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G868.808
B476
no.69 Biblioteca enciclopédica popular .
cop.2
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TEXOFCIVITATI4
UNIVERSI

AS S
E
AUSTIN

THE LIBRARY

OF
THE UNIVERSITY

OF TEXAS
AT
AUSTIN

6868.808

B976

Cop. 2
LATIN AMERICAN COLLECTION

2 G868.808 B476 NO.69 LAC COP.2


2
2
BIBLIOTECA ENCICLOPEDICA POPULAR

-69-

MONTAIGNE

(ENSAYOS)

945

SECRETARIA DE EDUCACION PUBLICA

MEXICO
Biblioteca Enciclopédica Popular

- 69 .

MONTAIGNE

( ENSAYOS )

Introducción y selección

por

EVELYNE HASSIN

"

1945

SECRETARIA DE EDUCACION PUBLICA


MEXICO
1
:
1
LIBRARY
UNIVERSITY OF TEXAS
AUSTIN, TEXAS

A BIBLIOTECA ENCICLOPEDICA POPU.


LAR publica todas las semanas un pequeño volu-
men como el presente con textos de carácter histó-
L rico, filosófico, artístico, científico, literario, educa-
tivo y documental.
Alternan, así, junto con manuales de técnicas aplicadas,
breves compendios de higiene y de agricultura, de industria y
pedagogía, páginas escogidas de los grandes autores clásicos y
modernos, resúmenes de la historia de México y de las demás
naciones del mundo, síntesis del pensamiento político nacional
e imparciales antologías destinadas a divulgar entre nuestro pue-
blo los valores más altos y auténticos del espíritu universal.

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LA PROXIMA SEMANA,

EN ESTA COLECCION:

HERMAN O LA VUELTA

DEL CRUZADO

Por

FERNANDO CALDERON

Páginas preliminares

de

CARLOS GONZALEZ PEÑA


INTRODUCCION

L encomendarnos la Secretaría de Educación Pública este


A'trabajo que presentamos sobre Montaigne nos hizo un gran
honor, por el cual le estamos sumamente agradecidos, a
la vez que nos puso en un gran compromiso algo difícil de cumplir.
Porque hablar de Montaigne es casi siempre traicionar a Montaig-
ne. Delante de su obra tan profundamente humana, tan fecunda
en conceptos, cujas raíces tan hondamente conmueven el contenido
todo de nuestro pensamiento , se encuentra uno en una situación se-
mejante a la de un pintor contemplando un paisaje de extraña be-
lleza y majestad, temeroso de menguarlas al transportarlas a su
lienzo.
Pero puesto que hay pintores que se atrevieran y siguen atre-
viéndose a encerrar por medio de un pincel en los límites estrechos
de un cuadro las creaciones más bellas de la naturaleza, procura-
remos echar a un lado nuestras cavilaciones, y trataremos de hablar
del ya muy conocido Miguel Eyquem de Montaigne.
Mucho se ha escrito sobre su vida, por lo demás llana y sen-
cil'a, y mucho también sobre su obra , aunque bastante reducida
en cuanto al volumen, tan extensa en "sabor humano".
En esta breve introducción mezclaremos una vez más su vida
y su obra, y es que los trabajos literarios del autor de los "Ensa-
yos" constituyen sendos "eventos" de su vida , exactamente de la
misma manera que tal o cual suceso político o mundano que pre-
senciara. El mismo solía encomendar que no separasen su persona
de sus escritos, pues habíase propuesto dejarse ver en los " Ensa-
yos" en su " manera simple, natural y ordinaria". En ellos, pucs, lo
VI- EVELYNE HASSIN

encontraremos, con su personalidad polifacética, sus rasgos de es-


céptico, de creyente, de estoico y de epicúreo , con su hondo sentido
común y su agudo conocimiento de la " humana condición". Sin
embargo, antes de contemplarlo sentado en su biblioteca , un libro
en la mano, rodeado de las obras de sus queridos escritores antiguos
cuyas sentencias más significativas figuran en las vigas del aposen-
to, apartándose de vez en cuando de su lectura para abrazar con
una mirada cariñosa la amena tierra bordelesa , vamos a alejarnos
del hombre maduro y nos dirigiremos hacia su infancia y su ju-
ventud.
No nos preocuparemos en averiguar si Montaigne era real-
mente de noble abolengo o si pertenecía a esa burguesía enrique-
cida que tan importante papel desempeñaría en los siglos siguien-
tes; tan poco disertaremos sobre el origen extranjero de su madre
y sobre la mezcla de estas distintas aportaciones, la paterna y la
materna, en la sangre del niño que iba a ser el mayor humanista
francés. Bástenos saber que Miguel fué el primogénito de la nu
merosa e importante familia de los Eyquem . Sus hermanos g
hermanas se compartían su cariño y todos tienen parte en la histo-
ria de su vida y por lo tanto en su obra. Uno de ellos , Pedro de
la Brousse nunca quiso separarse de Miguel y hasta mandó que
lo inhumasen a su lado. De su padre es menester hablar más
detenidamente, debido a la gran influencia directa e indirecta que
tuvo sobre el autor de los “Ensayos ". Queríalo nuestro Montaigne
entrañablemente y hablaba de él como del mejor padre que jamás
haya existido. Le debemos muchas cosas al señor Pedro Eyquem
'de Montaigne, y ante todo la educación algo fantasista , pero
de excelentes resultados que dió a su hijo . Empezó por elegirle
por padrinos a personas humildes y luego mandóle a casa de unos
leñadores donde pasó el pequeño Miguel los primeros años de
su vida. Así lo hizo por dos causas. "Estimaba, escribe Montaig-
ne, que era preciso que mirara yo más al que me tiende sus brazos
que al que me da la espalda . Su designio le ha salido bastante
bien. Yo me dedico de buena gana a la gente humilde"; también
quería relacionarle con el pueblo y con " esta condición de hom-
INTRODUCCION- -VII

bres que necesita de nuestra ayuda". La otra razón era darle


al pequeñuelo una complexión vigorosa y sana, así como enseñarle
a acomodarse a cualquiera situación apurada y contentarse con la
frugalidad y la sencillez. Mientras Miguel seguía en el pueblecito
de los leñadores, el señor Pedro de Montaigne hacía un viaje a
Italia y con el contacto de la sociedad refinada que allá frecuen-
tó cambió su concepción de la vida : ahora la quiere dulce y
amable. De regreso a su tierra manda venir a su hijito a la casa
solariega y se dedica a darle la educación más perfecta y más
amena que encontrarse puede , consultando para eso toda clase
de consejeros y pedagogos. Se despertará al quichitín con dulces
melodías para no molestar sus nervios y se le dará un maestro
que no le hablará más que en latín. A eso debemos la extraor-
dinaria afición de Montaigne, a los escritores de la Roma , antigua
'
y su sorprendente familiaridad con su idioma : "La lengua latina
me es como natural. La entiendo mejor que el francés. Cuando,
dos o tres veces en mi vida, he experimentado extremas y repen-
'
tinas emociones, siempre, en esas ocasiones, he gritado desde el
fondo de mis entrañas unas palabras latinas". Por eso , cualquiera
que sea el tema que años después tratare en los "Ensayos" por
más prosaico que fuera, siempre añadirá a sus reflexiones propias
las de algún maestro latino, cuyo pensamiento e idioma ha practi-
cado en una edad en que los demás niños apenas aprenden a es-
cribir y leer su propia lengua.
Cuando cumple seis años , las ideas pedagógicas de su padre
han cambiado una vez más. Se le manda al colegio de Guyenne
(uno de los mejores de aquel entonces) donde permanece siete
años, guardando de su estancia en él el más pésimo recuerdo, co-
mo lo atestigua lo que de los colegios dice en el impostantísimo
capítulo "DE LA EDUCACION DE LOS HIJOS" que in-
cluímos en este pequeño compendio de extractos de los "EN-
SAYOS".
A los trece años sale del colegio, habiendo estudiado en él
el ciclo completo de los estudios humanistas "sin ningún fruto que
go pueda ahora tener en cuenta" dice con alguna ingratitud, pues
VIII- -EVELYNE HASSIN

cuando menos, debe a sus maestros el haber dádose cuenta de su


espíritu singularmente original y poético y el conocimiento íntimo
de las "Metamorfosis" de Ovidio y de la “ Eneida”.

De los años que siguieron su salida del Colegio de Guyenne


sabemos poca cosa. Se supone que ha pasado dos años de re-
lativa ociosidad en el campo y que luego ha asistido a los cursos
de filosofía, en la Facultad de Artes de Burdeos, del maestro
Nicolás de Grouchy. En 1548 presencia en esta ciudad la terrible
revolución popular contra el impuesto de la "Cabelle”, que dejó
una huella muy profunda en su mente y que nunca llegó a olvi-
dar. Casi podemos asegurar que a eso se debe su profundo horror
al desorden político que desgarrara a Francia durante toda su
vida, y también sus continuos esfuerzos para llegar a una apaci-
guación. Puede ser que las andanzas políticas de Montaigne sean
debidas, cuando menos en parte, a las tremendas escenas revolu-
cionarias que viera en su adolescencia. Al año siguiente se va
para Tolosa donde sigue la enseñanza de la Facultad de Derecho
y donde conoce a los humanistas Turnebe y Pedro Bunel.
También aprende los rudimentos del arte militar y los ejercicios
físicos como los torneos, la esgrima, etc ... que formaban parte
de la educación del perfecto cabaliero y en los cuales nunca se
mostró muy diestro. Además la tradición de su abolengo paterno
lo dirigía hacia la magistratura y es así como muy joven, a los
veintiún años, es nombrado consejero en la " Cour des Aides" de
Burdeos, recién fundada por el rey Enrique II).
En aquel entonces es el joven Montigne un mozo alerta y
apasionado con ademanes francos y sinceros que le valieron la
confianza y la amistad de cuantos trababan trato con él. A pesar
de la situación que había logrado y de la educación esmerada
que había recibido no se consideraba como un ser perfecto y acȧ-
bado y solía decir que todavía estaba en aprendizaje, “de paso”.
Detengámonos un poco para considerarlo en aquella época de
su vida, en la cual quizás encontraremos los gérmenes y las causas
INTRODUCCION- IX

de su sabiduría y de su genio. Desconocía Montaigne el equili-


brio en su turbulenta e impetuosa juventud. Nos confiesa haber
conocido de e'la "los besos estrechos, sabrosos , glotones y pega-
josos". Nos describe por experiencia propia la fuerza y la locura
de la pasión; la embriaguez y la falsa apreciación de las cosas
que los deseos hinchan y deforman “según el viento de la imagi-
nación". Tampoco le era desconocida “ la voluptuosidad activa,
movediza, ardiente y furiosa". Pero a pesar de eso le domina en
su fuero interior una idea que quizás es la raíz profunda de todo
su pensamiento : la idea de la muerte. Tanto sentía su fuerza
que ni siquiera procuró deshacerse de e'la , sino que al contrario
tendió su voluntad entera para lograr avenirse a ella. Se acos-
tumbró a juzgar a las gentes según la manera como aceptan la
muerte. Mide su prudencia y su felicidad según la cualidad de
sus últimos momentos de vida. Busca y recoge por todas partes,
en su experiencia diaria, en sus lecturas, cuanto podría enseñarle
algo sobre la muerte. La de su joven hermano le impresionó viva-
mente y, por tanto temerla, logró, en su vejez, estar comp'etamente
acostumbrado a ella y listo a cualquier momento para emprender
el supremo viaje. De los numerosos Capítulos de los "ENSAYOS"
escritos sobre este tema, hemos escogido uno del libro primero :
“QUE FILOSOFAR ES PREPARARSE A MORIR”, don-
de el lector podrá apreciar unos de los tantos esfuerzos de Mon-
taigne en este difícil aprendizaje. Del temor a la muerte y al dolor
que ha padecido durante su juventud y de la idea del fin inevi-
table que le atormentara tanto, saca Montaigne su concepción
de la debilidad humana. También por experiencia propia concluye
a la inconstancia del hombre, e inspirándose en sus queridos an-
cianos cree a la universalidad de la condición humana bajo todas
las latitudes y pese a la diferencia de costumbres de los diversos
países y edades. El corazón humano tan complejo , tan cambiable,
es en todos los hombres el mismo. Como un verdadero humanista,
siguiendo los consejos de sus maesiros Plutarco y Séneca, Mon-
taigne se dedica a estudiar al hombre y para estudiarlo se estu-
diará a sí mismo : "Pintándome a mí mismo pintaré en mí la
-EVELYNE HASSIN

humana condición" ; estaba tan convencido de la veracidad de


esas palabras y de su identidad con todos los hombres, que había
mandado pintar en las vigas de su biblioteca este pensamiento :
"Soy hombre y nada de lo que es humano me es ajeno", que llegó
a ser no sólo la divisa más constante de su vida sino también el
lema inquebrantable del humanismo y de todos los siglos venide-
ros. Desde su juventud, en medio de su vida agitada, en medio
de los ardores de los deseos y pasiones, Montaigne se observa a
sí mismo: "Vierto mi vista hacia el interior de mi ser. Hacia el
manténgola fija y la divierto. Cada quién mira delante de si;
yo miro en mí. No tengo más negocios que conmigo mismo. Me
considero sin cesar, me controlo, me saboreo. Los demás siempre
están en otra parte; si lo reflexionan , verán que siempre van ade-
lante. Yo me revuelvo en mí mismo".
Si Montaigne no hubiese tenido este designio, es casi cierto que
nosotros no hubiéramos tenido los "ENSAYOS", pues bien se-
guro es que ninguna otra obra se hubiese dedicado a escribir:
reconocíase impotente para hacer un libro sistemático y ordenado.
Se complacía en observar con su incansable curiosidad los diversos
aspectos de la naturaleza humana ; en sí mismo , en sus libros, en
la experiencia de cada día, en relacionarlos luego entre sí, y pin-
tarlos tal como los veía sin preocuparse de ponerles lógica ni or-
'den alguno. Lo ha afirmado así en casi todos los capítulos de su
bra y particularmente en el "DE LA AMISTAD", que figura en
este librito.

Mucho se ha dicho de las funciones públicas de Montaigne


por lo general se le ha tratado con bastante injusticia. Es una
Leyenda bien asentada la que dice que Montaigne fué un magis-
rado frívolo, negligente y poco considerado de sus deberes pú-
blicos. La verdad es que, muy al contrario, cumplió con sus obli-
gaciones con mucha conciencia y firmeza. Lo que pasa es que
cuando Montaigne empezó a formar parte del Parlamento de
Burdeos, Francia atravesaba un período particularmente atormen
INTRODUCCION- -XI

tado. Protestantes y Católicos se reñían sin piedad por el Poder


y un rey sucedía a otro sin lograr apaciguar los partidos opuestos
ni imponer algo que se parezca a la tranquilidad en esta tremenda
situación política. Además las funciones diarias de su oficio, casi
mecánicas y de ningún alcance, aburrían profundamente a Mon-
taigne. No veía en ellas eficacia alguna mientras el reino entero
seguía desgarrado por las luchas intestinas. Por eso es que aparte
de sus funciones de Magistrado, y a pesar de que no sentía am-
bición alguna, se ha dedicado Montaigne a asuntos políticos, yendo
con frecuencia a la Corte y aprovechando sus amistades particu-
Lares con algunos de los principales personajes de los partidos,
Católicos y Protestantes, para tratar de lograr un compromiso
entre ellos que pusiera fin a sus luchas fratricidas y beneficiara a
su país. Desgraciadamente sus esfuerzos quedaron vanos y la
guerra civil se apodera cada día más del reino de Francia, cul-
mina con la horrible jornada de la San Bartolomé ( en 1572) de
tan triste memoria, y no se llega a apaciguación alguna sino hasta
que Enrique de Navarra (Enrique IV) toma posesión de la co-
rona. (Era él muy amigo de Montaigne, el cual, con el pensa-
miento fijo en las necesidades apremiantes de la Nación, nunca
dejó de ayudar y secundarle en sus esfuerzos ) . Puede ser que las
desilusiones políticas de Montaigne hayan contribuído poderosa-
mente a su reclusión en su castillo en 1570.

Pero antes de llegar a esta época de su vida debemos con-


siderar dos eventos, ocurridos durante su Magistratura, que tuvie-
ron muchísima importancia en su vida. El primero es que, cuando
asistía al sitio de la ciudad de Ruán en 1562, vió allá a los
“salvajes” de América que habían sido traídos como regalo para
el rey. Con su curiosidad siempre alerta, se interesó grandemente
por las costumbres del nuevo mundo que hace poco habían des-
cubierto, y también por la conquista de este mundo desde el punto
d
' e vista humano. Les dedicó un capítulo de los "ENSAYOS":
"LOS CANIBALES" (en el libro primero) y dió amplio lugar
a sus reflexiones sobre la conquista en otro capítulo del libro ter
cero: "DE LOS VEHICULOS". Quedó profundamente admi-
XII- -EVELYNE HASSIN

rado y entusiasmado con las costumbres que entre ellos reinaban,


de su respeto al valor individual, de la igualdad entre todos que
allá existía, pero también sumamente indignado de la crueldad y
renalidad de los conquistadores que en vez de tratar con delica-
deza "este mundo recién nacido" y de llevar allá ejemplos de
las virtudes del nuestro, desconocieron por completo las cualidades
y fuerzas vivas de los pueblos conquistados , interesándose sólo
por el oro que de ellos podían sacar, y llevándoles en cambio nada
más que gérmenes de destrucción y de muerte. Estaba Montaigne
convencido de las imperfecciones de nuestra civilización, de las
ventajas que podían resultar para ambas partes de un trato justo
e inteligente entre el Viejo y Nuevo Mundo y por eso sentía
hondamente que no lo hayan descubierto unos pueblos llenos de
virtud y de justicia ecmo, por ejemplo, los de la Esparta antigua
* *

El otro acontecimiento de la vida pública de Montaigne a


que nos referimos es la amistad tan profunda que trabó con un
colega suyo : Esteban de la Boetie. Lo conoció en 1567 , y durante
los seis años de su amistad con él, (la cual se acabó con la muerte
de la Boetie), admiró extraordinariamente las cualidades de su
amigo, se dejó penetrar por las opiniones de este hombre justo,
sumamente culto y discreto, de un alto valor intelectual y moral,
y lo quiso entrañablemente. Su amistad para con La Boetie fué
el sentimiento más fuerte y más constante que haya experimentado
Montaigne. Cuando él murió, sintió Montaigne una pena tan
grande y un desencanto tan absoluto que a los pocos años se
desinteresó completamente de los negocios de este mundo que ahora
le parecía vacío y se recluyó en sus tierras. Tenía Montaigne, si-
guiendo el ejemplo de las grandes almas de la antigüedad : Platón,
Plutarco, Cicerón, etc ... un concepto sumamente elevado de la
amistad. La consideraba mucho más fuerte y noble que el amor
• que cualquier otro sentimiento humano, como lo atestigua el ca-
pítulo del libro primero dedicado a este tema y a la memoria de
su tan querido amigo "DE LA AMISTAD".
LIBRARY
UNIVERSITY OF TEXAS
AUSTIN , TEXAS

INTRODUCCION- -XIII

En las primeras páginas de esta introducción hemos hablado


de la influencia del señor Pedro Eyquem de Montaigne sobre
su hijo. A ello debemos que en medio de las dificultades políticas,
el 1568. para obedecer los deseos de sus padres, haya Miguel he-
cho , en Paris, la traducción de la obra de un teólogo español
Raimundo Sabunde : "La Teologia Natural" cuyo resumen fi-
gura en los "ENSAYOS” (Libro segundo ) en el importante ca-
pítulo intitulado "APOLOGIA DE RAIMUNDO SABUN-
DE" que desgraciadamente, dada su extensión y el orden lógico
que preside a su composición y que impide dar de él extractos, no
hemos podido incluir en este trabajo. De la lectura de esta obra
y de las consideraciones sobre el universo de los cuales trata, sacó
Montaigne su escepticismo. Vió que tanto como en el hombre
no hay nada seguro y estable, (véase el Cap. De la Inconstancia,
Libro II. Cap. 1) . Tampoco en el Universo cosmológico se puede
contar con verdades incontrovertibles y por eso llegó a la conclu-
sión que no hay cosa que se pueda saber y afirmar irremisiblemente.
Lo único que se puede saber es que no se sabe nada con certeza ;
es mejor, pues, resolverse a descansar sobre "la blanda almohada
de la duda". Por lo demás hay que procurar conocerse a sí
mismo y vivir de un modo que nos brinde la mayor felicidad que
podamos lograr en nuestra tambaleante e imperfecta condición
humana. Vemos , pues , que este deseo de gozar cuanto más se
puede de la vida, es decir el epicureísmo de Montaigne nace de
su escepticismo mismo y de su consideración de la brevedad e
inestabilidad de la vida humana. Puesto que nada sabemos a cien-
cia cierta, puesto que ignoramos si mañana no nos va a sorpren-
der la muerte, vivamos hoy lo mejor que podamos. Sepamos elegir
lo que nos procure el gozo más verdadero y duradero y atengá-
monos a ello sin desear más y sin temer que la muerte venga de
repente a cortar nuestra felicidad. Era Montaigne una persona-
lidad polifacética, llena de contradicciones. Entre esas contradic-
ciones más difíciles de comprender figuraba la de su epicureísmo
y de su escepticismo. Puede que la explicación que acabamos
de dar sea una manera de resolverla, pues no es debida a nin-
XIV. EVELYNE HASSIN

gunas consideraciones metafísicas, sino que se destaca de la vida


y de las palabras mismas del autor de los "ENSAYOS". Tam-
bién era Montaigne estoico y creyente. Mucho de estoicismo tiene
su actitud delante de la muerte y del dolor. El aceptarlas como
cosas inevitables, el acostumbrarse a no temerlas y a tenerlas
siempre presentes en su pensamiento, es cosa digna de los grandes
estoicos de la antigüedad, de un Séneca por ejemplo, que tanto
leyó y quiso Montaigne. No importa que no haya llegado a esta
norma moral según los preceptos de esta doctrina; si es cierto que
Montaigne no fué un estoico puro, también es indudable que su
comportamiento moral se asemeja mucho a la conducta de un
filósofo de esta secta. Por fin, hemos afirmado que era un cre-
yente. A pesar de su escepticismo, creyó en el hombre, creyó en
la amistad, en la libertad y en los más altos valores espirituales
por los cuales desde hace siglos ha luchado y sigue luchando
nuestra mísera humanidad; también creyó en la religión de sus
padres y en su país. Como todos los humanistas , siendo uno de
los más grandes entre ellos, y siguiendo el ejemplo de Sócrates,
se consideraba Montaigne como ciudadano del mundo. Nunca
dejó de serlo aun cuando se alejó de él. Como ya lo hemos dicho,
desencantado y profundamente herido por la muerte de su amigo
y de la de su padre (ocurrida en 1568), Montaigne deja a un
lado viajes y andanzas políticas, y después de casarse, se en
cierra en su torre con sus libros. Muy poco saldrá de ella hasta
su muerte, a no ser por un breve viaje a París y, años más tarde,
por unos viajes por Francia, Suiza e Italia motivados por su
salud, durante los cuales dicta a su secretario su "DIARIO DE
VIAJE". En los veintidós últimos años de su vida se dedica casi
exclusivamente a escribir sus "ENSAYOS" y a ocuparse de sus
tierras. No por eso pierde un ápice de su insaciable curiosidad
para hombres y cosas, y no hay suceso por más prosaico que sea
que no merezca una consideración de nuestro autor y unas líneas
en su obra. Todo le atrae y le divierte, que se trate de un hecho
observado por él mismo, como , por ejemplo, las cosas de magia
Jan en boga en su tiempo, de las cuales habla en su capítulo : DE
INTRODUCCION- XV

LA IMAGINACION, o de otro, relatado por un escritor anti-


guo, descubierto por él durante sus lecturas, como por ejemplo, el
peigr de fingir las enfermedades al cual dedica todo un capi-
tulo del libro segundo . Cosas de los tiempos pasados y de los
actuales se mezclan en su pensamiento y lo ocupan procurándole
siempre nuevas luces sobre el comportamiento y el carácter de los
hombres. Aun las reflexiones que sobre ellas hace le sirven de
lección y le enseñan a conocerse mejor a sí mismo . Todo lo trans-
cribe en los "ENSAYOS", sin preocuparse del orden y de la
lógica, deseoso ante todo de pintar los hechos tal como sucedie
ron, y a Miguel de Montaigne tal como lo era; con el designio de
dejar así a la posteridad un caudal de observaciones fieles y've
rídicas que le pueda servir para una mayor ciencia y mejor apre-
ciación de la humanidad.
A eso se debe que, salvo unos escasos capítulos, no encontre.
mos en los "ENSAYOS” ningún cuidado de composición ; y por
eso también el estilo de Montaigne no se puede calificar de clásico ●
de romántico, es el estilo de Montaigne y nada más. Es como él,
lleno de "piezas" muy distintas entre ellas , a veces serio, a veces
gracioso, según el tema de que se trata, o según la disposición
en que se encontraba ese día el autor, pero siempre fuerte y na-
tural. Claro está que su lengua es la de su época ; pero la expre-
sión de su pensamiento es siempre la realización viva y nueva de
su idea. Para Montaigne la forma y el fondo son una misma cosa.
Buscando la palabra más fiel y descriptiva, Montaigne da luz a
su pensamiento esribiéndolo y se satisface enteramente en él. Se
ha dicho que "el estilo es el hombre" ; a nadie mejor que a Mon-
taigne se puede aplicar este refrán. Su forma de escribir a la vez
artística y espontánea nos revela la personalidad del autor de
los "ENSAYOS" tanto como lo hace lo que en ellos ha escrito.
Los ha hecho para procurarse a sí mismo una satisfacción, un
' escanso y un hondo placer. No sólo ha logrado procurárselos
d
a sí mismo , sino también a cuantos los han leído y los leerán. Los
"ENSAYOS" es una de esas obras de las cuales se ha dicho
que son como la Biblia de la humanidad. En ellos encontramos
XVI- EVELYNE HASSIN

con un sabor sumamente poético como la quinta esencia de toda


la sabiduria humana , a la vez que una exquisita enseñanza del
"saber vivir". Ya había dicho Montaigne : "Somos unos grandes
lecos : ha pasado su vida en la ociosidad, decimos ; y también :
no he hecho nada hoy. ¿Y qué, no habéis vivido ? El vivir no
es sólo la más fundamental de nuestras ocupaciones, sino que es
también la más ilustre. Si hubiese tenido ocasión para ello, me
decís, hubiese mostrado al mundo lo que sé hacer. ¿ Habéis sabido
meditar y conducir vuestra vida ? En la afirmativa habéis rea-
lizado la más grande de las obras. El componcr nuestras costum-
bres y el ocio que nos incumbe y no el componer libros, el ganar
el orden y la tranquilidad de nuestra conducta y no el ganar ba-
tallas y provincias, debe ser nuestro fin. Nuestra más grande y
gloriosa obra maestra es el vivir acertadamente". Y las últimas
palabras de sus “ENSAYOS” rezan el mismo precepto : “Es una
perfección absoluta y casi divina el saber gozar lealmente de su
ser. Buscamos otras condiciones por desconocer la nuestra y sali-
mos fuera de nosotros por no saber qué tal se está dentro. Las más
bellas vidas son las que se acomodan al patrón común sin buscar
milagros ni extravagancias." En fin, casi a la víspera de su muerte
(en 1592) , agrega estas líneas algo sarcásticas : "Por más que
procuremos subirnos en zancos siempre tenemos que caminar con
nuestros propios pies. Y aunque estemos sentados en el trono más
clevado del mundo, siempre estamos sentados en nuestras posa-
deras." Lo que no quiere decir que el hombre no es más que un
imbécil, pero sí que lo es toda vez que no piensa serlo.
Con esta graciosa confesión de modestia que es uno de los
rasgos más constantes y más amenos de Montaigne, debido a su
profundo conocimiento de la naturaleza humana, concluiremos
esta rápida presentación del que fué el más grande y más “sa-
broso" (si nos es permitido utilizar este vocable del cual Montaigne
gustaba tanto) humanista francés.
Le dejaremos ahora la palabra con la esperanza de que
a pesar del reducido número de extractos de los "ENSAYOS”
que viene a continuación, el lector podrá darse cuenta de la ori-
INTRODUCCION- -XVII

ginalidad y del encanto tan peculiar de su obra, llena de vida,


de gracia y de un interés que nunca se llega a agotar. Aun cuando
trata de temas filosóficos , siempre queda al alcance de cualquier
persona que lo lea con atención y amor, pues escribe de un modo
sumamente sencillo y nunca se aparta de la realidad ; además
solía decir, con mucha razón , que la filosofía es más fácil de pe-
nelrar, aún para un niño, que el enseñarse a leer y a escribir. Y
cierto es que al acabar la lectura de los “ENSAYOS" cada quien
se siente filósofo y se dispone a juzgar su propia vida y la ajena
con un criterio nuevo : más modesto , más comprensivo y, para de
cirlo todo en una palabra, más justo.

Evelyne Hassin

NOTAS

Para traducir los extractos de Montaigne aquí incluídos, nos he-


mos apegado al manuscrito de los "ENSAYOS" depositado en la Bi-
blioteca Municipal de Burdeos. Es el texto que hace fe para las mo-
dernas ediciones, después de los trabajos ejecutados a este propósito
por el gran erudito y especialista de Montaigne : Pierre Villey.

Para mejor comprensión de estos extractos, hemos traducido las


numerosas citas latinas que contienen y hemos añadido una que otra
nota explicativa.

Puesto que en los "ENSAYOS" no tuvo Montaigne ningún cuidado


de composición, queriendo dejarles este aspecto de apuntes escritos
según y conforme se le venían a la mente, presentamos estos extrao-
tos en el mismo orden que el que tienen en los "ENSAYOS”,

Libre-2
DE LA OCIOSIDAD

(Libro I. Cap. 8)

OMO vemos los terrenos baldíos, si son fecundos y fértiles,


poblarse de mil clases de hierbas espontáneas e inútiles,
C
y para que produzcan provechosamente es preciso sembrar
y cultivarlos de determinadas semillas para nuestra usanza ; y así
como vemos a las mujeres producir solas montones informes de car-
ne ( 1 ) , y para que resulte una generación provechosa y natural es
necesario depositar en ella otra semilla , así acontece con los espíri-
tus : si no se les ocupa en labor determinada que los sujete y contrai-
ga se lanzan desordenadamente en el vago campo de las fantasías,

Sicut aquae tremulum labris ubi lumen ahenis


Sole repercussum, aut radiantis imagine lunae,
Omnia pervolitat late loca ; jamque sub auras
Erigitur, summique ferit loquaeria tecti (2) ;
J
y no hay ensueño ni locura que el entendimiento no engendre en
agitación semejante :

Velut aegri somnia , vanae


Finguntur species ( 3) .

El alma se pierde cuando no tiene un fin establecido, pues como


suele decirse, estar en todas partes no es encontrarse en ninguna .

(1) Alusión a los quistes del ovario.


(2) Así cuando en un vaso de bronce una onda agitada refleja la ima-
gen del sol o los pálidos rayos de luna , la luz voltea incierta, se
eleva, desciende y hiere el artesonado techo con sus movibles re-
flejos. (Virgilio, ENEIDA, VIII, 22) .
Forjándose quimeras que semejan a los ensueños de un enfermo.
(ENEIDA, VIII, 22) .
ENSAYOS- -19

Quisquis ubique habitat, Maxime, nuscuam habitat ( 1 ) .

Yo, que últimamente me he recogide en mi casa decidido en cuanto


de mi voluntad dependa a pasar en reposo y solo la poca vida
que me queda, parecióme no poder prestar beneficio mayor a mi
espíritu que dejarlo en plena libertad, abandonado a sus propias
fuerzas, que se detuviese donde tuviera por conveniente, con lo cual
esperaba que pudiera en lo sucesivo adquirir mayor peso y madu-
rez ; mas yo creo que, como

Variam semper dant otia mentem ( 2) ,

ocurre precisamente lo contrario. Y tal el caballo que escapa solo,


se molesta cien veces más a sí mismo que cuando el jinete lo con-
duce ; mi espíritu ocioso engendra tantas quimeras, tantos monstruos
fantásticos, sin darse tregua ni reposo, sin orden ni concierto, que
para poder contemplar a mi gusto la ineptitud y singularidad de los
mismos, he comenzado a ponerlos por escrito, esperando con el
tiempo que se avergüence al contemplar imaginaciones tales.

(1) Quien habita en todas partes, Máximo, no habita en ninguna.


(MARCIAL, VII, 73) .
(2) El espíritu se extravia en la ociosidad, engendrando mil ideas
diferentes. (LUCANO, IV, 704) .
DE LOS MENTIROSOS

(Libro I. Cap. 9)

O hay ningún hombre más desacertado que yo para hablar


de memoria, pues casi no tengo mella de ella y no creo
N
que haya en el mundo alguien a quien tan monstruosa-
mente falte como a mí. Todas las demás facultades son en mí
viles y comunes, pero en cuanto a memoria me creo un ente singular
y rarisimo, digno de ganar por eso reputación y nombradía.
Además de la falta natural que padezco en verdad vista su
necesidad Platón hace bien en nombrar a la memoria Diosa grande
y poderosa si en mi país quieren señalar a un hombre falto de
sentido, dicen de él que no tiene memoria ; cuando me quejo de la
carencia de la mía, me reprenden y no quieren creerme, como si me
acusara de falta de sensatez . No establecen distinción alguna entre
memoria y entendimiento, lo cual agrava mi postura . Pero en eso
van equivocados, pues por experiencia se ve que las memorias ex-
celentes suelen acompañar a los juicios débiles. Equivócanse tam-
bién no haciéndome justicia en el respecto siguiente : quien como yo
no sabe hacer bien nada , aparte de ser excelente amigo, ve que para
ellos las mismas palabras que acusan mi enfermedad represetan la
ingratitud. Forman idea de mi afección por mi memoria , y de un
defecto natural hacen un defecto de conciencia . "Olvidó , dicen,
esta súplica o esta promesa ; no se acuerda de sus amigos ; no se
ha acordado de decir, hacer o callar, esto o aquello por la esti-
mación que me tiene". Cierto es que yo puedo fácilmente olvidar,
pero dejar de cuidarme del encargo que un amigo me ha confiado,
no lo hago nunca . Que se contenten con subrayar aquella desgracia
ENSAYOS- 21

mía, sin hacer de ella una malicia y mucho menos una malicia tan
abiertamente enemiga de mi carácter.
Algo me sirve de consuelo en esta falta de memoria : primero,
el convencimiento de que es un mal del cual me valgo para corregir
otro peor, que fácilmente hubiera germinado en mí, y el cual es la
ambición, pues no puede soportar el carecer de memoria quien está
sumido en los negocios del mundo. Como enseñan muchos semeian-
tes ejemplos del progreso de la naturaleza , esta ausencia de me-
moria ha fortalecido en mí otras facultades a medida que ésta se
me iba debilitando : de tenerla buena fácilmente seguiría las huellas
ajenas, mi espíritu y mi juicio languidecerían por no ejercer sus
propias facultades, como suele hacer casi todo el mundo, pues ten-
dría presentes en la mente las opiniones extrañas ; mi discurso, por
la misma razón , tampoco es muy extenso, pues el almacén de la
memoria siempre es más rico y surtido que el del ingenio : si me
hallara favorecido por la memoria hubiera ensordecido a mis ami-
gos con mi charla ; los asuntos , al despertar en mí la facultad que
yo poseo de manejarlos y emplear'os , alargarían y calentarian en
demasía mis disertaciones. Es lástima, yo lo veo por algunos de
mis amigos privados : a medida que la memoria les representa el
caso de que hablan entero y presente, retroceden tanto en su narra-
ción, cargándola con tan inútiles detalles, que, si el cuento es bueno,
le ahogan toda la gracia ; y si no lo es, se pone uno a maldecir de
su feliz memoria o de su juicio desdichado. Es cosa harto difícil
cerrar una relación y cortarla una vez que se la ha puesto en camino.
Nada hay que mejor pruebe la fuerza de un caballo que el que se
pare neto y en seco. Aun entre las personas dotadas de tacto veo
muchas que quieren y no pueden apartarse de la carrera emprendida .
Mientras buscan el punto para cerrar el paso, marchan farama-
lleando y arrastrándose como hombres que sucumben de debilidad .'"
Sobre todo son peligrosos los viejos en quienes permanece vivo el
recuerdo de las cosas pasadas y muerta la memoria de sus repe-
ticiones. He visto relaciones muy amenas convertirse en aburridas en
la boca de un anciano habiéndola oído cien veces por lo menos
cada uno de los circunstantes. La segunda ventaja que en esta falta
22 -MONTAIGNE

de memoria veo consiste en recordar menos las ofensas recibidas ;


como decía aquel maestro antiguo , necesitaría un apuntador. Darío,
para no echar en olvido la ofensa que había recibido de los Atenien-
ses, hacía que un paje le repitiera al oído tres veces, siempre que
se sentaba a la mesa : "Señor , acordaos de los Atenienses " . Ade-
más los lugares y libros aunque ya les haya visto, me siguen son-
riendo con su prima novedad.
No sin razón se dice que quien no se siente bastante firme
de memoria debe apartarse de la mentira. Bien sé que los retóricos
establecen diferencia entre mentir y decir mentira ; aseguran que decir
mentira es decir cosa falsa que se tomó por verdadera y que la de-
finición de la palabra mentir, en latín , de donde nuestra lengua la
ha tomado , vale tanto como ir contra su conciencia, y que por con-
siguiente esto no se relaciona sino con los que dicen algo contrario
a lo que saben, a los cuales me refiero. Ahora bien, éstos o ' o in-
ventan todo a su guisa, o alteran y trastornan aquello que es ver-
dadero. Cuando cambian y desfiguran una cosa, al ponerla en su
lugar un interlocutor, es fácil que se desconcierten , en atención a
que su idea , tal cual es, habiéndose acomodado primeramente en
su memoria e impreso en ella por vía del conocimiento y de la cien-
cia , es difícil que no se presente a la imaginación desalojando la fal-
sedad, que no puede tener el pie tan seguro ni tan asentado, y las
circunstancias del primer aprendizaje , esparciéndose de diversas
suertes en el espíritu , también hacen perder el recuerdo de la parte
falsa o bastarda . En aquellos otros que inventan fondo y forma ,
como no hay ninguna impresión contraria que choque su falsedad,
tanto menos deberían equivocarse. Pero de todos modos ocurre que,
como la mentira es un cuerpo vano y sin fundamento, escapa fácil-
mente a la memoria si ésta no es fuerte y bien templada . De lo cual
he tenido experiencia frecuente en casos graciosos acontecidos a
expensas de los que forman constantemente el propósito de ser de
la misma opinión de la persona a quien hablan, bien en los asuntos
que negocian, bien por dar satisfacción a los grandes ; pues estas
circunstancias en las cuales quieren prescindir de su fe y de su con-
ciencia, estando sujetas a cambios frecuentes, preciso es que sus pa-
ENSAYOS- -23

labras se diversifiquen a medida que aquéllas cambian , de donde


resulta que tratándose de la misma cosa , unas veces dicen gris , otras
amarillo ; a una persona de un modo , a otra de manera distinta.
si por fortuna esta clase de personas acomodan opiniones tan
contrarias, ¿ en qué se convierte tan hermoso arte ? ¡ A más de que im-
prudentemente ellos mismos se desconciertan con tanta frecuencia !
Porque ¿ de qué memoria no habrían menester para acordarse de
tantas formas diversas como forjaron de un mismo asunto? En mi
tiempo he visto envidiar a algunos esta clase de habilidad, los
cuales no ven que si la reputación la acompaña , ésta carece de todo
fundamento .
Es a la verdad la mentira un vicio maldito. No somos hombres
ni estamos ligados los unos a los otros más que por la palabra . Si
conociéramos todo el horror y transcendencia de la mentira , la per-
seguiríamos a sangre y fuego, con mucho mayorotivo que otros
crímenes. Yo creo que se suele castigar a los niños sin causa justi-
ficada, por errores inocentes, y que se les atormenta por acciones
irreflexivas que carecen de importancia y consecuencia . Sólo la men-
tira y algo menos la testarudez parécenme ser las faltas que debie-
ran a todo trance combatirse : ambas cosas crecen en ellos , y desde
que la lengua tomó esa fa'sa dirección, es peregrino el trabajo que
cuesta volver a ponerla en buen camino ; por donde sucede que co-
múnmente vemos a personas, por otros respectos excelentes , sujeta-
das y sojuzgadas por este vicio . Trabaja en mi casa un buen mu-
chacho, sastre, a quien jamás oí decir verdad ni aun cuando le
convendría decirla . Si como la verdad, la mentira no tuviera más
que una cara , estaríamos mejor dispuestos para conocer aquélla ,
pues tomaríamos por cierto lo opuesto a lo que dijera el embustero ;
mas el reverso de la verdad reviste cien mil figuras y se extiende por
un campo indefinido. Dicen los pitagóricos que el bien es cierto y
limitado, el mal infinito e incierto. Mil caminos desvían del fin,
!
sólo uno conduce a él. No me determino a asegurar que yo fuera
capaz, para evitarme un duro aprieto o un peligro evidente y ex-
tremo, de emplear una descarada y solemne mentira.
24- MONTAIGNE

Un antiguo sabio dice que nos encontramos más a gusto en


compañía de un perro conocido que en la de un hombre cuyo len-
guaje desconocemos. "Ut externus alieno non sit hominis vice" (1) .
Y en efecto ¡ cuánto menos sociable es el lenguaje falso que el si-
lencio!

(1) De modo que el extranjero no es un hombre para el hombre.


NIO, Nat. Hist. VII, 1).
DE LA CONSTANCIA

(Libro I. Cap. XII )


A ley de resolución y constancia no nos ordena que de-
jemos de evitar, en tanto que de nuestras fuerzas dependa,
L los males y desdichas que nos amenazan ni por consiguiente

que abandonemos el temor de que nos sorprendan : muy al contra-


rio, todos los medios lícitos para librarnos de nuestros males son ,
no solamente permitidos sino también laudables. La constancia con-
siste principalmente en soportar a pie firme las desdichas irreme-
diables. De manera que no hay esfuerzo alguno que no encontre-
mos excelente si nos sirve para preservarnos del golpe que se nos
dirige. Muchos pueblos bélicos apelaban en los combates a la fuga
como principal ventaja, volviendo la espalda al enemigo con más
peligro para éste que haciéndole frente : los turcos conservan algo
de esta costumbre. Sócrates, en un diálogo de Platón , se burla de
Laques, quien definía el valor diciendo “que consiste en mantener-
se firme en su puesto contra el adversario" -¿Pues qué, repone el
filósofo, sería acaso cobardía derrotar al enemigo dejándole un
lugar?; y apoya su dicho con la autoridad de Homero, que alaba
en Eneas la ciencia de huir. Y como Laques , volviendo e su acuer-
do, reconoce tal costumbre en los Escitas y generalmente en las
fuerzas de caballería , Sócrates alega a su vez el ejemplo de la in-
fantería lacedemonia, nación hecha más que ninguna a combatir
a pie firme, que en la jornada de Platea, no pudiendo conseguir
abrir la falange persa, deliberó desviarse y permanecer atrás, para
simular así una falsa huída y conseguir romper y disolver las fuer-
zas persas, persiguiéndolas. Estratagema que les valió la victoria.

Refiérese de los Escitas que cuando Darío fué a subyugarlos


26- -MONTAIGNE

Lze al rey de los mismos muchos reproches porque le veía retro-


ceder ante él evitando así un encuentro. A lo cual repuso Inda-
thyrses , que así se llamaba el monarca , que no procedía así por
temor a Darío ni a hombre viviente, sino que aquella era simple-
mente la manera de marchar de su ejército , puesto que no tenía
tierras cultivadas, ciudades ni casas que defender de las cuales te-
mía que el enemigo pudiera aprovecharse ; pero que si tantas ganas
tenía de poner en ellas sus dientes , que se aproximara para ver de
cerca el sitio de sus antiguas sepulturas, y que alli tendría con quién
entenderse a sus anchas.
Sin embargo, en los cañoneos desde que se les han ubicado en
lo alto como en los episodios de guerra ocurre frecuentemente, no
conviene moverse del lugar que se ocupa por el temor del disparo,
tanto más cuanto por la violencia y rapidez lo tenemos por inevita-
bie ; y más de uno hubo que por haber alzado la mano o bajado la
cabeza , hizo reír por lo menos a sus compañeros. No obstante, en
la expedición de Provenza que contra nosotros emprendió el empe-
rador Carlos V, el marqués de Guast, hallándose reconociendo la
villa de Arles y habiendo abandonado el abrigo que le proporcio-
nara un molino de viento , a favor del cual se había aproximado, fué
advertido por los señores de Bonneval y por el Senescal d'Agenois,
que se paseaban por las arenas, quienes le mostraron al Señor de
Villier, comisario de la artillería el cual le apuntó y disparó con
tanto acierto una culebrina que, a no ser porque el marqués vió
encender la mecha y se echó a un lado, la hubiera recibido en pleno
cuerpo. Algunos años antes, Lorenzo de Médicis, duque de Urbino,
padre de la Reina, madre del Rey ( 1 ) , en ocasión que sitiaba a
Mandolfo, plaza de Italia , situada en las tierras que llaman del
Vicariado, viendo poner fuego a una pieza que se hallaba frente
a él, tuvo el buen lance de agacharse ; de no haberlo hecho así, el
disparo que le pasó rozando la cabeza , le hubiera dado en el vien-
tre. A decir verdad, yo no creo que estos movimientos sean frutos
del razonamiento, pues ¿ en cosa tan instantánea qué materia de
reflexión puede haber en la mira alta o baja ? Mayor razón hay

(1) Catalina de Médicis madre de Enrique III de Francia


ENSAYOS- -27

para creer que la fortuna esta vez favoreció el espanto , pero que
en otras con mover el cuerpo más bien se recibe el disparo que se
evita. Yo no puedo remediarlo : si el estallido de un arcabuzazɔ
hiere de improviso mis oídos, me estremezco , lo cual he visto que
acontece a otros que son más valientes que yo.
Los estoicos no creen que el alma de sus filósofos pueda resis-
tir a las primeras visiones y fantasías que la asaltan ; sino que con-
sienten que, como ante una sujeción natural, se sobrecoja por ejem-
plo ante la tempestad del cielo , o de un edificio que se derrumba
hasta la palidez y la contracción ; y lo mismo ante las otras pasio-
nes, siempre y cuando que el juicio permanezca salvo y entero , y
que su razón permanezca intacta , sin alteración alguna , sin prestar
albergue al sufrimiento ni al espanto . Al que no es filósofo acontece
lo mismo en la primera parte, pero diversamente en la segunda , pues
la impresión que las pasiones procuran de ningún modo queda en
la superficie sino que va penetrando hasta el reducto mismo de la
razón infeccionándola y corrompiéndola ; juzga según las pasiones
y a ellas se conforma .
Mirad plena y terminantemente cuál es el estado del estoico :

Mens inmota manet ; lacrimae volvuntur inanes ( 1 ) .

El peripatético no se libra de perturbaciones, pero las modera.

(1) Vanas corren sus lágrimas; su mente permanece inalterada. (Vir


gilio, ENEIDA, IV, 449).
QUE FILOSOFAR ES PREPARARSE

A MORIR

(Libro I. Cap. XX )

ICE Cicerón que filosofar no es otra cosa que disponerse a


la muerte. Tan verdadero es este principio que el estudio
D
y la contemplación parece que alejan nuestra alma de
nosotros y la dan trabajo independiente del cuerpo , tomando en
cierto modo un aprendizaje y semejanza de la muerte ; o sea , toda
la sabiduría y razonamientos del mundo se concentran en un punto :
el de enseñarnos a no tener miedo de morir. En verdad, o nuestra
razón nos burla, o no debe encaminarse sino a nuestro contenta-
miento, y todo su trabajo tender, en conclusión, a guiarnos al buen
vivir y a nuestra íntima satisfacción, como dice la Sagrada Escri-
tura . Todas las opiniones del mundo convienen en ello : el placer es
nuestro fin, aunque las demostraciones que lo prueban vayan por
distintos caminos ; si de otra manera ocurriese , se las rechazaría
desde luego, pues ¿ quién pararía mientes en el que estableciera
por fin de nuestra vida el dolor y la malandanza ?
Las disensiones entre las diversas sectas de filósofos en este
punto, son sólo aparentes. "Transcurramus solertissimas nugas" ( 1 ) ,
hay en ellas más tesón y deseo de contradecir de los que deben existir
en una profesión tan santa. Mas sea cual fuere el personaje que
el hombre pinte siempre se hallarán en él las huellas del pintor. Sean
las que fueren las ideas de los filósofos en lo tocante a la virtud
misma, el último fin de nuestra vida es el deleite. Pláceme hacer

(1) No nos detengamos en esas fugaces bagatelas, (Séneca. Epist. 117).


ENSAYOS -29

resonar en sus oídos esta palabra que les es tan desagradable. Y


si ella significa el placer supremo y excesivo contentamiento , su causa
emana más bien del auxilio de la virtud que de ninguna otra ayuda.
Tal voluptuosidad, por ser más sana , alegre, nerviosa , robusta ,
viril, no deja de ser menos seriamente voluptuosa , y debemos darla
el nombre de placer, que es más adecuado , dulce y natural , no
el de vigor, de donde hemos sacado el nombre. La otra voluptuosi-
dad, más baja , si mereciese aquel hermoso nombre, debiera apli-
cársele en concurrencia y no como privilegio. Encuéntrola yo menos
pura de molestias y dificultades que la virtud, y además su sabor es
más momentáneo, flúido y caduco ; la acompañan vigilias y tra-
bajos, el sudor y la sangre , y estas pasiones en tantos modos devas-
tadoras, producen saciedad tan pesada que equivale a la penitencia.
Nos equivocamos grandemente al pensar que semejantes quebrantos
aguijonean y sirven de condimento o esta dulzura suya como en la
naturaleza lo contrario se vivifica por su contrario, y también al
asegurar cuando volvemos a la virtud que parecidos apuros y difi-
cultades la hacen austera y inaccesible, puesto que al contrario,
mucho más propiamente en la virtua que en la voluptuosidad , enno-
blecen, agudizan y realzan el placer divino y perfecto que nos
proporciona . Es indigno de la virtud quien examina y contrapesa
su coste según el fruto, y desconoce su uso y sus gracias. Los que
nos instruyen diciéndonos que su búsqueda es escabrosa y laboriosa
y su goce placentero , ¿ qué nos prueban con ello sino que es siempre
desagradable ? Porque, ¿ qué medio humano alcanza jamás al
goce absoluto ? Los más perfectos se han conformado con anhelar
la virtud y aproximarse a ella sin poseerla . Pero se equivocan :
pues en todos los placeres que conocemos el propio intento de al-
canzarlos es agradable. La empresa participa de la calidad de
su meta , pues es una buena parte del fin y consubstancial con él.
La dicha y beatitud que resplandecen en la virtud, iluminan todos
sus dominios y avenidas, desde la entrada primera hasta la más
apartada barrera . Es, pues, una de las principales ventajas que la
virtud proporciona el menosprecio de la muerte, el cual provee nues-
30- -MONTAIGNE

tra vida de una dulce tranquilidad y nos permiten gozarla pura


y amena ; sin ello se extingue cualquier otra voluptuosidad.
He aquí por qué todas las máximas convienen en este respecto.
Y aunque nos conduzcan de un común acuerdo a desdeñar el dolor,
la pobreza y otras miserias a que la vida humana está sujeta, esto
no es tan importante como el ser indiferentes a la muerte, así porque
esos accidentes no pesan sobre todos (la mayor parte de los hom-
bres pasan su vida sin experimentar la pobreza, y otros sin dolor
ni enfermedad, tal Xenophilus el músico, que vivió ciento seis años
en cabal salud) , como porque la muerte puede ponerlas fin cuando
nos plazca, y cortar el hilo de todas nuestras desdichas. Mas en
cuanto a la muerte, es ella inevitable,

Omnes eodem cogimur, omnium


Versatur urna , serius ocius
Sors exitura et nos in aeter-
Num exitium impositura cymbae ( 1 ) .

Y por consiguiente, si nos inspira temor , es una causa continua


de tormento, que de ningún modo puede aliviarse. No hay lugar de
donde no nos venga ; podemos volver la cabeza aquí y allá como si
nos encontráramos en lugar sospechoso : " quae quasi saxum Tantalo
semper impendet" (2) . Con frecuencia nuestros parlamentos man-
dan ejecutar a los criminales al lugar donde el crimen se cometió ;
durante el camino hacedles pasar por hermosas casas, dispensadles
tantos agasajos como os plazca,

(1) Todos empujados hacia el mismo fin, nuestra suerte se agita


en la urna. De ella saldrá para meternos en la fatal barca y la
muerte eterna. (Horacio, Od. II, 3.25) .
(2) La que, tal la roca de Tántalo siempre sobre nosotros pende. (Ci-
cerón. De Finibus, 1,18) .
ENSAYOS- 31

Non Siculae dapes


Dulcem elaborabunt saporem
Non avium cytharaeque cantus
Somnum reducent ( 1 ) .

¿ pensáis acaso que en ello recibirán satisfacción , y que el designio


final del viaje, teniéndolo fijo en el pensamiento, no les haya , al-
terado y quitado el gusto de toda comodidad ?

Audit iter, numeratque dies , spacioque viarum


Metitur vitam, torquetur peste futura (2) .

El fin de nuesra carrera es la muerte , es el objeto necesario de


nuestras miras ; si nos infunde horror ¿ cómo es posible dar siquiera
un paso adelante sin fiebre ni tormentos ? El remedio del vulgo es
no pensar en ella . ¿ Mas de qué brutal estupidez puede provenir tan
grosera ceguedad ? Preciso es hacerlo embridar a ! asno por el rabo :

Qui capite ipse suo instituit vesigia retro (3) .

No es de maravillarse si con frecuencia tal es atrapado en la


red. Sólo con nombrar la muerte se asusta a ciertas gentes , y la
mayor parte se persignan cual si oyeran el nombre del diablo. Por
eso nadie pone mano en su testamento hasta que el médico le des-
ahucia ; entonces ¡ Dios sabe, entre el dolor y el horror de la enfer-
medad, de qué lucidez de juicio disponen al testar !
Porque esta palabra hería con extremada rudeza los oídos de
los Romanos, teniéndola como de mal agüero, solían ablandarla y
expresarla con perífrasis : en vez de decir ha muerto , decían ha ce-

(1) Ni los platos de Sicilia podrán despertar su paladar ; ni los can-


tos de las aves ni los de la lira podrán devolverle el sueño. (Ho-
racio, Od. III, 1,18) .
(2) Preocúpase del camino, cuenta los días y mide su vida por la ex-
tensión de la ruta, y mañana es el suplicio. (Claudianò, In. Ruf.
II, 137) .
(3) Que, por su propia cabeza, dirige hacia atrás sus pisadas. (Lu-
crecio, IV, 472) .
-MONTAIGNE

sado de vivir, vivió; con que se pronunciara la palabra vida , aun-


que ésta fuera pasada , se consolaban. Hemos tomado nuestro "di-
funto Señor Juan" de esta costumbre romana . Como se suele decir
la palabreja vale cualquier cosa.
Yo nací entre las once y doce de la mañana , el último día de C
febrero de mil quinientos treinta y tres, conforme al cómputo actual
que hace comenzar el año en Enero. Hace quince días que pasé
de los treinta y nueve años y puedo vivir otro tanto. Sin embargo, e
dejar de pensar en cosa tan lejana (como la muerte) sería locura . e
¡Mas qué, jóvenes y viejos dejan la vida de igual manera ! Todos U
se salen de ella como si acabaran de entrar ; además no hay nin- e
gún hombre por decrépito que sea , que acordándose de Matusalén ,
no piense tener por lo menos todavía veinte años en el cuerpo. Pero
¡pobre loco ! ¿ quién te ha fijado el término de tu vida ? ¿ Acaso te tu
fundas, para creer que sea larga , en el dictamen de los médicos ? $
Más te valiera fijarte en la experiencia diaria . A juzgar por la mar- ព
cha común de las cosas , tú has vivido hasta hoy por gracia extra- re
ordinaria ; has pasado ya los términos acostumbrados del vivir. Y
para que te persuadas que es verdad, pasa revista entre tus cono- m
cidos y verás cuántos han muerto antes de llegar a tu edad ; muchos u
más, sin duda , de los que la han alcanzado . Y de los que han enno- e
blecido su vida con el lustre de sus acciones, toma nota , y yo apuesto lo
a que hallarás muchos más que murieron antes de los treinta y cinco y
años que después. Es bien razonable y piadoso tomar ejemplo de to
la humanidad misma de Jesucristo, que acabó su vida a los treinta
y tres años . El hombre más grande, pero que fué sólo hombre, Ale-
jandro, tampoco alcanzó mayor edad . ¡ Cuántos medios de sorpren- a
dernos tiene la muerte !

Quid quisque vitet, numquam homini satis q


Cautum est in horas ( 1 ) .

Dejando a un lado las calenturas y pleuresías ¿ quién hubiese


jamás pensado que todo un duque de Bretaña hubiera de ser aho

(1) Contra el peligro inminente de cada hora, nunca es el hombre


bastante precavido. (Horacio, Od . II, 13,13) . L
AIGN ENSAYOS- -33

agado por la multitud como lo fué éste a la entrada del papa Clemen-
To te, mi vecino, en Lyon ? ¿ No has visto sucumbir en un torneo a uno
e der de nuestros reyes? Y uno de sus antepasados, ¿ no murió de un en-
contrón con un cerdo? Amenazado Esquilo de que una casa se
dia de desplomaría sobre él, para nada le sirvió la precaución ni el estar
actual alerta, pues pereció del golpe de una tortuga que en el aire se había
pas desprendido de las garras de un águila ; otro halló la muerte con
bargo, el grano de una pasa ; un emperador con el arañazo de un peine ,
ocura estando en su tocador ; Emilio Lépido por haber tropezado en el
Todos umbral de la puerta de su casa ; Aufidio por haber chocado al
nin entrar contra la puerta de la cámara del Consejo; y entre los muslos
salén de las mujeres, Cornelio Galo, pretor ; Tigelino, capitán de la ronda
Pero de Roma : Ludovico , hijo de Guido de Gonzaga , marqués de Man-
so te tua. Más indigno es que acabaran del mismo modo Espeusipo, filó-
cassofo platónico, y uno de nuestros pontífices . El infeliz Bebos, juez,
mar mientras concedía el plazo de ocho días en una causa, falleció
xtra repentinamente, habiendo expirado su plazo de vivir; Cayo Julio,
Y médico, dando una untura en los ojos de un enfermo sintió a la
Ono muerte cerrar los suyos, y en fin, si bien se me consiente, citaré a
hos un hermano mío, el Capitán de San Martín, de veintitrés años de
no edad, que había dado ya testimonio de su valer : jugando a la pe-
esto lota recibió un gèlpe que le dió en la parte superior del oído derecho,
Coy como lo dejó sin apariencia alguna de contusión ni herida, no
de tomó precaución de ningún género, pero cinco o seis horas des-
nta pués murió a causa de una apoplejía que le ocasionó el accidente.
Con estos ejemplos tan ordinarios y frecuentes, que pasan a diario
en- ante nuestros ojos, ¿ cómo es posible que podamos desligarnos del

pensamiento de la muerte y que a cada momento no se nos figure


que nos atrapa por el pescuezo? ¿ Qué importa , me diréis, que ocurra
lo que quiera con tal de que no se sufra aguardándola ? También
yo soy de este parecer, y de cualquier suerte que uno pueda ponerse
30
al resguardo de los males, aunque sea dentro de la piel de una vaca,
yo no dejaría de hacerlo ni retrocedería, pues me basta vivir a mis

Libro.- 3
34- -MONTAIGNE

anchas y procuro darme el mayor número de satisfacciones posible,


por poca gloria ni ejemplar conducta que con ello muestre :

Praetulerim delirus inersque videri,


Dum mea delectent inala me, vel denique fallant,
Quam sapere, et ringi ( 1 ) .

Pero es locura pensar por tal medio en rehuir la idea de la


muerte. Unos vienen, otros van, otros trotan, danzan otros, de la
muerte nadie hab'a . Está muy bien todo esto , pero cuando el mo-
mento les llega , a sí mismos, o a sus mujeres, hijos o amigos , los sor-
prende y los coge de súbito y al descubierto. ¡ Qué tormentos , qué :
gritos, qué rabia y qué desesperación. les dominan ! ¿ Visteis alguna
vez algo tan abatido , cambiado y confuso ? Preciso es prever a bue-
na hora : aun cuando tan estúpida despreocupación pudiese alojarse
en la cabeza de un hombre de entendimiento, lo cual tengo por
imposible, bien caro nos vende ella sus mercancías. Si fuera ene-
migo que pudiéramos evitar, yo aconsejaría tomar armas de la co-
bardía, pero como no se puede , puesto que nos atrapa igual al pol-
trón y huído que al valiente y temerario,

Nempe et fugacem persequitur virum ;


Nec parcit imbellis juventae
Poplitibus timidoque tergo ( 2) ,

y ninguna coraza , sea cual fuere su temple, nos resguarda.

Ille licet ferro cautus se condat aere ,


Mors tamen inclusum potr het inde caput ( 3) .

(1) Prefiero pasar por loco y necio, siempre que mis faltas al enga-
ñarme me sean gratas, mejor que ser docto y rabiar por eso . (Ho-
racio, Epist. II, 2, 126) .
(2) Persigue al que huve , y no perdona a los cobardes ni a la tímida
espalda de la temerosa juventud. ( Horacio, Od . III , 2 , 14 ) .
(3) Aunque el hombre se oculte cauto en el hierro y en el bronce , la
muerte sacará sin embargo su encerrada cabeza. (Propercio, IV,
18, 25) .
ENSAYOS- -35

Enseñémonos a soportarla a pie firme y a combatirla . Y para


empezar a despojarla de su principal ventaja contra nosotros, siga-
mos el camino opuesto al ordinario. Quitémos'e la extrañeza , habi-
tuémonos, acostumbrémonos a ella y no pensemos en nada con más
frecuencia que en la muerte. En todos los instantes tengámosla fija
en la mente y veámosla en todos los rostros. Al ver tropezar un ca-
ballo, al desprenderse una teja de lo alto, al más leve pinchazo de
a'filer, digamos y redigamos constantemente : "Nada me importa
que sea éste el momento de mi muerte" y con ello edurczcámonos
y esforcémonos . En medio de las fiestas y alegrías tengamos pre-
sente siempre esta tonadilla del recuerdo de nuestra condición, no
dejemos que el placer nos domine ni se apodere de nosotros hasta
el punto de olvidar de cuántas suertes nuestra alegría se aproxima
a la muerte y de cuán diversos modos estamos amenazados por ella.
Así solían hacer los Egipcios, que en medio de sus festines y en lo
mejor de sus banquetes contemplaban un esqueleto para que sirviese
de advertencia a los convidados.

Omnen crede diem tibi diluxisse supremum.


Grata supervienet, quae non sperabitur hora ( 1 ) .

No sabemos dónde la muerte nos espera ; aguardémosla en


todas partes. La premeditación de la muerte es premeditación de li-
bertad. Quien ha aprendido a morir olvida la servidumbre. Saber
morir nos libra de toda sugestión y cbligación . No hay mal posible
en la vida para aquél que ha comprendido bien que la privación
de la misma no es un mal.

Lo que he de ejecutar en mi vida , me apresuro a rematarlo ;


todo plazo se me antoja largo, hasta el de una hora . Alguien ho-
jeando el otro día mis apuntes encontró una nota de algo que yo
quería que se ejecutara después de mi muerte ; yo le dije, como era
la verdad, que hallándome cuando la escribi a una legua de mi

1) Imagina que cada día es el último que para ti alumbra , y agradece-


rás el amanecer que ya no esperabas. ( Horacio, Epist. I, 4,13 ) .
36 -MONTAIGNE

domicilio, sano y vigoroso, habíame apresurado a asentarla, porque


no tenía la certeza de llegar hasta mi casa . Ahora en todo momen-
to me encuentro preparado y la llegada de la muerte no me sor-
prenderá ni me enseñará nada nuevo.
Es preciso estar siempre calzado y presto a partir, tanto como
de nosotros dependa , y sobre todo guardar todas las fuerzas de la
propia, alma para el caso :

Quid brevi fortes jaculamur aevo Multa ? ( 1 ) .

de todas habremos menester para tal trance.


Uno se queja más que de la muerte misma , de que le interrum-
pe la marcha de una hermosa victoria ; otro, porque le es preciso lar-
garse antes de haber casado a su hija o acabado la educación de
sus hijos ; otra lamenta la separación de su mujer, otro la de su hijo,
como comodidades principales de su vida .
:..
9 Por ahora, tan preparado me encuentro, a Dios gracias , que
1 sentimiento
puedo partir cuando al Señor le plazca , sin dejar por acá
de cosa alguna a no ser de la vida misma , cuando su pérdida me
venga a sorprender. De todo procuro desligarme ; a todos he pre-
sentado mis adicses, salvo a mí mismo : jamás hombre alguno se
dispuso a abandonar la vida con mayor calma y serenidad, ni se
desprendió de todo lazo como yo espero hacerlo.

Miser o miser, aiunt, cmnia ademit


Una dies infesta mihi tot praemia vita (2) .

Y el constructor dice : Manent opera interrupta , minaeque


Murorum ingentes ( 3) .

(1) ¿Por qué en una existencia tan breve formar tan vastos proyectos?
(Horacio, Od. II,16,17) .
¡Ay infeliz de mí ! exclaman ; un solo día, un instante fatal, m
roba todas las recompensas de la vida. (Lucrecio, III, 911) .
Interrumpidas quedan mis obras, y esos muros amenazan gram
ruina. (Virgilio, Eneida IV, 88) .
ENSAYOS- -37

Preciso es no emprender nada de larga duración , o al menos,


emprenderlo con la apasionada intención de darle fin.
Nacimos para la acción y el trabajo :

Cum moriar, medium solvat et inter opus ( 1 ) .

Soy partidario de que se trabaje y de que se prolonguen les


oficios de la vida humana tanto como se pueda, y deseo que la
muerte me encuentre plantando mis coles, sin preocuparme de ella
y menos todavía de que mi huerto se encuentre imperfecto ...

Quisiera cuando muera, morir trabajando. (Ovidio, Amor. F, 10, 36).


DE LA FUERZA DE IMAGINACION

(Libro I. Cap. XXI )

ORTIS imaginatio generat casum" (1 ) , dicen los letrados .


Yo soy de aquellos a quienes la imaginación avasalla . To-
F
dos ante su impulso se tambalean , mas algunos dan en
tierra. La impresión de mi fantasía me afecta y pongo todo esmero
y cuidado en huirla porque resistirla no puedo. De buen grado pa-
saría mi vida rodeado sólo de gentes sanas y alegres, pues la vista
de las angustias del prójimo angústianme materialmente y con fre-
cuencia usurpo las sensaciones de un tercero. El oir una tos conti
nuada irrita mis pulmones y mi garganta . De más mala gana visito
a los enfermos cuya salud deseo, que aquellos cuyo estado no me
interesa tanto. En fin, yo me apodero del mal que veo y lo abrigo
dentro de mi. No me parece extraño que la sola imaginación pro-
duzca las fiebres y la muerte de los que la dejan extenderse a sus
anchas . Hal'ándome en una ocasión en Tolosa en casa de un viejo
tísico , de abundante fortuna, Simón Thomas, facultativo acreditade
en su tiempo, trataba con el enfermo de los medios que podían po-
nerse en práctica para curarle y le propuso darme ocasión para que
yo gustase de su compañía ; que fijara sus ojos en la frescura de mi
semblante y su pensamiento en el vigor y alegría de que mi adoles-
cencia rebosaba , y que llenase todos sus sentidos de tan floreciente
estado ; así la situación del enfermo podría mejorar. Pero olvidá-
base el médico de añadir que la mía podría empeorar.
Galo Vibio aplicó tan bien su alma a la comprensión de la
esencia y variaciones de la locura que perdió el juicio ; de tal suerte
"..
(1) Una imaginación robusta produce por sí misma el acontecimiento.
ENSAYOS- -39

que fué imposible volverle a la razón . Pudo, pues, vanagloriarse de


haber llegado a la demencia por un exceso de juicio. Hay algunos
condenados a muerte , en quienes el horror hace inútil la tarea del
verdugo y también se ha visto a uno que al descubrirle los ojos para
leerle la gracia, murió en el cadalso por la sola culpa de su imagina-
ción Sudamos, temb'amos, palidecemos y enrojecemos ante las sa-
cudidas de nuestras fantasías y tendidos sobre blanda pluma sen-
timos nuestro cuerpo agitado por sí mismo algunas veces hasta morir.
La hirviente juventud arde con tal ímpetu que satisface en sueños
sus amorosos deseos,

Jt quasi transactis saepe omnibus rebus profundant


Fluminis ingentes fluctus, cestemque cruentent ( 1 ) .

Aunque no sea cosa desusada ver que le salen cuernos por la


noche a quien al acostarse no los tenía , el sucedido de Cipo, Rey
de Italia, es por demás memorable. Había éste asistido el día ante-
rior con interés grande a una lucha de toros, y toda la noche soñó
que tenía cuernos en la cabeza ; y efectivamente, el calor de su fan-
tasía hizo que le sa'ieran. La pasión comunicó al hijo de Creso la
palabra, de que la naturaleza le había privado . Antioco tuvo
recias calenturas a causa de la belleza de Stratonicé, cuya hermosura
se había grabado profundamente en su alma. Refiere Plinio haber
visto cambiarse a Lucio Cossitio de hombre en mujer el mismo día
de sus bodas. Pontano y otros autores cuentan análogas metamor-
fosis ocurridas en Italia en siglos pasados. Y por vehemente deseo,
propio y de su madre :

Vota puer solvit, quae femina voverat Iphis ( 2) .

En Vitry -le- Francois, vi a un sujeto a quien el obispo de Sois-


sons había confirmado con el nombre de Germán ; todas las personas

(1) Como si en realidad hicieran el acto completo, el licor potente se


derrama a través del mojado ropaje. (Lucrecio, IV, 1035) .
(2) Iphis pagó como mozo las promesas que hizo cuando doncella.
40- -MONTAIGNE

de la localidad le conocieron como mujer hasta la edad de veintidós


años y le llamaban María. Era , cuando yo le conocí, viejo, bien
barbado y soltero, y contaba que , habiendo hecho un esfuerzo al
saltar aparecieron sus miembros viriles. Aun hoy es costumbre entre
las muchachas de Vitry de cantar unos versos que advierten el pe-
ligro de dar grandes brincos, por miedo de volverse varones como
María-Germán . No es maravilla er.contrar con frecuencia el acci-
dente referido, pues si la imaginación ofrece poder en cosas tales,
está además tan de continuo y tan fuertemente identificado con ellas,
que para no volver al mismo pensamiento y vivo deseo, procede me-
jor la fantasía al incorporar de una vez para siempre esa parte viril
en las doncellas.
A la fuerza de imaginación atribuyen algunos las cicatrices
del Rey Dagoberto y las llagas de San Francisco. Otros el que
los cuerpos se eleven de la tierra . Relata Celso que un sacerdote
levantaba su alma en éxtasis tan grande que su cuerpo permanecía
largo tiempo sin respiración y sensibilidad . San Agustín habla de
otro a quien bastaba sólo oír gritos lastimeros, para ser transportado
instantáneamente tan fuera de sí, que era del todo inútil alborotarle,
gritarle, pincharle y achicharrarle hasta que recobraba de nuevo por
sí mismo los sentidos : entonces declaraba haber oído voces que al
parecer sonaban a lo lejos, y echaba a ver sus heridas y quemadu-
ras. Que el accidente no era fingido sino natural, pruébalo el hecho
que mientras era presa de él, la víctima no tenía pulso ni alentaba.
Verosímil es que el crédito que se concede a los milagros, en-
cantamientos, visiones y otras cosas extraordinarias provenga sólo
del poder de la fantasía , la cual obra más que en las otras en las
almas del vulgo, por ser esas más blandas. Tan firmemente se arrai-
ga en ellas la creencia, que creen ver lo que no ven.
Casi estoy por creer que esos graciosos maleficios ( 1 ) con
que algunas personas suelen verse trabadas, y hoy en día no se oye
hablar de otra cosa, son ordinariamente debidos a la aprensión y

(1) Se trata de unos casos de impotencia sexual que en aquel entonces


atribuían a brujerias. (N. de A.)
ENSAYOS- -41

el miedo. Por experiencia sé que cierta persona de quien puedo dar


fe como de mí mismo, en la cual no podía haber sospecha alguna
de debilidad ni encantamiento, habiendo oído relatar a un amigo
suyo el suceso de una extraordinaria debilidad en que el del cuento
había caído cuando más necesitado se hallaba de vigor y fortaleza.
el horror del caso asaltó de pronto la imaginación del oyente e hí
zole atravesar situación análoga. De entonces en adelante, experi-
mentó repetidas veces tan desagradable accidente, porque el im-
portuno recuerdo de la historia le agobiaba y tiranizaba constante-
mente. Pero encontró algún remedio a la ilusión de que era víctima
con otra ilusión, y fué que declarando de antemano la calamidad
que le amarraba , se aliviaba la tensión de su alma , pues conside-
rando el mal como esperado, pesábale menos la preocupación .
Cuando tuvo ocasión, libremente (encontrándose su pensa-
miento despejado y a sus anchas, y su cuerpo en la situación normal ) .
de comunicar y sorprender el entendimiento ajeno, quedó curado
por completo .
De lo que se ha sido capaz una vez siempre se es capaz , salvo
decaimiento motivado.
La desdicha de que hablo no es de temerse sino en los casos
en que nuestra alma se halle sobremanera embargada por el deseo
y el respeto, y también allí donde las circunstancias se encuentran
imprevistas y urgentes no hay medio de rehacerse de este disturbio.
Yo sé de alguien a quien procuró medio el satisfacerse en otra parte,
aun a medias, para calmar los ardores de este delirio, y que por la
edad se encuentra menos impotente precisamente por ser menos
potente. Y a tal ctro, le ha sido de utilidad grandísima el que un
amigo le haya asegurado que se encontraba provisto de una con-
trabatería de hechizos seguros a preservarle. Pero mejor será que
refiera el caso menudamente. Un conde de alcurnia distinguida, de
quien yo era amigo íntimo, casó con una hermosa dama que antes
había sido muy solicitada y requerida por uno de los que asistían
a la boda. El desposado hizo entrar en cuidado a sus amigos, prin-
cipalmente a una dama de edad, parienta suya, en cuya casa tenía
Jugar la ceremonia, y que la presidía , mujer temerosa de estas bru
42- -MONTAIGNE

jerías , quien así me lo confesó. Yo la rogué que fiara en mí. Por


casualidad guardaba yo en mis arcas una piececita de oro delgada,
que tenía grabadas a'gunas figuras celestes, y que era remedio
eficaz contra las insolaciones y el dolor de cabeza colocándola en
la sutura del cráneo : para que la medallita pudiera llevarse estaba
sujeta a un cordón propio para rodear la cara y atarse debajo de
la barbilla : ensueño es éste idéntico al de que voy hab'ando. Jac-
ques Peletier ( 1 ) me había hecho tan singular presente. Ocurrióme
sacar de él algún partido, y dije al conde que también él podía
correr peligro de impotencia a causa del encantamiento de algún ri-
val, añadiendo que se acostara tranquilamente, que yo me encar-
gaba de prestarle un servicio de amigo, y que ponía a su disposición
un milagro, cuyo poder de realizar'o residía en mis manos, siempre
y cuando que por su honor me jurase guardar el más profundo se-
creto, y que le recomendaba únicamente que durante la noche,
cuando fuéramos a llevarles la colación al lecho, si las cosas no
habían ido a medida de sus deseos, me hiciera una señal, conve-
nida previamente. Había tenido el alma tan intranquila y los oídos
le chillaron tanto, por mis palabras, que sufrió los efectos de su ima-
ginación y me hizo la señal. Yo le dije entonces que se levantara
con el pretexto de echarnos de la alcoba, y que, como jugando,
se apoderase de mi bata (éramos de estatura casi idéntica ) y se
cubriera con ella mientras practicaba la recomendación que le hi-
ciera, lo cual ejecutó ; añadí que cuando nos marcháramos saliera
del cuarto, recitara tres veces ciertas oraciones y ejecutara ciertos
movimientos ; que cada una de esas tres veces se ciñera el cordón
que yo le daba en la cintura y se aplicara la medalla que a él iba
sujeta a los riñones, teniendo el cuerpo en determinada posición ; y
por último, que, después de haber escrupulosamente cumplido mis
instrucciones, sujetara bien el cordón, a fin de que no pudiera des-
atarse ni moverse del lugar en que lo tenía, y que se dirigiese con
tranquilidad absoluta a su labor, sin olvidarse de tender mi bata so-
bre la cama, de modo que los cubriera a él y a su mujer. Todas esas

(1) Se trata de Peletier du Mans, amigo de Montaigne, médico y hu-


manista. (N, de AJ
ENSAYOS- -43

patrañas constituyen lo principal del efecto ; nuestra mente no puede


rechazar el que medios tan extraños no procedan de alguna ciencia
abstrusa ; su estupidez misma los reviste de autoridad, y hace que
se respeten. En conclusión, es lo cierto que los signos de la medalla
se mostraron más venéreos que Solares, más activos que prohibiti-
VOS.
Fué un capricho repentino y malicioso lo que me invitó a tal
acción, ajena por lo demás a mi carácter. Soy enemigo de las ac-
ciones sutiles y fingidas ; odio las agudezas, no sólo las recreativas ,
sino también las provechosas. Si el acto en sí mismo no es vicioso,
en cambio el procedimiento sí lo es.
Amasis, Rey de Egipto, casó con Laodice, hermosísima joven
griega . Mas el soberano, que se había siempre mostrado gentilmente
viril con las demás mujeres, no acertó a disfrutar de Laodice y la
amenazó con darla muerte, creyendo que la causa de su debilidad
fuera cosa de brujería . Para remediar la desdicha , recomendóle ' a
dama la práctica de devociones, y habiendo ofrecido a Venus ciertos
votos y promesas, encontróse divinamente fuerte la noche que siguió
a las oblaciones y sacrificios.
Hacen mal las mujeres en adoptar comportamientos melin-
drosos, huidizos y artificiales, los cuales alumbrándonos nos extin-
guen. Decía la nuera de Pitágoras que la mujer que se acuesta con
un hombre debe con su saya dejar también el pudor y volver a ves-
tirlo con su sayón. El alma del varón , intranquila por alarmas di-
versas, piérdese fácilmente ; aquel a quien la imaginación hizo su-
frir una vez tal percance (no acontecen éstos sino en los primeros
contactos, por lo mismo que son más hirvientes y rudos ; y también
por el temor de que no salga el disparo, recelo que la vez primera
es mucho más grande el sobrecogimiento) , habiendo empezado mal,
F su espíritu se altera y se llena de despecho del accidente, que persiste
en las ocasiones sucesivas.

...Preparan los médicos de antemano la fe de sus pacientes


en los medicamentos, con tantas promesas falsas de curación, a fin
de que el efecto de la fantasía supla la inutilidad de sus pócimas.
44- -MONTAIGNE

Una mujer que creía haber tragado un alfiler con el pan que
comía, gritaba y se atormentaba como si sintiera en la garganta
un dolor insoportable, donde, a su entender, teníalo detenido ; pero
como no había hinchazón ni alteración en la parte exterior, una
persona hábil que estaba junto a ella, consideró que la cosa no
era más que aprensión, que obedecía a algún pedacito de pan que
la habían arañado al pretender tragarlo. Hizo vomitar a la mujer
y puso a escondidas en lo que arrojó un alfiler torcido. La paciente,
creyendo en realidad haberlo expulsado, sintióse de pronto libre de
todo mal y dolor. Sé que un caballero que había dado un banquete
a varias personas de la buena sociedad , se vanaglorió tres o cuatro
días después, por pura broma (pues la cosa no era cierta ) de ha-
ber hecho comer a sus invitados un pastel de gato ; una señorita
de las convidadas se horrorizó tanto al saberlo que cayó enferma
con calenturas, perdió el estómago y fué imposible salvarla . Los
animales mismos vense como nosotros sujetos al influjo de la ima-
ginación ; acredítanlo los perros que se dejan morir de dolor a causa
de la muerte de sus amos ; vémoslos ladrar y agitarse en sueños y
a los caballos relinchar y desasosegarse.
Todo lo anterior puede explicarse por la estrecha unión del
cuerpo y del espíritu, que se comunican entre sí sus estados mutuos ;
'pero otra cosa es el que la imaginación actúe a veces , no ya contra
el propio cuerpo, sino también contra el ajeno. De la misma suerte
que un cuerpo comunica el mal a su vecino, como se ve en la peste,
en las bubas y en los males de los ojos, que pasan de unos en otros:

Dum spectant oculi laesos, laeduntur et ipsi :


Multaque corporibus transitione nocent, ( 1 )

así la imaginación vehementemente sacudida , lanza dardos que al


canzan a otro cuerpo que no es el suyo.

(
1) Si los ojos miran otros ojos enfermos, ellos mismos padecen; mu
chos males dañan pasando de un cuerpo a otro. (Ovidio, De te
medio amoris, 615) .
ENSAYOS- 45

...Debo advertir que las historias que traigo aquí a colación


déjolas sobre la conciencia de aquellos en quienes las encontré.
Mías son las reflexiones, que pueden demostrarse por la razón,
sin echar mano de la experiencia : cada quien puede acomodar a
la doctrina sus ejemplos, y el que no los tenga , que no sea incrédulo
en atención al número y variedad de los accidentes de la naturaleza .
Si me sirvo de ejemplos que no cuadran exactamente con los
asuntos de que hablo, que otro los acomode mejor. De manera que,
en el estudio que aquí hago de nuestras costumbres y acciones,
los testimonios fabulosos, siempre que sean probables, me sirven como
si fuesen auténticos . Acontecido o no, en París o en Roma , a Juan
• a Pedro, siempre es la cosa un rasgo de la humana capacidad
que el cuento trae útilmente a mi conocimiento. Léolo y aprovecholo
igualmente en sombra que en cuerpo. En los casos diversos que las
historias citan me sirvo de los que son más raros y dignos de memoria .
Hay autores cuyo único fin es relatar los acontecimientos ; el mío,
si a él acertara a tocar, sería escribir sobre lo que puede aconte-
cer. Lícito es en las discusiones de filosofía suponer similitudes
aun cuando no existen en la realidad ; yo no voy tan allá , sin
embargo; y sobrepaso en supersticiosa escrupulosidad a la historia
misma. En los ejemplos que aquí saco de lo que he leído, oído,
hecho o dicho, tengo por sistema no alterar ni modificar siquiera
las más inútiles circunstancias. Mi conciencia no falsifica ni una
coma, de mi ciencia no puedo responder lo mismo. Creo yo que
la ocupación de escribir la historia conviene bien a un teólogo o
a un filósofo, y en general a los hombres prudentes, de conciencia
exacta y exquisita . ¿ Cómo pueden ellos deslindar su fe de las
creencias del pueblo ? ¿ Cómo responder de las ideas de personas
desconocidas y mostrar sus conjeturas como moneda corriente ?
De las acciones que pasan ante su vista y que se prestan a inter-
pretaciones varias, opondríanse a prestar juramento ante un juez,
y por íntimo trato que tuvieran con un hombre rechazarían igual-
mente el responder con plenitud de sus intenciones. Tengo por me-
nos aventurado escribir sobre las cosas pasadas que sobre las pre-
46- -MONTAIGNE

sentes , entre otras razones, porque en las primeras el escritor no


tiene que dar cuenta sino de una verdad prestada .
Me invitan algunos a relatar los sucesos de mi tiempo, con-
siderando que los veo con ojos menos dañados por la pasión que
los demás, y más de cerca, por la proximidad en que la fortuna
me ha puesto de los jefes de los distintos partidos. Pero no saben
aquellos que aun por alcanzar la gloria de Salustio, no me daría
tanta pena ; soy enemigo jurado de toda obligación asidua y cons-
tante ; ni hay nada tan contrario a mi estilo como una narración
extensa. Falto de alientos, deténgome cada momento y no tengo
ni composición, ni explicación que valga, ignorando más que una
criatura los vocablos y frases que se aplican a las cosas más co-
munes ; por eso he tcmado a mi cargo el escribir sólo sobre aque-
lias materias que se acomodan a mis fuerzas . Si me impusiera un
asunto determinado, mi medida podría faltar a la suya, y como
la libertad es tan libre, emitiría juicios que, en mi sentir mismo y
conforme a las luces de la razón , serían injustos y censurables.
Plutarco nos diría seguramente que en sus obras no es él respon-
sable si todos sus ejemplos no son enteramente auténticos ; que fue-
ran útiles a la posteridad y estuvieran presentados de modo que
nos encaminaran a la virtud, fué lo que procuró. No ocurre lo
mismo que con las medicinas con los cuentos antiguos : en éstos es
indiferente que la cosa pasara así o de otro modo distinto.
DE LA EDUCACION DE LOS HIJOS

(Libro I. Cap. XXVI )

A la Señora Diana de Foix, Condesa de Gurson

AMAS vi padre, por enclenque, jorobado y lleno de acha-


ques que fuera su hijo, que consintiese en reconocerlo
J como tal. Y no es que no vea sus defectos, a menos que
el amor le ciegue por completo, sino porque es suyo. Así yo veo
mejor que cualquier otro, que estas páginas no son sino las di-
vagaciones de un hombre que sólo ha saboreado de las ciencias
la costra, y eso en su infancia, no habiendo guardado de las mis-
mas más que una informe figura de conjunto : un poco de cada
cosa, nada en conclusión. Sé, en definitiva, que existe una ciencia
que se llama Medicina, otra Jurisprudencia , cuatro partes en las
Matemáticas, y muy someramente el objetivo de cada una de
ellas. Quizás conozco el servicio que dichas ciencias prestan en gene-
ral al uso de la vida, pero de mayores interioridades no estoy al cabo ;
ni mi cabeza se ha trastornado est:idiando a Aristóteles, príncipe
de la doctrina moderna , ni tampoco empeñádose en el estudio
de ninguna enseñanza determinada , ni hay arte del cual yo pueda
trazar siquiera los primeros rudimentos. No hay muchacho de las
cases elementales que no pueda aventajaime, y a tal punto al-
canza mi insuficiencia, que ni siquiera me sentiría capaz de in-
terrogarle sobre la primera lección de su asignatura ; y , si me obli-
gara a hacerle tal o cual pregunta , mi incompetencia haría que
le propusiera alguna cuestión general, por la cual podría juzgar
de su natural disposición, la cual cuestión le sería tan desconocida
como a mí la elementa!.
48 -MONTAIGNE

Aparte de los de Séneca y Plutarco, de donde extraigo mi


caudal, como las Danaides, llenándole y vaciándole sin cesar, no
he tenido comercio con ningún otro libro de sólida doctrina. De
esos escritores algo quedará en este libro , en mí mismo casi nada .
La Historia es mucho más de mi afición y la poesía que amo
cor particular inclinación . Pues, como Cleantes opinaba , así como
la voz encerrada en el estrecho tubo de una trompeta surge más
agria y más fuerte , así entiendo yo que la sentencia comprimida
por el metro de la poesía brota más bruscamente y me hiere con
más viva sacudida . En cuanto a mis facultades naturales, de què
este libro es ejercicio, siéntolas doblegar bajo su pesada carga.
Marchan mis conceptos y juicios a tropezones, tambaleándose .
dando traspiés, y cuando recorro la mayor distancia a que mis
fuerzas alcanzan, ni siquiera me siento medianamente satisfecho :
diviso todavía algo más allá , pero con vista alterada y nebulosa,
incapaz de aclarar. Haciendo propósito de hablar de todo aque-
Ilo que buenamente se ofrece a mi fantasía con el solo socorro
de mis propias y ordinarias fuerzas, acontéceme a veces hallar tra-
tados en los buenos autores los mismos asuntos sobre que discurro,
como en el capitulo sobre la fuerza de imaginación , materia que
ya Plutarco ha tratado. Comparando mis razones con las de
tales maestros, sientome tan débil y tan mezquino, tan pesado y
adormecido, que me compadezco, y a mí mismo me desprecio.
Congratúlame , en cambio, el que a veces quepa a mis opiniones
el honor de coincidir con las de los antiguos, así los sigo al menos
de lejos, y reconozco lo que no todos reconocen : la extrema dife-
⚫rencia entre ellos y yo. Mas a pesar de todo , dejo correr mis
invenciones débiles y bajas , tales como las he producido, sin re-
mendar ni zurcir los defectos que la comparación me ha hecho
descubrir. Preciso es tener buena espalda para marchar frente a
frente con tales autores. Los indiscretos escritores de nuestro siglo,
cuyas obras de nada están llenas de pasajes enteros de los anti-
guos, que para procurarse honor se apropian, practican lo con-
trario. La diferencia entre lo suyo y lo que toman prestado es tan
grande, que da a sus escritos un aspecto tan pálido, descolorido
ENSAYOS- -49

y feo que en resumidas cuentas pierden más que ganan con este
procedimiento.
Dos filósofos de la antigüedad tenían bien distinta manera
de pensar y proceder en sus escritos : Crisipo incluía en sus obras,
no ya sólo pasajes, sino libros enteros de otros autores, y en una
incluyó la "Medea " de Eurípides : Apolodoro decía de este filó-
sofo que, suprimiendo lo prestado, en sus obras no quedaría más
que el papel en blanco. Epicuro, por el contrario, en trescientos
volúmenes que compuso jamás empleó citas ni juicios ajenos.

Descubrir en otro mis propias faltas me parece tan lícito como


reprender, lo que suelo hacer a veces, las de otro en mí. Preciso
es acusarlas en todos y hacer que desaparezca todo pretexto de
excusa. Bien se me alcanza cuán audazmente pongo mis ideas en
parangón con las de los autores célebres a todo propósito ; mas
no lo hago por temeraria esperanza de engañar a nadie con aje-
nos adornos, sino para demostrar mejor mis asertos y razonamien-
tos, para mayor servicio del lector. Sin contar con que tampoco
me pongo a luchar frente a frente ni mano a mano con campeones
de tanto fuste ; ejecuto sólo menudcs, diminutos y ligeros ataques,
no me lanzo contra ellos , los tanteo, y no los acometo tanto como
temo acometerlos .
Si pudiera caminar a la par obraría como hombre vigoroso
y fuerte, pues sólo los acometo por sus máximas más elevadas.
Practicar lo que he visto en algunos, cubrirse con armas aje-
nas hasta el punto de dejar invisibles aun la puntilla de sus pro-
pios dedos, conducir los razonamientos como sólo es lícito que lo
hagan los sabios verdaderos, parapetándose en las ideas de los
antiguos, hurtándolas de aquí y de allá y querer hacerlas pasar
por propias, cosa es al par que injusta, cobarde, porque los que
tal hacen, no teniendo nada que les pertenezca , pretenden alcan-
zar méritos con lo que no es suyo. Es además suprema torpeza,

Libro.-4
50 -MONTAIGNE

pues los tales, se contentan con adquirirse robándola la ignorante


apreciación del vulgo y se desacreditan ante las gentes de enten-
dimiento, que advierten la incrustación de ajenas cosas y de las
cuales sólo la alabanza tiene peso y merece estima .
Nada más lejos de mis designios que semejantes procederes ;
yo no cito los otros sino para expresar mi pensamiento de una ma-
nera más diestra. No va lo dicho con los centones que en tal forma
se presentan al público : yo los he visto muy ingeniosos, sin hablar
de los antiguos, entre otros, uno bajo el nombre de Capilupo . De
esta suerte muestran también sus talentos algunos eruditos, entre-
verándolo aca y allá, como hizo Justo Lipsio en su laborioso y
docto trato de Política.
De todas maneras y sean cuales fueren esos desaciertos, no
he pretendido ocultarlos del mismo modo que si un artista hiciera
mi retrato habría de representarme cano y calvo ; no pintando un
rostro perfecto sino el que tengo . Esto que aquí escribo son mis
opiniones e ideas ; yo las expongo según las veo y las creo atina-
das, no como cosa incontrovertible y que deba creerse a pić
juntillas : no busco otro fin distinto al de trasladar al papel lo que
soy, que acaso seré distinto mañana , si alguna enseñanza nueva
me viene a cambiar. Declaro que ni tengo ni deseo autoridad
bastante para ser creído, reconociéndome, como me reconozco,
demasiado mal instruído para enseñar a los demás.
Cierto amigo mío que leyó en mi casa el capítulo preceden-
te ( 1 ) días pasados, díjome que debía haberme extendido más
sobre la educación de los niños ; por manera, Señora , que si real-
mente poseyera yo alguna competencia en tal materia , de ningún
modo pudiera darle mejor empleo que haciendo de ella un pre-
sente al pequeñuelo que pronto verá la luz (vuestra hidalguía es
grande para dejar de comenzar por un varón) . Habiéndome
cabido una gran parte en la conclusión de vuestro matrimonio,
créome con derecho y estoy interesado en la grandeza y prosperi-
dad de todo lo que sobrevenga, a más que de antiguo estoy obli-

1) Se trata del capítulo sobre el "Pedantismo" (N. del A.)


ENSAYOS- -51

gado a Vuestras Mercedes, lo cual obliga doblemente mi interés


hacia todo lo que con vos directamente se relaciona.
Entiendo yo, señora , que la mayor y principal dificultad de
la humana ciencia reside en la acertada dirección y educación
de los niños, del propio modo que en la agricultura las labores
que proceden a la plantación son sencillas y no tienen dificultad ;
mas luego que la planta ha arraigado y viene a tomar vida, para
que crezca hay diversidad de procedimientos y problemas . Lo
propio sucede con los hombres : es menester poca ingeniosidad para
plantarlos, mas, luego que han nacido, se presentan los diversos
cuidados, cuitas y trabajos que exigen su educación y dirección.
La apariencia de sus inclinaciones es tan indecisa y tan oscura
en la primera infancia y tan inciertas y falsas las promesas que
de aquéllas pueden deducirse , que no es viable fundamentar por
ellas ningún juicio atinado.
Cimón, Temístocles y miles de otros fueron bien distintos de
lo que por su infancia hubiera podido adivinarse . Los pequeñuelos.
de los osos y los perrillos muestran desde luego su inclinación na-
tural, mas los hombres siéntense desde los comienzos impelidos por
costumbres, leyes y opiniones que los cambian y disfrazan fácil-
mente, pues es bien difícil forzar las tendencias o propensiones
naturales. De donde resulta que no por haber elegido bien su
camino, trabájase sin fruto, empleando un tiempo inútil en destinar
a los niños precisamente para aquello que no han de servir. No.
obstante la dificultad, precisa a mi entender encaminarlos siem-
pre hacia las cosas mejores, de las cuales puedan sacar mayor pro-
vecho, fijándose poco en adivinación ni pronósticos de que saca-
mos consecuencias demasiado fáciles en la infancia. Aun Platón
en su "República", concédeles, a mi parecer, autoridad demasiada.

Al cargo del maestro que le daréis, en la elección del cual


estriba todo el fruto de su educación, acompañan otras importantes
atribuciones, de las cuales me guardaré de hablar por no saber
nada importante acerca de ellas ; y sobre lo que más adelante diré
52- -MONTAIGNE

sólo deseo que aquél fije su atención en lo que para él sea de mayor
provecho. A un hijo de familia que cultiva las Letras, no como
medio de vivir (pues éste es fin abyecto e indigno de las gracias
y favores de las Musas, tras de suponer además la dependencia
ajena) , ni tanto para gusto de ios extraños como para el de los
suyos, y para enriquecerse y adornarse con ellas, que se propone
antes ser hombre hábil que hombre sabio, yo desearía que se pu-
siera muy especial cuidado en encomendarle a un preceptor que
tenga la cabeza mejor hecha que bien llena, que se le requiera
juicio y ciencia , pero más entendimiento que conocimientos, y que
por fin cumpla el maestro con sus obligaciones.
No cesa de alborotarse en nuestros oídos, como quien ver-
tiera en un erabudo, y nuestro deber no se hace consistir más que
en repetir lo que se nos ha dicho . Quisiera yo que el maestro se
sirviera de otro procedimiento y que desde luego, según el alcance
del alma que tiene que formar, comenzase a experimentar la ca-
pacidad de su discípulo, haciéndole probar las cosas, elegirlas y
distinguirlas por sí mismo, ya preparándole el camino, ya deján-
dole en libertad de buscarlo. No quiero que el maestro invente
ni sea el único en hablar ; es menester que oiga a su educando
disertar a su vez . Sócrates y más tarde Arcesilao, hacían pri-
meramente expresarse a sus discípulos, y luego hablaban ellos.
"Obest plerumque iis qui discere volunt auctoritas eorum, qui
docent." (1 )
Bueno es que le deje correr ante su vista para juzgar de sus
bríos y ver hasta qué punto se debe rebajar para acomodarse a
sus fuerzas. Si de tales requisitos prescindimos, ningún fruto al-
canzaremos ; saberlos escoger y conducirlos con acierto y medida
es una de las labores más arduas que conozco, y es propio de un
alma superior y fuerte el saber condescender con los hábitos de.
la infancia al par que guiarlos. Yo camino con mayor seguridad
y planta más segura cuesta arriba que cuesta abajo.

(1) La autoridad de los que enseñan perjudica muchas veces a los que
quieren aprender. (Cicerón, De Naturae Deorum, I, 5).
ENSAYOS-

Aquellos que según nuestro uso aplican idéntica pedagogía


procedimientos iguales a la educación de entendimientos de di-
versas medidas y formas, engáñanse grandemente : no es de ma-
ravillar si en todo un pueblo de niños se encuentran dos o tres que
hayan podido sacar algún fruto de la educación recibida .
Que el maestro no se limite a preguntar al discípulo las pa-
labras de la lección, sino más bien su sentido y substancia. Que
se informe del provecho que ha sacado, no por la memoria del
alumno, sino por su conducta . Conviene que lo aprendido por el
niño, lo explique éste de cien maneras diferentes y que lo acomode
a otros tantos casos para que de este modo pueda verse si recibió
bien la enseñanza y la hizo suya, juzgando de sus adelantos según
el método pedagógico seguido por Sócrates en los diálogos de
Platón.
Es signo de crudeza e indigestión el arrojar la carne tal y
como se ha comido. El estómago no hizo su operación si no trans-
forma la substancia y la forma de lo que se le diera para nutrirlo.
Nuestra alma no se mueve sino por extraña autoridad, y
está ligada y constreñida, como la tenemos acostumbrada a las
ideas ajenas ; es sierva y cautiva bajo la autoridad de su lección.
Tanto se nos ha subyugado que se nos ha dejado sin libertad ni
desenvoltura . "Nunquam tutelae suae fiunt". ( 1) Hallándome
en Pisa tuve ocasión de hablar familiarmente con una person
excelente, pero tan partidaria de Aristóteles, que profesa con cabul
firmeza la creencia que el toque y la regla de toda verdad e
idea sólida era su conformidad con la doctrina artistotélica, y que
fuera de tal doctrina todo era quimera y vacío; que Aristóteles
lo había visto todo y todo lo había dicho. Por haber sido enta
proposición un tanto amplia, al par que injustamente interpretada,
nuestro hombre se las hubo durante largo tiempo con la Inquisición
de Roma.
Debe el maestro acostumbrar al discípulo a pasar por el
tamiz todas las ideas que le trasmita y hacer de modo que su

(1) Nunea son dueños de sí mismos. (Séneca, Epist . XXXIII) .


54- -MONTAIGNE

cabeza no dé albergue a nada por la simple autoridad y crédito ;


los principios de Aristóteles como los de los Estoicos y los Epi-
cúreos, no deben ser para él doctrina incontrovertible. Propón-
gasele semejante diversidad de juicios : él escogerá si puede , y
si no permanecerá en la duda . Sólo los locos son seguros y re-
sueltos.

Che non men che saper dubbiar m'aggrada ( 1 ) .

Pues si abraza las opiniones de Jenofonte y de Platón des-


pués de reflexionarlas , ya no serán estas ideas las de estos filóso-
fos, serán las suyas. Quien sigue a otro no sigue a nadie. Nada
encuentra y hasta podría decirse que nada busca . "Non sumus
sub rege ; sibi quisque se vindicet" ( 2) . Que sepa darse cuenta
al menos de lo que sabe. Es preciso que se impregne del espíritu
de los filósofos, no basta con que aprenda sus preceptos. Puede
olvidar si quiere cuál fué la fuente de su saber, pero que sepa
apropiársela. La verdad y la razón son patrimonio de todos, y
ambas pertencen por igual al que habló antes que al que habló
después. Tanto monta decir según el parecer de Platón que se-
gún el mío, pues los dos vemos y entendemos del mismo modo.
Las abejas extraen el jugo de diversas flores y luego elaboran
la miel, que es producto suyo, y no tomillo ni cantueso : así las
nociones tomadas a otro las transformará y modificará para con
ellas ejecutar una obra suya , es decir su discernimiento. Su edu-
cación, su trabajo y su estudio no tienen otra mira que su for-
mación .
Que sepa ocultar todo aquello de que se ha servido y exprese
sólo lo que ha logrado hacer. Los salteadores y los tramposos
exhiben ostentosamente sus fincas y las cosas que compran, y no
el dinero que robaron o malamente adquirieron. Tampoco veréis

(1) Que no menos que saber, dudar me agrada . (Dante, Infierno, Cant,
XI, 93) .
(2) No estamos regidos por un rey ; que cada quien disponga de st
mismo. (Séneca, Epist. XXXIII).
ENSAYOS- -55

los honores y bierandanzas que obtuvo para sí y para sus hijos.


Nadie entera a los demás de lo que recibe, cada cual deja ver
solamente sus adquisiciones.
El fruto de nuestro trabajo debe consistir en transformar al
alumno en mejor y más prudente.
Decía Epicarmo que el entendimiento que ve y oye es el
que de todo aprovecha, dispone de todo, obra, domina y reina :
todas las demás no son sino cosas ciegas, sordas y sin alma . Vo-
luntariamente convertimos el entendimiento en cobarde y servil
por no dejarle la libertad que le pertenece. ¿ Quién preguntó ja-
más a su discípulo la opinión que formaba de la Retórica y la
Gramática, ni de tal o cual sentencia de Cicerón ? Hacen pene-
trar las ideas en nuestra memoria como si fueran flechas agudas,
como oráculos en que las letras y las sílabas constituyen la sus-
tancia de la cosa . Saber de memoria no es saber, es sólo retencr
lo que se ha dado en guardia a la memoria. De aquello que se
conoce rectamente se dispone en todo momento sin mirar al patrón
o modelo, sin volver la vista hacia el libro. ¡ Pobre capacidad la
que se saca únicamente de los libros ! Consiento que sirva de ador-
no, nunca de fundamento ; ya Platón decía que la firmeza , la fe
y la sinceridad constituyen la verdadera filosofía ; las ciencias cu-
ya misión es otra, no son más que puro artificio.
Quisiera yo que Paluel o Pompeyo, esos dos conocidos bai-
larines de nuestro tiempo, nos enseñaran a hacer cabriolas con
verlos danzar solamente, sin que tuviéramos necesidad de mover-
nos de nuestros asientos ; así pretenden nuestros preceptores adies-
trarnos el entendimiento, sin quebrantarlo ; fuera lo mismo el in-
tentar enseñarnos el manejo del caballo, el de la pica , a tocar
el laúd, o a cantar, sin ejercitarnos en estas faenas. Quieren en-
señarnos a bien juzgar y a bien hablar sin acostumbrarnos a lo
uno ni a lo otro. Ahora bien, para tal aprendizaje , todo lo que
ante nuestra vista se muestra es libro suficiente : la malicia de un
paje, la torpeza de un criado, una discusión de sobremesa, son
otros tantos motivos de enseñanza.
56- -MONTAIGNE

Por esta razón es el trato de los hombres maravillosamente


adecuado al desarrollo del entendimiento, igualmente que la visita
a países extranjeros, no para aprender solamente, como hace la
nobleza francesa , los pasos que mide la Santa Rotonda o la
1iqueza de los calzones de la Signora Livia, o como otros que nos
refieren que la cara de Nerón , conservada en alguna vieja ruina,
es más larga o más ancha que la de otra medalla de la misma
época ( 1 ) , sino para conocer el espíritu de los países que se re-
corren y sus costumbres y para frotar y limar nuestro cerebro con
el de los demás. Quisiera yo que los viajes empezaran desde la
prima infancia, y en primer término , para matar así de un tira
dos pájaros—, por las naciones vecinas, en donde la lengua difiere
más de la nuestra , pues es indispensable conocer las lenguas vivas
desas muy niño, de lo contrario los idiomas no se plieguen luego
a la pronunciación.
De igual modo es opinión de todos recibida , que no es con-
veniente educar a los hijos en el regazo de sus padres. El amor
de éstos los enternece demasiado y hace flojos hasta los más pru-
dentes. No son los padres capaces ni de castigar sus faltas , ni
de verlos alimentarse groseramente, como conviene que se haga.
Tampoco soportan el verlos sudorosos y polvorientos después de
algún rudo ejercicio, ni que bebieran cosas demasiado calientes o
frías, ni el verlos montar un caballo indócil, ni frente a un tirador
de florete, como tampoco disparar la primera arcabuzada, cosas
todas necesarias e indispensables. No hay otro remedio : quien
quiere hacer de su hijo todo un hombre e hidalgo tiene que pres-
cindir de la delicadeza de sus pocos años y también, a veces, de
las reglas de la medicina :

(1) En aquel entonces solía la nobleza francesa hacer frecuentes via


jes a Italia, de donde sacaba más o menos provecho según el
caso, como lo demuestran esas irónicas reflexiones de Montaigne.
(N. del A.)
ENSAYOS -57

Vitamque sub dio et trepidis agat


In rebus ( 1 ) .

No basta sólo fortificar el alma, es preciso también endu-


recer los músculos. Va el alma demasiado de prisa si muy luego
no es secundada , y tiene por sí sola demasiada labor para bastar
a dos oficios. Yo sé cuán penosamente trabaja la mía unida como
está a un cuerpo tan flojo y tan sensible que se encomienda cons-
tantemente a sus fuerzas. Y con frecuencia advierto que en sus
escritos mis maestros , los antiguos, presentan como actos magná-
nimos y valerosos, ejemplos que dependen más bien del espesor
de la piel y dureza de los huesos, que del vigor del alma. He visto
hombres, mujeres y niños de tal modo constituídos, que un bas-
tonazo les es menos sensible que a mí un capirɔtazo en las nari-
ces; que no mueven lengua ni pestañas ante los golpes que se les
propinan. Cuando los atletas imitan a los filósofos en lo paciente,
más que fortaleza de corazón muestran vigor de nervios. Endu-
recerse al trabajo es endurecerse al dolor : "Labor callum obducit
dolori". (2) Es preciso habituar al niño a la aspereza y fatiga
de los ejercicios para acostumbrarle así a la pena y al sufrimiento
de la dislocación , del cólico, cauterio, prisión y tortura . Estos ma-
les pueden, según los tiempos, caer sobre los buenos como sobre
los malos. Sobrados ejemplos de ello vemos en nuestros días, pues
los que hoy combaten contra las leyes exponen a los suplicios y la
muerte a los hombres honrados.
La autoridad del preceptor, además , debe ser absoluta sobre
el niño, y la presencia de los padres la imposibilita y aminora. A
lo cual contribuye también la consideración que la familia muestra
al heredero y el conocimiento que éste tiene de los medios y gran-
deza de su casa ; circunstancias son éstas, a mi entender, que se
truecan en graves inconvenientes.

(1) Que viva a la intemperie y rodeado de alarmas. (Heracio, Od.


III, 2, 5) .
(2) El trabajo forma callo contra el dolor. (Cicerón, Tusculanes, II, 15) .
58 -MONTAIGNE

En las relaciones que mantienen los hombres entre sí, he


advertido con frecuencia que, en vez de adquirir conocimiento
de los demás, no hacemos sino darlo amplio de nosotros mismos,
y preferimos mejor soltar nuestra mercancía, que adquirir la nueva.
La modestia y el silencio son cualidades útiles en la conversación.
Se acostumbrará al niño a que no haga alarde de su saber cuando
lo haya adquirido ; a no contradecir las tonterías y patrañas que
puedan decirse en su presencia, pues es descortés censurar lo que
nos choca o desagrada . Conténtese con corregirse a sí mismo y
no haga a los demás reproche de lo que le disgusta, ni se ponga
en contradicción con las públicas costumbres. "Licet sapere sine
pompa sine invidia” ( 1 ) . Huya de las maneras pedantescas y
de la pueril ambición de querer aparecer a los ojos de los demás
como más sutil de lo que es, y cual si fuera mercancía de difícil
colocación, no pretenda sacar partido de tales críticas y reparos.
De igual modo que sólo incumbe a los grandes poetas emplear las
licencias del arte, así también corresponde sólo a las almas gran-
des y a los espíritus elevados el ir contra la corriente general.
"Si quid Socrates aut Aristippus contra morem y consuetudinem
fecerint, idem sibi ne arbitretur licere : magnis enim illi et divinis
bonis hanc licenciam assequebantur" (2) . Debe acostumbrársele
a no entrar en discusiones ni disputas más que cuando haya de
habérselas con un campeón digno de ser contradicho, y aun en-
tonces, a no emplear todas las razones que puedan servirle, sino
las que puedan servirle mejor. Debe enseñársele a ser escrupuloso
en la elección de sus argumentos, al par que amante de la con-
cisión y de la brevedad en toda discusión. Acostúmbresele sobre
todo a entregarse y a deponer las armas ante la verdad, luego que
la advierta , ya nazca de las palabras de su adversario, ya surja
de sus propios argumentos, por haber dado con ella de pronto,

(1) Conviene ser sabio, sin arrogancia. (Séneca, Epist. CII ) .


(2) Si alguna vez Sócrates y Aristipo han actuado contra las costum-
bres y usos de su país, no por eso debe creerse uno autorizado a
hacer lo mismo : grandes y divinas cualidades permitíanles esa
libertad. (Cicerón, De Off. I, 41).
ENSAYOS- -59

Pues no estando obligado a defender ninguna cosa determinada ,


debe sólo interesarle aquello que apruebe, no perteneciendo al
oficio en que por dinero contante se particpa de una u otra opi-
nión o se pertenece a uno u otro bando. " Neque, ut omnia quae
prescripta et imperata sint defendat, necesitate ulla cogitur. ( 1 )
Si el preceptor comparte mi manera de ver , enseñará a su
discípulo à ser muy leal servidor de su soberano y además afec-
tuoso y valiente ; cuidando a la vez de que su cariño al príncipe
no vaya más allá de lo que prescribe el deber político. Aparte
de otros obstáculos que aminoran nuestra libertad por obligacio-
nes especiales, la opinión de un hombre asalariado , o no es cabal
y está sujeta a trabas, o hay motivo para tacharla de imprudente
e ingrata.
El verdadero cortesano no puede tener más ley ni más vo-
luntad que las de su amo, quien entre millares de súbditos lo es-
cogió para mantenerlo y elevarlo por su merced . Tal favor y
beneficio corrompen la franqueza del súbdito y le deslumbran.
Así vemos de ordinario que el lenguaje de los cortesanos difiere
del de las demás gentes del Estado y que gozan de escaso crédito
cuando hablan de este tema.
Que la virtud y la honradez resalten en sus palabras, y que
éstas vayan siempre encaminadas a la razón . Persuádasele de
que el confésar el error que encuentre en sus propios razonamien-
tos, aunque sea él solo quien lo advierta , es clara muestra de
sinceridad y de buen juicio, cualidades a que debe siempre ten-

der, pues la testarudez y el desmedido deseo de sustentar las
propias aserciones son patrimonio de los espíritus bajos ; mientras
que el volver sobre su aviso, corregirse, apartarse del error en el
calor mismo de la discusión, arguye cualidades muy principales,
al par que un espíritu elevado y digno de un sabio.
Debe acostumbrársele a que cuando se encuentre en socie-
dad, fije en todas partes su atención ; pues suele ocurrir que los

(1) No hay ninguna necesidad que le obligue a defender tesis prescrita


y mandada. (Cicerón. Acad. II, 3).
60- MONTAIGNE

sitios de preferencia los ocupan las personas de menor mérito, y


las que gozan de mayor fortuna no comulgan con la capacidad.
En cierta ocasión he visto, que mientras en la cabecera de una
mesa se hab'aba de la hermosura de una tapicería o del sabor de
la malvasía, en el extremo opuesto se hacía gala de ingenio de
buena ley, en que los primeros no ponían la menor atención.
Enséñesele a sondear el alcance de los rasgos de hombre en par-
ticular : el vaquero, el albañil, ia persona que pasa por la calle ;
todo debe examinarlo y apoderarse de lo que cada quien va pre-
genando, pues todo sirve en una casa ; la misma torpeza y debi-
lidad ajenas le servirán de instrucción . Y en el examen de las
maneras de los demás gustará de las buenas y desdeñará las
malas.
Póngasele en el entendimiento una curiosidad legítima que
le haga informarse de todas las cosas ; todo aquello que haya de
curioso en derredor suyo debe verlo ; ya sea un edificio, una fuente,
un hombre , el sitio en que se libró una antigua batalla, el paso
de César o el de Carlomagno :

Quae tellus sit lenta gelu , quae putris ab aestu,


Ventus in Italiam quis bene vela ferat. ( 1 )

Informarse a la vez de las costumbres, recursos y alianzas


de éste o aquel príncipe, son cosas agradables de aprender y d
saberlas es muy útil .
Al hablar del trato de los hombres incluyo entre ellos y por
modo principalisimo a los más grandes ; aquellos que no viven
sino en los libros. Tratará, por medio de los historiadores, las
almas más nobles de los siglos más ilustres. Es éste para muchas
gentes un estudio baladí, mas para los espíritus delicados, ocu-
pación que procura frutos inestimables y el único que, según
Platón, los Lacedemonios se reservaron para sí mismos. ¡ Qué pro-

(1) Qué región está amortecida por el hielo o polvorienta por el calor,
qué vientos propicios empujan las naves & Italia. (Propercio, IV,
3, 39).
ENSAYOS- -Gil

vecho más grande sacará, por ejemplo, con la lectura de las


"Vidas" de nuestro Plutarco ! Pero que el preceptor no pierda
de vista cuál es el fin de sus desvelos ; que no ponga tanto interés
en enseñar a su discípulo la fecha de la ruina de Cartago como
las costumbres de Escipión y Aníbal, ni tanto en informarle del
lugar donde murió Marcelo, como en hacerle ver que allí le al-
canzó la muerte por no haber estado a la altura de su deber.
Que no se empeñe tanto en que aprenda los sucesos como en que
sepa juzgarlos. Es a mi modo de ver la historia la parte en que
los espíritus se aplican de manera más diversa , sacando cada cual
consecuencias distintas, según sus peculiares dotes. Yo he leído
en Tito-Livio cien cosas que tal otro no ha leído. Plutarco ha
leído ciento más que yo no he sabido encontrar, y acaso haya entre
ellas muchas en que el autor ni pensó siquiera . Es para unos la
historia un simple estudio de gramática ; para otros la anatomía
de la filosofía , en la que encontramos aclaradas las acciones más
oscuras de la humana naturaleza . Hay en Plutarco amplios dis-
cursos que son muy dignos de ser sabidos, y según mi dictamen,
es maestro acabado en tales materias ; mas hay otros que este
historiador no ha hecho más que indicar ligeramente : señalando
sólo como de paso el camino que podemos seguir si queremos pro-
fundizarlos, u otros por fin, en que se contenta con tan sólo un
breve toque al corazón mismo de tal o cual acontecimiento . Pre-
ciso es pues arrancarlos del lugar donde se encuentran y hacerlos
suyos, como por ejemplo la siguiente frase : que los habitantes de
Asia obedecían a uno solo por ignorar la pronunciación de una
sola sílaba, la sílaba "No". Acaso fué este pasaje el que dió
ocasión a La Boetie para escribir su " Servidumbre Voluntaria ".
En la vida de un hombre tal ligera acción o tal palabra que parece
sin trascendencia, pueden ser un discurso. ¡ Lástima que los hom-
bres de gran entendimiento propendan con exceso a la concisión!
Sin duda con ello su reputación vale más ; pero nuestro saber me-
nos. Plutarco prefiere ser estimado por sus juicios que por su
saber ; gusta más, antes que saciarnos, que nos quedemos con
apetito. Comprende que hasta leyendo cosas excelentes puede fa-
62- -MONTAIGNE

tigarse el lector, pues sabe que Alexándridas censuró con justicia


a un hombre que hablaba con acierto a los éforos, pero que diluía
demasiado las ideas : "Oh, extranjero, le dijo, hablas de lo que
conviene, como no conviene". Los que tienen el cuerpo flaco lo
abultan interiormente ; así aquellos cuyas ideas son insignificantes
las hinchan con palabras..
La frecuencia del mundo y el trato de los hombres procuran
clarividencia de juicio. Vivimos como encerrados en nosotros
mismos, nuestra vida no alcanza más allá de nuestras narices.
Preguntaban a Sócrates por su patria, no respondió "soy de Ate-
nas", sino "soy del mundo". El que tenía la imaginación amplia
y comprensiva abrazaba el Universe cual su ciudad natal, exten-
diendo su conocimiento, sociedad y afecciones a todo el género
humano, no como nosotros, que sólo extendemos la mirada a lo
que cae bajo nuestro dominio.
Cuando las viñas se hielan en mi pueblo, asegura el cura
que la causa del mal es la ira de Dios contra el género humano
y afirma que la sed ahoga ya hasta los caníbales. Considerando
nuestras guerras intestinas, ¿ quién no juzga que el mundo se de-
rrumba y que tenemos encima el día del Juicio Final ? Al abrigar
tal creencia no se para mientes en que mayores males han acon-
tecido, ni tampoco que en las diez mil partes del Universo no
van mal en igual momento. Yo, en presencia de tantas licencias
y desórdenes y de la impunidad de los mismos, más bien encuentro
que nuestras desdichas son blandas y pocas. Quien recibe el gra-
nizo sobre su cabeza cree que la tempestad reina en todo el
hemisferio. A este propósito merece citarse el dicho del Saboyano,
el cual entendía que el rey de Francia había sido un tonto, pues
de haber sabido conducir con acierte sus intereses hubiera llegado
a ser mayordomo de su duque. Su imaginación no concebía más
elevada jerarquía que la de su amo. Insensiblemente todos per-
manecemos en error análogo que acarrea graves consecuencias y
prejuicios. Mas quien se representa como en un cuarto esta dilatada
imagen de nuestra madre naturaleza en su cabal majestad, quien
lea en su aspecto su general y constante variedad, quien se consi-

*I
I ENSAYOS- -63

dere no ya él mismo, sino todo un reino, como un trazo casi im-


perceptible, sólo ése estima y juzga las cosas de un modo adecuado
a su magnitud.
Este inmenso mundo, que algunos multiplican todavía como
las especies dentro de su género, es el espejo en que para cono-
cernos fielmente debemos contemplar nuestra imagen . En conclu-
sión, mi deseo es que el universo entero sea el libro de nuestro
escolar. Tal diversidad de caracteres, sectas, juicios, opiniones,
costumbres y leyes, enséñanos a juzgar rectamente de los nuestros
peculiares y encamina nuestro criterio al reconocimiento de su im-
perfección y de su natural debilidad ; y no deja este aprendizaje
de ser duro y largo. Tantos cambios surgidos, así en el Estado
como en la pública fortuna , nos enseñan a no admirarnos de la
nuestra. Tantos nombres, tantas victorias y conquistas, éstas y
aquéllas enterradas en el olvido, hacen ridícula la esperanza de
eternizar nuestro nombre por el mérito de habernos apoderado de
diez mezquinos soldados y de un gallinero cuya existencia salió
a la luz por la nueva de nuestra acción. La vanidad y el orgullo
de tantas extrañas pompas, la majestad inflada de tantas cortes
y grandezas, nos afirman y asegurar la vista para sostener el brillo
de las nuestras sin parpadear. Tantos millares de hombres que
vivieron antes que nosotros fortifícannos y nos ayudan a no temer
el ir a encontrar al otro mundo tan excelente compañía . Y así
con todo.
Nuestra vida, decía Pitágoras, se asemeja a la grande y
populosa asamblea de los juegos olímpicos. Unos ejercitan su
cuerpo para alcanzar renombre en los juegos ; otros, en el comercio
para lograr ganancia ; y otros hay, que no son ciertamente los
- más insignificantes cuyos fines consisten sólo en investigar cómo

y por qué se hace cada cosa y en ser pacíficos espectadores de


la vida de los demás para ordenar y juzgar la suya propia.

Se nos enseña en vivir cuando nuestra vida ya ha pasado.


Cien escolares han tenido el mal venéreo antes de haber llegado
64- MONTAIGNE

a estudiar el tratado de la templanza de Aristóteles. Decía Cicerón


que, aun cuando viviera la existencia de dos hombres, no perdería
su tiempo estudiando los poetas líricos. Considero yo a nuestros
tristes ergotistas como mucho más inútiles. Nuestro discípulo tiene
mucha más prisa : a la pedagogía no debe más que los quince o
dieciséis primeros años de su vida , el resto pertence a la acción.
Empleemos aquel tiempo tan reducido sólo en las instrucciones
necesarias. Apartemos todas esas sutilezas espinosas de la Dia-
léctica , de que nuestra vida no puede sacar ni el menor provecho;
hagamos sólo mérito de los sencillos discursos de la filosofía , se-
pamos escogerlos y emplearlos oportunamente : son tan fáciles de
comprender como un cuento de Boccacio. Están al alcance de un
niño recién destetado, más a su alcance que el aprender a leer y
a escribir. La filosofía encierra máximas lo mismo para el naci-
miento de hombre que para su decrepitud .

... Nuestro discípulo vagará menos que los demás. Pero


del propio modo que los pasos que empleamos en recorrer una
galearía, aunque ésta sea tres veces más larga que un camino
de antemano designado nos ocasionan menos cansancio, así nues-
tra enseñanza administrada como por acaso, sin obligación de
tiempo ni lugar, yendo unida a todas nuestras acciones, pasará
sin dejarse sentir. Los juegos mismos y los ejercicios corporales
constituirán una buena parte del estudio : la carrera , la lucha , la
música , la danza , la caza , el manejo del caballo y de las armas.
Quiero que el decoro, el don de gentes y el aspecto todo de la
persona sean modelados al propio tiempo que el alma . No es
un alma, no es tampoco un cuerpo lo que el maestro debe tratar
de formar: es un hombre ; no hay que elaborar dos organismos
separados. Y como dice Platón, no hay que dirigir el uno sin
el otro sino conducirlos por igual, como se conduce un tronco de
caballos sujeto al timón. Y si seguimos los consejos de este filósofo
a este respecto, veremos que concede más espacio y solicitud mayor
a los ejercicios corporales que a los del espíritu, por entender que
ENSAYOS- -65

éste aprovecha al mismo tiempo de los de aquél en vez de con ellos


perjudicarse.
Debe presidir a la educación una dulzura severa, no como
se practica generalmente. En lugar de invitar a los niños al es-
tudio de las letras, se les brinda sólo con el horror y la crueldad .
Que alejen la violencia y la fuerza , nada hay a mi juicio que
Lastardee y trastorne tanto una naturaleza bien nacida. Si que-
réis que el niño tenga miedo a la deshonra y al castigo, no le acos-
tumbréis a ellos. Habituadle más bien a la fatiga y al frío, al vien-
to, al sol, a los accidentes que le precisa menospreciar ; alejad
de él toda blandura y delicadeza en el vestir y en el dormir, en
el comer y en el beber. Que con todo se familiarice. Que no se
convierta en un mocetón hermoso y afeminado, sino que sea un
joven lozano y vigeroso. Las mismas han sido mis ideas siendo
niño, joven y viejo. Mas entre otras cosas los procedimientos que
se emplean en la mayor parte de los colegios me han disgustado
siempre. Con mucha mayor cordura debiera emplearse la indul-
gencia. Los colegios son una verdadera prisión de la juventud
cautiva, a la cual se convierte en relajada castigándola antes de
que lo sea. Visitad un colegio a la hora de las clases : no oiréis
más que gritos de niños a quienes se martiriza y de maestros
enloquecidos por la cólera. ¡ Buenos medios de avivar el deseo de
saber en almas tímidas y tiernas, el guiarlas así con el rostro feroz
y el látigo en la mano ! Maneras son ésas por cierto injustas
y perniciosas. Quintiliano dice muy acertadamente que tal auto-
ridad imperiosa junto con los castigos, acarrea , andando el tiempo,
consecuencias peligrosas. ¿ Cuánto mejor no sería ver las escue-
las sembradas de flores que de trezos de mimbres ensangrenta-
dos? Yo colocaría en ellas los retratos de la Alegría, el Rego-
cijo, Flora y las Gracias, como los colocó en la suya el filósofo
Espeusipo. Así se hermanaría la instrucción con el deleite. Los
alimentos saludables al niño deben du'cificarse, y los dañinos
amargarse.
Es maravilla ver el celo que Platón muestra en sus “Leyes"
Libro.- 5
66 -MONTAIGNE

en pro del deleite y la alegría , y cómo se detiene en hablar de las


carreras, juegos, canciones, saltos y danzas, de los cuales dice
que la Antigüedad concedió la dirección a los Dioses mismos :
Apolo, las Musas y Minerva. Extiéndese en mil preceptos rela-
tivos a los gimnasios ; en la enseñanza de la gramática y la re-
tórica se detiene muy poco, y la poesía no la ensalza ni reco-
mienda sino por la música que la acompaña .
Toda rareza y singularidad en nuestros usos y costumbres
debe desarraigarse como enemiga de la comunicación social.
¿ Quién no se maravillará de la complexión de Demofón, maes-
tresala de Alejandro, quien sudaba a la sombra y temblaba al
sol? Yo he visto alguien quien huía del olor de las manzanas
con más horror que del disparo de los arcabuces ; otros a quie-
nes un ratón atemorizaba ; otros en quienes la vista de la leche
provocaba náuseas ; otros que no podían ver ahuecar un colchón ;
como Germánico era incapaz de soportar la presencia y el canto
de los gailos . Puede quizás a tales rarezas presidir alguna razón
oculta, pero ésta se extinguirá sin duda acudiendo con el remedio
a tiempo. La educación ha logrado en mí, cierto es que no sin
algún trabajo, que salvo la cerveza todo lo demás me sea in-
diferente para mi sustento. El cuerpo es todavía flexible ; débese,
pues, plegar a todos los hábitos y costumbres ; y siempre y cuando
que puedan mantenerse el apetito y la voluntad domados, debe
hacerse al joven apto para vivir en todas las naciones y en todas
las compañías ; más todavía : que no le sean extraños el des-
orden y los excesos si es preciso. Que sus costumbres sigan el
uso común. Que pueda poner en práctica todas las cosas, y no
guste realizar sino las que sean buenas. Los filósofos mismos no
alababan en Calistenes el que perdiera la gracia de Alejandro
su señor porque no quiso beber con él a competencia .
Nuestro joven reirá, loqueará con el príncipe, y tomará parte
en la francachela misma hasta sobrepujar a sus compañeros en
vigor, firmeza y resistencia ; no debe dejar de practicar el mal
ni por falta de fuerzas ni por falta de capacidad, sino por falta de
voluntad.
ENSAYOS- 67

El discípulo no recitará tanto ia lección como la practicará .


La repetirá en sus acciones. Se verá si preside la prudencia en
sus empresas, si hay bondad y justicia en su conducta, juicio y
gracia en su conversación, resistencia en sus enfermedades, mo-
destia en sus juegos, templanza en sus placeres, método en su
economía e indiferencia en su paladar, ya se trate de comer carne
• pescado o de beber vino o agua . " Qui disciplinam suam, non
ostentationem scientiae, sed legem vitae putet, quique obtemperet
ipse sibi, et decretis pareat" ( 1 ) .
El verdadero espejo de nuestro espíritu es el curso de nues-
tras vidas. Zeuxidamo contestó a alguien que le preguntaba por
qué los Lacedemonios no escribían sus preceptos sobre las proe-
zas, y una vez escritos, por qué no los daban a leer a los jóvenes.
que la razón era porque preferian mejor acostumbrarlos a los
hechos que a las palabras. Comparad nuestro discípulo así for-
mado a los quince o dieciséis años , comparadle con uno de esos
latinajeros de colegio, que habrá empleado tanto tiempo como
nuestro alumno en educarse, en aprender sólo a hablar. El mundo
no es más que pura charla, y cada hombre habla más bien más
que menos de lo que debe . Así la mitad del tiempo que vivimos
se nos va en palabrería. Se nos retiene cuatro o cinco años oyendo
vocablos y enseñándonos a hilvanarlos en cláusulas ; otro tanto
para saber desarrollar medianamente una disertación , y otros cinco
para adornaria sutil y artísticamente . Dejemos todas estas vanas
retóricas a los que de ellas hacen profesión expresa .

...Para el escolar no hay nada que aventaje ni que sustituya


a la excitación permanente del gusto y afecto hacia el estudio ; de
otra suerte, el discípulo será sólo un asno cargado de libros . Se
les administra la ciencia con el látigo ; para que sea beneficiosa
no basta abrigarla en su cabeza , es preciso casarse con ella.

(1) Que juzgue que su instrucción no se despliegue de saber sino ley


de su vida ; que se obedezca a sí mismo y obre con arreglo a sus
principios. (Cicerón. Tusc. II, 4) .
DE LA AMISTAD

(Libro I. Cap . XXXVIII)

ONSIDERANDO el modo de trabajar de un pintor que


en mi casa empleo, hanme entrado deseos de seguir sus
C
huellas . Elige el artista el lugar más adecuado de cada
pared para pintar un cuadro conforme a todas las reglas de su
arte, y airededor coloca figuras extravagantes y fantásticas , cuyo
atractivo consiste sólo en la variedad y rareza. ¿ Qué son estos
bosquejos que yo aquí trazo, sino figuras caprichosas y cuerpos
deformes compuestos de miembros diversos , sin método determi-
nado, sin otro orden ni proporción que el acaso?

Desinit in piscem mulier formosa superne ( 1 ) .

En el segundo punto corro parejas con un pintor, pero en


el otro, que es el principal, reconozco que no le alcanzo, pues
mi capacidad no llega , ni se atreve, a emprender un cuadro mag-
nífico, trazado y acabado, según los principios del arte. Así que
se me ha ocurrido la idea de tomar uno prestado a Esteban de La
Boetie, que honrará el resto de esta obra. Es un discurso que su
autor tituló "La Servidumbre Voluntaria " ; los que desconocen este
título le han designado después acertadamente con el nombre de
"El Contra uno". Su autor lo escribió a manera de ensayo, en
su primera juventud , en honor de la libertad, contra los tiranos.
Corre ya el discurso de mano en mano tiempo ha entre las per-

(1) La parte superior es una mujer herinosa y el resto del cuerpo de


un pez. (Horacio, Arte poética, 4) .
ENSAYOS-

sonas cultas, no sin aplauso merecido : pues es agradable y con-


tiene todo cuanto contribuye a realzar un trabajo de su natura-
leza. Cierto que no puede asegurarse que es lo mejor que su
autor hubiera podido componer, pues si más adelante, en el tiempo
en que yo lo conccí, hubiera formado el designio que yo sigo de
transcribir sus fantasías, hubiéramos visto singulares cosas que
lindarían de cerca con las producciones de la antigüedad, pues
a ciencia cierta puedo asegurar que a nadie he conocido que en
talento y luces naturales pudiera comparársele . Sólo el discurso
citado nos queda de La Boetie, y eso casi de un modo casual,
pues entiendo que después de escrito no volvió a hacer mérito de
él, dejó también algunas memorias sobre el edicto de Enero de
1558, famoso por nuestras guerras civiles, que acaso en otro lugar
de este libro encuentren sitio adecuado . Es todo cuanto he podidɔ
recobrar de sus reliquias . Con recomendación amorosa dejó dis-
puesto en su testamento que yo fuera el heredero de sus papeles
y biblioteca . Hice que se imprimieran algunos escritos suyos , y
respecto al libro ( 1 ) , le tengo tanta o más estimación , cuanto que
fué la causa de nuestras relaciones, pues mostróseme mucho tiempo
antes de que yo viese a su autor y me dió a conocer su nombre
preparando así la amistad que hemos mantenido el tiempo que
Dios ha tenido a bien, tan cabal y perfecta , que no es fácil en-
contrarla semejante en tiempos pasados, ni entre nuestros con-
temporáneos se ve parecida . Tantas circunstancias precisan para
fundar una amistad como la nuestra , que no es peregrino que se
vea una sola cada tres siglos.
Parece que nada hay a que la naturaleza nos haya enca-
minado tanto como al trato social. Aristóteles asegura que los
buenos legisladores han cuidado más de la amistad que de la
justicia. El último extremo de la perfección en las relaciones que
ligan a los humanos reside en ia amistad. Por lo general, todas
las simpatías que el amor , el interés y la necesidad privada •
pública forjan y sostienen, son tanto menos generosas, tanto me-

(1) El de "La Servidumbre Voluntaria".


70- -MONTAIGNE

nos amistosas , cuando que a ellas se unen otros fines distintos a


los de la amistad, considerada en sí misma.
Ni las cuatro especies de relación que establecieron los an-
tiguos , y que llamaron : natural, social, hospitalaria y amorosa,
tienen analogía o parentesco con la amistad.
Las relaciones que existen entre los hijos y los padres están
fundadas en el respeto. Aliméntase la amistad por la comuni-
cación , la cual no puede encontrarse entre hijos y padres por la
disparidad que entre ellos existe, y además porque chocarían los
deberes que la naturaleza impone. Pues ni todos los pensamientos
íntimos de los padres pueden comunicarse a los hijos, para no
dar lugar a una privanza perjudicial y dañosa , ni los adverti-
mientos y correcciones, que constituyen uno de los primeros deberes
de la amistad, podrían tampoco practicarse de los hijos a los
padres. Pueblos ha habido, en que, por costumbre los hijos ma-
taban a los padres, y otros en que los padres mataban a los hijos
para salvar así las querellas que pudieran suscitarse entre los
unos y los otros . Filósofos ha habido, que han desdeñado la na-
tural afección y unión de padres e hijos, Aristipo entre otros,
el cual cuando se le hacía presente el cariño que a los suyos debía
por haber salido de él, se ponía a escupir diciendo que su saliva
tenía también el mismo origen , y añadía que también engendramos
pojos y gusanos . Habla Plutarco de otro a quien deseaban poner
en buena armonía con su hermano, que objetó : "No doy impor-
tancia mayor al accidente de haber salido del mismo agujero.'
El nombre de hermano es en verdad hermoso, e implica un amor
terno y puro, por esta razón nos lo aplicamos La Boetie y yo.
Mas entre hermanos naturales la confusión de bienes, los repar-
timientos y el que la riqueza de uno ocasione la pobreza del otro
desligan la soldadura fraternal. Teniendo los hermanos que con-
ducir la prosperidad de su fortuna por igual sendero y por modo
idéntico, fuerza es que con frecuencia tropiecen. Más aún, la
relación y correspondencia que crean las amistades verdaderas y
perfectas, ¿ qué razón hay para que se encuentren entre los her-
manos ? El padre y el hijo pueden ser de complexión enteramente
ENSAYOS- -71

opuesta, y lo mismo los hermanos. Es mi hijo, es mi padre, pero


es un hombre arisco, malo o tonto. Además , como son amistades
que la ley y obligación natural nos ordena , nuestra elección no
influye para nada en ellas. Nuestra libertad es nula y ésta a
nada se aplica más que a la afección y a la amistad . Y no quiere
decir lo escrito que yo no haya experimentado los goces de la fa-
milia en su mayor amplitud , pues mi padre fué el mejor de los
padres que jamás haya existido, y el más indulgente hasta en
su extrema vejez ; y mi familia fué famosa de padres e hijos, y
siempre ejemplar en punto a concordia fraternal,

Et ipse
Notus in fratres animi paterni ( 1 ) .

La afección hacia las mujeres, aunque nazca de nuestra elec-


ción, tampoco puede equipararse a la amistad . Su fuego, lo con-
fieso,
neque enim est dea nescia nostri
Que dulcem curis miscet amaritiem, (2 )

es más activo, más fuerte y más rudo , pero es un fuego temerario,


inseguro, ondulante y vario ; fuego febril, sujeto a accesos e inter-
mitencias y que no se apodera de nosotros más que por un lado . En
lamistad, por el contrario, el calor es general, igualmente dis-
tribuído por todas partes, atemperado ; un calor constante y tran-
quilo, todo dulzura y sin asperezas, que nada tiene de violento ni
de punzante. Más aún , el amor no es más que el deseo furioso de
algo que huye de nosotros :

Come segue la lepre il cacciatore


Al freddo , al caldo , alla montagna , al lito ;

(1) Conocido yo mismo por mi afección paternal hacia mis hermanos.


(Horacio. Od . II. 2. 6.) .
No soy desconocido a la diosa que mezcla una dulce amargura
(2) con las penas del amor. (Catulo, LXVIII, 17) .
72- MONTAIGNE

Ne piu l'estima poi che presa vede,


Et sol diestro a cbi fugge affretta il piede (1 ) .

Luego que se convierte en amistad, es decir, en el acuerdo


de ambas voluntades, se borra y languidece. El goce ocasiona su
ruina como que su fin es corporal y se encuentra sujeto a saciedad.
La amistad, por el contrario, más se disfruta a medida que más
se desea ; no se alimenta ni crece sino a medida que se disfruta , CO-
mo cosa espiritual que es, y el alma adquiere en ella mayor finura
practicándola. He preferido antaño otras fútiles afecciones a la
amistad perfecta, y también La Boetie rindió culto al amor : sus
versos lo declaran demasiado. Así es que las dos pasiones han ha-
bitado en mi alma y he tenido ocasión de conocer de cerca una
y otra ; jamás les he equiparado, y actualmente considero que en
mi espíritu la amistad mira de un modo desdeñoso y altivo al amɔr
y le co'oca bien lejos muchos grados por abajo.
En cuanto al matrimonio además de ser un mercado en el
cual sólo la entrada es libre, (si consideramos que su duración es
obligatoria y forzada y dependiente de circunstancias ajenas a
nuestra voluntad) , obedece ordinariamente a fines bastardos ; acon-
tecen en él multitud de accidentes que los esposos tienen que resol-
ver, los cuales bastan a romper el hilo de la afección y alterar el
curso de la misma, mientras que en la amistad no hay cosa que
la ponga trabas por ser su fin el'a misma . Añádase que, a decir
verdad, la inteligencia ordinaria de las mujeres no alcanza a que
puedan compartirse los goces de la amistad ; ni el alma de ellas es
bastante firme para sostener la resistencia de un nudo tan apreta-
do y duradero. Si así no aconteciera, si pudiera fundamentarse y
establecerse una asociación voluntaria y libre de la cual no sólo
las almas participaran sino también los cuerpos, en que todo nuestro
ser estuviera sumergido, la amistad sería más cabal y viva . Pero

(1) Así en medio de los fríos y los calores el cazador va siguiendo la


liebre, al través de montañas y valles ; mientras le escapa desea
darla alcance y cuando la coge ya no hace caso de ella, (Ariosto,
Rol. Fur. canto X, estanc. 7).

i
ENSAYOS- -73

no hay ejemplo de que el sexo débil haya dado pruebas de seme-


jante afección y los filósofos antiguos declaran a la mujer incapaz
de profesarla .

Lo que ordinariamente llamamos amigos y amistad no son


más que uniones y familiaridades trabadas merced a algún interés,
o merced al acaso por medio de los cuales nuestras almas se rela-
cionan entre sí. En la amistad de que yo hablo , las almas se enla-
zan y confunden una con otra de modo tan íntimo, que se borra
y no hay medio de reconocer la trama que las une. Si se me obli-
gara a decir por qué yɔ quería a La Boetie, reconozco que sólo
podría expresarlo diciendo : porque era él , porque era yo .
Existe más allá de mi raciocinio y de lo que particularmente
puedo declarar, yo no se qué fuerza inexplicable y fatal, mediado-
ra de esta unión . Nos buscábamos ya, antes de que nos hubiéramos
visto, y lo que oíamos decir el uno del otro, producía en nuestras
almas mucha mayor impresión de la que se advierte en las amista-
des ordinarias ; diríase que nuestra unión fué un decreto de la pro-
videncia. Nos abrazábamos por nuestros nombres, y en nuestra
primera entrevista que tuvo lugar casualmente en una gran fiesta
de una ciudad , nos encontramos tan prendados, tan conocidos, tan
obligados el uno del otro, que nada desde entonces nos tocó tan
de cerca como nuestras personas. Escribió él una excelente sátira
latina , que se ha impreso, en la cual explica la precipitación de
nuestra amistad que llegó con tal rapidez a ser perfecta . Habiendo
de durar tan poco su vida y habiendo comenzado tan tarde nues-
tras relaciones, pues ambos éramos ya hombres hechos, él me llevaba
algunos años , no tenían tiempo que perder, ni necesitaban tam-
poco acomodarse al patrón de las amistades frías y ordinarias, en
las cuales precisan tantas precaucaiones de larga y preliminar
conversación. En la amistad nuestra no había otro fin extraño que
le fuera ajeno ; con nada se relacionaba que no fuera con ella
misma; no obedeció a tal o cual consideración, ni a dos ni a tres
ni a cuatro ni a mil ; fué no sé qué quinta esencia de todo reunido,
la cual habiendo arrollado toda mi voluntad condújola a sumer-
74- -MONTAIGNE

girse y a abismarse en la suya con una espontaneidad y un ardor


igual en ambas. Nuestros espíritus se compenetraron uno en otro;
nada nos reservamos que nos fuera peculiar, ni que fuese suyo
mío.
Cuando Lelio , en presencia de los cónsules romanos, quienes
después de la condenación de Tiberio Graco persiguieron a todos
los que habían pertenecido al partido de éste, preguntó a Cayo
Blosio (que era el principal de sus amigos ) qué hubiera sido capaz
de hacer por él, Blosio respondió : " Lo hubiera hecho todo . —¿Có-
mo todo ? siguió Lelio ; ¿ pues qué, hubieras cumplido su voluntad
si te hubiera mandado poner fuego a nuestros templos ? --Jamás
me hubiera ordenado tal cosa , repuso Blosio. - ¿ Pero y si lo hu-
biera hecho? añadió Lelio. Le hubiera obedecido" , respondió.
Si era tan perfecto amigo de Graco , como la historia cuenta , no
tenía por qué asustar a los cónsules haciéndoles esta última atre-
vida confesión y no debía separarse de la seguridad que tenía
en el designio de Tiberio Graco . Los que acusan de sediciosa esta
respuesta no penetran su misterio, y no presuponen, como en reali-
dad debía acontecer, que Blosio era soberano de la voluntad de
Graco por poder y conocimiento : ambos eran más amigos que
ciudadanos, más amigos que enemigos o amigos de su país, y que
amigos en la ambición y el desorden . Confiando profundamente
el uno en el otro, eran dueños perfectos de sus respectivas inclina-
ciones, que dirigían y guiaban por la razón mutua ; y como sin
esto es completamente imposible que las amistades vivan, la res-
puesta de Blosio fué tal cual debió de ser. Si los actos de ambos
hubieran discrepado, no eran amigos, según mi criterio, ni el uno
del otro, ni en sí mismos . Por lo demás, tal respuesta no difiere de
la que yo daría a quien me preguntase : " Si vuestra voluntad os
ordenara dar muerte a vuestra hija ¿ la mataríais ? " y que yo con-
testara afirmativamente, nada prueba de mi consentimiento a
realizar tal acto, porque yo no puedo dudar de mi voluntad, como
tampoco de la de un amigo como La Boetie. Ni en todos los ra-
zonamientos del mundo reside el poder de desposeerme de la certo-
za en que ostoy de las intenciones y alcance de mi juicio: ninguna
ENSAYOS -75

de sus acciones podría mostrárseme, sea cual sea el cariz que tu-
viera, de la cual yo no encontrara en seguida la causa . Tan uni-
das marcharon nuestras almas , con cariño tan ardiente se amaron
y con afección tan intensa se descubrieron hasta lo más hoɔndɔ de
las entrañas, que no sólo conocía yo su alma como la mía , sino
mejor hubiera fiado en él que en mí mismo .
Que no se incluyan en este rango esas otras amistades co-
rrientes ; yo he mantenido tantas como cualquiera otro , y de las
más perfectas en su género, pero no aconsejo que se confundan ,
pues se padecería un error lamentable . En estas otras uniones es
preciso proceder con prudencia y precaución ; el enlace no está
anudado de manera que no haya nada que desconfiar. "Amadle,
decía Quilón, como si algún día tuvierais que aborrecerle ; odiadle
como si algún día tuvierais que amarle". Este precepto , que es tan
abominable en la amistad primera de que hablo , es saludable en
las ordinarias y corrientes , a propósito de las cuales puede emplearse
una frase familiar a Aristóteles : " ¡ Oh amigos míos, no hay nin-
gún amigo ! "
En aquel noble comercio los servicios que se hacen o reciben,
sostenes de las otras relaciones, no merecen siquiera ser tomados en
consideración ; la entera compenetración de nuestras voluntades es
suficiente, pues del propio modo que la amistad que yo profeso
no aumenta por los beneficios que hago en caso de necesidad , di-
gan lo que quieran los estoicos, y como yo no considero como mé-
rito el servicio proporcionado, la unión de tales amistades siendo
verdaderamente perfecta hace que se pierda el sentimiento de se-
mejantes deberes, al par que se aleje y odie esas palabras de di-
visión y diferencia : acción buena, obligación, reconocimiento, rue-
go, agradecimiento, y otras análogas . Siendo todo común entre los
amigos : voluntades, pensamientos, juicios, bienes, mujeres, hijos,
honor y vida ; no siendo su voluntad sino una sola alma en dos
distintos cuerpos, según la definición tan acertada de Aristóteles,
nada pueden prestarse ni nada tampoco darse. He aquí la razón
de que los legisladores, para honrar al matrimonio con alguna ima-
ginaria semejanza de este divino enlace, prohiban las donaciones
76- MONTAIGNE

entre marido y mujer concluyendo por esta prohibición que todo


pertenece a cada uno de ellos , y que nada tienen que dividir ni que
repartir. Si en la amistad de que hablo el uno pudiera dar alguna
cosa al otro, el que recibiera el beneficio sería el que obligaría al
compañero, pues, buscando uno y otro, antes que todo, prestarse
mutuo servicio, aquel que facilita la ocasión es el que practica
mayor liberalidad, proporcionando a su amigo la satisfacción de
realizar lo que más desea. Cuando el filósofo Diógenes tenía ne-
cesidad de dinero, decía que lo reclamaba a sus amigos, no que lo
pedía. Y para probar cómo esto se practica en realidad, traeré a
colación un singular ejemplo antiguo.
Eudamidas, corintio, tenía dos amigos : Carixeno, cioniano,
y Areteo, corintio. Cuando murió, como estaba pobre , y sus dos
amigos eran ricos, hizo así su testamento : " Lego a Areteo el cui-
dado de alimentar a mi madre y de sostenerla en su vejez ; a Ca-
rixeno, le encomiendo el casamiento de mi hija , y además que la
dote lo mejor que pueda . En el caso de que uno de los dos venga
a morir, encomiendo su parte al que sobreviva". Los que vieron
primero este testamento se burlaron , pero advertidos los herederos
de su alcance lo aceptaron con singular contentamiento. Habiendo
muerto cinco días después Carixeno, Areteo mantuvo largamente
a la madre ; y de su fortuna , que consistía en cinco talentos ( 1 ) ,
entregó dos y medio a su hija única , y otros dos y medio a la hija
de Eudamidas. Las bodas de ambas se efectuaron el mismo día.
Este ejemplo es bien concluyente pero peca en un punto que
es el gran número de amigos. Pues esta perfecta amistad de la cual
hablo e indivisible : cada uno se entrega tan por completo a su
amigo que nada le queda para distribuir a los demás ; al contrario,
le intristece la idea de no ser doble, triple o cuádruple ; de no ser
dueño de varias almas y de varias voluntades para confiarlas todas
a una misma amistad . Las amistades comunes pueden dividirse :
puede estimarse en unos la belleza , en otros el agradable trato,
en otros la liberalidad , la paternidad, la fraternidad, y así sucesi-

(1) Talento: unidad de moneda en la antigua Grecia. (N. de A).


ENSAYOS -77

vamente ; pero la amistad que posee el alma y la gobierna como


soberana absoluta, es imposible que sea doble. Si dos amigos pi-
dieran ser socorridos al mismo tiempo , ca cuál acudiríais primero?
Si solicitaran opuestos servicios , ¿ qué orden emplearíais en tal apu-
ro? Si uno confiara a vuestro silencio lo que al otro fuera conve-
niente saber, ¿ qué partido tomaríais? La principal y única amis-
tad rompe toda otra obligación ; el secreto que juro no descubrir a
otro, puedo sin incurrir en falta comunicarlo a este otro yo, es decir,
a mi amigo. Es un milagro grande el duplicarse y no lo conocen
bastante los que hablan de triplicarse. Nada es tan raro que po-
seer su semejante ; quien crea que de dos personas estimo a la ur
lo mismo que a la otra, y que esas dos personas se quieren entre
ellas y me estiman tanto como las estimo yo, convierte en varias uni-
dades la cosa más única e indivisible ; una sola es la cosa más rara
de encontrar en el mundo.
El resto de aquella historia se acomoda bien con lo que yo
decía, pues Eudamidas considera como un favor que proporciona
a sus amigos el emplearlos en su servicio, dejándolos como here-
deros de su liberalidad, que consiste en procurarles el medio de
favorecerle. Y sin duda la fuerza de la amistad se muestra con
mayor esplendidez en este caso que en el de Areteo. En conclu-
sión : son éstos efectos que no puede imaginar el que no los ha
experimentado, y que me hacen honrar sobre manera la respuesta
que dió a Ciro un joven soidado, a quien el monarca preguntó qué
precio quería por un caballo con el cual había ganado el premio
de la carrera, añadiendo si lo cambiaría por un reino : “ No en
verdad, Señor ; pero lo daría de buen grado por adquirir un ami-
go, si yo encontrara un hombre digno de tal alianza " .
No decía mal "si yo encontrara"; pues se tropieza fácilmente
con hombres propios para mantener una amistad superficial. Pero
en la otra, en que nada se reserva ni nada se exceptúa , en que
se obra con abandono completo, hay necesidad de que todos los
resortes sean perfectamente nítidos y seguros.
En las relaciones que sólo una parte de nuestra alma interesan
no hay para qué preocuparse de las imperfecciones que a la otra
78- MONTAIGNE

se refieren. Nada me importa la religión que profesen mi médico


ni mi abogado ; tal consideración nada tiene que ver con los ofi-
cios de la amistad que me deben. Y en las relaciones domésticas
que traban conmigo los criados que me sirven, sigo la misma con-
ducta . Me informo poco de si mi lacayo es casto ; más me interesa
saber si es diligente ; no temo tanto a un arriero jugador como a
ctro que sea imbécil, ni a un cocinero blasfemo como a otro igno-
rante de las sa'sas. No me mezclo para nada en decir al mundo
lo que es preciso hacer, otros lo hacen de sobra ; sólo me interesa
lo que tengo que hacer yo. T

Mihi sic usus est ; tibi, ut cpus est facto, face ( 1 ) .

A la familiaridad de la mesa asocio a la persona agradable,


no a la prudente ; en el lecho antepongo la belleza a la bondad ;
cuando estoy en sociedad, prefiero el bien decir, aun sin el saber
ni la probidad. Y así por el estilo en todas las demás cosas.
De la misma suerte que el que fué sorprendido cabalgando
sobre un bastón, jugando con sus hijos, rogó al señor que le vió
que no se lo contara a nadie hasta que fuese padre, estimando que
la pasión que entonces nacería en su alma le haría juez equitativo
de tal acción, así yo quisiera hablai a personas que hubiesen ex-
perimentado lo que digo ; pero conociendo cuán rara cosa es y cuán
apartada de lo ordinario una amistad tan sublime, no espero en-
contrar ningún buen juez . Los mismos discursos que la antigüedad
nos dejó, sobre este asunto me parecen débiles al lado del senti-
miento que yo guardo ; y los efectos de éste sobrepasan a los pre-
ceptos mismos de la filosofía.

Nihil ego contulerim jucundo sanus amico (2 ) .

(1) Tal es mi procedimiento, sigue tú el tuyo. (Terencio, Heautonti-


moroumenos, act. I, esc. 1, v. 28) .
(2) Para un espíritu cuerdo nada iguala un tierno amigo. (Horacio,
Sat. I, 5, 44) . 2 ་་
ENSAYOS-

El viejo Menandro llamaba dichoso al que había podido


siquiera encontrar sólamente la sombra de un amigo ; razón tenía
para decirlo, hasta en el caso en que hubiera encontrado alguno.
Si comparo todo el resto de mi vida , aunque ayudado de la
gracia de Dios la haya pasado dulce, gustosa y, salvo la pérdida
de tal amigo, exenta de aflicciones graves, llena de tranquilidad
de espíritu, habiendo disfrutado ventajas y facilidades naturales
que desde mi cuna gocé, sin buscar otras ajenas-, si comparo,
digo, toda mi vida con los cuatro años que me fué dado disfrutar
de la dulce compañía y sociedad de La Boetie, el otro tiempo de
mi existencia no es más que humo, y noche pesada y tenebrosa .
Desde el día en que le perdí,

Quem semper acerbum,


Semper honoratum (sic, Dii , voluistis) , habebo, ( i )

no hago más que arrastrarme lánguidamente ; los placeres mismos.


que se me ofrecen, en lugar de consolarme, redoblan el sentimiento
de su pérdida. Todo lo compartíamos y ahora me parece que yo
le robo la parte que le correspondía .

Nec charus aequem, nec superstes


Decrevi, tantisper dum ille abest meus particeps ( 2 ) ,

Me encontraba yo tan hecho, tan acostumbrado a ser el segundo


en todas partes, que se me figura no ser ahora más que la mitad .

Illam meae si partem animae tulit


Maturior vis, quid moror altera ,

(1) ¡Día fatal que debo llorar, que debo honrar toda mi vida , puesto
que tal ha sido, Dioses inmortales, vuestra suprema voluntad !
(Virgilio, Eneida, V, 49) .
Yo creo que ningún placer debe serme lícito ahora que ya no
existe aquel con quien todo lo compartía. (Terencio, Heautontimo-
roumenos. Act. I, esc. 1, v. 97).
-MONTAIGNE

Nec charus aequem, nec superstes


Integer? Ille dies utramque
Duxit ruinam ( 1 ) .

No ejecuto ninguna accion ni pasa por mi mente ninguna


idea sin que le eche de menos, como hubiera hecho él si yo le hu-
biese precedido. Pues así como me sobrepasaba infinitamente en to-
do saber y virtud, así me sobrepujaba también en los deberes de
la amistad.

(1) Puesto que un destino cruel me ha robado prematuramente esta


dulce mitad de mi alma, ¿ qué hacer de la otra mitad separada de
la que para mi era mucho más cara? El mismo día nos hizo des-
graciados a los dos. ( Horacio, Od. II, 17, 5) .
LOS CANIBALES

(Libro I , Cap. XXXI) .

UANDO el rey Pyrro pasó a Italia, luego que hubo


reconocido la organización del ejército romano que iba
C
a batallar contra el suyo : " No sé, dijo , qué clase de
bárbaros sean éstos (sabido es que los griegos llamaban así a to-
dos los pueblos extranjeros ) , pero la disposición de los soldados
que veo no es bárbara en modo alguno". Otro tanto dijeron los
griegos de las tropas que Flamino introdujo en su país, y Filipo,
contemplando desde un cerro el orden y disposición del campa-
mento romano, en su reino, bajo Publio Sulpicio Galba . Esto prueba
que es bueno guardarse de abrazar las opiniones comunes, y que
hay que juzgar por el camino de la razón y no por la voz general.
He tenido conmigo mucho tiempo un hombre que había vi-
vido diez o doce años en ese mundo que ha sido descubierto en
nuestro siglo, en el lugar en que Villegaignon tocó tierra ( 1 ) al
cual puso por nombre Francia Antártica. Este descubrimiento de
un inmenso país vale la pena de ser tomado en consideración. Igno-
ro si en lo venidero tendrán lugar otros , en atención a que tantos
y tantos hombres que valían más que nosotros no tenían ni siquiera
presunción remota de lo que en nuestro tiempo ha acontecido. Yo
recelo a veces que acaso tengamos los ojos más grandes que el
vientre, y más curiosidad que capacidad. Lo abarcamos todo,

(1
) Se trata de un lugar del Brasil donde el capitán de Villegaignon
quiso establecer una colonia francesa. (N, de A) .
!
Libro.-6
82- -MONTAIGNE

pero no estrechamos sino viento. Platón nos muestra que Solón


decía haberse informado de los sacerdotes de la ciudad de Sais,
en Egipto, de que en tiempos remotísimos, antes de' diluvio, exis-
tía una gran isla llamada Atlántida, a la entrada del estrecho de
Gibraltar, la cual comprendía más territorio que el Asia y el Afri-
ca juntas, y que los reyes de e ta región , que no sólo poseían esta
isla, sino que por tierra firme extendíanse tan adentro que eran
dueños de la anchura de Africa hasta Egipto , y de la longitud
de Europa hasta a Toscana , quisieron llegar al Asia y subyugar
todas las naciones que bordean el Mediterráneo hasta el golfo del
Mar Negro. A este fin atravesaion España , la Galia e Italia , y
llegaron a Grecia donde los Atenienses los rechazarcn ; pero que
andando el tiempo, los mismos Atenienses, los habitantes de la
Antlántida y la isla misma , fueron sumergidos por las aguas del
diluvio. Es muy probable que los destrozos que éste produjo , ha-
yan ocasionado cambios extraños en las diferentes regiones de la
tierra, y algunos dicen que del diluvio data la separación de Si-
cilia de Italia,

Haec loca, vi quondam et vasta convulsa ruina.


Dissiluisse ferunt, quum protinus utraque tellus
Una foret; (1) .

la de Chipre de Siria y la isla de Negroponto de la tierra firme


de Beocia ; y que juntó territorios que estaban antes separados,
cubriendo de arena y limo los fosos intermediarios,

Sterilisque diu palus aptaque remis ,


Vicinas urbes alit, et grave sentit aratrum. (2)

(1) Dicese que estas tierras eran en lo antiguo un mismo continente ;


por un empuje violento las separó el mar embravecido. Virgilio,
Eneida, III, 414 sg.) .
(2) Una laguna, estéril mucho tiempo, que hendian los remos de la
barca, conoce hoy el arado y alimenta las ciudades vecinas. (Ho-
racio, Ars. poet., 65) .
ENSAYOS- -83

Mas no hay probabilidad de que esta isla sea el mundo que aca-
bamos de descubrir, pues tocaba casi con España, y habría que
suponer que la inundación habria ccasionado un trastorno enorme
en el globo terráqueo, apartados como se encuentran los nuevos
países por más de mil doscientas leguas de nosotros.
Las navegaciones modernas, además, han demostrado que
no se trata de una isla sino de un continente o tierra firme con la
India Oriental de un lado y las tierras que están bajo los dos polos
de otro, o que, de estar separada, el estrecho es tan pequeño que
no merece por ello el nombre de Isla .
Parece que hay movimientos naturales y fuertes sacudidas ev
estos continentes y mares como en nuestro organismo.

El otro antiguo testimonio que pretende relacionarse con este


descubrimiento lo encontramos en Aristóteles, siempre que el libro
de las "Maravillas" haya sido compuesto por él. En esta obri la
se cuenta que algunos cartagineses, navegando por el Océano
Atlántico, fuera del estrecho de Gibraltar, bogaron largo tiempo
y acabaron por descubrir una isla fértil, poblada de bosques y
bañada por ríos importantes y profundos ; estaba la isla muy lejos
de tierra firme, y añade el mismo librito, que aquellos navegantes
y otros que los siguieron , atraídos por la bondad y fertilidad de
la tierra , llevaron consigo a sus mujeres e hijos y se aclimataron
en el nuevo país. Viendo los señores de Cartago que su territorio
se despoblaba poco a poco, prohibieron, bajo pena de muerte,
que nadie emigrara a la Isla , y arrojaron a los habitantes de ésta ,
temiendo, según se cree , que andando el tiempo alcanzaran po-
) derío, suplantasen a Cartago y ocasionaran su ruina . Este re'ato
de Aristóteles tampoco se refiere a las tierras recién descubiertas.
El hombre de que he hablado era sencillo y rudo, condición
muy adecuada para dar verídico testimonio, pues los espíritus cul-
tivados, si bien observan con mayor curiosidad y mayor número
de cosas, suelen glosarlas, y a fin de poner de relieve la interpre-
tación de que las acompañan, adulteran algo la relación ; jamás
84- -MONTAIGNE

muestran lo que ven al natural, siempre lo truecan y desfiguran


conforme al aspecto bajo el cual lo han visto, de modo que para
dar crédito a su testimonio y hacerlo más atractivo, adulteran de
buen grado la materia, alargándola o ampliándola. Precisa , pues,
un hombre fiel, o tan sencillo, que no tenga para qué inventar o
acomodar a la verosimilitud relaciones falsas, un hombre ingenuo.
Así era el mío, el cual, además, me hizo conocer en varias oca-
siones marineros y mercaderes que en su viaje había visto, de suerte
que a sus informes me atengo, sin preocuparme de las relaciones
de los cosmógrafos.
Habríamos menester de geógrafos que nos relatasen circuns-
tanciadamente los lugares que visitaran. Mas las gentes que han
estado en Palestina , juzgan por ello poder disfrutar el privilegio
de darnos noticias del resto del mundo . Quisiera yo que cada cual
escribiese sobre aquello que bien conoce, no precisamente en materia
de viajes, sino en toda suerte de cosas ; pues puede suceder que tal
posea particular ciencia o experiencia de la naturaleza de un río
o de una fuente y que en lo demás sea lego en absoluto. Sin em-
bargo, si le viene a la mente escribir sobre el río o la fuente, por
disertar de este detalle escribirá todo un tratado de física. De este
vicio surgen varios inconvenientes.
Volviendo a mi asunto, creo que nada hay de bárbaro ni
de salvaje en estas naciones según lo que se me ha referido ; lo
que ocurre es que solemos llamar " barbarie " a lo que es ajeno a
nuestras costumbres. Como no tenemos otro punto de mira para dis-
tinguir la verdad y la razón que el ejemplo e idea de las opiniones
y usos del país en que vivimos, a nuestro dictamen en él tienen
su asiento la perfecta religión , el gobierno más cumplido, el más
irresponsable uso de todas las cosas . Así son salvajes esos pueblos
como los frutos a que aplicamos igual nombre por germinar y des-
arrollarse espontáneamente ; en verdad creo yo que más bien debe-
ríamos nombrar así a los que por medio de nuestro artificio hemos
modificado y apartado del orden común a que pertenecían. En
los primeros se guardan vigorosas y vivas las propiedades y vir-
tudes naturales, que son las verdaderas y útiles, las cuales hemos
ENSAYOS- -85

bastardeado en los segundos para acomodarlos al placer de mues-


tro gusto corrompido ; sin embargo , el sabor, la delicadeza se avie-
nen con nuestro paladar que encuentra excelentes, en comparación
de los nuestros, diversos frutos de aquellas regiones que se des-
arrollan sin cultivo. El arte no vence a la madre naturaleza , grande
y poderosa . Tanto hemos recargado la belleza y riqueza de sus
obras con nuestras invenciones , que las hemos ahogado ; así es
que por todas las partes donde su pureza resplandece, la naturaleza
deshonra nuestras empresas frívolas y vanas.

Et veniunt ederae sponte sua melius,


Surgit et in solis formosior arbutus antris,
Et volucres nulla dulcius arte canunt ( 1 ) .

Todos nuestros esfuerzos juntos no logran edificar el nido


del más insignificante pajarillo , su contextura , su belleza y la uti-
lidad de su uso ; ni siquiera acertarían a formar el tejido de una
mezquina tela de araña.
Platón dice que todas las cosas son obra de la naturaleza , del
acaso o del arte. Las más grandes y magníficas proceden de una
de las dos primeras causas ; las más insignificantes e imperfectas,
de la última.
Esas naciones me parecen, pues, solamente bárbaras , en el
sentido de que en ellas ha dominado escasamente la huella del
espíritu humano, y porque permanecen todavía en los confines
de su ingenuidad primitiva .
Las leyes naturales dirigen su existencia muy poco bastardea-
das por las nuestras y tienen tanta pureza que a veces lamento
que no hayan tenido noticia de tales pueblos los hombres que
hubieran podido juzgarlos mejor que nosotros . Siento que Licurgo
y Platón no los hayan conocido , pues se me figura que lo que por

1 (1) La hiedra crece mejor cuando crece por sí sola, el árbol crece
más bello y frondosc en los lugares solitarios, y el canto de las
aves es más dulce sin el concurso del arte. (Propercio, I, 11. 10.) .
86- -MONTAIGNE

experiencia vemos en esas naciones sobrepasa no sólo las pinturas


con que la poesía ha embellecido la edad de oro de la humanidad,
sino que todas las invenciones que los hombres pudieran imaginar
para alcanzar una vida feliz , juntas con las condiciones mismas
de la filosofía, no han logrado representarse una ingenuidad tan
pura y sencilla , como la que vemos en esos países, ni han podido
creer que una sociedad pudiera sostenerse con artificio tan escaso
y, como si dijéramos, sin soltura humana . Es un pueblo, diría
yo a Platón, en el cual no existe ninguna especie de tráfico, nin-
gún conocimiento de las letras, ninguna ciencia de los números,
ningún nombre de magistrado ni de otra suerte que se aplique a
alguna superioridad política ; tampoco hay siervos, ni ricos, ni po-
tres ; ni contratos, ni sucesiones, ni participaciones ; ni más ocu-
paciones que las ociosas, ni más re'aciones de parentesco que las
comunes ; nada de vestidos ; ninguna agricultura ; ningún metal ;
y por fin, las gentes esas no beben vino ni cultivan el trigo. Las
palabras mismas que significan la mentira, la traición, el disimulo ,
la avaricia, la envidia, la detractación , el perdón, les son descono-
cidas . ¡ Cuán distante hal'aría Platón la República que imaginó
de la perfección de, estos pueblos ! (Viri a diis recentes) (1) .

Hos natura modos primum dedit ( 2) .

Viven en un lugar del país pintoresco y tan sano que, según ates-
tiguan los que lo vieron, es muy raro encontrar un hombre enfer-
mo, legañoso, desdentado o encorvado por la vejez. Están situa-
dos a lo largo del Océano, defendidos del lado de la tierra por
grandes y elevadas montañas , que distan del mar unas cien leguas
aproximadamente. Tienen gran abundancia de carne y pescado,
que nada se asemejan a los nuestros, y que comen cocidos sin ali-
ño alguno. El primer hombre que vieron montado a caballo, aun-

(1) Hombres son éstos que acaban de salir de las manos de los dioses.
(Séneca, Epist., XC ) .
(2) Tales fueron las primitivas leyes de la naturaleza. (Virgilio, Georg..
I, 20).
ENSAYOS- -87

que ya había tenido con ellos relaciones en ateriores viajes , les


causó tanto horror en tal postura que le mataron a flechazos antes
de reconocerlo. Sus edificios son muy largos, capaces de contener
dos o trescientas a'mas ; los cubren con la corteza de grandes ár-
boles , están fijos al suelo por un extremo y se apoyan unos sobre
otros por el techo, a la manera de algunas de nuestras granjas,
llegando hasta el suelo la parte que los guarece y sirviéndoles de
flanco. Tienen madera tan dura que la emplean para cortar, y
con el a hacen espadas, y varillas para asar la carne. Sus lechos
son de un tejido de algodón , y están colgados del techo como
los de nuestros navíos ; a cada cual el suyo, pues las mujeres duer-
men separadas de sus maridos. Levántanse al rayar el día , v co-
men luego de haberse levantado para todo el día, pues hacen una
sola comida ; en ésta no beben , al contrario de algunos pueblos
del Oriente que , según Suidas, suelen beber al comer. Beben sí,
fuera de la comida varias veces al día y abundantemente. Su bre-
baje está preparado con ciertas raíces, tiene el color del vino claro
y no lo toman sino tibio. Este líquido que no se conserva más que
dos o tres días es algo picante, pero no se sube a la cabeza ; es
saludable al estómago y sirve de laxante a los que no tienen cos-
tumbre de beberio, pero a los que están acostumbrados les es muy
grato. En lugar de pan comen una sustancia blanca como el cilan-
dro en almíbar. Yo la he probado y tiene un gusto dulzón y algo
desabrido. El día entero lo pasan bailando. Los más jóvenes van
a la caza de montería armados de arcos. Una parte de las mu-
jeres se ocupan en calentar el brebaje, lo cual constituye su prin-
cipal oficio. Por las mañanas, siempre hay algún anciano que an-
tes de la comida predica a todos los que viven en una granjería ,
paseándose de un extremo a otro y repitiendo muchas veces la mis-
ma exhortación hasta que acaba de recorrer el recinto ( el cual tiene
unos cien pasos de largo) . No les recomienda el anciano más
que dos cosas : el valor contra los enemigos y la buena amistad
para con sus mujeres, y a esta segunda recomendación añade
siempre que son ellas las que le suministran la bebida templada y
sazonada. En varios lugares pueden verse estos objetos, en parti-
-MONTAIGNE

cular en sus casas, sus lechos, cordones, espadas, brazaletes de ma-


deras, con que se preservan los puños en los combates y grandes
bastones con una abertura por un extremo con el toque de los
cuales sostienen el compás en sus danzas. Llevan el pelo cortado
al rape, y se afeitan mejor que nosotros sin otro utensilio que
una navaja de madera o piedra . Creen en la inmortalidad del al-
ma, y que las que han merecido bien de los dioses van a reposar
al lugar del cielo en que nace el sol, y las malditas al lugar en
que el sol se pone.
Tienen unos sacerdotes y profetas que se presentan muy rara
vez ante el pueblo y que viven en las montañas. A la llegada de
ellos celébrase una fiesta y asamblea solemne en la que toman
parte algunos pueblos (cada granja tal como la he descrito cons-
tituye un pueblo , y cada cual dista de las otras una legua
francesa más o menos ) . Los sacerdotes les hablan en público, los
exhortan a la virtud y al deber, y toda su ciencia moral hállase
comprendida en dos artículos, que son la firmeza en la guerra
y la afección a sus mujeres.
También pronostícanles las cosas del porvenir y el resultado
que deben esperar en sus empresas, encaminándolos o apartán-
delos de la gueira .
Mas tienen que ser buenos adivinos, pues si predicen lo con-
trario de lo que acontece, se les corta y tritura en mil pedazos, caso
de atraparlos, por ser falsos profetas. Por esta razón aquel que
se equivoca alguna vez, ya no se le vuelve a ver.
1

Esos pueblos de que voy hablando hacen la guerra contra


las naciones que viven en las montañas más adentro de la tierra
firme. En estas luchas todos van desnudos ; no llevan ctras armas
que arcos o espadas de madera afiladas por un extremo, pareci-
das a la hoja de un venablo. Es cosa sorprendente el considerar
la firmeza de que hacen alarde en esos combates, que siempre
acaban con la matanza y el derramamiento de sangre, pues la
derrota y el pánico son desconocidos en aquellas tierras.
ENSAYOS-

Cada cual lleva como trofeo la cabeza del enemigo que ha


matado y la coloca a la entrada de su vivienda . A los prisioneros,
después de haberles dado buen trato durante algún tiempo y de
haberlos favorecido con todas las comodidades que pueden ima-
ginar, el jefe congrega a sus amigos en una asamblea , sujeta a
una cuerda uno de los brazos del cautivo, y por el extremo de ella
le mantiene a algunos pasos, a fin de no ser herido ; luego da à su
mejor amigo el otro extremo de la cuerda para que sujete el otro
brazo del prisionero y en esta disposición, en presencia de toda la
asamblea, lo destrozan a espadazos. Hecho esto, le asan, se lo
comen entre todos, y envían algunos trozos a los amigos ausentes.
Y no se lo comen para alimentarse, como antiguamente hacían los
Escitas, sino para llevar la venganza hasta el último límite ; y así
es en efecto, pues habiendo advertido que los portugueses que
se unieron a sus adversarios ponían en práctica otra clase de muer-
te contra ellos cuando los cogían , la cual consistía en enterrarlos
hasta la cintura y lanzarles luego en la parte descubierta gran
número de flechas para después ahorcarios, creyeron que estas
gentes del otro mundo, lo mismo que habían sembrado el conoci-
miento de muchos vicios por los pueblos circunvecinos, se hallaban
más ejercitados que ellos en todo género de malicia y no realiza-
ban sin su por qué aquel género de venganza , que desde entonces
fué a sus ojos más cruel que la suya ; así que abandonaron su an-
tigua práctica por la nueva de los portugueses. No dejo de reco-
nocer la barbarie ni el horror que supone el comerse a su enemi-
go, mas sí me sorprende que comprendamos y veamos sus faltas
y seamos ciegos para conocer las nuestras. Creo que es más bárbaro
comerse a un hombre vivo que comérselo muerto ; desgarrar por
medio de suplicios y tormentos un cuerpo lleno de vida , asarlo len-
tamente, y echarlo luego a los perros o los cerdos ; esto, no. sólo
lo hemos leído, sino que lo hemos visto recientemente, y no es que
se tratara de antiguos enemigos sino de vecinos y conciudadanos,
con la agravante circunstancia de que para la comisión de tal bo-
90 -MONTAIGNE

Iror sirvieron de pretexto la piedad y la religión ( 1 ) . Esto, desde


luego, es más bárbaro que asar el cuerpo de un hombre y comér-
selo después de muerto.
Crisipo y Zenón , maestros de la secta estoica, opinaban que
no había inconveniente alguno en servirse de nuestros despojos
para cualquier cosa que nos fuera útil ni tampoco de servirse de
ellos como alimento. Sitiados nuestros antepasados por César en
la ciudad de A'esia , determinaron para no morirse de hambre
alimentarse con los cuerpos de los ancianos . mujeres y demás per-
sonas inútiles para el combate.

Vascones, ut fama est, alimentis talibus usi


Produxere animas (2) .

Los mismos médicos no tienen inconveniente en emplear los


restos humanos para las operaciones que practican en los cuerpos
vivos , y los aplican, ya interior, ya exteriormente. Pero jamás, en
ningún país, se vió opinión tan relajada que disculpase la traición,
la deslealtad , la tiranía y la crueldad , que son nuestros pecados
ordinarios.
Podemos, pues , llamarlos bárbaros comparándolos con los
preceptos que dicta la sana razón, pero no con los nuestros, pues
los sobrepasamos en todo género de barbarie . Sus guerras son
completamente nobles y generosas ; son tan excusables, y abundan
en acciones tan hermosas como esta enfermedad humana puede
cobijar. No luchan por la conquista de nuevos territorios, pues
gozan todavía de la fertilidad natural que les procura sin trabajos
ni fatigas cuanto les es preciso, y tan bundantemente que les sería
inútil ensanchar sus límites. Encuéntranse todavía en la situación
dichosa de no codiciar sino aquello que sus naturales necesidades

(1) Montaigne se refiere aquí a las llamadas "guerras de religión”,


que desgarraban a Francia en aquel entonces, batiéndose católicos
y protestantes con suma crueldad y sin la más mínima merced.
(N. de A.) .
(2) Cuéntase que los vascones prolongaron su vida nutriéndose con
carne humana. (Juvenal. Sat., XV, 93) .
ENSAYOS- -91

les ordena ; todo lo que a éstas sobrepasa es superfluo para ellos.


Generalmente los de una misma edad se llaman hermanos, hijos
los menores y los ancianos se consideran como padres de todos.
Estos últimos dejan a sus herederos la plena posesión de sus bie-
nes en común, sin más títulos que el que da la naturaleza a las
criaturas al echarlas al mundo. Si sus vecinos trasponen las mon-
tañas para sitiarlos y logran vencerlos, el botín del triunfo consis-
te únicamente en la gloria y superioridad de haberlos aventajado
en valor y virtud, pues de nada les servirían las riquezas de los
vecinos. Regresan a sus países donde nada de lo precise les falta,
y donde saben además acomodarse a su condición y vivir conten-
tos con ella. Igual virtud adorna a los del contrario bando. A lɔs
prisioneros no les exigen otro rescate que la confesión y reconoci-
miento de haber sido vencidos ; pero no se ve ni uno solo en todo
el transcurso de un siglo que no prefiera antes la muerte que mos-
trarse cobarde, ni de palabra ni de obra ; ninguno pierde un adar-
me de su invencib'e esfuerzo, ni se ve ninguno tampoco que no
prefiera ser muerto y devorado que solicitar el no serlo. Trátanlos
con entera bertad a fin de que la vida les sea más grata , y les
hablan generalmente de las amenazas de una muerte próxima.
de los tormentos que sufrirán, de los preparativos que se disponen
a este efecto, del magullamiento de sus miembros y del festín que
se celebrará a sus expensas. De todo lo cual se echa mano con el
propósito de arrancar de sus labios alguna palabra blanda o al-
guna bajeza, y también para hacerlos entrar en deseos de huir
para de este modo vanagloriarse de haberles metido miedo y
quebrantado su firmeza , pues consideradas las cosas rectamente,
en este solo punto consiste la victoria verdadera :

Victoria nulla est,

Quam quae confessos animo quoque subjugat hostes ( 1 ) .

(1) La sola victoria verdadera es la que el enemigo vencido confiesa.


(Claudiano, De sexto Conlato Honorii, 248) .
$2 -MONTAIGNE

Volviendo a los caníbales, diré que, muy lejos de rendirse los


prisioneros por las amenazas que se les hacen , ocurre lo contrario ;
durante los dos o tres meses que permanecen en tierra enemiga
están alegres, y meten prisa a sus amos para que se apresuren
a darles la muerte, desafiándolos, injuriándolos y echándoles en
cara su cobardía y el número de batallas que perdieron contra los
suyos. Tengo una canción compuesta por unos de aquéllos, en que
se leen los rasgos siguientes : " Que vengan resueltamente todos
cuanto antes, que se reúnan para comer mi carne, y comerán al
mismo tiempo la de sus padres y abuelos, que antaño sirvieron de
alimento a mi cuerpo ; estos músculos , estas carnes y estas venas
son los vuestros, pobres locos ; no reconocéis que la sustancia de los
miembros de vuestros antepasados reside todavía en mi cuerpo ;
99
saborearlos bien, y encontraréis el gusto de vuestra propia carne'
En nada se asemeja esta canción a un rasgo de barbarie. Los que
los pintan moribundos y los representan cuando los sacrifican, mues-
tran al prisionero escupiendo en el rostro a los que le matan y ha-
ciéndoles gestos . Hasta que exhalan el último suspiro no cesan de
desafiarlos de palabra y por obras. Son aquellos hombres , sin
mentir, completamente salvajes comparades con nosotros ; preciso
es que lo sean a sabiendas o que lo seamos nosotros : hay una dis-
tancia enorme entre su manera de ser y la nuestra.
Los varones tienen allí varias mujeres, en tanto mayor nú
mero cuanta mayor es la fama que de valientes gozan . Es cosa
hermosa y digna de notarse en los matrimonios que en los celos
de que nuestras mujeres echan mano para impedirnos comunicación
y trato con las demás, las suyas ponen cuanto está de su cuenta
para que ocurra lo contrario. Abrigando mayor interés por el
honor de sus maridos que por todo lo demás, emplean la mayor
solicitud de que son capaces en recabar el mayor número posible
de compañeras, puesto que tal circunstancia prueba la virtud de
sus esposos. Las nuestras tendrán esta cotsumbre por absurda , mas
no lo es de modo alguno, sino más bien una buena prenda ma-
trimonial de la cualidad más relevante. Algunas mujeres de la
Biblia : Lia, Raquel, Sara , y las de Jacob, entre otras, facilita-
ENSAYOS- -93

ron a sus maridos sus hermosas sirvientes. Livia secundó los deseos
de Augusto en perjuicio propio. Estratonicia, esposa del rey De-
jotaro, procuró a su marido no ya sólo una hermosísima camarera
que la servía , sino que además educó con diligencia suma los hijos
que nacieron de esta unión, y los ayudó a que heredaran el trono de
su marido.
Y para que no vaya a creerse que esta costumbre se practica
por obligación servil o por autoridad ciega del hombre, sin reflexión
ni juicio, y por tener el alma tan torpe que no pueden actuar de
otro modo, mostraré aquí algunos ejemplos de la inteligencia de
aquellas gentes. Además de la que prueba la canción guerrera
antes citada, tengo noticia de otra amorosa, que principia así:
"Detente, culebra ; detente , a fin de que mi hermana copie de tus
hermosos colores el modelo de un rico cordón que yo pueda ofrecer
a mi amada ; que tu belleza sea siempre preferida a la de todas
las demás serpientes ". Esta primera copla es el estribillo de la
canción, y yo creo haber mantenido suficiente comercio con los
poetas para juzgar de ella, que no sólo nada tiene de bárbara,
sino que se asemeja a las de Anacreonte .
El idioma de aquellos pueblos es dulce y agradable, y las
palabras terminan de un modo semejante a las de la lengua griega.
Tres hombres de aquellos países, desconociendo lo costoso
que sería un día a su tranquilidad y dicha el conocimiento de la
corrupción del nuestro, y que su comercio con nosotros engendraría
su ruina como supongo que habrá ya acontecido, por la locura de
haberse dejado engañar por el deseo de novedades, y por haber
abandonado la dulzura de su cielo para ver el nuestro, vinieron a
Ruán, cuando el rey Carlos IX residía en esta ciudad . El soberano
les habló largo tiempo ; mostráronseles nuestras maneras , nuestros
lujos, y cuantas cosas encierra una gran ciudad. Luego, alguien
quiso saber la opinión que formaran, y deseando conocer lo que
les había parecido más admirable, respondieron que tres cosas
( de ellas olvidé una y estoy por eso bien pesaroso, pero dos las
recuerdo bien) : dijeron que encontraban muy raro que tantos
94- -MONTAIGNE

hombres barbudos, de elevada estatura , fuertes y bien armados


como los que rodeaban al rey ( acaso se referían a los suizos de
su guardia) se sometieran a la obediencia de un muchachillo , y
no eligieran mejor uno de entre ellos para que los mandara . En
segundo lugar ( en su idioma l'aman a los hombres mitades nos de
otros ) , observaron que había entre nosotros muchas personas ( o
mitades ) llenas y ahitas de toda suerte de comodidades y rique-
zas, mientras los otros (o sean las otras mitades) mendigaban à
sus puertas, descarnados de hambre y miseria , y que les parecía
también singular que los segundos pudieran soportar semejante in-
justicia y que no estrangularan a los primeros , o no pusieran fuego
a sus casas.
Yo hablé a mi vez largo tiempo con uno de ellos, pero tuve
un intérprete tan torpe e inhábil para entenderme, que fué poquí-
simo el placer que recibí. Pieguntándole qué ventajas alcanzaba
de la superioridad de que se hallaba investido entre los suyos, pues
era entre ellos capitán, nuestros marineros lo llamaban rey, díjo-
me que la de ir a la cabeza en la guerra . Interrogado sobre el nú-
mero de hombres que le seguían, mostróme un lugar para significar-
me que tantos como podía contener el sitio que señalaba ( cuatro
o cinco mil) . Habiéndole dicho si fuera de la guerra duraba aún
su autoridad, contestó que gozaba del privilegio, al visitar los
pueblos que dependían de su mando, de que abriesen senderos
a través de las malezas y arbustos, por donde pudiera pasar a
su gusto. Todo lo dicho en nada se asemeja a la insensatez ni a la
barbarie; ¡ pero qué, ellos no usan calzones!
-MONTA

bien a
los sus
muchac
mandaz INDICE
tades
personas Págs.
des y
Introducción V
erdigate
-les p De la ociosidad 18
mejante De los mentirosos 20
sieran f
De la constancia 25

pero Que filosofar es prepararse a morir 28


fuépo 38
De la fuerza de imaginación
alcanza
De la educación de los hijos 47
yos,p
rey, d De la amistad 68
Dre el
Los caníbales 81

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ESTE LIBRO, QUE CORRESPONDE AL

TOMO 69%. DE LA BIBLIOTECA ENCI-

CLOPEDICA POPULAR DE LA SECRE-

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