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Continuamos el repaso del libro de Norbert Casteret "Mi Vida Subterránea" donde lo dejamos:

la conversión de Norbert de explorador suicida a científico prudente y sistemático, tras el


descubrimiento de su famosa Gruta Helada, en el Pirineo aragonés. Aunque, como la cabra siempre
tira al monte, lo que le gustaba era la adrenalina, las emociones fuertes, como las que iba a sentir en
la siguientes exploraciones.
Estamos en 1930; nuestro querido amigo llega al pueblo de Labastide-de-Neste con el objetivo de
explorar el cauce de un riachuelo, que atraviesa el pueblo hasta introducirse en una gran cueva
saliendo dos kilómetros más allá, en el pueblo cercano de Esparros, que trataremos posteriormente.
Un amigo de su padre le había chivado que dentro de la cueva había vestigios prehistóricos, lo que
animó a Norbert -más bien le confirmó- a efectuar la travesía subterránea. También le dijo que los
patos que se introducían en la cueva salían por el otro lado ciegos y sin plumas, apelando al rollo
mistérico que suelen ostentar este tipo de lugares, algo muy imbricado en el subconsciente humano.
Como dice Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de Símbolos, referido al término cueva:
La cueva, gruta o caverna tiene un significado místico desde los primeros tiempos. Se
considere como «centro» o se acepte la asimilación a un significado femenino, como lo
haría el psicoanálisis desde Freud, la caverna o cueva, como abismo interior de la
montaña, es el lugar en que lo numinoso se produce o puede recibir acogida. Por ello,
desde la prehistoria, y no sólo por la causa utilitaria de esconder y preservar las
imágenes, se situaron en grutas profundas las pinturas simbólicas de los
correspondientes cultos y ritos.

Gran porche y riachuelo que se mete en la montaña: la cueva de Labastide (google maps)
Así que, animado por el atractivo de lo numinoso, Casteret se introdujo en el gran porche, se
desvistió y, cogiendo su mítico compartimento estanco con velas, se introdujo en el río gélido hasta
llegar a un sifón laminar, impenetrable híbrido de sifón y laminador. Tiritando de frío, salió del
torrente hasta acomodarse en una pequeña playa lateral:
La marcha casi reptante, la crispación continua de los músculos, la baja temperatura y
también una cierta aprensión, me han cansado y dejado jadeante, y decido descansar
unos instantes sobre un banco de arena, una minúscula playa, que veo a mano derecha.
Me arrastro hasta allí procurando alejarme cuanto pueda del agua, donde estoy metido
todavía, y he aquí que de pronto ruedo por esta arena y me encuentro bajo una bóveda
un poco más elevada que me permite incluso sentarme y recobrar el aliento antes de
emprender el regreso a la luz.

Fiel a su estilo no se conformó con quedarse en la playita, sino que allí encontró un pasadizo que le
llevó a una gran sala, acceso de otra caverna desconocida. En ésta, Norbert empezó a sentirse mal:
Avanzo deprisa, febril. ¿No me apresuro demasiado? ¿El agua fría me ha indispuesto?
De pronto me siento débil y fatigado; me zumban los oídos, y me duelen las sienes. No
me he desvanecido nunca en mi vida, pero tengo la impresión que esto va a producirse
ahora. Me apoyo en la pared, me sobresalto y vuelvo rápidamente a la sala, donde me
siento sobre una roca. La respiración vuelve a su ritmo normal, la cefalea desaparece y
empiezo a comprender lo que me ha sucedido.

Efectivamente, lo que le pasaba es que se estaba ahogando por falta de oxígeno, desplazado por el
exceso de dióxido de carbono:
En un recodo del pasillo por el que avanzaba confiadamente, acababa de encontrar el
enemigo más temible e insidioso de los espeleólogos: el gas carbónico… Fenómeno
raro, y tanto más peligroso por lo poco frecuente, este gas existe a veces bajo tierra, sin
que se descubra o se sospeche por ser inodoro. Lleno mis pulmones del aire vivificante
y fresco de la sala, y me acuerdo en este momento de un detalle que confirma la
presencia de gas carbónico en el vestíbulo: la llama de mi lámpara de acetileno, aquí
normal, se había atenuado y vuelto amarillenta en el momento que me sentí
desvanecer. A ella también le faltaba oxígeno…

Un mes más tarde Norbert volvió a la cueva para ver si el gas se había largado a otra estancia, lo
que le llevó a descubrir un kilómetro más de cueva hasta llegar a un impenetrable sifón, en lo que él
llamaría las peores imprudencias del principio de su carrera. No contento con esto, el insaciable
Norbert -haciendo suyo el nunca bastante de San Francisco de Asís- encontró una sima cercana con
grabados parietales, uno de ellos una impresionante cabeza de león rugiente, entre otros grabados
y pinturas.
Espectáculo de luz en Labastide (www.espace-prehistoire-labastide.fr)
Hoy en día las grutas de Labastide (Casteret descubrió varias) constituyen el Espacio Prehistórico
de Labastide, donde se homenajea a Casteret a la francesa, con respeto y cariño. No como nosotros
los españoles, que parece que encumbramos a los mediocres ignorando a los grandes; una pena,
coño.
Las siguientes pesquisas de Norbert, entre 1930 y 1931, fueron espectaculares en el ámbito
científico, y por ser pionero en el empleo de productos químicos para resolver problemas
hidrogeológicos.
Mapa del recorrido subterráneo de la fuente del Garona (norbertcasteret.net)
El problema era el siguiente: el río Garona -que es como el Ebro francés desembocando en el
Atlántico- posee una surgencia -una cascada- enorme que lo nutre, el Guelh de Joeu, en la parte
francesa de los Pirineos. En la parte española, justo al otro lado de la surgencia, hay un sumidero
llamado el Forau de Aigualluts, que recoge las aguas de deshielo del Aneto y las montañas
circundantes alimentando -en teoría- el español río Ésera.
Norbert y sus acompañantes, con los barriles de fluoresceína en el Forau de Aigualluts
(norbertcasteret.net)
Norbert sospechaba, contra la opinión general, que el agua que se introducía en el Forau no iba al
Ésera, sino que cruzaba los Pirineos hasta Francia, para salir por el Guelh y alimentar el río Garona.
Sus alarmas saltaron cuando, en 1931, se enteró de que el gobierno español pretendía construir una
presa hidroeléctrica aguas arriba del Forau de Aigualluts, lo que hubiera secado el Garona y, peor
aún, socavado la grandeur francesa, cosa que nuestro amigo no podía tolerar, como francés de pura
cepa.
El forau d’Aigualluts, el sumidero que lleva aguas al Garona (travesiapirenaica.com)
Ni corto ni perezoso decidió -con un par, como era su costumbre- probar su hipótesis, consiguió 60
kilos de fluoresceína para verterlos por el Forau y comprobar por dónde salía el agua
coloreada. Organizó dos equipos, uno en el Guelh y otro, el suyo, que echaría la fluoresceína por el
Forau, en la parte española:
Finalmente había llegado el crepúsculo; era el momento conveniente. Sacamos los
pequeños barriles de su escondite haciéndolos rodar hasta el borde de la cascada.
Isabel y yo empujamos el polvo oscuro, que echamos en el agua y la vimos
transformarse instantáneamente en un verde fluorescente. El colorante impregnó
rápidamente el torrente entero y la capa de agua que dormía al fondo de la sima. En
tres cuartos de hora lanzamos así los sesenta kilos, con los recipientes acusadores
incluidos.
Río teñido con fluoresceína (Science Image Library)
En la cascada del Guelh se encontraban la mujer de Casteret, Élizabeth, y sus amigas, que no
tardaron en ver cómo el agua salía verde. Esto demostraba la tesis de Casteret, paralizando el
proyecto español de la presa:
La misma tarde de aquel 20 de julio de 1931, tras una larga marcha, el «Equipo
Garona» encontraba al «Equipo Ésera» en el lugar convenido. Mi mujer y sus amigas
no habían visto ninguna coloración en el Ésera, pero mi madre y yo habíamos
encontrado el Guelh de Joeu transformado en una tromba de agua de un verde
esplendente que persistiría durante veintisiete horas y se propagaría una cincuentena
de kilómetros, atestiguando así pública e irrevocablemente que el Garona nacía en el
glaciar del Aneto, en el punto culminante de los Pirineos.

Este descubrimiento hizo más famoso a Norbert, lo que propició que, en 1932, una empresa
hidroeléctrica francesa contactara con él para averiguar el destino de un misterioso torrente que
desaparecía bajo tierra en una zona de fisuras calcáreas, cerca de Ariège: la gruta de la
Cigalère.
Los Pirineos tras el porche de la gruta de la Cigalère
En su primera incursión localizó el curso subterráneo metiéndose por un agujero en la ladera de la
montaña, pudiendo progresar seiscientos metros hasta llegar a varias salas plagadas de maravillas
subterráneas, entre ellas las populares excéntricas:
Pude observar en esta ocasión que la víspera había atravesado una inmensa sala sin
darme exacta cuenta de sus proporciones, realmente extraordinarias, Pasamos más allá
de donde había quedado el día anterior y fuimos recorriendo, en un trayecto de
seiscientos metros, otras salas con profusión de estalactitas y de cristales de yeso en
una disposición maravillosa, como no la había visto nunca y como no los he vuelto a
ver, tan puros y en tanto número. Esta caverna excepcional escondía
providencialmente el curso de agua que se me había pedido que investigara, y ofrecía
además panoramas de una riqueza inusitada.

En la siguiente incursión Norbert remontó el torrente subterráneo otros dos kilómetros, hasta que se
encontró una cascada vertical de diez metros de altura.
Excéntricas en la Cigalère (frenchcaves.com)
Sacó una pértiga metálica desmontable -Norbert era una ferretería andante- con la que consiguió
remontar esta cascada y otras muchas, hasta llegar a una insalvable, de 18 metros de altura:
Sin dudar un instante, y con un magnífico optimismo, decidí proseguir la exploración
con mi esposa y escalar la cascada con ayuda de una pértiga metálica desmontable
que nos servía de cucaña. Al cabo de unas sesiones memorables, llenas de caídas al
agua y ejercicios peligrosos, conseguimos avanzar penosamente hasta la octava
cascada, de quince metros de altura, situada a unos tres kilómetros de la salida. Al fin
entreví, a través de la espuma y la bruma de las caídas de agua, una novena cascada
que por lo menos contaba con unos dieciocho metros de altura y que realmente juzgué
insuperable.
Norbert remontando la cascada con pértiga, en la Cigalére
Aquí terminó, por motivos técnicos, la exploración del torrente desde esta cueva. Aún así, este
contratiempo le animó a peinar la zona superior en busca de más agujeros donde meterse y poder
regresar al río subterráneo, aguas arriba.
Encontró un pequeño pozo y, tras descender 20 metros por la cuerda lisa, el torrente de marras, que
descendía por otros pozos por los que no podían descender solo con cuerdas. Consiguieron escalas
metálicas y descendieron estos pozos, bajo una ducha de agua a la temperatura de dos grados y
derrubios de fango y piedras, todo muy agradable. Así descubrieron lo que, en ese momento, era
el abismo más profundo de Francia, otro éxito de nuestro amigo:
Pero, pese a todo, seguimos hundiéndonos cada vez más profundamente, hasta que
fuimos detenidos por una grieta impenetrable en la que sólo el agua podía introducirse.
A falta del punto de unión con la gruta que esperábamos descubrir, y que resultaba
imposible, alcanzamos una profundidad de trescientos metros, que hacía de este
abismo el más grande de Francia. Lo bautizamos con el nombre de Sima Martel en
homenaje a nuestro maestro y amigo E. A. Martel. Había también una razón utilitaria
que no debíamos olvidar, aquélla por la que me había sido encargada la misión de
investigación y exploración del curso subterráneo. Con mis indicaciones se dio lugar a
la creación de un túnel en el flanco de la montaña, que venía a desembocar en la sima
Martel, justamente entre dos cascadas. Una pequeña presa fue construida en este
punto, lo cual permitió sacar a luz y encauzar por un conducto hasta el colector
general de la Unión Pirenaica Eléctrica las aguas que hasta entonces se habían
perdido improductivas en las entrañas del monte. Nuestra misión había quedado
cumplida y alcanzado nuestro fin.
Unos años más tarde, en 1937, Norbert ya se había echado un par de "becarios" a la espalda, con los
que estaba muy contento a pesar de tener que renunciar a la soledad que tanto le había aportado.
Hicieron una prospección por el municipio de Esparros, muy cercano a Labastide, y un pastor les
informó de un agujero ignoto, que descendieron con escalas hasta una profundidad de 20 metros.

La cueva de Esparros y sus concreciones de aragonito (CNRS)


Llegaron a una ventana estrecha por el que salía un vientecillo delator. Ni cortos ni perezosos se
liaron a ensanchar la gatera con buriles y martillos, para desembocar en un estrecho pasillo:
La caverna continuaba aún, o por lo menos la corriente de aire conductora provenía
ahora de una nueva gatera, mitad rocosa, mitad terrosa, en la que me introduje.
Conseguí forzar esta abertura, y llegando a un pasillo muy accidentado, fui conducido
a una gran sala, cuyo suelo casi hundido dejaba entrever el orificio de un pozo interno
al que no pude descender solo y sin aparejos como me encontraba. Bauticé este lugar
«Sala del 25 de junio» y me volví a la gatera que Gattet se estaba empeñando en
ensanchar, Le informé de mi progresión y de las perspectivas llenas de promesas que
ofrecía nuestra Sima de Esparros, como decidimos llamarla.

Unos días más tarde volvieron con el objetivo de ensanchar las gateras, con la presencia de la gran
Elizabeth Casteret, que moriría cuatro años más tarde tras el nacimiento de su quinto hijo.
Norbert en la cueva de Esparros (norbertcasteret.net)
Fue ella la primera que accedió a unas salas plagadas de concreciones de aragonito y formaciones
excéntricas:
Tentada por lo que le había contado sobre la sima de Esparros, esta vez Isabel vino con
nosotros. Mientras trabajaba con Gattet en el ensanchamiento de las gateras, mi mujer
se adelantó sola hasta la «Sala del 25 de junio» y recorrió una serie de pequeñas
galerías y salas secundarias, de las que regresó entusiasmada por el descubrimiento en
ellas de ramos de estalactitas excéntricas, de las que nos hizo una descripción tan
entusiasta que, abandonando nuestro trabajo, fuimos también a admirar su hallazgo.

Pero faltaba lo mejor aún. Descendieron otro pozo de cuarenta metros hasta un pasillo
impresionante:
Las paredes estaban tapizadas, sobrecargadas de miríadas de borlitas, pompas
blancas que formaban la más delicada y suntuosa decoración que imaginarse pueda.
Me detuve maravillado ante enormes floraciones centelleantes que colgaban del
techo, como ramos de lilas blancas, suspendidos a la altura de mi cara. Al observarlos
atentamente di media vuelta, reteniendo instintivamente el aliento, tan frágiles parecen
estos encajes minerales, Su fragilidad es real, y no se los puede siquiera rozar. En la
calma solemne de la caverna, en la que nada se mueve, ni siquiera un pequeño soplo de
aire, donde la temperatura es siempre inmutable, estas lilas blancas se han elaborado,
han florecido en el curso de siglos y de milenios sin fin. Esta floración suntuosa ha
llegado a su abertura completa y perfecta; cada una de aquellas flores minerales
presenta una blancura ideal, de lirio; cada cristal centellea bajo el fuego de mi
lámpara.
Haciendo el cabra en la sima de Esparros
Regresaron a la cueva en 1940, al comenzar la Segunda Guerra Mundial, para cumplir con una
misión secreta de los servicios de inteligencia de Francia. Tenía que esconder tres grandes sacos
llenos de documentos secretos, y Norbert pensó que la sima de Esparros era el mejor lugar para
ello:
El Ejército nos había confiado tres grandes sacos conteniendo documentos y papeles
ultrasecretos, con la orden de esconderlos en lo más profundo de la caverna que
elegiríamos para sustraerlos al enemigo. Después de haber descendido a la sima y
haber deambulado por los complicados pasillos, realicé una escalada acrobática hasta
lo alto de una chimenea donde conocí un pequeño reducto muy seco. Gattet se quedó
abajo, envolvió los tres sacos en grandes fundas de goma y los ató a una cuerda que
había traído yo y que había ido desenrollando. Icé, pues, los sacos y los instalé
cuidadosamente en aquel escondite. Y allí quedaron cinco años, hasta el fin de la
guerra.

Le cogió gusto a esto de ocultar papeles y, en 1941, lo amplió a las armas, por eso de la
diversificación:
Fue así que una noche oscura y de lluvia (escogida a propósito), del invierno de 1941,
pudimos introducir y esconder diez toneladas de armas en cajas en la gruta de
Montsaunés (mi primera gruta). Tras consignar este importante depósito, la entrada de
la gruta fue obstruida y disimulada. Dichas armas fueron recuperadas y utilizadas en
1943 por el Ejército Secreto, y sirvieron a la Resistencia.
De esta forma tan aventurera terminamos esta tercera entrega de la aventuras de Norbert Casteret,
ten merecedoras de reconocimiento. En una cuarta entrega repasaremos las últimas aventuras
reseñadas en su libro "Mi Vida Subterránea", de lo más recomendable para cualquiera que se
atreva a soñar que lo imposible puede, en ocasiones, convertirse en real.
CONTINUARÁ

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