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CONTENIDO La doncella que Hora Robert Swindelis Clairan y Crespian Joan Aiken: Los investigaciores Davie Belbin La nifa de las campanas Tan Strachan La sonrisa quebrada Anthony Masters CUENTOS DE TERROR 1 37 59 89 129 La doncella que llora Robert Swindells Mi nombre es Laura y tengo das hijos. Como a casi todos los nifios, a los mfos les fascinan las. historias y peliculas de fantasmas. Como todos los padres, deseo decirles: “Los fantasmasno exis- ten”, pero no puedo hacerlo, por algo que suce- dié cuando yo tenia nueve afos. Ocurri en la casa de mi abuela, en Londres. Era una enorme casona situada en una avenida ‘sombreada de Arboles, en una zona que habia sido elegante en otra época. La abuela no disponia de foda la casa; era demasiado grande para ella, aunque habia pertenecido a su padre ya su abue- Jo, Vivia en la parte superior que incluia unos Qscuros dticos que nunca se utilizaban; una fa- milia de apellido Jenkinson alquilaba el piso ‘inferior y tenfa el uso del sétano. Me agradaba mucho visitar a mi abuela, porque me mi- maba ¥ porque habia grandes habitaciones para ex- plorar, oscuros pasillos y enormes alacenas en las que podia ocultarme, Se me permitia ir a donde gus- tara, excepto al piso inferior que Hevaba al aparta- ‘mento de los Jenkinson: Casi nunca los veiamos, pues ublizabamos escaleras diferentes, y ellos pasaban mucho tiempo en viajes de negocios. Era una casa marawillosa por muchas razones, pero to mejor era el fantasma y de-eso les hablaré. El fantasma era conocido como la doncella que Hora, porque Llevaba un antiguo uniforme de dence lla, y siempre estaba Morando. Yo nunca lo habia visto, pero crefa en él porque mi abuela lo habia visto miles de veces, y también mi abuelo antes de morir. Mi madre me habia dicho que jamis lo habia visto, aunque crecié en aquetla casa, pero yo nunca le cret. Supongo que pensé que yo me asustarfa si supiera que la casa-de mi abuela estaba hechizada, mas no era asi, Los fantasmas munca hacen dafio; son las otras personas quienes lo hacen. En todo caso, en el otonto, cuando yo tenia nueve aioe, mis padres debieron ausentarse durante algu- nas semanas, y me enviaron a casa de mi abuela, Era la visita més larga que habia hecho, y estaba de va~ caciones, asi que me sentia realmente feliz, No tenia que ir a la escuela, y disponia de tres semanas pare cocudrifiar la casa y buscar a la doncella que Hora, El dia demi llegada le preguntéa la abuelasicreia queen aquella ocasién yo podria ver el fantasma. —gDeseas verlo? —me pregunts, y cuando asentt fon entusiasme, murmuré—, Y zpor qué quieres verlo? —Quiero preguntarle por qué llora —le contesté; 1a abuela movi6 la cabeza, y dijo: —Eres una nifia extrafa, Laura, Animada, inteli- gente, bonita, pero ciertamente extrana. Pasaron dos semanas antes de que viera el fan- tasma. Dos semanas y dos dias, para ser exacta. Tor dos los eifas patruliaba los rellanos oscuros, rondaba las grandes y frias habitaciones, con los mucbles ‘ubiertos de enormes sibanas blancas que hacian que las camas y las mesas parecieran temibles y algo amenazantes. Abria alacenas cuyas puerta ‘chirriaban, y apartaba largas cortinas tras de las cua les parecia que alguien se ocultaba. Lo tinico que no hice fue subir por la estrecha y vieja escalera que levaba al atico. Esta escalera era oscura y de earacol: lag tres habitaciones pequefias que habia en el dtico habian permanecido vacias durante tantos afios que varias generaciones de arafias habfan tejido sus felas cle un lado a otro de la escalera, aunque no sé qué podrian haber atrapado en ellas: hacia demasia- “do frfo para los insectos. En todo caso, no subs por- ‘que no me agradaba la idea de atravesar aquellas telarafias empolvadas y antiguas, algunas de las cua- “es tenfan que haber sido tejidas por araiias muertas -afios antes, ‘Un dia, ala caida de fa tarde, cuando comenzaba “Poscurecer, yo estaba recorriendo el pasillo que le- aba a la escalera del ético cuando of sollozar a al , , guien. Me detuve, contiave el aliento y cocuché; allt estaba, apenas perceptible pero definitivamente real. Permanect absolutamente inmévil; mi coraz6n latia con fuerza, y experimenté una extrana sensacion que me subia por cl cuello y la cabeza. Durante afios habia ansiado encontrar a la doncella que Hora, pero ahora que habia llegado-el momento, estaba atemori- zada. Quizas nunca lo habia crefdo realmente, No to 6. Lo tinico que puedo decir es que permanect escu- chand® allf durante largo’ iempo antes de reunir el valor suficiente para avanzar de puntillas por la pe- numbra cubierta de telarafias. Se encontraba a medio camino, sentada, inclinada, con Ia eabeza entre las manos, como el dibujo de Ce- nicienta' que aparecia en uno de mis libros infanti- es. Ademas de eso, el uniforme blanco y negro que levaba no era como lo que yo habria imaginade ‘enun fantasma. Esperaba que fuese algo transparen- te, etéteo, casi invisible, pero se veia muy real, tan sélido como yo. Incluso pensé que podia ver el efecto de su peso sobre el escalén en que estaba sentada, aun cuando no pudiera haber pesado mucho, incluso en Ia vida real. Esperaba encontrar una mujer adulta, pero la doncella que Mora era débil y pequefia, con muiecas y tobillos como los de un nifio. No podia imaginar como se las habia arregiado con las duras faenas que debian realizar en aquella época las don- cellas: La pobre criatura eran tan frégil y sollozaba de tal manera que la compasi6n venci6 el miedo, y le dije: —2Qué le ccurre, seiiorita? (Puedo ayudarla en algo? "Allhablar, cesaron Jos sollozes; el fantasma levanté Ja vista, y me miré a traves de sus ojos enrojecidos inflamados, No habi6, pero of un débil y ronco sucu- ro en mi mente: —Eres tii. Ta. Por fin. Una débil sonrisa cruzd por él pdlide rostro del fantasma; se levant6, sin hacer ruido. Me invité.a seguirla con un dedo huesude, y luego se volviG y SubiG las escaleras, que no crujieron a su paso. Las telarafias permanecian intactas, y cllas eran la tini Prueba que tenfa de que la joven no estaba viva. La segui, hacieneio erujir las escaleras; fas telara- fas se extendian y se rompian, pero no le dt impor- tancia.a eso. Estaba como en una especie de trance, creo. No sentia temor, s6lo curiesidad. Mientras su- Bia, hice la pregunta que deseaba, pero no con mi vez. Le pregunté mentalment _ lloras? —y la voz que habia oido an- tes me respondié: —Te lo diré. Sigueme. Le habitacién era muy pequena, y no contenia “Tada excepto un deteriorado sofa de piel cle caballo. Hacia frio, y ta tinica luz que habfa entraba por una Slaraboya resquebrajada y grasienta sittiada en el te- do. A través do ella vi el cielo que se oscurecia; “Sabla que el te ya estaba preparado y que la abuela “ME estaba esperando. ry Sin hablar, ef fantasma me indicé que debia to- Se encontraban en secreto y paseaban por el parque. mar asiento. Alli estibamos, la doncella que Hora y yo, Sentadas en un sofé, en tm pequeno atico, a las ‘cuatro y media de una triste tarde de octubre, Yo no experimentaba ningtin temor. Como lo dije antes, creo que me encontraba en una especie de trance, Mien- tras la contemplaba, dirigi6 1a mirada a su regazo, donde tenia las pilidas y delgadas manos juntas, y me disponia a decir que ella me habia contado su historia, pero eso no es verdad. En realidad, no pro- una sola palabra, pero el terrible relato se como si asistiera'a una obra de rnunei desplegaba ante teatro, Era el afio 1914, El nombre de la doncella era Alico, y contaba quince afios de edad. Tenia dos her- manos y tres hermanas, todos menores que ella, que vivian con sus padres en tna lejana aldea. A Alice la habian enviado a trabajar en aquella casa porque st familia era pobre y necesitaba dinero. Llevaba cerca de-un ano alls, y compartia aquella diminuta habita- Gi6n con otra doncella, una joven mayor lamada Sarah. Alice tenfa nostalgia de su hogar, y et trabajo era muy duro, pero Sarah era una buena amiga. y habia también otra persona: Bertie, el muchacho de Ia peseaderfa, que venia los viernes por la manana con el pescado, y se habla prendado de Alice. En algunas ocasiones, cuancio no estaba ocupada en otro lugar, Alice conversaba con 61 durante tno © dos minutos en la puerta dela cocina, y aguardaba ansio- sa.el dia de su salida, el martes por la tarde, cuando En secreto, pues si alguien sorprendia auna doncelta pascancio.con un muchacho, podian despedirla sin recomendaciones, y jamas hallaria otro empleo. Tan- to Bertie como Alice conocian a otras jévenes que se habian visto obligadas a refugiarse en un hospicio o a vivir en la calle por haber perdido su empleo de esta manera. Los patrones de Alice, la familia.a quien pertene- fa la casa, eran de apellido Bertram. Tenian un hijo nico, un apuesto joven de veinte afios llamado James, que prestaba servicio en el efército, y @ menudo se encontraba lejos de casa. Hacia poco habia contraido ‘matrimonio, y su bella esposa, Hamada Laetitia, vivia tambien en 1a casa. Los Bertram eran buenos patro- 'RSs, estrictos pero justos, y la sefiora Alloway, elama de llaves, le habfa dicho a Alice que ella tenia la suerte de haber encontrado aquel empleo. Cuando se sentia triste, Alice recordaba sus palabras. Fue en agosto de aquel afto cuando estall6 Ja Primera Guerra Mundial, y tode cambié. La guerra €8 algo terrible, desde luego, todos lo sabemos, pero 1/1914 causé ura gran conmocién. La estabilidad es Maravillosa, pero se torna monstona, y la gente aco- 8 gustosa todo lo que rompe la rutina ¢ introduce “Glerta variedad en su vida. Dia tras dia, durante el verano, aparecfan en los diarios las atrocidades co- Metidas por los alemanes, y los jovenes se apresura- bana alistarse en el ejército. Banderas de colores rojo, ‘Planco y azul florecian en sucias callejuelas, y el eal A : do aire de verano resonaba con la misica de las ban- das marciales: Fl joven James Bertram — el teniente Bertram — compartia aquel ambiente festivo, y su regimiento se preparaba para embarcarse, aunque sus padres expe- rimentaban sentimientos encontrados. Una cosa es pertenecer a un prestigioso regimiento en tiempos de paz y otra cosa es ver que su hijo se marcha a la guerra, La gente muere en las batallas, y los jovenes oficiales son especialmente vulnerables. Sin embar- go, los Bertram eran patriotas que conacian su deber, y por ella dejaron de lado su ansiedad y se dispusie- ron a despedir a su hijo de la mejor manera posible. Habria tuna fiesta maravillosa, con mas de cien invitados, la vispera del dia’en que el regimiento zarpaba hacia Francia, La semana anterior, todos los sirvientes estuvieron dedicados a limpiar, brunir, asear. Bl jarcinero y su ayudante se ocuparon en arse- glar los prados, Ins flores'y los setos a la perfeccién. Como todos, Alice trabajaba desde ef amanecer hasta bien entrada la noche. Su dia de permiso fue cancela- do, y mientras realizaba sus duras faenas, se consola- ba pensando en los minutos que pasaria con Bertie el viernes. Pero habia algo que no sabia: cuando Hegara el viernes, Bertie también seria un soldado. En aquel momento hubo una pausa, una ruptura ‘en Ia representacién, vision © lo que fuese aquello 14 que yo experimentaba. Se desvanecio 1914 y me en- contré en el dtico, sobre el sofé, contemplando el fré- gil fantasma que se cubria el rostro con las manos y sollozaba suavemente. Parecia como si hubiera trans- currido mucho tiempo, pero la luz era la misma, y no Of ninguna voz que me Uamara, Senti una gran ter- nura-por fa criatura que se encontraba a mi lado, a quien no podia ya Considerar como un “fantasma”’,y me incliné para tocar su hombro, como para decirle: #No estas sola, yo estoy aqui”, Pero cunndo extendé Ja mano, pas6 a través de ella al no encontrar nada tangible en que apoyarse. Fra como si hubiera inten- tadlo tocar el arco iris, Después de un rato, cesaron los sollozos y la ‘oncella prosigui6é con su muda marracién, Casi no pudo ver a Bertie ese viernes. Cuando ‘pasé silbando al lado de 1a casa con su canasto de pescado, Alice-estaba arrodillada frente a Ia chi- _Menea en una remota habitacion, fregando el piso gon grafito. Sabfa que era la hora en qué solfa venir, “ero era-el dia de la fiesta, y la habitacién todavia “ho estaba preparada, Le dolié el corazn, pero no “se atrevié a abandonar su tarea. Se habia resignado “no verlo, cuando entro Sarah de puntillas, son tiendo. —Ya viene —susurré—. Of el silbido y sus botas, €n la grava, como las de los soldados marchande, -ENo deseas verlo? —iOh, Sarak! —exclamo—. Sabes que si, pero... 1s —Entonces apresiirate, tonta, ose habré marcha- do, Yo terminare con esto. {Cudnto corrié! Se escabullé por el rellano, rezan- do para no toparse con el ama de Haves, el mayordo- mo 0 alguien que pudiera detencrla o enviarla a ha cer algo. Vol6 escaleras abajo, y lleg6 a la puerta dela cocina en el momento en que la seftora Edgeley la cefraba sobre el rostro de su novio. Oh, seniora! —exclamo—. vor, sélo un minuto. Lo dijo con una mirada tan ansiosa, y la seora Edgeley era de tan buen corazén, que obtuvo aquel minuto, que habria de ser mucho mas importante de Jo que hubiera creido. —Tengo alge que decirte— dijo él, y ella supo de inmediato de qué se trataba—. Me alisté en el ejérci- to. Salimos por la mafiana hacia Salisbury Plain. —2Por qué lo hiciste, Bertie? —pregunt6 con 14- grimas en los ojos—. Pensé que me amabas. —Oh, si, Lissie, en verdad te amo —Lissie era el apodo que él le habia puesto—, Sélo que necesitan todos Jos hombres disponibles, y todos se marchan. No puedo pasar la guerra como ayudante de la pes- caderia mientras los otros muchachos.. —iMueren? —Combaten. Combate por mi, Lissie. gLe com- prendes, verdad? Ella comprendié. —Encontrémonos —rogé el—. Después del traba- jo. Sélo Dias sabe cuando podremos volver a vernos. nminuto, por fa~ 16 y Ella sacudié la cabera, No lo sé, Bertie. Hay tna gran fiesta esta no- che. Cien invitados. No sé si podré escapar. Has trabajado toda la semana, Lissie. Diles que tu novio se marcha a la guerra y de seguro te permi- tirin salir. —No es tan sen jo. Nisiquiera saben que tengo novio. Lo intentaré; es toda lo que puedo decirte, Nos veremos alls, Lassie. A las siete y cinco, en nuestro Arbol. Lieno de confianza, Seguro. Se despidieron. Un breve adiés. Hasta la noche. Ella se dirigié de inmediato ala sefora Alloway Para Solicitar el permiso. Una hora. Media hora. Por favor. El ama de Iaves, dubitativa, le congullé al ‘mayordomo, quien se lo mencion6 al sefior, y él.a la sefiora, quien dijo que no. “Hoy es un dia especial’, manifest6, preocupada por su hijo. “Es imposible. desde luego”. Su patrona no era una mujer cruel, Su negativa obedecta en parte a que ta joven, Alice, habia estado viendo aun muchacho a escondidas, pero también a que como madre, deseaba que aquella noche todo Fesultara perfecto; poriria sex, Dios no lo quisiera, la liltima fiesta de su hijo, James tuvo entonces su despedida, pero Bertie, no. EY Alice? Realizo sus deberes ce la mejor manera posible y guarcé cus sentimientos para si, ;Qué mas Podtia hacer? Pero no lo olvidé. Es una de esas cosas - i inolvidables, que se quedan en nuestro interior y 9¢ ‘enconan lentamente, hasta infestar incluso el ms dul- ce cardeter. Eso sucedié con Alice, ¥ zoomo llega saber todo esto? No lo sé. Como ya lo dije, el fantasma ne habls, y nunca abandona- mos el sof, Permaneci allf sentada mientras las esce- nas se desarrollaban antes mis ojos y escuchaba las yoces én mi mente. Creia saber lo que habia experi- mentado Alice tantos afios antes, Mientras contem- plaba los acontecimientos de su triste y carta vida, créo que parte de mf se convirtio en Alice, pues me ‘eché a lorar cuando Bertie se marché. Luego hubo una interrupcion. La historia se ha bia detenido, quizaés a causa de mi Ianto, y no se habia reanudado cuando ofa voz de mi abuela. Miré a Alice —Lo siento —susurré—. Debo marcharme ahora —vi la debit sonrisa que habia contemplado antes en a escalera y of su vozi —2Mafiana? —era una pregunta. Asenti. —Manana —prometi. —Dénde has estado? —exelam6 mi abuela cuan- do entré en el salén—. jMira como estas! ‘Me miré en el espejo eolocado encima de ta chi- menea, y vi que mi falda y mi suéter estaban grises de polvo, y tenia un velo de telarafas en el cabello. que habia subido al atico; movi6 la cabeza, y ame envié a Iavarme y mudarme de ropa: 18 Cuando regresé, me dijo: —Pero cqué hacias alld arriba, Laura? ‘Tomé un sorbo de té y la miré: —Hstaba conversando con la doncella que tora respond{—. Se llama Alice, y trabajaba en esta casa. La abuela sontio. —2Werdad? Y zle preguntaste por qué Hora? —st. =Y iqué te respondis? _ Supe, por Ja forma en que me hablaba, que no “me crefa. Pensé que se trataba de un juego, y habia

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