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En 1789 estalló la Revolución Francesa, que generó una crisis del modelo de gobierno
establecido hasta ese momento y provocó el pánico en toda Europa. En España, este
hecho generó diferentes reacciones y cambios en las relaciones que tenía el país con
Francia. En un primer momento, bajo el reinado de Carlos IV y estando al frente de su
gobierno el conde de Floridablanca, se cerraron las fronteras con Francia para evitar la
propagación de las ideas revolucionarias. Posteriormente, entra en escena Manuel de
Godoy, persona de confianza de la familia real, que tras la ejecución en la guillotina de
Luis XVI, comenzó una abierta hostilidad hacia los sucesos revolucionarios y por ello, le
declaró la guerra a la República Francesa, la conocida como guerra de la Convención.
Tras la firma de la paz de Basilea entre estos dos países, la monarquía española se
unió a Francia en diferentes alianzas para luchar contra Portugal y Gran Bretaña.
Un momento clave será el tratado de Fontainebleau (1807), firmado por Godoy y
Napoleón, cuyo objetivo era repartirse Portugal. Para llevar a cabo la conquista de
Portugal, numerosas tropas francesas entraron por los Pirineos, ya que Napoleón no
solo pretendía ocupar Portugal, sino toda la Península Ibérica. Esta fue la causa del
motín de Aranjuez y de la posterior caída de Manuel Godoy, que ocasionó, del mismo
modo, la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII. Napoleón aprovechó esta
circunstancia y convocó a Carlos IV y a Fernando VII en Bayona donde los forzó a
abdicar a favor de su hermano José Bonaparte.
El 2 de mayo de 1808 se produjo un alzamiento popular en Madrid que se extendió
rápidamente a otras ciudades españolas. Los sublevados no aceptaban al nuevo rey y,
ante la ausencia de un poder legítimo, en todos los territorios y ciudades de España se
dispusieron juntas provinciales de defensa. Una de las misiones que se plantearon
estas juntas fue organizar el levantamiento militar contra las tropas francesas. Se daba
inicio así a la guerra de la Independencia, que duró hasta 1814, año de la derrota del
imperio napoleónico en Europa.
En España se crearon las juntas provinciales de defensa y, posteriormente, algunos de
sus representantes constituyeron la Junta Suprema Central Gubernativa del Reino,
que asumió la regencia hasta la vuelta de Fernando VII, a quien tenían por rey legítimo,
y se negó a reconocer a José I Bonaparte, considerado un usurpador. La Junta Central
se propuso como tareas prioritarias fomentar la creación de nuevas juntas, dirigir los
asuntos públicos, combatir a los franceses y redactar una constitución para el Reino.
Fueron elegidos representantes de las diferentes juntas para redactar una constitución
para el Reino. Con este objetivo, en 1810 se convocaron las Cortes Generales de
Cádiz, donde había diputados de ideologías políticas diversas, aunque predominaban
los que defendían las posiciones ilustradas o claramente liberales.
Las Cortes de Cádiz promulgaron una serie de decretos que abolían los fundamentos
del Antiguo Régimen como la libertad de imprenta, la abolición de los señoríos
jurisdiccionales, la supresión de los gremios, la desamortización de las tierras
comunales de los municipios, de las órdenes militares y de los jesuitas, la derogación
de los privilegios de la Mesta y la abolición de la Inquisición.
Finalmente, el 19 de marzo de 1812, se aprobó la primera Constitución española,
que regulaba todas las cuestiones relacionadas con la vida política y los derechos de
los ciudadanos: proclamaba la soberanía nacional, es decir, la autoridad suprema
residía en el conjunto de la nación representada en las Cortes; existencia de una
monarquía limitada con división de poderes (el legislativo correspondía a las Cortes,
el ejecutivo al rey y al gobierno, y el judicial, a los tribunales de justicia); las Cortes
unicamerales representaban la voluntad de la nación y desempeñaban un importante
papel en la estructura del Estado (elaboraban leyes, decidían sobre la sucesión de la
Corona, aprobaban tratados internacionales, etc.); sufragio universal masculino
indirecto; igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, que significó el fin de las
diferencias estamentales y de los privilegios fiscales, militares y jurídicos que habían
beneficiado a los nobles; se garantizaba una serie de derechos fundamentales del
individuo (inviolabilidad del domicilio, libertad de imprenta, derecho a la educación,
derecho de propiedad…); los diputados representaban a la nación, dividida en
provincias y municipios, para cuyo gobierno se creaban las diputaciones provinciales,
se establecía la formación de ayuntamientos con cargos electivos para el gobierno de
los pueblos y se creaba la Milicia Nacional a nivel local y provincial; se establecía la
educación primaria en todos los pueblos; y por último, se imponía el catolicismo como
religión oficial y única, lo que era una concesión al sector absolutista.
Tras la derrota de Napoleón en Europa, Fernando VII regresó a España en 1814. Tanto
los liberales como los absolutistas esperaban con impaciencia el retorno del monarca,
conocido como “el Deseado”, pero un grupo de absolutistas entregaron al Rey un
documento, el Manifiesto de los Persas, en el que solicitaban la restauración de la
monarquía absoluta y la derogación de la Constitución de 1812. Fernando VII, aceptó
esa propuesta, derogó la Constitución y promovió una dura represión contra los
constitucionalistas, comenzando así el Sexenio Absolutista.
La obra de Cádiz se volverá a recuperar cuando Rafael de Riego protagonice con éxito
un pronunciamiento militar en Las Cabezas de San Juan y proclame la Constitución de
1812, que obligó a Fernando VII a acatarla y que daría inicio al Trienio Liberal, el primer
ensayo de Gobierno constitucional de la historia de España. Además, la Constitución de
1812 será inspiración para los gobiernos de los nuevos países que surgieron tras la
independencia de las colonias americanas.
Estándar 63.
Explica las causas y el desarrollo del proceso de independencia de las colonias
americanas.