Está en la página 1de 379

Valiosa para mí

Sophie Saint Rose


Índice
Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16
Epílogo
Capítulo 1

Marmara mirando a su alrededor se abanicó con la mano por el calor


que hacía. La verdad es que las fotos que había encontrado en internet sobre

ese pueblo le hacían demasiada justicia. O estaban retocadas o no lo


entendía, porque los edificios estaban viejos, lo que significaba que no se

invertía mucho en ellos. Pero eso era lo de menos, lo que la mosqueó es que

apenas había un alma por la calle, lo que daba la sensación de pueblo


fantasma. Con su maleta en la mano caminó por la calzada y un tipo que

apareció de repente de un callejón cruzó de acera y miró su trasero con


descaro. Avergonzada agachó la mirada alejándose. Le hubiera gustado

decirle cuatro cosas, pero mejor no meterse en líos que ya tenía bastante.

Estaba sola, sin trabajo y tenía que encontrar donde vivir con diecisiete

dólares en el bolsillo. Todo un panorama y al parecer el pueblo de Donwhill


no tenía mucho comercio, lo que era una faena, la verdad, porque eso

significaba que por allí no buscarían demasiada gente para trabajar.


Uff, cómo pegaba allí el sol. Se subió a la acera y por la sombra

caminó buscando la cafetería. En el periódico que había visto en San

Antonio decía que en la cafetería buscaban camarera responsable y que

daban alojamiento. Había decidido ir hasta allí porque en la ciudad no había

encontrado nada, pedían referencias y no las tenía, así que no le había


quedado otra que arriesgarse a ver si había suerte. Y ya podía tenerla

porque no podía comprarse un billete de autobús de vuelta, y si la cosa se

ponía fea puede que tuviera que hacer dedo y eso le espantaba. La última

vez que lo había hecho había tenido que soportar las insinuaciones del

camionero todo el camino. Prefería ir caminando.

Se cruzó con una mujer que se la quedó mirando como si lo que

viera no le gustara nada. Incómoda se pasó la mano por la camiseta que


estaba arrugada, pero es que había tenido que salir del motel pitando porque

le reclamaban el día. Quizás debería cambiarse antes de pedir trabajo, los

vaqueros cortos no eran apropiados para buscar empleo, pero estaba

sedienta y muerta de hambre. Vio el letrero de la cafetería y sonrió casi

corriendo para cruzar la calle. Había cuatro camionetas ante el negocio y se

dijo que no es que tuviera mucho trabajo ya que era la hora de las comidas.

Tirando de su maleta empujó la puerta de cristal dando gracias a Dios por el


aire acondicionado.
Todos los parroquianos se la quedaron mirando y se sonrojó

agachando la cabeza para ir hacia la barra que estaba a su izquierda. Se

sentó en el taburete de piel roja y una mujer de unos cincuenta años se

acercó apoyando la mano en la barra. —¿Café?

—¿Me puede dar un vaso de agua? Hace un calor…

Con el ceño fruncido le pegó un repaso antes de mirar sus ojos

verdes. —Sí, claro. Le puso un vaso delante y cogió la jarra sirviéndole. —

¿Qué va a tomar?

—Vengo por el anuncio. Pedían camarera, ¿no es cierto?

La mujer entrecerró los ojos. —Niña, eso fue la semana pasada. Ya

he contratado a alguien.

Dejó caer los hombros desmoralizada. Había cogido el periódico del

motel y sabía que era de unos días antes, pero el hombre de la recepción le

había dicho que era un pueblo de mala muerte al que él no se mudaría ni

muerto. Al parecer alguien no había pensado lo mismo y había sido más

rápida. Se había arriesgado para nada.

—Lo siento, pero ya está pillado.

—Vaya, ¿y no sabrá de algo?

Miró tras ella. —¿Curtis?


Se volvió en el taburete para ver que un hombre mayor con una

larga barba cana chasqueaba la lengua. —¿Para una chica tan delicada

como ella? Por aquí no encontrarás nada, niña. En los ranchos buscan
vaqueros.

—Gracias.

—De nada. A no ser…—Todos miraron hacia la esquina donde

había un hombre moreno muy fuerte que estaba de espaldas.

—No necesito a nadie, Curtis. No tengo vacantes —dijo sin


volverse.

Ansiosa se bajó del taburete. —¿Seguro? Soy muy trabajadora, se lo

prometo.

—Ya tengo todo lo que necesito —dijo cortante.

—De todas maneras, gracias. —Se volvió forzando una sonrisa y la

mujer la correspondió. Cogió la maleta y vio como una camarera pasaba

ante ella para llevarle a Curtis un plato con una pinta asquerosa. Ni sabía lo
que era. Se detuvo a su lado. —¿Qué es lo que ha pedido?

—Es el plato del día —dijo como si estuviera emocionado antes de

hundir la cuchara. Se la metió en la boca encantado de la vida y ella

entrecerró los ojos porque no se lo podía creer. Eso no se lo daba ella ni a

los cerdos si los tuviera.


—¿Ocurre algo?

Se volvió para mirar a la mujer y se sonrojó. —Oh, no, claro que no.
Es que me ha llamado la atención, eso es todo.

—No eres de por aquí, ¿verdad?

—Soy de Nueva York. —Señaló el plato. —¿Me puede decir qué

lleva? Soy aficionada a la cocina y tengo curiosidad.

Los ojos de la mujer brillaron. —¿Cocinas?

—Sí, un poco.

—Eso lleva habas, rabo de toro, tripas y salsa de chili.

Leche, qué bomba. Miró hacia el hombre que debía tener sus añitos,

estaba claro que no cuidaba su dieta. Ese la cascaba en menos que cantaba

un gallo. —Que aproveche.

—¿Y tú qué cocinas, niña? —preguntó con la boca llena antes de

escupir lo que parecía un pequeño hueso sobre su mano.

Al verlo claramente le miró con horror. —¿Ha perdido un diente?

—Dichosa dentadura. Hala, uno menos.

Todos se echaron a reír y pasmada les miró para ver que el hombre
del fondo la observaba. Se quedó de piedra porque sus ojos azules

provocaron algo en la boca de su estómago que no supo definir.


Avergonzada agachó la mirada hasta Curtis que había dejado el diente en la

mesa como si nada. —¿Tarta de chocolate?

—¿Qué?

—Que si haces tarta de chocolate.

—Sí, sé hacerla.

—Qué pena que no te contrate, desde que la palmó Virgi ya no

tenemos tarta de chocolate casera. ¿No es una pena, Claudia?

Miró hacia la mujer que limpiaba la barra.

—Con lo que gastáis aquí no doy para más. ¿Qué hago con

Sheldon? —preguntó molesta—. Él lleva la cocina.

La estaban poniendo en un compromiso y no quería molestarla. Ella

no tenía la culpa de que no tuviera trabajo. —No se preocupe, no pasa

nada. Adiós.

Entonces fue hasta la puerta, pero algo la detuvo. Insegura

entrecerró los ojos y de repente se volvió haciendo volar su larga melena

rubio platino. —¿Y la ha contratado con la habitación o todavía tiene el

alojamiento?

Claudia puso los brazos en jarras. —Pues sí que lo tengo, Milly vive

a las afueras del pueblo. ¿Te interesa?

—¿Podría dormir allí unos días a cambio de hacer unas tartas?


Curtis sonrió. —¿De manzana?

—Y de limón, de pera con merengue, de calabaza... —Hizo una

mueca. —Aunque para esa faltan unos meses, no creo que me quede tanto.

—Miró a la mujer a los ojos. —Alojamiento y comida. Cocinaré gratis lo

que necesite y que Sheldon no haga. —Levantó una ceja. —Y viendo eso,

le aseguro que hago maravillas a su lado.

—Hecho.

Chilló loca de contenta y Curtis sonrió mientras la mujer decía —


Por la escalera exterior que va al piso de arriba. Ponte cómoda.

—Gracias, gracias. —Corrió fuera del local tirando de la maleta y

todos vieron por la ventana como subía las escaleras como una exhalación.

—Una niña muy educada —dijo el padre Thompson levantándose y

acercándose a la barra con unos billetes en la mano—. Creo que será toda
una adquisición para la comarca.

—Esa oculta algo —dijo Gillean Chagford levantándose y cogiendo

su sombrero vaquero de la mesa antes de volverse—. Ten cuidado, a ver si


te va a meter en un lío.

—No parece una chica problemática —dijo el cura—. Además, es

evidente que necesita ayuda. Solo ha pedido alojamiento. —Miró a Claudia


que obviamente dudaba. —Si no la contratas tú, la contrataré yo para que
limpie la iglesia. La señora Phillips ya no se encarga de nada y me ha dicho
que en un mes se jubilará, así que necesitaré a alguien. Puedo contratarla ya

para que se vaya haciendo con el trabajo. Todo el mundo necesita una
oportunidad y pienso brindársela. Además, el pueblo necesita gente joven

que dé vida. ¿Qué será de Donwhill dentro de diez años? Si rechazamos a


todo el que viene, mal futuro tendrá este pueblo.

—El cura tiene razón —dijo Curtis—. Hay que darle una
oportunidad a la chica.

Varios asintieron y Gillean apretó los labios. —Como queráis, pero

os he advertido. Nos dará sorpresas. ¿Una mujer como esa aquí? Oculta
algo, os lo digo yo.

—Cuando murió mi hermana necesité ayuda y todos estuvisteis ahí

para echarme una mano —dijo Claudia—. Ahora me toca a mi ayudar a


alguien. Se quedará.

—Bien —dijo Curtis encantado.

Escucharon unos pasos corriendo y miraron por la ventana para


verla bajar como si la persiguiera alguien. Abrió la puerta y sonriendo dijo

radiante —Ya estoy aquí.

—Pues ahí tienes la cocina, niña —dijo Claudia sonriendo.


—Tarta de chocolate marchando. —Entró tras la barra a toda prisa y
de la que pasaba cogió su vaso para lavarlo. Claudia asintió mientras

rodeaba el muro que separaba la barra de la cocina y todos escucharon que


decía —Permiso.

—Pasa niña. Así que tarta de chocolate, ¿eh? Estoy deseando

probarla.

—Te vas a chupar los dedos, Sheldon. Oh, por cierto, me llamo
Marmara.

—Un nombre precioso para una hermosa mujer.

Soltó una risita. —A mi padre le encantaba estudiar las estrellas y


los asteroides cuando era joven. Es un asteroide, ¿sabes? Era Marmara o

Priscilla porque también le encantaba Elvis.

—No ha habido nadie como el rey.

—Ou ye.

Sheldon se echó a reír y todos estiraron el cuello para verla a través

de la ventana coger un bol de acero.

El cocinero se acercó con algo en la mano y se lo tendió. Al ver la

redecilla para el pelo se sonrojó. —Oh, claro.

—Nunca has trabajado en una cocina, ¿no?


—En una profesional no, pero se me da bien, ya verás —dijo con

seguridad.

—Eso no lo dudo.

Todos miraron hacia Gillean que dijo yendo hacia la puerta —

Recordad mis palabras, no voy desencaminado.

Toda la barra estaba llena de dulces deliciosos y el local estaba de

bote en bote, ya fuera para llevárselos a casa o para tomarlos allí.

En la barra se acercó a una mujer que tenía en brazos una preciosa


niña de hermosos tirabuzones negros. —¿Qué le pongo?

—¿Puedo hacer un encargo?

—¿Un encargo? Pues no sé. —Miró hacia Claudia que asintió. —


Dígame.

—Quiero una tarta de cumpleaños.

—¿Para ella? —preguntó con una sonrisa.

—Sí, ¿puede ser de fresas naturales con nata montada? Es la que le


gusta y si no saldrá con mala cara en las fotos.

Rio asintiendo. —Por supuesto. ¿La quiere de alguna forma en

especial? —La miró como si no la entendiera. —¿Con forma de princesa o


algo así?

Los ojos de la mujer brillaron. —¿Puedes hacerla así?

—Saldrá algo más cara, pero si es lo que quiere…

—¡Pues sí! —dijo emocionada.

—Hecho. ¿Para cuántos más o menos?

—Seremos unos treinta. —Apuntó todo lo que le dijo. —Y tiene que


ser para mañana.

La miró pasmada. —¿Mañana?

—¿Ocurre algo? —preguntó Claudia.

—La señora pide una tarta de cumpleaños de treinta raciones para


mañana —dijo algo más bajo—. Me llevará demasiado tiempo no tengo ni

las fresas, no sé si podré hacer el resto de las tartas para la cafetería.

—¿Seguro que no podrás con todo? Es la hija del sheriff y no quiero

quedar mal con él.

La entendió perfectamente. —De acuerdo. Me quedaré toda la


noche si hace falta.

Claudia sonrió. —No sabes cómo te lo agradezco. En cuanto esto se

calme iré a echarte una mano.

La miró con horror porque en las dos semanas que llevaba allí se

había dado cuenta de que no tenía ninguna mano para la cocina. Claudia se
echó a reír. —Vale, lo pillo.

Sonriendo se acercó a la mujer. —¿A qué hora mañana?

—¿A las doce? ¿Será posible? Sé que aviso con muy poco tiempo

—dijo preocupada.

—Haremos un esfuerzo, no se preocupe. ¿Nombre?

—Alisa Roberts. ¿Te pago algo?

—No se preocupe.

—Tutéame, por favor. ¿Quieres venir al cumpleaños? —Marmara la

miró asombrada. —Sé que es para niños, pero así conoces a la gente, te
integras y te presentaré a algunas amigas.

—No sé… Tengo trabajo.

—Irá —dijo Claudia.

—Perfecto. Pues hasta mañana. Lisa despídete.

—Adiós —dijo la niña despidiéndose con la mano.

—Adiós preciosa. Nos vemos mañana. —Cuando se alejaron dijo

por lo bajo —Tengo que comprarle un regalo.

—Eso me recuerda… —Claudia sacó un sobre del bolsillo del


delantal. —Tu sueldo.

—Oh, no. No fue en lo que quedamos —dijo avergonzada.


—Has trabajado muchísimo más que ninguno de nosotros —dijo
divertida—. Mira el local, jamás lo he tenido así.

—Pero no es justo.

—Es muy justo. Es el sueldo de estas dos semanas y te he puesto

una prima por ventas. Hala, cógelo y vete a hacer esa tarta. —Los ojos de
su jefa brillaron. —Voy a ser la comidilla del pueblo cuando la vean.

—Si todavía no la he hecho —dijo avergonzada.

—Viendo estas me lo imagino. Nos vas a dejar con la boca abierta.

—Pues lo voy a intentar —dijo cogiendo el sobre—. ¿Puedo salir

unos minutos para comprarle algo a la niña?

—Claro que sí. No te preocupes, Sheldon les tiene dominados.

Ambas miraron hacia él que exasperado decía —¡Uno por uno o no


atiendo a nadie, leche! ¡Qué pesados estáis!

Ambas rieron por lo bajo y Marmara se quitó el delantal a toda

prisa. —No tardo nada.

—Deja de correr de un lado a otro. Esto es un pueblo, aquí se hacen


las cosas con calma.

Pues ella no tenía ni un segundo libre. Jamás había trabajado tanto


en su vida, pero estaba contenta. Ahora tenía trabajo y donde dormir, todo
un logro. Salió de la cafetería y caminando a toda prisa pensó en qué podía
comprarle. Se notaba que era la princesita de la casa por el vestido de tergal
que llevaba todo bordadito a mano. Un vestido muy caro. Ella no podía

gastarse mucho, tenía que ahorrar para las vacas flacas que las habría.
Siempre las había.

Entró en la tienda que hacía de librería y juguetería. Entrecerró los


ojos acostumbrándose al cambio de luz y se tensó al ver allí al hombre que
había visto en la cafetería el primer día. No había vuelto por allí y por los
cuchicheos que había oído no estaba nada contento con su presencia en el

pueblo. Sospechaba que era una delincuente o algo así. Acercándose al


mostrador dijo —Buenos días.

—Oh, buenos días Marmara —dijo la señora Morris—. Gillean, ¿la


conoces?

—Sí. ¿Entonces crees que este es el adecuado? —preguntó


señalando un puzle de princesas.

—Le encantará, es educativo y luego se puede enmarcar.

—Es muy pequeña, creo que igual es mucho para ella —dijo no
muy decidido antes de mirar a su alrededor—. ¿Y esas muñecas?

—Ya tiene muchas muñecas. Su abuelo le ha comprado el castillo de


la Barbie con todos los accesorios.

—Joder, que difícil es esto. Me lo llevo.


—Genial, te lo envuelvo para regalo. Enseguida te atiendo,
Marmara.

—No se preocupe, así echo un vistazo. —Miró a su alrededor y al

ver un carrito de muñeca se acercó. La etiqueta que colgaba decía que


costaba cien pavos. Jo con el carrito. Se notaba que allí era todo mucho más
caro que en la ciudad. Era lógico que se aprovecharan un poco, ¿pero tanto?
Menudo timo. Volvió la etiqueta pensándolo bien e hizo una mueca porque
en realidad si fuera a la ciudad tendría que añadirle el billete del autobús,

así que al final le saldría más caro. Además, no tenía tiempo para buscar
otra cosa en San Antonio.

—¿Vas a ir al cumpleaños de la niña? —preguntó la mujer


envolviendo el regalo.

—Me acaban de invitar.

—Te lo pasarás bien —dijo mirando de reojo a Gillean que parecía


de lo más incómodo—. Algún soltero habrá.

Se sonrojó. —No, si yo no busco nada.

—Una chica que aprecia la libertad. Yo soy igual.

Miró a la mujer que tenía cincuenta años y sabía por los de la


cafetería que estaba soltera. La verdad es que no le gustaría verse así en el
futuro, ella quería familia e hijos, pero no ahora. Ahora su vida era un
desastre. —Ya veremos. —Vio una sombrilla infantil con un montón de

lacitos blancos y encaje en los bordes y sonrió cogiéndola. —Que monada.

—¿Verdad que sí? Es parte de un disfraz.

Sus ojos brillaron. —¿Un disfraz así?

—Pero es para una niña de unos seis años.

—Qué pena —dijo dejando la sombrilla—. Le habría encantado.

—¿Cómo sabes lo que le gusta si ni la conoces? —preguntó él


cortante.

Se sonrojó. —Bueno, es una niña y le gustan las princesas. Seguro

que le hubiera gustado disfrazarse de una.

Él gruñó como si no le hubiera gustado nada su respuesta. Sin

entender su actitud miró a la mujer que se hacía la loca tendiéndole el


paquete. —Te lo cargo en cuenta.

—Gracias —dijo molesto antes de irse sin despedirse de ella. ¿Pero


qué le pasaba a ese tío?

—No se lo tomes en cuenta, es algo arisco con los desconocidos.

Se encogió de hombros como si le diera igual. —¿Alguna idea?

—Me acabas de dar una buenísima.

Sonrió irónica. —Me va a robar la idea del disfraz.


—Podría adaptar el vestido para la niña en un par de horas. Pero

necesito que alguien lo lleve. Yo no podré ir al cumpleaños. La final del


condado de petanca, ¿sabes? Estoy clasificada.

—¿Quiere que lo lleve yo? No hay problema. Sobre…

—Puedes regalarle la sombrilla haciendo juego —dijo


interrumpiéndola.

La miró atentamente, estaba segura de que le estaba haciendo un


favor. Sonrió. —No tiene que hacerlo, de verdad.

—Como has dicho, le encantará. —Alargó la mano. —¿Trato


hecho?

Se la estrechó. —Por supuesto.

La mujer soltó una risita. —Qué pena que me lo pierda. Todas se


van a morir de la envidia cuando vean lo que le gusta nuestro regalo.

—Pues cuando vean la tarta…


Capítulo 2

Alisa miró hacia arriba con la boca abierta. La princesa vestida de


blanco con primorosos lazos rosas en la falda medía metro y medio. Estaba

en el mostrador y todavía estaban discutiendo cómo la iban a sacar por la


puerta. Inquieta porque se había animado demasiado como para pensar en

algo así, gimió.

—¿Cómo voy a llevarla en el coche? —preguntó la madre de la niña


asombrada.

—Chica, aún tenemos que sacarla de aquí —dijo Claudia


exasperada—. Niña, cuando haces algo lo haces bien.

—Se puede desmontar, pero la base… —Gimió. —Lo siento, no me

he dado cuenta.

—La ventana —dijo Sheldon—. La desmonto y sacamos la base por


allí.
—¿Desmontar la ventana? —Claudia entrecerró los ojos mirando

hacia allí. —Vete a por el martillo.

—Lo siento, Claudia.

—No pasa nada. Ahora lo importante es que todos vean esta

maravilla. —Se frotó las manos. —Va a promocionar el local. Sácale fotos
para las redes sociales, Alisa. Quiero que la vea todo el pueblo.

—Eso déjamelo a mí. —Impresionada la miró. —¿Eres repostera?

—¿Con diploma quieres decir?

—Sí.

—Pues no. He visto muchos programas de la tele.

—Impresionante. —Levantó la vista hacia el rostro de la princesa.

—¡Si hasta se parece a mí!

Estiró el cuello para mirarla bien. —¿Eso crees? —Gruñó. —La

nariz me ha salido algo torcida, lo siento.

La miró como si estuviera loca. —Es perfecta. Se va a morir de la

alegría cuando la vea. —Sonrió. —Gracias.

—No, gracias no que son doscientos pavos —dijo Claudia.

Alisa soltó una risita. —Un chollo.

La miró como si estuviera loca. —¿De veras?


—Por un trabajo así deberías cobrar más. ¿A qué te dedicabas en

Nueva York? —Marmara miró de reojo a su jefa que ansiosa esperaba una

respuesta. —Vamos, algo harías… ¿O es que estudiabas? Oh, me acabo de

dar cuenta de que ni sé cuántos años tienes.

—Veinticuatro.

—¿Y en qué trabajabas? —preguntó Alisa de nuevo—. En algo

artístico, seguro.

—Trabajaba en una fábrica.

—Oh, ¿de qué? ¿De muebles o algo así?

—De ataúdes.

Ambas la miraron espantadas antes de tocar la madera de la barra


con el índice y el meñique. —Niña, no me extraña nada que lo dejaras.

—No, si no lo dejé, me echaron.

—¿Por qué? —preguntaron las dos a la vez indignadas.

Gimió por dentro. —Porque el jefe chanchulleaba con los ataúdes.

—Como era evidente que no la entendían susurró —Los utilizaban varias

veces compinchado con el de la funeraria. El jefe vendía el mismo a varias

familias distintas y como les incineraban…

Jadearon llevándose la mano a la boca. —Menudos sinvergüenzas.

—Sí.
—¿Y por qué no buscaste otro trabajo allí?

Suspiró porque era el momento de contarlo. —Porque lo descubrí

yo. —Intrigadas dieron un paso hacia ella. —Y el jefe tiene muy mala

leche. Cuando la policía metió la nariz me quemó el coche.

—No fastidies —dijo Claudia asombrada.

—Conmigo dentro. Conseguí salir por los pelos. —Jadearon

tapándose la boca con las manos. —Debía ser algo mafioso porque esa

manera de reaccionar no es normal. —Ambas negaron con la cabeza. —Así


que me largué. Me dije que lo mejor era salir de la ciudad y una amiga me

comentó que tenía un tío en San Antonio que tenía una tienda de coches de

segunda mano. Le llamó y dijo que por supuesto me daba el trabajo. Y allí

que fui. Me echó a las dos semanas por decirle a un cliente que el coche que

estaba enseñando había sido revisado de arriba abajo. Llenito de golpes

había llegado y estaba como nuevo gracias a nuestro mecánico que era un

genio. Hasta el cuentakilómetros había arreglado. —Ambas gimieron como

si fuera un desastre. —¿Qué? ¡Solo dije la verdad! ¡Tenía que avisarle!

—Está claro que tú no vales para timar, niña.

—Sí, creo que no valgo para eso. Últimamente tengo una mala

suerte… Como había dado dos meses de fianza para el piso con el mes de

alquiler, me quedé sin nada. Acabé en un motel porque la tía que lo


alquilaba no quiso devolverme la fianza. Dijo que había negado el piso a

una familia que se quedaría por un año y que ella no iba a perder la pasta.

Menos mal que vi tu anuncio porque me veía en la calle.

—Este mundo no está hecho para la gente buena —dijo Alisa

indignada—. Y sí has tenido mucha suerte de acabar aquí. Entre todos te

cuidaremos, ya verás.

Sheldon dijo —Esto ya está, he quitado los clavos.

—Espera, que te ayudo —dijo ella dispuesta a echarle una mano.

—No, vete desmontando la princesa. —Su jefa fue hasta la ventana.

Alisa la ayudó a subirse a una silla para que quitara la parte de la

cabeza con mucho cuidado de no destrozarla entera. Quitó el torso y la

mitad de la falda y las cuatro bandejas fueron trasladadas a la camioneta de

la cafetería. Pero la falda no cabía. —Vaya —dijo Alisa fastidiada antes de

mirar a su alrededor—. ¡Gillean! ¡Primo, ven que te necesito! ¡Tráete la

camioneta!

Se volvió sobre su hombro para verle salir de la ferretería. —¿Es tu

primo?

—Segundo. Aquí casi todos somos familia. —La miró de reojo. —

Es guapo, ¿verdad?

Se sonrojó. —No, qué va.


—No mientas que a todas se les cae la baba con él. Tiene a todas las

solteras del contorno revolucionadas desde los catorce años. Menudo

fichaje si te echa el ojo. Su rancho debe ser de los pocos que todavía da un

buen dinero.

Él frenó a su lado y la miró a través de la ventanilla. —¿Qué pasa?

—¿Puedes ayudarme a trasladar una parte de la tarta de la niña?

La miró como si no entendiera. —¿Una parte?

Rio divertida. —Ya lo verás. ¿Puedes? —Se acercó a la camioneta y

miró la parte de atrás. —Solo tiene herramientas. Las apartaremos.

A toda prisa volvió a la cafetería donde todos estaban dispuestos a

ayudar. Era la parte más delicada porque como se moviera de la base en la


que había quedado algo justa podía desparramarse entera. —Muy bien, hay

que llevarla muy recta. —Sheldon asintió.

Entre los cuatro la acercaron a la ventana y Gillean en la acera dejó


caer la mandíbula del asombro al ver de lo que hablaban. —Cada día estás

más loca, Alisa.

—Agarra por ahí. Cuidado no metas los dedos —dijo Marmara

preocupada porque iba a ir al aire y con el calor que hacía…—¿Tu casa está

muy lejos?

—A las afueras, ¿por qué?


—Este sol… ¿A qué hora es el cumpleaños?

—A las tres.

—¿Y va a ser fuera o dentro?

—¿Con este calor? Fuera.

—Muy bien, pues adentro.

Todos protestaron. —¡Eh, la tarta no puede estar al sol tres horas!

¿Queréis acabar en urgencias?

—Podemos meterla en casa hasta que llegue la hora —dijo Alisa

dudosa—. Tengo aire acondicionado, estará fresquita.

—¿Y dónde vas a poner esto? —preguntó Gillean incrédulo—. ¿Y

lo que hay en el coche?

—Si la montas…

—No creo que luego pueda desmontarla otra vez para sacarla al

jardín. Hemos tenido mucha suerte esta vez, ¿sabes?

—Por fi. —Le rogó con la mirada antes de que sus ojos brillaran. —
Ya lo sé, la pondré en el centro del salón, en la mesa, y la cortaré allí. Ya no

tendré que moverla otra vez. Total, la mitad de los adultos estarán allí para
estar a la sombra.

—Genial. —Miró hacia Gillean al otro lado. —¡Eh! ¡No hundas los

dedos! ¡Por abajo!


—No es fácil —dijo entre dientes.

—¿Y me lo dices a mí?

—Primo hazle caso.

Gruñó tirando de ella y en cuanto pudo Marmara corrió al exterior

para ayudarle a cogerla poniéndose a su lado. —¿Encima de qué la has


puesto?

—De una mesa —dijo Sheldon—. He tenido que cortarle las patas.

—Que buena idea —dijo Alisa—. Mi niña va a ponerse como loca.


—Hizo una mueca. —Espero que no la abrace.

—Oh, eso me recuerda… ¡Sujetad! —Salió corriendo escaleras

arriba.

—¿Ahora a dónde va? —preguntó Gillean molesto.

—A por la guinda del pastel —dijo Claudia encantada con ella—.

Como se os caiga os mato. ¡Gillean deja de meter los dedos! ¡La niña ha
estado toda la noche haciéndola y la vas a estropear!

—¡Ahora estoy solo aquí!

Escucharon como bajaba las escaleras con dos paquetes que metió

en la furgoneta. —Lista. —Gimió al ver el desastre que estaba haciendo


Gillean al sujetar la mesa. Bueno, tendría que arreglarlo al llegar. —

Podemos irnos.
Se puso a su lado y sujetó la mesa. La fueron sacando poco a poco y
ellas fueron llegando para ayudar, mientras Sheldon se subía a la camioneta

para acercarla más y en unos minutos misión cumplida. Suspiró de gusto


porque ya estaba. Escuchó como alguien chupaba y al girar la cabeza vio

que Gillean se lamía el pulgar. —Está buena.

—Pues no has probado nada. Lo bueno es el relleno.

—Creo que no me quedaré sin tarta.

Alisa soltó una risita. —Me parece que todos querrán llevarse un

pedazo a casa. Bien, nos vamos. —Preocupada miró la tarta. —¿Te importa
ir con él por si se mueve? Mi primo conduce como un loco.

Se sonrojó. —No, claro que no.

—Genial. ¡Pues seguidme!

Le escuchó gruñir mientras iba al asiento del conductor. Estaba claro


que a quien le importaba era a él. Suspiró yendo hacia la otra puerta y al

abrirla vio un montón de papeles allí tirados. Él los recogió arrugándolos.


—Tengo que limpiar esto.

—Sí, no estaría mal.

Mientras ella se sentaba la miró con los ojos entrecerrados antes de


estirar la mano y abrir la guantera para meterlos todos de mala manera. Su

antebrazo rozó su rodilla y carraspeó. —Lo siento.


—No pasa nada.

Él suspiró y arrancó la camioneta mientras ella miraba hacia atrás.


Giró el volante saliendo incluso antes que Alisa. Ella miró hacia atrás por si

se había movido la tarta. —¡Ten cuidado!

La fulminó con la mirada. —Tengo que girar.

—Pues hazlo más despacio, se ha movido. —Se quedaron en


silencio y la miró de reojo al igual que ella. Cuando sus ojos coincidieron

miraron al frente como dos resortes.

—Así que de Nueva York.

—Sí.

—Estás muy lejos de casa.

—Circunstancias de la vida.

—¿Piensas volver?

Se encogió de hombros como si le diera igual. La miró de soslayo.


—¿Eso es que no? ¿No tienes familia allí?

—Una prima, pero no nos llevamos muy bien. Robaba el cepillo de

la iglesia.

—Joder con tu prima.

—Ya. —Incómoda miró hacia atrás de nuevo y sonrió. Al volver la

cabeza vio que la miraba y perdió la sonrisa de golpe antes de volver la


vista al frente.

—Te has esforzado mucho, ¿no?

—Claudia me lo pidió, es lo menos que podía hacer.

—Estarás cansada después de estar toda la noche trabajando.

—¿Cómo…? ¿Os lo ha dicho Claudia?

—No sabe guardar un secreto.

—Bueno, da igual, porque no duerma una noche no pasa nada.

—Ya… —La miró de reojo antes de mirar la carretera. —Por aquí

no hay mucho que hacer, te aburrirás.

—No me ha dado tiempo a aburrirme.

—A partir de las cinco cierran todos los negocios y no hay nada que

hacer en el centro del pueblo.

—Me da igual, yo mientras tenga tele.

—La diversión está fuera. La gente va al Rocks o al Pingle que


están en la interestatal.

—No tengo coche. Además yo no soy mucho de salir de noche.

Él asintió antes de mirarla de reojo. —Parece que te escondes.

Le miró sorprendida. —¿Cómo?

—No sales, no te relacionas con nadie… Parece que ocultas algo.


—Tú te crees que yo soy tonta, ¿no?

—¿Qué?

—No soy una delincuente ni nada por el estilo —dijo indignada—.

¡Deja de decir cosas sobre mí!

Él la fulminó con la mirada. —¡Algo escondes, a mí no me la das!


¡Es muy raro que viniendo de Nueva York hayas acabado aquí!

—¿Por qué? —preguntó pasmada.

—¿Todos se van y tú vienes? ¡Aquí hay algo muy raro!

—Aquí tengo trabajo y me tratan bien, no veo donde está lo raro. No


serás un poco paranoico, ¿no? De esos de pueblo a los que si entras en sus

tierras te reciben a tiros.

—¡Claro que si alguien entra en mis tierras recibe un tiro! Para qué
entra, ¿eh? ¡Para algo! ¡Esos siempre quieren algo!

Le miró con los ojos como platos. —Vale… Que buen día hace hoy,
¿no?

—¡Aquí se roba ganado!

—Ah…

—Y como le hagas daño a Claudia me vas a ver cabreado.

Uy, uy con este, que era evidente que le faltaba un tornillo. —¿Más?
—¡Sí!

—Vale.

—Deja de decir vale —dijo entre dientes.

—Lo que digas. —Forzó una sonrisa. —Tú no te preocupes que

todo va bien…

La fulminó con la mirada. —No estoy loco.

—Claro que no. Además, esa es una palabra muy fea. Ahora se

llaman enfermos mentales —dijo lentamente—. Y pueden llevar una vida


perfectamente normal. Si toman su medicación, claro. —Levantó una ceja

interrogante.

—¡Yo no tomo medicación para nada!

—Ya. —Mierda. El chiflado del pueblo no tomaba la medicación.


—Pues nada, vamos a disfrutar del cumpleaños de Lisa que hoy cumple tres

añitos.

—Cumple dos.

—No, cumple tres.

—¡Que cumple dos!

—Pues me han dicho que… —La miró con rabia. —Sí, claro. ¿Qué
sabré yo si acabo de llegar? —Incómoda arrastró el trasero casi pegándose a
la puerta antes de mirar hacia atrás. —Vas muy bien Gillean, sigue así.
Él gruñó apretando el volante. —Ya estamos llegando.

—Uff, menos mal —dijo por lo bajo.

—¿Qué has dicho? —preguntó sobresaltándola.

—Eh… que menos mal no vaya a ser que se estropee al sol.

—Ya, claro.

Aparcó ante una casa muy bonita pintada de blanco y Marmara


estiró el cuello. —Parece de película.

—Aquí son todas más o menos así —dijo molesto antes de abrir la
puerta.

—Vaya… —Al ver una bici ante el porche sus ojos brillaron
deseando tener una igual con su cestita delante y todo. —Qué bonito.

—Afortunadamente la puerta que da al jardín de Alisa tiene dos


hojas —dijo él abriendo la parte de atrás de la caja de la camioneta.

—Que bien —dijo por contestar algo bajando del vehículo. En ese

momento llegaron los demás y suspiró del alivio. No volvía a subirse con
ese tío en un coche ni muerta.

Un hombre muy guapo salió con la niña en brazos y sonrió. —¿Qué


pasa aquí?

—Cariño, no te lo vas a creer —dijo Alisa saliendo del coche—. Ya


verás cuando monte la tarta.
—¿Cuando qué?

—Oh, por cierto ella es Marmara, la ha hecho ella.

Para su sorpresa su anfitrión la miró de arriba abajo con deseo antes


de decir —Encantado de conocerte Marmara, soy Paul.

Forzó una sonrisa. —Mucho gusto.

—Paul es abogado y trabaja en San Antonio. Tres días a la semana


se los pasa allí, dichosos juzgados —dijo ella acercándose con la cabeza de

la princesa ya en las manos.

—Preciosa, el trabajo es el trabajo —dijo sin dejar de mirarla, lo que

la incomodó.

—Saquemos esto —dijo Gillean de mal humor.

Se acercó a él y este dijo por lo bajo —Acércate a él, hazle daño a


mi prima y me voy a cabrear. —Le miró asombrada. —¿Me has entendido?

—Sí.

Él asintió mientras Claudia se acercaba loca de contenta. —¿Sabes


lo que he pensado? Que necesitamos una camioneta frigorífica. Y
podríamos hacer repartos de tartas y eso.

—Eso cuesta mucho, Claudia —dijo ella incómoda.

Su jefa frunció el ceño. —¿Ocurre algo?

—¿La llevamos al salón?


La fiesta fue todo un éxito y la tarta la más fotografiada de la zona,
pero lo importante es que la niña se puso como loca con ella y con su nuevo

disfraz, hasta que empezó a meter sombrillazos a todo el que se le ponía


delante. Cuando le cantaron cumpleaños feliz, Gillean estaba ante ella y al
ver el tres bien grande que era una vela carraspeó incómodo, pero ella se
hizo la loca.

Habló con algunos que ya conocía de la cafetería y conoció a varios


más, pero con quien se lo pasó mejor fue con los niños, porque estos

siempre eran sinceros y la hacían reír. Jugó con ellos al escondite y cuando
estaba escondida tras un árbol con la pequeña Lisa, Gillean salió al porche
con una cerveza. La estuvo observando y Alisa se puso a su lado. —Es
encantadora, ¿verdad? —Su primo gruñó. —Venga, no pongas esa cara,

tiene que gustarte, les gusta a todos… Ya ha pasado mucho tiempo,


necesitas alguien con quien vivir, te estás volviendo un gruñón.

La miró sorprendido. —Eso es mentira.

Alisa se cruzó de brazos. —¿Hace cuánto que no tienes una cita?

—Después de aquella que me organizaste con esa amiga tuya se me


quitaron las ganas.
—¡Tres meses! ¡Es un delito que un hombre como tú no salga más a

menudo!

—Ya empezamos.

—Venga, pídele una cita.

La miró como si le hubieran salido cuernos.

—¿Qué? ¿Qué tiene de malo?

—Le caigo mal.

—Qué va.

—Sí, le caigo muy mal.

—¿Qué has hecho?

—¿Yo? —preguntó sorprendido—. Nada.

—La has espantado, ¿verdad? Como haces con todas para que no se
hagan ilusiones.

—¡Qué va! Nunca me ha mirado así para tener que espantarla.

Alisa entrecerró los ojos. —¿Y eso te fastidia?

—Me da igual.

No se creyó una palabra. —Te fastidia.

—Te digo que no.


Se echó a reír. —Increíble, tienes a todas las mujeres solteras del

condado deseando que les pidas una cita y te va a gustar la que ni siquiera
se lo ha planteado.

—Déjalo ya —dijo entre dientes.

—¿Quieres que hable con ella?

—Ni se te ocurra.

—Tú déjame a mí —dijo yendo hacia el salón.

—¡Alisa no!

Se volvió sorprendida porque parecía enfadado.

—No hagas nada. Y esta vez hablo en serio.

—Muy bien, lo que digas.

Dejó la cerveza y dijo —Tengo que irme. Aún tengo que recoger el
ganado de los pastos del norte.

—Gracias por venir y por el regalo.

—De nada. —La besó en la mejilla y bajó los escalones del porche

para rodear la casa.

Ella miró hacia Marmara que en ese momento cogía las manitas de
su hija y reían girando en corro. Su madre se puso tras ella y ambas
sonrieron. —¿Le has oído?
—Sí, hija. Todavía tengo un oído muy fino.

—Le gusta.

—Toda una sorpresa después de tantos años, ¿no? Habrá que hacer
algo.

—La ha espantado. Huye de él al contrario que las demás, ¿te has


dado cuenta?

—Sí, cuando le dio el pedazo de tarta no quiso ni mirarle a pesar de


que les pedí una foto. No sonrieron ninguno de los dos y después se fueron
en direcciones contrarias. No se han dirigido la palabra en tres horas y él la
ha mirado y mucho.

—Sí, como hace unos minutos… Mamá, ¿tienes tarta de

aniversario?

—Claro que no, quería ver esta.

Sonrió. —¿Y dónde vas a pedirla?

—¿No es obvio? —Rio por lo bajo. —Me muero por encargarla.

¿Qué pasaba en ese pueblo? ¿Todo el mundo tenía que celebrar


algo? Y eso que eran pocos habitantes. Mirando el enorme corazón que

tenía sobre la mesa cogió la manga pastelera. —Bien, vamos allá.


—No tiembles.

—Sheldon, no me pongas nerviosa. Pon música.

Puso la manga sobre la parte de arriba del corazón y respiró hondo.

—¡Un sándwich de pollo! —gritó Claudia desde la cafetería


sobresaltándola.

Suspiró cerrando los ojos. Las letras se le daban fatal. —Venga, solo
tienes que poner felices treinta. Solo eso.

—¡Niña, te necesito en la barra!

—Gracias a Dios. —Dejó la manga y salió a atender. Ya la


terminaría, esa vez tenía tiempo de sobra. Sonrió a los clientes y sus ojos se
encontraron con los de Gillean que estaba solo en una mesa y era evidente

que no le habían atendido. Al ver a Milly ocupada gruñó porque no le


quedaba otra. Se acercó a él mostrando su uniforme de camarera en color
verde menta y sacó el block del delantal. —¿Qué te pongo?

—El plato del día.

—Hoy es rosbif.

—Joder, que finos os habéis puesto desde que has llegado.

Levantó una ceja. —¿Ves el local? ¿Ves lo lleno que está?

—Sí.
—Pues eso, esto es un negocio. —Apuntó el rosbif. —¿Una
cerveza?

—Bien fría.

Asintió volviéndose y de la que pasaba recogió una mesa, en la que


otros clientes que esperaban se sentaron de inmediato. Cuando regresó con
su cerveza le guiñó un ojo a Curtis que rio por lo bajo. Se la puso delante a

Gillean y dijo —Enseguida está.

Iba a volverse cuando escuchó —Marmara…

Le miró a los ojos. —¿Sí?

Él se movió incómodo en su silla. —Me gusta la carne poco hecha.

—El rosbif no es muy hecho —dijo molesta.

—¿Estás enfadada?

—No, tengo trabajo.

Se volvió y Claudia que la había escuchado desde la barra se acercó


a ella cuando fue por la jarra de café. —¿Ocurre algo con Gillean?

—No, qué va.

—¿No te cae bien?

La miró espantada. —¿Gillean?

—Sí —dijo interesada—. Es un buen tipo.


—¿Gillean es un buen tipo?

—Sí, ¿por qué?

—No, por nada.

—Venga, suéltalo.

—Es que… —Claudia levantó una ceja. —No me gusta criticar ni


nada de eso, pero el otro día me sentí algo incómoda con él por su manera
de hablarme.

—Oh, habla así a todos. Los hombres de por aquí son algo rudos a
veces, pero son buena gente.

—¿Entonces no le falta un tornillo o algo así? —preguntó dudosa.

—¡No! —dijo incrédula—. ¿A Gillean? —Se echó a reír. —Es el


hombre más cabal que encontrarás.

—Ah, entonces solo le caigo mal y no quiere ni verme.

—¿Crees eso? Pues te mira.

Ambas se volvieron para verle observándolas y Marmara se sonrojó


apartando la mirada. —No me mira, me vigila.

—¿Eso crees?

—Me ha advertido de que como te haga algo se iba a cabrear.

—Es muy protector —dijo sin darle importancia.


—Si no me conoce.

—Pues me da que quiere conocerte.

—¿De verdad piensas eso? —preguntó pasmada.

—Es evidente que no te lo esperabas.

—Pues no.

Claudia hizo una mueca. —Si le rechazas sé delicada, ¿quieres?


Hace unos años su novia murió dos días antes de la fecha que habían
elegido para la boda y no se ha tomado a nadie en serio desde entonces. Y
me da que tú le interesas de verdad.

—¿De qué murió?

—Leucemia.

Se sintió fatal por pensar mal de él, pero era evidente que con su
carácter no congeniarían y lo mejor era dejar las cosas pasar. Sheldon puso

su plato sobre la encimera y tocó el timbre. Lo cogió dispuesta a sonreír,


pero solo le salió una mueca. —Tu rosbif.

—Gracias —dijo mirando el plato que ahora tenía mucho mejor


aspecto, pero él no dijo nada.

Se volvió para irse y mirándole de reojo vio como pinchaba una de


las pequeñas zanahorias que llevaba el plato y se la mostró a Curtis que rio
por lo bajo. No le gustaba. Apretó los labios decepcionada y Claudia a su
lado suspiró. —Ya me imaginaba que a los vaqueros no les gustaría.

—¿Por qué? Es saludable y sano.

—Niña, trabajan catorce horas de sol a sol. Necesitan energía.

Seguro que Gillean ni siquiera ha desayunado. Dos rajas de rosbif con unas
verduritas no es suficiente para él, necesitaría tres platos. —Suspiró de
nuevo. —Es una pena, pero esto es un negocio. Cuando llegaste pagaba las
facturas a duras penas. Si tengo que prescindir de los vaqueros lo haré,

aunque me da rabia porque muchos no tienen donde comer.

—Haremos otro plato para ellos. Lo llamaremos el del vaquero.

—Niña, ¿no trabajas lo suficiente?

—Eso lo hará Sheldon. —Se acercó a la ventanilla. —Dos buenos


filetes con patatas.

—Marchando —dijo encantado por volver a tomar el mando en su

cocina.

Su jefa parecía preocupada.

—No es nada. Yo haré el plato principal por la mañana y Sheldon lo

servirá como siempre. Si un día les hace el cocido ese no tendrá demasiado
trabajo.

—Me alegra que no te hayas ofendido. Tus platos encantan, pero…


—Ellos necesitan más. No pasa nada —dijo tan contenta. Se acercó

a Curtis y levantó una ceja cuando vio que había comido la carne y que las
verduras estaban en el plato—. Comételas.

—Niña…

—Son buenas. Ahora te traigo otra cosa, pero solo si te las comes.

Cogió el tenedor a toda prisa y ella rio por lo bajo volviéndose para
encontrarse esos ojos verdes que parecía que la perseguían. —Y a ti
también.

—Estupendo, porque con esto no tengo ni para empezar.

—Ya me he dado cuenta. —Cogió su plato vacío y se escuchó un


chillido en la cocina. A toda prisa corrió hacia allí para ver que la plancha
se había incendiado y Sheldon se agarraba el brazo.

—Nena, aparta. —Gillean la hizo a un lado para entrar en la cocina

y coger un paño para mojarlo en el cubo de agua. —¡Aléjate! —le gritó a


Sheldon antes de tirarlo por encima, pero el fuego subía por la campana.
Pálida ni escuchó como pedía un extintor. Claudia llegó con uno y él se lo
quitó de las manos rociando de aquella cosa blanca media cocina. Cuando

el fuego se apagó todos suspiraron del alivio. Todos menos ella que aún
seguía allí parada en shock. —Ya ha pasado. Sheldon, ¿estás bien?

—Una pomada y listo. Esto no es nada.


—Menos mal —dijo Claudia antes de volverse—. Niña, ¿qué te

pasa?

Al darse cuenta de que todos la miraban negó con la cabeza. —


Nada, estoy bien.

La miró como si no se lo creyera. —¿Seguro?

—Sí, sí, claro —dijo nerviosa antes de mirar su tarta en forma de


corazón. Gimió porque el polvo del extintor lo había cubierto todo—. No…

Gillean juró por lo bajo. —¿No se puede arreglar?

—¡No, no se puede! —dijo alterada dejándolos a todos de piedra. Al

ver su reacción se dio cuenta de cómo lo había dicho y se sintió fatal. De

repente sollozó antes de salir corriendo.

Gillean apretó los labios viéndola salir del restaurante.

—No se lo tomes en cuenta —dijo Claudia—. Estoy segura de que


no tiene que ver con la tarta.

—Y yo —dijo Sheldon—. No se molestaría por algo así. ¿Habéis

visto su cara al ver el fuego? Estaba aterrorizada.

Claudia asintió. —Ve al médico a curarte eso. Milly y yo nos


encargaremos de todo. —Se llevó la mano a la frente. —Tendremos que

decir que los que no han comido no pueden hacerlo.


—Creo que ya se han dado cuenta —dijo Gillean antes de mirar la

tarta—. Es una pena, es evidente que se ha esforzado mucho.

—Dijo que estar casados treinta años y ser felices merecía


celebrarse por todo lo alto. Esta no es la única es la parte de arriba.

—Joder.

—¿Debería ir a ver cómo está? —preguntó indecisa.

En ese momento se escuchó la campanilla y la vieron entrar con la

cabeza agachada avergonzada por haber llorado. Entró en la cocina a toda

prisa y empezó a recoger sin decir palabra.

—No hace falta que hagas eso —dijo Sheldon suavemente.

—Hay mucho que limpiar —susurró.

—¿Estás bien? —preguntó Gillean.

Le miró sobre su hombro mostrando sus ojos enrojecidos. —Sí,

claro. Siento haberte gritado.

—No pasa nada.

Claudia carraspeó. —Bueno, a trabajar.

Avergonzada agachó la mirada y siguió limpiando. Fue Gillean

quien cogió la tarta y la tiró al cubo de la basura. —Gracias —dijo ella en


voz baja.
—De nada. —Se acercó al tubo de ventilación y juró por lo bajo. —
Está lleno de grasa.

—¿De veras? —Se acercó a mirar y era cierto. —Dios mío…

—Se podría haber incendiado toda la casa. Ha habido suerte. Habrá

que sustituirlo.

—¿Eso pasa por mi casa?

—Seguramente sí.

Claudia entró en ese momento. —Varios se quedan a ayudar. Que


buenos vecinos tengo —dijo satisfecha. Al ver sus caras perdió la sonrisa

—. ¿Qué pasa?

—Vas a tener que hacer obra. —Señaló el tubo.

—Mierda, no me fastidies. —Se acercó y puso cara de asco. —¿Qué

es eso?

—Grasa acumulada.

—¿Pero no ventila?

—Hay que cambiar los filtros de vez en cuando, Claudia.

—Diablos, de esas cosas se encargaba Virgi.

La hermana de la jefa había fallecido el año anterior, así que llevaba

una buena temporada sin limpiarse.


—Ni me acordaba de eso.

—Pues ahora habrá que sustituir todo el tubo —dijo Gillean—. Y la

plancha se ha quemado, ¿ves estos cables y los botones de encendido?

—Mierda.

—Además ha afectado a la cocina porque está justo al lado.

Marmara palideció porque la cocina era de gas y podía haber sido


mucho peor.

Gillean continuó hablando —He cerrado la llave de paso, pero os

aconsejo que no la encendáis de nuevo hasta que esto lo revise un técnico.

—Sí, claro… —dijo Claudia preocupadísima y no le extrañaba

porque era la ruina. Seguro que no tenía el dinero para una reparación de tal
calibre.

—Si quieres puedo devolverte lo que me diste. No lo necesito.

Sonrió con tristeza. —Si que lo necesitas, niña. Y ahora más que

nunca porque no sé si podré volver a abrir. Pediré presupuestos, pero creo


que esto es el fin.

—Lo siento mucho.

Pasó a su lado y le acarició la mejilla antes de salir de la cocina.

Gillean apretó los labios antes de decir por lo bajo —Joder.


Ella suspiró porque estaba sin trabajo de nuevo. Y sin casa porque

seguramente se tendría que ir. Alguien carraspeó tras ella y se volvió con
unos utensilios de repostería en las manos para verle aún allí. —¿Sí?

—Estoy muy ocupado —dijo secamente.

Le miró sin entender. —Lo siento, no puedo darte de comer.

—No me refiero a eso.

—Ah, ¿no?

Carraspeó de nuevo. —No tengo quien atienda la casa.

—¿Necesitas una asistenta?

—Un ama de llaves. Sabes cocinar y limpiar…

—Sí, claro. —En shock ni sabía qué decir, pero necesitaba el


trabajo. —No tengo coche.

—Tendrás habitación. Fuera de la casa —dijo rápidamente—. Hay

una casita para el capataz a unos metros que no se usa desde hace años.

Ilusionada se acercó. —¿Tendré mi propia casa?

Asintió. —No es gran cosa, pero…

—¿Qué tengo que hacer?

—Mientras me pongas la comida en la mesa cuando tenga hambre y

la casa esté limpia... —Se encogió de hombros. —¿Te parece bien? —le
espetó.

—No sé… —Se mordió el labio inferior.

—Trescientos a la semana. Si no estás conforme te vas y punto.

No estaría muy cómoda viviendo tan cerca de él con el carácter que

se gastaba, pero no tenía otra cosa así que dijo a regañadientes —Muy bien.

Él gruñó molesto. —¿Te recojo mañana a las nueve?

—De acuerdo. —Sus ojos brillaron. —Tienes horno, ¿verdad?

—Sí, claro.

—Genial. —Se volvió para seguir limpiando y mientras él salía de


la cocina la observó con el ceño fruncido. Cuando rodeó la barra, Marmara

dejó salir el aire que estaba conteniendo y le miró de reojo a través de la

ventana mientras hablaba con Claudia, que estaba subiendo las sillas sobre
las mesas. Vivir con él no iba a ser fácil, pero qué se le iba a hacer. De

momento tenía que decírselo a la jefa, esperaba que no se lo tomara a mal.


Capítulo 3

A las nueve de la mañana estaba en la acera con su maleta.


Esperando a que llegara suspiró porque Claudia lo había entendido

perfectamente. Ella ya no podía pagarle y no sabía si volvería a abrir.


Sheldon también le había comentado que buscaría algo y Milly se echó a

llorar porque volvía a estar sin trabajo y su madre se mosquearía. Pensando

en el trabajo nuevo igual tendría que haber preguntado por el pueblo antes
de decir que sí a Gillean. Sí, debería haberlo pensado bien. Tenía la

sensación de que aquello sería un desastre. Pero como le había dicho si no


le convenía se largaba y punto. Puede que solo necesitaran un periodo de

adaptación.

Vio llegar la camioneta gris y cogió la maleta. Él aparcó ante ella y

muy serio se bajó. —Puntual, así me gusta —dijo cogiendo su maleta para

dejarla detrás—. ¿Nos vamos?


Algo incómoda asintió y él le abrió la puerta sorprendiéndola. —

Gracias.

—No es nada.

En cuanto se subió cerró y pasmada vio que había limpiado la

camioneta. Hasta había puesto un arbolito de pino colgado del retrovisor.


Increíble. Tenía la sensación de que aquella camioneta no se había limpiado

en años… Bueno, no iba a quejarse.

Cuando él se subió, llegó hasta ella el olor de su colonia. Frunció el

ceño. ¿Antes olía a colonia? ¿No se habría dado cuenta? Pues olía muy

bien, increíblemente bien. Igual era su after shave. Miró su rostro y sí

efectivamente se había afeitado. Qué raro, todos los días que le había visto

le parecía que tenía barba de un par de días. Igual tocaba afeitado. La

verdad es que era guapo, qué pena que tuviera tan mala leche. Aunque igual

solo era con ella y le caía mal. ¿Entonces por qué le ofrecía trabajo? No
quieres tener en tu casa a alguien a quien no soportas. Pensando en el día

que le conoció recordó que estaba solo en una mesa y apartado. Igual era

huraño. Huraño y desconfiado. Ese pensamiento le hizo fruncir el ceño

porque era evidente que ya no desconfiaba de ella.

Él la miró de soslayo. —¿Qué?

—¿Ya no desconfías de mí?


—Bueno… Cuando le ofreciste el dinero a Claudia me di cuenta de

que igual te había juzgado mal —dijo molesto.

—Oh… ¿Fue por eso?

—Alguien aprovechado no lo hubiera ofrecido.

—Ya veo.

Que no se disculpara decía mucho de él. Siempre quería tener la


razón y si no la tenía se molestaba. Otro punto negativo. Ya tenía un

montón. Le daba que no iba a durar mucho allí. Él se desvió de la carretera

general y se metió hacia la izquierda por un camino de tierra. El silencio se

hizo incómodo y preguntó —¿Es por aquí?

—Claro.

Hala, ya estaba. Debía pensar que era tonta por hacer esa pregunta.

La sorprendió lo largo que era el camino, pero no dijo ni pío. Mejor

mantener el piquito cerrado. Cuando subieron una colina vio la casa en el

valle y cerca de ella había otras tres edificaciones. Se fijó en la casa. Desde

allí parecía bonita toda de madera blanca como la de Alisa, pero cuando se

fueron acercando vio el abandono general de la finca. Él la miró de reojo.

Ni jardín tenía, era todo tierra a su alrededor.

—¿Qué te parece?
Madre mía, ¿y ahora qué respondía? —Con un poco de cariño será

tan bonita como la de Alisa.

—Es cuatro veces más grande —dijo molesto.

—¿De veras? —Estiró el cuello intentando verla bien.

—Pues sí. —Salió de la camioneta y pegó un portazo.

Ya se había cabreado de nuevo. Bufó abriendo la puerta y saltó. Él

ya iba con la maleta hacia la parte de atrás de la casa. Corrió tras su nuevo

jefe y vio a lo lejos la que suponía que sería su casa. Se detuvo en seco

porque parecía una casita de muñecas con su porche a su alrededor y todo.

—¿Es solo una habitación?

—¿No te lo había dicho ya? El anterior capataz tenía un microondas

y una cafetera. No necesitaba cocinar, comía en la casa grande con nosotros.

—Como otro miembro de la familia.

—Harry era de la familia.

—¿Murió?

Él tensó la mandíbula. —Sí, le dio un infarto sobre el caballo.

—Lo siento.

Asintió y cuando subió el porche sus botas resonaron sobre la

madera. Abrió la puerta y pasó a dejar la maleta. Ella le siguió y soltó una

risita porque había una cama individual y una mesa nada más, pero a
Marmara le encantó porque tenía tres ventanas que le daban mucha luz.

Caminó hacia la única puerta que había y la abrió con curiosidad. Un baño

con bañera y todo. Genial. Necesitaba un buen fregado, pero nada que un

montón de lejía no arreglara. Se volvió sonriendo.

—¿Te gusta? —preguntó él algo tenso.

—Está muy bien.

—Si quieres una cama más grande, puedo hacer que los chicos

bajen una de las de la casa.

—No, está bien. Así tendré más espacio. —Caminó hacia el armario

y lo abrió. Un ratón saltó sobresaltándola y chilló dando un paso atrás.

—Es un ratón de campo. Por aquí puedes encontrar unos cuantos.

—Me ha sorprendido, eso es todo. En Nueva York hay ratas como

caballos, estoy acostumbrada. ¿Me enseñas la casa principal?

—Sí, claro. Ven.

Le siguió. —¿Cuántos trabajan contigo?

—Cuatro.

Estaba claro que no le gustaba conversar. —¿Llevas mucho tiempo

solo en la casa?

—Hace cinco años murió Harry desde entonces sí, vivo solo.

—¿Y cómo no tenías antes ama de llaves?


—La tuve, pero se largó después de que me robara cuatro mil pavos

que tenía en casa. —Vaya, no le extrañaba que desconfiara. —Si llego a

pillarla —dijo entre dientes demostrando que ese tema todavía le cabreaba.

—¿Era de por aquí?

—De un pueblo de aquí cerca. Conozco a su padre de toda la vida.

—Vaya, ¿y él que dijo?

—Cuando se enteró se moría de la vergüenza.

—Pobre.

—¡Pobre de mí que me quedé sin pasta!

Sonrió subiendo los escalones del porche. Él abrió la puerta para

que pasara y cuando lo hizo la sorprendió lo oscura que era comparada con

la casita. Entonces se dio cuenta de que las contraventanas estaban cerradas.

—¿Por qué estás a oscuras?

—No funciona el aire acondicionado y si dejas pasar el sol esto es

un horno. Tiene que venir un técnico de San Antonio que no tengo ni idea

de cuando se dignará a aparecer. —Se quedó en medio del hall. —Bueno…

—Señaló a su izquierda. —Allí la cocina y esa puerta es mi despacho. Al

otro lado el salón con el comedor y arriba las habitaciones. La mía es la del
pasillo de la derecha al fondo. Los cachivaches de la limpieza los

encontrarás en el cuarto de la lavadora, está al lado de la cocina. —Miró su


reloj. —A las doce la comida. —Y como si nada fue hasta la puerta, pero de

pronto se detuvo sin volverse. —Nada de rosbif.

Eso la hizo sonreír. —De acuerdo, jefe.

Bajó los escalones a toda pastilla y antes de darse cuenta se subía a


la camioneta. Marmara tomó aire volviéndose. —Veamos esa cocina.

Cuando Gillean detuvo la camioneta ante la casa juró por lo bajo al


ver todas las ventanas abiertas de par en par. No fue hasta que bajó del

vehículo hasta que no oyó la música de uno de los anuncios de la televisión.


Entró en casa y levantó una ceja al ver que había movido varios muebles,
seguramente para limpiar por detrás. Se acercó a la cocina y la vio de perfil

mirando la pantalla del televisor mientras revolvía lo que parecía puré de


patata. —Venga, no puedes hacerle eso. —Asombrado miró hacia la

televisión. Era un culebrón. —¿No ves que te quiere?

—Marmara.

Ella levantó una mano. —Shusss, le va a decir algo.

Ambos miraron hacia la televisión y el que debía ser el protagonista


cogió por la cintura a una mujer de espaldas y dijo apasionadamente —
Puedes huir de lo que sentimos, pero jamás podrás huir de tu destino y tu
destino soy yo.

—¡Oh, qué bonito! —dijo extasiada.

La miró como si le hubieran salido cuernos. —¡Es una horterada! ¡Y


no tiene sentido!

Jadeó indignada. —Claro que lo tiene. Puede huir de lo que siente,

pero no de él.

—¿Puede huir de lo que siente por él, pero no de él? ¿Es un

acosador?

—Bah, tú no lo entiendes. —Dejó el puré sobre la encimera y apagó


la tele. Fue hasta la nevera sacando una cerveza. —Tienes parabólica.

—Aquí es necesaria.

Sonrió. —Me encanta.

—Eres una teleadicta, ¿no?

—Es que entretiene mucho. Y a ti también te gusta porque tienes


tele hasta en tu habitación.

—Si no la pongo no me duermo. —Suspiró sentándose a la mesa

que estaba puesta para dos.

Algo incómoda dijo —No sabía si querías que comiera contigo,

como en el bar comes solo…


—Ahora vives aquí. —Se escuchó un portazo arriba. —Eso es lo
que pasa si abres todas las ventanas.

—Era para crear un poco de corriente. Necesito algo para que no se

cierren las puertas. Unas cuñas. Al menos hasta que haya aire.

—No es bueno que estés entre corrientes, te pondrás enferma.

—Uff, es que si no…—Acalorada fue hasta la sartén y echó en un

bol las verduras salteadas. Abrió el horno para sacar el pollo asado. Se
acercó y lo puso todo sobre la mesa. Se estiró para coger el puré de patata

de la encimera y se lo puso delante. —¿Bien?

—Bien —dijo muy serio—. Mejor que bien.

Sonrió. —Oh, el pan. —Corrió hacia la encimera donde ya lo tenía

preparado.

Lo puso sobre la mesa y él levantó una ceja. —¿Lo has hecho tú?

—Tienes panificadora. Nunca había usado una, me encanta —dijo


risueña.

—Sí, es uno de esos cachivaches que compraba mi madre y luego


nunca usaba.

—¿La teletienda? Sí, es un peligro. Yo no he comprado nunca, pero

en Nueva York conocí a una mujer que se gastaba medio sueldo en esas
cosas.
—Mi madre compraba por catálogo —dijo cortando el pollo.

—¿Eso todavía existe?

—No, por aquí ya no. Fue desapareciendo por culpa de internet.

—¿Tienes internet? —preguntó ilusionada.

—Sí, tenemos una antena de telefonía no demasiado lejos. De hecho


se puede hablar con el móvil en todas mis tierras.

—Genial.

La miró de reojo. —¿Es para chatear con tus amigos?

—Oh, no. —Forzó una sonrisa. —No tenía muchos amigos. Un par
de la fábrica, pero una estará enfadada conmigo por lo de su tío.

—¿El de los coches?

—¿Te lo han contado?

—Lo contaste delante de Sheldon que es el mayor cotilla del pueblo.

—Pues no lo sabía —dijo asombrada antes de hacer una mueca—.

Bueno, da igual no es un secreto. Pues sí, por lo de los coches.

—¿Y la otra?

—Es su mejor amiga. —Él hizo una mueca. —La verdad es que no
salía mucho. Bueno, casi nada. Leche, en realidad no salía nada de nada.
Del trabajo a casa.
—¿Y no tenías novio?

Se sonrojó. —Pues no.

Él que llevaba el tenedor a su boca se detuvo en seco. —¿Nunca?

—Claro que he tenido novio, pero cuando me fui no.

—Ah, es que ha sonado… Déjalo.

Parecía que no la creía. —Sí que he tenido novio.

—Sí claro, eres bonita y es lógico que…—Carraspeó antes de


meterse el pollo en la boca y masticar con ganas. —Uhmm…

—¿Te gusta? —preguntó tímidamente porque había dicho que era


bonita y eso le encantó, aunque intentó disimularlo, claro. Simplemente

había sido un comentario.

—Sí, mucho. Cocinas muy bien, ¿cómo aprendiste?

—Mi padre me enseñó y después veía la tele y repetía recetas.

—Así que vivías con tu padre.

—Cómete las verduras. —Cogió el cucharon y le sirvió una buena

cantidad.

—¿Cómo murió, en un incendio?

—¿Por qué piensas eso? —preguntó sorprendida.

—Tu reacción ante el incendio no fue muy normal.


Apretó los labios y se sirvió un poco de puré de patatas. —Murió mi
madre. Yo estaba en la casa, tenía cinco años.

—Joder, ¿lo viste?

—Solo recuerdo las llamas. Hubo un cortocircuito y según me han


contado se quemaron las cortinas.

—Debió ser duro.

—Dicen que con esa edad sueles olvidarlo, pero las llamas siempre
me recuerdan ese momento.

—Se te quedó grabado.

—Sí… —Miró su plato y se dio cuenta de que todavía no había

empezado a comer.

—¿Y cómo saliste del coche? —Pensando en ello le miró sin


entender. —Del coche que te quemó tu jefe.

—Oh, me ayudó un policía que pasaba en ese momento.

—¿Y no le denunciaste?

—Sí ya, como para que me pegara un tiro. Ya había metido la pata
una vez, no pensaba hacerlo de nuevo.

—Así esos cabrones siempre ganan.

—No sé si ganan, pero aquí la única que perdí fui yo.


Gillean asintió antes de beber. —¿Y tu padre? ¿También falleció?
Dijiste que solo tenías a tu prima.

—Solo tenía a mi prima en Nueva York. Papá está en Hong Kong.

—¿Qué?

—Trabaja en una plataforma petrolífera. Solo va a Nueva York un


mes al año, prefiere pasar sus permisos cerca de la plataforma porque odia

viajar.

—¿Y desde cuándo tiene ese trabajo?

—Desde siempre.

Se la quedó mirando fijamente. —¿Cómo que desde siempre? ¿Y

quién te crió?

—Una tía de mi madre —dijo como si nada—. Por eso mi padre me


enseñó a cocinar porque ella lo hacía fatal. Pero claro, trabajaba en un

centro comercial de cajera y cuando llegaba a casa estaba hecha polvo. —


Se encogió de hombros. —Nunca me hizo mucho caso. Ella mientras
recibiera la pasta que le enviaba mi padre… Me pasaba casi todo el tiempo

con mi prima que vivía al lado.

—La del cepillo —dijo pasmado.

—Sí. Pero cuando cumplí los quince empezamos a separarnos

porque no me gustaba como se comportaba.


—¿Qué es de ella ahora?

—Oh, pues se quedó embarazada con quince y sus padres le dijeron


que se casara. Su marido acabó en la cárcel con dieciocho y le mataron a los
veinte dejándola con dos niños más. Un panorama.

—Ya veo. —La observó comer. —Por eso ves tanto la tele.

—¿Qué?

—Te entretenía. Seguro que la encendías en cuanto llegabas a casa


para no sentirte sola.

Se sonrojó. —Sí, ¿cómo lo sabes?

—Hago lo mismo. Sobre todo por las noches.

Que le dijera eso la emocionó porque por cómo era, debía ser duro
abrirse de esa manera. Y que se abriera a ella le gustó, le gustó mucho. Se

quedaron mirándose el uno al otro unos segundos y fue él quien apartó la


vista primero. —¿No comes?

—Oh…—Roja como un tomate se metió el pollo en la boca y


masticó. —¿Por qué no te has casado? —Él se tensó y Marmara juró por lo
bajo por recordarle que su novia había muerto. —Aparte de…

—Te lo han contado, ¿no?

Gimió dejando el tenedor y mirándole a los ojos. —Lo siento, no


quería cotillear. Claudia me lo dijo porque pensaba que yo te gustaba.
—Pensaba eso, ¿eh? —dijo molesto.

—Pero yo le dije que no, que solo me vigilabas por si le hacía daño.

Entrecerró los ojos. —¡Nena, eso no se cuenta!

—¿Me has llamado nena?

—No.

—Habré oído mal —dijo como si nada—. Me preguntó y se lo dije.

La miró asombrado. —Tú no tienes filtro, ¿no? Sueltas lo primero


que se te... ¡Dios mío, eres de esos que no pueden mentir!

—¿Cómo no voy a poder mentir? —Se puso como un tomate.

—¡Se te nota en la cara! ¡Por eso no tienes amigos, porque se


ofenden con lo que les dices! ¡Por eso pierdes los trabajos!

Nerviosa se levantó. —He hecho tarta de manzana, voy a sacarla de


la nevera que no quiero que esté helada. No sabe igual.

Él se giró en su silla mirándola como si no se lo creyera. —Por eso


si alguien te interroga no sabes cómo salir de esa y tienes que reconocer la

verdad.

—¿No vas a dejarlo?

—Evidentemente no.
Bufó volviéndose con la tarta en la mano. —No es culpa mía. Tú

tienes mala leche, ¿qué pasa? ¡Cada uno somos como somos!

Por su cara se notaba que estaba muy molesta con su defecto y

Gillean no pudo evitarlo se echó a reír. Pasmada por lo que su risa le hizo
sentir en la boca del estómago le miró con los ojos como platos. —Increíble
—dijo él negando con la cabeza—. Tenía que haberme dado cuenta antes.

—¡No es nada malo!

—Marmara en esta sociedad sí que lo es, pero tranquila que a mí no


me importa.

Insegura dio un paso hacia él. —¿Lo dices en serio?

—Que no mientas, para mí es un plus.

Se sonrojó de gusto. —Si te ofende algo de lo que te diga puedes


decírmelo. Yo me callo o hablo de otra cosa, estoy acostumbrada.

—No te ha gustado nada la casa, ¿eh? —preguntó malicioso.

—¡No hagas eso! ¡No te aproveches!

—¿Te ha gustado o no?

Gimió por dentro sentándose de nuevo. —Es que…

—Dime —dijo de lo más interesado.

—Los muebles son muy buenos.


—Pero…

—Hay que cambiar las cortinas que están amarillentas del sol, hay

que azulejar el baño de arriba, acuchillar el parquet, pintar toda la casa por
dentro y por fuera. Has abandonado el jardín y esta cocina está pasadísima.
Ese horno debe tener treinta años. —Él levantó una ceja. —¡Y no me
gustan las contraventanas! No tienes ni una silla en el porche, que por cierto
no tiene barandilla. Con lo bonitas que quedan. ¿Y por qué hay una mancha

en el techo de la habitación del pasillo de la izquierda? ¿Hay goteras? Aquí


no debe llover mucho, ¿no? ¿Qué pasa, ganas poco y no puedes arreglarla?
Porque sino yo puedo hacer alguna cosilla. Subirme al tejado no, que me da
miedo, pero sí que puedo pintar. Por cierto, no tengo tendal. ¿Por qué?

¿Dónde tendía la choriza? No lo he encontrado. ¿Y por qué no hay perro?


No tienes ni un gato. Para los ratones es práctico, pero yo soy más de
perros. Algunos te avisan si hay un ratón, ¿lo sabes? No te vendría mal. —
Cuando se detuvo a tomar aire se dio cuenta de todo lo que había dicho y

gimió.

—¿Algo más? —preguntó divertido.

—Ya te lo iré diciendo. —Suspiró de gusto. —Uff, qué bien me he

quedado.

Gillean se echó a reír a carcajadas y le miró como si no se lo pudiera


creer. —¿No te he molestado?
Negó con la cabeza. —No, me molestaría más que me mintieras.

Sonrió radiante. —¿De veras?

—¿Y qué te parezco yo? —preguntó antes de beber.

Hala con la preguntita. —No te conozco mucho.

—Muy bien nena, a otro le valdría esa respuesta, pero no. Desarrolla
eso.

—¡Gillean eso no vale!

—Estoy esperando. Para hacértelo más fácil te haré preguntas

directas.

—¡No, no!

—¿Te caigo bien?

Apretó los labios y él levantó las cejas. —Marmara, estoy


esperando. ¿Te caigo bien?

—No, ¿vale?

Parpadeó. —Por…

—Porque eres grosero, un desconfiado y me hablas como si no te

gustara nada. Me miras como si estuvieras enfadado casi todo el tiempo y te


molesta hasta el sonido de mi voz. ¡El otro día en la camioneta me
asustaste, creí que eras un chiflado, pero Claudia me dijo que no había
hombre más cabal por los contornos, así que la creí, sino no hubiera
aceptado este trabajo en la vida!

—Bien. ¿Me cortas la tarta?

Pasmada se le quedó mirando. —¿No te enfadas?

—Me parece que ya me he enfadado bastante. Llevo años enfadado.


—Se le cortó el aliento porque reconociera eso. —Estaba muy bueno.

—¿De veras? —Miró su plato. —No has repetido.

—Estoy deseando comer esa tarta.

Ella le miró ilusionada. —¿Quieres tarta? —Se levantó a toda prisa


para coger un plato y el cuchillo y cuando se volvió se quedó de piedra
porque le estaba mirando el culo.

Él carraspeó diciendo —¿Me traes una cerveza?

—¿Me estabas mirando el culo? —preguntó indignada.

—Ha sido un acto reflejo.

—Ah… —Sonrió. —Siento haberte incomodado.

Él gruñó. —No te disculpes, no pasa nada.

—Te vas a chupar los dedos. —Se sentó ante él y cortó un buen
pedazo de tarta. —Me hubiera gustado tener helado de nata, pero no había
helado de ningún tipo.
—No suelo comer postre. Es evidente que tú sí.

Soltó una risita. —Sí, me gusta tomar algo por la noche viendo la
tele.

—En la casita no hay tele. Pero puedes verla aquí, no me molesta.

—Gracias. —Vio como cortaba un pedazo y ansiosa observó cómo


se lo llevaba a la boca. Él asintió. —Está buena, ¿eh?

—La mejor que he probado nunca.

Se sonrojó de gusto. —Seguro que tu madre la hacía muy buena.

—Mi madre no cocinaba. Teníamos a Gladys.

—¿Y ambas murieron?

Sus ojos se oscurecieron. —Primero murió mi madre de cáncer de


pecho y después Gladys se fue porque ya era mayor y decía que ya no podía
con la casa. Se fue con una hija a Houston ya no la he vuelto a ver. Me
llama de vez en cuando para saber cómo estoy, pero tiene su vida.

—Lo siento. ¿Y tu padre?

—Murió cuando yo era niño en una pelea por eso lo llevaba todo
Harry. Él me crió.

Se llevó la mano al pecho impresionada. —¿En una pelea?

—Con un vaquero. Al parecer mi madre y él… Ya sabes.


—No. Yo jamás podría hacer eso.

Él sonrió. —Me ha quedado muy claro.

—¡Va en serio! ¡Me parece la peor traición! Antes lo hablaría con él


y le dejaría.

—¿Has dejado a muchos?

Hizo una mueca y él se echó a reír. —No tiene gracia.

—¿Te han dejado a ti?

—No les gustaba que cuando cogiera confianza me sincerara. Bah,


no merecían la pena.

—Seguro que tenía que ver con la cama, ¿no es cierto?

Se puso como un tomate. —Pues…

—No te satisfacían y cuando preguntaban se llevaban el chasco del


siglo.

—¿Por qué piensas eso?

—Los hombres tenemos un orgullo muy frágil con el tema del sexo.
Y si tu pareja se sincera puede ser brutal.

—¿Sabes nunca había hablado con alguien de esto? Me gusta.

—¿Alguien había descubierto tu secreto?


—¿Aparte de mi familia? —Entrecerró los ojos. —No, nunca. Los
que no pensaban que era tonta pensaban que me pasaba de lista.

Él rio por lo bajo. —Pero has sabido controlarlo o casi. No has


ofendido a Claudia ni a los demás.

—No me hacían preguntas directas, aunque… Uff, lo que me ha

costado no decir nada de esa cocina. —Él se echó a reír. —¿Y Sheldon?
Salía del baño y no se lavaba las manos. Debo tener cicatrices en la lengua
y todo. —Ella la sacó para mostrársela. —¿Vez algo?

Riendo negó y Marmara sonrió. —Me gusta que te rías.

Él se la quedó mirando e incómoda se levantó cogiendo los platos.


—Ha sobrado mucho pollo. Tengo que aprender a controlar las cantidades.
—Sus ojos brillaron. —Haré croquetas.

—No las he probado nunca.

—Pues ya verás como te gustan.

Ella se puso a limpiar y él la observó mientras terminaba su tarta.


Cuando se volvió Gillean suspiró estirándose hacia atrás y ella sonriendo

apoyó la cadera en la encimera mientras se secaba las manos. —¿Mucho


trabajo?

—Cada vez hay menos pastos, estos últimos años ha llovido poco.
Tengo que mover la manada continuamente.
—Vaya. Pero lloverá, ya verás. Hay que ser positivo.

Él pensativo miró hacia la ventana. —La zona se muere. Cada vez


tengo que depender más de los piensos y eso es menos dinero. —Ella
preocupada le escuchaba atentamente. —Muchos han tenido que cerrar y

largarse.

Y ella diciéndole todo lo que estaba mal en la casa. —¿No ves


futuro aquí?

—Como no cambie el tiempo no. A veces creo que es mejor


largarse, empezar de nuevo, pero nací aquí.

—Son tus raíces. No me extraña que quieras seguir luchando.

—Hace tiempo creía que este sería mi hogar hasta que me muriera,
que tendría a mi familia y que todo sería como siempre. —Hizo una mueca.
—Pero se fueron y llevo un tiempo diciéndome que para qué lucho tanto.

Se me da bien la construcción, podría trabajar en eso sin las complicaciones


ni los impuestos que conlleva un negocio.

—Yo lucharía. —La miró levantando una ceja. —Siempre puedes


empezar de nuevo. Aquí está la familia que te queda. Alisa te quiere mucho
y te aprecian. Te aseguro que no te gustaría vivir rodeado de desconocidos.

—Eso es lo único que me ha retenido.


Se notaba que ya no tenía ilusión por nada y eso la apenó. Se acercó
sonriendo. —¿Sabes qué? Ahora estoy yo aquí y lucharemos juntos.

La miró fijamente. —¿Te quedarías?

—Bueno, no puedo decirte que me quedaré para siempre, pero de

momento sí. Podemos llevarnos bien, podemos ser amigos y los amigos se
apoyan.

—Amigos.

Se sonrojó. —Sé que somos jefe y empleada, pero tenemos


conversaciones muy profundas. ¿Quién iba a decirlo esta mañana? —
Sonrió. —¿Ves? Empezamos a confiar el uno en el otro y eso es buenísimo.

Él carraspeó. —Sí que es bueno, sí.

—En unos meses seremos uña y carne. Hala, a trabajar.


Capítulo 4

Cuatro meses después

Alisa les vio ir discutiendo hacia la tienda y levantó una ceja antes
de mirar a su madre. —Uy, esto va muy bien. —Soltó una risita. —Vamos a

saludarles.

Casi corrieron hacia la tienda de la señora Preston y cuando entraron


allí estaban los dos en la estantería de las latas. —No esa no, esa marca no

me gusta —dijo ella.

—Nena, ¿lo dices porque es más cara?

—Pues claro.

Él sonrió viendo como cogía otra y la metía en el carrito antes de

empujarlo para coger harina.


—Buenos días, parejita. —Se volvieron y sonrieron a Alisa. —

¿Preparando la navidad?

Marmara sonrió. —Vamos a decorar la casa y Gillean ya ha bajado

todas las cajas del desván.

—Vendréis a cenar a casa en Nochebuena, supongo.

—Oh… —Miró a Gillean. —No sé.

—Iremos. Así conoces a toda la familia.

No sabía si eso era buena idea. El marido de Alisa le caía fatal, ¿y si

decía algo incorrecto?

—¿Y cuándo es la boda? —preguntó la madre de Alisa dejándola


pasmada.

—Marion, ¿de qué hablas? —dijo él tensándose.

—¿Te vas a casar? —preguntó Marmara dejándolas de piedra—.

¿Con quién? ¿Sales con alguien?

—El otro día me vieron hablando con Judith Taylor y ya se

imaginan cosas.

Ella entrecerró los ojos. —¿Judith Taylor? ¿Una rubita muy mona

que trabaja en el colegio?

—Esa, ¿la conoces?

—Estuvo en la cafetería, no me gusta para ti.


Él reprimió una sonrisa. —Lo tendré en cuenta.

Ambos las miraron y era evidente que no sabían que decir. —Oh,

pues nada —dijo Alisa forzando una sonrisa—. Si no hay boda, no hay

boda.

—No, no hay boda —dijo él entre dientes.

—Pues es una pena, ya va siendo hora de que te cases —dijo su

madre—. Ya tienes treinta y cuatro años.

—Pues habrá que esperar. ¿De compras?

—Necesitaba leche. ¿Puedes llevarme la caja al coche?

—Claro.

—Gracias, eres un cielo.

Marmara sonrió volviéndose para coger unas legumbres y ambas le

siguieron a toda prisa. —Señora Preston, ¿me lo apunta?

—Claro, guapa.

En cuanto salieron por la puerta tras él Alisa preguntó—¿No estáis

juntos?

—Somos amigos.

—¡Amigos! —dijo como si eso fuera un desastre—. ¡Pero si estás

loco por ella!


—Necesita… tiempo. Ahora le caigo mejor.

Pasmadas vieron como metía la leche en el portaequipajes y cuando

cerró el capó sonrió. —Listo.

—¿Y te vas a conformar con eso?

Perdió la sonrisa de golpe. —Pues no, pero esto va poco a poco.

—Ni te has insinuado, ¿verdad?

—Dios, qué desastre —dijo su madre—. ¿Pero qué diablos te pasa?

Menudo control tienes, ¿vives con una preciosidad y no haces nada?

¡Compórtate como un hombre!

Él gruñó. —No le gusto así.

—¡A todas les gustas así! —Dio un paso hacia él. —No fastidies, es

lesbiana. Esto no me lo veía venir.

—¡No es lesbiana!

—Ah, ¿no? ¿Entonces qué le pasa?

—Marmara es especial.

—Vaya, eso ya lo sé. Es muy maja y…

—Es muy sincera.

—Eso está bien y...

—Por eso sé que no le gusto así.


—Ah, que lo habéis hablado.

—No hace falta, se le nota en la cara. Se le nota todo en la cara,


¿entiendes?

—¿Qué quieres decir?

—Pues que no puede mentir.

—¿Qué?

—No puede evitarlo, si algo no le gusta se le nota.

—Y tú no le gustas.

—Como yo quiero no.

—Qué desastre —dijo su madre como si fuera una tragedia—. Hijo,


no puedes seguir así.

—¿Por qué? Puede que no quiera ser mi pareja, pero yo estoy mejor

que en muchos años. Prefiero tenerla de amiga a no tenerla de ninguna

manera.

—Pero…

Él las rodeó y Alisa jadeó. —Ah no, no puedes dejarnos así. ¿Has

intentado besarla?

Se volvió. —Pues como comprenderás no.

—Pues dale un buen morreo a ver lo que piensa, chico —dijo su tía.
Él gruñó. —No quiero incomodarla.

—Ya lo sé —dijo Alisa—. Dile que hace tiempo que no lo haces y

temes que se te haya olvidado. Eso quedaría fatal en tus citas. ¿A ver qué

dice?

—¿Cómo voy a decirle eso?

Le miró maliciosa. —¿No quieres comprobar si le gustas?

—Dejadme a mí, ¿de acuerdo? Si la cosa cambia en un futuro pues

perfecto, pero no voy a presionarla.

Cuando se alejó ambas dejaron caer los hombros. —¿Se van a

quedar así toda la vida? —preguntó su madre sin salir de su asombro.

—Claro que no, mamá. Esa en cuanto vea que le pierde abre los

ojos.

Ambas se miraron y dijeron a la vez —¡Vamos a llamar a Brittany!

Sentado en el sofá no hacía más que darle vueltas a lo que había

dicho su prima mientras veía como ella cosía una de sus camisas. Joder, se

estaba jugando mucho. Ahora estaba a gusto con él, se sentía libre para

decir lo que quería y por nada del mundo le gustaría que eso cambiara. Pero

es que estaba preciosa y ya habían pasado cuatro meses. ¿Debería


intentarlo? Igual le sorprendía. A lo largo de los años ella había aprendido a

no hablar de lo que le molestaba o de lo que le gustaba. A no ser que le

preguntaran directamente se había convertido en una experta en desviar el

tema de lo que no le convenía decir. Aunque se le notaba en la cara y su

cara decía que estaba de lo más a gusto así. Ella rio de lo que decían en la

televisión. Joder, no aguantaba más y la culpa era de Alisa que le había

metido ideas en la cabeza. Marmara se metió en hilo en la boca y al ver que

esos labios se cerraban a su alrededor su sexo se endureció con fuerza.


Gruñó acomodándose para que no lo notara.

—¿No te gusta el programa? —preguntó mirándole a los ojos.

Hora de dejar de torturarse. —Creo que voy a acostarme.

—Hasta mañana, que descanses.

Él suspiró levantándose, pero cuando iba a pasar a su lado de


repente se agachó ante ella. Marmara sonrió. —¿Qué pasa? ¿Te preocupa

algo?

—La verdad es que sí. —Cogió la camisa y la puso sobre el

costurero que tenía al lado. —Nena, ya llevamos unos meses viviendo


juntos.

—Y han estado genial ¿a que sí?

—Más que genial. Congeniamos muy bien.


—Sorprendente. —Soltó una risita.

—Y me preguntaba… si te caigo mejor.

—Oh, ¿te preocupaba eso? ¡Claro! Ahora me caes mil veces mejor.

Él suspiró aliviado. —Eso es estupendo.

—Ahora somos amigos.

Joder con la palabrita, estaba un poco harto de ella. —Somos buenos


amigos.

—Gillean, ¿ocurre algo?

Pues iba a lanzarse porque Alisa tenía razón. No podía seguir así

para siempre, sobre todo porque se moría por tener algo más. —Hay amigos
que comparten otras cosas.

—¿Sí? Nunca he tenido un amigo como tú. ¿Qué otras cosas


comparten? Si quieres ver partidos o algo así no cuentes conmigo, me

aburren mucho y…

—Sexo.

Le miró pasmada. —¿Qué?

—¿No lo necesitas?

—Bueno, sí. —Se puso como un tomate. —Pero me las apaño.

Esa afirmación le puso a mil. —Te las apañas.


—Sí, ya sabes… La alcachofa de la ducha ayuda mucho. —Roja
como un tomate susurró —Me da vergüenza hablar de esto.

—Nosotros podemos hablar de cualquier cosa.

Mirándole a los ojos dijo —¿De veras?

—¿No te has dado cuenta ya?

—Bueno, hay cosas que es mejor no mencionar.

—¿Sí? ¿Cómo qué?

—¿No te he dicho que es mejor no mencionarlas? —preguntó


poniéndose nerviosa.

Él sonrió. —¿Te incomoda el tema?

—Pues ya que lo dices…

—¿Te excita?

Le miró con los ojos como platos. —Claro.

Iba bien. —¿Te excita estar conmigo?

—Uy, uy… —Entonces entrecerró los ojos. —¿A ti?

—Mucho, me excitas mucho.

—¿De veras?

—Pero no me has contestado. ¿Te excito?

—Aquí hace un poco de calor, ¿no?


—Nena estamos en invierno.

—Pues apaga la chimenea.

—Está apagada. —Él reprimió una sonrisa. —Es Texas, no hace


tanto frío como para encenderla.

—Creo que me voy a la cama.

—Cuando me contestes.

—Gillean, que la vamos a fastidiar.

Vio en sus ojos que estaba asustada. —Nena, ¿por qué la vamos a
fastidiar?

—¡Siempre me dejan! —Le rogó con la mirada. —¿No te vale con

una amistad?

—¿Y una amistad con algo más? —preguntó para no asustarla

porque ya la veía a punto de salir corriendo—. No creo que haya nada de


malo. Somos jóvenes, te deseo y porque no me has contestado creo que tú

me deseas a mí.

—Como no me guste te vas a cabrear.

Su corazón se aceleró —Te juro que no. Podemos probar y si no va


bien… Amigos.

—¿Seguro? Os tomáis muy mal ciertas cosas, tú lo dijiste —dijo


mirando sus labios.
Él se acercó. —Yo no soy como otros.

Eso era cierto, pero la conocía muy bien y la pillaría enseguida. Pero

por como la miraba… Y estaba allí pidiéndole sexo. Y cuántas veces había
pensado en eso, ¿eh? Miles en esos meses. Cuando se había quitado la

camiseta al pintar el salón casi le había dado un infarto al ver tanto


músculo. Menos mal que en aquel momento no la miraba porque se hubiera

dado cuenta. Y todo había ido a peor a lo largo de los meses. Ahora su
corazón se aceleraba si se acercaba demasiado o incluso cuando la miraba.
Y ahora estaba muy cerca y la miraba mucho. Igual se había dado cuenta y

por eso tenían esa conversación.

—Si lo dices porque crees que necesito sexo…

—Nena, te aseguro que yo también lo necesito.

—¿No te enfadarás?

—Te lo juro por mi vida. Si no te gusta no se repetirá y todo seguirá

como hasta ahora.

—Vale.

Parpadeó. —¿Vale?

—Probemos. —Miró sus labios deseándolos y se pasó la lengua por

su labio inferior poniéndose nerviosa. Soltó una risita. —Esto se parece a la


primera vez que te subes a un coche. No sé qué hacer. ¿Te beso?
La cogió por la nuca y atrapó su boca besándola de una manera que
le encogió hasta los dedos de los pies. Cuando saboreó su lengua gimió

cerrando los ojos e inclinó la cabeza a un lado para profundizar el beso.


Increíble, besaba tan bien que perdió hasta la noción del tiempo y se
estuvieron besando disfrutando el uno del otro como si fueran adolescentes.

Él separó los labios con la respiración agitada. —¿Bien?

En respuesta ella se tiró a él rodeando su cuello con los brazos


deseando más y Gillean se puso en pie llevándosela con él. La sujetó por los

glúteos y Marmara le rodeó con sus piernas. Él amasó sus nalgas por
encima del vaquero y eso la excitó muchísimo provocando que apartara su

boca. La besó en el cuello. —Nena, dime algo. ¿Voy bien? —Mordió el


lóbulo de su oreja.

—¡Dios!

Él gruñó volviéndola y sentándola en el sofá. Se agachó para besarla


mientras arrodillaba una pierna entre las suyas agarrando el bajo de su

jersey. Marmara levantó los brazos y separaron los labios apenas un


segundo, antes de seguir besándose como posesos. La rodilla de Gillean

presionó su sexo y ella gimió de placer sujetándose en sus antebrazos. Sin


poder evitarlo se movió contra su rodilla mientras él llevaba las manos a su

espalda para desabrochar su sujetador. Algo molesto empezó a inquietarla y


apartó su boca para escuchar el sonido del teléfono. Entonces él también lo
escuchó. —Mierda. Bill está de guardia, tengo que cogerlo. —Se apartó
comiéndosela con los ojos y ella se puso como un tomate. —No te muevas.

—Corrió hasta la cocina y descolgó. —¡Diga! ¿Y me llamas para eso?


¿Cómo que está lloviendo? —Ella se volvió en el sofá y apartó la cortina.

Estaba lloviendo a cantaros. —¿Y te asustan cuatro gotas? ¿Cómo que


riada? ¡Llévalas al sur, joder! ¿Que allí está peor? —Ella estiró el cuello

para ver que parecía frustrado, pero terminó diciendo —Voy para allá,
inútil, y más vale que te estés ahogando. —Colgó de tal manera que la

sorprendió que el teléfono no hubiera caído al suelo, pero afortunadamente


no lo hizo. Él se acercó y desde la puerta se miraron a los ojos. —Si esperas

un momento…

Marmara sin poder evitarlo se echó a reír y él suspiró del alivio

porque no se lo tomara a mal. —Joder nena, vuelvo enseguida.

Cogió el jersey y se lo puso haciéndole gemir. —¿Sabes qué?

—Estoy deseando oírlo —dijo mientras se acercaba.

—Que ha estado muy bien. Igual mañana…

—No, no, serán como mucho dos horas. ¿Por qué no subes y me
esperas? —La cogió por la cintura. —Pones una película y antes de que te

des cuenta…

Le dio un suave beso en los labios. —Hasta mañana.


Él gimió viendo cómo iba hacia la puerta y la vio salir echando a
correr para no mojarse. —Mierda. —Agarró las botas que ahora Marmara le

obligaba a dejar en la puerta cuando llegaba del trabajo y juró por lo bajo.
—Voy a matar a Bill.

Tumbada en la cama suspiró de gusto antes de soltar una risita y


volverse para abrazar la almohada. Qué manera de besarla, qué manera de
tocarla y qué todo, jamás había sentido algo igual. ¡Cuando se agachó ante
ella pensaba que iba a decirle que no le había gustado la cena! No había
comido nada y no dejaba de mirarla fijamente. Pero claro, había que comer

pescado de vez en cuando y ella se hizo la loca. Y ahora sabía, porque ya le


iba conociendo, que era porque quería sexo. Bueno, porque le iba
conociendo y porque se lo había dicho, básicamente. Pobrecito. Claro, no
salía y a ella la veía hasta en la sopa. Frunció el ceño porque eso no le

gustaba nada. ¿Quería acostarse con ella porque era la única opción
disponible? Se sentó de golpe. Eso no le gustaba un pelo. ¡Que saliera,
leche! ¿Que saliera? Negó con la cabeza. ¿Estás loca? ¿Tienes un hombre
que te altera la sangre, que está a tu disposición y quieres que se acueste

con otra? No, eso sí que no. Vamos a ver, Marmara, ¿a ti te gusta? Gimió
dejándose caer en la cama y suspiró. Mucho, le gustaba mucho. Había
pasado de no poder ni verle a estar deseando que llegara del trabajo. Sí,
¿pero por qué deseas que llegue del trabajo? ¿Para hablar con él? Se mordió

el labio inferior ahora hinchado por sus besos. Bueno, le gustaba hablar con
él, pero también quería sentir lo que sentía a su lado. Y sentía y mucho. La
comprendía, la escuchaba, la hacía reír… Uy, uy que tú te estás
enamorando. ¿Yo? ¡Eso sería un desastre! ¿O no? Igual funcionaba. Se

compenetraban muy bien, mejor que bien. Con ninguno de sus novios había
hablado ni la mitad que con él y se gustaban. Y era obvio que había química
entre ellos. ¡Qué besos! Soltó una risita ilusionada, pero recordó su mirada
cuando le deseó buenas noches. Parecía decepcionado. ¡Claro que estaba

decepcionado, quería un orgasmo, tonta! Igual no tendría que haberse ido.


¿Se lo tomaría a mal? Pero es que aunque había estado muy bien, en ese
momento se le pasaron mil cosas por la cabeza como que iban demasiado
rápido, como que era mejor poner distancias. Bufó exasperada. Que llevas
cuatro meses viviendo con él. Le lavas los calzoncillos, ¿qué más da una

cana al aire? ¿Y si lo ve como un rechazo? Y si se lo toma fatal. Ya viste


con Jason, le dijiste que te daba un poco de asco el grano que tenía al lado
del labio y te dejó de muy malas maneras. Y eso que intentaste ser sensible.
Se lo tomó fatal. Los hombres tienen un ego muy grande, ¿es que no has

aprendido nada? Igual cree que al no quedarte es que le estás rechazando de


alguna manera. Y eso no puede ser, Marmara. ¿Quieres perder la
oportunidad de hacerle el amor, aunque solo sea una vez? No, claro que no.

¡Pues deja tu timidez a un lado y a darlo todo, leche!


Capítulo 5

Gillean llegó a las cinco de la mañana agotado y lleno de barro


porque habían tenido que sacar las reses de un lodazal. Tenía los músculos

molidos de tirar de ellas con una soga. Al llevar el caballo hacia el establo
miró hacia la casa de Marmara que tenía las contraventanas cerradas, lo que

indicaba que seguía durmiendo. Pero no tardaría en despertarse porque a las

seis siempre le preparaba el desayuno. Sonrió preguntándose cómo estaría


esa mañana. Esperaba que no hubiera pensado que era mejor dejarlo como

estaba porque para él no había vuelta atrás. Quitándole la silla al caballo


frunció el ceño. Se lo notaría en la cara y si veía que la cosa estaba muy

tensa hablaría con ella. Yendo hacia la casa volvió a mirar hacia allí. Sí, lo

mejor era que no hubiera malos entendidos y si tenía que decirle que él

quería más de lo que tenían, lo haría.

Entró en la casa quitándose las botas y dejándolas al lado de la

puerta y subió los escalones sonriendo porque los había pulido hasta que
casi podía ver su reflejo. Fue hasta el baño y se quitó la ropa tirándola en el

cesto. Decidió darse una ducha porque tenía barro en el pelo. Estaba

enjabonándose pensando que igual debía afeitarse cuando sintió una mano

en su trasero. Se le cortó el aliento cuando esa mano subió por su espalda

hasta su hombro y se pegó a él. Pero algo no estaba bien, lo notó en el acto
y se volvió sobre su hombro para apartarse de golpe gritando del susto. —

¿Qué coño haces aquí, Brittany?

Su novia del instituto sonrió. —Venir a verte. Es casi Navidad —

dijo con picardía—. ¿Recuerdas la Navidad pasada? Yo no he podido

olvidarla.

—Hostia, hostia… ¡Tienes que irte!

Intentó pasar para salir de la ducha, pero ella se interpuso

abrazándole por el cuello. —Vamos…—dijo pegándose a él—. He venido

hasta aquí, me han dicho que estás muy solito en esta casa… —De repente
frunció el ceño. —Nene, no se te levanta.

La agarró por los brazos para apartarla. —Tienes que irte —dijo

entre dientes.

—¡No se te levanta! ¡A ti siempre se te levanta y más si estoy

desnuda! ¿Qué pasa? —Se llevó una mano al pecho de la impresión. —Te
has vuelto impotente.
Gruñó saliendo de la ducha y cogiendo a toda prisa una toalla. —

Hay otra, ¿vale?

—¿Otra qué?

Él salió del baño.

—¡Gillean, estamos hablando!

Regresó mirándola como si quisiera matarla. —¡No grites! —


susurró —. ¡Vístete!

—¿Que me vista? —No salía de su asombro.

—¡Mi chica va a llegar en cualquier momento, joder!

—¿Tu qué? ¡Pero si estás soltero, me lo ha dicho Alisa! ¡Sino se te

levanta no te montes películas para excusarte! Podemos ir al médico,

¿sabes? Ahora hay muchas cosas que…

Exasperado salió del baño y corrió tras él. —¿Es por lo de Murphy?

Cielo, es que parecía que pasabas de mí. Fue un toque de atención, pero ya

me he divorciado y…

Cogiendo una camiseta del armario siseó —Te ha durado poco. —

Al volverse vio que seguía en pelotas. —¿Quieres vestirte?

Puso los brazos en jarras. —Muy bien, ¿quién es?

—No la conoces.

—Las conozco a todas.


—Joder Brittany, como me fastidies esto te mato.

Le miró asombrada. —¡Estás enamorado!

—¿Quieres callarte? Vive en la caseta del capataz. Te va a oír.

En ese momento escucharon el chirrido de la mosquitera de la

puerta de atrás y se quedaron muy quietos. —Vístete —susurró lo más bajo

que podía.

—Tengo el coche en la parte de atrás, ha tenido que verlo —dijo lo

más bajo que podía.

Él cerró los ojos antes de fulminarla con la mirada y esta forzó una

sonrisa. —Mejor me visto.

—Te voy a matar —dijo entre dientes.

Escucharon como ponía la sartén sobre el fuego con un buen golpe y

Brittany hizo una mueca antes de correr hacia su vestido que estaba a los

pies de la cama. Gillean se llevó las manos a la cabeza intentando buscar

una salida, pero la conocía lo suficiente para saber que eso no se lo

perdonaría. Jurando por lo bajo cogió los vaqueros limpios y se los puso a

toda prisa. Tenía que hablar con ella.

—¿Entonces ya no vamos a acostarnos más?

Desde la puerta se volvió. Eso, lo que necesitaba era una escena. —

¿Te crees que quiero acostarme contigo cuando la tengo a ella? —gritó a los
cuatro vientos.

Brittany le miró con los ojos como platos y él le hizo gestos para
que siguiera. Abrió la boca comprendiendo. —¡Y quién es ella si puede

saberse!

—¡No la conoces!

—¡Yo las conozco a todas! —gritó poniéndose sus zapatos de marca

—. No será esa remilgada de Judith, ¿no? ¡Cariño estás perdiendo el gusto!

—Se levantó y sonrió levantando los pulgares.

—¿Que estoy perdiendo el gusto? ¡El gusto lo perdí cuando me

acosté contigo!

—Hala, ahí te has pasado —dijo ella indignada.

Él juntó las manos suplicándole y ella puso los ojos en blanco. —

¡Cómo te atreves! ¡Encima que vengo desde San Antonio para verte!

Él levantó los pulgares. —¿Acaso te he llamado yo?

—¡Me llamó tu prima! ¡Dijo que estabas muy solo! ¡Encima que me

das pena! —Él entrecerró los ojos y sonrió maliciosa. —¡Lo que pasa es

que no se te levanta y estás buscando una excusa para echarme!

Su mirada decía que eso lo iba a pagar y soltó una risita. —¡Pero

tranquilo, que ya me voy!

—¡Pues me parece perfecto, no tenías que haber venido!


Se acercó a él y le besó en la mejilla. —¿Me invitarás a la boda? —

susurró.

—¿Para que me la líes? Ni hablar.

Ella puso los ojos en blanco, pero la conocía muy bien no se lo

había tomado mal. —¡Muy bien, pues me largo! ¡Y no me llames más! —

Caminó por el pasillo como si estuviera enfadada. —¡Por cierto, que no se

te levante te ha quitado todo el encanto!

—La madre que la parió —dijo entre dientes siguiéndola—. ¡No se

me levanta contigo!

—¡Uy, lo que me ha dicho! —Se detuvo en las escaleras y gritó —

¡Impotente!

—¡Desesperada!

Esta le guiñó un ojo antes de volverse y gritar como una loca —¡Te

vas a acordar de esto Gillean Chagford! ¡A Brittany Stuart no la rechaza


nadie!

Al volverse en el hall vio a Marmara mirándola con los ojos como

platos y la espumadera en la mano. —¿No será esta? —preguntó pasmada

mirándola de arriba abajo.

—¡Brittany lárgate de mi casa!

—¡Si parece que acaba de salir de instituto!


Empezando a cabrearse de veras bajó los escalones a toda prisa y la

cogió por el brazo. —Lárgate de mi casa.

La sacó y rodearon la casa. —¿Lo he hecho bien?

—Perfecto. Gracias. Pega un grito, que nos mira por la ventana.

—¡Capullo! Es mona. Se parece a mí.

—No se parece en nada.

—¡Serás mamón! ¡No quiero volver a verte!

—¡Lo mismo digo!

Cuando llegaron a su coche abrió la puerta de malos modos. —


Llámame para que me entere en qué acaba esto.

—Si es por mí acabará ante el cura.

—Te echaré de menos. Nuestros encuentros esporádicos eran un


entretenimiento, ahora tendré que entretenerme con otro. —Se sentó tras el

volante y puso morritos. —¿Me echarás de menos?

—Brittany, eres una mujer difícil de olvidar.

Se echó a reír arrancando. —Mucha suerte, Gillean. —Le guiñó un


ojo antes de salir acelerando a tope.

Él gruñó volviéndose y respiró hondo. —Que haya funcionado, que


haya funcionado… —Fue hasta la puerta de la cocina y la abrió para verla

friendo los huevos. Él carraspeó. —Buenos días.


Marmara le fulminó con la mirada antes de volver a mirar la sartén.
—Nena, es una antigua amiga.

—Amante, es una antigua amante y al parecer no lo sigue siendo


porque no se te levanta. Y yo me pregunto, ¿cómo sabe que no se te

levanta?

Él carraspeó. —Se metió en el baño cuando me estaba duchando.


Me acabo de duchar, ¿ves? Tengo el pelo mojado. ¡Acabo de llegar!

—¿De veras? —Lo miraba de una manera que era evidente que no

le creía. —Oye, no tienes que darme explicaciones. Solo somos amigos.


¡Amigos que se besan, pero no debió impresionarte mucho porque has

estado con esa que llegó a la una de la mañana!

—Te juro que acabo de llegar. —Dio un paso hacia ella. —Tienes

que creerme.

—Menudo numerito que has montado. Te debes creer que soy tonta.
—Se volvió con la sartén en la mano y sirvió los huevos en dos platos. —

¿Qué pasa? Que beso fatal, ¿no?

—No, no... Nena lo haces de miedo.

Le miró como si quisiera matarle a sartenazos. —¿De miedo? ¿De

miedo? —gritó alterándose lo que le dejó helado porque ella no solía


exaltarse—. ¡Dime la verdad!
—Te estoy diciendo la verdad. ¡La última vez que me acosté con
ella fue la Navidad pasada! ¿Por qué iba a mentirte? ¡Como has dicho

somos amigos! ¡No tendría que darte explicaciones!

Pues tenía razón y se volvió tirando el sartén en el fregadero. —


Bien.

—¿Bien? ¿Seguro?

No parecía que fuera bien en absoluto porque no le miraba. —Nena,


te juro que no ha pasado nada.

Asintió y cogió los platos para llevarlos a la mesa. Se encogió de

hombros como si le diera igual pero su cara decía que tenía un disgusto de
primera. Joder. Se acercó a la mesa porque ella ya se estaba sentando. —

¿Entonces me crees?

—No es asunto mío, tú lo has dicho.

—No he dicho eso. —Ella cogió el tenedor con desgana. —Nena,

no ha pasado nada.

—Sí que ha pasado, que no se te ha levantado.

Él gruñó. —¡No hubiera pasado nada aunque me hubiera excitado!

—Ya. ¿Y por qué? Querías sexo, ayer mismo me lo dijiste.

—¡Pero lo quería contigo!

—Vamos, si se te hubiera levantado no…


—¡No tengo ningún problema, joder! —gritó furioso.

—Claro, tú no te obsesiones, le puede pasar a cualquiera.

—¡La madre que me trajo, voy a matar a Alisa! —Se volvió


llevándose las manos a la cabeza. Tenía que arreglar eso, tenía que

arreglarlo. Se giró para ver que desayunaba tranquilamente, aunque su


mirada decía que le gustaría despellejarle vivo. Había que ser directo. Se

sentó ante ella. —Marmara, ¿quieres casarte conmigo?

Ella dejó caer el tenedor sobre el plato y al abrir la boca de la


sorpresa se le cayeron los huevos revueltos que se acababa de meter. —

¿Qué?

—Me he enamorado de ti. Estos cuatro meses han sido los mejores

de mi vida y me gustaría compartir el resto de los años que me queden


contigo. Formando una familia. Juntos. Ya no estaremos solos, nena. Nos

tenemos el uno al otro.

—¿Qué?

—¿No sientes lo mismo? Ayer…

Asustada por lo que sentía y más después de lo que había pasado se

levantó.

—¡Marmara, estamos hablando!

—No quiero tener esta conversación.


—¿Por qué?

—¡Porque una mujer acaba de comprobar que no se te levanta! ¡Por

eso!

Salió de la cocina dando un portazo y él hizo una mueca. —Necesita


tiempo, eso es todo. —Estiró el cuello para ver por la ventana como iba

hacia la casita y cerraba de otro portazo. Suspiró apoyando los codos sobre
la mesa para pasarse las manos por el rostro.

Apenas habían pasado unos segundos cuando el sonido de la


mosquitera le hizo mirar hacia la puerta y allí estaba ella mirándole con

lágrimas en los ojos. —¿De veras con ella…?

Se levantó en el acto. —Te lo juro por lo más sagrado, ni se me


hubiera pasado por la cabeza. La llamó Alisa, que me va a oír en cuanto la

tenga delante.

Sintiendo un nudo en la garganta susurró —¿Y me quieres?

Él sonrió dando un paso hacia ella. —No tengo ni idea de cómo

pasó, pero en cuando te subiste por primera vez en mi camioneta algo me


dijo que eras tú. ¿Me quieres, nena? Porque entonces nada importa. —

Sollozó y se tiró a él para abrazarle. Gillean la pegó a su cuerpo. —Te juro


que eres lo más importante para mí.

—Y tú para mí.
Él sonrió. —Entonces casémonos, nena.

Apartó la cara para mirarle a los ojos y vio el miedo en ellos

haciéndole perder la sonrisa. —Preciosa, ¿qué ocurre?

—No soy como tú crees.

—Claro que sí, eres transparente para mí. —Acarició su mejilla. —


Además no puedes mentir.

Apretó los labios apartándose y Gillean se preocupó. —Nena, ¿qué


ocurre?

—No, no puedo mentir. Me programaron para que no pudiera

hacerlo.

—¿Te programaron? ¿Qué tontería es esa?

Se volvió hacia él. —Me instruyeron por lo que soy.

—No entiendo lo que dices, preciosa. ¿Quién iba a hacer algo así?

—El gobierno.

La miró fijamente. —Marmara, que estoy empezando a ponerme

muy nervioso. ¿De qué hablas?

Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Solo te he contado partes de mi

vida, no todo. No puedo mentir, pero he aprendido a no decir lo que no me


interesa. —Le rogó con la mirada. —Yo no quería ser así.

—¿Así cómo?
—¡Contigo podía llevar una vida normal, podía ser yo!

—Preciosa que no sé de qué hablas.

—¡Ellos me obligaban a hacerlo yo no quería!

La cogió por los brazos. —¡Cuéntamelo!

De repente desapareció de entre sus brazos y Gillean juró por lo

bajo dando un paso atrás espantado. —¿Marmara?

—Estoy aquí.

Él estiró el cuello para verla en el hall. —Hostia, ¿cómo has hecho


eso?

Se encogió de hombros caminando hacia él. —Lo hago desde niña.

—Eres rápida, no te he visto.

Negó con la cabeza. —No es rapidez, lo han mirado a cámara

superlenta.

—¿Qué? —preguntó pálido.

—Pero no lo hago mucho, te lo juro. Solo si no me queda otra


porque mi vida esté en peligro.

—¿Qué?

Suspiró. —Desaparezco y vuelvo a parecer donde yo quiero si


conozco el sitio o he visto una foto... Por eso no pueden retenerme, por eso
me han dejado ir. —Hizo una mueca. —Eso sí, con chip para localizarme.
Me pillaron durmiendo, los muy cabritos.

—¿Qué coño me estás contando? —gritó alterado.

Su rostro reflejó su tristeza. —Ya no me miras igual.

—¡Nena, es que esto es muy gordo!

—¡Lo sé! ¡Lo sé desde que tenía cinco años y las vecinas me
encontraron en el callejón de mi casa mientras mi madre moría abrasada!

Él perdió todo el color de la cara dando un paso hacia ella.

—Ahí fue la primera vez. Sentí miedo, quise irme, pero la puerta
estaba cerrada y cerré los ojos. Fue un instante y aparecí en el callejón.

Creyeron que habían querido secuestrarme y que para eso habían


incendiado la casa. Como mi padre no estaba se me llevó servicios sociales
hasta que localizaran a la tía de mi madre, pero yo quería volver con ella…

—Con tu madre.

—¡No lo comprendía, tenía cinco años! Recuerdo que me agarraban


del brazo para ir por un pasillo y lo hice de nuevo. Me encontraron en mi
casa llorando. Entonces fue cuando llamaron al gobierno. Me llevaron a un

búnker donde había niños parecidos a mí.

El rostro de Gillean mostraba que no salía de su asombro. —¿Hay

más como tú?


—No. —Suspiró. —Tienen otras habilidades.

—Dios mío, ¿sois prodigios de esos como con los que


experimentaban los nazis? —preguntó incrédulo.

—Algo así.

Al ver el dolor en su rostro Gillean susurró —Lo siento nena, pero


es que todo esto no me lo esperaba. Sigue contando.

Suspiró. —Allí no estaba mal. Tenía amigos de mi edad y no nos

miraban raro. Era como un colegio. Pero cuando tenía catorce años llegó un
hombre del gobierno. Tenía que entrar en una habitación. Me enseñó fotos
de ella. Tenía que poner algo allí pegado a la mesa. Ellos me dirían cuando.
Yo dije que sí, claro. No vi nada raro en ello. Me retaban a mejorar

continuamente con ese tipo de ejercicios. Ellos decían que eran como
juegos.

—No sabías que era una misión.

—Cuando me encontraba en la habitación al lado del escritorio vi


las fotos, eran las fotos de una familia árabe y recuerdo que sonreí por lo
felices que eran. Puse la cajita que me habían dado pegada bajo la mesa y
desaparecí. Fueron apenas tres segundos.

—¿Qué pasó?

Sollozó suplicándole con la mirada. —Yo no lo sabía.


—Lo sé, nena. ¿Pero qué pasó?

—La embajada de Irak en Inglaterra explotó.

—Hostia.

—¡Yo no lo sabía!

Él la abrazó. —No es culpa tuya, nena.

—Sí que lo es. No quiero ser así.

—Lo sé, lo sé. —Acarició su cabello y se apartó para mirarla a los


ojos. —¿Qué pasó después?

—Me enteré por casualidad, tenía una televisión en mi habitación y


al cambiar de canal vi el rostro de la foto. La cara del embajador. Fue
cuando me di cuenta de lo que había pasado. Entonces me negué a hacer

más ejercicios y me asusté porque me amenazaron con matar a mi padre.


Podía verle un mes al año si no revelaba mi condición y a pesar del poco
trato que teníamos le quería.

—Te obligaron a continuar.

—Me di cuenta de que tenía que demostrarles que me daba igual mi


vida o la de mi padre porque si no podía morir mucha gente.

—Preferías morir tú.

Se separó de él y se sentó en la silla de la cocina. —Claro que sí. E


incluso intenté hacerlo. No sabes lo que es saber que por tu culpa ha muerto
gente inocente.

—Tú no tienes responsabilidad, eras una niña.

Le miró con los ojos llenos de lágrimas. —Ahora lo sé, pero durante

años he sentido la culpa sobre mí y aún la siento.

—Joder nena, ¿qué hiciste?

—Me escapé, pero ya tenía el chip y daban conmigo. Pero como no

colaboraba me dejaron ir.

—Con la tía de tu madre.

—Sí. Cuando salí de allí me advirtieron que jamás debía decir o

hacer nada que pudiera mostrar cómo era realmente porque matarían a todo
el que lo supiera.

—No podían dejar que la gente se enterara de que existía el búnker.

—Sí. Mi prima vivía cerca de nosotras y siempre estaba sola porque


su madre trabajaba. Empezó a venir a casa y pasábamos mucho tiempo
juntas. Se reía de mí porque era demasiado inocente, demasiado tonta. Que
siempre dijera la verdad la hastiaba y empezó a ir con malas compañías, lo

que hizo que nos fuéramos separando poco a poco. Mi padre vino a verme
en vacaciones. Casi ni me conocía, lo hacía solo por obligación y no es que
habláramos mucho porque se pasaba más tiempo en el bar que conmigo.

—Le pagaban para que fuera a verte, ¿no es cierto?


—Le pagaron desde el principio y lo de las vacaciones era otra

obligación más.

—Para que te sintieras ligada y que sus amenazas contra él surtieran


efecto.

—Exacto. Cuando venía a verme era evidente que me consideraba


una molestia. —Sonrió con ironía. —Si me enseñó a cocinar fue para que le
hiciera algo decente cuando llegaba cargadito de cervezas, pero en una

ocasión casi se comportó como un padre. Cuando vio el comportamiento de


mi prima, me dijo que si le seguía los pasos acabaría siendo la zorra del
barrio, así que no debía ir con ella. Sabía que tenía razón que puede que mi
prima me creara problemas por los delincuentes con los que se relacionaba

y nos alejamos. Y me alejé de todos.

—Te aislaste para no cometer errores, temías por sus vidas.

—Sí, pero mi tía dijo que debía trabajar. No había dinero para la

universidad y los cabrones del gobierno me habían dado un expediente con


unas notas pésimas cuando las mías siempre habían sido brillantes.

—Para que no pudieras acceder a una beca.

—Para aislarme aún más. Así que empecé a trabajar en un


supermercado y estudiaba por las noches un curso de secretariado. Logré
terminar el curso y encontré el trabajo en la fábrica de ataúdes.
—Y descubriste el timo.

—Yo no quería problemas, pero apareció la policía por una denuncia


de una de las afectadas. Encontró en el féretro de su padre con él dentro
varios cabellos rubios y eso la alertó.

—Joder, y la policía se dio cuenta de que ocultabas algo.

—Tuve que confesar y a mi jefe le detuvieron. Pero salió bajo fianza


y una tarde me acababa de subir al coche cuando me tiró algo que incendió
el vehículo.

—Te paralizaste al ver el fuego.

—Ocurrió lo mismo que la otra vez. Al final me esfumé y aparecí a


su lado. —Sonrió sin poder evitarlo. —Tenías que ver su cara. Nos miramos

el uno al otro y gritamos espantados antes de salir cada uno en dirección


contraria. Un policía que estaba al lado del coche con la puerta abierta
dispuesto a ayudarme no salía de su asombro porque desaparecí ante él.

—Así que huiste.

—Temía que me encontraran cualquiera de ellos. Después vino lo


del vendedor de coches y acabé aquí.

—¿Por qué no buscaste trabajo de secretaria?

—Porque pedían referencias y si llamaban a la fábrica…


—Ese cerdo sabría donde estabas. —Él suspiró pasándose la mano
por los ojos como si estuviera agotado. —Joder nena…

—Lo sé. Pero por lo demás soy totalmente normal, ¿sabes?

Preocupado se sentó ante ella. —Saben donde estás.

—También saben que no colaboraré.

—¿Ni por mí? —Palideció al escucharle. —En cuanto sepan que


estamos juntos vendrán a por ti. En cuanto tengamos un hijo te presionarán
con nuestras vidas.

—Puedo decir que he perdido mi don, que de no usarlo ha


desaparecido.

—No te creerán y harán lo que sea para demostrarlo, como meterte

en una habitación e incendiarla. —A Marmara se le cortó el aliento. —Y si


a mí se me ha ocurrido eso en un segundo, no quiero pensar lo que se les
ocurrirá a ellos. —Se levantó y miró por la ventana. —¿Crees que nos
vigilan?

—No, además si hubieran pasado por el pueblo Claudia lo sabría y


no me ha dicho nada en la iglesia.

Él asintió. —Tenemos que destruir ese chip.

—¿Qué? ¿Crees que no lo he intentado? —Se levantó quitándose la


camiseta y volviéndose para mostrar las cicatrices cerca de la columna entre
los omoplatos. —No llego. ¿Crees que podrás tú?

—Hostia.... —Se acercó y tocó las cicatrices con la yema de su


índice estremeciéndola por su contacto. —Serán hijos de puta.

—Creo que solo puede quitármelo un médico. No está muy afuera.

—El doctor Fleming.

—¿Vas a decírselo al médico del pueblo? Además si me lo quito


aquí vendrán y registrarán todo el pueblo. Tendré que irme de nuevo.

—Huiremos.

—¡No! ¡No puedo dejar que te arrebaten tu vida también! —Dejó


caer la camiseta y se apartó.

—¡Y yo no voy a dejar que vivas bajo su yugo! ¡Nos iremos


después de que el doctor te lo quite!

—Sabrán que me he ido contigo, ¿y si hacen daño a tu familia para


averiguar si saben algo? ¿Y si torturan al doctor Fleming podrás vivir con

eso? ¡Porque yo no! —Le rogó con la mirada. —¿Podrás vivir con que a
Alisa le pase algo y su hija tenga que crecer sin ella?

Juró por lo bajo llevándose las manos a la cabeza y los ojos de


Marmara se volvieron a llenar de lágrimas de la frustración. —Me iré.
Podrás tener una vida normal con otra mujer.
—¡Ni hablar, ni se te ocurra pensar eso! —gritó furioso—. ¡Ya se
nos ocurrirá algo!

Sonrió con tristeza. —¿Un plan? He hecho miles. Incluso he


pensado en matarles a todos. Puedo hacerlo, solo tengo que pensar en los

hombres que conozco y antes de que chasquees los dedos apareceré ante
ellos. Y casi siempre están en el búnker. Una bomba y asunto liquidado.
Pero eso mataría al menos a veinte niños que también están allí y no sería
justo.

—Encontraremos la solución. Podemos filtrarlo a las redes.

—Otro bulo más como que Elvis sigue vivo. Lo desmentirían.


Dirían que es un montaje. Su poder es mucho más grande que el mío.

—Joder nena, no te vas a ir. ¿No quieres vivir conmigo, a mi lado?

Emocionada susurró —Creí que podría, pero era un sueño. Como


también es un sueño estúpido pensar que algún día voy a tener un hijo. Que

pueda vivir como yo por haber heredado mi defecto... Como has dicho os
pondría en peligro.

—¿Defecto? —gritó en su cara—. ¡Pues me alegro de que tengas


eso que llamas defecto porque estás viva gracias a él! —Se le cortó el
aliento mirando sus ojos. —Son ellos los que no te dejan vivir, ¿no te das

cuenta? ¡Ni ese defecto tuyo ni tú tenéis la culpa de nada!


Una lágrima recorrió su mejilla. —¿Eso piensas? ¿No crees que soy
rara?

Él hizo una mueca. —Sí que eres algo rarita, te gustan los
culebrones y la tarta de manzana con sirope de fresa.

Marmara soltó una risita. —Y a ti no. Eso sí que es raro.

Él sonrió pegándola a su cuerpo. —¿Ves? Somos el uno para el otro,

preciosa. No puedes dejarme.

—Si vienen lo sabrán, sabrán lo que siento por ti. Y todo estará

perdido.

—¿Les has visto después de irte del búnker?

—Una vez, al salir del supermercado me esperaban en el


aparcamiento. Les dije que no, que me mataran si querían pero que no iba a
colaborar con ellos. Nigel no se lo tomó muy bien.

—¿Nigel?

—Es el jefe. Me escupió a la cara y me llamó traidora. Que todo lo


que hacen es por nuestro país y otras cosas que me negué a escuchar.

—E hiciste bien. No tienes que vivir esa vida simplemente porque te


la impongan. Encontraremos la manera de librarnos de ellos. —Los ojos de
Gillean brillaron. —Nena, ¿recuerdas sus nombres? ¿Fechas y cosas así?

—Sí, para eso tengo buena memoria.


—Tienes que escribirlo, tienes que escribirlo todo.

—¿Por qué?

—Porque será una manera de presionarlos si nos encontramos en


problemas. Tienes que escribirlo todo, hasta el más mínimo detalle.

—¿Quieres que escriba todo lo que ocurrió? —preguntó asustada—.


Me advirtieron que no debía mostrarme como era y mucho menos

contárselo a nadie. Si lo escribo nos matarán a todos.

—¿Quién va a enterarse? Es solo para tener algo con lo que


negociar si lo necesitamos.

—Si vienen y nos interrogan estaremos perdidos, no podré mentir.

—¿Cómo consiguieron que no mintieras?

—No me lo hicieron solo a mí, nos lo hicieron a todos.

—Explícate —dijo dando un paso atrás para ver bien su rostro.

—Nos metían en una sala donde nos ponían dibujos y documentales.

Un día me di cuenta porque Marc un niño de mi grupo me preguntó por mi


madre. Hasta ese momento siempre había dicho que había muerto en un
accidente de coche, pero le dije la verdad. Me pareció raro, Marc acababa
de llegar y todavía no confiaba en él. Pero se lo dije. Ahí fue cuando

empecé a darme cuenta de que pasaba algo raro, pero no fui del todo
consciente hasta que no pude mentir para librarme de los castigos. Una vez
le di a Rachael mis verduras porque no me gustaban. Al entregar la bandeja

la supervisora me preguntó si me lo había comido todo. Lo lógico es que


hubiera dicho que sí para evitar el castigo que era quedarme sin televisión,
pero le dije la verdad, ahí me di cuenta totalmente de que nos habían hecho
algo raro y cuando se lo comenté a mis amigos dijeron que a ellos les
pasaba lo mismo. Debieron enterarse de que lo sabíamos porque nos

pusieron un video sobre que decir la verdad era el camino correcto, que
ellos eran quienes debían guiar nuestras vidas y debían saber todo lo que
nos ocurría. Que lo hacían por nuestro bien y cosas así. Los videos
continuaron. Intenté mentir muchas veces, pero llegó un punto en que para

mí era lo correcto y ya no le di importancia. Pero en el mundo real te das


cuenta de que es un defecto enorme. Otro defecto que me aislaba del
mundo.

—Y una baza para ellos si querían enterarse de algo.

—Como de lo que había pasado en una misión, por ejemplo. En


cuanto llegué de ese despacho me interrogaron sobre lo que había ocurrido

allí, como en cada uno de mis ejercicios.

—Entiendo. Pues tenemos que conseguir que puedas mentir.

—Lo he intentado.
—Se puede revertir. Como esos que consiguen mentir al polígrafo.

Todo es cuestión de insistir como en esos videos, seguro que os metían


mensajes subliminales para lavaros el cerebro. Pues podemos hacerlo otra
vez. Podemos lograr que tu cerebro se libere de esa mierda.

—¿Cómo?

—Muy bien nena, siéntate. Vamos a probar una técnica que vi en un


documental sobre adeptos a una secta. Casi me duermo porque era un

auténtico aburrimiento, pero recuerdo uno de los ejercicios. Si no funciona


buscaremos en internet.

—Bien.

—¿De qué color es esta camiseta? —preguntó señalándosela.

—Azul.

—No, no es azul.

La miró bien. —Sí que lo es.

—No nena, no es azul, es verde.

—Cielo, sé cual es el color azul y es azul.

—No preciosa, esta es verde.

Lo dijo tan convencido que dudó. —¿Me estoy volviendo loca? —

La miró bien. —Yo la veo azul.

—¿Ves? ¡Has dudado!


—Claro, tanto insistías… ¿A dónde quieres ir a parar?

—A que es tu cerebro el que te dice lo que es real o no, ¿no es

cierto?

—Sí.

—Es tu cerebro el que te dice lo que es verdad o no, pero si añades


la duda en la cuestión… Verás, lo que pretendía el psicólogo con este

ejercicio es que el paciente se diera cuenta por sí mismo de que lo que vivía

en la secta no era real, que le engañaban y que lo que él consideraba que era
una camiseta verde en realidad era azul. Nosotros tenemos que hacerlo al

revés, ¿comprendes? Tú tienes que convencer a tu cerebro de que lo que


sabes que es real puede que no lo sea y esa duda es lo que te permitirá

mentir.

Sus ojos brillaron. —Entiendo. Si le hago dudar puede que evite

decir la verdad.

—¡Bien nena, lo has comprendido! —Rio cogiéndola por la cintura


y elevándola. Ella le abrazó por el cuello mientras reía. —¡Solo tienes que

dudar cuando te hacen la pregunta! Cuestiónatela hasta convencerte de que


lo que vas a decir no es así.

—Dame un ejemplo. Probemos —dijo entusiasmada.


—¿Claudia va a abrir de nuevo el negocio? —Ella se le quedó
mirando con cara de póker. —Bien nena, miénteme —dijo ansioso.

Pensó en la pregunta. Sí que pretendía abrir, pero los obreros no

dejaban de darle la lata y retrasaban las obras cuando les venía en gana. Ella

estaba harta, mil veces le había dicho al salir de la iglesia que estaba por
mandarlo todo al carajo. Puede que no abriera, puede que se fuera a Florida

como le había dicho en el aniversario de los padres de Alisa. ¿Podía decir


un sí rotundo? No, no podía.

—¿Nena? —preguntó él divertido.

—¿Te refieres a abrir mañana?

Él rio por lo bajo. —Algún día.

—¡Jo, me lo pones muy difícil!

—Bien preciosa, no has dicho que sí a la primera. Lo intentaremos

de nuevo. ¿Crees que el marido de Alisa le es infiel en sus viajes a la

ciudad?

—Me haces esta pregunta por la cena de Navidad, ¿verdad? Sabría


desviar el tema si saliera algo de eso. ¡Iría al baño!

—Nena, os estáis haciendo amigas y las amigas hablan de estas

cosas. Venga inténtalo.

—¡Alisa debería saberlo!


—Debe darse cuenta ella. ¿Crees que su marido le es infiel?

Le miró fijamente a los ojos. Bueno, ella no podía asegurarlo, no

había visto nada fuera de lo común aparte de un par de miradas. Igual era

así y con lo rarita que era ella no podía juzgarle. Estaba mal juzgar a la
gente. Con Gillean lo había hecho, había creído que estaba mal de la cabeza

y mira donde estaban. Sí, estaba mal sacar conclusiones precipitadas. Como
hacía unos minutos cuando creía que había compartido cama con esa. Y no

era verdad. Se imaginó a Alisa haciéndole la pregunta y las consecuencias

que tendría que dijera que sí. Si estaba equivocada destrozaría una familia,
así que dijo de manera rotunda —No.

Él rio girándola. —Muy bien, con algo de práctica se te dará genial.

¿Qué has pensado?

Le miró sorprendida. —Lo he analizado, he dudado y he pensado en


las consecuencias.

—Eso es, nena. En unos meses lo harás genial. Casi ni se te ha

notado.

—¿De veras? —preguntó sorprendida.

—Lo que mosquea es que tardas un poco en contestar, pero con algo

de práctica lo harás, te lo garantizo.

—Hazme otra —dijo emocionada.


—¿Me amas? —Ambos se quedaron mirándose el uno al otro. —

Venga nena, si llega el momento tendrás que contestarla.

Sus pensamientos fueron directamente a Gillean y le vio sentado en


una silla con las manos atrás sufriendo mientras alguien le pegaba. Su

corazón se estremeció de miedo. Sentir que podía perderle provocó que


algo en ella se resquebrajara. Todos los sentimientos sepultados en el fondo

de su mente, todo lo que su alma había sentido desde que le había conocido

inundó sus pensamientos. Vio su risa, cuando discutían por el programa de


la tele o como cogía su mano y sintió sus besos. Vio el puñetazo que le

dieron en la cara y gimió de dolor cerrando los ojos como si se lo hubieran


pegado a ella misma. —¡Marmara! —Asustado porque parecía que se

desvanecía gritó su nombre. —¡Vamos nena, no te desmayes!

Otro puñetazo hizo rebotar su rostro y gritó como si le estuvieran

desgarrando el alma cayendo desmayada entre sus brazos. Gillean


totalmente pálido y con la respiración agitada fue sin soltarla hasta el

teléfono para ponérselo al oído. La movió para sujetarla mejor y poder

marcar cuando ella abrió los ojos y susurró —No, no te amo.

Se le cortó el aliento dejando caer el teléfono y la abrazó con fuerza

desesperado. —¿Estás bien?

Le rodeó con sus brazos. —Creo que sí —susurró casi sin fuerzas.
Él la cogió en brazos y la llevó hasta la silla sentándola. —¿Puedes

sostenerte?

—Sí.

Él corrió hasta la nevera y sacó una cola. Se la acercó a los labios.

—Bebe, nena. Tiene azúcar y cafeína, te vendrá bien.

Bebió sintiéndose sedienta y cuando no quiso más la apartó


poniéndola en la mesa. Entonces ella se le quedó mirando. —He visto que

te pegaban.

—Quizás hemos forzado demasiado.

Entrecerró los ojos. —No te amo.

—Ya nena, lo has dicho, pero no lo repitas mucho a ver si te lo vas a


creer de verdad y la liamos.

—Lo he perdido —dijo pasmada.

—¿El qué, preciosa?

—¡Eso que no me dejaba mentir!

Se le cortó el aliento. —¿Qué día es hoy?

—Jueves —dijo fríamente aun sabiendo que era sábado.

—¿Cuántos años tengo?

—Treinta y seis.
—¿De qué color es mi camiseta?

—Verde —dijo sin dudar.

Él sonrió. —¿Me amarás siempre?

—No.

La pegó a él con ansias de sentirla. —Muy bien, preciosa. Lo

conseguiremos.

—Júramelo, júrame que no te perderé —dijo con desesperación.

Él apretó los labios. —Te lo juro por mi vida, nena. Siempre estaré

para ti, siempre estaré a tu lado.

Emocionada susurró —Te amo. Hasta que no te lo he dicho no me

he dado cuenta de cuánto te amo.

Sus ojos se oscurecieron de la rabia por todo lo que había sufrido y


quiso matar a esos cabrones. —Te lo negabas a ti misma, preciosa. Tenías

miedo, pero ahora yo estaré a tu lado.


Capítulo 6

Sentada en la mesa de la cocina tecleaba en la máquina de escribir


tan aprisa que su novio levantó una ceja. —Cuando termines eso, te pediré

que me pases unas cosas a limpio —dijo con ironía.

—Hecho. —Arrancó la hoja y se la pasó antes de meter un nuevo

folio. —Esto es una lata, ¿sabes? ¡Estamos en el siglo veintiuno!

—¿Y que cojan el ordenador y con uno de sus expertos encuentren


todo esto? —dijo distraído leyendo—. Así dejamos menos pistas.

—Esto no les va a echar atrás. Mierda, me he equivocado. Necesito

Tipex.

—Bórralo con una equis y ya está.

Le miró como si no se lo creyera. —Yo no hago esas cosas, es una

chapuza. Vete a la tienda de regalos y compra uno.

—¿Me vas a hacer ir hasta el pueblo por eso?


—Y por folios, que llevo solo dos años y ya he hecho cuarenta

páginas.

Él gruñó levantándose. —¿Crees que tardarás mucho?

—¿A este ritmo? ¿Una semana? —Le miró con desconfianza. —

¿Por qué?

Carraspeó. —Nena, lo que dijo Brittany es mentira. —Ella bajó la

vista hasta su entrepierna y se puso como un tomate. —Y si me miras así


será mucho peor.

—Ah… Así que quieres sexo.

—Pues no estaría mal.

Se echó a reír y él gruñó. —No tiene gracia.

—Perdona, es que no me imaginaba que después de hablarte de todo

esto aún tuvieras ganas.

—Contigo siempre. Desde el principio.

Se le cortó el aliento. —¿De veras?

—En la camioneta me cabreé porque no pillaste la indirecta sobre ir

de bares.

—Ah, querías pedirme una cita, pillín —dijo maliciosa

levantándose.
La cogió por la cintura pegándola a él. —Pues sí, pero tú mientras

tengas tele…

Le besó en la barbilla. —Es que entretiene mucho.

—Te voy a mostrar otra manera de entretenerte —dijo con la voz

ronca antes de agacharse para besarla, pero cuando sus labios se rozaron

sonó el teléfono—. ¡No me lo puedo creer, joder!

Ella rio. —El universo está contra nosotros.

Gillean fue hasta el teléfono y descolgó. —¡Diga! Alisa guapa…

¡Deja de joder! —gritó antes de colgar el teléfono.

—Pobrecita, ahora se sentirá fatal.

Mirandola con deseo se quitó la camiseta. —Ya la llamaré después,


que se arrepienta de sus actos un rato.

Se le subió la temperatura de manera alarmante y se puso nerviosa.

—¿Aquí?

La cogió por la cintura. —¿Nunca lo has hecho en una cocina? —

preguntó seductor.

—Pues… —Sin aliento le miró a los ojos. —Del todo no.

—Será toda una experiencia.

Tocó sus pectorales maravillada por el contraste del tono de sus

pieles. —Estoy segura de que sí, pero preferiría que no me vieran por la
ventana.

Él entrecerró los ojos. —Tienes razón, puede venir el cartero o

alguno de los chicos. —La cogió en brazos haciéndola chillar de la

sorpresa. —O Alisa, que es todavía peor.

Soltó una risita abrazando su cuello. —Estoy nerviosa, no me lo

tomes en cuenta, ¿vale?

—Lo pasaré por alto —dijo comiéndosela con los ojos.

—Si hago algo mal me lo dices.

—Nena, ayer no te enterabas de nada de lo que te decía —dijo

acercando sus labios a los suyos.

—¿De veras? Pues suelo estar atenta —susurró acercándose a ellos.

—Pues no te pierdas esto, que te voy a besar —dijo con voz ronca.

—Estoy impaciente. —Unieron sus labios y Gillean entró en ella

saboreándola de una manera que la dejó sin aliento. Sintiendo que ardía de

anticipación acarició su nuca con ambas manos y estas subieron por su

cabello ansiosa impidiendo que la dejara mientras ladeaba su cabeza para

enlazar su lengua con la suya. Él gruñó sentándola sobre la mesa de la

cocina tirando los papeles al suelo y llevó las manos a su camiseta

subiéndosela hasta el cuello para amasar sus pechos por encima del

sujetador antes de tirar de él para dejarlos al descubierto. Deseosa de sentir


sus besos allí apartó sus labios y se quitó la camiseta a toda prisa. —

Bésamelos.

—Joder nena, lo estoy deseando. —Se agachó y atrapó un pezón

entre sus dientes antes de lamerlo con la lengua haciéndola suspirar de

gusto, así que se apoyó en la mesa para elevarlos queriendo más. Él acarició

el otro elevándolo y se lo metió en la boca chupando con ganas, lo que la

hizo gritar mirándole con los ojos como platos. La miró con la respiración

agitada. —¿Algo va mal?

A toda prisa llevó las manos a la cinturilla de sus vaqueros y él

levantó una ceja. —Al parecer tengo vía libre.

—Nunca había sentido esto y quiero más.

—Me parece bien —dijo ayudándola a tirar de ellos por sus piernas

para liberarla, llevándose las braguitas y todo. Los dejó caer a un lado y

susurró —Abre las piernas, nena.

—Ay, Dios… —dijo más excitada que en toda su vida. Ella las abrió

y sin sentir ningún pudor apoyó los talones en el canto de la mesa

mostrando su sexo.

Él la miró a los ojos llevándose las manos al cierre del pantalón y se

lo abrió. —Cielo, date prisa —dijo ansiosa antes de bajar la vista hasta su
sexo que la señalaba con insistencia. Se le secó la boca—. Es un poco

grande, ¿no?

—Soy grande.

—Si no cabe entera…

—Oh, te aseguro que entrará. —Cogió sus piernas y acarició sus

muslos. —Rodéame con tus piernas.

—Creo que me estoy mareando. —Se dejó caer sobre la mesa y

gimió de necesidad arqueando su espalda.

—Me encanta como me respondes. —Cogió su miembro y acarició

su sexo en la zona del clítoris antes de descender por sus pliegues. —Joder

nena, estás muy húmeda.

—Te deseo.

Mirándola como si fuera suya entró en su ser lentamente y gimió

agarrándola por las caderas. —Estás muy estrecha.

—Te dije que era grande.

Se deslizó en su interior y cuando llegó a un punto se detuvo en

seco. —Nunca me había pasado esto. He llegado al final y…

Gimió moviendo las caderas y él frunció el ceño. —Porque he

llegado al final, ¿no?

—¡Yo qué sé! ¡Muévete!


—Nena, ¿eres virgen? —preguntó pasmado.

Se sonrojó. —Bueno, un poquito.

—¿Cómo que un poquito? ¿O lo eres o no?

—Nunca habíamos llegado a esta fase. Me rajaba antes y se lo

tomaban mal.

—Que te ra…—Respiró hondo intentando retenerse. —Joder, te va

a doler un poco.

Sintiéndose genial por el roce de su sexo movió las caderas de


nuevo. —Cariño, me encanta.

—Ya, ya…—dijo entre dientes—. Eso ya lo veo.

—Ámame.

Gillean gruñó antes de mover las caderas con contundencia y ella ni


se enteró maravillada por sentirle llenándola. —Más.

—Joder nena… Me vuelves loco. —Salió de ella lentamente y


Marmara apretó las piernas a su alrededor instintivamente para no perderle.

Él movió sus caderas de manera contundente y ella gritó de placer buscando


donde asirse lo que provocó que tirara la máquina de escribir al suelo, pero

ninguno de los dos se dio cuenta mientras la embestía de nuevo. Su cuerpo


se fue tensando poco a poco y arqueó más la espalda gimiendo de placer
con cada envite. Creyó que su vientre se partía y Gillean agarrándola con
fuerza la llenó con tal contundencia, que su ser estalló haciéndola volar.

Minutos después él la cogió por la cintura abrazándola y caminó con


ella hacia la escalera mientras se recuperaba. Le escuchó reír por lo bajo. —

Nena, y yo pensando que ya habías pasado por esto.

—No me llenaban.

—Eso está claro.

Rio contra su cuello. —Se mosqueaban porque no podían avanzar y

cuando les decía que no me gustaba lo que me hacían me dejaban. —Se


apartó para mirarle a los ojos. —Ha merecido la pena esperar por ti.

—Aunque yo no era virgen opino lo mismo, nena. ¿Vamos con la

segunda fase?

Sus preciosos ojos brillaron de la alegría. —Lo estoy deseando.

Puso el arbolito sobre la tarta y sonrió. Listo. Era una imagen del

pueblo tridimensional y las paredes de las casas estaban hechas de


chocolate. Y había recubierto cada pieza con azúcar glas, lo que le daba un

aspecto nevado. Le había quedado increíble. Sonrió ilusionada por lo que


pensarían en la cena de Navidad. Escuchó los pasos de Gillean bajando por
las escaleras. —Nena, ¿estás lista? —Entró en la cocina y se detuvo en seco
mirando la tarta con sorpresa antes de echarse a reír. —Increíble.

—¿Ha quedado bien?

—Perfecta. Cuando vi la base no pensaba que fueras a hacer esto.

—Tenía las piezas de las casas en la nevera. Son de chocolate.

—Bueno, cualquier cosa que ponga Alisa se quedará corta al lado de


esto.

Le miró preocupada. —¿Crees que le sentará mal?

—¿Mal? Le va a encantar. Déjame sacarte una foto.

Él sacó el móvil del bolsillo trasero del pantalón y sacó varias fotos
haciéndola reír. —Vale ya.

—Nena, no hemos hablado de esto, pero si quieres volver a trabajar

con Claudia…

Le miró con horror. —¿Y hacer tartas a todas horas y cocinar casi

todo el día? No, gracias. Ya soñaba con que estaba atrapada en esa cocina.
—Él la cogió por la cintura dándole un beso en los labios. —Aunque si

quiere le venderé algunas, pero las haré aquí cuando solucionemos esto. ¿Te
parece bien?

—Me parece estupendo mientras a ti te haga feliz.

Sonrió. —¿Estás listo?


La pegó a él mirándola preocupado. —¿Y tú?

—Preparada. Lo hemos hablado mucho y es lo mejor.

Él besó sus labios muy lentamente antes de profundizar el beso.


Marmara cerró los ojos entregándose y al cabo de unos segundos él se

separó apoyando su frente en la suya. —Ten cuidado, nena. Júrame que


tendrás cuidado.

—No me quedaré lo suficiente como para que me pase nada. Me

preocupas más tú. No pierdas los nervios. Haz lo que tenemos planeado y
todo saldrá bien.

Él asintió antes de darle un último beso. Marmara fue hasta su


mochila y se la puso a la espalda mirándole a los ojos y sonrió. —Te amo.

—Y yo a ti, nena.

Desapareció en ese momento y él se volvió llevándose las manos a

la cabeza antes de jurar por lo bajo. Al ver la tarta sonrió con tristeza y
emocionado se acercó a ella cogiéndola con cuidado. —Les va a encantar,

preciosa.

Un coche negro se detuvo ante la cafetería y se bajaron cuatro


hombres con traje negro. Uno de ellos señaló hacia la oficina del sheriff y
dos fueron hacia allí mientras los otros dos entraban en la cafetería

quitándose las gafas de sol.

Claudia desde la barra levantó una ceja mientras se acercaban. —


¿Qué les pongo?

Ellos miraron hacia los cuatro que había en la cafetería. Curtis dijo

—Son del gobierno —dijo con desprecio.

—¿Y qué busca el gobierno por aquí? —preguntó Claudia divertida

—. No me digan que me ha tocado la lotería.

Uno de ellos metió la mano en el bolsillo interno de la chaqueta y


sacó una foto dejándola sobre la barra. —¿La conoce?

Claudia frunció el ceño. —Es Marmara. Trabajó aquí unas semanas.

—Es una criminal peligrosa. ¿Sabe su paradero?

—¿Marmara una criminal peligrosa? —Curtis se echó a reír. —No


te los creas.

—Claro que no —dijo ofendida—. Esa niña no haría daño a una


mosca. Díselo Gillean.

Todos miraron hacia él que estaba en la esquina del negocio de

espaldas a todos. Este suspiró antes de levantarse mostrando toda su


estatura y se volvió con el sombrero en la mano para mirarles fijamente. —

Trabajó en mi casa después de trabajar aquí. ¿Qué pasa con ella?


—¿Y por qué se fue?

—Me pidió pasta para un coche y en cuanto se lo compró se largó.

Claudia le miró asombrada. —¡No nos lo dijiste! ¿Por qué no nos lo

dijiste?

—Porque es un cabezota y supo desde el principio que daría


problemas —dijo Curtis—. Como le engañó no quiso decir nada.

—Ya me parecía raro que quisiera vivir por aquí —dijo él sacando
unos billetes del pantalón vaquero mientras se acercaba a la barra.

—¿Su relación era laboral?

Sonrió irónico antes de mirarle a los ojos. —Yo quise algo y ella no.

Lo acepté.

—Es que a ella le caía mal, ¿sabe? —dijo Claudia—. Trabajó aquí
un tiempo y tuve que cerrar por obras, aceptó el trabajo con él porque no le
quedaba otra. Yo le dije que no se preocupara, que Gillean era un caballero

y allá que fue.

—¿Entonces no se acostó con ella? —preguntó el otro.

—¿Acaso no lo he dicho ya? Me sacó la pasta del coche y se largó.

¿Qué pasa? ¿Ha matado a alguien? Porque no tiene pinta. —Entrecerró los
ojos. —¿De qué departamento son ustedes?

—Eso, no han enseñado placa ni nada —dijo Curtis.


—Seguridad nacional. —Uno de ellos apartó la chaqueta para que
vieran la placa en el cinturón.

—Hala… —dijo Claudia impresionada—. ¿Es una terrorista o algo

así?

—No podemos comentar nada.

En ese momento uno de los hombres de traje abrió la puerta. —Jefe,

lo hemos encontrado.

—Por favor, no se vayan. —Salieron de la cafetería y todos les


vieron correr calle abajo. Se acercaron a las ventanas y vieron cómo se

agachaban ante un buzón de correos que justo debajo tenía una alcantarilla.

—¿Qué buscan? —preguntó Claudia.

Gillean vio como uno de ellos levantaba algo con unas pinzas y lo

metía en una bolsa de plástico. El chip que él le había sacado. Apretó los
puños por el daño que le había hecho para sacárselo, pero había sido
necesario. Bien, nena. Si todo iba como tenían previsto, ese chip había

dejado de funcionar justo allí cuando lo aplastó con el tacón de su bota,


minutos después de que le dejara en su cocina el día de Nochebuena. Y no
habían tardado mucho en aparecer, apenas dos días. Ahora sabían que era
libre.

—Han cogido una prueba —dijo Curtis—. ¿Creéis que es terrorista?


—Que va —dijo Sheldon—. Nuestra niña es legal.

Claudia miró hacia él. —Siento lo del coche.

—Lo haría por algo, no se lo tomo en cuenta.

—Si huye de esos no me extraña que se fuera. Dan miedo.

Él asintió mirándoles fijamente. Otro coche se detuvo ante ellos


demostrando que se habían repartido por toda la ciudad.

Alisa ante la puerta de su casa cruzó los brazos entrecerrando los


ojos. —¿Que Marmara es qué? Oiga, no me vacile que tengo mucho que
hacer con la niña, ¿sabe?

—Hablo en serio.

—¿Cómo va a ser una criminal si hace unas tartas de lujo?

—¿Qué?

—¿Qué ha hecho? Vamos suéltelo, soy una tumba.

—Es un tema de seguridad nacional. ¿Sabe lo que significa


clasificado?

—Como en las pelis. —Se volvió y gritó —¡Mamá no te vas a creer


esto!
Los hombres se miraron exasperados y vieron que una mujer llegaba
corriendo con una niña en brazos. —Marmara es una criminal.

—Hija no me tomes el pelo.

—Que sí, que estos señores del gobierno la buscan. —Ambas les

miraron deseando enterarse de algo más y el que hacía las preguntas gruñó.
—Cuéntenos, ¿qué ha hecho?

—¿No me ha oído, señora? ¡No puedo contarle nada!

—Ah, sí que lo ha dicho.

—¿Lo ha dicho?

—Sí, mamá.

—Vaya.

—¿Cuándo la vieron por última vez?

Ambas entrecerraron los ojos. —Déjenos pensar… —Alisa sonrió.


—Ya está. En la misa del domingo. Hablamos de la cena de Nochebuena,

¿sabe? Me preguntó si necesitaba que hiciera algo. Tiene unas manos para
la cocina… Pero le dije que no, claro, la cena era cosa mía.

—¿No asistió a la cena?

—No. Gillean vino solo con la tarta que ella había hecho. Una
maravilla, ¿quieren ver una foto? —preguntó ilusionada.

—No —contestaron los dos a la vez de manera cortante.


Ellas se miraron antes de chasquear la lengua.

—¿Gillean es Gillean Chagford?

—El mismo, es primo mío. Segundo. Siempre viene a la cena de


Nochebuena. Está solo, ¿sabe? Su familia fue muriendo poco a poco y…

—¿Saben si mantenía una relación con Marmara?

Alisa hizo una mueca. —Él quería, estaba enamorado. Pobrecito. La


verdad es que es una chica preciosa y estando solos en ese rancho no me

extraña nada que cayera rendido a sus pies. Pero Marmara no estaba por la
labor. De hecho cuando hablé con Gillean del asunto nos dijo que se le
notaba que no pensaba en él de la misma manera.

—¿Por qué no asistió a la cena? ¿Qué explicación les dio Gillean?

—Que se había levantado como deprimida y que cuando le había


preguntado qué le pasaba dijo que esas fechas no le gustaban. Que no se

encontraba de humor para ir a la cena con su familia… Que aunque creía


que podía hacerlo, presentía que eso la haría sentirse peor. Le pidió que nos
comunicara que lo sentía mucho y nos envió la tarta por él. Una maravilla,
¿quieren verla?

—¡Qué no!

—Uy, que grosero —dijo su madre antes de mirarles con mala


leche.
—¿Algo les indicó que pretendía irse?

—Claro que no —dijo Alisa—. Para mí fue una sorpresa cuando

Gillean me llamó ayer para decirme que se había largado. Pensé que era por
lo de la Navidad, ¿sabe? Pobrecita, es que estar sola en estas fechas...

Ellos se miraron entrecerrando los ojos y el que llevaba la voz


cantante dijo —Que localicen a su padre.

—Jefe, le mataron hace dos meses en un prostíbulo de Hong Kong


en uno de los permisos de la plataforma. Al parecer llevaba pasta y…

—¡Y por qué no he sido informado de eso, idiotas!

Se largó sin despedirse siquiera y la madre de Alisa jadeó. —¡No


tienen modales!

—Calla mamá.

—¿Algo más que me puedan decir para lograr localizarla? ¿Algún


lugar que quisiera visitar, o a alguien que ver? Pueden ser conversaciones

de hace semanas que puedan parecer intranscendentes.

—Tampoco la conocíamos tanto —dijo Alisa—. En realidad nunca

me habló de ella aparte de lo que le había pasado en Nueva York con su


trabajo.

—Sí, ya sabemos lo que le ocurrió.


—¿Y han detenido a ese hombre? ¡Porque ese sí que es un auténtico

delincuente! ¡Casi la mata!

—Está en prisión por lo que hizo con los ataúdes.

—¿Y el de los coches? ¡Menudo timador!

—Ese no.

Ambas jadearon indignadas. —Así va este país. Persiguen no sé

cuántos a una buena chica mientras los criminales campan a sus anchas. —
La madre de Alisa cerró de un portazo casi dándole en la cara y este gruñó
volviéndose.

Desde la ventana vieron como se subían al coche. —¿Qué está


pasando, mamá?

—No son buena gente, quieren algo de ella.

—¿Eso crees?

—Alguien que hace las tartas así tiene que ser especial. Igual es un
genio o algo así y la quieren para montar uno de esos cachivaches que

envían al espacio para que luego la mierda nos caiga encima cuando se
estropean.

La miró asombrada. —¿Crees que es tan inteligente?

—En el cumpleaños de Lisa les habló a los niños de las naves


espaciales, ¿recuerdas? Fue después de jugar al escondite.
—¡Mamá eso fue un cuento!

—Pues parecía que sabía de lo que hablaba.

Alisa entrecerró los ojos. —Sí… y cogió el juguete de Peter


diciendo que era una nave no sé que como si supiera el modelo. —Sus ojos
brillaron. —¡Y que llevaba cuatro tripulantes!

—Esa es jerga de la NASA, niña.

—Seguridad nacional… Hala… —Impresionada miró por la


ventana para ver como el coche entraba en la interestatal. —Mira que
querer aprovecharse de sus conocimientos.

—Hay mucho aprovechado suelto y el gobierno el que más. ¿No ves


cómo nos exprimen a impuestos?

—Sí, mamá —dijo con mala leche—. ¡Para luego pagar a esos para

que nos controlen y no nos dejen vivir!

—¿Libertad? ¡Ja! Cada vez tenemos menos.

—¡Y que lo digas! ¡Pero tenemos nuestros derechos! Voy a llamar a

papá para quejarme.

—Eso niña, que nos oiga bien claro. ¡Qué para algo es el sheriff!
¡Algo podrá hacer para alejar a esas sanguijuelas de nuestro pueblo! ¡Es la
mayor autoridad!

Cogiendo el teléfono dijo —Mamá que ese es el alcalde.


—Bah, ese es un mindundi al lado de mi hombre.
Capítulo 7

Gillean desde la puerta de la casita observaba como los agentes casi


daban la vuelta a la cama para mirar por debajo por segunda vez mientras

otro en el armario sacaba las pocas pertenencias que Marmara había dejado
allí. —Ropa vieja, jefe. Y está manchada de pintura.

Este a su lado juró por lo bajo y uno salió del baño con un bote de

crema casi acabado. —Es lo único que hay.

—¿Cree que pensaba volver?

—No sé si lo sabe, pero no me caracterizo por tener buen humor

cuando me enfado.

—Sí, algo he oído.

—No creo que piense volver, nunca le caí bien.

—¿Y por qué guardaba esas cosas?


—¿Yo? Al ver que no estaba su maleta ni el coche lo vi claro. Eso es

basura. Cuando llegara la siguiente que lo limpiara —dijo como si le

importara un pito.

El agente entrecerró los ojos. —Parece que ahora ya no le importa

cuando antes le importaba tanto.

—He visto morir a todos los que me rodeaban y a lo largo de los

años me he dado cuenta de que no hay que perder el tiempo con los que no

te quieren. No quería nada conmigo y lo acepté. —Se encogió de hombros.

—Hay más peces en el mar. Hacía su trabajo y cocinaba de miedo, a mí me

bastaba como para no echarla. Solo porque no quisiera nada conmigo no iba
a dejar de comer, no soy tonto. Y como ama de llaves era la leche. Hasta

pintó la casa por dentro, ¿sabe?

El pantalón lleno de manchas de pintura lo confirmaba y el agente

juró por lo bajo antes de volverse. —Vamos a registrar la casa y lo demás.

—¿Qué buscan? ¡Ya les he dicho que no está aquí! —dijo molesto.

—¿Va a colaborar o no?

—¿Acaso no lo estoy haciendo? —preguntó pasmado. Señaló el

desastre de la casita—. ¡Si me dejan la casa así me voy a cabrear!

—Intentaremos tener cuidado.

—No sé por qué, pero lo dudo mucho.


Seis horas después desde la ventana observaba con una sonrisa en el

rostro como se largaban los cuatro coches negros y dejó caer la cortina para

mirar el salón que estaba patas arriba. —Bien, nena. Según lo previsto.

Ahora que me han pinchado el teléfono y que han puesto las cámaras, me

vigilarán. Solo queda esperar…

En el pueblo de al lado Nigel con dos hombres más entró en el hotel

donde su equipo miraba las pantallas. —¿Tenéis algo?

—Joder, este tío trabaja como un cabrón. Después de arrear el

ganado se pone a pintar la casa por fuera —dijo Jeff impresionado—. Yo

estaría molido.

Le fulminó con sus ojos castaños. —¿Se sabe algo de ella?

—No, no va a volver, jefe. Ya han pasado tres meses y no hay un


solo indicio sobre su paradero. Lo que hemos oído hoy trata de la fiesta de

primavera, todos están entusiasmados con ella, pero de nuestra chica ni

rastro.
—¿Acaso te he pedido tu opinión? —Miró a Marc sobre su hombro.

—Localízala, la necesitamos.

Este asintió y el jefe dijo —Desapareced. Dejadnos solos.

Se acercó a la pantalla y vio a un hombre pintando una fachada. —

Sería mejor si le tuviera delante.

—Entonces sabrían que aún estamos aquí. ¡Hazlo!

Le miró fijamente e inclinó la cabeza mientras el tipo se detenía con

el rodillo en alto. —Me siente. Ha sufrido mucho y los que sufren tienen

una mente más abierta.

—Y más que va a sufrir como no nos diga dónde está.

Entrecerró los ojos al ver que miraba tras él extrañado, pero apenas

dos segundos después siguió pintando. —Ha pensado en ella. En si lo que

sentía era por ella.

—¿Estás seguro?

Mirándole fijamente vio como hundía los hombros como si

estuviera decepcionado y llegó hasta él que pensaba en Marmara con

grandes ansias de verla. —La ama. Haría lo que fuera por ella.

Nigel sonrió. —Lo sabía. Esto es un plan que han organizado para

perdernos de vista.

—¿Y por qué no ha huido con Marmara?


—¿Y perderlo todo? Su modo de vida, sus amigos, su familia… No,

ella no lo consentiría.

Marc apretó los labios recordándola perfectamente, lo amable que

era siempre, apoyaba a sus compañeros incluso a pesar de poder ser

castigada. Nigel la conocía muy bien, había tenido tiempo para estudiar su

carácter, por eso no se habían ido de allí. Tenía que convencerle de que

estaba equivocado. Joder, si pudiera mentir… Marmara, ¿qué has hecho? —

¿Y si ella no volviera?

—No digas tonterías, claro que lo hará en cuanto pase un tiempo.

—Precisamente para no ponerle en peligro yo no volvería. Se ha

ido, se ha librado de vosotros y puede que no vuelva. Aunque él piense que

sí. ¿La ha ayudado? Sí. ¿Sabe su secreto? Lo dudo mucho si no quiere que

pierda la vida. La ama y como he dicho antes se dejaría la vida por ella,

pero Marmara no volvería. Si siente algo por él, que no lo sé, y volviera a

su lado, sabe que tarde o temprano la encontraríais porque no dejaríais de

buscarla. Y entonces sí que ese hombre podría perder la vida.

—Tiene que sentir algo por él. ¡Se ha quitado el chip! Y ha tenido

que ser él quien la ha ayudado a hacerlo. ¡En estos años no pudo sacárselo,

así que tuvo que recibir ayuda! Conoces muy bien a Marmara. Aunque no

le quiera, ¿crees que le dejaría a su suerte? ¿Irse sin saber si está bien? No,

tienen que comunicarse de alguna manera.


Se echó a reír. —¿Crees que Marmara es tonta? Podría haber estado

en esta habitación hace una décima de segundo y no la habrías visto. Pero

ella a ti sí. No tiene que comunicarse con él para saber que está bien. Solo

tiene que vigilarte a ti. La conoces bien, es muy rápida. En varios de los

ejercicios no la captaron ni las cámaras. De repente el objeto que llevaba

con ella apareció en la habitación. Podría pensar en tu rostro y aparecer

delante de ti, matarte y desaparecer antes de que nadie supiera lo que ha

pasado. Es la que más poder tiene de todos nosotros, deberías dejarlo estar.

—No pienso hacerlo —dijo entre dientes—. ¡Es mía! ¡Y si ha

desarrollado tanto su don es porque yo la he enseñado!

Se echó a reír. —Tú no le has ensañado nada. Eres muy inferior a

ella como eres muy inferior a mí. —Marc recibió un puñetazo que le volvió

la cara y este sonrió con desprecio. —¿Vas a amenazarme con matar a mi

hermana de nuevo? ¿Con matar a mi abuela? Te juro que si no fuera por


ellas el que estaría bajo tierra serías tú.

—Ya entiendo, intentas protegerla.

—No necesito protegerla. Ha demostrado que es mucho más lista y

hábil que tú. Aunque le mates a él nunca podrás retenerla.

—Eso ya lo veremos. ¡Desaparece de mi vista!


Se echó a reír. —Eso lo hace Marmara, creo que los años te están

pasando factura, Nigel. —Fue hasta la puerta y le miró fijamente. —Él no

sabe dónde está.

Sonrió malicioso. —Pero como acabas de decirme me vigila a mí y

si cree que está en peligro volverá.

Marc sonrió y sus ojos brillaron. —Marmara me alegra verte.

—¿Crees que voy a picar? —La punta de un cuchillo rozó su nuca y

se le cortó el aliento.

—¿Recuerdas esta manera de matar? —susurró ella—. Me la


enseñaste tú. Decías que me la enseñabas para defenderme, ¿lo recuerdas?

Te juro por lo más sagrado que te vas de aquí y le dejas en paz o mataré a
cada una de las personas que te importan uno por uno —siseó fríamente—.

Y después te destriparé a ti. Tú me has obligado a esto. No mataré por mi


país, ¿pero por él? Por él soy capaz de haceros volar por los aires a todos,

malditos cabrones. No dejaré nada.

—¿Quieres guerra, niña? No la ganarás.

—Te aseguro que pienso luchar. —Le golpeó en la sien con el

mango del cuchillo de caza que tenía en la mano y cayó desplomado. Miró
a Marc a los ojos.

—¿Es hora de luchar? —preguntó su amigo.


—Es hora de recuperar nuestras vidas. ¿Estás conmigo?

—Sabes que sí.

—¿Cuántos hay ahora en el búnker?

—Dieciocho niños y conmigo dos adultos. Retienen a Vienna en una

habitación de acero hecha especialmente para ella y que así se centre en


tener visiones. Últimamente ha tenido un montón de crisis. La van a volver

loca —dijo impotente—. La última vez que hablamos mentalmente me


habló de ti, de esto.

—¿Y ellos lo sabían?

—No, ellos solo escucharon cosas mundanas y cuando me


preguntaron al salir dije exactamente lo que habían oído. Todavía no

conocen que podemos hablar de otra manera. —Marmara asintió. —Me


habló de él. Me dijo que no te confíes o le matarán. Vio su muerte en dos

ocasiones. Debes sacarle de aquí, en cuanto Nigel se despierte irá a por él.

Angustiada susurró —Sabes que no puedo llevarme a algo tan


pesado como Gillean. —Miró las pantallas y Marc vio el dolor de su

sufrimiento por su separación y lo que es más, lo sintió. —Si escapa le


seguirán.

Marc miró hacia Nigel. —Está despierto, disimula para escuchar.


Le pegó una patada en el rostro que le rompió la nariz y levantó una
ceja mirando a Marc. —No, ahora ya no escucha nada.

Soltó una risita. —Cuantas ganas tenía de hacer esto.

—Si le matamos…

—Si le matamos vendrá otro, Marc, lo sabes tan bien como yo.
Como Roy estuvo antes de Nigel, tú no estabas, no le conociste, pero era un

cerdo del mismo calibre y después vendrá otro y otro. Ninguno de nosotros
nos libraremos de ellos a no ser …

—¿A no ser?

—Que cierren el programa.

Palideció al escucharla. —Entonces sí que nos matarán a todos.

—He estado muy ocupada estos meses yendo de un lado a otro,


¿sabes? Y aparte de escribir mis memorias he conseguido pruebas.

A Marc se le cortó el aliento. —¿Qué tipo de pruebas?

—He estado en el búnker, en su despacho. He estado en su


ordenador y he sacado una copia de todos los casos clasificados, de todos

nuestros expedientes, de todo lo que estos cerdos nos han hecho.

—Sus informes… ¿Cómo?

—Solo tenía que estar detrás de él mientras introducía la clave de


acceso. Siete dígitos que me costó conseguir casi un mes de aparecer y
desaparecer. Después todo fue rodado, escondida tras la mesa introduje la

memoria externa en el ordenador de este idiota y lo copié todo. Tres meses,


pero lo he conseguido.

—¿Qué piensas hacer con ellos?

—Mi hombre es muy listo, mucho más que yo. —Sonrió. —Esa
información ya está en la Casa Blanca.

Marc palideció. —Nos van a matar a todos.

—No, porque si no quieren que se entere todo el mundo de todo lo


que nos han hecho, nos dejarán en paz. Si no hubiera sido porque ha

amenazado a Gillean ni hubiera hecho acto de presencia, pero este cabrón


es capaz de todo hasta que el de arriba dé la orden. Y supongo que la estará

dando en este momento.

—Entonces no necesitas mi ayuda.

—No soy tonta, somos muy valiosos para ellos, las cosas se pueden
torcer y entonces será hora de luchar. Supongo que no puedes mentir. Te

interrogará cuando se despierte.

Él sonrió. —Me has dicho lo que él debía oír, ¿no es cierto?

—Dile que tiene veinticuatro horas para cerrar el búnker o explotará

por los aires.

—¡Mi hermana está dentro!


—No se arriesgarán. Sabes que no lo harán. Vienna es muy valiosa.

Marc miró sobre su hombro. —Viene alguien. —Al volverse vio

que ya había desaparecido. —Suerte, amiga.

La puerta se abrió y Jeff vio al jefe tirado en el suelo. —¿Qué coño


ha pasado?

—Que Marmara ha vuelto y cabreada, eso ha pasado. Y mira que le


advertí que la dejara en paz, pero es muy cabezota —dijo pasando a su lado

—. Él se lo ha buscado.

Sheldon se volvió con un plato en la mano y al verla en la cocina lo

dejó caer de la impresión. —Hola, guapo.

—¡Estás aquí! —exclamó pasmado antes de mirar por la ventana


que daba a la cafetería—. Te están buscando. ¿Sabes que hay unos del

gobierno que quieren pillarte? Y no se han ido, están a cuarenta kilómetros,


en el motel.

—Sí, mala gente. Necesito un favor.

—Lo que sea. Pide por esa boquita.

—Necesito que vayas a buscar a Gillean y le traigas aquí. Donde


haya gente, tiene que estar protegido. Y debes darte prisa, seguro que ya
han ido a por él. Le van a hacer daño.

Sheldon salió corriendo y su jefa gritó desde la barra —¿Pero a

dónde vas, loco? ¿Se me quema la cocina de nuevo? —Claudia asomó la


cabeza y cuando la vio en una esquina abrió los ojos como platos antes de

enderezarse y decir a Curtis —Cierra la puerta.

—¿Qué? Nunca cierras antes de las cinco.

Le hizo un gesto con la cabeza hacia la cocina y el hombre se


levantó para ver como su chica le guiñaba un ojo. —Hostia, hostia… —

Corrió hacia la puerta y el cura le miró pasmado. —No me mire así,


hombre. Los tacos están justificados.

El padre se levantó para verla salir de la cocina. Se miraron a los


ojos y él asintió. —Se las entregué todas. Cada una que dejabas bajo mi

almohada se la entregaba después de misa.

Emocionada susurró —Gracias.

—¿Se puede saber qué está pasando aquí? —preguntó Claudia


mosqueada—. ¿Por qué te persigue esa gente? ¿Has hecho algo malo? ¿Y

cómo coño has entrado sin que te veamos?

Merecían una explicación, se estaban arriesgando por ella, pero era

evidente que no podía contarlo todo a no ser que tuvieran que sacarlo a la
luz. Y esperaba que eso no pasara nunca porque siempre la señalarían con
el dedo. Mejor desviar la pregunta de cómo había entrado. —¿Si he hecho
algo malo? Lo hice en el pasado porque ellos me obligaron.

Todos la miraron pasmados. —Entonces lo que dice Alisa es cierto.

Trabajabas para el gobierno —dijo Claudia.

—Sí. Me negué a continuar y ellos no quieren dejarme. Dicen que


me necesitan, pero mienten, siempre mienten.

—Niña, en que lío estás metida... Contra esos no vas a poder —dijo
Curtis—. Tienen misiles, satélites y agentes especiales de esos que te matan

antes de que te des cuenta.

—Si todo va bien se terminará hoy mismo. Tenéis que proteger a


Gillean, que no se quede solo. Tiene que estar rodeado de gente o le

utilizarán contra mí.

Claudia levantó el teléfono de inmediato. —Déjamelo a mí. Llamaré


a algunos amigos del chico.

El sonido de un claxon les hizo volverse y vieron a Jennifer Onely a

punto de atropellar a una vecina. —Esta chica…—dijo el cura antes de


volverse, pero Marmara ya no estaba. —Niña no hace falta que te escondas,
no están fuera.

Mientras Claudia pedía ayuda a los vecinos alterada, Curtis rodeó la


barra y miró en la cocina. —No está, padre.
—¿Qué dices? —El cura se acercó y metió la cabeza antes de ir al
frigorífico para abrirlo. —Pues no.

Curtis entrecerró los ojos. —Que bien les enseñan, es capaz de salir
por el tubo del aire de la cocina. —Ambos miraron hacia allí pasmados. —

Menos mal que es delgadita.

Pasó por el pueblo de al lado para comprobar cómo iban las cosas.

Todavía estaban atendiendo a Nigel y sonrió maliciosa desde detrás de un


árbol. Hasta había ido una ambulancia. Tendría que haberle roto la crisma,
eso les habría retrasado. Pero Marc no podía mentir sobre lo que había
visto, tendría que confesar que había sido ella y los de arriba podían verla

como un potencial peligro que había que eliminar. Hizo una mueca. Eso si
no lo hacían ya.

Regresó al pueblo y se apareció en su antiguo piso. Una muchacha


morena de pelo corto a lo chico salió del baño y la miró pasmada con unos
sorprendentes ojos violáceos. —¿Qué haces tú aquí? —preguntó indignada.

—¿Y tú? Claudia no me ha dicho nada sobre que aquí viva nadie.

Se sonrojó. —No se lo digas.


—Una ocupa, lo que me faltaba por oír. —Puso los brazos en jarras
mirándola de arriba abajo y le recordó a sí misma seis meses atrás. —Vas

justa de pasta, ¿no?

—No lo sabes bien. Se están retrasando un poco en darme mi sueldo


para darme una lección.

Vio al lado del fregadero un par de latas abiertas y apretó los labios.
—¿Cómo te llamas?

—Jennifer. Jennifer Onely.

—Tú eres del pueblo. Me suena tu nombre.

—Mi padre me ha echado de casa.

—¿Por qué? —Entonces recordó el lío en que estaba metida. —


Bueno, da igual Tú no me has visto y yo a ti tampoco.

Esta suspiró del alivio. —Gracias. —Marmara fue hasta la puerta.


—¿Por qué no se van? Ya tenían que haber cerrado a las cinco.

—Es largo de contar. Aún tardaremos un rato.

—¿Hay una reunión? Hay mucha gente.

—Mierda. —Cerró la puerta. —Vas a hacerme un favor.

La miró con desconfianza. —¿De qué tipo? Porque a ti te busca la


pasma.
—¿Quieres seguir durmiendo aquí? Pues baja a llamar a Gillean y

dile que suba.

—¿Solo eso?

—Sí, solo eso.

—¿Y si me ve subir alguien? Antes ya me costó que no me pillaran.

—¡Oye maja, mueve el culo!

—Vale, como te pones…

Nerviosa se apretó las manos y Jennifer salió de allí a toda prisa. Se


acercó a la ventana y apartó ligeramente la cortina para ver que la calle

estaba llena de coches aparcados. —¡Eh! ¡Abridme! ¡Tengo que darle un


mensaje a Gillean!

Puso los ojos en blanco. —Muy discreta.

Escuchó los pasos subiendo a toda prisa y cuando se abrió la puerta


se tiró a él y se abrazaron con fuerza. —Estás aquí —dijo Gillean.

—Están en el pueblo de al lado.

—¿Lo has hecho?

—Sí, lo dejé en el despacho oval ayer por la tarde. Sabía por la


prensa que tenía una reunión allí cinco minutos después con un dignatario
chino.

—Bien, nena. —La apartó para mirar su rostro. —¿Estás bien?


Se emocionó por su preocupación. —Sí, pero han traído a uno de los

míos.

—¿A quién?

—A Marc.

—El que puede leer mentes.

—He podido estar con él a solas y está de nuestra parte. Está

dispuesto a luchar si es necesario. Su gemela está encerrada en el búnker.

—Si el presidente se toma a mal lo que estamos haciendo le

necesitaremos.

—Tus amigos han venido.

Él asintió sonriendo. —Son los mejores, no lo han dudado. Dicen


que si yo estoy de tu lado están de nuestra parte sea lo que sea lo que has
hecho para que te busquen. Hasta mi tío está dispuesto a llamar al
gobernador.

—Dile al sheriff que de momento no hagan nada. Hasta que no


tengamos una respuesta de arriba no.

—¿Crees que lo sabía?

—¿El presidente? Seguro que no tiene ni idea. ¿Crees que sabe todo

lo que ocurre en su gobierno?


—Si antes de tomar una decisión decide leerlo todo… Si tarda en

tomar una decisión…

Ella se tensó. —Entonces huiremos como tú decías.

Acarició su mejilla. —Estás preciosa.

—Estoy embarazada.

Su mano se detuvo de golpe mirándola con los ojos como platos

mientras perdía todo el color de la cara. —¿Cariño? —Se abrazó a él. —


¿Necesitas que te sostenga? ¡No te desmayes!

—¿Ahora? —gritó sobresaltándola—. ¿Ahora?

—Bueno, vienen cuando les da la gana.

—Joder nena…

—Oye, que tú tampoco pensaste mucho en ello.

—Pues tienes razón. —La abrazó con fuerza y le plantó un beso

como si estuviera desesperado por no perderla. Cuando separó sus labios


susurró —Tiene que salir bien.

—Sino huiremos, vendré a buscarte y nos iremos.

—Nunca has llevado contigo algo tan grande como yo.

—Lo intentaré. Sino buscaremos la manera. Pero hasta entonces


debes tener cuidado, mi padre ha muerto y no sé si han sido ellos.
Él apretó los labios. —¿Cómo te has enterado?

Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Quería asegurarme de que


estaba bien y aparecí ante su tumba.

—No han sido ellos, nena.

Se le cortó el aliento porque parecía convencido de lo que le decía.


—¿Cómo lo sabes?

—Alisa escuchó como Nigel ordenaba que le buscaran y uno de sus


hombres le dijo que había muerto en Hong Kong. Lo siento muchísimo.

Sus ojos reflejaron su pena. —No fue un buen padre, pero a pesar de
todo le quería.

—Lo sé. —La besó en la frente abrazándola con fuerza. —¿Qué vas
a hacer ahora?

Tenía que reponerse estaban en peligro, ya tendría tiempo a llorar

después. —Ir al búnker y liberar a Vienna. La necesito conmigo para saber


si puede ver lo que ocurrirá.

—¿Siempre acierta?

—A veces no ve nada, pero lo que ve siempre se cumple o se ha


cumplido en el pasado.

—¿Podrás sacarla de allí?


—Puedo allanarle el camino para que escape. No es la primera vez
que lo hacemos.

—Nena, eso no lo pusiste en tus memorias.

—Se me pasó.

—¿Y se te han pasado muchas cosas?

—Cariño no podía escribirlo todo, no hubiera acabado nunca. —Le


besó en los labios. —Te amo. No te separes de ellos, no querrán cogerte con
testigos. Si te pasa algo tendrán que dar explicaciones que no quieren.

—Muy bien. ¿Y si les dañan a todos?

—Eso es muy peligroso, cielo. No se atreverían, eso no podrían


ocultarlo.

—Si te cogen…

—Sabes que no pueden, no te preocupes por mí.

—Ese tío no me ha gustado nada. Tengo la sensación de que tiene


un as en la manga. ¿Si no puede cogerte por qué se empeña en buscarte? No
colaborabas antes y no lo harás ahora. ¿Por qué esa insistencia en dar

contigo?

Se le cortó el aliento. —Ha descubierto como retenerme. Vienna…

—Tienes que sacarla de allí y averiguar cómo puede hacerlo, nena.


Si ahora puede retenerte no parará.
—Pero Marc no me ha dicho nada.

—¿Y si no lo sabe?

—Se puede comunicar con su hermana mentalmente. Ella se lo


hubiera dicho. Además hubiera leído el pensamiento de Nigel. Marc lo
sabría.

—Entonces puede que estemos exagerando y solo quiera dar contigo


porque te has quitado el chip, pero ahora que tengo la mosca tras la oreja no

me quedaré tranquilo hasta que no lo averigües.

—Le preguntaré a Vienna. Igual si se lo digo vea algo.

—Vigila tu espalda.

Le abrazó por la cintura. —Y tú la tuya, mi amor. —Le besó en los

labios antes de desaparecer de entre sus brazos sintiendo que se le rompía el


corazón por tener que dejarle.
Capítulo 8

Vienna tumbada de costado en la cama, estaba rayando con un


alambre la pared de acero. Juró por lo bajo porque empezaba a hacer frío y

el chándal gris que llevaba no le servía de mucho. Se sentó para cubrirse


con la manta cuando la puerta de acero se abrió. Volvió la cabeza para mirar

hacia allí, pero no entraba nadie. Se levantó de la cama y sus rizos

pelirrojos cayeron por su espalda. Sus zapatillas de deporte no hicieron


ruido sobre el suelo y dio unos pasos hacia ella. Abrió la puerta del todo

para ver que el pasillo estaba desierto. La imagen de Marmara gritándole


que corriera le cortó el aliento y sin perder el tiempo corrió hacia su

izquierda. Los cierres de seguridad de la puerta del final del pasillo se

abrieron y la abrió a toda prisa empezando a subir los escalones de hierro.

—¡Date prisa!

Subió los escalones de dos en dos y cuando llegó arriba la puerta se

abrió. Al salir vio a un guardia ante una de las habitaciones, pero Marmara
apareció tras él golpeándole en la cabeza con una barra de uñas. —¡Vamos,

vamos!

Unos niños salieron de las habitaciones para verlas correr hasta la

puerta que estaba al lado de la garita. Empezó a sonar la sirena mientras el

tipo que estaba dentro gritaba algo al teléfono. Marmara sin dejar de correr

desapareció y apareció tras él golpeándole con fuerza antes de pulsar el

botón que abría la puerta y esta se abrió ante su amiga, que pasó de lado
para ganar tiempo. Al llegar al ascensor gritó —¡Sube!

Ella lo hizo y Marmara desapareció de nuevo. —Vamos, vamos —

dijo Vienna ansiosa pulsando el botón que subía.

El ascensor cerró sus puertas y suspiró del alivio. En su mente vio a

su amiga en la garita de arriba encargándose del que estaba dentro y como

después corría hacia el ascensor, pero también vio a un grupo de hombres

armados dentro de un jeep que bajaba a toda velocidad por la rampa que
daba acceso al búnker. Apuntaron hacia la puerta mientras uno de ellos

gritaba —¡No las matéis!

Las puertas del ascensor se abrieron y Vienna gritó —¡Están


rodeando el edificio, no podrás con todos!

Marmara cogió su mano y entró de nuevo en el ascensor cerrando


las puertas.
—¿Qué haces?

Bloqueó las puertas y miró hacia arriba. —Espera aquí.

—¿A dónde voy a ir?

—Buena pregunta, vete pensando en ello. —Desapareció y Vienna


escuchó que estaba en el techo. Abrió la trampilla y esta cayó hacia abajo.

Estiró la mano. —¡Vamos, sube!

Saltó cogiendo su mano y logró agarrarse con la otra en la parte

lateral de la trampilla mientras su amiga tiraba de ella con fuerza. Cuando

logró subir un pie y apoyarlo en el borde no le costó sentarse a su lado.

Miraron hacia arriba. —¿Cómo sabías que había una trampilla?

—Hace años antes de que llegarais se estropeó el ascensor. Un día

tuve curiosidad y miré lo que hacían. Esa trampilla da al exterior.

—Estará cerrada.

Levantó la barra de uñas y Vienna sonrió. —Vamos.

Vienna fue a los escalones de hierro incrustados en el cemento y

empezó a subir con agilidad mientras escuchaba los golpes que estaba
dando su amiga para quitar el candado que estaba viendo en su mente. El

candado se abrió y Vienna empujó la trampilla dejándola caer al otro lado.

Marmara tiró la herramienta a un lado y ambas se volvieron mirando a su

alrededor. Estaban en una especie de túnel. —Quédate aquí.


—No, están ahí, esperando.

Gimió mirando al otro lado. —Igual. No podré salir contigo. —

Cogió su mano. —Escúchame, tenemos unos minutos hasta que entren.

—Saben cómo retenerme, ¿verdad?

—Soñé con eso esta tarde.

—Cuando hablé de ello.

—No saben retenerte, quieren clonarte.

Se le cortó el aliento. —¿Qué?

—Quieren empezar de nuevo. Al ver que te habías quitado el chip

temen que la poca sangre que conservan de ti no sea suficiente para los

estudios que están realizando. ¡Quieren sedarte y que estés indefensa para

después extraer de ti lo que necesiten!

Palideció. —Les da igual que muera.

—Saben que no colaborarás. Tienes que irte, tienes que dejarle.

Asustada soltó su mano. —No pienso dejarle.

—Será un lastre para ti y terminarán matándole.

—Saben que es importante para mí, pero…

A Vienna se le cortó el aliento. —Vas a tener un hijo. Un hijo suyo.

—¡Dime que ves una salida!


Su amiga la miró a los ojos. —Los de arriba no te ayudarán. Han

dado el visto bueno al proyecto de trabajar con los niños aquí.

Se le cortó el aliento dando un paso atrás. —No, no… ¿Cuándo?

¿Es pasado o futuro?

—¡No lo sé, no puedo concentrarme! ¡Tienes que irte, están


perdiendo la paciencia y van a entrar!

—No puedo dejarte aquí.

Vienna sonrió. —No pasa nada, no te preocupes.

—¡Alto!

Marmara desapareció y el dardo tranquilizante le dio a Vienna en el

pecho provocando que se desmayara en el acto cayendo redonda al suelo.

—¡Joder! —gritó uno de ellos apuntándola con el arma y

acercándose—. ¡Llevadla a su habitación!

Uno de los guardias dejó caer el arma y la cogió en brazos mientras

los demás se alejaban. —¡Buscadla, igual no se ha ido, no os confiéis!

Apenas cinco minutos después el guardia bajaba a Vienna por la

rampa que accedía al búnker mientras los focos iluminaban los alrededores

y sus compañeros registraban el perímetro palmo por palmo. El guardia


rodeó el jeep para entrar y de repente apareció Marmara ante él pegándole

con la barra de uñas en toda la cara. Ambos cayeron al suelo y agarró a su

amiga de la mano tirando de ella hacia el jeep. —Estás un poco más gorda,

guapa. —La cogió por las axilas y la tiró en el asiento del copiloto como

pudo. Cerró la puerta y rodeó el vehículo. —Esta sí que va a ser buena… —

Se puso tras el volante y arrancó dando marcha atrás antes de acelerar a

fondo para subir la rampa. Los focos la iluminaron y al llegar arriba giró el

volante para poner la directa y acelerar de nuevo yendo hasta la enorme

verja que estaba a un kilómetro. Escuchó disparos y se agachó cuando uno

reventó la ventanilla. —¡Hijos de puta, no podréis conmigo! —Pisó el

acelerador a fondo y por el espejo retrovisor vio las luces de los coches que

la seguían. —¡Vamos, vamos! —La verja cada vez estaba más cerca y unos

coches se pusieron delante. Varios hombres salieron de ellos y empezaron a

disparar. La risa de Gillean hizo que le viera en su mente. Estaba tras el

volante de su camioneta y ella miró al frente para ver la carretera hacia el

pueblo. Acelerando a fondo le escuchó decir —Te amo, nena —dijo

cogiendo su mano. Ante ella vio la carretera al pueblo y gritó

concentrándose. De repente el coche revotó sobre el asfalto y Marmara


gritó frenando en seco al ver ante ella a un camión. El coche giró sobre sí

mismo y Marmara reaccionó volviendo el volante al lado contrario mientras

gritaba de miedo, pero de repente el coche se detuvo al lado de la cuneta.


Con la respiración agitada miró a su alrededor mientras un coche se detenía

tras ella. Una mujer salió corriendo hacia su coche y abrió la puerta.

Asombrada vio a Alisa. —¿Qué haces tú aquí?

—¿Marmara? —preguntó tan pasmada como ella.

Entonces entendió. —¿Estoy en Donwhill?

—Claro. —Miró a Vienna. —Uff, ¿está muerta?

—No. ¿Por qué estás aquí y no con Gillean?

—Tenía que llevar a Lisa a casa de mi abuela.

—¿Gillean sigue en la cafetería?

—Sí, pero dos coches están vigilando en la calle. Algunos se han

ido, tienen responsabilidades, pero aún quedan muchos con él. Están
fingiendo que hay una fiesta.

—Estupendo. —Se bajó del coche. —Llévala a tu casa.

—¿Quién es?

—Una amiga que está en mi misma situación. —Entonces se detuvo


en seco y rodeó el jeep para abrir la puerta. La empujó para tener acceso a

su espalda y levantó su sudadera. Palpó entre sus omoplatos y después de


unos segundos suspiró del alivio. —Está limpia.

—Ya que estás ahí quítale ese chisme del pecho, me da grima —dijo

sentándose tras el volante.


Estiró el cuello y alargó la mano para arrancarle el dardo del pecho
tirándolo a un lado antes de cerrar de un portazo. Alisa la miró

impresionada. —Así que es cierto, eres como esas que salen en misión
imposible.

—No se parecen a mí en nada —dijo guiñándole un ojo antes de ir


hacia el coche de Alisa—. ¡Cuídala! ¡Qué no la vea nadie!

—¡Tranquila!

Se metió en su coche y aceleró adelantándola. Podría ir directamente

con su don, pero no quería que Alisa la viera, ya había visto bastante. Cogió
la carretera del rancho y aparcó el coche en la cuneta. Respirando hondo

apareció ante el motel y juró por lo bajo porque por allí no había ningún
coche del gobierno. Necesitaba encontrar a Marc. Frustrada hizo una visita

rápida a la habitación donde había estado antes. Se quedó sin aliento al ver
que todos los monitores habían desaparecido. ¿Habrían tomado en serio su

amenaza de volar el búnker? Salió de la habitación a toda prisa y corrió


hasta la recepción. Empujó la puerta de cristal, pero estaba cerrada así que
pulsó el timbre varias veces de la impaciencia.

—¡Sí, ya va!

Un hombre salió de una habitación que había detrás del mostrador y


se puso el cigarro en la boca para abrir la puerta. —¿Quiere habitación?
—¿Los tipos de los coches negros se han ido?

—¿Los del gobierno?

—Sí, esos.

—Sí, se fueron sobre las seis y media. Justo antes de que


oscureciera.

—¿Y no sabe qué dirección tomaron?

—Fueron hacia Donwhill. Me llamó la atención de que fueran hacia


allí.

—¡Gracias, gracias! —dijo antes de salir corriendo.

—¡Pero se han quedado dos!

Se detuvo en seco. —¿Dos?

—En la dieciséis les tiene. Me pareció oír que les recogerían de

vuelta.

Ella miró hacia allí y caminó por el aparcamiento hasta la puerta


dieciséis. Se acercó lentamente a la ventana y escuchó el televisor. —Voy a

por hielo —dijo un hombre dentro.

—De eso nada ya iré yo.

Marmara desapareció apareciendo al final del edificio y se escondió

tras la esquina. El hombre salió de la habitación dejando la puerta abierta y


dijo —Ni se te ocurra salir.
—Tranquilo hombre…

—No, tranquilo no. Si se te ocurre salir vas a conocer mi mala


hostia.

Apareció tras él y cogió su cabeza golpeándola contra el marco de la

puerta. —Primero conocerás tú la mía —dijo mientras el tipo ponía los ojos
en blanco y caía desplomado.

Levantó la vista hasta su amigo que sonrió. —Te he sentido llegar.

—La miró esperanzado. —¿Es cierto lo que he leído en tu mente? ¿Mi


hermana es libre?

—Vamos, no podemos perder el tiempo.

—No, no podemos porque han ido a por él.

Se le cortó el aliento. —¿Por Gillean?

—Este idiota recibió una llamada hace unos minutos y le dijeron


que estabas atacando el búnker. —Marmara palideció. —Por sus
pensamientos sé que los hombres de Nigel han ido a por él.

Cogió su mano y aparecieron en su antigua casa sobre el restaurante.

Jennifer sentada en la cama con un cuaderno en la mano dejó caer el lápiz


que tenía en la boca mirándoles con los ojos como platos.

Marc la miró asombrado. —¡Puedes mover cosas grandes!


—Te lo explicaré después. —Miró por la ventana y juró por lo bajo.

—Los coches que decía Alisa no están. —Se volvió y al ver a Jennifer se
detuvo en seco. —Mierda, me había olvidado de ti.

Jennifer reculó sobre la cama. —Hostia, hostia…

—No dirás ni pío —le dijo muy seria.

—Soy una tumba.

—Está pensando en llamar a su padre.

—¡Jennifer!

—Vale, no le llamo —dijo cada vez más pasmada.

—Shusss… —dijo ella sobresaltándola—. ¿Dónde está la gente?

¿No están abajo?

—Los de los coches entraron a por Gillean hace como unos veinte
minutos. Aunque nos resistimos nos apuntaron con sus armas. ¡Le han

pegado un tiro al sheriff en la pierna por sacar su arma! La gente salió


despavorida. Ni siquiera llamaron a una ambulancia. Del terror hasta el
sheriff salió corriendo como podía. Yo vine a esconderme y… Bueno, vi

como se lo llevaban a rastras.

—Dios mío… —En ese momento escuchó un frenazo y miró por la


ventana para ver como Alisa bajaba del coche y miraba hacia la cafetería

asombrada. Marmara sacó la cabeza por la ventana. —¿Qué haces aquí?


Ella miró hacia arriba. —¿Le han pegado un tiro a mi padre? ¡Me ha
llamado mi vecina cuando iba hacia mi casa!

Apretó los labios. —Marc, baja con ella que tiene a tu hermana.

—¿Tú qué vas a hacer?

Entrecerró los ojos. —Ir a buscarle.

—Es una locura.

—Ahora puedo llevármelo.

Marc cogió su brazo. —La oigo.

Se le cortó el aliento y su amigo miró hacia la ventana. —Vienna…

—Abrió la puerta y Marc salió corriendo.

Esperando que pudiera decirle algo bajó tras él a toda prisa y Marc

abrió la puerta del coche.

Alisa sollozó. —¿Es cierto? ¿Le han herido?

—Tranquilízate, ha sido en la pierna.

Suspiró del alivio y miró hacia Marc que cogía la cara de la mujer

para mirarla fijamente.

—Eso es, hermana. ¿Qué debe hacer?

—¿Qué hace?

—Shusss, no le desconcentres.
—Está inconsciente.

—Para él no —dijo angustiada.

Marc la besó en la frente y la acomodó con suavidad antes de rodear


el coche. No tenía muy buena cara. —Van camino del búnker. No llegarán

hasta mañana.

—Todavía puedo sacarle del coche.

—¡No! ¡Pueden pegarte un tiro o sabe Dios qué! ¡No sabes cuantos

le acompañan!

—¡No me verán! Ellos no saben que ahora puedo llevar cosas

pesadas y…

—¡Si es una trampa y te cogen todos estamos muertos, Marmara!

Se le cortó el aliento porque era cierto, podía ser una trampa. —Iban
a ir a buscarte antes de regresar. Ahí sabremos cuantos son.

—¿Crees realmente que soy tan importante cuando ya le tienen a

él? Dirían que nos apañáramos para regresar al búnker.

—¡Tengo que hacer algo! —Sus ojos brillaron. —Si hago un viaje
rápido puedo controlar la situación antes de actuar.

—¡Piensa Marmara! ¡Te están esperando!

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Su amigo la cogió por los brazos.


—Sé lo que piensas y no sirve de nada que vayas ahora al búnker. Además,
mi hermana me ha contado lo que pretenden hacer con nuestro ADN.
Tenemos que evitarlo. Tú serás la primera, pero después seremos los

siguientes. Hay que impedirlo. Debemos sacar a los niños y destruir las
muestras de sangre.

Separó los labios de la impresión. —Podemos volarlo todo, no será


difícil llevar explosivos. ¿Pero sacar a los niños? ¿Cómo lo haremos antes
de que se dé la alarma? Casi no lo contamos esta vez, ¿sabes?

Marc se llevó las manos a la cabeza y Marmara dio un paso hacia él.
—¿Sigue viendo la muerte de Gillean?

—¿Qué dices? —preguntó Alisa espantada.

—Ahora no ve nada sobre eso. Sus pensamientos son algo caóticos


—respondió Marc sin hacerle caso.

—¿Lees los pensamientos? —Alisa no salía de su asombro antes de

mirarla a ella de otra manera. —¿Y tú qué haces?

—¿Por qué piensas que hago algo?

—¡Porque es obvio que os conocéis muy bien y estáis hablando de

un búnker y cosas así! Sois especiales, ¿no?

Marc hizo una mueca. —Mi hermana dice que estamos malditos.

Sonrió irónica. —Hacía mucho que no lo oía. Esos somos nosotros,

los malditos.
—Parece el nombre de un grupo de rock.

Rio sin poder evitarlo y Marc sonrió. —Esa de antes nos vigila
desde la ventana. Hay dos en la cafetería y varios más espiando desde sus

casas. Tienen miedo.

—No puedo culparles. Nos vamos. —Entonces recordó algo y miró


a su amigo.

—No, no tengo chip. —La miró divertido. —Tú eres la única que
podía escapar del búnker y teníamos que confiar en ellos, ¿recuerdas? Al fin
y al cabo son los buenos de la historia.

Abrió la puerta del conductor. —Supongo que me pusieron verde.

—Traidora es lo más bonito que dijeron de ti. Hasta hicieron una


charla sobre lo importante que es amar a tu país. Durante estos años te han
pintado como una enemiga y los niños te temen como al hombre del saco.

Gruñó sentándose tras el volante. —Estupendo. Así que no vendrán

conmigo voluntariamente. —Arrancó el motor y cuando escuchó que


cerraban las puertas aceleró saliendo del pueblo a toda prisa.

—¿Qué vais a hacer ahora? —preguntó Alisa mirando de reojo a


Marc.

Marmara respondió —Tengo que pensar en ello.

—¡Para, para!
Frenó en seco y miró hacia atrás. Marc miraba la cabeza de su

hermana. —Han cambiado de planes, no le llevan al búnker.

—Porque saben que conozco el sitio.

—Exacto. Le llevan a un lugar desconocido para ti. Nigel se aleja

con los demás para que no te transportes pensando en sus rostros.

—¡Mierda! ¿Va alguien que yo conozca con él?

Marc la miró a los ojos antes de negar con la cabeza. Aterrorizada

por Gillean sollozó volviéndose. Entonces parpadeó antes de mirar hacia


Marc que sonreía de oreja a oreja. —Pero sí conozco la cara de Gillean.

—Nigel debe estar tan centrado en que no le vuelvas a hacer daño


que creo que no se ha dado cuenta de eso. —Se echó a reír. —Será idiota.
Tenemos unos minutos hasta que lo recuerde. Mi hermana dice que unos

ocho.

—¿Sabe cuántos van con él?

—Dos. Conductor y uno a su lado.

Tomó aire antes de asentir. —Solo debe preocuparme el que va a su

lado. Al otro no le dará tiempo a reaccionar. Os veo en el rancho.

—Pero…

Desapareció apareciendo sobre el regazo de Gillean que estaba

inconsciente. Al sentir un fuerte dolor en el muslo se dio cuenta demasiado


tarde de que sí era una trampa, pero abrazó a Gillean llevándoselo y

aparecieron en el sofá del rancho justo antes de perder la consciencia sobre


él.

El dolor en el muslo la despertó y se encontró tumbada con Gillean


a su lado. Este miraba al frente. —Desvíate a la secundaria, no quiero
sorpresas con los controles si es que los hay.

—Saben que con ella no son necesarios —dijo Marc divertido.

—Por si acaso.

Al mirar hacia ella sonrió cogiendo su mano. —Ya te has


despertado, nena.

Sus ojos se llenaron de lágrimas por los morados de su rostro. —


¿Estás bien?

—Nos preocupas más tú. ¿Te duele mucho?

—Sí.

—Te han hecho una buena raja en el muslo. Marc dice que han
querido herirte para cogerte indefensa en el hospital cuando estuvieras

sedada, pero no te llevamos a ningún centro médico, preciosa. Te ha tratado


el doctor Fleming, estaba en casa de los padres de Alisa sacándole la bala al
sheriff y ella le trajo sin que les viera nadie. —Gillean miró por encima de

ella y entonces fue consciente de que ya era de día y de los árboles que veía
por la ventanilla. Estaban en la vieja furgoneta de Claudia. Él cogió una
botella de agua y un bote de pastillas. —Toma dos.

—¿Me dormirán? No puedo dormirme.

—Antes no estabas dormida, Marmara —dijo Vienna desde delante


—. Te has desmayado. Demasiados esfuerzos en tus transportaciones.

¿Recuerdas que con doce años también te pasó?

Cerró los ojos porque era cierto. Después de un ejercicio demasiado

intenso se había desmayado en medio del comedor y no se había despertado


en veinticuatro horas.

—Estás segura, nena, no te preocupes. —La cogió por la nuca y le


metió las pastillas en la boca antes de acercarle la botella de agua. —Eso es.

Bebió con ganas y cuando no quiso más preguntó —¿A dónde


vamos?

—A un lugar seguro. Un tío de Sheldon le dejó en herencia una


cabaña cerca de un lago. Vamos hacia allí. —Hizo una mueca. —Aunque él

no lo sabe, claro.

Sonrió. —Me ha hablado mucho de ella, le encanta ir en sus


vacaciones.
—Te recuperarás y pensaremos en qué hacer. —Se miraron a los
ojos y Gillean al ver la angustia que reflejaban los suyos besó su mano casi
con desesperación.

—Tus animales.

—Los chicos se encargarán de ellos.

Una lágrima cayó por su sien. —No podremos volver a casa.

—Seremos felices en otro sitio.

Tendría que renunciar a todo por su culpa. Jamás debería haberle


metido en eso.

—Encontraremos una solución —dijo Marc desde delante.

—¿Qué solución? Ya lo hemos intentado todo.

—Siempre hay una salida —dijo Gillean—. Ahora lo importante es


que te recuperes lo más pronto posible. No pienso rendirme. ¿Y tú, nena?

Mirando sus ojos sintió fuerzas y negó con la cabeza haciéndole


sonreír. —Muy bien, preciosa. ¿Tienes hambre? Ni sabemos cuánto llevas
sin comer —dijo preocupado.

—Te quiero.

—Y yo a ti, mi vida. —Se agachó y besó sus labios. —Y no me


rendiré. Les destruiremos a todos, te lo juro.
—Ya me había rendido —dijo Vienna mirándola—. Y tú me has
dado fuerza para continuar. Para tener esa vida que debí tener desde los
cinco años. Me la quitaron y la voy a recuperar.

—Bien dicho —dijo Marc entusiasmado.

—Mira ahí, hay una cafetería. ¿Paramos?

—¿Tienes que mear de nuevo? —dijo Vienna divertida.

—¡Tenemos que comprar y deja de hacer eso! ¡No puedo creer que
me veas yendo al baño!

—¡Tú lees mis pensamientos, así que te fastidias!

Sonrió sin poder evitarlo y miró a los ojos a Gillean que divertido
levantó una ceja. —Sois muy interesantes.

—Pues no has visto nada. Tenemos que encontrar a Rachael.

Vienna se volvió sorprendida. —La sacaron poco antes de meterme


en la habitación de acero y no la hemos vuelto a ver. Ni siquiera yo.

Sonrió. —Pero yo puedo encontrarla. Tengo su rostro muy bien


grabado en la memoria.

—Tienes una habilidad muy útil, nena.

—Por eso es tan valiosa —dijo Marc antes de recibir un codazo de

su hermana.
Gillean apretó los labios viendo como perdía la sonrisa poco a poco
y apartaba la mirada. —Sí que es valiosa. Valiosa para mí.
Capítulo 9

Dos semanas después sentada ante el lago veía como Marc y Gillean
pescaban. Vienna se acercó a ella y le tendió la taza de café sentándose a su

lado. —Ya estoy preparada.

—No debes forzar esa pierna. Te acabamos de quitar los puntos y

aún cojeas un poco.

—¿Por qué dices eso si sabes que no te haré caso?

Vienna sonrió divertida antes de dar un sorbo a su café. —El futuro

se puede cambiar en el presente, lo sabes muy bien. —Se tensó con fuerza y

miró hacia atrás. —A unos kilómetros de aquí han secuestrado a una niña.
Viene para acá.

Se levantó en el acto y ambos miraron hacia allí. Marc siseó —

Joder…

—¿Qué pasa?
—Mi hermana ha visto un secuestro. Un pederasta. Se acercan al

lago.

Gillean tiró de la cuerda que encendía el motor y cogió el timón

acercándose a la orilla. Le miró preocupada. —Tenemos que ayudarla —

dijo él.

—Escondámonos, está a punto de aparecer. —Vienna echó a correr

hacia la casa. —¡Y atentos porque lleva un arma en el bolsillo derecho de la

cazadora!

Marc corrió hacia detrás de un árbol y Marmara cogió de la mano a

Gillean apareciendo de nuevo dentro de la furgoneta de Claudia. —

Tenemos que alejarla para que no la vea —dijo ella arrancando el motor. La

metió entre los árboles hasta aparcarla detrás de una gran roca llena de

musgo y salieron a toda prisa para rodearla.

Gillean la cogió por la cintura escondiéndola cuando vieron un

coche granate muy viejo bajando lentamente por el camino al lago. —Ahí

está —dijo él furioso—. Ese cabrón…

Viendo su perfil y su coche no lo pensó, se transportó al asiento del

copiloto. Él la miró con sorpresa y Marmara inclinándose hacia atrás le dio

una patada en la cara que le hizo golpearse la cabeza contra el cristal, pero
este gritó intentando agarrarla.
Vienna salió de la casa y gritó —¡Van a caer al lago!

Marmara intentó golpearle con el puño, pero este le agarró el brazo

demostrando que tenía fuerza. Gillean corrió hacia el coche que no se

detenía, al igual que Marc que llegó primero e intentó abrir el capó para

sacar a la niña, pero de repente el coche aceleró. Gillean juró por lo bajo sin

dejar de correr y el coche con esa velocidad se acercó al agua rápidamente

encontrándose con un desnivel cerca de la orilla, lo que provocó que saliera

volando para caer al agua. —¡No, no! ¡Marc trae algo para abrir el capó!

Marmara gritó antes de morderle la mano con saña y este gritó

apartándola antes de recibir un puñetazo en la boca que le rompió un diente.

El tipo intentó sacar la pistola y Vienna gritó de miedo, pero antes de que
pudiera sacarla recibió un codazo en la cara que le atontó. Marmara siseó

—No nos esperabas, ¿verdad? —Le agarró por el cabello golpeando su

cabeza contra el volante con furia. —¡Pues aquí estamos!

De repente se dio cuenta de que había dejado de luchar y fue

consciente del agua que ya tenía por el pecho. Por instinto se tiró a la

puerta, pero esta no se abría. El agua llegó a su barbilla y desapareció para

aparecer en la orilla donde Marc llevaba una niña rubia en brazos que

parecía muerta.

—¿Está bien?
—Sí, solo está desmayada —dijo Vienna.

—¿Dónde está Gillean?

—Intentando rescatarte —dijo Marc divertido.

Gimió viendo como salía a tomar aire y la miraba desde el agua. —

Ha sido una gilipollez, ¿no?

—Bueno, podría haberme desmayado o algo.

—Claro.

—Uy, uy que noto algo de orgullo herido —dijo Marc por lo bajo

pasando a su lado.

—Mierda. —Forzó una sonrisa mirando a su hombre que salía

empapado. Se acercó a él y le abrazó con fuerza. —Gracias por rescatar mi

alma, mi corazón y por soportarme.

La abrazó a él. —Me has asustado.

—Lo sé y lo siento. Tenía que haber llevado un arma.

La cogió por los hombros y gritó —¡Sí, y que no se te olvide otra


vez!

Sonrió. —¿Te encuentras mejor?

—Espera nena que estoy pensando que más decirte.

Se echó a reír y le abrazó de nuevo.


—Parejita, esta niña necesita volver con sus padres —dijo Vienna.

Se apartó y la miró. —Trae.

—¿La vas a llevar tú?

—Sé donde dejarla.

Desapareció y ambos le miraron con la ceja levantada. Gillean

gruñó. —Tengo mucho a lo que acostumbrarme, ¿vale?

—Pues lo haces genial —dijo Vienna.

—¿De veras?

—Ojalá algún día encuentre un hombre que me comprenda como tú

a ella.

Sheldon se volvió con un cuenco lleno de ensalada en las manos, vio

a la niña sobre la encimera y pasó de largo hacia el fregadero. Abrió el grifo

y frunció el ceño mientras Claudia gritaba —¡Un plato especial de la casa

para Curtis!

Sheldon se volvió sobre su hombro y al ver a la niña de nuevo juró


por lo bajo antes de gritar del susto apartándose todo lo que pudo. —¿Qué

pasa, viejo? ¿Has visto un ratón?


Asombrado miró el tubo de ventilación antes de mirar a la niña de

nuevo. —¡Jefa, no te vas a creer esto! ¡El cura y Curtis tenían razón!

Apareció en la cabaña de Sheldon y se encontró con Gillean

quitándose la camiseta. —¿Dónde la has dejado?

—En la cafetería. —Soltó una risita. —La cara que va a poner

Sheldon.

—Nena, te van a pillar —dijo quitándose los pantalones.

—Si Jennifer no se ha chivado ya….

—Pensarían que está loca. Muchos ya lo creen por el carácter que

tiene.

Mirando ese apetecible trasero se mordió el labio inferior, se llevó

las manos a la cinturilla del pantalón y se lo quitó a toda prisa con braguitas

y todo. No la había tocado en meses y se moría por tenerle dentro. Al

pensar en ello su corazón se aceleró y preguntó con voz ronca —¿Dónde

están los demás?

Se volvió para mirarla a los ojos. —Me da que tu amiga se ha olido

algo porque no tengo ni idea.


—Gracias a Dios… —Se tiró sobre él atrapando sus labios y gimió

de gusto cuando entró en su boca para besarla como si quisiera comérsela

entera. Gillean la agarró por el trasero y deseando sentirle le abrazó por el

cuello respondiendo con ganas.

Él gruñó apartando sus labios. —Demasiada ropa, nena.

Se quitó la camiseta mostrando que no llevaba sujetador. —¿Así

mejor?

—Perfecto. —La elevó y pasó la lengua por el valle de sus pechos.


—Nena estás mojada, voy a secarte. —La tumbó en la cama y sobre ella

besó su vientre volviéndola loca cuando la lengua rodeó su ombligo. Bajó la


mano hasta su sexo y la acarició con el índice. Cuando su dedo rozó su

clítoris gritó elevando las caderas y él pasó la mejilla por el vello de su


sexo. —Echaba de menos tu olor.

—¡Oh, Dios!

Su lengua hizo el mismo recorrido que su dedo y rodeó el botón de


su placer hasta volverla loca antes de chupar con tal fuerza que creyó que

todo su cuerpo se quebraba. Gritando de necesidad llevó la mano a su


cabello y él sonrió soplando sobre su sexo. Fue como si la traspasara un

rayo y cuando su dedo entró en su interior pensó que no lo resistiría. Mas


cuando movió ese dedo dentro de su sexo hasta rozar un punto que la hizo
estallar de placer. Ni le dio tiempo a recuperarse cuando se tumbó sobre ella
y entró de un solo empellón haciéndola de nuevo consciente de su cuerpo.

Gimoteó porque la necesidad regresó y él atrapó sus labios besándola con


pasión moviendo sus caderas cada vez más rápido, cada vez más exigente,

lo que provocó que llegara al borde de la felicidad en apenas un instante.


Sintiendo que su corazón se le salía del pecho apartó sus labios y él besó su

cuello entrando en ella con una contundencia que la catapultó al viaje más
increíble de su vida.

Tumbados en la cama miraban el techo. —Marc se tiene que estar


helando —dijo ella—. Tenemos que levantarnos.

Él hizo una mueca y se apoyó en el codo para mirarla bien. —


Podríais ayudar a mucha gente.

—Sí, pero nunca nos dejaban. —Sonrió con tristeza. —Nos

reservaban para otras cosas.

—Esos cabrones… ¿Crees que Rachael podrá ayudarnos?

—Es la que tiene el don más parecido al mío.

—Hacer desaparecer cosas no lo veo muy útil —dijo levantándose.


—Ah, ¿no? —preguntó divertida—. Puede desarmar a un hombre a
cien pasos. ¿Eso no es útil?

—Visto así… ¿Y esas cosas dónde van?

—Ni idea, nunca lo hemos sabido. Simplemente desaparecen.

—¿Cómo se dio cuenta?

—Lo descubrió siendo una niña, tenía seis años. —Se levantó y fue
hasta el pequeño baño para ducharse. —No le gustaba el programa que le

puso su madre y el televisor desapareció.

Gillean rio por lo bajo entrando con ella en la pequeña ducha. Ella
levantó una ceja. —Nena, que solo quiero aprovechar el agua. Marc tiene
que ducharse.

—Ya, claro. ¿Te preocupa? —La miró sin entender. —¿Nuestro


bebé te preocupa?

—Le pondremos una pulsera de seguimiento. Por si las moscas.

Se echó a reír. —Qué hombre más listo tengo.

Le dio un azote en el trasero. —¿Te duele la pierna? Vi la patada

que pegaste y…

—Estoy bien. No me hizo daño.

Él cogió su antebrazo para ver él morado que empezaba a salirle.

—Casi no me hizo daño.


La miró fijamente. —Ni se te ocurra volver a transportarte sin ir

armada, ¿me oyes?

Sabía que estaba preocupado por ella, aquella situación era de locos,

así que no queriendo que se agobiara más asintió. —Muy bien.

La besó en la frente. —¿Cuándo te irás?

—Esta misma noche. De madrugada. Esperemos que esté


durmiendo y sola porque sino será todo un circo.

—Bien. Si lo ves feo te largas.

—Eso no lo dudes.

Ante la cama de su amiga apretó los labios por el estado en el que se

encontraba. Estaba totalmente borracha y seguramente drogada por los


botes de pastillas que había sobre la mesilla de noche. En ese momento ni

reconocería a su madre si la tuviera delante. Miró a su alrededor y gracias a


la luz que se filtraba por la ventana vio que el apartamento daba pena. Todo

estaba tirado por cualquier sitio y había varios envases de comida preparada
sobre la mesa de centro ante el televisor. Había tocado fondo. Su risueña

Rachael había tocado fondo y la culpa era de esos cabrones. Se acercó a ella
y cogió su mano. —Tenía que haberte buscado hace mucho tiempo. Lo

siento.

Apareció con ella en la cabaña y todos se levantaron de la mesa para


verla caer en el suelo desparramando sus rizos castaños sobre él. Vienna se

llevó la mano a la boca de la impresión.

—¿Qué le pasa? —preguntó Marc antes de mirarla fijamente—.


¿Está drogada?

—Eso me temo —dijo agachándose a su lado—. Y por como huele


le ha dado al vodka de lo lindo.

—Dios mío... —Vienna se acercó. —¿Rachael?

—No te molestes, ni se ha enterado del porrazo —dijo Gillean.

—Tenía que haberla agarrado de otra manera, pero como estaba


tumbada no me di cuenta.

Gillean se agachó y la cogió en brazos mirando a su mujer a los

ojos.

—Tranquilo, se pondrá bien.

—Nena, alguien que bebe así no nos servirá de nada.

—Dejará de beber, está pasando un bache.

—¿Un bache? Un socavón —dijo Marc asombrado antes de mirar a

su hermana—. ¿Ves algo?


Le miró atónita. —Ha estado embarazada.

—¿Qué?

—La hicieron abortar. La obligaron. La veo drogada sobre una

camilla, la operan.

—Joder… —dijo Gillean tumbándola en la cama antes de coger su


muñeca mostrando los cortes—. Son recientes.

Marmara impresionada por el dolor que debía haber pasado para


hacer algo así negó con la cabeza antes de sollozar. —Tenía que haberla

ayudado.

—¡Nena, tú no lo sabías!

—¡No me molesté en buscarla!

—Tú tenías el chip, hubieran sabido que estabas con ella —dijo
Vienna—. Si no querías problemas es lógico que no te acercaras a ninguno
de nosotros.

Gillean se incorporó. —He pensado mucho en eso del chip, ¿por qué

no ponérselo a todos? ¿Si tan importantes sois por qué no hacerlo diciendo
que es por vuestra seguridad?

—Desde que entré en el búnker yo no volví a salir —dijo Vienna.

—Y a mí me tenían cogido por las pelotas con mi abuela y mi


hermana. Sabían que siempre regresaría.
—¿Tu abuela?

—Murió hace un año, pero ellos nunca se enteraron y yo no dije


nada.

—¿Pero no es más lógico que os inyectaran un chisme de esos para

teneros controlados? Y más después de lo que ocurrió con Marmara.

—Ella siempre fue un caso especial. Los demás no daban

problemas, es más colaboraban. Y yo lo hice hasta hace unos días. Nunca


sospecharon que podía traicionarles.

—A Rachael la dejaron salir.

Vienna apretó los labios. —A veces cuando el don ya no interesa


para investigación te envían a casa. Ha pasado antes. Rachael se fue porque

dijeron que trabajaría en el exterior.

—Vamos, sabes que su don no lo consideraban útil —dijo Marc


haciendo que su hermana apretara los labios—. La soltaron, pero la
controlaban por si algún día la necesitaban. Lo del embarazo es buena

prueba de ello.

Gillean se pasó la mano por la nuca. —¿Por qué no huyó?

—Cielo, ¿qué pasa?

—No lo sé, me parece muy extraño que ante una situación así no

haya huido. ¿Y por qué hicieron que abortara si quieren clonarte a ti? No
tiene sentido. ¿No quieren comprobar si su hijo había nacido con su don?
¿Si es una evolución? Todo esto es muy raro.

Los tres se miraron. —¿Creéis que tenemos un chip? —preguntó


Marc asustado.

—Es obvio que no lo tenéis porque ya nos hubieran cogido, pero no

entiendo la razón de que no lo tengáis. Joder no lo sé, igual es como las


sectas y están convencidos de vuestra lealtad, pero me mosquea.

—Tienes razón —dijo Marmara sentándose al lado de Rachael—.


Sobre todo para los que salían del búnker. Como ella.

—A mí me tenían pillado con Vienna. Revísala.

—Mírale en el muslo bajo la nalga —dijo su amiga asustada.

—Mierda. —Gillean ayudó a darle la vuelta y a toda prisa Marmara


le bajó la parte inferior del pijama para ver la cicatriz. Asustada miró a
Gillean. —Tenemos que irnos. —Gillean fue a por el cuchillo de caza que

estaba encima de la mesa. —¿Qué haces?

—Sacárselo como te lo saqué a ti.

—Pero ya sabrán que está con nosotros.

—Nos la llevaremos. —Clavó la punta del cuchillo en el pliegue y


rajó la carne mostrando la cápsula plateada. —Aquí está. ¿Nena?
Marmara empujó la carne hacia abajo haciendo que sobresaliera y lo
cogió intentando no tocarla demasiado. —¿Aún nos queda antibiótico de lo

que nos dio el médico?

—Sí —dijo cogiéndolo de su mano—. Preciosa, ¿por qué no te lo


llevas a unos cuantos sitios a ver si creen que está estropeado?

Sus ojos brillaron. —Me voy a dar una vuelta.

—Perfecto.

—Ir recogiendo. Vuelvo enseguida. —Desapareció regresando a


casa de su amiga y paseó por allí un rato. Vio una puerta y la empujó para
ver un gran osito de peluche. Encendió la luz. Había pintado la habitación
de amarillo. Lo sintió muchísimo por ella. Apagó la luz y desapareció

yendo a distintos países. Al lado del Corcovado tomó aire apoyándose en


las rodillas. —No te desmayes, solo han sido unos viajecitos.

Eso demostraba que aún no estaba al cien por cien. Tomando aire
regresó a Nueva York y tiró el chip al Hudson antes de regresar a la cabaña
y cayó ante ella de rodillas.

—¡Marmara! —Gillean corrió hacia ella y la cogió en brazos. —¿Te


mareas?

—Estoy algo floja todavía.


—El bebé se alimenta de ti —dijo Vienna acercándose —. En todos

los sentidos.

La miró asombrada. —¿Me estás diciendo que a medida que crezca

tendré menos poder?

Su amiga se encogió de hombros. —No lo sé seguro, pero es lo


lógico, ¿no?

—Dios mío, ¿ahora cuando más lo necesito?

—Nena, cálmate.

—Si me pasa esto no podré contigo. —Asustada se abrazó a su


cuello.

—Preciosa, has venido con ella. ¿Cuántos viajes has hecho?

Frunció el ceño. —¿Unos cuarenta?

—¿Seguidos? —Sonrió divertido. —¿Alguna vez habías hecho


tantos tan seguidos?

—No, como mucho lo que hice el otro día. —Pensó en ello. —Igual
me he pasado.

—Nena, cuando notes que empiezas a flaquear detente.

Marc abrió la puerta de atrás de la furgoneta y Gillean la ayudó a


subir. Vienna se subió con ella con una de las bolsas de ropa que habían
tenido que comprar. Sentándose al lado de Rachael apretó los labios porque
casi no tenían dinero, solo lo que Marc y Gillean habían llevado en la

cartera en el momento en que habían escapado y no había sido mucho,


apenas unos doscientos dólares. Así que después de comprar comida y
echar gasolina solo habían podido comprar un vaquero para cada uno en
una tienda de segunda mano con unas camisetas. Estaban en problemas

porque tendrían que echar gasolina enseguida. Se mordió el labio inferior


porque Marc la miró a los ojos antes de cerrar la puerta de atrás.

Dios, como su situación no se arreglara pronto, tendría que robar.

Vienna extendió la mano y tocó la frente de Rachael. —No nos


servirá de mucho, pasará un síndrome de abstinencia antes de volver a ser la
de siempre.

—Nunca volverá a ser la de siempre —dijo pensando en lo que


sentiría ella si le hubieran hecho algo así. Si asesinaban a su hijo. Les

mataría a todos. No tendría piedad.

—El depósito está casi vacío —dijo Gillean antes de arrancar.

Marc miró hacia ella. —¿A dónde vamos?

Negó con la cabeza cerrando los ojos. —No lo sé. No podemos

seguir así.

—Nena, duerme un poco.

—Sí, tienes que recuperar fuerzas —dijo Vienna.


—¿Qué hora es?

—Las dos de la mañana —dijo Gillean.

—Mejor hacerlo ahora. Detente ante un banco.

—Joder.

—Mejor robarles a ellos que a alguien inocente. Vete a la ciudad


más cercana.

—Houston está a sesenta minutos.

—Es una ciudad grande, es perfecta.

—Tendremos que echar gasolina —dijo Marc —. Solo nos quedan


siete pavos.

Se llevó la mano a la frente. —Iré al rancho a por el dinero que

tengo guardado allí.

—Nena, en el despacho hay cuatro mil dólares.

—Si han registrado la casa se los habrán llevado para que no


pudierais usarlos —dijo Marc—. Y conociendo a Nigel lo habrá hecho,
sobre todo porque la estaría buscando cuando la hirieron y… —Miró a su
hermana sorprendido. —No me jodas.

—¿Qué? —preguntó Gillean tensándose.

Marc miró hacia él. —Lo siento, tío, te han quemado el rancho.
Se llevó la mano al pecho y sus ojos se llenaron de lágrimas
sintiendo su dolor. Se acercó a él metiendo la mano entre los asientos. —
Cielo, lo siento.

Muy tenso negó con la cabeza antes de decir —No pasa nada. Pensé
en irme muchas veces, ¿recuerdas que te lo dije, preciosa?

Reprimió un sollozo por el dolor que destilaba su voz y vio como


apretaba el volante hasta que sus dedos se pusieron blancos. —Solo siento

que no tendré las fotografías de los míos.

Su casa familiar, todas las generaciones que habían vivido allí, todos
sus recuerdos… Y lo había perdido por ella. En silencio las lágrimas
recorrieron sus mejillas y Vienna acarició su espalda mientras decía —Hay
una gasolinera a unos kilómetros, será fácil. El hombre es mayor y saldrá a

hablar con nosotros mientras finges que vas al baño. Cuando salgas, le
pagas y nos vamos. Tardará en darse cuenta porque a esta hora meterá el
dinero en el mono para irse a dormir.

Se negaba a dañar a otro, pero no tenían otra opción. —Se lo


devolveremos —dijo Marc—. No te preocupes. Te juro que se lo
devolveremos.

Asintió apartando la mano del brazo de Gillean. —Cielo, ¿estás

bien?
—Sí —contestó fríamente.

Ella cerró los ojos por su contestación y se sentó apoyando la


espalda en su asiento. Nunca tendría que haber ido a Donwhill solo le había
jodido la vida.

Los hermanos se miraron sin decir palabra y Rachael gimió


pasándose la mano por el trasero antes de volverse para seguir durmiendo.

Vienna agarró su mano. —No desfallezcas.

—No encuentro la solución. ¿Qué hago? Ya he amenazado a Nigel y


no ha servido de nada. Si filtramos todo lo que tenemos a la prensa entonces

sí que nos matarán, seremos enemigos del estado. Esperaba que el


presidente nos echara una mano, pero no ha sido así. Estamos solos.

—Huiremos, nena.

—Habíamos quedado que eso solo lo haríamos si lo demás no


funcionaba y todavía no lo hemos probado todo.

—Ya no hay rancho, ya no nos retiene nada.

—¿Ni la familia que aún te queda? ¿Ni tus amigos?

—Tú eres más importante.

Cuando ella se quedó en silencio él frenó en seco al lado de la


carretera y se bajó del vehículo. —¿Gillean? —preguntó sorprendida.
Él abrió la puerta lateral y la cogió de la mano para sacarla. —
¡Sabías que esto podía pasar!

Sus ojos llenos de lágrimas se elevaron hasta mirar los suyos. —Lo
siento.

—Era un riesgo y seguiremos el plan. ¡Nos iremos, ya no hay más


que hablar! ¿Me entiendes? ¡No le des más vueltas!

—¿Y dejar que ganen?

—¡Me jode tanto como a ti, pero es lo que hay! ¡No podemos luchar
contra un ejército! Voy a pensar en ti y en el niño. ¡Nos vamos! —La abrazó

a él y Marmara sollozó —No llores, nena. Duele, pero se pasará.

—Lo siento.

—No tienes que sentirlo, cuando supe la verdad fui libre para elegir
y te elegí a ti, mi amor. Tú eres lo único que necesito. Lo más valioso que
tengo en la vida y que tendré jamás. No me arrepiento.

Le miró a los ojos. —Te amo.

—Y yo a ti, preciosa. —Besó suavemente sus labios. —No quiero


que te vuelvas a disgustar de esta manera, ¿de acuerdo?

—Tenemos que irnos —dijo Vienna preocupada.

—Sube —dijo él mirando la carretera. Marmara se subió a toda


prisa y él cerró la puerta.
Rachael se sobresaltó abriendo los ojos como platos antes de mirarla
a ella y sonreír como una tonta para seguir durmiendo con la boca abierta.
Sentándose a su lado se limpió las lágrimas antes de cogerla del brazo para

ponerla de lado o se abriría la herida si no lo había hecho ya. Rachael no se


enteró de nada y sonrió con tristeza, pero cuando sus dedos rozaron las
cicatrices de sus muñecas fue la gota que colmó el vaso y sus ojos se
escurecieron de odio. Iban a pagar.
Capítulo 10

En la cocina de la casa que habían alquilado a las afueras de


Houston, miró a Vienna preocupada. Allí había demasiadas distracciones, lo

que impedía las visiones y su amiga era feliz, pero ella necesitaba que
tuviera visiones para intentar que Gillean volviera a su vida.

Vienna se alejó con un vaso de agua para llevárselo a Rachael, que

atada a una cama no estaba atravesando su mejor momento. Su cuerpo y su


mente lo estaban pasando mal por la falta de drogas y estaban intentando

que se desintoxicara. La primera noche temió por ella porque era evidente

que sufría físicamente, pero Vienna les dijo que saldría adelante y ya habían

pasado tres días, así que tenía razón.

Fue hasta la habitación de abajo tras ella y vio como para darle agua

le quitaba la mordaza que le impedía gritar. Bebió sedienta mirándola con


rencor y cuando terminó le espetó —¿Qué haces aquí?

—Al menos ahora ya no me insultas —dijo divertida.


—¿Por qué haces esto?

—Por tu bien —contestó Vienna.

—¿Por mi bien? —Se echó a reír. —¿Por mi bien me torturáis de

esta manera? ¡Dejadme morir en paz!

—Tú no quieres morir, sino ya te hubieras quitado del medio —dijo

Marmara cortándole el aliento—. Quieres vengarte. Tú sola no podías, pero

ahora es distinto.

Apretó los puños. —¿Porque estás tú?

—Porque estamos juntos. —Miró sus sogas. —¿Cuándo perdiste el

don?

—Cuando empecé a beber.

Separó los labios de la impresión. —¿De veras?

—¡Por eso me dejaron en paz y por eso bebo! ¡Ahora suéltame!

—Suéltate tú.

La miró con odio porque era evidente que no podía y Marmara

sonrió maliciosa. —Cuando tu cuerpo esté limpio de mierda podrás hacerlo

tú. Mientras tanto te quedas con ellas que te noto algo alterada.

—¡Zorra! ¡Siempre te has creído que estás por encima de nosotros!

Gillean apareció en la habitación. —¿Mi mujer se cree superior? Esa

no es la Marmara que conozco.


—Qué bonito —dijo Rachael con rencor—. Viene a rescatarte como

un caballero andante. ¡Pero se largará!

Gillean elevó una ceja. —¿Crees que soy capaz de abandonar a mi

mujer y a mi hijo?

Rachael palideció y Marmara sintió un nudo en la garganta al ver el

dolor en sus ojos verdes. —¿Tienes un hijo? —preguntó ella en apenas un

susurro.

—Lo esperamos. —Gillean acarició su pequeño vientre. —Está de

cuatro meses.

Rachael intentando contener las lágrimas miró el techo. —Si te

cogen te harán abortar, ¿sabes? Lo han hecho antes.

Marmara miró a Vienna que apretó los labios preocupada por ella.

Era obvio que no quería contar que se lo habían hecho a ella, pero tenía que

lograr que se sincerara para sacar fuera el dolor que la mantenía en ese

estado. —Cariño, ¿puedes dejarnos solas un momento?

Él la besó en la sien y salió de la habitación cerrando la puerta.

Cuando se encontraron las tres solas Rachael sonrió con ironía. —Ya veo,

aquí la que se mete donde nadie le importa te lo ha contado.

—Lo siento —dijo Vienna.


—No te disculpes. —Marmara la cogió del brazo para que la mirara.

—No te disculpes por como eres, no tienes nada de malo, ¿me oyes? Somos

así y mi hombre me ha hecho darme cuenta de que no tenemos que ir por la


vida disculpándonos por como somos. Otros sí que tienen que disculparse y

haremos que lo hagan, os lo juro por mis muertos.

—Muerta estarás tú cuando acaben contigo. —Rachael rio por lo

bajo. —Esto es una estupidez.

—¿Una estupidez? ¿Estás todavía tan drogada que no te das cuenta

de que ahora, en este instante eres libre por primera vez en quince años?

A Rachael se le cortó el aliento mirándola a los ojos. —Nunca seré

libre.

—No saben dónde estás, puedes irte a cualquier lugar del mundo y

nunca lo sabrán. Tanto si quieres ayudarnos como si no, eres libre para

elegir.

—No tengo pasaporte, ni dinero, ¿cómo voy a largarme? —preguntó

con desprecio.

Sonrió divertida. —Me tienes a mí. Te daré todo lo que necesites. El

transporte te lo regalo.

—Ahora puede transportar a personas con ella —dijo Vienna

orgullosa.
La miró asombrada. —¿De veras? ¿Y por qué no te largas de una

vez?

—¡Quiero recuperar mi vida! —Hizo una mueca. —Bueno, la vida

de Gillean. Me gustaba. —Gruñó. —Le han quemado el rancho esos hijos

de mala madre, pero volveremos hacerlo. Exactamente igual. No pienso

dejar que mi hombre pierda la vida por la que ha trabajado tanto. ¡Acababa

de pintar la casa y me había quedado preciosa!

—Y tiene amigos, amigos normales —dijo Vienna impresionada—.

Y la aprecian mucho.

—¿De veras? —preguntó Rachael incrédula.

—¡Oye maja, que soy muy agradable!

—Ya, y que ha aprendido a mentir —dijo Vienna.

Marmara la miró asombrada. —¡No es solo por eso!

—Venga, que te he visto ante una mujer saliendo de misa diciéndole

que su vestido era muy bonito cuando es lo más horrible que he visto nunca.

—¿Sabes mentir?

—Mi hombre me ha enseñado. —Sonrió. —Es un tesoro. Me

comprende como nadie. Oye, y ahora miento con una naturalidad pasmosa.

Ya os enseñaré. —Miró a Rachael. —Cuéntanoslo, te ayudará a sentirte

mejor.
—Ya te lo ha contado esa.

—No todo, solo le he hecho un resumen.

Rachael suspiró mirando al techo. —No quiero hablar de ello.

—Debe doler muchísimo, pero estamos aquí para ayudarte en lo que

podamos. —Marmara se sentó a su lado. —¿Cómo le conociste?

—¿Al padre? —Marmara asintió. —Era mi jefe. Cuando salí del

búnker me dijeron que buscara un trabajo con las referencias que me dieron,

tenía que ir a una determinada empresa que buscaba secretaria de dirección.

Debía trabajar para un empresario de Manhattan muy bien relacionado.

También tenía que ponerle un micro en su despacho e informar de sus

movimientos sobre todo si se relacionaba con gente importante.

—Te siguieron utilizando.

—Sí. Sabía que nunca me dejarían en paz, pero el plan me gustaba.

—Sonrió con tristeza. —Al fin era libre. O casi. Para mi sorpresa conseguí
el trabajo porque ni sabía escribir a máquina. Y ni siquiera hice una

entrevista en condiciones. El tío solo me preguntó si quería trabajar allí y

tonterías de ese tipo.

—Habían presionado al que tenía que contratarte.

—Eso pensé yo. Pero era lo mismo, sabía que no me quedaría

mucho tiempo.
—El suficiente como para poner el micro y enterarte de su agenda.

Asintió. —Al principio mi jefe no decía nada, pero un día metí la

pata con su agenda y se puso hecho una furia. —Las miró asombrada. —Y

lo hicimos.

—Uy, es de los que se animan cabreados —dijo divertida.

—¿De veras? —Vienna se sentó a los pies de la cama.

—Mi Gillean cuando se cabrea me hace ver las estrellas.

Rachael soltó una risita. —Sí. Después lo hacíamos a menudo en su


despacho cuando se cabreaba conmigo porque no sabía hacer esto o lo otro.

—¿No te invitó a salir?

Se sonrojó. —No. Era un rollo de oficina como esos que veíamos en


las telenovelas de la tele.

Las chicas suspiraron. —Y metiste mucho la pata.

—Hasta el sobaco. Tenía una reunión importantísima con otro


ricachón para algo de la empresa. Una fusión o algo así —dijo como si le

importara un pito—. Pero yo convoqué al tío tres horas antes cuando el


departamento legal todavía no había terminado toda la documentación.

Tuvo que entretenerle tres horas porque no le iba a hacer irse a su hotel para
que regresara, así que eso le fue cabreando. Les llevé café y vi como al

verme se cabreaba más. Y a cada minuto que tenía que estar conversando
con él más y más. Hasta que firmaron. Vi cómo le daba la mano ante el
ascensor pidiéndole disculpas por el retraso y cuando el tío se largó se puso

como una furia diciéndome de todo. Me preguntó que dónde me había


sacado el título porque iba a llamar inmediatamente a la universidad para

quejarse y se me quedó mirando.

—Mierda. ¿No supiste desviarlo para evitar decir la verdad?

—Intenté recordar lo que decía el curriculum que había presentado y

recordé que había estudiado en la universidad de Michigan, pero no me


salió decirlo. ¡Simplemente le miraba con los ojos llenos de lágrimas y él

gritaba que ni se me ocurriera llorar! Le pidió a otra secretaria que trajera


mi curriculum y se lo enviaron de recursos humanos. Ante ellas tuve que

ver como empezaba a preguntar, ¿hiciste tal curso? ¿Hiciste este curso?

—Y decías que no, claro.

—¡Mientras lloraba a moco tendido porque sabía que me iba a

echar! Cuando llamó a seguridad dijo que debería demandarme por


incumplimiento de contrato y temiendo que Nigel me echara la bronca salí

de allí corriendo.

—¿No volviste a saber de él? —preguntó Marmara.

Negó con la cabeza. —Cuando me enteré de que estaba embarazada


estuve a punto, pero me arrepentí. ¿Qué le iba a decir? ¿Mira, soy la que ha
vivido en un búnker quince años porque hago desaparecer cosas y resulta
que me has dejado preñada? Iba a estar encantado.

—¿Cómo se enteraron ellos?

—Por casualidad. Salía del cine donde trabajaba y uno de los

hombres de Nigel pasó ante mí con su mujer. Hizo que no me veía, pero
supe que estaba en problemas. Media hora después me metían en un coche

para volver al búnker a hablar con Nigel. —Las lágrimas recorrieron sus
mejillas. —Cuando vio mi barriga me dijo: Menuda sorpresa. Te vamos a

hacer un reconocimiento para saber cómo va todo. Me desperté sin mi niño


—susurró con la voz congestionada de dolor.

Intentó reprimir las lágrimas por todo el sufrimiento que le habían


provocado. —Lo siento muchísimo. ¿De cuánto estabas?

—De seis meses y medio.

Se le cortó el aliento. —¿De tanto? —Miró asombrada a Vienna que


puso los ojos en blanco antes de caer al suelo. —¡Vienna!

Rachael asombrada levantó la cabeza lo que pudo. —¿Qué pasa?

—¡Tiene una crisis! ¡Marc!

Su hermano entró corriendo y al ver a su hermana en el suelo la


llamó a gritos. Cuando la agarró de las muñecas para que no se arañara
mientras su cuerpo convulsionaba con fuerza Marmara dio un paso atrás

impresionada porque jamás la había visto así.

Rachael hizo desaparecer las ligaduras y se sentó de golpe. Miró

hacia su amiga llevándose la mano al pecho de la impresión mientras Marc


gritaba —¡Reacciona hermana! ¡Vuelve conmigo!

Gillean llegó corriendo. —¿Qué pasa? —Al ver la situación gritó —

¿Llamo a una ambulancia?

De repente Vienna se quedó muy quieta cortándoles el aliento y


abrió los ojos mirando a su hermano. Este sonrió abrazándola angustiado.

—Ya estás con nosotros.

—Está vivo. Está vivo y ellos le tienen.

—¿Quién está vivo, cielo?

A Marmara se le cortó el aliento volviendo el rostro hacia Rachael

que pálida no se lo podía creer mientras Vienna sonreía mirándola. —Tu


Jefferson está vivo, amiga. Vivo y muy sano.

Rachael se echó a llorar tapándose el rostro con las manos y


Marmara la abrazó con fuerza. —Eso es, amiga. Ya me parecía a mí que

con lo que nos controlan perdieran la oportunidad de saber lo que ocurriría


con un hijo de los nuestros. Es muy valioso para ellos.

—¿Está vivo? ¿No es un sueño?


—No es un sueño y te juro que le recuperarás. —Miró a Gillean

furiosa. —Cueste lo que cueste.

Tumbados en la cama Gillean la abrazaba por la espalda como si

quisiera protegerla. Ninguno de los dos podía dormir sobre todo porque la
habitación de Rachael estaba al lado y no hacía más que sollozar porque su

hijo estaba vivo.

—No sabemos dónde está —dijo Gillean.

—Ahora Vienna se dedicará a averiguarlo. Puede que en una de sus

visiones haya suerte. Pero lo más probable es que esté en el búnker, ¿por
qué iban a llevarle a otro sitio? Tengo que sacarle de allí. Se lo he jurado y

pienso hacerlo.

Él suspiró soltándola y tumbándose de espaldas. —Tendríamos que


habernos ido ya. Primero dices que tienes que cuidar de que Rachael se

reponga y ahora esto. Tú no quieres irte.

Se sentó en la cama. —Y tú tampoco.

—Nena… Solo quiero que estéis seguros.

—Estamos seguros.
—No me jodas, mientras ese cabrón nos esté buscando nadie de esta
casa está seguro —dijo entre dientes.

—Quiero que recuperes tu vida.

—Esto ya lo habíamos hablado. —Se sentó sobresaltándola. —¡Y


me has mentido! ¡A mí!

Se sonrojó. —No te he mentido, cielo. Solo te he seguido la

corriente respecto a eso de irnos hasta que se me ocurriera un plan. Pero es


que me está costando lo mío porque…

—¡Porque no hay nada que hacer!

—¡Siempre hay algo que hacer! ¡Tú me dijiste que tenía que luchar
por mi libertad y es lo que voy a hacer!

—Nena... —dijo preocupado—. Esto no tiene buena pinta. De hecho

cada vez la tiene peor. ¡Has robado un banco!

Ella miró hacia la enorme montaña de fajos de billetes que estaban

encima del aparador. —Sí, y se me da bien.

—Lo que me faltaba por oír.

—No saben que he sido yo. Eché el spray en las cámaras sin que me

vieran.

—¡Nigel puede relacionar el robo con nosotros, sabrá que has sido
tú!
Chasqueó la lengua. —Sí, puede que lo sepa. No me preocupa.

—¿No te das cuenta de que eso añade más leña al fuego para que le
den recursos y encontrarte? Ahora somos enemigos públicos.

—Bueno, públicos, públicos…

—¡Ya me entiendes! ¡Los del gobierno apoyarán más su causa y a


nosotros nos joderán!

—Sí, pero para eso tienen que encontrarnos.

—El dinero, los números de serie van dejando un rastro.

Se le cortó el aliento. —¿Qué?

—¡Que tarde o temprano sabrán en la zona donde estamos! En


cuanto uno de esos billetes llegue a un banco, puede que…

—¡No van a revisar los números de serie de todos los billetes que

pasan por sus manos!

—¿En caso del robo de seis millones de dólares? El FBI ya está en


el caso, lo he oído en la radio.

—No seas negativo. No encontrarán nada.

Él respiró hondo por la nariz. —Nena, esto no me gusta. No siento

que estemos seguros y no tenemos un plan.

Le rogó con la mirada. —Tengo que ayudarla.


—Tú no quieres solo ayudarla, tú quieres volver a Donwhill y eso
ya es imposible. Entra en razón por favor, te lo pido por el niño.

Agachó la mirada pensando en ello. ¿Debía rendirse? Sentía una


impotencia enorme por tener que irse, algo realmente extraño cuando

habían dirigido casi toda su vida. Igual era como la rebeldía que mostró con
catorce años. A pesar de arriesgar su vida no dejó de intentarlo hasta que
consiguió alejarse de ellos todo lo posible. En aquella ocasión le había ido
bien, pero ahora… Ahora todo era distinto. Pensó en esos meses con

Gillean, esos meses viendo a su familia, lo unidos que estaban y como le


habían intentado ayudar cuando ella lo había pedido. Esa manera de actuar
era la correcta, eran familia y pensó en la mala suerte que había tenido con
su padre, con su tía, que la habían dejado a su suerte durante años y que no

habían sentido remordimientos por lo que le ocurriera. Nadie había luchado


por ella. Apretó los labios con fuerza negando con la cabeza. No, ya era
hora de que viviera su vida como le diera en gana y ningún gobierno se lo
iba a negar cayera quien cayera.

—Esa mirada no me gusta nada —dijo mosqueado.

—¡Voy a hacerlo!

—¡Hacer el qué!
—¡Ya se me ocurrirá, no me presiones! —Entonces sus ojos
brillaron. —¿Y si secuestro al presidente y le sacamos del país para

acojonarle? —Le miró maliciosa. —Le dejamos en una cárcel turca, se va a


cagar vivo.

—¿Estás loca? —El grito se escuchó en toda la casa. —¿Quieres


que nos busquen todos los gobiernos del mundo?

La puerta se abrió dando paso a Rachael que dijo —Ya sé lo que


podemos hacer.

Dejaron los planos del búnker que habían hecho entre los cuatro
sobre la mesa y vieron las tres plantas. Gillean señaló una zona donde había
un vacío, en la planta de abajo del todo y era un vacío enorme. —Aquí no

sabéis ninguno lo que hay.

—Nunca nos llevaron a esa parte del búnker —dijo Marc—. Pero
creo que debe ser la zona de laboratorio. —Señaló la habitación que había
al lado. —Aquí está la enfermería, así que sería lógico.

Gillean se cruzó de brazos mirándolos bien. —La planta que está


justo encima solo es de habitaciones, el comedor, sala de estar de estudio y
gimnasio.
—Sí.

—Son muchísimos metros para cubrir. Eso sin contar que en la


planta cero están los despachos y la habitación dedicada exclusivamente a

la seguridad de videovigilancia del edificio. A todo el búnker se accede por


un único ascensor. Una sola salida.

—Y la escalera de emergencia, pero esa está más vigilada todavía


que el ascensor, al que… —Rachael señaló la garita que estaba ante la
entrada del búnker. —Se accede por aquí, por una carretera en rampa

descendente hasta la puerta, por la que puede llegar hasta un camión. En


cuanto se cruza la entrada hay que pasar dos escáneres antes que los
guardias te dejen pasar al ascensor. Más o menos como en un aeropuerto. Y
siempre vas acompañado. Ya sea por un educador o por un vigilante. Nadie

sube o baja en ese ascensor sin carabina.

Rachael miró a Marmara. —Necesito que me lleves aquí para hacer

desaparecer la base informática que controla el centro de vigilancia. La


puerta está cerrada, pero tú lo solucionarás.

—Hay al menos dos guardias ahí dentro —dijo Marc—. Una vez
salía del búnker y se abrió la puerta. Un tío dijo que iba al baño. Que yo
viera había dos sillas y en una de ellas había un tío mirando los monitores

que dijo que no tardara. E iban armados. Los dos llevaban pistola.
—Desde allí se controla todo el complejo, debemos entrar y dejarles

a ciegas sin que se den cuenta —dijo Marmara—. Si la puerta sigue cerrada
no se enterarán de que estamos allí.

—Eso si no dan la alarma antes de que podáis hacer vuestro trabajo


—dijo Gillean molesto.

Rachael la miró levantando una ceja y ella le hizo un gesto para que
no le diera importancia. —Me protege demasiado.

—¿Te he dicho que esto no me gusta? —preguntó con mala leche.

—Mil veces, mi amor.

Él gruñó. —Muy bien, ¿cómo vais a hacerlo?

—La meto y…

Rachael sonrió maliciosa. —Les hago desaparecer.

A Vienna se le cortó el aliento. —¿De veras?

—¿Qué quieres que haga?

—¿Sabes si funciona en humanos?

Todos miraron a Rachael que se sonrojó. —Pues no.

—Joder…—Gillean se volvió. —¿Y si no puedes con un ser vivo?

¡Marmara antes no podía llevar a un hombre! ¡Y tú has estado… algo


perjudicada!
Alargó la mano y desapareció el mueble del salón con televisión y

todo. —¡Rachael! ¡Hoy era el final del culebrón! —protestaron los


gemelos.

—¡Ahora nos quedaremos sin saber si Martin acepta la condición de


millonaria de Casilda y si la querrá para siempre! —gritó Vienna.

—No fastidiéis, ¿era hoy? Bah, siempre quedan juntos.

Marmara miró a Gillean levantando una ceja. —Eso pesaba más que
un hombre. ¿Contento?

—No creas…

Suspiró porque haría lo que fuera para que no continuara. —Eso es,
cielo. Tú pon pegas que así vemos todos los inconvenientes.

Gillean sonrió. —Eso pienso hacer.

—Bien, centrémonos —dijo ella señalando el dibujo—. Cuando


Rachael salga la llevaré a la zona de habitaciones. Traeré a Marc y a Vienna

mientras ella hace desaparecer la caja del ascensor.

—Así solo quedará la escalera —dijo Gillean.

—Exacto. —Miró a su amiga a los ojos. —¿Crees que podrás con la

escalera?

—Al menos con un tramo sí.


—Bien. Cuando los cuatro estemos allí, iremos a las habitaciones de
los educadores. Es importante que ellos no llamen a nadie y nos la líen. —
Miró a Marc. —Ahí entras tú. Necesitamos que les saques a esos cerdos
dónde tienen a Jefferson para evitarme viajes al tener que revisar todas las

habitaciones del búnker. Si tú que has estado viviendo allí hasta hace poco
no le has visto, es que le tienen aparte. Probablemente aquí en el piso
inferior. —Señaló la zona que rodeaba la habitación de acero donde habían
metido a Vienna. —Donde hay habitaciones que no conocemos. Mientras tú

haces tu trabajo, Vienna y yo sacaremos a los niños del búnker, y Rachael


hace desaparecer lo que no nos conviene sin que arriba se den cuenta.
Cuando ya les hayamos sacado a todos...

Gillean gruñó. —Cuando hayas hecho eso estarás desmayada.

Todos la miraron preocupados. —Es cierto, son muchos viajes. Hay


demasiados niños —dijo Rachael.

—Practicaré.

—¡Estás embarazada, no es el mejor momento para que te exijas


tanto!

—También hago esto por nuestro bebé —siseó—. Y por ti, por
nosotros. —Sus ojos se llenaron de lágrimas porque desde hacía unos días

también tenía que luchar con él. —¿No lo entiendes?


—Creo que ya he entendido demasiado —dijo antes de alejarse.

Apretó los labios disgustada y Marc le dijo —Vete a hablar con él.

—Ya hemos hablado de esto hasta la saciedad. —Reprimió las


lágrimas y miró los planos. —Sigamos.

Los hermanos se miraron antes de atender lo que decían las chicas,


que hablaban sobre como acceder al piso de abajo sin ser vistas, después de
sacar a los niños.

—En ese piso por la noche no hay nadie —dijo Vienna.

—¿Estás segura?

—Me he pasado ahí dos años, estoy muy segura.

—¿Y si te hubiera pasado algo?

—La cámara de mi habitación les hubiera alertado, supongo. Tuve


seis crisis y siempre vinieron. Aunque siempre las tuve de día.

—¿Te vigilaban en la habitación? —preguntó asombrada—. ¿No


tenías intimidad?

—En el cuarto de baño. Me encerraba allí cuando no quería que me


vieran. Pero si tardaba mucho siempre venía alguien.

—No sé cómo no te volvías loca.

—Hubo momentos en que pensé que lo estaba. Estar allí encerrada


sin distracciones, sin ruidos, provocaba que las visiones fueran mucho más
fuertes, más continuadas. Ni dormida ni despierta me dejaban descansar.

—¿Qué buscaban?

—No lo sé. Me hacían escribir todo lo que veía. Pero de un tiempo


para acá siempre me recordaban que tenía que pensar en Washington.

—A ver, a ver…—dijo Rachael —. ¿Washington? ¿Qué buscaban,


complots?

—No sé lo que buscaban, simplemente me enseñaron una foto del


senador Peter Stuart y un tal Jefford Harrison.

Rachael dio un paso atrás de la impresión. —¿Jefford Harrison?

—¿Le conoces? —preguntó Marmara.

—Es el padre de Jefferson. El hombre para el que trabajé en


Manhattan.

—Vamos a ver. ¿Qué tiene que ver un empresario de Manhattan con


un senador?

—Son tío y sobrino —dijo Rachael—. El marido de su tía es

senador. Tiene una foto suya en el despacho ante el Capitolio el día en que
juró el cargo. Jefford tenía quince años. Le adora, su padre murió más o
menos en esa época y se preocupó por él y por su madre. Hizo por ellos lo
que pudo. Se lo oí decir a uno de sus socios un día en el despacho. —
Preocupada se pasó la mano por el cuello. —¿Qué está pasando? ¿Jefford
está en peligro?

—No les dije mucho de ellos, tranquila. Solo que se reunirían en


Washington y que comerían juntos en el Venecia.

Marmara suspiró. —Es evidente que le querían controlado si te

enviaron a trabajar allí, Rachael.

Esta se llevó las manos a la cabeza y Vienna apretó los labios. —

Que lo olvidaras a propósito para intentar ser feliz a su lado no significa que
no le espiaran. Y tú también lo hacías porque realizabas los informes. ¿Qué
pensabas que querían de él?

—¡No lo sé!

—¿No lo sabes? —preguntó Marc—. Claro que lo sabías. Conocer


sus pasos, con quien se relacionaba, con quien hacía negocios. ¿Qué te
dijeron cuando él te echó?

—¡Por qué no lo dices tú ya que lo sabes todo!

Él apretó los labios y miró a Marmara. —Nigel la despidió.

Marmara pasmada preguntó —¿Cómo que la despidió?

—Dijo que sus servicios ya no eran necesarios para ellos.

—¿Te echó?
—Sí. Dijo que era estúpida y que no servía para nada. —Se echó a
llorar. —Que le había decepcionado cuando había apostado por mí.

—¡Tendrá cara! ¡Si no estabas preparada es porque no te dejaron


estudiar una carrera!

—Encontré el trabajo en el cine de milagro.

—Volvió a ser útil cuando se quedó embarazada. —Todos se

volvieron hacia Gillean que fue hasta la nevera y sacó una cerveza. —Si
sabían que tu hijo era hijo de ese Jefford…

—¿Lo sabían? —preguntó Marmara.

Ella se puso como un tomate. —Bueno, en el despacho estaba el


micro.

—Dios mío.

—¿Qué le iba a decir? ¿No me toques que nos escuchan? —


preguntó alterándose —. ¡Yo quería estar con él! ¡Además yo te escucho a ti
cada noche y tampoco es para tanto!

Gillean rio por lo bajo antes de beber mientras ella se ponía como un
tomate. —Por esa risita acabas de quedarte en dique seco.

—Como si pudieras resistirte.

Vienna carraspeó. —¿Volvemos al tema? ¿No creéis que es mucho

trabajo para algo que no es realmente importante? Tenían a Vienna


pensando en ellos y a Rachael en su despacho. ¿Qué quieren de ellos? ¿Qué
buscan? —Todos se la quedaron mirando. —¿Qué? ¡No lo veo todo!

—Quizás si dejaras de ver culebrones y vieras más las noticias lo

sabrías —dijo Gillean divertido. Todos le miraron sin comprender y no


pudo disimular su asombro—. No me jodáis.

—¡Suéltalo de una vez! —dijo Rachael impaciente.

—El senador Stuart va a presentar en el congreso una proposición


de ley para prohibir el maltrato a animales. Los ganaderos le hemos seguido
muy de cerca porque hasta va a incluir unas pautas muy estrictas para los
animales de cría. ¿Qué pensáis que opinaría él de ese búnker vuestro donde

hay niños que prácticamente no ven el sol?

Se le cortó el aliento. —Un aliado.

Él sonrió. —Sí, nena. Un aliado. Y para ellos un enemigo. Poderoso

porque tiene mucho apoyo, su campaña la financian inversores muy


poderosos. Y es el dinero el que mueve el mundo.

Sus ojos brillaron de la alegría. —Nos equivocamos al enviar el


diario y los informes demasiado arriba.

—Por intentarlo no perdemos nada antes de que arriesguéis la vida.

—Pero si no funciona…
Él apretó los labios y se volvió demostrando que no estaba de

acuerdo.

—Tienes que traer a Jefford —dijo Rachael dejándola de piedra—.

Él nos dirá si su tío puede ayudarnos.

—¿Quieres que le contemos todo esto? ¿Estás segura?

—Por mi hijo haré lo que sea —dijo decidida—. Aunque crea que
soy un monstruo.

—No eres un monstruo —dijo Gillean volviéndose con una


manzana en la mano—. Te han tratado como a uno, pero eso no significa
que lo seas. Que no se te olvide nunca. —Salió de la casa y Marmara se
quedó mirando la puerta pensando en lo que había dicho. ¿Cómo era

posible que cada día le amara más? ¿Cómo era posible que pusiera en
peligro su relación y un futuro a su lado por regresar a Donwhill? Podrían
irse ahora mismo, en ese instante y empezar una vida juntos que era lo que
él quería, pero algo en su interior le decía que Gillean no sería feliz fuera de

sus tierras.

—No pienso dejar que le hagan lo mismo a mi hijo —dijo Rachael

intentando reprimir las lágrimas—. ¿Le traerás?

Miró los planos. El plan era arriesgado y por probar no perdían


nada. Entrecerró los ojos. —Buscad sus fotos en internet. Las necesito para
llegar a ellos.
Capítulo 11

Como Rachael pidió, al primero que llevarían sería a Jefford porque


era quien mejor conocía al senador. Además, el hijo que no sabía que tenía

estaba implicado y debía saber lo que ocurría. Rachael estaba muy nerviosa
porque sabía que no se lo tomaría bien, pero todos intentaban apoyarla.

De pie ante ellos que estaban sentados en el sofá puso los brazos en

jarras. —¿Listos? Puede que se resista.

—Tranquila —dijo Gillean poniéndose a su lado—. Sabremos

controlarle.

Sonrió. —Te quiero.

—A por él, nena.

Desapareció y recordando su rostro se hizo presente en un salón de

lo más lujoso y bastante anticuado para su gusto. Frunció el ceño por la luz

que salía de una habitación que tenía la puerta abierta y le vio tras la mesa.
Mierda, ¿eran las tres de la mañana y no estaba dormido? Puso los ojos en

blanco antes de aparecer tras él. Jefford debió sentirla porque miró hacia

atrás y ella a toda prisa le agarró de su pelo rubio apareciendo en el salón

ante los suyos. —¡Aparta, nena!

Esquivó un puñetazo de milagro y Gillean le agarró del hombro

volviéndole para golpearle haciéndole caer a los pies de Marmara. —¡No te

muevas! —gritó Gillean amenazante dando un paso hacia él.

—¿Jefford?

Sorprendido miró hacia Rachael que sin moverse del sofá forzó una

sonrisa saludándole con la mano. —Hola.

Se sentó de golpe y pasmado miró a su alrededor. —¿Qué coño es

esto?

—Has viajado en el espacio, que no en el tiempo —dijo Marmara

como si tuviera cinco años—. ¿A que es guay? —La miró como si tuviera

cuernos y está bufó. —¡Tenemos que hablar de algo muy serio!

Todos miraron hacia Rachael y pasmada preguntó —¿Tengo que

decírselo yo?

—A mí me gustaría que me lo dijera Marmara —dijo Gillean

empezando a divertirse.

—No creo que lo que le cuente le vuelva loco de la alegría.


Jefford se levantó de un salto y dio un paso hacia atrás intentando

alejarse de ellos. —¿Qué coño pasa aquí, Rachael?

—Díselo de sopetón —dijo Marc—. Es un hombre con firmes

convicciones. Muy tradicional y le gustan las cosas claras.

—Pues bien que se la ventilaba en el despacho para ser tan

tradicional —dijo Gillean a punto de reírse—. ¿Lo tradicional no era poner

antes un anillo en el dedo?

Jefford le fulminó con la mirada mientras Marmara decía —Cielo,

no seas antiguo.

—Ah, que tradicional y antiguo son dos cosas distintas.

—La decoración de su casa sí que es anticuada —dijo por lo bajo

intentando no reírse.

—¡No tiene gracia! —protestó Rachael levantándose—. ¡Son

antigüedades carísimas!

Jefford frunció el ceño. —¿Y cuándo has visto tú mi casa?

—Ahora llegamos al meollo del asunto —dijo Gillean.

—No se lo va a tomar bien —canturreó Vienna por lo bajo.

Rachael gimió mirando sus ojos grises. —Soy algo especial.

—Y tanto —dijo Gillean —. Pero tranquilo que se puede

sobrellevar.
—¿De qué habla este? —preguntó alterado—. ¡Quiero que me

digáis de inmediato cómo he llegado aquí! —Dio otro paso atrás. —Joder,

me habéis drogado. ¡Me habéis secuestrado!

—Lo de secuestrarte puede tener un pase, pero yo no necesito

drogar, majo. Lo hago a pelo.

—¿Quién es está loca, Rachael?

—Oh, espera que te presente. Ella es mi amiga Marmara, mi amiga

Vienna y su hermano Marc…—Señaló a Gillean. —Y él es Gillean el novio


de Marmara. Él es normal.

—Vaya gracias —dijo Gillean divertido.

—Cariño no tienes nada de normal —dijo comiéndoselo con los

ojos—. Para mí eres extraordinario.

—Nena, no me mires así que no respondo.

Soltó una risita mientras Jefford daba otro paso hacia atrás.

—¿Queréis parar ya? —preguntó Rachael exasperada.

—Pues vete al grano —dijo Marc.

Rachael le miró fijamente. —Eres padre.

—Hala, pero no tan al grano —dijo Marc antes de echarse a reír—.

No lo ha entendido.
—Ah, ¿no? —Preocupada se apretó las manos. —Verás, esos

encuentros en el despacho…

Jefford abrió los ojos como platos.

—Ahora sí que lo ha entendido.

—¿Has tenido un hijo? —preguntó incrédulo.

—Bueno, tener, tener… Casi.

—¡Explícate!

Sus ojos se llenaron de lágrimas y gritó —¡No puedo hacerlo! —

Salió corriendo encerrándose en la habitación y dejó el silencio tras ella.

Marc sin dejar de mirarle dijo —Se preocupa por ella. Mucho.

—¿Cómo va a preocuparse si la dejó tirada? —dijo Gillean antes de

fulminarle con la mirada—. Deberías haberte interesado por si lo que

habíais hecho había tenido frutos.

—¿Lo perdió? —le preguntó a Gillean directamente.

Este miró a Marmara que asintió así que su hombre respondió —Se

lo robaron.

—¿Qué coño dices?

—Será mejor que te sientes mientras te lo explico, es largo de

contar. ¿Una cerveza? Te aseguro que la necesitarás.


—¡No, no quiero una maldita cerveza, quiero saber qué ocurre aquí!

—¿Qué ocurre aquí? Que ellos son personas con un don que han

vivido en un búnker casi toda su vida bajo las órdenes del gobierno. Que a

tu chica la enviaron a trabajar contigo y que se quedó embarazada. Y ellos

le sacaron el niño. Creyó que le habían matado. Había caído en las drogas y

en el alcohol hasta que mi mujer la ha traído con nosotros y te hemos hecho

venir hasta aquí para explicarte esto porque te necesitamos a ti y a tu tío

para que esos cabrones no les clonen y nos liquiden a todos. ¿Lo has

pillado?

Jefford puso los ojos en blanco antes de caer redondo al suelo y

Vienna hizo una mueca. —Os dije que no se lo tomaría bien.

—Cariño, ¿has visto?

—Sí, nena.

—No parecía tan delicadito.

—Es que no es de Texas.

—Claro. Vienna tú uno de Texas.

Asintió. —Seguiré tu consejo, amiga. Marc vete a por un vaso de

agua que hay que despertarle. Tenemos pocas horas hasta que se den cuenta
de que ha desaparecido.
El vaso de agua cayó en su cara sobresaltándole y vio cuatro

cabezas sobre él. —Hostia, no era un sueño.

—Más quisieras —dijo Marc.

—Más quisiéramos todos —dijo Vienna antes de que los cuatro

negaran con la cabeza.

—¿Jefford? —preguntó Rachael sollozando—. ¿Estás bien?

Se sentó de golpe y Gillean se apartó para que la viera. Sus ojos


estaban llenos de lágrimas y forzó una sonrisa. —Hago desaparecer cosas.

—¿Qué?

—Y yo leo las mentes, tío. No, no está loca ni necesita que le


busques un loquero.

—Yo veo el futuro y el pasado. —Vienna hizo una mueca. —Y te va

a salir un morado de aúpa en la mandíbula.

—Yo hago viajes en el espacio. Pero no en el espacio exterior, ¿de

acuerdo? Por aquí.

Jefford harto de que le tomaran el pelo entrecerró los ojos —


Demuéstramelo.

Desapareció ante sus ojos y él parpadeó. —¿A dónde ha ido?


—Estoy aquí —dijo como si fuera tonto. Salió de detrás de Gillean
—¿Ves?

—¿Eres más rápida que el ojo? —preguntó sorprendido.

—No… A ver, pídeme algo de tu casa.

—Mi móvil.

—Muy gracioso. Sí, me parto de la risa. —Desapareció y regresó


apenas un segundo después con una pluma de oro en la mano. —Hala, ¿lo
has entendido?

Él atónito alargó la mano y tocó la pluma como si no se lo creyera.

De repente se levantó, corrió atravesando el salón para salir por la puerta y


mirar al exterior, pero al ver la luna se detuvo en seco.

—Me da que no te había creído, nena.

—Ya, será incrédulo.

Atónito se volvió para mirarles y sus ojos coincidieron con los de


Rachael que susurró —Siento que estés metido en esto.

—Es una puta locura —dijo entrando en la casa y cerrando la

puerta. La señaló—. ¿Haces desaparecer cosas?

Sonrió dando un paso hacia él. —¿Quieres que te lo demuestre?

Alargó la mano y la silla que tenía a su lado se esfumó provocando

que él diera un salto atrás. —Joder, joder… ¿A dónde ha ido? —gritó.


Todos se encogieron de hombros como si les diera igual. Jefford se
llevó las manos a la cabeza antes de mirarla de nuevo. —¿Te lo sacaron?

Muéstrame la cicatriz.

Levantó la camiseta y bajó algo su vaquero para que viera la cicatriz


de la cesárea provocando que palideciera. —Eso no estaba ahí antes.

—No.

—¡Qué coño está pasando! —gritó de los nervios.

Gillean se cruzó de brazos mostrando sus músculos. —Que alguien


quiere jodernos a todos, ¿vas a dejar que se salgan con la suya?

Jefford revisaba los informes que Marmara había robado y su rostro


cada vez mostraba más furia. Rachael le acercó una taza de café y él la miró

a los ojos antes de darle las gracias. —Supongo que esto lo tenéis en un
lugar seguro.

—Tú no te preocupes por eso —dijo Gillean—. Mi mujer tiene


copias de ello en varios sitios a los que puede acudir en el momento en que

necesite una. Sitios que no encontrará nadie.

Él asintió dando la vuelta a la hoja. —Mi tío no podrá ayudaros…


—La decepción para todos fue enorme. —Sino publica esto. Tiene que
justificar sus acciones de alguna manera.

—Seremos monstruos para todos. Y a saber lo que deciden luego de


nuestros destinos —dijo Rachael preocupada.

—Hicimos eso para tener un seguro en caso de que nuestras vidas

estuvieran en peligro —dijo Gillean—. ¡Deberíamos usarlo! ¡Es una


manera de liberar a los niños!

—¿Qué niños? —preguntó Marc—. ¿Qué búnker? Cuando la prensa

llegue allí no habrá nada. Es una zona militar acotada. Nadie tiene acceso y
de los que hay dentro nadie dirá nada. Y es evidente que no verán salir a

ningún niño.

—Necesitamos pruebas gráficas. Fotos. —Jefford se pasó la mano

por la nuca y sus ojos brillaron. —Necesitamos a los niños porque no saben
mentir. Que ellos declaren ante mi tío con una cámara. Con eso y esto será

suficiente para formar un escándalo monumental.

Marmara miró preocupada a Gillean. —¿Utilizar a los niños?

—Nena, son testigos.

—¿Y que la gente vea sus caras? ¡Les destrozaremos la vida! —

Negó con la cabeza. —No, no pienso hacer eso.

Marc dio un paso hacia ellos. —Declararé yo.


Jefford negó con la cabeza. —Tú no sirves. No tienes un don que se

pueda demostrar fehacientemente que es real. Joder, y ellas tampoco sirven,


parecerá que es un truco de magia o algo así. Un corte en la grabación,

¿entendéis?

—¿Y yo? —preguntó Vienna haciendo que la miraran—. ¿Yo no


sirvo?

—Si no eres capaz de predecir lo que sucederá al día siguiente…—

Entrecerró los ojos. —¿Puedes hacerlo?

Sus preciosos ojos azules brillaron. —¿En cualquier parte del

mundo? —Él asintió. —Soy tu chica.

Jefford sonrió. —Tendrá que grabarse y emitirse al instante. Cuando


suceda lo que predices ya será imparable.

—Hermana, ¿estás segura? —Marc no podía disimular su


preocupación. —Te reconocerá todo el mundo. No tendrás una vida normal.

Sonrió con tristeza. —Si no fuera por Marmara no estaría aquí y

seamos sinceros nunca tendré una vida normal como tú la llamas. Debo
ayudar en lo que pueda.

Rachael les miró emocionada. —Gracias, gracias a todos. Soy muy

consciente de que podíais haberos ido, que podríais haber huido y llevar
otra vida, pero que os habéis quedado por mí y por mi niño. Termine como
termine esto nunca os lo agradeceré lo suficiente.

Marmara cogió la mano de Gillean intentando no llorar. —Lo haría


de nuevo. Y fui egoísta, tenía que haberos ayudado primero.

—Lo hiciste cuando estuviste preparada —dijo Vienna con una

sonrisa en los labios—. Todos vivimos aterrorizados por ellos, no tienes que
pedir perdón.

—No me excuses. Quiero que Gillean recupere lo suyo y volver a

Donwhill, eso es lo que me movió a todo esto.

—Pero te has quedado por mi niño a pesar de discutir con Gillean,

lo agradezco.

Gillean apretó su mano antes de decir —Siento haber pensado solo


en mi familia. Me he dado cuenta de lo egoísta que os he debido parecer.

—No —dijeron ellos impresionados—. Nos has ayudado en lo que

has podido —dijo Marc—. No te sientas así, por favor. Es lógico querer
cuidar de tu familia. Como es lógico que quieras recuperar lo que es tuyo.

Jefford se levantó. —Te aseguro que cuando acabemos con ellos


recuperarás tus tierras. Ahora si no os importa me gustaría hablar con

Rachael a solas.
Rachael le miró preocupada. Jefford fue hasta la puerta de la
habitación donde ella se había escondido antes y se quedó allí esperándola.

Apretándose las manos le siguió y entró. Cuando Jefford cerró la puerta


miraron a Vienna que susurró —Van a hablar de lo ocurrido. Él se va a

cabrear porque no le dijo nada y ella va a llorar. Después él la abrazará.

Todos suspiraron del alivio.

—Ni os podéis imaginar lo que se le ha pasado por la cabeza al leer


los informes de Rachael.

—Sí que me lo imagino —dijo Gillean cogiendo a Marmara por la


cintura y besándola en la sien—. Lo siento, nena. Pero nunca dudes que te

amo.

Le miró a los ojos. —¿Cómo voy a dudarlo si lo has arriesgado todo


por mí?

—Y arriesgaría la vida si hiciera falta.

Le besó suavemente en los labios. —Espero que eso no suceda

nunca, amor. —Por el rabillo del ojo vio como los hermanos se miraban
apretando los labios y eso la preocupó, la preocupó muchísimo.
Después de llevar a Jefford de vuelta para que nadie se diera cuenta
de que había desaparecido, fue hasta la habitación de Vienna y llamó

suavemente antes de abrir. —Pasa, te estaba esperando.

Sonrió entrando y cuando cerró la miró a los ojos. —¿Has visto su

muerte de nuevo?

Su amiga se sentó en la cama. —He visto la tuya.

—¿Dónde?

—En el búnker.

—Así que tendré que volver. Lo que haga Jefford y su tío no servirá

de nada.

—Sabes que el futuro cambia continuamente. Las acciones del


presente desvían el futuro, pero a día de hoy veo que volverás.

—Mierda.

—Y volverás por Jefferson.

Se le cortó el aliento. —Le van a hacer daño.

—¿Crees que se quedarán de brazos cruzados cuando el tío de su


padre empiece a revolver la mierda? Nigel es vengativo y sabe que tenemos
a Rachael. Querrá hacerle daño a través del niño.

—Tenemos que sacarle de allí antes de que todo salga a la luz.


—Piensa en tu hijo, Marmara. ¿Vas a dar la vida por el hijo de otra
al que quizás no puedas rescatar?

Marmara palideció. —No pienso dejarle allí. Ahora no me esperan.

No saben que sabemos lo del niño y todavía no ha salido nada en la prensa.


Puedo sacarle hoy mismo, esta noche y será seguro. Solo tengo que ser
rápida y revisar cada habitación sin que me vean.

—¿Eso crees? Yo no estoy tan segura, y la cicatriz de la pierna es


buena prueba de ello. Podrían haberte matado y no lo vi.

—¿Cómo ves mi futuro en este momento?

—¿Te crees que soy una pitonisa de tres al cuarto? —preguntó


indignada—. ¡Sabes de sobra que esto no va así!

—Pero ya ha cambiado, ¿no? ¡Porque ya sé lo que van a hacer y


pienso adelantarme!

Gruñó antes de cerrar los ojos y de repente sonrió. —Te veo

corriendo por una pradera y pareces feliz.

Frunció el ceño. —¿De veras? ¿Estilo la casa de la pradera?

Bufó. —Igual estoy cansada.

—Sí, será mejor que durmamos un poco —dijo Gillean.

Se le cortó el aliento volviéndose para ver a su hombre tras ella y

tenía una cara de cabreo que parecía que le iba a echar la bronca del siglo.
—Cielo, ahora corro por una pradera.

—Ya nena, pero ven, que vamos a discutir eso de que ven tu muerte
y a ti te importa un pito.

Fulminó a Vienna con la mirada y esta hizo una mueca. —Perdona,

pero tenía que avisarle.

—Chivata.

De repente desapareció y Vienna gritó de la sorpresa —¡No, no!

¡Ahora no! ¡Ahora el búnker está lleno de empleados! ¡El niño no estará
solo!

Gillean se llevó las manos a la cabeza y se volvió para mirar a Marc.


—Lo siento amigo, no me ha dado tiempo a decirte sus intenciones.

—¡Joder! —Le pegó un puñetazo a la pared rompiéndose los


nudillos.

Rachael que lo había escuchado todo dejó caer las lágrimas por sus
mejillas. —Suerte, amiga.

Los minutos pasaban y ella no regresaba. Gillean empezó a


desesperarse y caminaba de un lado a otro mientras Rachael sentada en el
sofá miraba a Vienna que estaba en la habitación con la puerta abierta

intentando concentrarse en Marmara.

—Dios mío… —dijo Gillean pálido antes de llevarse las manos a la


cabeza.

—Tranquilo, puede tardar si no lo encuentra. El búnker es grande.


—Marc miró hacia su hermana que seguía sentada en el suelo al estilo indio
con los ojos cerrados. —Vienna no ve nada malo.

De repente apareció dejándose caer en el sofá con la respiración


agitada. —No os vais a creer esto.

—¿No le has encontrado? —preguntó Rachael angustiada.

Levantó la vista hacia ella. —Hay nueve niños en esas cunas.

Jadeó llevándose la mano a la boca mientras Gillean se acercaba a


ella a toda prisa. —¿Cómo que hay nueve?

—¿No me echas la bronca?

—¡Lo haré después! ¿Hay nueve?

—Y uno es un recién nacido. Yo lo he visto muy pequeñito. El más


grande debe tener dos años.

—Hostia… —dijo Marc impresionado—. ¿Serán nuestros clones?

—No —dijo Vienna acercándose—. Al menos de Marmara no, esa


visión fue muy clara.
—De mí no hay clon, eso seguro —dijo Rachael—. No les sirvo de

nada.

—Lo siento, no sabía cuál era el tuyo. Debe tener seis meses, ¿no?
—Rachael asintió a toda prisa. —Hay al menos tres así, aunque no sé, no he
estado mucho con niños. Ahora hay tres enfermeras con ellos. Si me llevo a
uno…

—Darán la voz de alarma. —Rachael miró a Vienna rogándole con

la mirada. —¿Le has visto alguna vez?

—Sí, tiene un lunar en la planta del pie y sus ojos son verdes.

—¿Y el color del pelo? —preguntó Marmara.

—Castaño como el de Rachael y tiene ricitos.

—Le he visto. —Esta se echó a llorar —Tranquila, que ya se dónde

está, ahora solo es ir y volver.

—Nena, descansa un poco.

—Será un minuto.

Desapareció y todos se miraron impacientes. Gillean contaba los


segundos y cuando llegó a treinta ya le parecieron demasiados. Marc se

tensó y cuando Gillean llegó a sesenta miró a su hermana. —Tranquilos, la


enfermera le está dando biberón. Tres, dos, uno…
Marmara apareció con el niño en brazos con biberón y todo.
Rachael le miró con sorpresa antes de decir —¡Te has equivocado!

—No fastidies.

—¡Es enorme, no puede ser el mío!

Miró a Gillean que se encogió de hombros. —Nena, no me


preguntes a mí que a la hija de mi prima le echaba un año menos y eso que
casi la vi nacer.

—Mira el lunar.

Rachael se acercó cogiéndole el pie al niño y asombrada miró a


Vienna. —¿Es el mío? ¡Si parece que tiene un año y fue prematuro!

Vienna parpadeó. —¡Leche es tu hijo, es el que vi!

—¿Seguro? —Miró al niño que no dejaba de chupar y sonrió. —


Claro, es que come muy bien.

Todos suspiraron del alivio. —¿Lo cojes? Aún estoy algo floja y me
pesa un montón.

Rachael lo cogió a toda prisa por las axilas y soltó una risita. —Es

igual que Jefford. Tiene su nariz y sus ojos.

—Y espero que su ADN —dijo Gillean por lo bajo.

Marmara sentada a su lado le dio un codazo.


—¡Que es él, pesados! —dijo Vienna acercándose sonriendo al niño
antes de perder la sonrisa poco a poco—. Marmara te has equivocado.

—¡Lo sabía! —dijo Rachael.

—Mierda —dijo agotada antes de fulminar a Vienna con la mirada


—. ¿Un lunar en el pie? ¡Es el único que tenía un lunar en el pie! ¡Me he
asegurado!

Se sonrojó. —¿Sería una mancha? Cuando hacen caquita…

—Te mato —dijo Gillean—. Ahora aquello estará lleno de guardias.

—Echa un vistacito y si es así te largas —dijo Rachael extendiendo


los brazos—. Deja este, será una distracción.

—¿Cómo voy a dejar a ese? —preguntó incrédula.

Rachael se sonrojó. —No, claro. Ya que está fuera…

—¡Exacto!

—Nena, si lo haces tiene que ser ya porque se darán cuenta de que


le buscamos y después será imposible sacarle de allí sin que te juegues el
tipo. Eso si no te lo juegas ahora.

—Tranquilo, las enfermeras salieron de allí justo antes de cogerlo.

Se iban a tomar un café. —Tomó aire. —Vamos allá.

Desapareció y todos miraron al niño. —Ya decía yo que no sentía


que era el mío. ¿De quién será?
—Dios mío… —dijo Vienna sin dejar de mirar el niño—. Esos
ojos…

Marc separó los labios de la impresión. —Se parecen a los ojos de


nuestro padre, ¿verdad? Tiene esas pintitas que tenían los suyos.

—¿Qué has hecho? —preguntó Vienna sonrojándole.

—¿Pero qué dices?

—¿Has tenido un hijo? —gritó a los cuatro vientos.

—¿Yo? ¿Cómo voy yo a…? —Miró al niño fijamente. —¡No puede


ser mío! ¡Lo sabría!

—Ah, que tienes novia.

—¡No! —Carraspeó. —Pero a veces quedaba con Rose. Nigel


quería que le leyera los pensamientos y una cosa llevó a la otra, ¿vale?

Vienna se llevó la mano al pecho. —Espiabas a los nuestros para él,


¿verdad?

—¿No lo sabías? —preguntó Rachael sin salir de su asombro—. Su

don solo sirve para espiar las mentes ajenas, no seas ingenua, Vienna.

—¡Pues yo no lo sabía! ¡A los nuestros! Qué feo, hermano.

—¡Como si hubiera tenido alternativas contigo encerrada!

—¿Cómo no has visto algo así? —preguntó Rachael—. ¿Y cómo no

has visto a este niño?


—Tus visiones son útiles a ratos, ¿no? —preguntó Gillean antes de
jurar por lo bajo—. ¡Está tardando! Piensa en ella, ¿quieres? A ver si hay
suerte.

—Ya viene. —Miró al niño. —¿Así que de Rose? Con lo mal que

me caía… Qué se le va a hacer. ¿Y qué ha pasado con ella?

—Joder con la pitonisa… —dijo Gillean por lo bajo. Marmara


apareció en el sofá con un bebé mucho más pequeño en brazos —. ¡Por fin!
—gritó sobresaltándola y haciendo llorar al niño.

—Este sí, este sí. —Puso al niño en brazos de Marc antes de ir a por
el suyo. —Hola, mi amor… Soy mamá. —Emocionada lo cogió en brazos
pegándole al pecho y el niño dejó de llorar al contrario de Rachael que

sollozó de la alegría. Le abrazó cerrando los ojos. —Estoy aquí, mi vida. —


Abrió los ojos y miró a Marmara. —Gracias.

Todo merecía la pena por la felicidad que irradiaba de ella. Sorbió


por la nariz y sonrió. —De nada.

Todos miraron a Marc que miraba los ojos del niño que tenía en
brazos y el niño parecía muy atento a su rostro. Carraspeó antes de mirarles.
—Pues sí, es hijo mío. —Sonrió de oreja a oreja. —Y es muy listo.

—¿Qué te ha dicho? —preguntó su tía ansiosa.


—Ha dicho ahora voy a hacer caca, papá. —Todos se echaron a reír
y Marc hinchó el pecho orgulloso.

Vienna se acercó con una sonrisa. —Soy tu tía. —El niño estaba
rojo como un tomate. —Uy, ¿no te gusto?

—Está cagando —dijo su hermano—. Déjale tranquilo, mujer.

—Uy, perdón. —Todos expectantes esperaron y el color del niño se

normalizó. —Genial, ¿quién va a comprar los pañales? Porque este va a


llorar…

El niño empezó a llorar con fuerza y Marc no sabía qué hacer. —


¿Qué hago?

—Quitarle el pañal.

Este corrió hacia el baño. —¡Vienna ayúdame!

Marmara divertida miró a Rachael que abrazaba a su niño como si


no quisiera soltarle jamás.

—Nena…

Se recostó a su lado sintiéndose agotada. —¿Sí, cielo?

—¿No es un poco raro que todos sean niños?

Separó los labios de la impresión e intentó recordar las cunas, pero


no podía saber si había niñas porque todos iban con un body blanco. —Será
casualidad.
—Hijo no llores más que estoy en ello —dijo Marc apurado—.
Joder, lo que debes comer. Que mal huele y… ¡Vienna! ¡Cómo no has visto

esto!

Retuvieron el aliento. —¡Una niña, una niña! —gritó Vienna loca de


la alegría.

Suspiró del alivio recostándose de nuevo. —Menos mal, ya me


estaba imaginando que nos habían manipulado genéticamente o algo así.

—Me lees el pensamiento, nena. ¿Cansada?

—Agotada.

La cogió en brazos y ella rodeó su cuello con los brazos. —¿Sabes


que eres muy valiente?

—Valiente eres tú por estar conmigo, mi amor.

Rachael les vio desaparecer en la habitación y miró a su hijo antes


de tirar de su pañal para ver su pilila. —No es que dudara cielo, pero la tía
Vienna no está muy fina últimamente.

—¡Te he oído!

—Pues escucha esto, vete a por pañales.

Gillean la tumbó en la cama y se estiró a su lado abrazándola. Ella


suspiró de gusto. —Tendría que haber hecho esto desde el principio.
—Nena, que te enteraste de que estaba vivo hace unas horas…

Además tú no solo querías recuperar al niño. Querías recuperarlos a todos y


volver al rancho.

—Igual no se puede tener todo.

Gillean levantó una ceja. —¿Vas a rendirte ahora? Esos niños


necesitan un padre no una enfermera.

—Tengo un mal presentimiento. —Se miraron a los ojos. —Nueve


niños.

—No sale nada de eso en los informes.

—Exacto. No hay ni rastro de ellos. Son fantasmas. Ni partidas de


nacimiento ni nada de nada.

—Nigel ha ido más allá y es evidente que no se quedará ahí si


quiere clonarte.

Marmara asintió. —Empezó robando niños y ahora quiere hacerlos


él mismo. Pero lo que me asusta es…

—¿Desde cuándo está haciéndolo?

—Exacto. ¿Y si cuando son algo más mayores pasan al piso de


arriba?

—Joder… ¿Marc no lo hubiera leído en el pensamiento de ese


cabrón?
—No si Nigel no pensaba en ello en el momento en que estaba con

Marc. Es un militar entrenado, ¿crees que no sabría burlarle? Tú lo dijiste,


les enseñan a engañar al polígrafo. Ha aprendido a esquivarnos.

—Pero no podía saber si Vienna ha visto algo de ello.

—Eso es cierto. Vienna es imprevisible, hoy puede tener una visión


de un atraco a un banco en México como saber los números de la lotería.

—¿De veras? —preguntó interesado.

—¡Eh, que yo robo bancos!

Se echó a reír abrazándola. —Esperemos que el senador le pare los

pies.

—¿Crees que podrá?

—Veremos lo que ocurre.

Se quedaron en silencio de nuevo. —Tenemos que rescatar a esos


niños. El plan era sacarles a todos.

—Lo sé, nena. Y lo haremos. Pero ahora lo importante era salvar a

Jefferson. A los demás no les harán nada. —Ella agachó la mirada. —

Marmara mírame. —La cogió por la barbilla para elevar su rostro. —


¿Desde cuándo eres la responsable de todos? Porque puedes moverte

libremente te has erigido su salvadora, pero no es culpa tuya lo que les está
pasando. La culpa es de ese cabrón y le pararemos los pies. —La besó en la

frente. —Duérmete nena. Que te lo has ganado.


Capítulo 12

Apenas unos minutos después Gillean salió de la habitación para


encontrarse a los tres en el sofá con sus niños en las rodillas envueltos en

toallas. —Se ha dormido.

—Pues agárrate porque Vienna ha visto algo cuando miraba el lunar

de la niña —dijo Marc muy serio.

Volvió la vista hacia Vienna. —He tenido la certeza de que los


padres de esos niños no saben de su existencia como le ocurrió a Rachael. Y

eso me ha dado por pensar.

Frunció el ceño. —¿Qué quieres decir?

—Te había dicho que tenían muestras de sangre nuestras, ¿no?

—Sí. Que temían que no fuera suficiente para clonar a Marmara.

—Nos las extraían en los reconocimientos anuales. ¿Pero quién dice


que no nos extrajeron más cosas?
Gillean se llevó las manos a la cabeza. —¿Crees que son hijos

vuestros? —preguntó asombrado.

—Si no había niños se acababa el programa —dijo ella.

—Joder… —Se le cortó el aliento. —¿Me estás diciendo que

Marmara tiene hijos y no lo sabe? Eso es imposible.

—¿Por qué es imposible? —preguntó Rachael.

—Porque era virgen. Noté el himen, joder.

—Ah.

—Lo hubieran roto si le hubieran sacado algo, ¿no? Además se fue

con catorce años —dijo pálido porque si supiera que tenía un hijo allí se
volvería loca.

Todos miraron a Vienna y se levantó. —Rachael, ¿puedes venir

conmigo?

—¡No! —exclamó con horror.

—¡Tengo que averiguarlo! —La miró angustiada. —Llevo dos años

encerrada en una habitación de acero y si salía era para los reconocimientos.

Y me han puesto inyecciones. Decían que eran vitaminas, pero ahora…

¡Nunca fallo en mis predicciones y también he visto madres de alquiler

firmando contratos! ¿Qué quieres que piense?

—¿Si fuera algo así no lo hubieras descubierto antes?


Sus ojos se llenaron de lágrimas. —¿Acaso sabía algo de esto?

¡Tenía que centrar mis pensamientos en quien Nigel quería y sino les

contaba algo al día no me daban de comer!

—Nunca me lo dijiste —dijo su hermano impresionado.

—¿Y preocuparte más? —Rogó a Rachael con la mirada. —Por

favor.

Rachael se levantó y sin decir nada le dejó el niño en los brazos a

Gillean que le cogió con maña demostrando que no era la primera vez que

cogía uno. —Vamos. —Fueron hasta la habitación de Rachael y cerraron la

puerta.

—Joder, joder… —dijo Marc—. Si es cierto la va a destrozar.

—No creo que sea eso. —Se sentó a su lado sentando al niño en las

rodillas.

—¿Y qué puede ser?

—¿Tú no notaste nada con esa Rose?

—Hostia, pues no. Si te digo la verdad en aquel momento estaba


algo nervioso, era mi primera vez.

—¿De veras?

Se puso como un tomate. —No salía mucho del búnker.


Entrecerró los ojos. —Tu hermana ve el pasado como el futuro,

¿no? ¿Y si es el futuro?

Marc le miró impresionado. —Entonces nuestros planes no servirán

de nada.

—¡Ay, serás bruta!

Rachael salió de la habitación a toda prisa y entró en el baño. La

puerta de la habitación de Marmara se abrió y se cruzó de brazos.

—Nena, ¿no duermes?

—Creo que no me vais a dejar.

Vienna salió en ese momento con una sonrisa de oreja a oreja. —He

sangrado.

—Felicidades, ¿qué coño pasa?

—Que seguramente era virgen hasta hace un minuto —dijo Gillean

antes de jurar por lo bajo—. ¡Rachael tu hijo se ha hecho pis sobre mis

pantalones!

—¡Voy!

Marmara mirando a su hombre levantó una ceja. —Ven nena, que lo

que acaba de ver Vienna debemos hablarlo.


Decidieron esperar a lo que sucedería con Jefford y su tío, por si el

futuro cambiaba en ese momento. Después de dormir un poco revisaron

toda la documentación que tenían en su poder buscando algo que les llevara

al origen de los bebés y efectivamente allí no había nada. Todo lo que había

aparte de los ya no residentes, era sobre los que vivían en la primera planta

subterránea.

—Debemos averiguar quiénes son las madres de esos bebés —dijo

Vienna preocupada—. Hasta que no lo hagamos no podemos asegurar que

mi visión no era del pasado.

Gillean asintió. —Eso es cierto. Pero si han usado madres de

alquiler en el pasado, ¿para quién?

—Bueno había más de nosotros en nuestra época como has visto en

los informes —dijo Marc—. Cuando nosotros llegamos había catorce. El

número variaba y llegamos a ser veinte.

—Como hay ahora. Dieciocho niños y dos adultos.

—Las habitaciones son las que son. Cuando fuimos creciendo se iba

uno y llegaba el nuevo niño.

—Y solo se quedaron con vosotros de adultos. Solo tu hermana y tú

continuáis en el búnker.
—Son los más especiales —dijo Rachael—. Los demás teníamos

dones menores, como ellos los llamaban.

Gillean negó con la cabeza. —Después de verte en acción creo que

hacer desaparecer cosas no me parece un don menor. Y si potenciaras tu

poder menos todavía. Podrías llegar a ser muy peligrosa.

Rachael se sonrojó de gusto. —Nunca lo había visto así.

—Porque esos comecocos querían que pensaras así. —Levantó un


expediente. —Un chaval que hace fuego con la mente. Otro peligro.

Tenemos uno que en los ejercicios leía las cartas que le ponían tras un

muro, muy útil para ver documentos guardados bajo llave. Una chica que

rompía todo lo que se ponía a su alcance con la mente.

—Esa es Rose —dijo Marc.

—La odiaba, era insoportable —dijo Vienna—. Se metía conmigo

continuamente y me rompía el vaso del agua cuando iba a beber. Una vez

me corté. Y este se acuesta con ella, menudo hermano.

Marc puso los ojos en blanco. —Ha cambiado mucho. ¿Nos

centramos? Rose puede ser otro peligro.

—Exacto. Podría romper las cañerías de un edificio para provocar

que la gente huyera. Son peligrosos y les dejaron ir, ¿por qué?

—¿Porque no les interesaban para sus fines? —preguntó Marmara.


—Nena, este que hace fuego sería muy útil en combate, ¿no crees?

—Al igual que Rose.

—Exacto. Es evidente que tienen otra vida. Que los utilizan, aunque

en estos informes ponga que están cesados. En los informes de Rachael


pone que ella estaba cesada en el momento en que estuvo con Jefford. Esa

misión no quedó reflejada en ningún sitio y estoy convencido de que todos

los demás están trabajando encubiertos. Rachael dejó de ser útil, no había

cumplido la misión y la echaron. Dudo que fuera para siempre, solo querían
que siguiera con su vida hasta que la necesitaran de nuevo. Tenía un chip,

no podía mentir, toda su vida había vivido manipulada mentalmente por


ellos, aunque estuviera pasando una mala racha cuando la necesitaran

volvería por la necesidad de pertenecer a algo.

—Como en una secta.

—Exactamente igual.

—En el pasado Rose nunca decía que no a nada de lo que propusiera


Nigel —dijo Marc—. Siempre quería agradar. Ahora trabaja en un

despacho de abogados de Nueva York.

—¿A cuántos has visitado de estos?

—A la mayoría. Les llamo para quedar y siempre quieren.


Normalmente vamos a cenar. Allí les leo las mentes haciendo las preguntas
adecuadas sobre su vida, su trabajo en la empresa que yo conocía… Luego
Nigel me interroga sobre ellos. Si alguno le ha traicionado, si piensan en

hacerlo y cosas así. No les interesa sus vidas, solo su fidelidad.

—¿Nunca has leído nada en sus mentes sobre misiones o algo

extraño?

Marc entrecerró los ojos. —Un día al hablar con Robert se tocaba el
costado como si le doliera. Le pregunté qué le había pasado y me dijo que

se había tropezado cayendo por unas escaleras, pero en su mente escuché


dichoso trípode.

—Robert es el que tiene esa vista sobrehumana, ¿no?

—Sí.

—Sería un buen tirador de precisión, ¿no creéis?

—Yo también lo pensé. Se lo dije a Nigel y no le dio importancia.

—Lo que demuestra que lo sabe todo porque él es quien da las


órdenes. Él ordenaba a Rachael lo que tenía que hacer.

—Sí cielo, ya lo sabemos, ¿a dónde quieres ir a parar?

Les miró asombrado. —¿Todavía no os habéis dado cuenta?

—Todos negaron con la cabeza.

—¿Cuántos tienen familia?

Todos miraron a Marc. —Ninguno.


—Como me imaginaba por lo que sé de vuestras vidas. Estas
personas no pueden tener familia con la vida que llevan, con el control que

ejercen sobre ellos no pueden permitírselo para que no haya filtraciones, de


ahí el trabajo de Marc, pero… Aquí hay nueve hombres y nueve mujeres

adultos sin contar a Vienna ni a Marmara que se fue del programa.

Marmara se sentó impresionada. —Los niños son para ellos para


que los críen.

—Después de pasar un periodo de estudio, claro. Nueve parejas,

Marc con Rose y etcétera… Cuando la niña fuera lo suficientemente mayor,


cuando comprobaran si tenía dones y cuales eran, les dirían que se unieran

como una familia. Células independientes con hijos propios, especiales


como ellos a los que sabrían dominar.

—No son clones, son los hijos de nuestros compañeros —susurró


pasmada.

—Por eso había ocho niños, más el de Rachael. Nueve.

—¿Pero por qué a mí no me ordenaron seducir a nadie? —dijo esta


pasmada.

—Porque en cuanto saliste te liaste con Jefford —dijo Vienna—.

Algo que no habían previsto.


—No, claro que no lo habían previsto. Mi chica era lo más reticente

que he conocido nunca a tener una relación —dijo Gillean sonrojándola—.


¡Si hasta le caía mal!

—Bueno, cielo… Tú tampoco ayudabas mucho. Y había tenido


relaciones antes. —Levantó la barbilla orgullosa.

—Marmara, cielo, te importaban un pito. —Se puso como un

tomate. —Si te pillé fue porque vivías en mi casa y caíste de la insistencia.

—¡Eso no es cierto!

Él hizo una mueca. —Puede que me desearas, ¿pero de ahí a otra

cosa? No, no lo tenías previsto hasta que te hice darte cuenta de que me
amabas.

—¿Recordáis todas las veces que nos decían que servir a nuestro

país era lo más importante? —preguntó Vienna.

—Si a Rose le hubieran dicho que se tirara de un acantilado lo


hubiera hecho —dijo Marc convencido—. Imagínate cuando le dijeron que

me sedujera. Y caí en la trampa como un pringado.

—Como los demás. Ellas saben quiénes son los padres de sus hijos

porque ellas los parieron. Una generación completa entregados al sistema.


—Gillean señaló la pila de los niños que había en la primera planta

subterránea. —Y pensaban volver a hacerlo. Diez niños y diez niñas.


—Pero…

—Pero Marmara lo alteró todo.

—¿Yo?

—Tu don es el más especial y el único que se les escapa cuando es


el que más les interesa. Cuando te dejaron ir tenías catorce años. Eres la

rebelde, no conseguirían que sedujeras a nadie. Por eso pensaron en la


clonación, pero el gobierno federal no lo financiaría, lo he investigado en

internet. Además puede que haya rumores sobre que se han hecho clones,
pero hay científicos que dicen que debido a la complejidad de las células

humanas es difícil que el clon tenga exactamente la misma información


genética que se replica. Todavía queda mucho por investigar. El hecho es

que te perdieron la vista y eso les puso nerviosos.

—Por eso querían mis muestras.

—Exacto. Para que cuando se aprobara la clonación humana en

Estados Unidos tener ya las muestras. Aunque también pueden hacerlo bajo
manga, sabemos que eso puede llegar a pasar porque ese Nigel no tiene

escrúpulos.

—Pero si falta mucho por investigar para que Nigel utilice la sangre
pueden faltar años o que no suceda nunca.
—Por eso aunque no lo dejan de lado como ha demostrado la visión
de Vienna sobre las madres de alquiler, se han centrado en otro plan que les

dará lo que quieren, como tus muestras y mucho más.

—Cielo, me pierdo.

—No me había dado cuenta hasta que he visto a Rachael con su hijo

en brazos. Les hacen tener hijos… Hijos que como se ha demostrado ya


tienen algunos poderes de sus padres. —Marmara palideció empezando a

entender. —Y nosotros les hemos facilitado el trabajo. —Miró a Marc. —


Por eso nos han dejado en paz, ¿no es cierto? Tú les has dicho que estaba

embarazada.

—¿Pero qué dices?

—No has contestado la pregunta, Marc. No la desvíes. ¿Les has

dicho que estaba embarazada?

—Cielo, no ha podido mentirnos.

—No lo necesitaba. Decía la verdad de lo que le convenía como


aprendiste a hacer tú. Cualquier cosa para que confiáramos en él.

—¿Marc? —preguntó su hermana asombrada.

Rachael asustada cogió a su hijo de donde dormía del sofá y se alejó


dando un paso atrás mientras este apretaba los puños de la impotencia.

Gillean suspiró levantándose. —Vas a contestar la pregunta.


—¡Marc, contesta! —gritó Vienna—. ¿Les has dicho que está
embarazada?

Gillean sonrió irónico cuando vio que su frente se empezaba a perlar

de sudor. —Esta mañana cuando has ido a por los pañales has tardado
demasiado cuando la tienda está apenas a un kilómetro de aquí. Eso me

hizo desconfiar, ¿están cerca verdad?

Vienna se llevó la mano al cuello. —Dios mío.

—¡No he podido evitarlo! —gritó rabioso—. ¡Amenazó con

matarnos en cuanto despertó en el motel! ¡Y sabes que Nigel no amenaza en


vano! ¡Me pidió que me uniera a ella y que consiguiera la información que

sacó de su ordenador, tenía que recuperarla! ¡Ya mantendría a raya al


presidente con algo muy jugoso que uno de los chicos había conseguido

sobre él, pero era primordial que recuperara eso! —Señaló los papeles. —
¿Pero acaso te he preguntado algo sobre dónde los tenéis escondidos? ¡Me
uní a vuestra causa! Pero me localizaron y…

—¡Tienes un chip! —gritó Vienna.

—¡No lo sabía! ¡Yo creía que ya me había librado de Nigel! Pero el


otro día se presentó en el pueblo cuando fui a la tienda. Fue el día en que

nos mudamos. Ahí fue cuando me di cuenta.

—¿Qué ocurrió?
—Me metió en una furgoneta y con el arma en la mano me
encañonó. Me preguntó que por qué tardaba tanto en recuperar esos

informes. Le dije que los teníais repartidos en varios sitios y que no


soltabais palabra del asunto. Después quería saber vuestros planes. Fue al
preguntarme por Gillean cuando sus ojos brillaron, me preguntó si
manteníais relaciones y que averiguara si usabais algo. Yo le dije que no,
que para qué si estabas embarazada. ¡Me salió sin más!

—Dios mío… —dijo Marmara.

—Tranquila nena, no te harán nada hasta que des a luz. Ahora están

buscando de manera frenética la manera de retenerte. Quieren ese niño,


harán lo que sea. ¿Pero mientras tanto qué debías hacer tú, Marc?
¿Contarles cada uno de nuestros pasos para estar prevenidos?

—Dios mío, Jefford —dijo Rachael pálida—. ¡Le van a matar antes
de que hable con su tío!

—¡No le he hablado de Jefford!

Retuvieron el aliento y Marc maldijo por lo bajo. —Os juro que no


le hablado de él. Esta mañana ya estaba prevenido y me metieron en la
furgoneta incluso antes de hacer la compra. Primero me preguntó por los

niños, que para qué los queríamos. Lo dijo como si fueran mercancía. Le
pregunté si la niña era hija mía, que Vienna decía que sí. Me dijo que mi
hermana cada vez se inventaba más cosas. Que habíamos robado los niños y
que debíamos devolverlos ya. Entonces le pregunté por Rachael, por su hijo

y me dijo que era una drogadicta que se había inventado todo. ¿Y sabéis lo
más sorprendente? Que en ningún momento pude leer en sus pensamientos
que mentía. Entonces le dije que tenía que irme, que ya estaba tardando
demasiado en hacer la compra. Él me preguntó cómo conseguíamos la pasta

sin utilizar tarjetas de crédito y he desviado el tema al robo del banco.


Estaba de lo más interesado. De hecho estaba encantado.

—Una manera de conseguir financiación para sus propósitos. Otro


motivo para ir detrás de mi mujer —dijo Gillean—. ¡Debería partirte la
crisma! —gritó furioso dando un paso hacia él.

Marmara le agarró por el brazo muy preocupada. —Tranquilo, cielo.


Ahora estamos prevenidos.

—Sácame de aquí —suplicó Rachael abrazando a su niño—. Por

favor, sácame de aquí.

—Tranquila Rachael, no van a por nosotras. Van a por Gillean —

dijo antes de mirar fríamente a Marc—. ¿No es cierto? Esa es la manera de


retenerme.

Marc levantó la barbilla. —Supongo que sí. Ahora saben que harías
lo que fuera por él.
—Dios mío… —Vienna se volvió llevándose las manos a la cabeza.

—¿Cómo has podido hacer algo así?

—¿Hacer qué? ¿Sobrevivir? —gritó furioso—. ¿Acaso no es lo que

he hecho desde niño? ¿Qué querías que hiciera? ¿Que perdiera la vida en el
motel o en esa furgoneta? ¡Le dije la verdad porque no tenía opción, pero he
intentado evitar que se entere de todo!

Marmara dio un paso hacia él. —Tenías que habernos dicho la


verdad en cuando te fui a buscar al motel, no te excuses.

—Creí que me dejarías allí.

Apretó los labios porque estaba en lo cierto, se hubiera largado sin


él. Y no podía culparle porque ya lo había hecho en el pasado. Les había

dejado sin mirar atrás. Además esa noche él le dijo que no llevaba un chip,
por lo que entonces estaba convencido de que era cierto. Si les había
traicionado era porque no le quedaba opción. Miró a Gillean que estaba
muy serio cruzado de brazos. —Tengo que sacarte de aquí.

—No me voy a ningún lado.

—Cielo, puede que entren en cualquier momento.

—Nos mudaremos de nuevo. —Sacó el cuchillo que tenía escondido


a la espalda mostrándoselo a Marc. —¿Dónde lo tienes?

—¡No lo sé, joder!


Todos miraron a Vienna que tenía los ojos llenos de lágrimas. —¡De

qué sirve mi don si no veo estas cosas! —gritó fuera de sí.

—Ves lo suficiente —dijo Marmara—. Concéntrate, estás muy


nerviosa.

—¿En el mismo sitio que Rachael?

—¿Lo dudas? —preguntó Marc atónito—. ¡Qué este me va a


rebanar entero con la mirada sanguinaria que tiene!

—El chip se va a quedar aquí, de una forma u otra.

—¡Cariño no ayudas nada!

—¡Se lo tiene merecido por cabrón!

Bufó exasperada. —Córtale en el culo a ver.

—Hostia, hostia…—dijo Marc muy nervioso—. ¿Aquí, ante todos?

—No pienso moverme de aquí —dijo Marmara—. ¡Bájate los

pantalones!

Se abrió los vaqueros de malos modos y gruñó al ver que Rachael


no perdía detalle. —Joder… —Se bajó los calzoncillos y esta levantó una
de sus cejas castañas mirándole el miembro antes de que él gruñendo se
tumbara sobre el sofá.

—No te muevas —dijo malicioso acercándose con el cuchillo en la


mano como si fuera a destripar un cerdo.
—¿No hay algún anestésico por aquí?

Clavó el cuchillo y este gimió de dolor enterrando la cabeza en los

cojines. —No, aquí no está.

—Prueba en la otra nalga.

—La madre que os par… —Gimió de nuevo al sentir el cuchillo


clavándose en su carne.

—Bingo. Al parecer has tenido suerte —dijo Gillean divertido.

Marmara elevó la carne pellizcándole para que pudiera cogerlo y


Gillean se lo mostró a todos antes de dejarlo sobre la repisa de la chimenea.
Marc levantó la cabeza. —¿No pensáis curarme?

—Ya te he tocado el culo más de lo que me gustaría —dijo Marmara


como si pidiera demasiado.

—¿Hermana?

—¡Estoy enfadada! ¡Me has ocultado muchas cosas cuando de mí lo


sabes todo! —Fue hasta su habitación y cerró de un portazo.

—Te curaré yo —dijo Rachael como si fuera un incordio.

—Vaya gracias —dijo con ironía—. ¡Deberías darme las gracias no


les he dicho nada de tu Jefford!

Marmara cogió del brazo a Gillean y se apartaron. —¿Qué opinas?


—Se vio en una encrucijada y cantó. Pero ahora Nigel sabe lo de tu
embarazo. —Abrió el grifo del agua y se lavó las manos. —Nena, debemos
irnos. No encontramos solución y estamos arriesgando la vida.

Sobre todo él y había estado en peligro desde el principio lo que la


asustó porque era evidente que nunca podrían sentirse seguros. —Voy a
matarle.

—Y vendrá otro como hemos hablado mil veces.

—Puede que el segundo se lo piense, pero no podremos volver y…

—Nena nunca volveremos, esa vida se acabó.

Le miró con pena. —Sé que cuando Jefford te dijo que recuperarías
las tierras le creíste, lo vi en tus ojos.

—Sé que lo hubiera intentado, es un hombre de palabra, pero no

puede ser y no hay que darle más vueltas. Les daremos toda la
documentación y que se busquen la vida. Ya hemos hecho muchísimo. —Se
volvió para ver que Rachael curaba a Marc escuchando su conversación. —
Nosotros nos vamos.

—¿Podemos ir con vosotros? —preguntó Rachael asustada porque


dijera que no.

—Claro que podéis venir —dijo Marmara.

—Nena…
—Ya no tienen chip.

—Pero saben usar un teléfono.

—No te preocupes —dijo Marc levantándose y subiéndose los


pantalones a toda prisa—. Me buscaré la vida. Entiendo que ya no confiéis
en mí, ¿pero podéis llevaros a Vienna y a la niña? Con vosotros estarán
seguras.

Su hermana salió de la habitación y gritó —¿Ahora quieres librarte


de mí?

Marc sonrió con pena. —Es mejor así.

—Yo me quedo contigo —dijo asustada por perderle mientras sus


ojos se llenaban de lágrimas.

—Llevarás una vida normal.

—¡Sin ti es imposible! —Se acercó a él y le abrazó con fuerza. —

No me dejes, sin ti no me queda nada.

Él acarició sus rizos pelirrojos mientras sollozaba contra su pecho.


—Te querré siempre, lo sabes. Yo estaré bien.

—Te va a matar. Intentarás hacerle ver que aún seguimos aquí y


cuando te descubra te matará.

—Si vosotras estáis a salvo no me importa morir.


—No digas eso —dijo con la voz congestionada de dolor—. No lo
digas, por favor.

Marmara sintiendo un nudo en la garganta miró a Gillean que


levantó las manos exasperado. —¡Muy bien, que venga!

Vienna se quedó muy quieta y Marc sonrió. —Gracias amigo. ¿Ves


hermana? —La cogió por los hombros para apartarla y vio sus ojos en

blanco. —¿Vienna?

—Shusss… —dijo Marmara acercándose a ellos. Retuvieron el


aliento y cuando sus ojos descendieron hasta su posición normal suspiraron
del alivio—. ¿Qué has visto?

—Nigel…

—¿Nigel qué? ¿Viene para acá? —Rachael se acercó. —Tenemos


que irnos. Yo primero que llevo al niño. ¡Si ni siquiera hemos decidido a
donde vamos! —gritó histérica.

—Nigel va a morir.

La miraron sin entender y Marc dijo —Se lo carga Marmara, claro.

—No os vais a creer esto. Le mata Rose.

Marmara dejó caer la mandíbula del asombro. —¿Qué dices?

—Le parte el corazón en dos, creen que es un infarto, pero lo hace


ella.
—¿Ves cómo era peligrosa? —preguntó Gillean—. ¿Y por qué?

—Por la niña —dijo pasmada—. Por perder a la niña.

Se quedaron en silencio antes de mirar a Marc que silbó. —Menudo


instinto maternal.

—Si ese cerdo perdiera a mi hijo te aseguro que no me quedaría de


brazos cruzados —dijo Marmara poniendo los brazos en jarras antes de
suspirar—. Bueno, eso que nos ahorra. Cuando se entera de esto, ¿lo sabes?

Negó con la cabeza. —Llevaba un vestido sin mangas, pero no

puedo decir más, estaban en el búnker.

Gillean apretó los labios. —Puede pasar mucho tiempo hasta llegar

a eso. Sabemos que no será ahora, ese cerdo no está en el búnker sino
acechando.

Marmara pensó en ello. —Sí, igual me lo tengo que cargar primero.

—¡Nena, nos vamos!

—Sí, sí, pero como ha dicho Rachael hay que pensar muy bien a
donde vamos.

—Bueno, yo había pensado Argentina. Allí hay ranchos y podemos


encontrar algo…—Los demás le miraron como si estuviera loco. —¿Qué?

—Ni hablan inglés —dijo Rachael.

—¿Australia?
—¿Lo del rancho es imprescindible? —preguntó Marc.

—Si quieres te puedes quedar.

—Yo monto a caballo. —Las chicas le miraron incrédulas. —¿Qué?


Siempre me han gustado y voy a un picadero cuando puedo.

—Pues a mí me gusta el plan —dijo Vienna emocionada uniendo las


manos—. ¡Nos vamos a Australia!

Gillean sonrió cogiendo a Marmara por el hombro y pegándola a él.


—Crearemos un nuevo hogar.

—Cielo, deberíamos hacernos documentación falsa antes de salir del

país.

Marc asintió. —Sí, así comenzaremos allí con una nueva identidad.

—Eso nos llevará tiempo que no tenemos, nena. ¿Acaso no has oído
que están acechando?

—Si llegamos allí sin documentación ni podremos alquilar una casa.


Esta la hemos alquilado porque la señora quiere cobrar en negro, pero allí
debemos hacer las cosas bien.

Él gruñó. —¿Y a dónde sugieres que nos vayamos mientras


buscamos a ese falsificador?

—Pues a casa de Jefford.


—¡Sí! —dijo Rachael emocionada mirando a su niño—. Ya verás
cuando te vea papá.

Gillean puso los ojos en blanco. —Nena… Es evidente que no

quieres dejarlo.

Le cogió de la mano. —Nos iremos, pero quiero asegurarme de que


harán algo por los que aún quedan dentro. Es nuestra obligación ayudarles,
estabas de acuerdo.

—¿Y si su tío se niega?

—Entonces les sacaré y nos los llevaremos a Australia con nosotros


en cuanto Rose mate a Nigel. Vienna me informará de cuando llega el
momento.

—Ah, ¿sí? —preguntó la aludida pasmada—. Oye, que si no me


viene… —Marmara la advirtió con la mirada. —Bah, seguro que me viene.

—¿Los llevamos con nosotros? —preguntó mirándola como si no se

lo creyera—. ¿Y sus padres?

—Sus padres les han abandonado, Gillean. No les merecen. —Los


demás apretaron los labios antes de apartar la mirada. —¿Qué? —preguntó
molesta—. ¿No tengo razón?

—No puedes juzgarlos a todos por lo que hizo tu padre, nena.

—Nuestros padres murieron —dijo Vienna—. No nos abandonaron.


Rachael abrazó a su niño. —La mía me entregó a Nigel. Yo jamás le

haría eso a mi hijo, antes tienen que matarme.

—Cada caso es un mundo y no puedes hacerte cargo de todos. —

Gillean intentó que razonara. —No somos educadores ni siquiera somos


padres aún, no pienso hacerme cargo de ellos.

Se le cortó el aliento. —¡Y les dejamos allí!

—¡El plan era rescatarlos no criarlos, Marmara!

—La verdad es que menudo marrón —dijo Marc.

—No digas eso —dijo Vienna.

—Es la verdad. Dieciocho niños…—Marmara levantó una ceja. —


A que también son los bebés.

—Lo que me faltaba por oír —dijo Gillean exasperado.

—¡Sus madres les entregaron a Nigel!

—Vamos a poner un colegio —dijo Vienna ilusionada.

Gillean la cogió por los brazos. —Vamos a ver, nena. ¿Cómo vamos
a justificar tener tantos niños en Australia? —gritó furioso y ella hizo una
mueca porque eso no lo había pensado—. ¡Eso no puede ser, así que ya se
te puede ir olvidando! El senador se encargará de ellos.

—¡El estado otra vez!


—¡Seguro que les busca un sitio adecuado a sus necesidades! ¡Y

ahora nos vamos! ¡Recoged lo que necesitéis!

—Gillean…

—Hablo en serio, nena. O ellos o yo. ¡No pienso llevar esa carga
sobre mis hombros! ¡Eso si los puedes sacar sin que te maten o sin que te
mates tú del esfuerzo, que lo dudo! —Respiró por la nariz intentando
controlarse. —Se acabó, si fuera por mí nos iríamos ya, pero te concederé

que te enteres de primera mano de lo que harán Jefford y su tío al respecto


mientras hacemos los pasaportes y la documentación nueva. Una semana,

nena. ¡Si no me largaré solo, porque esto ya es un suicidio!

Preocupada dio un paso hacia él y cogió su brazo. —Gillean…

—¡No! Ya lo he perdido todo por ti, ¿no eres capaz de hacer esto por

mí? ¡Entonces no eres la mujer que necesito a mi lado! —Salió de la casa


dando un portazo.

—Es lógico que haya perdido la paciencia —dijo Rachael desde la

puerta de su habitación—. Primero lo hacías por sus tierras, después por mi


hijo, ahora por rescatar a los niños, esto no tiene fin.

—Él estaba de acuerdo en sacarles de allí.

—Antes de saber que Nigel está a la vuelta de la esquina. Teme

perderte cuando ya lo ha perdido todo, ¿no lo comprendes?


—Lo comprendo muy bien, pero he vivido allí, me jugué la vida

para salir y se me revuelve la sangre pensando en que ellos pasen por lo

mismo. ¿Tengo que elegir? Le elijo a él, pero siempre me quedará el


remordimiento de que no hice lo correcto.

—¿No es lo correcto?

Se volvió sorprendida para verle en la puerta. La fulminó con la

mirada. —¿No es lo correcto elegirme a mí?

Se le cortó el aliento. —No quería decir…

—¿Es lo correcto o no? —gritó furioso sobresaltándola—. ¡Yo te


elegí a ti, lo dejé todo a un lado por ti! ¡La familia que me quedaba, mis

tierras y hasta el último maldito recuerdo familiar los perdí por ti! —
Furibundo dio un paso hacia ella. —¿Y elegirme a mí no es lo correcto? —

Sonrió con desprecio mientras los ojos de Marmara se llenaban de lágrimas.

—¿Por qué lloras? ¿Porque te he oído? ¿Porque sé que me has mentido y


que no me has querido nunca? —Dio un paso atrás como si acabara de

darse cuenta de algo. —Ahora lo entiendo, me has utilizado…

—No, te juro que…

—¡No me jures! ¡Has aprendido a mentir muy bien y ya no te creo!


Viniste a mi casa porque no tenías donde caerte muerta y si te acostaste

conmigo fue porque no te echara, ¿no es cierto?


Sollozó. —No, estás equivocado.

—¡No sois capaces de querer a nadie del exterior de ese maldito


búnker! Al principio no disimulabas tu desagrado por mí, pero después todo

cambió, ¿verdad? ¡Tu trabajo dependía de mí! ¡Y después todo se

desencadenó y yo me ofrecí a ayudarte! ¡A darte una vida normal! Pero no


es lo que quieres, eso es obvio. ¡Pues quédate con ellos!

Salió de la casa y aterrorizada porque no la creería desapareció

apareciendo ante él. —Por favor escúchame.

—Apártate de mi camino —siseó.

—No me has entendido bien. Eres lo más importante para mí y…

—¡Apártate o no respondo! —gritó haciéndola palidecer aún más.

—Gillean, por favor… Te amo.

Él apretó los puños mirándola como si quisiera matarla. —Como


has demostrado no sabes lo que es el amor. —Dio un paso hacia ella. —

Puede que yo no aparezca o desaparezca, que no lea mentes o tenga

visiones, pero no soy gilipollas. Es evidente que no me necesitas y que soy


un estorbo en tus planes. ¡Pues tranquila que no me verás más! —La rodeó

y se subió a la camioneta. —No os importará que me la lleve, ¿verdad? —


preguntó a través de la ventanilla mientras encendía el motor—. Vosotros
tenéis otro transporte. —Giró el volante y aceleró con violencia haciendo

derrapar las ruedas de atrás.

—¡Tienes que traerle de nuevo, Nigel irá a por él! —dijo Marc.

Sintiendo el corazón en la boca el miedo la invadió y siguió la

camioneta con la mirada mientras entraba en la carretera general. Apareció


en el asiento del copiloto. —Cielo detente.

Él apretando los labios aceleró aún más. —¡No me has entendido

bien! No quería decir que no te quisiera. ¿Cómo no voy a quererte? —Miró


hacia la carretera. —¡Detente, vas muy rápido!

—Bájate cuando quieras —dijo entre dientes girando el volante para

coger una curva.

Asustada por él le agarró del brazo. —Frena, por favor hablemos de

esto.

—¿Hablar? Tú no quieres hablar, no quieres escucharme. Debí


darme cuenta desde el principio, joder.

—Sí que te escucho. —Cuando adelantó un camión haciendo

derrapar la furgoneta al regresar al carril se le pusieron los pelos de punta.


—¡Te vas a matar!

—¿Y a ti qué coño te importa? —La miró furioso. —¿Te vas a

matar? ¿No me sacarías? —Se echó a reír sin ganas. —Eso demuestra la
clase de persona que eres. Joder, cómo me habías engañado.

Adelantó de nuevo y Marmara sollozó sin saber que decirle. —Claro

que te salvaría.

—No, nena. Ahora ya es demasiado tarde, te ha traicionado el


subconsciente. Debí darme cuenta cuando la gente de ese maldito búnker

pasó a ser más importante que lo que deseábamos los dos. ¡Habíamos hecho
nuestros planes!

—No podía dejar que perdieras… —Miró hacia la carretera para ver

que se había desviado al carril contrario y gritó al ver una camioneta que

venía de frente. Sin pensar se agarró al salpicadero mientras él giraba el


volante de golpe y escucharon el sonido del claxon justo antes de que la

camioneta desapareciera para aparecer en la carretera que llevaba a la casa


de Gillean. Él frenó de golpe y ambos respirando agitadamente miraron al

frente para ver los restos calcinados de la casa. Gillean apretó el volante y

ella vio su dolor. —Lo siento.

La miró con odio antes de bajarse del vehículo. —Vuelve con los
tuyos.

—¿No piensas escucharme? —gritó sin poder evitar las lágrimas.

—¡Ya he escuchado bastante y el resto ya no me interesa! ¡Ahora

lárgate de mis tierras!


Se bajó de la camioneta dejando la puerta abierta en su prisa por

seguirle. —¿Y tu hijo?

Se volvió furioso y le gritó en la cara —¿Qué hijo?

Dio un paso atrás como si la hubiera golpeado. —Gillean, ¿qué

dices?

—¿Ese hijo del que no puedo opinar? ¿Del que no puedo decidir su
destino? ¿Ese hijo que puede que no nazca nunca porque te terminarán

matando? ¡Y si llega a nacer, puede que un día te lo arrebate el gobierno! —


Dio un paso hacia ella amenazante. —¡No quiero saber más de él como no

quiero saber más de ti! ¡Se acabó, Marmara!

Sintiendo que se le rompía el alma vio cómo se daba la vuelta y

caminaba hacia la casa sin mirar atrás. No soportaba el dolor que la recorría
y viendo su perfil gritó desgarrada cayendo de rodillas. Gillean se volvió de

golpe para ver que había desaparecido y apretó los puños antes de seguir

caminando dispuesto a reconstruir su vida.


Capítulo 13

Sentada en el sofá abrazada a sus piernas tenía la mirada perdida.


Vienna que hacía la comida la miró de reojo y su hermano le hizo un gesto

para que la dejara con su dolor. Rachael entró en el salón con su niño en
brazos y preocupada por ella caminó hacia sus amigos. —Lleva así dos días

—susurró—. ¿Al final no nos vamos?

—Está pensando qué hacer para recuperarle.

—Ha renegado de ella y de su hijo, ¿qué quiere recuperar?

Marc la miró a los ojos. —Su amor. Lo ha perdido y ahora se siente

vacía.

—Pues tiene algo dentro que la llenará, te lo aseguro.

—También le necesita a él.

Vienna tensó la espalda. —No, no… —Se volvió para ver que se
levantaba. —No seas loca.
—¿Qué? —preguntó Rachael.

—Va a ir al búnker —dijo Marc—. Espera, esta noche irás a buscar


a Jefford como quedasteis. Ya habrá hablado con su tío.

—¿Y si se deshacen de los niños? ¿Y si se los llevan y no volvemos

a encontrarlos? Quiero acabar con esto. Si les pongo a salvo se habrá


acabado.

—No se acabará, nos seguirán buscando.

—Entonces les haré frente. Ya no voy a huir, si queréis hacerlo

vosotros os llevaré a donde queráis.

Vienna dio un paso hacia ella. —Si tú no te vas yo tampoco.

—He pensado algo. —Todas miraron a Marc. —Yo no sabía que

tenía una hija, ¿y si ellos tampoco lo saben? Y cuando hablo de ellos no


solo hablo de los chicos. ¿Y si eso les hace reaccionar por la traición de

Nigel?

—¿Quieres llamarles? Es un riesgo, ¿y si se ponen en nuestra

contra?

—La reacción de Rose que vio Vienna, me indica que a ellas les han
mentido, utilizado o presionado para que dieran a sus niños. Puede que

incluso se los hayan quitado como a Rachael.


Rachael asintió. —Sí, ¿y si se los quitaron como a mí hasta que

fueran lo bastante mayores para devolvérselos a sus padres? —Frunció el

ceño. —Eso si pensaban devolvérselos, que tampoco lo sabemos. El mío se

quedaría allí para siempre, estoy segura. Después de arrebatármelo les odio

a muerte y lo saben. ¿Cómo iban a decirme después que resultaba que no

estaba muerto y enfrentarse a mi reacción? Igual nuestros compañeros


también pensaron que habían muerto como lo pensé yo y estoy segura de

que varias de las nuestras les querrían arrancar las tripas si se enteraran de

lo que les hicieron.

A Marmara se le cortó el aliento. —Puede haber pasado así. Y por

eso Rose… —Abrió los ojos como platos. —Se lo decimos nosotros, por

eso va a por él.

—Y puede que los demás opinen igual —dijo Marc.

—Un ejército.

—Arrasaremos con todo. Tú solo tendrás que meternos porque

cuando terminemos ya no quedará nadie que nos impida salir.

Los ojos de Rachael brillaron. —Si a ellas les han hecho lo mismo

que a mí nos acompañarán, estoy segura. Nos han mentido, hay que recalcar
eso. Ahora hay que traerles aquí sin que Nigel se dé cuenta.
—Voy a por ellos. —Hizo una mueca. —Espero acordarme de todas

sus caras. Preparaos para retenerles, algunos nos considerarán enemigos.

Marc asintió. —Chicas cuidado con Robert, tiene muy mala leche

cuando se enfada.

—Y con Jay —dijo Vienna—. Una ráfaga de fuego y estamos listos.

Rachael corrió hacia la habitación y dejó el niño al lado de la niña

cerrando la puerta. —Ya está. Si tengo que hacer desaparecer una mano

estoy lista.

Marmara asintió. —Intentar que no se sientan amenazados. Les

queremos de nuestro lado.

—¿Se lo vamos contando o esperamos a que estén todos? —

preguntó Vienna.

—Mejor que estén todos. La reacción de uno puede influir en los

demás. Mejor controlarlo con todos aquí.

—De acuerdo —dijo Rachael.

—Empezaré por ellas. —Desapareció y todos se miraron

impacientes.

—Espero que no empiece por Rose —dijo Marc—. La última vez

que nos vimos estaba algo cabreada.

—No me extraña si la dejaste tirada —dijo Rachael mosqueada.


—Oye, que yo no la dejé tirada como tu Jefford. ¡Fue ella la que

dijo que debíamos darnos un tiempo!

—Chicos, ahora no.

Elizabeth apareció ante ellos con cara de sorpresa y los tres

sonrieron al verla vestida de ejecutiva con una carpeta en la mano. —


¿Trabajando? —preguntó Vienna.

Parpadeó antes de mirar hacia atrás y suspirar del alivio al ver a

Marmara. —Creía que me estaba volviendo loca.

—Espera un minuto y seguimos hablando.

Asombrada miró a Vienna. —¿Qué está pasando?

—Algo muy gordo, amiga. Algo gordísimo.

Pilló a Robert saliendo del baño y antes de darse cuenta estaba ante

todos con una toalla por las caderas. —¿Pero qué coño…?

Las chicas suspiraron mientras sus parejas las fulminaban con la

mirada. Uy, uy, que al parecer sentían algo por ellas, aunque fueran celos.

Eso era una buena señal.

—Ya está —dijo Marmara agotada.


—Dejar que se siente. —Vienna preocupada por su palidez se

acercó para ayudarla.

—¡Qué hostia está pasando aquí! —gritó Robert de nuevo—. ¿Por

qué estamos aquí? ¿Es una misión?

Esa frase confirmaba que les seguían utilizando. Todos miraron a

Marmara que suspiró dejándose caer en el sofá. Levantó la vista hacia sus

compañeros que la miraban fijamente. —Muy bien, voy a haceros una

pregunta directa y sé que me diréis la verdad. ¿Cuántas de aquí han tenido

un hijo?

Las chicas se miraron las unas a las otras y Rose dijo cabreada —¿A

qué viene esa pregunta?

Sonrió. —¿Tú sí?

Su labio inferior tembló. —No, no llegué a tenerlo.

—¿Puedes decirnos la razón?

—En una revisión en el búnker me dijeron que estaba muerto, que

había que sacarlo.

Las chicas jadearon. —A mí me dijeron lo mismo —dijo Elisabeth

impresionada.

Robert la miró asombrado. —¿De quién te has quedado embarazada

tú?
Esta se sonrojó. —De ti.

—¿Cómo que de mí? —gritó espantado haciendo sonreír a Marmara

interiormente.

Elisabeth se sonrojó. —Nigel me dijo que no te dijera nada, que por


mi país debía tener el niño y que por mi país no debía decirte nada para no

desconcentrarte de tu trabajo porque era muy peligroso. Me hizo alejarme

de ti un tiempo, pero… —Se echó a llorar tapándose la cara con las manos.

Rose la miró pasmada. —A mí me dijo lo mismo.

—¡Y a mí! —dijo Laura.

—¿Qué? —gritó Cesar.

Suspiró del alivio porque ahora ya no había duda. —Reformularé la


pregunta. ¿Quién se ha quedado embarazada y ha perdido el bebé en el

búnker?

Las chicas levantaron las manos dejando pasmados a sus parejas. —

Hostia, hostia… —dijo Peter poniéndose rojo de furia—. ¿Qué coño me


estás contando, Shelly?

—Lo siento. —Esta sollozó. —Nigel me obligó, yo no quería

ocultártelo.

—Claro que te obligó —dijo Rachael—. ¡Como lleva dominando

nuestras vidas desde hace años!


Duncan miraba a su alrededor. —Yo no he tenido ninguna relación
con nadie, ¿puedo irme? Tengo un partido de squash.

—No —contestaron todos a la vez.

Este suspiró cruzándose de brazos. —Muy bien.

—Duncan formas parte del grupo y te conviene escuchar esto para


que no tengas problemas en el futuro —dijo Marc.

Este entrecerró los ojos y asintió. Marmara se levantó. —Os


preguntaréis cómo sé esto si hace años que no voy por el búnker. Y la

respuesta es que lo sé por Rachael. Yo saqué a su hijo de allí.

Todas miraron hacia ella. —Me robaron a mi bebé. Nos los han
robado a todas.

Rose pálida dio un paso hacia ella. —¿Qué dices? ¿Que mi hija está

viva?

Marc sonrió. —Nuestra hija está viva y es preciosa.

—¡No me mientas! —gritó de los nervios.

Vienna sonrió con ternura. —Sabes que no puede mentirte.

Escucharon un llanto y Marc le señaló la puerta. —Compruébalo tú

misma. Es el bebé más grande.

Insegura miró a los demás y Marmara dijo —Todo está bien Rose,

ve…
Caminó hacia allí y abrió la puerta. Al ver a su hija sobre la cama
rodeada de almohadas se echó a llorar corriendo hacia ella. —¡Mi niña, mi

niña! —La cogió en brazos pegándola al pecho y se volvió para mirar los
ojos de Marmara. —Gracias, gracias.

Sonrió con tristeza. —Siento que hayas pasado por eso. Debe ser

muy doloroso.

—Lo más horrible que he pasado nunca. —Acarició su cabecita.

—¿Y los nuestros? —preguntó Robert pálido.

Se volvió hacia él. —En el búnker. No he podido sacarlos a todos.

Varias se echaron a llorar y Robert se llevó las manos a la cabeza. —


¿Cariño? —preguntó Elizabeth asustada.

—Tranquila preciosa, que le voy a sacar de allí. —La miró


directamente. —Te juro que lo recuperaré.

—Era una niña. —Se echó a llorar y él la abrazó con fuerza.

—Hijos de puta…—Jay apretó los puños intentando controlarse.

—Os han mentido, siempre nos mienten para conseguir sus

propósitos —dijo Rachael alterada—. ¡Nos manipulan, nos utilizan y ahora


quieren utilizar a nuestros hijos sin contar los dieciocho niños que también

hay allí! Nueve niños y nueve niñas… ¡Van a hacerles lo mismo que a
nosotros!
—Y eso no es lo peor —dijo Marc—. Vienna ha tenido visiones de

madres de alquiler firmando contratos. Quieren practicar clonaciones.

—No me jodas —dijo Robert—. ¡Conmigo no y con mi familia

tampoco!

—No pueden hacerle lo mismo que a nosotros —dijo Elisabeth.

—No se lo harán, eso te lo juro por mis muertos. —Miró a


Marmara. —Ese evidente que tu don se ha multiplicado. ¿Puedes meterme

con una ametralladora?

—Puedo mover hasta un coche. Pero entonces no podré meter a los

demás, es demasiado esfuerzo.

—Con explosivos y una ametralladora tendré suficiente.

—Tenemos un plan —dijo Rachael—. Haré que se queden a ciegas


en videovigilancia para que no nos vean entrar y después… Les liberaremos

a todos.

—Contad conmigo —dijo Duncan—. Todavía se la tengo jurada a

Nigel por la paliza que me dio con quince años. Es un cabrón que merece la
muerte y no pienso dejar que esos niños sufran lo mismo que nosotros. —

Hizo una mueca. —Puede que mi don no sea muy útil, pero sé apretar un
gatillo.
—Tu don nos va a ser muy útil —dijo Marmara—. Necesito que te

metas en la enfermería y saques de allí todo lo referente a los niños, los


embarazos, las cesáreas…

Duncan entrecerró los ojos. —Entiendo. Sé leer a través de los

archivadores.

—Exacto y esa información no está en los ordenadores. Debe estar


escrita a mano y bajo llave.

—Déjamelo a mí. Lo encontraré.

A Vienna se le cortó el aliento. —Sabe que estamos todos reunidos.


Huyen hacia el búnker. Ha pedido un helicóptero.

—Lo sabe por los chips que portáis en vuestro cuerpo para teneros
localizados. Muchos seguro que no lo sabréis como no lo sabía Marc —dijo

Marmara mientras la miraban asombrados. Sonrió maliciosa—. Sabía que


estando todos aquí no vendría a enfrentarse con nosotros.

—Nos esperará en el búnker y lo protegerá hasta la muerte —dijo

Jay.

—Pues se la va a encontrar antes de lo que cree —dijo Rose con


ganas de sangre.

—Esa es mi chica.

Le miró sorprendida. —¿De veras?


Él sonrió y la besó en la frente. —Hablaremos de eso después, cielo.
Ahora debemos poner la niña a salvo.

Marmara entrecerró los ojos. —Oh, eso dejádmelo a mí.

Apareció en su antigua habitación de la cafetería con los niños en

brazos y Jennifer que con los cascos puestos vagueaba en la cama juró por
lo bajo saltando de ella. —¡No hagas eso!

—Te quedas de niñera.

Jennifer miró a los niños con los ojos como platos. —No fastidies,

¿y si se ponen a llorar?

—Te iré trayendo más en unas horas. Llama a Alisa y a su madre


para que te ayuden. —Miró las dimensiones de la habitación e hizo una
mueca porque tendría que valer. No podía dejar que todo el pueblo viera a

los niños y en la casa de Alisa no sabía si estaba su marido. —Diles que


tienes un problema y que las necesitas.

—¿Vas a traer más? —Cogió a la niña en brazos. —¡Claudia me

echará!

—No te echará, hablaré con ella, ¿vale? —Puso al otro bebé sobre la

cama. —Cuídalos porque sus padres no están pasando su mejor momento y


si les pasa algo no se lo van a tomar muy bien.

—¡Eso, asústame más! —Miró a los dos en la cama que la


observaban con los ojos como platos. —Parecen tranquilitos.

Esperaba que pudiera con el trabajo. —Llama a Alisa y dile que

estoy metida en esto.

—¡Está cabreada contigo, le has roto el corazón a su primo!

Lo que le faltaba por oír. —Lo voy a arreglar.

—Lo dudo, cuando a Gillean se le atraganta alguien no puede ni


verle.

—Tengo que irme.

Jennifer la cogió por el brazo. —¿Va todo bien?

Sonrió. —Si no vuelvo, lleva los niños al sheriff y que llame al

senador Stuart. Él ya sabrá de que se trata, ¿crees que podrás hacerlo?

Asustada asintió. —Sí, claro.

Respiró hondo e iba a irse, pero susurró —Si no vuelvo dile a


Gillean que lo siento y que sí que le he querido. Le he querido más que a

nada en la vida. —Sonrió con tristeza. —Ojalá todavía no pudiera mentir


para que me creyera. —Desapareció dejándola con la palabra en la boca y
Jennifer asustada cogió su móvil.
Capítulo 14

Dos horas después ya estaban todos preparados. Quien no llevaba un


arma era porque su don le permitía hacer daño sin ella. Rose se ató su larga

melena morena a la espalda y sonrió a Marc que cogió su mano. —¿Listos?

Rachael se puso a su lado. —Lista.

—Vendré a por vosotros lo más rápido que pueda.

Varios asintieron y cogió del brazo a Rachael desapareciendo ante


sus ojos.

—Suerte, amiga —dijo Vienna.

Aparecieron en la sala de videovigilancia tras dos hombres que


miraban las pantallas riendo de algo que uno señalaba. Miró hacia la

pantalla y vio a un niño llorando agarrado a la pierna de un cuidador. Le

entró una mala sangre que alargó el brazo mostrando su pistola con

silenciador y le pegó un tiro en la nuca sin ningún remordimiento. El otro se


volvió sorprendido antes de desaparecer de mano de Rachael. —Vete, ya

me encargo yo —dijo haciendo desaparecer todos los aparatos que tenían

ante ellas.

—No te muevas de aquí hasta que les haya traído a todos.

—No temas por mí.

Fue a por Rose y la llevó hasta la sala de los niños. Una enfermera

las miró con sorpresa e iba a gritar cuando se llevó la mano al pecho antes
de caer redonda en el suelo. —Zorra…—Rose caminó entre las cunas y fue

hasta la zona de enfermería. Marmara escuchó que algo caía al suelo, la otra

enfermera. —Vete, despejado.

Desapareció y trajo a Robert, al que dejó en el pasillo que llevaba a

la sala de las cunas de los pequeños. Entonces vieron a los hombres

armados cerca del ascensor y estos gritaron empezando a disparar. Agarró a

Robert del brazo llevándolo hasta la esquina y este susurró —Gracias, han

estado cerca. —Se giró y disparó varias veces. —¡Vete a por los demás!

¡Seguro que están bajando refuerzos!

Cogió a Jay y le puso al otro lado del pasillo. Las ráfagas de fuego

hicieron arder a dos y los que quedaban cayeron por el fuego de Robert al

otro lado. La segunda planta estaba controlada, pero de repente se escuchó


una alarma.
—¡Van a evacuar el búnker! —gritó Robert desde el otro lado. En

ese momento se abrió la puerta de la escalera de emergencia y tiraron una

bomba de humo. Ella desapareció llegando a su lado y la tiró a la escalera

antes de desaparecer de nuevo.

Fue llevando uno por uno a cada miembro de su equipo y los

distribuyó por el búnker mientras Rachael en el piso de arriba salía de la

sala de vigilancia y hacía desaparecer a dos hombres que estaban en la

garita. Caminó hacia ella y apretó el botón rojo haciendo caer la puerta de

acero que cerraba el búnker viendo como dos coches bajaban por la rampa a
toda velocidad. Sonrió maliciosa. —¿Nigel? —canturreó—. ¿Dónde estás,

Nigel? —Escuchando los disparos en el piso inferior caminó por el ancho

pasillo de mármol gris. Dos hombres salieron corriendo de la escalera y

desaparecieron en el acto. En ese momento apareció Cristopher. —¿Todo

bien?

—Como la seda.

Ambos miraron los despachos y la puerta del ascensor se abrió

mostrando a Rose, sus ojos clamaban venganza y caminó hacia el despacho

de Nigel mientras sus amigos la seguían para cubrirle las espaldas. Se

escuchaban gritos en el interior. —¡Necesitamos refuerzos! —La puerta

desapareció mostrando a los tres y él dejó caer el teléfono. —Rose, cielo,

¿qué estáis haciendo?


—Eres un cabrón —dijo entre dientes—. Me has robado a mi niña.

—¡Eso son mentiras de Marmara! ¡Nos odia y quiere vengarse!

—¡La he visto con mis propios ojos!

Nigel gritó mostrando un brazo roto.

—Esto no lo había visto Vienna —dijo Rachael divertida.

—Es que está muy cabreada —dijo su amigo—. El futuro puede

cambiar y Rose ha visto a los niños abajo, lo que la ha cabreado más.

—Claro. Amiga, ¿le vas a romper algo más o acabamos con esto?

—¡No! —gritó Nigel mostrando por primera vez que estaba

realmente asustado—. ¡Yo solo sigo órdenes del gobierno!

—¿El gobierno ha ordenado que yo tenga un hijo? Ahora ya no me

creo nada que salga de tu boca. —Rose dio un paso hacia él. —¿Qué clase

de monstruo eres?

De repente él mostró un arma en la otra mano y esta desapareció con

mano y todo. Nigel mirándose el muñón gritó horrorizado mientras su brazo

no dejaba de sangrar.

—¿Duele? ¿Duele como si te hubieran arrancado un hijo de las

entrañas? —gritó Rose furiosa antes de que su cuerpo empezara a retorcerse

rompiéndole los huesos.

Rachael dejó caer la mandíbula del asombro.


—Ahora sí que debe doler igual —dijo Rose con satisfacción

mientras Nigel gritaba de dolor. —Esto es por todo el sufrimiento que has

provocado. —De repente Nigel la miró con sorpresa antes de caer sobre el

escritorio sin vida. —Recopilad toda la documentación que podáis, nos lo

llevaremos todo antes de volar este sitio.

Robert apareció con la ametralladora en la mano. —Ya no queda

nadie. Solo nosotros y los niños. Vamos a revisar cada palmo por si hay

alguien escondido.

—¿Y Marmara? —preguntó Rachael preocupada.

—Sacando a los primeros niños. —Hizo una mueca. —Está algo

pálida.

—Mierda —dijo Rose saliendo del despacho a toda prisa.

Robert miró hacia Nigel e hizo una mueca. —Buen trabajo, amiga.

—Gracias.

—¿Está pálida? —preguntó Rachael asustada.

—Marc está intentando convencerla para que se lo tome con calma,

pero no se fía de que nos tiren un misil o algo así. No le hace mucho caso,

le ha ordenado que nos quiten los chips a todos para que cuando volemos

esto se queden aquí. Los niños están limpios Vienna ya lo ha comprobado.


Rachael salió corriendo y bajó las escaleras a toda prisa hasta el

segundo piso. Corrió hacia la zona de las cunas donde estaba sentada en una

silla gritando —¡Quitaros los chips!

Apartó a Marc y se asustó por su palidez. —No tienes que darte

tanta prisa, cielo. —Se agachó ante ella. —Ya estamos a salvo.

—No estamos a salvo. Todavía no. —Miró a Marc. —Empieza a

rajar culos, joder.

—Lo que digas. —Marc se alejó. —Preciosa, empiezo contigo.

—Como me dejes mucha cicatriz me voy a cabrear —dijo

levantándose el vestido sin ningún pudor y mostrando sus braguitas de

encaje.

—¡Nena, en la enfermería!

—Ah…

Marmara sonrió y luego perdió la sonrisa poco a poco porque la

había llamado nena. Y eso la entristeció. ¿Y si no podía recuperarle como

había dicho Jennifer?

—Ya tienes mejor color. Espera unos minutos más —dijo Rachael

antes de mirar a Jay—. Tráele agua.

Este salió corriendo y Marmara vio como Elisabeth se acercaba a

una cuna casi con miedo y se echaba a llorar. Robert se acercó a ella. —
Cógela, cielo. Coge a nuestra hija.

Emocionada vio como su amiga la cogía en brazos y cerraba los

ojos. —Que bien huele —susurró.

Robert sonrió y se dio cuenta de que pocas veces le había visto


sonreír. Y eso le dio fuerzas. Tenía que sacarles de allí y pensaba recuperar

a Gillean para formar la familia que siempre había soñado. Se levantó y se

acercó a la primera cuna cogiendo el bebé en brazos. —Darme otro.

—¿Seguro?

—Mejor hacerlo de dos en dos.

Elisabeth se acercó a toda prisa poniéndosela en brazos y sollozó. —


Gracias por este momento.

—Habrá muchos más, te lo juro —dijo antes de desaparecer.

En su antigua habitación Alisa la miró con los ojos como platos. —


¡Estar listas para cogerlos! —exclamó poniéndole a la niña en brazos.

Jenifer se acercó para coger al otro. —Sí, de acuerdo.

—Dios mío… —dijo la madre de Alisa impresionada, pero no tenía


tiempo para explicaciones y volvió a desaparecer.

Rachael mirando su rostro le puso otro en brazos mientras que

Elisabeth cargaba su otro brazo. —Lista.


Desapareció y allí estaba Alisa ya dispuesta a ayudar. —¿Son
muchos?

—Veintisiete con los que ya he traído. Estos son los más pequeños.
—Desapareció de nuevo e hizo otro viaje. Empezaron también con los

niños de la planta superior y cuando terminó con ellos sentía que no podía
más. Tuvo que sentarse de nuevo.

—Buscaremos otro modo de escapar —dijo Rachael—. Son muchos

viajes para ti.

—Darme unos minutos, puedo hacerlo.

Robert preocupado apretó los labios. —No, no puedes. Estás al

borde del colapso. —Se volvió hacia Jay. —Buscaremos otra vía de escape.

—He sellado la trampilla de la que me habló Vienna. La del


ascensor. Era la única vía de acceso.

—Habrá que abrirla de nuevo.

—Joder Robert, allí arriba hay un ejército.

Duncan llegó con dos cajas de documentación. —Jay ya puedes ir a


quemar las muestras y lo demás. Asegúrate de que no queda nada de lo que

puedan tirar en el futuro. Ni una sola muestra de sangre.

Jay asintió yendo hacia el laboratorio y en ese momento entró


Cristopher con el disco duro en la mano. —Ya he borrado la base de datos,
no queda nada sobre ninguno de nosotros. A partir de ahora seremos
fantasmas.

Robert susurró —Pues deberemos ser fantasmas para salir de aquí.

Cris miró sorprendido hacia Marmara y apretó los labios. —

Entiendo.

—Darme unos minutos y continuaré.

—Marmara…

—¡Es la única solución!

Todos se quedaron en silencio y cerró los ojos respirando hondo. —

Vamos...

—Puedes con un coche, ¿no? —preguntó Duncan con el entrecejo

fruncido—. Marc me ha dicho que sí.

—Sí, ya lo ha hecho dos veces —respondió Rachael.

—Y después hizo más viajes. —Le miraron sin comprender. —¿No

os dais cuenta de que no es el peso lo que la agota? Son los viajes. ¿Y si nos
atamos unos a otros para que nos lleve con ella? Será solo un viaje nada

más.

Se le cortó el aliento porque puede que tuviera razón. —Solo un


viaje.

—Exacto. Solo un viaje más.


—¿Y si no puede con todos?

—Supongo que con los que no pueda se quedarán aquí. Pero algo es
algo.

—Ataros —dijo ella.

Robert asintió. —Atarlas primero a ellas.

Rose saliendo de la enfermería con una aguja en la mano dijo —Eso


no es justo.

—Al menos tendrán a sus madres y en este momento es a quien más

necesitan. —Miró a los ojos a Elisabeth que intentaba retener las lágrimas.
—Buscar cuerdas.

Asintió antes de alejarse.

Marmara respiró hondo cerrando los ojos, intentando que su corazón

acelerado recuperara su ritmo habitual. Pensó en Gillean. Un último viaje,


cielo. Será mi último viaje, te lo juro. Cuando abrió los ojos vio que los
chicos habían preparado una cuerda de la que salían otras. Eran estas

últimas las que agarraban a la cintura de las chicas asegurándose de que


estaban bien sujetas.

—¿Por qué lo hacéis así?

—Si alguien se pierde no se perderán los de atrás —dijo Robert muy


serio.
Sí, puede que fuera lo correcto. Rachael sollozó de miedo

haciéndose otro nudo en la cintura. Era lógico que estuviera aterrada, eso no
lo había hecho nunca. Robert fue el último en atarse sacándose de los

bolsillos todo lo que pudiera pesar, como los cargadores. Los demás
hicieron lo mismo y cuando estuvieron listos la miraron. Se levantó y fue

hasta la cuerda donde Marc y Vienna estaban esperando para atarla. En


silencio le pasaron la cuerda por la cintura y su amigo la ató con varios

nudos a Rachael que era la primera. Agarró la mano de Rachael y esta la de


Elisabeth. —No os soltéis. —Miró a Marc que se puso entre Jay y Cris. —

Agarraos de los cinturones.

Ellos asintieron agarrando bien al que tenían al lado. Marmara les

miró emocionada. —Sois los mejores, chicos. ¿Preparados?

—Santa madre de Dios…

Todos miraron a Rachael que se sonrojó. —¿Qué? Por pedirle ayuda


no perdemos nada.

Varios sonrieron y Marmara disimulando que estaba aterrada por lo


que pudiera pasar dijo —Vamos allá. Pulsa el detonador.

Robert lo hizo. —Diez minutos.

Se sujetaron con fuerza y ella gritó —¡Ahora!


En una décima de segundo vio la habitación para ver que faltaban
los niños, pero ni pensó en ello mirando a Rachael que tiraba de su mano en

un gran agujero lleno de luz. Asustada gritó cogiendo a Rachael de la


cintura para tirar de ella y apareció la mano de Elizabeth. Jennifer se tiró a
ellas para ayudar y Elisabeth salió mostrando a Rose. Entre todos siguieron

tirando y de repente Gillean apareció tirando de la cuerda de Rose con tal


fuerza que las chicas salieron del agujero mostrando la cara de Jay que

alargó la mano hacia él. Gillean se la cogió y Marmara asustada porque el


agujero le tragara gritó —¡Quitaos la cuerda!

Las chicas lo hicieron lo más rápido posible y esta cayó al suelo

dándole más espacio a Gillean. Todas agarraron la soga tirando con él. Los
chicos fueron saliendo y al ayudar los hombres en un par de tirones vieron a

Robert que cayó al suelo. Elisabeth se echó a llorar tirándose sobre él. —
¿Estás bien, mi amor?

—Sí, preciosa. —Levantó la vista hacia Marmara. —Bien hecho.

Me ha dado tiempo para acojonarme un poco, pero sabía que lo


conseguirías.

Gillean se volvió para fulminarla con la mirada. —¡Definitivamente


estás loca!

—Tenía que hacerlo —susurró.


Miró su cintura aún atada. —Ya veo lo que te importa el niño.

Muchos se quedaron sin aliento al escucharle y Marc apretó los


labios antes de decir —Gracias Marmara.

Gillean pasó ante Alisa que estaba pasmada. —¿Y para esto me has

llamado? —Salió de allí dejando el silencio tras él.

—¿Dónde está mi hija? —preguntó Elisabeth asustada.

Alisa señaló hacia la escalera. —En el bar de abajo. No podíamos

con todos. Los más mayores estaban incontrolables y tuvimos que pedir
ayuda.

Ellas salieron casi corriendo para ir a buscar a sus hijos y Robert se


acercó a ella. —Al final tuvimos que dejar la documentación de nuestros

hijos, ¿pero sabes qué? Casi me alegro. Así nadie sabrá de su existencia.

Asintió forzando una sonrisa. —Tienes razón, ahora son libres. Ellos
sí que son libres.

—¿Vas a destruir lo demás?

—No, tenemos que justificar el origen de los niños de la primera


planta.

—Espero que no les vuelvan a encerrar. Sino habrá que volver. ¿Te
ayudo con la policía?
—No, conozco al sheriff, sabrá mantener la boca cerrada hasta que
hablemos con el senador. Le explicaré la situación. Llévate a tu familia y

que los demás hagan lo mismo. No quiero que vean a los bebés y hagan
preguntas sobre ellos.

—Sí, por supuesto.

—Gracias.

Robert asintió. —Gracias a ti, no sabes cómo te lo agradezco. Ven a


buscarme si me necesitas.

—Los viajes se acabaron.

—No podrás evitarlos, son algo innato en ti. Aunque después de lo


de hoy lo entiendo, pero si estás en peligro quiero que sepas que siempre
podrás contar conmigo. Suerte, amiga. —Se volvió hacia sus compañeros.
—Ya habéis oído a la jefa, nos vamos.

—Suerte —dijeron varios antes de salir.

Marc apretó los labios. —No quiero dejarte con el marrón.

—Cuida de Rose y de vuestra hija —dijo emocionada—. Cuida de


Vienna. —Él asintió. —¿Puedes llevarte a Rachael? Entre vosotros se

sentirá segura.

—Eso está hecho. Sé que has dicho que los viajes se acabaron, pero

haznos una visita para saber que estás bien, ¿quieres? Aunque sea solo una.
Se abrazó a él. —Gracias por vuestra ayuda.

—Nos has dado tanto…—La apretó contra su pecho. —Cuídate


mucho, hermana.

Se le cortó el aliento. —¿Hermana?

—De una manera u otra todos somos hermanos y tú has demostrado


que la sangre no importa, solo el corazón.

—Entonces soy muy afortunada, tengo una gran familia.

Emocionado se apartó para besarla en la mejilla. —Sé que


volveremos a encontrarnos.

Vienna sollozó antes de abrazarla. —Todo irá bien, lo sé. Lucha por

lo que amas y será lo correcto.

Asintió mientras las lágrimas corrían por sus mejillas y les vio ir
hacia la puerta. Vienna la miró a los ojos. —Será un niño precioso y estará
muy sano.

Sonrió. —Gracias.

Cuando se fueron miró a Alisa y a Jennifer que levantaron las cejas


antes de hablar atropelladamente la una sobre la otra. Sonrió. —Así que
queréis explicaciones.

—¡Sí! —dijeron las dos a la vez.

—Vamos a buscar a tu padre, Alisa. Tiene que hacer esa llamada.


Capítulo 15

Eran las tres de la mañana cuando llegó el autobús que había


enviado el equipo del senador. Entre todos acomodaron a los niños y bajó

del autobús para enfrentarse a sus amigos que aún estaban allí. Miró a
Jennifer, a Sheldon, a Curtis, al cura, a Claudia, al sheriff y a su mujer y su

hija. Les sonrió. —Gracias por vuestra ayuda.

—Lo de esa niña fue cosa tuya, ¿no? —preguntó Sheldon.

—Sí, la rescatamos a tiempo. Pero recuerda que eso no puedes

decírselo a nadie, Sheldon.

—Te lo juro por mi vida.

Se acercó al sheriff que apretó los labios. —¿Estaréis bien?

—El senador ha hablado con el presidente y como ya tiene las

declaraciones de los niños ese cabrito está entre la espada y la pared. Ahora

lo sabe demasiada gente, tenemos pruebas que están a buen recaudo, no


puede enfrentarse a un escándalo de esta magnitud, así que colaborará en

todo. Y por el bien de los niños se respetará su anonimato. Algunos

volverán con sus familias si son aptas para cuidarles y otros irán a un

colegio muy distinto al sitio de donde les hemos sacado. Será el senador

quien controle su crianza y ha jurado que se lo piensa tomar muy en serio.


—Todos sonrieron. —Recordad, si por una casualidad viene la prensa…

—No sabemos nada —dijo Alisa—. Tranquila, solo nosotros


sabemos realmente lo que ha pasado, el resto de pueblo piensa que los niños

venían de una excursión y que su autobús se estropeó y así se quedará.

Sabemos proteger a los nuestros.

—Os lo agradezco muchísimo en su nombre. Merecen llevar una

vida lo más normal posible. —Miró al sheriff. —Siento lo del tiro.

—Bah, ni disparar sabían. Yo no hubiera fallado —dijo orgulloso

subiéndose la cinturilla del pantalón.

Sus mujeres le miraron. —No fallaron.

—Claro que sí, me dieron en la pierna.

Ellas pusieron los ojos en blanco haciéndola reír por lo bajo. —Os

echaré de menos.

Claudia dio un paso hacia ella. —¿Y tú, niña? ¿Qué será de tu vida?

—Ya veremos, primero tengo que encargarme de ellos.


—Aquí siempre tendrás una habitación. —Jennifer jadeó. —¡Sí,

mona porque ni alquiler me pagas!

—Estoy pasando una crisis. ¡Mi padre me ha echado de casa! —dijo

asombrada.

—Bah, tu padre te adora y solo quieres darle una lección porque

eres una sabionda. ¡Mira cómo no te has ido de la gasolinera!

—Bueno, tonta no soy. Algún día me pagará porque se dará cuenta

de que necesito la pasta para comer.

—Y yo también necesito pasta.

—Si tenías la habitación vacía.

—Tendrá cara —dijo mirándola asombrada.

Rio por lo bajo y la abrazó. —Gracias por todo. Tendré en cuenta la

invitación.

—Vuelve niña —dijo Curtis emocionado—. Echo de menos tu tarta

de limón.

—También tendré en cuenta eso. —Se apartó y fue hasta la puerta

del autobús. —Cuidad a Gillean por mí.

—Eso está hecho —dijo Alisa.

Subió un par de escalones y escuchó su nombre. Se volvió mirando

al padre Thompson. —Recuerda que los caminos del señor son


inescrutables, pero desde que llegaste por primera vez esos caminos

siempre te han traído aquí. No desvíes tu rumbo por muy lejos que te lleve

la vida, este es tu sitio, no lo dudes nunca.

Asintió y el conductor cerró las puertas. Se sentó en el primer

asiento y con lágrimas en los ojos se despidió con la mano. Ellos le

respondieron y cuando el autobús se alejó Claudia preguntó —¿Creéis que

volveremos a verla?

Alisa sonrió. —Me dijo que arreglaría lo de Gillean y ha

demostrado que tiene palabra.

—Dios te oiga, niña —dijo Curtis—. El chico está hecho polvo. Y

además sueño con su tarta de limón.

Todos rieron por lo bajo y se dispersaron, pero Jennifer se quedó allí

mirando la calle vacía. Ella había vivido allí toda su vida y no había

conseguido que la gente la quisiera tanto. ¿Por qué? Hasta su padre la había

echado de casa.

—Jennifer, ¿qué haces?

Se volvió para ver que Claudia cerraba la puerta del local. —¿Soy

mala gente?

La miró sorprendida. —Claro que no, niña. Eres algo alocada, ¿pero

mala persona? No.


—Yo quiero a mi padre, le quiero más que a nada.

Sonrió. —Lo sé. Y sé de sobra por qué a veces te comportas como


lo haces. Le proteges y no me parece mal. —Cogió su mano. —Vuelve a

casa, te estará echando de menos.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. —¿Eso crees? En la gasolinera


nunca me dice nada. Casi no hablamos.

—Tu padre es algo rudo, tiene muy mala leche, pero te adora. Si me

estás preguntando si quiere que vuelvas la respuesta es sí. Estoy segura.

—En realidad me ha echado él y si no me pide que vuelva... —

Sorbió por la nariz.

—¿Por qué no hablas con él mañana en el trabajo? Ya verás como se

arregla todo. Cuanto más esperes, más se enfriará el asunto y más difícil

será volver. Y sé que quieres hacerlo.

—Seguro que no cena bien ni hace un buen desayuno. ¿Y quién le

hace el sándwich?

—Se lo hace Sheldon.

—¿Ves? No es como el mío.

—Seguro que no. Anda niña, vete a descansar y mañana hablas con

él. Te va a recibir con los brazos abiertos.

Pues lo iba a hacer. —Gracias Claudia.


—De nada, cielo.

La observó ir hacia la escalera y sintió pena por ella. Era hija de un

exconvicto y no había tenido una vida fácil. No le extrañaba que fuera

rebelde pero no, no era mala chica. Solo había que ver como había ayudado

a Marmara cuando lo había necesitado. Suspiró mirando la carretera. Sí,

volverían a verla.

Cuatro meses después

Entró en el pueblo en su cuatro por cuatro gris último modelo y

aparcó ante la cafetería. Vio como Curtis se levantaba con un sándwich en

la mano mirando el cochazo y cuando sus ojos se encontraron ella sonrió.

—¡Es la niña!

Marmara rio saliendo del coche. —Leche, que alto está esto. —

Cerró la puerta para verlos a todos allí y chilló de la alegría abrazando a

Claudia.

—¡Has vuelto!

—Claro que sí.

—¡Y menudo bombo! —gritó mirando hacia abajo.


Rio acariciándose la barriga. —Es todo un Chagford. —Estiró el

cuello. —¿Está ahí?

—No ha venido, durante estos meses no ha salido mucho del

rancho. Dice que tiene mucho trabajo con la casa y eso.

Perdió la sonrisa de golpe. —Bueno, ya le veré. —Miró a Curtis y

dijo espantada —¿Te falta otro diente?

—Un accidente.

Se llevó la mano al pecho. —¿Estás bien?

—Se cayó del tejado de Gillean, ¿a quién se le ocurre subirse allí

con lo viejo que es?

—Que estoy hecho un chaval…

Marmara sonrió. —Claro que sí. —Le dio un abrazo. —Nos durarás

muchos años. —Miró al padre Thompson. —¿Cómo está, padre?

—Muy contento de verte. Este pueblo necesita sangre nueva y veo


que traes más contigo.

—Y más que llegará en unos días.

La miraron sin comprender. —Ahora os cuento. —Miró a Sheldon.


—¿Me has cuidado la cocina?

—Como los chorros del oro la tienes.

Le abrazó. —Amigo, ni te imaginas lo que te he echado de menos.


—Y yo a ti. Esto ya no es lo mismo sin ti.

Emocionada se apartó. —Pues aquí estoy.

—¿Dispuesta a todo? —preguntó Claudia.

—Dispuesta a lo que sea. —Fue hasta el coche y sacó su bolso de

piel.

—Hala, eso cuesta un ojo de la cara.

—Podrás comprarte diez como este cuando hable con vosotros.

Padre, ¿puede ir a llamar al sheriff? Ya he llamado a Alisa y está al llegar


con su madre.

—Eso está hecho, niña.

Claudia la miró sin comprender. —Marmara, ¿te ha tocado la

lotería?

—Algo así. Entremos, hace mucho calor, ¿no?

—Pues te pondré una limonada.

—Gracias Sheldon.

Claudia la cogió por la cintura y entraron en el local. Suspiró de


gusto. —Es como entrar en casa.

—Esta siempre será tu casa.


Escucharon un frenazo y miraron hacia atrás para ver a Alisa
saliendo del coche corriendo. Esta abrió la puerta. —¡Ya era hora!

Rio yendo hacia ella y Alisa miró su vientre. —¡Menudo bombo! —

Sonrió mirando sus ojos. —Pero estás preciosa.

La abrazó. —¿Cómo va todo?

—Hecho polvo, pero va tirando. Y con una mala leche que no puede

con ella.

Asintió alejándose y miró a su madre que dijo —Tienes que


contármelo todo.

—Con detalle.

Rieron abrazándose y en ese momento llegó el cura con el sheriff.

—Menuda sorpresa.

—Mira que bombo papá, y está sin casar. ¿No me dijiste con

dieciséis que era delito?

El sheriff se sonrojó haciéndoles reír. —Lo pasaré por alto, hija.

—Ya, ya…

—Bien, ahora que estamos todos aquí, o casi todos, sheriff cierre la

puerta que tenemos que hablar.

Este no lo dudó, cerró el pestillo y dio la vuelta al cartel que ponía


cerrado.
—Sentémonos, niña —dijo Claudia—. Estarás cansada del viaje.

—Sí, porque vengo de Washington y ha sido largo. —Se sentó en


una silla y todos la rodearon.

—¿Todo ha ido bien? —preguntó el cura.

—Muy bien, no podía haber salido mejor. Somos libres para hacer

con nuestra vida lo que nos venga en gana, los niños ahora viven cerca de
un lago donde pueden correr, nadar, hacer kayak y tienen profesores

especializados. Son felices. Yo misma supervisé el nuevo centro. Soy algo


así como la asesora del senador. Dice que nadie sabe lo que necesitan como

yo, así que me han nombrado a mí para esa tarea.

—¿Eso significa que ya no vas a volver a Donwhill? —preguntó

Alisa preocupada.

—Oh sí, he venido para quedarme. Aunque cuatro veces al año debo
ir a supervisar el centro. —Todos sonrieron. —Y bueno, esto me lleva a

otro tema. Se han ocasionado daños. Y son daños muy graves por lo que
cada niño ha sido indemnizado con diez millones de dólares.

Claudia se llevó una mano al pecho mientras el cura decía —Es lo

que merecen por vivir en esa prisión.

—Su futuro está asegurado. También soy la administradora de ese

dinero hasta que cumplan los veintidós.


—Una tarea muy importante.

—Intentaré hacer lo posible para que cumplan sus sueños. —Abrió

su bolso y sacó un sobre. —Y también quiero cumplir los vuestros.

Sheldon la miró sin entender. —¿Los nuestros?

—Habéis sido vitales para que se realizara la misión de rescate y el

pueblo ha sufrido daños —dijo abriendo el sobre—. Por eso el estado os


indemniza… —Puso un cheque ante Claudia, otro ante Alisa, otro ante su

padre y así los fue repartiendo a todos los presentes hasta quedarse con tres.

Claudia con los ojos como platos cogió el cheque para alejarlo como
si no viera bien la cifra. —¿Un millón de dólares? ¡Un millón de dólares!

Sheldon gritó cogiendo su cheque al igual que los demás. Alisa gritó
pegando saltos por la cafetería y levantando los brazos mientras que su

padre estaba en shock mirando el suyo. —Cielo, ¿aquí pone tres millones?
Se me ha nublado la vista.

Su mujer aún pasmada con su cheque en la mano estiró el cuello

antes de gritar.

—Bueno, te han pegado un tiro. Eso se valora —dijo Marmara


divertida.

Alisa fue hasta ella y la abrazó. —¡Te quiero!


Rio viendo su alegría. Alisa hasta besó a Curtis en los labios. —
¡Somos ricos!

El viejo no salía de su asombro. —Pero si yo no he hecho nada.

—Claro que sí. Fue gracias a ti por lo que me quedé en el pueblo y


siempre me has apoyado. Te lo mereces.

Sonrió. —¡Podré ponerme los piños nuevos!

—Cada uno podrá comprarse lo que quiera.

—Niña, es muy generoso —dijo el cura encantado—. Lo aceptaré


para la parroquia.

—No —dijo sorprendiéndole—. Porque para el pueblo y la

parroquia… —Puso un cheque sobre la mesa de diez millones de dólares.

Entonces la miraron con desconfianza. —Niña, ¿qué pasa aquí?

Se echó a reír. —No es nada, es vuestro os lo habéis ganado. Pero…

—Ya sabía yo que había un pero —dijo el viejo.

—La comarca necesita gente, ¿no? —Todos asintieron. —Pues los

míos, parte de mi familia se va a mudar.

Dejaron caer la mandíbula del asombro. —Saben que aquí tendrán

privacidad, que no revelaréis su vida anterior y que estarán seguros. De


hecho ya han estado comprando algunas granjas de los alrededores. Y en
cuanto se hagan algunas reformillas vendrán. Calculo que para el mes que
viene estarán por aquí.

—¿Eran ellos los que compraron las granjas? Creíamos que era una

empresa para hacer un complejo o algo así —dijo Claudia impresionada.

—Esas familias necesitan sentirse seguras y aquí lo estarán.


Rodeados de los suyos y de buena gente. ¿Os parece mal? Me han hecho

venir a mí primero porque si vosotros, los que nos conocéis y sabéis parte
de nuestras vidas, no estáis de acuerdo buscarán otro sitio. No quieren

incomodaros.

—Sangre nueva —dijo Curtis—. Si son como tú pueden quedarse

los que quieran. Buena gente es lo que necesitamos.

—Lo son, os lo juro por mi vida que lo son.

El sheriff asintió. —Arriesgaron la vida por esos niños y por


recuperar a sus hijos. Si necesitan un lugar donde vivir este es el sitio.

—Robert sería un buen ayudante de sheriff. Y tiene una puntería

muy fina.

—Rayos, eso es lo que necesito.

Sonrió. —Me alegra que penséis así.

—¿Y qué te han dado a ti? —preguntó Alisa interesada—. Tú eres

de las más perjudicadas.


—Veinte millones como a cada uno de mis hermanos.

Curtis silbó. —Tienes la vida solucionada, niña.

—Sí, ya no tendré que preocuparme por el dinero. Pero recordad,


este dinero es por el altercado con los hombres del gobierno. No tiene nada
que ver con los niños.

Todos asintieron y ella sonrió. —Bueno, me voy al rancho y de paso

me pasaré por la gasolinera. Al parecer Jennifer te ha despejado la


habitación, ¿no?

—Volvió a casa al día siguiente —dijo Claudia mirándola


agradecida—. Gracias niña, ya no tendré que preocuparme por las facturas
nunca más.

—Y no sabes cómo me alegro. Os veo luego.

Alisa mirando su cheque como si no pudiera aún creerlo dijo —Ten


cuidado no te pegue un tiro, ¿quieres?

La miró sorprendida. —Será una broma.

—El otro día entró uno de esos testigos de Jehová y le sacó a tiros
—dijo el cura a punto de reírse—. Pobre hombre, se le disparó la tensión y

tuvo que ir una ambulancia a recogerle a la carretera.

—Sí, niña —dijo el sheriff—. A mí me dijo que ya había cometido

el error de dejar pasar a quien no debía y mira como lo estaba pagando. Que
no pensaba cometer el mismo error dos veces.

Gimió por dentro. —Bah, se le pasará.

—Tú llora mucho —dijo la mujer del sheriff —. Y enséñale el


cheque. Que por cierto, ¿de cuánto es?

—Eso se lo diré a él.

—Leche, es más gordo que el nuestro.

—Claro, cielo. Él ha perdido el rancho y muchas reses.

—¿Reses? —preguntó preocupada.

—Alguno de sus vaqueros hicieron negocio con ellas pensando que


no volvería.

—Malditos hijos de…

—¿Niña? —El padre Thompson levantó una ceja.

—¡Cabritos! —Empujó la puerta de malas maneras haciéndoles reír.

Desde el coche les guiñó el ojo y cuando el coche desapareció se


miraron sonriendo. —Esta niña… —dijo Curtis—. Esto ha sido cosa de
ella, estoy seguro.

—Es un cheque del gobierno, aquí lo pone —dijo Alisa.

—Sí, pero ha sido ella la que ha luchado por nosotros.


Todos asintieron. —Sangre nueva, a algunos no les gustará —dijo el

sheriff preocupado.

—Ya estamos nosotros para decirles que son buena gente —dijo

Claudia—. Al fin y al cabo somos las fuerzas vivas del pueblo. Y esos diez
millones son gracias a ellos. Se invertirán aquí y todos se beneficiarán.

—Eso no puedes decirlo —dijo Alisa muy seria—. Son una


indemnización por lo que ocurrió. No por acogerles.

—¿Crees que no les reconocerán? Muchos les vieron salir y meterse


en los coches de alquiler que se los llevaron. La vecina de enfrente les
reconocerá.

—Sí, a la pelirroja es difícil que no la reconozcan —dijo Curtis—.

Era preciosa.

Se quedaron en silencio. —Les apoyaremos como buenos vecinos


—dijo el cura—. No os preocupéis, no saben nada y no pueden sospechar lo
ocurrido porque es increíble. Si alguien pregunta diremos que vieron el
pueblo y decidieron mudarse a un lugar tranquilo.

—Eso —dijo el sheriff—. Han decidido mudarse aquí por lo bien


que les tratamos.

Todos asintieron y Claudia sonrió. —Va a ser interesante.


Después de dar su cheque a Jennifer que casi se muere de la

impresión, entró en el camino del rancho poniéndose cada vez más nerviosa
precisamente porque sabía cómo iba a reaccionar. Mal, muy mal. Le iba a
sentar como una patada en el higadillo que estuviera allí, pero se le pasaría.
Uff, le sudaban las manos y todo. Al ver la edificación frenó en seco
mirándola con los ojos como platos. Aún estaban poniendo el tejado, pero

era evidente que aquello como mucho tenía tres habitaciones. Menuda
indirecta. —Uy, este hombre te va a dar guerra —dijo ella entre dientes.

Aceleró y vio que había alguien sobre el tejado y que Gillean desde
abajo le estaba diciendo algo. Él se volvió para mirar el coche y frunció el
ceño, pero ella miró hacia la casa. —¡Ni porche te ha puesto! —Frenó en

seco ante él y salió del coche dejando la puerta abierta. —¿Qué es eso,
Gillean? —preguntó cabreadísima señalando la casa.

Él parpadeó mirando su vientre como si no se lo creyera y ella le


miró. —¡No tiene porche!

Eso le hizo reaccionar y enderezó la espalda. —¿Y a ti qué te


importa?

—¿Que qué me importa? ¿Y dónde está el resto?

—¿El resto de qué?


—De la casa —dijo como si fuera lo más obvio del mundo.

—No necesito una casa tan grande.

—Que no necesitas… —Le miró con ganas de pegar cuatro gritos.

—¡Ya lo estás tirando todo y haciendo mi casa!

—¿Tú qué? ¡Estas tierras son mías!

—¿Quieres bronca? ¿La quieres? —gritó de los nervios. Se llevó la

mano al vientre con los ojos como platos—. Ay…

Asustado dio un paso hacia ella. —Nena, ¿qué te pasa?

—Me meo. —Corrió hacia la casa, pero era obvio que no había
baño porque ni paredes tenía. —¡Gillean!

—La casita nena…

—¡La casita! —gritó disgustadísima.

Al ver que estaba al borde del llanto entrecerró los ojos siguiéndola.

—¡Preciosa, no me llores que ya es tarde para que me afecte!

Entró cerrando de un portazo casi dándole en la cara y él gruñó.


Sentada sobre el wáter gimió porque había empezado fatal, pero es que le
daba una rabia que hubiera hecho esa casa como si quisiera dejarle claro a
todo el mundo que iba a vivir solo para siempre… E invitados los justos

que no fueran a pensarse que quería recibir muchas visitas. Es que era para
pegar cuatro gritos. Cogió el papel ignorando los dos ratones que la miraban
y se limpió. Claro, la había tomado por sorpresa y tenía las hormonas
revolucionadas. ¿Cómo se lo iba a tomar? Pues mal. Entrecerró los ojos. Y
él quería que se lo tomara así, le estaba dejando claro que no era una casa
familiar. Sollozó y sorbió por la nariz cogiendo más papel para sonarse. Era

el colmo con todas las cosas feas que le había dicho.

—¿Nena?

Se le cortó el aliento mirando la puerta.

—¿Estás bien?

¿Era preocupación eso que oía en su voz? No, eran imaginaciones


suyas.

—¿Quieres que llame al médico?

Ah, que ni la iba a llevar él. Qué majo. —No, gracias.

Se levantó subiéndose las braguitas y después de tirar de la cadena

fue a lavarse las manos. Fue a coger la toalla para secarse y puso los ojos en
blanco porque no había. Qué raro, con lo bien que se le daban las tareas de
la casa, pensó con ironía. Salió del baño y allí estaba. Ella echó un vistazo a
la habitación que estaba hecha un desastre y levantó una ceja. —No he
tenido tiempo para limpiar, ¿qué pasa?

—Nada. —Pasó ante él y caminó hasta su coche sabiendo que la

seguía. Cogió su bolso. —Te he traído algo.


—¿Qué puedes traerme que me interese?

Gruñó por su tono y se volvió con el cheque en la mano. Él lo miró


levantando una ceja. —Cinco millones.

—Es la compensación del gobierno por tu ayuda y los trastornos


ocasionados.

—¿Incluida tú? —preguntó con burla.

Palideció por lo que sintió como una cuchillada dejando caer el


cheque al suelo. —No, yo no estoy incluida. —Se subió a su coche y cerró
la puerta. Cuando miró a la casa sintió una pena enorme porque era

evidente que no estaba preparado para perdonarla y puede que no lo


estuviera nunca. —Sé que no te gusta, pero me quedaré por aquí.

—Me importa una mierda.

—Sé que también te importa una mierda tu hijo, pero nos


quedaremos igual. Es un buen lugar para que crezca. —Él apretó los puños
y Marmara le miró a los ojos. —Dijiste que no querías saber más del niño,
pero tendrás que aguantarte, quiero que se crie entre los míos.

—¿Qué tuyos? ¡Tú aquí no tienes a nadie!

Otra cuchillada. —Ya te enterarás. —Arrancó el coche ignorando el


dolor que provocaban sus palabras. —¿Sabes, cielo? Antes hubiera

perdonado cualquier cosa. Mi crianza me enseñó que a veces era mejor


cerrar la boca y seguir adelante, pero tú hiciste de mí otra persona y ya no
tolero que me traten como lo estás haciendo. ¿No me quieres en tu vida?
Perfecto. Que seas muy feliz. —Sonrió con tristeza. —No te molestaré más.

—Iba a acelerar, pero algo la detuvo. —Y por cierto, te aconsejo que no


rompas ese cheque en un arranque de los tuyos, porque puede ser el futuro
de ese hijo que tanto te importaba al principio y del que luego renegaste.
Piénsalo bien antes de cometer un error monumental. Adiós, Gillean.
Mucha suerte.

Aceleró y giró el volante para dar la vuelta, pero él se puso delante

haciéndola frenar en seco. Rompió el cheque ante sus ojos y tiró los papeles
sobre su coche antes de apartarse y gritarle al chico —¿Por qué no estás
clavando? ¡Mueve el culo, que te pago por horas!

Apretó los labios mirando su perfil y aceleró de nuevo reprimiendo


las lágrimas. —Idiota. Ahora tendré que pedir otro.
Capítulo 16

Al teléfono hizo una mueca mirando a Claudia. —Sí señorita, el


cheque se ha mojado. ¿Qué quiere que le diga? Estoy embarazadísima y no

me di cuenta de con que me secaba. Me hago pis en cualquier parte y no


tenía papel higiénico a mano. —Claudia soltó una risita sirviéndole café a

Curtis. —¡Oiga, que no se ha cobrado y es suyo! ¡Haga otro, hostia! —

Colgó el teléfono y miró al cura. —Perdón, pero es que estos chupatintas


me ponen de los nervios. Ni que el dinero fuera suyo.

—Uy, mira quien viene ahí —dijo Claudia divertida.

Miró hacia el escaparate y vio como Gillean se bajaba de su

camioneta mirando su coche como si fuera el anticristo. —Y viene de muy

buen humor —dijo antes de meterse en la cocina para seguir amasando.

—Gillean, cuanto tiempo sin verte.

—¿Está aquí?
—En la cocina, pero está trabajando —dijo con chulería.

—No me jodas, Claudia, dile que salga.

—No quiere verte.

—¡Pues que no se hubiera mudado al pueblo! ¡Marmara!

Bufó saliendo de la cocina y poniendo los brazos en jarras. —¿Qué


pasa?

—¿Cuántas habitaciones quieres? —preguntó de malos modos.

Se le cortó el aliento. —¿Qué?

—¿Que cuantas habitaciones quieres en la casa nueva?

Pasmada miró a los demás que se encogieron de hombros antes de

mirarle a él que gruñó —¿Contestas o no?

Uy, que tonito... —¡Diez!

Él asintió antes de salir del local y asombrada preguntó —¿Eso que

ha sido?

—Una disculpa, niña —dijo Curtis—. Se ha dado cuenta de que ha

metido la pata e intenta arreglarlo.

—Ah, ¿sí? —preguntó asombrada.

—Tu hombre es algo especial.

—No pareces contenta —dijo Claudia a punto de reírse.


—¡Pues no! —Entró en la cocina y Sheldon silbó por su mala leche.

La campanilla sonó de nuevo y Gillean gritó desde la puerta —¿Con

baño?

Sacó la cabeza. —¡Al menos cuatro sí!

Él asintió antes de salir de nuevo y no pudo evitar sonreír viéndole

subirse a la camioneta.

—Niña, esto va bien.

—¿Tú crees? —preguntó ilusionada.

—No vas a durar mucho en el piso de arriba.

¿No iba a durar mucho? Pues en diez días no le había visto el pelo y

lo que era peor ni una disculpa por su comportamiento, lo que le sentaba

como una patada en la barriga. Hablando de barrigas, incomodísima se la

acarició antes de girarse hacia el otro lado en la cama y suspirar. No se le

iba el dolor de espalda y empezó a preocuparse, porque era como para

temerse que estaba de parto. Estaba de parto y sola. Una lágrima cayó por

su mejilla. Escuchó pasos en la escalera y se le cortó el aliento sentándose


en la cama. Alguien llamó a la puerta y se levantó a toda prisa. —¿Quién

es?
—No estás sola —dijo Marc.

Sin aliento abrió la puerta y al ver allí a sus amigos sollozó

abrazándoles. —Hemos llegado justo a tiempo —dijo Vienna.

—Estáis aquí.

—Claro que sí. Vienna dijo que sería esta noche y nos hemos subido

al coche a toda prisa. —Rachael la besó en la mejilla antes de alejarse para

mirarla bien. —Venga, que nos vamos al hospital.

Sorbió por la nariz asintiendo y Vienna perdió la sonrisa poco a

poco antes de mirar a su hermano que apretó los labios.

—¿Y los niños?

—Con Rose —dijo Rachael entrando en la casa con ella—. Adivina.

—Marmara cogiendo un vestido premamá la miró. —¡Está embarazada!

Asombrada se volvió hacia Marc que sonrió cerrando la puerta. —

¡Felicidades!

—Dice que quiere vivirlo todo de nuevo conmigo.

—Qué bonito, me alegro muchísimo.

—Sé que lo haces.

Vienna mirando la sencilla habitación apretó los labios porque no

había ni cuna. Ni siquiera unos pañales. —¿Dónde están las cosas del niño?

—preguntó Rachael pensando lo mismo que ella.


Entonces Marmara se echó a llorar desgarrada tapándose el rostro.

—Soy una madre horrible.

—Eh… —Rachael preocupada la abrazó. —Eso es mentira, vas a

hacerlo genial porque tienes un corazón enorme.

—No lo ha comprado porque no sabe qué hacer, ¿no es cierto? —


Marc se acercó. —No sabes si te quedarás.

—No me quiere.

—Claro que te quiere. —Vienna sonrió con dulzura. —Se cabreó y

está confuso, eso es todo. No sabe cómo tratarte porque sabe que te ha

hecho daño. Tú le has hecho daño a él y teme sufrir de nuevo.

—Sí, son dos idiotas —dijo Rachael dejándola pasmada—. Oye, no

te juzgo. Estoy enamorada de Jefford, hablamos todas las noches por el niño

y no me atrevo a decir nada por no fastidiarla. Él pasó de mí, no me

corresponde decir nada. Pero vosotros os queréis.

—No, he perdido su amor y lo que es peor me ha cabreado tanto que

creo que ya no quiero recuperarlo.

A Marc se le cortó el aliento. —Hablas en serio.

—Me ha dejado sola. —Sollozó de nuevo tapándose el rostro con

las manos. —En un momento así me ha dejado sola.

Vienna intentó reprimir las lágrimas por su dolor. —Lo arreglaréis.


—¿Cómo voy a perdonarle esto? —Negó con la cabeza. —¿No

quiere verme ni por el niño? No, esto no se puede perdonar. En cuanto salga

del hospital me iré.

—¿A dónde?

—Me da igual. Lo siento por el niño, porque me hubiera gustado

que creciera con los vuestros, pero… —Entró en el baño arrimando la

puerta.

Vienna fulminó a Marc con la mirada antes de sisear —Avísale.

—Debe ser él quien dé el paso.

—Va a tener un hijo y no lo sabe.

—Pues debe ser porque no le interesa mucho.

—La quiere.

—¿De veras? Pues no le veo aquí.

Marmara salió del baño y cogió su bolso. —Estoy lista.

—Vamos —dijo Rachael con delicadeza cogiéndola del brazo.

—Igual tenía que haber comprado lo de la bolsa, ¿no? —Sorbió por

la nariz.

—No te preocupes por eso, que te lo compraré yo y en el hospital no


necesitarás de nada.
—Eres una amiga.

En el hospital de San Antonio miró el monitor pensando en lo que

dolía aquello. —Leche…

Rachael hizo una mueca. —¿Duele mucho?

—Leche… —Gimió agarrándose el vientre y durante medio

segundo desapareció.

Las amigas se miraron con los ojos como platos. —Hostia, hostia…
—dijo Marc poniéndose muy nervioso.

—¡Qué la droguen! —exclamó Rachael espantada—. ¡Qué esta se


larga a mitad del parto!

Sudando a mares les miró sin entender. —¿Qué?

—Has desaparecido —dijo Vienna.

—¿Qué va?

—Que sí.

—¿De veras? —Asombrada miró a Marc. —¡Sácame de aquí!

—¿Y a dónde te llevo?

—¡Yo qué sé!


—¿Y a dónde has ido? —preguntó Rachael asombrada.

—¡Tenía los ojos cerrados! —Se llevó la mano al pecho. —Ay

madre, como me haya visto alguien.

—Tranquila, pensarán que es una visión.

—Sí, ¿verdad? —Se acarició el vientre. —Cuando venga otra me


controlaré.

—Eso, tú controla —dijo Rachael haciendo una mueca a sus


amigos.

—Te he visto.

Rachael soltó una risita. —El médico va a flipar.

Abrió los ojos como platos. —Viene otra.

—¡Controla, controla! —exclamó Vienna ante ella.

Se agarró la barriga sintiendo la contracción y gimió poniéndose


roja como un tomate, pero la cara de Gillean apareció en su mente y su

cuerpo desapareció cayendo sobre el asiento de la camioneta de Gillean que


iba a toda pastilla por la carretera. Asustada por lo que le dolía gritó.

Miró hacia ella pálido. —Ya voy, nena…

—¡Te odio! —gritó antes de sollozar.

—Lo siento, lo siento. Cielo, perdóname.


Ella desapareció volviendo a su cama y todos la miraron
expectantes. —Ya viene. —Sorbió por la nariz. —Y me ha pedido perdón.

No sé por qué con todo lo que ha hecho, pero lo ha pedido.

—Un avance —dijo Marc sonriendo.

—Puede. ¿Debería perdonarle? —Las chicas asintieron. —Sí,


¿verdad? Cuando llegue le pregunto por qué me pedía perdón.

—Creo que por todo, cielo —dijo Rachael.

—¿Tú crees? Estoy algo confusa.

—No hace falta que lo pienses ahora —dijo Vienna—. Céntrate en


el niño.

—Eso intento, pero… —Se mordió el labio inferior y desapareció.

Los tres elevaron los brazos al techo como si no pudieran con ella
mientras Marmara miraba su perfil. —¿Por qué me pides perdón?

—Por todo, nena.

Chasqueó la lengua. —Eso es muy impreciso.

—Preciosa… —dijo asustado—. ¿No deberías estar en el hospital?

—Uy, los sensores.

Regresó a la cama y en ese momento se abrió la puerta. La

enfermera frunció el ceño mirando el monitor. —Lo siento, pero he tenido


que levantarme para ir al baño.
—No pasa nada. —Sonrió levantando la bata para poner los

sensores en su barriga. —Ya está.

—Gracias, ¿queda mucho?

—Un poco. Usted no se preocupe que en cuanto vea que está en

marcha llamaré al médico. Por esos monitores la controlo.

—Gracias.

Sonrió saliendo de la habitación y ella suspiró del alivio.

—Casi te pilla —dijo Vienna divertida.

—Al parecer ha ido bien con Gillean. —Marc reprimió la risa.

—Por todo, me pide perdón por todo. —Frunció el ceño. —Pues no

me quedo a gusto.

—Ya le pondrás las pilas —dijo Rachael—. ¿Un poco de hielo? Te

noto acalorada.

—Uff, sí gracias. —Cogió hielo de la jarra que le ofrecía y se lo


metió en la boca. —Parece sincero.

—Seguro que lo es —dijo Rachael.

Se sacó el hielo de la boca dejándolo en la palma de la mano antes


de desaparecer. —¿Eres sincero?

—¡Vuelve al hospital! —gritó de los nervios.


—¿Me gritas? —De repente se echó a llorar. —Tú no me quieres.

He faltado a mi promesa de no hacer viajes por ti y no me quieres.

—Joder nena, no llores. —Frenó en la cuneta y la cogió de las


manos. —Te quiero, te quiero tanto que temía perderte. Tenía tanto miedo

que cuando dijiste que elegirme era un error sentí que se me rompía el alma,
nena. Lo había dado todo por ti.

—Lo siento —dijo entre lágrimas—, pero no quise decir eso.

—Sí que quisiste decir eso, porque en lugar de volver a mí como


hiciste hace unos días no insististe. Y todo para irte al búnker y liberar a los

niños. Cuatro meses, nena… ¡He estado sin saber de ti cuatro meses!

Se le cortó el aliento. —Lo que te dolió aún más. ¡Después de lo que


me dijiste! —gritó en su cara.

—¡Lo siento, joder, pero me sentí así!

—¡Pues yo siento decirte que no siempre serás lo primero!

—¿Cuando he sido lo primero, nena? Desde que te he conocido


siempre ha habido otras cosas más importantes cuando tú para mí has sido

lo más valioso que he tenido en la vida. Y esa vida la hubiera dado por ti.

Se le cortó el aliento. —Sí que has sido…

—No mientas. Hicimos planes y los ibas cambiando a medida que

ocurría algo.
—¡Quería que recuperaras el rancho!

—¡Te dije que no me importaba! ¡Solo me importabas tú!

—¡Mentías! —gritó desgañitada.

Él apretó los labios. —Sí, mentía, porque no quería que te sintieras

mal por ello. Y en lugar de valorarlo dijiste que te equivocabas por elegirme
y que te arrepentirías de ello.

Una lágrima cayó por su mejilla. —Tuve que hacerlo, me


necesitaban. Me refería a eso.

—¿Sabes, nena? En ese punto ya temía tanto por tu vida que tuve

que alejarme porque sabía que un día no regresarías. Y saber que era un
error en tu vida…

—No, no eres un error. Te amo.

—¿De veras? ¿Estás segura?

—Eres tú quien no me ama a mí.

—Joder, no digas eso.

—¡Si me hubieras querido no me habrías dicho esas cosas horribles!


—gritó furiosa antes de soltar su mano para coger su vientre y sollozó—. Y

como me trataste cuando llegué…

La miró torturado. —Perdona nena.

—¡Y embarazada! —Gimió de dolor apretándose el vientre.


—Estaba dolido.

—¡Esto sí que duele! Duele mucho.

—Estoy aquí, preciosa. —Ella cogió sus manos y apretó con fuerza
gimiendo. —Muy bien preciosa, lo haces muy bien.

La enfermera entró en la habitación mosqueada para encontrárselos


en la cama. —Oiga, si se quita los sensores no podré monitorizarla.

—Está sangrando —dijo Rachael asustada mirando sus piernas.

La enfermera juró por lo bajo antes de tocar un botón de la pared. —


Salgan de la habitación, por favor. Vamos a explorarla.

—Yo me quedo, soy el padre del niño —dijo pálido.

—Todo irá bien —dijo Vienna con una sonrisa.

Él suspiró del alivio y le sonrió. —¿Ves nena? Todo irá bien. —La

besó en los labios como si no quisiera perderla. —Estaremos juntos y


seremos muy felices.

—Lo ha dicho Vienna —dijo asustada mirando sus ojos.

—Te amo, nena. No tengas miedo.

El médico llegó en ese momento y al ver el sangrado ordenó una

cesárea de urgencia. —¿Puedo ir con ella? —preguntó disimulando que


estaba muerto de miedo.
—No, lo siento —dijo tenso mirando su tensión—. Rápido, a
quirófano.

Empujaron su cama y salieron de la habitación mientras una lágrima


corría por su mejilla.

—Estoy aquí, mi vida —dijo él cogiendo su mano mientras iban al

ascensor casi corriendo—. Todo irá bien.

—Te amo.

—Recuerda que eres lo más valioso para mí y siempre será así.

Ella sonrió soltando su mano y cuando las puertas del ascensor se

cerraron él se llevó las manos a la cabeza. Marc le agarró del hombro


volviéndole y desesperado miró a Vienna. —¿Has visto que se pondrá bien?
¿Lo has visto?

Se sonrojó. —No he dicho eso. Han sido palabras de ánimo.

—Dios mío… —Pálido dio un paso atrás.

—Todo irá bien, está siendo atendida —dijo Rachael.

—Me equivoqué.

—Tendrás tiempo para compensarla, ya verás. —Marc le dio una


palmada en la espalda. —Vayamos a la habitación, allí nos dirán algo.
Cada minuto que pasaba más tensión había en el rostro de Gillean,
que después de una hora estaba desesperado porque como todos pensaba

que algo no iba bien. Observaba a Vienna que estaba concentrada mirando
una esquina, pero esta no decía nada.

—¡Vienna, joder di algo!

—Ha caído un puente en la interestatal y no dejo de tener imágenes


de ello.

La miró espantado. —Hostia…

—Es como una interferencia —dijo Marc—. Cuando ocurren cosas


así es muy difícil para ella tener otro tipo de visión.

—Estupendo.

La puerta se abrió sobresaltándoles y una mujer vestida con bata


blanca entró con una sonrisa en los labios. —¿Son los familiares de
Marmara?

—Soy el padre del niño —dijo a toda prisa—. Y ellos son como

hermanos.

Esta alargó la mano. —Soy la doctora Martin. Felicidades es un

niño precioso.

—¿Ella está bien?


—Ha tenido una pequeña hemorragia, pero hemos sabido

controlarla. Hemos tardado un poco para asegurarnos de que todo estaba


correcto y que no empezaba a sangrar de nuevo, pero todo ha ido como la
seda. En un par de horas, en cuanto veamos que se despierta bien de la
anestesia, se la subirá a planta.

Suspiró del alivio y la abrazó. —Gracias.

Esta soltó una risita. —De nada.

Él se apartó sonriendo como nunca.

—Por cierto… —dijo ella —. Ha pasado algo en el quirófano que


espero que no nos tomen en cuenta.

Gillean perdió la sonrisa de golpe y la doctora carraspeó. —Bueno,


prefiero decírselo yo porque me gusta ser clara.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Marc. De repente abrió los ojos

como platos y miró a su hermana que se golpeó la frente con la mano.

—Pues verá, no sé cómo ha ocurrido… —Soltó una risita. —Ha

sido un poco extraño, si le digo la verdad.

—¿Extraño? —Gillean carraspeó temiéndose lo peor. —¿Le ha


pasado algo a mi mujer en el quirófano?

—No, no es por ella. Bueno, el hecho es que después de darle el


niño a la enfermera para que le aseara, lo dejó sobre una mesa y le limpió a
toda prisa. Ella dice que miró sobre su hombro por algo y cuando volvió la

cabeza de nuevo el niño no estaba. Fueron unos minutos en que buscamos


por todo el quirófano, incluso íbamos a dar la voz de alarma y de repente
escuchamos un chillido en la camilla de su madre. —Le miró con los ojos
como platos. —Aunque ella estaba anestesiada por si teníamos que abrir

más para detener la hemorragia, el niño estaba entre sus brazos como si le
abrazara. Ha sido lo más raro que me ha pasado en la vida.

A ver como salía de esta. —¿Me está diciendo que perdieron a mi


hijo durante unos minutos?

Esta carraspeó. —Pero todo está muy bien y le traerán prontito, se lo


prometo. Bueno, me voy que tengo otra operación.

—Gracias doctora.

—De nada.

En cuanto se cerró la puerta se miraron. —¿Creéis que ha sido ella?


—preguntó Marc divertido.

—Le abrazaba, ha sido ella —dijo Rachael.

—Pues yo no las tengo todas conmigo. —Gillean gruñó. —Puede


pasar…

—Sí, sí que puede pasar —dijo Marc divertido—. Ni te imaginas las


conversaciones monosilábicas que tengo con mi niña. Rose se pone de los
nervios porque no se entera.

—Pero igual no ha pasado.

—Ya lo averiguarás.

Marmara suspiró volviéndose en la cama y escuchó un ruido que le


hizo abrir los ojos para ver que Gillean con el niño en brazos se alejaba. —

Venga, a ver si lo haces otra vez —susurró. Marmara le miró sin entender
—. A la de una, a la de dos…

—¿Qué haces?

Se sobresaltó mirándola. —Joder nena, que susto.

El niño apareció a su lado en la cama dejándola con los ojos como


platos. —¡Lo sabía! —dijo Gillean señalándolo—. ¡Mira lo que ha hecho!
—Atónita miró a su hombre. —¿Lo has visto? ¿Lo has visto? Menudo
campeón —dijo orgulloso—. Creo que tanto viaje de un lado a otro durante

el embarazo le ha enseñado algo nena, porque ya lo hizo en quirófano.

—¿De veras? —preguntó pasmada—. ¡No! —Cogió a su bebé en

brazos. —¡No!

—¿No te alegras?
—¿Cómo voy a alegrarme? —Sus ojos se llenaron de lágrimas. —
Pobrecito. Mírale, es precioso. Nos ha salido guapísimo y tendrá eso que le
amargará la vida.

Gillean se sentó a su lado. —Nena, sabías que podía pasar.

—Ya, pero tenía esperanzas de que fuera normal. Así sufriría menos.

—Él no sufrirá porque nos tendrá a nosotros. Lo que va a ser un lío


es cuando sea adolescente y se escape de casa sin que nos demos cuenta. —
Entrecerró los ojos como si eso no le gustara un pelo. —Compraré la

pulsera de seguimiento.

Sonrió y sorbió por la nariz. —No hará eso.

—Espera y verás. Va a ser difícil de controlar, como su madre.

Se miraron a los ojos. —Y aun así me quieres.

—Con locura —dijo acercándose.

—Y me querrás siempre.

—Toda la vida. —Sus labios se rozaron y él los acarició. —¿Es


cierto que aún me quieres, nena? ¿Me has perdonado?

Derritiéndose de gusto susurró —Podría decir que no… Pero te

mentiría.
Epílogo

Colocando la tarta de chocolate sobre la barra sonrió porque había


quedado espectacular y saludó a Claudia con la mano. —Hola guapa.

—¿Qué tal el día?

—Muy bien. Te he traído cuatro.

—Eres un cielo —dijo Curtis mirando la de chocolate con gula.

Rio por lo bajo y le acarició el hombro de la que pasaba hasta la


mesa de las chicas que rodeadas de carritos de bebé la esperaban para tomar

el café del día. Se sentó suspirando y Rose ante ella levantó una ceja al ver
el arnés en su pecho donde estaba su hijo dormidito. —Buena solución.

—No me queda otra. Ayer por la tarde casi se cae al suelo. Vino de

sorpresa porque quería teta y casi la liamos. —Las chicas rieron por lo bajo.

—Ja, ja. Pues no veáis cuando se lo hace a Gillean. Le pega unos sustos…
La última vez estaba subido al caballo arreando reses. Lleva colgado uno de

estos por si aparece y así aprende a meterse aquí.

Se echaron a reír a carcajadas y ella sonrió mirando a su niño.

—Pues ya tiene seis meses, debes estar molida —dijo Vienna.

—Bah, Gillean me hará un masaje esta noche. —Les guiñó un ojo.

—¿Y qué tal vosotras?

—Rossie no le habla a su padre, ya entendéis cómo y él tiene un

mosqueo… —dijo Rose soltó una risita.

—¿Qué has hecho?

—Nada. Le he dicho a la niña que si quiere ese peluche que vimos


en la tienda tiene que dejar de hablar con él por lo bajini. No ha dicho ni pío

en toda la mañana. Me ha salido de lista…

—Rose, eso es chantaje —dijo Vienna indignada.

—¡Oye, que estoy en desventaja, algo tengo que hacer! ¡Y encima

ahora viene otra! ¡Ya verás que lío!

—Vienen más —dijo Vienna mosqueada —. ¡Y ellas no van a hacer

eso!

Marmara asombrada miró a sus amigas. —¿Vienen más?

Todas sonrieron maliciosas y Elisabeth dijo —A mí no me mires…

—El resto negó con la cabeza y atónita miró a Rachael que estaba roja
como un tomate.

Marmara jadeó llevándose la mano al pecho. —¡No!

—¿Qué quieres que te diga? Vino a ver al niño y… ¡Una cosa llevó

a la otra!

—Leche, ¿y se lo has dicho?

—¿Después de que el otro día le hiciera desaparecer el móvil y que


se pusiera como loco? Yo callada hasta que se me note.

—No hablaba de Rachael —dijo Vienna mirándola fijamente antes

de levantar una ceja.

—Oh, no… Estás equivocada, últimamente fallas un poco.

—Yo no fallo nunca, hermosa.

Perdió todo el color de la cara. —Si tomo la píldora.

—Uy, esas cosas fallan —dijo Elisabeth.

—¡No!

—Que sí que fallan.

—¡Voy a matar al doctor Fleming! —Más pálida aún susurró —Me


dijeron que en un año no debía tener hijos por la cesárea.

Rose hizo una mueca antes de mirar a Vienna que hizo un gesto con
la mano sin darle importancia. —Estaréis bien. Yo os vi bien a los cinco
juntos.

Suspiró del alivio antes de mirarla con los ojos como platos. —

¿Cinco? ¿Cómo que cinco?

—Dos niñitas preciosas, serán para comérselas.

—¡Gillean sí que me va a comer! ¡Dónde vamos a colgarnos tanto

arnés!

Se echaron a reír a carcajadas y Claudia sonrió. —Han traído la

alegría al pueblo, amigo.

Curtis sonrió. —Y gracias a mí.

—Sí, amigo… El pueblo te debe mucho.

Hinchó el pecho orgulloso. —Lo sé.

FIN

Sophie Saint Rose es una prolífica escritora que lleva varios años

publicando en Amazon. Todos sus libros han sido Best Sellers en su

categoría y tiene entre sus éxitos:


1- Vilox (Fantasía)

2- Brujas Valerie (Fantasía)

3- Brujas Tessa (Fantasía)

4- Elizabeth Bilford (Serie época)

5- Planes de Boda (Serie oficina)

6- Que gane el mejor (Serie Australia)

7- La consentida de la reina (Serie época)

8- Inseguro amor (Serie oficina)

9- Hasta mi último aliento


10- Demándame si puedes

11- Condenada por tu amor (Serie época)

12- El amor no se compra

13- Peligroso amor

14- Una bala al corazón

15- Haz que te ame (Fantasía escocesa) Viaje en el tiempo.

16- Te casarás conmigo

17- Huir del amor (Serie oficina)

18- Insufrible amor

19- A tu lado puedo ser feliz

20- No puede ser para mí. (Serie oficina)


21- No me amas como quiero (Serie época)

22- Amor por destino (Serie Texas)

23- Para siempre, mi amor.

24- No me hagas daño, amor (Serie oficina)

25- Mi mariposa (Fantasía)

26- Esa no soy yo

27- Confía en el amor

28- Te odiaré toda la vida

29- Juramento de amor (Serie época)

30- Otra vida contigo

31- Dejaré de esconderme

32- La culpa es tuya

33- Mi torturador (Serie oficina)

34- Me faltabas tú

35- Negociemos (Serie oficina)

36- El heredero (Serie época)

37- Un amor que sorprende

38- La caza (Fantasía)


39- A tres pasos de ti (Serie Vecinos)

40- No busco marido

41- Diseña mi amor


42- Tú eres mi estrella

43- No te dejaría escapar

44- No puedo alejarme de ti (Serie época)

45- ¿Nunca? Jamás

46- Busca la felicidad

47- Cuéntame más (Serie Australia)

48- La joya del Yukón

49- Confía en mí (Serie época)


50- Mi matrioska

51- Nadie nos separará jamás


52- Mi princesa vikinga (Serie Vikingos)

53- Mi acosadora
54- La portavoz

55- Mi refugio
56- Todo por la familia

57- Te avergüenzas de mí
58- Te necesito en mi vida (Serie época)

59- ¿Qué haría sin ti?


60- Sólo mía
61- Madre de mentira

62- Entrega certificada


63- Tú me haces feliz (Serie época)
64- Lo nuestro es único

65- La ayudante perfecta (Serie oficina)


66- Dueña de tu sangre (Fantasía)

67- Por una mentira


68- Vuelve

69- La Reina de mi corazón


70- No soy de nadie (Serie escocesa)
71- Estaré ahí

72- Dime que me perdonas


73- Me das la felicidad

74- Firma aquí


75- Vilox II (Fantasía)

76- Una moneda por tu corazón (Serie época)


77- Una noticia estupenda.

78- Lucharé por los dos.


79- Lady Johanna. (Serie Época)

80- Podrías hacerlo mejor.


81- Un lugar al que escapar (Serie Australia)

82- Todo por ti.


83- Soy lo que necesita. (Serie oficina)
84- Sin mentiras
85- No más secretos (Serie fantasía)

86- El hombre perfecto


87- Mi sombra (Serie medieval)

88- Vuelves loco mi corazón


89- Me lo has dado todo

90- Por encima de todo


91- Lady Corianne (Serie época)

92- Déjame compartir tu vida (Series vecinos)


93- Róbame el corazón

94- Lo sé, mi amor


95- Barreras del pasado

96- Cada día más


97- Miedo a perderte

98- No te merezco (Serie época)


99- Protégeme (Serie oficina)
100- No puedo fiarme de ti.

101- Las pruebas del amor


102- Vilox III (Fantasía)

103- Vilox (Recopilatorio) (Fantasía)


104- Retráctate (Serie Texas)
105- Por orgullo

106- Lady Emily (Serie época)


107- A sus órdenes

108- Un buen negocio (Serie oficina)


109- Mi alfa (Serie Fantasía)

110- Lecciones del amor (Serie Texas)


111- Yo lo quiero todo
112- La elegida (Fantasía medieval)

113- Dudo si te quiero (Serie oficina)


114- Con solo una mirada (Serie época)

115- La aventura de mi vida


116- Tú eres mi sueño

117- Has cambiado mi vida (Serie Australia)


118- Hija de la luna (Serie Brujas Medieval)

119- Sólo con estar a mi lado


120- Tienes que entenderlo

121- No puedo pedir más (Serie oficina)


122- Desterrada (Serie vikingos)

123- Tu corazón te lo dirá


124- Brujas III (Mara) (Fantasía)

125- Tenías que ser tú (Serie Montana)


126- Dragón Dorado (Serie época)

127- No cambies por mí, amor


128- Ódiame mañana

129- Demuéstrame que me quieres (Serie oficina)


130- Demuéstrame que me quieres 2 (Serie oficina)

131- No quiero amarte (Serie época)


132- El juego del amor.

133- Yo también tengo mi orgullo (Serie Texas)


134- Una segunda oportunidad a tu lado (Serie Montana)

135- Deja de huir, mi amor (Serie época)


136- Por nuestro bien.

137- Eres parte de mí (Serie oficina)


138- Fue una suerte encontrarte (Serie escocesa)

139- Renunciaré a ti.


140- Nunca creí ser tan feliz (Serie Texas)
141- Eres lo mejor que me ha regalado la vida.

142- Era el destino, jefe (Serie oficina)


143- Lady Elyse (Serie época)

144- Nada me importa más que tú.


145- Jamás me olvidarás (Serie oficina)

146- Me entregarás tu corazón (Serie Texas)


147- Lo que tú desees de mí (Serie Vikingos)
148- ¿Cómo te atreves a volver?

149- Prometido indeseado. Hermanas Laurens 1 (Serie


época)
150- Prometido deseado. Hermanas Laurens 2 (Serie época)

151- Me has enseñado lo que es el amor (Serie Montana)


152- Tú no eres para mí

153- Lo supe en cuanto le vi


154- Sígueme, amor (Serie escocesa)

155- Hasta que entres en razón (Serie Texas)


156- Hasta que entres en razón 2 (Serie Texas)

157- Me has dado la vida


158- Por una casualidad del destino (Serie Las Vegas)

159- Amor por destino 2 (Serie Texas)


160- Más de lo que me esperaba (Serie oficina)

161- Lo que fuera por ti (Serie Vecinos)


162- Dulces sueños, milady (Serie Época)

163- La vida que siempre he soñado


164- Aprenderás, mi amor

165- No vuelvas a herirme (Serie Vikingos)


166- Mi mayor descubrimiento (Serie Texas)
167- Brujas IV (Cristine) (Fantasía)
168- Sólo he sido feliz a tu lado

169- Mi protector
170- No cambies nunca, preciosa (Serie Texas)

171- Algún día me amarás (Serie época)


172- Sé que será para siempre

173- Hambrienta de amor


174- No me apartes de ti (Serie oficina)

175- Mi alma te esperaba (Serie Vikingos)


176- Nada está bien si no estamos juntos

177- Siempre tuyo (Serie Australia)


178- El acuerdo (Serie oficina)

179- El acuerdo 2 (Serie oficina)


180- No quiero olvidarte
181- Es una pena que me odies
182- Si estás a mi lado (Serie época)

183- Novia Bansley I (Serie Texas)


184- Novia Bansley II (Serie Texas)
185- Novia Bansley III (Serie Texas)
186- Por un abrazo tuyo (Fantasía)

187- La fortuna de tu amor (Serie Oficina)


188- Me enfadas como ninguna (Serie Vikingos)
189- Lo que fuera por ti 2

190- ¿Te he fallado alguna vez?


191- Él llena mi corazón
192- Contigo llegó la felicidad (Serie época)
193- No puedes ser real (Serie Texas)
194- Cómplices (Serie oficina)

195- Cómplices 2
196- Sólo pido una oportunidad
197- Vivo para ti (Serie Vikingos)
198- Esto no se acaba aquí (Serie Australia)

199- Un baile especial


200- Un baile especial 2
201- Tu vida acaba de empezar (Serie Texas)
202- Lo siento, preciosa (Serie época)

203- Tus ojos no mienten


204- Estoy aquí, mi amor (Serie oficina)
205- Sueño con un beso
206- Valiosa para mí (Fantasía)

Novelas Eli Jane Foster


1. Gold and Diamonds 1
2. Gold and Diamonds 2

3. Gold and Diamonds 3


4. Gold and Diamonds 4
5. No cambiaría nunca
6. Lo que me haces sentir

Orden de serie época de los amigos de los Stradford, aunque se


pueden leer de manera independiente

1. Elizabeth Bilford
2. Lady Johanna
3. Con solo una mirada
4. Dragón Dorado
5. No te merezco

6. Deja de huir, mi amor


7. La consentida de la Reina
8. Lady Emily
9. Condenada por tu amor
10. Juramento de amor

11. Una moneda por tu corazón


12. Lady Corianne
13. No quiero amarte
14. Lady Elyse

También puedes seguirla en las redes sociales y conocer todas las

novedades sobre próximas publicaciones.

También podría gustarte