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El Martir Del Desierto
El Martir Del Desierto
Es risible, maestro, pero es la realidad… Tú, que luchas a diario por los campos,
por las sierras, por la vereda y hoyancos, donde fuiste regando con tu sangre los
caminos… Donde con paciencia hiciste gente, a tantos campesinos, enseñándoles
que entre el lápiz y el abismo, hay una gran distancia, y esa distancia se llama…
analfabetismo.
Maestro… Tú que libras a diario, batalla tras batalla, sin ruidos de fusiles, sin
fuego de metralla… tienes que esperar medio siglo a que pongan en tu escuálida
mano, la famosa medalla Altamirano.
Una sola… Maestro, una sola… No mereces más; pues tu espada es de grafito,
de gis y de pizarra… Es papel que no chorrea sangre… Es arcilla que no hiere, es
arcilla que no mata, es escoria que no sirve en los campos de batalla, es ceniza
que se esparce, es ceniza que no marca huellas… Es río que perdió para siempre
su cauce.
Cambiaste estrellas y barras por espinas, dejaste casa, padres, hermanos… por
una sola dicha: Hacer del niño un pavoreal de mil colores. Cambiaste lujos,
alfombras y cortinas… Por una choza humilde de cartones… Dejaste mesas con
platillos y manteles, para irte a pasar hambres con las gentes que sueñan con
castillos y oropeles.
En cambio… Si ven brillar el sol entre tus manos… Serás el amigo, el compadre
del alma… y tendrán la desvergüenza, de tratarte en las calles como hermano.
¡Y tú!… sigues con tu pecho erguido… sin darte cuenta que eres hombre, en una
sociedad perdida… Tu barca en vez de ser una reina de los mares… Es canoa de
ingratitudes y pesares… Y el campo en que laboras… ¡Un desierto! Donde anidan
serpientes ponzoñosas que se arrastran con cautela tenebrosas, esperando que
caigas en sus fauces… Y por todas esas cosas… Maestro… ¿Dónde… Dónde
está el monumento?.