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LA VOLUNTAD DE DIOS (1)

El hombre es una criatura, una obra maestra salida de las


manos de Dios, hecho a su “imagen y semejanza” (Génesis 1,26). Es
un “tú” frente a Dios, capaz de una relación directa con Dios. Si el
hombre no alimenta esta relación carece de algo fundamental. El
hombre se realiza completamente en la medida en que adhiere al
designio de Dios sobre él, conformando su voluntad a la voluntad de
Dios.
Dios cuida del hombre, lo acompaña, lo envuelve y lo coloca en
un jardín de delicias. Con el “no” del hombre a Dios, vino su
distanciamiento, pero la misericordia divina va más allá del juicio y
su justicia.

En el Monte Sinaí, Dios reveló a los hombres, por medio de


Moisés, su propia voluntad sobre ellos, a través de los diez
mandamientos. Dios toma la iniciativa de la salvación del género
humano y pide la observancia de la ley como respuesta. Es el “Sí” del
hombre al “Sí” de Dios. El cumplir la voluntad de Dios, libera al
hombre, lo hace cada vez más ser él mismo. El hacer la voluntad de
Dios es lo mejor que se puede imaginar para la persona humana.

Jesús no vino a abolir la Ley, sino que a darle “cumplimiento”


(Cfr. Mateo 5,17). Él cura en día de sábado... “El sábado ha sido
hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado”. (Marcos
2,27). Jesús no quiere que los mandamientos se reduzcan a actos
externos. Él quiere que sean observados de corazón, como caminos
que llevan a la felicidad plena, “no para ser visto por los hombres”
(Mateo 6,1), sino que sean fruto de nuestro amor personal a Dios.
Jesús es el modelo que debemos seguir y esto significa cumplir la
voluntad del Padre de modo perfecto, así como Él la cumplió.

Así como Jesús fue fiel en todo al Padre, así fue y lo es la vida
de los santos, que consagraron su voluntad realizando siempre la
voluntad de Dios. Todos fueron diferentes unos de otros, pero
idénticos porque todos ellos hicieron la voluntad de Dios.

Chiara Lubich habla de la voluntad de Dios y nos la presenta de


este modo: “Para presentar nuestro Ideal, usábamos siempre el
ejemplo del Sol y sus rayos. Cada uno de nosotros caminaba durante
la vida, en los momentos que se sucedían, sobre un rayo; distinto del
rayo del hermano, pero siempre sobre un rayo de sol, es decir, en la
voluntad de Dios. Todos hacíamos, pues, una sola voluntad, la de
Dios, pero ésta era diversa para cada uno: así cada uno -por la única
voluntad que nos unía entre nosotros, a Jesús y al Padre- se sentía
unido con el hermano, con Jesús y con el Padre.
Era preciso caminar siempre en aquel rayo, ser siempre iluminados
por él, permanecer constantemente en la voluntad de Dios. Y para
conseguirlo, era necesaria a veces la violencia: hacer callar nuestra
voluntad y apropiarnos de la suya, que es además su amor por
nosotros.
De esta manera, en nuestra vida todo cambiaba. Por ejemplo,
las relaciones. Antes íbamos con quien queríamos y amábamos a los
que nos agradaban. Ahora nos acercábamos a todos aquellos que la
voluntad de Dios quería y estábamos con ellos mientras era voluntad
de Dios.
El estar completamente proyectados en la voluntad divina de
aquel momento producía, como consecuencia, el desapego de todas
las cosas, incluso de nuestro yo; desapego que no era buscado,
porque se buscaba a Dios; pero encontrado de hecho, porque donde
había una cosa no podía haber allí otra, y donde estaba la divina
voluntad no podía estar la nuestra. En el momento presente no
podíamos hacer dos cosas, sino una sola: nos esforzábamos, pues, no
tanto para librarnos de nuestra voluntad, cuanto para hacer nuestra
la voluntad de Dios.
Y cuando nos dábamos cuenta de que habíamos transcurrido
algún momento haciendo nuestra voluntad, “fuera del rayo” -
decíamos nosotras-, en las tinieblas y dejando vivir al hombre viejo,
el único modo de restablecernos era ponernos a hacer la voluntad de
Dios de aquel momento porque; dado que no habíamos amado al
Señor en los momentos precedentes, era justo que lo amásemos al
menos ahora.
De esta manera, se iba tejiendo día a día un magnífico bordado.
Los momentos en que se había vivido “fuera del rayo” quedaban
recuperados por la misericordia de Dios: en el revés del bordado
nosotras veíamos muchos nudos, pero esta era sólo la visión humana
de las cosas; convencidas de que la misericordia de Dios llena todo
vacío y remienda cualquier desgarrón, estábamos seguras de que el
bordado por el derecho, es decir, como Dios lo ve, resultaría perfecto.
Y nuestra vida se presentaría en el cielo como una de las maravillosas
historias de un hijo de Dios”.

PERGUNTAS PARA COMPARTIR

1.- ¿Cómo considero que está mi relación con Dios? ¿Qué significa
o que siento al saber que yo soy el tú de Dios?
2.- ¿Es fácil para mí hacer la voluntad de Dios o muchas veces
debo violentarme interiormente, para hacer morir mi propia
voluntad?
3.- ¿Busco amar a todos los que la voluntad de Dios coloca a mi
lado o busco solo de amar a aquellos con quien me siento más
a gusto?

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