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Capítulo 20 Corregido
Capítulo 20 Corregido
¡Caramba! Qué largo fue ese día, y todavía eran las 5:00 p.m. No tanto por la visita de
Jazmín, pues ¿total?, yo la conocía, ya sus gritos para mí eran de protección. Sí, así es,
había que conocerla para saber el origen de sus actuaciones… Ella gritaba a su gente,
incluyéndome, para evitar que Dante, cual chacal, nos ahorcara. Ella era como una
muralla. Aunque para ese momento yo era la salvación de Requena, pensaba que conmigo
no arremetería puesto que él conocía mi capacidad de trabajo, pero me equivoque. Yo creo
que lo que más le disgustó a él fue que me pusiera de parte de Juan Julián, sin que este no
lo notara. Pero aparte de ello, qué difícil era intercambiar mirada con Dante. Eso sería lo
mismo que ser devorado por un psicópata. Si yo coincidía en una mirada con este, mi
reacción era sonreír, pero él apartaba la mirada al instante del afecto. En ocasiones él me
sonreía, pero yo ya adoptaba la mirada de resignación, y sin querer, dejaba sin respuesta
su afable y momentánea mirada. Si por casualidad llegara a preguntarme “cómo están las
cosas”, yo, como costumbre, respondería: “vamos bien, gracias a Dios”, pero él ya tenía el
sepulcro abierto para enterrar mi respuesta y dejar el fantasma de mi ánimo vagando en
su intervención. Una respuesta como: “caramba, será al único que le irá bien, porque yo
estoy perdiendo dinero con estos resultados”.
Ese día los colaboradores salieron de la oficina a las 5:00 p.m., ni un minutos más, como
era costumbre. Se agolparon a su salida en la puerta, como escapando de un terremoto.
Pero los miembros del comité quedaron en pleno juicio… ¡mejor dicho, “sesión”!
Dante liderizaba la mesa del comité, es decir, se hallaba sentado en el puesto que
usualmente usaba Juan Julián, aunque este estaba a su lado, y Jazmín del otro. Le seguía
yo, y a mi lado Valeria, y haciendo círculo cerrado estaban los demás miembros que el
lector conoce.
Dante atacó:
─Así que emitimos una fianza sin garantía ─inició Dante, rompiendo aquel sigilo
obligado ─… Así que jugaron con mi dinero... Mejor dicho, jugaste con mi dinero, Juan
Julián ─enfatizó, girando su rostro a su lado para clavarle un rayo de fuego desde su
mirada al pobre Juan Julián.
─Sí hay garantías ─tartamudeó ─, solo que el expediente estaba mal archivado.
¿Cómo sabía Requena de la existencia del aquel cheque, si solo Juan Julián, en su rango
de vicepresidente, podía darlo a conocer? Este fue el primer sorprendido. Alguien del
comité se adelantó. Valeria clavó su mirada al su libreta de notas.
Juan Julián hizo movimiento brusco con su cabeza ante la sorpresa y nos miró a todos.
¿Cómo era que Requena sabía que era un cheque? ─nos preguntaba con la mirada, y
contestó:
─Sí ─ con la mirada puesta en sus manos, con las que acariciaba la superficie de la
mesa ─, es un cheque, que también es una garantía ─argumentó.
─No ─respondió Juan Julián con sumisión. Este solo esperaba el ataque de ira de
su interlocutor.
─ ¡Por Dios! ─gritó Requena. Esas dos palabras hicieron eco en el salón — ¿Tú
crees que ese cheque tiene fondos, a estas alturas? Uras, uras, uras ─se hacía el eco —
¿Qué imberbe comité es este que ni siquiera sabe cómo actuar ante una situación así?
─continuaba, drenando un odio combinado con arrogancia.
─Creo que podemos hablar sin gritos ─dijo, hojeando el expediente de la discordia
—. Opino yo, por un tema de respeto ─añadió, pero Requena la ignoró.
Ay mi madre… Ahora sí nos fusilaron aquí —dije para mí —… Que no me pregunte, que
no me pregunte, que no me pregunte –repetía yo, como en una oración, pero parecía que
oraba a la inversa.
─ ¿Y tú, Rey? ─me preguntó de forma repentina, pero mi rostro no acudió a su voz.
¿Total?, yo no tenía nada que ver con aquel caso. Sin embargo, puse en sus oídos lo que
yo pensaba era el analgésico a su dolor, la medicina de su ego. Le hice un reconocimiento.
─Sí ─dijo Subero para no quedarse atrás en las soluciones ─. Tengo entendido que
el asegurado tiene un lujoso apartamento valorado en el triple del monto de la fianza
─argumentó, pero casi sonaron los grillos en la soledad de su participación. Nadie lo
miró.
─ ¿Es decir, que tú para poder hacer más negocios y más primas tienen que haber
más metidas de patas como esto de la fianza? —respondió Dante en tono retórico.
─No ─respondí al momento ─, no son esas mis palabras, son tuyas. Digo que un
siniestro se tapa con más primas.
─O sea, que según tú lo que pasó no es importante, y yo viajé desde lejos a discutir
una nimiedad, y todo está bien y normal, ¿no es así? ─dijo con sobrado sarcasmo.
─ Tu malcriadez es una falta de respeto ─dijo Requena con los ojos desorbitados
—. Responde lo que te pregunté ─exigió.
─Guardé silencio. Mis córneas traspasaron sus pupilas, hasta llegar y hablarle a su
pequeño cerebro: “¡Vete a al infierno!”
Yo lo seguía mirando. Según me dijeron después, que en mis ojos se percibía la burla. No
les respondí. Me levanté con una paciencia feligrés y les hablé a todos:
─Con el permiso del comité, me retiro ─dije y caminé hasta la puerta lleno de
señorío. Justo a un paso antes de cruzar el umbral, pude notar que las almas de cada
miembro del comité ya se habían ido. Las imaginé a todas huyendo y tomando un taxi,
puesto que estaban todos pálidos e inmóviles.
Yo lo miré, hice un ademán con la boca de aceptación y crucé el umbral. ─ ¡Que tengan
todos buenas noches! ─ Y me fui, porque la dignidad no tiene negociación.