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La Universidad argentina y el relanzamiento de la Unidad

latinoamericana en el siglo XXI

por Mara Espasande, Ernesto Dufour y Daniela D’Ambra


Centro de Estudios de Integración
Latinoamericana “Manuel Ugarte”- UNLa.

1- América latina, nuestro estar en el mundo


Detrás de toda cultura está siempre el suelo (…) y ese suelo así enunciado, que no es cosa, ni se
toca, pero que pesa, es la única respuesta cuando uno se hace la pregunta por la cultura. Él
simboliza el margen de arraigo que toda cultura debe tener (…) Es por eso que uno pertenece a una
cultura y recurre a ella en los momentos críticos para arraigarse y sentir que está con una parte de su
ser prendido al suelo (…) De ahí el arraigo y, peor que eso, la necesidad de ese arraigo, porque
sino, no tiene sentido la vida. Es la gran paradoja de la cultura.

Rodolfo Kusch, 1976

La conformación de la/s identidad/es es un proceso dinámico que se


desarrolla a lo largo del tiempo. Influyen en la misma, una multiplicidad de factores
que van configurando sentidos de pertenencia colectiva1. Como argentinos/as,
¿cuáles son nuestros sentidos de pertenencia?, ¿a quiénes sentimos parte de
nuestra comunidad y a quiénes ajenos? Son preguntas que no tienen una única
respuesta, ya que nuestra sociedad es diversa. Sin embargo, hay concepciones,
ideas, principios que son hegemónicos, ya que la cultura también se encuentra
atravesada por relaciones de poder.

En este sentido, en términos generales podemos observar que desde nuestra


infancia y luego de nuestro paso por la escuela, la idea que prima sobre "América
Latina" es la de una entidad geográfica distinta -y distante- a nuestra propia
realidad como argentino/as. La asumimos como “algo” vinculado a lo folclórico o
hasta lo turístico, o bien, como un mero ámbito geográfico-locacional. Mayormente,
aparece como una “otredad” ajena y distante. De alguna manera, circula la idea y la
sensación de que “ser argentino” significa “no ser latinoamericano” o que los
argentinos/as somos “los menos latinoamericanos” de la región.

Esta percepción se ha construido paulatinamente a partir de diversas


experiencias que transcurren no sólo dentro de las instituciones educativas, sino
también en los distintos ámbitos -físicos o virtuales/digitales- que habitamos y

1
Grimson, Alejandro (2011). Los límites de la cultura. Crítica de las teorías de la identidad. Buenos
Aires. Siglo XXI Ed.

1
transitamos. Por ejemplo, a través de la repetición constante de frases como
“Argentina, el país más europeo de la región”, o “los argentinos bajamos de los
barcos”, “Argentina, el granero del mundo”, o bien, “la historia argentina comienza
en 1810”.

Pero basta con salir a la calle para darnos cuenta que estos preceptos
difícilmente puedan explicar en profundidad lo que vemos y experimentamos en el
día a día: escuchamos guaraní u otro idioma originario -además de las variantes del
idioma español habladas en otros países latinoamericanos- en el tren, el colectivo,
la sala de espera del hospital o en nuestro barrio; compramos en negocios
atendidos por integrantes de comunidades latinoamericanas; compartimos las aulas,
las calles y las plazas, la vida cotidiana con personas de otros países de la región.
Hasta tenemos, seguramente, familiares nacidos en otros rincones de nuestro
continente... padres, madres, tíos, tías, primos o abuelos o que, tal vez, viven o
viajan frecuentemente allí. La música que escuchamos, también la comida que
consumimos, muchas veces se produce o tiene origen en otros países y culturas de
la región.

De la misma manera, si pensamos en los conocimientos históricos o


geográficos estudiados, ¿cuántos de nosotros sabemos, luego de nuestro paso por
la escuela, que…

…. Buenos Aires fue fundada desde Asunción del Paraguay y no desde España
y que la mayoría de sus primeros habitantes eran guaraníes?

... la letra original del himno nacional nombraba a Potosí, Cochabamba y La


Paz; y qué mencionaba al Inca, autoridad máxima de la zona andina antes de la
llegada de los españoles?

…. Cornelio Saavedra, presidente de la Primera Junta, nació en Potosí –Alto


Perú, hoy Bolivia-; y que Mariano Moreno, junto a otros revolucionarios,
estudiaron en la Universidad de Chuquisaca, también localizada en el actual
territorio boliviano (Sucre)?

... el ejército de Bolívar que venció al poder español en la Batalla de Ayacucho


(última batalla contra el absolutismo realista) era un ejército conformado por
soldados de toda América “antes española” incluidos nuestros Granaderos?

... de acuerdo a estudios recientes de la antropología biológica que analiza


materiales genéticos como el ADN casi el 60 % (con picos del 85% en el norte y
sur del país y un 55% en CABA) de la población argentina posee en distinto
grado componentes genéticos indígenas y un 5% africanos sin que
necesariamente se manifieste en su fisonomía2?
2
Carnese, F. R. (2019). El mestizaje en la Argentina. Indígenas, europeos y africanos. Una mirada
desde la antropología biológica. Buenos Aires: Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras.
Universidad de Buenos Aires. Disponible en:
http://publicaciones.filo.uba.ar/sites/publicaciones.filo.uba.ar/files/El%20mestizaje%20en%20la
%20Argentina_interactivo.pdfhttp://publicaciones.filo.uba.ar/sites/publicaciones.filo.uba.ar/files/El

2
... al momento de las invasiones inglesas los caciques pampas ofrecieron
“20.000 lanzas” a las autoridades virreinales para expulsar a los británicos a
quienes llamaban “los colorados” por el color de sus uniformes?

…. 25.000 bolivianos, además de peruanos, panameños, venezolanos, entre


otros países, se presentaron en las embajadas argentinas para ofrecerse como
voluntarios para participar en la defensa de la soberanía argentina de las Islas
Malvinas en el conflicto de 1982?

…que en la actualidad cerca de 2.000.0000 de residentes en Argentina, casi el


5% de la población, son nacidos en otro país del continente, sin contar a
personas nacionalizadas o hijos o nietos de latinoamericanos?

Se trata de hechos concretos, de nuestro día a día, que son parte de nuestra
realidad aunque sean desconocidos o muchas veces ocultados. Muestran cuánto la
América profunda se encuentra íntimamente ligada a nuestro país: la Argentina no
es una isla respecto del continente del cual surgimos y somos parte.

Entonces podemos preguntarnos: los/as argentinos/as ¿nos sentimos


latinoamericanos/as?, ¿o suramericanos/as, tal como enuncia nuestro himno
nacional? ¿O más bien nos consideramos distintos y ajenos, aunque tengamos una
raíz en común? ¿Por qué suelen aflorar recelos y rivalidades nacionales “de patria
chica” antes que todo aquello que nos une, moviliza e identifica y que remite a la
patria grande?

Tenemos los mismos problemas: pobreza, falta de desarrollo productivo,


primarización de las economías, deuda externa, falta de acceso de buena parte de
nuestros compatriotas a salud, trabajo y educación de calidad. ¿Por qué si nos
atraviesan históricamente las mismas problemáticas nos cuesta alcanzar un modo
de acción conjunta para abordarlos y resolverlos? Problemáticas comunes cuya
resolución efectiva podría abordarse dando respuestas comunes. La formación de
nuestro país no puede entenderse sin la realidad continental. No es posible
comprender la actualidad y proyectar nuestro futuro sin tener en cuenta que los
problemas que nos atraviesan se despliegan a escala latinoamericana.

De la misma manera que los modelos de Universidad de otros períodos


hicieron lo propio con los problemas y las necesidades de su tiempo y lugar, a la
universidad argentina del siglo XXI le cabe un rol fundamental al interior de sus
prácticas de formación, investigación y cooperación. Es fundamental que participen
del cada vez más necesario relanzamiento de un sentido de pertenencia común
latinoamericano, que no se encuentra en contraposición con las identidades
nacionales existentes, sino en continuidad o amalgama.

Es por ello que consideramos necesario “redescubrir” América Latina desde


nuevas coordenadas no solo geográficas, históricas o culturales, sino también

%20mestizaje%20en%20la%20Argentina_interactivo.pdf

3
personales y vitales. Proponemos repensar a la región como algo más que un
concepto, definición o referencia cartográfica. Nuestro continente no es solo la suma
de una treintena de países o “retazos” aislados que se excluyen entre sí. Pensamos
América Latina y el Caribe como una unidad en la diversidad. Nuestra región antes
que un lugar es un entrelugar que nos permite estar y, por lo tanto, movernos,
respirar, hacer, vivir, en definitiva, ser. Como diría el pensador Rodolfo Kusch 3, se
trata de nuestro estar-siendo en el tiempo y lugar que nos toca vivir dentro de un
mundo cada vez más convulsionado.

2. América Latina, de la unidad a la fragmentación

De las armas a la diplomacia, de la diplomacia a la literatura, la idea bolivariana en un siglo no había


hecho otra cosa que retroceder. Pues la "balcanización" no sólo había quebrado los antiguos
vínculos y forjado la imponente ficción de los nuevos Estados, sino que Europa atraía con su poder
magnético a los mejores espíritus de la Nación Latinoamericana y los alejaba de sus patrias chicas.

Jorge Abelardo Ramos, 1968

Si toda historia es historia contemporánea, como diría Benedetto Croce, de la


misma manera que no hay historia, sin espacio, si buscamos reflexionar sobre
nuestra identidad, sobre nuestros orígenes y los espacios que habitamos resulta
necesario bucear en lo que aconteció antes de nuestra propia existencia.

En torno a la pregunta de los orígenes frecuentemente suele aparecer en los


libros y clases de historia el interrogante sobre cuándo nace la “patria”. Pero, ¿de
qué patria hablamos?, ¿de la patria argentina?

Luego de las independencias, a inicios del siglo XIX, existieron grupos que
proponían mantener la unidad de la América que antes era española. El 9 de julio de
1816 se declaró la independencia de las “Provincias Unidas de Sud América” (y no
de la Argentina como solemos celebrar en los actos patrios). Expresamos allí
nuestra voluntad de constituir una nueva nación que incluyera los pueblos de toda
América. Durante las guerras de la independencia, los/as libertadores/as lucharon
por la construcción de una gran entidad política que agrupara a la mayor cantidad
de lo que hoy son los países latinoamericanos que surgieron como desenlace de
esas prolongadas guerras civiles. Manuel Belgrano propuso una Monarquía Inca
con capital en Cuzco para América del Sur, ante la necesidad de alcanzar un poder
unificador capaz de revertir las tendencias a la fragmentación. Recibió el apoyo, por
ejemplo, de Martín Miguel de Güemes y José de San Martín. Simón Bolívar impulsó
la creación de los “Estados Unidos del Sur” que abarcaba de México hasta Tierra
del Fuego, con capital en Panamá. José Gervasio Artigas estaba convencido de que
era posible que las antiguas colonias españolas se reunieran en una gran
Confederación.

3
Kusch, R. (1976). Geocultura del hombre americano. Buenos Aires: Fernando García Cambeiro.

4
Pero, ¿cuándo nos alejamos del anhelo de la conformación de un Estado
continental, como lo denominó el pensador Alberto Methol Ferré? Fue un lento y
complejo proceso que se desplegó a lo largo de más de 70 años de cruentas
guerras civiles, guerra entre americanos/as que se desarrollaron entre 1820 y 1880
y que concluyeron con el establecimiento de las fronteras actuales. A este proceso,
el historiador Jorge Abelardo Ramos lo llamó “balcanización” (1968), en referencia
al proceso de fragmentación de la península europea llamada los Balcanes y
plagada de conflictos étnicos y políticos. Manuel Ugarte, un gran pensador argentino
del siglo XX, también estudió este proceso y lo denominó “desmembramiento”.
Sostuvo que el mismo fue requisito necesario para la instauración del orden
semicolonial, una novedosa forma de dominación que no implicaba la ocupación
territorial, sino que se encontraba sostenido por nuevos dispositivos de expropiación
de la riqueza. Inglaterra en América del Sur -y Estados Unidos 4 en América Central
y el Caribe- emergieron como las nuevas potencias industriales neocoloniales en
búsqueda de mercados de consumo y apropiación de materias primas. Fue así,
como el fracaso de la unidad vino acompañada de la imposición de una nueva clase
dominante: las oligarquías agro-minero-exportadoras.

En síntesis, se enfrentaron quienes pugnaron por la unidad regional contra


otros grupos compuestos mayormente por terratenientes, dueños de minas y
comerciantes ligados a Gran Bretaña, la nueva potencia emergente. Estos grupos
con base en los puertos (Buenos Aires, Montevideo, Valparaíso, El Callao,
Guayaquil, entre otros) impulsaron, en función de sus intereses, la fragmentación
del vastísimo conjunto territorial unido por casi tres siglos cuya extensión
cohesionada abarcaba desde México hasta la Patagonia.

4
En el diario El País, con tan sólo 26 años, Manuel Ugarte en 1901, escribió: “… Somos débiles y
sólo podemos mantenernos apoyándonos los unos sobre los otros. La única defensa de los quince
gemelos contra la rapacidad es la solidaridad (…) Hasta los espíritus más elevados que no atribuyen
gran importancia a las fronteras y sueñan con una completa reconciliación de los hombres, deben
tender a combatir en la América Latina la influencia creciente de la América sajona” (Ugarte, El
peligro yanqui, 1901, Diario El País).

5
Fuente: Jaramillo, A. (dir). (2016). Atlas Histórico de América Latina y el Caribe. Aportes para la
descolonización cultural y pedagógica. Lanús: Edunla. Tomo 1, pp.. 338-339.

Junto a los nuevos Estados fue necesario crear nuevas “identidades nacionales” -la
“argentinidad”, la “bolivianidad”, la “chilenidad”, etc.- hasta entonces inexistentes. Al
momento de las independencias, a comienzos del siglo XIX, existía una doble
pertenencia. Por un lado el arraigo a la tierra, al lugar donde se vivía; y por otro, a la
“patria americana” por la que lucharon San Martín, Bolívar y tantos otros, resultado
de más de tres siglos de historia común. En la construcción de las nuevas
identidades nacionales, el sistema educativo en general -y la enseñanza de la
historia y la geografía, en particular- ocuparon un lugar central.

Se construyó así una “historia oficial” –de cuño liberal-, con una colección
de próceres, fechas, batallas y eventos históricos -hoy representados en calles y
plazas- que nada tenían que ver con los otros pueblos americanos. Como si la
Argentina hubiese surgido a la historia como una “entidad autoengendrada” a partir
de los idearios europeos primero -y de EEUU después-. Esta mirada se llevó
adelante negando el legado hispánico, indígena, criollo, gaucho, negro, mestizo que
había confluido durante más de tres siglos de colonización ibérica en América.
Primó la idea de que “todo lo americano era bárbaro, todo lo europeo civilizado”, tal
como sintetizaría Arturo Jauretche5.

De la misma manera, la “geografía oficial” explicó la formación de nuestros


países centrados en sí mismos casi sin ningún vínculo con los países de alrededor.
La Argentina se nos presentó como un "producto de la naturaleza" y no como el
desenlace de las luchas de poder entre sujetos históricos concretos, dotados cada

5
Jauretche, A. (1968). Manual de Zonceras argentinas. Buenos Aires: Ed. Peña Lillo.

6
uno de intereses, necesidades y cosmovisiones. Lo que aquella visión tradicional de
la historia y la geografía nos oculta es una serie de acontecimientos políticos,
hechos históricos, prácticas culturales y procesos territoriales sumamente relevantes
para comprender nuestra formación como país -y por lo tanto de nuestra comunidad
nacional– estrechamente vinculados a la realidad americana. Por ejemplo, cuando
San Martín y Bolívar encabezaron las luchas por la independencia no peleaban sólo
por “Argentina” y “Venezuela” que no existían como tales, sino por la “Patria
americana” tal como consta en las actas, cartas y proclamas de la época. Ambos se
dieron cuenta que la única manera de vencer a los realistas en América era llevar su
lucha a escala continental, combatiéndolos allí donde se concentraba el poder
español que le restaba en América: en Lima (Perú).

Se trata de un vasto y fecundo legado histórico, cultural y espiritual que


explica nuestra raíz civilizatoria, nuestro singular ethos cultural latinoamericano
condensado en la magistral frase de Manuel Ugarte: “Somos indios, somos
españoles, somos latinos, somos negros, pero somos lo que somos. No queremos
ser otra cosa”6.

A lo largo de la historia, esta identidad y diversidad cultural, esta herencia fue


negada por la construcción del “otro/a” americano/a como “inferior” y “salvaje”:
fueron los gauchos “vagos y mal entretenidos” en el siglo XIX, “chusma”; “cabecitas
negras” y “grasas” a mediados del siglo XX; “negro/a villero/a o “cabeza”, “paragua”,
“bolita”, “chilote” en la segunda parte del siglo XX y XXI. Expresiones presentes en
nuestra vida cotidiana signadas por el racismo y la discriminación donde la
incomprensión del otro/a americano es su común denominador. Estas creencias,
ideas, (dis)valores, impiden que nos sintamos parte de esta patria grande que es
América Latina.

Este proceso, denominado por Arturo Jauretche “colonización pedagógica”,


fue denunciado en forma temprana por el ya citado Manuel Ugarte, que a principios
del siglo XX junto a otros integrantes de la llamada Generación del 900 7, estudió al
imperialismo y reflexionó sobre las raíces culturales e históricas de la región
afirmando que “la nación” en nuestro continente no eran las identidades construidas
en la segunda mitad del siglo XIX, sino la “América Latina”. Retomando el ideario
sanmartiniano y bolivariano sostuvo hasta el final de su vida la necesidad de
reconstruir la Patria Grande, nombre que Ugarte acuñó para denominar a la región.

6
Ugarte, Manuel, Discurso en Asociación de estudiantes de Caracas, Venezuela, 13-10-1912, AGN,
citado en Galasso, N. (1973). Manuel Ugarte. Buenos Aires, Ed. EUDEBA. Tomo 1. p. 217.
7
Se trata de hombres nacidos entre 1874 y 1882 –llamados la “Generación del 900”- comenzaron a
estudiar la historia y a rescatar los fundamentos que permitían ver a América Latina como una
unidad: la herencia hispánica, el idioma en común, la cultura compartida y el sometimiento
semicolonial a la cual había sido sentenciada constituían las bases materiales de dicha unión. Amado
Nervo (mexicano), Rubén Darío (nicaragüense), Chocano (Perú), Vargas Vila (colombiano), Gómez
Carrillo (guatemalteco), José Ingenieros, Manuel Ugarte (argentino), Rufino Blanco Fombona
(venezolano) fueron algunos de los hombres de letras que debatieron e intercambiaron reflexiones en
torno a América Latina.

7
Este pensador, por otro lado, consideraba que la tarea inconclusa de la
unidad había impedido el ejercicio de la plena soberanía. Sostenía: “Todo nuestro
esfuerzo tiene que tender a suscitar una nacionalidad completa y a rehacer en
cierto modo, respetando todas las autonomías, el inmenso imperio que España y
Portugal fundaron en el Nuevo Mundo”8. En síntesis, sin unidad continental, América
estaba destinada a seguir siendo dominada económica y culturalmente por otros.

3. La constante búsqueda de la unidad continental

Hemos vivido de reflejo durante muchos años y es hora de que saquemos de nuestra entraña una
doctrina, una concepción continental que responda, no a la quimera de lo que imaginamos ser, sino a
la realidad de lo que somos. Sólo se llega al porvenir pasando por el presente, y no basta tener los
ojos fijos en el sol: es necesario mirar las piedras donde posamos el pie.

Manuel Ugarte, 1911

El ideario unionista de principios del siglo XX tuvo fuerte influencia en


diferentes momentos históricos, en particular en los movimientos políticos
nacionales, populares y democráticos del continente. En primer lugar, en la juventud
universitaria de principios del siglo XX, donde el discurso antiimperialista,
anticolonial y americanista caló hondo en quienes protagonizaron la Reforma
Universitaria9 aquí y en otros países de América Latina: “La juventud argentina de
Córdoba a los hombres libres de Sud América” enunciaba el Manifiesto Liminar de
1918 presentado en Córdoba. El emblemático documento finalizaba con un
llamamiento a las juventudes americanas para sumarse a la lucha iniciada en
aquella Casa de estudios que, aún entrado el siglo XX, conservaba rasgos
eclesiásticos y monásticos.

Por otro lado, el ideal de unidad continental asumido como bandera de lucha
estudiantil estuvo presente también en los principales movimientos nacionales y
populares surgidos en el siglo XX en Argentina: el Yrigoyenismo y el Peronismo.
El presidente Juan Domingo Perón, por citar sólo otro ejemplo, convocó a los
movimientos estudiantiles de la región a trabajar por la unidad latinoamericana 10. En
un discurso dado en abril de 1954, en el Teatro Cervantes de Buenos Aires, ante

8
Ugarte, M. (1911). El porvenir de América Latina. Valencia: Ed. Sampere. pp. 153-154.
9
Esto explica por qué el 11 de mayo de 1918 en el acto de la fundación de la Federación
Universitaria Argentina (FUA), Manuel Ugarte fue el único orador no estudiantil.
10
El proyecto de creación del ABC -unidad de Argentina, Brasil, Chile- propuesto por Juan Domingo
Perón se enmarcó en la búsqueda de una estrategia que permitiera superar las dificultades
económicas propias de la posguerra y del enfrentamiento argentino con los Estados Unidos. La
ampliación del mercado de consumo, el aumento del comercio intrarregional y la cooperación
económica fueron algunos de los objetivos buscados por la política integracionista planteada por el
Gobierno peronista. Fue concebido también como una alianza estratégica en el plano de la defensa
militar. También impulsó la unidad continental a través de su apoyo a la ATLAS (Agrupación de
Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas), una propuesta en el plano sindical que promovió la
política integracionista a partir de la creación de una Central Obrera Latinoamericana, proyecto
iniciado en 1952 e interrumpido luego del golpe de Estado de 1955.

8
comitivas de estudiantes latinoamericanos dijo: “… Entonces, señores, yo
preguntaría, desde el punto de vista político internacional, ¿qué estamos esperando
para realizar lo que hace más de cien años ya nos estaban indicando San Martín y
Bolívar? (…) Yo no creo que esta unión pueda seguirse haciendo con banquetes de
cancillería o con discursos. Esto se hace primero en los corazones, en la convicción
y la decisión de los pueblos (...). Y es ambiente propicio, éste de jóvenes de todas
partes de América…”11 (Perón, 1954).

En los años cincuenta y sesenta, los caminos de la integración


latinoamericana tomaron otros rumbos a la luz de la realidad mundial signada por la
denominada Guerra Fría. Derrocados los gobiernos de cuño popular y nacional
hubo una notable transformación del sentido de unidad latinoamericana.

Luego de la segunda guerra mundial, las relaciones de poder sufrieron


profundas transformaciones. Las superpotencias ganadoras, EEUU (capitalista) y la
URSS (comunista), comenzaron a dividirse áreas de influencia en las periferias del
mundo sin colisionar de manera directa entre ellas 12. En este marco, se crearon las
Naciones Unidas (ONU), organismo internacional destinado a evitar conflictos
futuros y a mantener un equilibrio funcional a esta nueva reorganización de fuerzas.
La ONU proponía como horizonte la necesidad de alcanzar un desarrollo de
carácter integral y la promoción de los derechos humanos y sociales en los llamados
“países subdesarrollados”, entre los cuales se encontraba nuestra región. Sin
embargo, este “desarrollo” se pensaba manteniendo la posición subordinada de
nuestros países, ya que las decisiones más importantes las definirían los países
centrales.

En este marco, se creó la Comisión Económica para América Latina (CEPAL)


donde confluyeron un importante grupo de intelectuales 13 que estudiaban las
relaciones del centro y las periferias con base en la “Teoría del Deterioro de los
términos del intercambio”, elaborada por Raúl Presbich. Este intelectual entendió
que existía una gran diferencia entre las economías basadas en la exportación de
productos primarios (agricultura, ganadería, minería) con las economías
industrializadas. Explicaba que, entre los países dedicados a la primera actividad -
llamados periféricos- y la segunda -centrales- se establecía un intercambio desigual:
cada vez se necesitaban mayor cantidad de productos primarios para comprar los
mismos bienes industriales. De ahí, la necesidad de ampliar los mercados
nacionales para generar las condiciones para la industrialización en las economías
11
Chávez, F. (comp.). (1984). Tercera Posición y Unidad Latinoamericana. pp. 14-15. Disponible en
http://www.labaldrich.com.ar/wp-content/uploads/2013/03/Escritos-sobre-Tercera-posici%C3%B3n-y-
Unidad-Latinoamericana-de-Juan-Domingo-Per%C3%B3n.pdf.
12
En el campo occidental -EEUU y sus aliados europeos más Japón, Australia, Canadá y Nueva
Zelanda- se crean un conjunto de instituciones con el fin de establecer las reglas de comportamiento
de las naciones dentro de un determinado orden de intereses establecidos por el sistema capitalista.
El Banco Mundial, el FMI principalmente, en lo que respecta a lo económico-financiero fueron
instituciones que actuaron acordes con dicho fin.
13
Formados en Economía y Sociología se destacan Raúl Presbish, Fernando Henrique Cardoso,
Celso Furtado, Felipe Herrera, entre otros.

9
latinoamericanas. Para esto se propuso realizar uniones arancelarias (es decir, el
no cobro de aranceles entre los productos de los estados miembros de instituciones
regionales) que permitieran aumentar el comercio intrarregional, con el objetivo de
integrar nuestras cadenas industriales. Pero estas uniones (que recibieron diversos
nombres tales como ALALC, CAN, ALADI) generaron un moderado aumento de los
intercambios comerciales, mas no una integración efectiva y los distintos intentos
quedaron a medio camino.

Con el advenimiento de las democracias en América del Sur, en la década de


1980, se inauguró una etapa donde se desarrollaron nuevos procesos de
integración regional, pero nuevamente de carácter económico y comercial. En 1991,
se creó mediante la firma del tratado de Asunción, el Mercado Común del Sur
(MERCOSUR) que, pese a los intentos de avanzar en objetivos más amplios en
materia de cultura, educación y conformación de una ciudadanía regional, estuvo
signada por la lógica neoliberal y comercialista propia de la etapa denominada
globalización, inaugurada luego de la caída de la URSS y el fin de la Guerra Fría14.

Entrado el nuevo siglo, un conjunto de gobiernos de la región asumieron el


legado sanmartiniano, bolivariano y ugarteano e impulsaron nuevas y renovadas
formas de integración. A diferencia del periodo anterior, los gobiernos plasmaron en
un discurso común la necesidad de profundizar el proceso de integración
incorporando las dimensiones social, productiva, cultural y educativa. El rechazo al
ALCA15 en la cumbre de presidentes latinoamericanos en Mar del Plata en
noviembre del 2005 marcó un punto de inflexión hacia una integración
cualitativamente diferente16.

En el plano institucional en el MERCOSUR hubo avances significativos. Se


promovieron nuevas agencias, programas e instancias institucionales con el fin de
encarar los objetivos planteados. No solo se revitalizó este organismo, sino que más
tarde nacieron nuevas organizaciones con profundo arraigo en aquella tradición: la
Unión de Naciones del Sur (UNASUR) y la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC)17.
14
Al momento del inicio de la llamada Globalización el MERCOSUR se conformó en el marco del
Consenso de Washington que impulsaba la apertura indiscriminada del comercio exterior de todas
las economías en un “único mercado global”.
15
Proyecto norteamericano de crear un área de libre comercio en toda américa, incluyendo Canadá y
EEUU, de Alaska a Tierra del Fuego.
16
Se llevaron a cabo iniciativas tales como la propuesta de creación del parlamento, la
implementación del Fondo para la Convergencia Estructural del Mercosur (FOCEM)-, la creación del
Instituto Social del Mercosur, el programa Somos MERCOSUR, la profundización del SEM (Sector
Educativo del MERCOSUR), la formalización de cumbres sociales y el intento de conformar una
ciudadanía regional se plasmaron a nivel institucional el cambio de rumbo político del Mercosur.
17
En 2011 la búsqueda de unidad se profundizó con la creación de la Unión de Naciones del Sur
(UNASUR) en la cual se conformó el Consejo Suramericano de Educación, Cultura, Ciencia,
Tecnología e Innovación (COSECCTI) devenido en el Consejo Suramericano de Educación (CSE);
se crearon asimismo, una Red de Instituciones de becas de la UNASUR y los programas e iniciativas
de Movilidad académica regional y desarrollo de investigaciones implementados. Estas acciones se
sistematizaron dentro del Plan estratégico quinquenal (2013-2017) donde se enunciaban como

10
En el acta constitutiva de la UNASUR se sintetizan tal vez, el espíritu de
aquel proyecto compartido. Puede leerse en el documento suscripto por los Estados
miembro en 2008: “…construir una identidad y ciudadanía suramericanas y
desarrollar un espacio regional integrado en lo político, económico, social, cultural,
ambiental, energético y de infraestructura, para contribuir al fortalecimiento de la
unidad de América Latina y el Caribe…” (Tratado Constitutivo de la UNASUR,
2008).

Sin embargo, en la segunda década del siglo XXI los organismos de


integración regional fueron fuertemente debilitados –llegándose inclusive a
prácticamente a su disolución como en el caso de la UNASUR- y la integración
educativa se abandonó como un horizonte posible, dando cuenta de la falta de
arraigo de esos proyectos integracionistas en los pueblos de la región. ¿Será que el
conjunto de siglas correspondientes a los diferentes espacios poco y nada significan
para millones de ciudadano/as latinoamericano/as de a pie? O tal vez una larga
historia de proyectos políticos que combatieron la integración regional nos alejó de
los ideales de unidad. Hoy nos encontramos con el desafío de pensar en lo que
resta por hacer para alcanzar la “integración de los pueblos” y la construcción de
nuevos sentidos de pertenencia compartidos dentro de su rica diversidad cultural.

Frente a esta tarea pendiente la Universidad Latinoamericana no puede -y no


debe- mantenerse al margen: ¿cuánto estudiamos de lo que ocurre en el resto de la
región?, ¿cuántos autores y autoras de otros países latinoamericanos se leen?,
¿cuánto le resta por hacer en términos de repensar nuestra historia y geografía en
perspectiva regional?, ¿cuán integradas están nuestras universidades, planes de
estudio, agendas de investigación?, ¿cuántas más redes de intercambio y movilidad
de profesores, estudiantes y trabajadores no-docentes pueden generar?, ¿cuánto
puede aportar en el conocimiento del inmenso patrimonio cultural de nuestra región?
En este proceso de conocernos, de redescubrirnos en el estar-siendo americano, de
desandar ideas preconcebidas en un mundo en incesante y dramática
reconfiguración, las juventudes y las universidades tenemos mucho para aportar en
esta tarea histórica -todavía- inconclusa.

3. Universidad para la integración

La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas


a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia
es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria.

José Martí, 1891

objetivos: la integración regional, la defensa de los Derechos humanos, la equidad e inclusión social,
la equidad de género, la intraculturalidad e interculturalidad; la participación ciudadana y la
conciencia ecológica y sustentabilidad.

11
“Preparar y formar a los jóvenes para que sean protagonistas y decisores aquí y ahora y no sólo
analistas e intérpretes de la realidad y sus cambios, es el desafío que encaramos (…) para producir
conocimientos que permitan evaluar, planificar, decidir e intervenir en la construcción social de una
sociedad alternativa, invitando a nuestros ciudadanos y ciudadanas a comprometer su acción
individual con la acción colectiva de construir una sociedad mejor en una comunidad histórica
particular en nuestra Argentina y nuestra América latina”.

Ana Jaramillo, 2008

Como se ha mencionado, una de las mayores dificultades para avanzar en el


camino de la unidad continental radica en la tarea pendiente de la construcción de
un sentimiento de pertenencia a la Patria Grande. Si no conocemos nuestra región,
¿cómo sentirnos latinoamericanos y latinoamericanas? Resulta indispensable
encarar una reforma educativa que permita construir herramientas para que todos
los/as latinoamericanos y latinoamericanas conozcamos nuestras raíces históricas
que nos permitan pensar nuestros problemas “desde acá” en palabras de Arturo
Jauretche o “desde el suelo que pisamos”, en palabras del ya citado Ugarte.
El pensador “argentino oriental”, tal como le gustaba autodenominarse, nacido
en Uruguay, Alberto Methol Ferré, cuando se creó el MERCOSUR estudió con
esmero qué acciones concretas podían realizar las universidades y las
juventudes universitarias en pos de la integración regional. “… Las propuestas
son sencillas y a la vez ambiciosas”18, dijo en una de sus habituales y fecundas
conferencias.
Por un lado, propuso una reforma curricular que incorporara en los sistemas
educativos de la región en forma obligatoria Historia Latinoamericana
contemporánea y, también, el dictado de Seminarios específicos donde se
abordaran aspectos económicos, políticos, urbanísticos, culturales, religiosos, etc.
de América Latina y el Caribe.
En segundo lugar, sostuvo que los organismos regionales –tales como el
MERCOSUR, pero hoy podría ampliarse al necesario relanzamiento de la UNASUR
y la CELAC- debían promover un sistema de intercambio estudiantil permanente
con el objeto de que los/as jóvenes puedan realizar parte de sus carreras en otros
países latinoamericanos y conocer la forma de vida de los distintos pueblos
latinoamericanos.
Por último, instó a los Estados a acompañar y colaborar con la realización de
Congresos de estudiantes de toda América Latina, pero dándoles libertad política
para elegir qué temas tratar y qué posturas políticas adoptar.

18
Methol Ferré, A. (2002). Cuaderno N° 23. Juventud Universitaria y Mercosur. Montevideo:
Fundación Vivian Trías. Disponible en: http://fundacionviviantrias.org/sites/default/files/Cuaderno-
23.pdf

12
Al planteo de este autor, podemos sumarle la necesidad de revisar el
conjunto de los contenidos en las distintas carreras universitarias para incorporar en
cada una de ellas la perspectiva latinoamericana. En la misma línea, es posible
imaginar una política cultural para la integración de vasto alcance que atraviese
transversalmente todas las áreas del Estado desde una mirada regional.
Además de la formación de grado, en la Universidad se llevan adelante otras
funciones tales como la investigación y la cooperación con la comunidad. En este
campo también se debe construir una agenda acorde a los problemas de la región.
En palabras de Rodolfo Puiggrós: “Una universidad popular es la que mira hacia
adentro del país y hacia Latinoamérica, no hacia modelos extranjeros, ya sean
ingleses, franceses o rusos…” (1973).

En síntesis, es urgente contar con una universidad que enseñe sobre


América Latina, pero también desde y para América Latina a través de
categorías, teorías e instrumentos propios creados a partir de los problemas
concretos que nos atraviesan y cuya resolución reclama la conciencia de pertenecer
a una región de mayor alcance que nuestras fronteras. Porque -entre otras razones-
ese es el ámbito decisivo en el que se despliegan los problemas y también las
acciones para resolverlos.

Para esto, la Universidad debe, primero, transitar por las sendas de la


descolonización cultural. Al decir de Ana Jaramillo es necesario impulsar “un
modelo de sustitución de ideas”19 tanto en el terreno historiográfico como en el
pedagógico y en cada uno de los campos de estudios. Debemos sumergirnos en el
conocimiento de las realidades inmediatas, local, nacional, regional–latinoamericana
y mundial para pensar “latinoamericanamente” el conjunto de nuestras prácticas
profesionales específicas.

Solo abriéndoles las puertas a este modo de ver el mundo y contando con
una Universidad descolonizada –y descolonizante- se podrá avanzar hacia la
construcción de una ciudadanía latinoamericana y, por ende, hacia la unidad
continental.

Al igual que en tiempos de Ugarte, vivimos en un contexto de dramática


transfiguración del orden mundial. Ninguno de los desafíos que atraviesa nuestra
región pueden ser abordados desde la soledad de nuestras “patrias chicas”; éstos
exigen respuestas continentales. Se trata, entonces, de recuperar el legado de
los/as libertadores/as del siglo XIX, de la generación Reformista que tomó las ideas
americanistas de Manuel Ugarte y de otros exponentes de la llamada Generación
del 900, de los movimientos nacionales y populares del siglo XX, para relanzar la
unidad continental en el actual contexto, atendiendo a las especificidades y
particularidades del siglo XXI.

19
Jaramillo, A. (2014). La descolonización cultural. Un modelo de sustitución de importación de
ideas. Lanús: Edunla.

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Bibliografía

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14
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(1962). El destino de un continente. Ediciones de la Patria
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