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TEMA 12: EL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN.

CARACTERÍSTICAS Y FUNCIONAMIENTO
DEL SISTEMA CANOVISTA

INTRODUCCIÓN
La Restauración constituye un largo período de la España contemporánea que se extiende desde
el pronunciamiento de Martínez Campos, en 1874, hasta el golpe de Estado del general Primo de
Rivera, en 1923, con una importante inflexión en 1898. Tras el intento fallido de instaurar un régimen
democrático durante el Sexenio (1868-1874), se restauró la monarquía borbónica y España volvió al
liberalismo censitario. El nuevo sistema político ideado por Cánovas del Castillo se fundamentó en la
alternancia en el poder de dos grandes partidos, el conservador y el liberal.
Globalmente fue un tiempo de estabilidad constitucional, de modernización económica y de
alejamiento del ejército de la vida política, pero también lo fue de dominio de la burguesía
oligárquica, de caciquismo y de falseamiento electoral.
Cánovas había preparado concienzudamente el regreso de los Borbones mediante una hábil
política de prestigio, para lo cual era necesario eliminar la figura desacreditada de Isabel II. Consigue la
abdicación de la reina. Redactó el Manifiesto de Sandhurst, que el príncipe Alfonso envió a España
desde el colegio inglés de Sandhurst, por el cual el futuro rey prometía un gobierno constitucional, la
ausencia de represalias a su vuelta y se declaraba católico y liberal. Mientras Canovas prepara el
regreso de los Borbones legalmente, convocando Cortes extraordinarias, y Serrano prepara la lucha
contra los carlistas, en diciembre de 1874, Martínez Campos se pronuncia en Sagunto a favor de
Alfonso XII, proclamando la Restauración borbónica. Serrano dimite y marcha al exilio y Cánovas
nombrado regente mientras vuelve el futuro rey.
DESARROLLO
Sistema político de la Restauración
Cánovas del Castillo no pretendía el regreso a los tiempos de Isabel II, sino la vertebración de un
nuevo sistema político que superase los problemas del liberalismo precedente: el carácter partidista y
excluyente de los moderados durante el reinado isabelino, el intervencionismo de los militares en la
política y la proliferación de enfrentamientos civiles. Para ello articuló un nuevo sistema político
basado en el bipartidismo que quedó establecido mediante una nueva constitución.
La primera medida política adoptada por Canovas tras la restauración borbónica fue la
convocatoria de elecciones a Cortes constituyentes que elaborara una nueva constitución que
estructurara el nuevo sistema político. La Constitución de 1876, clara muestra de liberalismo doctrinario
(sufragio censitario y soberanía compartida), tiene un carácter marcadamente conservador, inspirada
en los valores históricos tradicionales de monarquía, religión y propiedad.
Establece una soberanía compartida: la monarquía tiene un papel moderador como árbitro de la
vida política que garantiza buen entendimiento y la alternancia entre los partidos políticos. Por ello, la
Constitución concedía amplios poderes al monarca, como el derecho de veto y de sanción y
promulgación de leyes y la potestad para para convocar, suspender o disolver las Cortes sin contar
con el gobierno. El rey nombraba al presidente del gobierno y al resto de sus ministros, que a su vez
tenían que obtener la confianza de las Cortes. También tenía el poder de nombrar senadores
El poder legislativo estaba compartido entre las Cortes y el rey. Las Cortes son bicamerales. El
Congreso de los Diputados es de carácter electivo mientras que el Senado estaba formado por
senadores vitalicios nombrados por el rey, senadores por derecho propio y senadores electos

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La Constitución no fijaba el tipo de sufragio, pero una ley de 1878 estableció el voto censitario
limitado a los mayores contribuyentes (español mayor de 25 años y contribuyente de 25 y 50 pesetas).
En 1890, cuando estaba en el poder el partido liberal, fue aprobado el sufragio universal masculino. El
rey y el gobierno podían nombrar senadores vitalicios.
La constitución establecía la confesionalidad católica del Estado y restablece el presupuesto de
culto y clero para financiar a la Iglesia. Se toleran otras religiones, pero no su manifestación pública.
En cuanto a la declaración de derechos, su concreción se remitía a leyes ordinarias posteriores
que, en general, tendieron a restringirlos, especialmente los de imprenta, expresión, asociación y
reunión.
Cánovas estableció un sistema basado en el bipartidismo y la alternancia en el poder de las dos
familias del liberalismo a través de dos partidos, el liberal y el conservador.
El Partido Liberal Conservador o Partido Conservador, estaba liderado por Antonio Cánovas del
Castillo y aglutinaba a los grupos políticos más conservadores. El Partido Liberal-Fusionista o Partido
Liberal estaba liderado por Práxedes Mateo Sagasta y ocupaba la izquierda dinástica. Estaba formado
por antiguos progresistas y unionistas y algunos republicanos moderados. Los dos partidos
renunciaban a los pronunciamientos como medio de acceder al gobierno. Esto pondría fin a la
intervención en la vida política del ejército, que queda subordinado al poder civil.
Ambos eran considerados como partidos dinásticos que aglutinaban los diferentes grupos y
facciones siempre que aceptaran la monarquía alfonsina y la alternancia en el poder. Coincidían
ideológicamente en lo fundamental y las diferencias eran escasas. Ambos partidos defendían la
monarquía, la alternancia en el poder, la Constitución, la propiedad privada y la consolidación del
Estado liberal unitario y centralista. Su extracción social era bastante homogénea y se nutría
principalmente de las élites económicas y clases medias acomodadas. Eran partidos de notables (tipo
de partido político caracterizados por estar encabezados por personas poderosas económica o
socialmente por su riqueza, su origen social o su posición en los organismos de poder que cuenta con
una relación especial con el poder que es utilizada para servir de vínculo entre dicho poder político y la
sociedad).
En cuanto a las diferencias, los conservadores eran más inmovilistas, proponían el sufragio
censitario y defendían el papel relevante de la Iglesia y el orden social existente, mientras que los
liberales defendían el sufragio universal masculino y eran más partidarios del reformismo social de
carácter progresista y laico. En la práctica, la actuación en el poder de ambos partidos no difería en lo
esencial ya que existía el acuerdo tácito de no promulgar nunca una ley que forzase al otro partido a
derogarla cuando regresara al gobierno
La alternancia en el poder de los dos partidos dinásticos, conocida como turno pacífico , tenía
como objetivo garantizar la estabilidad institucional. Esta alternancia quedaba garantizada mediante un
sistema electoral que invertía los términos del sistema parlamentario: cuando el partido político en el
poder perdía la confianza de las Cortes, el monarca llamaba al jefe del partido de la oposición a
formar gobierno. El nuevo jefe de gobierno convocaba elecciones con el fin de conseguir el suficiente
número de diputados para formar una mayoría parlamentaria que respaldara su gobierno.
El Triunfo del partido que había sido requerido para formar gobierno y convocaba las elecciones
se conseguía gracias a la corrupción electoral y la manipulación tanto del proceso electoral como de
los resultados.
Tanto el Partido Conservador como el Liberal tenían su propia red organizativa que aseguraba
los resultados electorales adecuados cuando les correspondía el turno. Se trataba de una red
piramidal. En la cima estaba la oligarquía política dirigente asentada en Madrid (minoría o grupo
pequeño de personas). Estaba integrada por altos cargos políticos y personajes influyentes de ambos
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partidos (ministros, senadores, diputados, propietarios de periódicos…) y vinculadas a las clases
dominantes (terratenientes, industriales, alta burguesía …). En cada una de las capitales de provincias
había un representante del Gobierno, el gobernador civil y, por último, estaban los caciques, personas
con gran influencia, tanto social como económica, en la localidad o en la comarca, sobre todo en las
zonas rurales. A menudo eran ricos propietarios que daban trabajo a un gran número de habitantes de
la zona; también podía ser abogados, funcionarios de la Administración (controlaban los ayuntamientos,
hacía informe y certificados personales, dirigían el sorteo de las quintas, proponían el reparto de las
contribuciones y podían resolver complicados trámites burocráticos).
El fraude electoral se producía de arriba abajo coordinado por el propio ministro de la
Gobernación. Desde Madrid, los oligarcas transmitían las instrucciones a los gobernadores civiles de
cada provincia. Los gobernadores civiles elaboraban las listas de los candidatos que habían de salir
elegidos (encasillados) y daban las instrucciones necesarias a los caciques locales. Los caciques
controlaban su distrito y, de acuerdo con las autoridades nacionales y provinciales, ejerciendo su
influencia y poder, orientaban la intención del voto para que ganaran sus candidatos, agradeciendo
con sus favores la fidelidad electoral y discriminando a los que no espetaban sus intereses. El conjunto
de trampas electorales que ayudaban a conseguir la sistemática adulteración de los resultados
electorales se conoce como pucherazo. Entre ellas estaba la falsificación del censo, incluyendo en él
personas muertas, la manipulación de las actas electorales, la compra de votos o el uso de la amenaza,
la coacción e incluso la violencia para atemorizar a los desobedientes o simplemente impedir votar a los
electores rebeldes.
La capacidad de manipulación y fraude era mucho menor en las ciudades que en el medio rural ,
donde las viejas formas de dominación feudal todavía pervivían en el control de los terratenientes sobre
los campesinos. Por esto, los distritos rurales recibían un trato más favorable frente a los urbanos. Las
zonas rurales eran más fácilmente manipulables mediante la actuación de determinados individuos con
influencia y poder económico, los caciques.
Desarrollo del turno pacífico
A lo largo del período que transcurrió entre 1876 y 1898, el turno funcionó con regularidad. El
temor a una posible desestabilización del sistema político tras la temprana muerte del rey Alfonso XII
(1885), impulsó un acuerdo entre conservadores y liberales, el Pacto del Pardo, que respaldó la
regencia de María Cristina y garantizar la continuidad de la monarquía ante las fuertes presiones de
carlistas y republicanos. Se dio paso así aun gobierno liberal que permitió asegurar la continuidad del
sistema.
Durante el llamado “gobierno largo de Sagasta” (1885-1890), los liberales impulsaron una
importante obra reformista con la intención de incorporar al sistema algunos de los derechos y
prácticas liberales asociados a los ideales de la revolución del 68, permitiendo la entrada en el juego
político de las fuerzas opositoras. En 1890 se implantó el sufragio universal masculino para las
elecciones generales. Sin embargo, continuaron los viejos mecanismos de fraude y corrupción
electoral, que imposibilitaron una verdadera democratización del sistema.
Aunque la alternancia pasó por momentos difíciles, la primera crisis del sistema sobrevino como
consecuencia del impacto del Desastre de 1898, que erosionó a los políticos y a los partidos dinásticos.
Mientras Europa se lanza a la política imperialista y colonial, España no puede mantener su dominio
sobre las posesiones del Pacífico (archipiélagos de las Carolinas, Marianas y Palaos, vendidas a Alemania
en 1899), y se encuentra aislada frente a Cuba.
La pérdida de las últimas colonias españolas significó la destrucción del mito del imperio español
y sumió a la población en un estado de desencanto y frustración. La prensa extranjera presentó a
España como una nación moribunda, con un ejército ineficaz, un sistema político corrupto y unos
políticos incompetentes. Sin embargo, no hubo grandes cambios institucionales ni crisis de Estado y el
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sistema de la Restauración sobrevivió. Más bien fue una crisis moral e ideológica, que causó un
importante impacto psicológico entre la población. La crisis produjo una reflexión en la sociedad
española favoreció la aparición de movimientos que, desde una óptica cultural o política, criticaron el
sistema de la Restauración. Como el regeneracionismo de Joaquín Costa: su lema” despensa y
escuela”, propugna la necesidad de modernizar la economía y alfabetizar a la población.
CONCLUSIONES
Un nuevo pronunciamiento militar, esta vez protagonizado por el general Martínez Campos, hace
posible la restauración borbónica en el trono español. Ésta fue recibida con satisfacción por los grupos
conservadores, que esperaban que la nueva monarquía garantizara el orden social y proporcionara
estabilidad política. Antonio Cánovas del Castillo fue el impulsor e ideólogo del nuevo sistema político
que se establece se basaba en la alternancia pacífica en el poder de dos grandes partidos, el Partido
Liberal y el Partido Conservador y tenía como objetivos poner fin al protagonismo de los militares y a la
inestabilidad política y social. Pero, el sistema ideado por Cánovas era constitucional y liberal, pero
escasamente democrático. Por un lado, en un principio, quedan excluidos partidos como republicanos,
carlistas, socialistas y nacionalistas, declarados ilegales, y se establece un sufragio censitario. Por otro
lado, el fraude electoral y la corrupción hacen inútil el sufragio universal masculino cuando este se
establece en 1890 e impiden que los partidos de la oposición, una vez legalizados, logren obtener un
número suficiente de diputados para formar gobierno o para contar con una minoría parlamentaria
suficiente para ejercer una verdadera oposición. Además, el proceso de despolitización del ejército fue
más aparente que real, ya que el poder militar acabó convirtiéndose en un instrumento de presión
sobre la vida civil.
La prematura muerte de Alfonso XII plantea un problema sucesorio. Alfonso XII, tenía una hija y su
esposa estaba embarazada. Finalmente, el nacimiento de un heredero varón, el futuro Alfonso XIII,
asegura la continuidad del régimen. Su esposa Mª Cristina, como regente (1885-1902), siempre acató el
orden constitucional.
El turno dinástico funcionó con regularidad hasta 1898, cuando el impacto de la crisis erosionó a
los políticos y a los partidos dinásticos. A principios del nuevo siglo, por primera vez en algunas
grandes ciudades (Barcelona, Valencia o Bilbao) las fuerzas de la oposición se convirtieron en
hegemónicas, rompiendo el monopolio de los partidos dinásticos. Pero el turno, aunque
desprestigiado, dividido por las discrepancias internas y sin la fuerza del pasado, sobrevivió hasta
1923.

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