov ubica históricamente el término semiótica y sinteti-
za los aportes fundamentales de Peirce en la constitución contemporánea de una ciencia de
los signos.

La semiótica. Historia
La semiótica (o semiología) es la ciencia de los signos. Como los signos verbales siempre
representaron un papel muy importante, la reflexión sobre los signos se confundió durante
mucho tiempo con la reflexión sobre el lenguaje. Hay una teoría semiótica implícita en las es-
peculaciones lingüísticas que la Antigüedad nos ha legado: tanto en China como en la India,
en Grecia como en Roma. Los modistas de la Edad Media también formulan ideas sobre el
lenguaje que tienen un alcance semiótico. Pero sólo con Locke surgirá el nombre mismo de
“semiótica”. Durante todo este primer período, la semiótica no se distingue de la teoría gene-
ral –o de la filosofía– del lenguaje.

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La semiótica llega a ser una disciplina independiente con la obra del filósofo norteame-
ricano Charles Sanders Peirce (1839-1914). Para él, es un marco de referencia que incluye todo
otro estudio: “Nunca me ha sido posible emprender un estudio –sea cual fuere su ámbito: las
matemáticas, la moral, la metafísica, la gravitación, la termodinámica, la óptica, la química, la
anatomía comparada, la astronomía, los hombres y las mujeres, el whist, la psicología, la foné-
tica, la economía, la historia de las ciencias, el vino, la metrología– sin concebirlo como un
estudio semiótico”. De allí que los textos semióticos de Peirce sean tan variados como los ob-
jetos enumerados.
Nunca deje una obra coherente que resumiera las grandes líneas de su doctrina. Esto ha
provocado durante mucho tiempo y aún hoy cierto desconocimiento de sus doctrinas, tanto
más difíciles de captar puesto que cambiaron de año en año.
La primera originalidad del sistema de Peirce consiste en su definición del signo. He
aquí una de sus formulaciones:
Un Signo o Representamen, es un Primero que mantiene con un Segundo, llamado
su Objeto, tan verdadera relación triádica que es capaz de determinar un Tercero,
llamado su Interpretante, para que éste asuma la misma relación triádica con respec-
to al llamado Objeto que la existente entre el Signo y el Objeto.

Para comprender esta definición debe recordarse que toda la experiencia humana se or-
ganiza, para Peirce, en tres niveles que él llama la primeridad, la segundidad y la terceridad y
que corresponden, en líneas muy generales, a las cualidades sentidas, a la experiencia del es-
fuerzo y a los signos. A su vez, el signo es una de esas relaciones de tres términos: lo que pro -
voca el proceso de eslabonamiento, su objeto y el efecto que el signo produce, es decir, el in-
terpretante. En una acepción vasta, el interpretante es pues el sentido del signo: en una acep-
ción más estrecha, es la relación paradigmática entre un signo y otro; así, el interpretante es
siempre un signo que tendrá su interpretante, etc.: hasta el infinito en el caso de los signos
“perfectos”.
Podríamos ilustrar este proceso de conversión entre el signo y el interpretante mediante
las relaciones que mantiene una palabra con los términos, que en el diccionario podrá formu-
larse, pero que siempre estará compuesta de palabras. “El signo no es un signo si no puede tra-
ducirse en otro signo en el cual se desarrolla con mayor plenitud.”
Es preciso subrayar que esta concepción es ajena a todo psicologismo: la conversión del
signo en interpretante(s) se produce en el sistema de signos no en el espíritu de los usuarios
(por consiguiente, no deben tomarse en cuenta algunas fórmulas de Peirce, como él mismo lo
sugiere, por lo demás: “He agregado ‘sobre una persona’ como para echarle un hueso al perro,
porque desespero de hacer entender mi propia concepción, que es más vasta”).
El segundo aspecto notable de la actividad semiótica de Peirce es su clasificación de las
variedades de signos. Ya hemos advertido que la cifra tres representa aquí un papel fundamen-
tal (como el dos en Saussure); el número total de variedades que Peirce distingue es de sesenta
y seis. Algunas de sus distinciones son hoy corrientes, como, por ejemplo, la de signo-tipo y
signo-ocurrencia (type y token, o legisign y sinsing).
Otra distinción conocida; pero con frecuencia mal interpretada, es la de ícono, índice y
símbolo. Esos tres niveles del signo todavía corresponden a la gradación primeridad, segundi-

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dad, terceridad, y se definen de la siguiente manera: “Defino un ícono como un signo determi-
nado por su objeto dinámico en virtud de su naturaleza interna. Defino un índice como un
signo determinado por su objeto dinámico en virtud de la relación real que mantiene con él.
Defino un símbolo como un signo determinado por su objeto dinámico solamente en el senti-
do en que será interpretado”. El símbolo se refiere a algo por la fuerza de una ley: es, por ejem-
plo, el caso de las palabras de la lengua. El índice es un signo que se encuentra en contigüidad
con el objeto denotado, por ejemplo, la aparición de un síntoma de enfermedad, el descenso
del barómetro, la veleta que indica la dirección del viento, el ademán de señalar. En la lengua,
todo lo que proviene de la deixis es un índice, palabras tales como yo, tú, aquí, ahora, etc.
(son, pues, “símbolos indiciales”). Por fin, el ícono es lo que exhibe la misma cualidad, o la
misma configuración de cualidades, que el objeto denotado, por ejemplo, una mancha negra
por el color negro; las onomatopeyas; los diagramas que reproducen relaciones entre propie-
dades. Peirce esboza una subdivisión de los íconos en imágenes, diagramas y metáforas. Pero es
fácil ver que en ningún caso pueda asimilarse (como suele hacerse, erróneamente) la relación
de ícono a la de parecido entre dos significados (en términos retóricos, el ícono es una sinéc-
doque, más que una metáfora: ¿puede decirse que la mancha negra se parece al color negro?).
Es menos posible aun identificar la relación de índice con la contigüidad entre dos significa-
dos (en el índice, la contigüidad existe entre el signo y el referente, no entre dos entidades de
la misma naturaleza). Por lo demás, Peirce llama la atención contra tales identificaciones.
La primera publicación sistemática, en inglés, de los textos de Peirce se realizó recién en
1958. En castellano comenzó a conocérselo en 1974. Dada su fragmentariedad y el hecho de
que en diferentes etapas de su reflexión cambió la terminología, todavía se está discutiendo y
reinterpretando su sistema que denominó Gramática Especulativa, Lógica o Semiótica, según
los textos. A veces lo más claro, sin embargo, consiste en citar al mismo Peirce.

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El signo según Peirce


Victorino Zecchetto (coord.)
Seis semiólogos en busca del lector. Saussure/Peirce/Barthes/Greimas/Eco/
Verón,Buenos Aires, La Crujía, 2012 (fragmento)

Uno de los puntos más destacados de la semiótica de Peirce es su peculiar concepción


del signo. Las reflexiones que hace al respecto son bastante complejas, de modo que, para fa-
cilitar su comprensión, nosotros nos esforzaremos en presentarlas de manera simplificada, pe-
ro sin quitarles lo esencial.
Peirce aplica al signo la tríada lógica que ya había utilizado para indagar el resto de la
realidad.

a. Los tres componentes del signo


La función del signo –afirma Peirce– consiste en ser “algo que está en lugar de otra cosa
bajo algún aspecto o capacidad. El signo es una representación por la cual alguien puede men-
talmente remitirse a un objeto. En este proceso se hacen presentes tres elementos formales de
la triada a modo de soportes y relacionados entre sí: el primero es el “representamen”, relacio-
nado con su “objeto” (lo segundo) y el tercero, que es el “interpretante”.
- El representamen es la representación de algo; o sea, es el signo como elemento inicial
de toda semiosis.
Siendo el representamen la expresión que muestra alguna cosa (la que aparece como sig-
no), casi siempre es fruto del artificio o de la arbitrariedad de quienes lo crean, como sucede
con las lenguas. Según Peirce, el representamen se dirige a alguien en forma de estímulo, co-
mo lo que está “en lugar de otra cosa” para la formación de otro signo equivalente que será el
interpretante.
A veces, las propiedades expresivas del representamen son ambiguas y originan sentidos
e interpretaciones diversas.
En resumen, el representamen es simplemente el signo en sí mismo, tomado formalmente
en un proceso concreto de semiosis, pero no debemos considerarlo un objeto, sino una reali-
dad teórica y mental.
- El interpretante es lo que produce el representamen en la mente de la persona. En el
fondo, es la idea del representamen, o sea, del signo mismo. Peirce dice que “un signo es un
representamen que tiene un interpretante mental”.1
Esto significa que el interpretante es la captación del significado en relación con su signi-
ficante; en definitiva, el interpretante es siempre otro signo y, por lo tanto, algo le agrega al

1 Col. Papers 2.274, ES 148; de Semiótica, Ed. Einaudi, op. cit.

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objeto del primero. Y como dentro del modelo triádico la gestación semiósica es continua, el
“interpretante” puede estar constituido por un desarrollo de uno o más signos. Peirce distin-
gue el “interpretante inmediato” del “interpretante dinámico”, según la función que desem-
peña en el proceso de la semiosis.
El “interpretante inmediato” es aquel que corresponde al significado del signo, a lo que
él representa; mientras que el “interpretante dinámico” es el efecto que el interpretante pro-
duce en la mente del sujeto, es la cadena de repercusiones en la mente del sujeto. Pongamos
este ejemplo: si le digo a un amigo: “Gané la lotería”, el interpretante inmediato es la idea que
él se hace en ese instante de la expresión “ganar la lotería”; en cambio, el interpretante diná-
mico es el efecto que produce la frase que escucha. Ese efecto son otras ideas o signos, tales
como “¡Qué suerte la tuya!”, “Yo nunca me saco nada”, “¿No estará mintiendo?”.
No hay que imaginar al interpretante como una persona que lee el signo, sino que se
trata únicamente de la repercusión de dicho signo en la mente. La noción de interpretante,
según Peirce, encuadra perfectamente con la actividad mental del ser humano, donde todo
pensamiento no es sino la representación de otro: “El significado de una representación no
puede ser sino otra representación”.
- El objeto es aquello a lo que alude el representamen y –dice Peirce–: “Este signo está en
lugar de algo: su objeto”. Debemos entonces, entender por objeto la denotación formal del
signo en relación con los otros componentes del mismo. A este objeto, Peirce lo denomina
“objeto inmediato” porque está dentro de la semiosis: debe distinguirse del “objeto dinámico”
o “designatum”, que está fuera del signo y es el que sostiene el contenido del representamen:
“Debemos distinguir el Objeto Inmediato, que es el Objeto tal como es representado por el
signo mismo, y cuyo Ser es, entonces, dependiente de la Representación de él en el Signo; y,
por otra parte, el Objeto Dinámico, que es la Realidad que, por algún medio, arbitra la forma
de determinar el Signo a su Representación”.
Esta “realidad que arbitra” no forzosamente debe ser sólo el referente al estilo saussu-
reano, sino que puede incluir otros significantes conocidos por nuestra mente y que ya for-
man parte del bagaje cognoscitivo, engrosando de esta manera el espesor del “objeto”.
Sin embargo, no debemos pensar que el Objeto Dinámico sea fuente de conocimiento.
No puede serlo, porque la realidad en cuanto tal no dice nada a nuestra mente si ésta no po-
see ya algunos otros signos de donde recabar otros conocimientos. La tríada del signo se pue-
de graficar con un triángulo:
Objeto

Representamen Interpretante

Pongamos un ejemplo: tomemos el signo de un caballo (figura o palabra): el representa-


men corresponde a ese primer signo percibido por alguien; el objeto es el animal aludido; el in-
terpretante es la relación mental que establece el sujeto entre el representamen y su objeto, o
sea, otra idea del signo.

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Un conocido texto de Peirce describe la tríada de la siguiente manera:


Un representamen es el sujeto de una relación triádica con un segundo llamado su objeto,
para un tercero llamado su interpretante. Esta relación triádica es tal que el representamen
determina a su interpretante a establecer la misma relación triádica con el mismo objeto para
algún interpretante.
Un signo, o representamen, es cualquier cosa que existe para alguien en lugar de otra cosa,
sea cual fuere su acepción o ámbito. El signo va dirigido a alguien y crea en la mente de es-
ta persona otro signo equivalente, o quizás más desarrollado. El signo que se crea lo llama-
mos interpretante del primer signo. Este signo existe por alguna razón, el propio objeto.
Tiene sentido por ese objeto, no en todas sus acepciones, sino enfocado a una clase de idea
particular a la que alguna vez me he referido como el terreno de la representación.

Recordemos que, para Peirce, los tres elementos de la tríada del signo no son entes inde-
pendientes, sino que se trata de relaciones o funciones para explicar la realidad viva de cada se-
miosis. Esto tiene sus consecuencias en toda la cadena semiótica. En efecto, la función de inter-
pretante en un determinado signo puede cambiar de valencia y convertirse en representamen de
otro signo en otra semiosis. Puede suceder que a un signo, por ejemplo, la foto de un deportis-
ta, se le cambie de valor sígnico con la intención de usarla para denotar otra cosa.
Notemos, además, que estos tres aspectos son “lógicos o formales”; solo existen en la
mente del sujeto en el momento concreto de percibir el signo. La distinción o separación de
cada momento es meramente mental, porque en la práctica la tríada no se puede separar:
constituye un mismo proceso.
Podemos darnos cuenta, entonces, que el signo –según Peirce– es ante todo una catego-
ría mental, es decir, una idea mediante la cual evocamos un objeto, con la finalidad de
aprehender el mundo o de comunicarnos. En este juego se produce la “semiosis”, que es un
proceso de inferencia propio de cualquier persona. La semiótica es la teoría de la práctica se-
miótica; de allí que el “signo” constituya el núcleo de ese estudio teórico.
Para concluir, digamos que de esta idea de signo se desprende también el concepto de
semiosis infinita. En efecto, según Peirce, el interpretante de un signo refleja siempre los hábitos
mentales de la persona que entra en contacto con el representamen o, dicho de otra forma, tra-
duce las reacciones del individuo ante la provocación y el estímulo del signo, denotando sus
comportamientos y experiencias. Se alude aquí a la necesaria relación que existe entre la re-
cepción del signo y los hábitos culturales de los perceptores, sus experiencias previas de los
objetos y de las cosas del mundo. Los individuos, en el momento de leer un signo, lo interpre-
tan a partir de lo que ya tienen formado en su mente, es decir, las ideas, las valoraciones so-
ciales, las visiones de la realidad y los prejuicios que, por cultura, costumbres o tradición po-
seen de antemano. A partir de allí se van generando nuevas configuraciones. Es este proceso
el que da lugar a una “semiosis infinita", es decir, a una continua sucesión de producción de
signos mediante la cual los sujetos van pensando la verdad de las cosas y del mundo. La ac-
ción del conocimiento humano, cuya base es la actividad sígnica, nos coloca dentro de una
cadena sin fin de mediaciones que nos remiten de signo en signo, entrelazando un lenguaje
con otro, arrastrándonos en la corriente de una semiosis tumultuosa en el río llamado “cultu-
ra”. Como afirma un estudioso:

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Puesto que tanto el objeto como el interpretante de cualquier signo son forzosamente tam-
bién signos, no es de sorprender que Peirce afirmara que todo este universo esté sembrado
de signos, y se pegunta si no estará compuesto exclusivamente de signos.2

Es a partir de aquí que se genera la semiosis infinita. Leamos estas citas de Peirce:
La semiótica
“La lógica, en sentido general, es sólo otro nombre de la semiótica (semiotiké), la doctrina
cuasi-necesaria, o formal, de los signos. Al describir la doctrina como ‘cuasi-necesaria’ o for-
mal, quiero decir que observamos los caracteres de los signos y a partir de tal observación,
por un proceso que no objetaré sea llamado Abstracción, somos llevados a aseveraciones,
en extremo falibles, y por ende en cierto sentido innecesarias, concernientes a lo que de-
ben ser los caracteres de todos los signos usados por una inteligencia científica, es decir por
una inteligencia capaz de aprender a través de la experiencia.” (227)

Representamen, interpretante, objeto


“Un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a algo en al-
gún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo
equivalente, o tal vez, un signo aún más desarrollado. Este signo creado es lo que yo llamo
el interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo, su objeto. Está en lugar de
ese objeto no en todos los aspectos, sino sólo con referencia a una suerte de idea, que a ve-
ces he llamado el fundamento del representamen. (…)
La palabra Signo será usada para denotar un Objeto perceptible, o solamente imaginable, o
aun inimaginable en un cierto sentido. (…) Un signo puede tener más de un Objeto.” (228)
“Para que algo sea un signo, debe “representar’, como solemos decir, a otra cosa, llamada
su Objeto, aunque la condición de que el Signo debe ser distinto de su Objeto es, tal vez,
arbitraria.” (230)
“El Signo puede solamente representar al Objeto y aludir a él. No puede dar conocimiento
o reconocimiento del Objeto. Esto es lo que se intenta definir en este trabajo por Objeto de
un Signo, vale decir: Objeto es aquello acerca de lo cual el signo presupone un conocimien-
to para que sea posible proveer alguna información adicional sobre el mismo.” (231).3

b. La clasificación del signo


En la tríada del signo es posible ver también el reflejo de la división triádica fundamen-
tal que citamos arriba: el representamen, siendo el punto de arranque de la semiosis, remite a la
primeridad; el objeto a la secundidad y el interpretante a la terceridad. Desde aquí y enlazando
estas categorías con cada elemento del signo, es posible obtener su división según la siguiente
expresión triádica:
Primeridad Secundidad Terceridad
Representamen Cualisigno Sinsigno Legisigno
Objeto Ícono Índice Símbolo
Interpretante Rema Dicisigno Argumento

2 Sebeok, Thomas, en AA.VV.: El signo de los tres, Ed. Lumen, Barcelona, España. 1989, p. 29.
3 Peirce, Charles S., La Ciencia... op. cit.

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Se trata de una división del signo que toma en cuenta su triple relación: consigo mismo,
con el objeto al cual alude y con el interpretante.

División del signo en relación con sí mismo, es decir, con el Representamen


- Cualisigno: es el signo en su aspecto de cualidad (por ej., el “color” del caballo, el tono
de voz de un discurso o poesía, el estilo de un grafismo, etc.). Es lo general del signo, pero que
le permite subsistir en cuanto tal, sin ser todavía la totalidad del signo.
- Sinsigno: es la presencia concreta del signo (por ej., la presencia del color del caballo en
este signo L concreto). Es lo particular del signo.
- Legisigno: es la norma o modelo sobre el cual se construye un sinsigno (por ej., lo que
establece el diccionario para la definición semántica de la palabra “caballo").
U. Eco explica con un ejemplo esta división:
Un billete de banco es un sinsigno cuyo legisigno establece su equivalencia con
una cantidad exacta de oro: pero a partir del momento en que la réplica se estudia
como provista de características cualisígnicas (la filigrana, la numeración), también
en un cualisigno y, por lo tanto, irreproducible como tal. Se objetará que el oro es
cualisigno a causa de su rareza, y en cambio el billete se ha convencionalizado co-
mo dotado de valor, por arbitrio legisígnico; pero es que también el billete es cuali-
signo a causa de su rareza, y también el oro se ha convencionalizado como pará-
metro de valor de una manera arbitraria (podría llegar a ser abandonado como pa-
trón, y sustituido por el uranio).4

División del signo en relación con su Objeto


Esta es una de las clasificaciones más conocidas de Peirce y que ha suscitado también no
pocos debates teóricos. Según el objeto al cual se dirige, Peirce distingue tres clases de signos:
- Ícono: es el signo que se relaciona con su objeto por razones de semejanza: “... relación
de razón entre el signo y la cosa significada”. Para Peirce, el ícono es una imagen mental, o sea,
de un representamen que representa su objeto, al cual se le parece. El ícono de la palabra “frío”
es la imagen que se forma en nuestra mente y que se asemeja a nuestra experiencia del frío.
Pero también es un ícono un cuadro de paisaje, una fotografía o un diagrama.
- Índice: es el signo que conecta directamente con su objeto: las huellas de un caballo so-
bre el camino, o bien, el pronombre “tú” para indicar la persona con la que se habla. El ín -
dice es, pues, indicativo, y remite a alguna cosa para señalarla, como sucede con el mercurio
de un termómetro, que está para señalar la temperatura o el humo para indicar la presencia
del fuego.
- Símbolo: es el signo simplemente arbitrario, como las palabras: ellas, en efecto, tienen sig-
nificado por una ley de convención arbitrariamente establecida.
La dificultad para comprender esta clasificación se disipa si recordamos una vez más
que, para Peirce, el signo es una entidad triádica y, por lo tanto, el ícono, el índice y el símbo-
lo no son sino representámenes (signos con algún soporte) que se relacionan con el objeto
desde diferentes puntos de vista. En cambio, en otra vertiente de problemas, es sobre todo el

4 Eco, Umberto. Signo, Ed. Labor, Barcelona, España, 1994, p. 56.

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tema del iconismo el que sigue provocando polémicas, ya que el pensamiento de Peirce no es
del todo claro al respecto.
Peirce dice que “el único modo de comunicar directamente una idea es por medio de un
ícono”, lo cual equivale a afirmar que todo ícono es una imagen mental, o sea, algo que existe
en el interior de la persona, a manera de imágenes, de esquemas, de formas y colores de las co-
sas. El conocimiento humano –según Peirce– se genera siempre mediante una relación de sig-
nos, de modo que también un ícono es un producto mental, construido mediante la relación
de percepciones sígnicas y operando con ellas. Es lógico, entonces, que él considere ícono no
sólo una fotografía, sino también una onomatopeya o un diagrama. Los diagramas son íconos,
porque representan una equivalencia proporcional, un espacio lógico, precisamente aquel que
se forma en la mente acerca del diagrama mismo. Como vemos, su concepción de iconismo es
muy particular y parece que, en el fondo, Peirce maneja dos conceptos de iconismo. El primero
es el que se caracteriza por ser una percepción mental común a cualquier elaboración sígnica
durante el proceso de conocimiento humano: entonces, en rigor de lógica, según Peirce, el cua-
dro de un caballo no es un ícono sino un índice que atrae nuestra atención sobre el animal allí
representado, pero por comodidad –afirma él– se suele extender también a la cosa representada.
Otro concepto más específico de ícono tiene que ver con aquel signo que genera en el
individuo una imagen semejante a las cosas representadas. Sin embargo, lo que produce se-
mejanza no es el objeto, sino la construcción sígnica convencional. Así, por ejemplo, el caba-
llo del cuadro se relaciona con su objeto no por una semejanza física entre la imagen y el ani-
mal, sino por una “homología proporcional”, es decir, debido a la similitud de proporciones,
en donde cada punto de la figura está colocado en el mismo orden que corresponde al objeto
representado y cuya convención semiótica aceptamos.

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La ciencia de la semiótica
Charles Sanders Peirce
Buenos Aires, Nueva visión, 1974 (fragmentos)

228. Un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a algo
en algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un
signo equivalente, o, tal vez, un signo aún más desarrollado. Este signo creado es lo que yo
llamo el interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo, su objeto. Está en lugar
de ese objeto, no en todos los aspectos, sino sólo con referencia a una suerte de idea, que a ve-
ces he llamado el fundamento del representamen. "Idea" debe entenderse aquí en cierto senti-
do platónico, muy familiar en el habla cotidiana; quiero decir, en el mismo sentido en que
decimos que un hombre capta la idea de otro hombre, en que decimos que cuando un hom-
bre recuerda lo que estaba pensando anteriormente, recuerda la misma idea, y en que, cuando
el hombre continúa pensando en algo, aun cuando sea por un décimo de segundo, en la me-
dida en que el pensamiento concuerda consigo mismo durante ese lapso, o sea, continúa te-
niendo un contenido similar, es "la misma idea", y no es, en cada instante del intervalo, una
idea nueva.

229. Como consecuencia del hecho de estar cada representamen relacionado con tres
cosas, el fundamento, el objeto y el interpretante, la ciencia de la semiótica tiene tres ramas.
La primera es […] la gramática pura. Tiene por cometido determinar qué es lo que debe ser
cierto del representamen usado por toda inteligencia científica para que pueda encarnar algún
significado. La segunda rama es la lógica propiamente dicha. Es la ciencia de lo que es cuasi
necesariamente verdadero de los representámenes de cualquier inteligencia científica para que
puedan ser válidos para algún objeto, esto es, para que puedan ser ciertos. […] La tercera ra-
ma, la llamaré retórica pura, imitando la modalidad de Kant de conservar viejas asociaciones
de palabras al buscar la nomenclatura para las concepciones nuevas. Su cometido consiste en
determinar las leyes mediante las cuales, en cualquier inteligencia científica, un signo da naci-
miento a otro signo y, especialmente, un pensamiento da nacimiento a otro pensamiento.

Una tricotomía de los signos


243. Los signos son divisibles según tres tricotomías: primero, según que el signo en sí
mismo sea una mera cualidad, un existente real o una ley general; segundo, según que la rela-
ción del signo con su objeto consista en que el signo tenga algún carácter en sí mismo, o en
alguna relación existencia con ese objeto o en su relación con un interpretante; y tercero, se-
gún que su Interpretante lo represente como un signo de posibilidad, como un signo de he-
cho o como un signo de razón.

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Una segunda tricotomía de los signos


247. Conforme con la segunda tricotomía, un Signo puede ser llamado ícono, índice o
símbolo.
Un ícono es un signo que se refiere al Objeto al que denota meramente en virtud de ca -
racteres que le son propios, y que posee igualmente exista o no exista tal Objeto. Es verdad
que, a menos que haya realmente un Objeto tal, el ícono no actúa como signo; pero esto no
guarda relación alguna con su carácter como signo. Cualquier cosa, sea lo que fuere, cualidad,
individuo existente o ley, es un ícono de alguna otra cosa, en la medida en que es como esa
cosa y en que es usada como signo de ella.

248. Un índice es un signo que se refiere al Objeto que denota en virtud de ser realmen-
te afectado por aquel Objeto. […] En la medida en que el índice es afectado por el Objeto, tie-
ne, necesariamente, alguna Cualidad en común con el Objeto, y es en relación con ella como
se refiere al Objeto. En consecuencia, un índice implica alguna suerte de ícono, aunque un
ícono muy especial; y no es el mero parecido con su Objeto, aun en aquellos aspectos que lo
convierten en signo, sino que se trata de la efectiva modificación del signo por el Objeto.

249. Un símbolo es un signo que se refiere al Objeto que denota en virtud de una ley,
usualmente una asociación de ideas generales que operan de modo tal que son la causa de que
el símbolo se interprete como referido a dicho Objeto. En consecuencia, el símbolo es, en sí
mismo, un tipo general o ley. […] En carácter de tal, actúa a través de una Réplica. No sólo es
general en sí mismo; también el Objeto al que se refiere es de naturaleza general. Ahora bien,
aquello que es general tiene su ser en las instancias que habrá de determinar. En consecuencia,
debe necesariamente haber instancias existentes de lo que el Símbolo denota, aunque acá ha-
bremos de entender por "existente", existente en el universo posiblemente imaginario al cual el
símbolo se refiere. […]

Representar
273. Estar en lugar de otro, es decir, estar en tal relación con otro que, para ciertos pro-
pósitos, se sea tratado por ciertas mentes como si se fuera ese otro. Consecuentemente, un vo-
cero, un diputado, un apoderado, un agente, un vicario, un diagrama, un síntoma, un table-
ro, una descripción, un concepto, una premisa, un testimonio, todos representan alguna otra
cosa, de diversas maneras, para mentes que así los consideran. Cuando se desea distinguir en-
tre aquello que representa y el acto o relación de representar, lo primero puede ser llamado el
"representamen" y lo segundo la "representación". […]

Signo
303. Cualquier cosa que determina a otra cosa (su interpretante) a referirse a un objeto al
cual ella también se refiere (su objeto) de la misma manera, deviniendo el interpretante a su vez
un signo, y así sucesivamente ad infinitum.

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304. Un signo es o bien un ícono, o un índice, o un símbolo. Un ícono es un signo que


poseería el carácter que lo vuelve significativo, aun cuando su objeto no tuviera existencia; tal
como un trazo de lápiz en un papel que representa una línea geométrica. Un índice es un sig-
no que perdería al instante el carácter que hace de él un signo si su objeto fuera suprimido,
pero que no perdería tal carácter si no hubiera interpretante. Tal es, por ejemplo, un pedazo
de tierra que muestra el agujero de una bala como signo de un disparo; porque sin el disparo
no habría habido agujero; pero hay un agujero ahí, independientemente de que a alguien se
le ocurra o no atribuirlo a un disparo. Un símbolo es un signo que perdería el carácter que lo
convierte en un signo si no hubiera interpretante. Es tal cualquier emisión de habla que signi-
fica lo que significa sólo en virtud de poder ser entendida como poseedora de esa determinada
significación. […]

Índice
305. Un signo, o representación, que se refiere a su objeto no tanto a causa de cualquier
similitud o analogía con él, ni porque esté asociado con los caracteres generales que dicho ob-
jeto pueda tener, como porque está en conexión dinámica (incluyendo la conexión espacial]
con el objeto individual, por una parte, y con los sentidos o la memoria de la persona para
quien sirve como signo, por la otra. Ninguna aseveración fáctica puede hacerse sin recurrir a
algún signo que sirva como índice. Si A le dice a B "Hay un incendio", B preguntará
"¿Dónde?", como consecuencia de lo cual A deberá forzosamente recurrir a un índice, aun
cuando sólo quiera referirse a algún lugar no definido del universo real, pasado y futuro. De lo
contrario, sólo habrá expresado que hay una idea tal como la de incendio, la cual no daría
ninguna información, porque, salvo que ya fuera conocida, la palabra "incendio" sería ininte-
ligible. Si A señala con su dedo el fuego, el dedo se conecta dinámicamente con el incendio,
tanto como si una alarma de incendio automática lo hubiera dirigido indicando dicha direc-
ción; y, al mismo tiempo, promueve que los ojos de B se vuelvan a esa dirección, que su aten-
ción se concentre en el incendio y que su entendimiento reconozca que se ha dado respuesta
a su pregunta. Si, en cambio, la respuesta de A hubiera sido "A mil metros de acá, más o me-
nos", la palabra "acá" es un índice, dado que tiene exactamente la misma fuerza que si hubiera
señalado un punto preciso del terreno entre A y E. Más aún: la palabra "metros", aunque re-
presenta a un objeto de clase general, es indirectamente indicial, dado que las varas métricas
en sí mismas son signos de una norma oficial […]. Las letras de uso común en álgebra que
no presentan peculiaridades son índices. También lo son las letras A, B, C, etcétera, asigna -
das a una figura geométrica. Los abogados y otros profesionales que se ven en la necesidad
de expresar algún asunto complicado con total precisión, recurren a letras para distinguir a
los entes individuales. Las letras, cuando son usadas así, no son sino versiones mejoradas de
los pronombres relativos. Mientras que los pronombres demostrativos y personales son, tal
como se los usa generalmente, "índices genuinos", los pronombres relativos son "índices de -
generados", dado que, aunque en forma accidental e indirecta puedan referirse a cosas exis -
tentes, ellos en realidad se refieren en forma directa, y sólo necesitan referirse a las imágenes
mentales que las palabras precedentes hayan creado.

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306. Los índices pueden ser distinguidos de otros signos, o representaciones, por tres ras-
gos característicos: primero, que carecen de todo parecido significativo con su objeto; segun-
do, que se refieren a entes individuales, unidades individuales, conjuntos unitarios de unida-
des o continuidades individuales; tercero, que dirigen la atención a sus objetos por una com-
pulsión ciega. Pero sería harto difícil, si no imposible, mencionar un índice que fuera absolu-
tamente puro, o hallar algún signo absolutamente desprovisto de cualidad indicial. Desde el
punto de vista psicológico, la acción de los índices depende de asociaciones por contigüidad,
y no de asociaciones por parecido o de operaciones intelectuales.

Símbolo
307. Un signo (como se vio) que está constituido como signo mera o fundamentalmente
por el hecho de que es usado y entendido como tal, sea por el hábito natural o nacido por
convención, y con prescindencia de los motivos que originalmente llevaron a su selección.

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Preguntas sobre Charles S. Peirce

1. a. Caracterice los tipos de signos que integran la segunda tricotomía propuesta por Charles Peirce.

b. Identifique en las imágenes siguientes dos tipos de signos. Justifique.

c. Explique cuál es el efecto de sentido que genera la presencia de esos signos que ha identificado en cada
una de las imágenes propuestas.

Imagen 1

Imagen 2. Campaña “Renuncio” del portal de empleo Bumeran.

2. Defina el concepto de
signo, según Charles
Peirce. Ejemplifique las

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relaciones entre sus componentes con el análisis de un signo a su elección presente en la siguiente ima-
gen.

3. ¿Cuál es la relación que establecen con el objeto los signos de la segunda tricotomía propuesta por
Charles Peirce? Desarrolle y ejemplifique cada uno con la siguiente imagen.

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4. Defina el concepto de símbolo, según Charles Peirce. Ejemplifique con el análisis de un símbolo a su
elección presente en las siguientes imágenes.

Imagen 1

Imagen 2

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El círculo de Bajtín
La perspectiva sociosemiótica.
El “Circulo de Bajtín”
María Cecilia Pereira

Tal como señalan Cristian Botta y Jean Paul Bronckart (2010), en Rusia (y posteriormente
en la Unión Soviética), los distintos enfoques que adoptan los estudios sobre el lenguaje duran-
te el primer tercio del siglo XX reposan sobre un conocimiento detallado de los aportes de otras
ciencias humanas y sobre la preocupación común de los lingüistas, semiólogos y filósofos de
lenguaje por la comprensión del papel que juega la actividad verbal tanto en el funcionamiento
psíquico como en la organización social de los seres humanos. Ese carácter interdisciplinario de
la investigación condujo a un grupo de investigadores a estudiar, del lenguaje en uso, su articu-
lación con las prácticas sociales en las que interviene y los sentidos que van fijando los signos al
ser empleados. Uno de los enfoques desarrollados en esos años considera el lenguaje como un
“uso interactivo organizado en discursos cuyas unidades (los signos) tienen la propiedad de fijar
las representaciones del mundo en el momento mismo en que estas se vuelven compartibles o
colectivas” (Botta y Bronckart, 2010:114). Este enfoque los llevó a profundizar la reflexión sobre
las relaciones entre lenguaje e ideología. Lingüistas soviéticos del denominado “Circulo de Baj-
tín” (un grupo que reunía, entre otros, a Pável N. Medvédev, Valentín N. Voloshinov y Mijaíl
Bajtín) adoptan, con matices distintos, esta perspectiva sociosemiótica.
Entre ellos, Valentin Voloshinov (1929) se propone estudiar las formas de organización
colectiva de la comunidad humana, los tipos de comunicaciones sociales que posibilitan esas
distintas formas de organización, los modos de interacción verbal y los enunciados organiza-
dos en textos. Desde una posición materialista, Voloshinov sostiene que las significaciones
construidas en la actividad colectiva se cristalizan en signos y que, en consecuencia, se deben
analizar los valores adoptados por los signos en las diferentes formas de interacción verbal y
en las actividades sociales en que son empleados. Esta perspectiva parte de una concepción
concreta de la comunicación, donde los signos lingüísticos adquieren diversos sentidos al ser
usados en los enunciados producidos por sujetos diferentes en situaciones diferentes. De esta
manera, y a diferencia de los planteos de F. de Saussure, no habría un único significado en co-
rrespondencia con un único significante sino diferentes sentidos en disputa. Esto puede ob-
servarse muy claramente en el discurso político, donde los hablantes pueden emplear las mis-
mas palabras (por ejemplo, democracia, justicia, seguridad, libertad) pero atribuyéndoles dis-
tintos sentidos según su posicionamiento político, social, de clase, etc. De ahí que para esta
corriente, el signo es un terreno de lucha ideológica.

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Junto a los trabajos de Voloshinov, estudiaremos en la próxima unidad los aportes de


otro investigador del grupo, Mijaíl Bajtín, de cuyos planteos analizaremos el lugar central que
ocupa el concepto de género discursivo, los roles sociodiscursivos que los enunciados ponen
en escena y los registros de habla que movilizan a partir un célebre artículo de Bajtín, “El pro-
blema de los géneros discursivos” (1953), publicado posteriormente en su obra Estética de la
creación verbal de 1979. Allí, Bajtín vincula los discursos con las prácticas sociales e históricas
y propone el concepto de género discusivo para caracterizar ciertas regularidades que com-
parten los enunciados. Por ejemplo, los enunciados propios de la práctica política pueden
compartir rasgos que permitan ubicarlos en los géneros “discurso de campaña”, “programa de
gobierno”, “afiche de propaganda de un partido”, etc... Aunque el criterio clasificatorio no sea
constante ni homogéneo, los géneros son categorías a las que apelan cotidianamente los ha-
blantes para referirse a los discursos (“me escribió una carta”, “mandó un correo electróni-
co”, “envió el telegrama de renuncia). Una vez analizado el concepto de género discursivo,
Bajtin busca definir la noción de enunciado y sus límites.
Las ciencias del lenguaje consideran el género discursivo como una unidad para el
análisis de ciertas regularidades de los discursos sociales, como una institución del habla de-
terminada social e históricamente que permite caracterizar tanto los enunciados que se pro-
ducen en un ámbito o esfera de la actividad social como a la sociedad misma que los produce.
Asimismo, el círculo de Bajtín encaró un estudio sobre el carácter dialógico del len-
guaje, según el cual todo enunciado, es decir, toda secuencia lingüística efectivamente
pronunciada por un hablante concreto en circunstancias concretas, se relaciona con otros
enunciados. Un estudioso de las ideas de Bajtín, Jacques Bres (2013) subraya que la concep-
tualización del lenguaje como práctica social permite profundizar en los distintos rasgos del
diálogo que se escenifica en su uso.
En lo que se refiere a la noción de dialogismo [...] es un principio que gobierna todas las
prácticas humanas. En el nivel del lenguaje consiste en la orientación del discurso, tanto en
producción como en interpretación, hacia otros discursos y esto se manifiesta de manera tri-
ple: (1) hacia discursos anteriores [...] (2) hacia la respuesta que solicita y sobre la que se anti-
cipa; (3) hacia sí mismo.
Esta triple orientación se realiza como interacción y tiene por resultado un dialogismo inte-
rior, al que Bajtín se refiere con diferentes metáforas: pluralidad de voces, resonancias, ecos,
armonías dialógicas, reflejos de los enunciados de otros en el propio, que atraviesan el texto
en todos los niveles, desde los macroestructurales hasta su microestructura: la palabra.
(Jacques Bres, 2013:4-5, [Adaptación])

De este modo, la concepción del lenguaje, de los enunciados y de los géneros discursi-
vos que inició el círculo de Bajtín abre las posibilidades para un estudio del enunciado que
atiende a la serie en la que se integra, a la trama histórica de voces anteriores con las que dia-
loga, a su relación con el posicionamiento desde el que es producido y a las posibles respues-
tas que busca suscitar. Al decir de Dosse, esto marca la distancia de la concepción de Bajtín
con los abordajes estructurales del texto pues “una aproximación semejante discute [...] de en-
trada con el postulado del cierre del texto en sí mismo, la clausura que le permitiría explicar
su estructura” (Dosse, 2004:70).

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Voloshinov: el signo ideológico


Daniela Lauría

Una de las críticas que recibió la concepción de signo lingüístico propuesta por Saussure
provino del lingüista ruso, de orientación marxista, Valentín Voloshinov quien en el año
1929, en Moscú, publicó el libro El marxismo y la filosofía del lenguaje. En esa obra, el estudioso
realiza varias objeciones a la lingüística contemporánea que entendía el signo lingüístico co-
mo una entidad abstracta y la lengua como un sistema de normas de carácter invariable. Al
respecto, Voloshinov dice:
La lengua como sistema estable de formas normativamente idénticas no es más que una
abstracción científica, que resulta productiva solo en relación con ciertos objetivos particu-
lares, teóricos y prácticos. Esta abstracción no se adecua a la realidad concreta del lenguaje.
La lengua es un proceso generativo continuo realizado en la interacción socio-verbal de los
hablantes (p. 123).

En particular, en los dos primeros capítulos del mencionado libro, Voloshinov parte de
la idea de que el lenguaje (y la lengua) es la expresión material de la conciencia y, por consi -
guiente, no solo puede ser estudiado científicamente sino que es a través de él que se debe
abordar el examen de la conciencia humana. Y, además, dado que el lenguaje, según su punto
de vista, es eminentemente social en tanto lo concibe como un instrumento de comunica-
ción, una herramienta de intercambio, un medio de transmisión de determinadas representa-
ciones y visiones acerca del mundo para una determinada comunidad lingüística en el que se
reflejan y refractan el modo de producción dominante, las contradicciones de clase y la orga-
nización jerárquica de esa sociedad concreta, constituye la vía de acceso al análisis de la ideo-
logía. Dicho de otra manera, la conciencia, concebida como un hecho ideológico-social, no
puede ser registrada sino a través de los signos y, particularmente, de los signos lingüísticos.
Para Saussure, los signos lingüísticos son las unidades formales del sistema de la lengua
que solo pueden definirse negativamente por oposición a otros signos e independientemente
de quien los emplea. Voloshinov concibe dicha noción de signo como estática, fija y muy dis-
tante de la realidad del funcionamiento del lenguaje en una sociedad. De acuerdo con su ar-
gumentación, los signos no significan siempre lo mismo, no tienen idéntico sentido. Es decir:
el valor de un signo no deriva –como se ha estudiado en Saussure− de la posición relativa de
ese signo en el sistema, sino que depende fundamentalmente del enunciado único, concreto e
irrepetible en el que se emite y de las circunstancias de enunciación, así como de las coorde-
nadas históricas y sociales que dieron lugar a dicha emisión. La vida del signo, para el autor,
se encuentra en el entorno social dentro del cual circula. Se trata, así, de una entidad viva,
porque es usada por hablantes concretos que producen enunciados situados; porque está suje-
ta al cambio histórico y se encuentra también determinada, como ya se señaló, por el modo
de producción dominante en la comunidad lingüística específica. Asimismo, por su carácter

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ideológico, los signos, las palabras, no son unívocos ni neutros en la medida en que varían
históricamente. Las diferentes clases sociales que coexisten en una comunidad utilizan la mis-
ma lengua, pero los acentos valorativos que le asignan a cada palabra no son los mismos. Los
acentos valorativos no resultan del sistema, sino que derivan del uso efectivo. Y en el seno de
la sociedad se suscita una lucha ideológica por la imposición de determinados acentos. Sobre
ese punto, Voloshinov afirma:
Este carácter multiacentuado del signo ideológico es su aspecto más importante. En reali-
dad, es tan solo gracias a este cruce de acentos que el signo permanece vivo, móvil y capaz
de evolucionar. Un signo sustraído de la tensa lucha social, un signo que permanece fuera
de la lucha de clases inevitablemente viene a menos, degenera en una alegoría, se convierte
en el objeto de la interpretación filológica, dejando de ser centro de un vivo proceso social
de la compresión. […] La clase dominante busca adjudicar al signo ideológico un carácter
eterno por encima de las clases sociales, pretende apagar y reducir al interior la lucha de va-
loraciones sociales que se verifica en él, trata de convertirlo en signo monoacentual.
Pero en realidad todo signo ideológico vivo posee, como Jano bifronte, dos caras. Cual-
quier injuria puede llegar a ser elogio, cualquier verdad viva inevitablemente puede llegar a
ser para muchos la mentira más grande. Este carácter internamente dialéctico del signo se
revela hasta sus últimas consecuencias durante las épocas de crisis sociales y de transforma-
ciones revolucionarias. En las condiciones normales de vida social esta contradicción im-
plícita en cada signo ideológico no puede manifestarse plenamente, porque un signo ideo-
lógico es, dentro de la ideología dominante, algo reaccionario y trata de estabilizar el mo-
mento inmediatamente anterior en la dialéctica del proceso generativo social, pretendien-
do acentuar la verdad de ayer como si fuera la de hoy (p. 50).

Para ilustrar esta idea, pueden considerarse los acentos en pugna de una palabra en mo-
mentos de crisis social y su posterior estabilización. Por ejemplo, las palabras “cartonero”, “car-
toneo”, durante el año 2001 en Buenos Aires, fueron el escenario de una disputa de tipo ideoló-
gico entre (a) los rasgos que hacían de la actividad una práctica casi delictiva y que, además,
atribuían a quienes la realizaban la condición de “cirujas” y (b) los rasgos de una actividad labo-
ral que posibilitaba la supervivencia en el marco de la gran crisis del momento. La investigadora
argentina Rosa Inés Pietra registra los siguientes usos en diarios porteños de la época:

(a) El cirujeo ocupa a unas 20.000 familias… Uno de los rostros más vergonzosos de la
pobreza argentina, […] los cartoneros han realizado su insalubre tarea subrepticiamente…
(b) Existe un circuito informal que recoge papel y cartón. Hay unas 140.000 personas
que viven de esta actividad. Los cartoneros…

Las disputas por los distintos acentos no fueron ajenas a conflictos de la época vincula-
dos con el control actividades económicas de producción y comercialización de papel. En la
actualidad, los usos de la palabra “cartonero” están más estabilizados y remiten al oficio de re-
colector de papel y cartón.
En definitiva, el planteo de Voloshinov recupera la idea de lenguaje (y de lengua) como
un todo, sin separar significantes materiales de significados conceptuales. Su teoría materialista
del lenguaje se aleja de lo que él califica como “objetivismo abstracto”, de su carácter autóno-

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mo, e intenta abarcarlo como fenómeno y como instrumento integrado a varias funciones es-
encialmente humanas y sociales: la comunicación, el pensamiento, la ideología. La preocupa-
ción principal no está centrada, entonces, en la descripción de un objeto homogéneo sino en la
explicación de la totalidad de los factores sociales que lo rodean, influyen y condicionan.

Referencias bibliográficas de la sección


BOTA, Cristian y BRONCKART, Jean Paul, “Voloshinov y Bajtin: dos enfoques radicalmente
opuestos de los géneros de textos y de su carácter”. En: Riestra, Dora (comp.), Saussure,
Voloshinov y Bajtín revisitados. Estudios históricos y epistemológicos, Buenos Aires, Miño
y Dávila, 2010.
BRES, Jacques, “Énonciation et dialogisme: un couple improbable?”. En: Dufaye, Lionel et
Gournay, Lucie (éds). Benveniste après un demisiècle. Regards sur l'énonciation aujour-
d'hui, Paris, Ophrys, 2013.
DOSSE, François, Historia del estructuralismo. Tomo I, El campo del signo 1845-1966, Akal edi-
ciones, 2004.
MAINGUENEAU, Dominique, Discours et analyse du discours, Paris, Armand Collin, 2014.
VOLOSHINOV, VALENTÍN, EL MARXISMO Y LA FILOSOFÍA DEL LENGUAJE, BUENOS AIRES, EDICIONES
GODOT, 2009.
VOLOSHINOV, Valentín N. (1992): El marxismo y la filosofía del lenguaje, Madrid, Alianza Edito-
rial.
PIETRA, Rosa Inés (2013): Cartoneo y concepto de trabajo. Una lucha social en el campo semántico.
Tesis. Mimeo.

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Materiales para el análisis


Lecturas complementarias
Los siguientes textos abordan temas como el cine, la indumentaria, la realidad virtual o la
pintura desde perspectivas diversas. Las preguntas que figuran a continuación de cada texto le
proponen el desafío de pensar el modo en que algunos de sus planteos podrían ser interpreta-
dos desde la perspectiva estructuralista de Ferdinand de Saussure y desde el abordaje de Peirce
de los signos.

Texto 1.
Sexe, Néstor (2007): Casos de comunicación y cosas
de diseño, Buenos Aires, Paidós, pp.49-51 (adaptación)

Objetos modernos
El traje y el jean son objetos-pretextos para señalar dos aspectos de la modernidad.
Con frecuencia se define la modernidad como un conjunto de valores, entre los cuales se
citan la secularización de la sociedad (pérdida de influencia de las confesiones religiosas y sus
instituciones), las formas de poder republicano y la racionalidad administrativa. La modernidad
ubica al hombre en el centro de la escena y le asigna dos virtudes: la razón y la voluntad.
Caracterizaremos al traje como un indumento moderno. El traje es moderno porque re-
presenta, como veremos, cierto conjunto de valores que corresponden a esta etapa.
La modernidad también cree y apuesta al progreso. La expectativa de cambio, la percep-
ción dinámica de la secuencia espacio-temporal, la búsqueda de una actualización permanen-
te son rasgos que la caracterizan. El jean con su dinámica de fabricación y de uso es otro obje-
to que representa los valores de la modernidad.

El traje moderno
Cierta perspectiva de análisis de la modernidad contempla la tendencia cultural hacia la
secularización: el quiebre de la ley de Dios como único recurso de legitimidad y, por consi-
guiente, la construcción de una mediación cultural reglamentada. De este modo, la adminis-
tración se articula entre leyes y base social productora. Esta organización da lugar a la buro-
cracia y, concretamente, a la subjetividad que se condensa en la noción de ciudadano. En ese
contexto, el traje moderno fue el indumento del personal administrativo de las fábricas, de
los profesionales liberales, de los oficinistas de la banca y de los profesores que transmitían la
nueva “razón”.
A partir del siglo XIX y principios del XX se alarga el pantalón y se estandarizan las me-
didas tal como las conocemos en la actualidad. La tradición de la moda inglesa, mucho más

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clásica, consiste en mantener las hechuras desde hace décadas, mientras que los franceses y,
sobre todo, los italianos van imponiendo nuevas formas. Los trajes más elegantes eran (y son)
los de colores como el negro, la gama del gris oscuro y azul marino o noche. Se utilizaban lanas
de gran pesaje, con tejidos muy tupidos, que se fueron reemplazando por una diversa oferta de
telas más livianas (como el lino y mezclas de fibras poliéster-algodón y poliéster- viscosa).
El traje moderno se construyó como un dispositivo del hombre burocrático, un indu-
mento ordenador que guardaba cierta lógica de distribución de bolsillos. Podemos enumerar
tres bolsillos exteriores y tres interiores del saco, de cuatro a seis en el pantalón y dos en el
chaleco. Se diseñaban entre doce y quince bolsillos - según el modelo-, cuyo uso se justificaba
como los “lugares” para lapiceras, llaves, monedas, pañuelos, cigarrillos, reloj, etc. Los bolsi-
llos llevan los instrumentos y dan una idea de la actividad del ciudadano. El uso del traje su-
pone cierta razón instrumental, que opera según un repertorio de maniobras análogas a las
del pescador con su chaleco especial: llevar la mano al bolsillo es una acción “espontánea”
hacia la utilización de su contenido. Por ejemplo, a veces el ícono representativo de caballeros
en un baño público muestra a un hombre con la mano en el bolsillo de su pantalón, y esta
pose nunca fue interpretada como desgano.
El hombre de la producción también tiene su traje. Consiste en un conjunto de pantalón,
camisa y campera corta de algodón. En telas cerradas y resistentes, la ropa de trabajo mantuvo
sus formas y sus colores beige, azul aviación y verde oliva, que son tradicionales. Estos colores
fueron siempre el signo de distinción de los rangos jerárquicos (capataces, técnicos, encargados)
según los códigos internos de cada empresa. Por su parte, el obrero moderno utiliza el overol
(over all: cubre todo): otro dispositivo de bolsillos para otras herramientas modernas.
El traje es una representación de usos y valores de la modernidad. Pero, como puede ver-
se, durante más de cien años el traje masculino no ha cambiado mucho. La dinámica de cam-
bio solo se puso de manifiesto en el reemplazo de la sastrería personal “a medida” por la con-
fección en serie.
El traje resiste, tal como lo moderno persiste en la palabra posmodernidad.

1. Analice la información paratextual para contextualizar el texto (autor, obra, fecha y lugar de publicación,
título del fragmento, subtítulos, etc). Caracterice a partir de esos datos y de la información que pueda
obtener de la web la perspectiva desde la que aborda su objeto de estudio el texto leído.

2. Tomando en cuenta el texto leído, caracterice el traje como ícono, como índice y como signo, de acuerdo
con la perspectiva de Peirce.

3. Tomando en cuenta la noción de sistema de la perspectiva estructuralista, caracterice las relaciones en-
tre el traje y la ropa de trabajo descriptos en el texto leído.

4. Sexe afirma: “La modernidad también cree y apuesta al progreso. La expectativa de cambio, la percep-
ción dinámica de la secuencia espacio-temporal, la búsqueda de una actualización permanente son
rasgos que la caracterizan. El jean con su dinámica de fabricación y de uso es otro objeto que repre-
senta los valores de la modernidad.”. Desde su punto de vista, ¿qué rasgos del jean podrían fundamen-
tar la afirmación de Sexe?

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Texto 2.
Román Gubern (1996): Del bisonte a la realidad virtual.
La escena y el laberinto, Barcelona, Anagrama, pp. 23-25

Iconismo en debate
El debate más prolongado y profundo acerca de la naturaleza de la imagen icónica se ha
centrado en dilucidar si se trata de una representación motivada, nacida de una voluntad imi-
tativa o analógica que pretende copiar las apariencias ópticas del mundo visible o, por el con-
trario, si se trata de una representación enteramente arbitraria, producto de una convención
social según la cual, en palabras de Nelson Goodman, “cualquier cosa puede representar cual-
quier cosa” , como ocurre con los signos del lenguaje verbal. El más ilustre opositor de las te-
sis convencionalistas de Goodman ha sido el historiador del arte E. H. Gombrich, cuyas teo-
rías nos parecen más razonables y convincentes. Gombrich nunca ha negado que las repre-
sentaciones icónicas estén formalizadas con convenciones propias de cada cultura, de cada
época, de cada género y de cada escuela, pero de su estudio perspicaz de la historia del arte
(estudio que Goodman ignora olímpicamente) y de la observación del comportamiento de los
animales, deduce que la iconicidad no es una pura arbitrariedad social.
Especialmente interesantes resultas las investigaciones de los etólogos acerca de la per-
cepción animal, sobre todo las realizadas con señuelos (simulacros visuales de animales), como
las efectuadas por Niko Tinbergen. En efecto, los animales reaccionan ante simulacros icóni-
cos adecuados (la imagen de la madre, de la pareja sexual o del enemigo) y algunos poseen
eficaces mecanismos de camuflaje para engañar a sus depredadores con sus cambios de ima-
gen, simulando una roca o una rama y corroborando que la iconicidad no es una convención
humana arbitraria y artificial.
Los señuelos utilizados por los cazadores, tanto como algunos espantapájaros campesi-
nos, confirman esta realidad de la naturaleza, que se ha sometido a prueba experimental por
parte de los etólogos, utilizando representaciones visuales progresivamente abstractas o sim-
plificadas de estímulos desencadenantes para cada especie, a fin de establecer, a través de sus
reacciones o ausencia de ellas, los umbrales de similitud o de iconicidad funcional para cada
especie, más allá de los cuales el estímulo visual deja de activar el instinto del individuo por
haber perdido su propiedad icónica para él.
Cuando postulamos que la imagen es una convención motivada (o una convención no
enteramente arbitraria), afirmamos que los significados son universales, pero no así las conven-
ciones, por lo que son significados los que motivan las convenciones y no al revés. Es menester
afirmar, por lo tanto, que la imagen icónica es una convención plástica motivada (es decir,
una convención plástica no arbitraria), que combina en diferente grado el principio del isomor-
fismo perceptivo y ciertas aportaciones simbólicas del tipo intelectual propias de cada cultura,
que plasman propiedades de los sujetos representados.

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1. Analice la información paratextual para contextualizar el texto (autor, obra, fecha y lugar de publicación,
título del fragmento, etc.). Caracterice a partir de esos datos y de la información que pueda obtener de la
web la perspectiva desde la que aborda su objeto de estudio el texto leído.

2. ¿Cuál de las posiciones enfrentadas en el debate en torno del iconismo podría tomar el pensamiento
de Peirce sobre el ícono para fundamentar su punto de vista? Proponga un argumento en favor de esa
posición a partir de su lectura de Peirce.

Texto 3.
Román Gubern (1996): Del bisonte a la realidad virtual. La
escena y el laberinto, Barcelona: Anagrama

Frente a la escena
La progresiva difusión de la tecnología de la realidad virtual, irradiada desde los centros
de investigación informática de las sociedades posindustriales, ha coincidido con una crecien-
te colonización del imaginario mundial por parte de las culturas transnacionales hegemóni-
cas, que presionan para imponer una uniformización estética e ideológica planetaria. La rápi-
da difusión, a manos de laboratorios universitarios, gabinetes militares, industrias del entrete-
nimiento y del espectáculo y talleres de cyberartistas, está iluminando con nueva luz, inespe-
radamente, el sentido y la evolución de las imágenes a lo largo de la historia occidental, movi-
da por su aspiración hacia el ilusionismo referencial más perfecto posible. La difusión genera-
lizada de la realidad virtual podrá hacer que percibamos en el futuro nuestras representacio-
nes icónicas tradicionales -desde la pintura al fresco y hasta la televisión- como imperfectos y
poco satisfactorios artificios planos, tal como hoy suelen percibirse generalmente las pinturas
de la era pre-perspectivista.
A la luz de esta evolución, se detecta sin mucho esfuerzo que la producción de imágenes
en Occidente ha estado dominada por una doble y divergente preocupación intelectual. Por
una parte, por la voluntad de perfeccionamiento cada vez mayor de su función mimética, por
la exaltación de la capacidad ostensiva de la imagen como copia fidelísima de las apariencias
ópticas del mundo visible, en una ambición que culmina en el hiperrealismo de la realidad
virtual. Esta ambición ha sido la del engaño a los sentidos y a la inteligencia, como ya avanzó
Platón, pues quiere hacer creer al observador colocado ante la imagen que está en realidad an-
te su referente y no ante su copia.
Pero en contraste con esta función de la imagen como doble ostensivo, como simulacro y
como imitación realista , nos encontramos también con otra tradición no extinguida de la
imagen críptica, como símbolo intelectual y como laberinto, una tradición hermética cultivada
por el simbolismo del arte paleocristiano, por los alquimistas, por las sociedades secretas y por
los códigos pictográficos de muchos profesionales actuales (arquitectos, ingenieros, geólogos,

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meteorólogos, etc.) que constituyen verdaderos sociolectos icónicos cerrados de estas nuevas
hermandades profesionales que han reemplazado, en parte a las sociedades secretas de antaño.
De manera que frente a la transparencia ostensiva e isomórfica de la imagen-escena en
la cultura de masas, se abriría un inmenso territorio ocupado por la imagen-laberinto, por
aquella que no dice lo que muestra o lo que aparenta, pues ha nacido de una voluntad de
ocultación, de conceptualidad o de criptosimbolismo. Y la hemos llamado imagen-laberinto
porque, a diferencia de la explicitud sensorial y simbólica de la escena, el laberinto (del griego
y del latín, laberinthus) es definido por el diccionario como “construcción llena de rodeos y
encrucijadas, donde es muy difícil orientarse”.
Para entender esta evolución resulta útil recordar la leyenda, recogida por Plinio el Viejo
en su Historia natural, acerca del invento del arte de la pintura. Según esta leyenda fundacio-
nal, una doncella de Corinto trazó sobre una pared la silueta del rostro de su amado, proyec-
tada como sombra, para gozar de la ilusión de su presencia durante su ausencia (este episodio,
de fuerte impregnación mágica, sería inmortalizado por el pintor David Allan en su lienzo The
Origin of Painting en 1775). No habrá de extrañar, por tanto, que algunas lenguas antiguas, co-
mo el latín, utilicen la misma palabra (imago) para designar la imagen, la sombra y el alma. Ni
que en griego eidos signifique a la vez idea (como proyecto o modelo) y apariencia (como
imagen u objeto), convertida en el origen etimológico del ídolo, idolatría, idolomanía y de las
imágenes eidéticas. Y del gesto fundacional de la doncella de Corinto derivaría la práctica de
pintar lo ausente mediante su imagen virtual, ya sea su reflejo (la imagen de los reyes en el es-
pejo de Las Meninas de Velázquez), o su sombra (en el primer término del lienzo Coming
Events, de William Collins, de 1833). […]
El psicoanálisis se ha extendido acerca de la pulsión escópica, acerca de ese irresistible
apetito de ver que es tan característico de la inteligencia humana y que, como toda fuerza bio-
lógica, sería contemplado con sospecha por todos los rigorismos religiosos, como ejemplariza
el castigo bíblico infligido a la mujer de Lot. Leonardo Da Vinci, que tanto nos ha ayudado a
entender la visión humana, expresó antes que Freud la naturaleza de esta pulsión, al relatar su
sueño entrando en una cueva oscura: “al cabo de un momento -escribe Leonardo-, dos senti-
mientos me invadieron: miedo y deseo , miedo de la gruta oscura y amenazadora, deseo de
ver si no contiene alguna maravilla extraordinaria”. Este natural apetito de ver, que cuando se
ha convertido en excluyente ha dado origen a la patología del voyerismo, mironismo, escopo-
filia o mixoscopia, ha sido a veces hiperbolizado poéticamente por algunos artistas , con cla-
ras connotaciones mágicas, como hace Goddard con sus protagonistas de Les Carabiniers,
quienes acumulan fotos, grabados y postales de todos los lugares del mundo para poseerlos vi-
cariamente, en un acto que confunde su glotonería óptica y su deseo de posesividad de todas
las bellezas del mundo. Mientras en la novela El Crimen del señor E. Karma, de Abe Kobe, un
hombre absorbe con su mirada un paisaje representado en una fotografía. En estos ejemplos
nos hallamos, en realidad, ante casos extremos de iconomanía, iconofilia o idolomanía, pues
se trata de imágenes representadas sobre un soporte.
Pero el apetito visual humano posee todavía un grado más elevado de formaliza-
ción cognitiva, manifestada en la que podríamos denominar pulsión icónica, que hace
que veamos formas figurativas en los perfiles aleatorios de las nubes, en los puntos lu-
minosos de las constelaciones o en las manchas de las paredes. Confirmando esta

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conducta, la autoridad de Plinio el Viejo nos explica, de nuevo, que el rey Pirro poseía
una piedra ágata en cuyos meandros aparecía sin que hubiera intervenido ningún ar-
tificio humano, Apolo con una cítara y las nueve musas con sus atributos. La pulsión
icónica revela la tendencia natural del hombre a imponer orden y sentido a sus per-
cepciones mediante proyecciones imaginarias, si bien tales orden y sentido aparecen
ampliamente diversificados según el grupo cultural al que pertenezca el sujeto precep-
tor y según la historia personal que se halla tras cada mirada. Basta con inventariar to-
das las interpretaciones icónicas que ha recibido el conjunto sideral que nosotros
identificamos como Osa Mayor (pero que en otras épocas o culturas ha sido el Carro
del rey Arturo, la Pata Delantera para los egipcios o el Jabalí para los sirios). O analizar
el aprovechamiento por el artista rupestre primitivo de las formas naturales en las pa-
redes de las cuevas del paleolítico superior para construir la imagen de un bisonte o
un jabalí. Mientras que la litolatría, focalizada a veces hacia la adoración de piedras de
origen metorítico como enviadas por la divinidad, invitaba a generar a partir de sus
formas arbitrarias percepciones icónicas sacras en sus fieles adoradores. Y el propio
Leonardo observaría que cuando se arroja un trapo embebido de pintura contra una
pared, se forma en ella una mancha en la que puede descubrirse un hermoso paisaje.
La pulsión icónica surge de la necesidad de otorgar sentido a lo informe, de dotar de
orden al desorden y de semantizar los campos perceptivos aleatorios, imponiéndoles
un sentido figurativo. La aplicación clínica más conocida de este principio psicológi-
co en la actualidad lo constituye el test proyectivo Rorschach, utilizado para el diag-
nóstico psicopatológico. Pero varios siglos antes de que Hermann Rorschach desaro-
llara en Zurich su famoso test, esta imperiosa facultad proyectiva era ya bien conocida
por quienes, en el lejano Kioto, erigieron el Templo de los Mil Budas (Sanjugasendo),
en el que el visitante es invitado a reconocer entre las mil estatuas su doble búdico y a
identificarse con él, operación que sólo puede efectuarse con un ejercicio proyectivo
muy refinado.

1. ¿Qué tipo de signos considera el texto “Frente a la escena”? ¿Desde qué punto de vista los analiza?

2. ¿Qué diferencias se registran entre la “imagen mimética” y la “imagen laberinto”? Si consideramos a las
imágenes como signos, en el sentido de Peirce, ¿cuáles serían las relaciones entre el representamen y el ob-
jeto dinámico en cada caso?

3. ¿Qué funciones cognitivas le atribuye el autor a lo que denomina la “pulsión icónica”?

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Trabajos prácticos

1. Ferdinand de Saussure y el estructuralismo


Lea el texto que sigue y responda las preguntas que figuran a continuación.

La lengua; su definición
¿Cuál es el objeto a la vez íntegro y concreto de la lingüística?
La cuestión es particularmente difícil; más tarde veremos por qué; limitémonos ahora a ha-
cer comprender esta dificultad.
Otras ciencias operan sobre objetos dados de antemano y que pueden considerarse luego
desde diferentes puntos de vista; en nuestro campo no ocurre eso. Alguien pronuncia la pa-
labra francesa nu: un observador superficial estaría tentado a ver en ella un objeto lingüísti-
co concreto, pero un examen más atento hará ver sucesivamente tres o cuatro cosas com-
pletamente diferentes, según la manera en que se la considere: como sonido, como expre-
sión de una idea, como correspondiente del latín nüdum, etc. Lejos de preceder el objeto al
punto de vista, se diría que es el punto de vista quien crea el objeto, y además nada nos di -
ce de antemano que una de esas maneras de considerar el hecho en cuestión es anterior o
superior a las otras.
Por otro lado, cualquiera que sea la que se adopte, el fenómeno lingüístico presenta perpe-
tuamente dos caras que se corresponden; además, cada una de ellas sólo vale gracias a la
otra. Por ejemplo:
1°. Las sílabas que se articulan son impresiones acústicas percibidas por el oído, pero los so-
nidos no existirían sin los órganos vocales; así, una no existe más que por la corresponden-
cia de esos dos aspectos. Por tanto, no se puede reducir la lengua al sonido, ni separar el so-
nido de la articulación bucal; y a la recíproca, no se pueden definir los movimientos de los
órganos vocales si se hace abstracción de la impresión acústica.
2°. Admitamos, sin embargo, que el sonido sea una cosa simple: ¿es él quien hace el len-
guaje? No, no es más que el instrumento del pensamiento y no existe por sí mismo. Surge
ahí una nueva y temible correspondencia: el sonido, unidad compleja acústico-vocal, for-
ma a su vez con la idea una unidad compleja, fisiológica y mental. Y esto no es todo aún.
3°. El lenguaje tiene un lado individual y un lado social, y no puede concebirse uno sin el
otro. Además:
4°. En cada instante implica a la vez un sistema establecido y una evolución; en cada mo-
mento, es una institución actual y un producto del pasado. A primera vista parece muy
sencillo distinguir entre este sistema y su historia, entre lo que es y lo que ha sido; en reali-
dad, la relación que une esas dos cosas es tan estrecha que cuesta mucho separarlas.
¿Sería más sencilla la cuestión si consideráramos el fenómeno lingüístico en sus orígenes,
si, por ejemplo, se comenzara estudiando el lenguaje de los niños? No, porque es una idea
completamente falsa creer que en materia de lenguaje el problema de los orígenes difiere
del problema de las condiciones permanentes; no hay manera, pues, de salir del círculo.

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Así, sea el que fuere el lado desde el que se aborda la cuestión, en ninguna parte se ofrece a
nosotros el objeto íntegro de la lingüística; por todas partes volvemos a encontrar este dile-
ma: o bien nos aplicamos a un solo lado de cada problema, y entonces corremos el riesgo
de no percibir las dualidades señaladas más arriba, o bien, si estudiamos el lenguaje por va-
rios lados a la vez, el objeto de la lingüística se nos aparece como un amasijo confuso de
cosas heteróclitas sin vínculo entre sí.
Procediendo de este modo se abre la puerta a varias ciencias -psicología, antropología, gra-
mática normativa, filología, etc.-, que nosotros separamos netamente de la lingüística, pero
que, aprovechando un método incorrecto, podrían reivindicar el lenguaje como uno de sus
objetos.
A nuestro parecer no hay más que una solución a todas estas dificultades: hay que situarse
desde el primer momento en el terreno de la lengua y tomarla por norma de todas las demás mani-
festaciones del lenguaje. En efecto, entre tantas dualidades sólo la lengua parece ser suscepti-
ble de una definición autónoma y proporciona un punto de apoyo satisfactorio para el es-
píritu.
Pero, ¿qué es la lengua? Para nosotros, no se confunde con el lenguaje; no es más que una
parte determinada de él, cierto que esencial.
Es a la vez un producto social de la facultad del lenguaje y un conjunto de convenciones
necesarias, adoptadas por el cuerpo social para permitir el ejercicio de esta facultad en los
individuos.
Tomado en su totalidad, el lenguaje es multiforme y heteróclito; a caballo de varios domi-
nios, a la vez físico, fisiológico y psíquico, pertenece además al ámbito individual y al ámbito
social; no se deja clasificar en ninguna categoría de los hechos humanos, porque no se sabe
cómo sacar su unidad.
F. de Saussure (1916). Curso de lingüística general, Capítulo III “El ob-
jeto de la lingüística”, España, Planeta Agostini, 1994, pp. 33-36.

1. ¿Cuál es la obra a la que pertenece el fragmento leído? ¿Tiene alguna información sobre esa obra y sobre su
autor? A partir de la lectura del texto y de la información sobre la obra, determine:

a. ¿Es una obra en la que el autor desarrolla un punto de vista propio sobre un tema o explica las perspectivas
que otros han desarrollado?

b. ¿Es un texto teórico en el que se proponen nuevos conceptos para abordar un problema o es un texto de
análisis de casos particulares a partir de teorías ya desarrolladas?

c. Al final del fragmento se ofrece la referencia bibliográfica de la obra: ¿qué información aporta?

2. ¿Cuál es el tema general que se trata en el texto? ¿El título del fragmento se relaciona con el tema general que
aborda? Explique esa relación.

3. ¿Qué problema relativo a la lingüística como disciplina científica plantea de Saussure en este texto?

4. ¿Qué noción propone para resolver el problema identificado?

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5. En el fragmento leído se emplean formas verbales y pronombres de primera persona del plural. Determine en
los siguientes casos, cuándo ese uso remite al enunciador y al enunciatario (yo + usted) y cuándo remite al enun-
ciador en tanto miembro de la comunidad científica. Justifique su respuesta.

Admitamos, sin embargo, que el sonido sea una cosa simple

Pero, ¿qué es la lengua? Para nosotros, no se confunde con el lenguaje; no es más


que una parte determinada de él, cierto que esencial.

6. Observe el uso de bastardillas y explique las funciones que desempeña esa marca gráfica en cada caso.

7. En la primera parte del texto se concluye: “Lejos de preceder el objeto al punto de vista, se diría que es el pun -
to de vista quien crea el objeto, y además nada nos dice de antemano que una de esas maneras de considerar el
hecho en cuestión es anterior o superior a las otras.” ¿Cómo se fundamenta esta conclusión en el texto?

8. En el texto se afirma: “el fenómeno lingüístico presenta perpetuamente dos caras que se corresponden”. ¿Có-
mo se justifica esa afirmación?

9. Defina, de acuerdo con el planteo de Ferdinand de Saussure, la noción de “lengua”.

10. Lea los siguientes fragmentos del Curso de Lingüística General y amplíe la definición anterior de “lengua”:
Recapitulemos los caracteres de la lengua: 1° Es un objeto bien definido en el conjunto he-
teróclito de los hechos de lenguaje. Se la puede localizar en la porción determinada del cir-
cuito donde una imagen acústica viene a asociarse con un concepto. La lengua es la parte
social del lenguaje, exterior al individuo, que por sí solo no puede ni crearla ni modificarla;
no existe más que en virtud de una especie de contrato establecido entre los miembros de
la comunidad. Por otra parte, el individuo tiene necesidad de un aprendizaje para conocer
su funcionamiento; el niño se la va asimilando poco a poco. Hasta tal punto es la lengua
una cosa distinta, que un hombre privado del uso del habla conserva la lengua con tal que
comprenda los signos vocales que oye. 2° La lengua, distinta del habla, es un objeto que se
puede estudiar separadamente. Ya no hablamos las lenguas muertas, pero podemos muy
bien asimilarnos su organismo lingüístico. La ciencia de la lengua no sólo puede prescindir
de otros elementos del lenguaje, sino que sólo es posible a condición de que esos otros ele-
mentos no se inmiscuyan. 3° Mientras que el lenguaje es heterogéneo, la lengua así delimi-
tada es de naturaleza homogénea: es un sistema de signos en el que sólo es esencial la
unión del sentido y de la imagen acústica, y donde las dos partes del signo son igualmente
psíquicas. (…)
La lengua es un sistema en donde todos los términos son solidarios y donde el valor de ca-
da uno no resulta más que de la presencia simultánea de los otros. (…)
Dentro de una misma lengua, todas las palabras que expresan ideas vecinas se limitan recí-
procamente: sinónimos como recelar, temer, tener miedo, no tienen valor propio más que
por su oposición; si recelar no existiera, todo su contenido iría a sus concurrentes. (…)

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El valor de los signos es puramente diferencial, definido no positivamente por su conteni-


do, sino negativamente por sus relaciones con los otros términos del sistema. Su más exac-
ta característica es la de ser lo que los otros no son.

11. ¿Conoce cuáles son los rasgos característicos del estructuralismo? ¿Reconoce en el texto de de Saussure al-
gunos de ellos? ¿Cuáles? Enumérelos. Puede revisar algunos de los rasgos del estructuralismo en el siguiente
fragmento:

Sabemos que la palabra estructura deriva del latín structura, derivado del verbo struere,
“construir”. Tiene, pues, inicialmente un sentido arquitectónico; designa “la manera en la
que está construido un edificio”. Pero desde el siglo XVII su uso se fue ampliando cada vez
más en una doble dirección: hacia el hombre, cuyo cuerpo puede ser comparado con una
construcción (coordinación de los órganos, por ejemplo), y hacia sus obras, en particular,
su lengua (coordinación de las palabras en el discurso, composición del poema).
L. Bernot observa que, desde sus comienzos, “el término designa a la vez: a) un conjunto,
b) las partes de ese conjunto, c) las relaciones de esas partes entre sí”, lo cual explica por
qué ha seducido tan fácilmente a los “anatomistas” y a los “gramáticos” y, a partir de ellos,
en el curso del siglo XIX, a “todos aquellos que se interesaban por las ‘ciencias exactas’, las
ciencias de la naturaleza y las del hombre”. [...]
La noción de estructura podría, entonces, definirse así:
1. Sistema-ligado, de modo tal que el cambio producido en un elemento provoca un cam-
bio en los otros elementos.
2. El sistema (es lo que lo distingue) está “latente” en los objetos que lo componen–de allí
la expresión “modelo” empleada por los estructuralistas– y es justamente porque se trata de
un modelo que permite la predicción y hace inteligibles los hechos observados.
3. El concepto de estructura aparece como un concepto “sincrónico”. Sobre todo si se remi-
ten los distintos tipos de estructuras a estructuras mentales (o incluso a estructuras cultura-
les como “conciencias colectivas”).
Bastide, R., Lévi-Strauss, C., Lagache, D., Lefebvre, H. y otros, Senti-
dos y usos del término estructura en las ciencias del hombre, Buenos Ai-
res, Paidós, 1978, pp. 10 y 14. Adaptación.

12. Exponga en un escrito para la comunidad académica (de alrededor de una carilla) el planteo central del texto
leído. Incluya en su exposición un marco en el que ubique al autor, la obra y la corriente teórica en la que este se
inscribe. Destaque el problema que el autor se plantea en este texto y la respuesta a la que arriba.

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2. Los signos desde la perspectiva de Charles Peirce


2.1. Relacione los textos que ha leído sobre Peirce y la carta a Lady Welby con el siguiente fragmento de La cien-
cia de la Semiótica de Peirce.
Los signos y sus objetos
La palabra Signo será usada para denotar un Objeto perceptible, o solamente imaginable, o
aun inimaginable en un cierto sentido. […]. Para que algo sea un Signo, debe "representar",
como solemos decir, a otra cosa, llamada su Objeto, aunque la condición de que el Signo
debe ser distinto de su Objeto es, tal vez, arbitraria, porque, si extremamos la insistencia en
ella, podríamos hacer por lo menos una excepción en el caso de un Signo que es parte de
un Signo. […] Un Signo puede tener más de un Objeto. […] Pero puede considerarse que el
conjunto de Objetos constituye un único Objeto complejo. En lo sucesivo, y a menudo en
otros futuros textos, los Signos serán tratados como si cada uno tuviera únicamente un so-
lo Objeto, a fin de disminuir las dificultades del estudio.

2.2. Indique en qué parte del fragmento leído incorporaría los siguientes ejemplos:

A: Una cruz puede remitir a la crucifixión histórica, a la religión...

B: Una imagen de una sirena o de un monstruo de mil cabezas.

C.: Un cuadro dentro de un cuadro.

2.3. Proponga una interpretación del siguiente texto tomando en cuenta las lecturas realizadas sobre la semiótica
de Peirce y su concepción de los signos.

Las ciudades y los signos


“Nadie sabe mejor que tú, sabio Kublai, que no se debe confundir
nunca la ciudad con las palabras que la describen.”
Al llegar a Lòhjos, la ciudad escrita, el viajero ha atravesado un océano seco con restos
fósiles de especies de moluscos y edificios confeccionados en roca volcánica, algunos
con formas de bivalvos, lo que ha generado la hipótesis descabellada de que la ciudad,
en sus bosquejos, era submarina e inverosímil.
Por calles, se detiene a contemplar suburbios bajos y mercados de trueque en plazas
que contrastan con la aridez y las expectativas. El viajero ha maquinado en el desierto
marino la fantasía de que una ciudad escrita había de ser un artificio que sólo podía ser
leído. La ansiedad por arribar le engendra finalmente la idea de que la ciudad, a cien-
cia real, es un texto. La comprobación de todos sus miedos puede acarrear, ya en Lòh-
jos, una certeza más apabullante: la ciudad no difiere de cualquier otra.
Su período fundacional se estipula en una serie de relatos míticos que se incrustan cru-
damente en el inframundo pobre y estéril que habitaron las primeras familias, como
una metáfora de la cruda metonimia que supone. Historias de peregrinos nómades, y
un minotauro salvaje que corría libre por la salina. Cuentan que una mujer alada los
guió hasta arenas seguras que hacían prever sentidos ajenos al paisaje. Cuentan que los
primeros años fueron arduos, que una tormenta de arena y piedras destruyó el poblado

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y mató a los más ancianos y hubo que reescribir casi todo. Cuentan que hay, en un va-
lle fértil de ríos cristalinos, una ciudad idéntica y original, de la que Lòhjos es impúdi-
ca copia. Pero hay quien se jacta de que Lòhjos, sólo por eso, es por mucho superior.
La ciudad, en rigor, posee una entidad dual: a la ciudad con sus cimientos y construc-
ciones y calles y negocios y parques y casas y ciudadanos, le acontecen la materialidad
de una ciudad hipotética que el viajero, sin saberlo, trae consigo, y que contrasta con
las partes de la Lòhjos real. El resultado es una tercera Lòhjos, la única visible, y cuyo
registro es tan misterioso como beligerante: por sus calles, los elementos de una y de
otra persisten en constante tensión y disputa de matices. Así, con cada viajero, la Lòh-
jos invisible e idéntica para todos deviene en ciudades cuyas características se pierden
en interpretaciones, valoraciones, malentendidos y supuestos. Los oriundos se quejan
de que, con cada oleada turística, se hallan en situación embarazosa de compartir un
mismo espacio (y hasta un mismo cuerpo) con seres desiguales que actúan de modo si-
milar, piensan casi igual y, con el tiempo, suelen acentuar sus diferencias. Actualmen-
te, se ven llegar hordas de extranjeros que ocupan las vidas de la Lòhjos escrita y per-
durable.
Limitada a una geografía precisa y discreta, la ciudad es potencialmente infinita. Me
había intimado a mí mismo a no volver a Lóhjos desde mi última visita. Pero un afán
por calles tristes y mercados exóticos me indujo una vez más a armarme de equipaje y
atravesar el desierto que quizás nunca fue un mar como dicen, nomás para ensalzar su
pasado. Veo el pórtico enorme, tallado en marfil, que da la bienvenida y se abre en su-
burbios. Casa por casa, las palabras son saqueadas brutalmente.
Italo Calvino, Las ciudades invisibles, Madrid,
Siruela, 2007.

2.4. A continuación se presentan varias imágenes referidas a la película “Las alas del deseo” de Win Wenders, cu-
ya presentación puede ver en https://www.youtube.com/watch?v=13kPsa1j8I8. Identifique en ellas los signos e
indique el objeto y el interpretante de cada uno. Para ello, observe especialmente los siguientes aspectos:

• Colores • Encuadres

• Gestos • Vestimenta

• Posturas • Las relaciones entre los signos que integran el


afiche
• Miradas
• El afiche como signo

¿Los afiches proponen distintas lecturas del film? ¿Cuáles?

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Imagen 1

Imagen 2

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Imagen 3

Imagen 4

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2.5. Establezca las diferencias entre los signos seleccionados en las imágenes anteriores y los de las siguientes
imágenes del film El ángel enamorado, basado en la misma novela de P. Hanke.

Imagen 5

2.6. Analice las siguientes fotografías de prensa sobre la marcha de la mujer del 8 de marzo de 2017. Considere:

• Colores

• Gestos

• Posturas

• Miradas

• Encuadres

• Vestimenta

• Los signos verbales

¿Qué representación del evento privilegia cada una?

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Imagen 6: La Nación. http://www.lanacion.com.ar/1991224-las-mejores-fotos-de-la-


marcha-de-las-mujeres

Imagen 7:Clarín. http://www.clarin.com/revista-n/ideas/paro-mujeres-feminismos-


ideologia_0_SyfmgOlsx.html

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Imagen 8: The Clinic. https://www.theclinic.cl/2015/03/08/america-se-moviliza-para-


pedir-avances-concretos-en-igualdad-de-genero/

Imagen 9: Infobae. http://www.infobae.com/fotos/2017/03/08/41-fotos-de-la-


marcha-de-mujeres-a-plaza-de-mayo/

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Imagen 10:TN. http://tn.com.ar/sociedad/la-marcha-de-las-mujeres-en-fotos_778080

Imagen 11: Página 12. https://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-205116-2012-10-


08.html

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II. EL ANÁLISIS DE LOS DISCURSOS

Presentación

El estudio del discurso


María Cecilia Pereira

Tanto Peirce como Saussure se ocuparon del estudio de los signos. Mientras que el pri-
mero buscó dar cuenta del proceso de semiosis en el que intervienen, Saussure los concibió
como unidades que integran un sistema, la lengua, en el que adquieren su valor. Continuan-
do en parte los trabajos de Saussure, Benveniste estudió la significancia de esas unidades
cuando es engendrada por el discurso. Para ello, distinguió en los lenguajes dos modos de sig-
nificancia. En el sistema de la lengua, las unidades son signos verbales que poseen una signifi-
cancia semiótica (son signos que establecen en el sistema relaciones opositivas y diferencia-
les), pero es en el discurso donde la lengua se emplea. Allí los signos adquieren el estatuto de
“palabras” y actualizan sus sentidos en cada enunciación. El estudio del segundo modo de sig-
nificancia, que Benveniste denominó semántica, no se centra en las unidades estudiadas por
Peirce y por Saussure, sino en el discurso. Este no es concebido como una constelación de uni-
dades sucesivas o simultáneas. Es una entidad de un orden diferente en la que el sentido se
realiza globalmente y que requiere considerar las condiciones de producción y circulación pa-
ra su comprensión. En esta parte de la materia encaramos el estudio de ese modo de signifi-
cancia engendrado por el discurso a partir de distintos conceptos que han sido propuestos por
las ciencias del lenguaje para explicar los sentidos de los discursos sociales.
La noción de discurso es compleja. En numerosas ocasiones, la palabra “discurso” desig-
na un conjunto de enunciados: el discurso de los medios, el discurso feminista, el discurso kir-

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chnerista. Otras veces se la emplea para designar un enunciado particular (el discurso de aper-
tura de las sesiones de la Cámara de Diputados) destacando el hecho de que ese enunciado es
el producto de un acto de comunicación sociohistóricamente determinado. En ambos casos,
la noción de discurso alude al uso de la lengua en un contexto particular. Benveniste explica
que el discurso remite al ejercicio/ al uso de la lengua en cada enunciación. El discurso, dice,
es “la lengua en tanto que es asumida por el hombre que habla, y en la condición de intersub-
jetividad”, es lo que hace posible la comunicación lingüística. Siguiendo esta última aproxi-
mación, a lo largo de las próximas unidades se estudian los siguientes rasgos.
En primer lugar, el discurso es asumido por alguien, que se plantea como fuente de los
señalamientos temporales, espaciales y personales, e indica qué actitud adopta como locutor
respecto de lo que dice y el modo en que interpela al otro. El discurso no necesariamente ex-
plicita esas actitudes o el tipo interpelación que realiza, sino que las “muestra”. Así, si alguien
dice “¡Vení!”, “Llueve”, “Tal vez llueva”, “Creo que va a llover”, no explicita la orden, la certe-
za o la duda, sino que, con recursos verbales, tonos o gestos, pone en escena la interpelación
que realiza.
Otro rasgo del discurso es que siempre está orientado. Los discursos “van a alguna par-
te”, tienen un fin. Por eso indican, de un modo o de otro, las intenciones del locutor. Imagi-
nemos una conversación de dos compañeros de la facultad a quince cuadras de la sede de la
universidad. Llega la hora de ir a clase, están considerando cómo llegar al curso y uno dice:
“La facultad está cerca”. La orientación del discurso es clara: la intención del locutor es que su
interlocutor concluya que conviene ir caminando. Su compañero, en cambio, le dice: “No, la
facultad está lejos”, de lo que se deriva que prefiere tomar un colectivo. Así, las palabras “cer-
ca/lejos” orientan en distintos sentidos el discurso: no indican exactamente una cierta distan-
cia a la facultad, sino el modo en que es percibida esa distancia y las intenciones del locutor
en cada caso.
Por eso se ha subrayado que los discursos son opacos, es decir, no representan de ma-
nera transparente los estados de cosas a los que se refieren, sino que representan el modo en
que son concebidos esos estados de cosas. Construyen entonces una mirada del espacio, del
tiempo, del referente, e incluso representan al propio enunciador y al enunciatario. En el “es-
cenario” montado en el discurso se muestran algunos aspectos del mundo y de los que hablan
de él y se ocultan necesariamente otros aspectos. Para corroborar la opacidad discursiva basta
con comparar, por caso, los títulos de una noticia periodística. En ocasión del Día Internacio-
nal de la Mujer, por ejemplo, los medios gráficos argentinos propusieron en 2017 distintas re-
presentaciones del evento, de los participantes y de las acciones desarrolladas:
• “Un ‘ruidazo’ dio inicio al Paro Internacional de Mujeres, antes de la marcha a Plaza de Mayo”
• “La marcha de la bronca”
• “Movilización en el día Internacional de la mujer”

El primer título representa el acontecimiento como un “Paro Internacional de Mujeres”.


Aquí las mayúsculas hacen suponer que se ha seleccionado la denominación formal del even-
to y, a la vez, esa denominación ubica los otros dos eventos mencionados -el “ruidazo” y la
“marcha a Plaza de Mayo”- como acontecimientos similares a los que tienen lugar en esa fe-
cha en distintas ciudades del mundo. El enunciado destaca sobre otros aspectos el inicio de la

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marcha -lo ubica en primer lugar- y cita el modo en que los participantes denominaron ese
momento: un “ruidazo”. Por otra parte, la decisión de mostrar los acontecimientos a partir de
las formas con las que fueron nombrados por los participantes (marcada por uso de mayúscu-
las y comillas) exhibe un enunciador con la voluntad de tomar cierta distancia de lo relatado
y de mostrar a su destinatario un criterio considerado objetivo para referirse a ello.
El segundo título es interesante porque pone en escena dos voces coorientadas: la del
enunciador que caracteriza los hechos como una “marcha” (no como un “paro” o una “movi-
lización”) e indica la emoción que unifica a las manifestantes (“la bronca”), y la voz de una
canción de protesta de los 70 que lleva ese nombre (“La marcha de la bronca”) con lo que su-
braya la finalidad atribuida al evento. A la vez que presenta los hechos, el título representa
también al enunciador como alguien que conoce la música popular local y que comparte su
saber con el enunciatario. El título propone entonces una clave de lectura del evento muy di-
ferente del de los otros dos: es un evento local, de protesta como otras marchas de los años
'70, al cual el enunciador se suma.
Estos y otros rasgos han llevado a los lingüistas a concebir el discurso como una forma
de acción sobre lo real. Por una parte, toda enunciación constituye un acto (sugerir, prome-
ter, afirmar). Los discursos poseen una fuerza ilocucionaria que indica cuál es tipo de acto que
se está llevando a cabo al enunciar (y el modo en que pretende ser recibido por el destinata-
rio). Por la otra, como toda acción, el discurso interviene sobre lo real y modifica, de un modo
u otro, las situaciones en las que se desencadena.
Un discurso no es una entidad cerrada, homogénea y monológica, sino que es constitu-
tivamente heterogéneo, posee un carácter dialógico y una apertura a múltiples relaciones
con otros discursos. La heterogeneidad del discurso se verifica simplemente al considerar que
hablamos con palabras ya empleadas por otros en situaciones diversas y en distintos momen-
tos históricos. Además, el discurso supone siempre un interlocutor -real o virtual- e integra
otras voces coincidentes o divergentes respecto de la del enunciador, por lo que su carácter es
interactivo. Finalmente, el discurso incluye ecos de otros discursos que lo vinculan o lo alejan
de discursos anteriores o contemporáneos, como se ejemplificó con el titular “La marcha de la
bronca”. En la sección titulada “Polifonía” estudiaremos en especial cómo han sido abordados
estos fenómenos desde distintas perspectivas teóricas.
Las teorías sociosemióticas como la de Mijaíl Bajtín y la mirada de Dominique Maingue-
neau, entre otras provenientes del análisis del discurso, han destacado la articulación entre los
discursos y las prácticas sociales. Estos autores conciben el discurso como una práctica regida
por las instituciones del habla. Destacan que el discurso es regulado por los géneros y por el
lugar que ocupan en la esfera de la actividad social o la esfera englobante en la que se ubican.
De este modo, un enunciado como “Usted queda detenido” no tiene el mismo sentido ni los
mismos efectos si integra una novela policial, un género típico de la escena englobante litera-
ria, o una declaración de una autoridad de una comisaría, propia de la escena englobante del
ámbito policial. La esfera literaria, que incluye muchos otros géneros además de la novela po-
licial, establece un contrato entre quienes intervienen en ella muy diferente del que instaura
la institución policial. La esfera inscribe la comunicación entre un escritor y su público, y la
ubica en el mundo ficcional. En cambio, la escena en la comisaría ubica el intercambio verbal
entre una autoridad pública y un ciudadano, con impacto directo en el mundo real. El género

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discursivo aporta especificaciones: en el primer caso se trata de un novelista -no de un drama-


turgo o de un poeta- que se dirige a sus lectores; en el otro caso, de un comisario que se dirige
a un presunto delincuente. Los géneros regulan, además, el modo de abordar los temas, la or-
ganización composicional y los rasgos estilísticos de la comunicación verbal.
A partir del marco escénico constituido por la escena englobante y el género, cada enun-
ciación diseña un dispositivo de habla que recibe el nombre de escenografía. Maingueneau
define la escenografía como la escena de habla construida en la enunciación a través del esta-
tuto del enunciador, del enunciatario, del espacio y del tiempo.
Algunos géneros permiten la construcción de escenografías variadas, como las publicida-
des, que pueden apelar a escenas conocidas por los lectores u oyentes: escenografías científi-
cas, jurídicas, de la esfera privada o íntima, o de la vida social, entre tantas otras. Veamos al-
gunos ejemplos:

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Como todo discurso, la última publicidad reproducida, publicada en una revista domini-
cal, interpela a los lectores desde las tres escenas. El ámbito publicitario como escena englo-
bante los interpela como consumidores; el género “publicidad de detergente” interpela al lec-
tor como una persona interesada en el producto para lavar. La escenografía elegida interpela
más bien a una lectora con una voz presumiblemente femenina, una voz “amiga”, que la trata
como a una mujer coqueta, cuidadosa de la estética, valoradora del cuidado de sí.
Esa voz femenina que se dirige a su interlocutora como una “amiga”, esa imagen del que
habla que deriva del discurso, recibe el nombre de ethos y funciona como garante de la enun-
ciación. En la publicidad comentada, es ese ethos el que autoriza a erigir el sentir -el sentirse
bien- como una buena razón para la compra del detergente. Por otra parte, la sensibilidad o el
cuidado de sí no se muestran como incompatibles con las tareas hogareñas y en conjunto
constituyen elementos portadores de juicios valor, en este caso positivos, asociados a emocio-
nes, mediante las cuales el discurso interpela al destinatario. Esos modos de interpelación de
las emociones del público son el objeto de los estudios sobre el pathos.
Como los géneros cambian a lo largo del tiempo, se los puede analizar en su historici-
dad. Maingueneau compara, por ejemplo, los pequeños anuncios matrimoniales estereotipa-
dos de la prensa escrita con los discursos de los sitios de encuentros en Internet que funcio-
nan actualmente en las redes sociales. La evolución no es una simple actualización tecnológi-
ca, sino que responde a transformaciones profundas en las prácticas sociales que conciernen
al estatuto de la pareja en la sociedad, el rol de ciertos intermediarios (la prensa, las agencias
matrimoniales), la atenuación de la distancia entre lo público y lo privado, entre lo sexual y
lo sentimental, etc. Los géneros -y los juegos escenográficos que admiten- evolucionan cons-
tantemente al compás de los cambios sociales, aun cuando muchas de las etiquetas que se
emplean para designarlos se mantengan (Maingueneau, 2014).

La noción de contexto
Como hemos señalado, el discurso debe estudiarse en su contexto. La noción de con-
texto también es compleja. Se lo ha entendido como el entrono verbal (co-texto), como el en-
torno físico (el dónde y el cuándo de la comunicación, los participantes, el canal) o como la
situación (político-cultural, histórica, etc.) en la que se considera un evento comunicacional.
En las dos últimas acepciones, el contexto hace alusión a la situación de comunicación y al
contexto de producción de un discurso, que suelen distinguirse de la puesta en escena enun-
ciativa construida en el discurso. Justamente, el estudio de la puesta en escena enunciativa
contribuye a explicar e interpretar el contexto y, recíprocamente, el conocimiento del contex-
to contribuye a interpretar los sentidos de una puesta en escena enunciativa.
Numerosos investigadores han destacado que el contexto es también “socialmente cons-
tituido”. En cada cultura y en cada momento histórico, los participantes de la comunicación
poseen imágenes prototípicas de los eventos comunicacionales. Hoy en día, si el lugar en el
que se produce el discurso es, por ejemplo, el Teatro Colón, el edificio de los Tribunales, o el
Congreso de la Nación, se activan en los participantes imágenes prototípicas del tipo de even-
to comunicacional (un concierto, un juicio, un debate parlamentario, etc.) que allí se desarro-

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lla, y esas imágenes prototípicas intervienen en la interpretación. De todos modos, las imáge-
nes van modificándose históricamente. Por ejemplo, el hecho de que se celebren casamientos
en el Colón va cambiando la imagen prototípica de los eventos comunicacionales que allí tie-
nen lugar.
Otros investigadores han destacado que el discurso mismo define el contexto o lo modi-
fica. Hay datos lingüísticos específicos que contribuyen a construir el contexto. Son los llama-
dos índices contextualizadores, como la expresión “Había una vez...”, el tono, la selección lé-
xica o el registro, que es la particular variedad de lengua que se emplea en función de la situa-
ción. En el desarrollo de los módulos siguientes consideraremos las relaciones entre discurso y
contexto de manera amplia, contemplando todas las dimensiones que colaboran en la inter-
pretación.

Bibliografía de referencia
BENVENISTE, Emile (1997): Problemas de lingüística general II, México, Siglo XXI.
CALSAMIGLIA, Helena y Amparo TUSÓN (1999): Las cosas del decir. Manual de análisis del dis-
curso, Barcelona, Ariel.
CHARAUDEAU, Patrick y Dominique MAINGUENEAU (dirs.) (2005): Diccionario de análisis del dis-
curso, Buenos Aires, Amorrortu.
MAINGUENEAU, Dominique (2009): Análisis de textos de comunicación, Buenos Aires, Nueva
Visión.
—— (2014): Discours et analyse du discours, París, Armand Colin.

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La lingüística de la enunciación.
Fundamentos teóricos

La perspectiva de la Lingüística de la enunciación


María Cecilia Pereira

Émile Benveniste (1902-1976) es considerado el fundador de la Lingüística de la enun-


ciación, una perspectiva surgida en los años 60 como respuesta una serie de interrogantes so-
bre el sentido y el uso del lenguaje que no se habían planteado desde el estructuralismo. El
proyecto semiológico de Saussure, es decir, la creación de una ciencia dedicada a estudiar “la
vida de los signos en el seno de la vida social”, dio lugar en Francia a una corriente que llevó
el mandato saussureano hasta sus últimas consecuencias. Así, tomando la lingüística como
modelo de la semiología, y a la lengua como modelo de sistema semiológico, el estructuralis-
mo se propuso reconstruir los sistemas abstractos y generales subyacentes a las diversas mani-
festaciones del inconsciente (en el psicoanálisis), de la cultura (en la antropología), de las es-
tructuras sociales (en la sociología), de los procesos históricos (en la historiografía), etc.
En el ámbito de la lingüística, el estructuralismo permitió realizar grandes aportes en el
campo de la lingüística histórica –o diacrónica-, del análisis léxico, de la morfología y la fonolo-
gía. Sin embargo, al tiempo que el estructuralismo avanzaba en un camino de abstracción pro-
gresiva que se interesaba por el sistema de la lengua en sí independientemente de su uso, otros
investigadores se interrogaban por los rasgos del sistema lingüístico que hacen a la producción
de sentidos en el discurso. Es en este punto donde Benveniste hace un primer aporte: logra dis-
tinguir en la lengua dos modos de significancia. En primer lugar, la significancia semiótica, que
es la que adquieren los signos en el sistema. Este modo de significancia fue el estudiado por de
Saussure y consiste en una significancia cerrada, cuyas unidades significantes son binarias, se
oponen unas a otras en el seno del sistema y requieren ser reconocidas por el conjunto de
miembros de la comunidad lingüística. Ahora bien, la lengua posee, además de la significancia
semiótica que comparte con otros sistemas como el de las señales de tránsito o el de los tres co-
lores del semáforo, una significancia engendrada por el discurso en la cual el sentido de las uni-
dades se actualiza en el seno del enunciado producido. Este modo de significancia denominado
semántico, que también es propio de los lenguajes artísticos, no opera por el reconocimiento de
los signos sino por la comprensión de la significación de cada enunciado nuevo. La lengua,
concluye Benveniste, es el único sistema que posee esta doble significancia semiótica y semánti-
ca, y la lingüística de la enunciación es la que debe proveer las categorías para estudiarla.

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Julia Kristeva destaca en el prólogo a la edición de los últimos cursos dictados por Ben-
veniste en el Collège de France (1968-1969) los ejes de su reflexión y los rasgos de la doble sig-
nificancia de la lengua:

La búsqueda del sentido en su especificidad lingüística es lo que dirige el discurso sobre la len-
gua en las últimas lecciones [de Benveniste].[…]
El [estudio del] sentido ha sido dejado “fuera de la lingüística” (PLG II, 1967, p. 216): o bien
se lo ha “separado”, por considerarlo sospechoso de ser demasiado subjetivo, huidizo, in-
descriptible como forma lingüística; o bien se lo ha reducido a sus invariantes estructurales
morfosintácticas, “distribucionales” dentro de un “corpus dado”. Según Benveniste, al con-
trario, “significar” constituye un principio interno del lenguaje. Con esta “idea nueva”, su-
braya, “hemos sido impulsados hacia una problemática mayor, que involucra la lingüística
y más allá de ella”. Si algunos precursores (John Locke, Saussure y Charles Sander Peirce)
demostraron que “vivimos en un universo de signos” entre los cuales los de la lengua son
los primeros, seguidos de los signos de escritura, […] Benveniste busca mostrar cómo el
aparato formal de la lengua hace posible no solamente nombrar los objetos y las situaciones,
sino sobre todo “generar” discursos con significaciones originales […]
Desde un principio, Benveniste propone una lingüística general que se aleje tanto de la lin-
güística estructural como de la gramática generativa que dominaban el paisaje lingüístico
de la época, y avanza hacia una lingüística del discurso. […] Entablando una discusión con
Saussure y su concepción de los elementos distintivos del sistema lingüístico que son los
signos, Benveniste propone dos tipos en la significancia del lenguaje: “lo” semiótico y “lo”
semántico.
Lo “semiótico” (de semeion, o signo, caracterizado por su lazo “arbitrario” – resultado de
una convención social- entre el “significante” y el “significado”) es un sentido clausurado,
genérico, binario, intralingüístico, sistematizante e institucional que se define por una rela-
ción de “paradigma” y de “sustitución”. Lo “semántico” se expresa en la frase que articula
el “significado” del signo o el “intento” [la intención]. […] Se define por la relación de “co-
nexión”, o de “sintagma”, donde el “signo” (lo semiótico) deviene en palabra [mot] por la
“actividad del locutor”. Este pone en acción la lengua en una situación de discurso dirigido
por la “primera persona” (yo) a la “segunda persona” (tú, vos), situando la “tercera perso-
na”(él) fuera del discurso.”
Kristeva, “Preface”, en: Benveniste, E. Dernières leçons,
Seuil/Gallimard, 2012: 19-20. Adap.

La preocupación por la naturaleza significante de la lengua y por dar cuenta de estas


nuevas dimensiones de la lingüística general lleva a Benveniste a poner el foco en la enuncia-
ción, entendida como “puesta en funcionamiento de la lengua por un acto individual de uti-
lización”. Este es el segundo aporte que destacamos de Benveniste: el lenguaje no se reduce a
un instrumento neutro que permite a los hablantes transmitir información. Ese “acto indivi-
dual de uso” de la lengua le permite al hombre comunicar su subjetividad. La enunciación es
una actividad realizada entre dos protagonistas –el enunciador y el enunciatario– por medio
de la cual el enunciador se sitúa en relación con el enunciatario, y se posiciona respecto del
mundo y los enunciados anteriores. Por eso, los signos no son pensados como portadores de
un sentido independiente de su empleo en la enunciación, sino que los signos en los enuncia-
dos dan cuenta de los rasgos de la enunciación misma. Benveniste se interesa en estudiar los

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esquemas invariantes generales presentes en una multiplicidad de actos de enunciación que


exhiben la subjetividad.
En síntesis, la Lingüística de la enunciación profundiza en tres aspectos que no habían
sido considerados hasta ese momento: el de la semantización de la lengua (la significancia se-
mántica); el propio de la realización verbal o gráfica de la lengua ( y las complejas relaciones
entre el enunciado y la enunciación) y el que consiste en estudiar el cuadro formal de las cate-
gorías de la lengua que se actualizan en la enunciación (y que Benveniste desarrolla como un
“aparato formal” distintivo del lenguaje humano que permite la constitución de la subjetivi-
dad) (Bres, 2013).
En esta parte unidad, leeremos fragmentos de los trabajos de Benveniste dedicados a ex-
plicar, primero, la compleja naturaleza significante de la lengua y, luego, la subjetividad pro-
pia del lenguaje que se manifiesta en las huellas en el enunciado de la actividad del sujeto de
la enunciación. El estudio de estas huellas permite describir y explicar el modo en que se re-
presenta en los enunciados el propio enunciador, su enunciatario, el tema, el espacio y el
tiempo. Finalmente, nos detendremos en desarrollos posteriores que sistematizan los aportes
de Benveniste referidos a la deixis personal, las actitudes de locución y las modalidades.
Bibliografía
BRES, Jacques (2013): “Énonciation et dialogisme: un couple improbable?”. En: Dufaye, Lionel
et Gournay, Lucie (éds). Benveniste après un demisiècle. Regards sur l'énonciation aujourd
´hui, París, Ophrys.
KRISTEVA, Julia (2012): “Preface”. En: Benveniste, E. Dernières leçons, París, Seuil/Gallimard.
MAINGUENEAU, Dominique (1999): L´énonciation en linguistique française. París, Hachette.

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Modos de significancia de la lengua


Daniela Lauría

Émile Benveniste fue el primer lingüista que desarrolló un modelo de análisis de la len-
gua centrado en la enunciación. El lugar de este autor en la historia de la disciplina es rele-
vante puesto que sus reflexiones se produjeron en el contexto de auge del estructuralismo co-
mo método riguroso de estudio en las ciencias humanas. Recordemos que la perspectiva es-
tructuralista en lingüística se caracteriza por considerar la lengua como un sistema de relacio-
nes internas, con abstracción de toda referencia a elementos externos y a partir del cual se de-
berían deducir sus leyes de organización y funcionamiento.
El gran aporte de Benveniste reside en mantenerse fiel al pensamiento de Saussure en la
medida en que adopta sus ideas de estructura, relación y signo y, al mismo tiempo, presentar
algunos aspectos para estudiar la enunciación atendiendo a la presencia del ser humano en la
lengua. La innovación de su pensamiento radica justamente en articular los conceptos de su-
jeto y de estructura. De alguna manera, se puede decir que Benveniste es un continuador de
Saussure pero que simultáneamente intenta ir más allá, superar los límites de la teoría del lin-
güista suizo. Frente a la idea saussureana de que el habla era efímera, individual y accesoria y
no presentaba ningún tipo de regularidades, Benveniste registra ciertas sistematicidades en el
uso de la lengua (en el discurso) a través del estudio del modo en que la subjetividad se mani-
fiesta en el acto enunciativo.

Acerca de “Semiología de la lengua” (1969)1


Luego de reseñar y discutir las teorías del signo en general y del signo lingüístico en par-
ticular en las propuestas teóricas de Saussure y de Peirce, Benveniste plantea como preguntas
disparadoras ¿cómo se pueden clasificar los sistemas de signos? Y en particular, ¿cuál es el
puesto o el estatuto de la lengua entre los sistemas de signos?:
La más mínima atención a nuestro comportamiento, a las condiciones de la vida intelec-
tual y social, de la vida de relación, de los nexos de producción y de intercambio, nos
muestra que utilizamos a la vez y a cada instante varios sistemas de signos: primero los sig-
nos del lenguaje, que son aquellos cuya adquisición empieza antes, al iniciarse la vida
consciente; los signos de la escritura; los “signos de cortesía”, de reconocimiento, de adhe-
sión, en todas sus variedades y jerarquías; los signos reguladores de los movimientos de
vehículos; los “signos exteriores” que indican condiciones sociales; los “signos moneta-
rios”, valores e índices de la vida económica; los signos de los cultos, ritos, creencias; los
signos del arte en sus variedades (música, imágenes; reproducciones plásticas) -en una pala-
bra, y sin ir más allá de la verificación empírica-, está claro que nuestra vida entera esta pre-

1 En Problemas de lingüística general II, Buenos aires: Siglo XXI, pp.47-69.

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sa en redes de signos que nos condicionan al punto de que no podría suprimirse una sola
sin poner en peligro el equilibrio de la sociedad y del individuo. Estos signos parecen en-
gendrarse y multiplicarse en virtud de una necesidad interna, que en apariencia responde
también a una necesidad de nuestra organización mental. Entre tantas y tan diversas ma-
neras que tienen de configurarse los signos, ¿qué principio introducir que ordene las rela-
ciones y delimite los conjuntos? (p. 55).

Para iniciar su argumentación, se explaya en torno a la noción de “unidad”:


Se diría que la noción de unidad reside en el centro de la problemática que nos ocupa y
que ninguna teoría seria pudiera constituirse olvidando o esquivando la cuestión de la uni-
dad, pues todo sistema significante debe definirse por su modo de significación. De modo
que un sistema así debe designar las unidades que hace intervenir para producir el “senti-
do” y especificar la naturaleza del “sentido” producido.
Se plantean entonces dos cuestiones:
1) ¿Pueden reducirse a unidades todos los sistemas semióticos?
2) Estas unidades, en los sistemas donde existen, ¿son signos? La unidad y el signo deben
ser tenidos por características distintas. El signo es necesariamente una unidad, pero la uni-
dad puede no ser un signo. Cuando menos de esto estamos seguros: la lengua está hecha
de unidades y esas unidades son signos (p. 61).

Frente a la pregunta sobre qué sucede con otros sistemas de signos (por ejemplo, los ar-
tísticos), Benveniste expone que hay sistemas semiológicos que tienen unidades, pero que es-
tas no son signos en el sentido semiótico del término. Por ejemplo, el sistema de la música en
el que no se le puede atribuir una significación estable a una nota musical (nadie puede decir
qué significa la nota “do”). De allí que el mensaje musical suscite interpretaciones, genere sig-
nificados diversos en distintas situaciones. Por el contrario, la lengua posee un sistema semió-
tico integrado por signos.
A continuación, explica que la lengua es el sistema semiótico por excelencia:
La lengua nos ofrece el único modelo de un sistema que sea semiótico a la vez en su estruc-
tura formal y en su funcionamiento:
1) Se manifiesta por la enunciación, que alude a una situación dada; hablar es siempre ha-
blar de.
2) Consiste formalmente en unidades distintas, cada una de las cuales es un signo.
3) Es producida y recibida en los mismos valores de referencia entre todos los miembros de
una comunidad.
4) Es la única actualización de la comunicación intersubjetiva.
Por estar razones, la lengua es la organización semiótica por excelencia. Da la idea de lo que
es una función de signo, y es la única que ofrece la formula ejemplar de ello. De ahí procede
que ella sola pueda conferir -y lo hace en efecto- a otros conjuntos la calidad de sistemas sig-
nificantes informándolos de la relación de signo. Hay pues un modelado semiótico que la
lengua ejerce y del que no se concibe que su principio resida en otra parte que no sea la len-
gua. La naturaleza de la lengua, su función representativa, su poder dinámico, su papel en la
vida de relación, hacen de ella la gran matriz semiótica, la estructura, modeladora de la que
las otras estructuras reproducen los rasgos y el modo de acción (p. 66).

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Cuando se interroga sobre a qué obedece esta propiedad, responde de la siguiente manera:
¿Puede discernirse por qué la lengua es el interpretante de todo sistema significante? ¿Es
sencillamente por ser el sistema más común, el que tiene el campo más vasto, la mayor fre-
cuencia de empleo y -en la práctica- la mayor eficacia? Muy a la inversa: esta situación pri-
vilegiada de la lengua en el orden pragmático es una consecuencia, no una causa, de su
preeminencia como sistema significante, y de esta preeminencia puede dar razón un prin-
cipio semiológico solo. Lo descubriremos adquiriendo conciencia del hecho de que la len-
gua significa de una manera específica y que no es sino suya, de una manera que no repro-
duce ningún otro sistema. Está investida de una doble significancia. He aquí propiamente
un modelo sin análogo. La lengua combina dos modos distintos de significancia, que lla-
mamos el modo semiótico por una parte, el modo semántico por otra (p. 67).

En síntesis, hasta aquí vimos que la lengua es el único sistema de signos que posee dos
modos de significancia: el modo semiótico y el modo semántico. Benveniste sigue a Saussure
para quien la lengua es un sistema de signos y el signo es una unidad semiótica.
El modo de significancia semiótico corresponde al nivel “intralingüístico”, en el que cada
signo es distintivo, significativo en relación con los demás signos en el sistema de la lengua. Es-
te modo se ajusta a la descripción que Saussure realiza de la lengua como un código convencio-
nal, estable, homogéneo y externo al individuo. En ese sentido, no interesa la relación del signo
con las cosas denotadas, ni de la lengua con el mundo. En palabras de Benveniste:
Lo semiótico designa el modo de significancia que es propio del signo lingüístico y que lo
constituye como unidad. Por medio del análisis pueden ser consideradas por separado las
dos caras del signo, pero por lo que hace a la significancia, unidad es y unidad queda. Todo
el estudio semiótico, en sentido estricto, consistirá en identificar las unidades, en describir
las marcas distintivas y en descubrir criterios cada vez más sutiles de la distintividad. De es-
ta suerte cada signo afirmará con creciente claridad su significancia propia en el seno de
una constelación o entre el conjunto de los signos. Tomado en sí mismo, el signo es pura
identidad para sí, pura alteridad para todo lo demás, base significante de la lengua, mate-
rial necesario de la enunciación. Existe cuando es reconocido como significante por el con-
junto de los miembros de la comunidad lingüística, y evoca para cada quien, a grandes ras-
gos, las mismas asociaciones y las mismas oposiciones. Tal es el dominio y el criterio de la
semiótica (p. 67).

El segundo modo de significancia resulta de la actividad del locutor que pone a la len-
gua en acción y se denomina semántico. Este modo opera porque hay algunas unidades de la
lengua, algunos elementos del sistema que no pueden comprenderse dentro de dicho sistema.
Esto es: no tienen una significación estable dentro del sistema, sino que sus significantes se
“llenan” de significado al ser puestos en discurso y apropiados por un intérprete en un con-
texto determinado. A propósito, Benveniste explica:
Con lo semántico entramos en el modo especifico de significancia que es engendrado por
el discurso. Los problemas que se plantean aquí son función de la lengua como productora
de mensajes. Ahora, el mensaje no se reduce a una sucesión de unidades por identificar se-
paradamente; no es una suma de signos la que produce el sentido, es, por el contrario, el
sentido, concebido globalmente, el que se realiza y se divide en “signos” particulares, que
son las palabras. En segundo lugar, lo semántico carga por necesidad con el conjunto de los
referentes, en tanto que lo semiótico está, por principio, separado y es independiente de

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toda referencia. El orden semántico se identifica con el mundo de la enunciación y el uni-


verso del discurso (p. 68).

Es necesario destacar la diferencia que se observa en los dos modos en lo que atañe al
tratamiento otorgado a la referencia: en el modo semiótico, la referencia está ausente. En el
modo semántico, por el contrario, la referencia es la que define el sentido porque este se ca-
racteriza por la relación establecida entre las ideas expresadas en las palabras y las frases y la
situación de discurso (el yo, aquí y ahora de la enunciación).
En suma, Benveniste recapitula acerca del lugar que ocupa la lengua entre los sistemas
semióticos:
La lengua es el único sistema cuya significancia se articula, así, en dos dimensiones. Los de-
más sistemas tienen una significancia unidimensional: o semiótica (gestos de cortesía ), sin
semántica; o semántica (expresiones artísticas), sin semiótica. El privilegio de la lengua es
portar al mismo tiempo la significancia de los signos y la significancia de la enunciación.
De ahí proviene su poder mayor, el de crear un nuevo nivel de enunciación, donde se vuel-
ve posible decir cosas significantes acerca de la significancia. Es en esta facultad metalin-
güística donde encontramos el origen de la relación de interpretancia merced a la cual la
lengua engloba los otros sistemas (p. 68).

Y añade:
En conclusión, hay que superar la noción saussureana del signo como principio único, del
que dependerían a la vez la estructura y el funcionamiento de la lengua. Dicha superación
se logrará por dos caminos:
En el análisis intralingüístico, abriendo una nueva dimensión de significancia, la del dis-
curso, que llamamos semántica, en adelante distinta de la que está ligada al signo, y que se-
rá semiótica.
En el análisis translingüístico de los textos, de las obras, merced a la elaboración de una
metasemántica que será construida sobre la semántica de la enunciación.
Será una semiología de “segunda generación”, cuyos instrumentos y método podrán con-
currir asimismo al desenvolvimiento de las otras ramas de la semiología general (p. 69).

En definitiva, al proponer un nivel que engloba la referencia a los interlocutores, Benve-


niste presenta un modelo de análisis de la enunciación, dentro de los parámetros del estructu-
ralismo. La distinción entre los dos modos de significancia le permite, como veremos más
adelante, la comprensión de las categorías centrales de su teoría: la noción de persona (así co-
mo de tiempo y espacio) y de los conceptos de intersubjetividad en el lenguaje, de subjetivi-
dad en la lengua y de enunciación (este último que neutraliza en parte la distinción tajante
entre lengua y habla propuesta por Saussure).

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De la subjetividad en el lenguaje
Émile Benveniste
Problemas de lingüística general, tomo 1, México, Siglo XXI, 1982, pp. 179-187
[originalmente en Journal de Psychologie, julio-sept, 1958, PUF]

Si el lenguaje es, como dicen, instrumento de comunicación, ¿a qué debe semejante pro-
piedad? La pregunta acaso sorprenda, como todo aquello que tenga aire de poner en tela de
juicio la evidencia, pero a veces es útil pedir a la evidencia que se justifique. Se ocurren enton-
ces, sucesivamente, dos razones. La una sería que el lenguaje aparece de hecho, así empleado,
sin duda porque los hombres no han dado con medio mejor ni siquiera tan eficaz para comu-
nicarse. Esto equivale a verificar lo que deseábamos comprender. Podría también pensarse que
el lenguaje presenta disposiciones tales que lo tornan apto para servir de instrumento; se pres-
ta a transmitir lo que le confío, una orden, una pregunta, un aviso y provoca en el interlocu-
tor un comportamiento adecuado a cada ocasión. Desarrollando esta idea desde un punto de
vista más técnico, añadiríamos que el comportamiento del lenguaje admite una descripción
conductista, en términos de estímulo y respuesta, de donde se concluye el carácter mediato e
instrumental del lenguaje. ¿Pero es de veras del lenguaje de lo que se habla aquí? ¿No se lo
confunde con el discurso? Si aceptamos que el discurso es lenguaje puesto en acción, y nece-
sariamente entre partes, hacemos que asome, bajo la confusión, una petición de principio,
puesto que la naturaleza de este “instrumento” es explicada por su situación como “instru-
mento”. En cuanto al papel de transmisión que desempeña el lenguaje, no hay que dejar de
observar por una parte que este papel puede ser confiado a medios no lingüísticos, gestos, mí-
mica y por otra parte, que nos dejamos equivocar aquí, hablando de un “instrumento”, por
ciertos procesos de transmisión que, en las sociedades humanas, son sin excepción posteriores
al lenguaje y que imitan el funcionamiento de éste. Todos los sistemas de señales, rudimenta-
rios o complejos están en este caso.
En realidad la comparación del lenguaje con un instrumento –y con un instrumento
material ha de ser, por cierto, para que la comparación sea sencillamente inteligible– debe ha-
cernos desconfiar mucho, como cualquier noción simplista acerca del lenguaje. Hablar de ins-
trumento es oponer hombre y naturaleza. El pico, la flecha, la rueda no están en la naturale-
za. Son fabricaciones. El lenguaje está en la naturaleza del hombre, que no lo ha fabricado.
Siempre propendemos a esta figuración ingenua de un período original en que un hombre
completo se descubriría un semejante no menos completo y entre ambos, poco a poco, se iría
elaborando el lenguaje. Esto es pura ficción. Nunca llegamos al hombre separado del lenguaje
ni jamás lo vemos inventarlo. Nunca alcanzamos el hombre reducido a sí mismo, ingeniándo-
se para concebir la existencia del otro. Es un hombre hablante el que encontramos en el mun-
do, un hombre hablando a otro, y el lenguaje enseña la definición misma del hombre.
Todos los caracteres del lenguaje, su naturaleza inmaterial, su funcionamiento simbóli-
co, su ajuste articulado, el hecho de que posea un contenido, bastan ya para tornar sospechosa

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esta asimilación a un instrumento, que tiende a disociar del hombre la propiedad del lengua-
je. Ni duda cabe que en la práctica cotidiana el vaivén de la palabra sugiere un intercambio y
por tanto una “cosa” que intercambiaríamos. La palabra parece así asumir una función instru-
mental o vehicular que estamos prontos a hipostatizar en “objeto”. Pero, una vez más, tal pa-
pel toca a la palabra.
Una vez devuelta a la palabra esta función, puede preguntarse qué predisponía a aquélla
a garantizar ésta. Para que la palabra garantice la “comunicación” es preciso que la habilite el
lenguaje, del que ella no es sino actualización. En efecto, es en el lenguaje donde debemos
buscar la condición de esa aptitud. Reside, nos parece, en una propiedad del lenguaje, poco
visible bajo la evidencia que la disimula y que todavía no podemos caracterizar si no es suma-
riamente.
Es en y por el lenguaje como el hombre se constituye como sujeto; porque el solo len-
guaje funda en realidad, en su realidad que es la del ser, el concepto de “ego”.
La “subjetividad” de que aquí tratamos es la capacidad del locutor de plantearse como
“sujeto”. Se define no por el sentimiento que cada quien experimenta de ser él mismo (senti-
miento que, en la medida en que es posible considerarlo, no es sino un reflejo) sino como la
unidad psíquica que trasciende la totalidad de las experiencias vividas que reúne y que asegu-
ra la permanencia de la conciencia. Pues bien, sostenemos que esta “subjetividad”, póngase
en fenomenología o en psicología, como se guste, no es más que la emergencia en el ser de
una propiedad fundamental del lenguaje. Es “ego” quien dice “ego”. Encontramos aquí el fun-
damento de la “subjetividad” que se determina por el estatuto lingüístico de la “persona”.
La conciencia de sí no es posible más que si se experimenta por contraste. No empleo yo
sino dirigiéndome a alguien, que será en mi alocución un tú. Es esta condición de diálogo la
que es constitutiva de la persona, pues implica en reciprocidad que me torne tú en la alocu-
ción de aquel que por su lado se designa por yo. Es aquí donde vemos un principio cuyas con-
secuencias deben desplegarse en todas direcciones. El lenguaje no es posible sino porque cada
locutor se pone como sujeto y remite a sí mismo como yo en su discurso. En virtud de ello, yo
plantea otra persona, la que, exterior y todo a “mí”, se vuelve mi eco al que digo tú y que me
dice tú. La polaridad de las personas, tal es en el lenguaje la condición fundamental de la que
el proceso de comunicación, que nos sirvió de punto de partida, no pasa de ser una conse-
cuencia del todo pragmática. Polaridad por lo demás muy singular en sí, y que presenta un ti-
po de oposición cuyo equivalente no aparece en parte alguna, fuera del lenguaje. Esta polari-
dad no significa igualdad ni simetría: “ego” tiene siempre una posición de trascendencia con
respecto a tú, no obstante, ninguno de los dos términos es concebible sin el otro, son comple-
mentarios, pero según una oposición “interior/exterior” y, al mismo tiempo son reversibles.
Búsquese un paralelo a esto; no se hallará. Única es la condición del hombre en el lenguaje.
Así se desploman las viajes antinomias del “yo” y del “otro”, del individuo y la sociedad.
Dualidad que es ilegítimo y erróneo reducir a un solo término original, sea éste el “yo” que
debiera estar instalado en su propia conciencia para abrirse entonces a la del “prójimo” o bien
sea, por el contrario, la sociedad, que preexistiría como totalidad al individuo y de donde éste
apenas se desgajaría conforme adquiriese la conciencia de sí. Es en una realidad dialéctica,
que engloba los dos términos y los define por relación mutua, donde se descubre el funda-
mento lingüístico de la subjetividad.

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Pero ¿tiene que ser lingüístico dicho fundamento? ¿Cuáles títulos se arroga el lenguaje
para fundar la subjetividad?
De hecho, el lenguaje responde a ello en todas sus partes. Está marcado tan profunda-
mente por la expresión de la subjetividad que se pregunta uno si, construido de otra suerte,
podría seguir funcionando y llamarse lenguaje. Hablamos ciertamente del lenguaje, y no sola-
mente de lenguas particulares. Pero los hechos de las lenguas particulares, concordantes, testi-
monian por el lenguaje. Nos conformaremos con citar los más aparentes.
Los propios términos de que nos servimos aquí, yo y tú, no han de tomarse como figuras
sino como formas lingüísticas, que indican la “persona”. Es un hecho notable –mas ¿quién se
pone a notarlo, siendo tan familiar?– que entre los signos de una lengua, del tipo, época o re-
gión que sea, no falten nunca los “pronombres personales”. Una lengua sin expresión de la
persona no se concibe. Lo más que puede ocurrir es que, en ciertas lenguas, en ciertas circuns-
tancias, estos “pronombres” se omitan deliberadamente; tal ocurre en la mayoría de las socie-
dades del Extremo Oriente, donde una convención de cortesía impone el empleo de perífrasis
o de formas especiales entre determinados grupos de individuos, para reemplazar las referen-
cias personales directas. Pero estos usos no hacen sino subrayar el valor de las formas evitadas;
pues es la existencia implícita de estos pronombres la que da su valor social y cultural a los
sustitutos impuestos por las relaciones de clase.
Ahora bien, estos pronombres se distinguen en esto de todas las designaciones que la
lengua articula: no remiten ni a un concepto ni a un individuo.
No hay concepto “yo” que englobe todos los yo que se enuncian en todo instante en bo-
ca de todos los locutores, en el sentido en que hay un concepto “árbol” al que se reducen to-
dos los empleos individuales de árbol. El “yo” no denomina, pues, ninguna entidad léxica.
¿Podrá decirse entonces que yo se refiere a un individuo particular? De ser así, se trataría de
una contradicción permanente admitida en el lenguaje y la anarquía en la práctica: ¿cómo el
mismo término podría referirse indiferentemente a no importa cuál individuo y al mismo
tiempo identificarlo en su particularidad? Estamos ante una clase de palabras, los “pronom-
bres personales”, que escapan al estatuto de todos los demás signos del lenguaje. ¿A qué yo se
refiere? A algo muy singular, que es exclusivamente lingüístico: yo se refiere al acto de discur-
so individual en que es pronunciado, y cuyo locutor designa. Es un término que no puede ser
identificado más que en lo que por otro lado hemos llamado instancia de discurso, y que no
tiene otra referencia que la actual. La realidad a la que remite es la realidad del discurso. Es en
la instancia de discurso en que yo designa el locutor donde éste se enuncia como “sujeto”. Así,
es verdad, al pie de la letra, que el fundamento de la subjetividad está en el ejercicio de la len-
gua. Por poco que se piense, se advertirá que no hay otro testimonio objetivo de la identidad
del sujeto que el que así da él mismo sobre sí mismo.
El lenguaje está organizado de tal forma que permite a cada locutor apropiarse la lengua
entera designándose como yo.
Los pronombres personales son el primer punto de apoyo para este salir a luz de la subjeti-
vidad en el lenguaje. De estos pronombres dependen a su vez otras clases de pronombres, que
comparten el mismo estatuto. Son los indicadores de la deixis, demostrativos, adverbios, adjeti-
vos, que organizan las relaciones espaciales y temporales en torno al “sujeto” tomado como
punto de referencia: “esto, aquí, ahora” y sus numerosas correlaciones “eso, ayer, el año pasado,

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mañana”, etc. Tienen por rasgo común definirse solamente por relación a la instancia de discur-
so en que son producidos, es decir bajo la dependencia del yo que en aquélla se enuncia.
Fácil es ver que el dominio de la subjetividad se agranda más y tiene que anexarse la ex-
presión de la temporalidad. Cualquiera que sea el tipo de lengua, por doquier se aprecia cierta
organización lingüística de la noción de tiempo. Poco importa que esta noción se marque en
la flexión de un verbo o mediante palabras de otras clases (partículas; adverbios; variaciones
léxicas, etc.) –es cosa de estructura formal. De una u otra manera, una lengua distingue siem-
pre “tiempos”; sea un pasado y un futuro, separados por un presente, como en francés o en
español; sea un presente pasado opuesto a un futuro o un presente-futuro distinguido de un
pasado, como en diversas lenguas amerindias, distinciones susceptibles a su vez de variaciones
de aspecto, etc. Pero siempre la línea divisoria es una referencia al “presente”. Ahora, este
“presente” a su vez no tiene como referencia temporal más que un dato lingüístico: la coinci-
dencia del acontecimiento descrito con la instancia de discurso que lo describe. El asidero
temporal del presente no puede menos de ser interior al discurso. El Dictionnaire général define
el “presente” como “el tiempo del verbo que expresa el tiempo en que se está”. Pero cuidémo-
nos: no hay otro criterio ni otra expresión para indicar “el tiempo en que se está” que tomarlo
como “el tiempo en que se habla”. Es éste el momento eternamente “presente”, pese a no re-
ferirse nunca a los mismos acontecimientos de una cronología “objetiva” por estar determina-
do para cada locutor por cada una de las instancias de discurso que le tocan. El tiempo lin-
güístico es sui-referencial. En último análisis la temporalidad humana con todo su aparato lin-
güístico saca a relucir la subjetividad inherente al ejercicio mismo del lenguaje.
El lenguaje es pues la posibilidad de la subjetividad, por contener siempre las formas lin-
güísticas apropiadas a su expresión, y el discurso provoca la emergencia de la subjetividad, en
virtud de que consiste en instancias discretas. El lenguaje propone en cierto modo formas “va-
cías” que cada locutor en ejercicio de discurso se apropia y que refiere a su “persona”, defi-
niendo al mismo tiempo él mismo como yo y una pareja como tú. La instancia de discurso es
así constitutiva de todas las coordenadas que definen el sujeto y de las que apenas hemos de-
signado sumariamente las más aparentes.

La instalación de la “subjetividad” en el lenguaje crea, en el lenguaje y –creemos– fuera


de él también, la categoría de la persona. Tiene por lo demás efectos muy variados en la es-
tructura misma de las lenguas, sea en el ajuste de las formas o en las relaciones de la significa-
ción. Aquí nos fijamos en lenguas particulares, por necesidad, a fin de ilustrar algunos efectos
del cambio de perspectiva que la “subjetividad” puede introducir. No podríamos decir cuál es,
en el universo de las lenguas reales, la extensión de las particularidades que señalamos; de
momento es menos importante delimitarlas que hacerlas ver. El español ofrece algunos ejem-
plos cómodos.
De manera general, cuando empleo el presente de un verbo en las tres personas (según
la nomenclatura tradicional), parecería que la diferencia de persona no acarrease ningún cam-
bio de sentido en la forma verbal conjugada. Entre yo como, tú comes, él come, hay en común y
de constante que la forma verbal presenta una descripción de una acción, atribuida respecti-
vamente, y de manera idéntica, a “yo”, a “tú”, a “él”. Entre yo sufro y tú sufres y él sufre hay

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parecidamente en común la descripción de un mismo estado. Esto da la impresión de una evi-


dencia, ya implicada por la ordenación formal en el paradigma de la conjugación.
Ahora bien, no pocos verbos escapan a esta permanencia del sentido en el cambio de las
personas. Los que vamos a tocar denotan disposiciones u operaciones mentales. Diciendo yo
sufro describo mi estado presente. Diciendo yo siento (que el tiempo va a cambiar) describo una
impresión que me afecta. Pero, ¿qué pasará si, en lugar de yo siento (que el tiempo va a cambiar),
digo: yo creo (que el tiempo va a cambiar)? Es completa la simetría formal entre yo siento y yo
creo. ¿Lo es en el sentido? ¿Puedo considerar este yo creo como una descripción de mí mismo a
igual título que yo siento? ¿Acaso me describo creyendo cuando digo yo creo (que…)? De seguro
que no. La operación de pensamiento no es en modo alguno el objeto del enunciado; yo creo
(que…) equivale a una aserción mitigada. Diciendo yo creo (que…) convierto en una enuncia-
ción subjetiva el hecho afirmado impersonalmente, a saber, el tiempo va a cambiar, que es la
auténtica proposición.
Consideremos también los enunciados siguientes: “Usted es, supongo yo, el señor X… –
Presumo que Juan habrá recibido mi carta. – Ha salido del hospital, de lo cual concluyo que está
curado”. Estas frases contienen verbos de operación: suponer, presumir, concluir, otras tantas
operaciones lógicas. Pero suponer, presumir, concluir, puestos en la primera persona, no se con-
ducen como lo hacen, por ejemplo, razonar, reflexionar, que sin embargo parecen vecinos cer-
canos. Las formas yo razono, yo reflexiono me describen razonando, reflexionando. Muy otra
cosa es yo supongo, yo presumo, yo concluyo. Diciendo yo concluyo (que…) no me describo ocupa-
do concluyendo, ¿qué podría ser la actividad de “concluir”? No me represento en plan de su-
poner, de presumir cuando digo yo supongo, yo presumo. Lo que indica yo concluyo es que, de la
situación planteada, extraigo una relación de conclusión concerniente a un hecho dado. Es
esta relación lógica la que es instaurada en un verbo personal. Lo mismo yo supongo, yo presu-
mo están muy lejos de yo pongo, yo resumo. En yo supongo, yo presumo hay una actitud indica-
da, no una operación descrita. Incluyendo en mi discurso yo supongo, yo presumo, implico que
adopto determinada actitud ante el enunciado que sigue. Se habrá advertido en efecto que to-
dos los verbos citados van seguidos de que y una proposición: ésta es el verdadero enunciado,
no la forma verbal personal que la gobierna. Pero esta forma personal, en compensación, es,
por así decirlo, el indicador de subjetividad. Da a la aserción que sigue el contexto subjetivo –
duda, presunción, inferencia– propio para caracterizar la actitud del locutor hacia el enuncia-
do que profiere. Esta manifestación de la subjetividad no adquiere su relieve más que en la
primera persona. Es difícil imaginar semejantes verbos en la segunda persona, como no sea
para reanudar verbatim una argumentación: tú supones que se ha ido, lo cual no es una manera
de repetir lo que “tú” acaba de decir: “Supongo que se ha ido”. Pero recórtese la expresión de la
persona y no se deje más que: él supone que… y lo único que queda, desde el punto de vista
del yo que la enuncia, es una simple verificación.
Se discernirá mejor aún la naturaleza de esta “subjetividad” considerando los efectos de
sentido que produce el cambio de las personas en ciertos verbos de palabra. Son verbos que
denotan por su sentido un acto individual de alcance social: jurar, prometer, garantizar, certifi-
car, con variantes locucionales tales como comprometerse a…, obligarse a conseguir… En las con-
diciones sociales en que la lengua se ejerce, los actos denotados por estos verbos son conside-
rados compelentes. Pues bien, aquí la diferencia entre la enunciación “subjetiva” y la enun-

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ciación “no subjetiva” aparece a plena luz, no bien se ha caído en la cuenta de la naturaleza
de la oposición entre las “personas” del verbo. Hay que tener presente que la “3ª persona” es
la forma del paradigma verbal (o pronominal) que no remite a una persona, por estar referida
a un objeto situado fuera de la alocución. Pero no existe ni se caracteriza sino por oposición a
la persona yo del locutor que, enunciándola, la sitúa como “no-persona”. Tal es su estatuto. La
forma él… extrae su valor de que es necesariamente parte de un discurso enunciado por “yo”.
Pero yo juro es una forma de valor singular, por cargar sobre quien se enuncia yo la reali-
dad del juramento. Esta enunciación es un cumplimiento: “jurar” consiste precisamente en la
enunciación yo juro, que liga a Ego. La enunciación yo juro es el acto mismo que me compro-
mete, no la descripción del acto que cumplo. Diciendo prometo, garantizo, prometo y garanti-
zo efectivamente. Las consecuencias (sociales, jurídicas, etc.) de mi juramento, de mi prome-
sa, arrancan de la instancia del discurso que contiene juro, prometo. La enunciación se identifi-
ca con el acto mismo. Mas esta condición no es dada en el sentido del verbo; es la “subjetivi-
dad” del discurso la que la hace posible. Se verá la diferencia reemplazando yo juro por él jura.
En tanto que yo juro es un comprometerme, él jura no es más que una descripción, en el mis-
mo plano que él corre, él fuma. Se ve aquí, en condiciones propias a estas expresiones, que el
mismo verbo, según sea asumido por un “sujeto” o puesto fuera de la “persona”, adquiere va-
lor diferente. Es una consecuencia de que la instancia de discurso que contiene el verbo plan-
tee el acto al mismo tiempo que funda el sujeto. Así el acto es consumado por la instancia de
enunciación de su “nombre” (que es “jurar”), a la vez que el sujeto es planteado por la instan-
cia de enunciación de su indicador (que es “yo”).
Bastantes nociones en lingüística, quizá hasta en psicología, aparecerán bajo una nueva
luz si se las restablece en el marco del discurso, que es la lengua en tanto que asumida por el
hombre que habla, y en la condición de intersubjetividad, única que hace posible la comuni-
cación lingüística.

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La enunciación

El aparato formal de la enunciación


Émile Benveniste
Problemas de lingüística general II, México, Siglo XXI, 1987. Selección y adaptación para
la cátedra.

En tanto que realización individual, la enunciación puede definirse respecto de la len-


gua, como un proceso de apropiación. El locutor se apropia del aparato formal de la lengua y
enuncia su posición de locutor tanto por índices específicos como por medio de procedimien-
tos accesorios. Pero inmediatamente, desde el momento en que se declara locutor y asume la
lengua, implanta al otro en frente de él, cualquiera sea el grado de presencia que atribuya a ese
otro. Toda locución es, explícita o implícitamente, una alocución, postula siempre un alocuta-
rio.
La condición de esta movilización y de esta apropiación de la lengua es, en el locutor, la
necesidad de referirse por el discurso al mundo, y, en el otro, la posibilidad de co-referir idénti-
camente en el consenso pragmático que hace de cada locutor un co-locutor. La referencia es
parte integrante de la enunciación.
Cada instancia de discurso constituye un centro de referencia interna. Esta situación se
va a manifestar por un juego de formas específicas cuya función es poner al locutor en rela-
ción constante y necesaria con su enunciación.
En primer lugar, la emergencia de los índices de persona (la relación yo-tú) que no se
produce más que en y por la enunciación: el término yo denota al individuo responsable de la
enunciación, el término tú al individuo que está presente en ella como alocutario.
En segundo lugar, los numerosos índices de ostensión (este, aquí, etc.), términos que impli-
can un gesto que designa al objeto al mismo tiempo que es pronunciada la instancia del tér-
mino.
Una tercera serie de términos correspondientes a la enunciación la constituye el paradig-
ma de las formas temporales, que se determinan respecto del EGO, centro de la enunciación.
De la enunciación procede la instauración de la categoría de presente, y de la categoría de pre-
sente nace la categoría de tiempo. El presente formal no hace más que explicitar el presente
inherente a la enunciación, que se renueva con cada producción de discurso.
Además de estas formas que genera, la enunciación da las condiciones necesarias a las
grandes funciones sintácticas. Desde el momento en que el enunciador se sirve de la lengua
para influir de alguna manera en el comportamiento del alocutario, dispone para ello de un

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aparato de funciones. Primeramente, la interrogación, que es una enunciación construida para


suscitar una respuesta, por un proceso lingüístico que es al mismo tiempo un proceso de com-
portamiento con doble entrada. Todas las formas léxicas y sintácticas de la interrogación (par-
tículas, pronombres, secuencia, entonación, etc.) dependen de este aspecto de la enunciación.
A ella remiten también los términos o formas que llamamos de intimación: órdenes, ape-
laciones concebidas en categorías como el imperativo, el vocativo, que implican una relación
viviente e inmediata del enunciador con el otro.
Menos evidente tal vez, pero tan cierta como las otras, es la pertenencia de la aserción a
este mismo repertorio. En su construcción sintáctica como en su entonación, la aserción tien-
de a comunicar una certeza, es la manifestación más común de la presencia del locutor en la
enunciación; ella tiene incluso instrumentos específicos que la expresan o la implican: las pa-
labras sí y no que asertan positiva o negativamente una proposición. La partícula asertiva no,
sustituto de una proposición, se clasifica como la partícula sí, cuyo estatuto comparte, entre
las formas que dependen de la enunciación.
También, aunque de manera menos categorizable, se ubican aquí todo tipo de modali-
dades formales, algunas pertenecientes a los verbos como los “modos” (optativo, subjuntivo)
que enuncian actitudes del enunciador respecto de lo que enuncia (esperanza, deseo, temor),
las otras pertenecen a la fraseología (“tal vez”, “sin duda”, “probablemente”) que indican in-
certidumbre, posibilidad, indecisión, etc., o deliberadamente, rechazo del asertar.

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Enunciado y enunciación

En todo enunciado -ya sea verbal o no verbal, una frase o un relato, una fotografía o un
film- es posible reconocer siempre dos niveles: el nivel de lo expresado, la información trans-
mitida, la historia contada, aquello que es objeto del discurso, esto es, lo enunciado (nivel enun-
civo); y el nivel enunciativo o la enunciación, es decir, el proceso por el cual lo expresado se atri-
buye a un yo que apela a un tú. Así en el enunciado reconocemos lo enunciado y la enuncia-
ción. El enunciado, entonces, no sólo aporta una información, sino que pone en escena, re-
presenta, una situación comunicativa por la cual algo se dice desde cierta perspectiva, la del
enunciador, y para cierta inteligibilidad, el enunciatario.1
Por lo general, en los trabajos sobre enunciación, se ha privilegiado el estudio de las
marcas del enunciador (Kerbrat-Orecchioni, 1986). Pero es necesario considerar que el enun-
ciador no sólo se constituye a sí mismo, sino que construye una imagen de enunciatario y las
huellas de su presencia son múltiples. Veamos los siguientes ejemplos.

• "...Mi cara es rara, mi nariz imperfecta, pero llegué igual. Conmigo se abrió el campo de la
perspectiva de la belleza. Conmigo la modelo dejó de ser ‘la linda'[ ...] Soy sexy y muy sen-
sual y utilizo esas herramientas para mi trabajo. Esto me viene desde muy adentro. No es
algo fingido. Soy un ser profundamente sexual, pero a veces lo que impera son otras facetas
mías. [...] Sí: soy a toda hora una persona apasionada, creo que se nota, ¿no?...”
• "Hubo una época en que todo era más fácil. Tu mamá decidía qué ropa te ponías. Te pei-
naba. Te cuidaba. Y cuando tenías hambre sólo llorabas. Ibas a ser abogado o tal vez inge-
niero. Pero un día, sin que te dieras cuenta, creciste. Y aprendiste a decir que no. No te
conformaste. Y sentiste que querías cometer tus propios errores. Entonces tomaste el ca-
mino más difícil. Te dedicaste a lo que realmente querías. Te animaste a ser distinto. Y por
primera vez sentiste que podías. Era tu lucha, tu convicción. Y sin dudar arriesgaste todo lo
que tenías. Porque en el fondo, sabías que había algo mucho peor que fracasar. No haberlo
intentado. JUST DO IT."

El primer texto está, evidentemente, más marcado por la presencia del enunciador (mi,
conmigo, desinencias verbales), que se constituye de determinada manera ("modelo","ser pro-
fundamente sexual", "persona apasionada", "sexy", "muy sensual", etc.), y el enunciatario es
llamado a corroborar la construcción de esa imagen del yo ("Creo que se nota, ¿no?"). En
cuanto al segundo ejemplo, no es extraño que este género -publicidad de una marca de zapa-
tillas- esté cargado de expresiones explícitas acerca del enunciatario previsto. La utilización de
la segunda persona (tu, te, desinencias verbales), el grado de saberes, deseos, presupuestos o
sospechados en el virtual lector del texto, la determinación de sus necesidades, son todos ras-
gos que configuran la imagen del enunciatario. A su vez, la imagen que se construye del
enunciador, aunque implícita, sugiere un argumentador que sabe, conoce, estimula esa nece-

1 M. Filinich. Enunciación. Bs. As. Eudeba, Enciclopedia Semiológica, 1998.

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sidad supuesta de "ser distinto", de independencia, autonomía, y que incita al enunciatario:


"Just do it”.
Lo que interesa para el análisis de la significación es esta imagen del enunciador y del
enunciatario que aparece en el texto, no el productor real ni los receptores reales del mismo.
Enunciador y enunciatario son, entonces, dos papeles configurados por el enunciado.

El enunciador y el enunciatario
Elvira Arnoux et al.
En Pasajes, Buenos Aires, Biblos, 2009. Adaptación para la cátedra

Tanto los estudiosos de la lengua como los que han puesto énfasis en el análisis del dis-
curso se han interrogado sobre el sujeto que produce los enunciados. Su reflexión sobre el len-
guaje ha evidenciado la no unicidad del sujeto hablante, desde una perspectiva diferente de la
que ha encarado la psicología o la sociología.
En efecto, el lingüista francés Osvald Ducrot ha objetado la creencia generalizada de que
detrás de cada enunciado hay uno y solo un sujeto que habla. Para él, esta idea de un sujeto
hablante -que parece evidente- remite, en realidad, a varias instancias diferentes. En primer
lugar, remite al sujeto empírico, que es el autor efectivo, el productor de un enunciado. Este su-
jeto a veces es fácilmente identificable, pero en otros casos no es sencillo establecer de quién
se trata. Como señala Ducrot (1988),1 en una circular administrativa, por ejemplo, es difícil
determinar si el productor del enunciado es la secretaria administrativa, el funcionario que
dictó la circular, su superior que tomó la decisión. En una enciclopedia se produce una situa-
ción similar, por lo que se suele considerar al sujeto empírico como una “cadena” de produc-
tores: el director de la enciclopedia, los especialistas consultados, el jefe de redacción, los re-
dactores, para nombrar solo algunos de los integrantes de esta instancia. En el estudio del su-
jeto empírico, el análisis del discurso comparte su objeto con la sociología y con la psicología,
entre otras disciplinas. Cuando uno se interroga sobre esta instancia, busca identificar al pro-
ductor real, lo ubica en su contexto y en el campo cultural, político, científico en el que se in-
serta para procurar explicarse por qué dijo lo que dijo. En otras palabras, indaga sobre las con-
diciones de producción de los enunciados.

1 Osvald Ducrot (1988): Polifonía y argumentación. Cali: Universidad del Valle, p. 66.

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Ahora bien, al estudioso del lenguaje -y a todo lector que encare una interpretación crí-
tica- le interesa, además, lo que el enunciado dice. Para comprender el enunciado es necesario
detenerse en la figura que lleva adelante el discurso, el que se erige como responsable del decir
y del punto de vista desarrollado. Se trata de un sujeto que está implícito en el enunciado
mismo, que está moldeado en el propio enunciado y que existe solo en el enunciado. Ese “su-
jeto de papel”, esa voz, adquiere su presencia en la escena enunciativa de diferentes formas: a
través de los deícticos de primera persona, a través de empleo de distintas modalidades, a tra-
vés de una perspectiva o un foco presente tanto en los discursos en primera como en tercera
persona. Esa instancia puede mostrarse como una figura sensible y emotiva o como portadora
de una mirada científica; puede reflejar la perspectiva de los hechos de algún participante o
de un grupo o procurar una visión “neutra” de los asuntos que aborda. Se denomina “enun-
ciador” a esa figura que el enunciado construye como responsable del punto de vista que ma-
nifiesta. La teoría literaria ha diferenciado así en los discursos narrativos autor y narrador.
Además, en un mismo enunciado puede intervenir más de un enunciador. Estos otros
enunciadores tampoco son personas, sino que son los orígenes de otras palabras o de otras
perspectivas que se presentan en el enunciado. Cuando se quiere marcar el carácter dominan-
te de un enunciador frente a otros, se habla de “enunciador básico”.
La investigadora argentina Isabel Filinich se refiere del siguiente modo a la instancia que
aquí denominamos “enunciador básico”:
El sujeto de la enunciación, reiteramos, es una instancia lingüística presente en el discurso,
en toda actualización de la lengua, como una representación de la relación dialógica que,
en los casos más transparentes, aparece como un yo responsable del decir y el tú previsto
por el enunciador. Además de los pronombres de primera y segunda persona, la presencia
de ambas figuras se puede reconocer por todos aquellos indicios que dan cuenta de una
perspectiva (visual y valorativa) desde la cual se presentan los hechos y de una captación
que se espera obtener.
Los estudiosos, además de observar el lenguaje como un modo de acción y la estructura
dialógica de la enunciación, aportan una contribución fundamental: la enunciación no só-
lo es la actualización de la lengua. Ella misma como sistema integra en su interior sus con-
diciones de uso; hay una virtualidad contenida en el lenguaje por la cual ciertos elementos
"engarzan" con el contexto de enunciación: son formas generales y "vacías" (pronombres
personales/ deícticos en general/ temporalidad) que ofrece la lengua para su actualización
en el discurso. Estos elementos serían los que determinan sus coordenadas espaciales, tem-
porales y actoriales.
Filinich, M. Enunciación. Bs. As. Eudeba,
Enciclopedia Semiológica, 1998.

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Deixis

Los deícticos son las unidades lingüísticas cuyo funcionamiento semántico-referencial


(selección en la codificación, interpretación en la decodificación) implica tomar en considera-
ción algunos de los elementos constitutivos de la situación de comunicación:
• el papel que desempeñan los actantes del enunciado en el proceso de la enunciación;
• la situación espacio-temporal del locutor y, eventualmente, del alocutario.

El término deixis proviene de una palabra griega que significa “mostrar" o “indicar", y se utili-
za en lingüística para referirse a la función de los pronombres personales y demostrativos, de
los tiempos y de un abanico de rasgos gramaticales y léxicos que vinculan los enunciados
con las coordenadas espacio-temporales del acto de enunciación. Los términos “ostensivo",
“deíctico", “demostrativo" se basan en la idea de identificar o de hacer ver mostrando (para
Peirce son símbolos indiciales). Los términos “shifter" o “embrague" ponen el acento en el
hecho de que estas unidades vinculan el enunciado con la enunciación.
Adaptación de John Lyons, Semántica, Barcelona, Teide, 1978.

Deícticos de persona

a) Pronombres personales
Los pronombres personales (y los posesivos) son los más evidentes y mejor conocidos de
los deícticos: /yo/ y /tú/ (vos/ usted) son deícticos puros. Se oponen conjuntamente a la "no
persona" (Benveniste): /él/, /ellos/ y /ella(s)/ indican simplemente que el individuo que deno-
tan no funciona como enunciador ni como enunciatario (se habla de él o de ella pero con él).

Identifique los deícticos en los siguientes fragmentos:


1)¿Esperanza? Sí, yo soy un hombre de esperanzas, pero a partir de mucha desesperanza; y
la esperanza y desesperanza se me cae y levanta varias veces al día. No creo en la gente de
esperanzas invulnerables. Si uno está vivo nace y muere varias veces al día. Y en todo caso
creo que vale la pena estar vivo y pensar que el mundo puede cambiar.
Me duele el dolor evitable. Porque hay dolores irremediables que nacen del amor y de la
muerte. A mí me duele el dolor de tanta gente. Yo no siento que sea un hombre solidario
porque mi cerebro me diga que lo sea, es algo que me sale del hígado, del corazón y las en-
trañas.
Entrevista a Eduardo Galeano (http://www.civila.com/
en-marcha/galeano.htm). Adaptación.

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2) ¿Cómo se siente? ¿Cómo se siente ver que el horror estalla en tu patio y no en el living
del vecino? ¿Cómo se siente el miedo apretando tu pecho, el pánico que provocan el ruido
ensordecedor, las llamas sin control, los edificios que se derrumban, ese terrible olor que se
mete hasta el fondo en los pulmones, los ojos de los inocentes que caminan cubiertos de
sangre y polvo?
¿Cómo se vive por un día en tu propia casa la incertidumbre de lo que va a pasar? [...]
¿Cómo se siente hoy el horror cuando las terribles imágenes de la televisión te dicen que lo
ocurrido el fatídico 11 de septiembre no pasó en una tierra lejana sino en tu propia patria?
Otro 11 de setiembre, pero de 28 años atrás, había muerto un presidente de nombre Salva-
dor Allende resistiendo un golpe de Estado que tus gobernantes habían planeado. También
fueron tiempos de horror, pero eso pasaba muy lejos de tu frontera, en una ignota republi-
queta sudamericana. Las republiquetas estaban en tu patio trasero y nunca te preocupaste
mucho cuando tus marines salían a sangre y fuego a imponer sus puntos de vista.
¿Sabías que entre 1824 y 1994 tu país llevó a cabo 73 invasiones a países de América Lati-
na? Las víctimas fueron Puerto Rico, México, Nicaragua, Panamá, Haití, Colombia, Cuba,
Honduras, República Dominicana, Islas Vírgenes, El Salvador, Guatemala y Granada. [...]
Hace casi un siglo que tu país está en guerra con todo el mundo. Curiosamente, tus gober-
nantes lanzan los jinetes del Apocalipsis en nombre de la libertad y de la democracia. Pero
debes saber que para muchos pueblos del mundo Estados Unidos no representa la libertad,
sino un enemigo lejano y terrible que sólo siembra guerra, hambre, miedo y destrucción.
[...] ¿Qué se siente cuando el horror golpea a tu puerta aunque sea por un sólo día?
¿Cómo se siente el miedo? ¿Cómo se siente, yanqui, saber que la larga guerra finalmente el
11 de septiembre llegó a tu casa?
Gabriel García Márquez, Carta abierta (http://chile.indyme-
dia.org/news/2003/02/1289.php). (Adaptación)

El problema de los pronombres plurales

"Nosotros" no corresponde nunca, salvo en situaciones muy marginales como el recitado


o la redacción colectivos, a un “yo" plural. Su contenido1 se puede definir de la siguiente forma:

• "nosotros inclusivo" (yo + tú -singular o plural):


Compañeras y compañeros: hemos dado suficientes pruebas de nuestra prudencia. Daremos
ahora suficientes pruebas de nuestra energía. Que cada uno sepa que donde esté un peronista
estará una trinchera que defienda los derechos del pueblo.
Discurso de Juan D. Perón, 1955, fragmento.

• "nosotros exclusivo" (yo + él -singular o plural):


-¿Ya hay que considerarlos candidatos?
- Todavía se habla más de Boca y de River, pero a nosotros nos tiene que interesar San Lo-
renzo y lo que podamos hacer en la cancha. Que hablen lo que quieran que a nosotros no
nos interesa. Importa nuestro trabajo. Y eso nuestra hinchada lo reconoce.

1 C. Kerbrat-Orecchini. La Enunciación. De la subjetividad en el lenguaje. Bs.As., Hachette, 1986.

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• "nosotros de extensión máxima" (yo + tú + él):


Nosotros somos, sin duda, los que estamos atentando contra la naturaleza. Debemos tener
conciencia de que estamos provocándole un daño irreparable y que está en juego nuestra
supervivencia en este planeta. ("nosotros" = "los seres humanos")
"El planeta" en Descubrir, Nro.35, mayo de 1994.

Observaciones
• Un caso interesante es el nosotros de autor utilizado particularmente en las obras di-
dácticas (“Ya hemos visto...”, “Tenemos que demostrar ahora...”) donde enunciador y
enunciatario asumen en común el texto del manual.2
• En otras ocasiones, según Levinson,3 el nosotros se refiere a la ciencia que el que escri-
be ejercita y quien aparece como delegado de una colectividad investida de la autori-
dad de un saber:
Nosotros pensamos que el desarrollo biológico de un niño no puede ser considerado de
ninguna manera al mismo nivel que el desarrollo del niño a nivel social. (Vigotsky)

Es necesario considerar también que las alusiones al enunciador y al enunciatario pue-


den presentarse de manera ambigua y dar lugar, por lo tanto, a significaciones suplementa-
rias. Kerbrat-Orecchioni4 se refiere al desplazamiento significativo que pueden sufrir los pro-
nombres, mediante los cuales estos asumen significaciones diversas que se superponen a las
habituales. Por ejemplo:

• El caso del tú genérico (en el discurso oral):


Ante esta situación uno no sabe qué hacer/ (vos) no sabés qué hacer.

• El caso del yo que remite a un tú en la siguiente expresión dirigida a un niño:


¿Por qué interrumpo siempre las conversaciones de los mayores?

• El caso del nosotros que remite a un tú, vos/ usted.


Ahora nos vamos a lavar los dientes y nos vamos a acostar porque ya vimos mucha televisión.
(Una madre a un niño.)
¿Andamos mejor hoy? (Un médico a un enfermo.)

• El caso del uso de la tercera persona para dirigirse al interlocutor: él = tú /vos/usted. El


uso de la no-persona constituye a veces la marca lingüística del extremo respeto:
La señora está servida. (Un mozo a una cliente.)

2 D. Maingueneau. "Approche de renonciation en linguistique française", Hachette, Paris, 1981, en


Arnoux, Elvira: Elementos de semiología y análisis del discurso. Ed. Cursos Universitarios, Bs.As., 1989.
3 Levinson. "La deixis", en Pragmática. Barcelona, Teide, 1989
4 Op. cit. pp. 81-86.

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b) Los apelativos
Cuando un término del léxico es empleado en el discurso para mencionar a una perso-
na, se convierte en apelativo. Existen apelativos usuales: los pronombres personales, los nom-
bres propios, algunos sustantivos comunes, los títulos (“mi comandante”), algunos términos
de relación (“camarada”, “compañero”, “colega”), los términos de parentesco, los términos
que designan a un ser humano (“jovencito”). Otros términos, empleados metafóricamente pa-
ra designar a un ser humano constituyen igualmente apelativos usuales (“mi cielo”). Los ape-
lativos se usan como la primera, segunda y tercera persona del verbo para designar la persona
que habla (el locutor), aquella a quien se habla (el alocutario) y aquella de la cual se habla (el
delocutor). Se los llama, respectivamente, locutivos, alocutivos (o vocativos) y delocutivos.
Todo apelativo:
• tiene un carácter deíctico: permite la identificación de un referente, con la ayuda de to-
das las indicaciones que puede aportar la situación;
• tiene un carácter predicativo: el sentido del apelativo elegido permite efectuar una se-
gunda predicación explícita;
• manifiesta las relaciones sociales: por eso permite efectuar una segunda predicación, so-
breentendida, que remite a la relación social del locutor con la persona designada.

El vocativo en particular:
• Llama la atención del alocutario por la mención de un término que le designa y le in-
dica que el discurso se dirige a él. Por el término elegido, el enunciador indica también qué re-
lación tiene con él y le atribuye una caracterización y un rol que tienden a hacerle interpretar
el discurso de cierta manera: "hermanas y hermanos de mi patria", "ciudadanos". A veces el
vocativo constituye un "enunciado": "El que se está haciendo el gracioso ahí atrás".
• La predicación efectuada con la ayuda del sentido de la palabra constituye un juicio
acerca del alocutario. El juicio es fácilmente reconocible en las injurias vocativas, donde consti-
tuye la principal motivación de la enunciación del vocativo. La riqueza semántica varía en fun-
ción de la riqueza del léxico de los apelativos usuales. Pero apelativos inusuales son también po-
sibles, ya que el léxico injurioso constituye una serie léxica abierta.
Adaptación de Delphine Perret, “Les appellatifs”, Langages, 17, 1970.

Deícticos de espacio
Se deben mencionar dos casos principales: los demostrativos y los adverbios.
Los demostrativos espaciales se estructuran según un sistema ternario, siguiendo el eje
proximidad alejamiento del denotado respecto del enunciador:

• este/a aquí/acá próximo al hablante. Esta mesa hay que sacarla de aquí.
• ese/a ahí próximo al oyente. ¿Ese saco es tuyo?
• aquel/a allí/allá campo de referencia de la 3a. persona (no-interlocutor).

En el caso de los adverbios Kerbrat-Orecchioni menciona los siguientes casos:

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• cerca/lejos (de y): el lugar que representan es el que coincide con la ubicación del ha-
blante.5 ¿Está lejos tu trabajo? (de aquí) ¿ Vivís cerca? (de aquí)
• delante de / detrás de; a la izquierda / a la derecha
La silla está delante de / detrás de la mesa. (Significa: La silla está más cerca/ más lejos de mí
que la mesa.) Colocate a la izquierda del árbol. ("la izquierda del árbol" se sitúa en referencia a la
posición del hablante).

Deícticos de tiempo
Expresar el tiempo significa localizar un acontecimiento sobre el eje antes/después con res-
pecto a un momento (T) tomado como referencia. Según los casos, T puede corresponder a:
• Una determinada fecha, tomada como referencia en razón de su importancia histórica
para una determinada civilización (por ejemplo, el nacimiento de Cristo funciona, para
nosotros, como base del calendario).
• T1, un momento inscripto en el contexto verbal; se trata entonces de referencia cotex-
tual (por ejemplo, “Fue denunciado dos días después”).
• T0, el momento de la instancia enunciativa; referencia deíctica: “Fue denunciado antes
de ayer”.
En español, la localización temporal se realiza en el doble juego de las formas tempora-
les de la conjugación verbal, que explota casi exclusivamente el sistema de localización deícti-
ca, y de los adverbios y locuciones adverbiales, que se reparten muy parejamente entre la clase
de deícticos y los relacionales o cotextuales.

Deícticos Relativos al cotexto


Referencia: T0 Referencia: expresada en el cotexto

Simultaneidad en este momento, ahora en ese/aquel momento, entonces

Anterioridad ayer, anteayer, el otro día, la se- la víspera, la semana anterior, un


mana pasada, hace un rato, re- rato antes, un poco antes
cién, recientemente
Posterioridad mañana, pasado mañana, el año al día siguiente, dos días después,
próximo, dentro de dos días, des- al año siguiente, dos días más tar-
de ahora, pronto, dentro de poco, de, desde entonces, un poco des-
enseguida pués, a continuación
Neutros hoy, el lunes (el lunes más otro día
próximo, antes o después, a
T0), esta mañana, este verano
Adaptación de Catherine Kerbrat-Orecchioni, L'enonciation.
De la subjetivité dans le langage, París, Armand Colin, 1980.

5 Excepto cuando el lugar está expresado en el cotexto. Por ejemplo: “Buenos Aires está lejos de Ju-
juy”

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Tiempos del indicativo y tipos de enunciación


Como para los pronombres personales, la reflexión sobre el empleo de los tiempos ver-
bales se remonta a un artículo de Émile Benveniste6 donde propone una clasificación de los
tiempos verbales desde el punto de vista de su relación con la enunciación distinguiendo dos
planos: uno con fuerte presencia del enunciador, que él llamará discurso, el otro ocultando las
huellas de esa presencia, que llamará historia (o relato).
Benveniste definió ambos planos en los siguientes términos:
La enunciación histórica, hoy reservada a la lengua escrita, caracteriza el relato de los acon-
tecimientos pasados. Se trata de la presentación de hechos ocurridos en cierto momento,
sin intervención del locutor en el relato. Definiremos el relato histórico como el modo de
enunciación que excluye toda forma lingüística “autobiográfica”. El historiador no dirá ni
yo ni tú ni aquí ni ahora que forman parte del aparato formal del discurso. En un relato
histórico puro aparecerán sólo formas de la tercera persona. Los tiempos que corresponden
a este tipo de enunciación son: el pretérito perfecto simple, el imperfecto, el condicional, el
pluscuamperfecto… El presente queda excluido salvo el caso -muy raro- de un presente
atemporal como el “presente de definición”.
Llamaremos discurso a toda enunciación que supone un hablante y un oyente, y en el primero
la intención de influir en el otro de alguna manera. [...] Cada vez que en medio de un relato
histórico aparece un discurso, cuando por ejemplo el historiador reproduce las palabras de un
personaje o interviene para juzgar los acontecimientos relatados, se pasa a otro sistema tempo-
ral, el del discurso. Lo propio del lenguaje es permitir esos traslados instantáneos.

Para evitar ambigüedades debido a la polisemia de los términos utilizados por Benvenis-
te, se han propuesto otras denominaciones como las de mundo narrado y mundo comentado,
empleadas por H. Weinrich (1975).

Mundo comentado/ mundo narrado


Las formas temporales son signos 'obstinados' (los valores de recurrencia, expresados en
términos de frecuencia por línea son elevados) mientras que las localizaciones temporales (fe-
chas, adverbios, etc.) son débilmente recurrentes, es decir, 'no obstinadas'. Las formas verbales
integran constelaciones donde predomina un tiempo o grado de tiempos. Podemos afirmar
entonces que el fenómeno general de la obstinación es acompañado por el fenómeno más es-
pecífico del predominio temporal. Si examinamos textos correspondientes a diversos géneros
podremos comprobar que el tiempo dominante es o el presente, o el pretérito perfecto simple
asociado con el imperfecto. En relación con el presente aparecen el pretérito perfecto com-
puesto y el futuro; los tres integran así un primer grupo de verbos. El segundo está compuesto
por el pretérito perfecto simple, el imperfecto, el pluscuamperfecto, el pretérito anterior y el
condicional. Los tiempos del grupo I pueden caracterizarse como tiempos comentativos, y los
del grupo II como tiempos narrativos.
La obstinación de los morfemas temporales en señalar comentario o relato permiten al
locutor influir en el alocutario, modelar la recepción que desea para su texto. Al emplear los

6 "Las relaciones de los tiempos en el verbo francés", aparecido por primera vez en 1946 y luego in-
cluido en Problèmes de linguistique générale. Paris, Gallimard, 1966.

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tiempos comentativos hago saber al interlocutor que el texto merece de su parte una atención
vigilante (grado de alerta I). Con los tiempos del relato, en cambio, advierto que otra escucha,
más distendida, es posible (grado de alerta II). Es esta oposición entre el grupo de tiempos del
mundo narrado y el del mundo comentado la que caracterizamos globalmente como actitud
de locución.
En el grupo de los tiempos comentativos, el pretérito perfecto compuesto representa la re-
trospección y el futuro marca la prospección. En el grupo de los tiempos narrativos, el plus-
cuamperfecto y el pretérito anterior expresan la retrospección y el condicional es el que permite
anticipar una información no sancionada aún por la realización de la acción. Retrospección y
prospección (información referida e información anticipada) son reunidas bajo el concepto de
perspectiva de locución. Ésta incluye igualmente en los dos grupos temporales un grado 0: el
presente, en el comentario, y el imperfecto y el pretérito perfecto simple en el relato.
A las dos dimensiones hasta ahora señaladas en el sistema de los tiempos hay que agre-
gar una tercera: la puesta en relieve. Este concepto intenta dar cuenta de la función que a ve-
ces los tiempos cumplen de proyectar a un primer plano algunos contenidos y empujar otros
hacia la sombra del segundo plano. El imperfecto es, en el relato, el tiempo del segundo plano
y el pretérito perfecto simple el del primer plano. En el comentario, gestos, deícticos y diver-
sos datos situacionales permiten diferenciar el primer plano. Cuando éstos están ausentes, las
palabras se alejan del primer plano y retroceden hacia lo general.

perspectiva retrospección grado cero anticipación

actitud

Comentario pretérito perfecto presente futuro


compuesto
Narración Pretérito pluscuam- pretérito pretérito condicional
perfecto / pret. ante- imperfecto perfecto sim-
rior ple
2do. plano 1er. plano
puesta en relieve

Adaptación de H. Weinrich. Estructura y función de los


tiempos en el lenguaje. Madrid, Gredos, 1975.

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Modalidades

Los términos modalización, modal, modalizador, modalidades están cargados de interpreta-


ciones y son reclamados por distintas disciplinas (gramática, lingüística, semiótica). Son ex-
presiones tomadas de la lógica y su planteo ya está en Aristóteles cuando dice que “es menes-
ter examinar el modo en que se relacionan entre sí las negaciones y las afirmaciones que ex-
presan lo posible y lo no posible, lo contingente, lo imposible y lo necesario”.1 Es a partir de
este momento cuando se perfilará una primera preocupación por el estudio de las modalida-
des, fundamentalmente a través de la lógica modal. La lógica es la generadora del pensamien-
to modal y sus consideraciones, retomadas por la lingüística y la semiótica, se han desarrolla-
do hasta convertir a las modalidades en un componente fundamental del análisis del discur-
so.
Charles Bally emplea sistemáticamente esta noción definida por él como “la forma lin-
güística de un juicio intelectual, de un juicio afectivo o de una voluntad que un sujeto pen-
sante enuncia a propósito de una percepción o de una representación de su espíritu”.2 En este
sentido pone de relieve la vieja oposición filosófica entre dictum y modus que se presenta en
cada frase: mientras aquel es el contenido representado, este es la perspectiva del sujeto ha-
blante que toma por objeto al dictum. En otras palabras, el modus “comenta” al dictum.
Dominique Maingueneau3 clasifica las modalidades enunciativas en tres clases: modali-
dades de enunciación, modalidades de enunciado y modalidades del mensaje. A esta pro-
puesta podemos agregar las reflexiones de Kerbrat-Orecchioni4 respecto de ciertas unidades lé-
xicas (subjetivemas) cargadas con un peso mayor o menor de rasgos afectivos, evaluativos y
modalizadores.

Modalidades de enunciación
“La modalidad de enunciación -dice Maingueneau- corresponde a una relación interper-
sonal, social, y exige en consecuencia una relación entre los protagonistas de la comunica-
ción". Este planteo está vinculado con la teoría de los actos de habla, en tanto interrogar, or-
denar, declarar, son distintos actos que implican relaciones sociales diferentes entre los prota-
gonistas.
Una misma frase puede recibir sólo una modalidad de enunciación: declarativa, interro-
gativa, imperativa o exclamativa. Por ejemplo:
1 Citado en J. Lozano et al. Análisis del discurso. Madrid, Cátedra, 1982.
2 Citado por D. Maigueneau. Introducción a los métodos de análisis del discurso. Bs. As., Hachette, 1989.
3 Op. cit.
4 Kerbrat-Orecchioni, ob.cit.

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Los empresarios son honestos. (declarativa o asertiva)


¿Son honestos los empresarios? (interrogativa)
Sean honestos señores empresarios. (imperativa)
¡Qué honestos son los empresarios de este país! (exclamativa)

Cada una de estas modalidades plantea relaciones sociales diferentes. Declarar p es para
el locutor hacer saber que p es verdad. Cuando alguien realiza una aserción, entonces, se com-
promete, avanza una pretensión: una pretensión a nuestra atención y a nuestra convicción, y
el efecto de esa aserción sobre nosotros puede ser la adquisición de una nueva creencia o un
nuevo saber.
Por otra parte, el acto de ordenar implica cierta relación jerárquica entre los protagonis-
tas; igualmente el derecho de interrogar no se adjudica a cualquiera: hacer una pregunta obli-
ga al otro a continuar el discurso, a dar una respuesta. Una exclamación puede implicar, entre
otras cosas, la búsqueda de una adhesión emotiva.

Modalidades de mensaje
La modalidad del mensaje se relaciona con la incidencia semántica de ciertas transfor-
maciones sintácticas realizadas por el enunciador como parte de su estrategia discursiva. Él
puede destacar o no cierto elemento a partir del lugar que le asigne en el enunciado. Dos ope-
raciones básicas son posibles: la tematización y, ligada a esta, la pasivación.
La primera se puede reconocer a partir del tema que es el elemento esencial, destacado
generalmente por su posición inicial y al cual se 'engancha' el resto de la oración (rema). El
tema puede o no coincidir con el sujeto gramatical, y el rema es lo que se dice del tema (tam-
bién se lo llama tópico y comentario). El tema es el punto de partida del mensaje y en esta po-
sición el enunciador puede ubicar distintas partes de su enunciado. Por ejemplo:

Al expresidente le iniciaron un nuevo juicio.


Un fraude millonario al Estado denunció el diputado de la oposición X.

La transformación pasiva está ligada claramente al problema del tema, ya que de ella re-
sulta la colocación del objeto directo en posición inicial:
La justicia investiga las coimas en el senado. (voz activa)
Las coimas en el senado son investigadas por la justicia. (voz pasiva)

La pasivación plantea también dos posibilidades específicas relacionadas con el “agente”


del proceso: hacer desaparecer el agente o destacarlo precisamente por medio de la preposi-
ción. La omisión del agente puede deberse a varias causas: el agente es perfectamente conoci-
do, o desconocido, o no se lo quiere mencionar:
La denuncia venezolana fue desestimada por los Estados Unidos.
La denuncia venezolana fue desestimada.
Se desestimó la denuncia venezolana.

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Estas variaciones lingüísticas, afirma Tony Trew (1983), se relacionan con procesos ideo-
lógicos en la producción del discurso y sugieren una cierta percepción de lo social. Por ello
“toda percepción supone alguna teoría o ideología" ya que "no hay hechos 'crudos' ininterpre-
tados, ateóricos”.5
Este autor considera que los conceptos de un discurso están relacionados como un siste-
ma, son parte de una teoría o ideología, es decir, de un sistema de conceptos, representaciones
e imágenes que son una manera de ver y de aprehender las cosas, de interpretar lo que se ve,
se oye o se lee. Este carácter ideológico del discurso consiste en pautas de clasificación, en la
distribución de referencias a participantes como agentes o como afectados; como activos o co-
mo pasivos en los procesos de transacción causal. Estas cuestiones, dice, estarían "en el cora-
zón de la expresión de la ideología".
El siguiente ejemplo es parte de un análisis hecho por Trew de una información, apareci-
da en The Times el 2 de junio de 1975, en la que se informa de lo ocurrido en Salisbury en
ocasión de una reunión del Congreso Nacional Africano. Allí la policía rodhesiana había dis-
parado sobre una muchedumbre desarmada y matado a once personas. El análisis revela el
funcionamiento de la modalidad de mensaje y el efecto ideológico que produce:

NEGROS AMOTINADOS MUERTOS A TIROS POR LA POLICIA


DURANTE UNA REUNIÓN DE LÍDERES DEL CNA

• La utilización de la voz pasiva coloca a los agentes de las muertes (“la policía”) en una
posición menos focal.
• La descripción de la circunstancia en que tuvieron lugar los disparos aparece como un
“motín”. Descripción que legitima la intervención policial en tanto el motín, por defi-
nición, es un desorden civil que requiere intervención policial.
• En “negros amotinados” el informe se centra en los que recibieron los disparos más
que en los que los hicieron. Mediante el uso de la pasiva, adscribir “amotinados” a
“negros” hace de “amotinarse” la acción focal y a los que recibieron los disparos, res-
ponsables de la situación.

Modalidades de enunciado
Las modalidades de enunciado constituyen el modo en que el hablante sitúa su enun-
ciado en relación con lo lógico o apreciativo. Se clasifican en:
• modalidades lógicas: la verdad, falsedad, probabilidad, certidumbre, verosimilitud, el de-
ber:
Es cierto que la economía creció. (verdad)
Es falso que la economía haya crecido. (falsedad)
Probablemente crezca la economía. (probabilidad)
La economía debe crecer. (deber)
5 T. Trew. “Teoría e ideología en acción”, en Fowler et. al. Lenguaje y control. México, FCE, 1983.

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• modalidades apreciativas: lo feliz, lo triste, lo útil, lo necesario.


Afortunadamente hubo acuerdo con el FMI para el pago de la deuda externa.
Es lamentable que haya habido acuerdo con el FMI para el pago de la deuda externa.
Es necesario que haya acuerdo con el FMI para el pago de la deuda externa.

Observaciones

• Desde una perspectiva semiótica de las modalidades, y a propósito de la construcción


de la verdad, Greimas (1981) sostiene que "en la era de la manipulación en la que vivi-
mos", la veridicción (veri-dicción: decir verdad) designa un tipo de operación discursi-
va en la que los enunciados no tienen verdad “en sí”, sino que esta es construida por
un sujeto enunciador y aparece como efecto de un proceso semiótico:
Llegamos así a comprende mejor nuestro contexto cultural actual: ya no se supone
que el sujeto de la enunciación trate de producir un discurso verdadero, sino un dis-
curso que produzca el efecto de sentido “verdad”, (...) Si la verdad no es más que un
efecto de sentido, vemos que su producción consiste en el ejercicio de un hacer parti-
cular, de un hacer- parecer-verdad, es decir, en la construcción de un discurso cuya
función no es decir-verdad sino parecer-verdad.6

• La modalidad puede expresarse mediante diversos recursos lingüísticos:


Es posible que este año crezcan las exportaciones. (frase verbal)
Posiblemente este año crezcan las exportaciones. (adverbio)
Este año podrían crecer las exportaciones. (verbo modal y tiempo
condicional)

6 J. Greimas. Del sentido II. Madrid, Gredos, 1981.

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Subjetivemas

En el sistema de la lengua las palabras están cargadas con un peso más o menos grande
de subjetividad, por lo que Kerbrat-Orecchioni llama de subjetivemas a ciertas palabras con ras-
gos afectivos, axiológicos y modalizadores (sustantivos, adjetivos, verbos, adverbios) y las
compara con otras que pretenden, en principio, la “objetividad”. Así, por ejemplo, en “es
soltero” el término enuncia una propiedad objetiva del denotado, fácilmente verificable; en
cambio en “es idiota” habría dos tipos de información: una descripción del denotado y un
juicio evaluativo de depreciación y, es en este sentido que puede considerarse como portador
de un rasgo subjetivo.

Sustantivos
La mayor parte de los sustantivos evaluativos provienen de verbos o adjetivos: amor, be-
lleza, pequeñez, acusación (amar, bello, pequeño, acusar). Hay ciertos sustantivos axiológicos
peyorativos o elogiosos que pueden tener las siguientes características:

• El rasgo axiológico puede provenir del significado de la unidad léxica: racismo, extre-
mismo funcionan normalmente como injuriosos.
• Otros no son fijos, sino que el juicio de valor positivo o negativo depende de varios
factores: tono, contexto, fuerza ilocutiva:
Como todo patriota es un amante de la libertad.
No hay que olvidar que esta mujer era la amante de un peligroso delincuente.
• El rasgo evaluativo puede provenir de términos sufijados:
“-acho/a”: ricacho, comunacho, peronacho.
“-ete”: pobrete, vejete, regordeta.
“-ucho/a”: casucha, feúcho
• Los axiológicos pueden usarse irónicamente: suelen expresar bajo la apariencia de va-
lorización, un juicio de desvalorización y viceversa:
Tiene un rancho de dos plantas frente al mar.
• El rasgo axiológico puede funcionar pragmáticamente como injuria. Generalmente los
sustantivos relacionados con lo sexual o lo escatológico tienen en todas las lenguas ras-
gos peyorativos: “Pedazo de X” / “Más X serás vos”.

Adjetivos
Kerbrat-Orecchioni clasifica los adjetivos según los siguientes rasgos:

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Adjetivos

Objetivos Subjetivos
soltero/casado
macho/hembra
azul, verde, rojo… Afectivos Evaluativos
desgarrador
alegre
No axiológicos
patético Axiológicos
grande distinguido
lejano infame
caliente
Los adjetivos afectivos enuncian al mismo tiempo una propiedad del objeto y una reac-
ción emocional del sujeto frente al objeto. El valor afectivo puede ser inherente al adjetivo
(desgarrador, terrible) o derivado de un significante prosódico, tipográfico (¡Pobre hombre!).
Los adjetivos no axiológicos implican una evaluación cualitativa o cuantitativa del sujeto
sin enunciar un juicio de valor ni un compromiso afectivo (grande, extenso, interno, externo,
frío, caliente):
El clima es frío en esa época del año. La zona posee una extensa llanura...

Los adjetivos evaluativos axiológicos implican un juicio de valor +/- y manifiestan una to-
ma de posición en favor o en contra en relación al objeto que denotan. (Por ej.: codiciosa, he-
roico, inmoral, absurdo, antidemocrático).

Verbos
Algunos verbos están marcados subjetivamente en forma más clara que otros. Hay algu-
nos que son portadores de evaluaciones axiológicas:
X miente/ chilla/ apesta/ vocifera.

Otros verbos son, a la vez, afectivos y axiológicos (verbos de sentimiento):


Los detesto (aprecio /subestimo /odio).

Algunos verbos ofrecen una evaluación del tipo falso, verdadero, incierto:
X critica (acusa/desenmascara) estas maniobras. / X reconoce (confiesa/admite) esos he-
chos. /X pretende que creamos eso.

Adverbios
Los más importantes de los adverbios subjetivos son los modalizadores. Se pueden clasi-
ficar en los siguientes términos:

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I) Modalizadores de la enunciación o del enunciado.


a) de la enunciación: remiten a una actitud del hablante con respecto a su enunciado:
“Francamente, no sé si vendré mañana.”

b) del enunciado: remiten a un juicio sobre el sujeto del enunciado:


“Posiblemente Juan no lo sepa.”

II) Modalizadores que implican un juicio.


a) de verdad:
“Quizá pueda curarse pronto.”
“Sin duda me casaré con ella.”

b) sobre la realidad:
“En efecto, Juan no vino ayer.”
“De hecho estuve totalmente equivocado.”

Bibliografía de la sección
ARNOUX, E. et al. Curso Completo de Semiología y Análisis del Discurso. Bs. As., Ediciones Univer-
sitarias, 1988.
BENVENISTE, E. “El aparato formal de la enunciación”, en Problemas de lingüística general II, Mé-
xico, Siglo XXI, 1987.
DUCROT, O. El decir y lo dicho. Barcelona, Paidós, 1986.
FILINICH, M. Enunciación. Bs. As. Eudeba, Enciclopedia Semiológica, 1998.
HODGE, R, y KRESS, G. Language as Ideology. London: Routledge, 1993. Cap. I. Kerbrat-Orecchi-
ni, C. “La Enunciación. De la subjetividad en el lenguaje”. Bs.As., Hachette, 1986.
LEVINSON, J. "La deixis", en Pragmática. Barcelona, Teide, 1989.
LOZANO, J. et al. Análisis del discurso. Madrid, Cátedra, 1982.
LYONS, J, Semántica. Barcelona, Teide, 1978.
MAIGUENEAU, D. Introducción a los métodos de análisis del discurso. Bs. As., Hachette, 1989.
PERRET, D. "Les appellatifs", Langages, 17,1970; en Arnoux, Elvira et al. Semiología y Análisis
del Discurso III. Bs. As., Ediciones Universitarias, 1988.
TREW, T. “Teoría e ideología en acción” en: Fowler et. al. Lenguaje y control. México, F.
C. E., 1983
VOLOSHINOV, V. El marxismo y la filosofía del lenguaje. Madrid, Alianza, 1992.
WEINRICH, H. Estructura y función de los tiempos en el lenguaje. Madrid, Gredos, 1975.

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Consignas
1. Explique cuáles son los aciertos y las limitaciones del planteo de Saussure, según Benveniste en su artículo
“Semiología de la lengua”.

2. Defina y diferencie los modos de significancia semiótica y semántica. Explique por qué, según Benveniste, la
lengua combina los dos modos distintos de significancia.

3. Defina y diferencie el concepto de enunciación y el de enunciado.

4. Benveniste afirma: “El locutor se apropia del aparato formal de la lengua y enuncia su posición de locutor tanto
por índices específicos como por medio de procedimientos accesorios”. ¿Cuáles son esos índices específicos?
Defínalos tomando en cuenta las lecturas realizadas.

5. Compare los siguientes fragmentos considerando los índices mencionados en la respuesta anterior. Identifique
la presencia de dichos índices y caracterice a los enunciadores de ambos enunciados. Relacione su caracteriza-
ción con el género discursivo de cada uno.

Texto 1
Soy la poetisa Adelina Flores. ¿Soy la poetisa Adelina Flores? Tengo cincuenta y seis años y
he publicado tres libros: El camino perdido, Luz a lo lejos y La dura oscuridad. Ahora veo la
sombra de mi cuñado Leopoldo proyectándose agrandada sobre el vidrio de la puerta del
baño. La puerta no da propiamente al living, sino a una especie de antecámara, y solamen-
te por casualidad, porque está más cerca de la puerta de calle, que he dejado abierta para
tomar aire, he traído el sillón de Viena a este lugar y estoy hamacándome lentamente en
él. El sillón de Viena cruje levemente. No podía soportar mi cuarto, y no únicamente por el
calor. Por eso vine aquí. Es difícil soportar encerrada entre libros polvorientos los atardece-
res de este terrible enero.
(Juan José Saer, “Sombras sobre un vidrio esmerilado”, Cuentos completos, Buenos Aires:
Seix Barral 2000)
Texto 2
Adelina es poeta y vive con su hermana y su cuñado. Una tarde sofocante de verano Adeli-
na espía a su cuñado Leopoldo, al que percibe como sombra: el cuerpo se insinúa tras el
cristal de la puerta del baño donde él se prepara para bañarse. Es, quizás, la única forma de
sensualidad a la que puede aferrarse, lo más cercano a la vida. Recurre a la imaginación y
rellena los vacíos con poesía. De modo magistral, crea una dimensión en la cual se confun-
den vida y literatura. (Alternativa teatral, adapt.)

6. Defina y diferencie la modalidad de enunciado y la modalidad de enunciación. Ejemplifique con fragmentos de


los textos 1 y 2.

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La enunciación en la imagen
La enunciación y el interpretante
Paolo Fabbri
En El giro semiótico, Buenos Aires, Gedisa, 2000 (fragmento).

El concepto de enunciación, a mi entender, es uno de los elementos fundamentales que


ha permitido explicitar, articular esta intuición: que de un signo se reenvía a otro signo, pero
la operación de reenviar de un signo a otro es, en sí misma, una operación semiótica.
Trataré de explicarme. Piensen, por ejemplo, en las lecciones que han dado origen a este
libro, durante las cuales yo hablaba dirigiéndome a un público con el tratamiento de “uste-
des”. En este caso estoy yo, que soy un emisor empírico, es decir, que puede conocerse desde
fuera, y están ustedes, que son receptores empíricos, pues también se pueden conocer desde
fuera. Ambos somos activos y pasivos: pese a las apariencias, ustedes, aunque estén callados,
no son ni mucho menos elementos pasivos de la comunicación, pues están a la escucha, o
quizá no; en los dos casos siempre desempeñan una actividad. Tanto si escuchan y hacen un
esfuerzo por entender, como si no escuchan y rechazan de plano mi discurso, están haciendo
algo, son activos, prácticamente como yo, que estoy hablando. Por otro lado, yo les doy infor-
maciones en sentido activo, pero probablemente, mientras lo hago, filtro una serie de infor-
maciones sobre mí que ustedes extrapolan pero yo no controlo directamente. De modo que
soy emisor activo, pero también emisor pasivo, y ustedes son receptores activos y también re-
ceptores pasivos.
Hasta aquí no hay nada de particular. Lo relevante es que, exactamente en esto que aca-
bo de decir, ha sucedido que estoy hablando de yo y de ustedes, y de alguna manera les he si-
tuado dentro del discurso (ustedes) y yo mismo me he situado dentro del discurso (yo). Lo cual
significa que el sistema pronominal, por ejemplo, en la lengua, es un modo de inscribir en el
discurso dos simulacros, yo y ustedes, que están ahí para representarme a mí y representarlos a
ustedes, aunque — por alguna casualidad extraña y fortuita— en este momento no estemos
reunidos en esta habitación ni el yo ni el ustedes empíricos. Dicho de otra forma, la enuncia-
ción es una instancia particular en virtud de la cual la intersubjetividad (emisor-receptor, en
este caso) se inscribe en el discurso. Gracias al mecanismo de la enunciación puedo decir, al
hablar de mí mismo: “Eh, tú nunca entenderás estas cosas”. En este caso me he tratado de tú.
Pero también, al hablar de ustedes, en vez de decir ustedes, puedo decir el respetable público, y
hablando de mí puedo decir el orador (cambiando en ambos casos la persona verbal). La idea
fundamental de la enunciación es que en textos semióticos de distinto tipo —en la música, la
pintura, la literatura, etc.— hay simulacros de interacción inscritos en el propio texto median-
te procesos de enunciación.
Pondré un ejemplo tomado de un estudioso francés prematuramente desaparecido,
Louis Marin, quien demostró que en la pintura hay un complejo sistema de inscripción de

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instancias enunciativas. Pensemos en la pintura de vasos griegos. En esta clase de pintura hay
una regla fundamental: los personajes representados se miran unos a otros. Pero hay un per-
sonaje, la Gorgona, con una particularidad: te mira directamente. Es decir, la medusa no mira
a otro personaje de la historia pintada, sino que mira a quien la mira, a ustedes, que la están
observando. No a ustedes personalmente, por supuesto, sino a todos los que se ponen delante
de la pintura, es decir, delante de sus ojos. De este modo la medusa trata de tú, no a cada per-
sona, sino a todos los que se coloquen en esa posición de observadores, que es la posición del
tú, y que a su vez la mirarán a los ojos. En otras palabras, la oposición que encontramos en la
pintura griega de vasos entre facialidad, frontalidad y perfil se ha encargado de expresar en
otro nivel la problemática de la relación yo-tú y la de la oposición yo-tú/él.
Pero gracias a unos estudios recientes sabemos que no sólo la Gorgona mira a la cara. En
la pintura griega de vasos miran a la cara cuatro categorías muy precisas de personas: los borra-
chos, los moribundos, los silenos y, al parecer, también los pederastas. Así descubrimos que en
la representación de la pintura vascular todos los que están en posición excéntrica con respecto
a una normalidad — borracho, guerrero moribundo, etc.— suelen estar representados de cara.
No es ninguna regla universal, pero vale para el microcosmos semántico específico del
que estamos hablando. En otros tipos de discurso y otras culturas no sucede así, la oposición
entre facialidad, frontalidad y perfil se utiliza de otro modo, lo cual significa, por ejemplo, que
en ciertas culturas la oposición entre facial y frontal en la representación figurativa antropo-
morfa puede ser una forma de expresión capaz de transmitir una forma del contenido específi-
co que es la relación entre normal y excéntrico, o entre personal e impersonal. La personalidad
y la impersonalidad (organización del contenido) se pueden manifestar a nivel de forma expre-
siva, en algunos tipos de organización de la imagen en ciertas culturas, mediante la oposición
entre cara y perfil, lo mismo que en las lenguas verbales se usan los pronombres yo-tú/él.
Pasemos ahora a la pintura de la Edad Media. Meyer Shapiro, un gran estudioso del arte
medieval, señala algunas cosas muy interesantes. Al estudiar la imagen de Moisés —sobre to-
do cuando, poniendo los brazos en cruz, reza para vencer en la batalla—, Shapiro destaca que
al principio la figura de Moisés es frontal, y luego, andando el tiempo, se va ladeando mien-
tras que otros personajes se vuelven hacia él y le sostienen los brazos de perfil. Así Shapiro ob-
serva (probablemente sin conocer la pintura vascular griega) que el Moisés de lado, que ya no
nos mira, participa en un suceso en tercera persona, en una narración objetiva, mientras que
el Moisés que nos miraba a los ojos implicaba a todos los que podían mirarlo en una relación
diferente. Las implicaciones ideológicas, culturales, metafísicas que conlleva esta variación re-
presentativa son obvias, y de momento no es preciso que nos ocupemos de ellas. Sea como
fuere, también en este caso el sistema de oposición entre frente y perfil es la forma de expre-
sión para una forma correspondiente del contenido (por ejemplo: humanidad/divinidad).
Vemos, pues, que la pintura, con medios propios, muy específicos, puede expresar unos
modos de inscripción de la subjetividad y la intersubjetividad, exactamente igual que el siste-
ma pronominal de la lengua. No se trata únicamente de isomorfismo: también puede haber
traducción. Porque sólo si tenemos una teoría unitaria de la enunciación podremos cotejar,
por ejemplo, la organización de la enunciación en un texto literario con la organización de la
enunciación en un texto visual.

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Por poner un ejemplo, recordaré una famosa película de Tony Richardson de 1968, Tom Jo-
nes, en la que hay una escena erótica entre una señora entrada en años y un jovenzuelo. En un
momento dado, antes de irse a la cama, la señora entrada en años se entera, hablando con el jo-
venzuelo, de que éste es su hijo. La señora, que hasta entonces hablaba de perfil, se vuelve hacia
el público y dice: “bah”. Y la cosa sigue adelante. No se alarmen, al final se descubre que la seño-
ra, en realidad, no era la madre del jovenzuelo. Pero lo que nos interesa, sea moral o inmoral, es
que la señora tiene que volverse hacia el público para anunciar oficialmente que a ella le trae sin
cuidado la cuestión del incesto. Es decir, la estrategia de no dirigirse a la persona física en el espa-
cio de cine, sino directamente al público ideal, es decisiva para el significado de la película.
Tengo la impresión de que cuando Benveniste —uno de los lingüistas más prestigiosos que
se han ocupado de estas cuestiones— decía que el sentido tiene cara de medusa, pensaba precisa-
mente en esto, en esta idea de que en el lenguaje no sólo hay representaciones conceptuales, ni
tampoco sólo representaciones de acciones y pasiones: en el lenguaje interviene una instancia de
enunciación muy variable, inscrita en el texto, que transforma los relatos en discursos (por discur-
so entendemos el texto —de cualquier sustancia expresiva— que, además de representar algo, re-
presenta e inscribe en su interior la forma de su propia subjetividad e intersubjetividad).
Si aceptamos esta hipótesis resulta evidente la afirmación de Lotman de que un texto
contiene sus propios principios de comunicación. Parece extraño, pero con la noción de enuncia-
ción resulta obvio. No es cierto —como se pensaba hasta hace poco— que por un lado haya
una sintaxis y una semántica (dentro del texto) y por otro una pragmática (fuera del texto).
Podríamos aceptar esta distinción si pensáramos en un discurso desprovisto de criterios comu-
nicativos, pura información que un sujeto empírico le pasa a otro sujeto empírico, pero no es
así, por la sencilla razón de que el conjunto de instancias que inscribo cuando hablo (yo, vo-
sotros, ellos, etc.) está presente en mi texto; mi texto contiene sus propios principios de co-
municación. En otras palabras, el texto no es una serie de representaciones de estados del
mundo, o mejor dicho, es una representación de muchos estados del mundo, entre los que se
encuentra ese estado específico del mundo que es el hecho de que el texto esté en comunica-
ción con alguien. Se podría decir, pues, que la pragmática es la “desimplicación” del texto de
sus condiciones de comunicación. Parece algo abstracto, pero no lo es: quiere decir, sencilla-
mente, que un texto lleva inscritas, en forma de sistema enunciativo, las representaciones de
cómo quiere ser considerado dicho texto.
Volvamos a nuestra medusa. Si un griego de la Antigüedad se coloca delante de una imagen
de la Gorgona, se asustará mucho. Cuando Ulises desciende a los infiernos espera que Hécate no
le mande el rostro terrorífico de Gorgona. En cambio, si nos colocamos nosotros, aquí y ahora,
delante de la misma imagen, puede que hasta nos parezca bonita. Para explicar esta diferencia de
reacciones necesitamos una pragmática real, entendida como sociología de la recepción.
Pero lo importante es que la imagen siempre es la misma, o sea, que la forma de interpelación
de la medusa (que no mira a Perseo, a su derecha, que la está degollando, sino a vosotros, que la mi-
ráis mientras la degüellan) no cambia entre la época de los griegos antiguos y la nuestra. La mirada de
la medusa está presente en la imagen, es la imagen como tal, inmutable, a partir de la cual puede ha-
ber luego varias reacciones distintas.

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La enunciación visual
Jorge Alessandria
Imagen y metaimagen, Buenos Aires, Eudeba, 1996 (fragmento).

Toda imagen presupone frente a ella un punto de vista, un lugar desde donde se la mira.
A este lugar lo llamaremos Observador, entendiendo que este Observador es una posición abs-
tracta. Toda imagen es una imagen para un Observador.

Perspectivas
Fontanille da una definición semiótica de la perspectiva en los siguientes términos: «la
perspectiva es una interacción entre una posición de observación simulada y una cierta orga-
nización de lo que es observado.» (1989, 67). La perspectiva, entonces, consiste en una orga-
nización espacial de la imagen hecha en función del Observador.
Las diferentes partes de una imagen, esto es, las figuras y partes de figuras, establecen
entre sí relaciones espaciales por el hecho de ocupar lugares en la superficie de la imagen, que
es un signo espacial bidimensional. Estas relaciones no necesariamente toman en cuenta al
Observador, o sea, el espacio de enunciación de la imagen. Por ejemplo, en ciertas pinturas
medievales, la figura principal -Cristo- ocupa el centro de la imagen, mientras que las figuras
van disminuyendo de importancia a medida que se alejan del centro. En este caso, el eje espa-
cial que organiza la imagen está dentro de la imagen, es interior al enunciado. Del mismo mo-
do, en algunas pinturas religiosas medievales, los personajes van disminuyendo de tamaño se-
gún su relativa jerarquía: Cristo es figurado más grande que los Santos, estos que los fieles,
etc. Aquí, nuevamente, las relaciones de tamaño entre las figuras competen solamente al
enunciado, a la imagen misma. No hay referencia a la enunciación.
En el caso de la perspectiva, en cambio, las relaciones entre figuras se organizan en fun-
ción del Observador. Tomemos el caso sencillo de la superposición entre figuras: una figura ta-
pa parcialmente a otra, interrumpiendo su contorno. El espectador comprenderá inmediata-
mente que la figura que tapa está «más cerca» que la figura tapada. ¿Más cerca de quién? Jus-
tamente, del Observador. Lo mismo puede suceder con las diferencias de tamaño de las figu-
ras: la imagen puede utilizar estas diferencias para hacer entender que las figuras más grandes
son aquellas que están más cerca, y que a medida que se alejan disminuyen de tamaño. Nue-
vamente, más cerca o más lejos significa más cerca o más lejos del Observador.
La perspectiva es deixis, en tanto organiza las relaciones espaciales dentro de la imagen
en función del Observador, o sea, de la enunciación de la imagen. De este modo, el espacio de
la imagen (espacio del enunciado) y el del espectador (espacio de la enunciación) se conectan
el uno con el otro, dentro del enunciado. La perspectiva funciona como «embrague», del mis-
mo modo que los deícticos verbales: conecta el espacio significado por la imagen con el espa-
cio del Observador, espacio exterior frente a la imagen. De modo que «más cerca» equivale a

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«más cerca del Observador», «visible» a «visible por el Observador», etc. Para volver a la defi-
nición de Fontanille, lo representado en la imagen está organizado para entrar en interacción
con un punto de vista simulado.
Es importante tener en cuenta que este punto de vista simulado es construido en la imagen misma. Si
en la imagen frente a mí veo dos figuras, A y B, de modo que A tapa parcialmente a B, la tendencia como es-
pectador es decir que A está más cerca de mí que B (y por eso la tapa). Como si primero estuviera yo-espectador,
y luego las dos figuras A y B que se ordenan en relación a mí. En realidad, la superposición entre figuras es pri-
mera, está ahí en la imagen antes que el espectador. De modo que el lugar del espectador es el que queda deter-
minado desde la imagen, por la imagen. La imagen en perspectiva construye su propio Observador.
Existen muchas maneras en que la imagen puede organizarse en función del Observa-
dor; es decir, existen muchos métodos y técnicas para la representación perspectiva. Ya habla-
mos de la superposición parcial de figuras (o partes de figuras). Hablamos también de la dife-
rencia de tamaño entre figuras, en cuyo caso se comprenderá que disminuir de tamaño signi-
fica alejarse del Observador. Otro modo frecuente de representar perspectivamente el espacio
consiste en hacer equivaler el eje vertical de la imagen con el eje de distancia, donde lo repre-
sentado en la parte inferior de la imagen se entiende como más cercano, y en la parte superior
como más lejano. (Para ser más exactos, lo que se compara son las bases de las figuras, más
que las figuras mismas). El «modelado» de las figuras también crea punto de vista: el hecho de
que partes de una figura resalten hacia «afuera» y otras, en cambio, se «hundan», también po-
ne en relación el espacio enunciado con el espacio de enunciación. Y, especialmente, la con-
vergencia de líneas supuestamente paralelas, produce punto de vista en tanto se entiende que
las líneas convergen a medida que se alejan.
A pesar de esta variedad de técnicas y métodos de representar perspectivamente, existe
en Occidente la tendencia a pensar que hay un único sistema de perspectiva, o al menos un
único sistema de perspectiva correcto. Se trata de la perspectiva geométrica, también llamada
«perspectiva artificial», que fue sistematizada durante el Renacimiento, particularmente por R.
Alberti en 1435. Este sistema se presenta como un método geométrico de proyección de figu-
ras tridimensionales sobre una superficie (o pantalla) bidimensional, de manera que la ima-
gen parezca coincidir con lo que ofrece la visión directa. Según Panofsky, si se respeta este sis-
tema, «el cuadro se halla transformado, en cierto modo, en una ‘ventana’, a través de la cual
nos parece estar viendo el espacio, o sea, donde la superficie pictórica sobre la que aparecen
las formas de las diversas figuras o cosas dibujadas, es negada como tal y transformada en un
mero ‘plano figurativo’, sobre el cual y a través del cual se proyecta un espacio unitario que
comprende todas las diversas cosas» (Panofsky, 1925, 7).

Imagen 1

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Un buen ejemplo de imagen lograda con este sistema de perspectiva geométrica es la ima-
gen 1. Esta imagen está tomada de un manual de perspectiva de 1504 (de Pelerin). La geometri-
zación y la homogeneidad del espacio en función de un único punto de vista se ven claramente
en esta imagen, en cada uno de sus detalles. Por «debajo» de una tal imagen, se encuentra una
grilla geométrica que determina los lugares y tamaños relativos de todas las figuras.
El sistema de perspectiva geométrica se ajusta a la definición semiótica de la perspectiva
como organización deíctica del espacio. Su centro organizador, el Punto de Vista, es el corres-
pondiente, en el enunciado, del lugar del Observador. La convergencia de las paralelas en ese
punto de vista pretende reflejar la «pirámide visual» que, según la óptica geométrica, une al es-
pectador con la imagen. De modo que la perspectiva geométrica es exhaustivamente deíctica; to-
do el espacio representado es geometrizado y homogeneizado en referencia a ese punto de vista.
Y es esa organización exhaustiva del espacio la que hace que la perspectiva geométrica pretenda
representar las cosas «tal como se ven», convirtiendo la superficie pintada en «ventana».
Evidentemente, este sistema de representación perspectiva no es el único que existe, ni
el único correcto. La pintura china de paisajes, por ejemplo, suele presentar un punto de vista
«móvil», de modo que queda claro qué partes del paisaje son más lejanas y cuáles más cerca-
nas, pero de manera que el paisaje se ve simultáneamente desde diferentes alturas y distancias
(punto de vista «aéreo»). Sería etnocéntrico sostener que la perspectiva artificial es intrínseca-
mente superior. Para algunos autores, incluso, la perspectiva geométrica debe criticarse ideoló-
gicamente ya que es correlativa del individualismo burgués, de la actitud «cosista» que separa
al sujeto del mundo de modo que el mundo se reduce a mero «objeto». El contexto histórico
de aparición de la perspectiva artificial refuerza esta interpretación: la perspectiva es contem-
poránea de la filosofía humanista y del nacimiento de la burguesía. Desde este punto de vista,
la perspectiva geométrica es un sistema de representación tan arbitrario como cualquier otro,
con la diferencia de que sus orígenes científicos (la geometría, la óptica) hicieron creer que se
trataba del único sistema correcto.
Pero, por otra parte, la perspectiva geométrica permitió, junto con ciertos descubrimien-
tos químicos, la aparición de la fotografía. Toda cámara, fotográfica o filmadora, está consti-
tuida según principios similares a los de la perspectiva geométrica, donde la lente hace las ve-
ces de «punto de vista», origen de la «pirámide visual» cuya base es la película en la que apa-
rece la imagen. De manera que los principios científicos que subyacen a la perspectiva geomé-
trica tienen una comprobación en la existencia de las imágenes de cámara.
Se ha debatido mucho sobre la perspectiva geométrica: ¿representa fidedignamente la
realidad, o es un sistema arbitrario? Ciertamente, sería imposible demostrar que la perspectiva
representa correctamente la apariencia de la realidad. Es más sensato decir que la perspectiva
artificial construye una idea de espacio y una idea de realidad. Esa es la posición de Panofsky:
la perspectiva geométrica es una «forma simbólica» porque construye el espacio según princi-
pios supuestamente racionales. Estos principios son dos: el espacio es homogéneo, y lo visto
se subordina a un único punto de vista. Así, gran parte de la noción que hoy tenemos sobre el
espacio real, sobre el «mundo», es efecto de la perspectiva geométrica (Panofsky, 1925).
La perspectiva geométrica es un tipo particular de perspectiva, entendiendo «perspecti-
va» en un sentido semiótico general. Esto no significa que sea arbitraria: es un sistema que se
basa en ciertos hechos visuales reales. Los otros sistemas de perspectiva, por otra parte, tam-

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poco son arbitrarios. La comprensión de la organización del espacio en una pintura medieval
o egipcia suele ser inmediata. En el peor de los casos, nuestro ojo etnocéntrico nos hace ver
«errores» allí donde no hay más que diferencias. Pero los diferentes métodos y sistemas de
perspectiva son todos, en algún sentido, «motivados». Si varían de un grupo a otro, no es que
sean arbitrarios, sino simplemente convencionales.
De manera que, para la semiótica de la imagen, la perspectiva no se reduce a la perspec-
tiva geométrica. Existen diversos modos en que el espacio significado por la imagen se conec-
ta con el espacio de la enunciación. La perspectiva, en este sentido, no implica necesariamen-
te que el lugar del Observador se reduzca a un único punto. Y, finalmente, existen las imáge-
nes cuya organización no implica punto de vista alguno, imágenes sin perspectiva.
Para el caso de las imágenes logradas con cámara (fotos, imágenes de cine, TV), vimos
que la estructura misma de la cámara reproduce la organización de la perspectiva geométrica.
Es por eso que toda imagen de cámara lleva inscrito su punto de vista: frente a toda foto se
puede determinar, por vagamente que sea, el punto desde el que fue tomada. Y toda la organi-
zación espacial de la foto, entonces, se hace, deíctica (más o menos deíctica, según el caso).
Los «acá» y «allá» fotografiados se organizan, en la foto, alrededor del Observador: del lugar
real ocupado por el fotógrafo en el momento de tomar la foto, es decir, del «lugar» desde el
cual el espectador debe ver la imagen.
La perspectiva en la imagen, sea del tipo que sea, realiza una deixis espacial en tanto or-
ganiza, tomando en cuenta el lugar del Observador frente a sí, el espacio enunciado en direc-
ciones, lugares y posiciones relativas al espacio de la enunciación. O, para decirlo en términos
verbocéntricos, la perspectiva le permite a la imagen «hablar» de «aquí», «allá», «cerca», «le-
jos», tomando siempre como referencia al Observador. Lo que hace que el espectador tienda a
decir que algo está «cerca (o lejos) de mí».

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Polifonía

Interacción de voces:
polifonía y heterogeneidades
Mariana di Stefano y María Cecilia Pereira

Las preguntas que han orientado la reflexión sobre la polifonía son las siguientes:
•¿Qué voces se manifiestan en un enunciado?
•¿El enunciador marca la presencia de otras voces en su enunciado o hay una presencia
disimulada?
•¿Cómo son introducidas esas voces en el discurso?
•¿Qué relaciones mantiene el enunciador principal con esas voces que deja oír en su
enunciado?
•¿En qué tradición discursiva se inscribe la interacción de voces que presenta un enun-
ciado?
•¿Qué función cumplen esas voces en el enunciado?

La presencia de múltiples voces en los discursos fue estudiada por distintos autores, des-
de perspectivas teóricas diferentes. Desde la perspectiva enunciativa, Oswald Ducrot se inte-
resó por observar cómo participa la polifonía de la “puesta en escena” discursiva a través de la
cual el hablante realiza una acción, en relación con sus interlocutores y su contexto, y orienta
hacia una conclusión argumentativa que responde a sus intenciones. Desde esta perspectiva,
destaca que las voces diferentes presentes en un enunciado están asociadas a puntos de vista
que pueden mantener una relación de coorientación o de oposición al punto de vista del lo-
cutor (o enunciador principal).
Según Ducrot, la polifonía es:
“la puesta en escena en el enunciado de voces que se corresponden con puntos de vista di-
versos, los cuales se atribuyen -de un modo más o menos explícito- a una fuente, que no es
necesariamente un ser humano individualizado.”
Desde la perspectiva del Análisis del Discurso, la presencia de múltiples voces en el in-
terior de un discurso es interpretada a la vez como una huella del fenómeno de “heteroglo-
sia”, que había señalado Mijaíl Bajtín, y como una huella de la regulación del interdiscurso en
la producción discursiva, que habían señalado M. Foucault y M. Pêcheux.
Bajtín llamó “heteroglosia” a la multiplicidad de formas del uso del lenguaje asociadas a
las distintas esferas de la praxis social, de las que los sujetos se apropian para hablar. Para Bajtín,

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hablar es siempre hacerlo a partir de las palabras de otros, ya que el sujeto adquiere capacidad
de comunicarse verbalmente en situaciones concretas en la medida en que se apropia y adapta
a su propia intención lo que otros han dicho a lo largo de la historia en situaciones diversas.
El hablante, dice Bajín, no va a buscar las palabras al diccionario antes de hablar: el ha-
blante va a buscar las palabras a la boca de los demás, que ya hablaron en otros contextos. En
este sentido, para él, la palabra de un hablante es parcialmente ajena, porque lo que dice ya
fue dicho por otros. La idea de heterogeneidad contenida en el concepto de “heteroglosia” re-
mite a la idea de que todo enunciado deja oír los ecos de distintos sujetos sociales, inscriptos
en distintos espacios sociales, en distintos momentos históricos y en distintas ideologías.
El “interdiscurso” remite al conjunto de reglas de una formación discursiva y al conjun-
to de discursos que la componen. Para el Análisis del Discurso, el sentido de un discurso debe
considerarse a partir de su relación con el interdiscurso, es decir en relación con los discursos
de la propia formación discursiva y también con los ajenos. En este sentido, el interdiscurso
no es algo exterior a un discurso particular ni un marco que lo contiene, sino una presencia
central que define las posibilidades de producción de un discurso y su identidad frente a los
otros. Es en esa relación en la que se define también la interacción de voces.
Según Jaqueline Authier-Revuz, inscripta en la perspectiva del Análisis del Discurso, la
presencia de múltiples voces en un enunciado se manifiesta a través de dos formas:

•La heterogeneidad constitutiva de la enunciación (concepción de Bajtín de heteroglosia).


•La heterogeneidad mostrada: el enunciador muestra parcialmente en su enunciado la
heteroglosia; indica que algunas palabras las ha tomado de otro enunciador. Como no muestra
toda la heteroglosia, la heterogeneidad mostrada constituye una representación de la constituti-
va en el enunciado, construida por el enunciador principal o locutor. De este modo, el yo repre-
senta su autonomía; se diferencia de los otros y construye su propia identidad. Por eso la hete-
rogeneidad es también designada como alteridad, ya que deja ver al otro por oposición al yo.

Formas prototípicas de la heterogeneidad o alteridad mostrada


Son los llamados discursos referidos, es decir, discursos que remiten al discurso de otro.
Permiten identificar un discurso citante y un discurso citado, aunque los límites entre uno y
otro varían en cada caso:

a) Discurso Directo
b) Discurso Indirecto
c) Discurso Indirecto Libre

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a) Discurso Directo (DD)


• Encadena dos acontecimientos enunciativos: una enunciación citante (la del enuncia-
dor principal) y una enunciación citada (la palabra del otro), diferenciando claramente una
de otra y restituyendo palabras textuales de la citada. Para diferenciar ambas voces utiliza co-
millas, a veces luego de dos puntos, y utiliza un verbo introductorio (verbo de decir), que pue-
de aparecer en distintas posiciones.
• Es el discurso citante quien debe explicitar las referencias de la palabra citada, cuyo
grado de precisión varía según los géneros y los enunciados.

Ejemplos de DD:
- Ejemplo de discurso académico (ensayo) en que se explicita quién es el responsable de la
palabra citada, se usa un verbo de decir en posición anterior a la palabra citada, dos puntos y
comillas:
Maingueneau (1991:11) afirma: “Cuando hoy se habla de una ‘lingüística del discurso’ per-
cibimos que se designa así […] a un conjunto de investigaciones que abordan el lenguaje”.
La característica común de estas investigaciones es que colocan en primer plano la activi-
dad de los sujetos hablantes, la dinámica enunciativa, la relación con un contexto social,
etc.
No hay duda de que las investigaciones retóricas se inscriben, desde el margen de la disci-
plina, en este horizonte de pensamiento.
Plantin, Ch. (2000) La argumentación, Barcelona: Ariel.

Cuando la cita excede las tres líneas, las marcas difieren. Se emplea un sangrado mayor y
se suprimen las comillas, como en el siguiente ejemplo:
Maingueneau (1991:11) afirma:
De hecho, cuando hoy se habla de una ‘lingüística del discurso’ percibimos que se designa
así no una disciplina que tendría un objeto bien determinado, sino un conjunto de investi-
gaciones que abordan el lenguaje colocando en primer plano la actividad de los sujetos ha-
blantes, la dinámica enunciativa, la relación con un contexto social, etc.
No hay duda de que las investigaciones retóricas se inscriben, desde el margen de la disci-
plina, en este horizonte de pensamiento.
Plantin, Ch. (2000) La argumentación, Barcelona: Ariel.

Estas marcas de la heterogeneidad mostrada varían históricamente e incluso pueden ser


diferentes según las comunidades académicas de origen.

- Ejemplo de discurso periodístico (crónica) en el que se explicita quién es el responsable de


la palabra citada, se utilizan comillas y verbo de decir en posición posterior a la palabra cita-
da, separado de esta por coma:
"Venimos a plantear la unidad detrás de estas políticas que tienen un impacto positivo a ni-
vel social, económico y productivo en nuestras provincias que lleva adelante la Presidenta",
dijo Scioli en declaraciones a la prensa al ingresar a la sede del PJ Nacional de Matheu 130.
La Nación, 30/09/2013

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b) Discurso Indirecto (DI)


El enunciador utiliza diversos marcadores para diferenciar su voz de la citada. La pala-
bra del otro es reformulada, de modo que se pierde nitidez acerca de dónde comienza y termi-
na la palabra de cada uno y se pierde la enunciación original de la palabra citada. Los marca-
dores más frecuentes son:
•X dijo que
•Según X / Para X / a juicio de X,
•Al parecer / se dice que
• Uso del condicional

Ejemplos de DI:
- El uso de uno u otro marcador, o el uso combinado de estos, pueden marcar mayor o
menor distancia de la voz citada:

Según fuentes próximas, el Tribunal de Cuentas prepara un informe crítico sobre la Secre-
taría de Transporte. (Diario Clarín)
Podría reformularse de los siguientes modos:
-El Tribunal de Cuentas prepara un informe sobre la Secretaría de Transporte que, se dice,
sería más bien crítico.
-El Tribunal de Cuentas estaría preparando un informe crítico sobre la Secretaría de Trans-
porte.
-El presidente del Tribunal de Cuentas sostuvo que en breve se dará a conocer el informe
sobre la Secretaría de Transporte.

Ejemplos de formas híbridas que combinan DD y DI:


•DI + Islotes textuales:
El gobernador bonaerense Daniel Scioli encabeza la reunión del Consejo Nacional del Par-
tido Justicialista que, según afirmó, fue convocada para mostrar "la unidad" del peronismo
detrás de la presidenta Cristina Kirchner y en "respaldo de los candidatos" del Frente para
la Victoria.
La Nación, 30/09/2013
•Alternancia DD/DI
El gobierno de Mauricio Macri planteó ante el Consejo Federal de Educación la necesidad
de ampliar a 17 esas 10 orientaciones originales. Similar reclamo hicieron las provincias de
Salta y de Mendoza. Aún no se ha dado una respuesta al pedido, aunque se encuentra en
estudio en una comisión especial de ese ente que agrupa a todos los ministros de Educa-
ción del país.
Al igual que en todo el período en que se mantuvieron ocupadas las escuelas por parte de los
estudiantes, ayer el jefe de gobierno porteño reiteró su rechazo a esa modalidad de protesta.
"El sistema de tomas aleja a los alumnos y a los padres de las escuelas públicas", afirmó
Mauricio Macri durante el programa de televisión Almorzando con Mirtha Legrand. Insistió
en marcar que el diálogo con los estudiantes "sigue abierto" para lograr superar el conflicto
que afecta el normal dictado de clases y elogió al ministro de Educación, Esteban Bullrich:
"Es el ministro más dialoguista de toda la historia".
La Nación, 30/09/2013

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c) Discurso Indirecto Libre


El locutor habla con palabras de otro enunciador, que reproduce en parte en forma tex-
tual y en parte en forma indirecta. El locutor adopta un punto de vista externo sobre el dis-
curso del enunciador citado. Combina DD y DI, no tiene marcas propias y no puede ser iden-
tificado fuera de contexto. No son claros los límites entre las voces citantes y citadas.
Ejemplo:
María salió al balcón. ¡Qué alegría! Hoy todo estaba preparado y por fin podía instalarse.
En este ejemplo, el locutor observa desde afuera lo que María hace y dice, y lo cuenta.
Para ello, recurre por momentos al DD (“¡Qué alegría! Hoy todo”), pero sin aviso pasa al DI
(los tiempos verbales son la marca de este: “estaba”, “podía”).

2. Otras formas de la heterogeneidad o alteridad mostrada


Son casos en los que el enunciador muestra una heterogeneidad que puede deberse a
otra lengua, otro registro u otro discurso. Se considera que en estos casos lo que el enuncia-
dor muestra es una “ruptura de la isotopía estilística” que rompe el estilo dominante del
enunciado, ya sea porque introduce otra lengua, o porque utiliza expresiones propias de otros
registros (formas más o menos formales, coloquiales o especializadas en el uso del lenguaje,
según el destinatario), ya sea porque recurre a un léxico propio de determinadas teorías, ideo-
logías o comunidades discursivas. Es importante destacar que mientras para la perspectiva
enunciativa, lo importante es observar los puntos de vista asociados a las lenguas, registros o
discursos puestos en contacto en el enunciado, para el Análisis del Discurso además de ese as-
pecto polifónico, se trata de analizar cómo está operando el interdiscurso en ese enunciado,
en el que se marcan determinados elementos como una ruptura del estilo, apreciación que
puede ser o no compartida por sus destinatarios o por el resto de los hablantes. Es decir, al AD
le interesa ver qué representación construye el enunciador sobre el estilo homogéneo y sobre
los elementos que producen su ruptura. La ruptura de la isotopía estilística puede presentarse:
a) marcada a través de comillas o de bastardillas.
- Los fideos están al dente.

El uso de la bastardilla revela una inscripción en un interdiscurso que, al menos en de-


terminados contextos comunicativos, señala la expresión “al dente” como ajena y como índice
de la valoración de la italianidad en relación con las pastas. Así, este enunciador considera que
con la expresión “al dente” está usando una lengua distinta a la que venía utilizando y ajena a
la de la comunidad en la que está interactuando y por ello la marca de algún modo, para comu-
nicar a su destinatario su apreciación. En términos de Authier-Revuz, son casos en que el enun-
ciador “vuelve sobre sus propias palabras y negocia con la heterogeneidad constitutiva de su
discurso” y por ello pone una marca (en este caso, la bastardilla), en función de las representa-
ciones que tiene sobre sus interlocutores y sobre la situación en que se encuentra.

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En la Sección Espectáculos, el diario Página/12 publicó:

Sábado, 14 de marzo de 2015


ZAZ EN EL LUNA PARK, CON CANCIONES PARISINAS Y DE TODA SU CARRERA
Encanto de una voz que sabe emocionar

Aunque tuvo que superar problemas de sonido y le costó hacer entrar en clima al público,
Isabelle “Zaz” Geffroy supo poner en juego su carisma y, sobre todo, la calidad interpretativa
necesaria para abordar clásicos de la chanson y no naufragar en el intento.

En este caso, el diario marca con comillas “Zaz”, el sobrenombre de la artista. De este
modo el enunciador indica una ruptura estilística ya que el interdiscurso en el que se inscribe
lo orientaría en este género (la crítica de espectáculos) a hacer una referencia a los artistas más
precisa y formal, a través de sus nombres y apellidos, mientras el sobrenombre sería un modo
informal de nombrarlos. Lo que marca la comilla, en este caso, es una ruptura por registro.
Pero nótese que mientras marca la heterogeneidad producida por el sobrenombre
(“Zaz”) no marca la palabra “chanson”, pese a que se trata de un término que pertenece a otra
lengua. Desde el AD, este es un ejemplo de heterogeneidad constitutiva: se habla con palabras
de otros, como es en este caso la palabra utilizada por los franceses para designar un género
musical, que es naturalizada e indiferenciada de la palabra propia por este interdiscurso. Todo
enunciador señala algunas heterogeneidades como tales en su enunciado, en función de sus
representaciones sobre el género que está usando, sus destinatarios, su finalidad, entre otros.
Al no marcar la palabra “chanson”, este enunciado sugiere que se trata de un término ya in-
corporado en la lengua que habla la comunidad discursiva del diario.
Hay que destacar que la ruptura estilística puede darse también al introducir términos for-
males en un discurso íntegramente informal, o términos en variedad estándar del español en
discursos en los que predomina otra variedad (regional, dialectal, sociolectal, cronolectal, u
otra), ya que la norma discursiva que predomina en un discurso no necesariamente es coinci-
dente con la norma estándar. Por ejemplo, en el tango Cambalache, hay una ruptura de la isoto-
pía estilística por registro, debida a la presencia de términos como “problemático” y “febril”:
…siglo veinte cambalache, problemático y febril/ el que no llora no mama y el que no afa-
na es un gil /Dale nomás…

Al igual que en el ejemplo de “chanson”, la falta de marcación de la heterogeneidad, ex-


plicable en el tango, en parte por la oralidad, permite tomar este ejemplo como un caso de
heterogeneidad constitutiva: el enunciador del tango habla a través de palabras dichas por
otros en contextos diversos y no señala la alteridad.

b) En otros casos, puede no haber comillas ni bastardillas pero se marca la ruptura a tra-
vés de una referencia explícita del enunciador sobre sus palabras, a través de un comentario.

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Ejemplos:
- Los fideos están al dente, como dicen los italianos.
- Para usar una expresión grosera, es un kilombo.
- El modelo, como dice el kirchnerismo.
- En el Curso de Lingüística General encontramos, así, lo que debe ser reconocido como una
contradicción, en el sentido materialista del término.

3. Formas de la heterogeneidad integrada o formas de la alusión


Según Ducrot, el enunciado en algunos casos muestra en su enunciación voces super-
puestas. El enunciado alude en forma implícita a otras voces. Por eso, estas formas son llama-
das también formas de la alusión:

a) Negación:
Tipos de negación:

• Negación polémica: opone el punto de vista de dos enunciadores antagónicos. Corres-


ponde a la mayoría de los enunciados negativos.
Ejemplos:
- La justicia actualmente no es democrática.
- Semiología no es un filtro.

• Negación descriptiva: presenta un estado de cosas que no necesariamente se opone a


un discurso adverso. Si bien siempre hay que considerar el contexto de producción del enun-
ciado, se trata de casos en los que la carga polémica es ínfima.
Ejemplo:
-No hay una nube en el cielo.

• Negación metalingüística: contradice los términos utilizados en un enunciado previo.


Permite cuestionar el empleo de un término o de un grupo de palabras en virtud de alguna re-
gla sintáctica, morfológica, social que se manifiesta, implícita o explícitamente, en el enuncia-
do correctivo posterior.
Ejemplos:
- Juan se ha ido al laburo.
-No, no se ha ido al laburo. Se ha ido al trabajo

b) Ironía:

- ¡Qué hombre encantador!


(Expresión de una mujer ante una situación en la que un hombre maltrata y agrede a su
esposa)

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c) Concesión:
- Aunque se han logrado grandes avances en estos años, falta todavía bastante para una
distribución justa de la riqueza.

A partir de conectores adversativos, como aunque o pese a que, se introduce otra voz que
es la responsable de lo que allí se afirma. Esta forma suele llamarse concesión retórica, ya que
el enunciador principal trae esa otra voz a su enunciado, le concede cierto grado de verdad,
pero inmediatamente después hace una aserción que limita o refuta esa palabra aludida.

d) Presuposición:
- En un mundo marcado por la interconexión y la velocidad, lo que puede ponernos en
dificultades es lo nuevo, lo desconocido.

Lo primero es lo supuesto (se presenta como evidencia y se sustrae a la impugnación), y


lo segundo es lo admitido, es una aserción sometida a eventuales objeciones. La polifonía está
dada por la presencia de dos enunciadores: el que es responsable de lo presupuesto (la voz de
la doxa, de la opinión común) y el que se hace cargo de lo expuesto.

- La inflación sigue subiendo.


En este caso, lo presupuesto es que antes de esta enunciación la inflación ya había subido,
lo cual se atribuye a una voz cuya palabra no se pone en duda.

-Es linda pero inteligente.


- Es varón pero sensible.
En estos casos lo presupuesto es otra voz, cuya conclusión es relativizada por otra voz
que introduce un caso que se aparta de lo que esa voz considera lo normal: “Las lindas son
tontas”, “Los varones son insensibles/ rudos /fríos”.
Desde la perspectiva del AD, el juego polifónico es analizado a partir de la intervención
del interdiscurso que lo produce, en este caso el discurso machista.

e) Intertextualidad: la alusión
Es otra forma de alteridad integrada, definida por G. Genette. Refiere a la relación de co-
presencia entre dos o más textos, por la presencia efectiva de uno en otro. Se puede dar por pla-
gio, cita (como hemos visto cuando analizamos el Discurso Directo) o alusión, que es una for-
ma de heterogeneidad integrada:
- Lo que el viento se llevó
(Titular de Página/12, al día siguiente de un tornado)

- Muerte en Buenos Aires


(Título de film que alude a Muerte en Venecia, film de Luchino Visconti y novela de Thomas
Mann).

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4. Enumeración de las formas de la heterogeneidad mostrada


a través de comillas o bastardillas
Según Authier –Revuz, tanto las comillas como las bastardillas:
•Son un llamado de atención del enunciador hacia su enunciatario, pero dejan a este la
tarea interpretativa. “Son un hueco, una falta que hay que llenar interpretativamente.”
Maingueneau agrega:
•Suelen usarse, unas u otras, con sentidos similares, aunque algunos espacios sociales re-
gulan en mayor medida un uso diferenciado.
•Los espacios más regulados, instalan usos obligatorios, especialmente de las comillas.

a) Comillas: usos y funciones frecuentes


•Citas directas, palabras o islotes textuales.
•Ruptura de la isotopía estilística (palabras extranjeras, cambio de registro).
•Función metalingüística (“Gato” tiene cuatro letras).
•Toma de distancia, reserva de un locutor respecto de otra voz (este uso es preferencial
respecto de la bastardilla).

b) Bastardilla. Usos y funciones frecuentes


•Palabras extranjeras (se la prefiere a las comillas en medios gráficos y escritos académicos).
•Cambio de registro.
•Para destacar ciertas unidades, que en el discurso académico suelen ser conceptos.
•Función metalingüística.

Bibliografía
ARNOUX, Elvira (1986): "La Polifonía", Cuadernillo La Enunciación, Cátedra de Semiología, Ci-
clo Básico Común, UBA.
AUTHIER-REVUZ, Jaqueline (1984): "Hétérogénéité(s) énonciative(s)", Langages Nº 73.
DUCROT, Oswald (1984): El decir y lo dicho, Buenos Aires, Hachette.
MAINGUENEAU, Dominique (2009): Análisis de textos de comunicación, Buenos Aires, Ediciones
Nueva Visión.

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Ejercitación
• Analice el uso de comillas y bastardillas en los textos que siguen.

• Vuelva sobre las preguntas planteadas al inicio de este artículo y respóndalas a partir del análisis realizado en
el punto anterior.

Texto 1:
Fue demasiado largo el litigio con los que no entraron en los canjes de deuda, los holdouts
o como los llaman desde el gobierno los "fondos buitre". […]
Si insistimos en no pagar, las opciones son muy peligrosas. La primera que se podría verifi-
car si no se llegara a un acuerdo con los holdouts antes, podría ocurrir el 30 de junio. Si no
les pagamos a ellos antes, los "fondos buitre" podrían embargar el pago en el banco y, por
la cláusula de cross-default, entraríamos en una cesación de pagos, situación que sería muy
mala para el país.
Orlando Ferreres, “La negociación, la mejor opción
que tenemos”, La Nación, 18/06/2014.

Texto 2:
Dediqué varios artículos entre 1987 y 1992, y un libro (1992) a tratar de explicar por qué,
en mi opinión, es tan errado hablar de "tipos de textos". La unidad "texto" es demasiado
compleja y heterogénea como para presentar regularidades lingüísticamente observables y
codificables, por lo menos en este nivel de complejidad. Es por esta razón que, a diferencia
de la mayoría de mis predecesores anglosajones, propuse situar los hechos de regularidad
llamados "relato", "descripción", "argumentación", "explicación", y "diálogo" en un nivel
menos elevado en la complejidad composicional, nivel que propuse llamar secuencial. Las
secuencias son unidades composicionales más complejas que los períodos, […]
Un texto con secuencia dominante narrativa está generalmente compuesto de […]
Jean-Michel Adam, Linguistique textuelle. Des genres
de discours au textes. París, Nathan, 1999.

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Los enunciados referidos, sus funciones


y la atribución de la responsabilidad enunciativa
María Cecilia Pereira

La inclusión de enunciados referidos en forma de citas o discursos directos, de alusiones,


de islotes textuales y de discursos indirectos cumple diversas funciones en los discursos. Al
mismo tiempo que desempeñan su función, estas voces marcadas como ajenas son siempre
un índice de los conocimientos que el enunciador busca exhibir y/o del posicionamiento –po-
lítico, teórico, filosófico, etc.– que adopta su discurso.
En los discursos en los que se defiende un punto de vista sobre un tema o un problema,
se emplean enunciados referidos para reforzar, ilustrar, probar o introducir un argumento.
Otras veces se incluyen las palabras de otro en el contexto de una polémica, con el fin de evi-
denciar el punto de vista que será objeto de refutación. Cuando se cita un texto consagrado o
a una autoridad en la materia, además de otras funciones, la cita respalda y otorga solidez a la
voz enunciadora y a su posicionamiento. En los textos expositivos, las citas buscan mostrar
con claridad conceptos centrales propuestos por el autor cuyos planteos están siendo explica-
dos. Al igual que en los otros usos, esas citas son introducidas, comentadas y/o analizadas por
el enunciador que, de distintas formas, exhibe su subjetividad. También es frecuente emplear
la cita en el epígrafe de una obra, donde suele indicar el diálogo que el enunciador busca en-
tablar entre la cita epígrafe y su texto, o su inscripción en el interdiscurso citado. A continua-
ción, presentamos ejemplos de enunciados referidos que desempeñan distintas funciones en
los enunciados en los que son integrados.
En el fragmento del siguiente artículo, la autora cuestiona la libertad de opción de los su-
jetos ante las producciones culturales y apela a una cita que, por la autoridad de sus autores,
refuerza el argumento con valor probatorio.

En la Industria Cultural hay una constante repetición de lo mismo, no se permite la innova-


ción. Los films, la radio, las publicaciones periódicas no aparecen como una serie desordena-
da de expresiones culturales, sino que constituyen un sistema tendiente a la uniformidad.
Los sujetos creen que son libres de elegir en una oferta plural de posibilidades, pero esto no
es así. En La dialéctica de la Ilustración, los filósofos Adorno y Horkheimer, animadores de la
célebre Escuela de Frankfurt, dicen: “La apariencia de libertad de elección del sujeto frente a
los productos de la industria cultural pone de relieve su falsedad al promover una libertad
donde las opciones a tomar ya fueron decididas por el mercado, que es el que verdaderamen-
te elige”.
María Daniela Noceti, “Matrix: Control e Iluminis-
mo” Revista virtual Temakel

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La cita ratifica la inscripción del enunciador en una corriente filosófica inspirada en los
planteos de Nietzsche, Marx y Freud para analizar de modo crítico la dinámica de la sociedad
burguesa que se organiza económicamente a través del capitalismo. La autoridad de la Escuela
de Frankfurt no solo otorga fuerza al argumento, sino que le permite al enunciador construir
una imagen de sí como un intelectual conocedor de la historia del pensamiento que, además
de emplear conceptos como el de “Industria Cultural”, domina las fuentes que los han siste-
matizado.
Otras veces las citas –el islote textual, el discurso indirecto o la alusión– presentan el
punto de vista que es objeto de críticas o de refutaciones por parte del enunciador. Es el ca-
so de un conocido informe del Dr. Ignacio Bosque que, avalado por las autoridades de la Real
Academia Española, objetó, desde su punto de vista lingüístico, una serie de guías de lenguaje
no sexista propuestas por distintas instituciones españolas. El enunciador parte de citas de las
guías y, mediante el argumento por el absurdo, busca refutarlas (en el ejemplo, las citas figu-
ran en bastardillas y remiten a las siglas de la institución autora de la guía):

Los lectores curiosos e interesados que lean con atención las guías de lenguaje no sexista se
formularán un gran número de preguntas lingüísticas, pero me temo que buscarán inútil-
mente las respuestas entre sus páginas. El lector de estas guías habrá aprendido, en efecto,
que es sexista decir o escribir El que lo vea (MUR-4) en lugar de Quien lo vea; que también lo
es la expresión Los futbolistas (AND-37) en lugar de Quienes juegan al fútbol; [...] y que en la
redacción de los convenios colectivos deben evitarse expresiones como permiso para acudir
a la consulta del médico (CCOO-52), puesto que este uso discrimina a las médicas.
Una vez que haya asimilado todas estas directrices, el lector se preguntará probablemente si
es o no sexista usar el adjetivo juntos, masculino plural, en la oración Juan y María viven
juntos. Como este adjetivo “no visibiliza el femenino”, en este caso el género del sustantivo
María, es de suponer que esta frase es sexista. Tal vez el que la construyó debería haber di-
cho… viven en compañía para no ser discriminatorio con las mujeres. Pero, ¿qué hacer si el
predicado fuera… están contentos,… están cansados o… viven solos? ¿Deberían tal vez usarse
en estos contextos adjetivos que no hagan distinción en la concordancia de género, como
alegres o felices, o locuciones que no la requieran, como en soledad? De nuevo, ninguna res-
puesta.
¿Será o no sexista el uso de la expresión el otro en la secuencia Juan y María se ayudan el uno
al otro en lo que pueden? Como esta expresión tampoco visibiliza el femenino en la concor-
dancia, cabe pensar que esta frase también es sexista. Si a un hombre o una mujer se le es-
capa la frase Ayer estuvimos comiendo en casa de mis padres, ¿estará siendo sexista? Segura-
mente sí, se dirá, puesto que el sustantivo padres designa aquí al padre y a la madre conjun-
tamente. Como se sabe, el español no posee un término particular para estos usos, a dife-
rencia del inglés, el francés o el alemán, entre otras lenguas. Así pues, el sustantivo padres
tampoco visibiliza a la mujer, a pesar de que la abarca en su designación. Pero, si hay que
evitar estas expresiones, por sexistas, tampoco podremos usar los reyes, mis tíos o sus suegros
para designar parejas (ni tus primos para referirse a grupos), ya que la anulación de la visibi-
lidad de la mujer se extiende a todas ellas. ¿Debería entonces pedirse a la RAE que expulsa-
ra estas voces de su diccionario (padre: 9. pl. El padre y la madre, DRAE) y de su gramática
(Nueva gramática, § 2.2l)?
Ignacio Bosque, “Sexismo lingüístico y visibilidad
de la mujer”, 1 de marzo de 2012.

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En el primer párrafo del fragmento figuran, en forma de islotes textuales, ejemplos pro-
venientes de las guías que se criticarán. Ya desde su presentación, la introducción de esas vo-
ces anticipa la posición del enunciador: se buscarán “inútilmente las respuestas entre sus pági-
nas”. Al mismo tiempo, el enunciador procura generar cierta complicidad con el enunciatario,
al que no incluye entre los lectores “que habrán aprendido, en efecto, que es sexista decir o
escribir El que lo vea (MUR-4) en lugar de Quien lo vea”. La ironía con la que se burla del enun-
ciador “ingenuo” de las guías, a la vez que descalifica sus planteos, permite inferir rasgos de
quien realiza las citas: su posición de superioridad, cierta soberbia, entre otros.
Con ejemplos que no provienen de las guías, en los párrafos siguientes se incluyen pre-
guntas retóricas, que son “falsas preguntas” porque el enunciador no desconoce las repuestas
ni se las autoformula para luego contestarlas de manera explícita. Por el contrario, en el mo-
vimiento refutativo del texto, las preguntas retóricas refuerzan la descalificación de la voz an-
teriormente citada y buscan la adhesión del lector del texto al punto de vista del enunciador
(entre otras: “¿Será o no sexista el uso de la expresión el otro en la secuencia Juan y María se
ayudan el uno al otro en lo que pueden?”).
Otras veces la cita tiene valor probatorio de las afirmaciones del enunciador, quien
puede además destacar algunas palabras con la negrita, como en el siguiente ejemplo del dis-
curso periodístico:

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) recomendó al Estado argentino


que otorgue el beneficio de la detención domiciliaria a Milagro Sala, presa en la cárcel de
Alto Comedero, en Jujuy, desde enero de 2016. En el texto, la CIDH sugirió “medidas al-
ternativas a la detención preventiva, como el arresto domiciliario, o bien, que la señora
Milagro Sala pueda enfrentar los procesos en libertad con medidas como la fiscalización
electrónica”.
Clarín, 28 de julio de 2017

Como se observa en el ejemplo, la introducción de las voces de otros en el discurso se


realiza mediante los llamados “verbos de decir”: “la CIDH sugirió ‘medidas […]’”; la CIDH
“recomendó al Estado argentino que otorgue el beneficio de la detención domiciliaria”. Estos
verbos orientan la interpretación del discurso citado indicando, en este caso, el acto de habla:
el documento citado no es representado como una orden –un fallo- sino como una sugeren-
cia, una recomendación.
Entre las múltiples funciones que desempeñan, los verbos introductorios de la voz de
otros pueden señalar el punto de vista del enunciador sobre lo que se ha dicho (admitió, reve-
ló, mintió en la siguiente declaración…); el momento del discurso que se cita (concluyó), si lo
que se cita remite a un mundo visto como ficcional o irreal (imaginó…), etc.
En los discursos expositivo-explicativos, las citas o los islotes textuales suelen entrelazar-
se con los discursos indirectos para dar precisión y claridad a los conceptos o ideas que se bus-
can explicar:

Las diferentes teorías en torno a la presencia en el documental de elementos aje-


nos a la realidad objetiva han dado lugar a diferentes categorizaciones basadas en

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la relación entre veracidad y verosimilitud, como la propuesta por Bill Nichols. Pa-
ra Nichols, existen tres niveles de realismo: el empírico, el psicológico y el históri-
co. Según este autor, el realismo empírico defiende unas bases naturalistas que, co-
mo el propio Nichols reconoce, estarían basadas en una premisa errónea porque
los hechos no están implícitos en la naturaleza sino que son el “producto de una
construcción social” (Nichols, 2011: 223). En cualquier caso, este realismo asegura
una relación significativa entre cada imagen y su referente. El realismo histórico,
en cambio, partiría de la supuesta objetividad de la filmación, desmentida por to-
do aquello que ocurre fuera del campo visual, o en los momentos anteriores y pos-
teriores a la filmación, que no son captados por la cámara. Finalmente, el realismo
psicológico pretende transmitir “una sensación de representación verosímil, creí-
ble y exacta de la percepción y la emoción humanas” (Nichols, 2011: 224).
Ramón Sanjuan Mínguez, “La sombra de Alfred Hitchcock en la se-
rie documental LIFE” , Toma Uno (N° 1): 67-82

Pese a que los segmentos expositivos tienden a omitir subjetivemas valorativos o axiló-
gicos, la introducción de las voces expuestas en el fragmento anterior revela la presencia pro-
gresiva de huellas de la actividad valorativa del enunciador. En efecto, se observa inicialmente
una construcción de la objetividad a través del uso de formas no verbales en la introducción
de los enunciados referidos (“Para Nichols…”, “Según Nichols …”) y luego se ve un desliza-
miento hacia formas que revelan la posición del enunciador (“el propio Nichols reconoce…”)
y que implican un juicio sobre el carácter falso, incorrecto o dudoso de lo que afirma otra de
las voces citadas (“el realismo psicológico pretende transmitir …”)

En síntesis, la interacción de voces va conformando un juego enunciativo en el que el


enunciador principal se hace cargo de algunas partes de su discurso y delega otras. Así, incor-
pora voces que coinciden o discrepan con su punto de vista. Estas voces, a la vez que dan
cuenta de rasgos del enunciador y del modo en que interpela a su enunciatario, son de un
modo u otro objeto de su interpretación. Por eso, una lectura crítica de la heterogeneidad
mostrada exige considerar los diversos sentidos que las formas de asunción y delegación de la
responsabilidad enunciativa le imprimen al discurso.

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Ejercitación
a) Lea el siguiente texto de Jorge Luis Borges y conteste las preguntas que siguen, que hemos seleccionado entre
las elaboradas por integrantes del proyecto "Políticas del lenguaje y enseñanza de la lengua", E. Arnoux (dir), en
2003, para investigaciones realizadas en el marco del proyecto.

Juicio general
[1] En cenáculos europeos y americanos he sido muchas veces interrogado sobre la literatu-
ra argentina e invariablemente he respondido que esa literatura (tan desdeñada por quie-
nes la ignoran) existe y que comprende, por lo menos, un libro, que es el Martín Fierro. Jus-
tificar esa primacía es el fin que estas últimas páginas se proponen.
[2] En el capítulo anterior he recopilado algunos juicios críticos. Una justificación simbóli-
ca podría reducirlos a dos: el de Lugones, para quien el Martín Fierro es una epopeya de los
orígenes de los argentinos; el de Calixto Oyuela, para quien el poema sólo registra un caso
individual. “Justiciero y libertador” es la definición que ha estampado Lugones; “hombre
con visible declinación hacia el tipo moreiresco de gaucho malo, agresivo, matón y pelea-
dor con la policía”, la que Oyuela prefiere. ¿Cómo resolver el debate?
[3] El crítico francés Rémy de Gourmont se complacía en el ejercicio difícil de disociar
ideas. En la controversia que acabo de resumir, se confunde la virtud estética del poema
con la virtud moral del protagonista, y se quiere que aquella dependa de ésta. Disipada esa
confusión el debate se aclara.
[4] Retomemos el tema de la clasificación propuesta por Lugones. Para los griegos el mayor
poeta era Homero; la veneración que le tributaban se extendió al género a que pertenecían
sus obras y surgió así el culto secular de la épica, que llenaría a Italia de epopeyas artificia-
les e induciría, en el siglo XVIII, a Voltaire a fabricar Henriade, para que no le faltara una
epopeya a la literatura francesa… Pero ya Aristóteles había señalado que la tragedia puede
aventajar a la épica en brevedad, en unidad y en perspicuidad; Lugones, al reclamar para el
Martín Fierro el nombre de epopeya, no hace otra cosa que revivir una vieja y dañina su-
perstición.
[5] La palabra epopeya tiene, sin embargo, su utilidad en este debate. Nos permite definir la
clase de agrado que la lectura del Martín Fierro nos da; ese agrado, en efecto, es más pareci-
do al de la Odisea o al de las sagas que al de una estrofa de Verlaine o de Enrique Banchs.
En tal sentido es razonable afirmar que el Martín Fierro es épico, sin que ello nos autorice a
confundirlo con las epopeyas genuinas. Además, la palabra puede prestarnos otro servicio.
El placer que daban las epopeyas a los primitivos oyentes era el que ahora dan las novelas:
el placer de oír que a tal hombre le acontecieron tales cosas. La epopeya fue una preforma
de la novela. Así, descontado el accidente del verso, cabría definir al Martín Fierro como
una novela. Esta definición es la única que puede transmitir el orden de placer que nos da
y que condice sin escándalo con su fecha, que fue, ¿quién no lo sabe?, la del siglo novelísti-
co por excelencia: el de Dickens, el de Dostoievsky, el de Flaubert.
[6] La épica requiere perfección en los caracteres; la novela vive de su imperfección y com-
plejidad: Para unos, Martín Fierro es un hombre justo; para otros un malvado o, como dijo
festivamente Macedonio Fernández, un siciliano vengativo; cada una de las opiniones con-
trarias es del todo sincera y parece evidente a quien la formula. Esta incertidumbre final es
uno de los rasgos de las criaturas más perfectas del arte, porque lo es también de la reali-
dad. Shakespeare será ambiguo pero es menos ambiguo que Dios. No acabamos de saber

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quién es Hamlet o quien es Martín Fierro, pero tampoco nos ha sido otorgado saber quié-
nes realmente somos o quién es la persona que más queremos.
[7] Asesino, pendenciero, borracho, no agotan las definiciones oprobiosas que Martín Fie-
rro ha merecido; si lo juzgamos (como Oyuela lo ha hecho) por los actos que cometió, to-
das son justas e incontestables. Podría objetarse que esos juicios presuponen una moral que
no profesó Martín Fierro, porque su ética fue la del coraje y no la del perdón. Pero Fierro,
que ignoró la piedad, quería que los otros fueran rectos y piadosos con él, y a lo largo de su
historia se queja, casi infinitamente.
[8] Si no condenamos a Martín Fierro, es porque sabemos que los actos suelen calumniar a
los hombres. Alguien puede robar y no ser ladrón, matar y no ser asesino. El pobre Martín
Fierro no está en las confusas muertes que obró ni en los excesos de protesta y bravata que
entorpecen la crónica de sus desdichas. Está en la entonación y en la respiración de sus ver-
sos; en la inocencia que rememora modestas y perdidas felicidades y en el coraje que no ig-
nora que el hombre ha nacido para sufrir. Así, me parece, lo sentimos instintivamente los
argentinos. Las vicisitudes de Fierro nos importan menos que la persona que los vivió.
[9] Expresar hombres que las futuras generaciones no querrán olvidar es uno de los fines
del arte; José Hernández lo ha logrado con plenitud.
Jorge Luis Borges
1. El texto que acaba de leer es:

 Un artículo de revista
 Una entrada de enciclopedia
 Un capítulo de libro
 El prólogo de un libro

2. La finalidad del escrito es:

 Describir un objeto
 Justificar una idea
 Narrar acontecimientos desconocidos para el lector
 Explicar la posición de otro escritor

3. Por las apreciaciones del autor la novela puede definirse como:

 Poema épico que requiere perfección en los caracteres y produce deleite en los oyentes
 Narración compleja de hechos protagonizados por personajes imperfectos que generan incertidumbre en el
lector
 Narración breve con unidad de acción, de tiempo y de lugar
 Relato de la vida de un personaje mitológico

4. ¿Por qué se afirma que la epopeya es la preforma de la novela?

 Porque el placer que daban las epopeyas a sus oyentes era similar al que da la novela
 Porque la epopeya requiere perfección de caracteres en la construcción del personaje
 Porque la epopeya es una producción escrita en verso
 Porque presenta una estructura que incluye un planteo, un nudo y un desenlace

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5. ¿Por qué el autor cita a Rémy de Gourmont? Porque Gourmont:

 asocia virtud estética con virtud moral


 se especializa en disociar ideas
 debate con Lugones
 es un gran crítico de la obra de Hernández

6. ¿Por qué Borges cita a Lugones y a Calixto Oyuela?

 Para refutar a Oyuela apoyándose en Lugones


 Para refutar a Lugones apoyándose en Oyuela
 Para polemizar con ambos
 Para expresar su coincidencia con ambos
7. La expresión “Justiciero y libertador” figura entre comillas en el texto porque:

 el autor no concuerda con esa caracterización


 el autor cita la caracterización de otro autor
 el autor destaca las cualidades entrecomilladas
 el autor es irónico

8. ¿Quién afirma que el Martín Fierro es “una epopeya de los orígenes de los argentinos”?

 Jorge Luis Borges


 Calixto Oyuela
 Leopoldo Lugones
 Rémy de Gourmont

9. Según el autor, ¿quién sostiene que “Martín Fierro es más importante que los episodios que vivió”?

 el autor únicamente
 el autor y los lectores
 el autor y Lugones
 el autor y Calixto Oyuela

10. En la primera línea del 5to. párrafo, el autor utiliza el término “sin embargo” para:

 introducir un aspecto positivo que no había considerado antes


 agregar un aspecto positivo a otros aspectos positivos ya mencionados
 agregar un aspecto negativo a otros aspectos negativos ya mencionados
 introducir un tema nuevo

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11. ¿En el octavo párrafo del texto, la oración: “Alguien puede robar y no ser ladrón, matar y no ser asesino.”, qué
función cumple en relación con la oración que la precede?

 La discute
 La ilustra
 La justifica
 La objeta

12. A lo largo del texto se utilizan distintos tipos de “nosotros”. Entre las opciones que siguen, marque con una
cruz la que utiliza en el texto el “nosotros” más amplio, es decir, el que incluye más sujetos en la clase:

 “No acabamos de saber quién es Hamlet o quién es Martín Fierro, pero tampoco nos ha sido otorgado saber
quiénes realmente somos o quién es la persona que más queremos.”
 “Así, me parece, lo sentimos instintivamente los argentinos.”
 “Retomemos el tema de la clasificación propuesta por Lugones.”
 “Además, la palabra puede prestarnos otro servicio.”

13. En los primeros párrafos del texto de Borges, se escribe “Martín Fierro” en cursiva para indicar que:

 es un nombre propio
 es el título de una obra
 es el nombre de un personaje
 es una cita

14. En los últimos párrafos del texto de Borges, no se escribe “Martín Fierro” en cursiva para indicar que:

 es un nombre propio
 es el título de una obra
 es el nombre de un personaje
 es una cita

b) Lea el siguiente texto y resuelva la ejercitación elaborada por Elvira Arnoux, Sylvia Nogueira y Adriana Silvestri
para la investigación presentada en su artículo “La construcción de representaciones enunciativas: el reconoci-
miento de voces en la comprensión de textos polifónicos” publicado en Revista Signos, en 2002.

[1] Entre la Ilustración y el Romanticismo, Goethe propuso generosamente, en mi opinión,


la idea de una “literatura mundial” que abarcase las múltiples facetas de la creación litera-
ria, más allá de los estrechos límites nacionales. Goethe mismo fue el último respiro del lla-
mado “hombre renacentista”, igualmente interesado, si no versado, en todas las activida-
des del espíritu, en consonancia con el ideal clásico de Terencio: “Nada humano me es
ajeno”.

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[2] Sin embargo, la época de Goethe, el espíritu de su tiempo, difícilmente autorizaba una
visión cultural que podamos considerar verdaderamente universalista. Quizás Goethe hu-
biese coincidido con la filosofía histórica de Vico, para quien la lengua es el origen de la ci-
vilización y ésta es dicha y luego portada por todas las culturas humanas. Pero el mundo de
la Ilustración limitó la cultura, y aun la naturaleza, humanas, a un solo centro que era el
europeo. Hume y Locke proponen que la naturaleza humana es siempre una sola y la mis-
ma para todos los hombres, aunque escasamente desarrollada en niños, dementes y salva-
jes (Locke). De aquí deriva la idea de que la verdadera naturaleza humana, en su grado más
alto de desarrollo, se localiza en Europa y en las élites europeas. Sólo Europa es capaz de vi-
vir históricamente, escribe asimismo el romántico alemán Herder. ¿Cómo es posible ser
persa?, se pregunta un personaje de Montesquieu. América, pontifica Hegel, es un Aún No.
[3] Hay que añadir a esta complacencia dos siglos de historia, dos guerras mundiales, va-
rios nombres trágicos -Auschwitz, el Gulag- para llegar a lo que Baudrillard explica como
un futuro concluido: todo ha ocurrido ya. Lyottard extiende esta idea a una narrativa con-
cluida: se han agotado las “narrativas de la liberación occidentales”.
[4] Pero, por otra parte, también es cierto que al lado de esta “narrativa agotada”, han apa -
recido, con vigor y nitidez creciente, numerosas polinarrativas originadas en los antiguos
confines de lo que la centralidad europea juzgaba excéntrico: la “Persia” imposible de
Montesquieu, el “Aún No” americano de Hegel, el “salvajismo” africano de Locke.
[5] Al antiguo eurocentrismo se ha impuesto un policentrismo que, si seguimos en su lógi-
ca la crítica posmodernista de Lyottard, debe conducirnos a lo que para este sería una “acti-
vación de las diferencias” como condición común de una humanidad que considero cen-
tral porque es excéntrica, o excéntrica porque tal es la situación real de lo universal concre-
to, sobre todo si se manifiesta mediante la aportación de lo diverso que es la imaginación
literaria. La “literatura mundial” de Goethe cobra al fin su sentido recto: es en la actualidad
la literatura de la diferencia, la narración de la diversidad, pero confluyendo, desde esa di-
versidad, en un mundo único, la superpotencia mundo, para decirlo con un concepto que
conviene a la época después de la guerra fría.
[6] El resultado de lo que planteamos es un mundo con muchas voces. Las nuevas constela-
ciones que componen la geografía de la novela son así variadas y mutantes.
Extraído de: Fuentes, Carlos. Geografía de la novela. México: FCE.193

Señalar la respuesta correcta

1- ¿Qué título le parece más adecuado para este texto? 2- ¿En qué época surge, según el texto, una visión
cultural verdaderamente universalista?

a- El eurocentrismo actual de la novela a- En la época de Goethe


b- Las polinarrativas marginales contemporáneas b- En la Ilustración
c- El desarrollo histórico de la novela c- En el Romanticismo
d- Del eurocentrismo al policentrismo en la novela d- Entre las dos guerras mundiales
e- Las múltiples facetas de la creación literaria e- En la época posterior a la guerra fría

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3- ¿Cuál de las siguientes formulaciones expresa una idea similar a la del texto?

a- Fuentes considera “generosa” la propuesta de Goethe de una literatura mundial abarcativa


b- Fuentes considera que, para Goethe, la generosidad es una condición de la creación literaria
c- Goethe consideraba que la literatura mundial y la creación literaria debían ser generosas
d- Goethe consideraba, según Fuentes, que la literatura mundial debería ser generosa y abarcativa
e- Fuentes no considera que la concepción de creación literaria de Goethe sea generosa

4- ¿A qué se refiere la expresión “literatura mundial” 5- ¿Quiénes consideran, según el texto, que “la verda-
de Goethe? dera naturaleza humana, en su grado más alto de de-
sarrollo, se localiza en Europa y en las élites euro-
peas”? (puede haber más de una opción correcta)
a- La literatura de las superpotencias mundiales a- Carlos Fuentes
b- La literatura posterior a la guerra fría b- Hume y Locke
c- Una literatura no restringida a las culturas nacionales c- Herder
d- Las variadas facetas literarias del Renacimiento d- Vico
e- Las narrativas aparecidas en las antiguas colonias e- Goethe

6- ¿Con qué objeto aparecen las citas del segundo párrafo del texto?

a- Para mostrar tres posiciones diferentes sobre el eurocentrismo


b- Para ejemplificar el concepto eurocentrista de la naturaleza humana
c- Para exponer las coincidencias entre historia y literatura europeas
d- Para enumerar las coincidencias culturales en diversos continentes
e- Para definir el pensamiento en su grado más alto de desarrollo

7- Fuentes considera que Hegel:

a- Tiene la máxima autoridad para juzgar América


b- Supone que aún no conocemos suficientemente América
c- Sugiere un conocimiento insuficiente de América
d- Discute la concepción eurocentrista de la literatura
e- Expone, sin admitir discusión, sus ideas sobre América

8- ¿A quién se atribuye en el texto el enunciado “Todo ha ocurrido ya”?

a- A Baudrillard
b- A Lyottard
c- A Carlos Fuentes
d- A Hegel
e- A todos los anteriores

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9- Según el autor, ¿qué opina Lyottard sobre las narrativas de la liberación occidentales?

a- Son narrativas vigorosas


b- Son narrativas agotadas
c- Son nuevas polinarrativas
d- Son narrativas excéntricas
e- Son narrativas desvalorizadas

10- ¿Qué asegura Fuentes, en oposición a Lyottard?

a- Que la literatura aún tiene un futuro vigoroso


b- Que la narrativa occidental se ha agotado
c- Que la narrativa occidental es de liberación
d- Que las narrativas se convierten en polinarrativas
e- Que la literatura excéntrica está agotada

11- Fuentes utiliza letras cursivas en “Aún No” para:

a- No repetir abusivamente el uso de comillas


b- Destacar su oposición a palabras ajenas
c- Resaltar los conceptos ajenos más importantes
d- Destacar un concepto importante para su argumentación
e- Marcar una traducción de palabras ajenas

12- Fuentes utiliza letras cursivas en “polinarrativas” para:

a- No repetir abusivamente el uso de comillas


b- Destacar su oposición a palabras ajenas
c- Resaltar los conceptos ajenos más importantes
d- Destacar un concepto importante para su argumentación
e- Marcar una traducción de palabras ajenas

13- ¿A qué remite el enunciado “Un mundo, muchas voces”?

a- A los numerosos autores de la actualidad


b- A las múltiples lenguas del mundo
c- Al surgimiento de las literaturas excéntricas
d- A la confluencia de voces en los países europeos
e- A la unificación de las voces de todo el mundo

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Géneros discursivos
y Análisis del discurso

El problema de los géneros discursivos


Mijaíl Bajtín
Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI, 1982 (primera edición en español).
Selección y adaptación de Elvia Rosolía

Planteamiento del problema y definición de los géneros discursivos


Las diversas esferas de la actividad humana están todas relacionadas con el uso de la len-
gua. Por eso está claro que el carácter y las formas de su uso son tan multiformes como las esfe-
ras de la actividad humana, lo cual, desde luego, en nada contradice a la unidad nacional de la
lengua. El uso de la lengua se lleva a cabo en forma de enunciados (orales y escritos) concretos y
singulares que pertenecen a los participantes de una u otra esfera de la praxis humana. Estos
enunciados reflejan las condiciones específicas y el objeto de cada una de las esferas no sólo por
su contenido (temático) y por su estilo verbal, o sea por la selección de los recursos léxicos, fra-
seológicos y gramaticales de la lengua, sino, ante todo, por su composición o estructuración.
Los tres momentos mencionados -el contenido temático, el estilo y la composición- están vin-
culados indisolublemente en la totalidad del enunciado y se determinan, de un modo semejan-
te, por la especificidad de una esfera dada de comunicación. Cada enunciado separado es, por
supuesto, individual, pero cada esfera del uso de la lengua elabora sus tipos relativamente esta-
bles de enunciados, a los que denominamos géneros discursivos.
La riqueza y diversidad de los géneros discursivos es inmensa, porque las posibilidades
de la actividad humana son inagotables y porque en cada esfera de la praxis existe un reperto-
rio de géneros discursivos, que se diferencia y crece a medida que se desarrolla y se complica
la esfera misma. Aparte hay que poner de relieve una extrema heterogeneidad de los géneros
discursivos (orales y escritos). Efectivamente, debemos incluir en los géneros discursivos tanto
las breves réplicas de un diálogo cotidiano (tomando en cuenta el hecho de que es muy gran-
de la diversidad de los tipos del diálogo cotidiano según el tema, situación, número de partici-
pantes, etc.) como un relato (relación) cotidiano, tanto una carta (en todas sus diferentes for-
mas) como una orden militar, breve y estandarizada; asimismo, allí entrarían un decreto ex-

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tenso y detallado, el repertorio bastante variado de los oficios burocráticos (formulados gene-
ralmente de acuerdo con un estándar), todo un universo de declaraciones públicas (en un
sentido amplio: las sociales, las políticas); pero además tendremos que incluir las múltiples
manifestaciones científicas, así como todos los géneros literarios (desde un dicho hasta una
novela en varios tomos). Podría parecer que la diversidad de los géneros discursivos es tan
grande que no hay ni puede haber un solo enfoque para su estudio, porque desde un mismo
ángulo se estudiarían fenómenos tan heterogéneos como las réplicas cotidianas constituidas
por una sola palabra y como una novela en muchos tomos, elaborada artísticamente, o bien
una orden militar, estandarizada y obligatoria hasta por su entonación, y una obra lírica, pro-
fundamente individualizada, etc. Se podría creer que la diversidad funcional convierte los ras-
gos comunes de los géneros discursivos en algo abstracto y vacío de significado. Probablemen-
te con esto se explica el hecho de que el problema general de los géneros discursivos jamás se
haya planteado. Se han estudiado, principalmente, los géneros literarios. Pero desde la anti-
güedad clásica hasta nuestros días estos géneros se han examinado dentro de su especificidad
literaria y artística, en relación con sus diferencias dentro de los límites de lo literario, y no
como determinados tipos de enunciados que se distinguen de otros tipos, pero que tienen
una naturaleza verbal (lingüística) común. El problema lingüístico general del enunciado y de
sus tipos casi no se ha tomado en cuenta. A partir de la antigüedad se han estudiado también
los géneros retóricos (y las épocas ulteriores, por cierto, agregaron poco a la teoría clásica); en
este campo ya se ha prestado mayor atención a la naturaleza verbal de estos géneros en tanto
que enunciados, a tales momentos como, por ejemplo, la actitud con respecto al oyente y su
influencia en el enunciado, a la conclusión verbal específica del enunciado (a diferencia de la
conclusión de un pensamiento), etc. Pero allí también la especificidad de los géneros retóricos
(judiciales, políticos) encubría su naturaleza lingüística común. [...]
De ninguna manera se debe subestimar la extrema heterogeneidad de los géneros discur-
sivos y la consiguiente dificultad de definición de la naturaleza común de los enunciados. So-
bre todo hay que prestar atención a la diferencia, sumamente importante, entre géneros dis-
cursivos primarios (simples) y secundarios (complejos); tal diferencia no es funcional. Los gé-
neros discursivos secundarios (complejos) –a saber, novelas, dramas, investigaciones científi-
cas de toda clase, grandes géneros periodísticos, etc.– surgen en condiciones de la comunica-
ción cultural más compleja, relativamente más desarrollada y organizada, principalmente es-
crita: comunicación artística, científica, sociopolítica, etc. En el proceso de su formación estos
géneros absorben y reelaboran diversos géneros primarios (simples) constituidos en la comu-
nicación discursiva inmediata. Los géneros primarios que forman parte de los géneros com-
plejos se transforman dentro de estos últimos y adquieren un carácter especial: pierden su re-
lación inmediata con la realidad y con los enunciados reales de otros, por ejemplo, las réplicas
de un diálogo cotidiano o las cartas dentro de una novela, conservando su forma y su impor-
tancia cotidiana tan sólo como partes del contenido de la novela, participan de la realidad tan
sólo a través de la totalidad de la novela, es decir, como acontecimiento artístico y no como
suceso de la vida cotidiana. La novela en su totalidad es un enunciado, igual que las réplicas
de un diálogo cotidiano o una carta particular (todos poseen una naturaleza común), pero, a
diferencia de éstas, aquello es un enunciado secundario (complejo).

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[…] El menosprecio de la naturaleza del enunciado y la indiferencia frente a los detalles de


los aspectos genéricos del discurso llevan, en cualquier esfera de la investigación lingüística, al
formalismo y a una abstracción excesiva, desvirtúan el carácter histórico de la investigación, de-
bilitan el vínculo del lenguaje con la vida. Porque el lenguaje participa en la vida a través de los
enunciados concretos que lo realizan, así como la vida participa del lenguaje a través de los
enunciados. El enunciado es núcleo problemático de extrema importancia. Analicemos por este
lado algunas esferas y problemas de la lingüística.
Ante todo, la estilística. Todo estilo está indisolublemente vinculado con el enunciado y
con las formas típicas de enunciados, es decir, con los géneros discursivos. Todo enunciado,
oral o escrito, primario o secundario, en cualquier esfera de la comunicación discursiva, es in-
dividual y por lo tanto puede reflejar la individualidad del hablante (o del escritor), es decir
puede poseer un estilo individual. Pero no todos los géneros son igualmente susceptibles a se-
mejante reflejo de la individualidad del hablante en el lenguaje del enunciado, es decir, no to-
dos se prestan a absorber un estilo individual. Los más productivos en este sentido son los gé-
neros literarios: en ellos, un estilo individual forma parte del propósito mismo del enunciado,
es una de las finalidades principales de éste; sin embargo, también dentro del marco de la lite-
ratura los diversos géneros ofrecen diferentes posibilidades para expresar lo individual del len-
guaje y varios aspectos de la individualidad. Las condiciones menos favorecedoras para el re-
flejo de lo individual en el lenguaje existen en aquellos géneros discursivos que requieren for-
mas estandarizadas, por ejemplo, en muchos tipos de documentos oficiales, en las órdenes
militares, en las señales verbales, en el trabajo, etc. En tales géneros sólo pueden reflejarse los
aspectos más superficiales, casi biológicos, de la individualidad (y ordinariamente, en su reali-
zación oral de estos géneros estandarizados). En la gran mayoría de los géneros discursivos
(salvo los literarios) un estilo individual no forma parte de la intención del enunciado, no es
su finalidad única sino que resulta ser, por decirlo así, un epifenómeno del enunciado, un
producto complementario de éste. En diferentes géneros pueden aparecer diferentes estratos y
aspectos de la personalidad, un estilo individual puede relacionarse de diferentes maneras con
la lengua nacional. El problema mismo de lo nacional y lo individual en la lengua es, en su
fundamento, el problema del enunciado (porque tan sólo dentro del enunciado la lengua na-
cional encuentra su forma individual). La definición misma del estilo en general y de un esti-
lo individual en particular requiere de un estudio más profundo tanto de la naturaleza del
enunciado como de la diversidad de los géneros discursivos.
El vínculo orgánico e indisoluble entre el estilo y el género se revela claramente en el
problema de los estilos lingüísticos o funcionales. En realidad los estilos lingüísticos o funcio-
nales no son sino estilos genéricos de determinadas esferas de la actividad y comunicación
humana. En cualquier esfera existen y se aplican sus propios géneros, que responden a las
condiciones específicas de una esfera dada; a los géneros les corresponden diferentes estilos.
Una función determinada (científica, técnica, periodística, oficial, cotidiana) y unas condicio-
nes determinadas, específicas para cada esfera de la comunicación discursiva, generan deter-
minados géneros, es decir, unos tipos temáticos, composicionales y estilísticos de enunciados
determinados y relativamente estables. El estilo está indisolublemente vinculado a determina-
das unidades temáticas y, lo que es más importante, a determinadas unidades composiciona-
les; el estilo tiene que ser con determinados tipos de estructuración de una totalidad, con los

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tipos de su conclusión, con los tipos de la relación que se establece entre el hablante y otros
participantes de la comunicación discursiva (los oyentes o lectores, los compañeros, el discur-
so ajeno, etc.). El estilo entra como elemento en la unidad genérica del enunciado. Lo cual no
significa, desde luego, que un estilo lingüístico no pueda ser objeto de un estudio específico e
independiente. Tal estudio, o sea la estilística del lenguaje como disciplina independiente, es
posible y necesario. Pero este estudio sólo sería correcto y productivo fundado en una cons-
tante consideración de la naturaleza genérica de los estilos de la lengua, así como en un estu-
dio preliminar de las clases de géneros discursivos. Hasta el momento la estilística de la len-
gua carece de esta base. De ahí su debilidad. No existe una clasificación generalmente recono-
cida de los estilos de la lengua. Los autores de las clasificaciones infringen a menudo el reque-
rimiento lógico principal de la clasificación: la unidad de fundamento. Las clasificaciones re-
sultan ser extremadamente pobres e indiferenciadas. Por ejemplo, en la recién publicada gra-
mática académica de la lengua rusa se encuentran especies estilísticas del ruso como: discurso
libresco, discurso popular, científico abstracto, científico técnico, periodístico, oficial, coti-
diano familiar, lenguaje popular vulgar. Junto con estos estilos de la lengua figuran, como su-
bespecies estilísticas, las palabras dialectales, las anticuadas, las expresiones profesionales. Se-
mejante clasificación de estilos es absolutamente casual, y en su base están diferentes princi-
pios y fundamentos de la división por estilos. Además, esta clasificación es pobre y poco dife-
renciada.1 Todo esto resulta de una falta de comprensión de la naturaleza genérica de los esti-
los. También influye la ausencia de una clasificación bien pensada de los géneros discursivos
según las esferas de la praxis, así como de la distinción, muy importante para la estilística, en-
tre géneros primarios y secundarios.
La separación entre los estilos y los géneros se pone de manifiesto de una manera especial-
mente nefasta en la elaboración de una serie de problemas históricos.
Los cambios históricos en los estilos de la lengua están indisolublemente vinculados a
los cambios de los géneros discursivos. La lengua literaria representa un sistema complejo y
dinámico de estilos; su peso específico y sus interrelaciones dentro del sistema de la lengua li-
teraria se hallan en un cambio permanente. La lengua de la literatura, que incluye también
los estilos de la lengua no literaria, representa un sistema aún más complejo y organizado so-
bre otros fundamentos. Para comprender la compleja dinámica histórica de estos sistemas, pa-
ra pasar de una simple (y generalmente superficial) descripción de los estilos existentes e in-
tercambiables a una explicación histórica de tales cambios, hace falta una elaboración especial
de la historia de los géneros discursivos (y no sólo de los géneros secundarios, sino también
de los primarios), los que reflejan de una manera más inmediata, atenta y flexible todas las
transformaciones de la vida social. Los enunciados y sus tipos, es decir, los géneros discursi-
vos, son correas de transmisión entre la historia de la sociedad y la historia de la lengua. Ni
un solo fenómeno nuevo (fonético, léxico, de gramática) puede ser incluido en el sistema de
la lengua sin pasar la larga y compleja vía de la prueba de elaboración genérica.2

1 A. N. Gvozdev, en sus Ocherki po stilistike russkogo iazika (Moscú, 1952, pp. 13-15), ofrece unos funda-
mentos para clasificación de estilos igualmente pobres y faltos de precisión. En la base de todas estas cla-
sificaciones está una asimilación acrítica de las nociones tradicionales acerca de los estilos de la lengua.
2 Esta tesis nuestra nada tiene que ver con la vossleriana acerca de la primacía de lo estilístico sobre
lo gramatical. Lo cual se manifestará con toda claridad en el curso de nuestra exposición.

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En cada época del desarrollo de la lengua literaria, son determinados géneros los que
dan el tono, y éstos no sólo son géneros secundarios (literarios, periodísticos, científicos), sino
también los primarios (ciertos tipos del diálogo oral: diálogos de salón, íntimos, de círculo,
cotidianos y familiares, sociopolíticos, filosóficos, etc.). Cualquier. extensión literaria por
cuenta de diferentes estratos extraliterarios de la lengua nacional está relacionada inevitable-
mente con la penetración, en todos los géneros, de la lengua literaria (géneros literarios, cien-
tíficos, periodísticos, de conversación), de los nuevos procedimientos genéricos para estructu-
rar una totalidad discursiva, para concluirla, para tomar en cuenta al oyente o participante,
etc., todo lo cual lleva a una mayor o menor restructuración y renovación de los géneros dis-
cursivos. Al acudir a los correspondientes estratos no literarios de la lengua nacional, se recu-
rre inevitablemente a los géneros discursivos en los que se.realizan los estratos. En su mayoría,
éstos son diferentes tipos de géneros dialógico-coloquiales; de ahí resulta una dialogización,
más o menos marcada, de los géneros secundarios, una debilitación de su composición mono-
lógica, una nueva percepción del oyente como participante de la plática, así como aparecen
nuevas formas de concluir la totalidad, etc. Donde existe un estilo, existe un género. La tran-
sición de un estilo de un género a otro no sólo cambia la entonación del estilo en las condi-
ciones de un género que no le es propio, sino que destruye o renueva el género mismo.
Así, pues, tanto los estilos individuales como aquellos que pertenecen a la lengua tien-
den hacia los géneros discursivos. Un estudio más o menos profundo y extenso de los géneros
discursivos es absolutamente indispensable para una elaboración productiva de todos los pro-
blemas de la estilística.
Sin embargo, la cuestión metodológica general, que es de fondo, acerca de las relaciones
que se establecen entre el léxico y la gramática, por un lado, y entre el léxico y la estilística,
por otro, desemboca en el mismo problema del enunciado y de los géneros discursivos.
La gramática (y la lexicología) difiere considerablemente de la estilística (algunos inclu-
sive llegan a oponerla a la estilística), pero al mismo tiempo ninguna investigación acerca de
la gramática (y aún más la gramática normativa) puede prescindir de las observaciones y di-
gresiones estilísticas. En muchos casos, la frontera entre la gramática y la estilística casi se bo-
rra. Existen fenómenos a los que unos investigadores relacionan con la gramática y otros con
la estilística, por ejemplo el sintagma.
Se puede decir que la gramática y la estilística convergen y se bifurcan dentro de cual-
quier fenómeno lingüístico concreto: si se analiza tan sólo dentro del sistema de la lengua, se
trata de un fenómeno gramatical, pero si se analiza dentro de la totalidad de un enunciado in-
dividual o de un género discursivo, es un fenómeno de estilo. La misma selección de una for-
ma gramatical determinada por el hablante es un acto de estilística. Pero estos dos puntos de
vista sobre un mismo fenómeno concreto de la lengua no deben ser mutuamente impenetra-
bles y no han de sustituir uno al otro de una manera mecánica, sino que deben combinarse
orgánicamente (a pesar de una escisión metodológica muy clara entre ambos) sobre la base de
la unidad real del fenómeno lingüístico. Tan sólo una profunda comprensión de la naturaleza
del enunciado y de las características de los géneros discursivos podría asegurar una solución
correcta de este complejo problema metodológico.
El estudio de la naturaleza del enunciado y de los géneros discursivos tiene, a nuestro pa-
recer, una importancia fundamental para rebasar las nociones simplificadas acerca de la vida

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discursiva, acerca de la llamada “corriente del discurso", acerca de la comunicación, etc., que
persisten aún en la lingüística soviética. Es más, el estudio del enunciado como de una unidad
real de la comunicación discursiva permitirá comprender de una manera más correcta la naturale-
za de las unidades de la lengua (como sistema), que son la palabra y la oración.
Pasemos a este problema más general.
[…]
La gente no hace intercambio de oraciones ni de palabras en un sentido estrictamente
lingüístico, ni de conjuntos de palabras; la gente habla por medio de enunciados, que se cons-
truyen con la ayuda de las unidades de la lengua que son palabras, conjuntos de palabras, ora-
ciones; el enunciado puede ser constituido tanto por una oración como por una palabra, […]
pero no por eso una unidad de la lengua se convierte en una unidad de la comunicación dis-
cursiva.
[…]
Todo enunciado concreto viene a ser un eslabón en la cadena de la comunicación dis-
cursiva en una esfera determinada.
[…]
Por más monológico que sea un enunciado (por ejemplo, una obra científica o filosófi-
ca), por más que se concentre en su objeto, no puede dejar de ser, en cierta medida, una res-
puesta a aquello que ya se dijo acerca del mismo objeto, acerca del mismo problema, aunque
el carácter de respuesta no recibiese una expresión externa bien definida […]. Un enunciado
está lleno de matices dialógicos, y sin tomarlos en cuenta es imposible comprender hasta el fi-
nal el estilo del enunciado. Porque nuestro mismo pensamiento (filosófico, científico, artísti-
co) se origina y se forma en el proceso de interacción y lucha con pensamientos ajenos, lo
cual no puede dejar de reflejarse en la forma de la expresión verbal del nuestro. […]
El objeto de discurso de un hablante, cualquiera que sea el objeto, no llega a tal por pri-
mera vez en este enunciado, y el hablante no es el primero que lo aborda. El objeto del discur-
so, por decirlo así, ya se encuentra hablado, discutido, vislumbrado y valorado de las maneras
más diferentes; en él se cruzan, convergen y se bifurcan varios puntos de vista, visiones del
mundo, tendencias. El hablante no es un Adán bíblico que tenía que ver con objetos vírgenes,
aún no nombrados, a los que debía poner nombres. […] Por lo tanto el objeto mismo de su
discurso se convierte inevitablemente en un foro […].

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La escena de enunciación
Dominique Maingueneau
Análisis de textos de comunicación, Buenos Aires, Nueva Visión, 2009.

Las tres escenas


Veamos esta publicidad para adelgazantes.

Porque cada mujer


es diferente, WEEK-END creó
una cura de adelgazamiento a medida
en 1, 3 o 5 días.
¡Qué reunión! Esos desayunos de negocios,

todas esas medialunas, esos pancitos, era

tan tentador que no pude resistirme... Pero

me voy a recuperar. Al mediodía reacciono.

Cita de adelgazamiento: solamente WEEK-

END y yo. Qué prácticos esos sachets para

llevar a todos lados. Sabor vainilla o

legumbres, mis faltas rápidamente se

subsanan. Las pausas adelgazantes

WEEK-END, y sus menús equilibrados, son

importantes en el uso del tiempo de una

golosa.

El adelgazamiento sólo puede obtenerse en el

marco de un régimen donde el aporte total de

calorías esté controlado.

Pida el consejo de su farmacéutico.

WEEK-END: LA NUEVA MANERA DE


ADELGAZAR

¿Cuál es la escena de enunciación de este texto? A esta pregunta se le pueden dar tres
respuestas, según el punto de vista en el que uno se ubique:
- la escena de enunciación es la de una publicidad (tipo de discurso);
- la escena de enunciación es la de una publicidad para productos adelgazantes en una
tienda femenina (género discursivo);
- la escena de enunciación es la de una conversación telefónica donde, de su oficina,
una mujer en traje sastre con pantalón hace un llamado telefónico.

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La lectora de la revista donde figura este texto se encuentra tomada simultáneamente en es-
tas tres escenas. Es interpelada a la vez como consumidora (escena publicitaria), como lectora de re-
vista preocupada por permanecer delgada (escena del género discursivo) y como interlocutora y amiga,
de una mujer en el teléfono (escena construida por el texto). Para el primer caso se hablará de es-
cena englobante, para el segundo de escena genérica, para el tercero de escenografía.
La escena englobante es la que corresponde al tipo de discurso. Cuando se recibe un folleto
en la calle, se debe ser capaz de determinar si tiene que ver con el tipo de discurso religioso, políti-
co, publicitario..., en otras palabras, sobre qué escena englobante hay que ubicarse para interpre-
tarlo, de qué manera interpela a su lector, en función de qué finalidad está organizado. Una
enunciación política, por ejemplo, implica a un ciudadano dirigiéndose a ciudadanos. Caracteri-
zación, ciertamente mínima, pero que nada tiene de intemporal: ella define el estatus de las per-
sonas y cierto marco espacio-temporal. En numerosas sociedades del pasado no existía una escena
englobante específicamente política. Tampoco se puede hablar de escena administrativa, publici-
taria, religiosa, literaria, etc., para cualquier sociedad y cualquier época.
Decir que la escena de enunciación de un enunciado político es la escena englobante
política, la de un enunciado filosófico la escena englobante filosófica, etc., es insuficiente: un
co-enunciador no se enfrenta con lo político o lo filosófico no especificado, sino con géneros
discursivos particulares. Cada género discursivo define sus propios roles: en un folleto de cam-
paña electoral va a tratarse de un candidato que se dirige a electores, en un curso se tratará de
un profesor que se dirige a alumnos, etcétera.
Estas dos «escenas» definen conjuntamente lo que se podría llamar el marco escénico
del texto. Él es quien define el espacio estable en cuyo interior el enunciado adquiere sentido,
el del tipo y el género discursivo. El lector de la publicidad para los sachets «Week-end» no la
lee sino con ese marco presente en la mente.

La escenografía

Un bucle paradójico

No es directamente al marco escénico al que se ve enfrentado el lector, es a una esceno-


grafía. Los autores de esta publicidad muy bien hubiesen podido alabar su producto a través
de una escenografía muy diferente: poesía lírica, una instrucción de uso, una adivinanza, una
descripción científica, etc. La escenografía tiene por objeto hacer pasar el marco escénico al
segundo plano; la lectora de nuestra publicidad, por ejemplo, se ve tomada así en una suerte
de trampa, porque recibe el texto primero como una conversación telefónica, y no como una
publicidad de un género determinado.
Todo discurso, por su mismo despliegue, pretende convencer instituyendo la escena de
enunciación que lo legitima. La marca que da la palabra a una empleada de oficina en el telé-
fono impone esta escenografía de alguna manera desde el vamos; por otro lado, es a través de
esta misma enunciación como ella puede legitimar esa escenografía que así se impone: si llega

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a su público, si logra hacer aceptar a las lectoras el lugar que pretende asignarles en esta esceno-
grafía. En efecto, en diversos grados, tomar la palabra es asumir un riesgo; la escenografía no es
simplemente un marco, un decorado, como si el discurso acaeciera en el interior de un espacio
ya construido e independiente de dicho discurso, sino que la enunciación, al desarrollarse, se
esfuerza por poner progresivamente en su lugar su propio dispositivo de habla.
La escenografía implica así un proceso en bucle. A partir de su emergencia, el habla supo-
ne cierta situación de enunciación, la cual, de hecho, se valida progresivamente a través de es-
ta enunciación misma. La escenografía es así a la vez aquello de donde viene el discurso y aquello
que engendra ese discurso; ella legitima un enunciado que, a cambio, debe legitimarla, debe es-
tablecer que esta escenografía de donde viene el habla es precisamente la escenografía requeri-
da para enunciar como corresponde, según el caso, la política, la filosofía, la ciencia, o para
promocionar tal mercancía... Cuanto más se avanza en la lectura de la publicidad «Week-
End», más debe uno persuadirse que es la llamada telefónica de una amiga lo que constituye
la mejor vía de acceso a ese producto. Lo que dice el texto debe permitir validar la escena mis-
ma a través de la cual surgen dichos contenidos. Para ello, la escenografía debe estar adaptada
al producto: debe existir una conveniencia entre telefonear a una amiga entre dos citas y las
características atribuidas a los sachets Week-End.
Una escenografía no se despliega plenamente a menos que pueda dominar su propio de-
sarrollo, mantener una distancia respecto del co-enunciador. En cambio, en un debate, por
ejemplo, es muy difícil para los participantes enunciar a través de sus escenografías: ellos no
tienen el dominio de la enunciación y deben reaccionar sobre el terreno a situaciones impre-
visibles suscitadas por los interlocutores. En situación de interacción viva, con mucha fre-
cuencia es entonces la amenaza sobre las caras (véase cap. 2) y el ethos (véase cap. siguiente)
los que pasan al primer plano.

Escenografía y género discursivo

Al tomar un texto publicitario, por ejemplo, hemos escogido un género discursivo que,
desde el punto de vista de la escenografía, tiene un estatus privilegiado. El discurso publicita-
rio, en efecto, es de esos tipos de discursos para los cuales no se puede prejuzgar de antemano
acerca de la escenografía que será movilizada. En cambio, existen tipos de discursos cuyos gé-
neros implican escenas enunciativas de algún modo establecidas: el correo administrativo o
las relaciones de expertos se desarrollan por regla general en escenas muy restrictivas, se adap-
tan a las rutinas de la escena genérica.
Otros géneros discursivos son más susceptibles de suscitar escenografías que se apartan
de un modelo preestablecido. Así, en un género que podría creerse muy coercitivo, la guía tu-
rística, la Guide du routard1 tomó la decisión de innovar, poniendo en escena el «estilo habla-
do» de un enunciador joven que se dirigiría a un co-enunciador joven:

1 La Guide du routard (Guía del trotamundos) es una colección de guías turísticas fundada en abril de
1973 por Michel Duval y Philippe Gloaguen. [N. del T.]

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Tate Gallery: Milbank, SW1. M. Pimlico (plano II C3). Abierto de 10 a 17:50 hs en días de
semana y de 14 a 17:50 hs. el domingo. Entrada gratuita. Uno de nuestros museos preferi-
dos en Londres, con seguridad. Un verdadero flechazo. A grandes rasgos, el museo puede
dividirse en dos grandes secciones: 1/3 concierne a la pintura inglesa de los siglos XVI,
XVII Y XVIII y 2/3 presentan una amplia variedad de la pintura y la escultura mundial del
siglo XX. Obras de arte en desorden. [...]
(Le Guide du routard, Gran Bretaña, 1994-1995, Hachette, pág. 107.)

Un enunciado como éste satisface las obligaciones que impone el género «guía turísti-
ca»: define los lugares dignos de interés para un turista, da informaciones prácticas para acce-
der a ellos... Pero lo hace imponiendo una escenografía que contrasta sobre los otros textos
del mismo género. En vez de contentarse con la escena genérica de tipo didáctico que es habi-
tual en estas guías, donde el enunciador borra las marcas de su presencia, la Guide du routard
desarrolla una escenografía original, otra puesta en escena de su habla («un verdadero flecha-
zo», «a grandes rasgos», «en desorden»...). Esta escenografía no es definida al azar, se la supo-
ne adaptada a la figura del «mochilero» y en muchos aspectos se parece a las que privilegia un
diario como Libération.

Escenografías difusas y especificadas

Con esta publicidad para los productos Week-End nos enfrentamos con una escenogra-
fía especificada de manera precisa por el texto: una conversación telefónica con una amiga.
Pero no siempre es así; por ejemplo, en esta otra publicidad para los productos Week-End:

Week-End es una nueva comida adelgazante que le permite dosificar sus


esfuerzos.
Según los kilos que tenga que perder y la velocidad a la que quiera perder-
los, usted escogerá una cura de uno, tres o cinco días.
Week-End existe en dos versiones: salada (sabor legumbres) y dulce (sabor
vainilla).
Contiene fibras y todos los nutrientes necesarios para su equilibrio, por eso
su médico o su farmacéutico se lo aconsejarán con total tranquilidad.

El enunciador comienza por hacer entrar el producto en una categoría («una nueva comi-
da adelgazante»), luego da su modo de empleo («según los kilos...») y por último su composi-
ción («Week-End existe en dos versiones...»). Este esquema evoca a la vez las instrucciones de
uso, el artículo de enciclopedia, el curso, etc. Por otra parte, se observará que el texto termina
con la evocación del médico y el farmacéutico, figuras por excelencia del poseedor de saber en
materia de salud. La escenografía de este texto es difusa: remite a un conjunto vago de esceno-
grafías posibles de orden científico y didáctico y no a un género discursivo específico.

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Escenas validadas

La «Carta a todos los franceses»

Estos tres planos de la escena de enunciación se los puede ver en obra en la «Carta» re-
dactada por François Mitterrand durante la campaña presidencial de 1988. Para favorecer su
reelección se publicó en la prensa y se dirigió por correo a cierta cantidad de electores esta
«Carta a todos los franceses».
El sentido de este enunciado político no se reduce solamente a su contenido, es insepa-
rable de su puesta en escena epistolar, subrayada por el hecho de que la fórmula de presenta-
ción («Mis queridos compatriotas») así como la firma («François Mitterrand») son manuscri-
tas. La compaginación refuerza ese efecto de correspondencia privada; a la izquierda del texto
se deja un margen materializado por un trazo, un poco como en un cuaderno escolar:

Mis queridos compatriotas,


Como comprenderán, con esta carta deseo hablarles de Francia. Debo a su confianza el
ejercer desde hace siete años el más alto cargo de la República. Al término de este mandato,
no habría concebido el proyecto de volver a presentarme a sus sufragios de no haber tenido
la convicción de que todavía teníamos mucho por hacer juntos para garantizar a nuestro
país el papel que de él se espera en el mundo y para velar por la unidad de la Nación.
Pero también quiero hablarles de ustedes, de sus preocupaciones, de sus esperanzas y de sus
justos intereses.
Escogí este medio, escribirles, para expresarme sobre todos los grandes temas que deben ser
tratados y discutidos entre franceses, suerte de reflexión en común, como ocurre de noche,
alrededor de la mesa, en familia.

La escena englobante es la del discurso político, cuyos participantes están unidos en el


espacio-tiempo de una elección.
La escena genérica es la de las publicaciones por las cuales un candidato presenta su
programa a sus electores.
La escenografía es la de la correspondencia privada, que pone en relación a dos indivi-
duos que mantienen una relación personal.
Ahora bien, esta escenografía invoca en el tercer párrafo la caución de otra escena de ha-
bla: «suerte de reflexión en común, como ocurre de noche, alrededor de la mesa, en familia».
Así, no es solamente una carta lo que el elector supuestamente va a leer: debe participar ima-
ginariamente en una reflexión en familia alrededor de la mesa, endosando de manera implíci-
ta al presidente el papel del padre y afectando a los electores el de los hijos. Este ejemplo ilus-
tra un procedimiento muy frecuente: una escenografía puede apoyarse en escenas de habla
que se llamarán validadas, es decir, ya instaladas en la memoria colectiva, ya sea a manera de
contraste o de modelo valorizado. La conversación familiar en la comida es el ejemplo de una
escena validada valorizada en la cultura francesa. El repertorio de las escenas disponibles varía
en función del grupo enfocado por el discurso: una comunidad de convicción fuerte (una sec-
ta religiosa, una escuela filosófica...) posee su memoria propia; pero, de manera general, a to-
do público, así fuera vasto y heterogéneo, es posible asociarle un stock de escenas que se pue-

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den suponer compartidas. Si hablamos de «escena validada» y no de «escenografía validada»,


es porque la «escena validada» no es un discurso, hablando con propiedad, sino un estereoti-
po autonomizado, descontextualizado, disponible para reinvestiduras en otros textos. Se fija
con facilidad en representaciones arquetípicas popularizadas por los medios. Puede tratarse de
acontecimientos históricos (el llamado del 18 de junio)2 como de escenas genéricas (la tarjeta
postal, la conferencia...).

Las tensiones entre las escenas

Así, el lector de la «Carta a todos los franceses» recibe a la vez una muestra de discurso
político (escena englobante), un programa electoral (escena genérica) y una carta personal (es-
cenografía) que se presenta a su vez como una discusión en familia (escena validada), pero las
relaciones entre esas diversas escenas pueden resultar potencialmente conflictivas. Así, la esce-
na genérica del programa electoral a priori se armoniza mal con una correspondencia privada;
en cuanto a la escena validada de la discusión en familia, constituye una interacción viviente
entre varios locutores, mientras que un programa electoral y una carta suponen enunciacio-
nes monologales (donde no hay más que un solo locutor). Estas tensiones no pueden ser total-
mente resueltas, pero el texto se dedica a atenuarlas, a hacerlas olvidar. Es lo que se ve en la
última frase, que introduce una escena validada para justificar la conversión de la escena polí-
tica en escena epistolar:
Escogí este medio, escribirles, para expresarme sobre todos los grandes temas que
deben ser tratados y discutidos entre franceses, suerte de reflexión en común, co-
mo ocurre de noche, alrededor de la mesa, en familia.

De hecho, esta resolución de la contradicción es meramente verbal. El grupo nominal


«reflexión en común» juega a dos puntas: «reflexión» va en el sentido del pensamiento perso-
nal, y «en común» en el sentido de la discusión. Pero ¿cómo una carta puede ser una «refle-
xión en común»? De hecho, es el movimiento del texto, la dinámica de la lectura la que re-
suelve prácticamente la dificultad. Como vemos, enunciar no es solamente expresar ideas,
también es tratar de instalar, de legitimar el marco de su enunciación.

2 El llamado del 18 de junio de 1940 (el llamado del general de Gaulle) es el primer discurso pronun -
ciado por el general de Gaulle en la radio de Londres, en las ondas de la BBC. Este discurso –que fue
muy poco escuchado en el momento pero publicado en la prensa francesa al día siguiente– es con-
siderado como el texto fundador de la Resistencia francesa, y sigue siendo su símbolo. [N. del T.]

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Problemas de ethos
Dominique Maingueneau
Pratiques N º113/114, junio de 2002, pp. 55-67. (Traducción de María
Eugenia Contursi)

Luego de haber sido presa del movimiento de descrédito de la retórica, la noción de ethos1
-no hablo aquí más que de ethos discursivo2- está cada vez más presente. Pero mientras que el
rejuvenecimiento del interés por la retórica es relativamente antiguo (en 1958 aparecieron las
obras fundadoras de C. Perelman y de S. Toulmin), el ethos ha debido esperar hasta los años 80
para ocupar un lugar en la reflexión sobre el discurso 3: no solamente ha suscitado comentarios
en tanto concepto del corpus teórico, sino que ha dado lugar a prolongamientos nuevos en el
marco de las disciplinas que estudian el discurso.
Nos podríamos preguntar por qué el ethos suscita hoy tanto interés. Evidentemente, tal
retorno entra en consonancia con la dominación de los medios audiovisuales: con ellos el
centro de interés se ha desplazado de las doctrinas y de los aparatos que los habían ligado a la
representación de si, al “look”; fenómeno que Regis Debray, por ejemplo, ha teorizado en tér-
minos de mediología. Esto va a la par con el arraigo de toda convicción de una cierta determi-
nación del cuerpo en movimiento, atestiguando la transformación de la “propaganda” de an-
taño en “pub”: la primera mostraba argumentos para valorizar un producto, el segundo elabo-
ró en su discurso el cuerpo imaginario de la marca que es considerada como la fuente del
enunciado publicitario.
No me empeñaré más en esta dirección; aquí me propongo solamente brindar un cierto
número de reparos para que sea asible lo que está en juego en esta noción de ethos; para tener
una visión más rica se puede recurrir al volumen editado por R. Amossy (1999), que está cita-

1 El ethos implica problemas de ortografía: si se quiere respetar las convenciones usuales en materia
de palabras griegas, deberíamos escribirla con é, pero muchos utilizan una simple e, que es lo que
yo hago. En plural, se escribe en general ethé y no ethoi porque se trata de una palabra neutra en
griego antiguo.
2 Existe, en efecto, una explicación sociológica de la noción de ethos; puede tener un sentido aristo-
télico (Ética a Nicómaco, II-1), pero sobre todo de Max Weber quien en La ética protestante y el espíritu
del capitalismo parte del ethos (sin dar, sin embargo, una definición precisa) como de una interiori-
zación de normas de vida, hacia la articulación entre creencias religiosas y sistema económico en la
coyuntura del capitalismo. En la prolongación de esta concepción, citemos, por ejemplo, el libro de
Herbert Mac Closky y John Zaller, The American ethos: public attitudes toward capitalism and democra-
cy, Cambridge (Mass.), 1984.
3 En lo que concierne a Francia, me parece que es en 1984 que comienza la explotación del ethos en
términos pragmáticos o discursivos: O. Ducrot integró el ethos a una conceptualización enunciativa
(Ducrot, 1984: 201) y yo mismo propuse una teoría en un marco de análisis del discurso (Maingue-
neau 1984, 1987). Antes, M. Le Guern (1977) había llamado la atención sobre el valor que tenía es -
ta noción en la retórica del siglo XVII.

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do en la bibliografía. Comenzaré por recordar las principales características del ethos retórico,
cómo se presenta luego de la problemática aristotélica; evocaré después un cierto número de
problemas que se presentan cuando uno quiere establecer esta noción; presentaré, en fin, mi
propia concepción del ethos, insistiendo en el hecho de que no es más que una de las aplica-
ciones posibles de una noción que tiene vocación de ser transdisciplinaria.

-I-
El ethos retórico
Al escribir su Retórica, Aristóteles intenta presentar una techné con miras a examinar no
lo que es persuasivo para tal o cual individuo, sino para tal o cual tipo de individuos (1356b,
32-33 (4)). La prueba por el ethos consiste en causar buena impresión, por la manera en la
que se construye el discurso, en dar una imagen de si capaz de convencer al auditorio ganan-
do su confianza. El destinatario debe atribuir ciertas propiedades a la instancia que se estable-
ce como la fuente del acontecimiento enunciativo.
La prueba por el ethos moviliza “todo lo que, en la enunciación discursiva, contribuye a
emitir una imagen del orador con destino en el auditorio. El tono de voz, la facilidad de pala-
bra, la elección de las palabras y de los argumentos, gestos, mímicas, mirada, postura, adornos,
etc., son igualmente signos, elocutorios y oratorios, de la vestimenta y simbólicos, por los cuales
el orador da de si mismo una imagen psicológica y sociológica” (Declercq, 1992; 48). No se trata
de una representación estática o bien delimitada, sino sobre todo de una forma dinámica, cons-
truida por el destinatario a través del movimiento mismo de la palabra del locutor. El ethos no
se instala en el primer plano, sino de manera lateral, implica una experiencia sensible del dis-
curso, moviliza la afectividad del destinatario. Para recordar una fórmula de Gilbert (siglo XVI-
II), que resume el triángulo de la retórica antigua, “se instruye por los argumentos; se mueve
por las pasiones; se insinúa por las costumbres”: los argumentos corresponden al logos, las “pa-
siones” al pathos, las “costumbres” al ethos. [...] Se comprende que en la tradición retórica el
ethos haya sido frecuentemente mirado con sospecha: presentado como tan eficaz, visto a veces
como más que el logos (los argumentos propiamente dichos), se supone que invierte inevitable-
mente la jerarquía moral entre lo inteligible y lo sensible. (...)
El ethos propiamente retórico está ligado a la enunciación misma y no a un saber extra-
discursivo sobre el locutor. Este es el punto esencial: “se persuade por el carácter cuando el
discurso naturalmente muestra al orador como digno de fe [...] Pero es necesario que esa con-
fianza sea el efecto del discurso, no de una prevención sobre el carácter del orador” (1356a)4. R. Bar-
thes subraya este punto: “son los rasgos de carácter lo que el orador debe mostrar al auditorio
(poco importa su sinceridad) para hacer buena impresión [...] El orador enuncia una informa-
ción y al mismo tiempo dice: yo soy esto, yo no soy aquello” (Barthes, 1970: 212). La eficacia
del ethos depende del hecho de que envuelve de algún modo la enunciación sin ser explicita-
do en el enunciado.
[…] El ethos es diferente de los atributos “reales” del locutor; puede ser adjuntado al lo-
cutor en tanto que este es la fuente de la enunciación, es desde el exterior que lo caracteriza.
El destinatario atribuye a un locutor inscripto en el mundo extra-discursivo rasgos que son en

4 Subrayado nuestro.

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realidad intra-discursivos, pues son asociados a una manera de decir. Más exactamente, no se
trata de rasgos estrictamente “intra-discursivos” porque, se ha visto, intervienen también en
su elaboración datos exteriores a la palabra propiamente dicha (mímicas, vestimentas...).
En última instancia, la cuestión del ethos está ligada a la construcción de la identidad.
Cada turno de habla implica a la vez tomar en cuenta las representaciones que los participan-
tes se hacen el uno del otro; pero también la estrategia de habla de un locutor que orienta el
discurso de manera de formarse a través de él una cierta identidad.

Algunas dificultades ligadas a la noción


En sus desarrollos históricos como en las nuevas aplicaciones que son hechas hoy, la no-
ción de ethos, todo lo simple que puede parecer en un primer abordaje, instaura múltiples
problemas si se la quiere circunscribir con cierta precisión. Señalaremos algunos.
El ethos está crucialmente ligado al acto de enunciación, pero no se puede ignorar que el
público construye también representaciones del ethos del enunciador antes incluso de que ha-
ble. Parece necesario, entonces, establecer una distinción entre ethos discursivo y ethos prediscur-
sivo. Solo el primero, hemos visto, corresponde a la definición de Aristóteles. Ciertamente, exis-
ten tipos de discurso o de circunstancias por las cuales el destinatario no dispone de representa-
ciones previas del ethos del locutor: así ocurre cuando se abre una novela. Pasa algo distinto en
el dominio político, por ejemplo, donde la mayor parte de los locutores, constantemente pre-
sentes en la escena mediática, son asociados a un tipo de ethos que cada enunciación puede
confirmar o cancelar. De todas maneras, incluso si el destinatario no conoce bien el ethos pre-
vio del locutor, el solo hecho de que un texto pertenezca a un género del discurso o a un cierto
posicionamiento ideológico induce a perjuicios en materia de ethos. Se puede, así, poner en du-
da lo bien fundada de esta distinción entre “prediscursivo” y “discursivo”, argumentando que
cada discurso se desarrolla en el tiempo (un hombre que ha hablado al comienzo de una reu-
nión y que retoma la palabra, ha adquirido ya una cierta reputación que la continuación de su
propósito puede confirmar o no). De todas maneras, se puede pensar que la distinción predis-
cursivo / discursivo debe tomar en cuenta la diversidad de los géneros del discurso, que no es
pertinente, entonces, sobre la nada.
Otra serie de problemas viene de que en la elaboración del ethos intervienen órdenes de
hechos muy diversos: los índices sobre los que se apoya el intérprete van de la elección del re-
gistro de lengua y de las palabras a la planificación textual, pasando por el ritmo y la facilidad
de palabra... El ethos se elabora, así, a través de una percepción compleja que moviliza la afecti-
vidad del intérprete que obtiene sus informaciones del material lingüístico y del medio ambien-
te. Es incluso más grave: si se dice que el ethos es un efecto del discurso, se debería poder deli-
mitar lo que se releva en el discurso; pero es mucho más evidente en un texto escrito que en
una situación de interacción oral. Hay siempre elementos contingentes en un acto de comuni-
cación, de los que es difícil decir si forman parte del discurso o no, pero que influyen en la
construcción del ethos por el destinatario. Es, en última instancia, una decisión teórica saber si
se debe relacionar el ethos con el material propiamente verbal, dar el poder a las palabras, o si
se debe integrar elementos como el vestuario del locutor, sus gestos, ver el conjunto del cuadro
de la comunicación. El problema es mucho más delicado porque el ethos, por naturaleza, es un

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comportamiento que, en tanto tal, articula lo verbal y lo no verbal para provocar en el destinata-
rio efectos que no se deben solo a las palabras, al menos no por completo.
Por otro lado, la noción de ethos reenvía a cosas muy diferentes según se lo considere
desde el punto de vista del locutor o desde el del destinatario: el ethos ambicionado no es ne-
cesariamente el ethos producido. El docente que quiere dar la imagen de serio puede ser perci-
bido como fastidioso, aquel que quiere dar la imagen de individuo abierto y simpático puede
ser percibido como reclutador o “demagogo”. Los fracasos en materia de ethos son moneda
corriente.
[…] De todas maneras, desde su origen la noción de ethos no tiene un valor unívoco. El
término “ethos” en griego tiene un sentido poco específico y se presta a múltiples aplicacio-
nes: en retórica, en moral, en política, en música... Ya en Aristóteles, el ethos es objeto de tra-
tamientos diferentes en la Política y en la Retórica, y hemos visto que en este último libro de-
signa tanto las propiedades adjudicadas al orador en tanto que enuncia, como las disposicio-
nes estables atribuidas a los individuos insertos en las colectividades. A esto se añaden todos
los problemas que presenta la interpretación del texto aristotélico y, aún más, los corpora an-
tiguos. [...]
Lo que nos interesa aquí es saber a qué título la categoría atañe a un sector determinado
de las ciencias humanas contemporáneas, cuando hacen análisis de discurso. No vivimos en
el mismo mundo que el de la retórica antigua y la palabra no está constreñida por los mismos
dispositivos; lo que era una disciplina única, la retórica, está hoy disperso en diversas discipli-
nas teóricas y prácticas que tienen distintos intereses y captan el ethos bajo facetas diversas.
No hay modo posible de establecer definitivamente una noción de este tipo, que es mejor
aprehender como el nudo generador de una multitud de desarrollos posibles. Por ejemplo, los
esfuerzos de M. Dascal por integrar el ethos a una “retórica cognitiva” fundada sobre una
pragmática filosófica (Dascal, 1999) o perspectivas de los “cultural studies”, donde el ethos es
asociado a cuestiones de diferencia sexual y de etnicidad (Baumlin J. S. Y T. F., 1994). Los cor-
pora juegan también un papel esencial en esta diversificación; aplicado a un texto filo-
sófico del siglo XIX, el ethos no puede establecer los mismos problemas que si se apli-
ca a una interacción conversacional...
No obstante, si nos limitamos a la Retórica de Aristóteles, podemos acordar cier-
tas ideas, sin prejuzgar la manera en la que pueden ser aplicadas eventualmente:

 el ethos es una noción discursiva, se construye a través del discurso, no es


una “imagen” del locutor exterior a la palabra;
 el ethos está profundamente ligado a un proceso interactivo de influencia
sobre el otro;
 es una noción híbrida (socio-discursiva), un comportamiento socialmente
evaluado que no puede ser aprehendido fuera de una situación de comu-
nicación precisa, integrada ella misma en una coyuntura socio-histórica
determinada.

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Es en este espíritu que presentaré mi concepción personal del ethos, que se ins-
cribe en el marco del análisis del discurso: incluso si su problemática es bien diferente,
me parece que no es profundamente infiel a las líneas rectoras de la concepción aris-
totélica del ethos. Para permanecer en el espíritu de este número de Pratiques, pondré
el acento sobre lo escrito.
- II -

He sido impulsado a trabajar esta noción de ethos en el marco del análisis del discur-
so y en corpora relevantes de géneros que se podrían llamar “instituidos”, en oposición a los
géneros conversacionales. Entre los géneros “instituidos”, sean monologales o dialogales, los
participantes ocupan roles preestablecidos que permanecen estables en el curso del evento co-
municativo y siguen rutinas, más o menos precisas, en el desarrollo de la organización tex-
tual. En los géneros conversacionales, en oposición, los lugares de los participantes son nego-
ciados sin cesar y el desarrollo del texto no obedece a constreñimientos macro-estructurales
fuertes.
Mi perspectiva excede por mucho el marco de la argumentación. Más allá de la persua-
sión por los argumentos, la noción de ethos permite, en efecto, reflexionar sobre el proceso
más general de la adhesión de los sujetos a cierto posicionamiento. Proceso particularmente
evidente cuando se trata de discursos como la publicidad, la filosofía, la política, etc., que –a
diferencia de los “funcionales” como los formularios administrativos o los instructivos- deben
ganar un público que está en derecho de ignorarlos o de rechazarlos. […]

Ethos y escena de enunciación


A través del ethos, el destinatario es convocado, en efecto, a un lugar, inscripto en la es-
cena de enunciación que implica el texto. Esta “escena de enunciación” se analiza en tres es-
cenas, que he propuesto llamar “escena englobante”, “escena genérica” y “escenografía”
(Maingueneau 1993). La escena englobante da su estatuto pragmático al discurso, lo integra en
un tipo: publicitario, administrativo, filosófico... La escena genérica es la del contrato ligado a
un género o a un sub-género del discurso: el editorial, el sermón, la guía turística, la visita mé-
dica... En cuanto a la escenografía, no es impuesta por el género, sino construida por el texto
mismo: un sermón puede ser enunciado a través de una escenografía profesoral, profética,
amistosa, etc. La escenografía es la escena de habla que el discurso presupone para poder ser
enunciado y que este debe validar a través de su enunciación misma: todo discurso, por su
mismo desarrollo, pretende instituir la situación de enunciación que le resulta pertinente. En-
tonces, la escenografía no es un marco, un decorado, como si el discurso sobreviniera en el in-
terior de un espacio ya construido e independiente de él, sino es lo que la enunciación instau-
ra progresivamente como su propio dispositivo de habla.
Existen géneros del discurso que se mantienen en su escena genérica, es decir que no
son susceptibles de permitir escenografías variadas (cf. La guía telefónica, las recetas médicas,
etc.). Otros, por el contrario, exigen la elección de una escenografía: es el caso de los géneros

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literarios, filosóficos, publicitarios (hay publicidades que presentan escenografías de conver-


sación; otras, de discurso científico, etc.)... Entre esos dos extremos se sitúan los géneros que
permiten escenografías variadas, pero que muy frecuentemente se mantienen en su escena ge-
nérica rutinaria. Es así que existe, por ejemplo, una escena genérica rutinaria de los manuales
universitarios. Pero el autor de un manual tiene siempre la posibilidad de enunciar a través de
una escenografía que se distancia de esa rutina: por ejemplo, si desarrolla su enseñanza a tra-
vés de la escenografía de una novela de aventuras.
La escenografía, con el ethos del que participa, implica un proceso circular: desde su
emergencia, la palabra es transportada por un cierto ethos el que, de hecho, se valida progresi-
vamente a través de esa enunciación misma. La escenografía es, a la vez, lo que viene en el
discurso y lo que engendra el discurso; legitima un enunciado que, volviendo sobre ella, debe
legitimarla, debe establecer que esa escena en la que viene la palabra es precisamente la esce-
na requerida para enunciar en tal circunstancia. Son los contenidos desarrollados por el dis-
curso los que permiten especificar y validar el ethos y su escenografía, a través de los cuales
esos contenidos surgieron. Cuando un hombre de ciencia aparece en televisión, se muestra a
través de su enunciación como reflexivo, medido, imparcial, etc., al mismo tiempo en su
ethos y en el contenido de sus palabras: al hacerlo, define circularmente lo que es el verdade-
ro hombre de ciencia y se opone al anti-ethos correspondiente.
El ethos de un discurso resulta de una interacción entre diversos factores; ethos predis-
cursivo, ethos discursivo (ethos mostrado), pero también los fragmentos del texto donde el
enunciador evoca su propia enunciación (ethos dicho): directamente (“es un amigo el que te
habla”), o indirectamente, por ejemplo, por la vía de metáforas o alusiones a otras escenas de
habla (así Mitterrand en su “Carta a todos los franceses” de 1988 compara su propia enuncia-
ción con la palabra de un padre de familia en la mesa familiar). La distinción entre ethos di-
cho y mostrado se inscribe en los extremos de una línea continua pues es imposible definir una
frontera neta entre lo “dicho” sugerido y lo “mostrado”. El ethos efectivo, el que construye tal
o cual destinatario, resulta de la interacción de las diversas instancias cuyos pesos respectivos
varían según los géneros del discurso. La doble flecha en el esquema siguiente indica que hay
interacción.

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Si cada coyuntura histórica se caracteriza por un régimen específico de los ethé, la lectura
de muchos de los textos que no pertenecen a nuestro aire cultural (en el tiempo como en el es-
pacio) es frecuentemente obstaculizada no por lagunas graves en nuestro saber enciclopédico,
sino por lo cerrado de los ethé que sostienen tácitamente su enunciación. Cuando vemos las es-
trofas de la Chanson de Roland dispuestas sobre una hoja de papel, es muy difícil restituir el
ethos que las sostenía; o ¿qué es una epopeya sino un género de performance oral? Sin ir tal le-
jos, la prosa política del siglo XIX es indisociable de los ethé ligados a prácticas discursivas, a si-
tuaciones de comunicación desaparecidas.
Por otro lado, de una coyuntura a la otra no son las mismas zonas de la producción se-
miótica las que proponen los modelos de maneras de ser y de decir más importantes, los que
“dan el tono”. Los estereotipos de comportamiento eran accesibles a las elites de manera pri-
vilegiada a través de la lectura de textos literarios, mientras que hoy ese rol lo cumple la pu-
blicidad, sobre todo en su forma audiovisual. Esto es categórico para los siglos XVII y XVIII,
cuando el discurso literario era inseparable de los valores ligados a ciertos modos de vida. Los
innumerables textos que se revelaban principalmente como “galantes”, por ejemplo, no se
contentaban con contar ciertas historias o con exponer ciertas ideas, se revelaban así a través
de un ethos discursivo específico que participaba del mundo ethico de la galantería: ethos de
lo “natural” y de la “jovialidad”.
La especificidad de un ethos reenvía en efecto a la figura del “garante” que, a través de
su palabra, se da una identidad a la medida del mundo que se considera que él hace surgir. Es-
ta problemática del ethos conduce a oponerse a la reducción de la interpretación a una simple
decodificación; todo lo concerniente al orden de la experiencia sensible entra en juego en el
proceso de la comunicación verbal. Las “ideas” suscitan la adhesión del lector a través de una
manera de decir que es también una manera de ser. Ubicados por la lectura en un ethos envol-
vente e invisible, no solo desciframos los contenidos, participamos del mundo configurado
por la enunciación, accedemos a una identidad encarnada de alguna manera. El poder de per-
suasión de un discurso depende, en parte, del hecho de que conduce al destinatario a identifi-
carse con el movimiento de un cuerpo muy esquemático, investido de valores históricamente
especificados.

Conclusión

Desde que hay enunciación, cualquier cosa del orden del ethos se encuentra liberada: a
través de su palabra, un locutor activa en el intérprete la construcción de una cierta represen-
tación de sí mismo, poniendo así en peligro su maestría sobre su propia palabra; lo hace ensa-
yar el control, más o menos confusamente, del tratamiento interpretativo de los signos que
envía. A partir de este hecho indelimitable, muchas explotaciones del ethos son posibles, en
función del tipo y del género del discurso concernientes, en función también de la disciplina,
de la corriente dentro de esa disciplina en la que se inscribe la investigación. Un análisis del
discurso como el que yo practico no puede aprehender el ethos de la misma manera que una
teoría de la argumentación o una teoría del discurso de inspiración psico-sociológica. Estos
dos parámetros (corpus y disciplina) no son más que parcialmente independientes: se sabe

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que cada disciplina o cada corriente tiene tendencia a privilegiar tal o cual tipo de datos ver-
bales.
Se podría, evidentemente, renunciar a la categoría de ethos, juzgada como muy inesta-
ble, pero es innegable que reenvía por lo menos a un fenómeno único, incluso si no puede ser
aprehendido de manera compacta. Como escribe A. Auchlin, que enfoca sobre todo las inte-
racciones conversacionales: “la noción de ethos es una noción cuyo interés es esencialmente
práctico, y no un concepto teórico claro [...] En nuestra práctica ordinaria del habla, el ethos
responde a cuestiones empíricas efectivas que tienen como particularidad el ser más o menos
co-extensivas a nuestro ser mismo, relativas a una zona íntima y poco explorada de nuestra
relación con el lenguaje, donde nuestra identificación es tal que se ponen en escena estrate-
gias de protección” (2001: 93). Lo importante, cuando se confronta esta noción, es, entonces,
definir por intermedio de qué disciplina la movilizamos, con qué perspectiva, y dentro de qué
red conceptual.

Bibliografía
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El pathos o el rol de las emociones


en la argumentación
Ruth Amossy
L’argumentation dans le discours, cap. 6, París, Nathan, 2000. (Traducción de Andrea Cohen
para la cátedra Lingüística Interdisciplinaria de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA.)

La retórica aristotélica dedica un libro entero a la cuestión del pathos, el cual trata acerca
de los medios para “predisponer al juez (o a cualquier público)” (Aristóteles 1991: 181). Si el
logos concierne a las estrategias discursivas en cuanto tales, y el ethos a la imagen del locutor,
el pathos se relaciona directamente con el auditorio. Examinar los pormenores significa para
Aristóteles analizar lo que puede conmover, conocer la naturaleza de las emociones y lo que
las suscita, preguntarse a qué sentimientos el alocutario accede particularmente de acuerdo a
su status, su edad...
Este saber es necesario para el orador que desea emplear la cólera, la indignación, la pie-
dad, como medio oratorio (Ibid.:183). El término “pathè” en plural designa también las emo-
ciones a las que un orador “tiene interés de conocer para actuar eficazmente en las almas” y
ellas son “la cólera y la calma, la amistad y el odio, el temor y la confianza, la vergüenza y la
impudencia, la bondad, la piedad y la indignación, la envidia, la emulación y el desprecio”
(Patillon 1990:69) Sabemos que la retórica aristotélica dedica al tema un libro entero, el Libro
II, que examina los diferentes tipos de pasiones bajo tres aspectos principales: en qué estado
del alma se los experimenta, hacia qué clases de personas, y por qué motivos. No se trata aquí
de una pura empresa taxonómica, ni de un estudio de la psychè que sería en sí misma su pro-
pio fin. El libro sobre el pathos no es tampoco, aunque se aproxima bastante en ciertos aspec-
tos, una semiótica de las pasiones antes de tiempo. Si el conocimiento de las pasiones huma-
nas se presenta en la Retórica como indispensable, es porque permite actuar por la palabra:
contribuye poderosamente para alcanzar la convicción.
Actuar en los hombres emocionándolos, transportándolos a la cólera o haciéndolos ac-
cesibles a la piedad, o simplemente despertando en ellos el miedo, ¿no es sin embargo contra-
venir a las exigencias de la racionalidad? ¿La argumentación concerniente a las decisiones im-
portantes no debería arrastrar la adhesión de las almas sin tener que perturbar los corazones?
Esta no es la posición de Aristóteles, quien se niega a separar el pathos del logos. No es sólo en
el epidíctico donde la apelación a los sentimientos está bien visto. En el género judicial como
en el género deliberativo, importa saber en qué disposiciones afectivas se encuentran los audi-
tores a quienes uno se dirige y, además, saber conducirlos a las disposiciones convenientes
puesto que la pasión “es lo que, al modificarnos, produce diferencias en nuestros juicios”
(Aristóteles 1991:182), y puede pesar en las decisiones del juez en un proceso como en las del
ciudadano en la gestión de la polis.

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Al darle un lugar importante al pathos, el análisis argumentativo permanece fiel al pro-


yecto retórico inicial. Sin embargo, debe resolver los problemas que plantea la alianza de la ra-
zón y de la pasión tales como trataron las retóricas y teorías de la argumentación, de la edad
clásica a nuestros días.

1. La razón y las pasiones

1.1. Convicción y persuasión: una dicotomía persistente

“El catequismo retórico -resume C. Plantin- nos enseña que la persuasión completa se
obtiene por la conjunción de tres ‘operaciones discursivas’: el discurso debe enseñar, deleitar,
conmover (docere, delectare, movere): puesto que la vía intelectual no alcanza para desencade-
nar la acción. (Plantin 1996: 4). En otros términos, imponerse a la razón no significa estreme-
cer la voluntad que autoriza la acción. Esta división dio origen al par “convencer- persuadir”;
el primero se dirige a las facultades intelectuales, el segundo al corazón. Frente a una perspec-
tiva integradora que insiste en el lazo orgánico entre convicción y persuasión, logos y pathos,
encontramos posturas que las disocian radicalmente insistiendo en su autonomía respectiva,
incluso en su antinomia. Unas veces es la convicción racional la que recibe todos los honores;
otras, por el contrario, es el arte de conmover y de movilizar emocionando lo que resulta elogia-
do. La cuestión de las pasiones y de su movilización en la obra de persuasión muestra hasta qué
punto la retórica depende de una visión antropológica. Está intrínsecamente vinculada con una
concepción cambiante de la racionalidad humana y del estatuto de los afectos en el sujeto pen-
sante. L’Histoire de la rhétorique dans l’Europe moderne (Fumaroli, 1999) y el libro reciente de G.
Mathieu-Castellani (2000) sobre la Rhétorique des passions permiten captar las modificaciones
que sufrió la importancia acordada al sentimiento en función del espacio cultural e ideológico
donde se muestra la reflexión sobre el arte de la palabra eficaz.
Bastará mencionar algunos casos ejemplares de entre quienes sostuvieron las razones del
corazón, entre ellos uno de los preceptos muy conocidos de Pascal:
Sea lo que sea lo que se quiera persuadir, es necesario tener en cuenta a la persona en quien
se está interesado, de la cual hay que conocer la mente y el corazón , con qué principios
concuerda, qué cosas le gustan [...] De modo que el arte de persuadir consista tanto en el de
agradar como en el de convencer, dado que los hombres se gobiernan más por capricho
que por razón. (Pascal 1914: 356)

Para Pascal, dirigirse al entendimiento es insuficiente si uno no se preocupa del encanto


que influye directamente en las conductas. Incluso Lamy no concibe la persuasión sino en el
movimiento que tiene en cuenta los intereses de los auditores, los cuales pueden ser contra-
rios a la tesis que se intenta hacerles admitir. “La elocuencia no sería entonces la dueña de los
corazones, y hubiera encontrado una fuerte resistencia en ello, si los hubiera atacado sólo con
las armas de la verdad. Las pasiones son los resortes del alma, son las que la hacen actuar”
(Lamy 1998: 229; 1ª ed. 1675). Frente a estas posturas que forman parte de la naturaleza hu-

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mana, señalemos la de Gibert que se pronuncia en contra de la convicción, y en favor de la


persuasión fundada en la apelación al sentimiento que se basa en la verdadera elocuencia:
La [primera] es la sujeción del intelecto a una verdad, sobre el claro conocimiento de la re-
lación que esta tiene con las razones que la prueban. La segunda es la sujeción eficaz de la
voluntad con el amor, o con el odio de una acción; de manera tal que el intelecto ya está
sujeto a una verdad por las razones más claras, sin que haya todavía una verdadera Persua-
sión. Hay una, cuando el corazón resulta vencido. (Gibert 1730: 251 citado en Fumaroli
1999:886)

De esto se deduce que “lo que no conmueve es lo contrario de la persuasión”. (Ibid.) En el


mismo orden de ideas, C. Perelman menciona a Rousseau quien en el Emilio observa que de na-
da sirve convencer a un niño “si no se sabe persuadirlo”. La consideración de las pasiones que
movilizan al ser humano da origen a una visión de la retórica como arte de conmover los cora-
zones. Se describe la capacidad de emocionar como un don de elocuencia que marca la superio-
ridad del verdadero orador. Ya encontramos esta concepción en Quintiliano:
Pero saber entusiasmar y cautivar a los jueces, predisponer sus mentes como queramos, in-
flamarlos de cólera o enternecerlos hasta las lágrimas, es realmente raro. Sin embargo, es
por esto que el orador logra dominar, y es lo que asegura a la elocuencia el imperio que tie-
ne sobre los corazones. (Citado en Molinié 1992: 251)

En la edad clásica, la elocuencia se opone a menudo a la retórica, considerada como for-


zada y artificial mientras que la elocuencia sería una palabra proveniente de las profundidades
que estremece al ser humano hasta lo más profundo de sí mismo para hacerle tomar una ver-
dad interior o para conducirlo al bien.1
Encontramos así actitudes muy diversas en todo lo que concierne a la función de las
emociones en el arte de la oratoria. Para unos, son la palanca de la verdadera elocuencia. Para
otros, aparecen como un medio inevitable aunque lamentable para lograr resultados concre-
tos: el hombre se dirige según sus pasiones y sus intereses más que según su razón. Finalmen-
te, para los demás constituyen un medio seguro para manipular al auditorio, cuyo dominio
resulta esencial asegurarse.
El peligro del poder que puede tomarse sobre sus auditores dirigiéndose a sus pasiones es
objeto de reflexiones desde la Antigüedad. Así, Aristóteles consideraba que no hay que “per-
vertir” al juez despertando en él sentimientos que podrían interferir con una evaluación obje-
tiva de las cosas. Cicerón, por el contrario, hace decir a Antonio que el orador debe “ganarse
el favor del que lo escucha, sobre todo excitar en él tales emociones que en lugar de seguir al
juicio y a la razón, ceda al arrastre de la pasión y a la perturbación de su alma” (Cicerón II
1966 : 178). Vemos porqué la noción de persuasión que se dirige a los corazones pudo trans-
formarse en objeto de litigio. Plantea cuestiones que en la actualidad continúan siendo vigen-
tes. ¿Es necesario ver en la emoción la prueba de una elocuencia del corazón superior a cual-
quier técnica de la palabra, y apta para hacer tomar una verdad interior? ¿O por el contrario el
orador, intentando emocionar, manipula a su auditorio en la medida en la que ejerce una in-
fluencia que no surge de la razón?

1 Se consultará al respecto los actos del coloquio de Cerisy acerca de Éloquence et vérité intérieure, C.
Dornier y J. Siess, ediciones (París, Champion)

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1.2. Las teorías de la argumentación contra las pasiones

La lógica informal y la mayoría de las teorías de la argumentación se pronunciaron en


contra de la injerencia de las emociones en el razonamiento lógico y en la interacción argu-
mentativa. El intento de llevar al auditorio a una posición determinada es concebida en efec-
to como una obra que se efectúa por vías racionales, que excluyen todo tipo de recurso al sen-
timiento, que es considerado como irracional. Van Eemeren y sus colaboradores son muy cla-
ros en este punto:
La argumentación es una actividad de la razón, lo que indica que el argumentador se ha to-
mado la molestia de reflexionar acerca del tema. Proponer un argumento significa que el ar-
gumentador trata de mostrar que es posible dar cuenta racionalmente de su posición en la
materia. Esto no significa que las emociones no puedan representar un papel cuando se
adopta una posición, sino que esos motivos internos, que fueron asimilados por el discurso,
no son directamente pertinentes como tales. Cuando la gente propone argumentos en una
argumentación, sitúa sus consideraciones en el reino de la razón. (Van Eemeren et al. 1996:
2.)

Los paladines de la pragma-dialéctica se aliñan aquí en las posiciones de la lógica infor-


mal, que ve en las pasiones una fuente de error y las hostigan en le estudio de los falacias.
(II,4,2). En efecto, es interesante comprobar que una parte de los falacias, entre ellas las de ad
(ad populum, ad misericordiam, ad hominem, ad baculum...) derivan de la apelación a las emo-
ciones. Adulan el amor propio, despiertan la piedad o el temor, suscitan pasiones, apartan así
al intelecto de las vías racionales que solas pueden guiarlo en la evaluación de un argumento.
Lógica y pasión parecen desde luego excluirse mutuamente. Así, Copi y Burgess Jackson enu-
meran en su lista de falacias “la apelación a las emociones”. Al negarse a tomar partido en la
querella que opone a los filósofos por encima de la supremacía de la razón, observan que “las
emociones y las pasiones, por su naturaleza misma, pueden cobrar una dimensión tal que do-
minan completamente las capacidades racionales” (Copi 1986: 116). Pueden enceguecer ante
los hechos, inducir a la exageración y poner trabas a los procesos de pensamiento común. Así,
la apelación a la emoción se vuelve falaz no simplemente cuando se recurre al sentimiento,
sino cuando lo moviliza al punto de poner trabas a la capacidad de razonar. A pesar de las pre-
cauciones oratorias de las cuales los autores se rodean, se desprende claramente que una divi-
sión queda establecida entre razón y pasión, en la cual esta se encuentra depreciada y, en mu-
chos casos, descalificada.
Estas posiciones fueron atenuadas en los trabajos de Douglas Walton quien, en una obra
importante intitulada The Place of Emotion in Argument con fecha en 1992, mostró la legitimi-
dad de las emociones en el proceso argumentativo. Insiste en el hecho de que “las apelaciones
a la emoción tienen un lugar legítimo, incluso importante en el diálogo persuasivo”. Sin em-
bargo, considera que hay que “tratarlas con prudencia porque también pueden ser utilizadas
falazmente” (Walton 1992:1) Por eso, procede a un examen de las condiciones de validez de
los argumentos que apelan al sentimiento como la apelación a la piedad o al argumento ad
hominem. Cuando se considera el argumento ad populum ―constata Walton― se tiende a ver
en ello una apelación a la multitud donde la pasión retórica intenta movilizar al pueblo con
el propósito de una acción llevada por el entusiasmo, incluso con miras a una explosión de

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violencia. Sin embargo, antes de sostener un juicio semejante, es importante considerar el ob-
jetivo del orador en el marco de la situación de discurso que le pertenece, o el género que ha
seleccionado. Un discurso epidíctico, por ejemplo, cuyo objetivo es reafirmar la identidad del
grupo y fortalecerlo en torno a valores morales, puede apelar al sentimiento sin que por ello
sea falaz. (Walton 2000:303) Asimismo Philippe Breton en su obra acerca de La Parole manipu-
lée observa que “la apelación a los valores, que es uno de los resortes de la argumentación de-
mocrática, moviliza los afectos profundamente” (2000: 78) sin que por eso represente una
manipulación reprensible. Eso no impide que si las teorías de la argumentación otorgan a par-
tir de ahora un lugar cada vez más amplio a la emoción, estas no consientan en tolerarla sino
bajo ciertas condiciones, manteniendo al respecto una desconfianza secular.
Es interesante observar que la afirmación de una supremacía de la razón como de la pa-
sión supone desde el comienzo la posibilidad de distinguirlas claramente, e incluso cuando se
recuerda su solidaridad. “Los criterios por los cuales se cree que es posible separar convicción
y persuasión se basan en una decisión que pretende aislar un conjunto ―conjunto de proce -
dimientos, conjunto de facultades―, algunos elementos que consideramos racionales”, obser -
va Perelman en su Tratado (1970 : 36) . Rechaza la oposición entre la acción sobre el entendi-
miento ―presentada como impersonal y atemporal―, y la acción sobre la voluntad, presenta-
da como totalmente irracional. En efecto, considera que toda acción fundada en la elección
tiene necesariamente bases racionales, y que negarlo sería “volver absurdo el ejercicio de la li-
bertad humana” (Ibid.: 62). Sin embargo, se observa que en su rechazo por aislar lo racional
oponiéndolo a lo pasional como palanca de acción, Perelman no apunta en absoluto a reinte-
grar el juego de las emociones en el ejercicio argumentativo. Por el contrario, subraya el vín-
culo esencial que une la voluntad con la razón más que con el afecto para mostrar que la ra-
zón es también susceptible de movilizar a los hombres. Se comprende en esta perspectiva que
Chaim Perelman no haya retomado por su cuenta el pathos aristotélico, considerando por otra
parte que el libro II de la Retórica marcaba su existencia por el hecho de que la psicología co-
mo disciplina aparte no existía en la Antigüedad.
En el campo de la retórica, los trabajos de Michel Meyer ―que contribuyen a difundir el
pensamiento de Chaim Perelman― mostraron la importancia capital de las pasiones, y han
vuelto a evaluar radicalmente su papel en la argumentación. Estas aclaraciones aparecen en la
edición que Meyer ha dado de la retórica aristotélica (Livre de poche, 1991) y en una edición
separada intitulada Rhétorique des passions (1989), ampliamente comentada. La puesta en evi-
dencia del lugar de las emociones en la argumentación ―y no solamente en una retórica con -
cebida como elocuencia, o en una desmistificación de las manipulaciones retóricas― se prosi -
gue actualmente, en particular en la semioestilística de Georges Molinié (cuyo Dictionnaire de
Réthorique insiste en la centralidad de las pasiones 1992 : 250- 266) y en los trabajos de Chris-
tian Plantin y de Patrick Charaudeau, bajo la impulsión de los desarrollos recientes de las
ciencias del lenguaje.

1.3. La imbricación de lo emocional y de lo racional en la argumentación

Las posiciones adoptadas por los analistas del discurso consisten en describir y explicar
el funcionamiento de los elementos emocionales en el discurso de carácter persuasivo sin pre-

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tender que se ofrezcan criterios de evaluación. Al rechazar una teoría de la emoción como per-
turbación y desorden, el análisis de la argumentación en el discurso parte del principio de que
una relación estrecha ―por otra parte testificada en otras ciencias humanas, en particular la
sociología y la filosofía contemporáneas― vincula la emoción con la racionalidad. Las emo-
ciones ―resume P.Charaudeau apoyándose en estos conocimientos― se manifiestan en un
sujeto humano con respecto a algo, o más exactamente por la representación que éste tiene
de lo que quiere o desea combatir (Charaudeau 2000 : 130). Están íntimamente relacionadas
con lo que él llama un saber de creencia, “saber polarizado en torno a valores socialmente
constituidos” (Ibid.: 131) correspondiente de hecho a la doxa de la retórica. En otras palabras,
las emociones son inseparables de una interpretación que se apoya en los valores, o más pre-
cisamente en un juicio de orden moral.
Encontramos la idea propuesta por Hermann Parret según la cual “las emociones son jui-
cios”, a menos que se adopte una “concepción evaluadora y no cognitiva del juicio” (1986:
142). Las emociones presuponen una evaluación de su objeto, es decir creencias concernien-
tes a las propiedades de ese objeto. Es lo que Raymond Boudon estudia con el nombre de
“sentimientos morales”, es decir sentimientos basados en una certeza moral. El estudio de
Boudon ―que apunta a mostrar que los sentimientos morales en general, y el sentimiento de
justicia en particular, están basados en razones―, resulta particularmente interesante en este
contexto. Se opone al punto de vista de Pareto, quien hace emanar las razones de fuerzas pu-
ramente afectivas, “la lógica de los sentimientos morales” propone que “al fundamento de
cualquier sentimiento de justicia, sobre todo cuando es intensamente experimentado, se pue-
de siempre, en principio al menos, distinguir un sistema de razones sólidas” (Boudon
1994 :30). Se trata de sentimientos “en la medida en que son fácilmente asociados a reaccio-
nes afectivas, eventualmente violentas” (Ibid.: 32). Sin embargo, se basan en razones, y es la
solidez de estas lo que da al sentimiento de injusticia su “carácter transsubjetivo y hace posi-
ble el consenso” (Ibid.: 47). En otras palabras, la indignación que se experimenta, por ejem-
plo, al ver inocentes perseguidos, puede defenderse con argumentos aceptables, que las perso-
nas presas de la indignación sean o no conscientes de las razones en las que basan sus juicios
axiológicos (Ibid.:50). Estas razones deben poder ser comprendidas y admitidas por observado-
res imparciales. Para Boudon como para Charaudeau, la reintegración de la racionalidad en el
centro de los sentimientos morales toma en cuenta el sistema en el seno del cual las razones
alegadas son racionales y transmisibles objetivamente. Por ejemplo, cuando aborda el senti-
miento de justicia social, observa que una teoría igualitaria de la justicia sería indefendible en
un sistema individualista. (Boudon 1994: 45).
En esta perspectiva, el análisis del discurso tiene en cuenta el elemento emocional tal
cual se inscribe en el discurso en estrecha relación con la doxa del auditorio y los procesos ra-
cionales que apuntan a llevarse la adhesión. Se dedica a detectar un efecto “pathémico” (que
provoca una emoción) en la situación de comunicación particular de la cual emerge. (Charau-
deau 2000: 138).

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2. La emoción en la interacción argumentativa

2.1. La construcción de las emociones en el discurso

Si uno se pregunta en qué nivel el pathos se inscribe en la palabra argumentativa, prime-


ro es necesario distinguir los diferentes niveles discursivos, en los cuales la emoción puede
salir a la luz. El pathos ―no lo olvidemos― es el efecto emocional producido en el alocutario.
Para Aristóteles, se trata ante todo de la disposición a la cual es necesario llevar al auditorio
para que se realice un objetivo de persuasión. El sentimiento suscitado en el auditorio no de-
be confundirse con el que siente o expresa el sujeto hablante. Tampoco hay que confundir
con el que designa un enunciado que asigna un sentimiento a un sujeto humano “No puedo
evitar expresar mi indignación”, o “Exclamó con indignación...” debe diferenciarse de “Esos
pobres niños se encontraban en un estado de miseria espantoso”, que no expresa la indigna-
ción, sino que apunta a suscitarla en el auditorio.
Pero, ¿cómo se provoca un sentimiento, y qué relación se establece entre éste con lo que
experimenta uno mismo? En primer lugar hay que aclarar que lo que el orador siente es poco
pertinente en este contexto. En primer lugar porque lo sentido no se transmite en la comuni-
cación sino por los medios ofrecidos para esta. Luego, porque el locutor animado por una
gran pasión no la transmite necesariamente a su alocutario, a quien su discurso puede resul-
tarle indiferente. Chaim Perelman insiste en el hecho de que un orador demasiado apasiona-
do se arriesga a perder su objetivo porque, llevado por el ardor de sus propios sentimientos,
descuidará adaptarse a su auditorio. Asimismo, la descripción de una pasión no conduce nece-
sariamente a compartirla. No porque lea el retrato de una persona indignada retomo sus sen-
timientos como propios, y el discurso del hombre en cólera no es necesariamente el que ten-
drá más efecto.
La cuestión que aquí se plantea es la de saber cómo una argumentación puede no expre-
sarse, sino suscitar y construir discursivamente emociones. (Plantin, 2000). En la perspectiva
de un análisis del discurso, podemos suponer dos casos de figuras principales: aquel en el que
se menciona la emoción explícitamente, y aquel en el que es provocada sin que sea designada
por términos sentimentales. Tomemos, en primer lugar, el segundo caso de las figuras, aparen-
temente más problemático dado que economiza cualquier huella lingüística extraída del cam-
po lexical de las emociones. ¿Qué es lo que permite aislar el proceso según el cual se constru-
ye el pathos?
Fiel a la tradición retórica, C. Plantin propone liberar el efecto pathémico pretendido a
partir de un tópico. Se trata de ver lo que provoca cierto tipo de reacción afectiva en una cul-
tura dada, en el interior de un contexto discursivo dado. Las cuestiones que plantea Plantin
para determinar los lugares comunes que justifican una emoción son: ¿De quién se trata? ¿De
qué se trata? ¿Dónde? ¿Cuál es la causa? ¿Es controlable?
Veamos a modo de ejemplo este fragmento extraído de Étoile errante, de Le Clézio:
Poco a poco, incluso los niños habían dejado de correr, de gritar y de golpearse en las in-
mediaciones del campo. Ahora, permanecían alrededor de las chozas, sentados a la sombra
en el polvo, famélicos y semejantes a perros... (1992: 231)

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Esta descripción, hecha por la narradora en primera persona, Nejma, una joven palesti-
na que durante la guerra de 1948 huye de sus ciudad natal y que se encuentra en un campo
de refugiados, no contiene ninguna mención de sentimientos: ni los propios, ni los de los ni-
ños de quienes habla son precisados. Sin embargo, el texto contiene un tópico en el sentido
en el que está asociado a lugares que en nuestra cultura justifican una emoción. En efecto, se
trata de niños, seres por definición inocentes, lo que vuelve de aquí en adelante sensible al
lector por lo que pueda ocurrirles. Se trata de desnutrición, puesto que están “famélicos”; ni-
ños enclenques que no comen para saciar el hambre suscitan automáticamente la piedad. Se
trata de niños que perdieron sus fuerzas y su alegría de vivir: dejaron de entregarse a todas las
actividades y a todos los juegos que caracterizan la infancia. Esto escandaliza el sentimiento
moral que requiere que la infancia sea protegida y pueda gozar de sus prerrogativas de alegría
y despreocupación. Además, la evocación del “campo” y de las “chozas” ofrece un cuadro que
recuerda a priori la indigencia y el sufrimiento. La comparación “semejantes a perros” subraya
finalmente la deshumanización infligida por la vida en el campo de refugiados. Así, el enun-
ciado despierta sentimientos de piedad vinculados con la noción de injusticia, e inculca la
emoción en la racionalidad que forma la base de los sentimientos morales.
Vemos cómo los diversos puntos mencionados más arriba se relacionan. Primero, apare-
ce claramente que la emoción se inscribe en un saber de creencia que desencadena cierto tipo
de reacción frente a una representación social y moralmente cargada de sentido. Normas, va-
lores, creencias implícitas sostienen las razones que suscitan el sentimiento. La adhesión del
auditorio a las premisas determina la aceptabilidad de las razones del sentimiento. Luego, ve-
mos cómo la emoción puede construirse en el discurso a partir de enunciados que llevan pa-
themas que conducen a cierta conclusión afectiva (imagen de niños hambrientos fijos en la
inmovilidad no puede surgir sino esta conclusión: es lamentable).Tenemos aquí un encadena-
miento que se inscribe en el discurso de manera que se pasa de un enunciado E a una conclu-
sión emocional. Observemos que sólo se movilizan la compasión y el sentimiento de injusti-
cia. Los modos de presentación de la situación (la ausencia de un agente responsable) y la si-
tuación de ficción modelan la reacción emocional separándola de cualquier indignación acti-
va y de cualquier compromiso militante. El texto responde así a una vocación novelesca que
lo consagra a la exploración de la condición humana, del sufrimiento y la muerte en relación
con un caso preciso. El sentimiento que hace pesar una interrogación sin respuesta acerca de
un destino trágico es suficiente, ninguna apelación a la acción tiene que derivar de ello.

2.2. Formulación y justificación de la emoción

Al caso de la figura aquí estudiada, hay que agregar varias otras posibilidades, y cada una
se basa más o menos en el implícito. El fragmento de Le Clézio acaba de ejemplificar el caso:

•emoción no formulada, no justificada explícitamente, inducida por un tópico;

pero también se pueden encontrar los casos de las siguientes figuras:

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•emoción no formulada, justificada explícitamente en relación con un tópico;


•emoción formulada, no justificada explícitamente, basándose en un tópico;
•emoción formulada, justificada explícitamente en relación con un tópico.

En todos estos casos se trata, recordémoslo, de la emoción del alocutario. La variantes se


apoyan en los parámetros de la formulación/no formulación del sentimiento, y de su justifi-
cación. Veamos este fragmento de apelación humanitaria citado por G. Manno: “Ellas [la víc-
timas] sufren y mueren por falta de alimentación, de higiene, de agua, de cuidados... Hom-
bres, mujeres, niños, viejos, como usted y yo. El sufrimiento y la muerte son en todas partes
iguales” (2000:289). La empatía y el sentimiento de solidaridad que pueden alentar al alocuta-
rio a hacer una donación no están indicados con todas las letras. Sin embargo, están motiva-
dos, en el fondo de la piedad que suscita el tópico del sufrimiento de los inocentes, por refe-
rencias directas a la analogía entre las víctimas y el alocutario (“como usted y yo”) y a la simi -
litud fundamental que une a todos los hombres en la humana condición (“el sufrimiento y la
muerte”). La distancia que separa aquellos de los que se habla (las víctimas) y los interactuan-
tes (“usted y yo”) se encuentra disminuida al máximo por la insistencia en una humanidad
común. Además, la insistencia apunta a la causa del sufrimiento, señalando con ello que pue-
de encontrarse remedio: las víctimas “sufren y mueren por falta de...”.
La emoción que se pretende que nazca puede inscribirse también en la literalidad del
enunciado y decirse directamente. Las apelaciones a la piedad se hacen desde todos los tiem-
pos según fórmulas consagradas: “Tenga piedad de un pobre mendigo...”, y no piden a este
respecto explicaciones suplementarias. El sentimiento de compasión debe provenir de la sim-
ple mención del “mendigo” como ser desprovisto y dependiente de la buena voluntad de los
demás. Las razones del sentimiento designado están presentes en los tópicos, en competencia
con los topoi pragmáticos que dan al sustantivo mendigo su orientación argumentativa. Sin
embargo, la emoción a la cual se apela y que debe ser el resultado de la argumentación puede
también ―después de haber sido explícitamente mencionada― ser sostenida y justificada por
razones. De este tipo son los ejemplos que se relevan a continuación.
El sentimiento construido en el discurso y dado a inducir al alocutario sobre la base de
un tópico puede suscitarse si es designada, ya sea literalmente, o indirectamente. Es así como
Déroulède, en los Chants du Paysan que asocia a los Chants du Soldat, apostrofa a su auditorio
en 1894:
Tranquilos, laboriosos, honestos,
Levanten los ojos, enderecen sus cabezas,
Hombres del pueblo, ¡Campesinos!
(Déroulède 1908: 119)

El sentimiento de su dignidad, el orgullo de pertenecer a su clase pretenden suscitar es-


tos versos. Lo hacen, no construyendo una emoción que el lector induce de los tópicos del
texto, sino designándola bajo forma de conminación. En efecto, la mirada y la cabeza altas
son los signos corporales del orgullo. Según el CP de la pertinencia (III, 5, 2), los imperativos
“Levanten los ojos” y “Enderecen la cabeza” no se explican sino en la medida en que los alo-
cutarios no adoptan (o no siempre) estas posturas. En este sentido son equivalentes a “vuel-
van a levantar los ojos” “no los dejen bajos”, y “vuelvan a enderezar la cabeza” , aunque más

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discretos puesto que evitan mencionar la actitud negativa a rechazar. No se intenta criticar,
sino dar valor. En el dispositivo de enunciación del poema, el locutor que se perfila en el im-
perativo (el “yo” que profiere la conminación) remite al general, al patriota conocido, con la
personalidad política dotada de prestigio que tiene la autoridad deseada para reconocer el mé-
rito de los humildes y guiarlos. Puede pedirles que den prueba de un sentimiento que es el de
su propio valor, fundando la necesidad de esta apelación en una refutación de las idées reçues
que desprecian los campesinos como tales. La legitimidad de este sentimiento de orgullo está
doblemente justificada en el poema. Por la destreza que desliza hábilmente de “Hombres del
pueblo” a “campesinos”, Déroulède confiere a ese designativo poco glorioso un título de no-
bleza: son los que pertenecen plenamente a la tierra de Francia. El espejo magnificante que
tiende a aquellos que apostrofa (I, 1, 5) refleja por otra parte una imagen positiva de las cuali-
dades campesinas que justifica a su vez el sentimiento reclamado. Son virtudes morales que
vienen a avalar aquí el valor de los campesinos y a dar a cada uno de los miembros de una
clase inferior el orgullo de una pertenencia revalorizada de ahora en más. Estas virtudes son
también cualidades cívicas con las cuales la Tercera República cuenta para su recuperación:
son la labor y la honestidad pilares de toda educación ciudadana, y la calma, garantía de la es-
tabilidad del régimen.
Vemos así cómo el sentimiento que el poeta suplica a sus alocutarios que experimenten
se encuentra a la vez mencionado y justificado en el texto. El sentimiento está fundado en la
razón sobre todo porque está racionalmente motivado y canalizado hacia objetivos naciona-
les que forman parte de una programación. Por otra parte, la mención de lo que funda el sen-
timiento moral, formulado enfáticamente en el poema en el fondo de una doxa republicana
común, remite a los campesinos una imagen halagadora de ellos mismos que deba, al conmo-
verlos, incitarlos al orgullo.

2.3. Argumentar la emoción

Si el texto de Déroulède no legitima sino tácitamente el sentimiento que desea que naz-
ca en los corazones de los campesinos, otros discursos se proponen suscitar una emoción con
respecto a una situación dada afirmando explícitamente los argumentos que justifican la reac-
ción descontada. Nos encontramos entonces frente a los discursos que argumentan una emo-
ción, los cuales Christian Plantin ha analizado en su estudio acerca de “L’argumentation dans
l’émotion” (1997), donde observa que los mismos hechos pueden suscitar sentimientos dife-
rentes, incluso opuestos, y funcionar como argumentos para conclusiones divergentes. Así,
podemos apelar al auditorio para que esté orgulloso del nuevo monumento erigido en la ciu-
dad porque realza el prestigio, o por el contrario, suscitar su indignación con la idea de que el
dinero que podría gastarse útilmente ha sido dilapidado. La argumentación en estos casos
consiste en alegar las causas que justifican el sentimiento de orgullo o de indignación. Contri-
buye a legitimar la emoción y a fundar el sentimiento en cuestión.
Tomemos el ejemplo del sentimiento nacionalista, a menudo asociado con una apela-
ción a las pasiones que sería extraño a la razón. Podemos ver en muchos ejemplos cómo se
encuentra no simplemente orientado a ver y a experimentar, sino también justificado y argu-

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mentado. Así, el prospecto de la Revue alsacienne illustrée (Anexo 5, íntegramente citado por
Maurice Barrès en la conferencia pronunciada en la “Patrie française” en diciembre de 1889),
y cuyo memorial es “A nuestros compatriotas”, declara: “Al hojear esta publicación, cada hijo
de Alsacia se sentirá emocionado, religiosamente enorgullecido” (Barrès 1987: 210). El futuro
“se sentirá emocionado” es sin duda programático, pero se permite al mismo tiempo una con-
minación cuya fuerza proviene de la seudocerteza de una próxima realización. El sentimiento
que debe animar al lector de Alsacia está expresado con todas las letras. Está atribuido a los
“hijos de Alsacia” en un juego especular que remite al lector su propia imagen, pero que lo in-
duce al mismo tiempo a proyectarse compartiendo el sentimiento común bajo pena de que
resulte desmerecido (puesto que la emoción mencionada conmueve a cada uno de los hijos
de Alsacia, cualquiera que lo transgreda se excluye a sí mismo de la comunidad). El orgullo
nacional que se despierta en el corazón de cada individuo se halla purificado por el modaliza-
dor “religiosamente”, que lo adorna de fervor sagrado, y al mismo tiempo une la colectividad
a la religión que le confiere su identidad.
Sin embargo, el prospecto no se contenta con apelar al orgullo nacional, construye tam-
bién una argumentación que explica la necesidad de la razón (razonamiento y saber) en el
centro del sentimiento, necesidad que justifica en el momento de la publicación de una revis-
ta sobre Alsacia. La argumentación publicitaria ―se trata de difundir la revista― se suma aquí
a una argumentación que apunta a fundar el patriotismo en cuestión. Por eso comienza men-
cionando la afectividad pura, en la cual están en comunión todos los miembros de la colecti-
vidad y que prescinde explicaciones:
Todos nosotros sentimos lo que queremos expresar cuando definimos a uno de entre noso-
tros diciendo: “¡Es un verdadero alsaciano! ¡Es un tipo verdadero de la vieja Alsacia!” Y sen-
timos también que uno de nuestros compatriotas es disminuido si se lo lleva a decir de él,
moviendo la cabeza: “¡Ya no es un alsaciano!” (Ibid.: 209)

El sentimiento aparece aquí en un doble nivel. Sostiene la exclamación “¡Es un verdade-


ro alsaciano!”, condiciona la buena comprensión de ese dicho. Garantiza así una comunica-
ción entre semejantes que se basa en el implícito de una representación compartida. Sin em-
bargo, el texto intenta mostrar que ese plano afectivo necesita un cimiento racional que per-
mita asentarlo en un saber enciclopédico, en una competencia analítica. La complicidad de
los compatriotas no alcanza, o ya no alcanza en las circunstancias difíciles en las que se hallan
durante el período de ocupación alemana. El sentimiento de pertenecer a una región, cono-
cerla interiormente y sostener la identidad debe aclararse y explicitarse sobre todo porque de
ahora en más es objeto de amenaza exterior y de una misión concreta, a saber la preservación
del patrimonio en peligro: “Los alsacianos […] están actualmente diseminados. En los lugares
más diversos donde están instalados, crean nuevos lazos. Pero conservan […] las raíces en esta
tierra de Alsacia […] ¿No estarían felices si les transmitieran a sus hijos, como un patrimonio
común, el genio de nuestra pequeña región?” (1987: 210). La revista se asigna como tarea
“mantener una conciencia alsaciana”, es decir sostener un sentimiento nacional basándolo en
el conocimiento y en la comprensión necesarias para su supervivencia. Vemos cómo el senti-
miento se halla presentado como fundado en buenas razones que es posible manifestar (la re-
gión tiene un “genio” que hay que conocer para amarlo). Al mismo tiempo, el despertar y el
mantenimiento del sentimiento nacional son necesarios para preservar ese genio (sólo es bue-

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no para los alsacianos lo que proviene de un “germen alsaciano”). Si conocer Alsacia es amar-
la, amarla es asegurarse su identidad y su supervivencia. Este objetivo también está basado
con razón, y pide que sean movilizadas las voluntades cuyo apoyo no puede asegurarse sino
proveyendo información que justifica la acción. Cuando habla del lector alsaciano, el pros-
pecto observa: “Quisiéramos sobre todo que, más que informar acerca de la personalidad de
su nación, contribuyera, según sus medios, a enriquecerla aún más” (Barrès 1987: 210).

2.4. Rechazar la emoción

La emoción del alocutario no debe suscitarse solamente de manera tácita o argumenta-


da; a menudo debe presentarse como la reacción que debe sustituir a la emoción experimen-
tada por el alocutario, emoción que se le presenta por diversos contradiscursos como única le-
gítima. Así, el pacifista va a oponer la piedad para las víctimas de la guerra con el entusiasmo
patriótico de los nacionalistas. Un breve ejemplo de refutación de una emoción por otra apa-
rece en este ejemplo de Erckmann-Chatrian, que nos conducirá por otra parte a la cuestión de
la inscripción de la afectividad en el discurso. El fragmento fue extraído de Histoire d’un cons-
crit de 1813:
Unos días después, la gaceta anunció que el emperador estaba en París, y que iba a coronar
al rey de Roma y a la emperatriz María Luisa. El señor intendente, el señor adjunto y los
consejeros municipales ya no hablaban de los derechos del trono, e incluso dieron un dis-
curso expresamente en el salón de la municipalidad. El señor profesor Bruguet, el mayor,
pronunció ese discurso, y el señor barón Parmentier lo leyó. Pero la gente no estaba con-
movida, porque cada uno tenía miedo de ser convocado para la conscripción; o pensaba
que iban a faltar muchos soldados: esto era lo que trastornaba a la gente, y por mi parte
adelgazaba visiblemente. (1977: 41)

La primera parte devana un discurso que exige inferir ―sobre la base de tópicos movili -
zados― un sentimiento de orgullo y de admiración. En efecto, se trata de la majestad del im-
perio que debe expresarse en las pompas de la coronación. La mención del emperador, de la
emperatriz y del heredero del trono, el Rey de Roma, los tres designados por sus títulos oficia-
les, debe intimidar las almas de respeto. Ocurre lo mismo con la mención de todos los que
sostienen la pompa imperial en el pueblo, a saber las personalidades oficiales también designa-
das por su título con el respeto debido al señor: el señor intendente, el señor adjunto, el señor
profesor… En el dispositivo de enunciación montado por el folletín popular, el narrador en pri-
mera persona es un hombre sencillo que se dirige a la gente del pueblo. Esto amplifica la majes-
tad de la evocación y parece garantizar el respeto maravillado del auditorio. Sin embargo, este
sentimiento dado por seguro es desmentido y refutado por el narrador, que opone las reaccio-
nes de los oficiales con las de la gente humilde: “Pero la gente no estaba conmovida…” Por me-
dio de la ficción, el “yo” rechaza la emoción que habría podido desencadenar tanto la doxa ofi-
cial (lo que hay que sentir en un caso semejante) como las idées reçues del pueblo que ama las
pompas principescas y las sigue con un enternecimiento nunca desmentido (ver en nuestro si-
glo Lady D., los casamientos reales y la muerte del rey Balduino en Bélgica).

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Para efectuar de manera eficaz esta refutación, no basta con poner en escena una pobla-
ción que se niega a la reacción supuesta, aunque represente al pueblo cuyo lector se siente so-
lidario (los adultos se regocijan y comulgan en el respeto, los niños se lamentan). Es impor-
tante argumentar este rechazo, y fundamentarlo. Si el “pero” introduce la desviación argu-
mentativa portadora de la posición preferida, el “porque” viene a explicar las causas a la vez
racionales y afectivas de la actitud adoptada por el pueblo. El argumento racional es el si-
guiente: para hacer la guerra, se necesitan muchos soldados (provistos para la conscripción);
Napoleón va a la guerra una vez más; necesitará entonces muchos soldados (que le proveerá
la conscripción). El razonamiento entimemático, en su forma elíptica, es perfectamente claro.
La idea de la guerra y de la conscripción vinculada con el regreso del emperador impide los re-
gocijos. La plausibilidad de este razonamiento compartido (“pensaba...”), se duplica en el sen-
timiento que desencadena: “cada uno tenía miedo…”, “esto era lo que trastornaba a la gen-
te…” La turbación y el miedo, designados con todas las letras, están aquí debidamente argu-
mentados, y vienen a refutar por su fuerza a la admiración respetuosa que suscita una ceremo-
nia llena de pompa… En el origen de las dos emociones opuestas se encuentra el mismo he-
cho: el regreso de Napoleón. Pero da lugar a reacciones opuestas basadas en la doble conse-
cuencia de ese regreso: la coronación de los prójimos de Napoleón, y la vuelta del conflicto
armado. Un lógica del sentido común, en este libro que apela a la sabiduría popular, debe per-
mitir la clasificación y la jerarquización de las emociones. La emoción fútil de una ceremonia
basada en el sentimiento de la grandeza imperial tiene poco peso frente al temor ante un peli-
gro de muerte (la hecatombe que sigue a cada conscripción). Nadie duda entonces de que la
preferencia del lector se incline por la actitud del pueblo, con el cual comparte temores (“cada
uno tenía miedo […] y por mi parte adelgazaba visiblemente”).
Observemos que este texto, escrito en pleno Segundo Imperio, efectúa una refutación y
un montaje del sentimiento que tiene implicaciones políticas evidentes. A través de la puesta
en escena y el despertar de las emociones, el narrador invisible que guía la pluma del “yo”
sostiene una posición fuertemente antinapoleónica. Está en relación con una técnica desviada
del ejemplo histórico (II, 4, 3) donde los afectos están movilizados para que surjan en el pre-
sente las críticas del pasado.

3. La inscripción de la afectividad en el discurso

3.1. La enunciación de la subjetividad en el lenguaje

Vemos que el pathos como intento de despertar una emoción en el auditorio ha recurri-
do a menudo, aunque no esté obligado en absoluto, a menciones verbales del sentimiento
que son unas veces directas (“cada uno tenía miedo”), otras indirectas (“yo adelgazaba visible-
mente”). La emoción mencionada con todas las letras puede atribuirse, no al alocutario (co-
mo en el caso del prospecto reproducido por Barrès), sino al locutor o a aquel quien se habla.
En ese caso, el discurso cuenta con un efecto de contagio que, evidentemente, no puede ser
garantizado. Es necesario llevar al auditorio a identificarse con los sentimientos del que escu-
cha, o cuyo estado le describe. Esta identificación puede efectuarse en dos niveles. Primero, la

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de la mención de los sentimientos que experimenta el que nos pide que compartamos su
emoción, y eventualmente una justificación de esa reacción afectiva. Luego, el de la sugestión
de ese sentimiento por vías más o menos indirectas, que permiten adivinar y compartir el
sentimiento que anima al locutor o la persona mencionada. En ambos casos, los sentimientos
del locutor suscitan (o al menos intentan suscitar) una empatía en la interacción que se esta-
blece con su interlocutor. Los sentimientos en cuestión, en cambio, son objeto de una nego-
ciación entre el locutor y su alocutario, en el cual el primero debe ofrecer una descripción que
le permita a su público proyectarse en el tercero del cual se mantiene.
En esta perspectiva, el pathos en el sentido aristotélico está vinculado con la inscripción
de la afectividad en el lenguaje tanto como con los tópicos que sostienen el discurso. Esto nos
remite a la cuestión de saber cómo la afectividad puede aparecer en el discurso. Actualmente
esta cuestión es tratada por las ciencias del lenguaje y en particular por la pragmática lingüís-
tica que, después de haber estudiado la enunciación de la subjetividad en el lenguaje (Kerbrat-
Orecchioni 1980) se inclina hacia la emoción expresada lingüísticamente. Un homenaje muy
particular se rinde a Charles Bally, quien insistió primero en la importancia de la emoción en
la lengua. Kerbrat-Orecchioni pasa luego revista a la manera en que se efectúa la inscripción
de la emoción en la lengua. Muy globalmente, el emisor verbaliza una emoción (sinceramen-
te experimentada o no) por medio de marcas que el receptor debe decodificar padeciendo los
efectos emocionales. (Kerbrat-Orecchioni 2000 : 59). Estas marcas pueden localizarse gracias a
las categorías semánticas de lo afectivo y lo axiológico. (III, 5, 1). Aunque observa que estas dos
categorías son distintas ―dado que se puede expresar una emoción que no comporta juicio de
valor―, Kerbrat-Orecchioni muestra que a menudo resulta difícil distinguirlas. La exclamación
“¡Es admirable!” marca a la vez una reacción afectiva y una evaluación del objeto o del acto
considerado. Además, un axiológico que señala una evaluación emocionalmente neutra puede
cargarse de afectividad en una interacción concreta.
La emociones se dicen en los procedimientos sintácticos que comprenden el orden de
las palabras, las oraciones exclamativas, las interjecciones. Pueden funcionar a este nivel tam-
bién como “pathemas”, a saber elementos considerados para provocar una emoción en el au-
ditorio. Veamos cómo Bardamu, el narrador de Viaje al fin de la noche, relata su primera expe-
riencia en el campo de batalla cuando ve a sus compañeros caer cerca de él: “‘¡Una sola grana-
da! Se arreglan rápidos los asuntos incluso con una sola granada”, me decía a mí mismo. “¡Ah!
¡Oye! me repetía todo el tiempo. ¡Ah! ¡Oye!…’” (Céline 1952:18). La interjección repetida tra-
duce aquí la violencia de una emoción que no tiene palabras para ser expresada, y a la cual la
distancia un poco irónica del narrador en relación con el traumatismo pasado no quita nada
de su gravedad. La afectividad se inscribe también en las marcas estilísticas ―el ritmo, el énfa -
sis, las repeticiones― en las cuales la emoción supone no solamente traducirse, sino también
comunicarse.
A veces resulta difícil establecer la diferencia entre expresión y emoción (las marcas de la
afectividad en el lenguaje) y los pathemas o elementos susceptibles de crear emoción en el
alocutario. Tomemos por ejemplo este fragmento de El amante, de Marguerite Duras:
Primera en francés. El director le dijo: su hija, señora, es la primera en francés. Mi madre
no dijo nada, nada, no estaba contenta porque sus hijos varones no eran los primeros en
francés, la suciedad, mi madre, mi amor, ella preguntó: ¿y en matemática? (Duras 1984: 31)

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La repetición del logro escolar dos veces consecutivas, las de la narradora y la del direc-
tor anunciando la noticia, aparece en forma paralela con la repetición de la reacción de la ma-
dre: “mi madre no dijo nada, nada”. Esta construcción hace comprender la decepción y la in-
dignación de la muchacha en la cual hace eco la de la autobiografía. Inscribe la afectividad
del sujeto en su discurso, que se comunica con tanta más razón que el enunciado apela a la
indignación del lector sobre la base de topoi del repertorio (el mérito no es recompensado en
su justo valor, y, además, el mérito de una niña frente a su propia madre). La explicación que
sigue refuerza el sentimiento de injusticia que concierne esta vez al estatuto de la hija en rela-
ción con los hijos. La acusación axiológica es aquí un grito de rebeldía que se eleva tanto
contra la madre como contra los privilegios acordados a los varones, cuyo éxito escolar es más
valorizado que el de las niñas puesto que sólo ellos son considerados para prepararse en una
carrera. La cólera estalla en un término familiar y casi grosero cargado pesadamente de afecti-
vidad, del cual no sabemos si refleja el sentimiento de la protagonista en el pasado, o el punto
de vista de la narradora en el presente: “la suciedad, mi madre”. Pronto aparece un término
de profunda ternura que se opone a la apelación injuriosa y un poco chocante que precede:
“la suciedad, mi madre, mi amor”. Una gran fuerza afectiva se dice en esta oposición que mar-
ca la mezcla de cólera, de reprobación y de pasión que la narradora experimenta con respecto
a su madre. Subraya aún más el sentimiento de injusticia que la actitud de ésta despierta en la
hija. Énfasis de la repetición, elección de un apelativo evaluativo cargado de afectividad y re-
curso al lenguaje de la injuria, yuxtaposición de términos que manifiestan sentimientos
opuestos: a partir de todas estas marcas de la afectividad en el lenguaje, la escritura de Duras
comparte con los lectores la emoción de la narradora en primera persona.

3. 2. Contar y compartir la emoción

La emoción aparece aquí en un texto que entabla con su alocutario una interacción fun-
dada en la transmisión verbal del sentimiento. El lector de Marguerite Duras puede experi-
mentar la empatía con la locutora que le devela su intimidad en una lengua que imita la ora-
lidad, y cuya aparente simplicidad refuerza el efecto de inmediatez. Sin embargo, numerosos
discurso orales y escritos presentan al público a un tercero, un “él” que no forma parte de la
interacción pero con respecto al cual el locutor intenta suscitar la emoción. Esta puede ser de
diversos órdenes, y tender hacia objetivos diferentes. El caso más común, es, por supuesto, el
texto ficcional o el relato autobiográfico, donde se invita al lector a compartir los sentimien-
tos de los protagonistas. Sin embargo, podemos pensar en otros numerosos casos de figuras.
Así, G. Manno estudia las emociones atribuidas a los que se les pide que socorran en los lla-
mados de ayuda humanitaria. El locutor intenta ―observa Manno― que el alocutario sienta
no como sino con “D” (el no locutor), puesto que se trata de suscitar su “com-pasión” Da el
ejemplo siguiente, extraído de Village d’enfants SOS: “Esa mirada es la del desamparo …”
(Manno 2000 : 286). Hay en este tipo de textos una tentativa, por medio de la relación y la
descripción de las emociones, de activar el eje alocutario-no locutor sin el desvío del locutor
(Ibid.: 287) para comprometerlo con la generosidad.
Por su parte, Charaudeau estudia lo que llama la “pathemización” en la televisión. Este
caso supera el marco de este estudio ya que la descripción verbal se reemplaza allí por la vi-

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sión en directo del sufrimiento. Sin embargo, es interesante mencionar aquí que el espectácu-
lo de las angustias (“el sufrimiento a distancia”, según la expresión de Boltanski), crea un vín-
culo de empatía particular que proviene del hecho de que el espectador se encuentra a la vez
frente a lo real, y en una posición de distancia. Es un vínculo “que supone que el simpatizan-
te tenga conciencia de su diferencia con el sufriente, que se sepa no sufriente, y entonces que
pueda interrogarse […] acerca de las razones de su posible culpabilidad (este sentimiento no
nace en el cine) incluso de su posible compromiso con una acción” (Charaudeau 2000 : 143-
144). Es decir que la puesta en escena y la verbalización del sufrimiento o de los sentimientos
de un tercero situado fuera de la interacción produce un efecto que depende del tipo de inter-
cambio en el cual el sujeto se encuentra comprometido, así como del dispositivo comunica-
cional que regula este intercambio. Antes de inclinarse por estos cuadros formales e institucio-
nales que modelan el discurso argumentativo, es necesario abordar, sin embargo, en la inter-
sección del logos y del pathos, la cuestión de las figuras de retórica.

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Estereotipos
Mariana Cuñarro

En el campo de las ciencias sociales la reflexión sobre el fenómeno de la estereotipia ha


resultado de interés desde la primera parte del siglo XX. Disciplinas como la psicología social,
los estudios literarios, el análisis del discurso, el análisis argumentativo, la pragmática y la se-
mántica se han ocupado del estudio de los estereotipos a partir de diversos métodos, desde la
observación empírica de las conductas hasta su análisis con valor estético, ideológico o como
procedimiento de construcción textual. Si bien estos abordajes se diferencian entre sí, com-
parten la idea de que en la vida social es imposible evitar los estereotipos pues se encuentran
en la base de la interacción social y de la comunicación.
Ruth Amossy y Herschberg Pierrot, quienes desde el análisis del discurso han estudiado
la estereotipia junto a otros conceptos relacionados como el de “cliché” o la noción de “lugar
común”, entienden que el estereotipo puede considerarse
un objeto transversal de la reflexión contemporánea en ciencias humanas: atraviesa la
cuestión de la opinión y el sentido común, de la relación con el otro y de la categorización.
Permite estudiar las interacciones sociales y, en términos más amplios, la relación entre el
lenguaje y la sociedad (2001: 11).

Por otra parte, esta reflexión sobre los estereotipos invita a explorar otros campos –más
allá del lenguaje verbal– relacionados con la imagen como la fotografía, el cine, la televisión,
las redes sociales y la imagen publicitaria.
Pero ¿qué se entiende por estereotipos? Fue el periodista norteamericano Walter Lipp-
mann quien en 1922 introdujo el término estereotipo para designar “a las imágenes de nuestra
mente que mediatizan nuestra relación con lo real”. En otras palabras, los estereotipos son
“representaciones cristalizadas, esquemas culturales preexistentes, a través de los cuales uno
filtra la realidad del entorno” y que, además de ser “indispensables para la vida en sociedad”
(Amossy y Herschberg Pierrot, 2001: 32), permiten que el individuo comprenda lo real, lo ca-
tegorice y actúe sobre él. De este modo, cada uno advierte en el otro algún rasgo que caracte-
riza un tipo conocido y completa el resto por medio de estereotipos que tiene en su mente: el
obrero, la ama de casa, el deportista, la feminista, el piquetero, el vegetariano. Estas imágenes
que forman parte de nuestra mente son ficticias, pero no por el hecho de que sean mentirosas
sino porque expresan un imaginario social.
Los primeros psicólogos norteamericanos insistieron en el carácter reductor y nocivo de
los estereotipos y lo ubicaron bajo una concepción peyorativa en la medida en que responde
a un proceso de categorización y de generalización que simplifica y recorta lo real. Desde esta
óptica, un estereotipo es una creencia que no surge de comprobar una hipótesis a partir de
pruebas, sino que más bien es entendida como un hecho dado. También puede considerarse
al estereotipo como una manera de pensar que designa categorías descriptivas simplificadas

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que se basan en creencias a partir de las cuales se califica a las personas o a los diferentes gru -
pos sociales que, en consecuencia, se encuentran sujetos a prejuicios.
No obstante, a partir de los años cincuenta, estas miradas con criterios desvalorizadores
del estereotipo se han ido abandonando y se asume que un estereotipo constituye un juicio
no crítico, un saber de segunda mano y que, si bien se acepta que el estereotipo esquematiza y
categoriza, se completa su análisis entendiéndolo como un procedimiento indispensable para
la cognición a pesar de que se trate de una simplificación o generalización excesiva. Porque
para comprender el mundo, realizar previsiones y regular nuestras conductas es necesario re-
lacionar lo que percibimos con modelos preexistentes.
De esta manera, la mayoría de los psicólogos sociales tiene en cuenta estas dos dimen-
siones del estereotipo: la dimensión clasificatoria y la tendencia emocional relacionada con el
prejuicio. Es decir, por un lado, “el estereotipo aparece como una creencia, una opinión, una
representación relativa a un grupo y sus miembros; mientras que el prejuicio designa una acti-
tud adoptada hacia los miembros del grupo en cuestión” (p.39). Por ejemplo, es posible decir
que el estereotipo de la feminista o del piquetero es la imagen colectiva de sus rasgos caracte-
rísticos que circula en un grupo social, y que el prejuicio consistiría en la tendencia a juzgar
desfavorablemente a una feminista o a un piquetero por el solo hecho de que se han seleccio-
nado atributos con valores negativos a quienes forman parte de tal grupo o cual grupo.
En los años ochenta resurge la dimensión tripartita del estereotipo, que ya había sido
observada por algunos analistas durante los años sesenta. En esta perspectiva, el estereotipo
tiene un componente cognitivo (como categorizador o esquema mental), un componente
afectivo (como prejuicio) y un componente comportamental (como discriminador). Por ejem-
plo, representar a un piquetero como “molesto”, “vago” o “violento” remite al estereotipo;
mientras que manifestarle desprecio o rechazo remite al prejuicio y negarle un trabajo signifi-
ca un acto de discriminación. En este sentido, se afirma también que el estereotipo, muchas
veces, legitima una antipatía preexistente, en lugar de ser la causa de esta.
Amossy y Herschberg Pierrot señalan también que actualmente las ciencias sociales tien-
den a desplazar el estudio de los estereotipos a la cuestión del uso que se hace de ellos. “Se tra-
ta de ver cómo el proceso de estereotipación afecta la vida social y a la interacción entre gru-
pos. [...] Ya no se trata de considerar a los estereotipos como correctos o incorrectos, sino co-
mo útiles o nocivos” (p. 43). Dicho esto, es posible sostener que el estudio de los estereotipos
puede dar lugar a entenderlos como un factor de tensión y de disenso en las relaciones inter-
comunitarias e interpersonales.
Pero más allá de la concepción de estereotipo como fuente de prejuicios, la psicología
social reconoce también al estereotipo como un factor de cohesión social, es decir, “un ele-
mento constructivo en la relación del ser humano consigo mismo y con el otro”. En otras pa-
labras, el estereotipo interviene en la construcción de la identidad social y la identidad de un
individuo, es decir que la identidad no solo se define en términos de personalidad singular,
también es definida a partir de su pertenencia a un grupo:
La adhesión a una opinión establecida, una imagen compartida, permite además al indivi-
duo proclamar indirectamente su adhesión al grupo del que desea formar parte. Expresa de
algún modo simbólicamente su identificación a una colectividad, asumiendo roles estereo-
tipados. Al hacerlo sustituye el ejercicio de su propio juicio por las formas de pensar del
grupo al que le importa integrarse. Reivindica implícitamente como contrapartida el reco-

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nocimiento de su pertenencia. Es en este sentido que el estereotipo favorece la integración


social del individuo. [...] El estereotipo no se conforma con señalar su pertenecía, la autori-
za y la garantiza. (p. 48)

Esta construcción particular del individuo permite, además, presentar al estereotipo co-
mo un instrumento de categorización que permite distinguir un “nosotros” de un “ellos”: la
“gente” y los “políticos”; “los kirschenristas” y los “antikirschneristas”; los “porteños” y los
“del interior”.
En síntesis, desde las investigaciones en ciencias sociales, el estereotipo tiene una ver-
tiente negativa, vinculada al prejuicio y a las tensiones entre los grupos sociales; y una ver-
tiente positiva en la que importa la construcción de la identidad social.
Por otra parte, otros campos de las ciencias sociales como la sociocrítica y el análisis del
discurso también analizan los fenómenos de estereotipia analizando la imagen colectiva cris-
talizada en materiales textuales. Y el estereotipo aparece allí no solo como un “esquema re-
ductor que hay que denunciar sino también como un elemento positivo, cuyos funciones
constructivas y productivas” son motivo de análisis (p. 56). En otras palabras, cómo los dis-
cursos en situación retoman estos elementos prefabricados y los consideran elementos cons-
tructores de sentido por lo que, tanto para los estudios literarios como para el análisis del dis-
curso, el estereotipo es valorado ya sea por su función estética como por su función ideológica
en la construcción del texto.

Referencia bibliográfica
AMOSSY, Ruth y Anne HERSCHBERG PIERROT (2001) Estereotipos y clichés. Buenos Aires: EUDEBA.

Descargado por Karina Chavez (karinachavez26@gmail.com)

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