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RESUMEN ETICA

l.- ¿Qué es la verdad?


1.- La verdad.
Parménides de Elea: Lo verdadero es lo idéntico a sí mismo, lo inmóvil y
permanente. Lo que no cambia.
Aristóteles: La verdad es afirmar lo que es y negar lo que no es.
Santo Tomás de Aquino: La verdad es la adecuación entre el
entendimiento y las cosas.
Agustín de Hipona: La verdad es el nous (inteligencia) neoplatónico como
el logos (es decir, el discurso) del Nuevo Testamento.
Kant: La verdad como una cuestión trascendental al sujeto humano.
Hegel: Planteaba la idea (sujeto y objeto a la vez) como la portadora
histórica de la verdad.
Marxismo: La verdad es la existencia o el humano mismo.
Martin Heidegger: La verdad es la expresión de un placer puro o real.
Foucault: La verdad es el resultado de una historia, existiendo una relación
de derecho con el concepto de conocimiento que se plantea desde el
conocimiento de esta.

2.- Cuatro teorías acerca de la verdad.


A.- Teoría de la Correspondencia.
Sostienen que la verdad es una propiedad de los enunciados, existiendo
una relación de correspondencia entre el enunciado (lo que se afirma) y el
hecho.
En otras palabras, los pensamientos son coherentes con la realidad.
B.- Teoría de la Semántica.
Decían que la verdad en si es una propiedad del enunciado que se
corresponde con el lenguaje, más que con móviles psicológicos o valores
subjetivos.
Es decir, relaciona la verdad como concepto sólo si existe correspondencia
con el lenguaje habitualmente hablado (un lenguaje objeto)
C.- Teoría de la Coherencia.
Sostiene como verdadero un enunciado o proposición cuando es
compatible con un conjunto coherente de proposiciones o enunciados.
Por lo tanto, un enunciado es verdadero cuando armoniza con el resto de
los enunciados del sistema al que pertenece.
D.- Teoría Pragmática.
Un enunciado será verdadero sólo si es aceptado por todos quienes
tengan información suficiente para sostener lo que se afirma.
Una creencia será verdadera sólo si se muestra útil para quien lo cree.

3.- La búsqueda de la verdad.


Aristóteles decía “todos los hombres desean por naturaleza saber”, por lo
tanto, la búsqueda de la sabiduría, es en definitiva, la búsqueda de la
verdad misma, siendo el conocimiento la experiencia que nos permite
comprender la realidad que nos rodea.
Frases claves:
Oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”
René Descartes: “Pienso, luego existe”
En la vida humana, la visión acerca de la verdad puede oscurecerse por la
ignorancia, el fanatismo o el prejuicio, llevándonos a errores,
desorientados, confusiones y a la toma de decisiones incorrectas. Lo
anterior significa una verdadera crisis de sentido.
Por este motivo, debemos aceptar la verdad como se nos presenta,
aunque no sean verdades cómodas.

4.- La verdad según René Descartes.


Esta visión propone la utilización del Método Científico, lo que él llama
“Geometría Analítica” para alcanzar la verdad. Esto, a través de llegar a
conclusiones verificables a través del uso de la razón.
Descartes desarrolla cuatro pasos que denominó “reglas para dirigir el
espíritu”
- Evidencia;
- Análisis;
- Síntesis;
- Comprobación.
A.- La evidencia.
Descartes planteaba que cada cosa tenía una verdad, la que era absoluta
pero inalcanzable. En nuestro mundo humano por lo tanto sólo podemos
cumplir verdades relativas, lo que explica el carácter evolutivo de la
ciencia, lo que es un fenómeno eminentemente humano, por lo tanto,
susceptible de prueba, ensayo y error.
B.- El análisis.
Analizar implica dividir, desglosar, compartimentar, conforme a las
características intrínsecas de los objetos del universo.
C.- La síntesis.
Luego de dividir y separar los elementos que componen el objeto
estudiado, comprendido la problemática principal, debemos volver a unir
cada una de las piezas relacionando sus similitudes, semejanzas y
composiciones, tal como quien arma un motor para que vuelva a
funcionar luego de detectar una falla.
D.- La comprobación.
La verificabilidad me otorga la seguridad de haber llegado a una
conclusión cierta, clara y comprobable, lo que me da certeza de estar
frente a una verdad científicamente comprobada.

5.- La verdad relativa.


Para los relativistas, lo verdadero y lo falso depende del momento
histórico o cultural que rodea al objeto estudiado.
Como tal, la verdad relativa es refutable, por lo tanto, para lo relativistas,
todo es subjetivo, siendo la verdad una construcción social que se
construye por consensos mayoritarias.
6.- La verdad procesal.
Carnelutti: Es imposible reconstruir la verdad de los hechos tal como
ocurrieron, por lo tanto, lo que hay en un proceso judicial no es la verdad,
sino que la mera fijación material de los hechos. En otras palabras,
también señalaba: “la verdad es como el agua: o es pura o no es verdad”
Ferrer: Distingue dos verdades, una material que se encontraba fuera del
proceso, y otra formal, la que se adquiere probatoriamente dentro del
proceso.
Sin embargo, desde la ética, esto nos puede conducir a un complicado
dilema: no siempre la verdad procesal se ajusta a los hechos ocurridos en
la realidad.
Producto de la insuficiencia probatoria de una de las partes, muchas veces
no se ajustan los resultados del juicio a lo que en la realidad fáctica ha
ocurrido.
Desde esta perspectiva, sobre todo en materia de DD.HH la verdad
también se ha planteado como un Derecho. En este sentido la búsqueda
de la verdad en materia procesal hoy puede expresarse como un
mecanismo de reparación, una garantía de o repetición, así como un
Derecho Fundamental, sobre todo para las victimas de vulneraciones a los
DD.HH.

7.- Derecho a la verdad.


Se reconoce el derecho a conocer la verdad en casos de violaciones a lo
DD.HH, lo que se extiende también como un Derecho de la sociedad toda.
En relación a este punto, encontramos las políticas de memoria histórica,
lo cual es una dimensión extrajudicial, también ha implicado que los
Estados lleven adelante políticas de memoria y reparación.

8.- Posverdad.
Se define como el fenómeno que se produce cuando los hechos objetivos
tienen menos influencia en definir la opinión pública que los que apelan a
la emoción y a las creencias personales.
El filósofo británico A.C Grayling sostiene que este fenómeno se expandió
por el Mundo a partir del 2008, en el contexto de la crisis financiera de
aquel año.
Otro elemento que según el filósofo inglés decantó en la expansión de la
posverdad fue el auge de las redes sociales, que permiten la “viralización”
de contenido, de una forma descontrolada.
La posverdad puede resumirse en una frase profundamente individualista:
“mi opinión vale más que los hechos”

II.- Virtud, libertad y responsabilidad: vida


cotidiana y derecho.
1.- La vida buena: virtudes, vicios y libertad
(Aristóteles)
Es distinta la Buena Vida que la Vida Buena.
Lo primero es una acepción que se refiere a pasarlo “bien”, es decir,
disfrutar los placeres de la vida sin límites ni restricciones.
La vida buena, en cambio, se refiere a un aspecto más profundo del existir
humano, más bien vinculado a la virtud.
El sabio griego Aristóteles en su obra Ética a Nicómaco señala que todos
los seres anhelamos el bien, siendo la felicidad el fin último del hombre, y
que se ordena según la razón.
Por lo tanto, un buen uso de la virtud como camino para alcanzar la
felicidad implica controlar nuestros deseos e impulsos con el uso de la
razón.
La palabra Virtud en el mundo griego se decía Areté (ἀρετή) que significa
“excelencia”.
Para los sabios griegos, la areté es la excelencia en el cultivo de la
elocuencia, cumpliendo a cabalidad nuestro propósito o función como
seres humanos.
Un ser cumple con su función en esta vida cuando alcanza a cumplir de
forma cabal y perfecta la finalidad para la que fue hecho. Esto significa
que ha alcanzado la excelencia o virtud.
La noción de perfección como finalidad humana a través del camino de la
virtud nos recuerda sin duda alguna al pensamiento budista y su noción de
Nirvana.
El Nirvana es el estado de iluminación del ser humano, donde éste se
libera del sufrimiento que significa la existencia mundana, lo que requiere
un vacío de la individualidad.
La virtud está íntimamente ligada a la finalidad de un ser: el humano.
La práctica de la virtud como un noble camino hacia la verdadera felicidad
del ser humano fue seguida no sólo por personajes como Mozart, sino por
muchos pensadores ilustrados de su época.
Los filósofos humanistas Jean-Jacques Rousseau y Denis Diderot defendían
a ultranza estas ideas, distinguiendo claramente lo que es la vida buena de
la buena vida, cuando sostenían que el origen social no necesariamente
coincide con la nobleza del espíritu.
Estas perspectivas sin duda marcaron mucho la obra de W. A. Mozart,
toda vez que muchas de sus óperas -donde destacamos Las Bodas de
Figaro- rescatan la importancia de la virtud en el ser humano más allá de
su origen social.
Habiendo analizado dos ejemplos de la trascendencia de la visión
aristotélica acerca de la virtud a lo largo de la historia, no nos cabe duda
de que ésta sigue y seguirá influyendo a la Humanidad para llevarla a un
correcto de desarrollo, encaminándola por un camino que conduce a los
seres humanos a la felicidad y a la perfectibilidad.
Aristoteles llamaba a este estado final de felicidad Eudaimonia, que se
puede traducir también como “florecimiento”, o “vida buena”.
La Eudaimonía implica el logro de la excelencia, alcanzando las facultades
más elevadas de nuestro espíritu, desarrollándolas en coherencia y
armonía con los anhelos de todo nuestro ser.
Aristóteles sostenía que como seres no somos sólo razón, dando espacio
también a la satisfacción del alma y de las necesidades corporales.
Por este motivo, Aristóteles sostenía que la virtud es un hábito de actuar
según ese justo término medio entre estas dos actitudes extremas: los
defectos y los excesos.
Un actuar virtuoso, por lo tanto, es un actuar equilibrado, lo que se
consigue a través de la voluntad humana de haber adquirido un hábito
equilibrado, un justo medio entre los defectos y los excesos.
El filósofo griego sostenía que este justo medio se cultiva a través de la
práctica de la prudencia o phrónesis, lo que nos aleja de los vicios.
Un comportamiento virtuoso, por lo tanto, es el que se aleja de los vicios y
practica la virtud como un hábito, una constante en su vida.
La vida virtuosa se relaciona con la vida buena, ya que la virtud implica
hacer bien lo que realizamos, pero ese “bien” reviste una profundidad
mucho mayor, ya que implica actuar con prudencia y equilibrio para
alcanzar la excelencia, destacando en lo que realizamos.
Que la virtud implique un hábito significa que, por el uso de nuestra razón
y voluntad -lo que nos distingue del resto de los animales- somos capaces
de controlar nuestras pasiones, emociones y deseos que muchas veces
nos conducen por el camino del vicio.
Por lo tanto, somos capaces de adquirir un hábito virtuoso, inclinando de
manera metódica y ordenada nuestras acciones hacia el bien, para
alcanzar la felicidad verdadera y la perfección.
El uso de nuestra razón y voluntad como humanos es lo que determina la
construcción y adquisición de hábitos en uso de nuestra libertad.
Por este motivo Aristóteles, desde un punto de vista ético, sostiene que
los seres humanos somos directamente responsables de nuestros hábitos
y de nuestro carácter.
Este carácter nos devuelve a la noción de Eudaimonía. Aristóteles utilizaba
esta palabra que en griego significa tener un “espíritu” (Eu) “bueno”
(Daimon).
Esta Eudaimonía, concibiéndola como el logro del mayor bienestar
humano, la felicidad, la vida buena misma, implica por lo tanto algo
mucho más profundo.
En la mitología griega el eudáimon era un espíritu guía de la persona, una
especie de “ángel bueno”, siendo el cacodaímon el “ángel malo”.
Pero más bien, este término hacía referencia a su carácter o esencia como
Ser Humano.
Fue Heráclito quien desarrolló a mayor profundidad el concepto de
Eudaímon como el carácter de la persona, como si fuese su guardián.
El Psicólogo Carl Jung, inspirado en los anteriores planteamientos,
sostenía que no hay un “eudaímon” propiamente tal, sino un espíritu
independiente que vive dentro de cualquier ser humano, que no
necesariamente es bueno y malo de por sí.

2.- Las virtudes cardinales.


Las Virtudes Cardinales son: Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza.
Se denominan Cardinales puesto que son el fundamento de la moral.
Tienen por objeto ordenar nuestras costumbres, agrupándose como un
centro donde se agrupan, moviendo el actuar del ser humano hacia el
buen vivir, situándolo dentro de un eje, su propio equilibrio.
A.- La prudencia.
La prudencia es el arte del buen vivir.
Lo propio del prudente es saber aquello que conviene hacer en cada
circunstancia para elegir y actuar bien en orden a su verdadera felicidad.
Aristóteles señala que la Prudencia es un hábito electivo, que consiste en
un término medio, relativo a cada cual, determinado por la razón y que es
aquel que elegiría el hombre prudente.
Prudencia: Capacidad de discernimiento y buen juzgamiento en cada caso
concreto, determinando el que nuestras acciones sean siempre para el
bien propio y el de los demás.
La prudencia se opone a vicios como la inconsideración, la negligencia, la
torpeza, el fraude o la precipitación.
B.- La justicia.
En este punto, para definir la Justicia, recordaremos al gran Jurisconsulto
Ulpiano, quien nos señalaba que Justicia es “la constante y perpetua
voluntad de dar a cada uno su propio derecho”.
La noción de lo justo se vincula con la de respeto por el derecho ajeno.
Desde aquí, una de las definiciones más aceptadas de justicia es la de
Santo Tomás de Aquino, quien basado en Ulpiano y Aristóteles sostiene
que la Justicia es “el hábito según el cual uno, con constante y perpetua
voluntad, da a cada cual su derecho”.
Ojo con lo que Tomás de Aquino nos señala: La Justicia es un hábito. Lo
anterior implica que la justicia es una repetición constante y uniforme de
hábitos, lo que le da una connotación de virtud, resaltando además esta
noción al señalar el concepto que estamos frente a una voluntad perpetua
y constante, que por lo demás, se encamina hacia un bien común al dar a
cada cual su Derecho.
Es decir, el Derecho es una realidad intrínseca a todo Ser Humano, por el
solo hecho de su existencia. El reconocer este derecho en el otro nos sitúa
precisamente en un plano de igualdad jurídica. Una igualdad “ante los ojos
de la justicia”.
Tomás de Aquino, inspirado en Aristóteles, clasifica la justicia de la
siguiente forma:
a) Justicia General: Se refiere a la Justicia como una Virtud General. Vale
decir, la virtud humana es la que hace bueno al acto humano y bueno al
hombre mismo, y lo que se dice de la Virtud, acertadamente es propio de
la justicia también.
b) Justicia Distributiva: Se refiere a la Justicia en un sentido particular, solo
toca aparte de las virtudes. Se refiere a la justicia en cuanto se refiere a
relaciones con miembros de la sociedad.
c) Justicia Conmutativa: Es la Justicia propia de las relaciones de
intercambio, ya sea voluntarios o forzosos, de bienes y males entre los
miembros de la comunidad.
Los vicios que se oponen a la Justicia son la Injusticia -lógicamente-, la
impiedad, el sacrilegio, el desprecio, las conductas irrespetuosas, la
desobediencia, la ingratitud, la violencia, la denigración, la degradación
humana, la falsedad, el fundamentalismo, entre otros.
C.- La templanza.
Templanza: Hábito operativo bueno que permite al humano usar los
bienes que causan placer según el orden de la razón.
La Templanza por lo tanto no implica dejarse llevar ciegamente por los
instintos y pasiones humanas, sino seguir la necesidad verdadera de la
naturaleza humana, comprendiendo sus aspectos racionales y
sentimentales que le permiten discernir de forma prudente y justa como
acercarse a la felicidad, disfrutando de los gustos y placeres de su ser,
interconectándose con su entorno y la cotidianidad del universo que lo
rodea.
Se vinculan a la Templanza algunos hábitos como la sobriedad, la
abstinencia, la castidad, la modestia, la humildad, la dulzura, la clemencia,
y muchos otros valores que ponían en práctica monjes, religiosos y
ascetas.
Por el contrario, la gula, la embriaguez, la impureza, el egocentrismo, la
cólera, la ira, la disipación, el hedonismo, el libertinaje, entre otros vicios y
excesos, son considerados contrarios a una conducta templada.
D.- La fortaleza.
Fortaleza: Es una virtud moral que ordena nuestros afectos y voluntades
para no desistir ante las adversidades que encontraremos, aun cuando sea
un camino difícil.
Busca superar los temores, devolviendo la audacia para enfrentar los
obstáculos en el camino.
Se oponen a la fortaleza los vicios de la cobardía (por ser un defecto) y la
temeridad (por ser un exceso).
La Fortaleza implica atacar y resistir (dos actos fundamentales del vivir)

3.- La responsabilidad.
Etimológicamente, esta palabra viene del latín responsum, que significa
responder.
Ser responsable implica una cualidad moral donde los individuos imponen
un especial cuidado en su actuar, en atención a sus decisiones
deliberaciones, en un correcto uso de su libertad y razón.
En una sociedad la responsabilidad significa cuidar de si mismo y de los
demás, por lo tanto, el ser responsable es un deber del individuo con su
entorno, nuestra contribución para la consecución del Bien Común.
Ser responsable también implica el asumir las consecuencias positivas o
negativas de nuestro accionar, recibiendo incentivos o reprimendas por
los resultados generados.
Art. 2314 Código Civil: El que ha cometido un delito o cuasidelito que ha
inferido daño a otro, es obligado a la indemnización; sin perjuicio de la
pena que le impongan las leyes por el delito o cuasidelito.

4.- Caracterización de la responsabilidad.


Kelsen nos aporta un concepto jurídico de responsabilidad en su Teoría
Pura del Derecho, señalando que es “la relación del individuo, contra el
cual se dirige la sanción, con el delito que él mismo hubiera cometido o
que un tercero cometiera”.
Bajo este prisma, se vincula la responsabilidad con la sanción y el sujeto
en el que recae.
Hay intrínsecamente una conexión entre el concepto de responsabilidad y
el de obligación, puesto que cuando ésta última se incumple, se aplica el
acto coactivo que es la sanción.
Alf Ross, por otro lado, sostiene que el término responsabilidad tiene dos
connotaciones: “El tener la responsabilidad de”; y “el ser responsable de”.
El primero se vincula con el deber de rendir cuentas ante otros, y el
segundo, que es la responsabilidad estricta, implica el hecho de poder ser
condenado o ser susceptible de padecer imputación de responsabilidad
mediante una condena.
Agustín Squella sostiene que si bien el Derecho no se refiere únicamente a
la conducta externa y la moral a la conducta interna de los individuos, es
evidente que el centro de gravedad de la responsabilidad y de la
reprobación jurídica es antes externo que interno. En la moral, en cambio,
es antes interno que externo.
Podemos concluir que la responsabilidad fundamental de todos los seres
humanos y las instituciones creadas al alero de la civilización humana es
enmarcar y limitar su actuar dentro de los parámetros de los derechos
fundamentales que emanan de la naturaleza humana, siendo el respeto y
aplicación de los Derechos Humanos en todo momento y lugar el deber
fundamental de la Humanidad toda.

5.- Clasificación de la responsabilidad.


A.- Responsabilidad ética.
Se refiere a una concepción social de cómo la humanidad percibe y es
consciente de la responsabilidad, su existencia y condiciones.
Esto implica que exista una respuesta social frente a conductas y hechos, a
través de acciones y omisiones.
Aplicación Práctica: el deterioro del planeta exige un compromiso
personal y colectivo en materia de conservación ecológica. Es una
responsabilidad ética que surge de nuestra propia necesidad de
supervivencia como especie, así como la preservación del Mundo.
B.- Responsabilidad moral.
Se refiere a cómo desde un plano personal damos respuesta a actos y
hechos, por medio de normas morales que permiten una sana convivencia
humana.
Aplicación Práctica: Una persona que se niega a alistarse en el ejército por
sus convicciones religiosas anti-belicistas.
C.- Responsabilidad legal.
Se refiere a la respuesta que damos ante las leyes de un país o normas
internacionales. Es decir, se refiere a una responsabilidad ciudadana o
funcionaria en el caso que detentemos esta última dignidad, puesto que
estamos regidos por un marco legal que debemos respetar y promover.
Aplicación Práctica: La sanción frente a la comisión de un delito o falta; el
que los Estados asuman un compromiso por los DD.HH. por medio de
Tratados Internacionales reconocidos constitucional y legalmente en favor
de la ciudadanía.

6.- Aplicación práctica de la responsabilidad.


El ser responsable manifiesta una actitud del individuo de pertinencia y
respeto hacia el contexto social, histórico y cultural que lo rodea, por lo
tanto, un compromiso ético con la Humanidad y su entorno.
La clave de la responsabilidad está en la respuesta que damos con
nuestros actos, en el respeto por la palabra empeñada y obras realizadas.

7.- El buen ejercicio de la abogacía: virtud y vida


profesional.
Atienza señalaba que la ética (haciéndola sinónimo de lo moral) es
necesaria para definir los conceptos de ser un buen juez, buen fiscal o
buen abogado tal como ocurre con el resto de las profesiones.
Es decir, para ejercer correctamente la profesión es necesario un actuar
conforme a las normas jurídicas vigentes, pero también a las normas
ideales, que son todas las que se sitúan en el universo moral.
Se atribuye al destacado jurista uruguayo Eduardo Juan Couture la
creación de “Los 10 mandamientos del abogado”, siendo mundialmente
conocido por haberlos formulado.
Primer mandamiento: Estudia.
El derecho se transforma constantemente. Si no sigues sus paso, serás
cada día un poco menos abogado.
Segundo mandamiento: Piensa.
El derecho se aprende estudiando, pero se ejerce pensando.
Tercer mandamiento: Trabaja.
La abogacía es una ardua fatiga puesta al servicio de las causas justas.
Cuarto mandamiento: Lucha.
Tu deber es luchar por el derecho, pero el día en que encuentres en
conflicto el derecho con la justicia, lucha por la justicia.
Quinto mandamiento: Sé leal.
Sé leal con tu cliente, al que no debes abandonar hasta que comprendas
que es indigno de ti. Leal para con el adversario, aun cuando él sea desleal
contigo. Leal para con el juez, que ignora los hechos y debe confiar en lo
que tú dices; y que, en cuanto al derecho, alguna que otra vez debe
confiar en el que tú le invocas.
Sexto mandamiento: Tolera.
Tolera la verdad ajena en la misma medida en que quieres que sea
tolerada la tuya.
Séptimo mandamiento: Ten paciencia.
En el derecho, el tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su
colaboración.
Octavo mandamiento: Ten fe.
Ten fe en el derecho, como el mejor instrumento para la convivencia
humana; en la justicia, como destino normal del derecho; en la paz, como
sustitutivo bondadoso de la justicia. Y sobre todo, ten fe en la libertad, sin
la cual no hay derecho, ni justicia ni paz.
Noveno mandamiento: Olvida.
La abogacía es una lucha de pasiones. Si en cada batalla fueras cargando
tu alma de rencor, llegará un día en que la vida será imposible para ti.
Concluido el combate, olvida tan pronto tu victoria como tu derrota.
Décimo mandamiento: Ama tu profesión.
Trata de considerar la abogacía de tal manera, que el día en que tu hijo te
pida consejo sobre su destino, consideres un honor para ti, proponerle
que se haga abogado.
¿Cómo armonizamos la defensa de los intereses de un cliente con el
cumplimiento de los deberes morales que están fuera del campo
profesional? Por ejemplo, no dañar a otro, decir la verdad, etc.
Manuel Atienza señalaba que para solucionar este problema, tenemos las
siguientes alternativas: 1) Negar su existencia; 2) Aceptar que la abogacía
es una profesión intrínsecamente inmoral; 3) Optar por alguno de los
polos de la contraposición (los intereses de mi cliente v/s la moral)
Si optamos por la primera alternativa y negamos el problema nos llevará a
una postura espontánea e ingenua.
Ahora bien, si optamos por la segunda tesis y asumimos que la abogacía es
intrínsecamente inmoral, estamos respondiendo positivamente al
prejuicio que socialmente existe en contra de la profesión.
Finalmente, la tercera alternativa según Atienza, se inclina por la elección
entre dos formas de entender o justificar la ética de los abogados: Optar
por defender los intereses del cliente o las exigencias morales que impone
el ejercicio correcto de la profesión.
Lo anterior puede resumirse en la pugna entre ser un abogado amoral y
un abogado moralista.

III.- Ética jurídica en Chile.


1.- Historia de la ética jurídica en Chile.
La ética profesional en Chile encuentra su inicio (a lo menos desde un
prisma de reconocimiento oficial por el Estado) en el Decreto Ley N°406
de 1925, y posteriormente en su Ley Derogatoria N° 4409 de 1928, está
última conocida como Ley Orgánica del Colegio, en referencia al Colegio
de Abogados de Chile.
De esta manera, el Colegio de Abogados pasa a tomar una posición de
institución paraestatal, ya que el Estado intenta darle un matiz público, sin
desconocer su autonomía.
En 1948 el Consejo General del Colegio de Abogados aprobó un nuevo
Código de Ética Profesional, vigente desde el 01 de enero de 1949. Esto,
toda vez que el artículo 15 de la Ley Orgánica Constitucional del Colegio lo
facultaba por medio del acuerdo de 2/3 de su Consejo General dictar
resoluciones generales relacionadas con el ejercicio de la profesión de
abogado.
Este carácter general implicaba que las normativas del nuevo Código de
1949 fuesen aplicables a todos los abogados autorizados para ejercer la
abogacía en Chile.
Hasta 1973 el control laboral y ético de la profesión de abogado se
mantuvo a cargo del Colegio, lo que era replicado en otras disciplinas, las
que por ley impedían el ejercicio de funciones profesionales sin estar
afiliado a su respectivo colegio.
De esta manera, eran los Colegios Profesionales los que determinaban
quien podía ejercer o no en Chile, restringiendo la actividad profesional a
un juicio ético.
Una vez que la Dictadura Militar asume el poder en Chile, los nuevos
gobernantes se dieron cuenta que solo dos poderes fácticos podrían
desequilibrar al gobierno naciente: Los Colegios Profesionales y los
gremios de camioneros.
Es por este motivo que cuando Chile adopta una economía neoliberal con
el cambio constitucional de 1980, se derogan las restricciones existentes a
la libertad de trabajo y a la libre asociación, entre ellas, se derogó la Ley de
Colegiatura Obligatoria.
Así, el 07 de febrero de 1981 se dicta el Decreto Ley Nº 3621 que reduje el
estatutos y facultades jurídicas de los colegios profesionales, restándoles
de la regulación ética profesional, atribuyéndoles el estatus jurídico de
asociaciones gremiales, aplicándoles explícitamente las normas de ese
tipo de personas jurídicas.
Lo anterior implicó que se restó toda potestad jurisdiccional a los
Tribunales de Disciplina de los Colegios Profesionales, entregando tales
competencia a los Tribunales de Justicia.
Así el Colegio de Abogados pasa a ser el Colegio de Abogados A.G.,
institución que es su sucesor legal. Comienza a regir en 1981 un nuevo
Código de Ética que se adecuó a los nuevos tiempos y criterios.
Siguió velando por las obligaciones ético-profesionales de sus miembros,
pero con una frágil justificación jurídica, sólo para poder ejercer su función
disciplinaria en asuntos que fuesen indispensables y fundados.
Por lo tanto, las sanciones que conforme al Código de Ética Profesional de
1981 se aplicaban, se limitaban solamente a amonestaciones verbales,
censuras escritas, multas, suspensiones y expulsiones del Colegio,
dependiendo de la gravedad de la infracción cometida, además de
publicitarse las sanciones en la Revista del Abogado.
Como vemos, son más bien sanciones éticas y simbólicas, que no generan
ningún realce jurídico real para el infractor frente a las responsabilidades
profesionales.
2.- Los deberes fundamentales del abogado:
respeto por el derecho y por lo humano.
El art. 522 COT contiene en su primer inciso consagra el juramento del
abogado ante la Corte Suprema.
Este juramento, que implica el desempeño leal y honrado de la profesión,
impone de por sí un deber fundamental con la sociedad. No es casual, por
lo tanto, que sea la Corte Suprema, el máximo Tribunal de la República,
representante de un Poder del Estado. quien otorgue la investidura al
postulante una vez que jura.
No debemos olvidar, por lo tanto, que el abogado asume una función y un
compromiso con la Comunidad. Por ello nuestra disciplina, el Derecho, es
una Ciencia Social.
Los abogados tenemos un deber protagónico frente a la protección de los
derechos humanos y libertades fundamentales de las personas, por lo que
toda la ciudadanía cuente con servicios jurídicos prestados por abogados
independientes es una garantía esencial de toda persona.
No nos cabe duda, por lo tanto, que en un plano individual como
asociativo los abogados tienen un compromiso fundamental de protección
ciudadana frente a las injusticias sociales, promoviendo al derecho como
la herramienta más eficaz para la solución de los conflictos, ayudando a las
instituciones estatales a lograr fines de justicia e interés público por medio
de un marco jurídico regulador y articulador de la conducta humana,
asegurando una sana convivencia, respeto y dignidad para todas las
personas.
El compromiso más importante del abogado, por lo tanto, es el de
promover, proteger y asegurar los Derechos Fundamentales esenciales de
la Persona Humana, siendo esto un valor supremo del que el abogado
siempre debe ser garante.

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