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Evaluación, gestión y riesgo

Para una crítica del gobierno del presente

Departamento de Psicología
Facultad de Ciencias Sociales
Universidad Central de Chile

San Ignacio 414, Santiago


Sitio Web: www.ucentral.cl/facso

Rector Universidad Central de Chile


Rafael Rosell Aiquel

Decano Facultad de Ciencias Sociales


Osvaldo Torres Gutiérrez

Diseño y Diagramación
Rodrigo Wielandt

Corrección de Prueba
Marcela Rivera Hutinel
raúl rodríguez freire
Gastón Molina Domingo

Inscripción DDI Nº 000000


Registro ISBN Nº 000-000-000-000-0
Impreso en Chile / Printed in Chile

Intocable-Chile, Fernando Sánchez Castillo.


Directores de la Colección

Gastón Molina Domingo


raúl rodríguez freire
Evaluación, gestión y riesgo
Para una crítica del gobierno del presente

raúl rodríguez freire (Editor)


Mónica de Martino
Nikolas Rose
Pat O’Malley
Isabelle Bruno
Jaron Rowan
Mary Luz Estupiñán
Iván Pincheira
Vanina Papalini
Nicole Darat G.
Pablo Solari G.

Facultad de Ciencias Sociales


Universidad Central de Chile
a Fabián, que vive los temas de este libro
ÍNDICE DE CONTENIDOS

Pro-scriptum sobre las sociedades de control


raúl rodríguez freire 11

Políticas de Transferencia de Renta Condicionada.


Racionalidades, programas y tecnologías
Mónica de Martino 37

El gobierno en las democracias liberales “avanzadas”:


del liberalismo al neoliberalismo
Nikolas Rose 75

Riesgo, neoliberalismo y justicia penal


Pat O’Malley 103

La investigación científica en la criba por el


benchmarking. Pequeña historia de una tecnología
de gobierno
Isabelle Bruno 141

La invasión de los sujetos-marca y otras


aberraciones del capitalismo neoliberal
Jaron Rowan 171
¡La gestión os hará deseables!
Notas sobre el gobierno de las migraciones
internacionales
Mary Luz Estupiñán 197

El gobierno de la felicidad
Iván Pincheira 225

“Tecnologías del yo”: entre la gubernamentalidad


y la autonomía
Vanina Papalini 261

Una teoría de la elección irracional


Nicole Darat G. 287

“Hablar no es inocente”. Filosofía, gestión y política


en la “Escuela de Santiago”
Pablo Solari G. 313

Sobre los autores 341


Pro-scriptum sobre las sociedades de control

raúl rodríguez freire

¡La fruticultura bien podría ser una broma¡


¡Igual que la agronomía¡ –replicó Bouvard.
GUSTAVE FLAUBERT, BOUVARD Y PÉCUCHET

La única oportunidad de los hombres está en el devenir revolucionario, es lo


único que puede exorcizar la vergüenza o responder a lo intolerable.
GILLES DELEUZE

“¿Qué significa más para ti, tu propia seguridad personal o la


existencia del Sistema?”, pregunta Lisa a su esposo en El informe de
la minoría, el famoso relato de Philip K. Dick, publicado a inicios de
1956: “Mi seguridad —repuso Anderton, sin vacilar lo más mínimo”.
Acto seguido, Lisa saca un arma y le espeta en un tono moralizante:
“Si pones tu propio egoísmo por encima del interés general y todo
lo bueno del Sistema...”. No hace falta relatar toda la trama de
este fabuloso texto para reconocer en sus palabras una ominosa
actualidad, una actualidad que no solo se inscribe en la producción
de los deseos que sostienen el capitalismo neoliberal, sino también
en la forma que adquiere el gobierno del presente: el control a partir
de tecnologías preventivas, aplicadas a distancia. John Anderton es
el jefe de Precrimen, una agencia policial encargada de detener a
los asesinos antes de que éstos acometan su delito, antes incluso de
realizar “cualquier acto de violencia”: Con la ayuda de tres mutantes

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raúl rodríguez freire

premonitores, que son quienes predicen los ahora evitables crímenes,


Anderton “ha abolido con éxito el Sistema Punitivo Post-criminal
de Cárceles y multas. Y como todos sabemos, el castigo nunca fue
disuasorio, ni pudo proporcionar mucho consuelo a cualquier víctima
ya muerta”. Dichos mutantes, que viven en un estado de absoluta
idiotez, entregan informes premonitorios, pero éstos no siempre
coinciden, razón por la cual se emplea para su lectura “un cuidadoso
estudio del método estadístico” –algo así como lo que hoy se denomina
sistema actuarial, esto es, el uso de la estadística para predecir niveles
actuación criminal o criterios de riesgo poblacional. El problema de
Anderton surge cuando uno de los informes tenía inscrito su nombre,
lo que dio lugar a un escepticismo sobre la supuesta perfección del
sistema, pues él no pretendía asesinar a nadie ni tenía motivos para
ello. No obstante, antes de averiguar algún error o incomprensión,
hasta su esposa estaba dispuesta a entregarlo a la policía, con tal de
mantener la tranquilidad del mejor de los mundos, aquel que redujo
en un 99% los asesinatos y permitió la libre circulación, sin miedo,
de sus habitantes, quienes ya no son disciplinados y gozan de una
libertad que la sociedad del castigo solo soñó.
Hay quienes hoy viven y se enfrentan a su mundo, como si éste
todavía se sostuviera bajo una estructura disciplinante y monolítica,
esa que hizo del encierro su lógica; hay otros que, no comprendiendo el
relato, creen que estamos muy cerca del mundo pacífico ficcionalizado
por K. Dick, abierto y diversificado, donde la fábrica fue reemplazada
por el trabajo independiente (freelance) e interconectado, ya sea a la
propia empresa o a una externa. Pero cuando nos enteramos de que
el país con mayor “libertad de elegir” del mundo tiene un sistema
penitenciario que ha logrado recluir aproximadamente al 23% de
los presos de todo el orbe, o que Inglaterra concentra alrededor del
30% de las cámaras de vigilancia del mundo (aunque solo resuelve
un delito por cada 1000), el vínculo entre disciplina y seguridad o
control debe ser repensado, no para insistir que los tiempos modernos
todavía nos determinan (aunque, en parte, sí nos constituyen), sino
para circunscribir los límites de la libertad y la autonomía, dispositivos

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Pro-scriptum sobre las sociedades de control

esenciales que el gobierno del presente, en su gramática neoliberal,


llama competencias.

II

En Diseño y delito, uno de los mejores análisis que podemos revisar


sobre el arte y la crítica en el momento de sus respectivas ruinas, Hal
Foster (2004) reseña un libro de John Seabrook, “crítico y más cosas
del New Yorker”, para quien las diferencias que tradicionalmente
se inscribieran en el espacio social han desaparecido por completo,
permitiéndose así la emergencia de “un mundo del gusto sin perfil”,
“donde ‘la cultura comercial es una fuente de estatus’, [y ya] no de
desdén” (4-5). De manera más clara:

Al final, tal como lo ve Seabrook, la ley del Mundo sin perfil es simple: el
criterio de Mathew Arnold de lo-mejor-que-se-ha-pensado-y-escrito ha sido
derogado hace mucho tiempo, y rige el principio del Flujo de cualquier-
cosa-que-esté-de-moda. No más “¿Es bueno?” o incluso “¿Es original?,
solo “¿Funciona en el demo?” –“demo” de demografía, no confundir con
democracia, mucho menos con demostración (Foster, 2004: 7).

El libro de Seabrook tiene mucho de valioso, incluso “digno de


elogio”, señala Foster, pero también mucho que criticar, “mucho a
lo que oponerse”, como por ejemplo a su creencia en la desaparición
de las clases sociales, cuyo agotamiento habría sido reemplazado por
el incesante desplazamiento de un lugar (pobre, donde encontramos
raperos, por ejemplo) a otro (donde vive papá, con quien Seabrook
comparte un rico –y expensivo– vino), muy a lo Bourdieu, pero
con credenciales para atravesar indiscriminadamente los “campos”.
Foster critica también la supuesta novedad que Seabrook le atribuye a
la cultura sin perfil; lo más probable es que sea el relevo o una versión
actualizada de la industria cultural tan reprochada por Horkheimer y
Adorno, aunque ahora presentada en su versión digital o ciberespacial;
como tal, señala Foster, es difícil que la cultura sin perfil sea tan

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raúl rodríguez freire

dominante como cree el “crítico y más cosas del New Yorker”, puesto
que una gran parte de la población mundial prácticamente no tiene
acceso a ella.
Con Foster (y Seabrook), no es difícil reconocer la heterogeneidad
socioeconómica que puede habitar, por ejemplo, el Palermo Soho de
Buenos Aires o incluso el mismo Soho de Manhattan. Sin embargo,
también es dable pensar que la cultura sin perfil, si bien no es el único
modelo económico cultural existente, sí es el modelo hegemónico
(en el sentido de Antonio Gramsci y Raymond Williams). De esta
manera, tenemos un modelo que no logra abarcar todo el espectro
de lo cultural y sus diversas manifestaciones, un modelo que incluso
puede afectar a un número de personas menor del que desearía, pero
es el modelo al que las personas intentan adherir o, por el contrario,
rechazar, independientemente de las razones que se tengan para ello.
Se trata del modelo cultural individualista e individualizante al que
dio lugar el modo de producción postfordista del capitalismo tardío,
un modo de producción que no afecta a todo el globo (como tampoco
lo hizo, por cierto, el fordismo), pero que genera las mayores cifras
de acumulación de capital, de la misma manera que la cultura sin
perfil logra concentrar los mayores flujos de inversiones (personales,
culturales, etc.) en la versión posmoderna de la cultura, reinventada
como política, gestión y entretención, es decir, como espectáculo
realizado por miles de emprendedores o empresarios de sí (como nos
lo indican las cifras que produce lo que hoy se ha dado en llamar
Industria creativa, que en Francia ya entrega mayores ganancias
que las empresas del lujo o las de autos). De manera que no hay una
sucesión de modos de producción, sino una reorganización de sus
dispositivos, pues las tiendas Zara nos han mostrado que el modo
esclavista todavía se mantiene a inicios del siglo XXI, y habita junto a
los otros el espacio del capital. No hay por tanto una especie de posta
que va de las sociedades de soberanía a las de seguridad, pasando por
las sociedades disciplinarias, sino una reestructuración del lugar que
ocupan en los procesos de acumulación, o, como dice Foucault (2006:

14
Pro-scriptum sobre las sociedades de control

23 y ss), un cambio en la técnica de gobierno dominante del “sistema


de correlaciones”. De una manera distinta, un crítico como Fredric
Jameson (2002), que no es seguidor de Foucault, piensa los cambios
de forma bastante similar: “las rupturas radicales entre períodos no
implican en general cambios totales de contenido sino más bien la
reestructuración de cierta cantidad de elementos ya dados: rasgos que
en un período o sistema anterior estaban subordinados ahora pasan
a ser dominantes, y otros que habían sido dominantes se convierten
en secundarios” (Jameson, 2002a: 35). Siendo así, podemos decir
que la cultura sin perfil no es total, sino totalizante o axiomatizadora,
tomando prestado un concepto de Gilles Deleuze y Félix Guattari;1
esta cultura reintroduce bajo un código reconocible/mercantilizable
lo que necesita para mantener un dispositivo managerial o gestionario
de los consumidores, a la vez que neutraliza lo que pretende
resistírsele, cuestión por cierto que vuelve inestable sus propios
equilibrios alcanzados, dado que el mercado tiene que aceptar la
disidencia para poder de alguna manera reconocerla. Se trata este de
un modus operandi que debiera ser resaltado, dado que, como recordó
Jorge Alemán, “lo que le otorga al Poder su permanencia es lo que
constituye la posibilidad de su derogación” (2007: 19). El mercado
de hoy no responde a nuestras necesidades, sino que las inventa.
Las ofertas son un buen ejemplo: “’Las liquidaciones obedecen al
proceso normal de la venta y se hace para estimularla. El comercio
está sujeto a una gran competencia y las empresas tienen que ser muy
eficientes, considerando la gran velocidad del cambio tecnológico
en electrónica y de diseño en vestuario y calzado. No les conviene
tener productos acumulados y guardados en bodegas’, explica el
secretario general de la Cámara Nacional de Comercio [de Chile],

1
“Ahí radica la potencia (y el poder) del capitalismo: su axiomática nunca está saturada,
siempre es capaz de añadir un nuevo axioma a los axiomas precedentes. El capitalismo define
un campo de inmanencia y no cesa de llenar ese campo. Pero ese campo desterritorializado
se halla determinado por una axiomática, al contrario que el campo territorial determinado
por los códigos primitivos. A diferencia de los códigos, la axiomática halla en sus diferentes
aspectos sus propios órganos de ejecución, de percepción, de memorización. La memoria se
ha convertido en una mala cosa. Sobre todo, ya no hay necesidad de creencia, sólo de labios
para afuera el capitalista se aflige de que hoy día ya no se crea en nada” (1998: 258).

15
raúl rodríguez freire

Jaime Alé” (citado el El Mercurio, 10/11/13. Énfasis agregado). La


velocidad de la producción contemporánea es la que permite la feroz
competencia que hoy se da entre las empresas, en este caso, del retail,
teniendo como consecuencia la modulación del comportamiento de
los consumidores, pues son estos quienes se ajustan a tal velocidad.
Actualmente las tiendas cambian sus escaparates cada mes, ofertando
al siguiente aquello que no se logró vender, pues, como agrega Jaime
Alé, “no es rentable tener bodegas en las tiendas por el alto costo del
metro cuadrado en los malls y centros de la ciudad donde se ubican,
tampoco guardarlas lejos por el costo de traslado y además porque el
vestuario se deteriora y pasa de moda”. Así, el cliente se contenta no
tanto por haber comprado un producto que “todavía” podría estar de
moda, sino porque estaba rebajado, afirmándose así “el principio del
Flujo de cualquier-cosa-que-esté-de-moda”. En cuanto al origen o la
calidad del producto, es irrelevante frente al 50% menos que se acaba
de pagar por un producto.
Retomando el análisis de Foster, es constatable una fuerte presencia
de la cultura sin perfil, donde el diseño (design) aparece como la
forma, quizá la estrategia, en que ella ha comenzado a fagocitar lo
que le rodea, fundiendo así el arte y la vida, pero no a la manera
pretendida por las vanguardias a inicios del siglo XX, que buscaban
la libertad total, sino insertándose de lleno en lo comercial, pues
hoy todo “parece considerarse diseño” mercantil, desde los jeans
que usamos hasta nuestros mismísimos cuerpos, por no mencionar
los genes.2 El diseño contemporáneo, que retorna fuertemente con
ecos del Art Nouveau y su predilección por la decoración total (y la
indiferenciación objetual), habría pervertido los deseos de la Bauhaus
y otros movimientos similares, al instalar un circuito cerrado y
ultrafast, casi perfecto, entre producción y consumo, operación
que Occidente aprendió sagazmente de la Toyota y su sistema de
justo a tiempo, el que articulado a la informática, hizo desaparecer

2
Gracias las empresas del genoma, se podrán rediseñar nuestras vidas, al transformarnos en
los “verdaderos actores” de nuestra salud; al detectarse nuestros “riesgos” patológicos, no
solo seremos los clientes potenciales de las farmacias, sino también los únicos responsables
de nuestros cuerpos.

16
Pro-scriptum sobre las sociedades de control

las bodegas, incluso la de los supermercados, que más que vender


productos, venden el espacio para su circulación; tal evento clausura
o restringe las posibilidades de maniobra que otrora tuvo el arte (y
la cultura en general), al sacrificar tanto su semiautonomía como
sus posibilidades de interrupción. A lo que apunta Foster es a que
actualmente la producción no presupone al consumidor, lo incluye
(cuando no lo inventa o produce) gracias a que “la retroalimentación
se convirtió en un factor de la producción” (19), llegando a instancias
donde el mismo consumidor puede devenir su propio diseñador, pues
el mercado y la genética tienen la gentileza de entregarle a sus clientes
los materiales e insumos para que así sea: ¡Hágalo Usted Mismo! es
el slogan de Homecenter, pero también de Benetton y otras tantas
empresas.
Pero en nuestra lectura, “sin perfil” no se corresponde,
necesariamente, con homogéneo, pues la cultura de la Coca-Cola o de
Macintosh, en las que tanto se ha insistido, tampoco son totales, sino
axiomatizadoras, y como tal tienen que batallar o competir por su
lugar, ya sea para ampliarlo o para no reducirlo, pues de ello dependen
no solo sus ganancias inmediatas, sino también, y de manera más
fundamental, la acumulación de capital ampliado, pues como mostró
Jean-Pierre Duran en su trabajo dedicado a las transformaciones del
trabajo en Francia, “las cotizaciones en bolsa aumentan hasta 30
veces más rápido (según los años y de acuerdo con la bolsa) que
los dividendos pagados” (2011:94). De manera que la productividad
de una empresa es menos relevante que la generación de valor
accionario, relevancia que conlleva la posibilidad de presionar cada
vez más a los trabajadores, llevándolos al máximo de su rendimiento,
pues no solo se debe producir y vender bien, sino cotizar todavía
mejor. De lo contrario, las amenazas de cierre no se harán esperar…
estrategia retórica que explica porqué hoy se trabaja más duro que
antes, independientemente de si se tiene trabajo estable o precario, y
porqué han aumentado los discursos del coaching.

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raúl rodríguez freire

III

En El nuevo espíritu del capitalismo, Luc Boltanski y Ève Chiapello


(2002 [1999]) realizan una estratégica distinción entre crítica artística
y crítica social, la primera heredera de la bohemia parisina, la segunda
del marxismo; una sería individual, la otra colectiva; con el fin de
hacerse tolerable, la crítica artística habría sido axiomatizada por el
capitalismo, mientras que la crítica social habría sido relegada, junto
al movimiento obrero, a la oscuridad de la noche (293-298). Así, frente
a la fábrica disciplinadora y enajenante, se nos devolvió la autonomía
sobre nuestras vidas y nuestras formas de hacer, lo que implica, a fin
de cuentas, un nivel de explotación mayor, dado que no solo nuestro
cuerpo, sino también nuestra mente, están ahora al servicio del capital.
Y todo supuestamente gracias a una radical generación estudiantil,
cuyas prácticas de resistencia fueron absorbidas por la denominada
clase “creativa”. Richard Sennett no está lejos de esta mirada cuando
señala en La cultura del nuevo capitalismo: “La declaración de Port
Huron, documento fundacional de la Nueva Izquierda en 1962, era
tan severa con el socialismo del Estado como con las corporaciones
multinacionales; ambos regímenes parecían prisiones burocráticas
[…] En la actualidad, la meta de los gobernantes, tal como lo fuera
para los radicales de hace cincuenta años, consiste en desmontar la
rígida burocracia” (2008: 9-10). De alguna manera, en ambos libros
se encuentra la insistencia de que la crítica que la izquierda radical de
los sesenta y setenta realizó al estatismo, pisaba el mismo suelo del
liberalismo: “era, de alguna manera, liberal sin saberlo” (297), agrega
Sennett. Aquí por supuesto no se está criticando a una generación
estudiantil, sino también al pensamiento radical que le acompañó;
sin embargo, los últimos cursos que Michel Foucault comenzó a dar
hacia fines de los setenta contienen el más claro y certero análisis del
liberalismo, desde Argenson hasta la escuela Chicago, pasando por
la social democracia alemana. Allí es donde encontramos un análisis
histórico que permite comprender las actuales formas de gobierno

18
Pro-scriptum sobre las sociedades de control

o aquello que Foucault llamó gubernamentalidad, una estrategia de


control que obviamente no surge en un par de años, en tanto respuesta
a una juventud “rebelde”, ni apoderándose de una determinada forma
de la crítica: “vivimos en la era de la gubernamentalidad descubierta
en el siglo XVIII”, señaló el pensador francés, término con el cual
refiere un arte de gobernar que es mucho más sutil y dominante, dado
que lo que toma a su cargo es la de vida, pero no desde el punto
de vista disciplinario, sino de la seguridad, pues lo suyo no es ni la
vigilancia directa ni el encierro, sino la conducción, a la distancia, de
nuestras conductas. La publicación de sus últimos cursos ha permitido
toda una revisión del trabajo foucaultiano, cuya lectura se hace una
vez más actual y necesaria. De ahí que resulte sintomático que no
sean pocos los intelectuales que continúan considerando a Foucault
como el filósofo del poder, desde Baudrillard a Said, pasando por
la ignorancia supina de la intelligentsia chilena, que, ad-hoc a los
requerimientos del capital, le basta con leer libros para principiantes y
hablar de la caduca sociedad disciplinaria, pero resulta que la disciplina
dejó de ser central hace un buen tiempo, puesto que la llamada
sociedad de seguridad asumió el lugar dominante de los dispositivos
de sujeción. Es cierto que el mismo Foucault habría dado lugar a esta
lectura, al señalar al inicio de La voluntad de saber (1976), en sus
primeras palabras, que “durante mucho tiempo habríamos soportado,
y padeceríamos aún hoy, un régimen victoriano” (2002: 9. Énfasis
agregado). Pero como es sabido, luego de este libro Foucault realiza
una autocrítica, que le lleva incluso a no publicar la continuación de
su Historia de la sexualidad sino hasta varios años más tarde. En el
periodo lectivo de 1876-1877, Foucault tiene un año sabático, en el
que no da cursos en el Collège de France, pero en el que sí trabaja
e investiga, pues las lecturas de este tiempo le llevarán a presentar
Seguridad, territorio y población (1977-1978) y El nacimiento de la
biopolítica (1978-1979), los cursos que marcan un giro radical en
su trabajo, volcándolo hacia la ética, de la que se encargará en sus
últimos años. Pero ya en 1977 vemos una distancia respecto a su

19
raúl rodríguez freire

noción de poder y, sobre todo, de disciplina, pues en una entrevista


realizada en noviembre de aquel año, señalaba: “Las sociedades de
seguridad que están en proceso de formación toleran por su parte toda
una serie de comportamientos diferentes, variados, en última instancia
desviados y hasta antagónicos entre sí; con la condición, es cierto, de
que se inscriban dentro de cierto marco que elimine cosas, personas y
comportamientos considerados como accidentales y peligrosos […].
Es un poder más hábil, más sutil que el del totalitarismo […] es un
nuevo tipo de poder” (2012: 51-52). Se trata de una noción distinta
de poder, una que incluso le lleva a reemplazar su antigua noción
de poder, y que Foucault llamará gubernamentalidad, con lo cual se
quiere referir, por una parte, racionalidades o programas de gobierno,
que re-presentan y conocen un fenómeno y, por otra, tecnologías, que
actúan y transforman dicho fenómeno. Las racionalidades son estilos
de pensamiento, maneras de traducir la realidad para volverla objeto
de cálculo y programación, mientras las tecnologías se encargan de
ensamblar personas (expertos), técnicas, instituciones e instrumentos,
cuyo objetivo es la conducción de las conductas (Miller y Rose,
2012).
No obstante, hay que aclarar que aquí “no hay sucesión: ley [ie.
soberanía], luego disciplina, luego seguridad; esta última es, antes
bien, una manera de sumar, de hacer funcionar, además de los
mecanismos de seguridad propiamente dichos, las viejas estructuras
de la ley y la disciplina” (2006: 26). La pregunta central que se hacía
aquí Foucault era la siguiente: “¿Podemos decir que en nuestras
sociedades la economía general de poder está pasando a ser del orden
de la seguridad?” (26). La seguridad es aquello que Gilles Deleuze
señaló en un pequeño ensayo a propósito del control, un dispositivo
que opera al aire libre, que necesita y, por tanto, produce libertad y
autonomía para crear y para responder a ese deseo que, según Quesnay,
busca su propio interés, su propia ganancia; se trata entonces de un
dispositivo que se opone punto por punto a la disciplina. Visto así,
la seguridad no consiste en un fenómeno reciente, pues encontramos

20
Pro-scriptum sobre las sociedades de control

sus antecedentes desde el siglo XVII y XVII, por ejemplo cuando se


necesitó revisar el ordenamiento de la ciudad, que de amurallada
y cerrada sobre sí, debía transformarse en un lugar de circulación
política y comercial, que hará de la serie, de los elementos que se
desplazan indefinidamente sobre un medio, sobre un soporte material,
un objeto que debe ser gestionado, no disciplinado: “el medio aparece
por último como un campo de intervención donde […] se tratará de
afectar, precisamente, a una población” (41). De aquí se sigue luego la
urgencia fisiócrata de dar libertad al comercio y circulación de granos,3
generándose un debate entre mercantilistas (precio fijo, injerencia del
estado) y fisiócratas (precio libre, determinado por el mercado), que
tuvo como ganador indiscutible a los partidarios del laissez faire, y
la posibilidad cierta de introducir en la sociedad los dispositivos de
seguridad, que por cierto debían preocuparse no solo del grano, sino
del “momento de la producción, el mercado mundial y, por fin, los
comportamientos económicos de la población, los productores y los
consumidores”. En fin… hay otros ejemplos, como la implementación
de la vacunación y su vínculo con la noción de riesgo durante el siglo
XIX, y a quien le interese revisarlos, puede retomar los cursos de
Foucault, pero antes de cerrar este punto, me gustaría entregar la
descripción de esta sociedad de seguridad, sociedad que permitieron
los debates económicos y políticos acontecidos entre fines del siglo
XVII e inicios del XVIII y otros que le siguieron, aquellos que también
se preocupaban no por la prohibición, sino por determinar un marco
de acción controlable, en cuyo interior, la autonomía y la libertad es,
no solo posible, sino requisito:

La disciplina es esencialmente centrípeta […] concentra, centra, encierra


[…] podrán advertir, al contrario, que los dispositivos de seguridad, tal
como intenté presentarlos, tienen una tendencia constante a ampliarse:
son centrífugos: se integran sin cesar nuevos elementos, la producción, la
psicología, los comportamientos, las maneras de actuar de los productores,
los compradores, los consumidores, los importadores, los exportadores, y
se integran al mercado mundial.

3
“el principio de la libre circulación de granos puede leerse como la consecuencia de un
campo teórico, y al mismo tiempo como un episodio en la mutación de las tecnologías de
poder y en el establecimiento de la técnica de los dispositivo de seguridad que a mi parecer
es característica o es una de las características de las sociedades modernas” (51).
21
raúl rodríguez freire

A continuación, la segunda gran diferencia: por definición, la disciplina


reglamenta todo. No deja escapar nada. No solo no deja hacer, sino que
su principio reza que ni siquiera las cosas más pequeñas deben quedar
libradas a sí mismas. La máxima infracción a la disciplina debe ser señalada
con extremo cuidado, justamente porque es pequeña. El dispositivo
de seguridad, por el contrario –lo han visto– deja hacer. No deja hacer
todo, claro, pero hay un nivel en el cual la permisividad es indispensable”
(Foucault, 2004: 67).

A estas diferencias, habría que agregar una tercera, dado que si


la disciplina opera mediante un código que permite o prohíbe, un
código o una ley que norma, la seguridad suspende estas opciones, en
función de instalar las tácticas y estrategias necesarias que permitan
regular y modular los deseos y ya no disciplinarlos. Como señaló
Foucault en una clase titulada “Gubernamentalidad”, la ley no es la
mejor forma de gobierno, ya que ella se cierra sobre sí y al hacerlo,
dificulta la maximización o intensificación de los procesos que un
gobierno dirige. Hoy es un lugar común afirmar que la burocracia, así
como el modo de acumulación fordista, operaron normativamente,
cuestión por cierto que Max Weber analizó espléndidamente en sus
trabajos dedicados a la jaula de hierro. Interesa, sin embargo, buscar
una hipótesis para determinar qué ocurrió para que la disciplina
pasara a un lugar secundario luego de que el hierro también de
desvaneciera en el aire y diera pie para que los herederos de Adam
Smith se impusieran sobre Taylor y Ford: el quiebre de los acuerdos
de Bretton Woods, y el consecuente fin de las restricciones nacionales
al capital son acontecimientos que contribuyen a explicar el paso a la
libre circulación del capital (Sennett, 2008: 13 y 37), así como dos
siglos antes se había dado pié a la libre circulación del grano. En otras
palabras, el quiebre de Bretton Woods habría permitido reenviar al
lugar dominante las técnicas de seguridad, que esperaron por dos siglos
hacerse con el control del funcionamiento de la población, porque el
liberalismo no piensa en un pueblo estratificado, sino en la población
en general, aquella que ya nos encontramos en la época de Malthus,
haciéndose cargo de una bioeconomía que, en tiempos postfordistas,

22
Pro-scriptum sobre las sociedades de control

vuelve a emerger, y lo hace con toda la fuerza que puede. De manera


que lo que aquí tenemos es una economía política que toma a su cargo
a la población en su conjunto, hoy diríamos que mundial, mediante
técnicas que la articulan con el territorio y la riqueza, pero también
con la subjetividad de las personas que la constituyen, porque esta
bioeconomía se dirige al todo y a sus unidades, y lo hace incentivando
la libertad y la autonomía, lo que equivale a señalar que tal acento
“no es otra cosa que el correlato de la introducción de los dispositivos
de seguridad” (Foucault, 2006: 71) en el descampado neoliberal
que habitamos. Se trata de una desestatización que incentiva la
responsabilidad individual, desde la salud y el auto-empleo, pasando
por la educación, que ahora deben depender exclusivamente de cada
uno; por supuesto que va más allá del tema del acceso, ya que apunta
a la gestión de uno mismo: ya no depender del médico, por ejemplo,
sino, gracias al estudio del genoma, conocer nuestros propios riesgos
y manejarlos; o, bajo la lógica del capital humano, considerar que el
tiempo que le dediquemos a nuestra formación, debería ir en beneficio
de nuestras futuras rentas. Esta forma de gobierno, por tanto, es
indirecta y distanciada, una forma biopolítica que gobierna mediante
el autogobierno, y que para ello fomenta la autonomía e incentiva el
emprendimiento.
Este escenario nos lleva obviamente más allá del lugar de la crítica
artística y su supuesta incidencia en las actuales lógicas del capital,
nos lleva hacia la empresarización de sí y el capital humano, como
también hacia la producción y el consumo de la libertad encarnada
en la figura del emprendedor, esa figura que caracteriza tanto a los
profesores Part-time como al mismísimo Sebastián Piñera. No por
nada el giro de Foucault se da en el momento en que la escuela
económica de Chicago comienza a liderar el saber económico del
mundo, favoreciendo la microeconomía, la economía de la vida
cotidiana, pues no otra cosa es la libertad de elegir a la que se empuja
a los consumidores. Lo que comprendió muy bien Foucault leyendo
a los neoliberales de Chicago fue que el mercado dejó de ser un lugar

23
raúl rodríguez freire

de jurisdicción, al transformarse en un lugar de veridicción. Un buen


o mal gobierno (estatal) dependerá de si favorece o no al mercado, si
interviene lo menos posible en él, pues hacerlo sería incurrir en un
artificio que dañaría su supuesta naturalidad. El “precio verdadero de
las cosas”, para tomar prestada una idea de Fredéric Gros, determina
la verdad de la política, de cualquier política. La gubernamentalidad,
entonces, no es solo el gobierno del presente, también es su crítica,
pues nos permite comprender mejor el lugar que la empresa y la
empresarización de sí tienen en el siglo XXI.

IV

En su rimbombante crítica a una agónica burocracia, hacia fines


de los años setenta Michel Croizer promocionaba la forma que la
debería reemplazar: “La empresa es antes que nada la realización de
un emprendedor: de alguien que emprende, que innova, que hace lo
que no se espera de él, que aporta pues alguna cosa a la sociedad. Sin
empresario innovador una sociedad se esclerotiza y declina. Además,
una empresa es una institución en el sentido sociológico, la mejor
institución que los hombres han creado hasta hoy para cooperar,
para realizar lo que no habrían podido hacer de permanecer aislados
[...] Despertar a la sociedad, devolverle su tono, supone ante todo
liberar el espíritu de empresa” (1979: 192). De modo que la empresa,
aquella institución que supuestamente no gustaba a los franceses,
puesto que, según el autor de La sociedad bloqueada, preferían el
espíritu rentista, representa un renovado modelo de civilización, ad
hoc a los tiempos postindustriales: el emprendimiento desbloquea
una sociedad gastada y permite salir de la crisis de la democracia
–esa que cartografió junto a Samuel Huntington–, problemáticas
que, para Crozier, también anidaban en los revolucionarios deseos
sesentayochistas; de ahí que el acontecimiento llamado mayo del 68
no habría consistido en “una situación revolucionaria, en el sentido

24
Pro-scriptum sobre las sociedades de control

marxista, sino más bien en una profunda crisis que fue revelada
[unfolded] de forma revolucionaria, y el mensaje que este arrojó
quería decir algo” (1973: 128). Adelantándose a Friedman, Crozier
apuntaba a que prácticamente “en todo occidente la libertad de elegir
de los individuos se ha incrementado tremendamente” (1975: 25), no
así las condiciones para su realización. Por ello la revuelta juvenil
representaba “un punto decisivo principal” (1975: 26). No hay que
ser un gran lector para comprender que el mensaje que portaba la
revolución no era el mismo mensaje que comprendió Crozier, que
es, de alguna manera, el que ha terminado primando, como veremos
luego. Relevante para nosotros es que este sociólogo intentaba dirigir a
la sociedad postindustrial, pues concuerda aquí con Daniel Bell, hacia
su empresarización, quería reemplazar al Estado por las empresas y
alcanzar así la tan ansiada libertad.
A inicios de los noventa, Crozier señala que lamentablemente la
sociedad seguía bloqueada, pero en Chile, una revolución silenciosa
cuajada desde los años setenta cumplía su sueño, y nos hablaba de
una emergente, aunque ingratamente desapercibida “sociedad de las
opciones”. El personero del Consejo Económico y Social de Chile
para 1988, señaló que, de mantenerse la estabilidad política, i.e. la
dictadura, Chile sería un país completamente libre y desarrollado para
el año 2000, similar a la California que cobija a Silicon Valley: “la
riqueza potencial que posee y la calidad de sus profesionales”, señaló
Joaquín Lavín, “harán de este país, una nación líder en la exportación
de uva, la incorporación de tecnología a la agricultura y la fabricación
de programas computacionales”. Pero no solo toda esta maravilla,
dado que también tendríamos veloces sistemas de transporte que
conectarían a Chile, y la descentralización habría sido casi completa,
dado que la importancia de Santiago habría disminuido de manera
considerable. Definitivamente estábamos más cerca de Australia de
que nuestros vecinos Perú y Bolivia.
Sería iluso creer que Lavín vivía en el mundo de Bilz y Pap. Lo
suyo era una retórica neoliberal exhibitista dirigida a la mantención de

25
raúl rodríguez freire

Pinochet en el gobierno, y es desde esta óptica que se lo ha criticado.


Sin embargo, podemos rastrear en su panfleto el advenimiento de
la sociedad futura, la que los neoliberales llamaban la sociedad del
capitalismo popular, aquella donde “la difusión de la propiedad
privada de los medios de producción del país” (Valenzuela, 1989:
175) comenzaba no a desbloquear, como pregonaba Crozier, sino
a desmantelar lo que incluso en Chile podríamos llamar sociedad
fordista, con el sistema de seguridad estatal que le acompañaba,
iniciándose el rápido camino hacia el autogobierno. El capitalismo
popular fue el complemento de la privatización de la sociedad y la
empresarización de sí que, gracias a la ley General de Universidad de
1981, comenzaban a instalar una antropología neoliberal: el capital
humano. El capital humano es literalmente la transformación del ser
humano en una máquina o como señaló el decano de la facultad de
Economía de la Universidad de Chicago, Theodore Schultz (en una
conferencia que dio en Chile en 1962), la transformación de cada ser
humano en un capitalista o en un emprendedor, cuestión que se logró
al transformar el saber en un bien de consumo. Gracias a la teoría
del rational choise, se pensó el trabajo no como un proceso, sino
como una actividad que, cuando entra en acción, obtiene utilidades;
se reintrodujo el trabajo (intelectual y material) en el análisis
económico, y lo desdoblaron en una renta y en un capital; de manera
que un sueldo ya no es un salario sino la renta de un capital, y un
capital es lo que permitirá recibir ingresos a futuro, un capital que se
pone en juego a la hora de entrar al mercado laboral, y que no solo
tiene que ver con el saber, sino también con la idoneidad que se tiene
para invertir el propio capital, con las competencias y habilidades,
o con los talentos, pues el capital humano bien puede ser la voz de
María Callas, la destreza danzarina de Michel Jackson, la psicología
de Pilar Sordo, el conocimiento de la obra de Platón o el manejo de la
teoría cuántica (rodríguez freire, 2012). El capitalismo popular, por
su parte, es la difusión de la empresa privada entre distintos sectores
de la población, es decir, cuando los trabajadores de una empresa

26
Pro-scriptum sobre las sociedades de control

compran acciones de la misma y se transforman así también en sus


propietarios. Esto comenzó gracias a la privatización de la empresas
públicas (las AFP, pero también con algunos bancos), las que si
teóricamente pertenecían a todos los chilenos, no lo eran fácticamente.
En el exitoso balance del capitalismo popular que el economista Mario
Valenzuela (1989) hacía a fines de los 80, se señalaba sin tapujos que
la meta era “incorporar a todos los individuos en la generación de
riqueza de las empresas y así lograr una mayor identificación con
ésta y compromiso con el resultado operacional mismo” (198-199).
En otras palabras, la meta era quitar el antagonismo histórico que
fundaba la relación entre trabajadores y capitalistas, y así asegurarse
el desbloqueo al desarrollo del capital. Para ello, sobre todo los más
jóvenes, el centro de esta economía política, recibieron importantes
créditos CORFOS, lo que logró que a tres años de implementada la
medida, casi tres millones de trabajadores eran también empresarios.
En una nota al pie, Valenzuela señala: “De acuerdo a cifras de la
Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras, a diciembre
de 1987, del total de los accionistas populares de los bancos de Chile
y de Santiago, casi un 40% tiene menos de 35 años y un 64% menos
de 45. Ello significaría que la juventud tiene gran interés en cimentar
la capitalización de las empresas del país” (185). De ahí la alegría de
Lavín cuando afirmaba que:

En los últimos dos años, el desarrollo de la mentalidad empresarial entre


los jóvenes ha sido sorprendente, dando lugar a congresos de nuevos
empresarios, concursos de proyectos de nuevas Empresas [Lavín escribe
aquí con mayúscula, tal como se escribe Estado], desarrollo de fondos
de capital de riesgo, y de diversas otras iniciativas. A consecuencia de
esta valoración creciente del rol del empresario, muchos de ellos son hoy
invitados frecuentes a programas de televisión, o mantienen columnas
en los diarios, mientras algunos se han atrevido, incluso, a comenzar a
aparecer en su propia publicidad. Es el caso de Fabrizio Levera, quien al
estilo de Iacocca, publicita sus productos personalmente, amparado en la
música de Gigi, el amoroso (Lavín, 1987: 20-21).

27
raúl rodríguez freire

De manera que la revolución que se fraguaba durante la dictadura se


escondía tras las cifras de televisores comprados y malls construidos,
pues consistía en la transformación del trabajador en empresario o
emprendedor. Transformar entonces el trabajo mediante la creación
de pequeños capitalistas es la forma de la actual explotación flexible,
el desbloqueo a la libertad de circulación del capital y la producción
de la libertad necesaria para ello. Es, en síntesis, la forma de gobernar
el presente.

Lo que resulta llamativo en esta forma de gobierno, es la falta de


investigaciones y argumentos sólidos que sostengan la implementación
de sus políticas neoliberales. Veamos un ejemplo: “Gary Becker y
la revolución económica de las decisiones racionales”, es un ensayo
escrito por Víctor O. Lima (2007), también profesor de Chicago,
donde se resalta las virtudes de quien ha valorizado cada actividad
del ser humano, desde tener hijos hasta el matrimonio. Su lectura
nos deja perplejos, y no sólo por su redacción (una muestra: “los
hábitos, las tradiciones y por el contrario, las adicciones, manifiestan
aspectos importantes de comportamiento humano”), sino también
por el positivismo radical de sus afirmaciones, las que argumenta
con ejemplos burdos hasta el cansancio, tal como lo podemos ver
aquí: “el comportamiento manada” o “cascadas de información”, es
central a la hora de “cruzar la calle”: “imagine que está esperando
para atravesar la calle en una esquina muy concurrida, en la que no
hay semáforo para peatones” (231). La conclusión es la siguiente:
“Resulta que si tanto la persona 1 como la 2 cruzan la calle, entonces
la 3 la cruzará, incluso si su señal privada indica que no debería”
(232). Con razón Lima no tiene reparos en afirmar que: “Sobre la
base de unas pocas ideas simples, los economistas han sido capaces
de generar teorías consistentes”; o que: “Las implicancias del análisis

28
Pro-scriptum sobre las sociedades de control

[de Becker] son convincentes, porque son de sentido común, que,


como sabemos, es lo central del enfoque económico” (236). Becker es
uno de los impulsores de la economización de toda decisión humana,
hasta el punto de señalar, en palabras de Lima, que “un hijo es un bien
producido por los padres en el hogar, utilizando bienes de mercado…
además de tiempo, amor y paciencia” (227).
Habría que partir señalando que una disciplina que se otorga
el carácter de ciencia, no debería afirmar el sentido común, sino
distanciarse de él, algo que en verdad debería hacer cualquier
pensamiento o investigación que se precie de tal. Por lo mismo
es que Ha-Joon Chang ha enfatizado que “prescindir de la ilusión
de objetividad del mercado es el primer paso hacia la compresión
del capitalismo” (2012: 34). Podemos discutir el lugar que Chang
le otorga a tal develamiento, pero no de su crítica a la pretendida
cientificidad del neoliberalismo. Por otra parte, la teoría de la acción
racional desconsidera olímpicamente el inconsciente, para no hablar
de la noción de gasto esgrimida por Bataille: “el lujo, los duelos,
las guerras, la construcción de monumentos suntuarios, los juegos,
los espectáculos, las artes, la actividad sexual perversa (es decir,
desviada de la actividad genital), que representan actividades que,
al menos en condiciones primitivas, tienen su fin en sí mismas”
(1987: 28). También habría que decir otro tanto de la noción de don
descrita por Marcel Mauss, que refiere al triple acto de dar, recibir y
devolver, con interés y sin interés. Tales desconsideraciones entregan
una visión del ser humano reducida, pobre, pues éste, considerado
en su mínima capacidad, solo parecería responder, como los perros
de Pavlov, a los estímulos del mercado, en provecho de maximizar
siempre sus propios deseos (Ewald, 2012: 29). Es más, el deseo y el
interés parecerían coincidir en el sujeto neoliberal, lo que da lugar
a una antropología que reinstala al sujeto cartesiano, pero sobre un
escenario postmoderno que no lo acompaña.
Por otra parte, el neoliberalismo también se mueve al interior de un
mito, el del libre mercado, pues no hay ni ha habido nunca un mercado

29
raúl rodríguez freire

libre, dado que “todos los mercados tienen reglas y límites que acotan
la libertad de elección” (Chang, 2012: 25). Esta no es más que una
ficción que nosotros mismos mantenemos al votar por políticos que la
refuerzan. Estados Unidos es un país tremendamente proteccionista,
y que a la par que pregona desde hace más de tres décadas la libertad
de elegir, ha experimentado una expansión sin precedentes (nacional
e internacional) de su sistema penal (Harcourt, 2011) –aunque en gran
medida gracias a la privatización de las cárceles, un gran negocio
junto a la educación. En este mismo sentido, los teóricos del capital
humano no han logrado establecer una correlación significativa entre
educación y crecimiento económico (Pritchett, 2000), y eso es así
posiblemente porque desde los inicios de este dispositivo, su única
preocupación fue el crecimiento en desmedro del desarrollo (Schultz,
1956). No obstante, Becker es premio nobel de economía, así como
Theodore Schultz y Milton Friedman, todos de Chicago, por lo
que no está demás culpar de los actuales desastres económicos a la
academia sueca, pues sus herederos se han apoderado de casi todas las
organizaciones que tienen que ver con políticas económicas (desde la
OIM –que ve la migración como inversión de capital humano– hasta
nuestros ministerios de educación, que nos miden como Stock de
capital humano, pasando por la ONU, el BM, el BID), políticas que
regulan nuestras vidas sin que lo percibamos. En cuanto a sus críticas,
éstas se han dado principalmente al interior de la economía. Por
ejemplo, cuando Schultz señala que la inversión en capital humano
(en tanto inversión económica en educación, salud, etc.) contribuye
al crecimiento, más que la inversión en capital físico, el debate se
centró en señalar que, por un lado, la idea de inversión en humanos
ya estaba en Adam Smith y que, por otro, no está comprobado
que el capital humano contribuya, como se dice, al crecimiento
económico. Fuera de la economía, la crítica ha sido generalmente
moralista (Bourdieu, por ejemplo), de manera que el presente libro
tiene por objetivo contribuir a la deconstrucción de los actuales
dispositivos de gobierno. Evaluación, gestión y riesgo son conceptos

30
Pro-scriptum sobre las sociedades de control

operativizados para el control de la subjetividad, no, como hemos


insistido, en términos disciplinantes, sino permitiendo la introyección
del control. Su lengua es la del management, que en nombre de la
flexibilidad y la autonomía, gobierna el presente apropiándose del
sentido común y de su lenguaje, pues ello hace más fácil su pliegue
subjetivo. Competencias y calidad, por ejemplo, son dos términos
que la avaluación tiene a su cargo, pero estos no tienen definición
estable, por lo que su examen es radicalmente variable y arbitrario…
pero quién osaría a estar en contra de la calidad y de la excelencia,
quién se negaría a aprender nuevas competencias. El riesgo, por su
parte, constituye el abandono de la noción de peligro, disciplinante,
al dar lugar a un escenario en el que se debe anticipar e impedir una
situación indeseable (Castel, 1986), como en el relato de K. Dick,
lo que da lugar a sospecha infinita de determinadas poblaciones,
estadísticamente propensas al delito. Aquí la gestión es tal vez el
dispositivo mayor, pues es el que debe rentabilizar al máximo todo lo
que pueda ser rentabilizable y deshacerse de lo tóxico y desechable,
incluyendo seres humanos. Todo lo que logre ser atrapado por su
lógica de cuantificación, cálculo y gestión hablará con el lenguaje
de los datos y las cifras, por lo tanto, los sistemas de referencia, el
monitoreo y la evaluación se hacen imprescindibles para garantizar
“calidad” y “excelencia”. Los contenidos, las ideas y la crítica son cada
vez más prescindibles, por no decir innecesarios por subjetivistas. En
conjunto, aquí tenemos la articulación de una racionalidad técnica
neoliberal cuya operatividad los ensayos del presente libro tratarán
de desmantelar, después de todo, ¡la economía bien podría ser una
broma! ¡Igual que la estadística!

Viña del mar, noviembre de 2013

31
raúl rodríguez freire

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Pro-scriptum sobre las sociedades de control

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33
Políticas de Transferencia de Renta Condicionada
Racionalidades, programas y tecnologías

Mónica de Martino

Introducción

El debate internacional sobre Programas de Transferencia de Renta


Condicionada (PTC), entendidos como un tipo específico de Política
Pública de transferencia monetaria a familias o individuos, ha venido
ampliándose a partir de la década de los ochenta en un panorama
de grandes transformaciones económicas, especialmente a nivel
del mundo del trabajo y en las condiciones de vida de la población
(Atkinson, 1995; Brittan, 1995; Bresson, 1993; Vuolo, 1995; Gorz,
1991). Los PTC, en variados casos en América Latina, son programas
focalizados en los segmentos más pobres de la población y transfieren
renta de manera condicionada al cumplimiento de determinadas
exigencias que deben ser cumplidas, ya sea por los individuos como
por las familias, en el campo de la educación, la salud y el trabajo,
especialmente.
La transferencia de renta y la exigencia de contrapartidas se basan en
tres presupuestos. A saber: (i) la convicción de que las transferencias
y las contraprestaciones contribuyen a interrumpir la reproducción
intergeneracional de la pobreza; (ii) la articulación de las partidas
económicas con políticas y programas estructurantes constituiría
una estrategia política relevante para enfrentar las desigualdades
sociales y económicas; y (iii) las contraprestaciones representarían
el ejercicio de ciertos derechos y ejercicio también de la ciudadanía,
como elementos insustituibles para alcanzar autonomía e inclusión
social. Desde otra perspectiva, las condicionalidades representan

35
Mónica de Martino

una concepción de protección social como “inversión en capital


humano”, en tanto que “[...] la reproducción intergeneracional de la
pobreza se debe a la falta de incentivos necesarios para mantenerlo e
incrementarlo para el uso de la red estatal de servicios en el ámbito de
la educación, salud y nutrición” (Pereira y Stein, 2010: 120).
Globalmente, los PTC poseen un discurso “innovador”, basado en
el principio de “ciudadanía activa” del individuo, entendida como la
posibilidad de asumir elecciones con libertad. Desde este enfoque,
los PTC deben aportar las “herramientas” y las “capacidades” para
que los individuos superen la situación de pobreza e indigencia.
Todo ello a partir de una concepción de pobreza basada en carencias
individuales, lo que denota el ideario conservador que alimenta este
tipo de programas (Castro, 2010).
Por último, cabe una apreciación: no es objetivo de este texto
realizar un debate global sobre los PTC. Remitimos al lector a la
amplia bibliografía existente al respecto. Tan sólo nos mueve el
interés de delinear algunos de sus trazos en la clave analítica elegida,
aquella que hace a la gubernamentalidad, en tanto forma específica
de gobierno, en este caso, de los pobres.

Acerca de la gubernamentalidad

El sustento de nuestro abordaje no lo constituye solamente el


referencial teórico de Michel Foucault, sino también las líneas
de investigación que, desde la década de los noventa, un conjunto
de investigadores anglosajones comenzaron a delinear en torno de
la problemática del gobierno y del Estado. Sus obras, en conjunto,
son reconocidas y denominadas como governmentality studies; no
llegan a conformar una escuela de pensamiento sino que incorporan
planteamientos heterogéneos que abrevan en conceptos, muy poco
tematizados, como gobierno y gubernamentalidad, y lo hacen de
manera crítica.

36
Políticas de Transferencia de Renta Condicionada

Estos enfoques neo-foucaultianos revelan, como se deriva del ítem


anterior, una suerte de acercamiento entre las miradas foucaultianas
y marxistas a partir de la significativa modificación del concepto de
poder que Foucault inscribió en sus escritos a finales de la década de
los setenta, como veremos posteriormente.
No pueden ser ubicados dentro de la ortodoxia conceptual de la
filosofía política y de las teorías sociológicas clásicas con relación a
los temas involucrados. Mirados desde esta perspectiva, pensamos que
pueden aportar a la construcción de alternativas teóricas, especialmente
si tenemos en cuenta que los profundos procesos de transformación
sufridos en el Siglo XX y XXI requieren la re-elaboración de aquellos
referentes surgidos en el Siglo XIX, como lo señalara hace algunos
años Boaventura de Sousa Santos (1995).
Esta línea de estudios es fiel a las últimas elaboraciones
foucaultianas respecto a la gubernamentalidad, en el sentido que
intentan desarrollar una analítica del poder político, pero abordando
la cuestión del gobierno como un ejercicio, tratando de desentrañar
en qué consiste el mismo y en cómo se desenvuelve. El foco de
atención no está en el Estado, es decir, en el poder político a partir
del Estado, sino en la racionalidad o en el arte de gobierno, en tanto
forma de responder a ciertas interrogantes: ¿Quién puede gobernar?,
¿qué es gobernar?, ¿qué o quienes son gobernados?, ¿cuánto se puede
gobernar? La preocupación por estas interrogantes tiene como interés
hacer de ese ejercicio algo que pueda ser fáctico, aprehensible, tanto
para aquellos que lo ejercen, como para los sujetos sobre los cuáles se
ejerce (Gordon, 1999).
Por otra parte, tales autores, con mayor o menor énfasis, advierten
acerca de la sobrevaloración del Estado y del problema del Estado,
por parte de la ciencia política tradicional. Y lo hacen a partir de la
lectura que realizan de la gubernamentalidad. El Estado no sería un
monstruo frío que domina, ni el centro único ni privilegiado de las
funciones que se le asignan. Por el contrario, sería una abstracción
mítica que encuentra un lugar particular en el ejercicio del poder
político o del gobierno.

37
Mónica de Martino

La máxima expresión de esta posición puede encontrarse en Nikolas


Rose y Peter Miller (1992), quienes no abordan al Estado como una
entidad con existencia real sino que, apelando a la problemática –no al
concepto– de la gubernamentalidad, asumen otra postura que podría
resumirse en pocas palabras: el Estado no posee ninguna esencia
funcional.
Más bien el estado puede ser visto como un modo específico a través
del cual se codificó discursivamente el problema del gobierno, un modo
de separar una “esfera política”, con sus particulares características
de gobierno, de otras “esferas no políticas”, con la cual aquella debía
estar relacionada, y un modo a través del cual ciertas tecnologías de
gobierno adquieren una estabilidad institucional transitoria y son
puestas en relación bajo unas formas determinadas. Situados en esta
perspectiva, la cuestión no es considerar el gobierno en términos de
“poder del Estado”, sino dilucidar cómo, y en qué medida, el Estado
es articulado en la actividad de gobierno: qué relaciones se establecen
entre los políticos y otras autoridades; qué fuentes, fuerzas, personas,
saberes o legitimidad son utilizados y a través de qué dispositivos y
técnicas se tornan operables esas diferentes tácticas (Rose y Miller,
1992)
No obstante lo señalado sobre la riqueza y originalidad de este
enfoque, vemos que su punto débil fundamental es la sustitución de
la criticada sobrevalorización del Estado por una subestimación o
banalización del mismo. Si bien la analítica del poder político propuesta
abre nuevas miradas sobre la problemática del gobierno, tanto de
poblaciones como de sujetos y otras entidades sociales consideradas
“no políticas” –como la familia–, creemos excesivo suscribir que el
Estado no posee una realidad fáctica. El Estado tiene una existencia y
especificidad en el orden de lo real que muchas veces, y no desde la
perspectiva arriba delineada, es descuidada ante el énfasis colocado
en lo público no-estatal, el llamado Tercer Sector, etc. Incluso los
autores citados, violentan al propio Foucault quien ha señalado:

38
Políticas de Transferencia de Renta Condicionada

Es cierto que en las sociedades contemporáneas, el Estado no es simplemente


una de las formas o situaciones específicas del ejercicio del poder –aunque
sea la más importante– pero de alguna manera, todas las otras formas
de relaciones de poder deben referirse a él. Esto no es así porque todas
deriven de él, sino mas bien porque las relaciones de poder han llegado
a estar más y más bajo el control estatal (aunque este control estatal no
haya tomado la misma forma en los sistemas pedagógicos, judiciales,
económicos o familiares). Con referencia a este sentido restringido de
la palabra gobierno, se podrá decir que las relaciones de poder han sido
progresivamente gubernamentalizadas, es decir, elaboradas, normalizadas
y centralizadas en la forma, o bajo los auspicios, de Instituciones estatales
(2001: 57).

Por último, tal postura teórica conlleva otro riesgo: al presentarse


como analítica, tal vez encuentre dificultades en el relevamiento
fáctico de las técnicas de poder existentes, aunque la obra de Foucault
y otros neo-foucaultianos indican que acceder a la empiria es posible
y necesario. Ubicados nuestros referenciales teóricos, acerquémonos
al concepto de gubernamentalidad desde la propia obra de Foucault.

Sobre el concepto de gubernamentalidad

Si bien somos contrarios a delimitar fases en el desarrollo del


pensamiento de cualquier autor, para efectos de una exposición
más clara, podríamos acordar que la etapa genealógica de Foucault
tuvo básicamente dos preocupaciones claras. Preocupaciones que
presentamos separadamente pero que se encuentran intrínsecamente
relacionadas. En primer lugar: ¿cómo determinadas instituciones
producían determinados individuos? O, en otras palabras, el autor
critica el efecto disciplinador del poder sobre los individuos al
considerar que éstos se transforman en sujetos como producto de
mecanismos de poder anclados en determinadas instituciones. Su
foco primordial son los cuerpos y su producción en determinadas
instituciones disciplinarias.

39
Mónica de Martino

Si bien Foucault reconoce la existencia y la necesidad de prácticas


de resistencia, parecería que, al mismo tiempo, presenta a los sujetos
como instrumentos o efectos de redes y mecanismos de poder. De
esta manera respondía a las concepciones liberales sobre el individuo,
pero la autonomía del sujeto queda sustituida por una suerte de
sujeción externa, heterónoma respecto a los mecanismos de poder.
Nuevamente aquí la complicidad ontológica del individuo para con el
poder aparece en penumbras.
En segundo lugar, hasta mediados de la década de los setenta
Foucault analizará el poder básicamente a partir de lo que dio en llamar
hipótesis Nietzsche (Foucault, 2000), es decir, la modalidad del poder
se expresa en la guerra y en la lucha. Basta recordar para ello las
líneas finales de Vigilar y Castigar (1977). Y un punto de referencia
fundamental en este tema es la crítica del discurso jurídico-político
(1992), donde Foucault propone nuevamente una lectura alternativa
a las teorías liberales para las cuales la autoridad legítima se codifica
en leyes y se ampara en una perspectiva de derechos. Rompe con
esta visión que asimila el poder al Estado, a una posesión –en este
caso del Estado– y a efectos fundamentalmente represivos. Su foco
de atención no estaba en una mirada macroscópica sobre el Estado,
sino en una microfísica del poder y sus estrategias polimorfas y
descentradas. En esta analítica del poder Foucault pretendía pensar el
poder sin rey (1992d: 111), sustituyendo la ley y el consenso político
por la coacción y la guerra. Lo cual, por cierto, puede considerarse
una paradoja: ¿si su interés era el análisis de la microfísica del poder,
por qué sustituir al Soberano –el Rey en las obras de referencia– por la
guerra y la conquista, y hacerlo además con un lenguaje de estratega
militar? A esto se suma la relación entre Estado y las formas locales
y singulares del poder. Foucault no explicita de qué manera el Estado
puede centralizar esas formas polimorfas del poder ni cómo éstas
pueden alcanzar cierta coherencia y unificación para definir tendencias
más globales. Posteriormente, el autor inicia un claro distanciamiento
respecto a estas paradojas o punto sin resolución teórica y comienza

40
Políticas de Transferencia de Renta Condicionada

a separarse de la hipótesis Nietzsche, es decir, la guerra ya no posee


capacidad heurística para el análisis de relaciones:

La relación de fuerzas en el orden de la política ¿es acaso una relación de


guerra? Personalmente, en este momento, no me siento dispuesto a responder
afirmativamente o negativamente esa pregunta. Me parece que afirmar lisa
y llanamente que hay una “lucha” no puede servir de explicación primera y
última para el análisis de las relaciones de fuerza (1992c:226).

Paralelamente, la analítica del poder basada en los procesos


disciplinarios de instituciones singulares, que no podía explicar
aquellas relaciones de poder ni jurídicas ni disciplinarias, da paso
a nuevos intereses. El cuerpo individual y el cuerpo social surgen
como objeto de regulación, individuación y normalización. El poder
encuentra otra expresión: el biopoder, que se expresa a través de dos
tecnologías de poder sobre la vida: una anatomopolítica de los cuerpos
(individuales), que aún mantiene funciones de disciplinamiento,
además de las ya nombradas, y una biopolítica de la población.
(Foucault, 1991).
Con relación a lo anterior, es en la obra recién citada que encontramos
una de las pocas referencias formales a Marx. “La hambruna del
plustrabajo”, ubicada en el Libro I de El Capital es, para Foucault,
una explicación para la invisibilidad política del cuerpo y del sexo del
proletariado, en función de sus condiciones objetivas de vida (1991:
153).
Los puntos de encuentro entre Foucault y Marx –y no solamente
ellos– provocan un punto de inflexión teórico fundamental en la obra
foucaultiana: el gobierno se transforma en objeto de análisis. La
genealogía de las relaciones de poder toma otra dirección: orientación,
conducción, conducir conductas, arte de gobernar, formas de gobierno.
La hipótesis Nietzsche estaba definitivamente superada.
Fruto de un pensamiento que se piensa a sí mismo, este cambio de
óptica está en consonancia con su tiempo. Como ya dijimos, ella se
produce en la década de los setenta, cuando el patrón de acumulación
capitalista, característico del capitalismo monopólico, comienza a

41
Mónica de Martino

resquebrajarse, así como sus formas de regulación social: el Estado


de Bienestar. No en vano el autor poseía esa preocupación constante
por entender su tiempo.
Foucault (1992b) comienza a utilizar el concepto de gobierno
a partir de su búsqueda genealógica en la literatura contraria a
Maquiavelo. Sondea sus definiciones más antiguas y en esa búsqueda
logra articular formas de conocimientos, nuevos saberes, estrategias
de poder globales y modalidades de subjetivación, para luego acuñar
el neologismo gubernamentalidad de la siguiente manera:

un conjunto constituido por instituciones, procedimientos, análisis y


reflexiones, cálculos y tácticas, que permiten ejercer esta forma bastante
específica de poder, que tiene como blanco la población, por forma
principal de saber la economía y por instrumentos técnicos esenciales los
dispositivos de seguridad (1992b: 291-292).

La gubernamentalidad es un neologismo que implica una


determinada economía del poder –una forma de gobierno definida
por la masa de la población, su volumen, su densidad– y que apunta a
las diversas prácticas, destinadas a controlar individuos y colectivos
y a generar las formas de auto-gobierno que se pretenden alcanzar
(Foucault, 1992b: 292-293). Posteriormente el autor avanzará con
relación a este último punto.

El ejercicio del poder consiste en guiar las posibilidades de conducta y


disponerlas con el propósito de obtener posibles resultados. Básicamente
el poder es menos una confrontación entre dos adversarios, o el vínculo de
uno respecto del otro, que una cuestión de gobierno [...] El “gobierno” no
se refiere sólo a estructuras políticas o a la dirección de los estados; más
bien designa la forma en que podría dirigirse la conducta de los individuos
o de los grupos [...] Gobernar, en este sentido, es estructurar un campo
posible de acción de los otros (2001: 253-254).

Colocando de esta manera la problemática del gobierno –y del


Estado– Foucault modifica su anterior noción de poder, lo que le

42
Políticas de Transferencia de Renta Condicionada

permite analizar cómo el ejercicio del poder gubernamental logra


alcanzar el auto-gobierno o gobierno de sí y la conducción de la
conducta de los otros. Este nuevo arte de gobierno no consiste en
aplicar medidas represivas sino en lograr que tanto la disciplina
como el control de sí sean “interiorizados”. En el orden social así
analizado no sólo se fuerza a la gente, a los cuerpos y a las cosas,
sino que éstos juegan, paralelamente, un papel activo. Las técnicas
de dominio gubernamental no se basan en la regulación exterior de
sujetos autónomos y libres sino en la regulación de las relaciones
mediante las cuales éstos se constituyen a sí mismos como tales.
Si en el primer volumen de Historia de la Sexualidad, Foucault
hablaba de las tecnologías de poder sobre la vida, relacionando el
disciplinamiento de los cuerpos concretos con el del cuerpo social,
en las clases que dictó en 1978 y 1979 fue aún más allá. Desplegó
con mayor énfasis su microfísica del poder hasta llegar a estructuras
y procesos macroscópicos (Lemke, 2000, 2001). En estas clases
analizó las transformaciones de las tecnologías del poder y su
centralización en el Estado moderno, en un proceso que dio en llamar
gubernamentalización del estado (Foucault, 2006), entendiendo por
tal el entrelazamiento estructural del gobierno de un Estado con las
técnicas de gobierno de sí (Lemke, 2000).

Neo-liberalismo y gubernamentalidad

Las elaboraciones foucaultianas analizadas significan todo un


desafío, especialmente con relación a una apropiación coherente de
las mismas, en cuanto herramientas teóricas innovadoras provenientes
de países centrales. Tal vez nos permitan un acercamiento al ejercicio
del poder político y al Estado en las sociedades periféricas como las
latinoamericanas.
Dentro de este panorama, Lemke (2001), al analizar los cursos
de Foucault sobre la gubernamentalidad en esta era del capitalismo
internacionalizado, señala que Foucault identificó un nuevo arte de

43
Mónica de Martino

gobernar. Este nuevo arte de gobernar incluye la crítica al Estado


de Bienestar y la intención de extender la racionalidad económica
a lo social, pero ya no recurriendo a la disciplina, sino a la libertad,
en tanto imperativo que encuentra hoy su expresión más clara en los
teóricos de la modernización reflexiva. Lemke (2001) indica, además,
tres líneas a través de las cuáles el concepto de gubernamentalidad
nos permite analizar críticamente las formas de ejercicio del poder
en las sociedades neo-liberales. En primer lugar, el propio Estado es
para Foucault producto de una tecnología de gobierno, si tenemos en
cuenta que:

Son las tácticas de gobierno las que permiten definir y redefinir a cada
instante lo que debe o no competer al Estado, lo que es público o privado,
lo que es o no estatal, etc.; por lo tanto, el Estado, en su sobrevivencia y
en sus límites, debe ser comprendido a partir de las tácticas generales de
la gubernamentalidad (1992: 292).

Si adoptamos esta perspectiva –pues de eso se tratan los


guvernmentality studies, que aportan una forma de mirar la realidad–
“la retirada del Estado”, “el reinado del mercado”, “el pensamiento
único”, “el descrédito de la política y los políticos” pasan a ser no
meros slogans sino las expresiones de un programa específico de
gobierno. Y tales expresiones se muestran, entonces, como pura
ideología, propia de dicho programa.
Es decir, esta etapa del desarrollo capitalista no implica la
incapacidad de los Estados nacionales para gobernar, sino una nueva
ingeniería de las tecnologías de gobierno. A modo de ejemplo, si
problemas tales como la pobreza, la exposición a riesgos de diversa
índole, el desempleo, se colocan en la órbita de la responsabilidad
individual, va de suyo que se tratan ahora de problemas relacionados
con los cuidados de sí. La responsabilidad dada a los individuos,
familias y otros colectivos, lleva a tal forma de individualización que
no permite la idea de que tal tecnología de gobierno se encuentre
fuera de la órbita estatal.

44
Políticas de Transferencia de Renta Condicionada

En segundo lugar, la perspectiva de la gubernamentalidad nos


permite ubicar cómo se procesa la relación entre ideología y los
fenómenos político-económicos. Por ejemplo, las nuevas estructuras
productivas y el discurso de la flexibilización. La gubernamentalidad
permite, entonces, también indicar que el neo-liberalismo no
solamente reproduce las desigualdades sociales, sino que muta los
mecanismos de explotación y dominación sobre una realidad social
que ha cambiado y mucho. Por otra parte, la imbricación de programas
nacionales y programas de organismos internacionales no es ni
fundamento ni límite económico para las nuevas formas de ejercicio
del poder político, sino que es uno de sus elementos constitutivos. En
tercer lugar, y siguiendo al autor de referencia, desde esta perspectiva
el neoliberalismo –e incluso muchos de sus críticos– presenta a la
economía como una esfera autónoma, pero que extiende sus dominios
sobre la política, subrayando la separación entre Estado y mercado.
En otras palabras, parecería que hay una economía separada, pura, a
la que hay que regular. Así como Marx, en su Crítica a la economía
política, indicó que no se trata de transformar las relaciones entre
economía y política, sino de transformar las relaciones sociales de
poder, para Foucault ni el ejercicio del poder ni el arte de gobernar
se limitan a lo meramente político o a analizar el poder de la política,
sino a identificar las nuevas formas que asume la economía del
poder (1992b: 281-282). En pocas palabras, podríamos señalar que
Foucault complementaría la crítica de la economía política de Marx
con una crítica de la razón política (Foucault, 1995). Por último,
podríamos decir que estos tres puntos se resumen en los efectos
destructivos del neoliberalismo sobre los individuos: los procesos de
individualización exacerbada, el imperativo de la flexibilidad laboral,
de la responsabilidad individual y familiar, la pérdida de la afiliación a
ciertos valores individuales, colectivos y/o familiares (Castel, 1997).
También Rose y Miller (1992) proponen una serie de conceptos para
el análisis de las actuales formas de gobierno. A saber: racionalidades
políticas, programas de gobierno y tecnologías de gobierno. Por

45
Mónica de Martino

racionalidades políticas entienden los discursos políticos que reflejan


las ideas a través de las cuales se analiza la realidad. Más allá de
esta definición, poseen un carácter evidentemente moral. En las
democracias liberales avanzadas o las sociedades caracterizadas
por el capitalismo tardío, los autores identifican una racionalidad de
tipo gobierno a distancia. Es decir, la regulación de las conductas no
depende solamente de las acciones políticas, leyes o la disciplina a
través de la política. Identifican un dominio externo a la política, que
si bien es controlado, mantiene su autonomía. Esta racionalidad se
caracteriza por la permanente formulación de alianzas: autoridades
político-estatales y organizaciones de la sociedad civil; alianzas con
agentes independientes como lo pueden ser diferentes profesionales
–médicos, trabajadores sociales, managers, planificadores, etc. (Rose
y Miller, 1992: 178-180). Pero los involucrados poseen diferentes
lógicas –políticas, cognitivas, económicas– que deben ser armonizadas.
Al decir de los autores: “Las fuerzas políticas han procurado utilizar,
instrumentalizar y movilizar técnicas y agentes distintos de aquellos
del ‘Estado’ a los efectos de gobernar ‘a distancia’” (1992: 181).
Respecto a los programas de gobierno, implican la formulación de
objetivos posibles de alcanzar a partir de ciertas estrategias por parte
de las fuerzas políticas, estrategias y fuerzas que tornan posible
al objeto de gobierno, de manera tal que pueda ser diagnosticado,
medido, calculado y proyectada su evolución. Para ello es fundamental
la relación del Estado con las Ciencias Sociales, quienes funcionarían
a modo de maquinaria intelectual del gobierno. Esta relación con
las Ciencias Sociales permite que la realidad sea pasible de un
cálculo político consciente (1992: 182). Por último, las tecnologías
de gobierno se refieren a todos aquellos procedimientos y técnicas a
partir de las cuáles se puede dirigir la conducta de los otros. De tal
modo que individuos, grupos, organizaciones y poblaciones puedan
ser regulados según el criterio de la autoridad (182).

46
Políticas de Transferencia de Renta Condicionada

Políticas de Transferencia de Renta y racionalidades en juego.


Una aproximación

Dicho lo anterior, podríamos pensar los PTC como nuevas formas


de gobierno poblacional que representan una particular forma
de comprender lo social en sentido amplio. Esta nueva forma de
gobierno, o este nuevo arte de gobierno, en palabras de Foucault,
no consiste en aplicar medidas represivas sino en lograr que tanto
la disciplina como el control de sí sean interiorizados. En el orden
social así analizado no sólo se fuerza al individuo, a los cuerpos y
a las cosas, sino que éstos juegan, paralelamente, un papel activo.
Las técnicas de dominio gubernamental no se basan en la regulación
exterior de sujetos autónomos y libres, sino en la regulación de las
relaciones mediante las cuales éstos se constituyen a sí mismos
como tales, como sujetos, en el sentido estrictamente foucaultiano
(Foucault, 1992b). Nuevamente la familia aparece aquí como espacio
social privilegiado. Veamos ahora a partir de qué componentes se
intenta concretar lo antedicho.

La teoría del capital humano como dispositivo biopolítico

La implementación de este tipo de programas, en tanto prácticas


políticas, tiene precisamente una de sus manifestaciones en la
progresiva adopción de la teoría del capital humano para comprender
la pobreza y la naturaleza humana, así como los derechos sociales y
las formas de garantizarlos. Es en esta teoría que se sintetizan tres
rasgos de la racionalidad que alienta tal tipo de programa.
El abordaje de la pobreza como una particular ingeniería de
“activos”, “capacidades” y “logros” merece una serie de apreciaciones
(Sen, 1985, 1995, 1999a, 1999b). En primer lugar, si bien se reconoce
el carácter multidimensional de la pobreza que tal enfoque aporta,
parece ser que olvida el carácter estructural de la misma. Podríamos

47
Mónica de Martino

agregar otras críticas más elementales: su definición de la pobreza


vinculada a la libertad abandona la idea marxista que ésta sólo
comienza cuando se supera la satisfacción de las necesidades o el
mundo de la necesidad, pues el autor piensa la pobreza sin pensar en
su opuesto: la riqueza y su acumulación.
Este formato de política social califica la pobreza y la desigualdad
como un problema de “buena o mala capacidad” con las que los
individuos deben responder a la correcta utilización de los recursos
que permiten la integración respecto al mercado (Cattani, 2008); de
ahí que los PTC se dirijan “(…) en particular a aquellos sectores
socioeconómicos que tienen restringidas sus oportunidades de
incorporarse al mercado de empleo por diversas razones” (Plan de
Equidad, 2008: 10).
El pobre es entendido como un individuo incapaz que no logra
integrarse al mercado de trabajo, y, por ende, con dificultades para
garantizar su sobrevivencia. Del mismo modo parecería que los pobres
tampoco saben con exactitud qué es lo que necesitan o qué deben
hacer con sus recursos. Siendo así, es coherente que la intervención
del Estado tienda a desarrollar estrategias vía transferencia de renta
y capacitaciones dirigidas a los individuos en condición de pobreza,
entendidas como inversión en “capital humano”, con la finalidad de
que éstos logren su desarrollo individual en el mercado (Vecinday,
2010). De este modo, la explicación de la pobreza remite a la “falta
de capacidad” individual para integrarse y competir en el mercado.

En las nuevas versiones de programas de transferencias condicionadas


implementadas en América Latina a partir de la década de 1990 se busca
lograr ciertos comportamientos por parte de los hogares, como asistencia
al sistema educativo de los niños y niñas y cuidados de la salud de los
niños, niñas y de las embarazadas. El objetivo del sistema sería entonces
proporcionar una transferencia de ingresos a los hogares con niños, niñas
y/o adolescentes a cargo a cambio de contrapartidas sencillas en salud y
educación (Plan de Equidad, 2008: 33).

48
Políticas de Transferencia de Renta Condicionada

Pero a la hora de analizar las técnicas y procedimientos prácticos


utilizados vemos el predominio de una determinada razón económica,
un segundo rasgo a destacar. El ingreso es la variable que “define”
la pobreza; el ingreso es la variable que “determina” la población
objetivo. Como una hidra de dos cabezas, la pobreza, a través de la
teoría del capital humano, es entendida de manera casi exclusivamente
cultural. Mientras que a la hora de la instrumentalización, la pobreza
es entendida de manera casi exclusivamente económica.
Si bien tal abordaje de la pobreza y la condición humana
redescubre un sujeto con amplios márgenes de libertad, el principio
de la administración de activos y capitales implica necesariamente un
sujeto racional, aquel sujeto que, si bien hijo de la Ilustración, no es
totalmente transparente para sí. Vaya paradoja: el sujeto reflexivo en
contextos de incertidumbre es aquel de la Ilustración que se piensa se
ha desmoronado (Zizek, 2001).
Paralelamente, la individualización de los problemas sociales, entre
ellos la pobreza, es acompañada por una suerte de antropologización
de la misma, lo que constituiría un tercer rasgo a subrayar. Parecería
que la pobreza, en lugar de poseer raíces estructurales, es una suerte
de atributos negativos imputados a aquellos que viven en condiciones
objetivas desfavorables. Nacer y vivir en condiciones de pobreza
se transforma en la configuración de un nuevo “anthropos”: el
homo pauper, humanamente deficitario, humanamente irracional,
humanamente “inorgánico”.
En definitiva, lo que queremos señalar, es que los sustentos de
estos programas parecería que fortalecen este tipo de construcción
de la noción de pobreza, altamente individualizada, entendida
culturalmente pero operacionalizada económicamente.
Filosóficamente la economía clásica y neo-clásica acuñó la
expresión homo economicus como forma de denotar una manera de
ver al ser humano, entendido como una persona racional, capaz de
decidir y actuar con conocimiento de causa y que persigue alcanzar
ciertos beneficios siguiendo principios de menor esfuerzo y mayores

49
Mónica de Martino

logros. En otras palabras, un ser humano que racionalmente sigue


principios de costo-beneficio. Es, por cierto, también el hombre al
cual apela Sen (De Martino, 2013).
Pero si el homo economicus se caracterizó por ser hombre, blanco,
racional, inserto en el mercado laboral, el homo pauper se fragmenta
en múltiples identidades. Hace referencia a la mujer y al hombre,
madres y padres de familia pobres, aquella sospechosa de abandonar
o de descuidar a sus hijos, así como de malgastar los magros ingresos
familiares. Es un antrophos sexualizado y que ha procreado, porque
ser padre/madre de numerosa prole sería otra característica de la
pobreza. Tenemos, así, un homo pauper dicotómicamente sexuado,
procreador irresponsable, con sus rostros teñidos por diferentes
etnias y sus respectivas mezclas. Por último, un homo pauper sin la
disciplina del trabajo, a veces, con la (in)disciplina de los trabajos
zafrales cuyos ingresos se disipan no se sabe a ciencia cierta de qué
manera.
Si tomamos al homo economicus, en tanto anthropos, como parangón,
podríamos pensar que este tipo de programas se circunscriben y son
concebidos como programas correctivos de aquel homo pauper, en el
afán de hacer reconocible en él el rostro estructuralmente desdibujado
del homo economicus (De Martino, 2013).
A modo de resumen, si la pobreza se asocia a capacidades y logros
individuales, la responsabilidad última de la situación de pobreza recae
en el propio individuo. Vemos aquí la racionalidad última de los PTC:
la individualización de la pobreza, específicamente si nos atenemos a
sus objetivos generales de combate a la misma. Individualización que
es habilitada por una particular forma de comprender la pobreza y al
individuo pobre.
Esto nos lleva a delinear la siguiente hipótesis. Podríamos
sugerir que la teoría del capital humano se ha transformado en un
dispositivo biopolítico para la gestión tecnocrática de la pobreza e
individualización de los problemas sociales (Mitjavila, 1999). El
desarrollo de las capacidades, el aumento del capital humano, se

50
Políticas de Transferencia de Renta Condicionada

encuentra dentro de las posibilidades de cada individuo, de cada


beneficiario. En una lectura donde la pobreza puede leerse casi como
un estilo de vida que se elije, una vez otorgado el beneficio, será
responsabilidad de los propios individuos o familias el poder superar
su situación.
En líneas generales podemos decir que las familias pobres son
abordadas como “responsables” de déficits de socialización que atentan
contra la administración eficiente de los propios recursos familiares.
Esta tendencia expresa una nueva relación entre las tecnologías sobre
la vida y la familia: parecería que los PTR apuntan a la familia como
“locus” en el cual deben generarse formas de conducir conductas.
Se puede agregar que la teoría del capital humano ya no puede
considerarse como mero criterio interpretativo, sino como dispositivo
que incorpora a la familia ya no como entidad pasiva ante la
colonización técnica (Donzelot, 1986; Lasch, 1991), sino como un
agente activo en la implementación de nuevas tecnologías del poder.
A este Estado gubernamentalizado, por tanto, que fomenta el
autocontrol y la capacidad individual o familiar de administrar
“activos” bajo un discurso basado en derechos, le corresponde una
específica forma de ejercicio del poder.

El ejercicio del poder consiste en guiar las posibilidades de conducta


y disponerlas con el propósito de obtener posibles resultados [...] El
“gobierno” no se refiere sólo a estructuras políticas o a la dirección de los
Estados; más bien designa la forma en que podría dirigirse la conducta de
los individuos o de los grupos (...) Gobernar, en este sentido, es estructurar
un campo posible de acción de los otros (Foucault, 2001: 253-254).

Programas y Tecnologías de Gobierno

Continuando con las definiciones aportadas por Rose y Miller


(1992), cabe detenernos en otros aspectos que hacen a las
características asumidas por los PTC. Aspectos más cercanos a la
operacionalización de las racionalidades en juego, tanto en términos

51
Mónica de Martino

de discursos gubernamentales como de instrumentos utilizados a


nivel de este tipo de programas. Dada su estrecha vinculación, hemos
decidido ordenarlos en forma de pares conceptuales, de manera tal que
a un cierto discurso programático se asocia una tecnología específica.
Veamos solamente aquellos que consideramos más sobresalientes.

La apelación a los derechos y la contractualización de la asistencia

En un contexto de alta individualización, no es llamativa la


contradictoria presencia de un discurso basado en Derechos a la
hora de analizar los PTC. Los Derechos del Hombre, los Derechos
Humanos, aquellos vinculados a la ciudadanía, los de los niños,
niñas y adolescentes, los de las mujeres, minorías étnicas, sexuales,
etc., parecerían ser hoy una suerte de panacea frente a lo que he
dado en llamar la reproducción ampliada del dolor y reproducción
reducida de la ciudadanía en nuestras sociedades actuales. Las dosis
de violencia, material y simbólica, que se reflejan en las formas y
expresiones de la pobreza, parecen ser sumisamente aceptadas,
pasivamente contempladas y naturalizadas. Así, por ejemplo, en el
análisis documental de diversos programas en nuestro país, se refleja
la naturalización de las diferencias de clase, que son catalogadas como
diferencias de “origen”, “de nacimiento”. A esta actitud digamos
pasiva, llama Zizek (2005) la suspensión política de la ética, y ante
ella el discurso basado en derechos parecería ser un contrapeso. No
obstante, ese contrapeso aparece como despolitizado; en palabras de
Brown:
se presenta como algo antipolítico, una pura defensa de los inocentes y
desposeídos contra el poder, una pura defensa del individuo contra las
inmensas y potencialmente crueles o despóticas maquinarias de la cultura,
el Estado, la guerra, el conflicto étnico, el tribalismo, el patriarcado y otras
acciones o decisiones del poder colectivo contra los individuos (Brown,
2004: 453).

Pero la pregunta que plantea la autora es interesante:

52
Políticas de Transferencia de Renta Condicionada

¿Qué clase de politización ponen en marcha (aquellos que intervienen a


favor de los derechos humanos) contra los poderes a los que se oponen?
¿Sostienen una formulación diferente de la justicia o se mantienen
contrarios a los proyectos de justicia colectiva? (Brown, 2004: 454).

Podríamos también cuestionarnos, en un nivel más general,


la oposición misma entre los derechos humanos universales –o
prepolíticos como los denomina Zizek (2005)– y los derechos
específicamente políticos de un ciudadano. Balibar (2004: 320-321)
proclama “la inversión de la relación histórica y teórica entre ‘hombre’
y ‘ciudadano’, que funciona “explicando que el hombre es constituido
por la ciudadanía y no la ciudadanía por el hombre”. Retoma así la
definición de Marx sobre la condición del ser humano: es una esencia
colectiva, un modo de ser en común. Pero en el mencionado artículo
también Balibar apela a Hannah Arendt, al indicar:

La concepción de los derechos humanos basada en la presunta existencia


de un ser humano como tal se quebró en el mismo momento en que
aquellos que decían creer en ella tuvieron que enfrentarse por primera
vez con gente que realmente había perdido todas las demás cualidades
y relaciones específicas, excepto que seguían siendo humanos (APUD
BALIBAR 2004: 323).

Jaques Rancière (2004: 305) proporciona otra mirada sobre la


antinomia entre derechos humanos y la politización de los derechos
civiles y políticos. La antinomia no es entre la universalidad de
los derechos humanos y una esfera política específica, la brecha
más importante es la que separa a la totalidad de la comunidad
en sí misma. Para el autor, en contradicción con Zizek (2005), los
derechos universales no son pre-políticos, sino que, por el contrario,
designan el espacio preciso de la politización propiamente dicha. En
otras palabras, hacen referencia a la universalidad como tal, pero
en el siguiente sentido: porque justamente el individuo, siendo un
supernumerario, un ciudadano sin ciudadanía, un “sin lugar” en el
espacio social, refleja la universalidad de lo social como tal, refleja su

53
Mónica de Martino

sociedad como un todo. La pobreza y el no tener derechos habla de la


organización societal que los incuba, produce y reproduce.
Retomando algunos rasgos de ese nuevo arte de gobierno, podríamos
plantear la siguiente paradoja presente en los PTC: muchas veces los
derechos humanos se reducen al ámbito de aquellos que precisamente
ya no tiene derechos. Esta paradoja se desliza a umbrales difíciles
de superar, pero que debemos visualizar. Si los derechos humanos
son concebidos sin hacer referencia a los derechos universales y
“meta-políticos”, perdemos como referencia a la propia política, lo
que constituye una verdadera ingenuidad o perversidad: reducimos la
política a un mero juego de negociación de intereses particulares, ya
sea en el ámbito cerrado de la política, ya sea entre los que ya nada
tienen y el Estado. De eso se trata el “contrato” y “acuerdo” entre
Estado (transferencia) y familia/individuo (contraprestación) propios
de los PTC.
Esta convocatoria a los Derechos Humanos, en sentido amplio,
también debe ser analizada dentro de las formas más afinadas del
ejercicio del poder en Estados ya definitivamente gubernamentali-
zados. En primer lugar, hace parte del juego de racionalidades en el
sentido siguiente: acompaña la individualización de los problemas
sociales con una promoción de los derechos entendidos como dere-
chos de ciudadanía del individuo.
Citando nuevamente a Balibar, los pobres no construyen su
ciudadanía; por el hecho de ser pobres son investidos de ella. Pero
investidos de una ciudadanía y un conjunto de derechos, reiteramos,
entendidos de manera clásica, en tanto individuales e intransferibles
y a partir de un formato específico: la contractualización de la
asistencia.
Si bien este rasgo puede extenderse a otros períodos históricos,
este nuevo arte de gobierno se caracteriza por esta concepción de
ciudadanía individualizada a partir de procedimientos concretos:
contrato, transferencia y contraprestación. De manera contradictoria,
se “accede” a ciertos derechos a partir de un “contrato” particular,

54
Políticas de Transferencia de Renta Condicionada

no universal, llevado a cabo en los márgenes de lo estatal y, por


qué no, de lo humano. Un contrato que además de no “buscarlo” o
“construirlo” colectivamente, ata al beneficiario a una transferencia y
al cumplimiento de condicionalidades que paradojalmente remiten al
ejercicio de derechos universales tales como derecho a la salud, a la
educación y/o al trabajo.
Si consideramos que los PTC amplían la ciudadanía y el goce de
derechos, debemos reconocer que lo hacen en campos históricamente
asociados a derechos universales. Por remitir a los mismos, justamente
esta retórica nos habla de la desciudadanización que implica la pobreza
y los propios PTC. Si el “contrato” individual parte de una negación
–no ejercicio de derechos en la pobreza– remite, por elevación, a un
“contrato” colectivo, pero intrínsecamente desrealizado.
Es por ello que no podemos pedirle a los PTC como resultado
la reciudadanización de los pobres o aumentar el capital global de
ciudadanía. No se trata de un problema de diseño de este tipo de
programas. Se trata de la racionalidad que los caracteriza: el reinado
de lo individual, el reinado obsceno del individuo. Se trata también
de los objetivos que en verdad pueden alcanzar. Esto es, a partir
de un discurso retórico de derechos, pueden gestionar la pobreza
fomentando, en términos de tecnología de gobierno, las mínimas
expresiones de técnicas de cuidado de sí.

La individualización del conocimiento como Programa de


Gobierno

Ya hemos visto cómo el combate a la pobreza se ha instalado como


uno de los objetivos de gobierno en las últimas décadas. También
hemos señalado la nueva ingeniería política en términos del primado
de los PTC como formato hegemónico desde los noventa. Del mismo
modo, a veces de manera no tan visible, otra de las características de
la gubernamentalidad en tiempos neoliberales es la presencia cada
vez más fuerte y clara de técnicos y científicos como agentes socio-
políticos.

55
Mónica de Martino

Puede observarse un doble movimiento isomórfico: así como


se individualizan las problemáticas sociales restándoles su base
estructural, así el conocimiento sobre lo social se hace cada vez más
individualizante.
Algunos términos en juego, como “activos”, “pasivos”,
“prestaciones y contraprestaciones” colocan también el dilema de una
fuerte economización de lo social. Pero en este ítem queremos retomar
ese carácter que, hemos dicho, asume el conocimiento de lo social
en una era caracterizada por la necesidad de focalizar poblaciones
e identificar y clasificar individuos, familias y grupos sociales. En
otras palabras, es innegable el aporte de las ciencias humanas a toda
intervención socio-política individualizadora de lo social.
Al respecto Mauriel indica lo siguiente:
En las últimas décadas, hubo una mudanza en la forma de pensar y tratar
la pobreza; y esa mudanza fue impulsada, en parte, por el movimiento
realizado por las ciencias sociales en la tentativa de elucidar el fenómeno
de la pobreza delante de las transformaciones societarias del último
cuarto del siglo XX (…) tal contexto fue –y ha sido– propicio para un giro
individualista en el foco de tales ciencias (2006: 49).

Agrega Mauriel (2006: 50) que percibe una ruptura con la tradición
que caracterizó a las ciencias sociales a partir de la cual fenómenos
tales como la pobreza eran explicados desde el funcionamiento de
la sociedad, en su estructura o dinámica. En las últimas décadas,
prosigue, gran parte de la producción, en esta rama del saber,
celebra el triunfo del individuo sobre la sociedad, el incremento de
las libertades individuales frente al peso de lo estructural. El poder
explicativo sobre los problemas nuevos y antiguos, se asume que se
encontraría en los comportamientos individuales.
En una línea que se acerca a nuestras reflexiones sobre la
antropologización de la pobreza, Atilio Borón indica que “los
supuestos del pensamiento neoliberal que vertebran la teoría económica
neoclásica han colonizado buena parte de las ciencias sociales” (2006:
106). Es decir, considerar a las personas como actores individuales,

56
Políticas de Transferencia de Renta Condicionada

como portadores de información sobre la cual basan sus decisiones a


partir de una relación costo-beneficio que habilitará la administración
de recursos y riesgos, en fin, abordar así a las personas constituye un
modelo “extraído de la ficción del homo economicus”.
Dentro de este panorama, no es ajeno que parte significativa del
conocimiento producido en torno a las políticas sociales apunte al
sustento y desarrollo de prácticas de autocuidado, en la medida que
se centran en “subsidiar al Estado con informaciones sobre como
regular el comportamiento de las personas que viven en la pobreza”
(Mauriel, 2006: 52). En este sentido es que nos encontramos con
las contraprestaciones que son exigidas en términos de cumplir con
ciertos requisitos de cuidado de la salud de niños, embarazadas y
adultos; requisitos en torno a impulsar emprendimientos económicos
que permitan al menos la subsistencia, etc. Si la pobreza, como vimos,
se explica como experiencia individual, es esta experiencia la que
debe ser transformada a partir de estrategias de intervención socio-
política que apunten a la capacitación, transferencia de “herramientas”
asociadas a una socialización “eficaz”, etc.
Este conocimiento sobre lo social inclinado hacia la individualización
de las problemáticas sociales, como Programa de gobierno, se traduce
o se encuentra íntimamente relacionado con ciertas tecnologías.
A saber, la población objetivo de los PTC en Uruguay, así como
otros programas sociales sin contraprestación, definen su población
objetivo a partir de un algoritmo que deviene del llamado Índice de
Carencias Críticas. Este Índice sintetiza una serie de variables y sus
respectivos indicadores relativos a diversos aspectos de la pobreza. El
algoritmo define, pues, quien puede o no acceder a las prestaciones de
los PTC y permanecer en los mismos. Esto no es ajeno a la producción
individualizante de las ciencias sociales, es más, la materializa. Los
análisis sobre cómo intervenir en la pobreza privilegian cada vez más
la producción de indicadores sobre situación y comportamientos en
la pobreza para evaluar déficits de capacidades y habilidades que

57
Mónica de Martino

expliquen no sólo al fenómeno de la pobreza en sí, sino sobre todo la


experiencia individual de la misma.
Al decir de Borón, el sociólogo se ha transformado:

[E]n una especie de inocuo sociómetra, así como los economistas


degeneraron en econometristas arrojando por la borda toda una tradición
muy respetable de pensamiento crítico en la economía. Los sociólogos
deben seguir el mismo camino y convertirse en prolijos agrimensores
sociales, o en diligentes trabajadores sociales (2006: 132).

Pero necesitamos profundizar este aspecto. El Índice de Carencias


Críticas no constituye en sí una tecnología de gobierno, es apenas un
instrumentos asociado a la individualización del conocimiento sobre
lo social. La tecnología en juego es la capacidad de clasificar personas
y grupos sociales, la capacidad de diferenciar comportamientos y
actitudes personales y grupales a partir de instrumentos afinados que
operan matemáticamente sobre lo social.
Ian Hacking (2006) nos advierte que las operaciones de clasificación
están por debajo de todo conocimiento de lo social. La idea del autor
de “Façonner les gens” se refiere a la existencia de grupos humanos
que fueron construidos por las atributos que le fueron conferidos,
en el sentido de producir un cierto tipo de sujeto: si se caracterizan
se construyen individuos. Esto es lo que subyace al proceso de
“antropologización de la pobreza” ya analizado. La pobreza pasa a ser
un conjunto de atributos, cuantificables, medibles, que determinadas
personas poseen. Para Douglas (1996) es importante destacar el
papel jugado por las instituciones en la producción de conocimiento,
en la medida que es necesario llegar a acuerdos sobre categorías
básicas y determinar lo que se considerará idéntico. Y si se llega a
definir lo idéntico, obviamente se está definiendo lo diferente, en
este caso lo no pobre. “Clasificar consiste en actos de inclusión y
de exclusión. Clasificar es dotar al mundo de estructura: manipular
sus probabilidades, hacer algunos sucesos más verosímiles que otros”
(Beriain, 2005).

58
Políticas de Transferencia de Renta Condicionada

Es esta tecnología la base de la estrategia de focalización de las


políticas sociales. Las operaciones de clasificación permiten objetivar
la diferencia y construir perfiles poblacionales en función de la
presencia de factores de riesgo, por ejemplo, o de “capacidades” o
“déficits” como es el caso que nos preocupa. Pero los criterios a partir
de los cuales se establece la diferencia no son más que representaciones
mentales (actos de conocimiento) y representaciones objetuales (cosas,
actos, estrategias de manipulación simbólica) (Bourdieu, 2001: 112).
Nuevamente aquí es primordial el papel del saber experto en la
medida que se encuentra habilitado para establecer las formas de
intervención socio-política sobre lo social. Los expertos ocupan un
lugar privilegiado en la división socio-técnica del trabajo asistencial,
en la medida que sus clasificaciones impactan en la compresión de
los problemas sociales, en las formas legítimas de intervenir en ellos,
la inclusión/exclusión de individuos y familias en determinados
programas o servicios sociales. Además de lo ya dicho: gran parte de
la producción de conocimiento sobre lo social refuerza los procesos
de individualización social, en el cual la normalización de las
experiencias vitales es un objetivo de alto contenido político.
Pero no es solo la experiencia de la población objetivo de los PTC
la que es objeto de tecnificación y abordajes dualistas (cultura/
economía). Veamos ahora los desafíos de los técnicos “frontline”.

Conocimiento experto y tecnologización del “factor humano”

Ya hemos señalado como racionalidad predominante en los PTC


a aquella constante individualización de los problemas sociales.
Individualización que refiere a la responsabilidad personal frente a
la administración de la propia vida. Tal atribución de responsabilidad
deriva de la percepción y tratamiento de los problemas sociales como
problemas individuales, como ya fuera señalado (Mitjavila, 2004).
De Marinis (1999) habla de una racionalidad que apunta a una nueva
subjetividad, que denomina homo prudens, haciendo referencia a una
actitud de autocuidado propia de los estados gubernamentalizados. O,

59
Mónica de Martino

en otras palabras, al hecho de que los servicios asistenciales brinden


posibilidades para que los beneficiarios demuestren su capacidad de
transformarse en sujetos activos que desarrollen técnicas de cuidado
de sí, de autocontrol y autogobierno, aún en el limitado campo de
acceso a un servicio asistencial.
Pero lo que queremos destacar en este ítem es que la gestión
individualizada de los problemas sociales tiene una contrapartida
específica: los avances tecnológicos introducidos en la gestión de la
pobreza, a partir de la incorporación de instrumentos informáticos
y de las denominadas Tecnologías de Información y Comunicación
(TICs). (Vecinday, 2010).
Grassi (2003) nos indica que esta tecnificación de la gestión de la
pobreza es parte de la modalidad de asistencia gerencial que caracteriza
estos Programas, que persiguen la identificación, conteo y clasificación
de los usuarios de la asistencia en aras de la eficiencia. El principio
de eficiencia exige que la prestación brindada sea eficientemente
administrada, para lo cual se requiere la individualización de los
beneficiarios para desarrollar estrategias específicas de atención que
apuntan a brindar un acompañamiento familiar breve y puntual.
Es en ese sentido que Castel (1984) señala que no es aleatorio que
la infancia sea una población objetivo prioritaria: “...con la voluntad
de constituir un banco completo de datos sobre la infancia se lleva a
cabo también el proyecto de controlar las contingencias y planificar
incluso las deficiencias para conseguir un programa de gestión
racional de las poblaciones” (143).
En Uruguay el primer paso dado en tal sentido fue el Sistema
de Información para la Infancia (SIPI), del Instituto de la Niñez
y la Adolescencia. Nace en 1989 bajo el auspicio del Instituto
Interamericano del Niño y ha sido reformulado en los últimos años
frente a la necesidad de gestión y posibilidades tecnológicas de
capturar trayectorias individuales y familiares. También es necesario
subrayar que este tipo de Sistema tiende a operar como una red
interinstitucional al reunir información sobre las personas que reciben

60
Políticas de Transferencia de Renta Condicionada

algún tipo de prestación social, por lo que podemos sustentar que se


convierte en una suerte de vigilancia poblacional sobre los segmentos
pobres.
Estas transformaciones estuvieron a cargo del Programa Infancia y
Familia (INFAMILIA) del Ministerio de Desarrollo Social (MIDES),
y se articula con la Dirección General de Registro de Estado Civil
y la Dirección Nacional de Identificación Civil. Cada niño al nacer
tiene así su Cédula de Identidad, el reconocimiento al derecho a la
propia identidad, como lo establece la Convención Internacional de
los Derechos del Niño (CIDN) y el Nuevo Código de la Niñez y
Adolescencia (NCNA). Pero también dicho documento se transforma
en el instrumento que dará unidad a distintos sistemas de información
y facilitará la gestión y administración institucional (individualización
de usuarios y sus trayectorias, seguimiento poblacional, control de
recursos a nivel de las diversas instituciones prestadoras de servicios
asistenciales).
A partir de ello y con los datos de las diversas dependencias, se
propone y ya está en andamiento el Sistema Integrado de Información
del Área Social (SIIAS) que: “...manejará datos de personas y
prestaciones, los cuales se consolidarán a través de conexiones
automáticas a las bases de datos de los organismos ‘proveedores’”
(MEF/SIIAS).
Este proyecto es financiado por el Banco Mundial (BM), lo que
da cuenta del apoyo y respaldo que encuentra este tipo de iniciativa
en determinados organismos internacionales, preocupados por un
combate a la pobreza que respete el equilibrio de las cuentas públicas
y la jerarquización de la eficiencia del gasto público social.
La identificación de los beneficiarios de los servicios sociales
mediante este registro único permite: (I) monitoreo de trayectorias
individuales; (II) construcción de flujos poblacionales; (III) control de
la asignación de los recursos y su utilización por parte de las familias
beneficiarias, con el fin de evitar abusos o mala administración de
las mismas; (IV) reorientación de las prestaciones, como ha ocurrido

61
Mónica de Martino

recientemente con la suspensión de aproximadamente 30.000


Asignaciones Familiares; y (V) economización de los dispositivos de
administración y gestión de la pobreza, especialmente la incidencia
del factor humano, a partir de la incorporación de constructos
informáticos diversos.
Calcular, contabilizar, medir, he ahí algunas de las características
señaladas por Rose y Miller (1992), ya enumerados cuando de
programas de gobierno se trata. Aspectos que se asocian a la
racionalidad instrumental que se pretende ontologizar en la figura del
homo pauper y que se encuentran relacionados con el desarrollo de
un saber experto individualizante.
Pero además de la incorporación de las TICs para llevar a cabo
estrictos procesos de identificación, existen otras tecnologías de
gobierno que tratan de asegurar las características ya analizadas
de la gubernamentalidad. Así, por ejemplo, las prestaciones y
contraprestaciones pueden ser consideradas como tecnologías de
gobierno, de acuerdo a la conceptualización de Rose y Miller (1992),
es decir, estrategias que permiten acceder al gobierno de la conducta
de los otros.
Las prestaciones y contraprestaciones apuestan a una doble
temporalidad. A corto plazo. intentan mejorar el ingreso de los
hogares. A largo plazo, apuestan a modificar la conducta de las familias
pobres, procurando que las mismas cumplan con los mínimos sociales
que garanticen una mínima inclusión (permanencia en el sistema
educativo y sanitario, administración de recursos escasos, etc.). O,
en su particular discurso, apuestan a la interrupción del “circuito
intergeneracional de la pobreza” a largo plazo.
En todo PTC, la población objetivo está definida con claridad:
aquellos que viven por debajo de la línea de pobreza o indigencia.
En contextos como estos, la obtención de tales objetivos se torna
difícil. Aquellas situaciones más graves, asociadas a situaciones de
pobreza estructural, ameritan intervenciones técnicas más cercanas.
En estas situaciones, el propio dispositivo tecnológico, que sintetiza

62
Políticas de Transferencia de Renta Condicionada

la información individual y familiar, demuestra sus debilidades y


potencialidades. No dicta verdad sobre las formas de intervención
socio-política en contextos en los cuales las respuestas a esperar son
escasas. Pero indica con precisión el número de familias o individuos
a ser “acompañados” específicamente, además de su perfecta
identificación y ubicación.
En otras palabras, el dispositivo tecnológico asociados a los PTC,
define la población objetivo para cada programa, transferencia y tipo
de intervención socio-política. Por lo tanto, el operador frontline se
encuentra frente a dos perspectivas de intervención socio-política
complementarias. Por un lado, el completar extensos formularios
sobre diversos aspectos de la vida material y subjetiva de individuos
y familias para alimentar la línea de base, restándole tiempo para otro
tipo de desarrollo profesional. Pero para aquella población que se
ubica ya en los márgenes de lo humano, el dispositivo tecnológico
aporta su identificación exacta, como ya se dijo, para aproximaciones
cercanas de índole personal.
¿Qué alternativas socio-técnicas son éstas que restan para tal
población? De acuerdo a documentos institucionales analizados, resta
el técnico frontline como la principal herramienta de intervención. Es
decir: lo humano v/s lo humano devaluado. La “caja de herramientas”
técnica, para las situaciones menos favorables, es la subjetividad,
la capacidad de escucha, el insigth, el raport del cual es capaz el
técnico en cuestión. Los PTC se han desmaterializado ante la pobreza
más cruda y dura.
Paradójicamente, frente a tanta “tecnología” de lo social, resta
el “cara a cara” para trabajar con aquellas familias o individuos de
los que ya casi nada puede esperarse. Paralelamente a una fuerte
tecnificación de lo social, podemos ubicar, como estrategias de
gobierno, lo que podríamos llamar un nuevo rescate de la afectividad
o del factor humano a nivel de operadores sociales. Como se indica
en instancias de capacitación para operadores sociales frontline: “La
única herramienta que tienes eres tú mismo”.

63
Mónica de Martino

El encuentro entre afectividades asume una modalidad de “lucha


cuerpo a cuerpo” con el pobre que relativiza la conducción de conductas.
Más bien nos hace recordar instancias de normalización fuertemente
disciplinantes. Es por ello que, en estas primeras aproximaciones,
las estrategias de gobierno hablan de un conducir conductas a nivel
general, pero dejando para la población más “deficitaria”, la clásica
intervención que se acerca a la pastoral indicada por Foucault: el
director de conciencia asociado a la figura del técnico (Foucault,
2009)
Por último, la asociación del par dialéctico asistencia-punición
se hace presente también como Programa de gobierno, en el
recientemente implementado “Plan Siete Zonas”. Las políticas
sociales de transferencia de renta o aquellas otras hiperfocalizadas,
que no implican estrictamente contraprestación y que se desarrollan
en los barrios donde la “seguridad ciudadana” se encuentra más
acechada, llegan en compañía de los dispositivos de seguridad
netamente policíacos. La asistencia llega junto a los dispositivos
policiales. El disciplinamiento más puro y duro se hace presente junto
a PTC, programas de workfare y políticas asistenciales en general.
El Estado, con su mano femenina (asistencia) y su mano masculina
(punición), llega a aquellas poblaciones donde las clasificaciones
asocian crudamente pobreza y criminalidad (Wacquant, 2007).
Queremos destacar con estas últimas reflexiones que en términos de
tecnologías de gobierno, se abre un abanico de posibilidades: generar
conductas, simple acompañamiento afectivo o de escucha y, como
siempre, la punición/castigo. Pero todas ellas bajo una racionalidad
que sintetiza: individualización de problemas estructurales,
traducción de la experiencia humana en un lenguaje medible y
cuantificable, conocimiento experto asociado al triunfo del individuo
y la identificación estricta de los pobres asistidos o punidos. No es
poco lo que está en juego.

64
Políticas de Transferencia de Renta Condicionada

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70
El gobierno en las democracias liberales “avanzadas”:
del liberalismo al neoliberalismo

Nikolas Rose

Para comprender las innovaciones que presenta el modo de


gobierno neoliberal es preciso analizarlo a partir del telón de fondo del
liberalismo. Paso, pues, a caracterizar estas dos formas de gobierno.

Liberalismo

En el siglo XVIII europeo la ciencia de la “policía” soñaba con un


tiempo en el que el territorio y sus habitantes serían transparentes
para el conocimiento: todo podría ser conocido, anotado, enumerado
y documentado (Foucault, 1989; cf. Pasquino, 1989). La conducta
de las personas en todos los ámbitos de la vida iba a ser definida y
sometida a escrutinio hasta en sus más mínimos detalles mediante
numerosas regulaciones de la vivienda, la vestimenta, los modales,
etc. De este modo el desorden se vería neutralizado por la fijación
de un orden de las personas y de las actividades (Oestreich, 1982).
El liberalismo, en tanto que programa de gobierno, abandona esta
fantasía megalomaníaca y obsesiva de una sociedad totalmente
administrada. A partir de ahora el gobierno se enfrenta con una serie
de realidades –mercado, sociedad civil, ciudadanos– que poseen una
lógica interna y una densidad específicas, sus propios mecanismos
intrínsecos de autorregulación.
El liberalismo, como ha señalado Grahan Burchell, rechazó así “la
razón de Estado” en tanto que racionalidad específica de gobierno
en la cual un soberano ejercita su voluntad totalizadora a lo largo de
todo el territorio nacional (Burchell, 1991; y cf. Burchell, 1996). Los
gobernantes tienen que hacer frente, por una parte, a sujetos dotados

71
Nikolas Rose

de derechos e intereses que no tienen que ser puestos en entredicho por


la política y, por otra, a todo un ámbito de procesos que no se pueden
gobernar mediante un ejercicio de voluntad soberana porque los
gobernantes carecen de los conocimientos y capacidades suficientes
para hacerlo. Los objetos, instrumentos y tareas de gobierno deben de
ser, por tanto, reformulados en relación a estos ámbitos del mercado,
la sociedad civil y la ciudadanía, con el fin de asegurar que funcionen
para beneficio de la nación en su conjunto.
Los dos polos aparentemente no liberales de “poder sobre la vida”
que identificó Foucault –las “disciplinas” del cuerpo y la “biopolítica”
de la población– encuentran así un espacio en el interior de los
programas liberales del gobierno, un gobierno que depende cada
vez más de los medios para hacer inteligibles y practicables estas
condiciones vitales para la producción y el gobierno de un Estado
de ciudadanos libres (Foucault, 1977, 1979). Estos mecanismos y
dispositivos que operan siguiendo una lógica disciplinaria, desde la
escuela a la prisión, pretenden crear las condiciones subjetivas, las
formas de autodominio, de autorregulación y autocontrol, necesarias
para gobernar una nación ahora concebida como una entidad formada
por ciudadanos libres y civilizados. Al mismo tiempo, las estrategias
de la biopolítica –encuestas, estadísticas, censos, programas para
maximizar o reducir las tasas de reproducción, para minimizar
la enfermedad y promover la salud– pretenden hacer inteligibles
aquellos ámbitos cuyas leyes el gobierno liberal tiene que conocer y
respetar: el gobierno legítimo no será por tanto un gobierno arbitrario,
sino que estará basado en el conocimiento operativo de aquellos
cuyo bienestar está llamado a promover (Foucault, 1980a). A partir
de este momento el gobierno tiene que ser ejercido con la ayuda de
un conocimiento de lo que tiene que ser gobernado –la infancia, la
familia, la economía, la comunidad–, de un conocimiento de sus leyes
generales de funcionamiento –oferta y demanda, solidaridad social–,
en una situación concreta y en un momento determinado (tasa de
productividad, tasa de suicidios), y, a la vez, de un conocimiento

72
El gobierno en las democracias liberales “avanzadas”

de los medios a través de los que puede ser configurado y orientado


a producir objetivos deseables al mismo tiempo que se respeta su
autonomía.

Desde una perspectiva de gobierno se pueden destacar cuatro


rasgos del liberalismo

1. Una nueva relación entre gobierno y conocimiento. Aunque todas


las fórmulas de gobierno dependen de un conocimiento de lo que tiene
que ser gobernado y, por supuesto, constituyen ellas mismas una cierta
forma de conocimiento de las artes de gobierno, las estrategias liberales
vinculan el gobierno con conocimientos positivos sobre la conducta
humana desarrollados por las ciencias humanas y sociales. La acción
de gobierno se ve así ligada a todo tipo de hechos. Ian Hacking (1991)
analizó la avalancha de estadísticas publicadas, así como otro tipo de
informaciones), teorías (filosofías del progreso, conceptualización de
las epidemias...), diagramas (reforma sanitaria, tratamiento infantil),
técnicas (contabilidad de doble entrada, inspección médica obligatoria
en las escuelas), y personas cualificadas que pueden hablar “en nombre
de la sociedad” (sociólogos, estadísticos, epidemiólogos, trabajadores
sociales). El conocimiento en este caso gira en torno a una diversidad
de dispositivos destinados a la producción, circulación, acumulación,
legitimación y realización de la verdad: el ámbito académico, los
despachos gubernamentales, los informes de las comisiones, las
encuestas y los grupos de presión. Es el “saber cómo” lo que promete
convertir en dóciles aquellos ámbitos ingobernables sobre los que
el gobierno debe de ser ejercido para hacer que dicho gobierno sea
posible y más perfecto.

2. Una nueva definición de los sujetos de gobierno, en cuanto


sujetos activos que participan en su propio gobierno. Los programas
liberales de gobierno se caracterizan por la esperanza de que van a
ser una inversión rentable para los propios sujetos de gobierno. Las

73
Nikolas Rose

proclamas en el campo político, jurídico y moral, así como en otros


ámbitos, de que los sujetos son individuos cuya libertad y derechos
deben de ser respetados mediante el establecimiento de límites a la
esfera legítima de la regulación política y legal, son inseparables del
surgimiento de toda gama de prácticas que parecen formar y regular
una individualidad de forma especial. Las estrategias liberales de
gobierno se hacen, por tanto, dependientes de toda una serie de
dispositivos (escuela, familia domesticada, manicomio, reformatorios)
que prometen crear individuos que no necesitan ser gobernados por
otros, sino que se gobernarán y se controlarán por sí mismos, y se
cuidarán solos. Y, aunque el sujeto abstracto de derechos se define
utilizando un lenguaje universal, las nuevas tecnologías de gobierno
producen, a lo largo del siglo XIX, nuevas exigencias y posibilidades
de conocimientos positivos sobre sujetos concretos. El siglo XIX es,
por tanto, un período de extensión de las disciplinas que, al mismo
tiempo que definen a los sujetos en términos de funciones específicas
de civilización, provocan una división entre los miembros civilizados
de la sociedad y aquellos otros que carecen de capacidades para ejercer
una ciudadanía responsable: la mujer infanticida o el monomaníaco
regicida en los tribunales de justicia, los niños y niñas delincuentes
en los reformatorios, las prostitutas o mujeres caídas, los hombres
y mujeres considerados locos. Se puede comprobar de este modo el
inicio de una transición dolorosa –acompañada de resistencias– que
va desde los derechos de la verdad sobre los humanos, la teología o la
jurisprudencia, a las disciplinas que deben sus verdaderas condiciones
de disciplinarización a estas nuevas tecnologías de gobierno. A partir
de este momento las gubernamentalidades liberales soñarán que el
proyecto nacional para el buen sujeto de gobierno se fusionará con
obligaciones voluntariamente asumidas por individuos libres para
sacar el mayor provecho de su propia existencia, mediante la gestión
responsable de su vida. Al mismo tiempo, los propios sujetos tendrán
que adoptar toda una serie de decisiones acerca de su autoconducta
asediados por una red de nuevos lenguajes, normas, promesas, serias

74
El gobierno en las democracias liberales “avanzadas”

advertencias, y amenazas de intervención, organizadas cada vez más


en torno a una proliferación de normas y normatividades.

3. Una relación intrínseca con la autoridad de los expertos. Las


artes liberales de gobierno, desde mediados del siglo XIX, intentaron
modelar acontecimientos, decisiones y acciones en el campo de la
economía, la familia y la empresa privada, y modelar la conducta
de los individuos, a la vez que mantener y promover su autonomía
y autorresponsabilidad. Estos modos de intervención no respondían
a una lógica simple, ni formaban parte de un programa coherente de
la “intervención del Estado” (cf. Foucault, 1980a), sino que más bien
una serie de conflictos y perturbaciones –epidemias y enfermedades,
delitos y criminalidad, pauperismo e indigencia, enfermedad
mental e imbecilidad, ruptura de relaciones matrimoniales– se
vieron recodificados como problemas “sociales”, hecho que tuvo
consecuencias para el bienestar nacional y que exigió, por tanto, nuevas
formas legitimadas de atención para remediar estos problemas. Las
relaciones que surgieron entre las autoridades políticas, las medidas
legales y las autoridades independientes, diferían en función de si se
intentaban regular los intercambios económicos mediante contrato,
mitigar los efectos del trabajo industrial sobre la salud, reducir los
peligros sociales de las epidemias mediante reformas sanitarias,
moralizar a los niños de las clases trabajadoras mediante escuelas
de fábrica, etc. En cada uno de estos casos los expertos, al exigir
que los arreglos económicos, familiares y sociales se rigiesen por los
programas que ellos diseñaban, trataban de movilizar recursos políticos
tales como la legislación, los fondos o la capacidad organizativa
para lograr sus propios fines. Las fuerzas políticas intentaron hacer
efectivas sus estrategias no solo mediante la utilización de leyes,
burocracias y creando agencias y agentes legitimados del Estado, sino
también instrumentalizando formas de autoridad distintas de las “del
Estado” con el fin de gobernar –espacial y constitucionalmente– “a
distancia”. Se confirió, de este modo, autoridad a autoridades expertas

75
Nikolas Rose

formalmente autónomas, al mismo tiempo que el ejercicio de esta


autonomía se configuró, gracias a variadas formas de legitimación, a
través de la profesionalización y la burocratización. A partir de este
momento el ámbito de la “política” se diferenciará de otras esferas de
gobierno legitimado, ya inexorablemente vinculado a la autoridad de
los expertos.

4. Un cuestionamiento continuo de la acción de gobierno. Las


sociologías de nuestra condición posmoderna subrayan la “reflexividad”
considerándola una característica de nuestro tiempo (Giddens, 1990;
Lash y Urry, 1994), pero la “reflexividad” que impulsa todos los
intentos de ejercer el gobierno en el presente no es una característica
distintiva de una etapa terminal de modernidad, ya que caracteriza
a las racionalidades políticas liberales desde sus comienzos. El
liberalismo se enfrenta asimismo a la cuestión de “¿Gobernar, para
qué?”, una pregunta que exige un constante escrutinio crítico sobre
las actividades de los que gobiernan realizado por otros y por las
propias autoridades de gobierno. Pero, si los objetivos de gobierno
están gobernados por sus propias leyes, “las leyes de lo natural”,
¿bajo qué condiciones se puede someterlos legítimamente a las leyes
del gobierno político?
Aún más, el propio liberalismo se enfrenta a las siguientes
cuestiones: ¿Quién puede gobernar?, ¿bajo qué condiciones es posible
ejercer la autoridad sobre alguien?, ¿en qué se funda la legitimación
de la autoridad? Esta cuestión de la autoridad debe de ser respondida
no por vías trascendentales, ni apelando a la carismática persona del
líder, sino a través de variados medios técnicos –de donde se deriva
que la democracia y la intervención de los expertos se manifiestan
como dos soluciones duraderas. El liberalismo inaugura una continua
desafección respecto al gobierno, un perpetuo cuestionamiento acerca
de si los efectos deseados se están produciendo, un cuestionamiento
sobre los errores de las teorías y los programas que obstaculizan la
eficacia del gobierno, un diagnóstico recurrente del fracaso unido a
una exigencia, también recurrente, de gobernar mejor.

76
El gobierno en las democracias liberales “avanzadas”

Liberalismo avanzado

Las condiciones que dieron al traste con la aceptación de la que


gozaba el gobierno social fueron heterogéneas. Inmediatamente
después de la Segunda Guerra Mundial, precisamente cuando algunos
estaban asumiendo la lección de que era posible que el conjunto de
la organización económica y social de una nación fuese gobernada,
de un modo u otro, por el Estado central, un grupo de intelectuales
europeos llegaba justamente a la conclusión opuesta.
Posiblemente la propuesta más famosa fue la sugestión de Friederich
von Hayeck de que la lógica del Estado intervencionista, tal como se
había manifestado en los tiempos de la guerra en la organización de
la vida económica y social, no solo era ineficaz y había fracasado,
sino que además conducía al conjunto de naciones por un camino
directo hacia un Estado total, tal y como se había manifestado en
la Alemania nazi y se podía percibir aún en la Unión Soviética de
Stalin –ambos países subvertían las verdaderas libertades, la libertad
y la democracia, que precisamente decían promover (Hayek, 1994;
cf. Gordon, 1987, 1991; Rose, 1994). Los argumentos contenidos en
The road serfdom de Hayeck (1944) fueron elaborados en diferentes
textos posteriores: el principio de la libertad individual era a la vez
el origen de nuestro progreso y la garantía del futuro desarrollo de la
civilización; aunque debemos desprendernos de la perversa ilusión de
que podemos deliberadamente crear, mediante decisiones y cálculos
de autoridad, “el futuro de la humanidad”, tenemos que reconocer
que la libertad es en sí misma un instrumento de civilización, que “la
disciplina de la civilización [...] es al mismo tiempo la disciplina de
la libertad” (1979: 163).
Apenas tres décadas más tarde, estas críticas del Estado social se
fundieron dando lugar a un relevante asalto político a las racionalidades,
programas y tecnologías del Welfare en Inglaterra, Europa y los
Estados Unidos. Una tesis económica, articulada de forma distinta por
la izquierda y por la derecha, cobró en este contexto una particular

77
Nikolas Rose

significación: el argumento de que los crecientes niveles de impuestos


y de gasto público requeridos para sostener los servicios sociales de
salud, bienestar, educación y otros, ponían en peligro la salud del
capitalismo, ya que requerían tasas penalizadoras de impuestos
sobre el beneficio privado. Esta contradicción fue formulada por la
izquierda en términos de “la crisis fiscal del Estado”, y, por la derecha,
en términos de las contradicciones entre el crecimiento de un sector
de bienestar “improductivo” –que no creaba riqueza– y un sector
privado “productivo” –que era el que creaba toda la riqueza nacional
(O’Connor, 1972; Bacon & Eltis, 1976). La auténtica socialización
de la empresa capitalista privada y de las relaciones de mercado –que
había sido percibida como la salvación, a la vez, frente a las amenazas
del socialismo y frente a la desintegración moral y social– aparecía
ahora como incompatible con la supervivencia de una sociedad basada
en una economía capitalista.
Este argumento económico entraba así en confluencia, en este
momento, con toda otra serie de críticas del gobierno social: la
arrogancia de un gobierno que va demasiado lejos; los peligros
de una sobrecarga de funciones del gobierno; lo absurdo de los
políticos que juegan a adivinar por dónde va a ir el mercado eligiendo
selectivamente a los triunfadores; los reproches de que las demandas
keynesianas de gestión provocan expectativas inflacionarias y
conducen a la depreciación de la moneda. Otros insistían en que
estas medidas destinadas a hacer decrecer la pobreza condujeron, en
realidad, a incrementar la desigualdad; que los intentos para asistir
a los desfavorecidos empeoraron su situación de desventaja; que los
controles de los salarios mínimos golpearon a los peor pagados al
destruir puestos de trabajo. Y todavía más, las propias burocracias
asistenciales, junto con los especialistas del Welfare y los expertos
sociales asociados a ellas, se convirtieron en objeto de ataques
provenientes de toda la gama del espectro político –desde los clásicos
liberales y los libertarios, hasta los críticos izquierdistas del control
social de la desviación, pasando por los activistas socialdemócratas

78
El gobierno en las democracias liberales “avanzadas”

preocupados por la falta de eficacia del gobierno social para aliviar


la desigualdad y las desventajas. Se puso así de relieve que tras sus
apasionadas demandas en aras de una mayor fundamentación para
sus servicios subyacía la oculta estrategia de construir un imperio, así
como el ascenso de intereses sectoriales, y se puso de manifiesto que
fueron las clases medias quienes, más que los pobres, se beneficiaron
tanto de las oportunidades de empleo como de los servicios del Welfare
State, que estos servicios destruyeron, en realidad, otras formas de
ayuda social tales como las de la iglesia, la comunidad y la familia,
y que no favorecieron una responsabilidad social ni ciudadanía, sino
más bien la dependencia y la mentalidad clientelística (Murray, 1980;
Adler y Asquith, 1981; Friedman, 1982. Para la discusión de estas
“retóricas de la intransigencia” véase Hirschman, 1991).
Simultáneamente el imperio de los expertos sociales se fracturó
dando lugar a diferentes especialidades en competencia: expertos en
niños, viejos, incapacitados, alcohólicos, adictos a las drogas, madres
solteras, enfermeras psiquiátricas, trabajadores sociales, terapeutas
ocupacionales y muchos otros. Cada una de estas “especialidades”
intentó organizarse profesionalmente para reclamar sus derechos y su
propio campo de intervención: el mundo del bienestar se fragmentó
a través de una división del trabajo cada vez más acusada y a través
de lealtades prácticas y conceptuales divergentes. Los clientes de los
expertos se vieron obligados a comprenderse a sí mismos, a narrarse
a sí mismos, y a pensar su bienestar a través de nuevas formas. En la
mayor parte de los sectores los individuos lograron reconceptualizarse
a sí mismos en términos de su propia voluntad de estar sanos, y de
gozar de una normalidad maximizada. Asediados por las imágenes de
salud y felicidad producidas por los medios de comunicación, y por las
estrategias de mercado desplegadas por la publicidad y los sistemas
de consumo, pasaron a narrar sus problemas con el potente lenguaje
de los derechos, se organizaron formando asociaciones propias,
cuestionando los poderes de los expertos, protestando contra unas
relaciones que ahora aparecían como tutelares, y degradantes para su

79
Nikolas Rose

autonomía, reclamando un aumento de recursos para sus condiciones


particulares, y exigiendo poder decir algo respecto a las decisiones
que afectaban a sus vidas. Frente a esta simultánea proliferación,
fragmentación, contestación y deslegitimación del papel de los
expertos en los dispositivos del gobierno social, se perfiló una nueva
fórmula para la relación entre gobierno, expertos y subjetividad.
Se desarrollaron así determinadas estrategias. Los “libertarios
civiles” trataron de asediar a los expertos sirviéndose de una
parafernalia de restricciones legales, derechos y tribunales, que
modulasen sus decisiones: esta táctica resultó incómoda, lenta y cara, y
únicamente sirvió para redistribuir poderes sociales a nuevos expertos;
en el Reino Unido tales estrategias únicamente lograron un limitado
impacto sobre la vida social (Reich, 1964; Adler y Asquith, 1981).
Críticos de izquierda se contentaron por largo tiempo con denunciar los
poderes de los expertos como un encubierto control social del Estado,
tratando de distinguir entre el uso del conocimiento y su abuso, o de
separar el verdadero conocimiento emancipatorio de la ideología que
disfraza y legitima el ejercicio del poder en “los aparatos ideológicos
de Estado”. Una política radical respecto al papel de los expertos, en
la línea del eslogan maoísta “Más vale rojo que experto”, trataba de
eliminar cualquier tipo de intervención pericial (como ocurrió con la
antipsiquiatría y algunas formas de feminismo): esta “oposición a los
expertos” generó rápidamente su propia profesionalización, con sus
propias organizaciones, pedagogías, etc. Otras políticas de izquierda
respecto a los expertos operaron bajo la rúbrica de “la generalización
de competencias”, tal y como sucedió con algunos movimientos de
cooperativas de trabajadores que trataron de reorganizar los lugares de
trabajo controlados y gestionados jerárquicamente (cf. Cooley, 1980).
En el campo económico, al menos en Inglaterra, este intento se encontró
con resistencias, provenientes no solo de los jefes, sino también de
los representantes tradicionales de los trabajadores preocupados por
la erosión de sus propios poderes y por la emergencia de nuevos
corporativismos con intereses opuestos a los suyos. Parecido destino

80
El gobierno en las democracias liberales “avanzadas”

tuvieron algunos intentos para democratizar la intervención de los


expertos en otros campos tales como la psiquiatría y la justicia.
Podría inducir a equívocos sugerir que los regímenes políticos
neoconservadores, que fueron elegidos en Inglaterra y en los
Estados Unidos a finales de los años setenta, estaban basados en una
racionalidad política coherente y elaborada que tenían que desarrollar,
e induciría a un error todavía mayor pensar que hacían del poder
burocrático y profesional un problema clave. Inicialmente, sin duda,
estos regímenes simplemente trataron de ocuparse de una multitud de
diferentes problemas relativos al bienestar, de reducir costes, recortar
el poder de los lobbies profesionales, etc. Pero, gradualmente, estas
diversas escaramuzas fueron racionalizadas en el interior de un
relativamente coherente programa de gobierno que se denominó
neoliberalismo. El neoliberalismo se las arregló para reactivar una
especie de vigilancia crítica sobre el gobierno político característica
del liberalismo clásico, conectando diferentes elementos de la “retórica
de la intransigencia” con una serie de técnicas –ninguna de ellas en
sí misma particularmente nueva o destacable–, lo que permitió que
estas críticas se incorporasen al gobierno. Por supuesto, un hecho que
puede resultar paradójico en lo que se refiere al neoliberalismo es que,
pese a presentarse a sí mismo como una crítica al gobierno político,
mantiene el programático a priori, la presuposición, de que lo real
es programable por las autoridades: los objetos de gobierno se hacen
así pensables en la medida en que sus dificultades aparecen como
susceptibles de diagnóstico, prescripción y cura (Rose y Miller, 1992:
183). El neoliberalismo no abandona la “voluntad de gobernar”, sino
que mantiene la visión de que el fracaso del gobierno para alcanzar
sus objetivos puede ser superado si se inventan nuevas estrategias de
gobierno que triunfarán.
¿Qué significa “gobernar de modo liberal avanzado”? Las extremas
alabanzas o condenas del thatcherismo se ha visto que eran una
exageración. Pero ello no significa que no sea posible identificar
una transformación más modesta y duradera en las racionalidades

81
Nikolas Rose

y tecnologías de gobierno. Estrategias “liberal avanzadas” pueden


ser observadas en contextos nacionales distintos, desde Finlandia
a Australia, reivindicadas por regímenes políticos de izquierdas y
derechas, y en relación con campos problemáticos que van desde
el control de los delitos a la salud. Estos regímenes se sirven de
técnicas de gobierno que crean una distancia entre las decisiones de
las instituciones políticas formales y otros actores sociales, conciben
a esos actores de forma nueva como sujetos de responsabilidad,
autonomía y elección, y tratan de actuar sobre ellos sirviéndose de su
libertad. Paso a esbozar a continuación, de forma un tanto rápida, tres
rasgos característicos del neoliberalismo.

1. Una nueva relación entre los expertos y la política. El Welfare debe


ser considerado como una racionalidad “sustantiva” de gobierno: las
expertas concepciones de los expertos sobre salud, niveles de ingresos,
tipos de actividad económica, etc. fueron más o menos directamente
transferidas a la maquinaria y a los objetivos del gobierno político.
Al mismo tiempo, las tecnologías del Welfare proporcionaron a los
expertos poderes que les permitieron establecer cotos cerrados en
cuyo interior su autoridad no podía ser cuestionada, protegiéndoles
así eficazmente de los intentos políticos exteriores para ejercer el
control tanto sobre ellos como sobre sus decisiones y acciones. En
contraste con esto, los modos de gobierno liberal avanzado tienen
un cierto carácter “formal”. Los poderes conferidos previamente a
los conocimientos positivistas sobre la conducta humana serán ahora
transferidos a regímenes calculadores de contabilidad y de gestión
financiera. Y los cotos cerrados de los expertos serán invadidos a
través de toda una gama de nuevas técnicas destinadas a ejercer un
control crítico sobre la autoridad –las técnicas presupuestarias, las
técnicas de contabilidad y las auditorías son las tres más relevantes.
Estos procesos de cambio sin duda están basados en una exigencia
de verdad, pero de una verdad diferente a la verdad de las ciencias
humanas y sociales: estas “ciencias grises”, estos “saber hacer” de la

82
El gobierno en las democracias liberales “avanzadas”

enumeración, el cálculo, la monitorización, la evaluación y la gestión,


pueden aparecer al mismo tiempo como modestos y omniscientes,
limitados y aparentemente sin límites, cuando se los aplica a problemas
tan diversos como la conveniencia de un procedimiento médico, o la
viabilidad de un departamento universitario.
La mercantilización, por ejemplo, establece variadas formas
de distancia entre la maquinaria política y las maquinarias de los
expertos: se produce así una aparente devolución de los poderes
reguladores desde “arriba” –planificación y obligatoriedad– hacia
“abajo” –las decisiones de los consumidores. Esta mercantilización,
en su forma ideal, permite imaginar un “mercado libre” en el que las
relaciones entre los ciudadanos y los expertos no estén organizadas
ni reguladas a través de la obligatoriedad, sino basadas en actos de
elección. La mercantilización trata de regular, por vías diferentes,
la pluralidad de intervenciones de los expertos, no tanto entrando a
dirimir las demandas rivales de los diferentes grupos de expertos,
cuanto transformando a los agentes de bienestar –departamentos de
servicios sociales, departamentos de vivienda, autoridades sanitarias–
en “compradores” que pueden elegir “comprar” servicios dentro de
una gama de opciones disponibles. De este modo, en “el comprador-
proveedor”, escindido entre los servicios de salud, las técnicas de
gestión de los servicios sociales, la autonomización de las escuelas
del control de las autoridades locales que compiten por alumnos en el
mercado, se puede ver una reconfiguración de importantes políticas
de intervención, una nueva vía para “responsabilizar” a los expertos
respecto a las exigencias que pesan sobre ellos, diferentes a las basadas
en su propio criterio de verdad y competencia, que los vinculan a
nuevas relaciones de poder.
De forma similar, la monetarización juega un papel clave rompiendo
los cotos cerrados del Welfare existentes en el interior de redes del
gobierno social. Transformar las actividades –interviniendo sobre los
pacientes, educando a los estudiantes, proporcionando entrevistas
de trabajo social para clientes– en términos de dinero contable da

83
Nikolas Rose

lugar a que se establezcan nuevas relaciones de poder. Obligar a la


gente a que anote minuciosamente lo que le pasa, prescribir lo que
tiene que ser escrito y cómo, es en sí mismo un tipo de gobierno
de las conductas individuales que produce una imagen del gobierno
acorde con normas particulares. La técnica presupuestaria transforma
la actividad de quienes elaboran el presupuesto aumentando las
opciones, al mismo tiempo que las regula y proporciona nuevas
vías para asegurar la responsabilidad y la fidelidad de los agentes
que formalmente continúan siendo autónomos. Y estos procesos no
solo tienen lugar cuando se elabora el presupuesto, sino también en
la “presupuestarización” de cualquier actividad, de tal forma que los
términos de cálculo y decisión se desplazan, al mismo tiempo que se
coagulan nuevos diagramas de fuerza y de libertad.
Entre estas nuevas estrategias de gobierno, la auditoría se convierte
en uno de los mecanismos clave a la hora de responder a la pluralidad
de las intervenciones periciales y a la inherente e inexpresable
controversia de sus exigencias de verdad. Michael Power ha sugerido
que la auditoría, en sus diferentes formas, ha reemplazado la confianza
que la fórmula de gobierno había concedido a las credenciales
profesionales (Power, 1992, 1994). Como señala Power, la auditoría
responde al “fracaso” y a la inseguridad mediante una nueva “gestión
del riesgo”. El riesgo pasa a ser algo manejable mediante nuevas
relaciones distanciadas de control entre los centros políticos de
decisión y los procedimientos, dispositivos y aparatos “no políticos”
–tales como escuelas, hospitales o empresas– sobre los que recae de
nuevo la responsabilidad de la salud, la riqueza y la felicidad. En
este proceso las entidades son transformadas, para ser “auditadas”
tienen que convertirse en “auditables”, producir una nueva trama
de visibilidades en relación con la conducta de las organizaciones y
de aquellos que las componen. La auditoría puede poner en marcha
demandas difíciles y duras, pero se mueve bien a través del espacio y
del tiempo, es capaz de propagarse a multitud de enclaves, dirigiendo
y organizando actividades, y conectando centros de cálculo con sedes

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El gobierno en las democracias liberales “avanzadas”

de implementación de acuerdo con nuevos vectores. Pese al hecho


de que su “perfil epistemológico” es, si es que tiene alguno, todavía
de más bajo nivel que los conocimientos que desplaza, y pese a que
no existe nada nuevo en las técnicas de auditoría en sí mismas, sin
embargo el modo en que operan –en términos de procedimientos
más que en términos sustantivos, según criterios al mismo tiempo
aparentemente estables y muy flexibles tales como eficiencia,
conveniencia, efectividad– las convierte en una tecnología versátil y
altamente transferible para gobernar a distancia.

2. Una nueva pluralización de las tecnologías “sociales”. Las


estrategias de pluralización y de autonomización, que caracterizan
a muchos programas contemporáneos destinados a reconfigurar las
tecnologías sociales desde distintas partes del espectro político,
muestran una tendencia hacia una “des-gubernamentalización” del
Estado y hacia una “des-estatalización del gobierno”, un fenómeno
que está relacionado con una mutación en el concepto de “lo social”,
concepto que surgió a finales del siglo XIX y en cuya invención
participaron la sociología y el gobierno del Welfare para quienes lo
social era a la vez objeto y blanco de intervención. La relación entre
el individuo responsable y su comunidad autogobernada sustituyó
la relación que previamente existía entre el ciudadano social y su
sociedad común (cf. Rose, 1996b). A lo largo de esta mutación se
comprueba la pérdida de centralidad de variadas tecnologías de
regulación que, durante el siglo XX, se intentaron ensamblar en
una red de funcionamiento único y, en contrapartida, se produce
la implantación de una forma de gobierno que actúa a través de la
conformación de poderes y voluntades de entidades autónomas:
empresas, organizaciones, comunidades, profesionales, individuos.
De aquí se deriva la implantación de modos particulares de cálculo
en los agentes, y la suplantación de ciertas normas, como las de
servicio y dedicación, por otras, tales como las de competitividad,
calidad y demanda de los usuarios. Estos cambios implicaron

85
Nikolas Rose

también el establecimiento de diferentes redes de contabilidad y de


responsabilidad.
El proceso posiblemente más significativo de todos éstos fue la
desarticulación de una variedad de actividades de gobierno previamente
ensambladas en el interior del aparato político: este fenómeno
en Gran Bretaña suele conocerse con el nombre de quangoization
of State. Proliferaron entonces organizaciones casi autónomas,
no gubernamentales, que asumieron toda una serie de funciones
reguladoras (como la regulación de seguridades e inversiones en el
sector financiero), de planificación (como el surgimiento de nuevas
entidades de gobierno y regeneración de las ciudades) y funciones
educativas, tales como la constitución de organizaciones responsables
para procurar una formación a aquellos que abandonaban la escuela,
en fin, organizaciones que asumieron responsabilidades para la
provisión de servicios “públicos” previamente existentes como el
agua, el gas, y la electricidad, y para la “privatización” de servicios
públicos como las prisiones y la policía. Todos estos procesos han
estado relacionados con la invención y la utilización de otras medidas
emergentes destinadas al gobierno de esas entidades, medidas que,
al poner el énfasis en la aparente objetividad y neutralidad de los
números, refuerzan la pretensión de esas entidades de que actúan
de acuerdo con un programa apolítico (Hood, 1991). Contratos,
objetivos, indicadores, medidas de los resultados, monitorización y
evaluación están así siendo usados para gobernar el comportamiento
de esas entidades, al mismo tiempo que les conceden una cierta
autonomía para tomar decisiones de poder y responsabilizarse de
sus acciones. Se puede comprobar, de este modo, cómo se produce
un desplazamiento desde los mecanismos electorales de control
democrático en los que intervienen los ayuntamientos a nuevas técnicas
de contabilidad, es decir, a la representación de “socios” de diferentes
“comunidades” –negocios, residentes locales, organizaciones
voluntarias y ayuntamientos– en los consejos de administración.
La reconfiguración del poder político que este proceso supone no

86
El gobierno en las democracias liberales “avanzadas”

puede ser bien entendida, por tanto, en términos de oposición entre el


Estado y el mercado: nuevos mecanismos modulados y programados
por las autoridades políticas están siendo utilizados para vincular los
cálculos y las acciones de un heterogéneo conjunto de organizaciones,
gobernándolas “a distancia” a través de la instrumentalización de una
autonomía regulada.

3. Una nueva especificación del sujeto de gobierno. La entronización


de los poderes del cliente en tanto que consumidor –consumidor de
servicios de salud, de educación, de formación, de transportes– define
a los sujetos de gobierno de una nueva forma: como individuos activos
que buscan “realizarse a sí mismos”, maximizar su calidad de vida
mediante actos de elección, confiriendo a sus vidas un sentido y un
valor en la medida en que pueden ser racionalizadas como el resultado
de elecciones hechas o de opciones por tomar (Rose, 1992, 1996a).
La razón política debe ahora justificarse y organizarse a sí misma
argumentando mediante pactos que se adecuan a la existencia de
personas definidas, en su esencia, como criaturas libres y autónomas.
En el interior de este nuevo régimen que supone un yo activamente
responsable, los individuos tienen que cumplir sus obligaciones
ciudadanas no a través de mutuas relaciones de dependencia y
obligación de unos para con otros, sino tratando de realizarse a
sí mismos en el seno de una variedad de ámbito micro-morales o
“comunidades”: familias, lugares de trabajo, escuelas, asociaciones
de ocio, vecindades. El problema consiste, por tanto, en encontrar los
medios a través de los cuales los individuos se hacen responsables
mediante opciones individuales que adoptan para sí mismos y para
aquellos a los que deben lealtad, formando un estilo de vida acorde
con gramáticas de vida que han sido ampliamente diseminadas, que
ya no dependen de cálculos ni de estrategias políticas para su lógica
de funcionamiento ni para las técnicas que implican (Rose 1996b).
Poner en marcha esta noción de individuo activamente responsable
fue posible gracias al desarrollo de un nuevo dispositivo que integra a

87
Nikolas Rose

los sujetos en un nexo moral de identificaciones y lealtades mediante


los mismos procesos en los que parece representar sus opciones más
personales. Las racionalidades políticas actuales se basan y utilizan
una gama de tecnologías que instalan y apoyan el proyecto civilizador
modelando y gobernando las capacidades, competencias y voluntades
de los sujetos, que están ya fuera del control formal de los “poderes
públicos”. A todas las cosas básicas que constituyen una nación
tales como un lenguaje común, la escolarización y los medios de
transporte, nuestro siglo ha añadido los medios de comunicación de
masas, con sus pedagogías, que van desde el documental hasta los
culebrones televisivos; las encuestas de opinión y otros mecanismos
que proporcionan conexiones recíprocas entre las autoridades y los
sujetos; la regulación de los estilos de vida a través de la publicidad,
del marketing y del mundo de las mercancías, sin olvidarse de los
expertos de la subjetividad (Rose, 1990). Estas tecnologías no tienen
su origen o principio de inteligibilidad en “el Estado”; sin embargo,
han hecho posible gobernar de un modo “liberal avanzado”, han
proporcionado una plétora de mecanismos indirectos que han hecho
posible introducir los objetivos de las autoridades políticas, sociales
y económicas en el interior de las elecciones y compromisos de los
individuos, situándolos en redes reales o virtuales de identificación a
través de las cuales pueden ser gobernados.
La reconfiguración del sujeto de gobierno asigna obligaciones y
deberes al mismo tiempo que abre nuevos espacios de decisión y acción.
Cada una de las dos dimensiones del gobierno social, la seguridad
social y el trabajo social, van a verse así ahora transformadas. La
seguridad social, en tanto que principio de solidaridad social, cede
el paso a una especie de privatización de la gestión del riesgo. En
este nuevo prudencialismo, el seguro frente a posibilidades futuras
de paro, enfermedad, vejez, etc., se convierte en una obligación
privada. El ciudadano es estimulado a gestionar los riesgos, no solo
en lo que afecta a formas socializadas previamente existentes, sino
también respecto a una amplia gama de otro tipo de decisiones; es

88
El gobierno en las democracias liberales “avanzadas”

estimulado a integrar el futuro en el presente, es educado de tal forma


que debe calcular las consecuencias futuras de acciones tan diversas
como las que se refieren a la dieta o a la seguridad de la casa. El
activo ciudadano tiene, por tanto, que añadir a sus obligaciones una
nueva: la de adoptar una prudente y calculadora relación personal con
el destino, considerado ahora en términos de peligros calculables y
riesgos previsibles (O’Malley, 1992). El trabajo social, por su parte,
en tanto que instrumento de civilización tutelada, da paso al consejero
privado, al manual de autoayuda, al teléfono de la esperanza, en
suma, a prácticas que ligan a cada individuo con el consejo de los
expertos al tiempo que adoptan la apariencia de ser el resultado de una
elección individual libre (Rose, 1990). La regulación de la conducta
pasa a ser así un asunto ligado al deseo de cada individuo de dirigir
su propia conducta libremente con el fin de lograr la maximización de
una concepción de su felicidad y realización personal como si fuese
obra suya, pero semejante maximización del estilo de vida implica
una relación con la autoridad a partir del mismo momento en que se
define como el resultado de una libre elección.
Se puede así constatar la “reversibilidad” de las relaciones de
autoridad: lo que comienza siendo una norma que debe ser implantada
en el interior de los ciudadanos puede ser reformulada como una
demanda que los ciudadanos pueden hacer a las autoridades. Los
individuos tienen que convertirse en “expertos de sí mismos”, pasar a
establecer una relación de autocuidado, que se basa en la preparación
y la información, con sus cuerpos, mentes, formas de conducta y
con los miembros de sus propias familias. Por supuesto, esta nueva
configuración tiene su propia complejidad, su propia lógica de
integración y exclusión. Sin embargo, los “efectos de poder” que
encierra no responden a la lógica simple de la dominación, ni tampoco
a una concepción del poder definible en términos de “suma cero”.
Si se considera, por ejemplo, la proliferación de las nuevas técnicas
psicológicas y de los lenguajes de autorrealización en relación con
los sujetos etiquetados ahora como “marginalizados” o “excluidos”,

89
Nikolas Rose

se puede observar que los regímenes políticos neoliberales ponen en


marcha un conjunto de medidas para reducir los beneficios de aquellos
que no tienen trabajo, para disciplinar a los delincuentes y a los que
transgreden las leyes, para imponerles una responsabilidad personal,
para desmantelar el archipiélago de instituciones en cuyo interior el
gobierno del Welfare había circunscrito y gestionado sus problemas
sociales. No conviene en absoluto minimizar la intensificación
de la miseria y el empobrecimiento que surge de estas cambiantes
especificaciones de la responsabilidad de los individuos respecto a
su propio destino. Es difícil contemplar sin rechazo y repugnancia
los cambios terminológicos que hacen que los parados pasen ahora a
llamarse “buscadores de trabajo” y los que carecen de casa “personas
sin techo”. Pero estos programas neoliberales, que responden a los
que sufren como si ellos fuesen los autores de su propia desgracia,
comparten ciertos rasgos con otras estrategias articuladas desde otras
perspectivas políticas. Desde perspectivas diversas, los individuos
desfavorecidos han llegado a ser considerados potencial e idealmente
como agentes activos en la construcción de su propia existencia.
Aquellos sujetos “excluidos” de los beneficios de una vida de elección
y autorrealización ya no son ahora simplemente el soporte pasivo
de un conjunto de determinaciones sociales, sino que son personas
cuyas aspiraciones de autorresponsabilidad y autorrealización han
sido deformadas por la dependencia cultural, y cuyos esfuerzos de
autoperfeccionamiento se han visto frustrados durante todo el tiempo
que ha durado su “incapacidad aprendida”, son, en fin, personas
cuya autoestima ha sido destruida. De esto se deduce que todos
estos sujetos deben ser asistidos no a través de la administración y
los solícitos expertos que les proporcionaban ayuda y subsidios, sino
a través de su propio compromiso con un conjunto de programas
destinados a su reconstrucción ética en cuanto activos ciudadanos
–programas que tratan de equiparlos con las destrezas y aprendizajes
de autopromoción, de aconsejarlos para que recuperen su sentido de
autovalor y autoestima, programas destinados a capacitarlos para que

90
El gobierno en las democracias liberales “avanzadas”

puedan asumir su legítimo puesto en cuanto sujetos autoactualizados y


exigentes de una democracia liberal “avanzada” (Cruikshank, 1996).
No se pretende, sin embargo, sugerir con lo expuesto hasta aquí
que la construcción del ciudadano moderno, como agente activo de su
propio destino, sea en cierto sentido una “invención” de los regímenes
políticos recientes: las condiciones para que se haya producido
esta mutación en la relación con nosotros mismos son complejas y
no tienen un simple origen o causa. No obstante, el a priori ético
del ciudadano activo en una sociedad activa, esta redefinición de
la ética de la personalización es, posiblemente, la característica
más fundamental y generalizable de estas nuevas racionalidades de
gobierno, una característica, además, que justifica la afirmación de
que lo que aquí estamos viendo no son simplemente las vicisitudes
de una ideología política, la del conservadurismo neoliberal, sino
algo mucho más relevante que subyace en los programas de gobierno
de todo el espectro político y que justifica que se designen como
“liberal avanzadas” todas estas nuevas tentativas para “reinventar el
gobierno”.
El poder de gubernamentalización de la derecha en las pasadas dos
décadas radica en el hecho de que fue más bien la derecha que la
izquierda la que logró articular una racionalidad de gobierno acorde con
este nuevo régimen del yo, desarrollar programas que introducen este
tipo de ética en el interior de estrategias encaminadas a la regulación
de problemas y dificultades precisas tales como las del mercado de la
vivienda, o las de la salud, e inventar fórmulas técnicas que prometen
solucionar todos estos problemas. Fue también la derecha y no la
izquierda quien abrió la vía a una política de las tecnologías humanas
que no solamente cuestiona las relaciones de poder existentes entre
los expertos y los sujetos de sus intervenciones, sino que además trata
de dar a este cuestionamiento una forma técnica. Todas las críticas
de la izquierda sobre el Estado y el control social, sobre los poderes
de los expertos y las consecuencias no deseadas de las actuaciones
burocráticas y de la profesionalización, no han sido percibidas aún

91
Nikolas Rose

como capaces de proponer modelos alternativos para regular estos


dispositivos moduladores de la ciudadanía que responden a las
necesidades de pluralismo. ¿Puede la izquierda proporcionar una
racionalidad alternativa para articular estas tecnologías plurales y
estas éticas autonomizantes sin perder los logros que ha conseguido y,
al mismo tiempo, proporcionar seguridad a aquellos socialmente más
expuestos? Esto exigiría que la izquierda articulase una alternativa
ética y una pedagogía de la subjetividad diferentes a aquellas exigidas,
e inherentes, a la racionalidad del mercado y la “valoración” de la
libre elección.

Traducción del inglés de Julia Varela.

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97
Riesgo, poder y prevención del delito

Pat O’Malley

1. Sociedad basada en el riesgo

Tal vez la propiedad definitoria de la concepción de Michel Foucault


del poder disciplinario sea que este trabaja a través y sobre el individuo,
y constituye al individuo como un objeto de conocimiento. En las
disciplinas, la técnica central es la normalización en el sentido específico
de creación o especificación de una regla general (norma) en términos
de la cual la unicidad individual puede ser reconocida, caracterizada
y luego estandarizada. La normalización, en el sentido disciplinario
por lo tanto implica “corrección” del individuo, y el desarrollo de un
conocimiento causal de la desviación y la normalización.1 Así, en la
prisión, Foucault (1977) observó la disciplina como actuando directa
y coercitivamente sobre el individuo, produciendo de este modo “un
conocimiento biográfico y una técnica para la corrección de las vidas
individuales” que debería seguir el curso de la vida del delincuente
“no solo hasta las circunstancias de su delito sino también hasta sus
causas” (Foucault 1977: 251-2).
El rechazo de la focalización sobre los individuos y la causación
por lo tanto reflejaría no solamente una redirección de ciertas políticas
sino mas bien una transformación de la tecnología disciplinaria del

Este texto ha sido tomado de la revista Delito y sociedad, núm. 20 (2004): 79-102.
Originalmente fue publicado como “Risk, Power and Crime Prevention” en Economy
and Society, 21.2 (1992): 252-275. Agradecemos a Juan S. Pegoraro, director de Delito y
sociedad, su ayuda para republicar este texto.
1 François Ewald (1990) señala que la normalización no necesariamente implica el
proceso disciplinario de estandarización de individuos, sino que significa meramente el
establecimiento de una norma, en el sentido de un punto dentro de una distribución. Las
estrategias de normalización implican solamente la manipulación de distribuciones alrededor
de la norma y, por ende, se extienden a lo que en este trabajo se refiere como tecnologías
actuariales o de aseguramiento (en las cuales, ciertas categorías o aún la población entera
pueden ser manipuladas).

99
Pat O`Malley

poder misma.2 En el campo del delito y del control del delito, diversos
comentaristas han puesto de manifiesto el desarrollo de programas y
políticas basados en la regulación de las conductas y sus consecuencias
–en los que son puestos en juego supuestos y técnicas “actuariales”
(Cohen 1985) o “asegurativos” (Reichman, 1986; Hogg, 1989). Tal
vez, el planteo más notorio sobre estos cambios ha sido presentado
por Stanley Cohen (1985), quien observa que la concepción de una
“sociedad de control de mentes” representada en el libro “1984”
de Orwell es errada, puesto que aunque algunos elementos claves
foucaultianos como la vigilancia continúan desarrollándose, existe
poco o nada de preocupación con respecto a los individuos como
tales. Así, en la prevención situacional del delito, una de las técnicas
de control de la criminalidad de más rápido crecimiento, la atención
recae en los aspectos temporal y espacial del delito, pensados en
términos de oportunidades para su realización más que en sus orígenes
causales o biográficos:

Lo que está siendo monitoreado actualmente es la conducta (o el


correlato psicológico de emoción y conducta). Nadie está interesado en
los pensamientos individuales... “el juego ha terminado” para todas las
políticas dirigidas al criminal como individuo, ya sea en términos de
detección (culpando y castigando) o causación (encontrando cadenas
motivacionales o causales)... Los discursos ahora se refieren a los aspectos
“espacial” y “temporal” del delito, a los sistemas, a las secuencias de
conducta, a la ecología, al espacio defendible... a hacer el blanco del delito
menos accesible... (Cohen, 1985: 146-8).

Mientras estos autores están preocupados fundamentalmente por


comprender el control del delito, hay una literatura importante que
identifica este proceso como meramente una instancia de la superación
de las técnicas disciplinarias a lo largo de un amplio espectro de lugares

2 El uso del término “tecnología” en este trabajo será delimitado luego en mayor detalle
pero, en términos amplios, se refiere a cualquier conjunto de prácticas sociales que está
orientado a manipular el mundo social o físico de acuerdo con rutinas identificables. Las tres
principales formas identificadas por Foucault son: soberana, disciplinaria y asegurativa.
“Técnicas” aquí se refiere a las distintas formas de aplicación o a los distintos componentes
de las tecnologías. Por ejemplo, la prisión y la escuela, el examen y la documentación de
casos, pueden ser pensados como técnicas de la tecnología disciplinaria.

100
Riesgo, poder y prevención del delito

sociales (ej. Donzelot, 1979, 1991; Ewald, 1986, 1990, 1991; Simon,
1987, 1988; Castel, 1991; Defert, 1991; Miller y Rose, 1990). El
análisis de este cambio está basado en las observaciones de Foucault,
quien diferenciaba entre dos formas básicas de poder emergentes en
el siglo diecisiete –las disciplinas, en tanto “una anatomía política del
cuerpo humano” y “los controles regulatorios: una bio-política de la
población”. Los segundos estaban focalizados, no en las desviaciones
de los individuos con respecto a la norma, sino en la gestión de
poblaciones, en un nivel de agregados, fundamentalmente a través de
la regulación en términos de distribuciones estadísticas con respecto a
un promedio (Foucault 1984: 139). Ejemplos familiares de este proceso
son el desarrollo de dispositivos de seguridad social tales como el
subsidio de desempleo y el seguro público de salud como técnicas
de gobierno de las características físicas y económicas generales de
la población. De este modo, el subsidio de desempleo administra
los riesgos y efectos del desempleo y los distribuye a lo largo del
tiempo y del espacio para reducir su impacto en la seguridad pública.
Una estrategia disciplinaria, por contraste, identificaría individuos
“problemáticos” e intervendría directamente en sus vidas en un
intento por “normalizar” sus status. Uno de los primeros ejemplos de
agencia disciplinaria en este campo fue la casa de trabajo.
A pesar de identificar tempranamente en la historia moderna la
emergencia de los controles regulatorios, Foucault percibió que sólo
en el transcurso del último siglo se transformaron en predominantes
sobre otras tecnologías de poder, aunque en su análisis de este tema
en La historia de la sexualidad no deja totalmente en claro por
qué ha sido de esta forma. Una de las elaboraciones más claras y
desarrolladas dando cuenta de este cambio ha sido presentada por
Jonathan Simon (1987, 1988), Jacques Donzelot (1979) y Francois
Ewald (1986), quienes observan en general que estas técnicas basadas
en el riesgo, asegurativas o actuariales, se tornan dominantes porque
funcionan intensificando la efectividad del poder:

101
Pat O`Malley

Mientras el régimen disciplinario intenta modificar la conducta y la


motivación del individuo, el régimen actuarial modifica las estructuras
físicas y sociales dentro de las cuales los individuos se comportan. El pasaje
desde la normalización (acortar la brecha entre distribución y norma) hacia
la adaptación (responder a las variaciones en las distribuciones) incrementa
la eficiencia del poder porque cambiar personas es dificil y costoso (Simon,
1988: 773, el destacado es mío).3

Se sostiene que estas técnicas basadas en el riesgo son medios de


control más efectivos que la disciplina, principalmente porque no
necesitan acudir a los métodos ineficientes de coerción directa de
los individuos.4 En consecuencia, son más sutiles en su operación y
menos susceptibles de generar resistencia (veáse también Donzelot,
1979; Ewald, 1990).
Mientras que las disciplinas evolucionaron en la primera parte
de la era moderna como estrategias defensivas para el control de
las “clases peligrosas” por medio de la coerción, la exclusión y la
corrección, las tácticas y categorías basadas en el riesgo apuntan
más bien a la inclusión y al mejoramiento de las condiciones de
vida. Las estrategias asegurativas, no obstante haberse desarrollado
anteriormente (están presentes en el nacimiento del capitalismo
moderno), han sido empleadas predominantemente en el siglo veinte,

3
Resultará evidente que existe confusión en la terminología empleada para describir esta
tecnología. Simon (1987, 1988) se refiere a ella como “actuarial”, puesto que uno de sus
fundamentos radica en el management de multiplicidades basado en el conocimiento de
las leyes de grandes cantidades. Stan Cohen (1985) también se refiere a la naturaleza
actuarial de estas técnicas, aunque en su análisis están más comúnmente definidas como
“regulación de conductas”. Sin embargo, este último término es demasiado restrictivo, ya
que omite muchos procesos estrechamente relacionados con los actuarialmente basados
tales como el seguro de la propiedad inmueble o el seguro de desempleo (por lo tanto,
refleja el campo que él revisara en Visions of Social Control). Por otro lado, la preferencia
de autores tales como Donzelot (1979) por “técnicas de seguro” o “aseguramiento” es
asimismo demasiado restrictiva, porque no abarca las prácticas analizadas por Cohen.
Sugiero que lo que todos los análisis comparten es un enfoque sobre el riesgo como concepto
central subrayando esas prácticas diversas como la modificación del ambiente físico (por
ej. la instalación de reductores de velocidad, mejoramiento de la seguridad inmobiliaria),
intervenciones basadas en la identificación de categorías de personas de alto riesgo y
diversos programas basados en el seguro. Por ende, aunque no habrá un uso inflexible en el
artículo, prefiero en términos generales “riesgo” y tecnologías “basadas en el riesgo”.
4
Comparar también el párrafo de Stan Cohen sobre la filosofía contemporánea de
control del delito: “resolver problemas a través del cambio de las personas es simplemente
improductivo. Las personas no son fácilmente susceptibles de ser persuadidas, resocializadas,
aconsejadas, tratadas, reeducadas. Debemos aceptarlos tal como ellos son, modificar sus
circunstancias o accionar contra las consecuencias de su intratabilidad”.

102
Riesgo, poder y prevención del delito

en el que la población ha sido ampliamente pacificada por la operación


de las disciplinas y por el mejoramiento de las condiciones de vida y
de trabajo asociadas con el desarrollo del capitalismo industrial. De
acuerdo con esta visión, en virtud de dicha naturaleza, en general,
pacificada del pueblo, las sociedades modernas son capaces de tolerar
un grado mayor de desviaciones individuales comparadas con las de
la era del control disciplinario. Bajo tales condiciones la tecnología
basada en el riesgo –que es más tolerante con la desviación individual
y, por ende, menos abierta y coercitiva en sus intervenciones– puede
operar efectivamente.
Por lo tanto, los ejemplos centrales de esta tecnología de poder
como la seguridad social, las indemnizaciones a los trabajadores y
los impuestos a las ganancias “crearon formas de management que
no necesitaban apoyarse en las engorrosas técnicas de disciplina
individual” (Simon, 1988). Más aun, esta forma de poder emergente,
a través de la utilización de técnicas basadas en el riesgo para detectar
y gestionar problemas sociales, divide la población en categorías
estadísticas y comportamentales organizadas en torno al riesgo,
que no tienden a corresponder con las experiencias vitales de las
personas. De este modo, ellas no se prestan fácilmente a los fines
del reconocimiento y la movilización sociales, en torno a los cuales
podría formarse una resistencia grupal. 5
En este enfoque, estos cambios están sintentizados en la idea de que
implican una transición desde los discursos del control a los discursos
de la seguridad (ej. Donzelot, 1991). Los aparatos asegurativos
proveen seguridad distribuyendo los costos de la realización de los
riesgos (en el campo de la salud, el empleo, la legalidad, etc.) y al
hacer esto:

5
Por ejemplo, tratando con categorías “en riesgo” de personas jóvenes, las estrategias de
prevención del delito pueden bastante deliberadamente intervenir con respecto a escuelas
completas o aún con respecto a todas las escuelas de un área, más que con respecto a
grupos particulares de individuos. Aquí, una de las intenciones es reducir la probabilidad de
identificación (y por lo tanto el ‘”etiquetamiento”) de ofensores potenciales. (Potas et al.,
1990). Como este ejemplo también demuestra, los efectos que Simon y los otros autores
buscan para atraer la atención de ningún modo son deliberadamente o malevolentemente
provocados.

103
Pat O`Malley

Las prácticas asegurativas producen la desdramatización de los conflictos


sociales, eludiendo la cuestión de la asignación de responsabilidad
por el origen de los “males sociales” y suplantándola por las diferentes
opciones técnicas... necesarias para optimizar el empleo, los salarios, las
asignaciones familiares, etc. También, por otro lado, crean una solidaridad
social pasiva, eliminando las formas de autodefensa colectiva (Donzelot,
1979: 81. Véase también Ewald, 1991; Gordon, 1991).

Estas interpretaciones del actuarialismo poseen fuertes resonancias


con otras descripciones del management de las multiplicidades,
principalmente con aquella referida al “control social disperso”
(Cohen, 1979; Abel, 1982). Aunque existen diferencias claves entre
estos enfoques (por ejemplo, sobre la integración del conjunto en
un “sistema” de control) todos ponen énfasis en el management
regulatorio, en la visibilidad reducida de la intervención coercitiva y
en una consecuentemente disminuida resistencia frente a esta forma
emergente de poder. En particular, en cada una de estas visiones
se afirma que una forma de poder más eficiente se ha desarrollado
–eficiente en términos de un cálculo costo/ beneficio político y
económico. Correspondientemente, en estos enfoques existe también
una tendencia muy marcada hacia una visión totalizante de la
regulación. Se considera que el poder actuarial, fundamentalmente a
causa de su mayor eficiencia, avanza sobre todos los campos sociales,
remplazando “la ciudad punitiva” (Cohen, 1979) por la “sociedad del
riesgo” (Simon, 1987; Gordon, 1991) o el “orden post-disciplinario”
(Castel, 1991).
Esta posición implica que las tecnologías de poder pueden ser
ranqueadas jerárquicamente en términos de eficiencia y, más aún,
que hay una cierta selección natural entre las tecnologías, de modo
tal que sobrevive la más eficiente. Ciertamente estas interpretaciones
pueden apoyarse en Vigilar y castigar, donde Foucault afirma que las
tecnologías de poder avanzan de acuerdo a tres criterios:

104
Riesgo, poder y prevención del delito

... primeramente, para obtener el ejercicio del poder en el menor costo


posible (económicamente por el menor costo que acarrea, políticamente,
por su discreción, su menor exteriorización, su relativa invisibilidad, la
menor resistencia que suscita); segundo, para llevar los efectos de este
poder a su máxima intensidad, para extenderlos tan lejos como sea posible,
sin fracaso ni laguna; tercero, para enlazar este desarrollo económico
del poder con el rendimiento de los aparatos... dentro de los cuales es
ejercitado; en breve, para incrementar la docilidad y la utilidad de todos
los elementos del sistema” (1977: 218). 6

Aun cuando una lectura de Foucault en términos de un modelo


unilineal de eficiencia y poder es posible, claramente se dirige contra
su insistencia en la naturaleza fragmentaria de las relaciones sociales
a lo largo del tiempo y del espacio. Ademas, se contradice con el
reconocimiento de Foucault de la disciplina y la regulación como
“dos polos de desarrollo ligados por todo un conjunto intermedio
de relaciones” caracterizado por “superposiciones, interacciones y
ecos” (Foucault, 1984: 149). Por lo tanto, más que existir aquí una
redundancia implícita, existe una interacción dinámica:

Debemos, por consiguiente, ver las cosas no en términos de una sustitución


de una sociedad de soberanía por una sociedad disciplinaria y el subsiguiente
remplazo de una sociedad disciplinaria por una sociedad gubernamental;
en realidad tenemos un triángulo: soberanía-disciplina-gobierno, que tiene
como su blanco principal a la población y como su mecanismo esencial a
los aparatos de seguridad (Foucault, 1979: 19).

Estas instancias no implican una jerarquía de eficiencia, ni una


competición entre formas de poder, aunque puede esperarse que tales
formas se contradigan y/o se confabulen.

6
Para Foucault, fueron las combinaciones específicas de técnicas disciplinarias y
regulatorias las que produjeron “las cuatro grandes líneas de ataque” en las modernas
políticas del sexo (1984: 146). Por ende, en el control de natalidad y la psiquiatrización de
las perversiones, “la intervención era regulatoria en su naturaleza, pero debía descansar en la
demanda de disciplinas y constreñimientos individuales”. Por otro lado, la sexualización de
los niños y la histerización de las mujeres se basaron en los requerimientos de la regulación
(por ej. la asistencia social colectiva) para obtener resultados en el nivel de la disciplina.

105
Pat O`Malley

Por supuesto, Foucault no puede pronunciarse ex cathedra, pero


sus palabras, claramente, no implican preveer el desarrollo de una
evolución, sino comprender las dinámicas de estas relaciones
triangulares y las condiciones que afectan los roles cumplidos por
los diversos elementos en combinaciones específicas. Con respecto
a la naturaleza y al impacto de las técnicas actuariales, por lo
tanto, necesitamos considerar sus relaciones con la soberanía y la
disciplina, en términos de articulaciones y alianzas, colonizaciones y
traducciones, resistencias y complicidades, antes que en términos de
la “pura lógica” de un desarrollo unilateral o unilineal (cf. Fitzpatrick,
1988).7 Entre los teóricos del riesgo social, sólo Simon parece haberse
enfrentado con este problema.

2. Relaciones de mercado, riesgo y soberanía residual

El énfasis de Simon en un modelo evolutivo del poder y su eficiencia


significa que aun cuando se reconoce la fuerza de la soberanía, esta
aparece como una anomalía tecnológicamente irracional, explicada
principalmente por la resistencia de las reacciones morales a métodos
de control más eficientes instrumentalmente.8 En el caso del castigo,
“el esfuerzo estatal para castigar a los miembros de la “underclass”
que cometen delitos es uno de los últimos vestigios de un compromiso
de compartir una comunidad con ellos” (Simon, 1987: 82).
Para mantener la fuerza de su argumento, sin embargo, Simon alega
que las técnicas actuariales estan difundiéndose en estos espacios
sociales degradados. Esto ocurre, en parte, porque “el acceso a los
beneficios públicos está cada vez más siendo distribuido a través de
métodos de evaluación del riesgo” y, en parte, por el desplazamiento
de las sanciones penales por medidas de “regulación comportamental”
analizadas por Cohen en Visiones del control social (Simon, 1987:
78). Ambas afirmaciones son dudosas.

7
Este será un objetivo primario de la segunda parte del presente artículo, donde la prevención
situacional del delito será evaluada en tales términos
8
“Los problemas de la guerra, el castigo de los delincuentes y la ciudadanía continúan
atormentando al siglo veinte con el problema de la soberanía” (Simon, 1987: 81-2).

106
Riesgo, poder y prevención del delito

Observando la enorme contracción de los beneficios públicos


propios del “welfare” y las estrategias relacionadas que se han
producido bajo los regímenes “económicamente racionalistas” en
muchos estados occidentales, la primera afirmación parece un intento
un tanto voluntarista de rescatar la tesis de la constante extensión
de la socialización de la seguridad. Es evidente que la adjudicación
de los beneficios basada en la evaluación del riesgo es un rasgo
creciente del “welfarismo”. Por ejemplo, el desempleado por corto
tiempo es tratado apuntando al “reentrenamiento” o la “reubicación”,
mientras los desempleados por largo tiempo son excluidos del
beneficio o se les adjudica una cuota menor del mismo (cf. Hatt
et al., 1990). La posibilidad distintiva de los discursos actuariales
radica en que no están siendo simplemente usados como medios
para la redistribución de los beneficios sino, más bien, como una
manera de reducir el “welfare”, al menos en una base per cápita.
Esto seguramente es bastante diferente a teorizar las tecnologías
actuariales en términos de la necesaria centralidad de los “aparatos
de seguridad” (Foucault, 1979), la “hegemonía del welfare” (Simon,
1987), o la “sociedad de seguridad”, involucrando “un circuito
distinguible de interdependencia entre seguridad política y seguridad
social” (Gordon, 1991). Ciertamente, la focalización de tales
perspectivas sobre el (presunto) efecto políticamente pacificador de
la seguridad social parece enceguecer a estos teóricos con respecto
a otras posibles relaciones entre seguridad política y social.9 De este
modo, en tales modelos no hay un reconocimiento de la creciente
severidad y alcance de las disposiciones “soberanas” acompañando el
resurgimiento de las filosofías del “merecimiento justo”, “la verdad
en la sentencia” y “la protección del público”. En la medida en que los
niveles de encarcelamiento comienzan a superar aquellos existentes
por generaciones y las justificaciones del encarcelamiento tienden
crecientemente hacia lo punitivo y se alejan de lo correccional, se hace
insatisfactorio ver ciertas formas de poder controlando eficientemente

9
Gordon y Ewart hasta llegan a resucitar la vieja muletilla de que el estado de bienestar
es una garantía contra la revolución (Gordon, 1991: 41).

107
Pat O`Malley

la población y otras formas como “sobreviviendo” o “persistiendo” en


función del fracaso del sistema para incorporar parte de la población
(Greenberg, 1990; Brown, 1989).10
Estas dificultades pueden, en parte, ser rastreadas en una sutil
transición, ya aludida, en la naturaleza de las prácticas basadas en el
riesgo. Los ejemplos que Simon, Gordon, Donzelot y los otros utilizan
para ilustrar el poder actuarial refieren, en su mayoría, a técnicas
desarrolladas en relación con mecanismos estatales para gestionar los
riesgos, principalmente, frente a aquellos temporariamente excluidos
del mercado laboral o a aquellos que existen en sus márgenes.
Estos análisis parecen suponer que la existencia de un discurso de
la seguridad social refleja el continuo crecimiento de las agencias
correspondientes (resumido en una implausible referencia de Simon
(1987: 80) a una actualmente “creciente hegemonía del welfare”).
Sin embargo, yo sostendría que la pasada década no ha sido testigo
de la continuación de este proceso. Antes bien, ha significado la
transformación parcial del actuarialismo socializado en actuarialismo
privatizado (o “prudencialismo”) como un efecto de intervenciones
políticas promoviendo el creciente juego de las fuerzas de mercado.
Más específicamente, esto ha involucrado tres cambios integralmente
relacionados: la retracción de las técnicas basadas en el riesgo
socializadas (beneficio público) de la gestión de los riesgos frente
a la pobreza; su progresivo remplazo por medidas disciplinarias o
soberanas; y la privatización de los beneficios públicos como un aspecto
de la extensión de las técnicas basadas en el riesgo privatizadas.
En resumen, esto sugiere una revisión completa de la
conceptualización del actuarialismo y la lógica de poder que lo
conduce. Implica pasar de un modelo de tecnologías de poder y sus
eficiencias, hacia un modelo de programas políticos sustantivos que
despliegan tales tecnologías de formas que no pueden ser reducidas a
una fórmula simple o directa.

10
Sería también poco convincente argumentar como haría Garland (1990) que este es
el resultado de un crecimiento repentino de la indignación moral contra el crimen, dado
que la conexión entre los sentimientos populares y las políticas públicas es variable y muy
indirecta.

108
Riesgo, poder y prevención del delito

3. Del poder a los programas políticos

Para evitar las dificultadas asociadas con la creación del poder como
un nuevo sujeto, motor o lógica de la historia, Donzelot ha sugerido
que éste debe ser reconceptualizado en términos de tecnologías,
programas políticos y estrategias. En esta conceptualización, las
tecnologías, de las cuales el panóptico y el seguro son sólo ejemplos,
emergen “como formas de activar y gestionar una población siempre
múltiples, locales, entretejidas, coherentes o contradictorias”
(Donzelot, 1979).11 Las tecnologías, aunque tienen su propia dinámica,
se desarrollan fundamentalmente en función de su rol con respecto a
programas políticos específicos.
Los programas políticos se focalizan en hacer algo sobre un “objeto
práctico”, por ejemplo, la reducción de los niveles de desempleo,
las tasas de delitos o de jóvenes sin hogar. Son recetas “para una
intervención transformadora... (y) una redirección”. A su vez, estos
programas son conformados en términos de estrategias más abstractas
–“fórmulas de gobierno, teorías que explican la realidad sólo en la
extensión en la que posibilitan la implementación de un programa”
(Donzelot, 1979: 77). El keynesianismo y la economía política del
laissez faire proveen ejemplos de esto último.
Apartándonos del esquema de Donzelot, puede sostenerse que las
tecnologías no nacen simplemente como resultado de una lógica de
poder, sino que son desarrolladas con propósitos específicos en mente
(Miller y Rose, 1990).12 Posteriormente pueden extenderse a otros
campos y propósitos. El planeamiento de la gestión institucional del

11
Entre sus artículos de 1987 y 1988, Simon se desplazó desde una posición esencialista
en la cual el poder existía más o menos como el sujeto de la historia, hacia una posición
en la cual el actuarialismo es considerado como una técnica o tecnología. Sin embargo, en
contraste con la posición adoptada en este artículo, también aparece allí como una técnica
general, que no se encuentra dirigida o formada por ningún programa particular. Retiene
de esta forma su status como una forma de poder más eficiente. Y significativamente
en términos de mi posición previa, este último uso se refiere casi únicamente a formas
privatizadas de práctica actuarial.
12
Esto no implica que ellas sean simple e ingeniosamente construidas ex novo. Muchas
veces pueden nacer más o menos accidentalmente y luego son refinadas, otras son generadas
reuniendo elementos diversos de otras tecnologías. El proceso analizado es uno en el cual los
elementos son reunidos pragmáticamente y los que “se vuelven famosos” lo hacen porque
son funcionales a objetivos presentes y accesibles. Por lo tanto, la lógica del crecimiento no
implica eficiencia absoluta, sino adecuación pragmática.
109
Pat O`Malley

riesgo, por ejemplo, desarrollado inicialmente en relación con los


seguros, luego fue adaptado de diversas formas a distintos propósitos
en relación con la formación de programas tales como el welfarismo
(Hacking, 1991). De todos modos, la continua difusión de tecnologías
de ninguna manera está asegurada una vez comenzada. La atracción
de las tecnologías puede estar basada en una variedad de criterios,
más allá de las percepciones de efectividad; y hasta estas últimas
están sujetas a fluctuaciones difícilmente explicables por una narrativa
determinista –como lo sugiere la continua oscilación entre tendencias
institucionalizadoras y desinstitucionalizadoras en el campo de la
política de salud mental (Scull, 1975; La Fond y Durham, 1991).
Lo que influye en la difusión de las tecnologías es, frecuentemente,
su adaptabilidad a fines particulares y esto, en gran medida, estará
relacionado con las luchas políticas que instalan programas en la
agenda social. Esto sugiere que la historia de la prisión o de las técnicas
actuariales de prevención del delito, no debe ser entendida como una
entronización gradual de una tecnología de poder más eficiente, sino
la irregular y negociada (y por eso parcial) implementación de un
programa político y la consecuente (igualmente parcial) instalación
de las técnicas apropiadas. El desarrollo del welfarismo puede así
ser entendido como el resultado de conflictos entre programas
políticos (informados por “estrategias” más amplias tales como
el keynesianismo), tomando formas diferentes en cada instancia
nacional, moldeadas por las condiciones locales y los resultados de
luchas y negociaciones.13
Esta (familiar) manera de pensar sobre las tecnologías de poder
conduce a una comprensión más abiertamente política de los desarrollos
analizados hasta aquí. Más aun, posee importantes consecuencias
para el análisis de las técnicas basadas en el riesgo. Esto puede ser
examinado inicialmente con respecto a dos de sus elementos centrales
–la amoralidad y la eficiencia de la tecnología actuarial.

13
Así, en el caso australiano la formación de un Estado de bienestar como una “red de
seguridad” fue desarrollada en torno a condiciones tales como escasez crónica de trabajo,
vulnerabilidad de la economía a las fluctuaciones en el mercado internacional de bienes,
temprana formación de uniones, etc. (O’Malley, 1989). El resultado es bastante distinto
del que se produjo en el centro colonial en Gran Bretaña, aun cuando ésta dominó la
formación política, económica y cultural de Australia hasta bien entrado el presente siglo.

110
Riesgo, poder y prevención del delito

4. Moralidad, riesgo y mercado libre

En el análisis de Donzelot, Simon, Ewald et al. está claro que


lo que ellos ven como el despliegue de las técnicas basadas en el
riesgo es una interpretación focalizada en el poder del surgimiento
del estado de bienestar e intervencionista (ej. Gordon, 1991: 38-
41). El welfarismo es representado, por ende, como una técnica para
la gestión de poblaciones, una construcción también común en la
teoría marxista (Gough, 1984). Debido a que en su funcionamiento
cotidiano estas técnicas trabajan burocráticamente y sobre categorías,
se ha argumentado que ellas son visualizadas como amorales por el
pueblo. Como se ha visto, esta misma característica es interpretada
como una fuente de eficiencia, en tanto reduce la oposición. Sin
embargo, en muchos estados industriales occidentales en el presente,
difícilmente pueda pensarse que el welfarismo “actuarial” es entendido
públicamente como un producto de programas amorales y apolíticos.
Una perspectiva alternativa sobre estos programas, los observa como
resultado de luchas morales y políticas, que siguen siendo objeto de
importantes conflictos. El logro de las compensaciones laborales, de
impuestos al ingreso graduales, y de las diversas formas de seguro
social (subsidio de desempleo, programas de salud pública, asistencia
legal gratuita, etc.) han sido normalmente implantados contra una
resistencia considerable en la arena política. Aun su formación en el
discurso del actuarialismo ha sido combatida en términos morales
y políticos (Pal, 1986; Cuneo, 1986).14 Como es evidente en nuestro

14
Se debe hacer referencia aquí al análisis de Pal (1986) y Cuneo (1986) sobre el papel
de la ideología actuarial en la construcción del Canadian Unemployment Insurance
(UI) –Seguro Canadiense de Desempleo. En el debate entre estos académicos emerge
muy claramente que el concepto de individuo de la elección racional fue un componente
intrínseco de una política estatal actuarial abiertamente socializada. En otras palabras,
aun cuando una política es construida en torno a formas socializadas, al menos en una
economía capitalista las ideologías del individuo de la elección racional se encuentran
todavía activas. En este caso, se desarrolló un conflicto entre aquellos que presionaban
por un benecio universal y aquellos que usaban modelos de la elección racional para
argumentar a favor de un plan estrictamente contributivo –porque los trabajadores
(electores racionales) de otro modo “naturalmente” dejarían de trabajar para obtener
un ingreso. Este conflicto jugó un rol fundamental moldeando la naturaleza de la
política en cuestión, con el resultado de que el UI reflejaba simultáneamente, si bien de
manera irregular, el impacto de los discursos de la elección racional y de justicia social.

111
Pat O`Malley

presente, su preservación es aun objeto de severos conflictos morales,


notoriamente frente al racionalismo económico neoconservador.
Ciertamente dentro de la visión estratégica de otros programas
políticos, tales como aquellos de un gran sector de la nueva derecha, esa
oposición toma la forma de una cruzada moral contra las ataduras del
estado de bienestar, los cuales están minando la energía y capacidad de
emprender de los individuos (Gamble, 1988).15 Más aún, el estandarte
moral bajo el cual llevan adelante esta lucha es el del libre mercado
–el libre mercado que reinstala el individuo moralmente responsable y
lo coloca contra la colectivización inherente en las técnicas de gestión
de riesgos públicas.
Esto no significa negar que en muchos casos las técnicas de
gestión de riesgo socializadas operen invisible y amoralmente. Más
bien, implica negar que sea útil reducirlas a técnicas meramente
instrumentales para controlar a las masas, cuyo éxito sea atribuible en
gran medida a características o efectos intrínsecos. Como frecuentes
objetos de lucha política, las técnicas actuariales no solamente son
cuestiones abiertamente morales y políticas a largo plazo, sino que
actualmente se encuentran en retirada como resultado de invenciones
claramente morales.

5. Eficiencia: gobierno y relaciones de mercado

¿Puede el poder ser más o menos eficiente, como se pretente en


las anteriores lecturas de los textos foucaultianos? En un artículo
reciente, Miller y Rose (1990) señalan que una de las peculiaridades
de los discursos de gubernamentalidad es que ellos son eternamente
optimistas, asumiendo:

15
Soy plenamente conciente de los peligros de atribuir un conjunto estrecho de visiones a la
Nueva Derecha, o en verdad a cualquier movimiento o colectividad política. Sin embargo, mi
propósito en este trabajo no es proveer un análisis complejo de la filosofía penal ni de la filosofía
de la asistencia social de los variados agrupamientos que pueden ser en general definidos
como la Nueva Derecha. Mi intención es indicar en términos muy amplios la importancia
de examinar las relaciones entre tecnologías sociales y programas o estrategias políticas.

112
Riesgo, poder y prevención del delito

que un dominio o una sociedad podría ser administrada mejor o más


efectivamente... (y como resultado) el “fracaso” de una política o de un
conjunto de políticas está siempre enlazado a tentativas de idear o proponer
programas que funcionarían mejor (1990: 4).

Tal “optimismo” puede aparecer, por lo tanto, como una caracte-


rística importante de la gubernamentalidad, pero como tal debería ser
distinguida tajantemente de la idea de que la gubernamentalidad (o
cualquier otra manifestación del “poder”) pueda realmente perfeccio-
narse a sí misma. Por el contrario, los programas incorporan discur-
sos de éxito y fracaso como parte de su carácter político.

El imperativo de evaluar debe ser visto en sí mismo como un componente


clave de las formas de pensamiento político en discusión: cómo las
autoridades y los administradores realizan juicios, las conclusiones que
extraen de ellos, las rectificaciones que proponen y los ímpetus que el
‘fracaso’ provee para la propagación de nuevos programas de gobierno
(Miller y Rose, 1990: 4).

Desde tal punto de vista, la eficiencia no es tanto una propiedad


abstracta universal, sino, como se ha sostenido antes, un reclamo
político expresado como el logro de objetivos políticos bastante
específicos. De este modo, los argumentos de muchos de aquellos que
proponían el establecimiento de estas técnicas de gestión de riesgos
como el seguro social eran que ellas incrementarían la eficiencia de
las naciones mejorando la productividad del trabajo y reduciendo el
conflicto generado por el desempleo y otras vicisitudes creadas por las
relaciones de mercado (Gough, 1984). Tales argumentos se asemejan
a aquellos de Simon, Donzelot, etc. Sin embargo, esto no es en de
ningún modo una verdadera representación de lo que el welfarismo
es o era. Es, más bien, una reafirmación de un argumento político
propuesto inicialmente a favor del welfarismo y más recientemente
(al menos condicionalmente) contra él (ej. Gough, 1984). Se trata
de una postura en la cual la eficiencia es construida en relación con
criterios y objetivos particulares de dominación clasista.

113
Pat O`Malley

Estas afirmaciones de eficiencia son desafiadas por los oponentes


conservadores en la arena política. Para la nueva derecha, los
desarrollos actuariales socializados han minado la eficiencia de la
población. La verdadera eficiencia solamente será alcanzada por la
restauración de las relaciones del libre mercado y por la reafirmación
de la iniciativa individual y el espíritu de empresa.16 Los seguros
sociales de cualquier tipo y todos los otros mecanismos que han
removido el estímulo provisto por la necesidad de valerse por sí mismo
en una competición abierta, deben ser anulados y reemplazados por
dispositivos privatizados (Gamble, 1988).
En la visión de la nueva derecha, esto no significa negar que los
individuos deban ser prudentes. Por el contrario, ellos deberían
protegerse a sí mismos contra las vicisitudes de la enfermedad, el
desempleo, la edad avanzada, etc., construyendo las medidas privadas
que juzguen convenientes –incluyendo obtener los seguros privados
que puedan permitirse. De esta manera, las técnicas de gestión de
riesgos ciertamente juegan un rol vital, pero este no es el actuarialismo
socializado de Donzelot, Simon, Ewald, etc. Mejor entendido como
prudencialismo, es una forma de gobierno que remueve la concepción
clave de la regulación de los individuos a través de la gestión
colectivizada de los riesgos y le impone al individuo la responsabilidad
de administrar sus propios riesgos. Esta puede ser defendida por
sus sostenedores como “eficiente”, puesto que los individuos son
conducidos hacia mayores esfuerzos y emprendimientos por la
necesidad de asegurarse contra circunstancias adversas –y cuanto
más emprendedores sean, mejor será la red de seguridad que puedan
construir.17

16
Gamble (1986: 40-41) se refiere a las visiones económicas de Friedman casi en
el mismo tono que este artículo adopta hacia las afirmaciones de la eficiencia absoluta
del management del delito. En torno a sus afirmaciones de que las soluciones del
mercado son invariablemente más eficientes que las soluciones gubernamentales,
Gamble puntualiza que la creencia de que las proposiciones económicas pueden
ser comprobadas como verdaderas es parte de una estrategia política usada para
desacreditar al Keynesianismo – antes que ser un fundamento real de tal desacreditación.
17
Para una descripción fascinante sobre cómo aun otro discurso sobre la eficiencia
(nacional) generó diferentes reacciones, véase Miller y O’Leary (1987). Aun
cuando su descripción tiene muchas similitudes con el enfoque actuarial, el punto de
llegada del proceso examinado es la profundización de la comprensión del individuo y la
construcción de tal comprensión en el marco de la naturaleza del contexto organizacional.

114
Riesgo, poder y prevención del delito

Este programa específico para la creación de una economía


eficiente, como es claramente entendido por la nueva derecha y sus
aliados, creará una necesidad de un Estado fuerte para tratar con
los conflictos más importantes que puedan esperarse que emerjan
(Gamble, 1988). Entre ellos, en primer lugar, los conflictos con la
clase de empleados y funcionarios públicos que ha surgido alrededor
de los aparatos de gestión pública del riesgo, cuyo poder político
será necesario contrarrestar. En segundo lugar, y más importante
aun, aquellos conflictos generados por las personas cuyas vidas
serán dislocadas por el retorno de las relaciones de mercado. Estos
últimos incluyen los embates contra las organizaciones laborales
que puede esperarse que resistan al desmantelamiento de los logros
por los que tanto han luchado. También incluirán conflictos con
aquellas personas ya desempleadas que necesitarán aprender para
reubicarse ellos mismos y no para depender del Estado (pero de
quienes puede esperarse que resistan a la abolición de las ayudas
sociales). Por último, incluye además a los nuevos desempleados
que serán creados por las inevitables dislocaciones generadas por la
reforma de la economía –en la medida en que las agencias estatales
improductivas y sobredimensionadas son cerradas o sus recursos son
recortados, las compañías ineficientes quiebran, y las organizaciones
inestables pierden trabajadores y se vuelven “flacas” y “hambrientas”
(Gamble, 1988, 1989). Este escenario, en el que grandes cantidades
de personas dislocadas y desposeídas por el impacto del avance
de las relaciones de mercado, es muy similar a aquel en el cual las
disciplinas emergieron originariamente (Foucault, 1977). En efecto,
las medidas desarrolladas y expandidas en relación con las nuevas
“clases peligrosas” son precisamente las que han sido comprendidas
teóricamente como los “ineficientes” medios coercitivos y divisivos
de la soberanía.18
18
Todavía los debates sobre el “fracaso” del encarcelamiento no están de ninguna
manera muertos y enterrados. Por ejemplo, como Garland ha argumentado: “la
prisión podría ser evaluada en términos de su capacidad para privar a los ofensores
de su libertad de acuerdo con una orden judicial, para excluirlos de la sociedad por un
período de tiempo, o para infringirles sufrimiento mental en formas que satisfagan a un
público punitivo –en cuyo caso los únicos fracasos serían los escapes ocasionales o las

115
Pat O`Malley

Por lo tanto, en lugar de un modelo de formas de poder cada


vez más eficientes, lo que Simon y otros autores interpretan como
actuarialismo, debe ser entendido en cambio como una tecnología
ajustada a tipos específicos de programas políticos. A su vez, este
no está caracterizado por una inevitable expansión del campo social
bajo su dominio. Más bien, en el presente, el éxito de los programas
inspirados en el racionalismo económico y el neoconservadurismo ha
ido destruyendo la gestión socializada de los riesgos y remplazándola
por una combinación programática de prudencialismo privatizado
y soberanía punitiva. Mientras el modelo de Simon construye
un “conflicto entre riesgo y soberanía”, las políticas de la nueva
derecha no revelan tal conflicto. Antes bien, las dos tecnologías están
sistemáticamente relacionadas entre sí de una forma simbiótica,
sustentándose mutuamente a través de sus argumentos –aunque las
contradicciones inherentes en la amalgama deben ser gestionadas
cuidadosamente.
Para dar a este análisis demasiado general una forma más precisa,
la segunda parte de este trabajo retomará estos temas en el examen
de la prevención situacional del delito.

6. Prevención situacional del delito como gestión de riesgos

Como se ha indicado antes en el llamativo pasaje de Stan Cohen,


la prevención situacional del delito puede ser entendida como
quintaescencialmente “actuarial”. No trata prácticamente con los
ofensores individuales, no está interesada en las causas del delito
y generalmente es hostil o, más bien, agnóstica con respecto al
correccionalismo. Su preocupación se refiere al control del delito
como gestión de riesgos (Reichman, 1986). En una casi agresiva

indulgencias no deseadas” (1991: 165). Es significativo destacar que aun el hasta aquí
dado por descontado argumento de que las prisiones no son eficientes comparadas con
las sanciones comunitarias está cuestionado. Recientemente han sido desarrolladas
posiciones económicamente racionalistas en favor del encarcelamiento como efectivo
en términos de su costo para combatir el delito (ej. Zedlewski 1985, 1987).

116
Riesgo, poder y prevención del delito

descripción de sí mismo, el National Crime Prevention Institute


(Instituto Nacional de Prevensión del delito) delineó las siguientes
concepciones de lo que grandilocuentemente llama ‘”la perspectiva
contemporánea” en criminología (1986: 18):

• La prevención (y no la rehabilitación) debería ser la preocupación


central de los criminólogos.
• Nadie está seguro sobre cómo rehabilitar a los ofensores.
• El castigo y/o el encarcelamiento pueden ser relevantes en el control
de ciertos ofensores.
• La conducta criminal puede ser controlada fundamentalmente a través
de la alteración directa del ambiente de las potenciales víctimas.
• Los programas de control del delito deben intervenir antes que el
delito ocurra más que después de ello; y
• En la medida en que las oportunidades para cometer delitos se
reduzcan, lo mismo ocurrirá con el número de delincuentes.

Como Cohen también indica (véase además Bottoms, 1990;


O’Malley, 1991; King, 1989; Iadicola, 1986; Hogg, 1989), la
prevención situacional del delito está disfrutando de un período de
extraordinario éxito en Gran Bretaña, Estados Unidos, Australia
y otros lugares –al menos en el sentido político de su influencia
como un programa de control del delito. Ciertamente es tentador,
siguiendo los argumentos expuestos anteriormente, considerar esto
como un resultado de la mayor eficiencia de las técnicas actuariales.
Pero la rapidez de su preminencia difícilmente pueda ser atribuida
a la evidencia de su superioridad sobre el correccionalismo y las
criminologías sociales y causales. Más bien lo que emerge, como
podría esperarse del enfoque original de Cohen (1985) sobre las
“políticas del fracaso” es un conflicto político sobre la definición y
los criterios de fracaso y de éxito. Esto puede ser analizado de varias
maneras.
Primero, los defensores de la prevención situacional del delito
toman el inexorable aumento de las tasas de delitos como evidencia

117
Pat O`Malley

del fracaso de la criminología (ej. Geason y Wilson, 1988, 1989).19Aún


cuando este puede ser un argumento políticamente persuasivo, es
difícilmente un hecho indiscutible, dado que entre los años 60 y 80 las
criminologías sociales progresivamente debilitaron la validez de las
tasas de delitos en este aspecto. El significado y la validez de las tasas
de delitos, en otras palabras, son parte de las políticas del fracaso
antes que una regla neutral para la medición de la eficiencia.20
Segundo, la embestida sobre la inefectividad de las criminologías
sociales y causales, aun cuando fuera aceptada, es fácilmente
neutralizada por el argumento de que las visiones de estas teorías no
han sido traducidas apropiadamente en las políticas. Este punto es
abordado por Miller y Rose (1990), quienes destacan que todas las
políticas “fracasan” por esta razón –porque siempre son adulteradas
en la práctica. Quizás se trate, mas bien, del hecho de que sin importar
cuán “puro” es el linaje teórico de una política, entre sus adherentes
siempre habrá disputas sobre el “correcto” modo de implementar los
programas en los cuales está basada. El “fracaso” siempre es atribuible
al modo de implementación antes que a la política en sí misma.
Tercero, la pretensión de la prevención situacional del delito, de
ser exitosa, está minada por el argumento de que solamente logra
el desplazamiento del delito hacia blancos más accesibles (Wilson,
1997; Cornish y Clarke, 1986). Más fundamentalmente, se le critica
que reacciona sólo ante los síntomas y, por lo tanto, fracasa en

19
Ese punto de vista, por ejemplo, recientemente ha sido promovido por el Australian
Institute of Criminology: “El enfoque tradicional con respecto a la prevención del
delito ha sido tratar de identificar las causas sociales y psicológicas del delito e intentar
remediar estas deficiencias a través del tratamiento de los individuos ofensores y/o
diseñando servicios educativos, recreativos y laborales específicamente dirigidos
a grupos considerados en riesgo. Las crecientes tasas de delitos sugieren que este
enfoque no funciona. Una alternativa es la “prevención situacional del delito”. Se
basa en dos supuestos: que el criminal es un decisor racional que sólo avanza en el
desarrollo del delito cuando los beneficios superan a los costos o riesgos; y que debe
existir la oportunidad para la comisión del delito” (Geason y Wilson, 1988: 1)
20
Tales debates son extremadamente complejos y no muestran signos de resolverse. La
posición de la izquierda ha sido confundida por la infusión de un respeto calificado por
las tasas de delitos, como es entendido por los realistas de izquierda (MacLean, 1991),
mientras los criminólogos más ortodoxos no pueden siquiera acordar si las tasas de delitos
han subido o bajado (Stffensmeier y Harer,1987) y muchos otros autores de izquierda
mantienen su postura extremadamente crítica hacia toda esta cuestión (Greenberg, 1990).

118
Riesgo, poder y prevención del delito

enfrentar los problemas sociales permanentes de los que el delito sólo


es una manifestación (King, 1989; Bottons, 1990; McNamara, 1992).
En este punto, por supuesto, los dos enfoques más bien terminan por
converger –puesto que los objetivos de cada una son observados como
erróneos por el otro y los disputados criterios de éxito y fracaso, por
lo tanto, pierden la apariencia de standards compartidos.
Esos debates son interminables. Revelan solamente que las políticas
de éxito y fracaso normalmente son conflictos sobre el status de los
criterios, y excepcionalmente pueden ser reducidos a una escala
de eficiencia universalmente aceptada. Si esto es así, entonces la
pregunta de por qué la prevención situacional del delito ha probado
ser una técnica tan influyente deberá ser analizada en términos de
su relación con programas y estrategias políticos, y especialmente
con aquellos actualmente en ascenso. Creo que los efectos políticos
e ideológicos más amplios de la prevención situacional del delito
revelan que su afinidad con los programas del racionalismo
económico, del neoconservadurismo y de la nueva derecha proveen
tal respuesta (aunque las no desvinculadas afinidades con las fuerzas
policiales son también significativas). Las principales afinidades, se
ligan directamente a los supuestos ideológicos centrales de la nueva
derecha y, a través de estos, con las dos direcciones de la gestión de
poblaciones –punitividad creciente con respecto a los ofensores y con
respecto a las víctimas del desplazamiento de la gestión socializada
de los riesgos por el prudencialismo privatizado.
Aunque en ningún sentido sea ésta la única construcción posible de
la prevención situacional del delito (otras serán tratados brevemente
hacia el fin de este artículo), por una variedad de razones es una
versión particularmente durable y fácilmente movilizada bajo las
circunstancias actuales.

119
Pat O`Malley

7. Lecturas neoconservadoras de la prevención del delito

7.1. Prevención situacional del delito y el ofensor

La prevención situacional del delito destruye al individuo biográfico


de las disciplinas como una categoría de conocimiento criminológico,
pero el criminal no desaparece. Las oportunidades sólo existen en
relación con unos potenciales criminales que convierten ventanas
abiertas en ventanas de oportunidades para el delito. Para instalar
tal agente, la prevención situacional del delito reemplaza al criminal
biográfico por una imagen radicalmente opuesta –el individuo
“abiográfico”, abstracto y universal –el actor “de la elección racional”
(véase también Geason y Wilson, 1989; Heal y Laycock, 1986;
National Crime Prevention Institute, 1986).
De todos modos, si bien abstracto y abiográfico, este individuo
de la elección racional, sin embargo, está claramente estructurado.
Piensa en términos de costo-beneficio –pesando los riesgos, las
potenciales ganancias y los potenciales costos, y luego comete una
ofensa sólo cuando los beneficios son percibidos como mayores que
las pérdidas. Esta construcción puede pensarse que tiene un origen
muy cercano a los fundamentos del actuarialismo. Es, por supuesto,
el individuo amoral de la elección racional amado por los economistas
clásicos, el homo economicus que habita el mundo del seguro –el
lugar de nacimiento de los discursos de la gestión de los riesgos y una
industria estrechamente vinculada con la promoción de la prevención
situacional del delito (O’Malley, 1991).
El mismo ser, pero investido con características morales y políticas
adicionales es el habitante de los discursos neoconservadores y de la
nueva derecha. Persigue como único propósito el ideal empresarial,
como ser atomizado es “naturalmente libre”, confía en sí mismo y es
responsable (Gamble, 1988). Es la forma acentuada del ser humano
que la derecha liberaría de las debilitadoras cadenas de los “beneficios
públicos” del estado de bienestar que le han sido progresivamente

120
Riesgo, poder y prevención del delito

impuestas, especialmente desde el final de la Segunda Guerra Mundial


(Levitas, 1986). En fin, la demolición de la gestión socializada de los
riesgos y la restauración de las condiciones sociales aproximadas a la
“libertad” del individuo responsable es central para el pensamiento
neoconservador sobre el delito.
Cuando la familia tradicional es debilitada, como lo ha sido, la confianza
en sí mismo tiende a perderse, y la responsabilidad a desaparecer, para ser
reemplazadas por una dependencia, a veces por largo tiempo, del gobierno
y por la manipulación por los ingenieros sociales. También provee el
ambiente que conduce a la gente joven al molino de rueda del abuso de
drogas y el delito (Liberal Party of Australia, 1988: 15).

Es posible ver ya como los neoconservadores que están preocupados


por desmantelar lo que Simon llama actuarialismo, pueden, no obstante,
abrazar y fomentar el actuarialismo de la prevención situacional del
delito. Pero existen también otras razones.
El rechazo de la prevención situacional del delito de la preocupación
de los enfoques biográfico-causales por entender el delito, y la
focalización en los blancos del delito más que en los ofensores, se
combinan para desviar la atención de los fundamentos sociales del
delito. Este efecto es alcanzado en el modelo de la elección racional por
su rechazo o agnosticismo con respecto a las condiciones que pueden
haber causado la acción del ofensor, pero también y especialmente
a través de la construcción del ofensor como abstracto, universal y
racional. Como el sujeto legal abstracto explorado por Pashukanis
(1977) y Weber (1954), el individuo abstracto aparece lógicamente
como un ser “libre” y, por ende, como un agente voluntario. Estos
individuos abstractos y universales, iguales y voluntarios son libres
para actuar en una forma perfectamente “racional” en la persecución
de su propio interés, maximizando ganancias y minimizando costos.
Son libres para cometer el delito o para no cometerlo.
Este último punto sugiere que no sólo el conocimiento del criminal
es desvinculado de una crítica a la sociedad, sino que, a su vez,
ambos pueden ser desvinculados de la reacción frente al ofensor.

121
Pat O`Malley

Como Foucault señaló, el “laberinto criminológico” fue construido


alrededor del supuesto de que el crimen es causado, y que esa causa
reduce la responsabilidad (1977: 252). La eliminación de la causa
del discurso del delito obviamente restaura la responsabilidad y esto
produce efectos sobre el castigo. En consecuencia, el corolario lógico
de la prevención situacional del delito desde el punto de vista del
discurso de la nueva derecha, es una política de “merecimiento justo”
[just dessert] o crecimiento de la punitividad en las sentencias, más
que un programa de sentencias para la corrección. La compatibilidad
del pensamiento sobre la prevención del delito con estos modelos
es profundizada por el argumento de que un castigo saludable bajo
la forma de encarcelación incapacita a los ofensores y así actúa
directamente como un medio de prevención del delito.
De este modo, el delincuente deviene responsable individualmente
y nuestra preocupación con respecto a los ofensores como tales
cesa con esta constatación. En consecuencia, cualquier fundamento
del delito: clase, raza, género, etc., especialmente los identificados
por la criminología causal, son automáticamente excluidos de la
consideración, excepto en su rol como factores productores de
riesgo. Aun cuando se los vincule al delito, son considerados como
predictivos de comportamientos y no como explicativos de acciones
significativas. Es entonces democrático y no racista.
Este cambio en la comprensión del delito elude también las
dimensiones morales de las criminologías sociológicas, condenadas
a la condición de “fracasos” por los teóricos de la prevención
situacional del delito (National Crime Prevention Institute, 1986;
Geason y Wilson, 1989). Con ellas evita también sus agendas que
vinculan delito y justicia social – por ejemplo, aquella planteada por la
teoría de la tensión [strain theory] y su preocupación por la privación
relativa y la desigualdad de oportunidades, y el reconocimiento agudo
de la variabilidad cultural y del impacto de la degradación material de
los barrios pobres de la ciudad que era el rasgo distintivo del análisis
ecológico. Tanto académica como política y administrativamente,

122
Riesgo, poder y prevención del delito

deviene ahora respetable considerar a los delincuentes como agentes


que actúan más allá de las constricciones, y a la política de control del
delito como divorciada de las cuestiones relativas a la justicia social.
Finalmente, las “políticas del fracaso” proveen un glosario técnico
para justificar la punitividad. Si la corrección y la disuasión no
funcionan, entonces las sanciones basadas en estas ideas deben ser
dejadas de lado. ¿Qué queda para el ofensor sino castigo, retribución
e incapacitación? 21

7.2. La prevención situacional del delito y la víctima

Si la prevención situacional del delito rompe la conexión entre


criminalidad y justicia social, entonces podría esperarse que la
víctima del delito se desplace hacia el centro de las preocupaciones
teóricas y políticas. En cierto sentido, ésto es indudablemente así, en
la medida en que la retórica de la “protección del público” prevalece
a lo largo de este programa (ej. Home Office, 1990). Sin embargo, así
como los ofensores son desconectados de las dimensiones políticas
de su existencia, lo mismo sucede con las víctimas, puesto que tanto
víctimas como ofensores son entendidos como actores de elecciones
racionales, individuos responsables y libres.
La prevención deviene ahora responsabilidad de la víctima. Esta
visión no es en absoluto la construcción de una reflexión académica,
pero impregna el pensamiento sobre la prevención del delito en todos
sus niveles. En un plano, no produce críticas porque disminuye la
presión sobre las fuerzas policiales, que no han reducido sensiblemente
los niveles de victimización y que, por ende, son vulnerables a las
presiones políticas que este hecho genera. Así, un oficial superior
del Australian Insurance Council (Consejo Australiano del Seguro)
ha señalado: “los recursos policiales severamente restringidos y la

21
Las dimensiones de esta postura criminológica sin dudas son familiares, aunque
por supuesto todos sus aspectos y sutilezas no pueden ser analizados aquí. Los
problemas relacionados se refieren a la justificación del castigo como respeto de
la dignidad del individuo ofensor y cuestiones más amplias como “la verdad en la
sentencia” y su relación con el cálculo de placer y dolor que se considera intrínseco
al ofensor como elector racional (véase, por ejemplo, Van den Haag, 1975).

123
Pat O`Malley

frecuencia del delito implica que cualquier mejora en la situación


descansará fundamentalmente en la aceptación de la responsabilidad
de los propietarios por sus propios bienes” (Hall, 1966: 243).
Similares argumentos se están planteando por razones muy parecidas
en niveles políticos más generales. Respondiendo a las noticias
acerca de que las tasas de delitos en Gran Bretaña han alcanzado
niveles récord, “la Primer Ministro Thatcher, responsabilizó por la
producción de una gran porción de delitos a las víctimas descuidadas.
‘Debemos ser cuidadosos de que nosotros mismos no lo hagamos más
fácil para el delincuente’, dijo” (Age 28 de setiembre de 1990).
No sólo la responsabilidad cambia y con ella la crítica, sino también
los costos. La privatización de las prácticas y costos de seguridad
–puede ser visto en la tendencia hacia las agencias de seguridad
privada, los mecanismos de seguridad (cerraduras, alarmas, etc.), las
prácticas domésticas de seguridad, los esquemas de “neighbourhood
watch” (con la contratación de un encargado de seguridad)– genera
los rudimentos de un sistema de producción de seguridad en el que el
usuario paga.22 Más cercano al corazón del neoconservadurismo, el
público de la elección racional verá la justicia en este proceso:

La apatía general del público sobre la autoprotección surge principalmente


de la ignorancia acerca de las medidas de protección y de la percepción de
que alguien más –“el Gobierno” o las compañías de seguros– soportan la
mayor parte de los costos de los robos y vandalismos. La comunidad está
empezando a creer, sin embargo, que la tasa de delitos está creciendo a
pesar del incremento de las penalidades, que el sistema judicial no puede
afrontarlo y que es el individuo quien eventualmente debe afrontar los

22
Un elemento adicional en las prácticas emergentes de prevención del delito, coherente
con el credo de la nueva derecha, es la focalización en la “eficiencia” y el análisis de “costo
beneficio”. Por ejemplo, el Young People and Crime (Potas et al., 1990), creado por el
Australian Institute of Criminology como parte de su serie de publicaciones referidas a la
prevención del delito recientemente inaugurada, afirma que ningún programa de prevención
del delito debería ser lanzado sin una previa evaluación rigurosa de eficiencia (para la cual
debidamente provee un modelo). En fin, para las versiones más agresivamente empresariales
de la prevención del delito “esto no significa solamente que es importante mantener los
costos de la seguridad tan bajos como sea posible (en tanto sean compatibles con una buena
seguridad), también significa que él [por ejemplo el analista de prevención del delito] debería
aplicar su conocimiento del management de riesgos de un modo tan creativo como sea
posible, buscando oportunidades para generar lucros u otros beneficios, así como también
otras formas de minimizar pérdidas” (National Crime Prevention Institute, 1986: 51).

124
Riesgo, poder y prevención del delito

costos del delito a través del incremento de los impuestos para la expansión
de las fuerzas de policía y las prisiones y a través de primas más altas en
los contratos de seguro (Geason y Wilson, 1989: 9).23

En este proceso, la seguridad se transforma en responsabilidad de


individuos privados, quienes a través de la persecución del propio
interés y liberados de la debilitante confianza en “el Estado” para
proveerla, participarán en la creación de un nuevo orden.
Concluyendo, puede observarse que en esta construcción de la
prevención situacional del delito no existe conflicto entre gestión
del riesgo per se y punitividad. Por el contrario, en la privatización
de las técnicas actuariales están presentes las mismas nociones de
responsabilidad individual y elección racional que se encuentran en la
justificación para la expansión de la punitividad. La dependencia del
estado, aun con respecto a la protección frente al delito, no debe ser
alentada.24 Esto representa, casi literalmente, en un terreno específico,
el ideal de la nueva derecha del Estado fuerte y el libre mercado,
combinándose para proveer control del delito, en un período en que
puede esperarse que aumente la amenaza del delito –generada por las
propias prácticas políticas de la derecha orientadas hacia el mercado.

8. La prevención del delito y la justicia social

El análisis de la prevención situacional del delito hasta aquí ha


sido unilateralizado, porque ha sido deliberadamente focalizado
sobre desarrollos ilustrativos de las formas en las cuales las técnicas

23
Por supuesto, lo que este tipo de argumento tiende a olvidar es que los modelos “el usuario
paga” generalmente perjudican a los pobres. En armonía con la tendencia a abandonar la justicia
social –a través del progresivo infradesarrollo de los servicios del sector público– la prevención
del delito tiende a dejar que los débiles se valgan por sí mismos (ver O’Malley, 1989).
24
Por supuesto, no hay nada en la prevención situacional del delito que implique la
disminución de los poderes y recursos de las fuerzas policiales. Uno de sus mayores
atractivos para la policía es que se trata una técnica complementaria, que incrementa la
actividad policial tradicional más que remplazarla. Más aún, en muchas de sus formas,
por ejemplo “neighbourhood watch” (vigilancia por parte de los residentes), la policía
ha sido extremadamente activa tanto en promoverla, como en controlar la forma de su
desarrollo y mantener el control sobre sus actividades rutinarias (véase O’Malley, 1991).

125
Pat O`Malley

basadas en el riesgo y las punitivas pueden compatibilizarse y


reforzarse mutuamente bajo el neoconservadurismo. No debe perderse
de vista que la prevención situacional del delito de ningún modo está
necesariamente asociada con el neoconservadurismo. El programa
francés Bonnemaison, por ejemplo, incorpora muchos elementos que
están focalizados en la cuestión de la justicia social (King, 1988). De
la misma manera, en el estado australiano de Victoria la prevención
situacional del delito ha sido integrada bastante explícitamente con un
abordaje gubernamental sobre problemas de justicia social y ha sido
modificada en consecuencia (Sandon, 1991a, 1991b; Victoria Police,
1991). Así, con respecto al status de la mujer, un tema sobre el cual
la prevención situacional del delito ha sido ampliamente criticada,25
estas políticas se han extendido mucho más allá las técnicas de gestión
de riesgo estrechamente defensivas y privatizadas y han enraizado
medidas preventivas en reformas socializantes, “concentrándose en
reducir la violencia contra las mujeres, apuntando al involucramiento
de la comunidad para cambiar las conductas y actitudes masculinas,
brindar poder a las mujeres en situaciones de inseguridad y cambiar
las percepciones y concepciones de la comunidad sobre la violencia
contra las mujeres” (Thurgood, 1991).
Claramente esta contextualización de la prevención situacional del
delito en el marco de la justicia social choca considerablemente con el
modelo de regulación de los comportamientos analizado anteriormente
y criticado por Cohen. Esto no se debe sólo a la focalización en
cambiar las actitudes y “estados interiores” de las personas, sino
también a que refleja una serie de afirmaciones de valor y direcciones
políticas que se encuentran alejadas del individualismo de la elección

25
Consideremos, por ejemplo, lo señalado por Lake (1990): “En un sentido, la mujer
ha ganado una porción de libertad. Una porción real de libertad. Sin embargo... en todas
partes estamos confinadas y, quiero decir, física, mental y psicológicamente confinadas.
Lo sabemos porque nos dicen con suficiente frecuencia que no debemos caminar en
las calles por la noche. No debemos ahora, parece, viajar en trenes. O en transporte
público. Ni debemos caminar por estacionamientos de autos escasamente iluminados.
Debemos también cada noche estar seguras encerrándonos en casa. Y todavía, por
supuesto, nuestra seguridad es ilusoria, porque los hombres ingresan por la fuerza a
través de las ventanas de nuestras casas o porque pueden ya vivir en nuestras casas...
la mayor parte de la violencia doméstica es cometida sobre mujeres conocidas por los
hombres que las atacan, esto es, es cometida sobre sus esposas, amigas, hijas, hermanas”.

126
Riesgo, poder y prevención del delito

racional. Esta articulación entre la prevención situacional del delito


y las respuestas colectivas al delito como una cuestión de justicia
social, por supuesto, refleja precisamente aquel modelo social basado
en el riesgo descartado enfáticamente por los conservadores, que
fue analizado específicamente por Simon et al. La articulación de la
prevención situacional del delito con la justicia social es inteligible
en términos de la construcción del riesgo como compartido por
grandes sectores de la población –una precondición del actuarialismo
socializado. Así, con el modelo del welfare, “El concepto de riesgo
social hace posible que las tecnologías de seguro sean aplicadas a
los problemas sociales de modo que puedan ser presentadas como
productoras simultáneamente de justicia social y solidaridad social”
(Gordon, 1991: 40).
Es por lo tanto inteligible que las técnicas basadas en el riesgo
puedan aliarse a programas políticos socializantes a través de su
construcción discursiva en términos de riesgo compartido. A la
inversa, es igualmente evidente que pueden ser articuladas con un
programa político conservador a través de su construcción discursiva
en términos de individuos de elección racional. Como se ha observado,
esta construcción alienta la combinación de una variedad de técnicas
disciplinarias, punitivas y basadas en el riesgo para lograr efectos
consecuentes con los programas neoconservadores.

9. Conclusiones

Tal vez el punto central en este trabajo es que la historia y el futuro


son más contingentes que lo que implican los argumentos de aquellos
que teorizan sobre las características de las tecnologías sociales basadas
en el riesgo. He tratado de argumentar que aunque tales tecnologías
indudablemente tienen sus propias dinámicas internas de desarrollo,
estas no son perfectamente autónomas ni tienen efectos intrínsecos que
se siguen automáticamente de su naturaleza. Más bien, la dirección
de su desarrollo, la forma en la cual son puestas en funcionamiento

127
Pat O`Malley

en políticas específicas, su alcance vis- â-vis otras tecnologías y la


naturaleza de su impacto social, son elementos bastante plásticos.
Ojalá esto no sea considerado como una afirmación de que la historia
es completamente contingente, puesto que debería resultar evidente
que en el análisis precedente existen constantes producidas por el
lugar central ocupado por el riesgo en las sociedades modernas (cf.
Giddens, 1990). De este modo, no objetaría la afirmación común a los
teóricos del actuarialismo que (en las palabras de Gordon referidas
anteriormente): “El concepto de riesgo social hace posible que las
tecnologías del seguro sean aplicadas a los problemas sociales de
modo que puedan ser presentadas como productoras simultáneamente
de justicia social y solidaridad social”.
Mi planteo consiste simplemente en confirmar que el “riesgo
social” y las “tecnologías del seguro” hacen este movimiento
posible, pero no necesario. También hacen posibles una variedad
de otras innovaciones con implicaciones completamente diferentes,
principalmente ciertas formas privatizadas de gestión del riesgo
social que no tienen como efectos probables ni la justicia ni la
solidaridad social. Es más, estos desarrollos hacen posibles muchos
otros desarrollos híbridos con efectos posibles complejos y diversos
–la naturaleza de los cuales no ha sido aun determinada con certeza
por la investigación o la teoría social. Por ejemplo, las campañas de
publicidad promovidas por el Estado acerca de los seguros contra
robo para las propiedades privadas pueden ser vinculadas con el
desarrollo de programas de “neighbourhood watch”. Bajo ciertas
circunstancias, estos programas pueden conducir al vigilantismo, a
la constitución de grupos de presión compuestos por víctimas que
buscan endurecer las condenas judiciales contra los ofensores y a la
formación de una “mentalidad de fortaleza”. Bajo otras circunstancias
pueden conducir a incrementar la responsabilidad de la policía con
respecto a las demandas de la comunidad y a un incremento en los
niveles de solidaridad e interacción comunitaria. Se trata simplemente
de reafirmar la apertura de las formas sociales basadas en la gestión

128
Riesgo, poder y prevención del delito

de riesgos y cuestionar la posibilidad de discernir un modelo lineal. Si


después de tantos años de análisis crítico que no ha podido conducir
a ningun tipo de respuesta definitiva sobre la naturaleza y dirección
de desarrollos bastante específicos como el “neighbourhood watch”,
¿por qué debería anticiparse que esta tarea es menos problemática
cuando está dirigida a desarrollos mas generales que han sido, ellos
mismos, destilados conceptualmente de una miríada de ese tipo de
programas específicos?
Además, uno de los resultados emergentes de las nuevas
tecnologías sociales es la resistencia, conformada fundamentalmente
por la forma y el impacto anticipado de la tecnología en sí misma.
Tal resistencia nunca puede volver atrás el reloj. La emergencia de
tecnologías sociales de gestión de riesgo significa que el “laissez
faire”, por ejemplo, nunca podría ser resucitado en su forma original
y las políticas del neoconservadurismo obviamente lo reflejan. No
obstante, el resurgimiento del neoconservadurismo y del racionalismo
económico han generado claramente desarrollos que no fueron
anticipados por la generación previa de los teóricos del estado de
bienestar. La dificultad, evidentemente, está en delimitar las formas
de resurrección e innovación a través de la resistencia que serán
generadas por las nuevas tecnologías sociales. Y más dificil aún, es
calcular cuál será su grado de éxito y cómo los conflictos cambiarán
la naturaleza de la tecnología emergente y su lugar en el conjunto de
tecnologías alineadas para tratar los problemas sociales.

Traducción de Augusto Montero y Máximo Sozzo


(Universidad Nacional del Litoral)

129
Pat O`Malley

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134
La investigación científica en la criba del benchmarking
Pequeña historia de una tecnología de gobierno

Isabelle Bruno

¿Sin duda usted ya oyó hablar de benchmarking?,1 en todo caso,


si usted no ha escuchado nunca esta palabra, seguramente ha estado
confrontado con el asunto, al menos de una forma indirecta. El
benchmarking aparece regularmente en los titulares de la prensa
a través de listas el ranking de los hospitales, de los liceos, de las
regiones, de las universidades –como el famoso ranking de Shanghái–
y hasta se ha visto el de los ministros. Bajo títulos que repercuten,
como “campeones” y “últimos de la clase”, aparecen en la portada
de los diarios y en los kioscos de cada esquina. Nadie escapa. Trátese
de organizaciones públicas o privadas, de individuos o de territorios,
todos son evaluados por las tablas de indicadores numéricos que
“deben” evaluar los desempeños [performances], no en lo absoluto
ni en el tiempo, sino siempre en relación a los “otros” –los pares
que, desde este punto de vista, son sobre todo competidores y no
homólogos o iguales. La clasificación jerárquica es así el acto a
través del cual se mide la amplitud de la competitividad, esto es, la
capacidad de mostrar el mejor puntaje –al menos uno mejor que el
de los otros– en una competición que no existía antes del ranking, ya
que ésta es parametrada según los criterios de la clasificación en sí
misma. La información que resulta de esta comparación es destinada

1
Este artículo es fruto de una presentación oral, razón por la cual se conserva
su estilo. Fue presentado en una mesa redonda anual, que tuvo lugar el 31 de
mayo de 2008 y que fue organizada por la Sociedad de Historia Moderna y
Contemporánea de Francia. Agradezco, por tanto, la invitación a reflexionar sobre
la “fiebre de la evaluación”, sus orígenes y sus consecuencias para la universidad.

137
Isabelle Bruno

a un público de inversionistas y de consumidores, que buscan “sitios


atractivos” y “servicios de calidad”: ella debe ayudarlos a maximizar
la utilidad identificando la mejor oferta de salud, educación o de
políticas ministeriales, lo que en este último caso limita con lo
absurdo. Pero el sin sentido de estos rankings, que comparan cosas
incomparables y se dirigen al homo oeconomicus, no es destacado: su
razón de ser se impone con la fuerza de la evidencia, solamente los
criterios retenidos resultan de vez en cuando controversiales.
Esta mediatización del benchmarking a través del juego de los ran-
kings es solamente la parte visible del iceberg. Si nos sumergimos en
sus gélidas aguas, descubriremos que es sobre todo un instrumento de
auto-evaluación y de ayuda a la decisión concebido por la ciencia ma-
nagerial preocupada por la racionalización organizacional. En cuanto
al benchmarking, este se encuentra en boga en el mundo empresarial
desde los años 90; se le consagró manuales,2 revistas especializadas,3
institutos, clubes, asociaciones,4 etc. Según una encuesta llevada a
cabo por el gabinete del consejo estratégico de Bain & Company, rea-
lizada a 6323 empresas en 40 países, el benchmarking fue clasificado
en segundo lugar del “ranking de instrumentos más utilizados entre
2002 y 2003” (precisamente después de la planificación estratégica).
Junto al dowsizing, el outsourcing o el reengineering, compone la
“coraza del buen manager” 5: tantos anglicismos dejan una sensación
de escepticismo, aunque la moda promete no tenerlos mañana. A
primera vista, el benchmarking evoca un artilugio managerial, cuya
denominación tiende a banalizarse desde hace una década, pero su
significación y su modo operacional no dejan de ser enigmáticos.

2
Citemos, entre otros, a Jacques Gautron 2003.
3
Ver, por ejemplo, la revista trimestral Benchmarking: an International Journal, publicada
desde 1994 por Emerald (Bingley, Reino Unido).
4
En Francia, podemos ilustrar esta vivacidad asociativa con el Benchmarking Club de
Paris, que reúne a unas sesenta grandes empresas y alimenta una base de datos sobre las
“mejores prácticas” observadas en diferentes sectores. A otra escala y en otro registro, la
asociación de los felices parangonneurs en Angers propone poner el benchmarking al
servicio de organismos preocupados por mejorar la seguridad interior, así como también la
motivación del personal (sitio Internet: <http://www.parangonneurs.org>).
5
Cfr. Pascale-Marie Deschamps, 2003: 86-88.

138
La investigación científica en la criba del benchmarking

¿Qué es entonces el benchmarking? Los franceses lo traducen


generalmente como “calibración de los desempeños” o “evaluación
comparativa”; los quebequenses prefieren hablar de “comparación”.
Sin embargo, sea cual sea la denominación empleada, se trata de
identificar una referencia o parangón. En otras palabras, consiste
en un modelo con el cual alguien debe compararse a fin de reducir
la diferencia de desempeño que le separa de él. La proliferación
actual de sus usos, ya sea en la vida privada o en la administración
pública, tiende a inscribirlo en el sentido común como una necesidad
imprescindible, como la respuesta a la supuesta necesidad universal
e imperativa de competitividad. La comunidad universitaria no está
exenta, ella ve esta descabellada técnica propagarse para coordinar y
evaluar las actividades tanto de investigación como de formación. Es
esta doble evidencia – de la competitividad como exigencia universal
y del benchmarking como medio políticamente neutro de satisfacción–
la que me propongo interrogar aquí, presentando los resultados de una
investigación llevada a cabo entre 2001 y 2006, en el marco de una
tesis doctoral en Ciencias Políticas.6 Antes de exponer de qué manera
el benchmarking se transformó en la pieza maestra del dispositivo de
Lisboa,* que preside al establecimiento de un “espacio europeo del
conocimiento”, un desvío genealógico nos ayudará a comprender la
racionalidad que ha puesto en marcha esta nueva forma de gobernar
las políticas científicas.

Genealogía de una técnica que se pretende neutra y universal

Optar por una perspectiva genealógica, significa considerar la


historicidad, la contingencia y la singularidad de las prácticas, en
contraposición a una perspectiva positivista o utilitarista. En nuestro

6
Cfr. Bruno, 2006. Consultable en línea en el sitio de la Red Europea de Análisis de las
Sociedades Políticas, REASOPO: http://fasopo.org/reasopo.htm#jr.
* El Tratado de Lisboa, firmado por los representantes de todos los estados miembros de la
Unión Europea en 2007 en Lisboa, es el dispositivo que sustituyó a la fallida Constitución
europea. Este tratado le permite a la UE tener personalidad jurídica y así poder firmar
acuerdos internacionales a nivel comunitario [e.].

139
Isabelle Bruno

caso, se trata de rastrear el camino del benchmarking desde la


industria japonesa hasta la estrategia europea de Lisboa, pasando por
Rank Xerox y la OCDE, con el fin de restituir la lógica constitutiva
de su ejercicio más allá de la diversidad de usos que recubre. De
manera que nuestro propósito no implica partir de sus orígenes
históricos más profundos o de una relación de causalidad entre las
teorías del management y la invención de esta técnica, sino más bien
de distanciarnos, por una parte, de la necesidad y la neutralidad que le
son asociadas y, por otra, de la evidencia de su finalidad, es decir, del
hecho admitido de que toda organización humana tiene por objetivo a
la competitividad. Bajo esta perspectiva es instructivo examinar cómo
la disciplina del management atribuye a este saber hacer un estatus
de cientificidad, y de esta forma, una pretensión de universalidad.
Voy pues a intentar identificar los presupuestos, las ideas implícitas,
el trabajo de contextualización; en otras palabras, la racionalidad que
le confiere la fuerza de la evidencia encerrándola en una caja negra
indiscutible.
Entendámonos: describiendo la genealogía del benchmarking, no
busco responder a la pregunta sobre su “novedad”. Es evidente que
su principio comparativo depende del sentido común, que la fijación
de objetivos cifrados no tiene nada de inédito y que la competición
de autoridades públicas a través de indicadores estadísticos ya tiene
precedentes.
Tomemos un ejemplo. En su libro sobre la historia de la razón
estadística, Alain Desrosières estudia el caso de la General Register
Office (GRO) –la oficina británica encargada de administrar la
ley sobre los pobres de 1834–, que ha desarrollado una técnica de
emulación prefigurando el benchmarking, mucho antes del toyotismo
y del New Public Management (NPM). En el marco del movimiento
de salud pública que se desarrolla en el siglo XIX en el Reino Unido,
el GRO jugó “un rol esencial en los debates sobre el diagnóstico y el
tratamiento del problema que obsesionó a la sociedad inglesa durante
todo el siglo, el de la angustia [détresse] asociada a la industrialización

140
La investigación científica en la criba del benchmarking

y a la urbanización anárquicas”. ¿Cómo? “publicando y comparando


las tasas de la mortalidad infantil en las grandes ciudades
industriales”. Para esto, unificó los datos estadísticos relativos a la
morbilidad y a la miseria social, con lo cual creó “un espacio de
comparación y de competición entre las ciudades”. El GRO incluso
avivó esta “competición nacional sobre las tasas de mortalidad”: en
los años 1850, se calculó la tasa media de los distritos más sanos
para asignarlos como el objetivo de todos los otros. Al promedio
nacional tradicionalmente usado como referencia, el GRO substituyó
“un óptimo más ambicioso” como un objetivo que se debe alcanzar
(Desrosières, 2000: 205-206). De esta forma podríamos señalar que
él construyó un benchmarking. ¿Por qué entonces no extender la
analogía y hablar de benchmarking también en este caso?
La respuesta no se refiere a un problema de anacronismo, sino a una
cuestión de disposición [agencement]. Si se reduce el benchmarking
a operaciones estadísticas de centralización, de armonización y de
comparación de datos, entonces se puede decir que le GRO es uno de
sus precursores, pero habrían muchos otros, inclusive más precoces.
No obstante, si deseamos mostrar la singularidad del benchmarking
tal como fue concebido por el management de empresa y tal como
es practicado hoy en día –sobre todo en el marco de la estrategia
europea de Lisboa (2000-2010)–, entonces hay que considerarlo
como un dispositivo de coordinación que combina un saber-hacer de
conmensuración, es decir, de puesta en equivalencia y, como tal, de
diferenciación posible, con una ingeniería managerial que actualiza a
la competición como un principio de asociación y a la competitividad
como el fin de toda organización. El ejercicio del benchmarking emerge
como un dispositivo coextensivo a la exigencia de competitividad.
Es, por tanto, su co-construcción la que debe ser considerada: la
fuerza de los discursos políticos que diagnostican una carencia en
la competitividad internacional y prescriben el benchmarking como
remedio, tienen las pruebas numéricas que justifican sus enunciados.
Sin embargo, la producción de estas pruebas participa de un proceso de

141
Isabelle Bruno

benchmarking que consiste precisamente en calcular los diferenciales


de desempeño, lo cual acontece al convertir en cifras la amplitud
competitiva. En lugar de desacoplar las prácticas discursivas y
materiales, las herramientas de cuantificación y de decisión, la ciencia
de la gestión y la acción política –en resumen, el saber y el poder– lo
relevante es estudiar la tecnología de gobierno que ellas componen.
Dicho de otra forma, hay que rechazar el postulado dominante según
el cual el benchmarking sería neutro, un simple medio de coordinación
útil y eficaz sean cuales sean sus fines. Su lógica competitiva impone
una misma gramática de análisis y de acción a todas las formas de
organización humana. Rastrear la genealogía ayuda a descifrar los
efectos de codificación y de prescripción producidos por su práctica,
es decir, la manera como informa a sus practicantes –sobre todo los
gobernantes– sobre lo que hay que saber y lo que hay que hacer.

“Quien quiera mejorar debe medirse, quien quiera ser el mejor


debe compararse”

He aquí resumida en una fórmula proverbial toda la filosofía del


benchmarking. La tomo prestada de Robert Camp, quien hizo de ella
su divisa y quien es considerado en la literatura de gestión el inventor
del benchmarking; jefe de proyectos en el departamento de logística
de Rank Xerox, Camp dirigió el primer programa de benchmarking
lanzado en Estados Unidos en 1979, y supo sacar provecho de esta
experiencia convirtiéndose él mismo en su teórico. Se volvió célebre en
la comunidad internacional del management relatando su experiencia
en revistas especializadas y, de manera menos confidencial, en una
obra exitosa publicada en 1989. El renombre de Camp no se debe
a su creatividad, ya que su precepto –“analizar para responder
mejor”– fue directamente inspirado por el movimiento Kaizen, una
corriente japonesa que tiene como ambición cumplir una verdadera
“revolución cultural” en la gestión de las empresas, substituyendo

142
La investigación científica en la criba del benchmarking

el productivismo y el mimetismo por el principio de “mejoramiento


continuo”. Literalmente, kai-zen significa “cambio bueno” y designa
el esfuerzo del “progreso permanente” exigido por el término maestro
de “calidad total”. El instigador del movimiento Kaizen, Masaaki
Imai, ve en este “arte de gestionar con sentido común” la clave de
la competitividad de la cual su país viene haciendo gala desde la
posguerra, una clave de la cual él reveló la combinación a los gerentes
[managers] occidentales en un best-seller7 que antecede por tres años
al libro de Camp.
Las afinidades son numerosas entre el “milagro económico” de
Japón y la success story de Rank Xerox, que se volvió un caso clásico
de estudio en los manuales de gestión. Confrontados a la “embestida
nipona”, particularmente ofensiva en sus áreas de actividad, las
estrategias de Xerox contraatacaron aplicando la táctica adversa.
La prensa hizo eco de esta “guerra económica” adoptando un estilo
marcial. Un artículo que apareció en el New York Times del 7 de
noviembre de 1985 se titulaba triunfalmente: “Xerox halts japanese
march”. Fue por medio de una filial común con Fuji que Xerox se
inició en el saber-hacer de sus competidores japoneses. Cuando Camp
lanza su programa de calibración [étalonnage] del aparato productivo,
no está inventando nada: importa conceptos y herramientas forjadas
en otros lugares. Sin embargo, para hacer que el benchmarking sea
adoptado por las altas esferas de su firma, y luego por el conjunto
de sus colegas estadounidenses, Camp debió reinventarlo, adaptarlo
a su contexto nacional, traducirlo en términos manageriales de una
metodología esquematizada en 10 etapas (ver el documento n°1). Y
en un medio adepto a las buzzwords, como lo es el de los managers,
no fue el menor de sus trucos el volver a bautizar la técnica con el
fin de popularizarla lo que más se pueda, reivindicando al mismo
tiempo legítimamente su paternidad. No obstante, la etimología de

7
Cfr. Imai, 1986. El año de aparición de esta obra en Estados Unidos es también el año de
la creación, por el mismo autor, de un “instituto Kaizen”, donde inscribió su marca antes de
extenderla en forma de red en los tres continentes de la Triada.

143
Isabelle Bruno

la palabra tomada del lenguaje de los informáticos no nos explica


en nada su genealogía. Es preciso retornar a la experimentación del
dispositivo de gestión en el Japón de la posguerra, y preguntarse
cómo se distingue el modelo de gestión enarbolado por el Kaizen
de la “dirección científica de las empresas” desarrollado por Taylor
(1965).

Documento 1: “Pasos en el proceso de Benchmarking”

La respuesta no reside, evidentemente, en el exotismo de una


filosofía oriental, sino en el imperativo de calidad que caracteriza
al toyotismo, es decir, el sistema de producción propio de la
industria del automóvil japonesa, de la cual Toyota fue precursora
en desmarcarse de su rival Ford y el fordismo. Más precisamente, es
conveniente hablar de “ohnismo”, según el nombre del ingeniero que
desarrolló este paradigma industrial en los años 50: Taiichi Ohno,
promovido a director de las industrias Toyota, y luego reconocido
como el teórico del toyotismo gracias a su obra El espíritu Toyota

144
La investigación científica en la criba del benchmarking

(1989). En un sentido, es verdad que centralizando y analizando las


informaciones relativas a los rendimientos de las industrias Toyota,
Ohno no hizo otra cosa que prolongar el esfuerzo taylorista de
racionalización y de estandarización de los métodos de producción.
Pero introduciendo la palabra clave “calidad”, entendida como una
calidad relativa evaluada por comparación con lo que se hace mejor,
quiso desprenderse de la lógica productivista que regía la organización
taylorista. ¿Cómo? Desplazando la instancia de control. La orden del
jefe deja lugar a la demanda [commande] del cliente, y es a través de
este enroque [truchement] que el principio de competencia ingresa
en la organización productiva. Toda la cadena de fabricación es así
expuesta a las demandas del mercado y a su disciplina competitiva.
Dicho de otra manera, el “espíritu Toyota” debería animar cada gesto,
cada operador –desde la mano de obra al jefe de servicio–, cada
unidad, cada departamento, con el objetivo de una “calidad total”.
Para esto, el ohnismo aplana la estructura jerárquica, sistematizando,
por ejemplo, el trabajo en equipo en el seno de “círculos de calidad”.
Pero no concierne simplemente al nivel individual y la microeconomía
de la empresa. Considerando que los estrechos lazos que unen a
los miembros de los keiretsu* y que sus conglomerados forman la
trama del tejido económico japonés, es que el “espíritu Toyota” es
transmitido al conjunto del sector industrial, si es que no a la sociedad
en su conjunto.

Cooperación + competición = “coopetición”

En una obra que lleva por título una recomendación fundamental


de Ohno, “pensar al revés”, el economista Benjamin Coriat mostró de
qué manera el ohnismo rompió, no sólo con “la herencia venida de

* El keiretsu es un término japonés cuya traducción literal es “gestión sin cabeza”. En


el campo empresarial, keiretsu se refiere a un sistema de empresas cuya articulación
permite, por un lado, tomar participaciones pequeñas de manera recíproca y, por otro, en
tanto resultado del movimiento anterior, tener una relación comercial cercana, puesto que
la estrecha colaboración transforma a los involucrados en proveedores y colaboradores
mutuos. Su estructura operacional simula la de una red o telaraña, al ser varias empresas las
que se articulan para la elaboración final de un producto. Durante la última década del siglo
pasado, logró gran notoriedad mundial al derribar la barrera existente entre compradores y
proveedores [e.].

145
Isabelle Bruno

Occidente”, sino también con la famosa regla de oro: “copiar permite


ganar” puesta en práctica por el reverse engineering, que consiste
en desmontar los productos vendidos por los competidores con el
fin de imitarlos. Toda su originalidad se debe a que sobrepasó la
contradicción teórica instaurada entre las relaciones de competencia y
las relaciones de colaboración: este método de organización consiste,
según Coriat, de una “prudente dosificación de cooperación y de
competencia” (Coriat, 1991: 124). Si las firmas japonesas lograron
adoptar un “nuevo sendero de competitividad industrial”, fue
abandonando el razonamiento autorreferencial del taylorismo, para
adoptar una lógica diferencial que exige “abrirse a las mejores prácticas
posibles”. He ahí la “revolución cultural” de la cual el benchmarking
será el estandarte: transformar la “cultura de empresa” mediante un
procedimiento comparativo que “implique ser lo suficientemente
modesto para admitir que otros son mejores en un área particular, y lo
suficientemente inteligente para intentar aprender cómo alcanzarlo e
incluso cómo sobrepasarlo” (Brilman, 2003: 203).
Este tipo de afirmaciones ilustra perfectamente la edificante
ambición del management. Desde los inicios del siglo XX, esta
disciplina proyecta su voluntad de “hacer ciencia” sobre todas las
formas de organización, puesto que todas deberían buscar la óptima
eficacia de sus actividades. Postula un “isomorfismo funcional entre
la gestión privada y la gestión pública”, al tener ambas los mismos
problemas que resolver (Cochoy, 1999: 211). Y la principal vocación
del management científico es aportar soluciones a estos problemas
de coordinación. No obstante, y es lo que he intentado mostrar con
el ohnismo, el benchmarking pone en práctica un método original de
“colaboración competitiva”. Los gerentes hablan de “coopetición”,
una palabra compuesta de la contracción entre “cooperación” y
“competición” (Brandenburger y Nalebuff, 1998). Este neologismo
es utilizado para designar la estructura organizacional por la cual el
benchmarking reúne los principios de cooperación y de competición.

146
La investigación científica en la criba del benchmarking

Para comprender esta rareza, hay que tener presente dos presupuestos
subyacentes al benchmarking, y que le pueden parecer contra-intuitivos
a quienes no comparten el sentido común de los gerentes, o a quienes
no le sean familiares estos aforismos. El primero es la idea según la
cual una organización no puede ser competitiva si no está expuesta a
la competencia, y para ello debe integrarse a la competencia mundial.
El segundo puede ser presentado como un silogismo: la ciencia
económica nos enseña que el mercado competitivo es el dispositivo de
coordinación más eficiente; ahora bien, las organizaciones necesitan
una coordinación eficiente para ser competitivas en el mercado; es la
ciencia managerial entonces la que debe establecer las condiciones
de una competición interna a la organización, a través de la puesta en
marcha de un sistema de información que confronte la eficiencia de
sus miembros. El proceso del benchmarking concretiza de esta forma
un dispositivo de coordinación que vuelve operacional el principio de
competencia como principio de organización.

Del TQM al NPM

Desde la analogía postulada entre la administración de un Estado


y la gestión de una empresa, el benchmarking en tanto remedio
managerial trasciende la división público-privado para transformarse
en un panacea política, un principio universal de organización social.
De tal forma es que se inscribe en el movimiento del New Public
Management (NPM). Sin entrar en los detalles de esta corriente, que
nace en “los laboratorios de ideas neoliberales de los años 1970”
y encuentra su poder de convocatoria en el mito de la modernidad
gestionaria (Merrien, 1999: 95), la acción política por medio de la cual
pretende “reinventar el gobierno”8 no puede ser eludida. Los “nuevos
gestionadores públicos” ejercen un poder de convicción y de atracción
en todos los escalafones de los aparatos estatales. Ciertamente, su

8
Según el título de una obra célebre en Estados Unidos, a la que la administración Clinton-
Gore se referirá para reformar la gestión pública. Cfr. Gaebler y Osborne, 1992.

147
Isabelle Bruno

agenda reformista y su ambición de derrocar la frontera supuestamente


inquebrantable –aunque siembre haya sido porosa– entre las esferas
públicas y privadas, entre terrenos políticos y económicos, tampoco
es inédita. Estos tipos se inscriben en la prolongación de una tradición
administrativa que nunca se prohibió recurrir a la “racionalidad
calculadora” y a las técnicas mercantiles para administrar el reputado
espacio soberano del Estado.9 Sin embargo, sería reduccionista negar
toda especificidad a los cambios etiquetados como “NPM”, y delimitar
su envergadura a un efecto colateral del “consenso de Washington”,
que desde las años 80, preside el giro neoliberal adoptado por
todos los países industrializados (Dezalay y Garth, 1998: 3-23).
La mutación más radical implica, al mismo tiempo, las maneras de
pensar y de actuar que caracterizan a las prácticas gubernamentales.
Los promotores del NPM vehiculan no sólo el ideal de un “Estado
estratega”, que se volvió dominante durante los años 90 (Bezes, 2005:
431-450), sino también a la ingeniería administrativa, que contiene
la caja de herramientas que le permitió a sus agentes realizarlo.
Vuelen operacional una forma managerial de gobernar a distancia y la
sistematizan en un régimen singular de gubernamentalidad, conocido
fundamentalmente bajo el nombre de gobernanza.
Con la “buena gobernanza” como caballo de batalla, y el
benchmarking como arma predilecta, la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) hace de cabecera
de puente [tête de pont] de la “nueva gestión pública” en todos los
países miembros (Saussois, 2002). Desde 1990, la Dirección de
gobernanza pública y desarrollo territorial se apoya en su red PUMA
(PUblic MAnagement) para difundir sus principios de acción bajo el
sello de una experticia legítima. A través de la publicación de datos
comparativos y su examen colegial en comité, familiariza a los altos
funcionarios con la clasificación de los desempeños como pilar de

9
Sobre el “decisivo rol jugado por el desarrollo del comercio, hacia fines de la edad media,
en la transformación de las formas de pensar” y de las prácticas políticas, ver Senellart,
1995. Sobre la máxima “administration is business” y los otros préstamos del NPM a “la
gestión científica”, así como a la “ideología del mercado”, ver Suleiman, 2003.

148
La investigación científica en la criba del benchmarking

una “gestión centrada en los resultados”. A partir de 1994, un estudio


expone claramente la “revolución cultural” de la cual este proceso sería
el fermento, haciendo pasar a la administración “desde una cultura de
aplicación de reglas a una cultura del desempeño” (OCDE, 1994).
En 1996, la reunión de participantes de la subred PUMA dedicada a
la gestión de desempeños (Performance Management Network) dio
lugar a un informe de las prácticas del benchmarking en el sector
público (OCDE, 1997).
El mismo año y con el mismo espíritu, la Comisión Europea organizó,
en colaboración con la Mesa Redonda Europea de Industriales (ERT)
–club elitista que reúne a unos 40 capitanes de las empresas más
poderosas de Europa–, un seminario sobre “el benchmarking para
los políticos responsables: hacia la competitividad, el crecimiento
y la creación de empleos”.10 Ella, por cierto, no se contenta con
promoverlo únicamente entre las empresas europeas, dado que su
fin es el de confirmar su aptitud para conquistar cuotas de mercado
a nivel mundial (European Commission, 1996). Bajo la influencia
de la OCDE, entonces, apunta a los gobernantes nacionales como
blanco privilegiado. En un documento de trabajo de 1997, titulado
“Benchmarking: puesta en marcha de un instrumento destinado a
los actores económicos y a las autoridades públicas”, les anima
a utilizar esta técnica de gestión para administrar eficazmente a su
población y a su territorio (European Commission, 1997). Para ello,
un “grupo de alto nivel dedicado al benchmarking” fue creado por
la DGIII (Industria) con la intención de acreditar sus ventajas. En el
informe que entregó a la Comisión en 1999, propone una calibración
sistemática de las “condiciones generales” de la actividad económica,
con el fin de que los Estados miembros las hagan más atractivas para
los inversionistas y los trabajadores calificados (High Level Group
on Benchmarking 1999). Aunque ya Jacques Santer, en ese entonces
presidente de la Comisión, pudo exclamar “we are old benchmarkers
now!” (Citado en Richardson, 2000: 26).

10
Preparado por el grupo de trabajo “competitividad” del ERT, este seminario reunió en
Bruselas a más de 80 representantes de los Estados miembros, instituciones comunitarias y
personeros del sector industrial; Cfr. ERT, 1996.

149
Isabelle Bruno

La estrategia de Lisboa 2000-2010, o cómo doblegar los gober-


nantes a la disciplina de la competitividad

El Consejo Europeo reunido en Lisboa en Marzo 2000, dio razón


al presidente de la Comisión Europea* Jacques Santer. En esta
ocasión, los jefes de Estado y de gobierno, consagraron la práctica del
benchmarking como una técnica de coordinación intergubernamental,
con el objetivo de dotar a la Unión de los medios para poder realizar
“un nuevo objetivo estratégico para la próxima década: convertirse en
la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica
del mundo, capaz de crecer económicamente de manera durable
con más y mejores empleos y con mayor cohesión social” (Consejo
Europeo de Lisboa, 2000: §5). En sus conclusiones, este objetivo se
concretizó en un programa decenal de dos partes, apuntando, por
un lado, a “preparar la transición hacia una economía competitiva,
dinámica y basada en el conocimiento”; y, por otro, a “modernizar el
modelo social europeo mediante la inversión en capital humano y la
constitución de un Estado activo de bienestar” (Cfr. documento 2).

Documento 2: La estrategia de Lisboa

* La Comisión Europea es el órgano ejecutivo de la Unión Europea [e.]

150
La investigación científica en la criba del benchmarking

La estrategia de Lisboa se proyecta entonces de manera global


y pragmática: global en la medida que ella concierne tanto a las
políticas de empresa, empleo e investigación, como a la reforma de
los sistemas nacionales de pensiones, salud o innovación; pragmática
puesto que abandona el método comunitario tradicional, consistente
en la producción del derecho que hace funcionar el “triángulo
institucional”, según el cual la Comisión propone, mientras el
Consejo de ministros dispone en colaboración –cada vez más estrecha
(mediante un procedimiento de “codecisión”)– con el Parlamento
europeo. Este método de construcción europea a través del derecho
se mostró ciertamente útil para integrar las economías nacionales a un
Mercado único, pero resulta inapropiado para transformar a la Unión
en una organización competitiva a nivel mundial.

Para un nuevo objetivo un nuevo método

Por primera vez, los problemas de investigación, educación e


innovación son planteados en la escena europea. Forman el “triángulo
del conocimiento” y este es la base sobre la cual la estrategia de
Lisboa se propone edificar una “Europa competitiva”. Este proyecto
se inscribe en un contexto doblemente motivador. Por un lado, lo
que se llama “marea rosa” estalló sobre Europa en octubre de 1995,
fecha en la que el partido socialista portugués, dirigido por António
Guterres, accede al poder. Esta victoria es seguida en abril de 1996
por la del “Olivo”, la coalición italiana de demócratas de izquierda
formada alrededor de Romano Prodi. En Mayo 1997, el New Labour
de Tony Blair accede al poder que hasta entonces había estado en
manos de los conservadores por 18 años. Al mes siguiente, al otro
lado del canal de la Mancha, las elecciones legislativas anticipadas de
Francia le dan la ventaja a la Izquierda Plural [gauche plurielle], que
llevan a Lionel Jospin a la cabeza de un gobierno de co-habitación.
En septiembre de 1998, el social-demócrata Gerhard Schröder vence
a Helmut Kohl, canciller demócrata cristiano desde hace 16 años…

151
Isabelle Bruno

En total, 11 países miembros, de un total de 15, son gobernados


por una centro-izquierda cuando Portugal asume la presidencia de
la Unión en enero de 2000. Su primer ministro António Manuel de
Oliveira Guterres puede, desde aquel momento, tomar ventaja de una
relación de poder bastante más propicia para los acuerdos políticos ya
que también se encuentra a la cabeza de la Internacional Socialista,
donde juega el rol de “hombre de síntesis”. Con el fin de remediar los
conflictos y bloqueos inherentes a la cooperación interestatal, fuera
del consenso sobre el mercado único, desea reconciliar lo social y lo
económico hibridando la herencia progresista de la social democracia
con los aportes liberales de “la tercera vía”.
Por otro lado, el clima económico también ofrece las condiciones
favorables para tal compromiso. A las promesas de la “marea rosa” se
agregan las de un “nuevo milenio”, portador de una “nueva economía”,
mientras los Estados Unidos ofrecía su escaparate al Viejo Continente.
El advenimiento de las nuevas Tecnologías de la Información y de
la Comunicación (TICs) y la euforia de Internet nutren entonces la
creencia frenética –aunque ampliamente compartida– en una era
de crecimiento ilimitado, fundada sobre lo “inmaterial” y el capital
humano, garantizando la vuelta al pleno empleo. Fuerte de esta
coyuntura política y económica, la presidencia portuguesa ambiciona
con llevar la obra europea hacia áreas no mercantiles. Con el fin de
aguzar el voluntarismo de los gobiernos y de organizar sus acciones
según un plan lógico, con un objetivo común, los convence de recurrir
a las soluciones manageriales, que ofrecen instrumentos más flexibles
que el derecho. Aconsejada por Bernard Brunhes, cuyo gabinete de
consultores es especialista en el despliegue operacional de políticas
públicas y el acompañamiento de reformas en las empresas y en los
organismos públicos, se propone “modernizar” la forma de hacer
Europa, sistematizando el método experimentado en el marco de la
“estrategia europea para el empleo” lanzada en 1997. Aquí reside toda
la originalidad de la estrategia de Lisboa: la puesta en marcha que
inaugura (ver documento n° 3) crea un dispositivo de coordinación

152
La investigación científica en la criba del benchmarking

intergubernamental, supuestamente abierto a todos los actores de


la “sociedad civil” y bautizado, por tanto, como Método Abierto de
Coordinación (MAC en la jerga europea).

Documento 3: El método abierto de coordinación

Con el benchmarking como pieza maestra, el dispositivo del


MAC funciona a través de la incitación, la emulación entre pares
y la vigilancia multilateral y sin ningún recurso a la restricción
legal. A través de la valorización de los desempeños nacionales, su
cuantificación y la publicación de su clasificación, compromete a los
Estados a una “colaboración competitiva” (“coopetición”). Esta forma
de estimular la acción gubernamental por medio de una estimulación
competitiva está directamente inspirada por la gestión de empresas.
Encontramos en las operaciones constitutivas de la MAC (ver
documento N°3) las cuatro etapas que constituyen el procedimiento
iterativo del benchmarking, tal como fue formalizado por Camp
(ver documento N°1): “planificación” (línea directiva, calendario,
objetivos); “análisis” (indicadores, criterios de evaluación, mejores

153
Isabelle Bruno

prácticas); “integración” (traducción a nivel nacional y regional,


adaptación-adopción); “acción” (seguimiento periódico, examen de
pares, aprendizajes). La singularidad de este método se basa en que
está desligado de cualquier formalismo jurídico, y es lo que le da
su fuerza. Puramente incitativa, depende de la buena voluntad de
los Estados, no tanto para adherir a una intensión proyectada como
para equiparse efectivamente con los instrumentos gestionarios y
estadísticos preconizados. Equipados de esta manera, los gobiernos
estatales tienden a alinearse a la “conducta económica del empresario
moderno” que actúa “conforme a un plan, con vistas a un fin y
teniendo como base el cálculo” (Sombart, 1966: 145). Observando
las prescripciones materiales del MAC, se pliegan a la disciplina
pragmática de una gestión basada en objetivos, que incluye una
obligación de resultados. La estrategia de Lisboa contempla así la
continuación de la construcción europea, pero mediante otros medios
–medios que no son ni diplomáticos ni jurídicos, sino de gestión y
disciplinarios. Dicho de otra forma, los nuevos campos sobre los
cuales actúa la Unión, bajo la bandera del MAC, ya no son objeto
de una integración a través del derecho, sino de una europeización a
través de las cifras.

Cuando unirse es competir: la “disciplina indefinida” de una carrera


intergubernamental

El benchmarking no podría ser confundido con las armas coercitivas


pertenecientes al arsenal del Estado soberano. No deja de ser, por
tanto, una poderosa técnica de gobierno que consiste a actualizar la
“disciplina indefinida” de la competitividad. ¿Por qué indefinida?
Porque la norma de competitividad es endógena a la carrera sin fin en
la que el benchmarking libera a sus practicantes. El benchmark –es
decir, el objetivo que asigna como referencia– es idealmente fugitivo:
es fijado no para ser logrado sino sobrepasado, y dejar así el lugar a
los nuevos ejemplares que van a la cabeza. De hecho es inaccesible.

154
La investigación científica en la criba del benchmarking

Presentar la competitividad como un objetivo a alcanzar por medio


de una calibración de desempeños, que consiste precisamente en
calcular las diferencias, es objetivar una distancia que la operación
misma de su “reducción” reproduce indefinidamente. Tomo prestada
la expresión de “disciplinas indefinidas” a Michel Foucault, quien la
emplea en otro contexto para designar “un procedimiento que fuera a
la vez la medida permanente de una desviación respecto de una norma
inaccesible y el movimiento asintótico que obliga a coincidir con ella
en el infinito” (Foucault, 2002: 230)
Mediatizando las relaciones intergubernamentales por medio del
benchmarking, el MAC somete así a los dirigentes políticos a una
gubernamentalización que desborda las fronteras estatales. Esta
gubernamentalidad que se aplica a los gobernantes mismos, no es por
tanto supra-estatal: es no estatal. No obra de manera soberana, sino que
se contenta con actuar en el entorno del “juego económico”, dejando
a los jugadores tan libres como sea posible, pero disciplinando la
acción gubernamental. Realiza en esto el programa del neoliberalismo
que proyecta “una sociedad en la que haya una optimización de los
sistemas de diferencia, […] en la que haya una acción no sobre los
participantes, sino sobre las reglas del juego, y, para terminar, en la
que haya una intervención que no sea del tipo de la sujeción interna
de los individuos, sino de tipo ambiental” (Foucault, 207: 302-303).
Esta manera de gobernar, aparentemente apolítica ya que aparece
adornada con los atuendos de la objetividad (científica) y de la
neutralidad (técnica), tiene un nombre: la gobernanza. Más allá –o
más bien de este lado– de la Unión Europea, no concierne solamente
a las empresas sino todas las organizaciones humanas. Lejos de ser
una excepción, las universidades y los laboratorios de investigación
son uno de los primeros sectores afectados por este enorme proceso
de transformación social.

155
Isabelle Bruno

El Espacio Europeo de la Investigación, piedra angular de una


“Europa competitiva” 11

El modo operativo utilizado para construir un Espacio Europeo


de la Investigación (EEI) es emblemático de la gubernamentalidad
neoliberal puesta en marcha por la estrategia de Lisboa. El EEI no
procede de una transferencia de soberanía en materia de elección
científica, sino de operaciones estadísticas que miden diferenciales
de desempeño y, al hacerlo, objetivan una competencia entre
“sistemas nacionales de innovación”. La apuesta no es reducir las
desigualdades económicas y sociales en su seno, sino más bien la
de distinguir “campeones”, “polos de competitividad” y “centros
de excelencia”, aptos para enfrentar a sus rivales estadounidenses y
japoneses en la competencia de patentes y la captura de cerebros.
Este proyecto se propone explícitamente construir un “mercado
común de la investigación”. Para hacerlo posible, se asigna a los
gobernantes la tarea de instaurar y mantener un ambiente institucional,
administrativo, legal, reglamentario, fiscal, social, e incluso cultural
propicio al desarrollo de este mercado. Se trata, en otras palabras, de
reunir las condiciones que permiten la realización –en el orden de
las ideas y en el de las acciones– del establecimiento de relaciones
de competencia, no sólo entre individuos y organizaciones, sino que
también entre regiones y países.
La intención expresa de los promotores del EEI, entre los cuales a
la cabeza se encuentra la Comisión Europea, es resolver la “paradoja
europea”, esto es, la presunta incapacidad de los investigadores
europeos para poder convertir su excelencia científica en innovaciones,
en lo posible patentables y comercializables. Resolver esta paradoja
implica, según ellos, racionalizar la investigación europea: se trata
de solucionar la fragmentación de actividades de Investigación y
Desarrollo (I&D), la separación entre los sectores público y privado,

11
Para una presentación más completa, ver Bruno, 2008.

156
La investigación científica en la criba del benchmarking

y a la dispersión de los esfuerzos de financiamiento. Para ello, no es


importante integrar los sistemas nacionales a escala europea sino, por
el contrario, ponerlos en competencia con el fin de que aprendan los
unos de los otros y salgan más fuertes de esta confrontación, aptos
para enfrentar a la competencia internacional. El EEI no pasa entonces
por la creación de una política común, apoyada en un presupuesto
federal, sino a través de la armonización de las políticas comunitarias,
estatales y regionales por medio de un lenguaje estadístico común y
un dispositivo colectivo de benchmarking. El EEI tiene por objetivo
organizar un “territorio europeo dinámico abierto y atractivo para los
investigadores y los inversionistas”. Participa en una recalificación
del territorio como ventaja competitiva, de la cual el Estado debe
optimizar en una óptica de racionalización gestora. Lejos de asistir
al avenimiento de una gobernanza desterritorializada, vemos florecer
en todos los países europeos políticas llamadas de competitividad
territorial. Estas en Francia coinciden con los llamados polos de
competitividad, que tienen que ser comparados con los distritos
industriales italianos, los clusters británicos o las redes alemanas de
competencia (Kompetenznetze). Esta nueva forma de administrar el
territorio no procede por perecuación en una perspectiva de cohesión
regional, sino por diferenciación, con el objetivo de localizar sitios
atractivos a los ojos de los poseedores de capitales financieros o
“humanos”. Introduciendo la mediación del benchmarking en las
relaciones interregionales, ésta designa una nueva geografía política
que encierra espacios localizados de competitividad en un espacio
globalizado de competencia. Y así es como distribuye los poderes
entre niveles de gobierno, entre actores públicos y privados, entre
detentores de capitales volátiles y trabajadores “inmóviles”.
A esta nueva concepción del territorio responde la valorización de
la movilidad bajo todas sus formas (geográfica, intersectorial –sobre
todo entre sectores públicos y privados, interdisciplinarios, inclusive
virtual gracias a las redes electrónicas); movilidad erigida como

157
Isabelle Bruno

virtud cardinal sobre todo en la Tarjeta europea para el investigador.


Se desprende de esto que la postura en el mercado de las actividades
de R&D pasa en primer lugar por la libre circulación de sus agentes,
que conviene de realizar por medio de la supresión de los obstáculos
estructurales, administrativos y culturales con tal de favorecer un
“verdadero mercado de trabajo para los investigadores”. Este tipo
de mercado garantizaría la disponibilidad de recursos humanos
altamente calificados y sus mejores asignaciones posibles. Con el fin
que este mercado funcione de manera optima, el programa de EEI
se preocupa de crear y mantener un ambiente favorable: un contexto
macroeconómico estable; facilidades reglamentarias destinadas a los
fondos de capital-riesgo; incitaciones fiscales a los esfuerzos privados
de R&D; una legislación sobre la competencia y la creación de una
patente europea; una base sólida de investigación pública al servicio
de la industria; una “cultura dinámica de espíritu de empresa”. La
investigación no se concibe como una fuente de poder estatal o de
saberes colectivos, sino como un lugar de producción de innovaciones
patentables y de propiedades intelectuales, que conviene gobernar a
distancia con la preocupación de la optimización gestora, por medio
de indicadores cienciométricos y socioeconómicos comparables a
escala europea.
La Comisión reivindica esta “revolución cultural”. Según el boletín
de información de la Dirección General de Investigación, el “tiempo
donde tradicionalmente los saberes adquiridos en los espacios
científicos académicos constituían un patrimonio abierto, puesto a la
disposición de todos, pertenece al pasado”. Veamos otra sentencia
igualmente explícita sobre la finalidad de las políticas europeas de
investigación: el “objetivo último de la investigación pública no es
simplemente producir conocimientos científicos, sino promover la
explotación concreta de los avances que ésta genera. Sin embargo,
esta explotación, en una economía de mercado, tiene una dimensión
intrínsecamente económica” (Commission Européenne, 2002a: 16).

158
La investigación científica en la criba del benchmarking

Por esto es que la “nueva organización de la investigación” está


organizada alrededor de la figura emblemática del “investigador-
emprendedor” (Commission Européenne, 2002b: 2) y del principio
de competencia (Commission Européenne, 2002c: 1). Esta forma
de gobernar las actividades científicas no significa, por cierto, la
retirada del Estado, sino una redirección de sus intervenciones, de
sus beneficiarios y de sus finalidades, que se efectúa a costa de las
ciencias humanas y sociales (CHS). Éstas son puestas en peligro
financieramente, reducidas a una porción congruente en el séptimo
Programa General de Investigación y Desarrollo (PGID), como en
el financiamiento de la Agencia Nacional de la Investigación (ANR)
para el caso Francés. Pero más allá de esta reducción de medios, es la
función que se les atribuye la que es reductora. Si todas las ciencias
están enroladas en la competición económica, las CHS son movilizadas
como ayudantes al servicio de los emprendedores económicos o
políticos. Desde una óptica utilitarista, están consagradas a convertirse
en la instancia reflexiva de las otras ciencias, con el fin de hacerlas más
“productivas”; optimizar los procesos de innovación de las empresas,
los laboratorios y los aparatos de estado; o incluso para proponer
herramientas para la toma de decisiones y las soluciones para los
problemas públicos. Bajo la presión de la evaluación comparativa
y de los rankings que de ello resultan, éstas parecen condenadas a
volverse útiles o a desaparecer. Vale decir que la vivacidad crítica de
las ciencias sociales no les habría sido más vital que hoy en día.

***

Concluyamos con una cuestión que no deja de ser presentada con


respecto a la estrategia de Lisboa y de su instrumento estrella, el
benchmarking: ¿Cuál es su verdadera eficacia? Todos los informes
–producidos por la Comisión, por autoridades nacionales o grupos de
expertos de reputación independiente, sindicatos o jefes de empresas–

159
Isabelle Bruno

concuerdan en la constatación de insatisfacción, presentando como


pruebas las diferencias de desempeños que se profundizan entre la
Unión Europea y sus contrincantes mundiales.12 Si confrontamos
efectivamente los objetivos presentados y los resultados obtenidos,
no se puede concluir un fracaso. El ejemplo del benchmark del “3%”,
fijado por el Consejo Europeo de Barcelona en 2002, con el objetivo
de aumentar las inversiones públicas y sobre todo las privadas en
I+D al nivel de los países con mayor desempeño, es sorprendente.
Lejos de estar en camino de alcanzar tal objetivo de aquí al 2010,
el promedio de los Gastos Interiores de Investigación y Desarrollo
(GIID) en el Producto Interno Bruto (PIB) pasó, según las cifras de
Eurostat, de 1,92% en 2000 a 1,91% en 2006 en los 15 países de la
Unión, y cae a 1,84 si se considera a los 27 miembros. 13
No obstante, por más decepcionantes que sean los balances que se
han realizado, el problema jamás se liquida. Las recomendaciones
emitidas a partir de estas evaluaciones negativas no acusan nunca
la ineficacia del dispositivo: en lugar de concluir en la insolvencia
de los ciclos del benchmarking, estos afirman, por el contrario, la
necesidad de continuarlos racionalizándolos cada vez más, es decir,
reduciendo las listas de indicadores utilizados y reorientando los
objetivos en torno a las prioridades económicas, en detrimento de
los objetivos sociales o medioambientales. Si “esto no funciona”, no
será a causa de un problema técnico, sino de una falta de voluntad
política. Los ejercicios de benchmarking se orientan a la mantención
de una presión constante sobre los gobiernos, con el fin de que éstos
intensifiquen sus esfuerzos en la dirección del sentido convenido.

12
Citemos el informe Relever le défi solicitado por la Comisión a un grupo “de alto nivel”,
presidido por Wim Kok, encargado de examinar la estrategia de Lisboa a la mitad de su
periodo. El informe fue publicado en noviembre de 2004, en él se presentaban resultados
insatisfactorios en términos de competitividad y preconizaba una reorientación hacia el
crecimiento y el empleo, asimilando las finalidades sociales y medioambientales a la
búsqueda de “ventajas competitivas”; Cfr. Commission Européenne, 2004.
13
El ratio DIRD/PIB es el indicador comúnmente utilizado para medir la intensidad de
investigación y desarrollo. La DIRD de un país incluye el conjunto de las inversiones (de
administraciones públicas y empresas) realizadas en el territorio nacional. Los datos de
Eurostat son accesible en línea en su sitio web: http ://epp.eurostat.ec.europa.eu.

160
La investigación científica en la criba del benchmarking

Estos ejercicios se acompañan de discursos movilizadores que


utilizan el registro de la urgencia de los plazos, de la carrera contra
el tiempo, de la recta final. Tomando en cuenta los dispositivos de
evaluación comparativa que se propagan en las administraciones
públicas y en las instituciones sociales, se puede considerar que el
benchmarking funciona completamente. Esto no quiere decir que
vuelva a todas las instituciones en instituciones competitivas, sino
que inscribe las formas de pensar y de hacer que extienden hacia las
áreas no mercantiles la “disciplina indefinida” de la competitividad.
Sean cuales sean los resultados registrados, instala las condiciones
de posibilidad de una búsqueda del desempeño y de un espíritu de
competitividad propios de la gubernamentalidad neoliberal.

Traducción de Diego Fernández Varas


Centre de Recherches et Etudes Anthropologiques (CREA)
Universidad de Lyon

161
Isabelle Bruno

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164
La invasión de los sujetos-marca y otras aberraciones
del capitalismo neoliberal

Jaron Rowan

más que vender un objeto, se está vendiendo


a sí mismo, el producto es usted.
Dan Schawbel

Seems like everybody’s got a price


I wonder how they sleep at night
When the sale comes first and the truth comes second.
Jessie J-Price Tag

Introducción

Con la expansión del capitalismo de corte neoliberal ha aparecido


una nuevo actor llamado a convertirse en su figura laboral por
excelencia: el emprendedor. En el siguiente texto voy a explorar
algunos de los factores que han favorecido la emergencia de este
sujeto para posteriormente ver cómo interactúa con el campo de la
producción cultural contemporánea, poniendo atención a las nuevas
relaciones que se dan entre la economía y la cultura. Esta figura no
es exclusiva del ámbito cultural, es un actor clave del desarrollo
empresarial en sectores como el tecnológico, dentro de contextos
como Silicon Valley, o en ámbitos como el de la innovación social,
y un elemento central para comprender el crecimiento del modelo
de trabajador autónomo (Bologna, 2006). Aun así, y por motivos de
espacio, a continuación me centraré en el emprendedor cultural pese
a que gran parte de las críticas que voy a desarrollar son extrapolables
al emprendedor en general.

167
Jaron Rowan

En este trabajo no abordaré tanto el espacio socio-político que ha


propiciado la emergencia del emprendedor, sino el perfil subjetivo
que define a esta figura laboral. Mi hipótesis es que su emergencia
es inseparable de la aparición de lo que voy a denominar el
“sujeto-marca”. Para desarrollar esta idea exploraré qué constituye
una marca en la actualidad y qué circuitos económicos y formas
de consumo promueve. Aventuraré que este crecimiento de la
subjetividad-marca produce procesos extremos de individualización
y de instrumentalización de las redes sociales y las comunidades
humanas. Hemos de entender efectivamente la capacidad de capturar
estos conocimientos y saberes sociales, como elemento esencial para
la producción de valor del emprendedor cultural. Este proceso de
depredación de lo social tiene sus consecuencias a las que prestaré
su debida atención. Por último presentaré algunas propuestas que
buscan escapar de estas lógicas de individualización, competición y
captura de saberes sociales, analizando si pueden entenderse como
una alternativa viable y sostenible a los modelos de emprendizaje
promovidos por ciertas administraciones públicas y qué tan bien
encajan en el ideario neoliberal.

Un mundo de pequeñas empresas

El geógrafo y teórico social David Harvey define el neoliberalismo


cómo “una teoría de prácticas político-económicas que afirma que la
mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en
no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades
empresariales del individuo dentro de un marco institucional
caracterizado por los derechos de propiedad privada fuertes, mercados
libres y libertad de comercio” (Harvey, 2007: 6). Como bien señala
este mismo autor el neoliberalismo ha crecido y se ha desarrollado
de forma desigual en las diferentes regiones y países en los que ha
tenido impacto, pero aun así en todos los casos la idea de la libertad

168
La invasión de los sujetos-marca y otras aberraciones del capitalismo neoliberal

individual es un elemento central en este entramado ideológico. El


recelo a la figura del Estado y la confianza en el mercado como ente
democrático son otras de las características que definen el ideario
neoliberal. Esta ideología premia la voluntad individual sobre formas
de cooperación o solidaridad y pone todo el peso del éxito en la
responsabilidad individual. Michel Foucault analizó los orígenes
del pensamiento neoliberal y sus diferentes materializaciones, en un
conjunto de charlas ahora publicadas bajo el título Nacimiento de la
biopolítica. Leyendo este trabajo se hace casi imposible disociar la
figura del emprendedor de una serie de discursos liberales y modelos
de subjetividad que se han forjado a lo largo de los siglos XIX y XX y
que en estos momentos tienen un papel hegemónico tanto en el plano
político como en el económico. Recordemos que desde el liberalismo
se denunció el poder de los Estados y la regulación económica bajo
el argumento de que eran los principales obstáculos que impedían
que la autorregulación de los mercados se culminara con éxito.
Presumiblemente la mano invisible debe ser libre para poder llevar a
cabo con solvencia su labor providencial. El neoliberalismo recupera
esta tradición y va más allá al situar la competición, la desregulación
y la libertad como ejes centrales que guían la economía estableciendo
estas categorías como valores inalienables. Es en esta visión de la
sociedad entendida como un escenario en el que las diferentes empresas
compiten entre sí con el objetivo de maximizar sus beneficios y
labrarse un porvenir disfrutando de su libertad para poder “triunfar”,
donde se encuentran los orígenes del fenómeno que quiero analizar
a continuación: el sujeto-marca, es decir, la emergencia de un sujeto
empresarial que exacerba la producción de marca como una estrategia
para insertarse en la economía pero también como una nueva forma
de estar en el mundo.
De acuerdo con Foucault, la lógica que transforma a los sujetos en
empresas es una forma de poder que subyace al modelo de gobierno
implícito en la ideología neoliberal. El Estado no tiene por objeto
«construir un tejido social en el que el individuo esté en contacto

169
Jaron Rowan

directo con la naturaleza, sino que ha de construir un tejido social en el


que los elementos que lo componen adopten la forma de la empresa»
(2008: 148). Y sigue, «creo que esta multiplicación de la forma
empresa dentro del cuerpo social es un punto elemental de la política
neoliberal. La cuestión es convertir el mercado, la competencia y por
lo tanto la empresa en lo que podríamos denominar el poder formativo
de la sociedad» (2008: 148). Según el credo neoliberal, la sociedad ya
no está formada por sujetos sino que está compuesta por una multitud
de empresas (o emprendedores) que son las encargadas de articular
el tejido social, dar forma al espacio público y producir riqueza. El
economista estadounidense adscrito a la universidad de Chicago Gary
Becker (1964), contribuyó a definir la noción de auto-empresa que
analiza Foucault al introducir la noción de capital humano. Para Becker
todo ser humano es un sujeto calculador que se enfrenta a los diferentes
mercados (laborales, financieros, de mercancías, etc.) realizando una
labor constante de cálculo en torno a lo que puede invertir, ganar
o perder, al participar en las diferentes formas de transacción que
acontecen en los mercados. Este sujeto nunca se enfrenta con los
bolsillos vacíos al mercado, siempre puede movilizar e invertir una
serie de activos que ha ido atesorando desde el día de su nacimiento:
sus saberes, sus experiencias, sus contactos, sus intuiciones o sus redes
sociales forman parte de los recursos de los que dispone y que sabe
poner en circulación. Estos activos, que Becker define como “capital
humano”, pueden ser cruciales en la carrera de cualquier trabajador/a,
por esta razón el sujeto debe invertir constantemente en incrementar
sus conocimientos, mejorar sus aptitudes, expandir sus redes sociales
y en definitiva, evaluar y monetizar diferentes aspectos de su vida y
existencia. Así el emprendedor/a, el sujeto/empresa a través de su
actividad empresarial sitúa el valor económico como centro y brújula
de todo su sistema de valores, instrumentaliza sus redes sociales y
amistades para alcanzar logros en los circuitos económicos, y de
esta manera, borra la frontera entre su vida privada y su actividad
empresarial. Vemos de esta manera cómo se va dibujando una

170
La invasión de los sujetos-marca y otras aberraciones del capitalismo neoliberal

subjetividad calculadora, que entiende las relaciones sociales como


un terreno de juego en el que competir es un imperativo.1
Según sostienen teóricos neoliberales, el sujeto se comporta como
lo haría una empresa y se enfrenta a sus pares de la misma manera:
de forma estratégica, calculando los posibles beneficios y pérdidas
que se desprenden de la interacción y buscando ante todo defender
sus intereses. Para ello, es imprescindible la libertad, la libertad para
entrar y concurrir en el mercado. Milton Friedman, uno de los máximos
adalides del libre mercado escribe: “la organización económica que es
capaz de generar libertad económica de forma directa, el capitalismo
competitivo, también promociona la libertad política puesto que
separa el poder económico del poder político” (Friedman, 1962:
9). Es necesario presuponer el mercado para garantizar la libertad.
El sujeto-empresa necesita del mercado para poder ser. El mercado
neoliberal constituye parte de la base ontológica del fenómeno que
estamos investigando.

Del sujeto empresa al emprendedor cultural

De esta manera, surge lo que denominamos el sujeto-empresa, el


empresario de sí mismo, el emprendedor que compite en el mercado
por mantener su nicho y hacer viable su existencia. Obviamente este
proceso no ha acontecido de espaldas a marcos institucionales y sin
el auspicio de políticas de promoción, que han sido determinantes a la
hora de crear la figura del emprendedor/a tal y cómo la conocemos hoy
en día. En un trabajo anterior he estudiado cómo se ha ido construyendo
el discurso en torno al emprendizaje en cultura en el Estado español
y qué tipo de dispositivos e instituciones se han creado para propiciar
este fenómeno (Rowan, 2010). Obviamente se pueden entender las
condiciones sociales e institucionales que favorecen la emergencia
de este fenómeno en muchos otros contextos, pero si cotejamos los

1
Parte de este imaginario se concreta en las novelas de Ayn Rand, controvertido personaje
que se merece un texto a parte.

171
Jaron Rowan

presupuestos básicos sobre las que se articulan veremos, sin lugar a


dudas, muchas similitudes.
A lo largo de los últimos años se ha edificado una densa arquitectura
institucional compuesta de incubadoras, planes de promoción, oficinas
de información, eventos, charlas y talleres, líneas de financiación
o espacios de co-trabajo, que complementada con programas de
televisión, eventos públicos, películas, libros y revistas, han impuesto
un modelo empresarial muy específico en el campo cultural: la figura
del emprendedor/a cultural. Este proceso ha venido acompañado por
importantes cambios en las políticas públicas y los discursos que las
sustentan. Un ejemplo de esto es la escisión entre la tradición que
considera que el acceso a la cultura debe ser un derecho básico de la
ciudadanía garantizado por el Estado, frente a la que considera que la
cultura es un recurso que hay que aprender a explotar económicamente
y promover como tal. Por primera vez las políticas culturales se
diseñan siguiendo fines económicos y la cultura se valida dependiendo
de su capacidad para crear riqueza o empleo. Esto tiene consecuencias
directas en el tipo de proyectos o iniciativas que se promueven, las
prácticas culturales más experimentales o minoritarias padecen una
constante pérdida de recursos y visibilidad. De forma paralela, desde
las diferentes administraciones se deja de hablar de subvenciones y
ayudas para hablar de inversión pública, intentando de esta manera
promover dinámicas de carácter económico en el que el riesgo y la
sostenibilidad son elementos centrales de las prácticas culturales.
El origen de este proceso de fusión entre la economía y la cultura
que tiene lugar actualmente en el Estado español, se encuentra en
Reino Unido, cuando durante el gobierno de Tony Blair –bajo el
epígrafe “industrias creativas”– se puso en marcha un ambicioso
plan para promover el crecimiento de pequeñas empresas culturales
y se articularon un gran número de políticas destinadas a fomentar
el emprendizaje en cultura. Este sector emergente caracterizado
por la “creatividad individual” y por “generar riqueza y empleo a
través de la explotación de la propiedad intelectual”, ponía a los

172
La invasión de los sujetos-marca y otras aberraciones del capitalismo neoliberal

emprendedores culturales en el centro mismo de los procesos de


crecimiento económico de la nación. El modelo básico que sustenta
a las industrias creativas es muy claro, consiste en capturar los flujos
creativos y extraer valor económico de los procesos cooperativos
que acontecen en el espacio de lo social. La propiedad intelectual es
un elemento central de esta lógica, puesto que es el marco legal que
dota de autoría a ideas que se han creado gracias a concatenaciones
de palabras, sonidos, sensaciones e imágenes que circulan sin parar
en lo que algunos han definido como cuencas de cooperación social
(Lazzarato, Corsani, Negri, 1996). Dentro de este contexto, y no sin
poner cierta resistencia, emerge la constelación de microempresas y
trabajadores/as autónomos que conforman este sector. Las políticas
diseñadas para legislar sobre las industrias creativas posiblemente
constituyen el primer marco político-cultural cuyo objetivo es
convertir la actividad de artistas, escritores, creadores, etc. en un
conjunto de empresas o emprendedores. Se trata de un marco de
políticas culturales que legisla la sociedad como un conjunto de
empresas, de acuerdo con la crítica que hiciera Foucault unos 20 años
antes.

Sujetos-Marca2

A continuación me centraré en una de las facetas menos estudiadas


de este proceso de empresarialización de uno mismo que es el
emprendizaje: la aparición de sujetos-marca, es decir, personas que son
empresa hasta sus últimas consecuencias. El sujeto-empresa es aquel
que aprende paulatinamente a implementar y a hacer suyas diferentes
estrategias de mercado, y a moverse en un entorno poblado por otras
empresas; la producción de una marca fuerte que le representa es tan
sólo una consecuencia de este proceso. Así, el emprendedor explota
todos sus activos, es decir, sus saberes, sus contactos, sus redes, sus

2
Partes de las crítica a la figura del emprendedor que siguen a continuación están fuertemente
influenciadas a la crítica al homo-economicus que se ha realizado desde el feminismo, de
forma más específica Strober, 1987, Folbre y Hartmann, 1999 o Ferber y Nelson,
2004.
173
Jaron Rowan

intuiciones y sus afectos y se convierte prácticamente en una máquina


cuyo objetivo es aumentar la productividad y competir en el mercado
con otras formas empresariales. Debe poner su cuerpo a trabajar y
depende de su capacidad para autogestionarse lo que le hace viable o
no como modelo empresarial.
Uso esta idea de sujeto-marca de forma metafórica, pero también
introduciendo una figura que se ha popularizado en las teorías
manageriales contemporáneas, la posibilidad de crear una marca de
ti mismo.3 Ya en 1997 Tom Peters escribió un artículo en la revista
Fast Company llamado “A Brand Named You” 4, en el que avanzaba
la idea de que progresivamente las y los trabajadores debían de
considerarse marcas personales que entraban a concurrir en el
mercado. Argumentaba una propuesta que se ha ido afianzando, “para
permanecer competitivos hoy en día, nuestro trabajo más importante
es ser el jefe de marketing para una marca llamada Tú Mismo”. Para
diseñar esta marca-personal hay que seguir algunos pasos simples
como “empezar identificando las cualidades y características que te
hacen diferente de tus competidores o de tus compañeros”. Con esto
Peters pone por escrito una idea que hemos introducido antes: el
emprendedor ha de considerarse a sí mismo como una empresa que
entra en lo social para concurrir, tanto con compañeros como con otros
trabajadores, que ahora se perciben como pura competencia a la que
hay que superar. Pese a lo trágico que pueda sonar esta descripción
del medio social y laboral, la ventaja principal que se percibe es que
ahora vivimos en una sociedad puramente meritocrática, en la que
todo el mundo tiene opciones de triunfar. En sus propias palabras, “la
buena noticia es que todo el mundo puede destacar. Todo el mundo
tiene la oportunidad de aprender, mejorar y fortalecer sus habilidades.
Todo el mundo tiene derecho a ser una marca reconocida”.

3
Las industrias culturales han sido especialmente prolíficas a la hora de forzar esta
transformación de sujetos en marcas registradas. Davies (2004) estudia este fenómeno
y desentraña algunos de los mecanismos legales que han permitido que esto ocurra.
Explica cómo en el caso del cantante Robbie Williams la patente sobre su nombre cubre
18 supuestos, entre los que destacan la producción de vídeos musicales, registros sonoros
o calendarios y pósters que contengan ese nombre. En el caso de Britney Spears su registro
cubre hasta la producción de muebles inflables.
4
Una marca llamada tú, http://www.fastcompany.com/28905/brand-called-you.

174
La invasión de los sujetos-marca y otras aberraciones del capitalismo neoliberal

De esta manera vemos prístinamente cómo la noción de meritocracia


y de capital humano se asocian para presentarnos una visión de sociedad
horizontal en la que se puede ascender acumulando y promocionando
los méritos y cualidades personales. Esta noción de meritocracia estaba
a su vez también muy presente en las ideas de Charles Leadbeater,
uno de los principales asesores de Tony Blair y artífice del concepto
de industrias creativas. En su libro, Living on Thin Air, argumentaba
que una economía que está basada en la creatividad y el talento
permite que cualquier persona que descubra cual es su cualidad, su
talento principal, pueda triunfar social y económicamente. Ejemplos
tales como artistas, diseñadores, cocineros televisivos, etc., le servían
para legitimar la idea de una economía basada exclusivamente en tus
cualidades personales.
Más recientemente esta idea de sujeto-marca ha sido retomada
por otro autor que ha popularizado la expresión YO 2.0, es decir,
el sujeto-marca que se mueve en las redes sociales y que forja su
identidad aupándose en el entorno virtual, Dan Schawbel. Este autor
estadounidense centra su trabajo en la idea de la marca personal y
afirma: “La marca personal describe el proceso por el cual individuos y
empresarios se diferencian y destacan entre una multitud, identificando
y expresando su propuesta de valor único, ya sea profesional o
personal, que después promocionan en distintas plataformas, con un
mensaje y una imagen consistentes que les permiten alcanzar una meta
específica. De este modo, los individuos pueden conseguir que se los
reconozca cada vez más como expertos en su terreno, labrarse una
reputación y credibilidad, fomentar su carrera y mejorar la confianza
en sí mismos”(Schawbel, 2011: 22). Siguiendo esta premisa el autor
escribe un libro con recomendaciones, consejos y tácticas para
conseguir desarrollar una marca personal potente. El autor no tiene
inconveniente en asumir que este sujeto-marca es un ser egoísta e
individualista que busca maximizar sus intereses por encima de los de
su comunidad. Como él mismo establece “las marcas personales son
una forma de promoción personal y egoísmo, ¡pero no por eso es algo
negativo!” (Schawbel, 2011: 19).

175
Jaron Rowan

Este sujeto, tan característicamente neoliberal, se debe todo a sí


mismo, es pura meritocracia, y busca por encima de todo el éxito
personal que se traduce a través de la creación de riqueza económica.
El emprendedor es “capitán de su carrera, influye e inspira a los demás
y se gana su respeto. Sus recompensas son relaciones fructíferas,
oportunidades de éxito y, con suerte, compensación económica”
(Schawbel, 2011: 60). Esta transformación del sujeto en marca,
viene acompañada de una instrumentalización intensiva de todas las
relaciones personales, todo encuentro con el otro deviene un acto
mercantil. Schawbel no lo esconde, es más, hasta considera que
las relaciones íntimas son espacios de negociación. Escribe “cada
encuentro romántico que tiene es, con el debido respeto, una propuesta
de venta; desde la primera conversación hasta el momento en que
se confirma la relación, está trabajando para conseguir que la otra
persona piense que está tomando la decisión adecuada” (Schawbel,
2011: 63). Esta instrumentalización del otro es lugar común en libros
de management y manuales para fomentar el emprendizaje, como
deja bien claro Fernando Trias de Bes “un socio es un recurso más,
y como tal debe considerarlo el emprendedor” (Trias de Bes, 2007:
68). Cuando la sociedad es un campo de competición, todo sujeto al
que te enfrentes se pone a tu servicio para triunfar. De esta manera,
vemos que el sujeto-marca opera en el ámbito de lo instrumental, pero
este proceso conlleva a un efecto inesperado, uno se vuelve a su vez
producto, nos los advierte el autor, “más que vender un objeto, se
está vendiendo a sí mismo, el producto es usted” (Schawbel, 2011:
149).
Como cualquier empresa, el sujeto-marca debe aprender a producir
una constelación de signos, elementos visuales, discursos propios y
rasgos identitarios que le diferencien de sus competidores y ayuden a
su identificación. Es entonces cuando se genera un interfaz capaz de
mantener de forma sostenida al sujeto-empresa en la esfera pública.
La marca es la condensación del valor del sujeto-empresa, es el punto
en el que sus activos se exponen al escrutinio de sus posibles clientes
y potenciales competidores.

176
La invasión de los sujetos-marca y otras aberraciones del capitalismo neoliberal

Como bien explica Lury (2004), la marca nunca constituye un


elemento transparente, como cualquier interfaz, comprime una
cantidad variable de elementos heterogéneos y en cada momento
modula la información que proyecta hacia el exterior. A través de
los diferentes elementos que la componen (logotipos, jingles, colores,
olores, sonidos, tipografías, etc.), articula una suerte de espacio de
marca (brandspace) por el que circulan los objetos y mercancías que
tratan de vender las diferentes empresas. El sujeto-empresa también
necesita construirse un espacio dentro del espectro simbólico puesto
que la propia presencia ya es una fuente de valor para su marca.
Si bien ya hay varias voces que han dado la voz de alarma sobre
el inusitado crecimiento y el poder que han acumulado las marcas en
nuestra sociedad, de forma notable Naomi Klein (2011), es necesario
entender también porqué ha tenido tanto calado en nuestras vidas.
Liz Moor explica que “la aplicación constante de estrategias de
branding levanta miedos de homogenización cultural, pero los logos,
los símbolos y la imaginería producida por estas técnicas ya se han
convertido en un importante recurso usado por los individuos a la hora
de construir su identidad laboral “(Moor, 2007: 1), por ello resulta tan
complicado escapar del influjo y seducción de las marcas. Ya nos
pensamos como marcas, seguimos sus mismas lógicas. La producción
de sujetos-marca es la producción intensiva de ciertas subjetividades.
De la subjetividad neoliberal.
El psiquiatra Guillermo Rendueles es una de las personas que ha
lanzado algunos de los ataques más contundentes contra las formas
de subjetividad que afloran gracias a estos procesos. No duda en
afirmar que “los rasgos del emprendedor, del empresario que sale de
la nada son sospechosamente similares a los que señala Deustch en
relación a los estafadores: gusto por el riesgo, rapidez de evaluación
situacional, ambición, seducción, desde de lucro, hipocresía afectiva,
inteligencia emocional…” (Rendueles, 2004: 111). Incidiendo
en esta descripción del perfil subjetivo del emprendedor, el autor
escribe: “la generalización como modelo de salud mental de este

177
Jaron Rowan

paradigma del egoísmo que ensalza al aprovechado ha desacreditado


las viejas virtudes del sacrificio o la generosidad, que han pasado
a considerarse como conductas cercanas al masoquismo que crean
bucles de dependencia. Ahora el individuo normativo es el gorrón”
(Rendueles, 2004: 23). De esta manera se aleja mucho de las visiones
reduccionistas imperantes que elogian y consideran que los atributos
del emprendedor, sólo por serlo, son atributos positivos.
Este gorrón de Rendueles, o free rider que le denominaremos
después, hace uso de sus redes sociales, de sus amistades y de su
entorno inmediato en beneficio propio. Ya hemos leído cómo se
recomendaba desde ciertos manuales. Para el autor esto constituye
un ejemplo claro de la egolatría que predomina en la actualidad y
encaja a la perfección en el contexto de competición neoliberal que ya
hemos descrito con atención anteriormente. En sus propias palabras
“el gorrón-mentiroso es un sagaz maximizador de beneficios que
calcula antes de actuar lo mínimo que debe dar al grupo social a fin
de obtener las mayores ventajas invirtiendo el mínimo esfuerzo. De
este modo, el gorrón se convierte en el paradigma de decisor racional
cuya estrategia cortocircuita la posibilidad de acción altruista. Toda
actuación individual en la que entra en juego el comportamiento
respecto a la colectividad parece enfrentarse entonces a alguna versión
naif del dilema del prisionero ¿es racional actuar cooperativamente y
aportar algo al grupo sin obtener beneficio inmediato y sin saber si
cuando necesito ayuda la recibiré?” (Rendueles, 2004: 107)
Recogiendo la idea de re-invención constante de uno mismo
inherente a la idea de capital humano, y que gente como Peters o
Schawbel ven consustancial al sujeto-marca, Rendueles se lamenta
de que “la postmodernidad nos exige la cansina tarea de estar
eternamente disponibles para el cambio, como si la vida fuese una
perpetua adolescencia” (Rendueles, 2004: 282). La lógica de las
marcas demanda una constante reinvención. Un cambio permanente,
pues si una marca no se adapta a las necesidades del mercado pierde
su valor, la marca se vuelve obsoleta de forma rápida. De la misma

178
La invasión de los sujetos-marca y otras aberraciones del capitalismo neoliberal

forma el sujeto que no acumula nuevo capital humano, que no va a


cursos de formación, a talleres de coaching, seminarios salpicados de
post-its, etc., se verá rápidamente desplazado de un mercado en el que
predomina la novedad, en el que triunfa la inmediatez.5
Pero donde Rendueles observa los efectos dañinos de esta nueva
subjetividad más claramente es en la destrucción de sentimientos
de comunidad, de trabajo en grupo. Escribe: “la lealtad grupal o la
coherencia de valores es mero neuroticismo mientras la pertenencia
a redes sociales laxas, múltiples, intermitentes y marcadas por el
nihilismo se percibe como un signo de salud mental” (Rendueles,
2004: 283). Esta crítica resuena a las lamentaciones del Sennett que
en su conocida obra La Corrosión del Carácter, ya denunciaba la
destrucción de las comunidades de trabajo e identidades colectivas
creadas en torno a la actividad laboral. No obstante, en 1983 el
sociólogo Mark Granovetter popularizó una idea que ha tenido un
importante calado en el imaginario laboral contemporáneo. En su
artículo “The Strength of Weak Ties: A Network Theory Revisited”
defendía que desarrollar lo que él denomina vínculos débiles, es
mucho más fructífero a la hora de encontrar trabajo. Señalaba que
las relaciones sociales esporádicas, las redes sociales abiertas y los
amistades superficiales son medios ideales por los que circula la
información. Los grupos sociales abigarrados o las comunidades muy
cercanas obstaculizan la transmisión de información, ergo, entorpecen
la innovación. De esta manera, Granovetter validó la idea de pensar lo
social como un recurso que hay que saber poner a tu disposición para
enterarte de nuevas vacantes, oportunidades de inversión o ascenso
laboral. Cuando todo el mundo ha devenido recurso, las redes sociales
son el método para acceder a estos otros que se ponen en valor. Son
medios ideales para crear relaciones instrumentales con el otro, con
los otros sujetos-marca.

5
Para una discusión más detallada en torno a la relación entre innovación e inmediatez, ver
Yproductions (2009).

179
Jaron Rowan

Para los emprendedores culturales las redes sociales son las


autopistas por las que circula y se canjea el capital simbólico que
–como bien argumentó Bourdieu– siempre ha sido crucial en el campo
de producción cultural. Ahora el capital simbólico adquiere unos
mecanismos optimizados para su construcción y diseminación, y, por
lo tanto, resulta imprescindible analizar el auge del sujeto-marca para
entender las recientes transformaciones en el campo cultural. Para
ello se puede servir de diferentes herramientas y tecnologías de la
comunicación como los blogs, cuentas de Twitter y de Facebook y
otras redes sociales que permiten construir la identidad digital de la
marca, y, al mismo tiempo, sirven para promocionarse dentro de los
espacios de validación social de la cultura: inauguraciones, saraos,
presentaciones, conferencias, etc. De esta manera, su cuerpo es la
barrera última que distancia a la empresa de sus clientes, el cuerpo
es el interfaz de la marca. Los sitios sociales son el medio ideal para
performar identidades.
Es por esta razón que en ocasiones se hace muy complicado
separar lo público de lo privado, lo íntimo de lo social, la realidad de
lo que se busca proyectar. La necesidad de regular lo que la marca
comunica implica un proceso de regulación, es decir, es necesario
hacer un trabajo constante de evaluación en torno a qué emociones
se exteriorizan y cuáles no, qué ideas se pueden formular en público
y cuáles no, qué comportamientos son deseables y cuáles no. En este
sentido, la marca puede terminar siendo un estrecho contenedor y
un límite al desarrollo de la subjetividad, y, en última instancia, el
autocontrol se transforma en paranoia. Un tweet demasiado mordaz,
un comentario desafortunado, una emoción mal calculada, pueden
hacer que la marca se resienta.
Es necesario entender esta producción de sujetos marca dentro de la
economía de la atención (Davenport y Beck, 2001), donde prevalece
la necesidad de estar siempre fuera, en lo público. El valor de la marca
depende de su capacidad de copar la esfera pública, de hacerse notar
y ser imprescindible dentro de la imaginería social. No hay nada peor

180
La invasión de los sujetos-marca y otras aberraciones del capitalismo neoliberal

para la marca que caer en el olvido, dejar de contar, dejar de estar en


los sitios en los que es necesario estar, dejar de alternar con las marcas
de las que puedes captar valor simbólico, perder tu espacio en las
instituciones que validan el campo. En este sentido la producción de
marca requiere un trabajo constante y arduo que puede ir en detrimento
de otras tareas que también requieren tiempo y energía. Puede que esta
sea la razón por la que la precariedad afectiva esté tan enquistada en la
producción cultural. Como bien indica Virno en su texto seminal, en
las industrias culturales es más fácil que afloren el miedo, el cinismo
o el oportunismo, a otros estados emocionales. El estrés, la ansiedad
o la fatiga por sobreexposición están a la orden del día. El tiempo que
se dedica a cuidar el personaje público es tiempo que no se dedica
a cuidar otros aspectos de la existencia. Franco Berardi “Bifo” ha
insistido de forma reiterada que la energía libidinosa que se invierte
en construir una marca seductora es energía que no se deposita en la
producción de otro tipo de afectos. La energía dedicada a producir el
espacio y valor simbólico va en detrimento de otras formas de entender
lo social en el que la hospitalidad y los cuidados predominan sobre
la legitimación y la individualidad. La marca culmina el proceso de
individualización del sujeto, define de forma clara los contornos de la
empresa y su área de influencia. Cuanto mayor sea tu brandscape más
capacidad tendrás de afectar a los demás. Cuanto más prevalente sea
tu presencia, más fácil acceder a espacios de remuneración, más fácil
conseguir trabajos y proyectos.
Teniendo en cuenta que en el sector cultural prevalece la economía
de la atención, la necesidad de estar siempre presente es sumamente
importante. Es en este contexto en el que podemos entender la
emergencia de la figura del comisario/a estrella, cuya marca está
por encima de los contenidos que propone y que se mueve entre
instituciones a las que legitima con su rúbrica. Vemos la importancia
del artista freelance que se dedica de forma constante a producir su
marca y que trabaja para definir su espacio simbólico en la esfera
artística. El sujeto-empresa conferenciante es invitado a dar más

181
Jaron Rowan

charlas si logra mantener su presencia pública de forma constante


en el circuito jornadas, mesas redondas, presentaciones etc. Se
produce, así, la empresa opinadora que tiene algo que decir en todos
los debates, su carta de presentación: opinólogo profesional. La
producción de contenidos acontece a nivel de la marca, lo importante
es la autolegitimazión como elemento indispensable, los contenidos
dejan de ser importantes: la comunicación es ya producción. Los
beneficios se generan a través de charlas, talleres, conferencias y
gracias a la participación en eventos públicos, es una economía de lo
virtuoso, pura reproducción. De esta forma se exacerba la competición
entre empresas. Es necesario significarse de forma clara y diferenciar
bien tu nicho. Esta competición se realiza dentro de un ambiente de
camaradería y aparente familiaridad que tan sólo en algunas ocasiones
deja traslucir las tensiones y fuerzas sobre las que se sostiene.
Utilizando la linterna bourdiana, vemos que luchas de egos, disputas
por captura y capitalización de ciertos discursos y conocimientos,
desacuerdos en torno a quién ha introducido y quién no una idea
al circuito acontecen entre bambalinas. Los “espíritus animales”
de Keynes nunca han dejado de estar presentes. Efectivamente son
estas pequeñas crisis, este tipo de problemáticas las que nos ofrecen
atisbos de aquellos aspectos que los sujetos-empresa no quieren
dejar que se cuelen por las rendijas de su marca. Esta concurrencia
entre empresas, esta lucha neoliberal por ocupar nichos de mercado
utilizando tu cuerpo como dispositivo productivo va en detrimento de
la construcción de comunidades. Los procesos de individualización
extrema que promueve el mercado conducen irremediablemente a la
destrucción de un tejido cultural común.
La marca concibe este común como el lugar del que extrae ideas,
nuevas imágenes, nuevas identidades, nuevos conceptos a los que
asociarse, nuevo conocimiento que explotar. Como bien nos indica
Adam Arvidsson, la ambivalencia de la marca reside en que los
consumidores pueden consumir objetos de forma productiva, usan
estos bienes para “construir relaciones sociales, compartir emociones,

182
La invasión de los sujetos-marca y otras aberraciones del capitalismo neoliberal

crear formas de identidad o de comunidad” (Arvidsson, 2006: 18). En


este sentido, el “consumo es un acto central en la construcción de
las comunidades” (Arvidsson, 2006: 19), pero es en este momento
en el que las marcas empiezan a asociar la identidad o los valores
de estas comunidades consigo mismas. Una marca de zapatillas
usadas por comunidades de skaters se benefician de esta comunidad,
incorporando el capital simbólico de esta comunidad como valor de
marca. Los skaters usan los zapatos para reforzar su identidad mientras
que la marca absorbe el valor del colectivo que la consume. Es de
esta manera que “las marcas subsumen el valor del trabajo inmaterial
invertido en la creación de estos comunes. De esta manera, el valor
de la marca reside en su capacidad de apropiarse de la identificación
y vinculación con estos comunes” (Arvidsson, 2006: 88). Hemos de
entender las marcas como mecanismos de apropiación, al capturar el
valor de las comunidades en las que se insertan.
Gran parte de los libros y manuales de gestión de marcas inciden
sobre cómo capturar el valor generado por los grupos sociales con los
que se relacionan estas marcas, de cómo “la vida puede transformarse
en una fuente directa de riqueza” (Arvidsson, 2006: 94). A través de
la captura de las experiencias de sus consumidores, de sus valores
éticos y morales, de las identidades y de los imaginarios creados,
las marcas van mutando, van produciendo valor y van alargando su
existencia. La marca devuelve a la sociedad lo que esta misma ya ha
creado, pero lo devuelve en forma de productos cerrados, en objetos
políticamente pulidos, en versiones aguadas y digeribles de la idea
original.
El sujeto-marca opera de la misma manera, se inserta en las
comunidades para capturar y hacerse con su valor. Para volverse
portavoz verdadero de la complejidad social. Instrumentaliza sus
relaciones para sacar el máximo provecho. Para expoliar cual free
rider el procomún. El emprendedor se individualiza para poder así
explotar en exclusiva la riqueza generada de forma colectiva, la marca
es el mecanismo por el que se captura y valoriza esta riqueza social.

183
Jaron Rowan

Prácticas de base comunitaria

Es en este contexto de competición entre sujetos-empresa,


privatización de lo común y prevalencia de los intereses económicos
sobre los culturales que re-emerge un interés por modelos diferentes
de producción y de vida. Por formas de emprendizaje que produzcan
más común y no lo destruyan.7 Arvidsson recoge un concepto que
hace tiempo se gesta en los movimientos sociales: la empresa política.
Define el emprendizaje político como “la manera de acumular
beneficios o superávit, no a través de la explotación del trabajo
material, sino a través de la explotación de comunidades, afecto y
flujos comunicativos” (Arvidsson, 2006: 89). Crear riqueza desde
la comunidades para revertirla sobre las mismas. Sólo haciéndonos
cargo de este contexto podemos entender el renovado vigor con el
que aparece en la escena el procomún, es decir, modelos de gestión
comunales de recursos. Los sistemas de intercambio P2P que, además
de ser extremadamente efectivos, introducen lógicas provenientes
de la “economía del don” (Mauss, 2010), proyectos de producción
colectiva de conocimiento como puede ser la Wikipedia, espacios
de gestión colectiva del acervo cultural como pueden ser archive.
org o Project Gutenberg o la proliferación de licencias libres han
contribuido a repensar las bases mismas de la producción cultural.
Si bien estas iniciativas son minoritarias, las podemos leer como
síntoma de un malestar que se está generalizando con los modelos
productivos que hasta ahora han predominado en las industrias
culturales y creativas. Por su parte, las administraciones siguen
proponiendo marcos regulatorios y políticas miopes que defienden
los intereses de los grandes grupos cuyos modelos de producción
están en entredicho económicamente y faltos de legitimización social.
La polémica y denostada “Ley Sinde-Wert” en el Estado español,
el ACTA o la SOPA impulsados por EE.UU, nacen auspiciadas por
los grandes lobbies financiados por las industrias culturales que a

7
Sobre la noción de vida en común; ver Garcés 2013.

184
La invasión de los sujetos-marca y otras aberraciones del capitalismo neoliberal

través de este tipo de iniciativas legisltativas intentan mantener su


status quo.8 Estas políticas-parche inciden en defender modelos de
producción privativa, en las que se acumulan los beneficios en los
pináculos de las cadenas productivas, en lugar de pensar en modelos de
producción de riqueza más distributivos como los que se han dado en
el ámbito del denominado “software libre”. Esta realidad, es decir, la
producción colectiva de software cuyo código es accesible y editable,
pero que además permite su redistribución y venta con ánimo de lucro,
ha puesto en jaque muchas de las formas de entender la producción
que se habían impuesto hasta el momento. Teniendo en cuenta que
por sus condiciones resulta mucho más efectivo e innovador, y que
debido a su versatilidad y robustez ya está presente en un 60% de los
servidores sobre los que funciona Internet, el software libre ha abierto
las puertas a pensar en modelos no privativos de producción cultural
en el que se dan beneficios a muchas escalas y en diferentes puntos de
la cadena de valor.9
No obstante, pese a que numerosos autores entre los que podemos
destacar a Lawrence Lessig (2005, 2008) o Yochai Benkler (2007),
hablen de la importancia de la cultura libre como respuesta a
la saturación y los desequilibrios generados por los mercados
tradicionales, aún estamos lejos de poder experimentar en el ámbito
de la producción cultural un fenómeno tan exitoso como ha sido
el software libre en el campo de la informática. Sin duda estamos
siendo testigos de nuevos modelos de producción híbridos, proyectos
empresariales en los que se busca trabajar desde las comunidades
y no a expensas de ellas, pero en términos de mercado, toda esta
producción y estos movimientos aún tienen un papel marginal. El
trabajo de Elinor Ostrom en torno a la viabilidad del procomún,
merecedor del Premio Nobel de Economía, ha contribuido a incentivar
la aplicación de esta lógica en el ámbito cultural. Por otra parte, la
extenuación que supone tener que comportarse como una marca, las

8
Para un debate más elaborado sobre este tema, ver Levi, 2012.
9
Con esto no quiero argumentar que dentro del entorno del software libre no puedan
producirse también desigualdades ya sea económicas o como formas de discriminación
por género, raza, etc. como bien ha explorado Fuster (2011). Más información sobre este
asunto http://wiki.digital-commons.net/Gender
185
Jaron Rowan

elevadas tasas de precariedad que impera en el sector o la constatación


de que los mercados culturales hasta ahora hegemónicos viven a costa
del trabajo apenas remunerado de gran parte de agentes facilitan la
incorporación de estas nuevas formas de entender la empresarialidad
en el sector cultural. Estos descontentos han facilitado la introducción
de licencias Creative Commons y explican su rápida proliferación.
Aun así, aun faltan mecanismos que permitan realizar esta transición.
Fuentes de financiación alternativas, cambios en los modelos de
propiedad intelectual, instituciones que velen por los intereses de la
comunidades, etc., son elementos infraestructurales que aún han de
llegar.
La subjetividad-marca, como modo de vida es insostenible. Padece
del mismo problema que afecta la economía capitalista actual, explota
recursos sin miramientos con el fin de moverse en busca de nuevos
yacimientos cuando ya no queda nada que explotar. Las comunidades
en las que operan los sujetos-marca se perciben de forma instrumental.
Es por ello que empezamos a ver los primeros movimientos en contra
de esta perversa forma de actuación. Si bien en la década de los noventa
apenas nadie se oponía o resistía a los planes de emprendizaje, ahora
vemos infinidad de proyectos y colectivos que buscan redefinir su
forma de funcionar para poner en el centro a la comunidad. Colectivos
que denuncian procesos de gentrificación derivados de la presencia de
empresas de carácter cultural, grupos que combaten la expansión sin
parangón de la propiedad intelectual, movimientos de cultura de base
que rechazan las formas de funcionar impuestas por las agencias e
instituciones que promueven el emprendizaje cultural. Tenemos que
buscar en estos movimientos de protesta atisbos de nuevas formas
de operar. De nuevas formas de poner en relación la economía y la
cultura.
Concluyendo, frente a la crisis que ha provocado la falta de
legitimización pública de la producción cultural (que se ha traducido
en recortes y la progresiva cesión de competencias públicas a la
gestión privada), a la ineficacia para producir rentas distribuidas

186
La invasión de los sujetos-marca y otras aberraciones del capitalismo neoliberal

y modelos sostenibles por parte de las industrias culturales y, por


último, frente a los cambios en las formas de consumo y acceso a
la cultura que ha propiciado el advenimiento de las tecnologías
digitales, nos encontramos en un momento de total incertidumbre
en lo que al futuro de la producción cultural se refiere. Buscando
escapar a los procesos de privatización de los saberes colectivos y en
un intento por escapar de la tiranía inherente a las formas de trabajo
derivadas del devenir empresa, vemos que aparece un nuevo mapa
de prácticas y formas de entender la producción cultural que distan
mucho de los cánones marcados por las industrias creativas. Lejos de
la egolatría que define al sujeto-marca, se abre un interés por repensar
comunidades (virtuales, afectivas, de cooperación) que puedan dar
pie al desarrollo de otros modelos de subjetividad. En este campo de
tensiones que se abre entre lo público y lo privado emergen modelos
de trabajo que podrían ofrecer alternativas a las formas imperantes
de entender la producción cultural. Sin duda estamos en el mejor
momento para explorarlas y alumbrar estas formas no tan solo de
producir, sino también de ser. De ser en común.

187
Jaron Rowan

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189
¡La gestión os hará deseables!
Notas sobre el gobierno de las migraciones
internacionales

Mary Luz Estupiñán Serrano

No hay lugar para el temor ni para la esperanza, sólo cabe buscar nuevas armas.
Gilles Deleuze

Hoy más que nunca las migraciones internacionales son un


terreno en disputa. De ahí que las políticas migratorias impulsadas
especialmente por los países industrializados en las últimas décadas,
están siendo moduladas y contorneadas desde los dispositivos de
seguridad y control, dispositivos que en rigor son caras de una misma
moneda, aquella que ha puesto la gestión en el centro de la articulación
societal. Pero la gestión no es más que otra forma de control, ahora
indirecta. No significa ello que el control basado en la restricción y la
prohibición del ingreso de extranjeros a ciertos estados –principios que
caracterizaron las políticas migratorias a partir de su giro restrictivo
de los años 70–, hayan dejado de operar. De hecho, la creación de
centros de internamiento (CIEs) –medida que se ha popularizado
entre los países de la Comunidad Europea en los últimos dos lustros–,
coexiste con los dispositivos de control “al aire libre” que predican
la evaporación de las fronteras. Aquí la biometría, el escaneo del
rostro, la identificación del iris de los ojos, los bancos de datos, son
las expresiones por excelencia de este nuevo tipo de control que se

191
Mary Luz Estupiñán Serrano

anuncia como gestión. Este cambio, diría Deleuze, “no es solamente


una evolución tecnológica, es una profunda mutación del capitalismo”
(1990: 283), el que ahora opera centrado en la venta de servicios, y
aquí centrado no quiere decir que formas anteriores de producción
y trabajo hayan desaparecido, sino que son rearticuladas desde el
postfordismo contemporáneo. De ahí la conjunción de soberanía,
disciplina y seguridad que definen el gobierno del presente. Es en este
escenario que la migración internacional ha sido identificada como
una problemática a ser intervenida y gestionada. De manera que estas
líneas deseamos dedicarlas a la revisión de las ideas y principios que
sustentan el programa de gestión migratoria a nivel internacional y
entrever las repercusiones para las políticas regionales.
Tal como afirman Peter Miller y Nikolas Rose en Governing the
Present (2012), la gubernamentalidad neoliberal se caracteriza por la
búsqueda incesante de espacios para la extensión de las racionalidades
y tecnologías del mercado a zonas anteriormente exentas de ellas. Así,
una vez gubernamentalizadas la educación, la salud, las pensiones, el
riesgo y el saber, el foco se ha trasladado a los recursos naturales, el
cambio climático, las migraciones, entre otros. Ello ha sido posible
gracias a la introducción, en el sector público, de procedimientos y
dinámicas de la empresa privada. Esta articulación público-privada,
a nivel administrativo, es promovida desde fines de los años 70 e
inicios de los 80 bajo la etiqueta de la Nueva Gestión Pública, NGP
(New Public Management). Aquí el management o gestión ocupa un
lugar central no sólo porque hace posible el cultivo de un espíritu
empresarial, innovador y competitivo, condición sine qua non
para lograr el éxito prometido, sino que es, por excelencia, una de
las expresiones del arte gubernamental de los días que corren. En
otras palabras, la gestión es una forma y, a la vez, un dispositivo
de gobierno. Sin embargo, éste no es un invento reciente; la gestión
ha sido históricamente un mecanismo de administración del sector
privado. Recordemos que sus primeros usos tuvieron lugar en el
seno de las compañías decimonónicas y que luego fueron adoptados

192
¡La gestión os hará deseables!

al interior de las fábricas de las primeras décadas del siglo XX. En


los años 20, el management invocó por primera vez un carácter
científico inspirado en el modo de producción taylorista, lo cual dio
lugar a un campo de estudios ahora denominado clásico y que, como
tal, fue respondiendo y adecuándose a las contingencias históricas
y políticas. De suerte que una vez desmanteladas las fábricas de
Taylor y Ford, se instala la empresa como forma de producción y de
organización privada dominante en la que la gestión se convierte en
la columna vertebral de dicho engranaje. En el marco de la NGP esta
forma de administración privada cobra mayor relevancia y es puesta
en el centro del funcionamiento, ora organizacional, ora personal.
La novedad radica en que pretende hacer funcionar todas las esferas
(pública, privada, global, local) a nivel social e individual según los
valores y criterios de la empresa privada.
En el sector público, la gestión entró a reemplazar la noción de
administración, de modo tal que en países como Chile ya se usan
indistintamente. La gestión es, así, el término bisagra que permite
referir una “nueva forma de gobernar”; la vía que conducirá al
“buen gobierno” a escala internacional o, para decirlo en el código
lingüístico de los Organismos Internacionales, la vía que conducirá
a la “gobernanza global”. Independiente de cómo hayan sido las vías
de incorporación –sea invocando necesidades de modernización de
las administraciones públicas, sea siguiendo recomendaciones de la
OCDE, sea incorporándosela a cuenta gotas o de forma desestructurada
y en ocasiones hasta enmascarada por los gobiernos de turno–, lo
cierto es que en nuestros días el término es de uso cotidiano y en
múltiples escalas. Es común no sólo invocar la gestión de instituciones
(universidades, escuelas, hospitales), de bienes antaño inmateriales
(cultura, patrimonio) y de sujetos (capital humano, migrantes),
sino también validar y hasta exigir las vías de control, seguimiento
(auditoria) y evaluación (acreditación) estatales y “ciudadanas”. No
obstante, se sea consciente o no de ello, la gestión implica un modo de
pensar y de actuar específico, puesto que obedece a una racionalidad

193
Mary Luz Estupiñán Serrano

administrativa distinta, cuya institución referencial por antonomasia es


la empresa privada y su gramática está regida por el ethos empresarial.
Esta racionalidad y este ethos es lo que tenemos a la orden del día
en niveles tanto micro como macro, así se gestionan consorcios,
multinacionales, supermercados, tiendas de barrio, museos, teatros,
municipalidades, pero también seres humanos. Y no nos referimos
únicamente a la gestión del departamento de recursos humanos, sino
a la gestión de contingentes de sujetos cuyas características han
devenido cuantificables, calculables y administrables: estudiantes,
profesionales, trabajadores calificados, mano de obra “barata”, etc.
En el terreno de las migraciones internacionales, la incorporación
de este dispositivo es especificado como Migration Management o
lanzado más concretamente como: “Nuevo Régimen de Gestión
Migratoria Internacional para la gobernanza global”. Éste es un enfoque
diseñado y promovido por los países metropolitamos, en especial
de Europa Central y Estados Unidos, junto con los Organismos y
Agencias Internacionales para contener y desincentivar la migración
del Sur Global, por un lado, y, de darse, rentabilizar su movilidad, por
otro.
En los apartados siguientes presentaremos algunas consideraciones
generales sobre la introducción de la gestión en el sector público
para, seguidamente, indicar su incorporación en el terreno de
las migraciones internacionales y así señalar algunas políticas e
iniciativas paradigmáticas que han surgido dentro de este marco en la
Comunidad Europea. Insistimos en que este enfoque persigue no sólo
la contención de la migración en sus lugares de “origen” (en especial
del Sur Global), sino que además busca rentabilizar la acción misma
de migrar; estrategia que comparte algunas características con el
dispositivo del capital humano, naturalizado ya en el medio académico.
La paradoja aquí resultante no es una anomalía, es la forma en que
opera el gobierno de la libertad en la contemporaneidad. En otras
palabras, es la forma que permite la modulación de las subjetividades,
mediante la apelación del consentimiento, y en la que la codificación
del discurso de la globalización es coadyuvante.

194
¡La gestión os hará deseables!

II

La idea de gestión como forma de administrar las instituciones


públicas toma fuerza en los programas académicos en Administración
Pública de Estados Unidos e Inglaterra hacia finales de los años 70 y se
consolida a lo largo de la década siguiente. Ésta pronto sería adoptada
por los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (OCDE) y diseminada por el resto del mundo gracias
a los programas y recomendaciones de organismos internacionales
neoliberales tales como OMC, BM, FMI, BID, PNUD (Prats i Catalá,
1995). Esto ocurre porque una vez los economistas de la Escuela
de Friburgo (Alemania) y la Escuela de Chicago (Estados Unidos)
establecen el programa neoliberal, requieren el apoyo de sus colegas
de las áreas de administración y negocios1 para materializar el nuevo
rol del Estado, cuya otrora centralidad debía ser cedida al mercado.
Éstos ponen entonces en el centro la técnica de la gestión en aras del
“buen gobierno”.2 En dichas áreas ya se venían realizando ajustes
y propuestas para aplicar al sector público prácticas empresariales
que permitieran reducir el tamaño del Estado, maximizar beneficios,
flexibilizar estructuras y dar vía libre a la competencia. Criterios que
están en claro correlato con las ideas neoliberales radicales. De esta
manera surgió la NGP que, pese a la imprecisión en su definición
(estrategia por lo demás común y no gratuita en la formulación de
terminología de esta racionalidad) y a la diversidad de técnicas3 que
emplea, es una tecnología de poder que tiene una meta clara:

1
Al respecto ver: Dingweth, Klaus y Pattberg, Philipp, 2006.
2
La primera crítica al interior de los estudios de gestión, apareció en 1992 con una publicación
editada por Alvesson y Willmott, denominada justamente Critical Management
Studies. Los trabajos críticos fueron teniendo cada vez más adeptos y se formó un grupo
denominado Critical Management Studies, principalmente con colaboradores británicos.
En la misma década de los noventa, esta línea de pensamiento fue desbordándose del marco
empresarial y se va introduciendo en las ciencias sociales, ya no utilizando el conocimiento
de estas áreas para ejecutar sus programas sino que la lógica de la gestión se instaló en el
centro a partir del cual se generan conocimientos. De esta manera, tanto sus dinámicas
como su jerga han permeado la vida cotidiana de los sujetos y su crítica aun está en curso.
Al respecto ver: Grey y Willmott, 2005; Geiger y Pécoud, 2012.
3
Según Gernod Gruening el NPM ha sido inspirado en las siguientes perspectivas
teóricas: “public-choice theory, management theory, classical public administration,
neoclassical public administration, policy analysis, principal-agent theory, property-
rights theory, the neo-austrian school, transaction-cost economics, and NPA [New Public
Administration] and its following approaches” (2001: 17). Lo cierto es que es un campo de
producción de saber aún en disputa que no alcanza a ser una ciencia ni un paradigma, pero
sí un modelo de administración basado en las dinámicas de la empresa privada.

195
Mary Luz Estupiñán Serrano

Modificar la administración pública de tal manera que aún no sea una


empresa, pero que se vuelva más empresarial. La administración pública,
como prestadora de servicios para los ciudadanos, no podrá librarse de
la responsabilidad de prestar servicios eficientes y efectivos dentro de
la economía, sin embargo, tampoco mostrará una orientación hacia la
generación de utilidades, como es la obligación indispensable de una
empresa que quiere mantenerse competitiva dentro del mercado (Schröder,
s.f.: 8).

Desde este marco, las instituciones estatales son asumidas como


si fueran empresas que deben competir con el sector privado en la
prestación de los servicios que los clientes demanden. Éstas deben
ser eficientes en el gasto público, y efectivas en la rentabilización
de utilidades. La gestión aquí “no se presenta como un mero
añadido tecnocrático al orden tradicional de la legitimidad legal de
las Administraciones, sino como portador de un propio factor de
legitimidad, representado por los valores de eficacia y eficiencia”
(Prats i Catalá, 1995: 1). Estos son los valores centrales de esta segunda
generación de reformas que “han dejado de ser una mera invocación
retórica justificativa del poder tecnocrático para configurarse como
verdaderos valores proclamados constitucionalmente y exigidos
socialmente como condición de legitimidad” (Prats i Catalá, 1995:
1). Habría que hacer un estudio exhaustivo para recoger experiencias
de diversos lugares, pero una revisión a la bibliográfica secundaria
permite afirmar que esta legitimidad se ha alcanzado prácticamente a
escala planetaria.
Sólo para ilustrar, la cita de Peter Schröder pertenece a un
documento elaborado para la Oficina Regional América Latina de la
Fundación Friedrich Nauman. Asimismo, el Centro Latinoamericano
de Administración para el Desarrollo (CLAD) ha sido un actor clave
para la divulgación y diseminación de estas ideas en el subcontinente.
De igual forma, autoridades relevantes en la materia como el francés
Michel Crozier y el catalán Joan Prats i Catalá fueron, en vida,
asiduos asesores de programas de modernización estatal tanto en
Centro como en Sudamérica. Y es que la gestión porta la promesa del

196
¡La gestión os hará deseables!

éxito, ella haría posible administrar de la “mejor” manera los recursos


disponibles (materiales humanos, financieros, técnicos, etc.), en todas
las escalas (individual, comunitario, organizacional) y para todos los
servicios (educación, salud, pensiones, ocio, cultura).

III

Ahora bien ¿cómo ingresa este concepto al terreno de las


migraciones? En primer lugar, la etiqueta bajo la cual aparece es, como
ya mencioné, Migration Management. Aquí el rol de los expertos ha
sido central. Bimal Ghosh4 (2012), uno de los ideólogos, deja constancia
de que fue entre 1993 y 1994, a pedido de un organismo de la ONU
(Comisión en Gobernanza Global, CGG, 1995), que él introduce el
concepto. Pese a que no era una propuesta del todo novedosa, en vista
de que el término ya circulaba en la literatura migratoria desde fines
de los años 80, aunque sin mayor aceptación, su trabajo consistió en
esquematizarlo e impulsarlo como enfoque global. Posteriormente, la
propuesta base de la CGG fue empleada en otra instancia de la ONU y
financiada en conjunto con los gobiernos de Alemania, Suiza y Suecia.
Se trata del Nuevo Régimen Internacional para el flujo ordenado de
personas (NIROMP, por sus siglas en inglés), coordinado por el
mismo Ghosh en 1997. El argumento fundamental que soportan estas
iniciativas es que después del fin de la Guerra Fría, la migración es
un factor que puede desencadenar crisis, por tanto “un régimen de
leyes y normas globales e integrales es requerido para direccionar
exitosamente el fenómeno, en la misma vía en que los regímenes de
Bretton Woods y el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y
Comercio (GATT) [actual OMC] han aumentado la gobernanza de
las finanzas y el comercio internacional” (Geiger y Pécoud, 2010:
2). Tal como el mismo Ghosh (2012) lo reconoce, la migración es un
tema sensible puesto que la diferencia que presenta en relación a los

4
Bimal Ghosh es un experto en administración pública, desarrollo y cooperación
internacional. Ha sido asesor, director y coordinador de programas de desarrollo de las
Naciones Unidas, de la OIT y de la OIM; miembro ACNUR del grupo intergubernamental
de expertos sobre los derechos humanos de los migrantes y promotor del Programa sobre
Integración de Refugiados y Desarrollo de esta misma entidad. Coordinador Científico de la
Conferencia Ministerial de África Occidental en migración y desarrollo (Dakar, 2000).

197
Mary Luz Estupiñán Serrano

intercambios de bienes, de servicios y de capital es que ésta involucra


movimientos de personas, cuyas salidas, tránsitos y entradas hay que
regular. De ahí que el aparente reemplazo del control por la gestión,
junto con las medidas propuestas para asegurar la gobernanza de este
espinoso tema, produjeron en un inicio mucho ruido e incomodidad
entre algunos estados miembros de la ONU, que se oponían a que
tal enfoque fuera incorporado en dicho sistema, pues los Estados
industrializados se resistían (y se resisten aún) a abandonar el poder
soberano de decidir y de ejercer el control sobre quién, cómo y por
cuánto tiempo ingresará a su territorio. Con todo, gracias al trabajo
de los llamados expertos, el MM se fue incorporando en instancias
como los Procesos Consultivos Regionales (PCR)5 y poco a poco
devino en el marco desde el cual se establecen convenios bilaterales
o multilaterales en el tema migratorio. Así mismo, también es el
marco desde el cual se desarrollan los programas de otros organismos
internacionales que han incorporado el tema migratorio a sus agendas
de trabajo, o que han incursionado en este terreno prestando sus
servicios de asesoría y experticia. Tales son los casos de la OIT,
ACNUR y PNUD. Sin embargo, son sin duda los atentados del 11
de septiembre de 2001, los que gatillan o favorecen su incorporación
dosificada en varias de estas instancias.
De manera que, a juicio de Ghosh, el MM es un marco tecnocrático
que busca “hacer los movimientos de personas más ordenados y
predecibles, así como productivos y humanos, basado en el acuerdo y
la reciprocidad de intereses de todos los actores involucrados” (2012:
26). Para alcanzar estos objetivos, el MM plantea ver la movilidad desde

5
Los PCR fueron recomendados en el plan de acción de la Conferencia del Cairo, cuyo
referente es el Proceso de Budapest. Éstos surgen como foros informales y no vinculantes para
la consulta y el intercambio de las mejores prácticas entre los diversos actores encargados
de las políticas migratorias de los Estados miembros. Existen once PCRs, que cubren cinco
regiones, a saber: I. Europa y ex Unión soviética: Proceso de Budapest (1991); Proceso
de Praga (2009). II. Las Américas y el Caribe: Proceso de Puebla (1996); Conferencia
Sudamericana de Migraciones (CSM, 2000). III. Mediterráneo Occidental: Migration in
the Western Mediterranean (Diálogo 5+5, 2002); Mediterranean Transit Migration (MTM,
2003). IV. África: Intergovernmental Authority on Development (IGAD-RCP, 2008);
Migration Dialogue for Southern Africa (MIDSA, 2000); Migration Dialogue for West
Africa (MIDWA, 2001). V. Asia, Oceanía y Medio Oriente: Diálogo de Abu Dhabi (2008);
Ministerial Consultation on Overseas Employment and Contractual Labour for Countries of
Origin in Asia (Proceso de Colombo, 2003).

198
¡La gestión os hará deseables!

un enfoque comprensivo; vale decir, considerar e incorporar todas las


formas de flujo migratorio, a saber: “migración laboral, reunificación
familiar, solicitantes de asilo y otros flujos humanitarios, para evitar
el exceso de presión sobre un canal y su atasco como resultado del
desvío de los flujos desde otro canal o canales de entrada” (Ghosh,
2012: 27). Este enfoque debe ser complementado con otro que aborde
la migración de manera integral. En otras palabras, que establezca
una red de relaciones con el desarrollo, la diáspora, la seguridad, el
riesgo, la salud, etc. El dispositivo que haría posible todo lo anterior
es la gestión, ya no el control en su forma disciplinar. En este sentido,
el MM se plantea como una política mixta, resultado de la relación
entre aperturas reguladas basadas en las necesidades del mercado
y las restricciones moderadas, pues lo que se quiere restringir es la
migración indeseada, dado que se argumenta que a menor migración
irregular, mayor posibilidades para la migración legal. En este punto,
es crucial la cooperación entre estados, cuyos pilares, según su
ideólogo, deben ser: 1) armonización de las políticas e intereses entre
los países involucrados en la migración (origen, tránsito y destino);
2) un nuevo marco internacional de acuerdos sobre la movilidad y la
migración; y 3) vinculación de otros actores a quienes se les otorga un
papel importante en la elaboración de políticas. Éstos últimos dicen
relación con organismos intergubernamentales, ONGs, empresas
privadas y paneles de expertos.
En síntesis, siguiendo los planteamientos de Martin Geiger y
Antoine Pécoud (2010) en The Politics of International Migration
Management. Migration, Minorites and Citizenship (La política de
gestión migratoria internacional. Migración, minorías y ciudadanía)
podemos decir que el MM involucra por lo menos tres aspectos claves;
a saber: 1) actores (especialmente IOs) que movilizan la noción para
“justificar sus crecientes intervenciones en el campo de la migración”
(2010: 1); 2) prácticas promocionadas por los mismos actores que
vehiculizan la noción; y 3) discursos o narrativas que buscan definir
la migración para luego sugerir cómo debería ser direccionada.

199
Mary Luz Estupiñán Serrano

Estos elementos están conectados, aunque parcialmente y de manera


compleja. Es decir, mientras los actores crean discursos para
“justificar su existencia y legitimar sus prácticas”, las intervenciones
y actividades que ponen en escena se distancian sustantivamente de
lo que proponen, con lo cual se busca beneficiar intereses particulares
y modos específicos de ejercer el poder (Geiger y Pécoud, 2010,
2012). Es este conjunto de mentalidades y tecnologías al que Michel
Foucault (2007) refería como gubernamentalidad. Lo que ello busca
no es otra cosa que el gobierno de las poblaciones, en este caso, de
poblaciones migrantes, entendiendo por gobierno la conducción de la
conducta o comportamiento de los otros.
Nótese hasta aquí que al incluir todas las formas de movilidad,
este enfoque instala serios peligros epistemológicos de los cuales
no nos haremos cargo en este espacio, puesto que excede nuestro
propósito inicial. Lo que sí señalaremos es que en tanto dispositivo
de poder, el MM permite, por un lado, aplanar las diferencias y
esconder las relaciones de poder que cruzan a las migraciones
(raza, género, etnia, origen, norte, sur) y, por otro, trasladar a los
sujetos migrantes la responsabilidad de los problemas estructurales
irresueltos por sus Estados de origen. En esta misma línea, al hacer,
por ejemplo, prácticamente intercambiables refugio y migración
económica, así como migración legal e irregular las violaciones
a los derechos elementales se hacen inminentes. Lo que el MM ha
logrado, en últimas, es mapear todos los elementos relacionados
con el terreno de las migraciones para hacerlas gobernables, hecho
que ha posibilitado la proliferación de una serie de programas y
favorecido el fortalecimiento o la creación de organismos tales como
la Organización Internacional para la Migraciones (OIM, 1951), el
International Centre for Migration Policy Development (ICMPD,
1993); la Agencia Europea para la Gestión de la Cooperación Operativa
en las Fronteras Exteriores de los Estados miembros de la Unión
(FRONTEX, 2004) y el Sistema Europeo de Vigilancia de Fronteras
(EUROSUR, 2008), los cuales prestan sus servicios a los gobiernos

200
¡La gestión os hará deseables!

europeos. Estos organismos, a su vez, responden a estas lógicas de


mercado gracias a que ya son moneda corriente, especialmente en los
países industrializados, los procedimientos de externalización de las
funciones estatales que la primera generación de reformas buscó a
través de la descentralización y la autonomización de dependencias.
Mención especial merece la OIM, pues ha sido una de las
instituciones baluartes de este enfoque. Desde 1989 adoptó el
carácter de agencia intergubernamental a nivel internacional y poco
a poco fue redefiniendo sus funciones para estar en correlato con
las transformaciones de la gubernamentalidad neoliberal; de ahí
que a fines de los años noventa incorpore, en la base de su trabajo,
los lineamientos del proyecto del NIROMP. Para ello contó con el
asesoramiento del mismo experto que lo diseñó: Bimal Ghosh. La
OIM ya era una asidua participante de los Foros y Conferencias sobre
Población y Desarrollo en los que pretendía instalar el tema migratorio
en las agendas internacionales (Georgi, 2010). De manera que los
presupuestos y definiciones del MM se pueden establecer en varias
de sus prácticas y en la revisión de los programas que adelanta en su
carácter de asesora de gobiernos. En las dos últimas décadas, la OIM
ha devenido un actor clave para la globalización del control migratorio,
gracias a su trayectoria y al reconocimiento de los Estados, así como
por la vinculación con organismos de diverso nivel, cuya membresía
ha crecido de manera exponencial en los últimos años. Por ejemplo en
2011, en su sexagésimo aniversario, la OIM contaba con 132 estados
miembros y 97 Observadores, de los cuales 17 eran Estados y 80
eran organizaciones internacionales y no gubernamentales de alcance
mundial y regional. A fines de 2012, el número de estados miembros
ascendía a 146. Esto es así porque la migración se ha instalado como un
tema prioritario en las agendas internacionales, y en este escenario, la
OIM funciona como una empresa prestadora de servicios migratorios
a los gobiernos preocupados por su aumento. 6

6
Para ver las respectivas listas de países miembros ir a: http://60years.iom.int/en/welcome.
html y http://www.iom.int/cms/es/sites/iom/home/about-iom-1/members-and-observers/
governments/member-states.html.

201
Mary Luz Estupiñán Serrano

III

En un escenario pos Guerra Fría, afirmar que la migración es un


“verdadero proceso global” (Ghosh, 2012), y que, a su vez, en este
contexto puede ser un factor generador de crisis, implica que la
migración internacional ha devenido un tema político problemático.
No es que la migración no se haya abordado políticamente antes, sino
que ahora es presentada con un énfasis y unas dimensiones mayores.
Volviendo a Miller y Rose (2012), la “problematización” refiere un
proceso en el que los problemas son construidos y visibilizados. En
este sentido, la construcción de un campo de problemas es lenta y
compleja, en tanto que éstos deben aparecer como problemáticos de
diferentes formas, en diferentes lugares y por diferentes agentes, para
luego ser contorneados por los expertos especializados o profesionales,
grupos de presión, políticos, líderes corporativos, medios, etc. Una
vez es alcanzado cierto consenso de que el problema o los problemas
existen y que necesitan ser corregidos, éstos son enmarcados dentro
de un lenguaje común y objeto de un conocimiento más o menos
formalizado. Dicha formalización por parte de los expertos puede
darse tanto en una etapa temprana, como en una etapa intermedia. En
lo que respecta al caso que estamos analizando, dicha formalización
funciona como una estabilización del problema. Finalmente, la
formalización puede llegar una vez el hecho se ha establecido, con lo
cual se presenta el problema como un territorio fértil a ser explorado.
Desde la perspectiva del gobierno, una vez identificada la problemática,
se despliega una serie de tecnologías con el fin de corregirlo, de modo
que para llegar a ser gubernamental el pensamiento debe primero
traducirse técnicamente.
A inicios de la década del noventa, el aumento de las solicitudes
de asilo, el auge de la migración de Europa del Este hacia Europa
Central y el aumento de la migración irregular hacia los países
industrializados del norte fueron las situaciones que legitimaron las
voces que clamaban con urgencia la creación de nuevas y urgentes
formas de intervención. He ahí el Migration Management.

202
¡La gestión os hará deseables!

Grosso modo, las prácticas que este modelo busca instituir, se


anclan en tres estrategias principales: 1) desarrollo de capacidades
[capacity building], tanto a nivel institucional como a nivel de
sociedad civil; 2) promoción de las “mejores prácticas”; y 3)
campañas tanto informativas como preventivas. En su conjunto, las
prácticas contemplan: esfuerzos para combatir el tráfico y la trata de
personas; entrenamiento y capacitación de funcionarios en países
involucrados (destino, tránsito y emisión) en temáticas tales como
migración irregular, control de fronteras, digitalización de pasaportes
e identificación de documentos de viajes falsos; diseño de políticas
que articulen migración y desarrollo (uso productivo de remesas y
transferencias de conocimiento); programas de retorno y readmisión
(sean forzadas o voluntarias); y programas basados en los impactos
positivos de la migración y la diáspora en los países de origen (Geiger
y Pécoud, 2010). Dentro de las medidas propuestas para contener
y desincentivar la migración, están principalmente las campañas
preventivas para evitar el tráfico, la trata y la migración irregular al
igual que las campañas informativas –sea de derechos migratorios,
sea de asilo o de oportunidades de empleo. Gran parte de los esfuerzos
desplegados por los OIs en África Subsahariana tienen como foco
principal el combate de la trata y el tráfico de personas. Esfuerzos que
coinciden con el propósito de la UE de reducir la migración irregular
que ingresa a su territorio proveniente del Sur del Sahara. En sintonía
con lo anterior, el modelo propone establecer acuerdos y sinergias
bilaterales y multilaterales para promover la migración circular y
laboral, el retorno, la readmisión, la repatriación y el aumento de
controles en los países emisores.
Dentro de los programas adelantados desde este marco, tenemos
algunos dedicados a trabajadores temporales impulsados por la
Organización Internacional del Trabajo (OIT) (Piché, 2012) o las
vías no convencionales adoptadas por el ACNUR en el caso de los
refugiados afganos en Irán y Pakistán (Scalettaris, 2010), al igual
que los cuestionados programas para refugiados asumidos por la

203
Mary Luz Estupiñán Serrano

OIM, en el conocido caso denominado “The Pacific Solution” (Inder,


2010). Aquí también encontramos la redefinición de fronteras llevado
a cabo por FRONTEX a través de programas como Hera, Minerva,
Nautilus y Poseidón (Kasparek, 2010; Kasparek y Wagner, 2012;
Rodier, 2013). Con estos últimos programas las fronteras de la UE
extendieron sus tradicionales límites en aguas mediterráneas con
el fin de evitar el ingreso de migrantes subsaharianos. Lo mismo
ha ocurrido con las fronteras continentales, pues a través de los
programas de externalización y extraterritorialización de las políticas
migratorias, la CE ha incorporado sus estándares en países de Europa
del Este y en los países del Norte de África (Geiger, 2010; Hess,
2010; Marchetti, 2010), debido a su cercanía a la Unión, pero también
por su ubicación estratégica como puntos de tránsito de flujos
migrantes. En este sentido, la medida más controvertida ha sido la
creación de Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE), los que
en la última década se han convertido en una medida común de la
política migratoria comunitaria, cuyo mapa de instalación excede la
geografía de los países centrales.7 Los programas de externalización
y extraterritorialización también se proponen atacar la formación de
cadenas migratorias, cuyos puntos iniciales parten de Asia Central, el
Lejano Oriente, África Subsahariana y Sudamérica.
Insistimos en que muchas de estas prácticas están a cargo de los OIs,
los que, a su vez, producen algunas de las situaciones sobre las cuales
actúan después. Un ejemplo de ello es lo ocurrido en Mauritania en los
últimos años. Allí el nomadismo y el tránsito transfronterizo ha sido
una práctica cultural de larga data; sin embargo, ésta se ha convertido
en un problema, puesto que, a inicios del siglo XXI, el país fue definido
por la OIM como un lugar de tránsito de migración subsahariana
hacia Europa. En consecuencia, esta agencia invocó la intervención
y normalización de dicho “problema”; para lo cual ofreció su apoyo
para la formulación de una ley “nacional” de migración (2006). De
modo que el nomadismo ahora es considerado migración ilegal por el

7
Para ver la lista de centros por países se puede ir a: http://www.globaldetentionproject.org/
countries/europe/spain/map-of-detention-sites.html.

204
¡La gestión os hará deseables!

estado mauritano (Poutignat y Streiff-Fénart, 2010). En esta misma


línea encontramos el caso de Albania, donde la OIM también ha
puesto todos sus esfuerzos para alinear su política migratoria, pues
éste ha sido definido como un país clave en el tránsito migrante que se
dirige hacia Europa Central (Geiger, 2010). Marruecos, por su parte,
al ser definido como un país de origen y de tránsito de migrantes,
se ha convertido en foco de diversas políticas de cooperación y de
partenariado [partnership] con los países europeos para aceptar, de un
lado, programas de retorno voluntario, tanto de ciudadanos marroquís
como de otros países subsaharianos, y programas de obturación y
reducción de la cadena migratoria, por otro (Caillaut, 2012).
En la región, las medidas de externalización de la política migratoria
europea, se han manifestado en intentos por establecer tratados de
readmisión y acuerdos de cooperación de policía. En este caso, los
intereses están puestos en Colombia, Ecuador, Perú, Argentina,
Venezuela y Uruguay (Marchetti, 2010). No es menor que en los PCR,
para el caso la Conferencia Sudamericana de Migración (CSM), en la
que la OIM oficia como Secretaría Técnica desde su inicio en el año
2000, se insista en la necesidad de establecer convenios bilaterales
con los países de la CE, algunos de los cuales ya se han firmado entre
Ecuador y España, Ecuador e Italia, Colombia y España. En este marco
es necesario analizar también los programas “Colombia nos une”, así
como los programas de retorno positivo y otra serie de programas
de emprendimiento migrante, migración circular y temporal que han
empezado a impulsar algunos países sudamericanos.
Como lo han evidenciado otros sectores cuyas medidas de gestión
se han empezado a regir por el principio de rentabilización máxima de
beneficios y de reducción al mínimo de los costos, la medida del éxito
es el lucro. El terreno de las migraciones no está exento de grandes
réditos, de hecho Nina Sorensen, Thomas Gammeltoft-Hansen
(2012) y Claire Rodier (2013) evidencian que en las últimas décadas
se ha creado una gran industria en torno al tema. Aquí sostenemos
que este negocio es posibilitado por el enfoque del MM. Se lucra

205
Mary Luz Estupiñán Serrano

entonces con la xenofobia, el racismo y con los deseos mismos


de los migrantes. En este negocio se cruzan empresas de diverso
tipo. Tenemos así empresas de seguridad que prestan servicios de
vigilancia y de gestión en los CIE (Grupo GEO Inc., G4S Security),
pero también servicios de inteligencia (para combatir el terrorismo),
de capacitación de policías y guardias fronterizos y organismos como
la OIM que adelantan programas de combate contra la trata y el tráfico
de migrantes. Parte de los fondos requeridos para tales iniciativas
provienen de los gobiernos interesados en estos servicios. A los
servicios de construcción y mantención de CIEs, se suman los de
la deportación misma (transporte de migrantes vía aérea y terrestre).
Las fronteras también implican gran movimiento de dinero sea para
vigilarlas (compra de sensores, satélites, aviones no tripulados),
blindarlas (muros) o modernizarlas (biometría, reconocimiento facial,
escaneo del iris). Estos son sólo algunas de las empresas más visibles
y de alto nivel, pero no hay que olvidar que la migración activa un
negocio clandestino y criminal que no debe ser desestimado. A menor
escala están las redes que lucran con los deseos de los migrantes y
van desde matrimonios ilegales, contratos laborales precarios y toda
la cadena de servicios que se implican en el viaje e instalación en el
lugar de llegada.

IV

En este punto queremos insistir en la paradoja de la libertad


contenida. Vale recordar entonces uno de los contrasentidos liberales
por excelencia y que tiene que ver con la instalación de la libertad como
condición de posibilidad de su racionalidad, una libertad que necesita
ser producida pero que, a su vez, requiere ser organizada: “El nuevo
arte gubernamental se presentará entonces como administrador de la
libertad, no en el sentido imperativo ‘sé libre’ [sino, en el sentido] de la
administración y organización de las condiciones en que se puede ser

206
¡La gestión os hará deseables!

libre” (Foucault, 2007: 84). De esta manera, se produce un ambiente


de libertad y a su vez las condiciones que la amenazan, regulándola.
La idea entonces de que se gobierna a través de la libertad tiene su
corolario no sólo en los programas selectivos, sino también en las
técnicas indirectas de gobierno como son las técnicas de producción
subjetiva que busca migrantes emprendedores y responsables.
Si volvemos un poco sobre las prácticas producidas y promovidas
por el MM 1) desarrollo de capacidades a nivel institucional y de
sociedad civil; 2) promoción de las “mejores prácticas”; y 3) campañas
tanto informativas como preventivas), advertiremos que al incorporar
la denominada sociedad civil y todos los agentes involucrados en
la “cadena migratoria” (guardias, funcionarios públicos, Estados,
migrantes), y al insistir en las campañas informativas y preventivas,
lo que se busca es modular la conducta, en especial la de los propios
migrantes, pues ellos son los que deben, en últimas, tener claro los
costos y los beneficios de su “decisión”: migrar. Pero en caso de que
la decisión sea irremediable, los Estados pueden ver esta situación
como una posibilidad para el desarrollo. Las remesas se muestran
como uno de los mecanismos que portan la posibilidad de “contribuir
de forma considerable al desarrollo económico de los hogares, las
comunidades, las naciones y las regiones. Entre otras ventajas, las
remesas constituyen una fuente de divisas, que permite a los países
receptores adquirir importaciones cruciales y subsanar la deuda
externa, así como potenciar su solvencia” (OIM, 2006: 16). En
este mismo sentido, en los países del Sur, la OIM insta a que las
agrupaciones de migrantes efectúen aportes colectivos en beneficio
de la comunidad de origen (escuelas, saneamiento, servicio de salud,
vivienda). Si bien incluye la participación de políticas de gobiernos
que complementen estas iniciativas, lo que aquí opera es un traslado
de responsabilidades económicas, sociales y políticas desde los países
de origen a los sujetos migrantes.
En esta misma línea, la promoción de las “mejores prácticas”, se
condice con una de las características de la gubernamentalidad, a

207
Mary Luz Estupiñán Serrano

saber, su eterno optimismo. Este aspecto le permite mantener viva


la promesa de que una situación puede ser administrada “mejor” y
de manera “más eficiente”, mientras que la identificación del fracaso
en los programas políticos es un aspecto esencial para sostener tal
promesa (Miller y Rose, 2012). De ahí que, una vez es reconocido
el fracaso de las políticas de control anteriores, entendidas como
prohibición y restricción, en últimas, formas de coerción o de
disciplina, la gestión se instala como la forma “idónea” para abordar
la migración internacional. Pero la gestión es una forma velada o
indirecta de control o seguridad, en vista de que lo que se busca es el
consentimiento de los sujetos. En este sentido, estas técnicas tienden
a ser más eficientes que la disciplina en tanto que “son más sutiles en
su operación y menos susceptibles de generar resistencia” (O’Malley,
2004).
En nombre de la seguridad, ora global, ora nacional, ora subjetiva,
y que tiene su máxima expresión en el combate de la ilegalidad, se
busca que los sujetos migrantes se informen antes de migrar. Así,
pese a que se insista en que la migración es una acción normal y
consustancial a la globalización, esto es, un acto natural, esta
naturaleza es contrarrestada con la producción de una subjetividad
que, teniendo esta posibilidad en el horizonte, optará por permanecer
en casa, puesto que el grupo objeto de gobierno al cual el MM va
dirigido son, en su mayoría, migrantes pobres del sur. Estas técnicas
de gestión, que también hemos denominado control indirecto
(campañas informativas, programas de emprendimiento migrante,
combate de la trata y el tráfico, combate de la migración irregular),
se siguen conjugando con las técnicas de control directo (muros,
militarización de fronteras, centros de internamiento, cuotas de visas),
pero las primeras avanzan sigilosas como la serpiente. De modo que
la sociedad de control, ya no es nuestro futuro, sino el presente que
habitamos. Aquí vale retomar las palabras de Deleuze y que hacen de
epígrafe: “No hay lugar para el temor ni para la esperanza, sólo cabe
buscar nuevas armas”.

208
¡La gestión os hará deseables!

Si bien la idea misma de gestionar migrantes es controversial, ésta


tiene un antecedente que ha abonado el terreno, el dispositivo del
capital humano. Es preciso recordar que la propuesta de rentabilizar
los seres humanos toma forma ya a finales de los años 50, en manos
de Jacob Mincer, aunque fueron los laureados Theodore Schultz y
Gary Becker quienes afinaron tanto el modelo como la técnica y la
popularizaron durante la década del 60 y siguientes (Rodríguez Freire,
2012). Desde esta “nueva” perspectiva económica, se considera a
los “seres humanos como bienes de capital” y para evitar cualquier
barrera mental nos aconsejan “pensar en los recursos humanos como
en otros recursos, es decir como medios producidos de producción”
(Schultz, 1962: 12). De este modo, el perfeccionamiento es visto
como un capital indisociable de su portador y éste, a su vez, es visto
como fuente de crecimiento. Vale decir, la formación y capacitación
“mejoran las aptitudes económicas de las personas”, por ello se piensa
que invertir en estos “servicios” permitirá aumentar un ingreso futuro.
En otras palabras, los costos que implica educarse y/o capacitarse
deben ser proporcionales a los beneficios que se desean obtener. Pero
dejemos que sea el mismo Schultz quien lo exprese: “la inversión
humana se propone aumentar el ingreso futuro ya sea en cuanto a
las satisfacciones que obtienen (como consumidores) o los beneficios
que perciben (como productores)” (16).
Siguiendo con su modelo, Schultz planteaba –hace ya medio siglo–
como una de las formas de invertir en capital humano, “la migración
de personas y familias con fines de adaptación a las variaciones del
empleo” (17). Si bien, él estaba pensando en la migración campo
ciudad, pues en el campo ya no estaba la fuente de trabajo, en la
actualidad esa recomendación vale para la migración que se mueve
en la aldea global, pues la migración es un agente clave para proveer
la mano de obra que el mercado requiere, y, al mismo tiempo, es
vista como una forma de aumentar el capital humano y, por tanto,

209
Mary Luz Estupiñán Serrano

los ingresos futuros. De forma que si los niveles de desempleos son


altos, una empresa personal es migrar. Pero si en cambio los mercados
se saturan de mano de obra, producto de crisis por ejemplo, la
recomendación es el retorno. En este sentido, uno de los argumentos
que fundamenta la migración circular y temporal, así como el retorno
“voluntario” es la transferencia de conocimientos y de tecnología.
Aquí lo que se en-cubre es la reunificación familiar y los procesos de
integración al lugar de residencia.
Al considerar la migración (individual y colectiva) como una forma
de inversión en capital humano, se rentabiliza la acción misma de
migrar, regida principalmente por la lógica del costo-beneficio. No
obstante, para que esto sea así, la migración debe ser legal, ordenada,
segura, deseada y previsible, en una palabra, gestionada.
Es la transformación del hombre en máquina, efectuada con
la estrategia del capital humano, la que hace análogos a los seres
humanos con el capital fijo: “la enseñanza profesional y vocacional
[es] una forma de inversión en capital humano, análoga a la inversión
en maquinaria, construcción y otras formas de inversión en capital
no humano. Su función es elevar la productividad económica de las
personas” (Friedman y Friedman, 1980: 100). Por eso no es de extrañar
que se pongan en el mismo nivel las migraciones internacionales,
las finanzas y el comercio internacional y se invoque un régimen de
leyes y normas globales e integrales para gobernar exitosamente a las
primeras, en la misma vía en que los regímenes de Bretton Woods y
la OMC lo han hecho con las dos últimas. De ahí que Bimal Ghosh
proponga asumir los flujos de migrantes de la misma forma en que se
dan los flujos de bienes, de servicios y de capital.
Para terminar podemos establecer un punto en común entre
Theodoro Schultz y Bimal Ghosh, principales ideólogos de las formas
de gobierno aquí revisadas. Ambos apelan a un argumento similar al
intentar convencer acerca de las bondades que traen sus propuestas
de capital humano y gestión de las migraciones, respectivamente.
Schultz resolvía un dilema ético recomendando soslayar la dimensión

210
¡La gestión os hará deseables!

moral y tomar la dimensión material del sujeto para rentabilizarlo


sin tapujos. Cuando Ghosh se pregunta si es migration management
una palabra obscena [dirty], reconoce que si bien la migración es
un terreno sensible, pues “lo que la hace marcadamente diferente
al intercambio de bienes, servicios y capital es que se involucran
movimientos de personas” (2012: 29), hay que matizar su uso para
que no suene tan dura. La primera tomó varias décadas introducirla,
la segunda, al parecer, tomará menos tiempo naturalizarla, pues la
fase más difícil ya está allanada: la idea de invertir en seres humanos,
de modo que gestionarlos es un tema más técnico que ético.
En resumidas cuentas, la gestión migratoria es una forma de gobierno
que hace parte de la gubernamentalidad neoliberal en curso, de modo
que diagnosticar sus formas, presupuestos, conceptos, vocabulario,
red de relaciones, actores y prácticas, permite a la crítica reconocer
los peligros, vislumbrar los puntos de fuga y advertir las formas de
desobediencias individuales como colectivas.

211
Mary Luz Estupiñán Serrano

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215
Las Encuestas de la Felicidad y la gestión gubernamental
de las emociones en el Chile actual*

Iván Pincheira Torres

Vivere, Gallio frater, omnes beate volunt.


(Todos los hombres, querido Galio, quieren vivir felices)
Séneca

Palabras como felicidad, bienestar o satisfacción son nociones


siempre presentes en el horizonte de expectativas de las sociedades
occidentales. De esta forma, la apelación a esta emoción de carácter
positivo será recurrente al momento de pensar los modos de organizar
la vida en comunidad. La felicidad se constituye así en un objetivo
que constantemente direccionará la acción política. La búsqueda
de la felicidad como un objetivo de las prácticas de gobierno la
encontramos ya entre los mismos griegos a través de Aristóteles.
Si en su tratado titulado Ética a Nicómaco planteaba que, siendo la
razón la parte mejor del hombre, lo más divino que hay en nosotros,
la actividad principal del intelecto deberá entonces estar dirigida a
lograr la felicidad completa. En concordancia con lo anterior, tenemos
que en La política, Aristóteles sostendrá que todos convienen en
que la felicidad del Estado está constituida por elementos idénticos
a la felicidad de los individuos: si se hace consistir la felicidad del
individuo en la riqueza, no se vacilará en declarar que el Estado es
completamente dichoso tan pronto como es rico.
Con posterioridad, proveniendo de la palabra latina felix, que
significa fertilidad o fortuna, durante el Imperio Romano la felicitas
fue directamente consagrada como diosa. En el año 44 a.c. el

* El presente artículo forma parte del proyecto postdoctoral número 3130602, financiado
por Fondecyt-Chile.

217
Iván Pincheira Torres

emperador Julio César autorizó la edificación de un templo en honor


a la diosa Felicitas en las cercanías del lugar de reunión del Senado
romano, subrayando así la proximidad de esta diosa con el poder. No
extraña entonces que durante el siglo primero d.c. Felicitas comenzó
a aparecer en el reverso de las monedas romanas, como complemento
a la imagen del emperador. Difusora de la riqueza y la buena fortuna,
de la paz y la seguridad, de la fecundidad, la felicidad conjugaba la
prosperidad privada bajo los auspicios del Estado romano (McMahon,
2006).
Durante el periodo medieval la felicidad también será un tópico
insistentememte tematizado, soló que esta vez la verdadera felicidad,
la beatitud perfecta, es imposible en esta vida. Únicamente en el cielo
alcanza el alma el éxtasis definitivo. La felicidad entonces se identifica
ahora con la contemplación beatífica de Dios, es decir, con la vida
del santo. Estando presente en los programas teológicos de filósofos
tales como San Agustín o Tomás de Aquino, el concepto de felicidad
servirá como un indicador de perfección humana, una especie de
“don” que solo algunos podrían alcanzar (Pierantoni, 2006; Muñoz,
2004).
Con el declive de los preceptos teológicos que dominaron durante
el periodo medieval, también se produce el declive de aquellas
concepciones que refirían a la felicidad como un atributo, o un don,
como acabamos de señalar, el cual solo podrian alcanzar quienes
obtuvieran el derecho a la eternidad celestial. Combinando una
innovadora teología cristiana y un humanismo renacentista que luega
irá desembocando en las ideas propias de la Ilustración, se abre la
posiblidad de imaginar a la felicidad como una meta que todos podían
alcanzar acá, en el mundo terrenal. De ahora en adelante, “se desplaza
el punto de observación de la felicidad desde el orden natural de Dios
al orden de los hombres. Los hombres buscan vivir con felicidad”
(Mascareño, 2005: 178). Es así como la felicidad se va conformando
en una noción estructurante de las sociedades modernas. Entendida
como un objetivo a alcanzar y que será asumido por los más variados

218
Las Encuestas de la Felicidad

sectores sociales, la felicidad se conformará en un aspecto central de


cualquier sistema de gobierno moderno.
En este sentido, tal como hemos sostenido anteriormente (Pincheira
2012, 2013), si en los antiguos gobiernos monárquicos el soberano
afirmaba su legitimidad a partir de un poder heredado, que en última
instancia se validaba en trascendentes prerrogativas teológicas (el
rey como el representante de Dios en la tierra), posteriormente, a
partir del arribo de las seculares sociedades modernas, dicha base
de apoyo tendrá que ser constantemente alentada desde las esferas
de gobierno. Atendiendo a este requerimiento, el logro del bienestar,
la satisfacción o la felicidad, se convertirá en un objeto de atención
permanente por parte de las modalidades modernas de gobierno.
De esta manera, frente a la pérdida de la legitimidad fundada en la
tradición, será en gran medida a través de la apelación al recurso de
la prosperidad, el bienestar y la felicidad que se suscitarán dichas
adhesiones ciudadanas a las modernas programaciones de gobierno.
En este punto es coincidente nuestro análisis con la descripción
desarrollada por Foucault, respecto de algunos de los aspectos que
caracterizan el surgimiento del Estado moderno. Esto principalmente
en relación a las funciones asignadas entre los siglos XVII y XVIII
a la policía. En ese momento existe una policía de la religión, de
las costumbres, de la salud, de los alimentos, de las autopistas, del
orden público, de las ciencias, del comercio, de la fabricación, de la
servidumbre, de la pobreza, etc. Tal como se le entiende y es pensada
en aquel periodo, las intervenciones de la policía van dirigidas a
garantizar que la vida de los individuos sean efectivamente útiles al
acrecentamiento de las fuerzas del Estado. Para lograr dicha fortaleza,
la policía debe garantizar la felicidad de los hombres. Citando a algunos
autores de la ciencia política de aquel periodo, Foucault sostiene: “En
Delamare el objeto de la policía es llevar al hombre a la más perfecta
felicidad de que pueda disfrutar en esta vida. Y Hohenthal dice que
la policía es el conjunto de medios que aseguran el esplendor de la
república y la felicidad de cada uno de los individuos” (2006: 377).

219
Iván Pincheira Torres

Acrecentar el poder del Estado a través de procurar la felicidad de los


individuos, esa será la función fundamental asignada a la policía en
los albores del Estado moderno.
En definitiva, nos encontramos con un panorama en donde se
produce una enérgica búsqueda de la felicidad. De hecho, tal como
sostiene el historiador británico Darrin McMahon, en ninguna época
anterior se había escrito con tanta frecuencia sobre este asunto.
“En Francia, Gran Bretaña y los Países Bajos, en Alemania, Italia
y los Estados Unidos, las disquisiciones sobre la felicidad manaban
de las imprentas: reflexiones sobre la felicidad, tratados sobre la
felicidad, sistemas de felicidad, discursos, ensayos, artículos y
epístolas al respecto” (2006: 208). Una similar descripción es la
que nos proporciona el canadiense John Ralston Saul, quien en su
libro titulado Los bastardos de Voltaire: la dictadura de la razón en
Occidente, también constata que la palabra felicidad abundaba en los
primeros discursos modernos. “Rara vez una palabra se difundió tan
rápidamente entre los filósofos. Mientras dios agonizaba lentamente,
crucificado en la estructura del Estado racional, la felicidad se erigió
en la nueva deidad de una civilización que se estaba convirtiendo a un
politeísmo secular inconciente” (1998: 445).
Haciéndose patente su relevancia, la felicidad es una figura presente
en textos fundacionales de la modernidad, como son la Declaración
de Independencia de los Estados Unidos de 1776, y la Declaración de
los Derechos del Hombre y el Ciudadano en Francia en 1789. En este
marco, la búsqueda de la felicidad será un objetivo transversal del
pensamiento político de aquel periodo fundacional. Así, por ejemplo,
del lado del pensamiento liberal, hacia finales del siglo XVIII el
reformador social Jeremy Bentham sostendrá que: “El fin último de
la política debería ser el promover la mayor felicidad para el mayor
número de personas” (citado en Layard, 2005: 16). Por otra parte,
también del lado del socialismo utópico habrá referencias directas a
la idea de felicidad. En el Libro del Nuevo Mundo Moral, publicado
en 1834, Robert Owen establece que “todo núcleo social será basado

220
Las Encuestas de la Felicidad

y completamente construído sobre ese principio: la felicidad de todos


será el fin y el objetivo de cada parte de esa organización en toda la
sociedad”. Todo lo cual se logrará mediante la “organización científica
de la sociedad” en tanto fundamento de la unión universal, asistencia
mutua y cooperación (Presta, 2012).
La promesa de la modernidad más bien parece una promesa de
felicidad. Tan importante es esta noción que incluso se llegará a
implementar durante el siglo XX una configuración estatal en función
de este objetivo: Welfare State (Estado de bienestar). Se instituyen
de este modo intentos a gran escala de reforma social planificada,
cuyo objetivo planteado era asegurar un estándar de vida material
razonable para todos. Se desarrollaron, en consecuencia, estadísticas
sociales para registrar los logros del progreso, midiéndoselo sobre
todo por los incrementos en los ingresos de dinero (Veenhoven,
1994). Esto fomentó una abundancia de investigación social sobre la
pobreza y las desigualdades sociales, que es todavía una importante
área de investigación.
No obstante lo anterior, en los años sesenta apareció un nuevo
tema de investigación. En esa época, en el mismo momento en que
la mayoría de las naciones occidentales se habían convertido en
ricos estados de bienestar, se reconocieron límites al crecimiento
económico y ganaron importancia los denominados valores post-
materiales. “Las prioridades comenzarán a transitar desde un énfasis
enorme en la seguridad económica y física hacia un creciente énfasis
en el bienestar subjetivo, la libre expresión y la calidad de vida”
(Inglehart, 2005). Esto trajo consigo concepciones y medidas más
amplias respecto de lo que podría ser considerado una buena vida.
La búsqueda de indicadores adecuados del bienestar “no económico”
comenzó a principios de los años setenta. De ahí en adelante se han
venido generando una serie de estudios que darán como resultado el
establecimiento de un campo de investigación referido específicamente
a la medición de la calidad de vida de la población (Veenhoven,
1994). Ya sea que se propongan conocer los niveles de bienestar

221
Iván Pincheira Torres

subjetivo, satisfacción personal o de felicidad en sí, se configurará


un área de indagación que proporcionará información –estadística–
que resultará indispensable para nuestras contemporáneas prácticas
gubernamentales. Siendo promovidas desde instancias universitarias
y centros privados de investigación, las encuestas de felicidad hacen
parte de las actuales modalidades de gobierno. Todo lo cual demuestra
cómo es que los procesos subjetivos se constituyen en un objeto de
gestión gubernamental.
En estas condiciones, a partir de las experiencias desarrolladas
por países como Francia, Inglaterra o Canadá, a lo que se suma
el llamado realizado desde instancias supranacionales como la
OCDE y la ONU, a partir del 2012 el gobierno chileno comenzará
a implementar instrumentos estadísticos para medir los niveles de
felicidad y satisfacción de la población. Al igual que lo sucedido en el
ámbito internacional, se sostendrá que los datos proporcionados por
estos instrumentos estadísticos oficiales (CASEN, PNUD, INJUV)
resultarán imprescindibles en el diseño y planeamiento de la práctica
estatal actual. En lo que sigue, nos concentraremos por tanto en la
incorporación de las mediciones estadísticas de la felicidad –en tanto
ámbito de gestión gubernamental– en el Chile actual.

La preocupación estatal por la Felicidad

El Producto Interno Bruto no tiene en cuenta la salud de nuestros hijos, la calidad de su


educación, o la alegría de su juego, la belleza de nuestra poesía o la fortaleza de nuestros
matrimonios, en fin, mide todo, excepto lo que hace que la vida valga la pena.
Robert F. Kennedy, Universidad de Kansas, 18 de Marzo 1968

“Índice de felicidad para medir el estado de ánimo nacional de Gran


Bretaña” (The happiness index to gauge Britain’s national mood): así
se titulaba un artículo publicado en la edición del 14 de noviembre
del 2010 del diario británico The Guardian. En dicho texto se informa
sobre las declaraciones del primer ministro británico, David Cameron,

222
Las Encuestas de la Felicidad

quien anunciaba la elaboración de un instrumento estadístico capaz


de medir el estado de ánimo de la población. Se trataba de un registro
de bienestar, que tendrá por objetivo dirigir y orientar la política del
gobierno. “Cameron dice que desea colocar los resultados finales
en el corazón de la futura formulación de políticas de gobierno”
(Stratton, 14/11/2010). De esta manera, en coordinación con la Oficina
Nacional de Estadísticas de Gran Bretaña, se implementarán una serie
de disposiciones tendientes a la aplicación del ambicioso proyecto de
medición de la felicidad.
El objetivo del gobierno es que los encuestados sean con regularidad
consultados sobre su bienestar subjetivo, mediante un instrumento
estadístico que incluya un cálculo de felicidad: “[…] y también un
sentido más objetivo de lo bien que se están logrando sus objetivos
de vida” (Stratton, 14/11/2010). De este modo, el gobierno del Reino
Unido comenzará a medir el bienestar subjetivo de las personas,
aspirando a estar entre los primeros países que monitorean oficialmente
la felicidad. Pero en esta iniciativa los británicos no están solos, ya
que tal como se indica en el periódico español El Mundo:

Varios países han lanzado reflexiones para salir del marco estrictamente
económico del PIB y medir la calidad de vida, como Canadá y Francia.
El presidente francés, Nicolás Sarkozy, anunció en 2009 su intención
de utilizar el grado de bienestar de los franceses como indicador de
crecimiento. Bután ha ido, incluso, más lejos y ha ideado un “Índice
de la Felicidad Bruta” que pretende que sustituya al PIB (El Mundo,
25/11/2010).

Conscientes que desde hace años las sociedades occidentales


han visto su PIB aumentar regularmente mientras que los niveles de
satisfacción siguen estables o bajan, todos estos gobiernos responden
al llamado realizado por diversos investigadores quienes han sostenido
la necesidad de alejarse de un concepto puramente económico del
Producto Interno Bruto, el cual en la actualidad se presenta como el
único criterio desde el cual medir el bienestar de los ciudadanos. En
definitiva, se sostendrá que el Producto Interno Bruto (PIB), que mide

223
Iván Pincheira Torres

el crecimiento económico, no puede ser el único índice que valore la


calidad de vida
En este escenario, insatisfecho con el estado de la información
estadística disponible, el ex Presidente francés, Nicolás Sarkozy,
le encargó a Joseph Stiglitz, Amartya Sen y Jean Paul Fitoussi la
creación de la Comisión para la Medición del Desempeño Económico
y el Progreso Social (The Commission on the Measurement of
Economic Performance and Social Progress). El objetivo de dicha
comisión era la identificación de los límites del PIB como indicador
del desarrollo económico y el progreso social. De este modo se
considera la utilización de información adicional que incorpore cifras
de “bienestar”, así como cifras de “sostenibilidad”, tanto económica
como ambiental.

El informe distingue entre la evaluación del bienestar actual y una


evaluación de la sostenibilidad, ya que esta última puede perdurar en el
tiempo. El bienestar actual tiene que ver con los recursos económicos,
como la renta, y con los aspectos no-económicos de la vida de la gente (lo
que hacen y lo que pueden hacer, cómo se sienten, y el entorno natural en
que viven). Si estos niveles de bienestar pueden ser sostenidos en el tiempo
depende de si las reservas de capital que garantizan nuestra sobrevivencia
(naturales, físicos, humanos, sociales) se transmiten a las generaciones
futuras. (Stiglitz, Sen, Fitoussi, 2009: 11).

De regreso a Gran Bretaña, demostrando su liderazgo en este


emergente campo que persigue la implementación de un registro
de felicidad, luego del anuncio realizado por el primer ministro
David Cameron –quien incluso sostendría que: “llegó el momento
de admitir que hay más cosas que el dinero” (Allendes, 2011)–, el
gobierno británico comenzó con una consulta nacional a partir de la
cual se buscaba identificar los principales componentes de lo que se
entenderá por bienestar.

John Helliwell, un miembro del Consejo Nacional de Estadísticas de


Canadá, quien ha estado en conversaciones con el Reino Unido sobre
cómo medir el bienestar subjetivo, declaró a The Guardian: “Los planes

224
Las Encuestas de la Felicidad

del Reino Unido están poniendo en acción los dos elementos más
importantes del informe Stiglitz/Sen: sistemáticamente medir el bienestar
subjetivo, como parte de un sistema de contabilidad nacional más amplio,
y utilizar estos datos para informar las opciones políticas” (Stratton,
14/11/2010).

En esta dirección, la directora del Instituto Nacional de Estadísticas


de Gran Bretaña, Jil Matheson, indicará que desde abril del 2011 se
incluirán preguntas acerca del bienestar subjetivo en la Encuesta
Integrada de Hogares (Integrated Households Survey), esperando así
“captar lo que la gente piensa y siente sobre su propio bienestar”
(Matheson, 2011). De esta manera, se sentenciará que las nuevas
preguntas de la encuesta serán una poderosa manera de entender el
bienestar de las personas en todo el país y comparar el bienestar de
diferentes lugares y grupos de personas, dando así la posibilidad de
direccionar de manera adecuada la política gubernamental.
Expuestos estos primeros antecedentes, vemos perfilarse un
escenario donde la medición de la felicidad surge como un tema
claramente en boga a nivel internacional. Interés que será compartido
por autoridades de gobierno, académicos y profesionales que
plantearán estar comprometidos con mejorar el bienestar no monetario
de las personas. De este modo, como se puede ver en el siguiente
cuadro, la penetración del tema se aprecia en el crecimiento acelerado
en el número anual de publicaciones y noticias sobre felicidad en
español, inglés y francés.

Número de publicaciones y noticias sobre felicidad, 1990-2011

Fuente: Beytía y Calvo (2011), Instituto de Políticas Públicas, Universidad Diego Portales.

225
Iván Pincheira Torres

En definitiva, la preocupación por la felicidad de las personas se ha


transformado en una cuestión de Estado. De este modo, tal como nos
detendremos en las páginas siguientes, buscando hacer perfectibles los
instrumentos de medición existentes hasta ahora, veremos desplegada
una serie de encuestas que, incorporando diferentes variables, pondrán
a disposición de gobiernos de todo el mundo información acerca de
los niveles de satisfacción y bienestar de los ciudadanos. Datos que
resultan imprescindibles en el diseño y planeamiento de la práctica
estatal actual.

Acerca de la metodología y objetivos de las encuestas sobre


felicidad

La felicidad es una dimensión objetiva de nuestras experiencias.


Y se puede medir. Podemos preguntar a alguien cómo se siente y podemos pedir una
evaluación independiente a sus amigos o a un observador imparcial; también, y esto es muy
importante, podemos medir la actividad eléctrica en las partes relevantes de su cerebro.
Todos estos parámetros diferentes dan respuestas fiables acerca de la felicidad de una
persona. Con estos datos podemos trazar los altibajos de la experiencia de una persona,
además de poder comparar la felicidad de distintas personas entre sí. Las medidas son
todavía imperfectas, pero mejoran a buen ritmo.
Richard Layard, Lecciones de una nueva ciencia.

Tal como señalábamos al inicio, a partir de la década de los sesenta


en varios países se iniciaron encuestas periódicas de calidad de vida.
Este desarrollo es conocido como el “Movimiento de los indicadores
sociales”. Según Veenhoven (1994), a pesar de su rápido despegue,
este movimiento alcanzó pronto su techo. Las recesiones económicas
de 1975-76 y de 1980-82 y el desarrollo consiguiente del desempleo
masivo alejaron la atención de los objetivos no económicos. Aunque
el interés político y la financiación disminuyeron, esta área maduró
científicamente. En los años ochenta se cosecharon los frutos de los
estudios comenzados en décadas anteriores, pues se publicaron varias

226
Las Encuestas de la Felicidad

investigaciones destacadas. Posteriormente, desde los años noventa,


esta área ya puede ser caracterizada como una especialización de las
ciencias sociales, pequeña pero bien establecida.
En sus inicios, por lo tanto, era desde el “movimiento de los
indicadores sociales” que se persiguió la elaboración de instrumentos
metodológicos que permitiesen la medición estadística de conceptos
tales como calidad de vida, bienestar social, bienestar social
percibido o salud social. Aunque cada una de estas denominaciones
comporten su propia especificidad, para los autores dedicados a este
campo de investigación, todas estas nociones aparecen actualmente
estrechamente relacionados con el concepto de felicidad (Barrientos,
2005: 28).
Para Ruut Veenhoven (2005), un reconocido experto en estas
materias, el estudio de la felicidad ha sido por mucho tiempo un
escenario para la especulación filosófica. Por carecer de mediciones
empíricas, no ha sido posible verificar propuestas con relación
a esta cuestión. Por lo tanto, el entendimiento de la felicidad ha
permanecido especulativo e incierto. No obstante, durante las últimas
décadas, algunos métodos de investigación y estudio presentados
por las ciencias sociales han proporcionado un gran adelanto. Se
han desarrollado formas de medición confiables para la felicidad,
por medio de las cuales ha evolucionado un cuerpo significante de
conocimiento.
Dentro del campo de investigación que se ha venido estructurando,
se han elaborando una serie de instrumentos que tienen por objetivo
la medición de dicho fenómeno emotivo. La mayor parte de estos
instrumentos estadísticos responderán a los criterios de confiabilidad
y validez exigidos desde las ciencias sociales. Tanto es así que incluso
se ha llegado a señalar la existencia de una verdadera “ciencia de la
felicidad” (Alarcón, 2006; Layard, 2005; Diener et al, 1985).
De manera similar se van a pronunciar los sociólogos chilenos
Pablo Beytía y Esteban Calvo (2011). En páginas anteriores
referíamos, gracias a estos investigadores, el exponencial crecimiento

227
Iván Pincheira Torres

que se venía registrando en el número de publicaciones existentes


sobre la temática de la felicidad. Ahora bien, buscando apoyar las
iniciativas tendientes a la implementación de indicadores de felicidad
en Chile y otros países, a partir de una exhaustiva revisión de la
bibliografía disponible en estas materias, Beytía y Calvo además
nos proporcionarán algunos antecedentes para comprender cómo se
confeccionan los instrumentos estadísticos que persiguen medir la
felicidad de forma válida, confiable, eficiente y concordante con los
estándares internacionales.
Luego de reconocer la existencia de distintas perspectivas para
abordar el concepto de felicidad, tales como la filosófica y la artística,
constatarán que la perspectiva científica se caracteriza por ofrecer una
definición operacional de la felicidad que permite su medición. En
estos términos, la felicidad es definida como “el grado con que una
persona aprecia la totalidad de su vida presente de forma positiva
y experimenta afectos de tipo placentero” (Beytía y Calvo, 2011).
Esta definición tiene implicancias metodológicas importantes, ya que
a partir de ella se pueden aplicar un conjunto de preguntas mínimas
para medir la felicidad. En esta dirección, lo más frecuente es recurrir
a preguntas sencillas y generales para evaluar la “felicidad global”
(acá se derivan preguntas del tipo: Tomando todo el conjunto, usted
diría que es: muy feliz, bastante feliz, no muy feliz, nada feliz);
también se puede recurrir a preguntas que midan la “satisfacción
con la vida presente”; finalmente, también es frecuente la utilización
de preguntas sobre afectos positivos y negativos, los cuales pueden
ser analizados por separado o resumidos en una “escala de balance
afectivo”.
Dentro de la literatura internacional abocada a la elaboración
y aplicación de índices de medición de la felicidad, no resulta
problemático la elaboración de instrumentos que interroguen por
felicidad, la satisfacción o los afectos de las personas. Esta indistinción
entre felicidad, satisfacción y afectos no resulta ser un inconveniente
al momento de medir el grado con que una persona aprecia la totalidad

228
Las Encuestas de la Felicidad

de su vida presente de forma positiva. De este modo, durante los


últimos años ha surgido un importante consenso en términos de que
la felicidad es una noción vinculada tanto a la satisfacción con la
vida como a la presencia de emociones positivas y a la ausencia de
emociones negativas. Este ha sido el criterio predominante dentro de
los estudios internacionales de medición de felicidad, o de bienestar
subjetivo (subjective wellbeing), tal como se le conoce en la tradición
de habla inglesa.
Junto con describir las preguntas que permiten medir la felicidad,
Beytía y Calvo entregan antecedentes acerca de la validez y
confiabilidad de este tipo de mediciones. En términos generales,
sostendrán que “una medida es válida si mide lo que pretende medir y es
confiable si entrega información consistente en mediciones repetidas”.
Por lo tanto, la confiabilidad es un requisito para la validez, aunque se
advierte que en este aspecto las medidas de felicidad no son perfectas,
pero si suficientes. De este modo, se ha comprobado que pequeñas
diferencias en el orden de los cuestionarios y en las circunstancias
específicas de aplicación pueden alterar el nivel reportado. Por este
motivo los autores recomiendan evitar aplicar el cuestionario en
circunstancias excepcionales, tales como “el día después de ganar un
Mundial de Fútbol”.
Así también la confiabilidad disminuye o varía con el tiempo que
pasa entre una aplicación y la siguiente. Por lo tanto, se recomienda
realizar medidas anuales o incluso de manera frecuente. Por último,
la conclusión de múltiples revisiones respecto de la validez es que
las medidas de felicidad la alcanzan mediante su constructo, en tanto
capturan el significado actual de la palabra felicidad. También tienen
validez de convergencia, en tanto los indicadores se corresponden
con otros indicadores que pretenden medir el mismo concepto.
Se ha demostrado que quienes declaran una alta felicidad tienen una
mayor actividad cerebral en la zona de los pensamientos y las emociones
placenteras (corteza prefrontal izquierda), y sus amigos suelen confirmar
su satisfacción vital de forma independiente. También se ha demostrado
que quienes declaran una alta felicidad demuestran con mayor regularidad
actitudes positivas como sonreír frecuentemente o manifestar verbalmente
una satisfacción, y tienen una mejor respuesta a las enfermedades (Beytía
y Calvo, 2011).

229
Iván Pincheira Torres

A partir de este conjunto de consideraciones metodológicas se


haría posible medir la felicidad de forma válida, confiable, eficiente
y concordante con los estándares internacionales. Así también, el
conjunto de estas consideraciones metodológicas resultarán de vital
importancia para cualquier gobierno que pretenda conformar un
robusto sistema de medición de la felicidad, que le permita comprender
mejor cómo se distribuye la felicidad en la población y así poder
mejorarla mediante la ejecución de políticas públicas correctamente
enfocadas. En último término, serán precisamente éstos los objetivos
planteados por los responsables del diseño, aplicación y evaluación de
las encuestas de felicidad: conocer cómo se distribuye la felicidad en
la población, y así poder direccionar más adecuadamente la política
pública.

La incorporación de la felicidad al “enfoque holístico del


desarrollo” de la ONU

La búsqueda de la felicidad es un asunto muy serio y creemos que


su debate en Naciones Unidas no debería retrasarse más.
Lhatu Wangchuk, embajador de Bhután ante la Asamblea de la ONU, 13 julio 2011

En una crónica publicada en Expansión, una reconocida revista


mexicana de negocios, se comentan los intentos por cambiar la
medición del éxito de los países por el Índice de Felicidad. Esto
es lo que estaría en las mentes de cada vez más economistas e
investigadores internacionales, para quienes la medida tradicional de
riqueza de las naciones –el Producto Interno Bruto (PIB)– ha dejado
de ser un índice suficiente, representativo o confiable sobre la calidad
de vida de los países. En cambio se estaría proponiendo la aplicación
del Índice Nacional de Felicidad, un complejo sistema que desde
hace varios años se aplica en el reino budista de Bhután, un pequeño
Estado monárquico parlamentarista enclavado entre China e India.
En este contexto, el economista estadounidense Joseph Stiglitz viajó
en abril del 2010 a Bhután y pidió a Estados Unidos que siguiera su

230
Las Encuestas de la Felicidad

modelo: abandonar el PIB y evaluar los países según el bienestar de


sus ciudadanos. La de tal viaje vale la pena citarla en extenso:

En diciembre de 2006, el rey Khesar de Bhután ordenó a los tecnócratas de


su gobierno que diseñaran un índice para medir el bienestar de su pueblo
con más precisión que el Producto Interior Bruto (PIB). Los tecnócratas
obedecieron y crearon la Felicidad Nacional Bruta (conocida como GNH,
por sus siglas en inglés), un índice que evalúa la felicidad privada y
pública de sus habitantes. Al rey Khesar le gustó lo que le mostraron sus
funcionarios y entonces, desde noviembre de 2008, Bhután oficialmente
elabora sus políticas de gobierno según lo que le indican los resultados de
su GNH.
El gobierno de Bhután define la felicidad como un bien público
experimentado subjetivamente, “y es por ello que no puede ser dejada
exclusivamente a artículos o esfuerzos privados”. Para medirla, envían a
un grupo de especialistas a recorrer el país y hacer encuestas. La encuesta
dura varias horas y sus preguntas están divididas en nueve categorías:
bienestar psicológico, uso del tiempo, vitalidad de la comunidad, cultura,
salud, educación, diversidad ambiental, estándar de vida y gobierno. Con
todos estos resultados (cada categoría tiene el mismo peso), el gobierno
obtiene un puntaje final para el país y para cada distrito. El objetivo del
gobierno de Bhután es que todos sus habitantes tengan un nivel “suficiente”
de felicidad en cada una de las categorías.
El sistema butanés tiene sus defensores pero también sus críticos, quienes
recuerdan que en el pequeño país budista no hay extranjeros ni libertad
de prensa, el analfabetismo es alto y la televisión llegó hace apenas una
década. Se puede ser feliz y raro al mismo tiempo (Iglesias, 2010: 53).

En sintonía con la experiencia de Bhután, a partir de un conjunto


de elaboraciones, donde ocuparán un lugar destacado los análisis de
los premios Nobel de economía Daniel Kahnemann, Joseph Stiglitz
y Amartya Sen, así como también los aportes de investigadores
provenientes de áreas tales como la propia economía, la psicología
y la sociología, se ha venido planteando que la medición de los
niveles de felicidad de las personas se presenta como la manera más
adecuada para orientar las políticas públicas de los países. Acogiendo
el llamado realizado desde el mundo científico, son varios los países
que han venido incorporando medidas de “bienestar subjetivo”, con la

231
Iván Pincheira Torres

finalidad de complementar las tradicionales mediciones de crecimiento


y desarrollados –por ejemplo: el ingreso per cápita, el Producto
Interno Bruto (PIB) y el Índice de Desarrollo Humano–, las que, por
cierto, han sido oficialmente implementadas. De ahora en adelante,
entonces, será el nivel relatado de felicidad de las personas el criterio
más pertinente al momento de dirigir la política pública. Tan relevante
se ha tornado esta temática que incluso organismos internacionales,
tal como la ONU y la OCDE, también han implementando mediciones
globales de satisfacción y felicidad. Se persigue de este modo alentar
a los gobiernos del mundo a incorporar dichos dispositivos como una
cuestión de Estado.
Tal como se destaca en su sitio oficial, la misión de la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) es promover
políticas que mejoren el bienestar económico y social de las personas
alrededor del mundo. Basado en experiencias y hechos reales, se
recomienda el diseño de políticas para hacer mejor la vida de las
personas. En esos términos en mayo del año 2011, y en el marco de
su 50° aniversario, la OCDE hizo el lanzamiento oficial de su propio
sistema de indicadores de bienestar: el Índice de Vida Mejor (Better
Life Index). El Índice de Vida Mejor buscará medir el bienestar de los
habitantes de los países miembros de esta organización a través de
once indicadores: vivienda; presupuesto; trabajo; relaciones sociales;
educación; medioambiente; gobierno; salud; bienestar subjetivo;
seguridad; equilibrio entre el trabajo y la vida privada. Ahora bien,
la particularidad de la medición realizada por la OCDE es que estos
indicadores de bienestar no producen un único índice, sino que cada
persona que accede a su sitio web puede, de forma interactiva, conocer
cómo se desempeñan los diferentes países en cada uno de los tópicos
que han sido incorporados en el Better Life Index.1
La preocupación por aquella manifestación emotiva que es la
felicidad se advierte como una de las preocupaciones cardinales al

1
Para acceder a los índices interactivos que muestran el desempeño de cada país en los
tópicos que han sido definidos por la OCDE para medir una “Vida Mejor” ver http://www.
oecdbetterlifeindex.org/.

232
Las Encuestas de la Felicidad

interior de las actuales prácticas de gobierno, esto es lo que podemos


constatar a partir de la resolución adoptada el 13 de julio del 2011
por la Organización de Naciones Unidas (ONU) y que lleva por
titulo: “La Felicidad: hacia un enfoque holístico del desarrollo”
(Happiness: Towards a Holistic Approach Development). De esta
forma, considerando que “la búsqueda de la felicidad es una meta y
una aspiración humana universal” y “reconociendo que el PIB es un
indicador que no fue diseñado para reflejar la felicidad y el bienestar
de la gente”, se invita a los estados miembros de la ONU a “desarrollar
nuevos indicadores” y adoptar otras medidas para que “la felicidad y
el bienestar” puedan orientar las políticas públicas.
Dentro de este orden de cosas, la resolución de la ONU será
acompañada por la reciente aparición del World Happiness Report.
Publicado en abril del 2012, el Informe de Felicidad Mundial es
un estudio encargado por la ONU a la Universidad de Columbia.
Elaborado por Jhon Helliwell, Richard Layard y Jeffrey Sachs, a
través de este informe se buscará ahondar en el estado de la felicidad
en el mundo, en sus causas y consecuencias, y en recomendaciones de
políticas públicas.

La implementación de los Índices de Felicidad en Chile

El año 205, Jaime Barrientos realizó uno de los primeros estudios


sobre felicidad en Chile, utilizando para ello la encuesta internacional
ISWS realizada en el año 1985. Aplicada a una población de 264
estudiantes universitarios, se consultó lo siguiente: ¿considerando su
vida como un todo, podría usted describirla como: muy infeliz - muy
feliz? En un rango de 0 a 7 puntos, el promedio fue de 4,7. El segundo
gran estudio fue llevado a cabo en el año 1990 por el World Values
Study, un proyecto de investigación mundial sobre valores. Aplicada
a una población general de 1500 personas, se consultó lo siguiente:
¿cuán satisfecho o insatisfecho estás ahora con tu vida? Usando un
rango de respuesta que iba de 1 a10 puntos, la media obtenida fue de

233
Iván Pincheira Torres

7.28 puntos. El tercer estudio formaba parte también parte del World
Values Study, y se realizó en el año 1996. Aplicada esta vez a una
población de 1000 personas, realizaron dos preguntas. La primera:
¿En este momento, podrías decir que estás: muy feliz - no del todo
feliz? En una escala de 1 a 10 puntos, el promedio fue 7,05 puntos. La
segunda pregunta fue: ¿cuán satisfecho o insatisfecho estás tú con tu
vida ahora? En una escala de 1 a 10 puntos el promedio fue de 6,56.
El cuarto estudio formaba parte del Latinobarómetro y se realizó en
1997, y contó con las respuestas de 1200 personas. La pregunta estaba
referida al grado de satisfacción con la vida. En una escala de 1 a 10
puntos el promedio fue de 6,85 puntos. Para el año 2000 se reiteró
este estudio del Latinobarometro. Frente a la misma pregunta referida
al nivel de satisfacción con la vida, el promedio de respuesta alcanzó
6,70 puntos.
Las apreciaciones sobre los niveles de felicidad son juicios internos
que se hacen desde el punto de vista de cada cultura. En este sentido,
según los estudios estadísticos sobre felicidad sí se puede saber en qué
sociedades la población –de acuerdo con su propio sistema valórico–
expresa un mayor nivel de bienestar subjetivo. Asumiendo que éste
ha sido el criterio utilizado, el sociólogo Eugenio Tironi (2006)
constatará que en Chile también se han implementado mediciones de
felicidad. Uno de los estudios sobre la felicidad que Tironi destaca
fue una encuesta vía telefónica realizada por la Fundación Futuro en
un estudio del año 2003, el cual se denominó: “La felicidad, el amor,
la fe y la autoestima de los chilenos”. Sus resultados indicaban que el
46% de los entrevistados se declaraba feliz. Otra encuesta considerada
por Tironi es la realizada –también en el año 2003– por la empresa de
estudios de mercado Adimark, y que llevó por título: “¿Son felices los
chilenos? En este estudio se indicaba que un 40% de los encuestados
se declaraba feliz.
Pese a no corresponderse completamente con los estándares
internacionales, para Tironi la visión que entregaron estas dos
encuestas sobre felicidad en Chile es bastante congruente con el

234
Las Encuestas de la Felicidad

patrón que muestran los estudios internacionales. A este respecto cita


el estudio elaborado por el Centro de Investigación y de Estudios
de Mercado CIMAGROUP en el 2006, el cual sí se adecuó a las
preguntas que utilizan los estudios clásicos sobre el tema. Frente a
la pregunta: “Pensando en el último mes, ¿Qué tan feliz se siente?, el
66% de los chilenos se declara feliz o muy feliz.
Por nuestra parte, siguiendo este mismo criterio de adecuación a
los estándares internacionales, nos detendremos en dos encuestas
nacionales. La primera es la Encuesta Nacional de la Universidad
Diego Portales. A partir del año 2005 la Universidad Diego Portales
inició un programa de encuestas de opinión pública, las cuales tienen
el propósito de contribuir a la comprensión de los cambios en las
percepciones de los chilenos en diversas áreas donde el país evidencia
transformaciones cruciales. Formando parte de este instrumento
estadístico, la pregunta por la felicidad no estará ausente. Es así como
ante la pregunta: “Y en general, ¿cuán satisfecho está Ud. con su vida
actualmente?”, la Encuesta Nacional UDP 2009, determinará que los
chilenos en general están satisfechos con la mayoría de los aspectos de
su vida, alcanzando un promedio de 79%. Así se sostendrá que: “Año
a año, los niveles de felicidad de los chilenos aumentan discretamente.
Si bien este porcentaje no es significativo, algunos aspectos destacan
en incremento a lo largo de estos últimos cinco años” (UDP, 2009).
El segundo instrumento estadístico en el cual nos detendremos es el
Primer Barómetro de la Felicidad en Chile. Realizado en el año 2011
por el recientemente inaugurado Instituto de la Felicidad Coca-Cola
Chile, este estudio contará con una muestra representativa a nivel
nacional: 1.045 entrevistas a personas con edades que fluctuaron entre
16 y 60 años. Así tenemos que el 5% de los chilenos se mostraron “muy
insatisfechos”; 9% “insatisfecho”; 15% “ligeramente bajo la media
de satisfacción”; 25% “ligeramente satisfecho”; 31% “satisfecho”; y,
finalmente, el 15% de las personas encuestadas se manifestó “muy
satisfecha”’. Tomando en consideración las dos últimas variables,
según se concluye en el informe, los resultados de este estudio

235
Iván Pincheira Torres

demuestran que el 46% de los chilenos se considera “muy feliz” con


su vida.
Según los responsables del Primer Barómetro de la Felicidad, las
conclusiones generales de esta investigación no permiten entregar
una receta para ser feliz, sin embargo hacen posible identificar las
características de los chilenos que se consideran más felices, lo cual
es relevante porque entregan pistas acerca de los rasgos individuales
positivos que comparten quienes reconocen mayores niveles de
bienestar personal, y también demuestran que los aspectos que
inciden en menor medida en su felicidad son los factores económicos
personales, los ingresos del hogar y la percepción de la situación
económica nacional.
En síntesis, serán estos los aspectos a considerar por el Instituto
de la Felicidad Coca-Cola toda vez que, a partir de la información
suministrada por el Barómetro, plantee que su misión será reflexionar
acerca de las fortalezas personales de quienes se consideran más
felices y, de esta forma, contribuir a la educación de la población en
las actitudes y habilidades que contribuyen a ser más positivos. Todo
ello tendiente, en definitiva, a incorporar este tema dentro del ámbito
de las políticas públicas. Tal como veremos a continuación, dicho
llamado a prestar atención a los estados de ánimo será prontamente
considerado por parte de las instancias gubernativas.

La incorporación de la felicidad en las prácticas de gobierno


en el Chile actual

Hoy quiero aprovechar esta última cuenta pública para reconocer


que hemos cometido errores.
Pero también para asegurar que siempre hemos actuado de buena fe y entregando lo mejor
de nosotros mismos con un solo norte: mejorar la vida de los chilenos y facilitar su camino
hacia una mayor felicidad.
Sebastián Piñera, Cuenta Pública a la Nación, 21 de mayo 2013.

236
Las Encuestas de la Felicidad

Uno de los primeros antecedentes existentes respecto de la


implementación de indicadores gubernamentales de felicidad en
Chile corresponde a la Encuesta Nacional de Calidad de Vida.
Implementada por el Ministerio de Salud (Minsal) en coordinación
con el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), dicha investigación
busca indagar en los factores psicosociales asociados a la salud física
y mental de la población chilena. En dicho instrumento estadístico se
evaluará, en una escala de notas que va desde el 1 hasta el 7, donde 1
es cuando se siente muy mal y 7 cuando se siente muy bien, el nivel
de satisfacción de los chilenos en diversos aspectos de la vida. Los
aspectos considerados son: Privacidad que tiene donde vive, cantidad
de dinero, condición física, bienestar emocional o mental, relación de
pareja, cantidad de diversión, vida familiar, trabajo, vida sexual, vida
en general, salud en general (Minsal & INE, 2002, 2006). Tal cual
se indica en el sito web del Ministerio de Salud,2 en los años 2000 y
2006 se aplicó en Chile la Encuesta Nacional de Calidad de Vida y
Salud (ENCAVI), y sus fundamentos descansaban en la necesidad de
establecer una línea base para la elaboración de planes y programas
en torno a la promoción de la salud y la generación de insumos para
la formulación de políticas públicas.
Ciertamente la Encuesta Nacional de Calidad de Vida y Salud re-
sulta ser un antecedente relevante al momento de describir la incorpo-
ración de la felicidad como un ámbito de interés gubernamental, todo
lo cual nos indica que son varios los gobiernos que en Chile –Ricardo
Lagos y Michelle Bachelet– han venido implementando indicadores
de bienestar subjetivo al momento de la formulación de políticas pú-
blicas. No obstante lo anterior, será bajo la presidencia de Sebastián
Piñera que la felicidad aparece más resueltamente al centro de la
acción gubernamental.
Demostrando estar en conocimiento de los desarrollos alcanzados en
estas materias, durante la presidencia de Sebastián Piñera, el gobierno
tomará una posición de liderazgo mundial al incorporar mediciones de

2
http://epi.minsal.cl/estudios-y-encuestas-poblacionales/encuestas-poblacionales/encuesta-
nacional-de-calidad-de-vida-y-salud-encavi/.

237
Iván Pincheira Torres

felicidad en la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional


(CASEN). En octubre del 2011, mediante un comunicado emitido por
el Gobierno de Chile, se anunciaba oficialmente que la Encuesta de
Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN) incorporaría,
“de manera innovadora”, una pregunta referida al “grado de felicidad
de las personas”. La encuesta CASEN, realizada por el Ministerio de
Desarrollo Social, es el principal instrumento para medir la situación
socioeconómica de los chilenos. Dicho instrumento estadístico fue
creado en 1985 para medir el nivel socioeconómico, sin embargo,
desde el 2011 se incluirán varios componentes que apuntan a conocer
factores subjetivos. Con ello, el gobierno apunta a identificar los
niveles de satisfacción de las personas, que servirían para elaborar
políticas públicas. En este sentido, el ministro de Desarrollo Social,
Joaquín Lavín, explicaba que:

Normalmente, las encuestas de política económica y social miden el


bienestar objetivo, cuánto gana la persona, si tiene acceso a los servicios
sociales, pero cada vez más países están comenzando a medir el bienestar
subjetivo, la percepción, si es feliz o no con su vida, lo que hace la
felicidad, si la salud, el dinero o el amor (Gobierno de Chile, 18/10/2011).

Tras esta decisión de incorporar mediciones de felicidad en la


Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN)
2011, se espera –tal como ha sido planteado desde las esferas
gubernamentales– dar un paso trascendental para orientar las políticas
públicas en las más diversas áreas del quehacer nacional. Todo lo cual,
en última instancia, redundaría en el mejoramiento supuestamente del
bienestar subjetivo de los chilenos.
En el mes de Julio del 2012 se harían públicos los resultados de
esta medición oficial de felicidad. Es así que a partir de la pregunta
“Considerando todas las cosas, ¿Cuán satisfecho está usted con su
vida en este momento?”, se determinó –en una escala que va del 1 al
10– que el promedio de satisfacción de los chilenos corresponde a un
7,2. Asumiendo que esta pregunta no tiene que ver con indicadores

238
Las Encuestas de la Felicidad

“objetivos”, y haciendo mención a las repercusiones que tendrán los


resultados de esta medición de felicidad sobre las políticas públicas,
el ministro Lavín indicó que:
Lo que haremos ahora es aislar cuáles son las variables que tienen
mayor impacto con la satisfacción de las personas, la educación, acceso
a la salud, niveles de ingreso, el tipo de familia, para que a través de
las políticas públicas, podamos influir indirectamente en la vida de
cada uno de ellos. (Ministerio de Desarrollo Social, 29/07/2012).

En otra de las alusiones gubernamentales respecto a esta temática,


en el marco de la presentación del Informe de Desarrollo Humano
2012 elaborado por el Programa de Naciones Unidas (PNUD),
titulado Bienestar subjetivo: el desafío de repensar el desarrollo,
será el propio Presidente de la República, Sebastián Piñera, quien
se referirá al lugar que ocupará el concepto de felicidad dentro de la
política pública chilena.
Una de las líneas que estamos siguiendo en nuestro Gobierno es tratar de
ver cómo las políticas públicas pueden potenciar, ampliar y fortalecer esas
capacidades para entregarles instrumentos a las personas, para que ellos vean
los caminos hacia esos niveles superiores de satisfacción personal. O como
lo menciona el informe de bienestar subjetivo, a lo cual estamos apuntando,
de alguna forma, es a la calidad de vida o a la felicidad (Piñera, 2012).

El Informe sobre Desarrollo Humano en Chile 2012, titulado


Bienestar subjetivo: el desafío de repensar el desarrollo, plantea que
hoy Chile está llamado a rediscutir los fines del desarrollo desde la
subjetividad de las personas, es decir, desde la manera en que estas
piensan, sienten y desde la evaluación que ellas hacen de sus vidas
y de la sociedad en que viven. Siendo precisamente el concepto de
felicidad el que se ubica al centro del debate.

De hecho, el intento por incluir la felicidad en la medición del


progreso social y en la orientación del desarrollo y las políticas
públicas suscita hoy importantes adhesiones. Diversos gobiernos
se han sumado a las iniciativas para desarrollar mediciones con
miras a implementar políticas públicas que ayuden a expandir la
satisfacción con la vida de sus ciudadanos (PNUD, 2102: 35).

239
Iván Pincheira Torres

Las diversas estadísticas analizadas en este Informe muestran que,


en general, los chilenos y chilenas están satisfechos con sus vidas. El
promedio de satisfacción con la vida, en una escala de 1 a 10, es de 7,3.
En contraste, la percepción acerca de la sociedad es más bien negativa,
y en el largo plazo ha venido empeorando. La ciudadanía evalúa con
una nota promedio de 4,1 a las oportunidades que el país entrega a
las personas. La confianza en las instituciones se ha ido deteriorando.
Mientras en 1995 un 30% confiaba en las instituciones, hoy solo lo
hace un 20%. En síntesis, “satisfechos consigo mismos pero críticos
con la sociedad”, esa parece ser la realidad de la subjetividad en Chile
según los datos que arroja este informe (PNUD, 2012).
Más recientemente, junto a los instrumentos estadísticos recién
señalados (CASEN, PNUD), será a través de la Encuesta Nacional de
la Juventud, implementada por el Instituto Nacional de la Juventud
(INJUV), que las instancias gubernativas se dotarán de un arsenal
informativo que le permitirá conocer los niveles de felicidad de
un sector importante de la población, como lo es la juventud. Tal
cual se señala en la presentación de dicho informe, la Encuesta
Nacional de Juventud es un instrumento de análisis cuantitativo que
se aplica cada tres años con la finalidad de actualizar el diagnóstico
nacional en juventud. Permite, como resultados inmediatos, informar,
diagnosticar, visibilizar las temáticas de la juventud e influir en el
desarrollo de las políticas públicas. A mediano plazo, permite dar
soluciones a los problemas de la juventud, orientar las políticas
públicas y focalizar los recursos de programas dirigidos a las y los
jóvenes de Chile (INJUV, 2013: 6).
La 7ª Encuesta Nacional de la Juventud tendrá como novedad la
inclusión de una pregunta referida a niveles de felicidad. Es así como
en el capítulo referido a “Representaciones Juveniles y Orientaciones
Valóricas de la Juventud”, se arrojarán los siguientes resultados:

240
Las Encuestas de la Felicidad

Un 84% de las personas jóvenes reconoce ser feliz, siendo las y los jóvenes
de los grupos socioeconómicos medio y alto quienes en mayor proporción
declaran ese estado. Los jóvenes pertenecientes a los grupos ABC1 y C2,
se declaran felices en 90% y 89%, respectivamente; en tanto que estos
porcentajes descienden al 84% y 80% en los grupos C3 y D, alcanzando
el 74% en el E.
Al analizar por región, se observa que la Región de Magallanes presenta
la mayor proporción de jóvenes felices, con 90%, seguida de las regiones
de Antofagasta y Valparaíso, ambas con 87% de jóvenes felices. Entre
las regiones con una menor proporción de jóvenes felices se encuentran
la Región de Tarapacá (75%) y las regiones de Aysén y Los Ríos (ambas
con 77%) (INJUV, 2013: 103-104).

Con todo, pese a que recién se está comenzando a escrudiñar en


las nociones de bienestar subjetivo, satisfacción y felicidad como un
ámbito a partir del cual estructurar la política pública, no obstante, tal
como mencionaba Sebastián Piñera en la presentación del Informe
de Desarrollo Humano 2012 elaborado por el Programa de Naciones
Unidas (PNUD), discurso al que referíamos más arriba, “es importante
que las políticas públicas y, por tanto, los gobiernos, que son los
que tienen que administrar el Estado, se hagan cargo de este nuevo
desafío”. En estos términos serán varias las medidas propuestas por
el mandatario chileno. Se planteará, por ejemplo, el mejoramiento de
la calidad, la cobertura y el financiamiento del sistema educacional,
la generación de nuevos empleos, fortalecimiento de la familia
como núcleo de la sociedad, etc.; y así también se planteará el
“fortalecimiento de valores” tales como la honestidad, la confianza,
la solidaridad, la tolerancia, el respeto por los demás, la confianza en
las instituciones. En definitiva, tal como concluirá Piñera, “a través
de estas acciones el gobierno chileno está tratando de acercarse a ese
concepto de cómo hacer que nuestros compatriotas puedan tener una
vida más plena y más feliz”.

241
Iván Pincheira Torres

A modo de Conclusión: Las encuestas de felicidad como modo


de gestión gubernamental de las emociones en el Chile neoliberal

Emociones, sentimientos, afectos o pasiones, son todas


denominaciones utilizada para describir específicos procesos mediante
los cuales percibimos y nos relacionamos con el mundo. Ya sea que
nos refiramos al miedo, felicidad, vergüenza, repugnancia, envidia,
lástima o cólera, asumiendo su carácter plural, las emociones están
continuamente presentes en la vida de los sujetos. Junto a lo anterior,
vamos a asumir que las emociones no remiten sólo a procesos
individuales, sino que forman parte de un relato social mayor. Las
emociones no surgen y no son expresadas en el vacío: son fenómenos
socialmente construidos dentro de contextos culturalmente definidos.
De este modo nos resulta más sugerente abordar el fenómeno de las
emociones en relación al escenario social en que se originan. En estas
circunstancias –y siempre en dialogo con aquella línea de estudios
vinculada a la Sociología de las emociones (Le Breton, 2009; Scribano
y Figari, 2009; Hochschild, 2008; Nussbaum, 2008; Illouz, 2007;
Elster, 2002) –, de nuestra parte nos interesa abordar el fenómeno de
las emociones –en general– y la felicidad –en particular– en relación
al escenario social en que se suscitan. Dado su carácter histórico-
contextual, la idea entonces es problematizar los nexos existentes
entre aquella manifestación emotiva que es la felicidad y la actual
gestión gubernamental.
Ubicados en este terreno, en función del análisis del conjunto de
documentos y archivos presentados, esperamos haber proporcionado
una serie de antecedentes que permitan la caracterización de una de
las modalidades a través de las cuales operan las actuales prácticas de
gobierno. De esta manera, junto a las modalidades de acción de carácter
global, que dicen relación con medidas de tipo general que apuntan a
intervenir a nivel de las instituciones y estructuras sociales, todo ello
tendiente a la adecuación de un determinado marco regulatorio dentro
del cual vendrán a desenvolverse las poblaciones, podemos constatar

242
Las Encuestas de la Felicidad

que los procesos subjetivos también se conformarán en un campo de


preocupación gubernamental.
De esta manera, entonces, los antecedentes de los que hemos
dispuesto nos permiten comprobar que más allá de un sujeto racional,
podemos concluir que será en torno al reconocimiento de un sujeto
emotivo que se conformarán los vigentes programas de gobierno.
Esto es lo que hemos buscado demostrar a través de la descripción
de las modalidades mediante las cuales la felicidad se ha posicionado
como un legítimo objeto de gobierno. A esto hemos apuntado al
concentrarnos en la caracterización de las encuestas de felicidad que
han venido siendo implementadas en distintos países del mundo,
incluyéndose ahora a Chile con mucha fuerza.
Tal como indicáramos al inicio de este artículo, la felicidad es una
noción constantemente redituada en el horizonte de expectativas de las
sociedades occidentales. Constituyéndose así en un objeto de gestión
gubernamental desde el momento en que comienza a instituirse la
sociedad Moderna. Ahora bien, el interés de nuestro trabajo no
solo apunta a describir cómo la relevancia asignada a la felicidad
se encuentra vigente hasta hoy en día; todo lo cual se manifiesta a
través de la medición estadística de los niveles de bienestar subjetivo.
Nos interesa también relevar las condiciones de posibilidad desde las
cuales se actualiza hoy en día la apelación gubernamental a la noción
de felicidad. En este sentido, debemos indicar que –al menos para el
caso chileno– la incorporación de la felicidad al discurso y práctica
gubernamental se produce en el marco de la preeminencia de los
principios rectores de la racionalidad neoliberal.
La contemporánea apelación al concepto de felicidad hace parte
de las vigentes “políticas del individuo” (Merklen, 2013) que, junto
con “debilitar las protecciones y derechos sociales”, se concentrarán
en la producción de un sujeto que se asuma responsable de asegurarse
por sí mismo frente a la existencia de “diferentes tipos de riesgos”
(Castel, 2004); todo lo cual llevará a los sujetos a establecer prácticas
de autoaseguración a través de una relación calculadora y prudente

243
Iván Pincheira Torres

con el futuro; “nuevo prudencialismo” le denominará Pat O’Malley


(2006). En esta misma dirección, basándose en preceptos tales como
“capital humano” o “empresario de sí mismo” (Foucault, 2007),
dentro del marco neoliberal de gobierno se pondrá énfasis en las
responsabilidades del propio individuo, de las familias y de las
comunidades al momento de garantizar su futuro bienestar. De esta
forma será una obligación personal el dar pasos activos para asegurar
una adecuada calidad de vida (Rose, 2007).
Conectada a una “nueva cultura psicológica” que contribuirá a la
abundante generación de técnicas de manejo del yo que garanticen la
adecuada preservación y la reproducción del propio capital humano
(Stecher, 2013; Papalini, 2010; Rose 1998; Gordon, 1991), las
contemporáneas modalidades de gestión gubernamental de la felicidad
serán coherentes con las neoliberales políticas de individuación que,
bajo la lógica de la privatización de los “bienes comunes”, tenderá
a un proceso de “desinstitucionalización” de aquellos espacios
que habían sido diseñados para ser garantes del acceso igualitario a
sistemas de protección social.
Estas son las condiciones de posibilidad a partir de las cuales se
desplegarán las actuales encuestas de felicidad. En estas circunstancias,
vamos a señalar que de no producirse transformaciones profundas en
el programa político, económico y social vigente, desde ya podemos
avizorar que las medidas dispuestas para proporcionar estados de
felicidad y satisfacción a las personas seguirán siendo del mismo tipo
que las políticas que han sido implementadas por cerca de cuarenta
años en Chile. Momento en que el gobierno militar decide –allá por
la década de 1970– adoptar radicalmente las premisas neoliberales
como vehículo para proporcionar bienestar a la población. En estas
condiciones es probable que la continuidad de este tipo de políticas
tenga como consecuencia, asimismo, la continuidad de una serie de
manifestaciones que han puesto en evidencia el estado de malestar de
un sector importante de la población chilena actual.

244
Las Encuestas de la Felicidad

Sin lugar a dudas las encuestas son un instrumento indispensable


para la gestión de toda política pública. No obstante, intentar dar cuenta
de la complejidad de lo social resulta insuficiente si este acercamiento
se realiza solamente desde el idioma de la cifras. Es por esto que,
junto a los diferentes índices y mediciones que han venido y seguirán
siendo elaborados, una caracterización más precisa del estado emotivo
de los chilenos podría también considerar, por ejemplo, la diversidad
de expresiones de protesta, tales como: el movimiento estudiantil,
el conflicto mapuche, manifestaciones ecologistas, movimientos
animalistas, movimientos ciudadanos regionalistas, y otra serie de
movilizaciones que se han venido desarrollando durante los últimos
años en Chile. Las que tendrán su momento de mayor visibilidad
durante el año 2011 con el movimiento estudiantil. Concentrando sus
reparos sobre aspectos específicos del proyecto neoliberal vigente
–contrariando así a los discursos de la felicidad desplegados ya
sea a través de diversas campañas publicitarias o en declaraciones
presidenciales–, vistas en conjunto, cada una de estas manifestaciones
se constituyen en expresión del descontento social existente hoy en
día en Chile.

245
Iván Pincheira Torres

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250
“Tecnologías del yo”: entre la gubernamentalidad
y la autonomía

Vanina Papalini

Es muy básico lo que yo busco, es estar bien, todo el tiempo. O sea estar, cuando
digo estar bien es, va a sonar muy trillado, es aprender a ser feliz
(Eduardo, 42 años).

Hay veces que realmente me resulta pesada la soledad (…). No obstante me voy
familiarizando con esta situación de la soledad, pero entonces leer un libro como
este, como este que estoy terminando de leer ahora (…) de pronto me saca de
pensamientos que pueden ser un poco así girando a ciertos problemas que tengo
que solucionar y que son vitales, como ya no vivir más en una casa grande, o cómo
solucionar que mi hijo no tiene trabajo, toda una serie de cosas, las relaciones
con mis hijos, bueno un montón de cosas; para sacarme de esos problemas que
me llevan como a un solipsismo digamos, yo veo que la lectura es una gran cosa,
pongo mis neuronas a trabajar y tratar de entender bien todos estos libros
(Vicky, 73 años).

Eduardo es arquitecto, está casado y tiene hijos. Goza de buena


salud, su entorno afectivo lo contiene y desarrolla proyectos que lo
estimulan. Tiene un buen empleo y no le falta dinero. Podría decirse
que “le va bien” en la vida. Vicky es profesora de artes retirada, vive
sola. Sufre graves problemas de columna y a veces debe quedarse en la
cama, postrada. Está divorciada; sus hijos no la visitan con frecuencia
y pasa sola mucho tiempo. Toma sedantes para dormir escasas seis
horas por noche. Debe elegir entre la conexión a la TV por cable o la
cuota del club donde hace natación, pues no puede solventar ambos
gastos.
Aunque las situaciones no sean simétricas en modo alguno, hay un
dato en común: tanto Eduardo como Vicky son lectores contumaces
de libros de autoayuda. Cada uno busca en ellos diferentes tipos de
ayuda, pero los dos recurren a la misma fuente. En algún sentido,
ambos son vulnerados por las nuevas condiciones de vida que reclama
el capitalismo contemporáneo; ambos son exigidos por iguales

253
Vanina Papalini

constricciones y confrontados con los mismos ideales y modelos de


éxito y felicidad. Sin embargo, ninguno de los dos puede responder
completamente a esas exigencias. Ninguno de los dos, tampoco,
pide apoyo a las agencias o instituciones que tradicionalmente lo
brindaban: la familia, el estado, el empleador, la ayuda social, los
sistemas expertos, las organizaciones de trabajadores.
¿Qué tan generalizado es este proceder? Las cifras de ventas de
libros de autoayuda, que indican que uno de cada 5 libros vendidos
en América Latina (Papalini, 2011) pertenece al género amplio de la
autoayuda (Papalini, 2007a), prueban que se trata de una vía frecuente
de búsqueda de solución a los conflictos vitales que experimentan
los sujetos durante su vida. Pero, ¿qué es lo que esto significa? La
pregunta implica, al menos, tres vectores: el primero, analizar las
demandas que se plantean a los sujetos contemporáneos en la etapa
actual del capitalismo; la segunda, describir los recursos que están a su
alcance para satisfacerlas, y la tercera, comprender qué significan, en
términos de gobierno de las poblaciones, estos procesos. El intento de
respuesta que ensayaré a continuación ordena el razonamiento según
un plan expositivo que va de una caracterización general del momento
socioeconómico que vivimos, hasta la dimensión microfísica de las
prácticas personales (Foucault, 1992), recorriendo en medio una serie
de conceptos que oficien de puntos de apoyo para su escrutinio.
En un ejercicio de especulación, en el cual las referencias empíricas
estimulan la reflexión, intentaré asomarme a la compleja dinámica que
desencadenan las culturas terapéuticas y sus dispositivos, atendiendo a
su doble filo: puestas al servicio de la gubernamentalidad, contribuyen
a producir sujetos que convienen a las estrategias del capitalismo
mundial integrado; pero al mismo tiempo, son capaces de generar
procesos de transformación cuya dirección no está nunca garantizada.
Esta doble valencia de los procesos que analizaré se explica por el
concepto foucaultiano de “tecnologías del yo”, el cual explica los
procesos de autotransformación de los sujetos. Mi tesis es que estas
refiguraciones suceden aunque no necesariamente impliquen una

254
“Tecnologías del yo”: entre la gubernamentalidad y la autonomía

ruptura con el orden dominante. Intento examinar las articulaciones,


conexiones, condiciones y relaciones que se producen en los pliegues
cuando un dispositivo particular, el de las prácticas terapéuticas, se
ensambla con las configuraciones actuales del capitalismo.

Un panorama conocido

Al observar los casos de Eduardo y Vicky presentados al inicio,


uno de los aspectos que resulta llamativo es que ambos buscan, por
sí solos, salida a los problemas que experimentan. Esta situación no
es simplemente una decisión personal; antes bien, se trata de una
elección, en un abanico muy limitado de posibilidades, que sólo les
permite buscar paliativos a las consecuencias menos agradables de
un cierto modo de vivir que pesa sobre ellos. Tanto el planteo del
problema –lo que experimentan como “malestar” –, como las posibles
soluciones, están precodificados –es decir, designados, tipificados y
valorados– dentro de un modelo societal que excede el “mundo de
la vida” (Schutz & Luckmann, 1973), las situaciones y vivencias tal
como se experimentan ordinariamente. Esto es: que la soledad y las
restricciones económicas sean el horizonte “normal” de una mujer
jubilada, que deba resolver sus dolencias físicas sin asistencia social,
que las instituciones y la familia “pasen de ella”, implica ya una
definición de sus dificultades que la confronta violentamente consigo
misma –y sólo consigo misma. Por otro lado, en el extremo “exitoso”
de la cadena, encontramos un profesional que busca una felicidad que,
extrañamente, tiene que aprender a reconocer –es decir: no se siente
feliz– aún en condiciones de vida muy superiores a las de Vicky.
Sabe que “estar bien todo el tiempo” es difícil: el éxito siempre es
precario; para mantenerlo necesita cada día reforzarlo, actualizarlo.
Percibe que tal logro –y el potencial fracaso– sólo dependen de él.
Esta circunscripción individual de los problemas es el primer
elemento a observar. Pareciera que las condiciones sociales del
capitalismo contemporáneo exigen el involucramiento de los sujetos

255
Vanina Papalini

para enfrentar –con recursos gestionados personalmente– (Sennett,


2000) condiciones de existencia que demandan, fundamentalmente,
sus potencialidades subjetivas: su creatividad, sus capacidades de
liderazgo y de autogestión, su resiliencia, su flexibilidad. El nuevo
capitalismo fundamenta su productividad en un “ser” (Boltanski
& Chiapello, 1999), mucho más que en un “hacer”. Ya no se trata
de competencias productivas –un “saber hacer”. Las capacidades
y aptitudes requeridas para acceder a un empleo y ascender en la
pirámide ocupacional son modulaciones de la personalidad, que
constituyen exigencias claves para un mundo del trabajo orientado a
los servicios.
Esta característica constituye una de las reconfiguraciones del
neocapitalismo que se hace eco de los reclamos de los 60, en términos
de mayor autonomía, menos rigidez en las rutinas y una crítica a
la uniformidad proveniente de la industrialización (Boltanski &
Chiapello, 1999; Le Goff, 2009). En el nuevo modelo, la producción
seriada que fue propia del fordismo ha sido delegada a las tecnologías
y al ensamblaje humano-maquínico de las maquiladoras y factorías
trasnacionales. El nuevo management se orienta a potenciar la
interfaz humana y desarrollar proyectos que exploten justamente las
capacidades creadoras y sociales imposibles de ser delegadas a un
autómata (Fernández Rodríguez, 2007).
Estas nuevas competencias, que reposan en cualidades personales,
demandan y, por lo tanto, agotan rápidamente, los recursos subjeti-
vos. La necesidad de mantener siempre un ánimo “positivo”, la pro-
actividad, la creatividad, no sólo describen una condición normal y
estable a la que aspirar, sino que también proscriben y patologizan
estados –también normales– que los sujetos atraviesan ocasionalmen-
te: la tristeza, el desgano, la ausencia de “inspiración”, la timidez, el
temor. El léxico circulante en los discursos sociales ha transformado
ciertos sustantivos que, tanto en la lengua corriente como en la poesía,
designaban un pathos conocido, bajo términos expertos que los tipi-
fican: depresión, angustia, pánico, fobias, stress, son denominaciones

256
“Tecnologías del yo”: entre la gubernamentalidad y la autonomía

provenientes del campo psicológico y psicoanalítico que deslizan su-


brepticiamente una acusación de anomalía (Papalini, 2013). El peso
desmesurado de las demandas dirigidas a los sujetos contemporáneos,
compelidos a sostener este “deber ser” activo y positivo, resistente al
stress y creativo, tiene como correlato el aumento de las crisis en un
mismo plano: el de la subjetividad.
Es esta necesidad –a la vez personal y sistémica– de constituir
y sostener a los sujetos la que actúa como origen de un nuevo
dispositivo de la gubernamentalidad contemporánea: la llamada
“cultura terapéutica”. La “cultura terapéutica” (Illouz, 2010) o “psy”
(Rose, 1999), que incluye como caso paradigmático las diversas
formas de la autoayuda, ha sido señalada como un emergente de las
transformaciones contemporáneas, cuya finalidad es proveer apoyo
y organizar las respuestas personales frente a las exigencias de los
ámbitos de trabajo, de las relaciones familiares, de pareja. Cumple
funciones diversas tendientes a lograr una mayor “adaptabilidad”
(Papalini, 2007): se plantea como un sistema informal para la
adquisición de las nuevas competencias y aptitudes laborales no
provistas por instancias de capacitación formales como son aquellas
basadas en la “personalidad”; orienta las relaciones interpersonales
hacia estilos emocionales y modelos de interacción adecuados a estas
condiciones; ofrece estrategias de afrontamiento de los problemas
sociales y personales; funciona como apoyo proponiendo salidas a
las crisis subjetivas y aumenta los niveles de tolerancia a la fatiga y
el stress. Este dispositivo, como explicaré a continuación, puede ser
pensado como una “tecnología del yo” actual.

Las tecnologías del yo

El seminario dictado por Michel Foucault publicado bajo el título de


Tecnologías del yo (1990) presenta una clasificación de las tecnologías
de gobierno divididas en tecnologías de producción, tecnologías de
los sistemas de signos, tecnologías de poder y tecnologías del yo. De

257
Vanina Papalini

ellas, las dos últimas conforman la esfera de la gubernamentalidad:


las primeras implican a las determinaciones a las que se somete a los
sujetos, las segundas conciernen a las operaciones que éstos realizan
sobre sí mismos –sobre sus cuerpos, pensamientos, prácticas– con
el fin de alcanzar un cierto estado de felicidad, sabiduría o santidad
que se corresponde con un determinado modelo moral. En las sectas
helénicas estudiadas por Foucault, las tecnologías del yo servían
como espacio de autogobierno, que tanto podía luego volcarse a un
mejor gobierno de la polis, como apartarse de todo reclamo mundano
persiguiendo ideales tales como el ascetismo y el desapego, es decir,
el control completo del cuerpo, las emociones y las representaciones,
en función de una mayor autonomía y una mayor sabiduría (Foucault,
2002).
A la inversa de lo que ocurre con los casos examinados por el
filósofo francés, sostengo que las modernas tecnologías del yo, cuyos
fundamentos provienen de fuentes diversas (religiones y formas
religiosas sui géneris, tanto como las neurociencias, la bioquímica
y la sociología, las psicologías conductistas, transaccionales
y cognitivistas), al adherir a un modelo donde la moral está
inextricablemente ligada a la orientación productivista del capitalismo,
dirige a los sujetos hacia valores y conductas heterónomos tales como
el éxito, la adaptación, la flexibilidad.
Dicho de otro modo: las tecnologías del yo pueden ir tanto
en dirección de la autonomía, como en dirección inversa, hacia
una mayor sujeción. Las tecnologías del yo que constituyen las
culturas terapéuticas, están, en general, puestas al servicio de la
gubernamentalidad neoliberal y son utilizadas como dispositivos
de sostén, adhesión y control de los sujetos (Papalini, 2007b). Si
revisamos la noción de tecnología, para la perspectiva foucaultiana,
toda tecnología es materialización de una racionalidad. La una y la otra
se amalgaman para constituir la dimensión de la gubernamentalidad.

258
“Tecnologías del yo”: entre la gubernamentalidad y la autonomía

A través de las tecnologías –dicen Francisco Jodar y Lucía


Gómez (2007)– se despliegan las racionalidades políticas. Por
ello, en la “conducción de las conductas” de los individuos,
racionalidades y tecnologías sólo son separables analíticamente.
Todo ello está implicado en las prácticas complejas y múltiples de la
gubernamentalidad (385).
No es sorprendente, entonces, que aun las tecnologías del yo
participen de la lógica de la gubernamentalidad, y estén atravesadas
por las tecnologías del poder que suponen un saber. En el caso de
estos dispositivos, construyen un tipo de saber sobre el sí mismo
basado en la vulgarización de conocimientos expertos, incluso
conocimientos complejos como el de la ciencia bioquímica. Estos
conocimientos, que provienen de sedes científicas pero se trasladan al
discurso social simplificados, se aplican al cuidado del cuerpo como
conocimientos de receta (Berger & Luckmann, 1972), en la misma
línea que la dietética helénica; es decir: la atención del organismo y
los alimentos que se ingieren suponen un equilibrio que permita un
mejor manejo de las “potencias” corpóreo-afectivas. Los estudios de
la química en relación a la anatomía y fisiología humanas ofrecen
una versión popular que intenta operar en términos de ese equilibrio
de componentes orgánicos que permita el buen estado psicofísico.
La sugerencia de comer chocolate como modo de reemplazo de las
actividades de las feromonas es uno de los ejemplos de vulgarización
de estos conocimientos expertos. Luego, el paso del alimento
al sustituto químico no se vuelve un salto “mayor”; la dinámica
psicofarmacológica se va volviendo, como consecuencia de esta
divulgación, aproximadamente comprensible para el paciente.
La lectura que Foucault propone de los procedimientos del “cuidado
de sí” en las sectas helénicas incluía la figura de un tutor, un maestro,
que acompañaba al discípulo y guiaba su interrogación filosófica. En
la antigüedad grecorromana, la preocupación por el sí mismo –“una
actividad extensa, una red de obligaciones y servicios para el alma”
(Foucault, 1990, p. 61)– proporcionaba un saber sobre el sí mismo.

259
Vanina Papalini

En el mundo moderno, en cambio, el conocimiento de sí constituye


el principio fundamental del cual se derivan las prácticas del cuidado
propio. Este conocimiento –ajeno a la inquietud de sí y producido
bajo las lógicas de abstracción y especialización del gobierno de
las poblaciones– se aplica en función del control de los cuerpos y
almas.
La novedad del neocapitalismo es que aquellas prácticas
disciplinarias que demandaban la intervención de un experto (un
médico, un psiquiatra, un profesor, un policía), han cedido su lugar a
modos de vigilancia globales que presuponen una interiorización del
gobierno. Con la difusión de un conjunto de saberes expertos puestos
al alcance de las poblaciones como enseñanzas pragmáticas, se
facilita que los propios sujetos se autocontrolen, se autolimiten. En el
extremo del autocontrol, incluso el proceso de subjetivación ha sido
delegado en los sujetos, esto es: los sujetos encuentran a su alcance
un número de recursos útiles para regular sus conductas de un modo
tal que resulten compatibles con los modelos morales propiciados por
los poderes de gobierno. La consecución “exitosa” de estos modelos
garantizaría la felicidad.
Existe, entonces, una dimensión en la cual estas estrategias
del gobierno de las poblaciones se plasman y distribuyen a nivel
microfísico. Recorren toda la extensión de las sociedades en la forma
de objetos y prácticas triviales que habitan la cotidianeidad. Como lo
enuncia Nikolas Rose:

Las prácticas de gobierno son intentos deliberados por dar forma a la


conducta de cierta manera y en relación con ciertos objetivos. Los intentos,
desde el gobierno, deben ser formalmente racionalizados en declaraciones,
políticas, panfletos y discursos (…) pero otros están menos articulados
formalmente; existen en la forma de una variedad de racionalidades
instrumentales dentro de tipos particulares de prácticas (…) algo en cierta
medida captado en una multitud de palabras capaces de describirlo y
representarlo: educación, control, influencia, regulación, administración,
gestión, terapia, reforma, guía (Rose, 1999: 8).

260
“Tecnologías del yo”: entre la gubernamentalidad y la autonomía

Estas nuevas tecnologías del yo persiguen la soberanía del sí-mismo


en la forma de omnipotencia, el desapego traducido como denegación
y la autonomía en la forma de autoafirmación individualista. Los
ideales “caídos” del conjunto de virtudes a las que aspiraban las
sectas grecorromanas son la sabiduría, que en la versión secular de
la modernidad deviene un campo propio de ciertos especialistas, y
la santidad, entendida como una forma de realización de la vida que
tienda a la trascendencia.
Sin embargo, aun cuando las tecnologías del yo se articulen con las
tecnologías del poder, por su misma forma de operar, generan pliegues
cuya dinámica es imprevisible. En tanto las tecnologías del yo exigen
la intervención directa del sujeto, una aceptación deliberada y una
inscripción efectiva en su materia corporal y sus representaciones
mentales, abren un espacio plural, polifónico, de fuerzas encontradas
–aquellas que el sujeto condensa existencialmente. Aunque la lógica
de la gubernamentalidad intente organizarlas bajo un imperativo
proveniente del afuera, su realización es paradojal ya que introducen
la posibilidad de escamoteo del sí-mismo frente a las formas más
generalizadas de subjetivación.

La subjetividad como clave de la gubernamentalidad de nuestra


época

Desde la perspectiva de los autores foucaultianos británicos,


como Nikolas Rose o Colin Gordon, la gubernamentalidad es otro
de los conceptos clave para examinar los procesos contemporáneos.
El término foucaultiano, preferido por Rose al uso de biopolítica,
(Rose, O’Malley & Valvedere, 2012), retiene en su segundo término
la noción de “mentalidad”, que subraya un aspecto particular del
gobierno de las poblaciones: sus estrategias, tecnologías y acciones
están imbuidas de una lógica práctica de la que participan tanto
poblaciones como gobiernos. Dicho de otro modo: la actividad de
gobierno está ligada a la actividad del pensamiento, una racionalidad

261
Vanina Papalini

que no es una especulación teórica sino que se materializa en


procedimientos, objetos, políticas, argumentos y vías por y con los
cuales se modela la conducta de los sujetos. La contribución que
la perspectiva de la gubernamentalidad brinda para el estudio de lo
social consiste en una concepción del poder que se articula mejor
a los procesos del presente cotidiano, iluminando lo que Foucault
denominaba “superficies de emergencia” (Foucault, 1970). Éstas
constituyen planos de inteligibilidad sobre los que se proyectan,
ingresando en un determinado “sistema de visibilidad”, los objetos
producidos por procesos de construcción particulares (Rose, 1996: 61).
Los problemas prácticos de la vida cotidiana no existen de antemano,
esperando a ser descubiertos. Antes bien, ellos son el resultado de las
“problematizaciones” que han logrado definir determinados aspectos
conflictivos de la existencia humana, volviéndolos disponibles para
ser pensados e intervenidos (Rose, 1996: 11).
Así, cuando buena parte de los conflictos contemporáneos se
define en términos del “yo”, se está al mismo tiempo produciendo
el problema y guiando sus formas de resolución de una manera
específica que conviene a la gubernamentalidad. La subjetividad,
efecto de procesos de subjetivación y sujeción, se vuelve así una
categoría central que se expresa ejemplarmente en dos procesos. Por
un lado, la individualización de la sociedad (Castel, 1995; Ampudia
de Haro, 2006) y, por otro, la psicologización de la cultura (Rose,
1999; Álvarez-Uría Rico, 2004; Illouz, 2006). El primero se refiere
al debilitamiento de las referencias vitales tradicionales, tales como
el civismo, la religión, las instituciones. La política basada en la
individualidad supone que la interpelación pública se produce de
sujeto a sujeto. El segundo punto se refiere al proceso por el cual la
inteligibilidad de lo social remite en una especie de sustrato psíquico
profundo; el “yo” aparece aquí como la fuente de lo “auténtico” y una
explicación omnicomprensiva para todo lo que ocurre.
El refuerzo constante de la escisión entre el yo y el conjunto y entre
“interioridad” y “exterioridad” que manifiestan estas dos lógicas, es

262
“Tecnologías del yo”: entre la gubernamentalidad y la autonomía

una operación que instala un cuestionamiento a la ética colectiva. Si lo


único “auténtico” es la verdad dicha por el sí-mismo, no se aceptarán
críticas ni límites que provengan de los “otros”. El único juicio
válido es el propio, pues es el único verdaderamente “auténtico”. De
allí la legitimidad de la autorreferencia como parámetro de verdad:
una verdad que ya no es objetiva ni intersubjetiva sino plenamente
subjetiva.
Pero la exhortación que lo afirma todopoderoso, al mismo tiempo
lo convierte en responsable. La potencia reside pura y exclusivamente
en el sujeto, un sujeto que, como podrían imaginar Deleuze y Guattari
(1997) es construido como un -1, ya que se constituye como un efecto
artificiosamente unitario logrado merced a su sustracción de las tramas
que lo configuran y lo sostienen, tramas que en la misma operación se
invisibilizan.
En su faz política, esta lógica se traduce como “neoprudencialismo”
(O’Malley, 2006); y se refiere a un sujeto que se autorregula y
autoprovee, que hace de la previsión y la precaución una constante
(Sepúlveda Galeas, 2011). El neoprudencialismo se convierte en una
nueva modulación de la gubernamentalidad que desplaza las funciones
públicas y las vuelve objeto de acciones privadas, enmascara los
condicionamientos estructurales y las determinaciones sociales que
limitan al sujeto y, al mismo tiempo, enfatiza su capacidad para
resolver, con sus recursos personales, las múltiples contingencias que
se le presentan. La seguridad, como el éxito, el empleo, la felicidad,
la estabilidad, condiciones de vida dignas, la salud, son un asunto que
atañe al sujeto y que éste es responsable de resolver.
Las competencias requeridas para autosostenerse y autorregularse
no están ni en las capacidades físicas ni en las mentales;
fundamentalmente, se trata de un conjunto de cualidades que se
asignan al sujeto. En cuanto el poder y la verdad son atribuidos
al yo, el sujeto cree poder transformarlo todo y, por lo tanto, se
vuelve garante de todo. En las versiones de la esfera cotidiana, la
supremacía de la subjetividad toma la forma de una filosofía –o más

263
Vanina Papalini

exactamente: un conjunto de creencias– idealista que desdobla al


sujeto en un cuerpo (envase imperfecto, de caducidad rápida, sobre
el que se puede intervenir), y un alma, verdadera sede del yo. Este
neoidealismo insiste en la premisa de que el pensamiento, la psiquis
o las representaciones dominan, conducen y modifican la materia.
La resolución de problemas o el cumplimiento de los deseos apelan
a la imaginación, la concentración y las aptitudes personales. Este
tipo de pensamiento, en su forma “racional”, destaca las capacidades
latentes de la inteligencia y los atributos del carácter, y en su vertiente
religiosa, apela a nociones tales como la energía, la fuerza de las
representaciones mentales y un número de creencias variables según
la doctrina o religión que se profese. Sus premisas fortalecen la idea
de que nada es inmutable y que la propia intervención –inclusive en
la forma de “programaciones inconscientes” y “visualizaciones”–
puede modificar el mundo circundante. Si el sujeto puede, por sí sólo,
modificar sus condiciones, se vuelve responsable por (culpable de)
ellas. Si las sufre, y no las cambia, es porque no se lo propone con
suficiente decisión y compromiso. Según esta lógica, todo el poder
está en sus manos. Las condiciones estructurales desaparecen de toda
consideración.
El principio de voluntad y autonomía en el que se basan las
actuales tecnologías del yo expresan una ética en la que el sujeto,
“responsable de sí mismo”, resulta funcional a las lógicas de
la gubernamentalidad en tanto desplaza el control a los propios
sujetos. Esta operación política está expresada ampliamente en
las formaciones discursivas contemporáneas: de manera directa o
indirecta, el tema de la subjetividad aparece como una de las “claves
explicativas” de un sinnúmero de situaciones que van desde lo laboral
a lo personal, desde la salud a la economía. La autonomía aparece
como otra forma de engaño; la insistencia sobre el empoderamiento y
la creatividad habilitan procesos de control y autocontrol en la lógica
neoprudencialista. El capitalismo aprende de sus críticos; la nueva
versión del trabajo flexible es respuesta a los reclamos de los 60
(Boltanski & Chiapello, 1999).

264
“Tecnologías del yo”: entre la gubernamentalidad y la autonomía

Culturas terapéuticas y libros de autoayuda

La exigencia conlleva la oferta de recursos para sostener a sujetos


autoexigidos y demandados en tanto “autónomos” y “responsables”.
La extendida cultura “psy” o terapéutica –conformada por dispositivos
diversos, entre ellos, los libros de autoayuda, que, como indica su
prefijo, enfatizan las capacidades propias–, ofrece una respuesta a las
angustias experimentadas y a la necesidad de salidas –naturalmente,
individuales– a problemas vividos como privados.
Entiendo a las culturas terapéuticas como amalgama de discursos
y saberes legos y expertos, prácticas y creencias científicas y
religiosas que conciben el malestar subjetivo y la dolencia física
como sufrimiento inaceptable o sólo admisible en niveles muy bajos.
Reactivas a toda forma de padecimiento, las culturas terapéuticas
proponen una serie de recursos para “estar bien” de manera constante
o casi constante. Las terapias mixturan prácticas diversas basadas
en concepciones del cuerpo y creencias trascendentes o religiosas, a
veces, hasta contradictorias entre sí.
Bajo el gobierno de las culturas terapéuticas y el imperativo de
“estar bien” y “ser feliz” todo el tiempo, como manifestaba Eduardo,
se comprende por qué se amplía el rango de lo que se considera
“patológico” que expliqué precedentemente. Así, tanto la enfermedad,
como la ancianidad o la fealdad, y el abatimiento, al igual que la
incertidumbre o la lentitud, pueden ser concebidas como alteraciones
o menoscabos de lo normal y lo deseable.
La extensión de las formas terapéuticas es condición de posibilidad
de una forma de capitalismo que descansa sobre los recursos
personales. El “tipo antropológico” que proponen, sobre todo en su
vertiente managerial y mucho menos en la que se basa en preceptos
de religiones orientales, reconvierte a los sujetos sobre el molde del
“empresario de sí mismo” (Du Gay, 2003). Según Paul Du Gay, las
formas organizacionales emergentes otorgan “prioridad ontológica
a una categoría particular de persona” –el ‘hombre de negocios’ o

265
Vanina Papalini

‘empresario’” (252)– como un tipo de disposición particular que excede


el mundo empresarial o de los negocios. La noción de “empresario de
sí mismo” retoma la noción de Colin Gordon de “empresario del yo”
–un sujeto altamente receptivo a las modificaciones de su ambiente
(Gordon, 1987: 300)– para señalar que la gubernamentalidad neoliberal
compone al sujeto como un tipo particular de persona, prescindiendo
de la condición en la que ella se encuentre concretamente. La forma-
empresa ha sido extendida a la totalidad de lo social: “la empresa
–dice Deleuze– es un alma, un gas” (1997: 19) y, por ello, constituye
la clave de todas la modulaciones de gobierno.
Las culturas terapéuticas proveen a las poblaciones de un lenguaje y
conceptos que le permiten tanto identificar las metas, como diagnosticar
las situaciones que atraviesa y los bienes y las técnicas que necesita
para superarlas. Las terapias y procedimientos que aconsejan, en su
mayor parte, tienen como objetivo mejorar la performance y superar
los malestares causados por sus propias condiciones de existencia
(Ehrenberg, 2005). Las técnicas, fácilmente accesibles, incluyen
manuales, libros y recetas presentes en publicaciones y medios
de circulación masiva; terapias y prácticas físicas, psicológicas y
espirituales, fitoterapias, complementos nutricionales y sustancias
psicoactivas, legales e ilegales. La divulgación de artículos y
programas radiales y televisivos que explican la “química de las
emociones”, el funcionamiento psíquico de los sujetos y las influencias
del ambiente sirven a la interpretación de los síntomas que el sujeto
experimenta. Este autodiagnóstico conduce a menudo a la decisión de
un autotratamiento.
Cuando media una intervención profesional, la salida preferente
es la prescripción de antidepresivos y tranquilizantes. La demanda
de psicofármacos ha crecido de manera alarmante (INDEC, 2009).
En Francia, España y Estados Unidos, varios autores destacan este
aumento de consumo de psicofármacos (Zarifian, 1996; Healy,
1999; Secades Villa y otros, 2003). La ingesta de antidepresivos es
particularmente significativa puesto que la depresión –denominación

266
“Tecnologías del yo”: entre la gubernamentalidad y la autonomía

vaga que ha salido del campo específico de la salud mental para


aplicarse de manera indiscriminada en la designación de sensaciones
subjetivas diversas y difusas– (Ehrenberg, 2000) es la contracara de
la hiperproductividad. El uso de terapias de autoaplicación economiza
el ejercicio del poder, pretendiendo que el individuo se aplique su
autogobierno.
Es necesario señalar que estas técnicas, procedimientos,
prescripciones y terapias, coexisten con formas intersubjetivas
cooperativas, como los grupos de ayuda mutua, los grupos que realizan
prácticas tendientes a mejorar la salud o desarrollar la espiritualidad
y los cultos que se orientan al empoderamiento, sin perder de vista
la solidaridad. Aunque muchos de ellos se apropian de este mismo
vocabulario, tienen como dato fundamental otra gramática; es decir,
un modo de establecer vínculos recíprocos, horizontales y fraternos,
y no individualistas e individualizantes.

Rejillas de especificación: la dinámica del pliegue

Al considerar a las culturas terapéuticas en términos de “tecnologías


del yo”, se abre una posibilidad que resulta imprescindible
explorar: aquellas dinámicas en donde el sujeto “escapa” de la
gubernamentalidad y abre un espacio que, más que resistir, ofrece un
nuevo tipo de experiencia y un conocimiento diferente de sí mismo
que puede moverse en direcciones inusitadas.
El énfasis en estas dimensiones productoras de experiencia se traduce

Esa derivación, esa ruptura, debe entenderse en el sentido en el que la


relación consigo mismo adquiere independencia. Es como si las relaciones
del afuera se plegasen, se curvasen para hacer un doblez, y dejar que surja
una relación consigo mismo, que se constituya un adentro que se abre y se
desarrolla según una dimensión propia (Deleuze, 2003: 132).

267
Vanina Papalini

en la necesidad de situar y contextualizar los procesos estudiados,


puesto que las prácticas y las técnicas de la gubernamentalidad son
diferentes para cada sociedad y en cada momento histórico. La lectura
de los procesos de subjetivación no puede, entonces, reducirse a estas
consideraciones generales. El examen del modo en que los dispositivos
de la cultura terapéutica se articulan con las biografías singulares
y las condiciones específicas permite observar sus inflexiones.
Resulta útil recurrir entonces al concepto foucaultiano de “rejillas de
especificación” (Foucault, 1970) que permite anclar específicamente
la aparición de los discursos. He respondido, aproximadamente, las
preguntas por su superficie de emergencia y las macro-circunstancias
que delimitan la aparición de los discursos terapéuticos, referidos
a los contextos espacio-temporales y sus temas y significaciones
centrales.
Resta observar, siquiera someramente, la “regla del sujeto”
que implica preguntarse a quién se habla. En esta interpelación,
se configuran sujetos de un determinado tipo que caractericé bajo
la lógica del neoprudencialismo. No obstante, la respuesta no
está completa; percibo la pregunta como una interrogación por
la exterioridad, por el afuera y no por el pliegue. Si, como sugiere
Deleuze, las tecnologías del yo, a pesar de que están concebidas como
parte de la gubernamentalidad, instalan diálogos y revisiones que
llevan a cuestionar el yo, entonces es necesario reconceptualizar estas
“rejillas de especificación” para que incluya no sólo los discursos
dirigidos a los sujetos, sino sus apropiaciones desde los sujetos.
Podemos dejar que los sujetos hablen. Podemos leer el “sí-mismo”
como un filtro. En el sentido de los interrogantes que pueden producir
las tecnologías del yo, los procesos subjetivos pueden seguir cauces
inimaginables, que no son completamente funcionales a las lógicas de
la gubernamentalidad.
Volveré a uno de nuestros casos iniciales, el de Vicky. Una
larga entrevista permite entender un uso particular de los libros de
autoayuda, que comenzaron a colarse entre sus lecturas a partir de su

268
“Tecnologías del yo”: entre la gubernamentalidad y la autonomía

divorcio. Llegan a ella por recomendación de sus amigas, que la veían


desprovista de medios para sostenerse en su nueva situación, sin el
apoyo de un marido. A partir de esa separación –que experimenta como
un trauma–, se inicia un proceso de reconstitución de su identidad y
empoderamiento femenino que le permite, con dificultades, sostenerse
por sí misma. La experiencia –pues constituye una experiencia en el
sentido de establecer una ruptura con su “modo de ser” previo– resulta
buena. Quizá la recordaba cuando, 20 años después, se integra a un
grupo de mujeres ya retiradas de la actividad laboral, que participan en
la discusión de lecturas de autoayuda. Cuando la entrevisté, se reunía
con sus amigas una vez por semana. Compartían un té con “algo rico”
que cada una aportaba, discutían lecturas, veían películas, alejaban la
soledad al mismo tiempo que se daban trabajo intelectual y discusión
grupal. Me mostró sus cuadernos de notas: ellas estudiaban con y a
partir de libros de autoayuda.

Mirá lo que estoy leyendo, porque es una cosa inaudita lo que estoy
leyendo. (…). Es un libro que se llama La reinvención de la física en la
era de la emergencia, que es de Robert Laughlin, que es uno que ganó el
premio Nobel de física, hace… no sé si es del 2005 este premio Nobel (…)
Y nosotras tenemos con S. … un grupo que le llamamos de física cuántica,
que es un poco un aggiornamento de todo esto de la New Age, de todos
los libros de autoayuda, pero como dándole un respaldo más físico ¿no?
(…) [S.] nos congregó a toda una serie de mujeres de la zona sur [de la
ciudad] ¿no? Y nos pasó unas películas, hay una serie de películas de
esta gente (…) La primera que vimos fue ¿Qué rayos sabemos? (…) Y
bueno, ocurrió que en esta reunión había una que había sido docente (…)
que dijo: “bueno, pero nosotros hemos visto una película, todo el mundo
quedó muy impactado con esta película, pero –dice– hay que saber qué es
la física cuántica”. Mínimamente, aunque sea que te lo expliquen así en
un nivel fenomenológico más o menos ¿no cierto? Hay que saber qué es
la física cuántica (Vicky, enero de 2010).

Lo que vemos aquí es un desplazamiento que va de la lectura de


autoayuda al estudio de la física cuántica, una deriva completamente
impensable para este tipo de textos, y este tipo de lectoras: mujeres

269
Vanina Papalini

de 65 a 75 años. Por otro lado, también es notable que el precepto


de la omnipotencia preconizado por la autoayuda sea desarticulado,
para dar lugar a una actividad colectiva, horizontal y participativa,
perfectamente moderada por las propias participantes. Vicky cuenta
las “reglas” que seguían para que nadie monopolizara la palabra ni
hubiera agravios, los cuidados en relación a la preparación del espacio
de la reunión y la importancia de la comida compartida. Inversamente
al sentido de la autoayuda para una racionalidad de gobierno, aquí
sirve de motivación para la formación de una micro-comunidad que
instala relaciones virtuosas, profundamente solidarias, estímulos para
la autonomía.
Cierto, éste es un caso raro, pero no único. En mi bitácora de
investigación aparecen algunos otros que muestran trayectorias
extrañas a las previstas por el dispositivo. De allí que estoy convencida
de la necesidad de abrir la perspectiva para escuchar y ver lo que
significan estos procesos a niveles microfísicos. Las dinámicas en
las que el dispositivo se inserta –en el caso de Vicky, de interacción
y contención grupal– estimulan un proceso reflexivo compartido
que desencadena prácticas no imaginadas en los diagramas del
funcionamiento terapéutico.
El caso raro, el caso marginal, exige salir de los análisis teóricos
puros para comprender sus inflexiones y matices. Quisiera conjeturar
qué tipo de dinámica se producen en los pliegues: una dinámica cuyo
devenir no está en modo alguno determinado. En tanto las tecnologías
del yo facilitan un movimiento de densificación de la subjetividad,
acontecen procesos de refracción. Llamo “refracción” al proceso de
interiorización modificada de las condiciones objetivas, un proceso
en el cual se articulan dos dinámicas de la subjetividad: la de su
producción social, en relación a lo dado, y la de su recreación. El orden
social se resitúa en la constitución de sujetos: al plegarse, permite que
se establezcan nuevas dinámicas y nuevas combinaciones. Como un
caleidoscopio, las subjetividades se modifican y recrean.

270
“Tecnologías del yo”: entre la gubernamentalidad y la autonomía

Éste es un efecto paradojal de los dispositivos de la gubernamen-


talidad, cuando apela a las tecnologías del yo. Atendiendo a estos
procesos de constitución y reconfiguración, se hace posible construir
un concepto dinámico que retenga las tensiones que lo atraviesan.
Siguiendo a Guattari (1996), existen distintos movimientos de forma-
ción de la subjetividad:

• Se constituye como fijación provisoria y continuidad seriada de la


pauta internalizada en relación a un tiempo-espacio histórico-social;

• Se desplaza-deviene otra en relación con un acontecimiento singular


que se establece como experiencia, que irrumpe en la serie vital;

• Es recapturada a través de distintos dispositivos que retoman


los movimientos de fuga, resignificando la experiencia disruptora
y amarrándola a las lógicas del poder.

Las culturas terapéuticas están generalmente ligadas al tercer


movimiento; el movimiento de reaprehensión de las subjetividades,
de fijación de sus cambios cismáticos y reencauzamiento de sus
dinámicas disidentes. Creo que puede postularse, sin embargo,
un cuarto movimiento, concibiendo una dinámica no lineal sino
espiralada. Las crisis movilizan “líneas de fuga” que, aunque luego
sean reaprisionadas, han producido un tipo de experiencia, una
complejización de la subjetividad. Nunca se regresa exactamente al
mismo punto, del mismo modo que no es posible permanecer “igual”.
El sujeto tiene como atributo la potencia, definida como la capacidad
de devenir-otro, diferente de aquello que se esfuerzan por imponer
las lógicas hegemónicas. Allí radica la posibilidad de su recreación y
transformación radical.
La autonomía es un trabajo. Las paradojas que intento exponer
demuestran que este trabajo es asequible.

271
Vanina Papalini

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275
Una teoría de la elección irracional

Nicole Darat G.

§I
A modo de introducción

La motivación para escribir este breve artículo es la de dar forma


a una incomodidad más o menos deforme, que suele lastrar el
acercamiento a la economía de quienes nos dedicamos laxamente a
aquello que se denomina “humanidades”; me refiero a la incomodidad
con la teoría de la elección racional y los supuestos antropológicos
que subyacen a ella, que se suele expresar como una incomodidad
con el “enfoque económico”. Se trata pues de una incomodidad que se
manifiesta de modo más bien amplio e indistinto y cuya indistinción
amenaza con hacerla aparecer ante los ojos de quienes piden razones,
como arbitraria o “moralizante”, en el sentido despectivo que suele
adquirir este término.
El objetivo de este texto es más modesto en un sentido y más
pretencioso en otro. Debemos distinguir pues, los distintos flancos
que nos ocuparán en estas líneas: el primero de ellos, la antropología
neoliberal, cuya construcción más típica es la del homo oeconomicus
como sujeto de las elecciones relevantes; otro flanco del análisis será
el concepto mismo de elección racional y finalmente, aquel que más
escozor provoca dentro de las humanidades, el de “capital humano”,
y que es un ejemplo perfecto de cómo operan ambos supuestos de la
teoría económica neoclásica, tanto en nuestro imaginario, como en
el de quienes tienen la tarea de diseñar políticas públicas, a las que
inevitablemente estamos sometidas y sometidos. Quienes trabajamos
desde las humanidades sentimos un particular malestar con este
concepto, que se cuela en nuestras prácticas y en nuestros propios

277
Nicole Darat G.

proyectos de vida, sin que podamos hacer mucho más que tomar
conciencia de qué es lo que estas producen. Sin embargo, este malestar
dista mucho de estar generalizado y no son pocas ni pocos quienes se
sienten a gusto con la idea de ser un activo fijo de gran valor, e invierten
en ello. El malestar de quienes lo sentimos, no nos ha impedido entrar
en la carrera por valorizarnos en el mercado, afectando la relación
erótica que tenemos con nuestro propio trabajo.
Quiero volver más adelante sobre la relación erótica con nuestro
trabajo y rescatar una distinción hecha por el filósofo Antoni
Domènech entre una razón erótica y una razón inerte, identificando
con esta última, precisamente, la del homo oeconomicus, un sujeto
que se relaciona de manera acrítica con sus preferencias. Parte de
nuestra incomodidad pasa entonces porque estas asunciones se cuelan
en nuestra vida cotidiana y en nuestro quehacer, querámoslo o no,
y la amenaza para quien se resiste, parece ser la de una suerte de
extinción. La antropología neoliberal y el concepto de capital humano
que en ella se apoya, son pues, la versión postmoderna del fatum
estoico, que guía a quien se deja y arrastra a quien se resiste.
La reflexión que quiero hacer aquí, busca echar luces sobre estos
conceptos y mostrar que no pueden constituir el fatum de nuestras
prácticas, ya sea que queramos resistirnos o que nos dejemos guiar
por ellos, se trata de ideas no garantizadas, y que tras su apariencia
meramente descriptiva, dependen de una serie de presupuestos
normativos no declarados, con los cuales, una vez más, podemos
o no estar de acuerdo. Nada más lejano a la fuerza irresistible del
destino a la que los estoicos se entregaban. La tesis que sostendré
en este texto es que los supuestos de la antropología neoliberal son
falsos, la experiencia, tanto cotidiana como la de laboratorio no ha
dejado de demostrar que nos desviamos de la conducta maximizadora
que la teoría define como racional. Aún más, aunque la teoría
económica neoclásica haya intentado resolver la cuestión de los
vínculos sociales, o aquello que Elster denomina “el cemento de la
sociedad”, meramente en términos de egoísmo, la mera reciprocidad

278
Una teoría de la elección irracional

entre egoístas racionales, aunque logra explicar la reproducción de un


vínculo, no puede explicar su origen.
Me parece atractivo utilizar las herramientas analíticas de la
economía para explorar estos argumentos, de hecho, estas herramientas
han sido ampliamente utilizadas para criticar los supuestos del modelo
neoclásico que solemos identificar con el sistema neoliberal. No creo
que rechazar el fatum que pretenden constituir estos supuestos, pase por
rechazar estas herramientas, todo lo contrario, es fundamental poder
distinguir entre los distintos enfoques económicos existentes y no
hablar del fantasma de “la economía” que pena a las humanidades.

§II
Ecce Homo

“Ecce homo”, estas fueron las palabras pronunciadas por Poncio


Pilatos al lavarse las manos y dejar la decisión de la condena de Jesús de
Nazareth, a merced de la muchedumbre. Tal como Pilatos, los dogmas
de la economía neoclásica se lavan las manos frente a la naturaleza
egoísta de los seres humanos que la teoría se limita meramente a
describir, dejando a la muchedumbre que juzgue si esta es buena o
mala o qué hacer con ella para que la sociedad no se autodestruya
en un día. Tal vez sea bueno echarle un vistazo al homo antes de
lavarnos las manos. Busquemos pues, un primer acercamiento: el
término homo oeconomicus no es nada neutral ni descriptivo, de hecho
el uso del término ya implica una toma de posición respecto de la
antropología que subyace al modelo neoclásico, la sabida concepción
del ser humano como un individuo cuyo principal objetivo es la
obtención de riqueza o de bienestar, tal como ha buscado entenderlo
la teoría contemporánea al alero del pluralismo de fines vitales. En su
defensa, los teóricos de la economía neoclásica, han insistido en que
se trata meramente de una abstracción y que no pretende dar cuenta
de la complejidad de motivaciones y relaciones humanas, el homo

279
Nicole Darat G.

oeconomicus sería solo esa parte del mapa motivacional humano


que le interesa a la economía. El término aparece por primera vez
en la literatura económica a partir de la crítica al sujeto descrito
por John Stuart Mill en su ensayo de 1836 On the Definition of
Political Economy; and on the Method of Investigation Proper
to It. El autor parte del monismo motivacional como un supuesto
metodológico; nos bastaba con reconocerle al sujeto económico el
deseo de acumular riqueza y la capacidad de reconocer los mejores
medios para conseguirlo, pero a la vez también apuntaba que era
necesario considerar aquellos deseos que se oponían al dominante
deseo de riqueza, como la aversión al trabajo o el deseo de disfrutar
en el presente de caprichos costosos. Sin embargo, el mismo Mill
procedería en textos posteriores como sus Principles of Political
Economy de 1848 a complejizar la comprensión de su sujeto. Lo que
le interesaba era entender cómo este sujeto podía comportarse en
distintos escenarios institucionales (Persky, 1995), el sujeto descrito
por el autor de On Liberty estaba lejos de ser un mero elector racional
en medio de un desierto.
Desde esta primera versión del concepto en adelante, los economistas
han justificado insistentemente la necesidad de aislar analíticamente
las motivaciones humanas, de modo tal de hacerlas comprensibles, sin
dejar de hacerlas interesantes. La crítica de reduccionismo enfrenta
entonces dificultades para esgrimirse contra los padres (que son en su
mayoría hombres) del homo oeconomicus, que han defendido bastante
bien su retoño. La tendencia a ir más allá de la mera acumulación de
dinero en el espectro motivacional, no es exclusiva de Mill, el mismo
Gary Becker, uno de los exponentes más destacados de la teoría de
la elección racional, amplía el horizonte de su sujeto económico, sin
perder de vista la necesaria delimitación del objeto para la teoría. Para
Becker los supuestos son bien claros:

El análisis asume que los individuos maximizan el bienestar como lo


conciben, ya sean egoístas, altruistas, leales, vengativos o masoquistas.
Su conducta es previsora y también es consistente a lo largo del tiempo.

280
Una teoría de la elección irracional

En particular, ellos tratan todo lo que pueden de anticipar las inciertas


consecuencias de sus acciones. La conducta previsora, como sea, puede
incluso estar enraizada en el pasado, pues el pasado puede ejercer
una larga sombra sobre las actitudes y los valores (Becker, 1992: 38).

El análisis asume que los individuos maximizan el bienestar


como lo conciben, ya sean egoístas, altruistas, leales, vengativos o
masoquistas. Su conducta es previsora y también es consistente a lo
largo del tiempo. En particular, ellos tratan todo lo que pueden de
anticipar las inciertas consecuencias de sus acciones. La conducta
previsora, como sea, puede incluso estar enraizada en el pasado, pues
el pasado puede ejercer una larga sombra sobre las actitudes y los
valores (Becker, 1992: 38).
Esta definición que goza de una enorme claridad, debería hacer
que nos retrotrajéramos de nuestra primera y más típica crítica a
la antropología del homo oeconomicus, la consabida suposición de
egoísmo. El bienestar puede ser concebido de múltiples maneras,
incluso desde la perspectiva de un masoquista o de un altruista,
que por definición sacrifican lo que tradicionalmente se entiende
como bienestar. Mientras la teoría de la evolución enfrentaba
dificultades para explicar la conducta altruista de los miembros de
una especie dentro del marco de la selección natural individual, la
economía neoclásica lo sortea sin problemas: las conductas altruistas
producen bienestar en la persona altruista y, por ello, un altruista
buscará maximizar su bienestar sacrificando parte de sus ganancias
económicas. Su bienestar no es incomprensible para la teoría,
simplemente se encuentra en otros fines distintos de la acumulación
de dinero. Mientras esta conducta siga pudiendo ser transparente al
cálculo costo-beneficio, el altruismo aparecerá como perfectamente
racional. Esta apertura nos muestra que para la teoría neoclásica, no
es el contenido de las preferencias lo que determina la racionalidad de
las elecciones, sino la estructura de la decisión: debe estar orientada a
la maximización (Klamer, McCloskey, & Solow, 1988).

281
Nicole Darat G.

Entonces, el homo oeconomicus no es simplemente un acumulador


de capital, un avaro, ni siquiera un egoísta, es sencillamente un
maximizador racional, después de todo ¿quién no querría obtener
más, de aquello que le da bienestar, al menor costo?
Para quienes mantienen una perspectiva crítica respecto de la
etología del homo oeconomicus (Vid. Persky, 1995), la representación
de este implica la reducción más que meramente metodológica, de
las motivaciones humanas. Para el sociólogo español Félix Ovejero
(Ovejero, 2008), la cabeza del homo oeconomicus funciona como una
caja registradora, calculando a cada segundo qué será aquello que
le reporte mayor beneficio, incluso en el largo plazo, una conducta
completamente ajena a nuestra experiencia cotidiana entre personas de
carne y hueso. Ovejero asume que nuestro sujeto es un egoísta y a partir
de ahí predice que será un “adicto al dilema del prisionero”, queriendo
decir con ello que de un sujeto así entendido, siempre se espera que
elija la jugada que le beneficia más, sin importar lo que su contraparte
haga, es decir, no que simplemente se representará la cooperación
social como un dilema del prisionero, lo que ya de por sí reduce las
opciones de coordinación social, sino que elegirá siempre la opción
de defraudar a su contraparte, extraer el mayor beneficio posible de
la situación. Cuando ambas partes (pues se trata de un juego diseñado
para dos jugadores) elijen “hacer trampa” o defraudar a su contraparte,
nos encontramos frente a lo que se denomina equilibrio, también
conocido como equilibrio de Nash. Esta solución es el equilibrio del
juego, pues cada una de las partes elige lo que sería el mejor resultado,
sin importar lo que la contraparte haga. Ahora, el equilibrio no es
el resultado más óptimo, pues tomado colectivamente, ambas partes
podrían alcanzar un resultado mucho mejor, si decidieran cooperar;
sin embargo de egoístas racionales no se puede esperar la cooperación.
Esto es lo que tiene en mente Ovejero al rechazar como nefasta la
antropología del homo oeconomicus: sin cooperación, es imposible
pensar en la producción de bienes públicos, no solo de aquellos que
estamos constantemente disputando, como la educación, el aire puro

282
Una teoría de la elección irracional

o el agua potable, sino de cuestiones tan intangibles como el respeto


a las leyes o la participación en las votaciones u otros mecanismos
más democráticos que requieren de la cooperación para tener lugar.
Pero si hemos dejado de concebir al homo oeconomicus como un
egoísta racional, tal vez el resultado del dilema no sea necesariamente
el equilibrio que Nash predecía para actores racionales. Existe una
anécdota que nos permitirá ilustrar el contraste entre la predicción de
Nash para sujetos racionales, y los resultados obtenidos en laboratorio,
con sujetos reales. Corría el año 1950 y Merril Flood junto a Melvin
Dresher, los diseñadores del dilema del prisionero, quisieron saber
cómo se comportarían sujetos reales, es decir, complejos y no meras
abstracciones teoréticas, ante las opciones dispuestas por la matriz de
pagos del dilema. Para ello reclutaron a Armen Alchian, miembro del
departamento de economía de UCLA y a John Williams, catedrático del
departamento de matemáticas del RAND, el instituto de investigación
al que pertenecían Melvin y Dresher. Ambos profesores jugaron un
total de 100 veces el dilema, de ellas Alchian cooperó sesenta y ocho
veces, mientras que Williams lo hizo un total de setenta y ocho veces.
Ambos alcanzaron la cooperación conjunta un total de sesenta veces.
Claramente, dado el perfil de los jugadores, el resultado no podía
imputarse a una incomprensión de las reglas del juego o de la matriz
de pagos implicada, a lo que Nash responde lacónicamente “Creí que
eran más racionales”.
El experimento muestra en condiciones controladas de laboratorio,
cómo dos economistas, que han comprendido cabalmente las reglas
del juego y las consecuencias de cada jugada, se desempeñan en una
serie de rondas del conocido dilema. Con todas las diferencias que
siempre es preciso considerar, creo que el resultado que obtenemos
cotidianamente no es muy diferente, de no ser así, requeriríamos de
niveles crecientes de coacción y vigilancia para obtener resultados
mínimos de coordinación social. Muchos problemas de este tipo,
resultan más inteligibles al ser abordados como un juego de la
confianza (o stag hunt) en lugar de un dilema del prisionero, siendo
crear las condiciones de la confianza el principal objetivo.

283
Nicole Darat G.

De todos modos, la cooperación puede ser entendida como teniendo


lugar incluso entre individuos egoístas autointeresados. Cuando el
dilema del prisionero se juega de manera reiterada y sin saber cuántas
rondas se jugarán, las partes suelen cooperar sin necesidad de que
exista un acuerdo explícito, sin necesidad de que exista simpatía o
una idea de bien común, independiente del juego.
Bien, la experimentación en teoría de juegos (Vid. Axelrod,
1984) de la mano del enfoque evolutivo en economía, ha mostrado
suficientemente que agentes racionales buscando maximizar su
bienestar, pueden actuar de manera altruista. Axelrod, en su pionero
trabajo de 1984 (una profundización del paper publicado tres años
antes junto a W.D Hamilton), expuso los resultados de un torneo
computacional del dilema del prisionero, mostrando cómo la estrategia
llamada tit-for-tat, una estrategia que partía cooperando y que luego
se limitaba a repetir la jugada de la contraparte, salía victoriosa. En
torneos posteriores, estrategias “capaces de perdonar” tenían aún
más éxito. La investigación de Axelrod acababa por probar cómo la
cooperación podía ocurrir entre egoístas racionales, si se daban ciertas
condiciones. Axelrod y Hamilton, buscaban responder cómo podría
emerger la cooperación en un ambiente no cooperativo o cómo podía
tener éxito frente a otros individuos usando otro tipo de estrategias
y no ser invadida por ellas, en suma, lo que ambos autores querían
averiguar es cómo la cooperación podía emerger y estabilizarse sin la
necesidad de un poder central, es decir, sin requerir un poder capaz de
mantenerlos atemorizados a todos, como creyera necesario Hobbes.
Sin requerir empatía o siquiera racionalidad por parte de los agentes.
La reciprocidad emergía del mero hecho de no saber cuántas veces se
jugaría, es decir, de no saber cuál sería la última jugada. A diferencia
de la teoría neoclásica donde podemos fácilmente situar a Becker,
la perspectiva evolutiva no hace asunciones fuertes respecto de la
racionalidad de los agentes, y trabaja, por definición, con niveles
menores de conciencia y previsión del futuro.

284
Una teoría de la elección irracional

La perspectiva evolutiva logra entonces explicar el altruismo sin


emoción, sin compromiso y sin mayor complicación respecto de la
desventaja evolutiva que, a simple vista, representan las conductas
altruistas que implican un sacrificio respecto del propio bienestar.
Volviendo sobre la definición de Becker, el altruismo puede, por un
lado, ser entendido como una conducta cuya maximización produce
bienestar, o bien, tal como lo entiende Axelrod, como una conducta
resultante de la mera reciprocidad mecánica. Con todo, ninguna de
las dos definiciones de altruismo se asemeja a aquella que solemos
tener en mente cuando hablamos de altruismo. Ambas implican, en un
nivel más o menos consciente, el cálculo de beneficios. En el caso de
la maximización de Becker es evidente y, aunque menos evidente en
el caso de Axelrod, el cálculo está ahí en la psyché de unos sujetos que
cooperan, pues no saben por cuánto tiempo estarán unos frente a otros
y se necesitarán para subsistir. Esta noción evolutiva de altruismo es
conocida como “altruismo recíproco”, algo que sin duda parece un
oxímoron. Y es que parece que la introducción del altruismo en el
análisis económico ha sido un poco tramposa.
Para Becker el altruismo no presenta mayor problema, así como
tampoco el masoquismo: ambas conductas pueden ser comprendidas
desde la perspectiva de la maximización del bienestar. No debería
distraernos el hecho de que tanto el altruismo como el masoquismo,
por definición, compartan la característica de disminuir, de forma
temporal o permanente, la aptitud para la sobrevivencia del individuo
que los practica. Si para un individuo, en su orden de preferencias,
aquellas que disminuyen sus posibilidades de sobrevivir y dejar
descendencia, son las que le generan mayor bienestar, entonces lo
racional será que las maximice al menor costo, y no otra cosa. Bienestar
y supervivencia quedan disociados en el esquema de Becker. Es preciso
entender entonces, si acaso hay altruismo disociado del bienestar y si,
de ser así, esta conducta es o no racional. Me gustaría a continuación
mostrar porqué el altruismo no puede ser completamente entendido
desde la perspectiva de la conducta maximizadora, ya sea del bienestar

285
Nicole Darat G.

o de la adaptabilidad evolutiva. No quisiera, sin embargo, negar que


las conductas altruistas puedan generar bienestar en quien así actúa,
tampoco me gustaría asumir una perspectiva rigorista kantiana y
restarle valor a la acción moral cuando otros factores como el placer
o la simpatía concurren en la motivación.
Tanto para la economía evolutiva como para la neoclásica, el
altruismo puede ser reducido a un cálculo, más o menos consciente
por parte de los sujetos. El “altruismo recíproco” se revela como una
estrategia evolutivamente estable, esto quiere decir que se trata de
una estrategia de juego en el dilema del prisionero, que es improbable
que sea invadida por otras estrategias. A diferencia del enfoque
neoclásico, para el enfoque evolutivo los jugadores no necesitan tener
conciencia de qué estrategia están jugando, no necesitan propiamente
decidirlo con miras a maximizar su nivel de bienestar presente o
futuro, por tratarse de una estrategia que ha alcanzado estabilidad a
nivel genético y es, por ende, una característica heredada. La economía
evolutiva trabaja con actores ciegos movidos por la selección natural,
mientras que el enfoque neoclásico presupone una capacidad excesiva
de planificación de parte de los sujetos. Con todo, y reconociendo
la prescindencia de la previsión, uno de los textos de referencia en
la literatura del “altruismo recíproco”, The evolution of reciprocal
altruism de Robert Trivers (1971), nos proporciona un ejemplo que
vale la pena analizar con detenimiento:

Un ser humano salvando a otro con quien no está relacionado y que está a
punto de ahogarse, es un acto de altruismo. Asuma que la chance de que el
hombre que se está ahogando muera, es del 50% si nadie se lanza a rescatarlo,
pero la chance de que quien lo salve, se ahogue, es mucho más pequeña,
digamos, una en 20. Asumamos que el hombre siempre se ahoga si quien lo
salva se ahoga y que se salva si su rescatador se salva. También asumamos
que el gasto energético de quien salva es trivial en comparación con las
probabilidades de supervivencia. Si fuera un hecho aislado el rescatador o
rescatadora no se molestaría en salvar al hombre que se ahoga. Pero si el
hombre que se ahoga le retribuye en algún momento futuro, y si las chances
de supervivencia, son exactamente reversas, sería para el beneficio de
cada participante haber arriesgado su vida por el otro (Trivers, 1971: 36).

286
Una teoría de la elección irracional

El “altruismo recíproco” es el resultado de un cálculo, un cálculo


que probablemente hemos hecho en un momento precedente a la
situación de emergencia y que de alguna forma hemos interiorizado
como una norma social, de otro modo es difícil imaginar que nuestra
mente sea tan poderosa como para calcular estas probabilidades en un
lapso tan corto, sobre todo en situaciones donde cada segundo cuenta.
Es ridículo imaginarse al sujeto de Trivers calculando a la orilla de
la playa mientras el hombre se ahoga. Haciéndole justicia a Becker,
su definición del objeto de análisis de la teoría, no incluye ninguna
definición del altruismo, solo nos hace intuir su cercanía al masoquismo
y la posibilidad de subsumir ambos en la conducta maximizadora
racional. En ese sentido, la definición de Becker se aproxima a la de
Trivers: el altruismo es algo que puede maximizarse, es decir, obtener
el mayor beneficio, al menor costo. Eso es precisamente lo que hace
el sujeto “apto” o “apta” de Trivers, evalúa el costo que podría tener
el acto altruista, y solo si este es inferior al beneficio que rinde el
altruismo en un marco de encuentros sucesivos entre sujetos capaces
de reconocerse mutuamente y devolverse favores, solo entonces, el
acto altruista aumenta la aptitud para la supervivencia, del sujeto que
lo ejecuta. ¿Qué sería un costo para la persona altruista de Becker?
Arriesgar la vida, si produce bienestar, no lo sería. Cualquier cosa que
produzca una disminución en el bienestar de nuestro altruista cuenta
como un costo que es racional minimizar o eliminar. Pero si la acción
altruista se hace por razones diferentes que el bienestar, si la llevamos
a cabo kantianamente, es decir, aún contra la inclinación, ¿somos
acaso irracionales? La perspectiva neoclásica parece indicar que sí.
En este punto puede resultar iluminador recurrir a un texto ya clásico
en la literatura crítica de la teoría de la elección racional, un artículo
del economista indio Amartya Sen, decidoramente llamado Rational
Fools: A Critique of the Behavioral Foundations of Economic Theory.
Para Sen, el problema del enfoque neoclásico es la reducción del
ser humano a un animal auto-interesado (self-seeking), para el que
cualquier decisión puede ser entendida como una maximización de

287
Nicole Darat G.

las preferencias y no hay forma de escapar de ahí, salvo mostrando


ser inconsistente, es decir, elegir B sobre A en una oportunidad y
luego hacer lo contrario en la oportunidad siguiente. Siempre que
haya consistencia en las elecciones, el enfoque neoclásico verá una
maximización de las preferencias, sin importar qué preferencias
sean, altruistas, egoístas o de conciencia de clase: si son consistentes,
entonces pueden ser entendidas como la maximización de una función
de bienestar. De acuerdo con Sen:
Esta perspectiva, a la vez, asume muy poco y mucho: muy poco
porque existen fuentes de información sobre las preferencias y
el bienestar, tal como se suelen entender estos términos, que no
provienen de la elección, y demasiado porque la elección puede
reflejar un compromiso entre variadas consideraciones de las
cuales el bienestar puede ser solo una más (Sen, 1977: 323- 324).

El compromiso, a diferencia de la simpatía, no implica un


aumento del bienestar y escapa, por ende, a la grilla omniabarcante
de la racionalidad more neoclásico. Siguiendo a Amartya Sen, el
compromiso podría ser definido como la acción de “una persona que
elige un acto que cree que le producirá un nivel más bajo de bienestar
personal que una alternativa que también tiene disponible” (Sen,
1977: 327). El compromiso es entonces la elección consciente de una
opción que produce menos bienestar que una alternativa conocida.
No es meramente el resultado de un error por desconocimiento de
alternativas: no hay realmente una elección comprometida si sacrifico
mi bienestar por error, debo, por definición, conocer que existen
otras opciones que maximizarían mi bienestar, y, a sabiendas, elegir
aquella que lo disminuye. Por otro lado, si el bienestar de quien
elige aumenta como un efecto colateral de la acción, es decir, si en
la situación hipotética de que este efecto no se produjera, la agente
elegiría, de todas maneras, dicho curso de acción, en ese caso también
podemos entender que la motivación ha sido el compromiso y no la
maximización del bienestar.

288
Una teoría de la elección irracional

El análisis de Sen resulta esclarecedor en este punto, pues nos


muestra que, pese excluir el egoísmo como característica necesaria
del homo oeconomicus, el enfoque neoclásico continúa actuando
bajo el supuesto de individuos auto-interesados, donde la motivación
última de las acciones altruistas debe ser reducida al bienestar de quien
actúa para ser considerado como racional. Es en esta misma línea que
Sen quiere deslindar la simpatía del compromiso, acercándose así al
rigorismo de la acción moral kantiana, donde solo la acción realizada
por deber y contra la inclinación tendría valor moral. El compromiso
nos permite establecer reordenamientos de nuestras preferencias y no
tomarlas simplemente como un “dato” a partir del cual nos procuramos
bienestar y que no es posible modificar. Esta es precisamente la idea
de una razón inerte, incapaz de mirarse a sí misma y proponerse un
objeto que aquel que actualmente persigue.
Nuestra incomodidad con el homo oeconomicus parece radicar
entonces en la tramposa inclusión del altruismo dentro de sus
motivaciones, pues el altruismo, tal como lo concebimos en la vida
cotidiana, no puede ser reducido a un cálculo, no puede, en suma, ser
maximizado. Ese altruismo que es meramente espejo del bienestar
individual (o del núcleo familiar del individuo), es incapaz de dar
cuenta de la miríada de motivaciones que pueden estar detrás de
una acción altruista, el bienestar no siendo la principal de ellas. El
compromiso, uno de los sentimientos más apreciados por quienes se
resisten al fatum de la antropología neoliberal, es irreductible a la
racionalidad implícita en la elección racional. El compromiso no es
inconsistente, no es tampoco resultado de la información deficiente;
es simplemente la elección consciente de una opción que no es la que
mejor avanza nuestro interés, es, de acuerdo con la definición de la
economía neoclásica, irracional.
Con todo, me gustaría marcar mi diferencia con Sen en cuanto al
lugar de la simpatía, o más bien, de la empatía. Sen ha entendido
la simpatía como la dependencia del propio bienestar, del bienestar
de otro. En este sentido, la simpatía es susceptible de ser capturada

289
Nicole Darat G.

por la racionalidad del homo oeconomicus y ser la mejor candidata


para explicar el altruismo en términos racionales. Resulta curioso
que la simpatía, una emoción que no cae del todo dentro de nuestro
control, pueda ser objeto de cálculo. Sin embargo la simpatía
puede ser entendida de otra manera cuando la pensamos como un
ingrediente motivacional del compromiso. Me explico. El análisis de
Sen es tremendamente clarificador y nos permite identificar la fuente
de nuestra incomodidad con el homo oeconomicus, aún después
de haber constatado que no necesariamente es un egoísta racional:
lo que nos incomoda, creo, es la reducción de toda la motivación
al cálculo de bienestar futuro: el monismo motivacional del homo
oeconomicus. El compromiso, por definición, escapa a dicho cálculo
de utilidades, sin embargo Sen, al poner la simpatía de un lado y el
compromiso de otro, está dejándonos como única opción disponible,
pensar el compromiso como emergiendo desde una idea kantiana del
deber, mientras que nuestra experiencia cotidiana del compromiso
puede contarnos una historia algo distinta. Tal vez el compromiso no
es del todo racional y en este sentido tienen razón los economistas
neoclásicos, pero su irracionalidad dice relación precisamente
con su vínculo con las emociones que se resisten al cálculo. La
irracionalidad no es simplemente una deficiencia de racionalidad, es
otra fuente motivacional distinta y no subordinada. Esto nos lleva
al segundo foco que señalábamos en un principio: la incomodidad
con la “elección racional”, aunque ya hemos avanzado buena parte
de esta crítica, en el siguiente apartado me propongo mostrar que,
si tomamos como cierto que la racionalidad es la maximización del
bienestar, entonces la racionalidad es solo una parte de nuestra vida
consciente y no necesariamente la más importante. El compromiso,
aunque puede ser la expresión de la racionalidad práctica kantiana, es
también, y en gran medida, producto de nuestras emociones, de todo
aquello que queda fuera de la racionalidad.

290
Una teoría de la elección irracional

§III
La elección (no tan) racional

La contraposición entre razón y emoción es, sin duda, un tópico,


pero no por ello carente de sentido y en esta investigación sobre
los supuestos antropológicos de la economía neoclásica y del
neoliberalismo que la toma como su credo, puede servirnos de guía.
La perspectiva feminista en economía y epistemología, ha contribuido
a cuestionar los cimientos tanto antropológicos como epistemológicos
que sostienen la teoría de la elección racional (Folbre & Hartmann,
1988; Jaggar, 1989), pero las voces masculinas no han estado ausentes
y nos han aportado reflexiones valiosas al respecto, desde el marxismo
analítico, por ejemplo, Elster ha sido uno de los más entusiastas críticos
de la racionalidad económica (Elster, 1985, 1997, 1998). La biología,
como en pocas ocasiones, ha servido también de soporte a las tesis
feministas sobre la racionalidad (de Waal, 1996; Ridley, 1998); por
otro lado, la misma economía evolutiva ha respondido cuestionando
el modelo de sujeto racional (Field, 2001; Frank, 1988, 2011). La
perspectiva de la epistemología feminista puede servirnos entonces,
como una entrada crítica posible al concepto de racionalidad del que
se sirve la rational choice.
De acuerdo con Jaggar (1989: 145- 146), la razón despojada de
valores y capaz de hacer cálculos, pero no de ponerse fines, es el
resultado de la emergencia del modelo científico empírico en el siglo
XVII. El consiguiente desplazamiento de la esfera del valor desde la
naturaleza a lo humano, se consolida en el pluralismo postmoderno
al que hacíamos referencia al principio. Es por eso que el modelo de
la decisión racional puede adaptarse a múltiples fines, solo necesita
responder a la maximización del bienestar para conferirle racionalidad
a la decisión, aunque ese bienestar venga dado por el altruismo o el
masoquismo. La emoción, como residuo, queda desplazada al ámbito
de lo íntimo, algo así como una externalidad que solo puede ser
incorporada si es capaz de calcularse y maximizarse de la mano con el

291
Nicole Darat G.

bienestar que por defecto busca el homo oeconomicus. Las emociones,


no obstante, son definidas precisamente por esa insumisión al cálculo,
por así decirlo. Una emoción, para ser tal, no puede ser fingida:
calcular los costos y beneficios de una acción antes de exteriorizarla,
equivale a fingirla y, por ende, a no sentir del todo dicha emoción. Las
emociones, como el cálculo racional, pueden comportar beneficios en
nuestra interacción con las demás personas y fundamentalmente en la
producción de bienes públicos como la reproducción de las normas
sociales, o incluso en la subversión de las mismas1, que es el contexto
en que más ampliamente han sido estudiadas, sin embargo, su éxito
en esta tarea radica precisamente en que no responden al cálculo. Es
por eso que propuestas como la del profesor de la Universidad de
Cornell, Robert Frank, parecen lastradas con un defecto congénito. El
economista, en su libro ya clásico de 1988 Passions within Reason:
The Strategic Role of Emotions, expone una tesis que ya se anuncia
en el título mismo del libro: las pasiones tendrían un rol estratégico,
es decir, podríamos obtener un rendimiento consciente a partir de
nuestras pasiones. El trabajo de Frank busca revelar la importancia de
las pasiones y emociones fuera del ámbito íntimo, sacándolas de esa
división del trabajo entre lo público y lo privado donde la epistemología
moderna parecía acorralarlas. Las pasiones jugarían un rol importante
en garantizar que las personas ejecuten tareas sin supervisión, en los
niveles de confianza que hacen posible la cooperación social e incluso
en los niveles de confianza necesarios para hacer que los negocios
funcionen: la capacidad que podamos reconocer en una potencial

1
El concepto de Jaggar (1989) de “emociones proscritas” (outlaw emotions), tematiza
este rol de las emociones. De un lado, podemos claramente identificar aquellas emociones
sostenedoras de las normas sociales, como la indignación y el rechazo, entre otras, que
sustentan el castigo a quienes infringen la norma, o la culpa y la vergüenza, en tanto que
emociones que nos advienen cuando nosotras hemos infringido una norma. Por el contrario,
las emociones proscritas son precisamente aquellas que surgen como resultado de las injus-
ticias actualmente existentes, emociones que propiamente conducidas pueden ser motores
de transformación social. Por el contrario, agentes puramente racionales, en el sentido de la
teoría de la decisión racional, carecerían finalmente de una motivación para revelarse contra
la injusticia. La rebelión solo puede ser entendida cuando la situación ha llegado a un punto
tal en que los y las oprimidas están dispuestas a llevar adelante la revolución, sin importar
el costo que esta pueda conllevar (Cfr. Lichbach, 1990). El deseo de empeorar la posi-
ción del opresor, aún a costo de empeorar la propia, puede ser absorbido también como una
maximización del bienestar mediante la venganza, sin embargo, el resentimiento y la ira, en
cuanto emociones que sustentan la venganza, no pueden, una vez más, ser calculadas.

292
Una teoría de la elección irracional

socia, de sentir culpa o vergüenza, hace más probable que decidamos


asociarnos con ella, sabemos que evitará engañarnos para evitar la
culpa o la vergüenza de una violación de las normas sociales. Frank
distingue el modelo del compromiso, aquel que considera el rol de las
pasiones en las elecciones, y el modelo del auto-interés, según el cual la
gente actúa siempre del modo más eficiente para avanzar sus intereses
personales. Para Frank las emociones servirían como un dispositivo
que permite resolver el problema del compromiso, entendiendo dicho
problema como la necesidad de prometer comportarnos a futuro de
un modo contrario a nuestros intereses personales. Es evidente que
las pasiones resultan muy útiles, aún cuando, en primera instancia,
parecen estar destinadas a poner cuesta arriba el cálculo limpio de los
intereses.
Frank explora ampliamente el rol de las emociones incluso en las
relaciones comerciales, aquel ámbito del que Smith dijera que no
es la compasión del carnicero, del panadero o del cervecero, la que
nos conseguirá nuestro alimento, sino su interés propio. Frank lleva
consigo la simpatía, la confianza, la compasión, así como la culpa
y la vergüenza, al mercado, un lugar extraño y caracterizado por el
conflicto de intereses que, por el contrario, se suele borrar del ámbito
doméstico, donde reina la compasión y el altruismo.2 El problema
con el esquema de Frank es su insistencia en que las emociones
tendrían un rol “estratégico”, que estas pueden ser conscientemente
entendidas como un dispositivo que permite resolver el problema del
compromiso. Si bien es cierto, a su juicio, que la persona honesta

2
Uno de los aportes más interesantes del trabajo de Gary Becker es su tratamiento de la
familia como una unidad de maximización de costos y beneficios. La comprensión unita-
ria de esta llega a tal punto que se elimina cualquier posibilidad de conflicto de interés al
interior de la misma, reforzando la idea subrayada por el análisis feminista de que el hogar
ha tendido a ser idealizado por la economía como el reducto de la conducta altruista y del
compromiso. En este texto hemos intentado demostrar cuán errada es esta distinción y cómo
las pasiones y los compromisos que ellas posibilitan, forman parte de nuestra vida pública,
a la vez que el interior del hogar, aquello que para Hannah Arendt constituyera un reino
de sombras, puede ser efectivamente visto como un espacio de conflicto, donde las prefe-
rencias de una de las partes adquieren mayor valor que las de las otras, en tanto dispone del
capital para adquirir los bienes que las satisfacen.

293
Nicole Darat G.

lo será independiente de todo cálculo y que el impulso empático de


rescatar a una extraña, es un costo en primera instancia, sigue viendo
que las emociones pueden ser analizadas en un momento posterior
desde el punto de vista del cálculo, y si son finalmente adaptativas, es
porque a largo plazo resultan beneficiosas para el individuo, pese no
ser racionales.
Elster, siguiendo a Nico Frijda, identifica cinco frentes desde donde
las emociones pueden afectar la optimalidad o eficiencia de la decisión
racional. En primer lugar, las emociones afectan los estimados de
“credibilidad y posibilidad” respecto de aquellas acciones que están
fuera de nuestro control. En segundo lugar, las emociones tienden
a generar la creencia de que las acciones tienen una cierta eficacia
que de otra manera no le asignaríamos. Un tercer factor en que las
emociones afectan la racionalidad de las decisiones, es a través de la
inducción del comportamiento fantasioso, conducta que Elster ilustra
con el ejemplo de una viuda que sigue poniendo la mesa para dos,
incluso años después de perder a su pareja. Otra influencia negativa de
las emociones sobre la racionalidad de la decisión, es la producción de
fantasías dolorosas, como los celos, que son, sin embargo, buscadas
por el agente. La llamada “conducta irracional” es ejemplificada por
Elster con los casos en que el agente persigue a alguien a sabiendas
de que éste no quiere ser perseguido, o trata de conseguir mediante
agresión algo que sabe, también, que no puede ser conseguido por ese
medio. El concepto de racionalidad que se revela subvertido aquí es
uno según el cual una acción es racional si satisface dos condiciones:
una relativa a la formación de creencias y la otra al modo en que
las acciones son elegidas. La elección racional, de acuerdo con Field
(2001: 5 ss) debe estar basada en creencias sobre el estado del mundo,
a las cuales se ha llegado racionalmente.
Para Elster, estos cinco flancos en que la emoción puede afectar
la racionalidad de la decisión, responden a la tendencia de la mente
a buscar satisfacción inmediata mediante ilusiones, aún a expensas
de las ganancias a largo plazo, una disposición que habría sido hasta

294
Una teoría de la elección irracional

cierto punto adaptativa si hacemos el esfuerzo por imaginar las


condiciones de vida de nuestros ancestros, donde el “largo plazo”
era tremendamente incierto y hasta improbable y las recompensas
inmediatas aseguraban la supervivencia aquí y ahora.
Es esta tendencia inevitable de nuestra mente la que nos hace
considerar la teoría de la decisión racional un tanto inverosímil.
Becker es consciente de ello e intenta resguardarse frente a las críticas
que provienen de esta dirección, señalando que las distorsiones en
la percepción y la cognición han sido exageradas por filósofos y
sociólogos, a expensas de otras influencias en las elecciones que el
modelo más amplio que él plantea sí incorpora, tales como el capital
personal y el social, donde la influencia de las decisiones pasadas
y la dotación inicial, es puesta en el sitio que Becker considera
necesario. Con todo, para Becker, la conducta de los individuos
sigue siendo racional en tanto “se asume que hacen elecciones
previsoras, maximizadoras y consistentes. Pero el tipo de racionalidad
modelado aquí es bastante diferente, y mucho más relevante que
aquel encontrado en el modelo standard porque la conducta es
influenciada por los hábitos, la infancia y otras experiencias, y la
cultura, la presión entre pares y otras interacciones sociales” (2009:
23). Parte de la idea de “capital humano” que ha hecho célebre a
Becker, radica en la capacidad para tomar decisiones que a largo
plazo modifiquen nuestras interacciones sociales, de modo tal que
generen un mayor bienestar, entre ellas precisamente la decisión de
invertir en conocimiento que nos permita disminuir nuestra tasa de
descuento del futuro, es decir, una inversión en conocimiento que nos
permita ser más previsoras y contrarrestar esa tendencia adaptativa a
ceder ante las recompensas inmediatas. Pero el enfoque neoclásico,
al igual que el enfoque adaptativo, resuelven la cuestión muy pronto,
asumiendo simplemente que las tasas de descuento del futuro pueden
ser modificadas fácilmente. En el problema de la cooperación social,
tal como lo aborda la economía evolutiva, el descuento del futuro
se resuelve mediante la iterabilidad de los intercambios. Pero un

295
Nicole Darat G.

enfoque estrictamente egoísta como el del “altruismo recíproco”, no


puede responder cómo surge la cooperación por primera vez, cuando
evolutivamente nuestra tasa de descuento es alta y desde el punto de
vista de la mera conveniencia, es inexplicable cómo alguien podría
dar el primer paso en la cooperación.3
El supuesto de que somos previsores y capaces de calcular las
consecuencias de cada acción en cada momento, resulta contraintuitivo.
Adicionalmente, la evidencia tanto de los experimentos como de
nuestros intercambios cotidianos, muestra que tendemos hacia el
cortoplacismo. Sin embargo la precisión de Becker es nada despreciable
y tampoco deleznable, pues la capacidad de aplazar las recompensas
inmediatas no solo es importante para sujetos racionales previsores,
sino también para el surgimiento de las virtudes revolucionarias. Si
bien las emociones proscritas son el motor para la transformación de la
sociedad, la capacidad de aplazar las recompensas es la que asegurará
la persistencia de la lucha, aún pese a las derrotas temporales y las
dificultades que los adversarios o los opresores puedan poner en el
camino. Adquirir habilidades que nos permitan ser previsoras ha de
ser pues, parte de una educación cívica radical. Nuestro malestar con
el concepto de capital humano proviene de otra fuente. En la última
sección intentaré ofrecer algunos conceptos que nos permitan explorar
este malestar e identificar cómo este se relaciona con el concepto de
elección racional y aquel de homo oeconomicus.

§ IV
La razón inerte del capital humano

Conocida es la frase de Marx en una carta escrita a su hija Laura


“no creas que estoy loco por los libros; soy una máquina condenada
a devorar los libros y a arrojarlos de forma cambiada al estercolero
de la historia”. A simple vista parece que Marx le está dando pie a

3
Si, por el contrario, entendiéramos el problema de la cooperación no como un dilema del
prisionero, iterado o no, sino como un “juego de la confianza”, nuestro problema pasaría a
ser cómo asegurar las condiciones para que la confianza emerja. Me parece que este cambio
de enfoque produce resultados interesantes.

296
Una teoría de la elección irracional

sus numerosos críticos al describirse a sí mismo meramente como


una máquina que simplemente excreta libros. Precisamente una de
las resistencias que encontró el concepto de capital humano en su
emergencia fue la de que suponía que los seres humanos éramos
como máquinas, básicamente capaces de ser considerados parte
de los activos fijos de una empresa, al nivel de la maquinaria o las
instalaciones de las que esta precisa para funcionar. Formarnos como
capital humano es devenir mejores insumos para la producción. En
su conferencia de aceptación del Nobel en 1992, Becker se refiere
al concepto de “capital humano” como uno que no es controversial
en estos días, a diferencia de lo que ocurría en los años setenta,
cuando comenzó a trabajar el tema. Con todo, creo que el concepto
de nano-intencionalidad, acuñado por el biólogo W.T. Fitch (Fitch,
2008), podría orientarnos en comprender que percibirnos como
máquinas, para bien o para mal, no puede sino ser una metáfora y que
del otro lado, las máquinas han sido creadas a imagen y semejanza
de la naturaleza, tras la comprensión de los procesos vitales como
mecanismos inteligibles y predictibles. ¿Qué nos parece problemático
entonces en el concepto de capital humano? A simple vista, pareciera
que todas nuestras preferencias son consistentes entre sí, que no
tenemos cavilaciones ni contradicciones, que no somos capaces de
sacrificar el interés en nombre de un ideal, presente o futuro, que
no nos comporta ninguna ganancia, ni siquiera en aumentar nuestro
empático confort.
El concepto de capital humano presupone esa excesiva capacidad
de previsión, la cual hemos desarrollado a través de la inversión en
educación. Invertir en capital humano, requiere la inversión previa en
aprendizaje sobre la necesidad de sacrificar ganancias presentes por
mayores ganancias futuras. Sabemos que este aprendizaje proviene
mayormente del capital social y cultural con que cuenta el individuo.
Lo que entendemos básicamente por inversión en capital humano,
es básicamente la inversión en salud y formación, para producir más
en una empresa y así obtener mayores beneficios individuales o para

297
Nicole Darat G.

la unidad familiar. Incluso la salud mental se revela como un factor


importante en la formación de capital humano y en el consiguiente
aumento de la paga a quienes así invierten. ¿Pero qué es finalmente
lo que nos incomoda de este concepto? El mercado laboral nos
contabiliza como stock, como un insumo más de la producción, eso es
lo que encierra en términos simples el concepto de capital humano y
esto se traduce en precarización y en una desigual distribución de las
oportunidades de autorealización en el trabajo. Esta cuestión hunde
sus raíces en la desigualdad de aquello que John Rawls llamara los
beneficios y cargas de la cooperación social, una desigualdad que es
constitutiva del mercado laboral flexibilizado.
El problema finalmente no es que seamos considerados y
consideradas como máquinas contra una esencia humana avasallada
por la lógica del mercado, después de todo, superar el esencialismo
humanista puede ser liberador en más de un sentido. Tal vez se trata
de algo más pedestre y más cotidiano. Y es que la lógica del capital
humano en el trabajo, es la lógica de la antropología neoliberal
que ha colonizado todas nuestras relaciones interpersonales, y así
como desde la perspectiva neoclásica, el futuro es planificable e
instrumentalizable con máximo detalle, todas nuestras interacciones
acaban siéndolo también, todas pueden ser orientadas a obtener el
máximo rendimiento a largo plazo, considerándolas como inversión
en capital social.
Me parece que la teoría de la elección racional, al adjudicarnos a
los seres humanos, tal vez implícitamente más a los varones que a las
mujeres, una capacidad superlativa de tomar decisiones considerando
los costos y beneficios futuros, acaba subsumiendo toda nuestra
subjetividad en el cálculo racional. Si bien esta reconoce múltiples
fines racionales, además de la acumulación de dinero, la racionalidad
de la teoría neoclásica es una racionalidad centrada solo en los
medios que deja la determinación de los fines en la penumbra. La
racionalidad de la teoría de la elección racional es una racionalidad
inerte en el sentido de Domènech, en tanto que esta se entiende a partir

298
Una teoría de la elección irracional

del “conformismo filosófico de los deseos y preferencias ‘dados’ a la


concepción plana del aparato motivacional humano” (1989: 22). La
razón erótica, por el contrario, es entendida como aquella capaz de
entender la complejidad motivacional de la psique humana, incluidas
las preferencias de segundo orden, es decir, las preferencias sobre
preferencias. Nuestra relación con el trabajo y con quienes nos
rodean debe ser erótica en el sentido tradicional del término, pues
para escapar del cálculo de costos y beneficios que supone la idea de
elección racional, debe estar más allá del cálculo, debe ser pasional.
Erótica también en el sentido platónico que rescata Domènech, nuestra
relación con el trabajo debería ser reflejo también de un ordenamiento
complejo de las preferencias. El hecho de que nos veamos arrastradas
y arrastrados a entrar en ciertas prácticas, hasta a desear ocupar un
mejor lugar dentro de ellas, no implica que no podamos desear que
nuestro deseo fuera diferente y es quizá esta emoción proscrita la que
nos ilumine aquellas prácticas transformadoras que reclamamos.

299
Nicole Darat G.

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SEN, A. (1977). Rational Fools: A Critique of the Behavioural
Foundations of Economic Theory. Philosophy and Public
Affairs, 6(Summer).
TRIVERS, R. (1971). The Evolution of Reciprocal Altruism.
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301
“Hablar no es inocente”
Filosofía, gestión y política en la “Escuela de Santiago”

Pablo Solari G.

Vos me enseñasteis a hablar,


Y yo sólo aprendí a maldecir.

El nombre “Escuela de Santiago” circula actualmente para designar


una trama de discursos, modelos de gestión y formas de “aprendizaje
transformacional” que remiten, principalmente, a los trabajos de
Humberto Maturana, Francisco Varela, Fernando Flores y Rafael
Echeverría.1 En lo que sigue propongo tres perspectivas de lectura
sobre algunos aspecto del discurso, heterogéneo en sí mismo, de dicha
escuela y, especialmente, sobre el cruce de filosofía y gestión tal como
aparece en el “diseño organizacional” de Flores y en la ‘ontología del
lenguaje’ de Echeverría. Cada una de estas perspectivas de lectura
dispone dicho discurso en tres contextos o “trasfondos” diferentes
para interrogar por las operaciones que así despliega: historia del
pensamiento, nuevas figuras de la vida social en el capitalismo global
y el proceso de transformación histórica marcado por el Golpe de
Estado en Chile. Tales contextos o superficies no existen como tales:
son otros discursos que se dejan sedimentar, registrar, aunque no
necesariamente agotar, en esas agencias disciplinarias que llamamos
filosofía, sociología, política y crítica cultural. Es la propia “escuela
de Santiago” la que se expone a esta re-figuración pues, como todo
discurso, propone sus conatos de auto-inscripción, sea explícitamente
o mediante omisiones y silencios de magnitud variable.

1
Debo el apercibimiento del rótulo “escuela de Santiago” a mi amigo Claudio Santan-
der Martínez.

303
Pablo Solari G.

1. Comunicación basada en computación y política de la


explicitación

A inicios de los ochentas, Fernando Flores declaró la necesidad de


una “filosofía de la administración” dada la insuficiencia de las teorías
disponibles frente a los desafíos de lo que llamó la “oficina electrónica
del futuro”.2 A diferencia de la fábrica, esta forma de trabajo no
sólo está condicionada por la mayor integración de comunicación
e interacción en el trabajo mismo, sino por la contingencia de las
tareas y multifuncionalidad de los roles: “los pedidos puede aparecer
en cualquier momento, las promesas implícitas requieren ser tomadas
en cuenta, etc. […] no es fácil reconstruir la participación de los
trabajadores y del gerente” (Flores, 1993: 62). Un nuevo modelo
requería repensar la acción y la comunicación más allá del marco
racionalista-mecanicista de procesamiento de datos y resolución
de problemas. Flores propuso importar elementos de la filosofía
contemporánea, conjugando, en lo esencial, la pragmática de Searle
y la hermenéutica de Heidegger.3 Su conclusión general, coincidente
con los conocidos planteamientos que Maturana y Varela hacían por
la misma época, es que la acción humana “ocurre en el lenguaje en
un mundo constituido a través del lenguaje”, considerando que “el
lenguaje es ontología, una serie de distinciones [que producimos
en él] y que nos permiten vivir y actuar juntos en un mundo que
compartimos” (Flores, 1993: 75-76).
Según el modelo que así surge, las organizaciones son redes de
conversaciones recurrentes que anudan actos de habla directivos
y comisivos sobre un trasfondo de escucha compartido.4 La
administración, por su parte, es “ese proceso de apertura, de escuchar
y producir compromisos, que incluye un interés por la articulación
y activación de redes de compromiso, producidos primariamente a
través de promesas y peticiones, permitiendo la autonomía de las

2
Cfr. (Flores, 1993: 18)
3
Según a la interpretación predominantemente fenomenológica en sentido clásico de Hu-
bert Dreyfus.
4
Cfr. (Flores, 1993: 57-58)

304
“Hablar no es inocente”

unidades productivas” (Flores, 1993: 68). De esta re-descripción


Flores desprende la tesis radical de la equivalencia entre
administración y comunicación.5 El foco, sin embargo, está puesto en
los rendimientos prácticos de esta nueva perspectiva: la posibilidad
de diseñar las redes conversacionales para anticipar los “quiebres” o
interrupciones en la transparencia de la acción que inevitablemente
afectarán a la organización. La propuesta de Flores se orienta a
remover “deseconomías” y a promover eficacias en la comunicación
mediante una “renovación organizacional” en dos dimensiones: “la
implementación de una tecnología de sistema de comunicación por
computador, diseñados en forma apropiada [...y] el entrenamiento del
personal en competencia comunicativa básica (Flores, 1993: 58). En
el nivel informático, Flores creó un software llamado El Coordinador,
destacando que su interfaz introduce una ontología de “lenguaje/
acción”. Esto significa que el programa computacional permite,
entre otras aplicaciones, sostener “conversaciones” de manera que
cada interacción se represente en un formato complejo que incluye,
junto con el contenido proposicional, la “explicitación” de su fuerza
ilocutiva y otros datos “performativamente” relevantes sobre sus
condiciones de cumplimiento.
Sin embargo, lo esencial reside en el segundo aspecto del diseño:
“nuestra principal recomendación estratégica: […] debe reforzarse y
desarrollarse la toma de conciencia de cada miembro de la organización
sobre su participación en la red de compromisos” (Flores, 1993: 59).
Y aunque la interfaz no garantiza el cumplimiento de las promesas,
provee una herramienta poderosa para combatir a su principal enemigo
público: la ambigüedad ilocutiva. “No es posible tener ambigüedad
en cuanto a si un mensaje tiene o no tiene la intención de transmitir
una petición. Es difícil sugerir una acción para poner a prueba si el
mensaje se entiende como algo que usted desea que haga el auditor”
(Flores, 1993: 89). Esta política de explicitación de las fuerzas sería el

5
Flores reconoce la violencia de esta tesis sobre los “significados comunes”, de modo que
restringe su alcance provisionalmente, pues “no está del todo claro, por ejemplo, que las
percepciones en el dominio ético puedan ser incluidas bajo los términos de las interpreta-
ciones administrativas” (Flores, 1993: 68).

305
Pablo Solari G.

núcleo de una regimentación general de las interacciones lingüísticas


como foco del diseño y gestión organizacional. Este modelo
supone asegurar que el personal esté alineado en el conocimiento
de los protocolos de comunicación establecidos, aunque la misma
implementación de El Coordinador tendría un efecto pedagógico,
integrando trabajo y aprendizaje. En un lenguaje que recuerda la
biología del conocimiento de Maturana y Varela, Flores afirma que
“la orientación que rige nuestro diseño permite a los seres humanos
la observación de su producir y actuar lingüísticamente en un mundo”
(Flores, 1993: 75).
El costo de esta regimentación puede suponer un ajuste grupal del
oído y una oclusión del tono que permita desalojar la cuestión de
la cortesía como índice de la amistad: “[…] en algunos contextos,
las prácticas estándar nos inducen a asociar el ser indirectos con la
cortesía. […]. La misma claridad puede ser oída como si tuviese
un tono menos que amistoso. Pero a medida que se desarrollan las
prácticas en un grupo, el acto de escuchar se desarrolla para adecuarse
al medio” (Flores, 1993: 89). Flores no niega la importancia que
puedan tener para la organización las formas menos estructuradas,
ni prohíbe la conversación “de café”. Sin embargo, es posible y
necesario discernir atónicas hablas computer-based de “aquellas en
las que la vaguedad cumple con un importante propósito social y en
las que la interpretación del ‘tono de voz’ y el ‘lenguaje corporal’ son
esenciales para la comprensión” (Flores, 1993: 92).
Esto conlleva, en el discurso de Flores, una interpretación del
significado de modernización centrada en la comunicación que apunta
a la conciencia del lenguaje como fuente de compromisos: “una nueva
‘tradición’ o cultura compartida en la que la dimensión compromiso del
lenguaje sea tomada en serio dentro de una interpretación compartida
de actos lingüísticos explícitamente marcados” (Flores, 1993: 89).6

6
Esto implica una distinción entre relaciones modernas y tradicionales con el leguaje. Si a
mayor “comunidad cultural” mayor es “la relativa claridad de conocimiento acerca de lo
que la gente realmente quiere decir con lo que dice” (Flores, 1993: 88); con la fractura
modera del trasfondo, “las estructuras de la comunicación están mecanizadas y se regulari-
zan para recuperar algún grado de predictibilidad” (Flores, 1993: 88).

306
“Hablar no es inocente”

Imperceptiblemente, el discurso de Flores pasa de la computación


basada en una reflexión sobre la estructura de la comunicación (propia
de la relajación del rígido esquema logicista en la cibernética operada
desde fines de los sesenta) a una política cultural basada en un régimen
de “la comunicación que se basa en la computación” (Flores, 1993:
92).

2. La alternativa de la actualidad: metafísica u ontología del


lenguaje

Si bien la tesis (comunicación = administración) con sus supuestos


antropológicos y sus corolarios políticos son harto ambiciosos,
el sociólogo Rafael Echeverría, quien llegara a colaborar con
Flores a finales de los ochenta, consideró que éste “no percibía
adecuadamente todo el potencial del campo que estaba inaugurando
[… pues] privilegiaba el desarrollo de prácticas de intervención”;
para él, en cambio, “lo importante era el desarrollo de un nuevo
discurso, de una concepción articulada que avanzara hacia una
profunda reinterpretación del fenómeno humano” (Echeverría &
Warnken, 2006: 86). Dicha articulación fue presentada más tarde con
el nombre de “ontología del lenguaje” y como coaching ontológico
su propia versión de las técnicas de “aprendizaje transformacional”
basadas en la alerta lingüística.7 El juicio entusiasta de Echeverría
se fundaba en un diagnóstico sobre la crisis de la modernidad en
tanto crisis del “paradigma de base” cuyo contenido se expresa con
mayor claridad en la filosofía.8 Posteriormente, esta crisis amplía
sus coordenadas históricas como crisis de la metafísica occidental
y, siguiendo a Nietzsche, le otorga el nombre de nihilismo. De este
modo, la pretensión de universalidad y popularidad de la “ontología

7
El uso del término ontología difiere entre Flores y Echeverría: mientras que el primero
lo utiliza en el estilo quineano de la tradición analítica para referirse al universo de “obje-
tos” sobre los que los usuarios ejecutan las operaciones permitidas por el programa (actos
de habla considerados como básicos: peticiones, promesas, etc.) y el conjunto de distin-
ciones que producimos con el lenguaje para operar en él, Echeverría lo toma en sentido
“continental” como la articulación interpretativa de la comprensión arrojada del sentido del
ser que constituye la ‘aperturidad’ del Dasein.
8
Este diagnóstico se encuentra expuesto en Echeverría, 1997.
307
Pablo Solari G.

del lenguaje” expande el discurso de Flores de la eficacia mediante el


lenguaje, hacia todos los dominios de la existencia humana, incluyendo
la política y las relaciones sexuales,9 como una “filosofía de la vida”
que ofrece la posibilidad de salvarse del nihilismo que, como crisis de
sentido, arrecia en la actualidad.10 Junto con esta épica histórica y su
corolario nietzscheano fundamental de la creación de sí a través del
lenguaje, Echeverría agrega al discurso de Flores la integración más
explícita y decidida de algunos lemas de la teoría de sistemas y de
la biología del conocimiento de Maturana, así como el desarrollo de
cuestiones más específicas como, por ejemplo, los estados de ánimo,
nuevamente ancladas en Nietzsche.
En la narrativa propuesta por Echeverría, antes de la escritura
alfabética el lenguaje era concebido como acción, agotándose en
el acontecimiento del habla como narración.11 Tras el alfabeto, se
postuló el “ser” como lo permanente e inmutable en las cosas, aquello
siempre idéntico a sí mismo tras la multiplicidad de las apariencias
y anterior al lenguaje. El lenguaje ahora describe y esta descripción
debe ajustarse al ser de las cosas. Esto supone la invención de la
razón como instancia a la que debe subordinarse el habla para
corresponder con el ser. La razón es la esencia inmutable del hombre
y surge el proyecto de reducir la existencia humana al conocimiento y
al pensamiento racional, orientado por una voluntad de dominio total:
“supusimos que la razón no tenía límites, que podíamos conocerlo
todo y a dominar completamente nuestro entorno natural y nuestras

9
“Tomemos nuestra vida sexual con el otro como un dominio de diseño” (Echeverría,
2003: 238).
10
“[…] estamos participando en una transformación histórica fundamental: se está gestando
una nueva y radicalmente diferente comprensión de los seres humanos. […] los primeros
en comprender la naturaleza de este importante cambio podrán ser capaces de emprender
caminos que otros encontrarán más difíciles y de obtener ventajas que eventualmente les
permitirán convertirse en pioneros y líderes en sus respectivos campos” (Echeverría,
2003: 19).
11
“El alfabeto separó al orador, el lenguaje y la acción. […si] un texto estaba escrito, parecía
hablar por sí mismo y, para escucharlo, el orador dejaba de ser necesario” (Echeverría,
2003: 20). El discurso de Echeverría presenta al alfabeto como causa de un cambio de
mentalidad, como el quiebre del lenguaje como acción. Un problema es que la “invención”
del alfabeto requiere, ella misma, en lo que de abstracción y formalismo implica, de cierta
“mentalidad logocéntrica” ya instalada previamente. De este modo, habría que reconocer
que el alfabeto, más bien, masifica y afirma una deriva “metafísica” necesariamente ya en
marcha contemporáneamente al lenguaje del devenir. No tendría así otro sentido que el que
Echeverría atribuye a la invención de la imprenta de tipos móviles.

308
“Hablar no es inocente”

relaciones con los demás” (Echeverría, 2003: 21-23). La filosofía


griega, especialmente con Platón y Aristóteles, sistematizó estos
supuestos dando origen a la “metafísica” y, con ello, a ‘occidente’.
La metafísica es una “ontología”, es decir, propiamente “una
interpretación de lo que significa ser humano” (Echeverría, 2003: 28)
que, paradójicamente, “mira al ser humano desde fuera de sí mismo
y mira al mundo y la vida desde más allá de sí mismos (y de nosotros
mismos) […] un mundo al que podemos acceder sin interferencia
de nosotros mismos” (Echeverría, 2007: 79-81). El programa
metafísico, nos dice Echeverría, se profundiza durante el medioevo y
en la modernidad se masifica, anidando en el sentido común: “nuestro
desarrollo histórico ha tenido lugar sin romper con estos supuestos
principales” (Echeverría, 2003: 24).
Al tiempo que alcanza su máximo momento de expansión, la
“fortaleza metafísica” sufre una doble sacudida: desde fuera por las
nuevas tecnologías y desde dentro por el pensamiento contemporáneo.
La ontología del lenguaje, sostiene Echeverría, “intenta reunir
todos estos desarrollos diferentes –a menudo, aparentemente
contradictorios– en una unidad y síntesis coherente, apunta a una
base desde la cual podamos observar los fenómenos humanos a partir
de una perspectiva no-metafísica (Echeverría, 2003: 28). Echeverría
presenta su propuesta en una axiomática de postulados sobre el
lenguaje y principios ontológicos. Los tres principios expresan los
motivos ya expuesto por Flores sobre la condición lingüística de la
acción humana y la condición activa del lenguaje.12 Sobre esta base
Echeverría declara que el ámbito de lo humano, dentro de límites
biológicos, es susceptible de intervención y “diseño” mediante

12
P1. Interpretamos a los seres humanos como seres lingüísticos, seres que somos de
la forma particular que somos y que vivimos de la manea como vivimos, por disponer
de una determinada capacidad de lenguaje. P2. El lenguaje involucra al menos dos
dimensiones que juegan un papel determinante en nuestra existencia: el sentido y la
acción. P3. El lenguaje es generativo. A través de él construimos y transformamos
mundos de la misma forma como nos construimos y nos transformamos a nosotros mis-
mos. El lenguaje genera realidades. Habría que agregar una suerte de postulado cero,
sin indexar, que tiene sentido histórico: “postulamos que desarrollos importantes –muchos
de los cuales han tenido lugar en las últimas décadas– están llevando la deriva metafísica
a su término” (Echeverría, 2003: 25). La lista presentada ha sufrido modificaciones, re-
produzco la versión más reciente (cf. Echeverría, 2007: 90ss); (cfr Echeverría, 2003:
31ss).
309
Pablo Solari G.

operaciones dirigidas a su complexión lingüística: “los seres humanos


modelamos nuestra identidad y el mundo en que vivimos a través del
lenguaje. […] nuestro ser es un campo abierto al diseño […] Los seres
humanos se inventan a sí mismos en el lenguaje” (Echeverría, 2003:
35-38). Echeverría introduce además tres principios ontológicos,13 de
los cuales el segundo remite a una lectura de Nietzsche y sobre él
descansa con máxima fuerza la promesa del cambio: “El programa
metafísico privilegia una relación que va del ser a la acción. […]
Nuestras acciones revelan nuestra forma de ser. […] Pero, al mismo
tiempo, […] nuestras acciones […] nos permiten transformarnos, ser
diferentes, devenir […] es la posibilidad de que ese mismo ser se
trascienda a sí mismo y devenga un ser diferente” (Echeverría, 2003:
46-47).
Actualmente, afirma Echeverría, la metafísica ya ha sido derrotada
(no eliminada, advierte) en el plano de las ideas, pero, como se dijo,
se ha atrincherado en el sentido común, cuya determinación esencial
para Echeverría es “pensar que somos de una forma determinada,
forma que estamos obligados a aceptar […] que nos hace creer que
nuestras interpretaciones logran dar cuenta de cómo son las cosas;
que nos impide encontrar formas de convivencia armónicas cuando
se acentúan nuestras diferencias […] que limita nuestra capacidad
de escucha mutua y restringe nuestra capacidad de aprendizaje
y de transformación […] nos quita un poder que disponemos pero
no siempre somos capaces de reconocer […] nos impone una vida
restrictiva” (Echeverría, 2007: 53). Echeverría declara entonces que
el presente propone una suerte de disyuntiva o “encrucijada” entre
ontologías.14
13
1. No sabemos cómo las cosas son. Sólo sabemos cómo las observamos o cómo las
interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos. 2. No sólo actuamos de acuerdo a
cómo somos, (y lo hacemos), también somos de acuerdo a cómo actuamos. La acción
genera ser. Uno deviene de acuerdo a lo que hace. 3. Los individuos actúan de acuerdo
a los sistemas sociales a los que pertenecen pero, a través de sus acciones, aunque
condicionados por estos sistemas sociales, también pueden cambiar tales sistemas so-
ciales. (Cfr. Echeverría, 2003: 40ss).
14
Echeverría no sólo reconoce que su formulación del problema prejuzga doblemente la so-
lución. Si se trata de la cuestión de la interpretación del significado de lo humano, de partida
se instala el problema en términos ajenos a la metafísica como tal y propios de la ontología
moderna, (cfr. Echeverría, 2007: 78). Además, el criterio mismo para elegir está abierto
a decisión: desde la ontología del lenguaje, es el poder entendido como incremento de la
capacidad de acción; desde la metafísica, el criterio es la verdad, (cfr. Echeverría, 2003:
44 nota a pie & 63ss).

310
“Hablar no es inocente”

3. La dificultad de la encrucijada y la cuestión del lenguaje

Echeverría presenta la “encrucijada ontológica” como una


transformación de sentido y jerarquías de ciertos sistemas de
oposiciones conceptuales (verdad/interpretación; ser/devenir) que se
mueve dentro de la propia metafísica. Como ha observado Marcos
Aguirre, el contraste entre “ser” y “devenir” es propio de la metafísica,
de modo que no le basta a Echeverría tomar partido por el “devenir” para
decretar su superación.15 En términos más generales, Jacques Derrida
advierte que “si la forma de la oposición, la estructura oposicional,
es metafísica, la relación de la metafísica a su otro no puede ser ya
de oposición” (Derrida 1981: 77).16 Por otra parte, si bien Echeverría
adhiere, en cierta ocasión, al argumento-tipo de la necesidad de la
“deriva metafísica”,17 las presentaciones programáticas tienden
a sugerir que el paso de una “ontología” a otra puede ocurrir (por
supuesto, no hay garantías), sino como decisión, al menos como efecto
de un “aprendizaje transformacional” mediado por los programas de
formación o coaching. El propio Nietzsche ya era consciente de la
imposibilidad de desandar la historia (de la metafísica)18 y volver,
como propone en una ocasión Echeverría, al punto “socrático”
disyuntivo para tomar, esta vez, la senda alternativa del “devenir” de
Heráclito frente al “ser” de Parménides.19 Sin embargo, la dificultad
esencial es la incongruencia entre la formulación de la disyuntiva
y el lenguaje de la propia ontología del lenguaje. La necesidad de
liberar al “sentido común” exige distanciarse del “hermetismo” y
“oscurantismo” del discurso filosófico “profesional”,20 pero, al mismo

15
Igualmente metafísico, señala Aguirre, es el análisis del concepto de devenir como
compuesto de “ser” y “nada” que ya encontramos en Hegel. (Cfr. Aguirre 1995: 156).
16
Derrida ha tematizado minuciosamente las complejidades estratégicas del trabajo de
escritura implicado en una “estrategia general de deconstrucción” de la metafísica (Cfr.
Derrida 1977: 54ss)
17
Cfr. Echeverría 2010: 132ss.
18
Cfr. Nietzsche 1997: 122ss.
19
“En una época muy distinta de aquella en la que vivió Sócrates, Nietzsche procura sin
embargo colocarse en la misma encrucijada en la que aquel se vio enfrentado, para explorar
así el camino que Sócrates descartó” (Echeverría 2010: 86)
20
“Más allá del rigor que debe caracterizarlo (y que bajo ningún aspecto puede ser compro-
metido, a riesgo de ser sacrificio), éste es un pensamiento obligado a romper con un lengua-
je “hermético”, sólo accesible a unos pocos, de manera de extender su radio de influencia.
[…] un pensamiento que procura mantenerse fiel al lenguaje ordinario, lenguaje en el que
se expresan todos los miembros de su comunidad” (Echeverría 2007: 232).
311
Pablo Solari G.

tiempo, se admite que “nuestro lenguaje lleva la impronta de raíces


metafísicas y usarlo contra ellas muchas veces compromete una fácil
comunicación” (Echeverría, 2003: 40). De modo que “[…] el cuidado
[…] para reconocer el carácter interpretativo de lo que sostenemos,
será muchas veces sacrificado en el texto, en beneficio de facilitar la
lectura” (Echeverría, 2003: 40). No habría conflicto alguno entre la
superación de la metafísica y la subordinación del lenguaje a la fluidez
de la comunicación y a la garantía de la transmisión del mensaje.
Luego, el lenguaje no debe ser tomado en serio, puede y debe ser
sacrificado. Al menos, si se trata de “superar la metafísica” como
operación de masas, el lenguaje puede ser reducido a mero medio.21

4. Apropiación selectiva del “giro lingüístico”

Esta posibilidad que se concede Echeverría de comunicar la su-


peración de la metafísica sin superar la metafísica de la comunica-
ción no es una mera incongruencia entre sus múltiples declaracio-
nes programáticas: se expresa en la propia concepción del lenguaje
que propone y que toma prestada a la biología del conocimiento que
Humberto Maturana desarrolló en los años ochenta en colaboración
de Francisco Varela.22 Según esta concepción, el lenguaje es “coor-
dinación recursiva del comportamiento”. 23 La recurrencia de ciertas
formas de interacción en el “dominio consensual” humano ha pro-
ducido una “recursión” en dicha interacción, es decir, una coordina-

21
Recordemos que estamos librando la batalla decisiva por el sentido común, de manera que
la filosofía debe volver “a la plaza, a los espacios públicos de congregación de los ciudada-
nos, debe dejar de ser un reducto de unos pocos iniciados que hablan un lenguaje que los
demás son incapaces de entender ni menos de seguir” (Echeverría, 2007: 54).
22
Cfr. Arnold y Rodríguez, 1990: 58ss. Sigo este texto en la exposición de las ideas de
Maturana sobre el lenguaje.
23
Cfr. Echeverría, 2003: 52. Resultado esto del “acoplamiento estructural co-ontogené-
tico” originado en interacciones recurrentes entre dos organismos determinados cada uno
estructuralmente por la “clausura operacional” de sus respectivos sistemas nerviosos. Me-
diante este proceso se llega a establecer un “dominio lingüístico” o “dominio consensual”
que Echeverría entiende como un sistema de “signos” o “distinciones” que se refieren
a objetos, eventos, etc., en el medio y que es compartido por los participantes en la inte-
racción (Echeverría, 2003: 52). La organización de una sistema implica que éste tiene
clausura operacional si “su identidad entidad está especificada por una red de procesos
dinámicos cuyos efectos no salen de esa red” (Maturana y Varela, 1984: 59).

312
“Hablar no es inocente”

ción consensual de coordinaciones consensuales.24 Esto implica que


un observador X, que trata de manera semántica las interacciones de
ciertos organismos X en un dominio lingüístico “como si señalasen
o denotasen algo en el medio”, pasa a ver que “las descripciones
pueden ser hechas tratando a otras descripciones como si fueran ob-
jetos o elementos del dominio de las interacciones. […] El dominio
lingüístico mismo pasa a ser parte del medio de interacciones posi-
bles” (Maturana & Varela, 1984: 139).25 Echeverría distingue entre
“coordinación recursiva” y la “capacidad recursiva del lenguaje”. La
cualidad propia del lenguaje es la posibilidad de “hacer girar el len-
guaje sobre sí mismo […] hablar sobre nuestra habla, sobre nuestras
distinciones, sobre nuestro lenguaje” (Echeverría, 2003: 53).
En torno a lo que podría llamarse “reflexividad del signo” se
mueven, desde diversas matrices, múltiples motivos del así llamado
“giro lingüístico”.26 Sin embargo, éste no ha sido un programa
unívoco y, a mi juicio, la aproximación de Maturana se alinea con
una forma “naturalista” del giro lingüístico al proponer que lo que
llaman “dominio lingüístico” es propiamente una descripción del

24
Esto vendría a ser propiamente el lenguaje: “[…] sólo cuando esto ocurre, el dominio
semántico pasa a ser parte del medio donde los que los que operan en él conservan su adap-
tación […] existimos en nuestro operar en el lenguaje y conservamos nuestra adaptación en
el dominio de significados que esto crea: hacemos descripciones de las descripciones que
haces […] y somos observadores y existimos en un dominio semántico que nuestro operar
lingüístico crea” (Maturana & Varela, 1984: 139). La historia natural de las condicio-
nes bajo las cuales se dio este paso recursivo es, como reconocen los autores, una conjetura
basada en las formas de grupalidad cooperativa de los primeros seres humanos.
25
Este paso implica al propio observador y a los organismos: el primero puede testimoniar
su propio surgimiento junto con el surgimiento del lenguaje, mientras los segundos pasan
de ser descritos como participando en un dominio semántico a operar en él.
26
Aludo con ello al desdoblamiento del signo en virtud del cual se relaciona consigo mismo
como signo. Incluso se podría inscribir en este movimiento el rechazo a la pretensión de
comunidad del sentido y a pensar esa reflexividad como presencia, de modo que el desdo-
blamiento tiene la forma de una anti-reflexividad productiva, una suerte de repulsión del
signo respecto de sí. Los diversos tipos de predicados semánticos y operaciones anafóricas
dan cuenta empíricamente de esta reflexividad, pero ella no se agota simplemente en la
posibilidad de hablar sobre el lenguaje. En todo caso, en esta auto-remisión que supone,
a la vez, distancia de sí, el signo abisma y arriesga su presunta relación con algo otro, se
vuelve opaco. Si toda comunicación humana se significa a sí misma como tal, tiene lugar
un tipo de interacción particular: un intercambio incesante, interminable y, por lo mismo,
sin origen y en que el hablante mismo se desdobla, anticipando o interceptando, la acción
del otro. Por eso, como bien dice Echeverría, no sería posible “salir del lenguaje” para
ofrecer una explicación naturalista de la comunicación simbólica: el lenguaje es un tipo de
actividad –una forma de vida– que no tiene “finalidad” fuera de sí mismo (en esto podemos
concordar con el punto de vista de Maturana), sólo puede entenderse desde la perspectiva
del participante y, por tanto, a partir de ella misma.

313
Pablo Solari G.

observador.27 De aquí cree deducir la arbitrariedad del signo, pero, a


mi juicio, deduce algo diferente y más radical, a saber, la contingencia
del lenguaje: “[…] lo relevante es como sus estructuras acogen esas
interacciones y no los modos de la interacción mismos. […] no hay
un diseño, sino una armazón ad hoc que se va construyendo con lo
que se dispone a cada momento” (Maturana y Varela, 1984: 139).28
Esto supone adoptar un punto de vista “exterior” a la interacción
lingüística, una forma de nominalismo que reduce el problema de
la comprensión del sentido a la construcción de teorías predictivas
eficaces que correlacionan ruidos y marcas con cosas o eventos.29
Esta exterioridad se corresponde con una naturalización de la
reflexividad lingüística implicada en el concepto de “recursividad”,
pues representa la relación del leguaje a sí mismo según el modelo
de la referencia usado para representar la relación con cualquier otro
ente. Formalmente, el lenguaje se disocia en una serie potencialmente
infinita de metalenguajes dejando a cada nivel desprovisto de
sentido por sí mismo.30 El mismo efecto tiene la informatización de

27
“Cuando describimos a las palabras como señalando objetos o situaciones en el mundo, hace-
mos como observadores una descripción de un acoplamiento estructural que no refleja el operar
del sistema nervioso, puesto que éste no opera con una representación del mundo” (Maturana
y Varela, 1984: 138).
28
Richard Rorty ha defendido esta la interpretación naturalista del giro lingüístico porque
capturaría el núcleo de la novedad que supone el giro lingüístico respecto de la filosofía moderna
de la subjetividad, al mostrar la “contingencia” del lenguaje –como parte de una argumentación
post-metafísica en favor del liberalismo. Rorty destaca especialmente, en esta familia de teo-
rías, la semántica de Donald Davidson, por cuanto socava la reificación del lenguaje del
“primer” Wittgenstein y del segundo Heidegger: “no existe cosa semejante a un lenguaje,
al menos en el sentido en que lo han supuesto los filósofos, no hay una cosa semejante que pue-
da ser enseñada o dominada. Debemos abandonar la idea de una estructura común claramente
definida que los usuarios del lenguaje dominan y luego aplican a casos” (citado en Rorty,
1996: 35). Cada individuo produce, a cada instante, un conjunto de hipótesis revisables sobre
el comportamiento futuro de sí mismo y del entorno, conjunto que Davidson llamó “teorías
momentáneas”. Estas teorías forman parte indiscernible del conocimiento general del mundo que
disponemos a cada momento. Si hay “comunicación” es porque nuestras teorías momentáneas
convergen contingentemente, de modo que siempre debemos ajustarlas para hacer predicciones
más efectivas (y no hay “lógica del descubrimiento”): “nos enfrentamos el uno al otro tal como
nos enfrentamos a mangos o a boas constrictoras: procurando que no nos cojan por sorpresa”
(Rorty, 1996: 34).
29
Cfr. Taylor, 1997: 117ss.
30
Tómese el siguiente ejemplo-argumento de Maturana: “hacemos un gesto con la mano que
nos coordina con un automovilista que se detiene. […] es una coordinación conductual simple
[…] pero si después […] hacemos otro gesto que resulta en que éste da una vuelta y se detiene
a nuestro lado orientado en la dirección contraria a la que seguía […] hay una coordinación de
coordinación […] Vista en conjunto, la primera interacción coordina el detenerse y llevar, y la
segunda, la dirección del llevar. Tal secuencia de interacciones conlleva un lenguajear mínimo.
Un observador podría decir que hubo un acuerdo. A primera vista sólo ha ocurrido una secuencia
de coordinaciones, pero se trata de una secuencia particular, porque la segunda coordinación
coordina a la primera, y no simplemente se agrega a ella” (Maturana, 1997: 65). ¿Por qué
la interacción que resulta en el cambio de dirección no puede ser autónoma, por ejemplo, como
una broma estúpida que se le juega al taxista? ¿No se estaba coordinando ya, en el primer gesto,
la dirección del llevar, sólo que eso ocurría “implícitamente”?
314
“Hablar no es inocente”

la performance que propone Flores apelando a la alucinación de la


interfaz, al obviar el aplanamiento del doblez reflexivo del lenguaje
implicado en la representación de la fuerza ilocutiva como dato o
señal indexada a otra señal. ¿Qué estoy haciendo cuándo explicito la
fuerza mediante una etiqueta en la pantalla del ordenador? ¿Estoy en
el descampado del sinsentido?
En línea semejante, algunos filósofos han planteado algunas
objeciones a esta concepción del lenguaje. Fernando García, por
ejemplo, ha argumentado que la concepción sistémica del lenguaje
en Maturana continúa con la metafísica moderna bajo otros ropajes:
“Suponer una autonomía sistémica previa al lenguaje, a partir del cual
éste se originaría, no hace más que reproducir los problemas a que
conduce la idea de un sujeto de tipo cartesiano, solipsista y auto-
constituido” (García, 2012: 217). Carlos Pérez Soto ha argumentado
algo semejante: “¿Cómo puede aparecer el lenguaje entre organismos
que sólo pueden saber lo que concierne a sus propias estructuras?
¿Cómo es que los gatillados contingentes llegan a formar la
impresión de que son recurrentes?” (Maturana y Pérez, s.f.: 5). Estas
críticas apuntan a la incompatibilidad entre la “clausura operacional”
que determina estructuralmente a los organismos individuales y la
condición simbólica del lenguaje, es decir, la pretensión de comunidad
del significado de los signos lingüísticos para distintos participantes
en la interacción.
Una observación análoga puede hacerse sobre la matriz pragmática
utilizada por Flores y Echeverría. Derrida ha argumentado que, si
bien, al relevar la dimensión de la fuerza realizativa en el lenguaje
con todos los quiebres filosóficos que eso conlleva, la pragmática
cuestiona el concepto tradicional de comunicación como transmisión
de información sobre el mundo mediante un mensaje codificado, sin
embargo, supone también “un valor de contexto en permanencia […]
exhaustivamente determinable” que remite a la “presencia consciente
de la intención del sujeto hablante con respecto a la totalidad del acto
locutorio” (Derrida, 2003: 363). Bajo el supuesto de una conciencia
pre-lingüísticamente presente a sí misma que vigila teleológicamente

315
Pablo Solari G.

cada acto de habla, no es posible “ninguna polisemia irreductible,


ninguna diseminación que escape al horizonte de la unidad del
sentido” (Derrida, 2003: 364).
De este modo, el estatuto del lenguaje en la “escuela de Santiago”
se hace objeto de las críticas de Heidegger, en cuanto a que “el
lenguaje, bajo el dominio de la metafísica moderna de la subjetividad,
va cayendo de modo casi irrefrenable fuera de su elemento. […] se
abandona a nuestro mero querer y hacer a modo de instrumento de
dominación sobre lo ente. Y, a su vez, éste aparece en cuanto lo
real en el entramado de causas y efectos” (Heidegger, 2000: 17).
El reconocimiento del lenguaje aparece fugazmente para hundirse
nuevamente en la metafísica. La disponibilidad del lenguaje no puede
verse mermada por la superación a la metafísica: en ningún caso el
lenguaje debe disminuir o debilitar el “poder de acción” que confiere
dicha superación. Una oculta prevalencia de la “metafísica modernidad
de la subjetividad” en el discurso de Echeverría se vuele más conspicua
considerando la acusada vacilación sobre el valor de la modernidad
como quiebre en su narrativa,31 así como el fuerte sabor a filosofía de
la subjetividad que tiene el primer principio, inspirado por la biología
de Maturana y Varela.32 Al contrabandear así modernidad filosófica,
la narrativa histórica de Echeverría secuestra lo contemporáneo.33

31
Debe indicarse que Echeverría mismo tampoco es consistente sobre su valoración de la mo-
dernidad filosófica. En el ya citado El Buho de Minerva subraya el quiebre en el “paradigma de
base” que supone la modernidad frente al mundo medieval, así como su diferencia respecto del
pensamiento contemporáneo. Tanto en Ontología del lenguaje como en Por la senda del pensar
ontológico encontramos una opción continuista con la antigüedad, aunque se permita decir, a
propósito del giro “antropológico” en la ontología, que “en Heidegger está presente el espí-
ritu de la modernidad filosófica, obviamente lejano en la filosofía clásica” (Echeverría, 2007:
80). En su más reciente Mi Nietzsche vuelve a reconocer en la modernidad filosófica un aporte
decisivo en el desmontaje del “programa metafísico”.
32
“No sabemos cómo las cosas son. Sólo sabemos cómo las observamos o cómo las interpreta-
mos. Vivimos en mundos interpretativos” (Echeverría, 2003: 40). Echeverría argumenta que
la pretensión de verdad supone la posibilidad de conocer las cosas “en lo que realmente son,
independientemente de quien las observa” (Echeverría, 2003: 41). Acude a Humberto Ma-
turana y a las evidencias científicas sobre el condicionamiento neurobiológico de la percep-
ción externa: “no disponemos de mecanismos biológicos que nos permitan tener percepciones
que correspondan a cómo las cosas son” (Echeverría, 2003: 41). Esto no significa, advierte
Echeverría, negar la existencia de la “realidad externa”. De aquí se desprenda un desplazamiento
del conocimiento desde el “ser” de las cosas al conocimiento del “observador” (“todo lo dicho
es dicho por alguien”). Si bien, en el citado principio, Echeverría utiliza la expresión inter-
pretación, la “gramática” del argumento tiende a inscribirlo como una proposición propia de
la filosofía moderna. Sin afectar mayormente el argumento, se podría sustituir dicha expresión
por “representaciones”, si las entendemos en sentido no-naturalista, es decir, no como entidades
mentales “internas” que codifican información del mundo físico “externo”, sino como actos
de conciencia intencional que, por estar “acompañados” de conciencia, implican la distinción
“interno/externo”.
33
Para las razones por las cuales se debe ocultar lo contemporáneo, cfr. (Agamben, 2007).

316
“Hablar no es inocente”

5. Filosofía, empresa y transición

Descontado el estilo policiaco de requisitorias, indagatorias y


careos que, presente en este escrito, reviste la comparecencia de
textos y autores, la trópica delictiva de asaltos y robos como matriz
de apropiación de la filosofía está explícita y programáticamente
declarada por el propio Echeverría. La batalla contra la metafísica
enquistada en el “sentido común” supone una reforma de la filosofía
que la devuelva “a la calle y a la vida”. Se requiere “acercar la filosofía
al pueblo y convertir a los ciudadanos en filósofos” (Echeverría,
2007: 56). Hoy se necesita más que nunca de la filosofía pues la
humanidad actual debe “aprender a vivir” nuevamente, pero “la
separación que hoy existe entre el filósofo profesional y quien no
lo es tiene el carácter de una ruptura” (Echeverría, 2007: 56).34 La
tarea urgente es “crear puentes, es necesario colocar escaleras en las
murallas del actual bastión de la filosofía, de manera de penetrar en su
interior” (Echeverría, 2007: 56). La actualidad necesita “Prometeos
[…] dispuestos a sacrificar sus entrañas para lograr que la filosofía se
reencuentre con ciudadanos comunes […] como veremos, la filosofía
suele hacerse desde las entrañas” (Echeverría, 2007: 55).
¿Qué significa “calle y vida”? Echeverría habla de “marchas,
manifestaciones, grandes carnavales”, pero su práctica, su trabajo
prometeico35 ha sido llevar la filosofía a la empresa. Y los “seres
humanos”, los “ciudadanos comunes”, son, formalmente, los gerentes
y profesionales que pueden pagar por los servicios de coaching o
por los programas de formación que tienen avisaje permanente
en sus libros. Dicho esto, corresponde decir también que no es
arbitrario que “calle y vida” sean sinónimos de empresa. De hecho,
esta sinonimia que opera de facto en el discurso de Echeverría está
formulada directamente por Flores en sus tesis de la equivalencia de
administración y comunicación. ¿Qué sostiene esta tesis? ¿Cómo es

34
Esto, tiene que admitirse, ya comenzó con en la antigüedad griega, pero la opción metafísica
acentuó esta tendencia a una “filosofía enclaustrada” (Echeverría, 2007: 24).
35
Si hubiera que reconstruirlo como un juego, estableciendo su objetivo, su inquietud básica.
Cfr. Echeverría, 2003: 215ss.

317
Pablo Solari G.

posible la pretensión de universalidad que Echeverría atribuye a su


“ontología del lenguaje”?
En su lectura del género de las filosofías del management, el filósofo
argentino Tomás Abraham, permite abordar estas preguntas al articular
la perspectiva o diagnóstico implícito en tales discursos. La premisa
fundamental es que la empresa es “la institución fundamental del
poscapitalismo” (Abraham, 2000: 15).36 La “empresa”, sin embargo,
no tiene sustancialidad, es “un incorpóreo, resultado de la acción de
los cuerpos, pero sin cuerpo propio. […] es puro verbo: emprender
[…] no hay empresa […] sino modalidades y modulaciones de un
mismo mundo: el mundo empresarial” (Abraham, 2000: 19). Por ello,
la empresa supone esencialmente un modo de subjetivación,37 cuyo
paradigma es la relación de liderazgo que se ejerce en la comunicación.
La forma general del poder en esta “sociedad organizacional” es la
gestión, pero ésta se haya, a su vez, afectada de una resignificación
post-disciplinaria como “ética”. Para Abraham, el cruce de “ética” y
management es efecto de la “muerte” y “sublimación” de la política
tras el triunfo histórico de la racionalidad económica con la caída de
los socialismos reales. La transfiguración ética del poder gestionario
tendría el sentido esencial de marcar el vacío dejado por la política y
explica la urgencia de una “espiritualidad filosófica” que asista dicha
pretensión.38 El poder gestionario es ético en sentido aristotélico, es
decir, un saber general de lo humano: “El management se constituye
como un saber transversal, transinstitucional, una forja en la que se
plasmarán los agentes de la organización” (Abraham, 2000: 7).
Extrapolando estos enunciados de Abraham, sugiero la
siguiente descripción: el sentido ético del poder gerencial no es la

36
Todos los “sistemas sociales” pueden concebirse según esta matriz o institución total, es
decir, “organizaciones en que los agentes ofrecen servicios y se disponen recursos humanos”
(Abraham, 2000: 17). La empresa no es la fábrica, es decir, “un sistema de control y vigi-
lancia, con secciones, encargados, supervisores, horarios, fichas, anaqueles, la pesada visibili-
dad de la fábrica” (Abraham, 200: 20). Este modelo es muy costoso y lento para los ritmos
acelerados, la contingencia y la polifuncionalidad que rigen el capitalismo global. Lo esencial
es asegurar la conectividad, el trabajo en equipo, la participación, la sinergia y la calidad de
los recursos humanos.
37
“La empresa es el “alma” de los individuos, la llevan siempre, a veces despierta, otras dormi-
da, a veces redimida, otras perdida. […] microchip bíblico” (Abraham, 2000: 19-20).
38
“La lengua de hoy se bifurca en dos lengüetas. Una es la economía, la otra es la filosofía”
(Abraham, 2000: 11).

318
“Hablar no es inocente”

“humanización” de la organización, sino la operacionalización de


lo humano como magnitud reguladora general de las interacciones.
Por “humano” debe entenderse aquí una compleja y precisa trama
de competencias y señales sociopsicobiométricas que definen una
normalidad. La tarea esencial del poder gerencial es operar en el
borde de la organización, delimitando su adentro y su afuera, pues
el interior se autorregula por el acoplamiento de las competencias
comunicativas preinstaladas. El agenciamiento de la normalidad
humana por la empresa se debe a su capacidad para desempeñar
óptimamente aquella función de autorregulación de las interacciones
bajo las constricciones de descentramiento, flexibilidad, polivalencia,
eficacia y eficiencia que impone el capitalismo post-disciplinario:
lo “humano” reconoce a lo “humano” (y desconoce a lo humano).
Esta descripción podría vincularse con el diagnóstico de Ulrich Beck
sobre la paradoja del “individualismo institucional” compulsivo que
impera en la mundialización y sobre la constitución de un capitalismo
sin clases que individualiza las desigualdades y delega las crisis
sistémicas en soluciones biográficas. 39
Varios rasgos del discurso de Flores y Echeverría se iluminan desde
la perspectiva que propone Abraham,40 pero, especialmente, permite
anudar el coturno linguístico que lo distingue de otras filosofías del
management, con los códigos y necesidades sociales del discurso de
la transición en Chile y, en especial, con las funciones sociopolíticas
que éste le deparó al lenguaje. Dado el diagnóstico de hiperinflación
discursiva durante la UP en la retrospectiva histórico-estratégica de
izquierda,41 no sorprende que el lenguaje haya sido el centro de la
zona de impacto del Golpe.42
Tomaré coordenadas de la crónica de Nelly Richard sobre la
compleja trama de cruces que configuraron las políticas del habla
39
Cfr. Beck y Beck-Gernsheim, 2003: 69ss.
40
La aspiración a conformar ese “saber transversal, transinstitucional” o “meta-empresarial”
que tiene la forma del “software” que reescribe al nivel biográfico-individual. Se auto-justifica
performativamente la tesis de la administración = comunicación mediante la instauración gene-
ralizada de regímenes de escucha que filtran el ingreso a los nodos de conversación, y, al mismo
tiempo, proporciona conjuros contra las amenazas terroristas provienentes de la filosofía.
41
Cfr. Moulian, 1997: 160-161.
42
“No sabemos verdaderamente qué decir, parece que de repente nos hubiéramos quedado
mudos o que las palabras fueran sólo eso y nada más, carentes de contenido, sin verdad, so-
nidos muertos, inconexiones sin referentes reales, pura palabrería, verborrea, charlatanería”
(Devés, 1984: 17). Cito a Devés por ciertas afinidades biográficas que se adivinan con
Flores y Echeverría, (cfr. Echeverría, 2007: 65ss).
319
Pablo Solari G.

y los dilemas enfrentados por los idiomas críticos durante la post-


dictadura. Ella discierne dos tipos de respuestas frente la “necesidad
de recobrar la palabra después de los estallidos de la dictadura que
casi privó a la experiencia de los nombres disponibles para comunicar
la violencia de su mutilación” (Richard, 1998: 47). Una respuesta es
el “discurso de la sociología”, que “[…] se cuidó mucho de no tener
que experimentar –en cuerpo propio, en verbo propio– la dislocación
de la razón objetiva que esa monumental crisis de verdad y sistema
podría haber desatado […] ordenó los síntomas de la crisis mediante
una lengua reconstituyente de procesos y sujetos: una lengua, por lo
tanto, incompatible –en su voluntad de recomposición normativa– con
lo roto, lo disgregado, lo escindido” (Richard, 1998: 48). Preparados
por la sociología, los tropos normalizadores del discurso político
de la transición instituyeron un “habla mecanizada del consenso”
que “se vale hoy de palabras sin emoción ni temblor para transmitir
significados políticos rutinizados por la monotonía locutoria. [..]
sólo es capaz de ‘referirse’ a la memoria (de evocarla como tema,
de procesarla como información) […] sólo nombra a la memoria
con palabras exentas de toda convulsión de sentido, para no alterar
el formulismo minuciosamente calculado del intercambio político
mediático” (Richard, 1998: 31).
La segunda respuesta que distingue Richard viene de lo que
llama “textualidades poéticas”: “fragmentos trizados de lenguajes
al abandono, para narrar –alegóricamente– las ruinas del sentido.
[…] Una experiencia de lenguaje hecha de oraciones inconclusas, de
vocabularios extraviados, de sintaxis en desarme. […] un ‘saber de la
precariedad’ que habla una lengua lo suficientemente quebrada para
no volver a mortificar lo herido con nuevas totalizaciones categoriales
[…] son estas zonas de conflicto, de negatividad y refracción […] que
guardan, en el secreto de su tensa filigrana, un saber crítico de la
emergencia y del rescate a tono con lo más frágil y conmovedor de
la memoria del desastre” (Richard, 1998: 48-50).43 A diferencia de la

43
Hay, en rigor, una tercera respuesta, que Richard, por supuesto, no nombra como tal (o
que nombre mediante las reflexiones de Germán Bravo sobre lo que suena como “canto
aburrido… que ya perdió el tono, carente de tono”) y que es la lengua no mediatizada, ope-
rativa y memoriosa, de los deudos y de las víctimas. (Cfr. Richard, 1998: 44-45).

320
“Hablar no es inocente”

sociología, esta lengua sintoniza con la fragilidad y la memoria (y es


propiamente, lengua: mediatiza, trae a la distancia). Richard proyecta
esta “escena de producción de lenguajes” de la década anterior como
dispositivo político-cultural para lograr que “el reclamo del pasado
sea moralmente atendido como parte –interpeladora– de una narrativa
social vigente” (Richard, 1998: 46). Al mismo tiempo, Richard
reconoce las limitaciones de dicho dispositivo en las condiciones
socioculturales del páramo de los noventa: “¿Cómo manifestar el
valor de la experiencia (es decir, la materia vivida de lo singular y
contingente, de lo testimoniable) si las líneas de fuerza del consenso
y del mercado estandarizaron las subjetividades y tecnologizaron las
hablas, volviendo su expresión monocorde para que le cueste cada
vez más a lo irreductiblemente singular del acontecimiento personal
dislocar la uniformación pasiva de la serie? (Richard, 1998: 45).44
Esta pregunta de Richard delata que el discurso socio-técnico
no sólo calculó los protocolos especializados de la política. La
necesidad de un lenguaje que habilitara la coordinación en la nueva
forma-“empresa” que tomaría lo social en el orden recompuesto
fue anticipada por Flores con celeridad asombrosa.45 ¿Es posible
semejante automatismo sino como operación de ajuste cultural a las
nuevas relaciones de poder? El impacto del Golpe sobre la lengua
dispuso entonces un dilema anterior al planteado por Richard: “¿Y
si valiera más la pena salvar a unos hombres que a su idioma, allí
donde, ¡ay!, hubiera que elegir? Pues vivimos un tiempo en que a
veces se plantea esta pregunta. En la tierra de los hombres de hoy,
algunos deben ceder a la homo-hegemonía de las lenguas dominantes,
deben aprender la lengua de los amos, el capital y las máquinas,

44
Al mismo tiempo, Richard observa que los años ochenta prácticas sociales y biografías
había quedado exhaustas y “agobiadas” por las “sobreeexigencias de rigor y certeza” nece-
sarias para “reinventar lenguajes y sintáxis para sobrevivir a la catástrofe […] el enfrentarse
a los códigos como si la batalla del sentido fuera asunto de vida o muerte, debido a la peli-
grosidad del nombrar” (Richard, 1998: 35-36).
45
Flores, detenido por la dictadura en 1973, pasa por Dawson, Ritoque y Tres Alamos. Es
liberado el año 1976 y ya en 1979 tenía escrita, como parte de su doctorado en la Univer-
sidad de California (Berkeley), una disertación titulada ‘Management and Communication
in the Office of the Future’ que contiene los fundamentos de su discurso. Cfr. http://www.
fernandoflores.cl/node/1.

321
Pablo Solari G.

deben perder su idioma para sobrevivir o para vivir mejor. Economía


trágica, consejo imposible” (Derrida, 1997: 22). El discurso de
Flores podría leerse como una opción ante ese dilema. Ponderada
a escala geopolítica, la inversión especular y asimétrica que, según
vimos al final de la primera sección, efectúa entre comunicación
y computación, codifica la derrota del proyecto nacional popular
frente al poder imperial. Prepara los flujos de dinero, información
y mercancías configurando pragmáticamente el habla mediante una
interfaz cibernética. Sin embargo, ¿no hay residuo en esta transacción
del habla por la vida? Si la hipersensibildad sobre “la dimensión
compromiso del lenguaje” puede leerse como eco del déficit de
eficacia de las hablas revolucionarias, ¿no hay un gesto que pervive?
¿No se mueve este discurso en una misma relación con el lenguaje
que podríamos llamar, siguiendo a Agamben, ‘sacramental’?
Desde esta perspectiva puede entenderse la centralidad que
Echeverría adjudica al “sentido común” como parte de una política
de las confianzas.46 El tratamiento del resentimiento es clave para
calibrar este punto. En su forma más extrema, Echeverría usa este
concepto para sintetizar conjuros reaccionarios.47 Sin embargo, el
resentimiento recibe una modulación menos tortuosa cuando aborda la
cuestión del perdón y la reconciliación.48 Reconoce la posibilidad de
un daño “tan inaceptable que no tiene sentido mantener una relación
con esas personas” (Echeverría, 2003: 323). En ese caso, aparte del

46
“Si queremos avanzar hacia modalidades de convivencia distintas, el tema de la confianza es
uno de los más importantes que tenemos que enfrentar. La experiencia de Chile, nuevamente,
es muy interesante en este respecto. En Chile hemos vivido un complejo e interesante proceso
de reconstrucción de confianzas” (Echeverría, 2007: 26).
47
Es el caso de la interpretación del pensamiento de Nietzsche como “filosofía del empren-
dimiento” en conexión con la crítica neoliberal a las políticas redistributivas. Cfr. (Echeve-
rría, 2010: 197ss).
48
Si lo opuesto al resentimiento es la aceptación, en tanto que “reconciliación con la facticidad
[…] con las posibilidades que nos fueron cerradas”, ella es lingüísticamente una “declaración
de cierre” (Echeverría, 2003: 318). Si los juicios que fundan el resentimiento en el daño
son fundados, podemos pasar a la aceptación mediante el recurso al reclamo, lo que implica,
a su vez, una reparación. Si, sin embargo, el daño es irreparable, se abre la posibilidad del
perdón: “declaramos que no permitiremos que nuestro resentimiento […] interfiera en nues-
tras posibilidades de convivir y seguir coordinando acciones en el futuro […] particularmente
cuando estamos obligados a compartir el mismo espacio y convivir juntos […] nos estamos
comprometiendo a cerrar una determinada conversación sobre el pasado y a no usarla en con-
tra de una determinada persona en el futuro” (Echeverría, 20003: 322).

322
“Hablar no es inocente”

acto auto-liberador del perdón, corresponde la “declaración de término


de relación” (Echeverría, 2003: 323). El exhaustivo Echeverría no
contempla la posibilidad de que corresponda declarar el término
de la relación estando obligado a convivir, coordinar a acciones y
coordinar la coordinación: hablar. Ahí el problema es ¿cómo hablar
sin hablar?
En todo caso, ¿qué ocurre en este tránsito de un habla a otra?
Igual que la comunicación computer-based de Flores, las “hablas
mecanizadas” de la transición pretendían la neutralización del
tono. Sin embargo, esto es imposible si los estados de ánimo son
constitutivos de la comunicación, como reconocen Flores y Echeverría
siguiendo a Heidegger.49 Los tonos, eso sí, se pueden fingir o imitar.50
La modernización del habla exige aprender a pasar por alto el tono,
no porque fuera posible el habla atónica, sino porque exige una
impostación. Exige pasar por alto oírse hablar con el tono de otro,
oírse otro. Si, literalmente, “impostar” significa emitir el sonido en
su plenitud sin vacilación ni temblor, ese oírse otro es oír la ausencia
de esa vacilación y ese temblor al hablar y, por tanto, en cierto modo,
oírse a sí-mismo. El costo, como observa Flores, es pasar por alto la
posibilidad de la descortesía poniendo así en suspenso la amistad, si
resulta que lo humano se señaliza a lo humano en la ambigüedad y
la vacilación de la voz. Y si resulta, además, que arriesgar la amistad
es rehusarla, entonces no es posible la amistad en la transición y lo
humano sólo da testimonio de sí solo. La política de la impostación
enfrenta, además, una paradoja formal: si exige oírse a sí mismo con
el tono de otro, oírse a sí-mismo-otro (y tolerar esa locura, que sea,
quizás, tolerar la forma misma de la locura), ¿cómo puedo reclamar
que esa voz, por más poderosa que sea, es mi voz? ¿Qué voz (quién-
voz) efectuaría dicha reclamación? Si la voz, su tono, pone el dilema
de la lengua, ésta, a su vez, devuelve el dilema de la voz: o es de
alguien o es un qué.

49
“El índice lingüístico de ese momento constitutivo del discurso que es la notificación del
estar-en afectivamente dispuesto lo hallamos en el tono de la voz, la modulación, el tempo, en
la ‘manera de hablar’”. Heidegger, 1997: 186.
50
Cfr. Derrida, 1994: 26.

323
Pablo Solari G.

La especificidad de la variante de Echeverría es que su mayor


apego al discurso sociológico le habría llevado a hacerse cargo de
estas preguntas: acusa el impacto de la catástrofe sobre la razón
científica, pero retiene la voluntad de “reconstitución de procesos
y sujetos”. El énfasis en el doble tránsito resentimiento-aceptación/
resignación-ambición y en la crisis de sentido parecen reintroducir la
relación consigo que constituye a la subjetividad como condición de
funcionamiento de esas hablas protéticas. Puede leerse también como
transparentando que todo el discurso del lenguaje como acción es un
dispositivo de auto-mediación regido de antemano por el supuesto
de una subjetividad soberana todavía en pie, pues los procesos de
aprendizaje que propone sólo son inteligibles si suceden en el sujeto.51
De fondo, no-dicha, resuena una estrategia cartesiana afín a la que
Eduardo Devés articulara en 1984 para enfrentar el escepticismo
del sentido entre la izquierda post-Golpe: “se presenta clara y
distintamente a nuestra subjetividad el apetito de lo que deseamos y
el horror de lo que rechazamos […] es la base indiscutible de algún
sentido de la existencia: quien sufre y goza apunta desde y hacia”
(Devés, 1984: 35-36). El rendimiento frente al nihilismo es que el
sufrimiento y sus múltiples formas serían, en sí mismos, evidencia de
voluntad de sentido en la propia subjetividad.52
No obstante, a pesar del alarde de deshinbición y amoralidad
nietzscheana que hace Echeverría al hablar del poder, es precisamente
un silencio sobre el poder la clave que permite a la subjetividad

51
Prueba de esta pregnancia de la subjetividad, especialmente en Echeverría y Matura-
na, es, como dijimos, la confusión entre motivos filosóficos modernos y contemporáneos.
Ahora podemos ver que, trópicamente, la narrativa histórica del pensamiento occidental de
Echeverría se corresponde con una operación más general de abolición del sentido histórico
como confusión de lo nuevo y lo viejo en una actualidad pura, que se conjugan en el discurso
de la transición con la asepsia y la dislocación del habla respecto de la experiencia y la memo-
ria: “El presente de consenso tuvo que defender su ‘novedad’ […] silenciando lo no-nuevo (lo
heredado) […] ocultando esta perversión de los tiempos que mezcla continuidad y ruptura bajo
el disfraz del autoafirmarse incesantemente como actualidad gracias a la pose exhibicionista
de un presente trucado” (Richard, 1998: 40).
52
En una autobiografía, Echeverría califica el encuentro con el “diseño ontológico” de
Flores del siguiente modo: “pudo volver a entregarme el espíritu de conquista que durante
varios años me había faltado” (Echeverría, 2007: 84). Tomo esto como ilustración de la
multiplicidad de niveles de la operatividad de esta soberanía de la subjetividad en el texto de
Echeverría.

324
“Hablar no es inocente”

cerrarse sobre sí, pues ella no puede pensarse como dejada en pie
para llevar a cabo una tarea. Esa posibilidad, nombrar esa posibilidad,
es su desarme como subjetividad. El sujeto es un energúmeno:
está en obra, poseído por su función o tarea. Debe tener sentido o
padecer su ausencia con vistas a recuperarlo.53 La “resignación” que
Echeverría denuncia como efecto del naufragio en la metafísica, no
es ausencia de subjetividad, es parte de aquella estructura oscilatoria,
“melancólica-depresiva”, que señalaba Richard, siguiendo a Alberto
Moreiras, a propósito del sujeto de la post-dictadura. La aparición
de lo humano, adversamente, no tiene obra ni se dirige a ninguna
parte, supone suspensión del sujeto. Aparición de lo humano que es,
también, develamiento del mundo. Se puede decir, siguiendo a Jean-
Luc Nancy (filósofo confesadamente profesional), que lo humano
no tiene sentido (ni puede perderlo): es el sentido (Nancy, 2003:
23). Sólo puede aparecer cuando sucede que el sujeto, sus obras,
sus funciones y sus sentidos, desmayan. ¿Es posible discernir, sino
mediante comillas, entre lo “humano” como dispositivo de gestión y
lo humano que despunta en el disiparse el sujeto?

53
Peter Sloterdijk ha argumentado la conexión esencial entre subjetividad moderna y
prácticas de “desinhibición” como el coaching. Cfr. Sloterdijk, 2007: 78ss.

325
Pablo Solari G.

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327
Autores

Isabelle Bruno

Diplomada del Instituto de Estudios Políticos de Paris, sección


económica y financiera y Doctorada en Ciencia Política por la misma
casa de estudios. Es profesora de Ciencia Política en la Facultad de
Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales de la Universidad de Lille 2.
También es investigadora del Centro de Estudios e Investigaciones
Administrativas, Políticas y Sociales (CERAPS, CNRS / Universidad
de Lille 2). Sus áreas de investigación son Sociología de la
cuantificación y las tecnologías manageriales de gobierno. Entre sus
publicaciones, se encuentran À vos marques®, prêts… cherchez!
(2008); con Pierre Clément y Christian Laval, La grande mutation.
Éducation et néolibéralisme en Europe (2010) y con Emmanuel
Didier, Benchmarking. L’État sous pression statistique (2013).

Nicole Darat

Máster en Filosofía (mención Filosofía Moral y Política) por la


Universidad de Valladolid, España, donde cursa actualmente el
doctorado en Filosofía. Es profesora de la Escuela de Artes Liberales
de la Universidad Adolfo Ibáñez. Sus líneas de investigación son la
ética, la política y la economía sobre los que ha publicado diversos
artículos enfatizando el enfoque interdisciplinario con las ciencias
sociales y crecientemente con las ciencias naturales. Entre estos de
destacan “Una simpatía republicana: instintos sociales y compromisos
políticos (Revista Polis, 2013) y “La legitimidad de los incentivos en
el liberalismo igualitario de John Rawls” (Revista de Humanidades,
UNAB 2012).

329
Mónica de Martino

Asistente Social. Doctora en Ciencias Sociales por la Universidade Es-


tadual de Campinas - UNICAMP - Brasil. Profesora Titular en Régimen
de Dedicación Total en el Departamento de Trabajo Social de la Fa-
cultad de Ciencias Sociales y en el Centro Interdisciplinario Infancia y
Pobreza - CIIP - del Espacio Interdisciplinario, ambos servicios de la
Universidad de la República - Uruguay. Coordinadora del Diploma de
Especialización en Intervención Familiar y del Programa de Doctorado
del mencionado Departamento. Autora de diversas publicaciones en
torno a la temática: infancia, familia, género y políticas sociales.

Mary Luz Estupiñán Serrano

Licenciada en Idiomas por la Universidad Industrial de Santander (Co-


lombia). Magíster en Estudios de Género y Cultura en América Latina,
mención Humanidades por la Universidad de Chile y candidata a doc-
tora del Programa de Doctorado en Estudios Latinoamericanos de la
misma casa de estudios. Tradujo y editó, junto a raúl rodríguez freire,
Una literatura en los trópicos. Ensayos de Silviano Santiago (Esca-
parate, 2012). También ha publicado trabajos sobre género y sexuali-
dades. Actualmente se dedica a la deconstrucción de los discursos en
torno a las migraciones sur-sur y prepara la edición de un libro dedica-
do a la gramática del discurso neoliberal en Chile.

Pat O’Malley

PhD en Sociología por la Universidad de London (1976). Actualmente


trabaja en la Escuela de Leyes de la Universidad de Sydney. Sus
campos principales de investigación son la criminología y los estudios
socio-legales, con un énfasis sobre el riesgo, en tanto tecnología de
gobierno de los problemas sociales y legales. Entre sus publicaciones
se encuentran Uncertainty and Government (2004), Governing Risks
(2006), The Currency of Justice. Fines and Damages in Consumer

330
Society (2009), Crime and Risk (2010). En español se ha publicado
Riesgo, justicia penal y neoliberalismo (2006), libro que recoge
algunos de sus principales ensayos.

Vanina Papalini

Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional


del Comahue, Argentina; Magister en Comunicación y Cultura
Contemporánea por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina;
es Doctora por régimen de cotutela de tesis del Doctorado en Ciencias
de la Información por la Universidad de París VIII y el Doctorado en
Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Se
desempeña como investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina y como profesora
titular de la Escuela de Letras de Universidad Nacional de Córdoba.
Dirige el programa de investigación “Transformaciones culturales
contemporáneas”. Ha editado el libro colectivo La comunicación
como riesgo. Cuerpo y subjetividad (Al margen editorial, 2006) y se
encuentra en prensa Promesas de felicidad. Ensayo sobre los libros
de autoayuda (Adriana Hidalgo editora). Dirige la revista Astrolabio y
es coordinadora del Doctorado en Comunicación Social de la Escuela
de Ciencias de la Información de la Universidad Nacional de Córdoba,
Argentina. Su principal línea de investigación se orienta hacia la
configuración de subjetividades y las lógicas de gobierno en las culturas
terapéuticas.

Iván Pincheira Torres

Sociólogo, Magíster en Estudios Americanos, Doctor en Estudios


Americanos. Académico e investigador del Departamento de Sociología
Universidad de Chile. Sus principales áreas de investigación son:
cuerpo, emociones, gubernamentalidad, neoliberalismo, nuevas
prácticas de acción colectiva. Entre sus publicaciones se encuentran
los libros: Organizaciones Juveniles en Santiago de Chile. Invisibles_

331
Subterráneas, Santiago, Lom Ediciones, 2009 (En co-autoría). Archivos
de Frontera: el gobierno de las emociones en Argentina y Chile del
presente, Santiago, Editorial Escaparate, 2012 (Coordinador). Entre
sus artículos destacan: “Encuadre de la agenda y control de la opinión
pública: el lugar de los medios de comunicación en la difusión del
sentimiento de inseguridad”, en Question, Universidad Nacional de
la Plata, Argentina, Nº 27, 2010. “La incorporación del concepto de
felicidad en el diseño de las políticas públicas en el Chile neoliberal”,
en Revista Brasileira de Sociologia da Emoção, v. 12, n. 34, 2013.

raúl rodríguez freire

Licenciado en Sociología y Doctor en Literatura. Académico del


Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje, Pontificia Universidad
Católica de Valparaíso-Chile. Trabaja sobre literatura y crítica
latinoamericana contemporánea, teoría literaria y luchas universitarias.
Ha publicado la compilación La (re)vuelta de los Estudios Subalternos:
una cartografía a (des)tiempo (IAAM, 2011, Universidad del Causa,
2013) y editado, con Andrés Maximiliano Tello, Descampado.
Ensayos sobre las contiendas universitarias (Sangría, 2012). También
tradujo y editó, junto a Mary Luz Estupiñán, Una literatura en los
trópicos. Ensayos de Silviano Santiago (Escaparate, 2012). Bajo
su firma, también publicó una edición crítica dedicada a la obra de
Roberto Bolaño, titulada “Fuera de quicio”. Bolaño en el tiempo de
sus espectros (Ripio, 2012).

Nikolas Rose

Formado inicialmente en biología, historia, sociología y salud mental.


Desde comienzos del 2012 se encuentra a cargo del Departamento de
Ciencias Sociales, Salud y Medicina del King’s College de Londres.
Previamente se desempeñó al frente de la cátedra James Martin White
de Sociología en la London School of Economics, donde fundó y dirigió
el Centro Bios, dedicado al estudio de las relaciones entre ciencias de

332
la vida, biotecnologías, medicina y sociedad. Junto a otros académicos,
fundó en 1989 la red internacional de investigadores Historia del
Presente, que llevó la influencia de los trabajos de Michel Foucault
sobre las políticas de la vida y la gubernamentalidad a un plano de
trabajo fuertemente empírico. Es autor, entre otros, de los libros The
Psychological Complex (1985), Governing the Soul (1989), Inventing
Our Selves (1996) y Powers of Freedom: Reframing Political Thought
(1999) y, junto a Peter Miller, Governing the Present (2008), libro que
reúne sus principales ensayos de los últimos quince años. En español,
se encuentra Políticas de la vida. Biomedicina, poder y subjetividad
en siglo XXI (2012).

Jaron Rowan

Jefe del Departamento de Arte de BAU, Centro Universitario de


Diseño de Barcelona. Doctorado en Estudios Culturales en Goldsmiths
University de Londres, donde ha practicado la docencia, centra su
investigación en torno a la economía política de la cultura. De forma
específica analizando el fenómeno del emprendizaje en cultura,
la relevancia del procomún digital, los modelos de trabajo y auto-
organización alternativos y las nuevas formas de activismo cultural.
Autor del libro Emprendizajes en Cultura (2010) y co-autor de
Innovación en cultura: Una aproximación crítica a la genealogía
y usos del concepto (2009). Ha contribuido a numerosos volúmenes,
el más reciente Cultura libre digital (2013). En ocasiones mira las
estrellas, escribe sobre el amor o crea memes digitales.

Pablo Solari G.

Es Licenciado y Magíster en Filosofía por la Universidad de Chile.


Profesor de la Universidad Central de Chile. Ha publicado artículos sobre
diversos episodios de la historia de la filosofía moderna, contemporánea
y chilena. También ha publicado traducciones y reseñas. Ha participado
en congresos y seminarios nacionales e internacionales.

333

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