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= ALFAGUARA INFANTIL Un cuento de amor en mayo Silvia Schujer MG Esta es la histor también la Clara y Chicombi. Y ¢ historia de dos jovenes que se rebelat contra las normas de su época y el Gestino que les quieren imponer. A Clar por ser mujer, hija de una famil tradicional. A Chicomb« por de un esclavo liberto y contestataric El nuevo libro de Silvia Schujer NOs presenta un relato de amor y aventura: que transcurre en los comienzos de la Revolucién de Mayo. \ 98. www aifaguaraintanti.com ar ALE: AguskA 9 INFANTIL ‘ola 13 —— “* © 2010, Suvia Scwumse © Dees edicicn 2010, Aguile, Altea, Taurus, Alfaguara S.A ‘Aw Leandro Ni Alem 720 (C1001 AAP) Gidad Attonoma de Buenos Aes, Argentina Un cuento de amor ISBN: 978.987-0-1397-4 Hecho ot depéuito que oar la ley 11.723 Libro de sdicton argentina ry’ Tinpreso en Urugusy. Printed in Uruguay en mayo Primera edicton! febrero Ge 2010, | Ee aicion: Silvia Schujer ‘Viouria Nowrivann CCoordinacién de Literatura Infantil y Fuveni intatadionee de OFKIEMG Mania Fennanos Maguisina, Disefio de la coleccién: Manuen Estxana (Costa Rica * Chile + Ecuador » El Salvador » EE UU ‘Guatemala + Honduras » Mexico » Panama - Paraguay ord Portugal = Puerio Rico » Repablies Dominicana Uruguay Venezuela See Sa Cop Aas 9282 7 aa Esta publiacion no puode ser reproduc, nin wd a en pane, ‘i regitraa eno trammiida po an sistema de recuperacion {nformacion, en ninguna form ni por ning mes, fea mecinico, {oroquimien,elecrico, magnetio,eectooptce, pr fracopin ‘ovcunlquier ee, sinel permis previo por excrt de a ealtoal ALEAGUARA a CapiruLo 1 a = Casa Inés, por favor! —Noescuchonoescuchonoes... —iNo hagas esto, hija! —. .cuchonoescuchonoescuchonoss... —Que abras la puerta, te digo! —...cuchonoescuchonoescuchonoescu —;Vamos nifia Clarita, abra ya! —inten- 6 Tobiana. —Ya mismo Clara Inés —amenazé dofia Carmen—, porque si no.. —Si no ;qué? —empezé Clara, encerra- da en el cuarto—. ;Mandaran al Regimiento de Patricios para voltearme la puerta? ;Al de Pardos y Morenos? Ah, qué miedo. ¢Me encerrarin en un convento como a la pobre tia? ;Me dejaran 8 sin comer? Si es por mf, que se Ileven la comida para los pertos y las mulas, para los esqueletos, los moribundos y todos los demonios del universo. Clara estaba furiosa. Se habia pinchado por trigésima vez en una hora y, harta de chu- parse la sangre que le brotaba del dedo, habfa optado por estrellar el bordado contra el piso y salir corriendo a su habitacién. “jSe acabé!”, se habfa repetido una y mil veces mientras arrastraba la silla, la cama, la mesita de noche y todo lo que encontraba a su paso con tal de trabar mejor la puerta. gPor qué tenia que pasarse las tardes bordando? Odiaba Ja costura. ¢O aprendiendo a pegar los labios para comer, para tomar, para reirse, para saludar? ;Acaso no era més fécil hacer todo eso con la boca un poco abierta? ¢Y el piano? {Por qué tenfa que tocar preludios, si sus dedos no hacian més que tropezarse con las teclas? gPor qué lo que de verdad le gustaba no era asunto de mujeres, como decian las amigas de su madre? Esas cotorras cotolengas copetudas 9 que ademas despreciaban a Mariquita, su tfa del alma En eso pensaba Clara cuando oyd que golpeaban Ia puerta de calle. Cuando escuché que la puerta se abria y que alguien entraba a su casa En eso traté de seguir pensando cuando la voz de Tobiana le anuncié la llegada del pintor. — {Silo viera, amita Clara! Compéngase y salga que le va a gustat. oa CapiruLo 2 ™y Cre Inés de los Angeles cra hijade un rico comerciante criollo: José Agustin Orihuela Y de una dama de Ia alta sociedad: dofia Marfa del Carmen Ordéfiez y Velazco (de Orihuela y olé, como solia bromear Mariquita). Clara habia nacido el 4 de abril de 1799 en una casona de la ciudad de Buenos Aires. Muy cerca del Cabildo y de la recova que dividfa en dos alas la Plaza Mayor. Ahora tenia once afios y unos cuantos problem: Odiaba bordar y lo decfa. Tocaba mal el piano, bailaba peor el minué. Le encantaba correr, pero se enredaba con las cnaguas. Preferia la ropa de varén y lo decta. 2 Habfa aprendido las letras con ayuda de su padre. ¥ queria leer pero no tenia qué, salvo las oraciones de la iglesia, que la hacfan bostezar También le gustaba el dibujo. Pero a nadie parecfa importarle. Para Clara lo tinico que provocaban sus gustos eran disgustos. Y no entendia por qué. ¥ le daba rabia o tristeza, porque se sentia sola. Peto esto solo se lo decfa a Tobiana, la criada que la acompafiaba desde que habfa nacido y que siempre trataba de consolarla. A veces contandole cuentos, otras chismorredndole lo que escuchaba en el mercado —ahi només, en la recova~ cuando salia de compras. Ouras, llevandola a escondidas a la casa de los Thompson. Alli solia estar misia Mariquita con sus hijos y los hijos de sus ctiados, siempre dispuesta a recibir visitas, a sumarlas a su juego favorito de disfiazarse y actuar. Como en el teatro, decfa, ya todos les daba un papel. Dofa Carmen queria a su hija, cémo no. Soportaba y hasta le causaban gracia algu- nos de sus “caprichos”, pero no podia permi- 13 tirlos. “Donde hay caprichos, nido de bichos”, reperia Que Clara fuera tan discola, pensaba ademas, Ia volveria infeliz. Qué hombre rico, noble y decente quertia casarse con ella, si no sabia bordar, ni cerrar la boca cuando nadie le pedfa opinién? ;Qué clase de matido podrfan con- seguitle, si lo tinico que la muchacha pretendfa era imponer su voluntad? Para dofia Carmen el futuro de Clara era un enigma. Un criadero de problemas que disimulaba ante su marido, porque el hombre le habia confiado la educacién de la nena como quien fia un tesoro. Solo un detalle tanquilizaba a la mujer: su hija era linda como una fruta fresca. Tenia los ojos grandes y claros como dos amaneceres. Una belleza. De ahf que aquella tarde, y con Clara todavia encerrada en el cuarto, legara un pintor a la casa. Dofia Carmen lo habia conseguido en la Casa de Niiios Expésitos, a donde solfa ir de visita para llevar ropa o pastelitos alos huérfanos 4 Se lo habfa recomendado el propio director del albergue y ella habia aceptado probar a ese joven artista con la esperanza de que hiciera el retrato de su hija. Porque entonces, imaginaba la mujer, mientras Clara no estuviera madura para ser presentada en sociedad, exhibirfa el cuadro en el salén de las tertulias y lo demas vendria solo: los buenos pretendientes, el elegido y la boda. Z Cariruto 3 Piss qué me Ilamaron? —empers Clara con restos de enojo—. jz¥ el tal pintor?! —insistié decepcionada. Y es que, al entrar en la sala donde supuestamence Ja esperaba un artista, Jo tinico que vio fue el dorso de un viejo caballe- te y a su madre nerviosa moviendo unas sillas. —jCambia el tono, Clara Inés! —la frend dofia Carmen—. jAntes que cuente hasta tres! —Pero dejé el sermén para otro momento porque justo en ese instante, de atrés del caba- Ilete, se asomé un muchacho delgado y marrén, con mis cara de espanto que de artista. —Miguel Soria, nifia Clara, mucho gusto. Conmovida con la timida y escueta apa- ticién, Clara hizo una reverencia que dej6 muda 16 asu madre. “Asi que la mocosa sabja saludar”, se sorprendis, Y el pintor se animé un poco mis. —Miguel Soria, nifia Clara, pero puede lamarme Chicombu. —;Chico qué? —Chicombi. Clara tuvo que hacer un gran esfirerzo para contenerse, pero apenas pronuncié aquel nombre en vor alta “Curcomat, Cricomet”, la carcajada estallé sin control. Se le escaparon sin el menor decoro, esos cacarcos interminables y contagiosos que tanto molestaban a los adultos, pero que ella no podia reprimir. Por su parte, pasado el primer susto y ven- cido por la tentacin, Chicombui empezé a reirse también. Y con todos los dientes, que eran parejos y blancos, igual que un teclado de perlas. —jA ver, a ver, Malaver! —interrumpié palmoteando dofia Carmen, contenta con que el humor de su hija hubiera mejorado, pero decidida a poner fin al desorden—. {Qué tal si empezamos con el trabajo? 18 —Co-co como usté diga, dofia Ca-ca, dofia Ca-carmen —Chicombti habia quedado tartamudo de tanto refrse. ofia Cacé! —solté Clara diver- tida—. {Dofia Caca! —repitis a los gritos sin fijarse en los ojos de su madre, que empezaban a flamear. Y todo hubiera terminado mal (muy mal!) de no haber sido porque en ese momento entré Tobiana a la sala con unos refrescos y una mirada habladora ditigida a los chicos: “O se comportan 0 esto se arruina para siempre”. Eso dijeron sus ojos y asi se ordené la escena Dofia Carmen se senté en un rincén de la sala, cerca de la ventana que daba a la calle, y retomé su bordado. Decidié permanecer donde estaban “esos demonios”, pero haciendo de cuenta que se ocuparia de la costura y no de ellos. “jQué barbaridad!", pensaba sofocada. Y agradecfa que su esposo estuviera de viaje. 19 Chicombi guié a Clara para que se acomodara en una silla, en un dngulo donde él la pudiera ver y a la vez pudiera tener ante si la hoja donde dibujarla. Después, mientras trazaba las primeras lineas, Clara se mantuvo quieta, contemplando al artista. Dofia Carmen, mds uanquila, intenté reprimir unos bostezos. Hasta que se dejé Hevar por el silencio del ambiente —apenas si se ofa el lejano runrtin de unas carretas~ y se durmié. “Un rato, no mas”: el tiempo suficiente para que durante aquella siesta Clara y Chicombui pudie- ran tomarse un recreo y hablar Z Carfruto 4 x, —Oon tos huérfanos vivo, nia Clara. —zEn Casa de los Expésitos? —Si, ahi només. En la misma calle del correo. —Pero... spor qué? {Desde cudndo? —Porque mi padre estd preso. —;Preso? —Si, en la cdrcel del Cabildo. Lo veo por una ventana cuando paso por ahi. Y a veces hasta podemos hablar. —2¥ tu madre? —Murid. —De qué? —No sé. —2Y por qué esta preso tu padre? 22 —Se dice que por dibujar. AY cul es el delito? —Sus dibujos. —jMentiroso! Seguro ha de ser delin- cuente. Dibujar nunca ha estado prohibido. Chicombii prefirié cambiar de tema Pensé que no debfa hablar de las caricaturas de su padre; después de todo, habfan resultado ofen- sivas viniendo de un negro, y por eso lo habian arrestado. Pero a él esos dibujos le gustaban. Més que las acuarelas en las que su padre pintaba la vida de este lado del océano 0 Ia que evocaba de su Africa ancestral. Mucho mds. Porque las caricaturas eran imdgenes reales ¢ irreales a la vez. Graciosas y audaces. Sobre todo la del virrey de Sobremonte con cara de vitrey y cuerpo de gallina. O la de Cisneros sentado como un bebé adentro de una canasta repleta de pastelitos. La canasta, como una canoa, flotando sobre el Rio de la Plata —Mi pa’ es un buen padre —retomé Chicombi—. Era esclavo de los Alvarez y 23 Araujo, donde mi ma’ era cocinera. Ahi la cono- cid, se casaron y naci. Se hizo un breve silencio. —Mi padre es un buen carpintero y aunque esté preso ya es libre, no tiene més amo Unos comerciantes le compraron la libertad porque querfan que trabajara para ellos sin tener que alquildrselo a nadie. Y ahora esta preso en la todo culpa de la libertad, —No digas eso, pintor. carcel. —,Por qué no? Clara iba a decir algo més, pero no supo qué qué palabras ponerle a lo que no compren- dia del todo. Cuando dofia Carmen se desperté, Chicombti ya no estaba. Se habia ido con el permiso de Clara para llegar al albergue a la hora convenida con su tutor. Antes de despedirse, habia enrollado sus hojas y las habia guardado con las carbonillas en un morral recosido. —Seré hasta mafiana —le habfa dicho a Clara. Y que se iba rapidito para asomarse a las ventanas del Cabildo y saludar a su padre. = Cariroto 5 . Daspues de aquel primer encuentro, las visitas de Chicombi a casa de los Orihuela se hicieron costumbre. Llegaba después del almuerzo, tomaba un refresco que Tobiana preparaba con jengibre y se ubicaba detris del caballete. Enganchaba sus hojas de abajo y saca~ ba una carbonilla. A veces, un lépiz pastel Miraba a Clara, miraba la hoja, trazaba una linea y fruncia la frente. Miraba a Clara, miraba la hoja, trazaba una linea y... Clara entonces se quedaba quieta. Y bas- tante juiciosa. Hasta que su madre, con la costu- ra en una mano y el abanico en la otra, daba el primer cabezazo y se dormia. 26 Para dofia Carmen la siesta era sagrada. Y si habia aceptado recibir al “mocoso” en ese horario ta para que Clara pudiera cumplir con el resto de sus obligaciones. “Si es preciso”, decfa la sefiora, “tendremos que sactificar la siesta”. Y agregaba: “No hay gran edificio sin gran sacrificio”. Peto lo cierto es que cada vez estaba mas tranquila con el huérfano que habja contratado. Del retrato de su hija no habia visto avances, pero desde que Chicombti habfa pisado su casa, el humor de Clara era otro. Seguia pinchandose con la costura y tocando el piano como si en vez. de manos tuviera martillos. “Pero al menos pensaba dofia Carmen, “se deja peinar sin grusir. Y no vive esperando un descuido para escaparse alo de su tia a jugar. Apenas dofia Carmen se dormia, cosa que los chicos notaban enseguida porque ron- caba como un cochero cansado, para Clara y Chicombti empezaba la fiesta. Abandonaban sus lugares fijos de pintor y modelo, y se iban de la sala. Tenfan calculado el tiempo que la mujer 27 tardaba en despertarse, asi que, con Tobiana haciéndose la distraida, se metian en el escri- torio de don José a mirar libros con mapas y a planear aventuras. A veces también se asomaban a la calle Les gustaba ver a la gente que pasa- ba. No mucha a esa hora. Pero suficiente para entretenerlos: lavanderas con canastas Ilenas de ropa limpia volviendo del r/o, funcionarios del Cabildo sofolientos, carretas rumbeando hacia el puerto. Miraban muy bien lo que pasaba porque después jugaban a recordarlo: :De qué color era el cinto que sostenia el pantalén del aguatero? {Cudntos chicos corrian detras de misia Inés y su ctiada? Ganaba el que més se acordaba y lo podia demostrar Hasta que un mediodsa, ni més ni menos apacible que los otros, ni mas ni menos otofial que todos los de aquel mayo de 1810, en casa de los Orihuela parecié que tronaba un cafién. Po CapiTuLo 6 * (LA moverse, que llegé la hora! —arre- metié dofia Carmen cuando entré Chicombi. —jLa hora de qué? —pregunté Clara. —Usted se calla. La cosa es con él. —,Qué cosa, madre? —EI retrato. Llegé la hora de que vea- mos el retrato. ero por qué tanto apuro! —jApuro? Ya ha pasado mucho tiempo. Y tu padre adelanté el regreso. —2Mi padre! ;Qué bien! Para cudndo? —En pocos dias estard en la casa. Y tendremos que prepararnos para sus reunio- nes. —ZTertulias? —se alegré Clara, porque solo cuando habia tertulia en la casa se preparaban 30 manjares: masas con dulce de guindas y rosqui- tas de canela y ralladura de limén. —No sé hija, en realidad no lo sé... —Donta Carmen se oscurecié de golpe. Trataba de entender algo de todo lo que su esposo le habia escrito en su carta. Que cn Espafia el rey ya no reinaba; que si el rey no era més el rey, tampoco habia virrey... que algo ocutritfa cn Bucnos Aires, que los criollos podrian gobernarse y comerciar de igual a igual con todo el mundo. Y hablaba de reuniones y reuniones para discu- tir. —Ay dojia Carmen, pero atin no termi- interrumpié Chicombi. — Qué cosa? —El retrato. —jPor cierto! jEl retratol —La mujer volvié a perder la calma—. Te doy tres dias para completarlo. Ni uno més y haya paz! —Pero mama... —Usted se calla. ;¥ todo el mundo a sus tareas! ;Tobiana! ;Ramén! a1 Dofa Carmen batié palmas unas cuan- tas veces y empez6 a moverse de un lado a otro de Ia casa, dejando solos a los chicos en la sala y dando érdenes a los criados: —jA lavar bien los patios, los vidrios, la vajilla! ;A lustrar la platerfa! —i¥ a enarbolar los manteles, que se acercan los corceles! Solia haber mucho ajetreo cuando don José regresaba de un viaje, y esta vez, ademés, habfa anticipado su regreso. = Carfruto 7 ) ~Y ahora aqué hacemos? —dijo Clara en voz baja. —;Con qué? —pregunté Chicombt Con una mano se tascaba la cabeza y con la otra sostenia una carbonilla. Todo esto frente a.una nueva hoja en blanco enganchada en su caballete. 34 —jNo me tomes por tonta! ;Con qué ha de ser? —rugié Clara—. Con el retrato —Ah si. —Porque yo sé Ia verdad —;Cuil verdad? —Que el que dibuja es tu padre y. ‘Chicombi se enojé con Clara por prime- ra ver, pero enseguida bajé la cabeza y se quedé callado. Era cierto. El maestro de pintura era stu padre, pero él también era muy buen pintor. Un prodigio de los colores, como solian decirle. Y si no habia podido demostratlo en casa de los Orihuela en esos dias, era por varios motivos. Para empezar, los ojos de Clara lo paralizaban; los ronquidos de dofia Carmen también, pero por otras razones. Copiar del natural, ademas, nunca le habia gustado. Los personajes y los objetos de sus dibujos surgian siempre de su imaginacién. Y por dltimo, pero sobre todo, desde que su padre estaba preso.... —Ya no puedo dibujar —reconocié Chicomba. 35 —Y entonces ;por qué estas aqui? —Porque queria intentarlo. Necesito trabajar AY qué pass? —Que no puedo y tendré que decirlo —Eso seria un escindalo. —Tal vez —Y mi madre te echarfa de esta casa. —Tal vez. —Y ya no volveriamos a vernos. —Eso si que de verdad es triste. —Entonces hagamos algo —No hay nada que hacer —Pues yo tengo un plan! ” Capituto 8 a — Vamos juntos al Cabildo —dijo Clara muy segura. —2Al Cabildo? —Lo Ilamamos a tu padre. —A mi padre? —Y si, no ha de ser al mio. — Al suyo? —iNo, al tuyo! —2Al mio? —iAy Chicombi! Le decimos que se asome a la ventana —2A la ventana? —No tepitas como un loro lo que digo, por favor. —Le pasamos las pinturas por las rejas. 38 —2Por las r...? —Envuelras en un paquete como si fue- ran comida. —aAja. —Le contamos el problema —2¥ entonces. —Mientras ustedes conversan yo me ubico donde él pueda verme glo ves? —iSi, sit ;Ahora veo! Qué ves? —Una cosa Qué cosa? —Maravillosa. —iYa Chicombu! Qué es lo que ves? —Que unos pocos minutos serdn sufi- cientes, seguro.. —sPara obtener el retrato? —El objeti- vo de Clara cra tranquilizar a su madre con un buen cuadro para luego concretar su cometido: que Chicombi se quedara en la casa y fuera su maestro de dibujo. — Para tener el retrato? —volvié a pre- guntar Clara con més ansiedad 39 —No, para que mi pa’ la mize bien, la recuerde y después... en el calabozo... Chicombti hizo silencio. De pronto se pregunté qué pasarfa con Clara, si misia Carmen los descubsia. Qué pasarfa con su padre, si lo acusaban de cémplice. Qué pasaria con él si a su padre le pasaba algo peor. Pero ademés jno le habian prohibido pintar? —No pienses més nifioarbusto —dijo Clara con gracia— no va a pasar nada malo. —2Eso cree nifia Clara? —Eso quiero. —Entonces probemos el plan = Carfruto 9 5 Casa y Chicombé arrancaron una hoja del caballete, la cortaron en dos y trazaron un plano de las calles para decidir por dénde desplazarse. El Cabildo no quedaba lejos, pero querfan marcar algunos puntos de reencuentro por si algo los obligaba a escapar. Aprovechando que dofia Carmen iria a lo de la modista, saldrfan de la casa de Clara a la mafiana siguiente. Cada cual por su lado. O més bien: uno adelante y el otro —disimuladamente— detrésf Irfan por la calle de La Merced hasta la Santisima Trinidad. Alli doblarfan a la derecha, cruzarian la calle de La Piedad y la de Las Torres hasta legar a la del Cabildo. De ese modo no cendrian que pasar por el frente de la Casa de los Nifios Expésitos y andarfan siempre cerca de la 42 residencia de Mariquitajella podria ayudarlos en caso de necesidad. Tobiana, por su lado, tendrfa que dis- traet a dofia Carmen con algtin tema jugoso si Ja mujer volvia de la modista antes de que ellos hubieran completado la misién. Pero de esto no hablarfan ni con Tobiana: Iegado el caso, ella sola sabria qué hacer. Segtin Clara, su amorosa ctiada tenia poderes adivinatorios que le indica- ban salvarla a ella, su nifia del alma~ cada vez que los mayores se proponfan castigarla ” CarfruLo 10 ba Se oe eee ets Orihuela las velas de algunos salones ardicron hasta la madrugada. Don José habia Ilegado antes aun de lo anunciado a su esposa, y acompafiado por otros hombres con los que mantuvo larguisimas conversaciones durante toda la noche. Se ofan exaltados. A ninguno parecfa importarle la hora ni que los otros habitantes de la casa estuvieran descansando Clara escuché un ir y venir de su madre por los patios, un abrir y cerrarse de puertas, movimientos en la cocina, los pasos comedidos de Tobiana. Tiaté de adivinar qué pasaba, pero solo se ofa el barullo, ninguna palabra para descifsat. 46 Entonces se dio por vencida y cambié de preocupa- cidn: se concentrd en los puntos més importantes del plan que levaria a cabo a la mafiana siguiente, aun con la presencia de su padre en la ciudad. “Si algo grave estd pasando”, pensé Clara, “se encerrard en su escritorio. Y si todo esta en orden”, reflexio- 1né, “por la mafiana saldrd a trabajar”. Entre tanto, en la gran habitacién que compartia con los otros huérfanos, Chicombit daba vueltas en su cama: Mientras escuchaba sor- prendido que los celadores de la Casa hablaban en, voz alta como no solian hacerlo por las noches, é1 repasaba mentalmente los nombres de las calles y los pasos a seguir Y, aunque tenia un poco de miedo, sabia que la idea de Clara era lo tinico que podria ayudarlo. Pero ayudarlo a qué?, se pregun- taba. A que nadie se enterara de que ya no podia dibujar? Como si eso le importara tanto. :A que Jo dejaran seguir viendo a Clara, que era la mejor amiga que haba tenido desde que lo habian sepa- tado de su padre? Eso sf, se respondia Chicombtt. Eso si que le importaba de verdad. 48 Pero gpor qué habia tanto ruido esa noche? {Por qué entraba gente y hablaba? ;Por qué discutian tanto? = CapiTuLo 11 * A inanecis gtis y lloviendo. Hacfa frfo, ademiés, —Buen dia mi nifia Clara. Abra ya los dos ojitos que llegé esta negra buena con la leche y pastelitos, —Arriba, nia bonita —insistié Tobiana Y se senté a un costado de la cama de Clara con una taza de chocolate caliente entre las manos. Clara abrié los ojos y se incorporé como un resorte —,Qué hora es? —preguaté ansiosa. —Temprano muy tempranito es hora de despertar... 50 —jBasta de cantos, Tobiana, que estoy apuradal —,Para ir a dénde, mi nifia si hace un fiio del demonio? ~¥ mi madre? —Con su padre —2Y mi padre? —Se han ido los dos. Clara se desprendié de las mantas y se levanté de Ia cama tiritando. Con la ayuda de ‘Tobiana se puso el vestido de pafio més grueso que tenfa. Se tomé el chocolate parada, de un sorbo, y guardé el pastelico en el pequefio bolso que pensaba llevarse. Con agua limpia y tibia que Tobiana habia juntado en la jofaina se lavé la cara y se cenjuagé la boca —jPronto Nonina! —dijo a su criada con carifio—. Necesito que me ates el cabello de una vez. 51 Apenas el sereno anuncié las nueve, Clara se envolvié en su rebozo, abrié la puerta de calle y salié. No hubo nada que la retuviera. Ninguna palabra ni razonamiento que la convencicra de quedarse. —jPero nifia...! —le habia dicho y redi- cho Tobiana—. Ha amanecido con lluvia. La calle est4 llena de gente, de barro. Andan todos muy alborotados. Venga que le cuento un cuen- to, venga que le canto un canto. Y si le cocino una mazamorrita? Nada. a CariruLo 12 as Can vio a Chicombii refugiéndose de Ia llovizna bajo un alero y empezé a caminar hacia 41. Pasé por delante y Chicombit la siguié, ‘As{ fueron atravesando las calles, contentos, salrando para salpicarse. Uno adelante, el otro muy cerca, detrds. Hasta que, a las pocas cuadras, algo los paralizé y se miraron perplejos, interrogindose en silencio si debian o no continuar: un amontona- miento de vecinos, enue alegres y ansiosos, ocupa- ba la Plaza Mayor y gritaba frente al Cabildo. “Queremos saber qué esté pasando”, se escuchaba por ahi. Y el grito se mezclaba con el pregén de los aceituneros y cl de soberanfa y libertad calientes para quemarse los dientes. Y aunque también queria saber el porqué de ese tumulto, Chicombii se adelanté a Clara 35 y empezé a caminar haciendo un leve desvio en el rumbo. Para evicar el gentfo, doblé por La Piedad hacia San José, que era la calle que bor- deaba la parte de atrés del Cabildo. Alli daban las ventanas del calabozo por las que los presos se asomaban para hablar con la gente. Clara y Chicombai legaron casi corrien- do a esa cspalda del municipio y se mezclaron con otros que tampoco entendian. Mujeres blancas, mulatas, negras, mestizas con chicos blancos, mulatos, negros, mestizos que golpea- ban las rejas de las ventanas con palos, pidiendo ver a sus familiares detenidos. Exigiendo noticias sobre ellos —igPero qué estd pasando?! —pregunta- ba Clara confundida No sé, nifia Clara, no sé. —Chicombit daba vueltas como un tompo, uatando de ave- riguar dénde estaba su papé. Hasta que aparecié un guardiacdrcel desencajado y brutal que, con una cachipo- ra en la mano, explicé a los “revoltosos” que debian retirarse. Que desde hacia varios dias en 36 el Cabildo habia muchos vecinos respetables y decentes decidiendo asuntos de gobierno, ast que para estar més seguros habian despachado a los reclusos. “Al presidio de Lujan, al interior, ala isla Martin Garcia y al mism{simo infierno también”. —Pero a quiénes se Ilevaron, sefior, diga usté dénde estan —insistia una mujer. A lo que el guardiacércel respondié con un revoleo de cachipossazos que acabé despejando el lugar Mojados y muertos de frio, también Clara y Chicombti terminaron expulsados a los empujones. Y, sin decirse una palabra, camina- ton sin destino en direccién contraria al Fuerte. a Capitulo 13 a — Vuelva a su casa, nifia Clara —bal- buceaba Chicombii—. Vuelva a su casa que la van a perdonar. —A castigar —A perdonar... Pero Clara no se detenia. Hacia més de dos horas que caminaba junto a su amigo medi- tando una solucién. Habia dejado de lover, la ciudad empezaba a desdibujarse: cada vez menos casas, més terrenos baldios y barrosos. Clara sabia que a esa altura a Tobiana ya se le habrian acabado las excusas para ponerla a salvo de sus padres y que muy probablemente terminarian mandéndola a un convento para que las monjas “se encargaran de su educaci6n”: mas bordado, més oraciones, mejores modales 58 para una sefiorita. Sabia también que, por més gue suplicara, alejarian a Chicombii de su vida, como ya otros lo habian alejado de su padre al que, por lo que habia escuchado, quizd nunca volverfa a encontrar. Eso iba pensando Clara mientras cami- naba y no paraba de secarse con las mangas el agua que le cafa de la nariz congelada. Y que algiin parecido cenia con Chicombti. Que ella fuera mujer y él tuviera la piel marrén los con- denaba a callarse, a obedecer siempre a otros, a bajar la cabeza. Y que ella no la bajarfa, pensaba, cuando una mano fuerte la agarré del hombro y otra idéntica de tosca aferré a Chicombi. —jQuietos! ;Aguarden! —les ordend una voz. Fra la de un negro bien vestido y viejo, sin duda duefo de las manos que los retenian por la fuerza —;Quién es usted, bestia bruta? —pre- gunté Clara furiosa tratando de zafarse. —Ahora mismo se vienen conmigo —insistié el hombre a los chicos. Y ladean- do la cabeza, pero aflojando el gesto, sefiald 59. un carruaje sefiorial. Era el de los Sanchez de ‘Thompson, detenido a un costado del camino, —jTiia del cielo! —grité Clara feliz cuando vio a Mariquita en la galera, haciéndole sefias para que se acercaran = Capfruto 14 x, Exstaustos y sucios, Clara y Chicomba caminaron hacia el carruaje mirdndose los pies, escoltados por Mateo, el viejo cochero. Parecia in que se lo hubieran dicho uno al otro- que los dos habian aceptado Ia invitacién de Mariquita aun sin saber adénde los conduciria ese destino. Sin embargo, y tal vez por la incet- tidumbre, Chicombié dio una répida mirada a su entorno y tomé otra decisién. Sabla que después de lo ocurrido durante ese largo dia, jams podria volver a la Casa de los Expésitos sin que lo encerraran como a un delincuente 0 —a pedido de los padres de Clara~ lo alejaran de la ciudad. Aproveché entonces el momento en que el cochero asistia a Clara para que subiera al vehiculo y se eché a corre. 62 Clara y Mateo reaccionaron enseguida y empezaron a correr detrés de él. Lo siguicron unos metros, hasta que los gritos de Mariquita frenaron la carrera —iPerros! —vociferaba la mujer— iVienen los perros! —grité con todas sus fuerzas. Y porque cra frecuente que en sos lugares bandas de perros salvajes se entrome- tieran de malos modos con las personas, hasta Chicombi pensé en detenerse. Y finalmente lo hizo, pero de golpe y porrazo, porque tropezd con un monticulo de piedras y al caer se lasti- mé una pierna. —jChicombuuuuuuut! Clara le pidié a Mateo que acercara el coche a donde habia quedado su amigo a merced de los perros, pero Mariquita la tranquiliz6: —No hay ningtin perro, querida. Lo he dicho para detenerlos. —Entonces bajé ella misma, dofia Maria Sanchez de Thompson, y fue a buscar al muchacho. —Vamos Chico... ;Chico qué? —pre- gunté toméndolo del brazo. 63 —Miguel Soria, misia Mariquita, pero puede llamarme Chicombti —Chicombi dijo eso recordando su primer encuentro con Clara. Solo que ahora, mds avergonzado que entonces, recupe- 16 su mortal y volvié rengueando al carruaje El coche de los Thompson era tinico. Se Jo habian hecho waer especialmente de Espasia Y, para diferenciarlo atin més del resto, en vez de hacerlo acarrear por mulas entumecidas, de este tiraban caballos aleaneros y fornidos. Clara siempre habia querido pasear en ese carruaje, pero sus padres, que pensaban que ese coche e1a una “ostentacién obscena”, jamds se lo habian permitido. Finalmente, con Mateo en el pescante y los otros tres bajo techo, iniciaron el regreso. Volverian al centro de la ciudad, pasarian cerca de la Plaza Mayor para pispear novedades y aca~ barian el viaje en casa de Mariquita. —Hoy es un dia importante —arengé la mujer. —No quiero volver a mi casa —dijo Clara. 64 —Tal vez ya haya un nuevo gobierno... —Mis padres van a encerrarme. —.-y los criollos podremos abrir nues- tras puertas al mundo, scomprenden? —jSe han Ievado a los presos del Cab..! —...con nuevas ideas, por fin, donde las nifias estudien y... {Tifa Mariquita se interrumpié de golpe. Los ojos vidriosos de los chicos la miraban suplican- tes. Algo le recordé entonces sus dias en el con- vento. En esa habitacién oscura y frfa adonde la habjan confinado “para recapacitar”. Para que aceptara casarse con el candidato que sus padres habfan elegido para ella y se olvidara del alférez Martin Thompson. —jEso nunca! —solt Mariquita como volviendo de un mal suefio. Y Clara, que conocia la historia, la ayudé a sobreponerse al recuerdo CapitTuLo 15 CI ustedes también tienen problemas, zverdad? —pregunté Mariquita a los chicos. —Alguno me puede explicar lo que pasa? Y al fin arrancaron resueltos, revuel- tos. —No més amos nos amos asoma- mMOs ambos ambiguos antiguos amigos zambos bandos bordados burdos absurdos tumbos humos rumores rumbos. 66 (Las palabras se atropellaban soltandose de las frases, salpicando...). —Rumbes rumba lumbre costumbre sombra nombra hombre hambre alambre enjambre siempre precio presidio preludio ptivado prima primado piano pia peine peineta pinta pincha dura pUfa caricatura captura —iYa! —Mariquita interrumpié a los chicos. Habfa comprendido més de lo que habfa podido entenderles. Pero dio por terminada la conversacién y prometié ayudarlos. Que algo se Je ocurtirfa, murmurs. —Entre tanto —dijo para distraerlos durante el viaje— quisiera contarles un cuento. Una viejisima historia que mi padre me contaba ami. ” CapiruLo 16 ™". Ebvue una vez (Matiquita consiguié que la escucharan) un rey poderoso y gruién. Se habta hecho construir un castillo nuevo al que aca~ baba de mudarse. Visto de afuera (Mariquita ilustraba sus palabras absiendo los brazos), ef castillo era una verdadera fortaleza. Tenia murallas bien altas y torres vigia donde se apostaba la milicia para proteger al soberano. Por dentro se veia igual. Las paredes eran grises y las ventanas muy pocas; los ambientes demasiado serios para quedarse a vivir, —Bsto es muy fito —protesté la reina no bien bajd del carruaje y se intend en su nueva casa. —Y también muy triste —la princesa agregé. 68 Yel rey que ademds de gruién eva podero- 0, ordend reclutar a los mejores artistas del mundo para que se mudaran al palacio y lo poblaran con sus obras: los escultores con sus esculturas, los pintores con cuadros, los mtisicos con sonidos y los bailarines con sus danzas. Que tampoco faltaran actores, titiriteros, bufones, arlequines y bordadoras de cortinas. Apenas la orden del rey fie comunicada, cientos de dignatarios salieron por el mundo a cap- turar artistas. Encontraron a los mds destacados en todas las artes menos en una: la pintura —2Cémo puede ser que en esta aldea no haya pintores? —preguntaban aqui y alld los enviados del monarca —Pintores hay mil —contestaba la gen- re—, pero el mejor no es de aqui. —2¥ de dnde? —se enfurecié un dia uno de los comendadores, y amenazé con castigar al que eallara. La respuesta no tardé en llegar; el mejor pintor del mundo era un nino. Vivia con sus padres 70 al pie de una montana y se inspiraba dia y noche en todo lo que lo rodeaba. Despucs, sobre cualquier superficie, plasmaba las pinturas mds perfectas que jamds se hubieran visto Los enviados del rey capturaron al mucha- cho y lo Hevaron por la fuerza ante Su Majestad. Una vez en palacio, el artista fe tratado con todos os honores: lo alojaron en una habitacién enorme, lo vistieron con los mejores trajes, lo nombraron maestro de dibujo de la princesa y le dieron més pintura de la que pidié. Como maestro, el pequeno pintor sentia que su nueva vida era grata. La princesa le gus- taba. Como artista, en cambio, era incapaz de pintar un buen cuadro. Extranaba tanto los colores del lugar en el que habia crecido que los frescos que intentaba en el palacio era mds grises que las paredes de piedra. En este punto Mariquita hizo silencio y se aclaré la voz. Lo que en verdad queria at era averiguar si a los chicos los atrapaba la historia. —iVamos tfa! Cuéntenos lo que pasé —dijo Clara impaciente. —La princesa adoraba a su maestro y querfa ayudarlo —retomé Mariquita. 2A fugarse? —No Clara, eso nunea, porque loamaba Le rogé en cambio, que le pintara una flor. Decidido a componer para su amiga la mds regia de todas las flores, el pequeno artista se internd en su cuarto y se puso a pintar. Se concentré en los mejores recuerdos y desputs de dias y noches de encierro terminé su obra. El cuadro era una inmensa y mullida lanura Con todos los tonos de verde que le habia despertado st memoria. Con los reflejos del sol y hasta el sonido de la brisa. Hipnotizado, sin poder despegar los ojos de su propia obra, el pintor dio unos pasos, un salto y entrd. Cuando se dio cuenta, estaba caminando en direccién a su casa. Durante la 2 marcha descubrié la flor que buscaba y la corts para Su Alteza. ;Cudnto tiempo habria pasado? Al verse mds alto, comprendié que mucho y se apuré a volver. Preocupada al principio y despechada des- pues, la princesa acusd al pintor con su padre. Le aseguré que se habia fiugado. El rey que ademds de ser gruitén y podero- so, adoraba a su hija, ordend que encontraran al bribon y lo hicteran prisionero. Clara y Chicombi se miraron. Ella nunea haria eso. No hizo falta (Mariquita se encusiasmd), Antes de que la orden comensara a ejecutarse, el joven pintor estaba de vuelta en el palacio con una flor en la mano. —jInsensato! ;Desobediente! —bramé el monarca— :Dénde te habias metido? Mis érdenes no se burlan —siguié enojadésimo. Y ya iba a indicar el castigo, cuando la guardia real entré a los gritos. 2B Nos invaden Majestad! ;Nos invaden! (Mariquita imitaba las voces). ;Nuestro ejército ha sido vencido y ahora vienen por Vos! —iNo puede ser! —troné el rey. Pero, al oir el metal de las lanzas y el batir de los caballos, reunié a su familia y lord —Jamds entregaré mi reino. {Mejor huyamos! —propuso la reina —Pero a dénde —se convencié rdpido el rey—. cAcaso no estamos rodeados? —Rodeados si —se adelanté el pintor— Pero yo conozco un lugar por donde buir. Entonces apuré el paso hacia su habitacién seguido por la reina, por el rey, la princesa y los sir- vientes. Se detuvo con todos frente a su maravilloso cuadro verde y los ayudé a dar el salto y entrar. Uno uno: el rey, la reina y los sibditos se perdieron en la inmensidad. Dejé para el final a la princesa. Primero le entregé la flor prometida y después le tendid la mano. Juntos pegaron el salto y juntos, a salvo, se internaron para siempre en el paisaje. & Cartruto 17 3 Mariquica termind de contar la his- toria cuando también el viaje Ilegaba a su fin. —Y bien jovencitos ;Qué les ha pareci- do? —pregunté a sus espectadores ahora deso- lados ante la proximidad del arribo. Pero no alcanzé a ofr la respuesta porque apenas termind de formular la pregunta, empezé a dar gritos destemplades. —jMateo! jMateo! ;Detente ahora mismo, por favor! La mujer parecia trastornada, Y en parte lo estaba. Porque a punto de llegar a su residencia, divisé a su prima Carmen —la madre de Clara~ llamando a la puerta con acti- rud aguerrida. 76 —Esctichame bien —dijo entonces al cochero cuando el hombre frené para escucharla— ‘Apenas descienda yo en casa, te me vas con los crfos a la vuelta. —¥ mirando a los chicos siguié—: Y ustedes me esperan aqui. Aqui adentro hasta que vuelva yo misma a buscarlos. De acuerdo? Los dichos de Mariquita fueron tan con- cluyentes que a nadie se le dio por refutarlos. A Chicombi, porque jamis se le hubicra ocurrido. A Clara, porque no veia salida: de nuevo en la ciudad, y aun habiendo escuchado Ia palabra libertad tancas veces repetida durante esa jor nada, sentia que lo que menos la esperaba en lo inmediato era eso: ser libre. EI caso es que, a unos metros de su propia casa, dofia Maria Sanchez de Thompson bajé de su carruaje con la ayuda del cochero. Y, mientras este regresaba al coche, subia al pes- cante y azuzaba a los caballos para Ilevarse a los chicos, Mariquita saludaba a su prima Carmen disimulando el disgusto. 78 —iBienvenida prima mia! ;Qué sorpresa encontrarte en mi puerta! —Llevo horas buscando a mi hija —iVamos! Entremos, que estd hacien- do frio —Presiento que ha de estar aqui. —No, no lo creo. He salido desde muy temprano esta mafiana. Pasemos. ‘Alma, una vieja criada de los Sanchez, abrié la puerta y dio paso a las sefioras. Las acom- paiié al salén de visitas y, en pocos minutos, se instalé a un costado para cebarles unos mates —Gracias Alma—dijo por fin Mariquita. Y con un gesto sencillo hizo saber a su criada que debia retirarse —;Culpa mia! —solté Carmen—. Ese maldito retrato! —siguid y ya no pudo controlar- se—. ;Culpa mfa!

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