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La Mentalización
La Mentalización
prácticas
Autor: Lanza Castelli, Gustavo
Palabras clave
Los trabajos que toman en cuenta el concepto mentalización (o función reflexiva) como
base para el abordaje terapéutico, o como medida para evaluar los resultados de la
psicoterapia, han visto incrementado su número de modo significativo en los últimos años.
Por otra parte, el concepto mismo mentalización ha tenido un desarrollo considerable, tanto
en lo que hace al conjunto de conocimientos a los que se refiere, como en relación al
ámbito de aplicaciones que abarca.
Respecto al primer aspecto sólo cabe mencionar aquí que hoy en día la mentalización es
entendida como un constructo multidimensional cuyo complejo desarrollo ha sido
establecido en sus lineamientos esenciales y cuyas relaciones con la teoría del apego y las
neurociencias han sido claramente establecidas.
En lo que sigue comienzo por una definición sucinta de qué es la mentalización y continúo
luego describiendo su arquitectura, funciones y aplicaciones prácticas. En este trabajo, por
razones de espacio, no podré explayarme sobre el desarrollo de esta función y sólo llevaré
a cabo algunas referencias sobre el contexto en el que el mismo tiene lugar.
Definición de mentalización
Arquitectura de la mentalización
Por lo demás, cabe señalar que una parte importante del trabajo clínico tiene que
ver con ayudar al paciente a prestar atención a lo que él y los otros piensan y
sienten, al modo en que funciona su propia mente, a la forma en que suele
categorizar las actitudes de los demás para con él, etc.
Por último, vale la pena señalar que hay una relación entre la atención y el apego,
tal como ilustran diversos estudios que muestran la correlación entre el apego
seguro y el control atencional, y el apego inseguro y los déficits en dicho control
(Allen, Fonagy y Bateman 2008, pp. 36-37).
En lo que hace a esta polaridad, cabe señalar que si bien en algunos casos la
mentalización puede implicar primordialmente creencias y reflexiones acerca de
los estados mentales, en otros el foco puede consistir en los estados afectivos.
En lo que hace a esta polaridad cabe decir que si tomamos en cuenta el punto de
vista de la neurociencia (que es el que utilizan Fonagy y colaboradores en sus
últimos trabajos), vemos que no es posible plantear acá una dicotomía self/otro, ya
que hay una notable comunidad entre los procesos cerebrales que subyacen a
ambos polos. Estudios de neuroimágenes han mostrado que cuando nos
focalizamos sobre nuestra propia mente o sobre la de los demás, se activan los
mismos circuitos cerebrales (Fonagy, Luyten, 2009), pertenecientes a dos redes
neurales diferentes.
Funciones de la Mentalización
Las funciones de la mentalización son aquello por lo cual ésta es tan importante,
aquello que la misma permite al sujeto, lo que éste logra en su relación consigo
mismo y con los demás gracias al mentalizar. En lo que sigue realizo un listado -
que no pretende ser exhaustivo- de algunas de estas funciones, con la intención
de brindar un panorama de las mismas y subrayar la importancia del mentalizar en
diversos ámbitos del funcionamiento mental e interpersonal.
En lo que tiene que ver con el segundo, cabe señalar que cuanto mayor sea la
captación que se tenga del sentido del comportamiento del otro, mayor será la
adecuación y sintonía con que se pueda responder al mismo. Por otra parte, ante
una conducta ajena que produzca malestar, la posibilidad de entender por qué el
otro actuó como lo hizo, ayuda a disipar el sentimiento negativo producido por su
acción o sus palabras (advertir, por ejemplo, que el otro no tuvo intención de
herirnos cuando dijo tal o cual cosa, ya que desconocía nuestra sensibilidad para
con ese tema, o que estaba alterado por algo que le había ocurrido, etc.).
El primero de ellos tiene vigencia en el niño de hasta tres años de edad. Consiste
en que éste no considera que sus ideas sean representaciones de la realidad, sino
más bien réplicas directas de la misma, reflejos de ésta que son siempre
verdaderos y compartidos por todos. Hay, por ende, una equivalencia entre
pensamiento y realidad, lo que es fuente de inevitable tensión, ya que la fantasía
proyectada sobre el mundo exterior es sentida como totalmente real.
14) La mentalización permite discernir que nuestro modo de ver la realidad es sólo
un punto de vista entre otros posibles, ya que no consiste en un reflejo de aquélla.
Esto da pie para que podamos relativizar nuestro modo de ver las cosas y admitir -
mediante una actitud abierta y flexible- que el mismo hecho puede ser visto desde
distintas perspectivas.
15) La mentalización nos permite advertir que los estados mentales propios y
ajenos son opacos por naturaleza y que la aprehensión de los mismos es siempre
conjetural, eventualmente confusa y poco clara.
17) La mentalización nos permite adoptar una perspectiva del desarrollo, lo cual
implica aprehender que con el crecimiento la comprensión que tenemos de los
demás se profundiza y complejiza. Esta profundización nos permite, por ejemplo,
comprender mejor a nuestros padres a medida que nos volvemos mayores.
La perspectiva del desarrollo tiene también que ver con el discernimiento de que el
pensamiento del niño es distinto al del adolescente y al del adulto, lo que posee la
mayor importancia en la relación con los propios hijos.
Podemos ilustrar esta idea con una función específica y una breve viñeta que la
ejemplifica, a los efectos de ver cómo confluyen en ellas las variables
mencionadas.
El ejemplo que sigue a continuación está tomado del comentario hecho por una
paciente, mientras hablaba en sesión de una reunión con amigos en la que había
estado con su pareja. Refiere que en un momento, en medio de un intercambio de
ideas, él tuvo para con ella un comentario desvalorizante y algo hostil, del cual
dice lo siguiente:
No me gustó la actitud que tuvo conmigo y estuve a punto de mandarlo al diablo,
pero sabía que si le decía algo delante de todos se iba a poner más agresivo y nos íbamos
a pelear en serio, porque a él le importa mucho su imagen y se siente humillado si yo le
retruco en público. Así que preferí no decirle nada en ese momento y hablarlo a solas
cuando estuviera más tranquilo.
De esta forma, podríamos decir que en cada función se ponen en juego, de modos
variados y en combinaciones diversas, los distintos ingredientes de la arquitectura
de la mentalización (componentes, polaridades).
Por lo demás, en cada una de las funciones puede producirse una falla que impida
que ésta tenga lugar en forma adecuada, dando lugar a diversos déficits en el
funcionamiento mental e interpersonal del sujeto (cf. Sección "Aplicaciones
prácticas de la teoría de la mentalización).
Hay diversos estadios en este desarrollo -íntimamente unido al desarrollo del self-
y sobre él inciden múltiples variables (como la organización familiar, el tipo de
educación, la relación con el medio social, etc.) entre las que se revela como
fundamental la actitud reflejante de los padres y las interacciones mentalizadoras
que mantienen con sus hijos.
Dada la complejidad de este proceso, sólo deseo consignar acá que el apego
seguro es el contexto en el que se desarrolla adecuadamente la capacidad de
mentalizar.
Estos hallazgos llevaron a indagar con mayor detalle cómo era que la capacidad
mentalizadora elevada de la madre (o de los padres) favorecía el apego seguro y
la posterior capacidad mentalizadora del niño. La respuesta señala dos variables
importantes: el reflejo parental y las interacciones mentalizadoras.
1) El reflejo parental: en los primeros tiempos de la vida los afectos consisten para
el bebé en una activación fisiológica y visceral que no puede controlar ni significar.
Para ello hace falta la respuesta de la figura de apego a la exteriorización de
dichos afectos. Esta respuesta, cuando es adecuada, consiste en un reflejo del
afecto en cuestión: la madre manifiesta su captación y empatía con expresiones
faciales y verbales acordes al afecto experimentado por el niño, de forma
exagerada o parcial y con el agregado de algún otro afecto combinado simultánea
o secuencialmente (por ej. el reflejo de la frustración del niño, combinada con
preocupación por él) y con claves conductuales, como las cejas levantadas que
encuadran la expresión ofrecida a la atención del infans. La observación de este
reflejo parental ayuda al niño a diferenciar los patrones de estimulación fisiológica
y visceral que acompañan los distintos afectos y a desarrollar un sistema
representacional de segundo orden para sus estados mentales, mediante la
internalización de dicho reflejo. Como dicen Bateman y Fonagy “La internalización
de la respuesta reflejante de la madre al estrés del niño (conducta de cuidado)
viene a representar un estado interno. El niño internaliza la expresión empática de
la madre desarrollando una representación secundaria de su estado emocional,
con la cara empática de la madre como el significante y su propia activación
emocional como el significado. La expresión de la madre atenúa la emoción al
punto que ésta es separada y diferenciada de la experiencia primaria, aunque -de
forma crucial- no es reconocida como la experiencia de la madre, sino como un
organizador de un estado propio. Es esta “intersubjetividad” el cimiento de la
íntima relación entre apego y autorregulación” (2004, p. 65).
Parecería haber una relación recíproca entre el apego seguro y las interacciones
mentalizadoras mencionadas: por un lado, el apego seguro proporciona un clima
relacional que estimula y favorece dichas interacciones; por otro, las respuestas
mentalizadoras maternas favorecen la regulación emocional del niño que, a su
vez, consolida el vínculo emocionalmente seguro. El vínculo y las interacciones, a
su vez, favorecen el desarrollo de una adecuada capacidad mentalizadora en el
niño.
a) Por un lado, se produce una carencia en la imagen orgánica y auténtica del self
agentivo representacional, un trastorno en la identidad, con lo cual pasará a primer
plano un self no mentalizador que trabaja bajo principios teleológicos, lo que deja
al niño (y posteriormente al adulto) con una comprensión inadecuada de los
estados y procesos mentales propios y ajenos, con afectos pobremente
diferenciados y denominados, difíciles, por tanto, de regular. Asimismo, la
capacidad de control atencional, que permite la moderación de la impulsividad,
también se verá comprometida (Bateman, Fonagy, 2004).
b) Por otro lado, debido a la falla de un reflejo adecuado de sus propios estados
emocionales, el niño se verá llevado a internalizar representaciones del estado del
cuidador como parte de su representación de sí mismo, lo que crea una
experiencia ajena en su interior. De este modo, ideas y sentimientos que no
parecen pertenecer al self, son experimentados como parte del mismo. Esta
imagen coloniza al self y trastorna su sentido de identidad y coherencia, por lo que
debe ser proyectada en un intento de restablecer la continuidad de la propia
experiencia.
Las estrategias y técnicas del tratamiento han sido expuestas con detalle por
Bateman y Fonagy (2004) y manualizadas en un texto posterior (2006). Su
extensión impide mayores precisiones al respecto en este lugar.
Hasta el momento han sido utilizadas dos variantes del tratamiento. Una incluye
un programa de hospital de día, de 5 veces por semana y una duración que oscila
entre los 18 y los 24 meses. En el otro el paciente se maneja en forma ambulatoria
y asiste a dos sesiones semanales, una individual y otra grupal, a lo largo de 18
meses.
Como fue dicho más arriba, la mayoría de las madres tienen un mentalizar muy
pobre y su funcionamiento mental transcurre en una modalidad en la que
describen sus propias experiencias y la de los demás en términos de acciones
concretas y propiedades físicas (“Tiene una mala simiente” “Mi madre es una
cerda”). Por lo demás, poseen pocas palabras aptas para denominar sus
experiencias emocionales más básicas. Cuando, por ejemplo, se les pregunta
cómo reaccionaron al enterarse que estaban embarazadas, responden de un
modo difuso y no específico. Son respuestas habituales “loca”, “shockeada” “rara”
que expresan la experiencia de ser sobrepasadas por una fuerte emoción. Tienen
una apreciación escasa de la relación entre pensamientos, sentimientos y
acciones, y tienden a ser impulsivas y poco flexibles en su comprensión de las
cosas.
Por esta razón, para ayudar a cada madre a que comience a identificar sus
sentimientos y necesidades más básicas las profesionales nombran
constantemente dichos sentimientos, en el contexto de conversaciones acerca de
la salud, el cuidado de la casa, la educación, la crianza del niño, etc. que forman lo
esencial del intercambio verbal entre ellas (además de otros relatos que la madre
haga sobre problemas familiares, hechos de su historia, etc.).
Una vez que la madre comienza a identificar sus sentimientos, las profesionales la
ayudan a que los afronte y regule, mediante diversas técnicas (Allen, Fonagy,
Bateman, 2008). En el corazón del modelo se encuentra esta propuesta:
“identificar un sentimiento y entonces desarrollar un medio para contenerlo y
regularlo” (Sadler, Slade, Mayers, 2006, p. 280).
Otra técnica consiste en que las profesionales hablen como si fueran el niño y lo
imiten, lo cual es un modo de hacer patente ante la madre que el niño posee
sentimientos, expectativas, necesidades y deseos, y que éstos pueden ser
detectados y entendidos en la medida en que se esté atenta y se sea receptiva a
los indicios de los mismos.
Se propone como breve en tanto busca que los integrantes de la familia adquieran
o redescubran capacidades que les permitan contenerse mutuamente de un modo
más adecuado y afrontar los problemas que los aquejan en el corto y el largo
plazo. El objetivo del tratamiento no es, por tanto, sólo la resolución de los
problemas identificados sino que consiste en que la familia logre sentir que está en
condiciones de resolver las dificultades por sí misma y que se encuentra mejor
equipada para afrontar los problemas futuros que puedan presentarse.
El terapeuta, por tanto, intenta siempre actuar bajo el supuesto de que toda acción
individual en el interior de la familia es entendible si se puede reconocer con
claridad el sentimiento que la motiva, e intenta transmitir a la familia esta actitud
mentalizante.
A través de una serie de técnicas intenta ayudar a la familia a que tome conciencia
de los sentimientos que experimenta cada uno de sus miembros, de los
pensamientos que están conectados con estos sentimientos, de cómo estos
últimos son comunicados entre los distintos integrantes del grupo familiar. De igual
forma, intenta ayudarlos a ver de qué maneras los malos entendidos o la falta de
comprensión de dichos sentimientos, así como diversas interacciones no
mentalizadas conducen a formas de vincularse que mantienen los problemas
familiares.
Por ese motivo ha sido mi interés mostrar a lo largo de este escrito cuál es la
arquitectura de la mentalización, cuáles son algunas de sus funciones y de
cuántas diversas maneras se puede utilizar en el trabajo clínico.
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