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Peace canes PSICOPATOLOGIA sistiocraria: (CURSO AT y OST) moouo sy: eer eerie) EL CONCEPTO DE PSICOSIS' Resumen El autor examina el origen del concepto def que’ yente unido al de enfermedad a comienzos de la Moderifad, en la que ‘el término cientifico. Es entatizada la necesaria critica de los conceptos que se pretende utilizar ci Finalmente, es tematizada ta di gf’ en poner en concepto lo que es de por si desmesura sin limitacior Introduccién Tal y como es esperable 0, el de psicosis se ha ido desarroliando en el transcurso del ti con rarezas 0 ps hay registro de la existencia de personas aso menos groseras. La descripcién de la histeria y de la epilepsia ya habia 0 Jen la Antigdedad por el padre Hipécrates; pero no es sino hasta los albores de gps que se emprende la tarea de desarrollar una teoria Gientifica acerca de este grupo cular de sujetos que hoy llamamos “psicéticos”. En el Siglo XVIIL,€! término psicosis se opone al de neurosis de modo bastante diferente que en fAuestros dias. Las psicosis eran entendidas como perturbaciones puramente psiquicas, las “chifladuras” de la gente, que no eran referidas por ellos mismos al cuerpo, sino que hallaban Su expresién exclusivamente en el campo mental. Las neurosis, por el contrario, eran Consideradas de origen somética por pacientes y médicos, a causa de la florida sintomatologia ‘corporal con que cursaban, la cual era, a su tumo, atribuida a lesiones ditusas e inespecificas de los nervies. Lo que a partir de Freud lamamos sintoma neurético —y que regularmente cconstituye el nicleo de la queja neurética— tiene en los histéricos una referencia obligada al ‘cuerpo en funcién del mecanismo que Freud denominé conversion. Tampoco los neuroticos obsesivos se ven exentos de sintomas referidos al cuerpo, pues aunque el nicleo de su adecimiento reside en las represantaciones obsesivas que los agobian, es notorio e infaltable fen ellos la preocupacién por las funciones corporales, que no deben escapar a su control. En nuesiro siglo, existe en cambio una tendencia en los ambientes médicos a suponer algin ‘ipo de origen somatico para las psicosis y una causacién estrictamente psiquica para las Reurosis. Mas abajo discutiremos las dificullades conceptuales de tal teoria somatica de las Psicosis, pero antes nos ocuparemos de las condiciones bajo las cuales las psicosis ‘comenzaron a ser un problema para la cultura occidental. La cruzada de los cientificos. ‘Ante todo vamos a explicitar un supvesto. Partiromos de la hipStesis de que siempre ha habido sicéticos. Acaso no sea cierto y nuestra suposicién no sea mas que una fieciGn a posterior En la AntigGedad, como en el Medioevo, eran considerados posesos, sares sobrecargados por 122 / 237 la presencia opresiva de lo divino. No es sino hasta el siglo XVIII que se los comienza a ver ‘como enfermos, como lundticos, que han enfermado a causa de a perniciosa influencia de la luna, de manera semejante a lo que los latinos habian llamado sideratio, efecto morbido que el ‘sol producia en los hombres y animales. Como herencia de! Medioevo, el modelo de ‘enfermedad era la lepra: de alli el temor al contagio y de alli la condena al aislamiento. En su élebre texto, Foucault describe en detalle la aparicién de las primeras casas de salud destinadas al alojamiento y tratamiento de psicéticos. Los altos muros son una constante: no ‘solamente para evitar que desborden y se mezclen con los no contagiados, sino también con la intencién de separar y apartar algo que se considera peligroso e incomprensble. Desde el inicio la psicosis es vivenciada como imposible de comprender, como una realidad que resiste {odo intento de captacién intelectual. E! aistamiento preventivo es también exclusion y rechazo. No deja de ser curioso que el aislamiento y rechazo de que son objeto los psicétioos desde e| ‘comienzo de la Modernidad es luego invocado como caracteristica pristina y fundamental de la ueva enfermedad. La gran pregunta que debe responder toda terapéutica de la psicosis es ‘cémo hacer para que ls psicéticos se resocialicen 0, mejor, se socialicen. Quizé la psicosis ‘como entidad mérbida no sea mas que un mito modern —esto es, un mito cientifico— y podamos imaginar a los hipotéticos psicéticos de la Antigdedad y de! Medioevo paseando ‘despreocupadamente su locura por el seno de la comunidad De todas maneras, la idea de que se trata de enfermos a los que es necesario aistar a fin de ‘evitar la difusi6n del morbo puede ser vista simulténeamente desde dos vertientes: una —la del progreso—. tan caro a la burguesia modema y segin la cual considerar a “esos miserables" ‘como enfermos representa un paso adelante, quedando como tarea para el futuro encontrar los ‘medios para su restablecimiento y reinsercién La segunda perspectiva —1a del projuicio— seria considerar a los psiosticos como Social y un peligro, lo cual ‘oscurecera ol futuro de aquellos a quienes supuestam salvar de las garras de la enfermedad. Locos y perezosos ‘son puestos en la misma bolsa. En la concepcién burgue: indo @8 un intrincado sistema de produccién, comercializacién y consumo lo que sitia a cada quien en ‘esa trama El psicdtico no irabaja-(ni ). se dice, La enfermedad so transforma, ademas, en un mal ‘en el mercado consumidor de ppsicotémacos descomprime un actngeas extat loco ya no on un mal eecipo, ‘sino una desgracia susceptible, eY cual es la causa? Una Todo se debe a la vida ‘ormpleta el no Icuye una releroncia a a causa. y-la insalubridad reinan en las grandes la campifa. La urbe exhala vapores metiticos Por tanto, la deportacién terapéutica de los confianza ilimitada en el progreso iimitado, encuentra aqui un limite que es lar. La simulacién es una categoria sin la cual no es posible comprender la Es una nota barroca que se extiende a la sicopatoiogia: los histéricos simulan enfermedades que no tienen a fin de atrapar la ‘conmiseracién de los inadvertidos; los absesivos, por el contrario, simulan salud para preservar ‘Sus placeres secretos. La psicosis, pues, es una lacra que hay que enmascarar, ya que Fepresentaria, junto con la marginacién y la pobreza, sus dos fieles compafieras, la contracara de fo que la Modernidad quiere pensar de si misma. La simulacion se expresa patentemiente en la doble actitud que se adopta frente al problema: por un lado, es menester suprimir (perseguit aislar) ese testimonio de la inutiidad y aun inconveniencia del progreso industrial, y por el otro, si a fin de cuentas se trata de una enfermedad, es necesario asistir y, si se puede, curar a los afectados. La maravilla de la simulacién es reunir en un solo acto estas dos actitudes. Reir ‘es una forma de “mostrar los dientes”. La piedad burguesa y su afan de conocimiento enfrentan la dura y noble tarea de suprimir una enfermedad. Como los cruzados, cuyos objetivos confesos eran la conversiGn de los infieles y la recuperacién de los lugares santos, la medicina moderna se lanz6 al rescate de estos parias de la felicidad. E! escenario de este drama fueron 108 asilos y hospicios que la lepra declinante habia dejado vacantes. Rodeado de muros y regido por una ley que impone la tranquilidad, el asilo tiene mucho en ‘comin con otras instituciones de la Modernidad: los museos, los cuarteles, los hospitales, las Ccérceles, los jardines zool6gicos o boténicos. Y también tiene parentesco con dos fendmenos de la Postmodemidad: los campos de concentracion y los campos de refugiados. El psicético, objeto de estudio. Esté claro que para curar una enfermedad hay que conoceria primero y, puesto que la enfermedad no existe fuera de los que la padecen, éstos han de transformarse forzosamente 113 / 237 ‘en objeto de conocimiento. El primer paso de un conocimiento que pueda reputarse como cientitico es la observacién. Para que la observacién sea posible es necesario aislar € inmovilzar previamente al objeto, a fin de que éste pueda exhibir su esencia en su pureza, sin contaminacién. Ahora, el que no debe contaminarse es el paciente. La psicosis se entiende ‘como un espectéculo inquistante y misterioso que se despliega ante la mirada fasoinada de la clencia. La inmovilizacién, por su parte, apunta a la completa sumision del objeto, davenido ahora sujeto pasivo de la observacion. La observacién es concebida como inspeccién, esto es, actividad eminentemente visual. Los psicsticos por lo demés, discurren en forma particularmente irritante: el delirio es un ejercicio heterdclito de la palabra. Machacones y abstrusos, los dichos de los locos resultan insoportablemente ininteligibles y se termina por concluir que carecen de sentido y deben ser descartados como fuente de informacién. Se les retira la palabra: no pueden testificar en un juicio, no pueden incriminarse hablando y, un paso mas, se les impide manejar sus propios bienes. Desposeidos, aislados, enmudecidos e inmovilizados, los psicéticos se transforman en puros abjetos de observacién visual. El resultado es la riquisima Semiologia trabajosamente elaborada a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX. Hay en ella dos categorias fundamentales: signos y sintomas. Los signos son visibles, apreciables por cualquier observador, y por ello es posible ser objetivo en lo que a ellos respecta. Los sintomas, en cambio, son puramente subjetivos y el observador depende de la palabra del propio objeto de observacion, que se vuelve de esta manera sueto. Las tareas que le quedan por delante a la Psiquiatria decimondnica serén convert los sintomas en signos y delimitar con rigor las ‘especies mérbidas. Ambas tienen por meta asegurar el acceso al universal, sin el cual no hay ciencia estricta, segin las exigencias de la racionalid: Lo mas sorprendente es que los psicéticos mismos se observacién, deponiendo femeninamente su posicion esquizofrénico: el paranoico se resiste com andlogo al que la mujer ocupa (o debiera i dispositivo cientifico esta a punto, la magi que se traduce en una florida prolifera este dificil y escurridizo objeto Psicoandlisis, que es en buena ps observado, el universal supuestos no explicitados. estatuto cientifico a los prejuicios que operan como | De cualquier modo, podemos considerar tres etapas en la elaboracién de un imera, la mas dificil de describir, corresponde a lo que podriamos denominar percepcian te! problema. Un cambio en la mentalidad de una comunidad tiene lugar y aparece como problema algo que hasta entonces no era registrado como tal. El segundo paso es la acufiacién de téminos con los cuales se comienza a poder manipular verbalmente la nueva situacién. Surgen lo que podemos llamar neologismas felices, o bien {érminos ya existentes cambian de significacién. El tercer momento de esta sucesién Puramente ideal es el enriquecimiento semantco de los nuevos téminos por deslizamientos metaféricos, metonimicos, etcétera. Un cuarto momento, claro esté, es la desaparicién del problema y el consecutivo derrumbe del andamiaje conceptual por medio del cual el ex problema era entendido, que pasa a engrosar la lista de las teorizaciones muertas 0 por lo ‘menos transitoriamente inactuales. ePor qué, cabe preguntarse, las incipientes sociedades burguesas de los siglos XVI y x comenzaron a considerar la’ psicosis un problema? Un problema y un acertio: la psicosi siempre @s confundida con /a sinraz6n. La psicosis plantea una dificultad a la logica burguesa: algunos psicéticos (esquizotrénicos) parecen nada interesados en las cosas que constituyen el eje de las aspiraciones burguesas: el progreso, la acumulacién indefinida de bienes, la preocupacién por ia seguridad y autoconservacién, la garantia de sus derechos frente a la prepotencia de los aristécratas a los que van paulatinamente desplazando, el recato, la austeridad y la decencia para con el préjimo. Otros psicéticos (parancicos) son percibidos como enfermos que exageran la modalidad burguesa de percibir el mundo, regida por la desconfianza y la sospecha, Unos que no llegan y otros que se pasan. Unos pueden ser vistos como contestatarios, otros como caricaturas burlonas. No son sin embargo lo mismo: Que alguien exagere —aun hasta rozar lo ridiculo— aquello que se considera virtud, no es percibido ‘como tan enfermo como aquel que no comparte en absoluto prejuicios y puntos de vista. La prueba es que muchos paranoicos han sido respetados integrantes de muchas comunidades y ‘cumplen el importante rol social de preservar del desgaste los viejos valores de la clase burguesa, Es tpicamente conservadora esa vision coneprativa del mundo y de fa Netra. Los esquizofrénicos, en cambio, si plantean problemas insolubles. Se mantienen al margen del proceso productivo, no participan de la vida social y cultural de sus congéneres y parecen absorbidos en misteriosas e indescifrables meditaciones de las cuales muy poco participan. El desinterés, la apatia y la abulia presiden el desconcertante cuadro clinico. Su desinterés os interpretado paranoicamente como desprecio y con ello el esquizotrénico es promovido al lugar de contestatario del sistema burgués. De todos modos, hay otro elemento que ya mencionamos que resulta particularmente insoportable a la mentalidad burguesa: la renuncia a la posicién de sujeto y con ello el abandono de todas aquellas funciones que caracterizan la subjetividad: vigilancia y control del entorno, demarcacion y dominio sobre un tetritorio ‘considerado propio, la acumulacién (que da sensacién de seguridad) y la reproduccién de si en sus obras. En suma, lo propio de la subjetividad burguesa es el desarrollo de un yo cuanto mas Poderoso mejor. La paranoia es pues exageracion de lo exagerado, un yo desbocado que se defiende hiperbolicamente utlizando, como bien marcaba Chesterton, las armas de la racionalidad. Pero hay aun otra caracteristica de la subjetividad, la cual ademas nos da la clave de la exageracién detensiva: Baudrilard acumia una formula elocuente: el objeto seduce, el sujeto desea. El deseo es lo que hace sufrir a los sujetos, exhibiendo su imperfeccion & incompletud. El esquizofrénico se aviene impasiblemente a ocupar el indeseado lugar de puro ‘objeto, sin oponer resistencia, cosa que si hacen las mujeres. Politica poco conveniente, pues ‘No oponer resistencia suele excitar el sadismo 0 el , Segin el caso. Digamos que le ‘complica las cosas al otro. En el historial del Hom! Ratas se ve claramente este elemento: la gobernanta —Frau Peter— no opone ningut la avida curiosidad que el nifo tiene por su cuerpo y le permite blay esta permisividad excita al pequefio en fo angustiosa. Este rasgo del erotismo obsesivo —la exagers sti iormente: Freud remarca esa excitabilidad desmesurada que se-combil marcada a padecer ataques de rabia (otro afecto hiperhgi@@lig.a solucion ile encuentra el nifio es inventarse un padre terrible cuya mision e: de su prematuro y angustioso jaja de alejar para siempre al nifio de su madre. El perseguidor paranoicd acia del padre del obsesivo a los fines de la separacion de la madre {délca que amenaza con ceValgso, posesionarse de su cuerpo y controlar a su guisa Gon todo, e! padre terrible de! obsssivo permite amplias identificaciones al nifio, cosa que no ocurre en los paranoicos, que quedan solitariamente enfrentados a los peligros del mundo. ‘Toda masa o todo conjunto humano esté religado en {uncién, precisamente, de ese mecanismo ‘que Freud liam6 identiicacion, mecanismo que €s precondicion del lazo social y que no funcionarfa en las psicosis. Psiquiatria y Psicoandlisis ‘Sefalamos més arriba la distincién psiquidtrica entre signo y sintoma, y sefalamos también que el cometido de la psiquiatria era transformar los sintomas —subjetivos y personales— en signos objetivos y transpersonales, cumplimentando el requisito cientifico de racionalidad y universalidad. Esta transformacién de sintomas en signos fue encomendada a la incipiente Neurobiologia a partir de la monogratia de Baille de 1822, en la que quedaba demostrada la correlacién entre los trastornos mentales y neurolégicos de los sifiliticos y las lesiones meningeas que estos pacientes exhibian. La lesion del tejido nervioso pasa a constituirse en el paradigma de todo signo. Mas tarde, ante el fracaso en encontrar lesiones que sé correspondieran puntualmente con todos los sintomas y en consonancia con los nuevos avances y descubrimientos en Neurobiologia, se pasa a la teoria del disturbio quimico, poniéndose de moda cada tanto un nuevo mediador como causa de las perturbaciones psicéticas. La bufotenina, la tarazeina, la feniletilamina, el MOPEG y otras moléculas complejas vivieron su effmera gloria y fueron sucesivamente relegadas al olvido. Mas recientemente aun, ‘entre mapeos, recaptaciones y emision de positrones, la investigacién neurobioligica continda et 4 115 / 237 su implacable avance hacia las entrafias de lo viviente y de lo pensante. Dada esta caracteristica de la ciencia moderna, a saber, el progreso indefinido que hace que todo Conocimiento envejezca rapidamente, uno ya puede imaginar un futuro proximo en el que todo © casi todo lo que consideramos hoy cierto y comprobado quede desautorizado @ inutiizable. Hay que reconocer, sin embargo, que la investigacion neurofisiologica produjo un sinnamero de psicofarmacos a los cuales podemos atribuir un cambio decisivo en el tratamiento de pacientes ‘graves. EI Psicoandlisis parece haber seguido el camino inverso, intentando reducir los signos a sintomas, privilegiando la escucha sobre la mirada con que la clinica psiquiétrica intentaba capturar su objeto de conocimiento. Una primera desventaja, si se la puede llamar asi, es que @1 objeto pasa a constituirse en sujeto parlante a escuchar, con lo cual desaparce la relacion de conocimiento que preside la relacién del psiquiatra con su pacionte objeto. Se penetra en el sinuoso émbito de la intersubjetividad y en el mundo de las palabras. ,Qué espera el Psicoanalista escuchar de su paciente? No otra cosa que la significacién (Bedeutung) de sus sintomas, que produzea un aclaramiento (Aufkérung) de su sentido (Sinn) y su inmediata disolucién (Lésung). La mirada atenta de la que habiaba Descartes es reemplazada por una atenci6n flotante que busca no quedar adherida a objeto aiguno. Hay dos aspectos importantes que es necesario destacar en este cambio de perspectiva que ropone el Psicoandlisis: La intervencién del azar (Zufall) en la formacion de sintomas (Symptombildung) y la cuestién ética acerca de la enfermedad. La formacién de sintomas comporta un elemento azaroso que hace que cada uno deba ser investigado individualmente y que las generalizaciones tengan escaso valor frente a los pacientes concretos. De nada sirve comunicarle a un analizando obsesivo que tal sintome significa tal cosa pues ello ya ha sido Veriticado en muchos andlisis de sujetos obsesivos hay otro camino que recorrer | espinal de sus asociaciones y detectar cémo es que la 1 se armé en él. Doy otto ejemplo: el ordculo le dice a Edipo que mat ‘con su madre, etcétera, ero no le dice dia y hora de tales suces que alguna vez matara, etcétera, es moira, destino al que ningin y las circunstancias puntuales en las que la moira se cumple son p. BF destino es entendido por Freud como una figuracién de lo inconsciagi@ tun deseo inconsciente que necesita de circunstancias exteriores propia pa arg en este caso como sintoma, y sin las. cuales el deseo inconsciente ng alcaMggrig 3 En cuanto a la responsabili ja llamarse eleccién de la enfermedad, hay que decir que se trata de una flestin espin®ys dg alguna manera el sujeto debe aceptar que es responsable de lo que eleccion se veriticé de y Compuisiva. La eleccién del objeto sexual no es, obviamente, libre, ya que bajo la presién social que nos indica, por lo comin, tun objeto heterosexual. Par i6n {uera verdaderamente libre, seria menester que el sujeto hubiese experimentado con todos los objetos sexuales posibles y, luego de un minucioso cotejo, se quedara con el que juzgase mejor o mas conveniente (habria también que dejatle elegir el criterio de eleccién). Otro ejemplo lo constituyen los mecanismos de defensa, pues reprimir, disociar, proyectar, elcétera, no son aclos que nadie realice libre y esponténeamente, sino que son llevados a cabo bajo la presién devastadora de la angustia. Pero, a pesar de ello, el sujeto de alguna manera debe hacerse cargo de su propia eleccin, tal y como, para seguir con nuestro ejemplo, hubo de hacerlo Edipo. Cuando éste toma noticia de io predicho por el ordculo, intenta por todos los medios a su alcance huir de tal destino; no puede hacerlo (nunca hubiese podido) y cuando finalmente las cosas oourren (parricidio incesto), paga su crimen (ceguera y destierro) lo mismo que si lo hubiese cometido adrede. La nica diferencia es que se compadece a Edipo por ser portador de tan terrible miasma y no se lo vitupera como a un vulgar delincuente, pero se considera que debe pagar por su falta. Cada cual debe asumir como propia la mancha familiar: es él precio por pertenecer a una estimpe, especialmente a una estirpe real, llamada a ejercer la realeza (basileia). La estipe es la estructura social por donde circula el deseo —incestuoso, homicida y canibal por naturaleza— y merced a la cual cada sujeto ocupa un lugar en la trama social. No hay pues estirpe sin miasma, y cada sujeto debe reconocerse como un efecto del deseo que circula por la suya. Este elemento es muy claro en la cultura cristiana, en la cual el pecado adénico contamina a toda la especie humana sin distincién de linajes. ‘Como vemos, la divergencia crucial entre Psiquiatria y Psicoandlisis se centra en un punto un tanto oscuro: después de todo, la distincién entre signos y sintomas no es en muchos casos clara, pero si es suficientemente eficaz como para sefialar dos caminos divergertes. La Dix, Psiquiatria, continuadora de la tradicién cientifica moderna, se convierte en una rama de la gran ciencia biolégica y busca en los hechos fisiol6gicos (empiricos y visibles) la causa citima del enfermar humano, mientras que el Psicoandlisis se aproxima progresivamente a las lamadas ciencias humanas o del espiritu que toman la subjetividad como eje de su preocupacién. El sujeto no encuentra un lugar determinado en la maquinaria biolégica tal y ‘como el hombre —y el mundo— es concebido a partir de Descartes. Sélo interesan sus manifestaciones exteriores visibles para cualquier observador, eso que en Psicologia se llama conducta. Segén esta perspectiva, el sujeto no puede, lamentablemente, ser objeto de ciencia estticta y su estudio debe abandonarse a poetas, dramaturgos y novelistas. Freud mismo admitiré més tarde que intenta simplemente verter en forma cientifica lo que ya han dicho los grandes poetas del pasado acerca de la naturaleza humana. El sujeto esta atravesado por el deseo y ésta es la marca de su pertenencia a una estirpe, lo cual equivale a decir que el deseo, es el organizador fundamental de la subjetividad, aquello que le da a cada cual su peril propio y.inico. Hacia un nuevo concepto de la psicosis La primera cuestion es examinar si es posible construir un concepto sin prejuicios ni valoraciones. Cominmente aceptamos que, por ejemplo, los concepts matematicos o ‘geométricos son objetivos, esto es, que en su génesis no interviene ningin punto de vista Particular que limite su alcance y utlidad. Son conceptos que, desde un respecto semantico, no igen mas que lo que dicen, aunque, claro esta, la valoracion y al prejuicio si operarian en el ‘campo pragmatico, dado que estos conceptos puedenger utilizados ya para fines altruistas, ya ‘con intenciones deleznabies. No ocurra lo mismo con los conceptos que ha veni la Fisica: fuerza, energia, trabajo, etcétera, son términos a los que la ia corroen y desgastan, siendo necesaria una depuracién lexicograf idmpre alcanza @l objetivo de la claridad, Esta situacion se extiende y ‘en el campo de las llamadas Ciencias humanas 0 sociales. Como los indistinguibles de las palabras ‘que los designan, hay que aclarar ias conceptuales en el uso de un mismo término. Un ejemplo: idea para Plat paradigma respecto de las de éstas; para Descartes, es la acepcién que utiliz La pregunta obligada en ro parta de entenderia a aquello que posee un valor de posible un concepto (0 teoria) de la psicosis que , dado que ése os precisamente el prejuicio operante del cual depende ‘concepcion de las psicosis. ¢Seria posible, ademas, aproximarse a un psicético sin ffentar imponerle una valoracién del mundo —ia propia— presumiblemente mejor o mas sana que la suya? Convengamos en que desde nuestra 6ptica @s tan evidente que se trata de una enfermedad que pensar estas cosas pareciera solamente tun esforzado ejercicio mental sin correlato practico alguno. Si la psicosis no es una enfermedad, es decir, si suspendemos transitoriamente esta idea y todas las que de ella dependen (necesidad ambiguamente humanitaria de aislar, estudiar y curar a sus portadores), entonces, Lqué es? Lo que se ve claro es que se tiene tendencia a correrse al extremio opuesto y decidir livianamente que se trata de una eleccién que le pertenece al sujeto. Algo semejante le ocurre a la piedad burguesa con los pobres y desheredados: o bien los considera victimas de la crueldad del sistema productivo a las que hay que redimir, aunque sea forzadamente, o bien se pasa a estimar la pobreza como una fuerte de inefables piaceres de los que los pobres no desean ser liberados (“les gusta ser pobres"). El resultado es el mismo en ambos casos: no se sabe bien qué hacer ni con los psicéticos ni con los pobres. Mejor les ha ido a ciertos perversos (gays y lesbianas), que se han encargado de convencer al gran piiblico y a muchos psiquiatras, entre ellos al gran Henri Ey, de que sus preferencias sexuales son exciusivo efecto de su libre eleccién, no debiéndose, por tanto, considerdrselos como enfermos. Prefieren, con buen sentido, ubicarse en el campo de lo pintoresco antes que en el de lo patolégico. Una eleccién libre supone al menos dos cosas: un sujeto integrado capaz de ponderar las alternativas que se le ofrecen y un criterio de eleccién mas o menos claro. En Freud, el criterio ‘que decide una eleccién es el placer, sélo que la angustia puede torcer esa tendencia basica a elegir lo placentero. Como vimos mas arriba, la angustia siempre esta presente en el momento ‘crucial de la eleccién del objeto erético pues en realidad se trata de renunciar al objeto 6 incestuoso y encontrar un sustituto. En el caso de los homosexuales varones, éstos renuncian hidalgamente a todo e! sexo femenino menos a una, justamente a la que es preciso renunciar y a cambio de la cual se recibe como consuelo o indemnizacién a todo el resto del conjunto femenino como potencial objeto erdtico. Semejante eleccion es imposible sin la aquiescencia connivente de la propia madre, que resiste el desprendimiento del hijo, postergando sine die el ‘momento crucial de la separacion. La psicosis se traduce en un apartamiento de la Realidad y la tradicién psicoanalitica concuerda en que ello se debe a la insoportable carga traumatica que ésta representa para el sujeto. Es mérito de Lacan haber mostrado cémo el sujeto no se aparta de la Feealidad sino que, en verdad, no logra penetrar siquiera en ella y queda atrapado, por asi decir, en lo Real, quello que resiste toda significacion y que, por tanto, no puede ser nombrado positivamente. En términos freudianos, el sujeto queda fijado al trauma e incapacitado para acceder a la tviangulacién edipica, germen de toda sociabiidad humana. Es esta distincién lacaniana entre la Realidad (trama significante en la que el sujeto puede por via identificatoria encontrar un lugar que ocupar en ralacién a los demas) y lo Real lo que permite entender que no se trata do una Realidad traumética que priva al sujeto de ingresar al mundo compartido de sus semejantes, sino de un fendmeno de otro orden. La Realidad nunca es traumética porque el trauma esta del lado de lo real. Este desarrollo destruye definitivamente Ia idea popular (y muchas veces cientifica) de que la psicosis puede sobrevenir en un sujeto sano, interrumpiendo una existencia hasta entonces normal. Comienza a hablarse de personalidad prepsicética, que allana y explica la eventual imupcién del brote psicético. Hay eleccién sin un sujeto maduro 0 integrado que sopese opciones. Lacan reinterpreta la nocién freudiana de \Versagung, traducida habitualmente como privacién, sigificando con ello que la Realidad priva. al sujeto de un objeto que colme su deseo. Literal accién de rehusarse, de decir que no. El sujeto de 2: propio psicético, que rechaza el mandato integrandose con sus pares. El psicdtico instituci6n psiquiatrica —en su carécter agudo, opera en ocasiones ese corte er comunitaria del Hospital. Podria aq medida en que la institucién no a la madre en la relacién diddica en la que se mantiene el psicbtico re” pasa a estar “en la institucion” Segiin testimonio propio, extraen de la infraccién a la Ley —no tanto por medio del delito como a ffa Buca escandalosa— un placer muy intenso, que puede brindar la sexualidad a los sujetos neuroticos. Si esto es asi WeberA admittse“a fortiori que un goce ilimitade seré experimentado por las personas psiog b, de acuerdo con sus declaraciones, este goce ‘extraordinario se percibe coggffe como intenso displacer bajo las formas de certeza de ‘ser observado, manipulado de mil modos, perseguido y dafado (paranoia) o bien perplejidad, vacuidad y angustia de fragmentacién (esquizofrenia). Este goce inelable se vuelve placentero. en tanto alguna Ley lo limita permitiéndole cierta circulacién social. En la esquizofrenia el sujeto queda atrapado en un goce terrible que escapa a toda comprensin a causa de su carencia de limites. Lo que queda cuestionado pues en las psicosis es la nocién de limite y de su rol en el desarrollo psiquico humano. Conceptualizar algo es, precisamente, limitar un Ambito de competencia dentro de! campo del ser. Ser algo es dejar fuera todo lo otro, que es otro en tanto permanece afuera. Como decia Aristételes, ser es mantenerse dentro de un limite. Por ello también vale la semejanza con las mujeres, que tienen una relacién més laxa con los limites. Froud lo justficaba por la menor efectividad en ellas de la amenaza de castracién (retiro del amor, mas bien, puesto que la amenaza literal carece, obviamente, de todo efecto), que derivaba en la consttucién de un super-yo menos estricto que en los varones. Al famoso Cherchez la femme podria sumarse un Cherchez le fou, admitiendo que es imposible dar una definici6n rigurosa de la locura, pues habria que poner limites donde no los hay. No por nada el vulgo satiriza a las mujeres diciendo que “son todas locas”, esto es, incomprensibles e imprevisibles como la locura misma. Por fortuna, existen otros tipos de definiciones aparte de la del género y la especie que recomendaba Aristételes y que permiten cierta aproximacién intelectual a objetos mas arduos de captar. Por ejemplo, una regia de construccién —decir como se hace algo— puede funcionar como una suerte de definicién. Hace unos afios una asociacién que pretendia defender a los hijos de los abusos parentales dio a conocer un afiche en el que daba una madre, incorpordndolo a la vida de la internacion hospitalaria en ta especie de receta irénica de lo que uno debia hacer si deseaba tener un hijo esquizotrénico. Presentaba —sin definir— la esquizofrenia como el resultado de una cantidad de maniobras sisteméticamente ejecutadas sobre un infante, en modo semejante al que los libros de fisica ‘nos ilustran acerca de los fenémenos eléctricos dejando en suspenso decimos qué es la @lectricidad. {Quién puede comprobar fehacientemente que el afiche tiene razon y que su receta es valida? Nadie. En realidad el afiche especula acerca de una posible y verosimil causacién de la esquizofrenia, pero no puede aportar pruebas rotundas en favor de la “receta” ue postula. Segiin ella no se puede ctiar y no criar a un tiempo al mismo nifio. Se supone que cada nifo es insustituble. Es algo que est4 més allé de la capacidad de comprobacion de cualquier teor‘a cientifica. La psicosis se halla fuera de lo cientiizable en tanto no hay en ella limites que la acoten y también en la medida en que consideremos a todo ser humano portador de un valor propio que lo vuelve imeproducible. Ya vimos ms arriba cémo la Clinica decimonénica entendia al psicético como un objeto de conocimiento. Deberemos pues conformamos con definiciones indefinidas al estilo kantiano ("el alma es substancia no corpérea", por ejemplo), es decir, proposiciones que contienen necesariamente una negacién, puesto que la negacién funciona como marca de la inexistencia de limite en el objeto de la definicién. Un ejemplo de esto es la conocida férmula lacaniana conforme a la cual en la sicosis “no hay Uno que diga que no” (véanse las formulas de la sexuacion en el Seminario ‘Aiin), aludiendo a la inexistencia de una instancia represora que acote el goce. Es lo mismo que decir “falta el limite”. {Quién tiene una teoria validable de cémo seria la vida de las personas fuera o antes de la cultura? ZQuién puede dar un concepto constatable de lo que seria la vida después de la muerte? Es imposible teorizar cientificamente acer lo que se halla més alla de ciertos limites. Muchas veces los concebimos como estados itud (la beatitud divina, el goce sicético) 0 de desgracia plena (posesin demoniaca, felicidad como satistaccién completa es algo dal hombre, cosa que no impide que nos dYmente en pos de ella. La psicosis pone en cuestién el valor que comut social. Su Versagung de ésta ‘nos pone a nosotros, los que nos hemos ra la cultura, en un brete dificil ues pone a prueba nuestra capaci de nuestros valores y de los valores culturales en general. Sécrates morir aceptando el dictamen de las de las leyes? Nadie, absolutamente, llas fue educado, etcétera. En suma, Sécrates no ‘en la época de Sécrates y en la nuestra), un agtegar a las mujeres en esta lista, a no ser ‘de ser sujeto, como dice C. Soler) son algunas formas de no ser o haber suieto y ser o haber devenido objeto, por lo comin siniestro y despreciado, fascinante y seductor. Concebir la psicosis implica entontées valorar, tomar partido en cuestiones que estan abiertas a la discusion y sobre las que no es posible una concepeién rigurosamente cientifica y univoca. ‘La eutanasia pone en debate el valor que le asignamos a la vida, el transexualismo marca un més alla del limite del valor que se le arrogaba al pene como emblema falico y la psicosis increpa la importancia y significacién que atribuimos a la sociabilidad. Sécrates acopta la muerte como un deber hacia sus conciudadanos pues para él la pertenencia a la ciudad era un valor supremo, asi como los méitires cristianos atestiguaban su fe por madio del autosacrificio. Ese modus sentiendi cambié bruscamente en la Modernidad. Hobbes dice expresamente que la fidelidad debida al Pacto social cesa con la amenaza de muerte. El condenado a muerte esta “egitimamente" eximido de respetar la ley. Por supuesto, una excepcién lleva a otra, etcétera. 1 Sujeto modemo puede pensarse fuera de la Ley. Por lo demas, la Ley deja de ser legitima, desde que no es, para Hobbes, més que lo dicho por Aquel que tiene potestad (fuerza, en Litimo término) para mandar, reactualizando la tesis defendida por Trasimaco en el libro | de la Repiblica. La Ley es vista como el capricho de un poderoso, humano o divin, capaz de imponer su punto de vista. La Ley misma queda reducida a ser un simple punto de vista, representacién del interés de algtin sujeto 0 grupo de sujetos particular, perdiendo su caracter sagrado y universal. Ahora, s6lo las ciencias pueden aspirar al universal, la ética queda circunscripta y sometida al punto de vista. Se pierde la dimension de la Themis griega, la Ley mas que humana a la que ésta no pusde osar contradecir. Para Hobbes, no hay otra Loy mas alld de la Ley humana sino un principio de conveniencia que apunta a la autoconservacion y a la seguridad. J. Bentham desnuda el trastondo de la cuestion: lo que interesa es la sumatoria de placer. Sade, verdadera contracara de la Modemnidad, lo dice directamente: gpara qué T=: que sean histéricas, quel 119 / 237 reprimir nuestros impulsos més primarios? Ello seria muy trabajoso y poco placentero. Lo mejor 8, sin duda, abandonarse a todos los placeres que se nos ofrezcan y utilizar la inteligencia para escapar a las sanciones. Sade, tal como lo hacen los libertinos de su siglo, parte del hecho de que el trato social impone una duplicidad al que cada cual debe ajustarse. El Psiobtico puede ser visto como contestatario en la modida en que no so presta al juego de fa simulacién social, apareciendo como portador de una denuncia que desnuda y humilla a sus congéneres. Presentados ora como victimas de un sistema despiadado, ora como paladines de la resistencia anticapitalista y contracultural, los psicéticos ocupan un lugar importantisimo y ‘necesario en el imaginario de la Modernidad: | de la alteridad. Son una de las epitanias de lo otro de la razén. El par raz6rvlocura reemplaza en los modernos la dupla cionisiaco/epolineo de la cultura antigua, variedades ambas de la necesaria allernancia mesura/desmesura (masculino femenino, si se quiere). La psicosis no es sino una de las muchas formas de la desmesura, es la idea que la ciencia intenta hacerse de la locura. Malar a la hidra de Lea (otra figuraci6n de la desmesura femenina) fue el mas desconcertante de los doce trabajos de Hercules: Cuando éste le cortaba una cabeza, aparecian dos. Sélo con la ayuda de su sobrino Yolao, un simple mortal, pudo Hércules vencer al monstruo: uno cortaba, el otro cauterizaba. Quedé como un tépico de los antiguos: aun el paderoso Hércules tuvo necesidad de un Yolao. 4 Tendremos esa buena fortuna de encontrar uno que nos socorra? OBSERVACIONES SOBRE EL «AMOR DE TRANSFERENCIA» (1915) Sigmund Freud ‘TODO principiante en psicoandlisis teme principalm la interpretacién de las ocurrencias del paciente y la Nn de lo reprimido. Pero no tarda en comprobar que tales dificultades sigrifican surgen luego en el manejo de la transtereneci De las diversas situaciones a que una, precisamente delimitada, que importancia real como por su interés tg con signos inequivocos 0 declai cualquiera, del médico que serio @ incluso penoso, y resul discusién viene constit Psicoanalttica, Pero, recog cuestiones, un espacio lid ‘su desarrollo tropieza si del andlisis, quiero describir aqui tanto por su frecuencia y su de que una paciente demuestre enamorado, como otra mortal ada, tafkinevitable y tan dificil de resolver, que su cho tiempo una necesidad vital de la técnica tenido hasta ahora, absorbidos por otras fle, aunque también ha de tenerse en cuenta que bstéculo que supone la discrecién profesional, tan indispensable en la vida od a para nuestra disciptina. Pero en cuanto la literatura psicoanalitica pertenece tz vida real, surge aqui una contradiccién insoluble. Recientemente he tenido que infringir ya en un trabajo los preceptos de la discrecién para indicar como precisamente esta situacién concomitant a la transferencia hubo de retrasar en diez aftos el desarrollo de la terapia psicoanalitica. Para el profano -y en psicoandlisis puede considerarse atin como tales a la inmensa mayorta de los hombres cultos- los sucesos amorosos constituyen una categoria especialisima, tun capitulo de nuestra vida que no admite comparacién con ninguno de los demas. Asi pus, al saber que la paciente se ha enamorado del médico opinara que sdlo caben dos soluciones: 0 las circunstancias de ambos les permiten contraer una unién legitima y definitiva, cosa poco frecuente, 0, lo que es mAs probable, tienen que separarse y abandonar la labor terapéutica comenzada. Existe, desde luego, una tercera solucién, que parece ademas compatible con la continuacién de la cura: la iniciacién de unas relaciones amorosas ilegitimas y pasajeras; pero tanto la moral burguesa como la dignidad profesional dei médico la hacen imposible. De todos modos, el profano demandara que el analista le presente alguna garantia de la exclusion de este titimo caso. Es evidente que el punto de vista del analista ha de ser completamente distinto. ‘Supongamos que la situacién se deseniaza conforme a la segunda de las soluciones indicadas. El médico y la paciente se separan al hacerse manifiesto el enamoramiento de la primera y la cura queda interrumpida. Pero el estado de la paciente hace necesaria, poco después, una nueva tentativa con otro médico, y resulta que la sujeto acaba también por enamorarse de este segundo médico, e iguaimente del tercero, etc. Este hecho, que no dejara de presentarse en algin caso, y en el que vemos uno de los fundamentos de la teoria Psicoanalitica, entrafia importantes ensefianzas, tanto para el médico como para la enferma. ec 120 / 237 Para el médico supone una preciosa indicacién y una excelente prevencién contra una posible transferencia reciproca, pronta a surgir en él. Le demuestra que el enamoramiento de la sujeto depende exclusivamente de la situacién psicoanalitica y no puede ser atribuido en modo alguno a sus propios atractivos personales, por lo cual no tiene el menor derecho a envanecerse de aquella «conquista», segin se la denominaria fuera del andlisis. Y nunca esta de mas tal advertencia. Para la paciente surge una alternativa: 0 renuncia definitvamente al tratamiento analitico o ha de aceptar, como algo inevitable, un amor pasajero por el médico que la trate. No duda que los familiares de la enferma se decidiran por la primera de estas posibilidades, como el analista por la segunda. Pero, a mi juicio, es este un caso en el que la decisi6n no debe ser abandonada a la solicitud carifiosa -y en el fondo celosa y egoista- de los familiares. El interés de la enferma debe ser el dnico factor decisivo, pues el carifio de sus familiares no la curaré jamas de su neurosis. El analista no necesitaré imponerse, pero si puede afirmmarse indispensable para la consecucién de ciertos resultados. Aquellos familiares de una paciente que hace suya la actitud de Tolstoi ante este problema pueden conservar tranquilos la posesién imperturbada de su mujer o de su hija, pero tendran que resignarse a ‘que también ella conserve su neurosis y la consiguiente alteracion de su capacidad de amar. En ultimo término, la situacién es andloga a la que suscita un tratamiento ginecolégico. El marido 0 el padre celoso se equivocan ademas por completo si creen que la paciente escapara al peligro de enamorarse del médico, contiando la curacién de su neurosis a un tratamiento distinto del analitico. La dnica diferencia estard en que su enamoramiento, latente y no becritia No suministraré jamas aquella contribuci6n a la curacién que de é! sabria extraer el lisis. Ha liegado a mi la noticia de que algunos m 18 practican el andlisis suelen preparar a las pacientes a la aparicién de la transtere incluso las inclinan a fomentarla «para que el andlisis progrese» ppiticiim jaginarse técnica mas desatinada. Con ella s6io consigue el méqy& aPancar supone su espontaneidad y crearse ob En un principio no parece, transferencia pueda procurarnos hasta entonces, pierde de reper més que de su amor, para el sintomas que antes la la fuerza probatoria que serle muy dificiles de vencer. fenamoramiento surgido en la ‘La paciente, incluso ia mas dctil a y No quiere ya hablar ni ofr hablar cia. No muestra ya ninguno de los ‘ocupa de ellos para nada, y se declara mente, como si una sibita realidad hubiese ‘comedia, como cuando en medio de una dao». La primera vez que el médico se encuentra perder de vista la verdadera situacién analitica y no venido a interrumpir el epresentacién teatral si ante este fenémeno le es) incurrir en el error de creer nado el tratamiento, Un poco de reflexién basta, sin embargo, para aprehender la situaciin verdadera. En primer lugar hemos de sospechar que todo aquello que viene a perturbar la cura es una ‘manifestacién de la resistencia y, por tanto, ésta tiene que haber participado ampliamente en la aparicion de las exigencias amorosas de la paciente. Ya desde mucho tiempo antes veniamos advirtiendo en la sujeto los signos de una transferencia positiva, y pudimos atribuir, desde luego, a esta actitud suya con respecto al médico su docilidad, su aceptacién de las explicaciones que le dabamos en el curso del andlisis, su excelente comprensién y la claridad {de inteligencia que en todo ello demostraba. Pero todo esto ha desaparecido ahora; la paciente aparece absorbida por su enamoramiento, y esta transformacién se ha producido precisamente ‘en un momento en el que suponiamos que la sujeto iba a comunicar o a recordar un fragmento especialmente penoso e intensamente reprimido de la historia de su vida. Por tanto, el ‘enamoramiento venia existiendo desde mucho antes; pero ahora comienza a sorvirse de 6! la resistencia para coartar la continuacién de la cura, apartar de la labor analltica el interés de la aciente y colocar al médico en una posicién embarazosa. Un examen mas detenido de la situacién nos descubre en ella la influencia de ciertos factores que la complican. Estos factores son, en parte, los concomitantes a todo ‘enamoramiento, pero ottos se nos revelan como manifestaciones especiales de la resistencia. Entre los primeros hemos de contar la tendencia de la paciente a comprobar el poder de sus atractivos, su deseo de quebrantar la autoridad de! médico, haciéndole descender al puesto de amante, y todas las demas ventajas que trae consigo la satistaocién amorosa. De la resistencia podemos, en cambio, sospechar que haya utlizado la deciaracién amorosa para poner a Prueba al severo analista, que, de mostrarse propicio a abandonar su papel, habria recibido en Ps 10 a2. / 237 #1 acto una dura leccién. Pero, ante todo, experimentamos la impresin de que actia como un agente provocador, intensificando el enamoramiento y exagerando la disposicion a la entrega sexual, para justificar luego, tanto mas acentuadamente, la accién de la represion, alegando los peligros de un tal desenfreno. En estas circunstancias meramente accesorias, que pueden muy bien no aparecer en los casos puros, ha visto Alfred Adler el nédulo esencial de todo el proceso. Pero, ,cémo ha de comportarse el analista para no fracasar en esta situacién, cuando tiene la conviecién de que la cura debe ser continuada, a pesar de la transformacion amorosa y a través de la misma? Me seria muy dificil postular ahora, acogiéndome a la moral generalmente aceptada, ‘que el analista no debe aceptar el amor que le es ofracido ni corresponder a él, sino, por ol contrario, considerar llegado el momento de atrbuirse ante la mujer enamorada la tepresertacién de la moral, y moverla a renunciar a sus pretensiones amorosas y a proseguit la labor analitica, dominando la parte animal de su personalidad. Pero no me es posible satistacer estas esperanzas y tampoco su primera como su segunda parte. La primera no, porque no escribo para la clientela, sino para los médicos, que hhan de luchar con graves dificultades, y, ademas, porque en este caso me es posible referir ol precepto moral a su origen; esto es, 2 su educacién a un fin. Por esta vez me encuentro, afortunadamente, en una situacién en la que puedo sustituir el precepto moral por las conveniencias de la técnica analitica, sin que el resultado sufra modificacién alguna. Todavia he de negarme més resueltamente a satisfacer ia segunda parte de las ‘esperanzas indicadas. Invitar a la paciente a yugular sus instintos, a la renuncia y a la sublimacién, en cuanto nos ha confesado su ncia amorosa, seria un solemne desatino. Equivaldria a conjurar a un espiritu del A\ éndole surgir ante nosotros. y despedirle luego sin interrogarie. Supondria no haber ‘que para reprimirlo de nuevo, atemorizados, resultado de un tal procedimiento. Contra) Insigue con razonamientos, por elocuentes que sean. La paciente no| io, y no dejaré de tomar venganza de él. Tampoco podemos aconsej ¢ quizA alguien consideraria el més prudent, y que consistiria en eludir, al mismo tiempo, toda relacién amorosa por seng tal carifio hasta poder encaminar ta s y hacerla ascender a un nivel superior. Contra esta solucion he gtamiento psicoanalitico se funda en una absoluta veracidad, a la cual debd ¢ ‘educadora y de su valor ético, resultando harto peligroso apartarse tal fundamdptc? Aquellos que se han asimilado verdaderamente la técnica analitica no p a practicaf el arte de engafar, indispensable a otros médicos, y suelen delatarse cuando ef@yigggs6o lo intentan con la mejor intencién. Ademas, como exigimos del paciente la m4s absoluta veracidad, nos jugamos toda nuestra autoridad, exponiéndonos a que él mismo nos sorprenda en falta. Por ditimo, la tentativa de fingir carifio a la paciente no deja de tener sus peligros. Nuestro dominio sobre nosotros mismos no es tan grande que descarte la posibilidad de enconirarnos de pronto con que hemos ido més alla de lo ‘que nos habiamos propussto. Asi, pues, mi opinion es que no debemos apartarmos un punto de la inditerencia que nos procura el vencimiento de la transferencia reciproca. Ya antes he dejado adivinar que la técnica analitica impone al médico el precepto de negar a la paciente la satistaccién amorosa por ella demandada. La cura debe desarrollarse en la abstinencia. Pero al afirmarlo asi, no aludimos tan sélo a la abstinencia fisica ni tampoco a la abstinencia de todo lo que el paciente puede desear, pues esto no lo soportaria quizé ningun ‘enfermo. Queremos mas bien sentar el principio de que debemos dejar subsistir en los enfermos la necesidad y el deseo como fuerzas que han de impulsarie hacia la labor analitica y hacia la modificacién de su estado, y guardarnos muy bien de querer amansar con subrogados las exigencias de tales tuerzas. Y, en realidad, lo nico que podriamos ofrecer a la enferma serfan subrogados, pues mientras no queden vencidas sus represiones, su estado la incapacita para toda satistaccion real. Concedemos, desde luego, que el principio de que la cura analitica debe desarrollarse en la abstinencia va’ mucho mas allé del caso particular aqui estudiado, y precisa de una discusién mas detenida, en la que quedarian fiados los limites de su posibilidad en la practica. Mas, por ahora, eludiremos la cuestién para atenernos lo més estrictamente posible a la situacion de la que hemos partido. {Qué sucederia si e! médico se condujese de otro modo y utiizase la eventual libertad suya y de la paciente para comesponder al amor de esta citima y satisfacer su necesidad de carifio? Si al adoptar esta resolucién lo hace guiado por el propésito de asegurarse asi el dominio sobre la paciente, moverla a resolver los problemas de la cura y conseguir, por tanto, libertarla de su neurosis, la experiencia no tardaré en demostrarie que ha errado por completo ‘01 célculo. La paciente conseguiria su fin y, en cambio, 6! no alcanzard jamés el suyo. Entre el médico y la enferma se habria desarrollado otra vez la divertida historia del cura y el agente de seguros, Un agente de seguros muy poco dado a las cosas de la religién, cay gravemente enfermo, y sus familiares lamaron a un sabio sacerdote para que intentara convertirle antes de la muerte. La conversacién se prolonga tanto, que los parientes comienzan a abrigar alguna ‘esperanza. Por titimo, se abre la puerta de la alcoba. E1 incrédulo no se ha convertido, pero el ‘sacerdote vueive a su casa asegurado contra toda clase de riesgos. El hecho de que la paciente viera correspondidas sus pretensiones amorosas constituiria una victoria para ella y una total derrota para la cura. La enferma habria ‘conseguido, en efecto, aquelio a lo que aspiran todos los pacientes en el curso del andlisis: habria conseguido repetir, realmente, en la vida, algo que sdlo debia recordar, reproduciéndolo ‘como material psiquico y manteniéndolo en los dominios animicos. En el curso ulterior de sus relaclones amorosas manifestaria luego todas las inhibiciones y todas las reacciones patolégicas de su vida erética sin que fuera posible corregirias, y la dolorosa aventura terminaria dejéndola llena de remordimiento y habiendo intensificado considerablemente su tendencia a la represién. Las relaciones amorosas ponen, en efecto, un término a toda posibilidad de influjo por medio del tratamiento analitico. La reunién de ambas cosas es algo monstruoso e imposible. ‘Asi, pues, la satistaccién de las pretensiones de la paciente es tan fatal para #1 andlisis como su rapresién. El camino que ha de antecedentes en la vida real. Nos ‘amorosa o disuadiria de ella, pero Conservamos la transterencia amorosa, por la que se ha de atravesar de toda correspondencia. algo irreal, como una situacion de ser referida a sus origenes ncia de la paciente los elementos més ocultos de su vida erétic: dominio consciente. Cuando mas resuetamente demos la i irados contra toda tentacién, antes podremos extraer de la nido analitico. La paciente cuya represi6n sexual ‘no ha sido aun ‘@ un iltimo término, se sentiré entonces suficientemente segura (6 todas las fantasias de su deseo sexual y todos los caracteres de %, ¥ partiendo de estos elementos nos mostraré el ‘camino que ha de cor infantiles de su amor. sin satistacerla, la transferencia . mujeres de pasiones elementales que no toleran subrogado alguno, naturalezas primitivas que no quieren aceptar lo psiquico por lo material. Estas personas nos colocan ante el dilema de oresponder @ su amor o atraemos la hostiidad de la mujer despreciada. Ninguna de estas dos actitudes es favorable a la cura, y, por tanto, habremos de retirarnos sin obtener resultado alguno y reflexionando sobre el problema de cémo puede ser compatible la aptitud para la neurosis con una tan indomable necesidad de amor. La manera de hacer aceptar poco a poco la concepcién analitica a otras enamoradas menos violentas se habré revelado, seguramente, en idéntica forma, a muchos analistas. Consiste, sobre todo, en hacer resaltar la innegable participacién de fa resistencia en aqual «amor». Un enamoramiento verdadero haria mas décil a la paciente, e intensiticaria su buena Voluntad en resolver los problemas de su caso, sdlo porque el hombre amado lo pedia. Una mujer realmente enamorada anhelaria obtener la curacién completa para alcanzar un mayor valor a los ojos del médico y preparar la realidad en la que poder desarrollar ya libremente su inclinacién amorosa. Pero, en lugar de todo esto, la paciente se muestra caprichosa y desobediente; ha dejado de interesarse por el andlisis y seguramente de creer en las afimaciones del médico. Asi, pues, lo que hace no es sino manifestar una resistencia bajo la forma de enamoramiento, y sin tener siquiera en cuenta que de aquel modo coloca al médico ‘en una situacién muy embarazosa, pues si rechaza su pretendido amor, como se lo aconsejan ‘su deber y su conocimiento de la situacién real, daré pretexto a la paciente para hacerse la espreciada y eludir, en venganza, la curacion que é! podria ofrecerle, como ahora la elude con Su enamoramiento. 498 f aay ‘Como segundo argumento contra la autenticidad de este amor aducimos la afirmacién {de que e! mismo no presenta ni un solo rasgo nuevo nacido de Ia situacion actual, sino que se ‘compone, en su totalidad, de repeticiones y ecos de reacciones anteriores e incluso infantiles, y ‘ros comprometemos a demostrérselo asi a la paciente con el andlisis detallado de su conducta amorosa 'Si a estos argumentos agregamos cierta paciencia, conseguiremos, casi siempre, dominar la. diicl situacién y continuar 1a labor analitica, cuyo fin mas inmediato sera el ‘descubrimiento de la eleccién infantil de objeto y de las fantasias a ella enlazadas. Pero antes ‘de seguir adelante quiero examinar criticamente los argumentos expuestos y plantear la interrogacién de si decimos con ellos a la paciente toda la verdad o no son mas que un recurso ‘engafioso del que hemos echado mano para salir del mal paso. O dicho de otro modo: e! ‘enamoramiento que se hace manitiesto en la cura analitica, ano puede realmente ser tenido (por verdadero? ‘A mi juicio, hemos dicho a la paciente la verdad, pero no toda la verdad, sin ppreocuparnos de lo que pudiera resultar. De nuestros dos argumentos, el mas poderoso es el ‘primero. La participacién de la resistencia en el amor de transferencia es indiscutible y muy amplia. Pero la resistencia misma no crea este amor: lo encuentra ya ante si, y se sirve de 61, ‘exagerando sus manifestaciones. No aporta, pues, nada contrario a la autenticidad del fenémeno, Nuestro segundo argumento es mas débil; es cierto que este enamoramiento se ‘compone de nuevas ediciones de rasgos antiguos y repite reacciones infantiles. Pero tal es el ‘cardcter esencial de todo enamoramiento. No hay ninguno que no repita modelos infantiles. Precisamente aquello que constituye su carécter obsesivo, rayano en lo patokigica, procede de su condicionalidad infantil. E! amor de transterencia pregenta quizé un grado menos de libertad ‘que el amor corriente, llamado normal; delata mas ol te su dependencia del modelo infantil y se muestra menos doctil y menos susceptible d y Pero esto no es todo, ni ‘tampoco lo esencial. 4En qué otros caracteres pod ecoNfcer la’autenticidad de un amor? Acaso en su capacidad de rendimiento, En este punto el amor de transferencia p la impresion de poder conseguirlo Resumiendo: no t al enamoramionto que surge en el tratamiento analtico el ca parece tan poco normal, elo se debe principalmente a que tambig ierto corriente, ajeno a la cura analitca, recuerda mas bien los fenémeno: ps,que los normales. De todos modos, aparece ‘caracterizado por algunos la stuacién analitica. 2*. sfitadé por la resistencia dominarte en tal situaciOn; y 3°. Es menos prudente, mas ‘consecuencias y mas ciego en la estimacién de la persona amada que otro ianto normal. Pero no debemos tampoco olvidar ‘que precisamente estos caractere® divergentes de Io normal constituyen el nédulo esencial de todo enamoramiento. Para la conducta del médico resulta decisivo el primero de los tres caracteres indicados. Sabiendo que el enamoramiento de la paciente ha sido provocado por la iniciacion del tratamiento analtico de la neurosis, tiene que considerario como el resultado inevitable de una situacién médica, andlogo a la desnudez del enfermo durante un reconocimiento 0 a su ‘confesion de un secreto importante. En consecuencia, le estaré totalmente vedado extraer de 41 provecho personal alguno. La buena disposicién de la paciente no invalida en absoluto este impedimento y echa sobre el médico toda la responsabilidad, pues éste sabe perfectamente ‘que para la enferma no existia otro camino de llegar a la curacion. Una vez vencidas todas las dificultades, suelen confesar las pacientes que al emprender la cura abrigaban ya la siguiente fantasia: «Si me porto bien, acabaré por obtener, como recompensa, el carifio del médico.» Asi, pues, los motivos éticos y los técnicos coinciden aqui para apartar al médico de ‘corresponder al amor de la paciente. No cabe perder de vista que su fin es devolver a la enferma la libre disposicién de su facultad de amar, coartada ahora por fijaciones infantiles, pero devolvérsela no para que la emplee en la cura, sino para que haga uso de ella mas tarde, : g i i 4 resulta facil para el médico mantenerse dentro de los limites que ‘técnica. Sobre todo para el médico joven y carente atin de lazos | i otra 12a / 237

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