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Me llamo Rojo
Cuando Firdusi, el poeta de El libro de los reyes, pronuncié el
Ultimo verso de una cuarteta cuyos tres primeros versos ter-
minaban en una dificilisima rima después de haber sido des-
preciado por los poetas del palacio del sha Mahmut a su fle.
gada a Gazna porque era un campesino, yo estaba alli, en su
caftan. Estaba en la aljaba de Riistem, el héroe legendario de
El libro de los reyes, cuando fue a lejanos pafses en busca de su
caballo perdido, en la sangre que broté al cortar en dos con
su espada maravillosa al gigante de la leyenda, entre las arru-
gas del edredén bajo el que pasdé la noche haciendo el amor
con la hermosa hija del sha en cuyo palacio se hosped6. Esia-
ba en todas partes y estoy en todas partes. Yo estaba alli cuan-
do Tur decapité waidoramente a su hermano Ireg, cuando
ejércitos legendarios, hermosos como suefios, se enfrentaban
enlaestepa, y mientras refulgia la sangre que le brotaba sin ce-
sar a Alejandro de la nariz porque habia sufrido una insole-
cidn. Yo estaba en el vestido de la hermosa mujer que visitaba
los martes, aquella de la que estaba verdaderamente enamora-
do, el sha sasanida Behram Giir, que pasaba cada noche de la
semana bajo una cipula distinta con una mujer diferente lle-
gada de climas distintos y escuchaba las historias que le con-
taban y, desde la corona hasta el caftén en la ropa de Hitisrev,
de quien Sirin se enamoré viendo una pintura. Estaba en las
banderas de ejércitos que sitiaban fortalezas, en los mantelesjelos banquetes, en los caftanes de terciopelo de los embaja-
A wes que besaban los pies del sultan y en cualquier lugar en
dose’ ‘vieta pintada la espada cuya historia tanto gusta alos
we @Aprendices de ojos hermosos, bajo la mirada atenta
niAO™ eotr0s iustradores, me aplicaban con delicados pineeles
Oa gruesas hojas de papel de Ja India y Bujara para remar-
cat las alfombras de Usak, la decoracién de las paredes, las ca~
misas que vestian bellas mujeres de cuello de cisne mientras
miraban a la calle por los huecos de los postigos, las crestas de
allos entregados a Ja lucha, granadas y frutas legendarias
de paises legendarios, la boca del Diablo, la fina linea del in-
terior del encuadre, los bordados curvos de las tiendas, las
flores que apenas pueden verse a simple vista y que el ilustra~
dor pinta para su propio placer, los ojos de cereza de las es-
culturas de pajaros hechos de azticar, los calcetines de los
pastores, las auroras surgidas de la leyenda y los cadaveres y
Jas heridas de miles de decenas de miles de guerreros, monar-
cas y amantes. Me gusta que me apliquen en las escenas de
batalla donde la sangre se abre como tna flor, en el caftén del
mejor literato cuando jévenes hermosos y poetas se retinen
en el campo para beber vino y escuchar musica, en las alas de
os Angeles, en los labios de las mujeres, en las heridas de los
muertos y en las cabezas cortadas cubiertas de sangre.
Puedo ofr vuestra pregunta: Entonces, gen qué consiste
ser un color?
Elcolor es el tacto del ojo, la miisica de los sordos, una pa-
labra en la oscuridad. Como desde hace decenas de miles de
‘os he estado escuchando lo que hablaban las almas, como
si fuera el susurro del viento, de libro en libro y de objeto en
objeto, puedo afirmar que mi caricia se parece a la de los én-
geles. Parte de mf llama a vuestros ojos desde aqui; esa es mi
parte seria; la otra se vuelve alada en el aire con yuestras mira-
das; esa es mi parte ligera.
; Qué feliz me siento de set el rojo! Soy fogoso y fuerte; sé
que llamo la atencién y que no podéis resistiros a mi.No me oculto: para mi el refinamiento no se manifies;, .
través de la debilidad o la falta de fuerza, sino a través de la
decision y la voluntad, Me expongo abiertamente. No temo
a los demas colores, nia las sombras, ni a la multitud, nj hk
soledad. {Qué hermoso es llenar con mi fuego triunfante uy,
superficie que me esté esperando! Alli donde me extiendy
brillan los ojos, se refuerzan las pasiones, se elevan las cejag
y se aceleran los corazones. Miradme: jqué hermoso es vivir!
Contempladme: jqué bello es ver! Vivir es ver. Aparezco en
cualquier parte. La vida comienza conmigo, todo regresa a my,
creedme. i
Guardad silencio y escuchad cémo me converti en un rojo
tan prodigioso. Un maestro ilustrador que entendfa de pig-
mentos machacé en un mortero con sus propias manos las
mejores cochinillas rojas secas Ilegadas del lugar més célido
de la India hasta convertirlas en polvo muy fino. Preparé una
mezcla con cinco dracmas de aquel polvo, un dracma de plan-
ta jabonera y medio dracma de venturina, eché tres cuartillos
de agua en una cazuela y puso a hervir la jabonera, luego afia-
dié la venturina y lo mezclé todo bien. Dejé hervir la mezcla el
tiempo quetardé en tomarse tranquilamente un café, Y mien-
tras él se tomaba el café, yo me impacientaba como el nifio
que est4 préximo a nacer, Cuando el café le despejé la mente
y agudiz6 su mirada como la de un duende, eché el polvo rojo
alacazuela y lo mezclé bien con uno de los limpios y delicados
palillos que usaba para tal menester. Ahora iba a convertirme
en un auténtico rojo, pero mi consistencia era tan importan-
te... Era absolutamente necesario que el agua no hirviera en
vano aunque, por supuesto, debia hervir algo. Cogié una gota
del lfquido con el extremo del palillo y se la puso en la ufia del
pulgar (los otros dedos no servian lo més minimo). jOb, qué
hermoso era ser rojo! Le tefif la ufia de rojo pero no me derra-
mé como el agua por los bordes; mi consistencia era la correc-
ta pero atin tenia grumos. Aparté la cazuela del fuego, me fil-
tr6 paséndome a través de una tela limpisima y asi me hizomés puro. Luego volvié a ponerme al fuego, me hirvié dos
veces mas hasta hacerme bullir, afiadié un poco de alumbre
machacado y me dejé enfriar.
Pasaron varios dfas y yo permanect alli, en la cazuela, sin
mezclarme con nada, Me apetecia que me pusieran en todas
las p4ginas, en todos los lugares y en todas las cosas, y que-
darme allf parado me partia el corazén. En medio de aquel si-
lencio medité en lo que significaba ser rojo.
En cierta ocasién, en una ciudad del pais de los persas,
mientras un aprendiz me aplicaba con un pincel en Ia silla de
un caballo que un ilustrador ciego habia dibujado de memo-
ria, pude oir una discusién entre dos maestros ciegos:
Nosotros, que hemos acabado quedandonos ciegos,
como es natural, después de habernos pasado la vida trabajan-
docon placer y convencimiento, sabemos, podemos recordar
qué tipo de color era el rojo, qué sensacién producfa —dijo
el que habja dibujado de memoria el caballo—. Pero ey si fué-
ramos ciegos de nacimiento? ¢Cémo podriamos comprender
ese rojo que esté aplicando nuestro apuesto aprendiz?
Una cuestién interesante —respondié el otro—, pero
los colores no’ pueden comprenderse, se sienten,
—Explicale la sensacién del rojo @ alguien que nunca lo ha
visto, maestro.
—Si lo tocéramos con Ia punta de un dedo seria entre el
hierro y el cobre. Silo cogiéramos en la mano, quemaria. Silo
probéramos tendrfa un sabor pleno como de carne salada,
Si nos lo llevaramos a la boca, nos la lenarfa. §} lo oliéramos,
oleria a caballo. Si oliera como una flor se parecerfa a una mar-
garita, nO a una rosa roja.
En aquellos tiempos, hace ciento diez afios, la pintura de
los francos no era una auténtica amenaza que los shas se ¢s-
forzaran en imitar, y aquellos grandes maestros legendarios,
que crefan en sus maneras de la misma forma que crefan en
Dios, vetan como cierta deshonra y como un signo de inexpe-
tiencia el hecho de que los maestros francos usaran todo tipode tonos intermedios del rojo para la mas vulgar dle las ho.
de espada o el mas corriente de los pafios y se refan au as
sin hacerles el menor caso. Solo un ilustrador novato no
soy sin yoluntad usarfa yarios tonos para el rojo de ue, oo
decfan. Las sombras no sirven como excusa. De heche
habfa un rojo y solo creian en él. » Solo
—2Qué es lo que significa el rojo? —volvié a pregung
ilustrador ciego que habia dibujado el caballo de meme
—EI significado de los colores es que estén ante a
y podemos verlos —le contesté el otro—. No se puede a
car el rojo a quien no lo ha visto. P
—Para negar la existencia de Dios, los ateos, los impios
los incrédulos dicen que no se le puede ver —continus ¢| ify
trador ciego que habfa dibujado el caballo.
—Pero El se aparece a quienes son capaces de ver ~cone
testé el otro maestro—. Por eso el Sagrado Coran dice que ng
son lo mismo el ciego y el que ve.
El apuesto aprendiz me aplicé lentamente sobre el cobey.
tor dela silla del caballo. Es una sensaci6n tan agradable intro.
ducirme con mi plenitud, mi fuerza y mi vitalidad en el blane
y negro de una hermosa ilustracién, que cuando el pincel de
pelo de gato me extiende sobre el papel siento un cosquilleo
de alegria. Y asf, al darle color, es como si le ordenara al mun-
do «Existe» y el mundo toma mi color de sangre. El que nove
puede negarlo, pero estoy en todas partes.