Este ejemplar del Evangelio
acompañó a Dostoyevski desde
El cristianismo
de Dostoyevski
Dostoyevski fue un escritor con una hon-
da vivencia personal del cristianismo, ali-
mentada en la infancia, transformada por
las penalidades y creciente en sus últimos
años, como se manifiesta en los testimo-
nios que nos quedan, además de en sus
escritos.
36 OMNES — Abril 2022
—TEXTO Juan Luis Lorda
Vimos ya la honda impresión que la obra de
Dostoyevski dejó entre los teólogos católicos
y ortodoxos, pero en la crítica literaria y de
pensamiento a veces se ha puesto en duda
la profundidad personal de su cristianismo.
Por este motivo nos interesa prestar alguna
atención a este aspecto de su vida, cuando
acabamos de cumplir el bicentenario de su
nacimiento, que tuvo lugar el 11 de noviem-
bre de 1821.
su prisión en Siberia hasta su muerte.
Una vida partida por una condena
La vida de Dostoyevski (1821-1881) está divi-
dida por una larga condena de 10 años (1849-
1959), que comprende ocho meses en prisión
hasta ser juzgado en 1849, cuatro años de tra-
bajos forzados en Siberia (1950-1954) y cin-
co de servicio militar forzado en Kazajstán
(1854-1959).
En la parte anterior de su vida quedan su
infancia, con una educación y práctica reli-
giosa en su familia (1821-1837) y el paso por
un internado; una etapa juvenil, de forma-
ción en la escuela militar de ingenieros de
San Petersburgo (1937-1843); y, ya huérfano
de padre (1939) y madre (1837), su decisión
de dedicarse a la literatura y la novela. Con
un primer y temprano triunfo (Pobres gentes,
1845), que le introduce en el mundillo de las
tertulias de pensamiento de San Petersburgo.
Seguía siendo creyente, quizá algo enfriado,
e interesado por las ideas sobre el cambio
social. Precisamente por participar en esas
tertulias, fue acusado con otros doscientos
de conspiración contra el zar y condenado.
En aquellos años de destierro y ejército, co-
noce al pueblo bajo ruso (a veces, lo peor de
ese pueblo) y también a otros desterrados. Y
en aquella lucha que, desde Pedro I el Grande,
hay en Rusia entre los partidarios del alma
RAZONES
rusa cristiana ortodoxa y la occidentaliza-
ción más o menos utilitarista y descreída, se
vuelve hacia el alma rusa. Es realmente una
conversión, aunque nunca haya dejado de ser
cristiano. Desde entonces, enfoca su obra a
manifestar las profundidades del ser huma-
no, grande y miserable ante Dios, y a luchar
contra el nihilismo ateo. Con una atención
particular a la misericordia, la virtud cristia-
na más admirada por el pueblo ruso.
La segunda parte de su vida se abre con
la vuelta a San Petersburgo en condiciones
complicadas por deudas y cargas familiares.
Tras morir su primera mujer (1864), se casa
con Ana Grigorievna, la jovencita taquígrafa
que le ayuda (1867), y se suceden novelas pro-
digiosas: Crimen y Castigo (1867) y El idiota
(1868-69). Además, su joven esposa consi-
gue poner orden a su vida y sus finanzas en
los últimos diez años (1871-1981). Y acaba su
novela más importante, Los hermanos Kara-
mazov (1979).
Cabe acercarse a los personajes de su obra
que tienen personalidad y voz propia y no le
representan. Por más que hay figuras que le
son muy queridas: Sonia, de Crimen y Castigo;
Aliosha Karamazov y el monje Zósima, de Los
hermanos Karamazov; o el príncipe Myshkin,
de El idiota. Guardini hizo una bella clasifica-
ción en El universo religioso de Dostoyevski.
También cabe estudiar su corresponden-
cia y sus múltiples notas personales, algunas
pocas añadidas, por ejemplo, en la edición de
Diario de un escritor de Páginas de Espuma
(Madrid 2011). También se puede recurrir a
los testimonios de su hija Aimée (Liúbov),
que escribió una Vida de Dostoyevski por su
hija (El Buey Mudo, Madrid 2011), y de su
segunda mujer, Ana Grigorievna, que llevó
durante muchos años diarios, del que ha sa-
lido una versión en castellano: Ana G. Dos-
toievskaia, Dostoievski, mi marido (Espinas,
Madrid 2021).
El Evangelio de Dostoyevski
Pero antes merece la pena fijarse en un ob-
jeto curioso: los evangelios que regalaron a
Dostoyevski unas piadosas señoras al llegar
a Siberia y que conservó como libro de cabe-
cera hasta el final de sus días. Estas mujeres
eran las “decembristas” y habían seguido al
destierro a sus maridos nobles y militares,
condenados por insurrección en 1825. Desde
entonces ayudaban a los presos y acogían a
los nuevos dándoles unos evangelios y veinte
DOSTOYEVSKI CRISTIANO
rublos, que entonces era una cantidad. Fue
un gran encuentro con la misericordia cris-
tiana. Lo recuerda así: “Vimos a estas subli-
mes víctimas que voluntariamente habían
seguido a sus esposos a Siberia. Lo dejaron
todo: la posición, la riqueza, los lazos fami-
liares, sacrificando todo por el deber moral
más alto; un deber que nadie podría obligar-
las a hacerlo sino solo ellas mismas. Comple-
tamente inocentes, durante veinticinco años
[…]. La reunión duró una hora. Nos bendijeron
al entrar a una nueva vida, hicieron la señal
de la cruz y nos dieron un Nuevo Testamento,
el único libro permitido en la prisión. Lo tuve
bajo mi almohada durante los cuatro años de
mi servicio penal. Lo leía a veces, y se lo leía
a otros. Usando el Nuevo Testamento enseñé
a leer a un presidiario” (cit. en J. Frank, Dos-
toievski. Los años de prueba, 1850-1859, FCE,
México 2009, 187).
Era un libro curioso, la primera traducción
Para seguir leyendo
Por qué leer a
Dostoyevski
128 páginas
Eunsa, 2021
Dostoievski,
mi marido
304 páginas
Espinas, 2021
Vida de
Dostoyevski
por su hija
312 páginas
El buey mudo, 2011
oficial del Nuevo Testamento ruso moderno
(1823), que había sido retirada. Lo conservó
su hijo y ahora está en la Biblioteca Nacional
de Moscú. El ejemplar de Dostoyevski está
muy señalado (unas 600 veces). Además, co-
mo en Siberia no tenía generalmente con qué
escribir (estaba prohibido), tiene más de tres-
cientas señales con la uña, además de cientos
de dobleces. En 2010 se hizo una edición fac-
símil y hay un proyecto de investigación en
marcha. Lo estudió G. Kjetsaa, Dostoievsky &
his New Testament (Solum Forlag, Oslo 1984).
El Cristo de Holbein
Al poco de casarse, Ana Grigorievna vio que
su matrimonio carecía de intimidad entre
los muchos parientes que se presentaban en
casa para vivir, comer y pedir dinero. Se esca-
paron a Europa por cuatro años (1867-1871).
Para salir, empeñaron todo el ajuar que ella
había comprado. Además, Fiodor se dejaba
llevar por el juego y varias veces perdió lo
poco que tenían. Vivían de los adelantos al
escritor, de lo que podía mandarles la madre
viuda de Ana y de más empeños: hasta los
anillos de boda y el broche de pedida (que
perdió).
Dostoyevski conocía bien los museos y
buscaba las obras que le emocionaban. En
la Galería real de Dresde, la Madona Sixti-
na de Rafael que le parecía muy bella. Pero
en Basilea, encontró un Cristo yacente en el
sepulcro, de Holbein, que le fascinó. Su mu-
jer lo recuerda así: “El cuadro hizo una gran
impresión a Fiódor Mijáilovich y lo dejó aba-
tido, mientras yo, al no poder resistir por más
tiempo, debido a mi debilidad [estaba encin-
ta], pasé a otra sala. Cuando regresé, después
de unos veinte minutos, le hallé aún delante
del cuadro, como si estuviese encadenado. En
su cara llena de temor leí la misma expresión
que había notado más de una vez cuando se
acercaba una crisis epiléptica. Entonces lo to-
mé delicadamente por el brazo, le alejé de la
sala y le hice sentar en una banqueta, espe-
rando de un momento a otro la crisis que por
fortuna no vino. Fiódor se calmó un poco; pero
al salir del museo, insistió en volver a ver una
vez más el cuadro. Volvimos” (o. cit., 125-126).
Dostoyevski creció en una profunda ad-
hesión y amor a Jesucristo. Le conmovía la
belleza de su vida y muerte, donde veía re-
presentados las derrotas y sufrimientos de
la gente y los suyos propios. Este cuadro y
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otros aparecen citados en El idiota, que escri-
bía entonces y terminó después en Florencia
(1868-1869). En la novela quería explicarse
qué sucede cuando aparece un hombre bue-
no en una sociedad, cómo se revelan los co-
razones y es motivo de conversión para unos
y de perdición para otros. Como en Cristo.
Ana cuenta que acudían habitualmente el
culto ortodoxo. “Debo agregar además que los
dos obtuvimos de esa vida en soledad grandes
ventajas espirituales. Pese a las gravísimas
preocupaciones y la falta continua de dinero
[…] tuvo una influencia fecunda en nuestro es-
píritu y favoreció el desarrollo de sentimientos
cristianos que siempre habían existido en mi
marido […]. A su regreso, este cambio evidente
fue advertido por todos los conocidos, ya que
Fedia hacía recaer siempre la conversación
hacia temas religiosos” (o. cit., 158-159).
Los recuerdos de su hija
En la biografía sobre su padre, Aimée recuer-
da su última época. Sabía que solía rezar por
la mañana después de vestirse. Y cuando los
niños se acostaban y él se disponía a trabajar,
“venía a vernos a nuestras camitas, nos daba
las buenas noches y la bendición, y nos hacía
rezar con él una corta oración a la Virgen, la
misma que le hacían decir sus padres cuando
era niño” (o. cit. 216).
Y resume: “Mi padre cumplía concienzu-
damente sus deberes religiosos, iba dos veces
al día a la iglesia y dejaba de lado todas sus
ocupaciones literarias. Le gustaban también
mucho nuestros admirables oficios de Semana
Santa, sobre todo la misa de la Resurrección,
llena de cánticos de alegría” (228).
Pero quizá lo más conmovedor es cuando
recuerda que a la noche también les leía na-
rraciones rusas. “Había una que no podía leer
sin lágrimas en los ojos, El caballero pobre,
de Pushkin, un verdadero poema medieval,
la historia de un soñador, de un don Quijote,
profundamente religioso, que pasa su vida
por Europa y por Oriente combatiendo por
las ideas del Evangelio. […] En El idiota cuenta
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DOSTOYEVSKI CRISTIANO
cómo recitaba esa poesía una de sus protago-
nistas: ‘Un espasmo gozoso recorre su rostro’,
dice describiendo esta escena. Eso es precisa-
mente lo que le sucedía a él cuando recitaba;
su rostro se transfiguraba, su voz temblaba,
sus ojos se velaban de lágrimas. ¡Padre que-
rido! ¡Era su propia biografía la que nos leía
en aquel poema! También él era un caballero
pobre, sin miedo y sin tacha, que combatió to-
da su vida por las grandes ideas. También él
tuvo una visión celeste, pero no fue la Virgen
la que se le apareció: fue Cristo el que le salió
al encuentro en el presidio y le hizo señas de
que le siguiera” (224-225).
La muerte
También relata su cristiana muerte. Cuando
advirtió que estaba muy mal y se acercaba
el fin, “rogó a su mujer que abriese al azar
el Nuevo Testamento que había tenido en el
presidio y que leyese las primeras líneas que
cayesen bajo sus ojos” (298). Resultó ser la es-
cena del Bautismo del Señor, cuando Juan no
quiere bautizarle y el Señor le dice “no me lo
estorbes”. Con eso entendió Dostoyevski que
le tocaba morir.
“Quiso entonces ver a un sacerdote, se con-
fesó, recibió la Comunión. Cuando se fue el
sacerdote, nos hizo entrar en su habitación
y tomando nuestras manitas entre las suyas,
rogó a mi madre que abriese otra vez el Nue-
vo Testamento y nos leyese la historia del hijo
pródigo. Él escuchó la lectura con los ojos ce-
rrados absorto en sus reflexiones. ‘Hijos míos,
no olvidéis jamás lo que acabáis de escuchar’
nos dijo con voz débil. ‘Tened una confianza
absoluta en Dios y no desesperéis jamás de su
perdón. Yo os quiero mucho; pero mi cariño no
es nada comparado con el inmenso amor de
Dios por todos los hombres, sus criaturas. Si
por desgracia llegaseis a cometer un crimen
en el curso de vuestra vida, no desesperéis
nunca de Dios. Sois sus hijos, humillaos ante
Él como ante vuestro Padre, implorad su per-
dón y se alegrará de vuestro arrepentimiento
como se alegró del retorno del hijo pródigo”
(299-300).
Este Cristo de Holbein
fascinó a Dostoyevski.
Otras consideraciones
No cabe duda de que el cristianismo de Dos-
toyevski era real y creció en intensidad. Co-
noce las profundidades del alma humana
ante Dios. No tenía una formación teológica
sistemática ni litúrgica, pero sí muchas lec-
turas y una profunda vivencia. Su total adhe-
sión a Cristo es incontestable. Y lo mismo su
admiración por la caridad cristiana, la mise-
ricordia que él veía encarnada en el pueblo
ruso. Además, compartía el sentimiento clá-
sico mesiánico ruso (desde Iván el Terrible)
de que Rusia es lo que queda de cristiano en
el mundo, después de que los occidentales
se separaran y cayeran en la herejía (¡el fi-
lioque!, 1054), y de que Constantinopla fuera
conquistada por los turcos (1453). Moscú es
la tercera Roma. Y por eso Rusia tiene una
misión cristiana universal.
Y ¿qué pensaría de la invasión rusa de
Ucrania? Indudablemente, como todo ru-
so amante de la historia, recordaría que en
Ucrania está el origen histórico de Rusia (s.
X), aunque después cayó bajo dominio mon-
gol (1240), fue conquistada por Polonia (1471)
y siguió una trayectoria compleja hasta que
fue incorporada al imperio ruso (1775). Le do-
lería que Ucrania se hubiera separado al caer
la URSS (1991). Pienso que se habría opuesto
a la invasión de Putin y a la violencia contra
los habitantes, porque creía en una demo-
cracia cristiana. Pero también depende de la
intoxicación informativa, que puede alcanzar
incluso a escritores lúcidos como él. De he-
cho, tenía una impresión bastante desinfor-
mada de la Iglesia católica, a la que además
veía como el motivo de que hubiera surgido
el socialismo revolucionario y nihilista que
amenazaba Rusia. Pero eso sólo nos muestra
las limitaciones humanas de las que, como
todos, participaba. Pero no cabe duda de que
fue intensa y crecientemente cristiano.
Su novela Los hermanos Karamazov está
presidida por una cita del Evangelio de san
Juan: “Si el grano de trigo no muere, queda in-
fecundo”. Y la misma frase, que inspiraba su
vida, está en el epitafio de su tumba. n