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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA DESCARTES

…pero, puesto que deseaba entregarme solamente a la búsqueda de la


verdad, opinaba que era preciso que hiciese todo lo contrario y que
rechazase como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera
imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, después de hacer esto,
no quedaría algo en mi creencia que fuese enteramente indudable.
Descartes

1. CONTEXTUALIZACIÓN
1.1. El pensamiento del autor en el conjunto de su obra:
La importancia de la obra de Descartes en el pensamiento occidental es innegable. No en vano
en Francia se suele dividir la historia de la filosofía en dos periodos: avant Descartes et après
Descartes. Alguna de las grandes aportaciones de la obra cartesiana a la cultura occidental
serían, en primer lugar, su confianza en la razón humana, que por medio de un método es capaz
de unificar las ciencias y conocer el mundo; en segundo lugar, la relevancia que en su metafísica
tiene el sujeto y su conciencia; en tercer lugar, su enorme contribución al desarrollo de la ciencia
moderna, por concebir la posibilidad de una física matemática.

René Descartes nació en La Haya-Turena (Francia) en 1596. Cursó estudios en el colegio de la


Flèche, de los jesuitas. Posteriormente se licenció en Derecho en la Universidad de Poitiers, tras
lo cual decide viajar; para ello se enrola en el ejército y participa en la Guerra de los Treinta años,
aunque no abandona sus inquietudes científicas y filosóficas. Es en este momento, 1619,
cuando, en un momento de reflexión, experimenta una especie de “iluminación”: llega a la
conclusión de que es necesaria la creación de un método para el descubrimiento de la verdad
en cualquier rama de las ciencias. Estas reflexiones acabaría recogiéndolas en su obra Reglas
para la dirección del ingenio (1627), publicada póstumamente.

En 1629 se establece en Holanda buscando libertad y tolerancia. En 1633 acabó su Tratado del
mundo, aunque enterado de la condena de Galileo, no lo publica por miedo a la Inquisición.
Entre 1633 y 1637 escribe el Discurso del Método y tres ensayos científicos (Dióptrica, Meteoros
y Geometría). El Discurso, una de sus obras fundamentales, presenta una gran novedad: fue
escrita en francés, pues su idea era presentar sus descubrimientos de modo sencillo a un gran
público. Pese a su brevedad, aparecen de modo sencillo todos los grandes temas de su época y
los principios y soluciones que Descartes había concebido para ellos. Encontramos la crítica a la
vieja filosofía, la necesidad de filosofar con libertad, la importancia de la nueva ciencia y el valor
del método matemático, la duda, el criterio de verdad, el cogito, Dios, el conocimiento del
mundo, etc. El texto que nos ocupa pertenece a esta obra, a la cuarta parte, que es la central y
la más importante.

Posteriormente publicará Meditaciones metafísicas (Meditationes de prima philosophia, 1641)


y Los principios de la filosofía (Principia philosophiae, 1647), sus otras grandes obras, escritas
estas en latín, pues tienen un carácter más técnico y están destinadas a un público de carácter
más académico y culto.

En 1649 viaja a Estocolmo invitado por la Reina Cristina de Suecia. Allí muere en 1650 dejando
un legado filosófico y científico que ha llegado hasta nuestros días.

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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA DESCARTES

1.2. El pensamiento del autor en la historia de la filosofía y en su


época histórica:
La influencia de este pensador en la historia de la filosofía ha sido enorme, no sólo en filosofía
sino en muchos ámbitos del pensamiento. El nacimiento de la modernidad con la Reforma
protestante, la revolución científica y los embates del escepticismo habían hecho desplomarse
los antiguos fundamentos que sostenían toda la estructura de las realizaciones intelectuales del
hombre. Una época nueva requería una nueva base para justificar y garantizar lo que se había
descubierto. Esa será la tarea fundamental de la filosofía en la modernidad. El racionalismo,
iniciado por Descartes y el empirismo iniciado por Thomas Hobbes, desarrollado por John Locke
y radicalizado por David Hume, fueron las dos corrientes filosóficas que intentaron justificar
nuestros conocimientos. Ambas corrientes concedían importancia al método matemático y a la
observación, al papel de la razón y al papel de la experiencia. Ahora bien, para los racionalistas
la última palabra la tenía siempre la razón; para los empiristas, en cambio, la experiencia. Los
racionalistas buscaron una fundamentación metafísica de la ciencia; los empiristas se centraron
en el análisis del conocimiento en relación con la experiencia.

Ciertamente hay que decir que Descartes no es un innovador tan radical como a veces se ha
presentado. Su pensamiento recibió muchas influencias y es difícil hallar un punto en el que sea
plenamente original. En concreto, el sujeto moderno había sido creación de los renacentistas, la
libertad de pensamiento tuvo muchos y muy anteriores defensores (por ejemplo, en Lutero, que
publicó en 1517 sus tesis), la duda y la evidencia del yo está en San Agustín (si fallor, sum; si
yerro, existo), el innatismo tiene sus raíces en Platón, e incluso la idea de que dependemos de
un Dios garante está en San Agustín (iluminismo) y muchos autores medievales (Avicena, San
Buenaventura, etc.). Sin embargo, Descartes supo exponer de modo magistral ese conjunto de
ideas que constituyen la modernidad, y presentarlo como un todo coherente.

De ahí que la filosofía inmediatamente posterior dependa totalmente de él (Malebranche,


Spinoza, Leibniz, Wolff) y su influjo deje una huella importante en otros muchos autores. Por
ejemplo, en Kant o Husserl (Meditaciones cartesianas). Se puede decir que Descartes ha sido el
padre de la filosofía moderna, en el sentido de que toda ella ha encontrado en Descartes un
punto o un contrapunto de referencia.

En cuanto a la época, como se ha comentado, Descartes vivió en el siglo XVII, cuando el


Renacimiento y la nueva ciencia ya habían triunfado. El Renacimiento había puesto en primer
plano al sujeto humano, como un sujeto autónomo y libre, que había roto el yugo de la autoridad
(libre interpretación de la Biblia, negación de la autoridad papal), había ensanchado su mundo
(descubrimiento de América), se consideraba capaz de dominar la naturaleza (ciencia y técnicas
modernas, especialmente la matematización de la física). La escolástica estaba muerta, la crítica
renacentista y científica había destruido el viejo orden de conocimientos, y se requería una
nueva filosofía que respondiera a las nuevas necesidades del espíritu: ese fue el reto al que se
enfrentó Descartes.

Por otro lado, la cuestión de la religión y de Dios estaban en primer plano: todos –protestantes
y católicos– tomaban a Dios como fundamento de sus posiciones. Descartes no será ajeno a esta
consideración: Dios es uno de los pilares de su filosofía. No sólo la idea de que existe Dios, sino
que es algo que se puede demostrar filosóficamente y que, sin él, no hay ni ciencia rigurosa ni
filosofía.

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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA DESCARTES

Esto da razón de las líneas de fuerza de la filosofía cartesiana. Como la filosofía escolástica había
fracasado, era necesario superar la incertidumbre originada. Por el contrario, la física moderna
se iba imponiendo poco a poco con paso seguro. Esto se debía al uso de un método nuevo: la
aplicación de la matemática a la comprensión de la naturaleza, a la construcción de la ciencia
física. De ahí toma Descartes la idea de la importancia del método para superar la duda y
establecer el conocimiento verdadero: al igual que las matemáticas, Descartes busca una
primera verdad indubitable, que, a su vez, le sirviese de punto de partida para una labor
deductiva de tipo matemático. En esta labor, irían apareciendo todos los temas de su época: la
certeza, el criterio de certeza, el sujeto libre, Dios (su existencia y la dependencia de todo
respecto a él), etc.

2. TEXTO
RENÉ DESCARTES, Discurso del método, cuarta parte (trad. E. Bello Reguera, Madrid,
Tecnos, 1994, pp. 44-52)1.

“No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones que allí he hecho, pues son
tan metafísicas y tan fuera de lo común que tal vez no sean del gusto de todos. Sin
embargo, con el fin de que se pueda apreciar si los fundamentos que he establecido son
bastante firmes, me veo en cierto modo obligado a hablar de ellas. Desde hace mucho
tiempo había observado que, en lo que se refiere a las costumbres, es a veces necesario
seguir opiniones que tenemos por muy inciertas como si fueran indudables, según se
ha dicho anteriormente; pero, dado que en ese momento sólo pensaba dedicarme a la
investigación de la verdad, pensé que era preciso que hiciera lo contrario y rechazara
como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con
el fin de comprobar si, hecho esto, quedaba en mi creencia algo que fuera enteramente
indudable. Así, puesto que nuestros sentidos nos engañan algunas veces, quise
suponer que no había cosa alguna que fuera tal como nos la hacen imaginar. Y como
existen hombres que se equivocan al razonar, incluso en las más sencillas cuestiones
de geometría, y cometen paralogismos, juzgando que estaba expuesto a equivocarme
como cualquier otro, rechacé como falsos todos los razonamientos que había tomado
antes por demostraciones. Y, en fin, considerando que los mismos pensamientos que
tenemos estando despiertos pueden venirnos también cuando dormimos, sin que en tal
estado haya alguno que sea verdadero, decidí fingir que todas las cosas que hasta
entonces habían entrado en mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de
mis sueños. Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras quería pensar de ese
modo que todo es falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuera
alguna cosa. Y observando que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan
segura que todas las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran
capaces de socavarla, juzgué que podía admitirla como el primer principio de la filosofía
que buscaba.

1
Del texto de Descartes se suprime, a efectos de exámenes EBAU, el fragmento de las páginas 50-51,
desde: “Añadí a esto”, hasta el final de dicho párrafo. En este mismo texto, en la página 46, línea 5, de la
6ª edición, debe corregirse la traducción de manera que se suprima la negación no, por lo que la
traducción queda así: “con el fin de comprobar si, hecho esto, quedaba en mi creencia algo que fuera
enteramente indudable”.

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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA DESCARTES

Al examinar, después, atentamente lo que yo era, y viendo que podía fingir que no tenía
cuerpo y que no había mundo ni lugar alguno en el que me encontrase, pero que no
podía fingir por ello que yo no existía, sino que, al contrario, del hecho mismo de pensar
en dudar de la verdad de otras cosas se seguían muy evidente y ciertamente que yo
era; mientras que, con sólo haber dejado de pensar, aunque todo lo demás que alguna
vez había imaginado existiera realmente, no tenía ninguna razón para creer que yo
existiese, conocí por ello que yo era una sustancia cuya esencia o naturaleza no es sino
pensar, y que, para existir, no necesita de lugar alguno ni depende de cosa alguna
material. De manera que este yo, es decir, el alma por la cual soy lo que soy, es
enteramente distinta del cuerpo e incluso más fácil de conocer que él y, aunque el
cuerpo no existiese, el alma no dejaría de ser todo lo que es.
Después de esto, examiné lo que en general se requiere para que una proposición sea
verdadera y cierta; pues, ya que acababa de descubrir una que sabía que lo era, pensé
que debía saber también en qué consiste esa certeza. Y habiendo observado que no
hay absolutamente nada en pienso, luego soy que me asegure que digo la verdad, a no
ser que veo muy claramente que para pensar es preciso ser, juzgué que podía admitir
esta regla general: las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas
verdaderas; si bien sólo hay alguna dificultad en identificar exactamente cuáles son las
que concebimos distintamente.
Reflexionando, a continuación, sobre el hecho de que yo dudaba y que, por lo tanto, mi
ser no era enteramente perfecto, pues veía con claridad que había mayor perfección en
conocer que en dudar, se me ocurrió indagar de qué modo había llegado a pensar en
algo más perfecto que yo; y conocí con evidencia que debía ser a partir de alguna
naturaleza que, efectivamente, fuese más perfecta. Por lo que se refiere a los
pensamientos que tenía de algunas otras cosas exteriores a mí, como el cielo, la tierra,
la luz, el calor, y otras mil, no me preocupaba tanto por saber de dónde procedían,
porque, no observando en tales pensamientos nada que me pareciera hacerlos
superiores a mí, podía pensar que, si eran verdaderos, era por ser dependientes de mi
naturaleza en tanto que dotada de cierta perfección; y si no lo eran, que procedían de
la nada, es decir, que los tenía porque había en mí imperfección. Pero no podía suceder
lo mismo con la idea de un ser más perfecto que el mío; pues, que procediese de la
nada era algo manifiestamente imposible; y puesto que no es menos contradictorio
pensar que lo más perfecto sea consecuencia y esté en dependencia de lo menos
perfecto, que pensar que de la nada provenga algo, tampoco tal idea podía proceder de
mí mismo. De manera que sólo quedaba la posibilidad de que hubiera sido puesta en
mí por una naturaleza que fuera realmente más perfecta que la mía y que poseyera,
incluso, todas las perfecciones de las que yo pudiera tener alguna idea, esto es, para
decirlo en una palabra, que fuera Dios (...)
Quise buscar, después, otras verdades y, habiéndome propuesto el objeto de los
geómetras, que concebía como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente
extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en diversas partes, que
podían tener diferentes figuras y tamaños, y ser movidas o trasladadas de todas las
maneras posibles, pues los geómetras suponen todo esto en su objeto, repasé algunas
de sus más simples demostraciones. Y habiendo advertido que la gran certeza que todo
el mundo les atribuye sólo está fundada en que se las concibe con evidencia, siguiendo
la regla antes formulada, advertí también que no había en ellas absolutamente nada que
me asegurase la existencia de su objeto. Porque, por ejemplo, veía bien que, si
suponemos un triángulo, sus tres ángulos tienen que ser necesariamente iguales a dos

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rectos, pero en tal evidencia no apreciaba nada que me asegurase que haya existido
triángulo alguno en el mundo. Al contrario, volviendo a examinar la idea que tenía de un
ser perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en ella del mismo modo
que en la de un triángulo está comprendido el que sus tres ángulos son iguales a dos
rectos, o en la de una esfera, el que todas sus partes equidistan de su centro, e incluso
con mayor evidencia; y, en consecuencia, es al menos tan cierto que Dios, que es ese
ser perfecto, es o existe, como puede serlo cualquier demostración de la geometría.”

3. TEMA: EL COGITO Y EL CRITERIO DE VERDAD


La principal queja que manifiesta Descartes sobre toda la filosofía anterior es la falta de certeza.
“No encontramos todavía en ella ninguna cosa sobre la cual no se dispute y que, por lo tanto, no
sea dudosa”, escribe en el Discurso del método. Es necesario elaborar un método que ayude a
encontrar un fundamento último, absolutamente cierto e indubitable, a partir del cual elaborar
todo un sistema científico. La gran pretensión de Descartes era unificar todas las ciencias en una
sciencia mirabilis (ciencia maravillosa), una especie de árbol cuyas raíces serían la metafísica; el
tronco, la física; y las ramas, la ética, la mecánica y la medicina.

Pretende establecer un método que siga el modelo de las matemáticas, utilizando la intuición y
la deducción: establecer principios irrefutables y, a partir de ahí, deducir de ellos2.

En la segunda parte del Discurso plantea su método y en la cuarta lo aplica y comienza a poner
los fundamentos de dicho sistema. Las cuatro reglas que componen su procedimiento filosófico
se podrían resumir así:
 Primera regla: consiste en dudar de todo y solo admitir la evidencia. (“Consistía en no
admitir cosa alguna como verdadera si no se la había conocido evidentemente como tal.
Es decir, con todo cuidado debía evitar la precipitación y la prevención, admitiendo
exclusivamente en mis juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente en mi
espíritu que no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda”). Con esta regla Descartes
se refiere al uso correcto de la intuición. Una verdad es evidente cuando presenta dos
rasgos fundamentales: claridad y distinción.
 Segunda regla: el análisis. Se trata de dividir lo complejo hasta que no se pueda dividir
más, obteniendo de este modo lo elemental en cada género de cosas. (“El segundo,
dividir cada una de las dificultades, que examinare, en cuantas partes fuere posible y en
cuantas requiriese su mejor solución”).
 Tercera regla: la síntesis. Se trata de reconstruir lo complejo a partir de lo simple. Solo
reconstruyendo lo complejo se consigue demostrar que se conoce. (“El tercero, conducir
ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles
de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de
los más compuestos, e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden
naturalmente”). La segunda y tercera son complementarias entre sí. Si en la primera se
utilizaba la intuición (el conocimiento inmediato, puramente intelectual de un objeto),

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La intuición es el conocimiento inmediato, puramente intelectual de un objeto. La deducción consiste
en ir derivando de lo ya conocido otras verdades que, de este modo, obtienen su certeza de la intuición
anterior

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con estas se aplica la deducción (consiste en ir derivando de lo ya conocido otras


verdades).
 Cuarta regla: el repaso. Consiste en revisar lo hecho anteriormente para cerciorarse de
que no se ha cometido ningún error. (“Y el último, hacer en todo unos recuentos tan
integrales y unas revisiones tan generales, que llegase a estar seguro de no omitir
nada”).

En la cuarta parte del Discurso aplica dicho método para poder poner los fundamentos de dicho
sistema. La duda metódica será la consecuencia de la aplicación de la primera regla del método,
la evidencia. En sucesivas capas, Descartes va extendiendo la duda a todo aquello que es
conocido hasta descubrir una primera verdad, cierta y totalmente segura, inatacable para los
escépticos: cogito ergo sum (pienso luego existo).

Tenemos así el primer principio de su filosofía: el cogito. Es la primera por tres motivos: 1) por
ser la primera temporalmente hallada, 2) porque –y esto es lo más importante- es el principio
firme e inconmovible de todo su sistema científico, y 3) porque es el prototipo de toda verdad y
certeza, a partir de ahora no admitirá como verdad ningún enunciado que no reúna las mismas
características que el cogito.

A partir del cogito tenemos algunas implicaciones fundamentales, como son: el subjetivismo,
pues la evidencia se da en el interior de la conciencia; su carácter intuitivo, inmediatamente
evidente, pues pese a su formulación (“luego existo”), no es una deducción sino una intuición
racional; y, por último, las características de esta primera verdad, “la claridad y la distinción”
que se convierten en el criterio de certeza con el que evaluar otras posibles verdades, si bien se
trata de un criterio subjetivo. Con la realidad indudable del cogito llega a un punto firme, que
nada puede poner en tela de juicio; conquistando una certeza inquebrantable, la primera e
irrenunciable que resulta clara y distinta.

Es cierto que el cogito cartesiano no es totalmente original. Contemporáneos de Descartes ya


advirtieron de la coincidencia con el “si fallor, sum” de Agustín de Hipona o con el pensamiento
de Tommaso Campanella. Sin embargo la originalidad del planteamiento cartesiano consiste en
que, mientras que en el pensamiento antiguo y medieval la verdad dependía de los objetos del
mundo exterior, en Descartes todo depende del sujeto y su interioridad.

Pero, como ya se ha dicho, lo realmente importante del cogito es que, admitido como verdad
indubitable, a partir del análisis de sus características, Descartes establecerá el criterio de
verdad para admitir cualquier otro enunciado como cierto. En el pensamiento cartesiano la
evidencia consiste en la intuición intelectual de una idea clara y distinta. En sus Principia,
Descartes dice que llama “claro” a aquello que está presente y manifiesto a una mente atenta y
que algo es “distinto” cuando es tan preciso y diferente de todos los otros objetos que no
contiene en sí mismo nada que no esté claro3.

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Así pues, no es lo mismo claridad que distinción. Un intenso dolor interno es percibido claramente,
pero no hay en él ninguna distinción, pues no sabemos ni de dónde procede, ni por qué, ni… Por eso,
añade Descartes que “la percepción puede ser clara sin ser distinta, mientras que no puede ser distinta
sin ser clara”.

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La aplicación de las reglas del método le lleva al descubrimiento de una verdad que confirma la
validez de las reglas del método. Se trata de un fundamento que puede tomarse como norma
de cualquier tipo de saber. La claridad y distinción son los rasgos típicos de aquella primera
verdad, y Descartes pone el criterio de certeza en estos rasgos, que son los que deben
caracterizar a todas las demás verdades. Se puede aceptar como verdadero todo lo que se
presente con igual claridad y distinción, es decir, con igual evidencia con que se nos ha mostrado
el cogito.

El primer conocimiento que se obtiene del cogito es el pensamiento, que es lo primero que
conoce el sujeto pensante, su propio conocimiento. Descartes afirma la existencia del yo, pues
pensar es la esencia del yo, lo cual hace al pensamiento totalmente distinto e independiente de
cualquier realidad (material), sea el cuerpo o el mundo. A continuación identifica ese “yo” con
el “alma”, más fácil de conocer que el propio cuerpo.

Cuando en un estadio posterior intente alcanzar desde su propia existencia la existencia de algo
más que sí mismo, deberá comenzar esencialmente por los contenidos de su propia mente: no
existe ningún otro lugar desde el que comenzar. En particular, tiene que confiar en su
conocimiento de que tiene la idea de Dios, y considera que esta proposición tiene el mismo tipo
de certeza que lo psicológico y que es de acceso inmediato.

La filosofía de Descartes deja de ser ciencia del ser para transformarse en doctrina del
conocimiento. Se convierte en gnoseología, donde la claridad y distinción resuelven todos los
apoyos y garantías. El sujeto humano o la conciencia racional es el lugar donde encontramos
estas garantías. Cualquier tipo de investigación habrá de preocuparse únicamente por obtener
el máximo grado de claridad y distinción y, una vez conseguidos, no tendrá que preocuparse de
otras justificaciones.

4. NOCIONES:
4.1. DUDA Y CERTEZA.
Duda y certeza son dos estados mentales del sujeto respecto a la verdad. Se oponen entre sí: en
la certeza se está seguro de que se posee la verdad, mientras que en la duda el sujeto no sabe
si es verdadero o falso su contenido mental.

La duda constituye el primer paso para la construcción de su sistema científico tal y como recoge
la primera regla de su método. Va a rechazar como falso todo aquello en lo que pudiera imaginar
la menor duda hasta encontrar algo enteramente evidente. Primero se duda de que la realidad
sea como nos la muestran los sentidos, puesto que alguna vez ya nos han engañado (ilusiones
sensoriales); segundo, se duda del conocimiento matemático, porque más de una vez nos
equivocamos al razonar y, tercero, se duda de que haya una realidad exterior a la conciencia,
porque podía ser la ficción de un sueño. En Meditaciones metafísicas se añade una cuarta fase,
la hipótesis del genio maligno, un dios perverso podría haber creado el entendimiento con el
propósito expreso de que me engañara: “tal vez exista algún Espíritu maligno de extremado
poder e inteligencia que pone todo su empeño en inducirme a error".

No se trata, pues, de una duda escéptica o real, sino que es una duda metódica; constituye un
paso obligado, pero también provisional para llegar hasta la verdad. Con este procedimiento
Descartes quiere poner en crisis el dogmatismo de los filósofos tradicionales al mismo tiempo

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que combatir aquella actitud próxima al escepticismo que se dedica a ponerlo todo en duda y
sin ofrecer nada a cambio. En definitiva, a través de la duda quiere que surja algo más auténtico,
más seguro, la certeza.

Y la certeza la encontrará en el cogito. La razón de ello radica en que para que un juicio sea falso
tiene que darse la actividad de pensar y un sujeto que la realice. Esto es lo que expresa el juicio
“pienso luego existo” que se convierte en el criterio para determinar la certeza de cualquier otro
juicio, pues ha de darse con la misma claridad y distinción que se da aquel.

4.2. ALMA Y CUERPO (res cogitans y res extensa).


En su intento de construir un sistema científico en el que todas las verdades estén concatenadas
de forma deductiva, después del descubrimiento de la primera verdad (cogito ergo sum),
Descartes pasa a explicitar todo lo que puede conocer a partir de esa primera verdad. La
siguiente verdad, vinculada con la primera es que el yo es una sustancia pensante (res cogitans).

En el Discurso del método, argumenta que podría fingir que no tenía cuerpo alguno, que no había
mundo, pero que no podría suponer que dejara de pensar, pues si dejara de pensar, no existiría,
aunque todo lo demás existiera. Por tanto el hombre es fundamentalmente una sustancia
pensante. Y, para Descartes, sustancia es “una cosa que existe de tal manera que no necesita
más que de sí misma para existir”. Entendido en sentido estricto, solo habría una sustancia, Dios,
el único ser autosuficiente, pero en sentido amplio lo podemos aplicar a dos sustancias más, la
res cogitans y la res extensa, entendiendo sustancia como aquello que no necesita de nada para
existir, excepto de Dios.

Así tenemos que la res cogitans es una sustancia totalmente inmaterial (“no necesita, para
existir, de lugar alguno ni depende de ninguna realidad material o corpórea”), que se identifica
con el alma (“por la cual yo soy lo que soy”), totalmente distinta del cuerpo (“aunque el cuerpo
no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto es”) e, incluso, más cognoscible que el propio cuerpo.
Es una realidad totalmente espiritual cuya esencia es puro pensamiento (“una sustancia cuya
esencia y naturaleza toda es pensar”).

En cuanto a la res extensa, para Descartes la idea de cuerpo es lo mismo que la idea de
extensión, entendida esta tal y como se entiende en matemáticas: algo que tiene longitud,
anchura y profundidad. Todos los demás atributos de los cuerpos, las cualidades secundarias
(color, olor, sonido, gusto, cualidades táctiles), no pertenecen realmente a las cosas, sino que
son propias del sujeto que las percibe. Así se entiende que Descartes conciba el mundo (incluidos
los animales) como una realidad material que se mueve íntegramente por causas mecánicas, al
carecer de pensamiento.

Pero, para probar la existencia de la res extensa, Descartes necesita probar previamente la
existencia de Dios, de un Dios bueno que no permite que siempre me engañen los sentidos. Así
su sistema incluirá tres tipos de sustancias: Dios, o sustancia infinita, el alma humana o res
cogitans y los cuerpos materiales o res extensa.

Se da la circunstancia peculiar de que el ser humano está compuesto por dos sustancias (alma y
cuerpo), aunque, como hemos visto, en sentido estricto, el hombre es su alma. Un problema al
que Descartes no dio una explicación satisfactoria fue cómo se unían cuerpo y alma. Descartes
recurrió a la existencia de una glándula pineal en nuestro cerebro que cumplía tal función.

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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA DESCARTES

4.3. PENSAMIENTO E IDEAS


Una vez que Descartes ha demostrado la existencia del yo (cogito), y que la naturaleza del yo es
el pensamiento (res cogitans), pretende seguir avanzando en el descubrimiento de nuevas
verdades.

Descartes se refiere con el término pensamiento a cualquier actividad de la mente de la que


seamos conscientes. El pensamiento incluye, por tanto, querer, desear, juzgar, sentir, razonar,
etc. Pensar y tener conciencia de algo son, para él, lo mismo. Este reduccionismo fue criticado
por autores como Pascal, que hablaba de “las razones del corazón que la razón no entiende”; o
sea, que además de pensamiento también tenemos sentimientos.

Y los contenidos del pensamiento son las ideas. Es importante señalar que, según la doctrina
cartesiana, lo que conocemos directamente no son las cosas, sino las ideas. El yo piensa que el
mundo existe, pero no tiene certeza ninguna de que esa idea tenga realidad extramental. ¿Cómo
salir de aquí y reafirmar el mundo exterior?4

Para ello Descartes desarrollará un profundo estudio de las ideas. En Meditaciones introduce los
grados de perfección de las ideas, pero lo más relevante es su clasificación de las ideas según su
origen. Tenemos ideas de tres tipos: facticias, adventicias e innatas.

Las ideas facticias son las que podemos elaborar nosotros mismos a partir de otras ideas (la idea
de un elefante que vuela, de un centauro o de cualquier mundo imaginario). Las ideas
adventicias son las que “parecen” proceder del exterior, o sea, las que “parecen” reflejar el
mundo exterior y que nosotros recibimos a través de los sentidos (la idea de caballo, de mesa,
de montaña). Y decimos “parece” porque aún no tenemos ninguna garantía de que sean
auténticas representaciones de las cosas exteriores. Y luego están las ideas innatas, las que ni
han sido hechas ni podemos concebir que proceden del exterior, las que encontramos en
nosotros mismos (la idea de Dios, de perfección, de sustancia…) Estas son las más importantes
porque son ideas claras y distintas, a diferencia de las demás, que son oscuras y confusas. Han
sido puestas en nosotros por Dios y son la base del sistema cartesiano. A partir de ellas, y una
vez demostrada la existencia de Dios, podrá admitir que exista una realidad, ya que ese Dios
bueno no permitiría de ninguna manera que los sentidos siempre nos engañaran. La conclusión
es que sí hay un mundo que se puede corresponder con los contenidos de nuestra conciencia.

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Con ello está dando pie al nacimiento del idealismo. Un autor posterior, Berkeley, afirmará que no hay
mundo en absoluto, solo mentes pensantes, puras conciencias espirituales a las que Dios da unas
percepciones sensibles sin que haya mundo real en ningún sentido.

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