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“Soy el Monstruo que habita tus suefios”. UE MMT HIM Entre los archivos personales del periodista Damian Yunque se hall6 una pequena caja de cartén rotulada “Graymoor”, que contenia un conjunto de papeles escritos de diverso formato, Sotografias y cassettes marca TDK numerados del 1 al 7; los cassettes 2, 3 y 4, con el rétulo adicional‘J.A.";y el cassette 7, rotulado “Cuentos de 1.” Por indicacién de los abogados de Yunque, se ha procedido ala desgrabacién y clasificacién de esos materiales. También Se encargé a S.V. efectuar la seleccién y el ordenamiento de todo el material (papeles y desgrabaciones), que dieron como resultado un corpus més literario que periodistico, el cual ha sido remitido a los editores para su ponderacién. [Folio 1 - Hoja blanca, impresa en computadora Soy Damién Yunque, periodista de La Prensa, seccién Policiales. Inicio aqui una investigacién no oficial, que realizaré a titulo personal durante mis periodos de cencia y que mantendré, en lo posible, en cardcter de Secreto respecto de mi editor en jefe y mis compaiieros de redacci6n. ePor qué plantearlo asi? Es simple: lo que empiezo a investigar no es noticia. Lo fue en su tiempo: hubo hechos, crimenes, accidentes, acusados, juicios, conde- nados, absueltos; pero todo ocurrié hace mas de veinte afios y no se agregé recientemente nada que permita Cuestionar 0 reabrir aquellos viejos expedientes judi- siales. En suma, ya a nadie le interesa lo que les pas6 @ los habitantes del pueblo de Graymoor dos décadas atrés. Salvo, quizés, a un puftado de sobrevivien- tes y testigos. Muchos eran nifios en ese entonces, 0 Seyneor | Sebasti Verges adolescentes, o jévenes. A todos ellos los iré a buscar, porque quisiera hallar algun tipo de respuesta, 0 al me- nos para escuchar lo que tengan que decir, Porque si ocurrié algo: un evento que me impulsa a comenzar esta pesquisa. Quiz lo mencione en mis re- gistros en algiin momento, aunque lo mas probable es que no lo haga: no tiene peso como evidencia, sino ape- nas como disparador de mis motivaciones, puntapié i cial de un partido que no espero ganar. Ese disparador fue el que me llev6 a buscar a Juan Aguirre, un personaje clave en esos hechos y, tras hallarlo, proponerle, pedirle, exigirle que me contara, con todos los detalles que re- cordara y sin guardarse nada, lo que pasé en aquellos afios, en aquel lugar que ambos conocimos. No sé, en verdad, qué espero encontrar. Tal vez, con suerte, solo acumule palabras, recuerdos y preguntas para entender un poco més, descubrir algo de todo lo que se mantuvo oculto. Arrojar un poco de luz sobre una es- cena oscura y ver qué salta de las sombras, sorprendido. a Juan Aguirre. Cinta 4, lado B, 01:22) LO Que Vivi en craymoor ese aiio, el de los pri- meros hechos, pasaba delante de mis ojos como en un suefio. Yo sentia que era algo lejano, una realidad agu- jereada, poco confiable. Pero hoy, tanto tiempo después, no puedo recordar mis afios en aquel pueblo sin pensar que fue una época decisiva. Para los que murieron lo fue; también para muchos que todavia viven. ¥ para mi. Es un monstruo extrafio, la memoria, Muchos de esos recuerdos estaban perdidos, tapiados con olvido y aban- donados a morir alli, donde nacieron. Pero al toparme con esta investigacién y empezar a contar la historia, mi historia en Graymoor, desde el primer comienzo, los re- cuerdos rompieron las paredes, se liberaron de sus ata- duras y volvieron a mi vivides, vivientes. Tal vez ciertos, aunque quizé mi mente los haya vestido con los colores deuna verdad que, si existi6, ya solo es un fantasma. [02.07] Grau: | Seen ergs ‘Juan Aguirre. Cinta 2, lado A, 06:14] Cuando legué a Graymoor por primera vez, llovia, Llovia como nunca habia visto lover. Como no pensa- baque fuera posible: el agua cafa en una masa compacta y aplastaba bajo su peso los paraguas, que se mante- nian arriba de nuestras cabezas solo por el esfuerzo de las manos firmes de nuestros padres. Pero los paraguas eran dos y nosotros cinco, de forma que la constante catarata pronto logré empaparnos de pies a cabeza. Ere casi nadar de pie, ese caminar envueltos en aquella tormenta de fin del mundo, con truenos de misica de fondo e iluminacién de relémpagos constantes. Lili era quien més se quejaba por el agua, que se vertia impia- dosa en su mitad izquierda, nunca cubierta por el pa- raguas azul de mam. A Nando, por ser el més chico, el paraguas de papé le quedaba lejos y casi todo su cuerpo quedaba sin reparo. Por mi parte, yo habia renunciado a intentar lo imposible y me conformaba, en las afueras deambos circulos ya nunca impermeables, con no morir ahogado, o partido por un rayo, o perdido en la llanura. Unos minutos atrés, temprano en la mafiana oscura, habiamos bajado del colectivo 243, que nos habia tra- queteado a marcha lenta durante dos horas para depo- sitarnos en medio de la nada. Eso me parecié a mi, al menos: que el chofer se habia equivocado y nos habia soltado en una boca de lobo, en las afueras de la pam- pa hiimeda, y que en cualquier momento saldrian a nuestro encuentro las vacas, las ovejas y los peones a ca- ballo para ofrecernos tomates, choclos y quesos, arras- trando las silabas para demostrar la tonada local. Después supe: el 243 termina su recorrido junto ala estacién del tren, uno de los lugares mas céntricos de Graymoor, interior profundo de la provincia de Buenos Aires, la ultima frontera del conurbano santinesino. Pero como dije, el sitio no me parecié muy urbanizado en aquella primera impresién. Papa le pregunté a un lugarefio solitario hacia dénde debjamos ir y él, con campera marrén y un paraguas tan inutil como los nuestros, nos lo explicé mientras sus mangas chorreaban con cada gesto: —Sigan dos cuadras por esta calle, por la que se abre en diagonal son cinco hasta la Flandes y ahi doblan ala derecha cuatro o cinco mas y van a ver los edificios. No se pueden perder. Cumplimos lo que entendieron mis padres de las instrucciones, mojandonos sobre mojado. Casi no ha- blabamos entre nosotros, ya que las palabras eran interrumpidas por truenos fuertes como cafionazos. Nando, que estaba por cumplir ocho afios, parecia asustado, pero no habia mucho que se pudiera hacer, en esas circunstancias, para consolar su temor a la tor- menta. Solo nos apretébamos més unos contra otros, mitad para creer que asi nos mojébamos menos, mitad para sentirnos mas seguros entre los rayos con que nos roynees | Sebostin Vorgos recibia ese lugar de nombre exético, Graymoor. Duran te meses pronunciamos “gréimur”, pero estébamos equivocados: Graymoor es, fue y seré “gréimor’, eso lo sabe cualquiera que viva en la zona. Y nosotros pronto lo sabriamos. (09:29) [09:40] De eso, de nuestra mudanza y de empezar a vi- vir en Graymoor, hablaban papa y mama con entusias- mo entrecortado por los truenos. Recuerdo que, como me sucedia a veces, pude vernos desde fuera, como si estuviera en una de las ventanas altas de uno de aque- los edificios verdosos hacia los que fbamos: cinco cami- nantes empapados por el borde barroso de la avenida Flandes. Yo nos vefa llegar y éramos, a pesar de la lluvia y los temores, una familia feliz. Unidos los cinco, la fa- milia Aguirre como un solo ser de diez brazos y diez patas desparejas. No muchas veces volveria a ocurrir. ‘Tras perdernos en un cruce y luego de dar algunas vueltas extra por cuadras interminables, legamos por fin a los edificios. Parecfan formar, entre todos, la figu- ra de un gigante recostado en el llano. Todos iguales, todoside tres plantas, cada piso de un color, desde el verde mas oscuro en la planta baja hasta el verde mas claro en el segundo piso. Todos cuadrados. Lineas rec- tas sobre el horizonte de plomo Junto al primer edificio, un cartel de madera con le- tras blancas pintadas en imprenta, a mano alzada, nos indicé el rumbo: (10:41) torre 10:55) Llegamos a una especie de galpén enorme, blanco © gris. Dentro, largas hileras de sillas plasticas plegables y una de esas mesas que son puro tablén pin- tado sobre caballetes. El galpén estaba Ileno de gente. Nos sentamos cerca del fondo, donde atin habia un grupo de sillas libres. ‘Comenzé al poco rato algo asi como una reunién: una persona de la primera hilera se paraba, pasaba al frente, hablaba, todos la aplaudfan y mientras volvia a sentarse, se adelantaba el siguiente en la fila, ves- tido con un traje parecido, que pronunciaba frases parecidas. Yo intenté prestar algo de atencin, pero no lo consegui: demasiado aburrido para mi. Liliana y Fernando ni siquiera lo intentaron, simplemente se dedicaron a discutir entre ellos, peleandose por un mufieco que Lili habia trafdo pero Nando reclamaba como suyo. Hacia el final de la reunién, ya debia ser mediodia, los del fondo empezaron a pasar al frente, donde estaba la gente bien vestida. Alli cada uno recibia una lave, entre palmas y hurras. Avanzaron, uno por uno, casi todos los, que nos rodeaban, igual que en una misa, para comul- gar esa metélica eucaristia. Se escuché de pronto con claridad el nombre completo de mi maére, incluso el apellido de soltera que nunca usaba, Garcia, y ella pasé al frente y recibié su lave, y todos estallamos en un aplauso que atin sonaba a chapoteo. | Sebastes Lareunién terminé por fin. Salimos del galpén. Ya ha- bia dejado de lover, pero atin podia sentir las gotas repi- cando sobre mi. Caminamos un nuevo tramo de senderos embarra- dos y legamos a uno de aquellos edificios cuadrados con ventanas cuadradas. Habl6 Mario, mi pap, des- pués de consultar una vez mas el boceto en lapiz que se habia hecho dibujar por un vecino, alla en el galpén blancuzco, sobre una servilleta de papel ya mojado: —Manzana 27, edificio “F”. Es acd. La puerta del edificio amag6 trabarse ante la llave re- luciente, pero al fin cedié, al igual que nuestro nervio- sismo, y luego de atravesar un pasillo en la planta baja con olor a pintura nueva, mamé abrié otra puerta gris, que tenia una letra °C” plateada, alta en el centro. YY entramos por primera vez a nuestra nueva casa. (13:06) (13:16) Porque ibamos a vivir alli, en el Barrio Anta- nez, en los monoblocs de Graymoor. En nuestra casa adjudicada por el Grenavi, el Crédito Nacional para la Vivienda, que habia conseguido mi mama “después de mucho pelear”, como le gustaba decir, Un comedor enorme, tres habitaciones, cocina con lavadero, dos ba- fios (lujo increible, que solo habia visto en peliculas) y un patiecito cerrado de cuatro metros por tres: en defi- nitiva, el lugar més grande en el que habiamos vivido nunca. ¥ lo més importante: por primera vez teniamos una casa nuestra. Que habria que pagar por afios, en un centenar y medio de cuotas, pero que luego, al terminar las cuotas, quedaria para la familia. Lili y Nando quizé no supieran atin con exactitud la diferencia, pero yo si sabia. Ya no més alquileres temporarios y mudanzas cada dos afios. Ya no més refugios del espanto. Ese de- partamento, vacio de muebles pero amplio de futuro, justificaba que hubiéramos dejado de vivir en la gran ciudad de Santa Inés para viajar hasta alli, un pueblito en medio de la nada. [14:08] [1429] La ltima habitacién del pasillo seria la de mami y pap. A Lili le tocé uno de los cuartos para ella sola; el privilegio le correspondié no por ser la hermana del medio, sino por ser la tnica hija mujer. Nando y yo compartiriamos la habitacién restante. Seguro, me hu- biera gustado una habitaci6n para mi solo: era el ma- yor y nunca habia tenido una. Pero la situacién no era como para quejarse, y menos para pelear. Me alegré por Lili y mantuve la boca cerrada. La casa estaba atin vacia, no nos podiamos quedar hasta que se concretara la mudanza. Desanduvimos con paciencia nuestros pasos hasta la estacién de tre- nes. Poco a poco empezébamos a oler a nuestra propia ropa hiimeda y pesada, pero estébamos contentos. Era ya la tarde, asi que paramos a almorzar en un sucucho que anunciaba, con letras pintadas en rojo directa- mente sobre la pared, “RESTAURAN”. De haber cono- cido un poco més la zona, habriamos cruzado las vias | eben gs hasta el bar Molteni, que mantenia la dignidad de un ment impreso y, en el rincén de la ochava, un pimbol y dos juegos electrénicos. Pero era nuestro primer dia en *Gréimur’, asi que paramos en el restauran sin tilde, donde los manteles de papel gris funcionaban a la vez de servilleta y comi con gusto dos tercios de una mila- nesa enorme y grasosa. Nando comié el tercio restante y tampoco se quejé. Lili apenas probé sus ravioles, ella siempre fue de comer poco. El mismo 243 u otro idéntico, dos horas més de tra- queteo y volvimos a Santa Inés, a nuestros tiltimos dias de citadinos, ‘Tres dias después fue la mudanza. {16.05} (178) Mientras mi papa ayudaba a descargar su pia- no, la posesién més valiosa y preciada de la casa, mama protestaba contra la falta de cuidado de los mudado- res y dirigia las maniobras con indicaciones nerviosas. Nando y yo, aburridos, salimos en misién de reconoci- miento por los alrededores. Los alrededores estaban desiertos. No gente, no ani- males, no plantas, Parecia que éramos de los primeros en mudamos a la manzana 27, un conjunto de edificios rec- tangulares que se extendia en un radio de cuatrocientos ‘metros. Mas allé en el horizonte podian verse otras manza- nas idénticas. Siempre me pregunté por qué llamar “man- zana” a esos grupos arquitecténicos informes; bien podrian haberlas llamado “naranjas" o “sandias”, para el caso. Lo que si habia, y a montones, era barro. Alrededor de cada edificio de la manzana se abrian amplios es- pacios de tierra removida; entre esos canteros se es- parcfan angostos caminos de cemento dispuestos en ngulos extrafios, como cintas grises. El suelo estaba himedo, pero no empapado: el sol del verano ya ha- bia secado la gran Iluvia de unos dias atrés. La tierra se aglutinaba en terrones, algunos del tamafio de un pufio grande y otros més pequefios, como nuevos de gallina. No recuerdo si fue Nando o fui yo quien descubrié que esos terrones, al ser arrojados contra una superfi- cie dura, explotaban en ramilletes de astillas de barro. Comenzamos a jugar a la guerra, tirandonos esos pro- yectiles uno al otro, Sin querer acertar, sino apuntando més bien a las paredes del edificio de atrés 0 al piso de cemento, para dar més efecto al “estallido”. framos dos energimenos (yo mas, por ser més gran- de). En pocos minutos las paredes de varios edificios quedaron llenas de créteres de tierra y salpicaduras de barro. Podriamos haber seguido jugendo asi por horas, pero de pronto, al apuntar bien alto, mi brazo se detu- voy el terrén se deshizo en mi maro, el humus agrie- tado resbal6 por mi brazo y sobre el hombro, porque vi algo que me paralizé: en una de las ventanas de la planta baja, justo detrés de mi hermano, habia alguien, fra una presencia algo borrosa, fantasmal, que me hizo sentir como si un hielo se desparramara por mis Braye | Sebi ngs pulmones y mi est6mago. Un viejo horrendo, de cejas espesas y grises, vestido con una especie de delantal blancuzcoy manchado, sobre una camiseta oscura, que me miraba fijo, inmévil, amenazante. Nando aprovech6 mi quietud para hacer explotar un terrén enorme en el piso justo delante de miy festejé a las carcajadas su punteria. Yole dije que ya estaba bien, que volviéramos. Mi hermanito protesté pero final- mente accedié a regafiadientes, y en todo momento el viejo atrés de Nando, el viejo gris tras el vidrio cuadra- do, seguia con los ojos negros como brea clavados en mi, sin moverse un centimetro, como si fuera un objeto, un maniqui siniestro. Pero esos ojos no eran de madera nide piedra: eran puiiales. En ese momento dudé: zserfa solo mi imaginacién? Yo siempre tuve mucha imaginacién, o al menos eso decian los pocos adultos, ademas de mi madre, a quie- nes yo les contaba las cosas raras que vefa. Cuando Nando y yo estabamos ya bastante lejos, me di vuelta para comprobar si el viejo segufa en la venta- a; pero el sol se reflejaba en los vidrios y no pude ver si atin estaba atras. Aunque por imaginar, imaginaba que si, que continuaba alli, vigilando nuestra retirada. Dimos un par de vueltas y regresamos a casa; mama nos hizo notar, al vernos, que veniamos Ienos de ba- Tro y nuestra ropa se habia vuelto del mismo color, os- curo y parejo, que los habitos de los monjes. Me ret, 1. torre por hermano mayor e irresponsable; al menos el reto y la ducha en nuestro gran bafio sin bafiadera me hicie- ron olvidar la mirada espantosa de equel viejo. ¥ olvidé también cuél era el edificio exacto y la ventana precisa en donde lo habia visto: todas las ventanas y los edifi- cios eran idénticos para mi, en esos primeros dias en el Barrio Antinez. En las semanas siguientes, mucha gente més se fue mudando a la manzana 27, y pronto nuestros vecinos comenzaron a pasear a sus perros y a plantar pasto y arbolitos en los canteros, cambiando terrones por cés- ped, polvo por flores. Nando y yo nunca mis volvimos 4 jugar con barro juntos. ¥ yo, no sé si sabiendo que Jo hacfa o sin querer saberlo, durante meses evité mirar hacia los ventanales de los edificios vecinos en esa tie- tra que seria ya para siempre, en aquel estante de mi memoria, un pais de barro. [21:54] Instituto Juan Aguirre. Cinta 4, lado B, 05:19) —Hay una oscuridad dentro de vos —me susurré mi mamé cuando le conté lo que sofiaba. Tendria diez afios, yo. Lo dijo como disculpandose. Como si ella me hubiera transmitido esa negrura. Como si fuera un legado inevi- table, una de esas enfermedades genéticas que caen una generacién si y otra tal vez no, una maldicién biblica so- bre los primeros hijos de cada familia, Una condena que ella misma hubiera decretado, involuntaria jueza, sobre miinfancia y mi futuro. Esa vez yo le habia contado mis suefios con el mons- truo miiltiple, él Ser de los Insectos que formaban al reunirse las miles de cucarachas que poblaban las Graymoor | Sebostie Yergas paredes, los pisos y los techos de nuestra ruinosa casa alguilada en Santa Inés. Desde mucho tiempo atrés ella sabia que yo veta co- sas, y no solo en suefios. Una sombra que se derretia en la calle desierta. Una presencia como hielo en las venas del amanecer. Una garra que tantea a su presa desde abajo del mueble, —Eso que tenés, Juan, no es un don. Tenés que com- batirlo. gLo vas a combatir, no? Eso me dijo, Me abrazé con fuerza. Agregé: —Te amo, hijo. Te amo tanto. Luego me tomé por los brazos y me miré fijo, como bus- cando. Tenia ojos de nifia aterrada, Pero yo estaba tranqui- Jo. Comprendia, ya desde entonces, que esas imagenes siniestras que me sobrevolaban eran parte de mi realidad Tal vez, incluso, ese “no don” fuera parte de la realidad a secas, de la verdad del mundo. En todo caso, no parecia posible quitar eso de en medio, espantarlo como a una mosca molesta, arrancarlo como a una curita. Detrés de la mosca estaba el verano. Debajo de la curita estaba la herida. No se podfa espantar el verano. No se po- Gia descartar la herida con un suave tironeo hacia afuera. Le contesté que si. ¢Qué otra respuesta habia? Ella asintié muy lento con la cabeza, pero sus ojos no creyeron mi mentira. De allfen adelante, cada vez que ella descubria un espanto en mis cejas, me preguntaba qué habia visto. Y yo le contaba sobre el paseo de los muertos por las ca- lles del suefio, el pulso de espiritus que t sombra en el rincén oscuro. —Siempre contame estas cosas, Juan. Pero solo a mi. No a tu papa. £1 no entenderfa. Menos, a tus hermanos. Que se asustarfan, se confundirfan. Hay que proteger- los, gsi? Confio en que en algtin momento vas a dejar de tener esas visiones; pero mient-as tanto, contame. Contamelo todo. A mi. ssi? “si, mama’ Y lo hice. Al menos durante un par de afios, hasta que nos mudamos a Graymoor. El nuevo lugar no fue el motivo de mi silencio: es que yo entré en la adolescen- cla y dejé de hablar con mis padres, dejé de confiarles todo lo mio. Me llené de pequefios secretos y vergiien- zas. Y dejé de contarle a mi madre suefios macabros y visiones sin sustancia. Dejé de decir, no de ver. Pero aunque ya no le contara, mimadre me veia. Yal verme, ella sabia. (07:26) uan Aguirre. Cinta 2, lado A, 23:27) Los primeros meses en Graymoor me mostraron un mundo nuevo. Al ir sucediéndose les semanas, dejé de pensar que era un pueblucho cafdo en un pozo de dis- tancia y se convirtié en el ombligo de mi mundo. Un pueblo Ileno de arboles, donde siempre se podia ver Sraymoor | Sebastien tergos al menos un tramo del horizonte y se podia calcular Ja hora del dfa.con solo mirar la altura del sol Donde Pasaban tres lineas de colectivos y de ellas solamente dees ntraba a nuestro barrio, Un mundo sin comercios, donde vendedores y reclamantes tocaban a tu puerta Para ofrecerte soda, medialunas, trapos de piso, la sal- vaci6n eterna, comprar tus trastos viejos. [24:04] (2417) El verano se desgranaba como un racimo de twvas dulces al sol. Cada dia en Graymoor me volvia nds urgente, més primitivo. Yo percibia es0, y veia que £80 era bueno, Tenia mejor vista, me movia més rapido Pensaba distinto, Consideraba mi infancia en la ciudad como un Prilogo del libro que atin no habia empezado 2 escribir Lili estaba cambiando también, se la notaba més grande y callada, mas observadora y més lenta al moverse o al caminar; tenia casi once, asi que sus cam- bios recién estaban comenzando. Nando, de ocho, tam. bién se mostraba distinto, sonrisa feroz, sudor en brillo, ‘mirada atenta alo préximo, un cosquilleo en los dedos Por lo que estaba a punto de ocurtir. Hasta mis padres se dejaban llevar, quiza sin reconocerlo, por la influen. Cia de ese sitio: papa se veia menos preocupado que de Costurbre y tocaba tonadas alegres en el piano; mamé estaba més entusiasta que nunca, [25.06] 12520] Muy pronto lleg6 marzo y empecé el colegio Secundario en el Instituto Padre Antinez, ubicado en lainterseccién de dos calles perdidas: Las Gaviotas yel 2 stitute Zorzal. Lejos de todo, cerca de nada. En un lugar que ni nombre tenia, aunque algunos lo llamaban Barrio Arro- yo, tan solo porque muchos afios atrés, decian, habia corrido por alli'un hilo de agua Desde mi casa, tenfa un buen trecho de caminata por el costado de las manzanas 30, 35 y 43, y luego una peque- fa curva y otro tramo junto al largo muro de piedra que rodeaba el predio del instituto, Ninguna calle en al menos lun kilémetro a la redonda tenfa cartel identificatorio, por Joque la memoria de los vecinos y el ladrido de los perros eran las tinicas guias para encontrar cualquier cruce. El primer dia me impresioné la vision del edificio del Instituto, Tenfa un aire a la vez imponente y triste; era como si lo rodeara una sombra de tiempo perdido, un manto de sufrimiento pasado. Dentro del enorme mas- todonte blanco, de largas lineas rectas, altisimos techos Y pasillos amplios como de hospital, cualquier ruido se extendia en ecos. En el hall principal, por la salida del norte, se abria una galeria que daba a un segundo edificio, igualmente cuadrado y centenario pero mas Pequefio, donde se hacian actos y reuniones. Y todas las aulas daban al patio del oeste o al Parque, una in- mensidad verde que se extendia hacia el este y tam- bién pertenecia al instituto. (26:58) (2741) Ese primer afio pasé como un suspiro, En mi asa, mientras Lili y Nando avanzaban de lleno en la es- Suela primaria, mis padres dieron por terminada la tregua Sraymoor | Sebestisa Verges de la mudanza y se volvieron a llevar como perro y gal al punto que esperébamos, o al menos yo lo esperaba, él momento en que decidieran separarse de una buena vez, En el colegio mis notas fueron razonables, lo sufic ciente para no destacarme como buen alumno ni como el peor. Me gustaban, de repente, todas las chicas y dis- frutaba con esa novedad, pues la atraccién difusay cre+ ciente hacia €l sexo opuesto me hacia sentir, a la vez, mayory corriente, adultoy promedio. Y en ese momen- to, ser un tipo comin no era para mi un temor, sino mi mayor anhelo; sin embargo, ninguna compajiera me gustaba atin en particular. Desde el comienzo del aiio, los de primero debimos soportar el asedio de los estudiantes mayores, No de todos: los alumnos de los aiios superiores parecian, en su mayor parte, estar en otro mundo, como en otra di- mension de la realidad, por mas que nos cruzéramos en Jos pasillos del instituto. Pero algunos pocos si estaban pendientes de nosotros. Les deciamos “los de segundo", Pero no eran todos, sino solo un pufiado de varones de ese curso, liderados por una especie de Triunvirato del Mal: Feller, Quinteros, Solis. El Bruto, el Gracioso, el Irascible. Alrededor de ellos tres flotaba siempre un pu- fiado de matoncitos de reparto dispuestos a seguir sus 6rdenes 0a leer sus intenciones, que por lo general im- Plicaban hacernos sufrir de alguna manera. Golpes era Jo ms frecuente y lo menos doloroso: un manotazo en nstiata Ja espalda, una patada atrés de la rodilla para hacemos ‘er, un coscorrén sin aviso en la nuca, un pufetazo en ¢| centro del pecho 0 en la boca del estémago para qui- lurte el aire y reir ante la expresién de dolor, ese “por qué?” que deciamos sin decir y que jamés encontraba tra respuesta que un “porque si” mudo. Feller, Quinte- 109, Solis. Bromas pesadas e instanténeas, insultos al sire, burlas sin motivo, zancadillas hacia el charco de burro, agua helada por el cuello de la camisa, tinta en el biéizer, un tirén ala mochila para arrancarla y mandarla bien lejos a las vias o al paredén vecino... “Las cosas gon asi”, pensébamos o nos decian. “Quizas ellos su- frieron lo mismo el ao anterior, cuando eran los mas chicos del colegio”. “El afio que viene termina todo”, nos alentébamos. Estuve entre las victimas favoritas del Triunvirato, durante el primer afio. En especial cuando se enteraron de que veia cosas extrafas. Mi fama de extrafio, quiz de loco, me alejé también de algunos de mis companeros de curso. No de Esteban: a élle contaba lo que vefa, y aunque él nunca se alej6, tampoco me crey6. “Dejate de decir pavadas, Juan”, re- petia siempre, como si yo estuviera bromeandg; y eso, que no me creyera, era para milo mejor que podia ha- cer alguien por mf, la prueba més plena de amistad, porque me ayudaba a convencerme de que nada de todo eso existia en realidad, que era mi imaginacién y Greyon | Sebastes que pronto esas visiones se irian y yo seria una persona completa, comin y corriente, sana, cuerda, feliz. (30:04) [Folios 11y 12 Extracos articulo “Nitea, pobreza e insttucionalizacién @.un sigia de ia Ley de Patronato”, Chavanel-Svampe, 2019}, Frente a los episodios de rebelién popular de la Se- mana Trégica en 1919, el periédico La Prensa decia en sus paginas que “miles de delincuentes y una multitud de vagabundos, compuesta por adolescentes arrojados a los desérdenes por carecer de cuidado y por la indife- rencia del gobierno fueron los principales responsables dela violencia’. El doctor Luis Agote presenté en el Congreso, a fines de ese afio, un proyecto para resolver el problema de Jos “nifios delincuentes”, aunque muchos denunciaron que en realidad se planeaba disponer de los hijos de inmigrantes, en particular de aquellos que mostraran una ideologia anarquista. Cabe destacar que Agote, di- putado nacional en ese momento, era un destacadisi- mo doctor en Medicina, y fue el primero en el mundo en realizar transfusiones indirectas de sangre sin que esta se coagulara en los recipientes que la contenian. En su participacién en el debate previo a la sanci6n de Ja ley 10.903 de Patronato Nacional de Menores, Agote de- claré (Anaies de la HCD, 1919, pp. 266 y ss): "En los dias aque- los de la Semana Trégica |...] los que iban a la cabeza en donde habia un ataque a la propiedad privada o donde se producia un asalto a mano armada, eran los chicuelos 2 lnsttate que viven en los portalles, en los terrenos baldios y en los sitios obscuros”. [...] “Las etapas de esta carrera de la va- gancia y el crimen son las siguientes: los padres mandan alos nifios a vender diarios, y el primero, segundo y tercer dia reciben el producto obtenido de la venta. Pero ense- guida los nifios juegan el dinero o se lo gastan en golosi- nas y cuando Tegan a sus casas, el producto de las ventas se halla muy disminuido. Entonces los padres los casti- gan y después de dos o tres correcciones, generalmente un poco fuertes, resuelve el nifio no volver nunca mas a su casa y viven robando en los mercados, durmiendo en las puertas de las casas y fatalmente caen en la vagan- cia y después en el crimen'. |...) “Es necesario no equi- vocarse y conocer la psicologia infantil. El nifio es ratero, ‘es mentiroso, es incendiario, comete sinntimero de faltas aunque haya nacido en el hogar més respetable y mas moral; [...] tengo en mibanca varias sentencias de jueces condenando por reincidentes a chicos de diez, once, doce aiios de edad. Si se busca en los antecedentes de estos pequefios criminales, se encuentran que son lustrabo- tas, vendedores de diarios, mensajeros. [...] Esté probado que el cincuenta por ciento de los individuos inmigran- tes que estan en las prisiones y que residen desde la ni- fiez en nuestro pais, han sido vendedores de diarios”. El doctor Agote proponia reunira quince mil menores vagabundos en una unica institucién en Ja isla Martin Garcia, propuesta que luego se mostré impracticable y Srymas | Seesén ges se reemplaz6 por la creacién de diversos patronatos de la infancia en toda la extensién del pais. [...] El senador Julio Argentino Roca (hijo), en su alo- cucién de apoyo al proyecto, expresé: “... esta ley que es reclamada con urgencia, que atiende males sociales de indiscutible gravedad y que no solamente reviste los, caracteres de una ley de higiene y previsi6n social, sino también Jos de una de honda y humana piedad” jAnales de la HCS, 1919, p. 908}. Otro colega de la bancada demécrata sintetiz6 la esencia de la nueva ley, que complement6 a la Ley de Residencia dictada en los primeros afios del siglo: “E] Es- tado tiene el derecho de secuestrar a los menores cuya conducta sea manifiestamente antisocial, peligrosa, an- tes de que cometan delitos... No hay en ello restriccién de libertad civil: el menor no la tiene, y solo se trata de sustituir la patria potestad por la tutela del Estado”, [Anibal Holier Cinta 1, lado B, 08:34) Por disposicién de la Legislatura provincial en 1923, el edificio sito en la interseccién de las calles El Zorzal y Las Gaviotas, localidad de Graymoor, originalmente solar de la familia Dekker, fue destinado a la funcién de Patronato de la Infancia, en el marco de la ley 10.903 de Patronato o “Ley Agote”, sancionada en 1919. El Patro- nato reclutaba, sacéndolos de las callles o de sus hoga- res eventuales, a los nifios huérfanos, pobres, de padres Det delincuentes 0 desocupados o no presentes, y los re- cluia en la institucién, que provefa sus necesidades de comida, techo y educacién. El juez de instruccién local quedaba a cargo de la patria potestad de esos nifios y era quien debfa autorizar cualquier traslado o salida de un menor a su cargo, o accionar ante cualquier denun- cia relativa a ese menor, o aprobar su adjudicacion a una nueva familia adoptiva. En los hechos, este y otros patronatos funcionaban como cérceles de menores, y Jos nifios internados no tenjan ninguna posibilidad de protestar o rebelarse ante la deficiencia de la alimen- tacion, los golpes, los abusos o las diversas privaciones de sus derechos que sufrian cotidianamente. Ademés, mediante los patronatos se establecié un trafico de ni- fios, muchas veces a través de una compraventa, con destino a familias adoptivas que los requirieran. EI Patronato de la Infancia de Graymoor funcion6 hasta 1968, cuando, ante insistentes denuncias sobre hechos ocurridos alli, y también por disposicién legis- Jativa, se decidié vender el centenario edificio a una institucién privada del Ambito educativo. Comenzé a funcionar como colegio de educacin secundaria, uso que persiste hasta la actualidad. Durante los primeros aiios del colegio, Hamado Instituto Padre Antinez, se mantuvo buena parte del personal edministrativo y do- cente dela etapa previa. (10:17) Adoptado {Claudia Zapiola. Cinta 5, lado A, 22:05] BUeNO , esta bien. Si de eso querés que hable, hablo de eso. Guzmén, entonces. A ver. Cuando empezamos se- gundo aio llegé a nuestro curso un compafiero nuevo, filgo que no pasaba muy seguido en el IPA. Porque en general la gente se va de lugares como Graymoor. Pero cada tanto en e] Barrio Antiinez se habilitaba una nueva manzana 0 se desocupaba un departamento y alguien venfa a ocuparlo, y eso ocurrié con la familia de aquel chico. El nuevo se lamaba Luciano Guzmén. Ebtercer dia de clases, cuando los demés ya nos habiamos reen- contrado entre abrazos y hab{amos escuchado con pa- ciencia todos los relatos de vacaciones y novedades, él Groynaar | Sebostin Verges aparecié acompafiado de los padres, Me acuerdo que lo sostenian por los hombros, uno a cada lado, como apo- yandose en él. 0 evitando que escapara. Ni bien lo vi pensé que el nuevo no se parecfa en nada a sus padres. Lo recuerdo entrando al aula: alto, delgado, Pélido, pelo negro y lacio, cejas gruesas, boca fina como un cuchillo y ojos tan negros como su pelo. Asi era Lu- ciano. Los padres, en cambio: regordetes, petisos, con ojos claros y el pelo rubién y enrulado, parecidos entre si, como si fueran hermanos més que esposos. La madre de Luciano levaba el pelo en un rodete. Los dos con ojeras, y se los notaba preocupados y tensos, como si fueran ellos. quienes estuvieran comenzando las clases en un colegio nuevo de un pueblo desconocido. A Luciano en cambio se lo notaba tranquilo, como si nos estuviera viendo a todos los demés porla tele y su llegada no tuviera nada que ver realmente con nosotros, ni siquiera con él mismo. En la primera hora, el rector Schultz entré a nuestra aulay lo presenté a todo el curso, dio el tipico discurso de “compafiero nuevo, hagan que se sienta comodo”, y empezamos las clases del dia. Luciano no recibié, me parece, las cargadas y bromas usuales entre los varones, Nadie se toms el trabajo de po- nerle un apodo burlén. Tras unos dias de evaluacién silen- ciosa, es como si todos los del curso hubiéramos decidido que era mejor no meterse con él, ni para ser su amigo, ni para hacerle la vida imposible, Algunos le decian “el 10"; la mayoria, “el Nuevo’, y lo siguieron llamando asi incluso hasta casi el final del afio, Salvo los primeros dias, con la novedad y eso, pocos hablaban de él,ni con él Guzmén no era un alumno brillante, eso qued6 cla- to muy pronto. Habia mafianas en que se pasaba horas inirando por la ventana hacia el parque. A veces devol- Via vacfas las hojas de las pruebas, solo con su firma, sin tesponder ni una pregunta. Pero de pronto, un dia cual- quiera, se ponfa a contestar las preguntas de los profe- sores y resolvia los problemas dificiles de matemética 0 tecordaba las fechas de los periodos histéricos més abu- {tidos. Eso deslumbraba, o més bien desorientaba, a do- entes y compafieros por igual. Pero al dia siguiente, otra vez se quedaba en silencio y volvia ano saber nada. fi vivia en una manzana cerca de la nuestra. Hacia ida mafiana el mismo camino que los que viviamos en la manzana 27, a lo largo del muro del colegio du- fante unas siete cuadras, llegaba a la rotonda y luego al recodo del farol. Luciano siempre iba unos pasos de- Jante o detras, con las manos en los bolsillos, pateando piedritas, como si todo le diera igual. [25:16] [fsteban Eiken. cinta 5, lado B, 06:40} Guzmén no hablaba con nadie y no tenia ‘interés por el fatbol, que era nuestro principal tema de con- Versacién. Ni siquiera habfa elegido un club del cual er hincha. Creo que todos notébamos que habia algo Srayann | Sebastien Verges diferente en él, algo que lo alejaba y nos decia que era mejor no molestar al nuevo. Dejarlo en su mundo. No sintié lo mismo el Triunvirato, que comenzé ese nuevo afio en el IPA decidido a que fuera una continuacién, del anterior. “Ya crecimos, ya no somos los més chicos del colegio", nos deciamos para darnos énimos, pero Feller, So: 1is, Quinteros y su grupito no parecfan interesados en cam= biar de actitud ni de victimas. As{ que seguimos siendo el principal objetivo delas bromas pesadas y los golpes de los alumnos mayores, que ahora eran los de tercero. Y Lucia= no, asi como era, extrafio, nuevo, palido, tan diferente de los demés, pronto se convirtié en el blanco favorito. {07:19} [Duan Aguirre. cinta 2, lado B, 02:23) Luciano era casi mi vecino: vivia en la manzana 43, una de las mas nuevas del Barrio Antinez. Alli los edi- ficios estaban hechos a las apuradas y con poca dedica cién, las cocinas no tenfan calefén y los suelos no eral de baldosas, sino un revoque simple de cemento. Nuestra amistad no parecié, al menos en ese mi mento, algo que ninguno de los dos hubiera buscado. Luciano volvia todos los dfas, a la salida del colegio, por el mismo camino que el grupo nuestro: Claudi Andrea, Esteban y yo. A veces se sumaba el Polaco y al guno més. Un trayecto de unos dos kilémetros. Luciant siempre tomaba el mismo camino, aunque iba adelan: te o atras, no al lado de nosotros. 4. Aaptada Una vez, a la salida, para separarme de las cargadas del Polaco Mufioz por la reciente derrota del Depor Ha- the, mi equipo en el campeonato local, decidi avanzar hasta Luciano y ponerme a charlar con el nuevo. Pensé que, hosco como se lo veia, me iba a repeler como a un mosquito, pero para mi sorpresa se mostré dispuesto a ‘onversar, A escuchar, més bien. Yo recordaba cémo me habia tocado a mi, un aio Airis, ser el bicho raro, el migrante de la gran ciudad, y esa sombra de extranjeridad que me rodeaba en la escuela y el barrio. Tal vez eso fue lo que hizo que me cercara a él Era raro que alguien se interesara en escucharme. ‘Asi que aproveché la oportunidad de ese auditorio de Juno solo y con el paso de los dias me encontré, casi sin darme cuenta, contando historias y cosas de mi vida que no habia hablado hasta ese momento con nadie. A partir de aquella vez, si bien segui yendo al IPA ada majiana con Andrea, Claudia y Esteban, empe- e¢ a caminar a la vuelta junto con Luciano, Era media hora de caminata cada tarde, asi que conversébamos mucho, y poco a poco fuimos conociéndonos y nos vol yimos amigos. De los dos, él hablaba mas, pero en ge- eral lo que decia eran historias y cuentos inyentados. Bn cambio yo contaba més cosas personales, asi que al pasar los meses él fue sabiendo mas de mi que yo de él. Le hablé de mis padres, de mis hermanos, de las cosas Graymoot | Sebestin Varges extrafias que pensaba o veia, de mis esperanzas y mis temores. Una de esas tardes le conté, por ejemplo, y no tengo idea de cémo surgié el tema, de los afios previos a legada a Graymoor, cuando vivia en la Casa de las Cus carachas, donde a la noche los insectos formaban w gran monstruo multiple, o al menos eso imaginaba Eso capté su atencién: como pronto descubri, las histo- tias siniestras evan su pan de cada dia, y que yo tuviera la capacidad 0 el delirio de ver cosas extrafias me hacié para él, supongo, alguien a quien valia la pena ofr. Aquel mediodia, un rato antes de que aleanzéramo: la altura de la manzana 43 y nos separéramos, él me dijo que conocia muchas historias extrafias también me conté una, sobre un lugar donde habia vivido, uni localidad de la costa atlantica, creo. ;COmo era...? Habia una casa donde vivia una vieja que siempre recibia correspondencia para otras personas. Una otra vez, el cartero llevaba cartas para gentes distintas, y esas personas nunca estaban. Siempre abria la puert la misma vieja de mirada tenebrosa, que respondia co frases como “Ya no vive aqui”, “Si, estuvo un tiemp. pero se fue”... El cartero, que fue quien le conté la his: toria a Luciano, pensaba que no era tan raro: la sefior alquilaba a turistas una habitacién de su casa y luej ellos se iban. Pero eso no explicaba por qué la gent seguia enviando cartas durante todo el afio, para lo! SL Adoptade usentes. Luciano tenfa otra explicacién: esa sefora, Jlamémosla Hilda, mataba a sus inquilinos y los des- cuartizaba y guardaba sus cabezas en el ropero, detras de los vestidos, abajo, entre las sandalias marrones, los sapatos chatos negros y el viejo par de zapatos rojos ‘eon taco. Cada vez que llegaba una carta para sus inqui- \inos, Hilda la respondfa, copiando la letra manuscrita de los contratos y papeles que les habia hecho escri- bir mientras vivian, En esas respuestas fentasma, Hil- da contaba a los amigos y parientes de los muertos, en primera persona y con caligrafia disfrazada, lo bien que Jn estaban pasando; que el sol y los buenos precios los habian decidido a quedarse més tiempo; que en el tra- bajo ya estaban avisados; que de salud todo bien; que en la Ultima tormenta se habfan cortado los cables yno funcionaban los teléfonos; que, eso sf, necesitaban un poco de efectivo, ;tal vez podrias enviar un giro postal ‘unos billetes con tu préxima carta, y te lo devuelvo al tegreso? Y luego, en algiin momento, los hacia escribir na carta en la que se iban de alli y se despedian para siempre. Y asi la vieja siempre tenia algin muerto del gual obtener dinero. Luciano dijo que le conté su teoria Al cartero, pero que este la rechaz6 por completo y le dijo que estaba loco. Luciano cada tanto pasabg por el frente de la casa de Hilda; dos 0 tres veces la vio salir, sigilosa y tétrica, mirando desconfiada alrededor, como shise sintiera observada. | Sebostin Yorgos Recuerdo que le pregunté a Luciano cémo iba ves« tida Hilda, las veces que la vio. £1 me observé con cu- tiosidad, tal vez desconcertado; Dudé un instante pero decidi6 responderme. —Como vestiria cualquier anciana asesina de turis- tas, Ropa oscura y pasada de moda, con algiin botén faltante; chalina apolillada, pollera larga y sin planchar, zapatos bajos de color negro, medias que no combina- ban con nada del resto, —éCémo sabés entonces que Hilda tenia en su rope- ro un par de zapatos rojos? —pregunté. Luciano me miré y se rio, pero no me contesté. {08:27} (09:41] Le conté a Luciano, con el paso de las sema! nas, que me parecia que me estaba gustando Claudia, cada vez mas. Que mafiana a majiana en el instituto, tarde a tarde cuando nos reunfamos en el edificio “A” con Esteban y Andrea a tomar mate y conversar, cada vez pensaba mis en ella. Que a veces la pensaba con carifio puro y otras con deseo desatado. £1 escuchaba con atencién, pero casi nunca opinaba sobre lo que yo decia. Si tenia algiin consejo para dar- me, se lo guardaba. A veces, si estaba de buen humor, mencionaba algiin dato sobre su vida, cosas tan raras como la historia de la vieja Hilda, inventos, patrafias que relataba como ciertas. En una ocasién, no sé por qué, le conté que sus pa- dres, la tnica vez que los habia visto, me habian parecido Prof. Laue Wer nenctors 3. Mop muy distintos de él, fisicamente: Luciano, con toda natu- ralidad, me contesté que claro, que eso era porque élera adoptado: ellos no eran sus padres biclégicos. Ah... —tespondi sorprendido—. :Te adoptaron de bebe? —No —replicé—, me adoptaron recién hace un par de afios. Pero no son mis primeros padres adoptivos y seguramente no seran los uiltimos. —(Por qué decis eso? Te tratan mal? —No. Me tratan perfecto. Son buena gente. Pero yo sé Jo que pasa con mis padres adoptivos. Después de dos 0 ues afios, se dan cuentade quién soy y me tengo que ir. —jAd6nde te tenés que ir? Por qué? No te entiendo, Luciano. Nadie sabe lo que puede pasar en el futuro respondi, inquieto. Luciano me miré en silencio. Sus ojos decian “yo sé” y lo hacian sin temor ni preocupacién. Simplemente sabia, nada mas. —iCuantos padres tuviste? le pregunté entonces. Muchos —contest6—. Hoy me llamo Guzman, pero tuve tantos apellidos... Es que yo parezco de tu edad, pero tengo ciento veinte afios. Me ref con una carcajada larga. “Qué estupidez”, pensé. Ose lo dije. Luciano agreg6, més afirmaci6n que pregunta: —No me creés. Nile contesté: era obvio que no le crefa. Me sentia fu- rioso. Yo le contaba cosas verdaderas que me pasaban, Seoyaer | seberutn tgs cosas importantes, mis peleas con mi madre cuando ella se ponia violenta, el aleoholismo y la tristeza de mi padre, mi preocupacién por Nando y Lili, mi naciente amor por Claudia y cémo no sabfa qué hacer con eso. Le contaba también mis visiones, esas que se suponia que no tenia que contarle a nadie. Le contaba todo. él me salfa con estupideces y mentiras, con chistes de mal gusto. —Tengo ciento veinte afios y soy un demonio—con- cluyé Luciano, como si al fin dijera lo esencial, lo que estaba esperando anunciar. Yo no sabia si tenia que refrme de su broma o sim- plemente no volver a hablarle nunca més. Llegamos a la manzana 43 y nos separamos. £1, tran= quilo, me salud6 con un “hasta mafiana" y un agitar de la mano. Yo estaba enojado, no respondi el gesto ni el saludo. Por més que fuéramos unos adolescentes en un pueblo del fin del mundo, no significaba que podia bur- arse de mi, traicionar asi la confianza que le habia brin- dado, la amistad que le ofreci mientras todos los demas se la negaban. Me dije que Luciano Guzman era un tipo demasiado extrafio, pésimo contando chistes, un desu- bicado al que me convenia ignorar de all en adelante, como lo hacfan mis prudentes compaiieros. [12:49] Serpiente Puan Aguirre. Cinta 2, lado B, 13:33] PeYXO algo raro pasaba con Luciano, No era un demo- hio ni tenfa ciento veinte afios, pero habia algo distinto fen él, Era como silo rodeara una burbuja de lejania. Casi hiadie lo estimaba, casi todos se mantenfan a distancia. Por ejemplo, los perros. En Graymoot habfa monto- hes de perros callejeros, cimarrones, chuscos, de pelaje jhixto, huérfanos de pedigri; también perros con due- fo que no se diferenciaban en nada de los de la calle. Siempre te ladraban, muchas veces te corrian o te se- guian durante un rato, y alguna vez, cada tanto, alguno te hincaba los dientes, o al menos te infartaba, lanzén- ote un tarascén. Era algo inevitable, algo que venia on el lugar. Todos sabiamos ‘Ala mayoria de los graymoorenses les encantaban los perros y, si podian, reclutaban uno o dos como mascotas; Groymonr | Sebustidn Yorgos cuando no catorce pekineses, como Esteban Eiken. En nuestra familia en cambio nunca hubo perro; la tinica mascota que tuvimos fue un canario sin nombre, que murié de repente, Mi mama dijo que se habia fugado, pero creo que nj Nando le crey6, Ademis, yo lo vi sin que- er en el tacho de basura, me llamé la atencién algo ama- rillo entre papeles y yerba, cori un poco un envoltorio de galletas y ahi estaba, como roto y torcido, ensangrentado, el cuerpo del canario, Me dio impresin y volvi a taparlo ero mejor, para que mis hermanos no lo encontraran, A diferencia de los lugarefios, a m{ no me gustaban Jos perros. No es que les tuviera miedo, pero si uno se me arrimaba no me daba ninguna gana de ponerme a acariciarlo y hablarle como aun bebé y dejar que me la- miera la cara. Eso me acercaba en cierta forma a Lucia- no: a él tampoco le gustaban los animales. Una vez me Jo dijo como al pasar, en una de nuestras caminatas de Tegreso del instituto, Pero él no tenfa que hacer ningin esfuerzo para alejarse de los perros, porque ellos lo igno. raban. Ningtin perro le ladraba, ningun gato lo seguia a ver si tenia algo de comida o afecto para compartir, ¥ lo mismo le sucedia a Luciano con otra clase de animales: los profesores. Ellos tardaron unos dias en aprender, pero después de preguntarle cosas al alumno Guzman y que él no respondiera, o que les respondiera algo que no querian escuchar y que por lo general na- die entendia excepto el profesor, finalmente, uno por Se luno, los docentes fueron dejando en paz a Luciano. Ye no le hablaban, y Luciano solo lo hacia cuando queria: contestaba las preguntas que elegia contestary cuando 1 él se le antojaba, a veces sin esperar a que le dieran permiso para hablar. Pero la mayor partede las veces se quedaba callado, como si no estuviera, o estuviera en otro lugar, muy lejos del aula. (25:10) {elaudia Zapiola: Cinta 5, lada‘A, 26:02} Una sola vez via Luciano Guzman interesado de ver- dad en una clase: esa vez que se peleé con la profesora Da Silva, la Anteojuda de Religién. Era buena gente, pero jovencita, y la materia era bastante pava, asf que con leer los apuntes de clase de Muriel c de alguno que hubiera copiado algo, era suficiente para aprobar sin problemas. La vez esa, la profesora nos estaba contando Jos primeros capitulos del libro del Génesis; es decir, la ereacién del mundo, Cada tanto surgian algunas pre- juntas, incluso malintencionadas, para armar quilom- bo, que hacian el Polaco 0 Carrazana, tipo “zQué dia €re6 Dios a los dinosaurios?”, “;Con quiénes tuvieron hijos los hijos de Adén, si eran todos varones?”. La pro- fe Da Silva contestaba que las Escrituras no son ciencia sino poesia, que hay que sentir su verdad, no intentar analizarlas como un documento cientifico. Se cree ono $e cree. La mayoria de nosotros creiamos, claro: el IPA era un colegio religioso, después de todo, Sroymoos ian Vargos Guzman se pasé toda la Creacion mirando por la ventana, sin mostrar el menor interés en cémo ibail Spareciendo en el mundo las plantas y los péjaros, lag Piedras y los mares. Pero todo cambié cuando la histos is Siguio avanzando y llegamos al relato del Paraiso y de cémo Adan y Eva fueron expulsados después de ser engafiados por la serpiente-Diablo para que probaran 1a manzana del arbol prohibido, el del Bien y el Mal 1a profe Da Silva, con sus gruesos anteojos y su to- nito agudo, estaba explicando cémo el malvado Diablo. habia convencido a Eva para que probara la manzana, que esa desobediencia habia sido el pecado original que habia ocasionado que los seres humanos fuéramos expulsados del Paraiso para siempre. Ahi Luciano pare- ci despertar de su hibernacién y atacé: ~ Usted dice que la serpiente es la villana del cuento, Pero no veo que haya hecho nada malo, El tinico perso- naje malvado en esta historia, si es que tiene que haber alguno, es Dios. Todos nos quedamos callados, porque criticar a Dios én clase de Religién parecia demasiado, por més pavo- ta que fuera la materia ola profesora. Empez6 entonces una larga discusién entre Guzman y la profe Da Silva, en la que ella explicaba que la ambi- cion y la desobediencia de Eva y Adén los habfa llevado a creer en los engatios de la serpiente, y Guzmén decia que no, que la serpiente no los habfa engatiado, porque desde 4 Serpents {He comieron la famosa manzana realmente habian cono- io la diferencia entre el bien y el mal y se volvieron per- Honas con conciencia. La discusi6n siguié durante algunos Minutos. Los dos empezaron a mencionar otras historias Wticas que los dems no conociamos, o al menos no lo fiuficiente como para entender lo que decian. Luciano no Jevantaba la voz, pero tampoco se callaba, y la Anteojuda fontestaba con algo de enojo pero con buenos argumentos. Hasta que él mencioné algo que laterminé de sacar a Ja profe. No me acuerdo qué era. Pero era una historia bi- bila en la que Dios actuabs en forma caprichosa y mal yada. O eso afirmaba Guzman, al menos, que terminé diciendo algo asi como “en estas historias, el que hace berrinches y castiga sin motivos es siempre el mismo personaje” Y la profe, que ya estaba totalmente furiosa, Je contesté a los gritos que Dios no era un personaje, y fue hasta el banco de Luciano, lolevant# de los hombros ylo fue empujando afuera del aula hasta la Direccién. £1 no se resisti6; més bien parecia divertido. Guzman ya no volvié ese dia y tampoco el siguiente: lo habian suspendido. Y le habjan puesto amonestaciones, y le habian dado cincuenta padrenuiestios de penitencia. El director Schultz solia dar ese tipo de castigos. Aunque dudo que Guzman rezara. A los pocos éfas los vi de refi- lon a los padres de Luciano, mientras pasaban al despa- cho del rector: se vefan atin més ojerosos y preocupados que el primer dfa de clases. Btoymaor | Sebestin Verges Después de una hazaiia asi, de sacar de las casillas a una profesora y ser empujado hasta la suspensi6n y las amonestaciones, cualquiera se hubiera sentido como un hérve, alardeando; pero cuando volvi6, Luciano se Ports igual que siempre, como si nada hubiera pasado, y no quiso hablar del asunto. Encima, la Anteojuda se enfermé poco después, asf que estuvo un montén sin dar clases, fue como si no quisiera volver a cruzarse con Guzman. El mismo rec- tor Schultz nos dio Religién durante unos meses, Después la profe volvi6, ya cerca del final del aiio, y no recuerdo que tuviera ningtin problema més con Guzman, Ella ni siquiera lo miraba, creo. ¥ é1 se quedé callado en esa materia, como hacia en casi todas las demas. (28 Duan Aguirre. Cinta 3, ado B, 15:49) Esa noche, la del primer asesinato, tuve un suefiomuy vivido. En él, yo salia a caminar en mitad de la noche por el Barrio Antanez, caminaba y caminaba, rodeado de silencio. En un momento vefa a una mujer que venia hacia mi, sola, por la cinta negra del asfalto, entre una de las manzanas del barrio y la nada del descampado. Yo empezaba a buscar algo en mis bolsillos pero eso me distrafa y me hacia tropezar, aparatosamente. Sentia do- loren las manos y las rodillas y lanzaba un lamento que sonaba mas bien como un grufiido. Entonces veia a la mujer que se acercaba para ayudarme y me preguntaba A Serpiente stds bien?”. Yo respondia que si y estiraba el brazo iz- uerdo para que ella tomara mi mano y me ayudara ain- forporarme. Pero cuando ella lo hacia, yola atrafa hacia mi ¥ycon la otra mano, en la que ya tenfa aga:rado con firmeza Jo que habia buscado en mis bolsillos, que era un cuchillo ‘filado, la apuialaba con fuerza. Lo haciayo, pero era como pi yo fuera otra persona, como si me viera desde afuera de yn mismo, Luego le tabapa la boca a ella para que no gri- {ara y la volvia @ apufialar, y luego me tapaba la boca a mi mismo para que no se oyera mi grito y alia corriendo, co- yriendo hacia ninguna parte, desesperado, Después lanza- a el cuchillo entre las malezas de un baldioy me limpiaba \as manos en los pastos mojados por el rocio. Me desperté bafiado en sudor. Noté que estaba vesti- do, tenfa puesto un pantalén de jogging y zapatillas. No recordaba haberme acostado, mucho menos haberme dormido vestido. t Por la tarde, en casa de Esteban, escuché en la radio Ja noticia de la mujer asesinada. Volvi a casa muy in- quieto. En la cocina no encontré el cuchillo grande, el més afilado, el que se usaba para cotter la came y las verduras crudas. No estaba por ningun lado. [17:06] [Andrea Kunz. Cinta 5, lado A, 06:05] Por esos dias aparecié muerta a cucaillazos, en el tra- yecto entre Ja manzana 30y la ruta Flandes, una mujer; seguro habjan querido robarle y algo habia salido muy

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