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Scuceske “)& Yosts Pe le te cultura 2 e\ LOM ent 2u ropeot CARL EE. SCHORSKE | cE “LAIDEA BE CIUDAD ) EN EL PENSAMIENTO EUROPEO: eae a) SERVICIO DE PUBLICACIONES ASOCIACION ARQ. VICTOR J. DELLAROLE FACULTAD DE. : '¥ DISENO ‘UNIVERSIDAD NACIONAL DE ROSARIO SQN PUNTO DE NIST. El articulo de Carl Schorske lleva como titulo original: “The Idea of the City in European Thought: Vol- taire to Spengler”, y estd incluido en The Historian and the City, compilacién de Oscar Handlin y John Burchard (The MIT Press and Harvard University Press, 1963). De Schorske se ha publicado recientemen te, eu castellano, Viena fin de siglo (Barcelona, Gili), hay ya un clésico de historia intelectual ¢ historia de cludades, La traduccion det presente articulo es de Segunda Epigonaill. A’ largo de dos rierviosos siglos de transformaciones sociales, al problema de la ciudad se impuso, sin dar tregua, a la conciencia de pensa- dotes y artistas europeos. La respues- ta de estos intelectuales sufrié infin! tas variaciones, porque el cambio social provocé transformaciones de jdeas y valores aun més proteicas que Jas transformaciones producidas en Ta sociedad misma. Nadie piensa acerea de la ciudad inmerso en un aislamien- to hermético. Por el contrario, las, imagenes se forman al atravesar una pantalla perceptiva que se origina en Ja caltura heredada y se transforma por el impacto de las experiencias personales. Por eso, Ja investigacion de las ideas acerca de la ciudad pro- ducidas por intelectuales nos obliga a superar un marco estrecho para detenernos en miltiples conceptos ¥ valores sobre la naturaleza de} hom- bre, de la sociedad y de la cultura. Es imposible, en un trabajo breve, situar en un contexto adecuado Iz idea de ciudad y sus cambios, a par tir del siglo XVIII. Sélo me propon- go presentar equi unas poeas posicio~ pes, con la esperanza de que el es- quema resultante sugiera otras lineas de investigacién. Se puede, en mi opinién, definir tres modos de evaluar Ja ciudad en los dltimos doscientos afios: Ia ciu- dad como virtud, la ciudad como vir cio, y la ciudad més alld del bien y del mal. Estas actitudes tanto de pensadores como de artistas apare- cieron segin una sucesién temporel. E] siglo XVII desarroll6, a partir de Ja Glosofia de Ia Tustracién, una vir sign de la ciudad como virtud, El industrialismo del siglo siguiente causa el ascenso de la concepcién antitética: la ciudad como viclo. Por fin, en el marco de una nueva cultura de la subjetividad, a mediedos del siglo pasado, emerge una actitud in- telectual que sitita ala ciudad més alla del bien y del mal. Las nuevas fa- ‘ses no anularon a la que lus preced fa, sino que se prolongaton en la siguien- te, con menos vitalidad, y opacado su brillo. La claridad de estos temas, por otra parte, es afectada por los avatares sociales ¢ intelectuales que caracterizan a naciones diferentes. Y ademés, con el paso del tiempo, 20- nas de pensamiento que en algin mo- mento parecieron antitéticas se fun- den, transformandose en nuevos pun- tos de partida para reflexionar sobre Ia ciudad. La historia de la idea de ciudad, como toda historia, muestra que lo nuevo muy a menudo revitali- zalo viejo en ver de destruirlo. se duda, el presupuesto gran burguesia decimondnica fue que la ciudad constituia el centro de las mas valoradas actividades hu- ‘manast la industria y le alta cultura. Este presupuesto es una herencia del siglo anterior, cuyo enorme poder exige alguna atencion de nuesira pat- te, Tres influyentes hijos de la Ilus- tracion Voltaire, Adam Smith y Fichte~ elaboraron la perspective de la ciudad como virlud civilizeda, en términos adecuados a sus respec: tivas culturas nacionales. Voltaire no cant6 a Paris sus pri meras alabanzas, sino a Londres. Londres era la Atenas de la Europa moderna; sus virludes se apoyaban en la libertad, el comercio y el arte. ‘Tales valores politico, econdmico y cultural emanan de una sola fuente: el respeto ciudadano por el talento: “Riual de Atenes, 1 celebro, Londres, por tu talento que hizo hui tranos ¥ los prejuieios que a ciiles enjrenta. ‘Hos nutren, Los hombres dicen su pensar y el ua. Mor tiewe plaza En Londres, es grande el que falento itiene.”* Londres era, para Voltaire, la cuna de la movilidad social que se enfren- taba con el orden joritrquico. Voitaire, muy répidamente, pro- yeetd ala ciudad moderna como tal, las virtudes que habia descubierto en Londres. Sus opiniones sobre la ciudad forman parte del debate entre Antiguos y Modernos, donde blandié su ettilete con agresividad y eficacia frente alos defensores del pusado, de las edades de oro griegas y el jardin edénico de los cristianos. La humani- ded no debia exaltar una Grecia mar- cada por la pobreza, ni imagenes de un Adan y una Eva cubiertos de ru- das pelambres y con las ufias rotas. “Carecieron de industriosidad y de placer: es tal estado virtud o pura ignorancia?”* La industriosidad y el placer: tales nociones distinguian a Ja vida urba- na, para Voltaire; juntos, producfan “civilizacion”. EI contrasts urbano entre ricos y pobres no aterra al Philosophe porque Proporeiona Jas bases mismas del progreso. Voltaire modelaba al rico no sobre la imagen del capitin de industrias; sino sobre Ja del atistécrata manirroto, cuya vi- ‘Versos por la muerte de Adrienne Le- couvreur”. Voltsire, “Le Mondain” (1736), Ocu- tres Completes, Paris, 1877, X, 84. da ciudadana en medio de la holgura, lo erigia como hijo verdadero del ncipio de placer. Desetibia el lujo- so palacio rocoeé de su mondain *“adornado por la’ inereible indus- triosidad de mil manos y brazos”? Saboreaba los minimos pormenores de la vide cotidiana del rico, su refi nada sensualidad: el mondain acude en carroza dorada, atravesando pla- zas imponentes, a su cita con una ac- triz, luego a la Gpera y finalmente a un lujoso banquete, Esta existencia sibaritica del bon vivant liberal os fuente de trabajo para innumerables artesanos. No sélo provee empleo a Jos pobres, sino que también es un modelo. Los pobres, al aspirar a la vi- da de gracia civilizada que llevan los sefiores, acentiian su industriosidad y el sentido del ahorro, mejorando, en consecuencia, su propio estado. Gracias a esta feliz simbiosis de ricos y pobres, abundancia elegante y acu- ciosa industriosidad, Ia ciudad esti mula el progreso del gusto y la razon, ¥ perfeeciona asflas artes eivilizades.* A pesar de esta flexién burguesa que hace de la ciudad una fuerza de > Bid, 83, * Wbid.. 89-88. En este punto Voltaire seculariza ta perspectiva medieval tradicio- nal-de In divisi6n de Tuneiones entre ticos ¥ pobres, de acuerdo con una economia Social de salvacion, En la edad media, el re 0 0 ‘noble’ podia salvarse por su gonerosi- dad, el pobre por su sufrimiento, Cada uno ora indispensable para potenciar tas virtu. des del otro, Dentro de esta simbiosis os. titiea, Voltaire introduce Ia dindmica de 'a movilidad social. Cf., para una perspec. tive barroca de esta ‘visién tradicional, Jas ideas de Abrsham a Santa Clara anal uadas por Robert A. Kann en A Study in Austrian Intellcciual iTistory, Nueva York, 1960, 70-73, la movilidad social, Voltaire conside- taba a la aristocracia como el agente més importante en el progreso de les costumbres. El traslado’de los no- dles a la ciudad, especialmente du- rante el reinado de Luis XIV, pro- puso el modelo de una “vida més dulce” al torpe poblador urbano. Las graciosas mujeres de. los nobles fueron “‘eseuela de pélitesse” que atrajeron a los jovenes, arrancndo- Jos de las tabernas y proponiéndoles Jos placeres de la conversacion y la lectura. Voltaire juzgaba la cultura de la nueva ciudad de un modo sim!- jar al que, en nuestro siglo, Lewis Mumford y otros consideraron los conceptos de planeamiento que la inspiran: una extension del palacio. Pero alli donde Mumford sefialaba el despotismo barroco, 1a combina cion extrafia de “poder y placer, de orden abstracto y sensualidad des- pordante”, yuxtapuesta al deterioro: de la vida de las masas, Voltaire soto descubria progreso social." No da destruccién de Ia comunidad, sino Ja difusion de Ia raz6n y el gusto, entre individuos de todas las clase: ‘en este punto se condensaba la fun- cién de la ciudad para Voltaire. ‘Como él, Adam Smith atribuia el origen de la ciudad a la obra de los monareas. En las barbaras y salvajes épocas del feudalismo, las ciudades que los reyes necesitaban, se erigie- ron como centros de libertad y or- 5 Voltaire, Le sidcle de Louis XIV, 2 vols Paris, 1984, ch, Il, 13-44. © Lewis Muraford. The Culture of OF ties, Nueva York, 1988, 108113. Un anlisis mas pormenorizado del desarro- To de la ciudad moderna puede encon- trarse en Martin Leinert, Die Sozialges- Ghichte der Grosss(ad!, Hamburgo, 1925. den. Fueron, por eso, bases de pro- greso tanto de Ja industria como de Cuando los hombres estin seguros de gozar de los frutos de su industriosidad”, escribia Adam Smith, “la ejercen para mejorar su condicion y adquirir no s6lo lo indis- pensable, sino también lo que hace a una vida mas e6moda y elegante”.” Para Voltaire, la Nlegada de la noble- za civilizé las eiudades; para Smith, las ciudades civilizaron a Ja nobleza rural y, al mismo tiempo, destruye- ron el sefiorfo feudal. Los nobles “yendieron sus derechos heredados, no como Esait por una escudilla de guiso en tiempos de necesidad, sino para satisfacer su deseo de objetos preciosos y regelos...; se convirtie- ron, por este camino, en seres tan insignificantes como los burgueses andnimos 0 Ios mercaderes de Ia ciudad.’ La ciudad, de este modo, habria nivelado, en un sentido des- cendente, a los nobles y, en un sen- tido ascendente, a sus habitantes, produciendo, asi, una nacién orde- nada, préspera y libre. Para Smith, como para Voltaire, la dinamica de Ja civilizacion reside en Ia ciudad. Pero Smith, en tanto economista y moralista, se compro- metié de manera menos total que Voltaire con el proceso de urbani- zacién. Defendid la ciudad sélo en Jo que concierne a su relacién con la campafia: el intercambio tre materias primas y manufacturas, entre ciudad y campo, constituia la columna vertebral de toda prosperi- dad. “Los beneficios som mutuos ¥ 7 Adam Smith, The Wealth of Nations, Nueva York, 1987, 372. * id., 390-391. reciprocos.” No obstante, Smith consideraba al capital dinerario como esencialmente inestable y, desde el punto de vista de cualquier sociedad, de poco fiar. “Cualquier disgusto me- nor”, escribfa, “hard que {el merca- der o el industria!) retiren su capital y la industria que éste nutre, de un ais para tresladarlo a otro, Ninguna porcién de este capital puede consi- derarse propia de un pais hasta tanto no se haya expandido sobre su super- ficie, ya sea bajo la forma de oditi ios o de mejoras permanentes intro- ducidas en la tierra.” El capitalista urbano aparece asf como un néma- depoco patridtico. Aunque la ciudad contribuya al mejoramiento de la campaiia, en la medida en que le Proporciona un mercado y bienes manufacturados, aunque enriquezca a la humanidad porque hace posible la trascendencia de Jas necesidades primarias, sus empresarios residentes son labiles y poco confiables. Ottos vieios de naturaleza mis su- til acompafian las virtudes urbanas: “antinaturalidad y dependencia”. Smith sostenia que “el cultivo del suelo eta el destino natural del ser humano”. Tanto por interés como por sentimiento, el hombre tendia a volver a la tierra. BI trabajo y el ca- pital gravitan por naturaleza hacia una campafia relativamente libre de riesgos. Peto, sobre todo, las satis- facciones psiquicas del campesino superan las del mereader o las del manufacturero. En este punto, Adam Smith se demuestra un prerroman- tico: “La belleza de la campafa..., os placetes de la vida campesina, la tranquilidad de espiritu que pro- ° Bid, 395. ‘mete y, cuando las injusticias de la Jey humana no Jo impiden, Ia inde- pendencia que hace posible, tienen encantos que, en diferente medida, atraen a todos”.'® La ciudad estimu- la, el campo colma. Smith fue fiel a sus prejuicios Psicol6gicos incluso a costa de su ogica econémica, al argumentar que el farmer se considera a si mis mo un hombre independiente, un sefior, mientras que el artifice ur- bano siempre siente su dependen- cia del cliente y en consecuencia no puede considerarse libre.'! Si le virtud de la ciudad reside en el esti- mulo econémico y el progreso cul- tural, no proporciona, en cambio, el sentido de seguridad y' libertad personal de los que goza el campe- sino. Para Adam Smith, el modelo de un regreso ‘natural’ de hombres ¥ capitales a la tierra era Norteamé- rica, donde la primogenitura no li- mitaba ni la libertad personal ni el Progreso econémico.'? Sélo alli, ef campo y la ciudad mantenian una relacin apropiada. La ciudad esti- mulaba los oficios, la velocidad y la riqueza; proveia al artifice con los medios para regresar al campo y realizarse, en iiltima instancia, como labrador independiente: De tal for- ma, aun-el-campeén del laissez faire *° Bid, 358. Bid. 359. El farmer también depende, en la teoria de Smith, de su cliente, ya ‘que s6lo la venta del Sobrante le permite haceme de los bienes producidos en ta clu dad que le hacen falta. En uma econo: mia de mercado libre todos son inter dependientes, "pid. 392-393, 7 y de a funcién histérica de la ciudad, ‘expresa una nostalgia por Ja vida ru- ral que iba a caracterizar amplias 20 nas del pensamiento inglés sobre las ciudades durante el siglo XIX. Los intelectuales alemanes se inte- resaron muy poco en la ciudad hasta comienzos del siglo XIX, Su indife- rencia es comprensible, Alemania ca- recia de una capital dominante que, en el siglo anterior, hubiera rivaliza- do con Paris o Londres, Sus ciuda- {des pertenecfan a dos categories bi- sieas: por un lado, las ciudades me- dievales, como Liibeck o Frankfurt, que todavia eran centros de la vide econémica pero cuya cultura pare cia tradicional y adormecida; por el otto lado, los nuevos centros politi: cos barrocos, las Residenzstiidte, co- mo Berlin o Karlsruhe. Paris y Lon- dres habjan concentrado el poder po- Iitieo, econdmico y cultural, redu- ciendo a las demés ciudades de Francia e Inglaterra a un estatuto provineial, En la fragmentada Alema- nia, las muchas capitales politivas s6- lo excepcionalmente coincidian con los centros econdmicos y culturales. La vida urbana, en Alemania, era, al mismo tiempo, més rastiea y mas va- riada que la de Inglaterra y Francia, La generacion de grandes intelec- tuales que surgid a fines del siglo XVIII en Alemania, produjo ideas sobre la Hbertad frente al poder arbitrario de los principes y la con- vencionalidad estupidizante de la vieja clase de burgueses urbanos. En ninguna de estas dimensiones, Ja ciudad desempenaba una funcion activa y central como factor de pro- greso. Frente al impacto atomizan- te y deshumanizante del poder des- potico, los humanistas radicales ale- manes exaltaban el ideal comunita- rio de la ciudad-estado grieg. Durante las guerras napolednicas, Johann Gottlieb Fichte tomé distan- cia de este ideal clésico retrospectivo para proponer una vision de Ja ciu- ded que luego rigié buena parte del pensamiento alemén del siglo XIX. Fichte adopté la nocién, elaborada por pensadores occidentales, de la ciudad coro agente formador de cul- tura por excelencia. Pero alli donde fanto Voltaire como Smith atribuian el desarrollo de la ciudad a la libertad y proteccién aseguradas por el prin- cipe, Fichte interpretaba la ciudad alemana como pura creacién del Volk. Las tribus germénicas que ca yeron ante la expansion romana, fueron victimas de una razén de estado occidental. Las que, en Ale- mania, no fueron alcanzadas por este impulso, perfeccionaron sus virtudes primitivas —“lealtad, rectitud (Bie- derkeit), honor y simplicidad’— en Jas ciudades medievales. “En és tas", escribia Fichte, “todos los aspectos de Ja vida cultural répida- mente aleanzaron su mas bella flo- racién.”"? A las ramas de la culture positivamente registradas por Voltai- re y Smith —comercio, arte e institu: ciones libres, Fichte agrog6 otra: la moral comunitaria. En ella, precisa- mente, se expresaba el pueblo ale- man. Los burgos, segiin Fichte, pro- duefan “todo lo que todavia hoy de- be ser respetado entre los alemanes”. Nunca fueron civilizados por aristé- cratas 0 monarcas ilustrados, conio Jo habia descripto Voltaire, ni obe- decieron a las motivaciones del inte- 1356, Fiehte, Reden on die deutsche Notion, Berlin, 1912, 125-126. xés individual, como pensaba Smith, Inspirados en la piedad, la modest el honor y, sobre todo, el sentido co- munitario, competfan en “el sacrifi- clo por ef bien comin”. Los burgos alemanes habfan demostrado, du- rante centurias, que, excepcional en- tre todas las naciones de Europa, Alemania fue “capaz de sostener una constitucin republicana”. A la épo- ca de las ciudades medieveles alema- nas, Fichte la denominaba “el suefio juvenil de las proezas futuras, .. la profecfa de lo que vendria, cuando se hubieran perfeccionado sus fuer- tas) En su glorificacion de la ciudad como agente civilizador, Fichte in- corpora algunas dimensiones nuevas. En su perspectiva, la ciudad exhibia un espiritu a la vez democritico y comunitario. La ciudad medieval te- nig rasgos socioculturales que otros pensadores alemanes —Schiller, Hél- detlin y ef joven Hegel—atribuyeron a la polis griega. De este modo, Fich- te fortalecta la autoconciencia de la burguesfa alemana en su lucha na- cional y democratica, recurriendo a un modelo extraido de su propia his- toria, un paraiso perdido que podia recuperatse. Y con él, se definfan también los enémigos: los_principes. y el estado inmoral. El florecimiento de las ciudades habja sido “destruido por la tirania y la avaricia de los principes, su libertad. pisoteada”; Alemania habia tocado fondo en la época de Fichte, cuando soportaba el yugo impuesto por Nepoleé: Aunque no desprecia la funcién de ** pid., 127, 128, * pia, 128. las ciudades en el desarrollo del comercio, rechaza las “teorfas des pilfarradoras acerea de una produc- cién ‘para el mereado mundial”, en tanto instrumentos de corupelén y poder impuesto.'* Fichte no com Partia tampoco el juicio de Voltaire sobre la funcién del Iujo aristocyéti- co en Ia construccién cultural urba- na, ni el temor de Smith acerca del desarraigo del empresario urbano. Al convertir a Jos burgos en modelos de comunided ética, Fichte introdu- fa niveles ideales para la posterior critica de la ciudad decimonénica del individualismo capitalista. Las fuertes pervivencias medieva- Jes presentes en la ciudad alemana le permitieron a Fichte desarrollar nociones que trastend an, en su mar- co hist6rico, las ideas de ciudad sos- tenidas por sus predecesores france- ses ¢ ingleses. Para Voltaire y Smith, la ciudad poseia virtudes construc- toras del progreso social; para Fich- te, Ja ciudad como comunidad en- carnaba a la virtud en su forma social. . jentras la idea de la ciudad como virtud se estaba elaborando en el curso del siglo XVII, una corriente contrariacomenzé6-a-hacerse sentir: la idea de-la ciudad como vieio. La ciudad sede de la iniquidad habia, por cierto, consituido un tema de profetas.y moralistas desde Sodoma y Gomorra. Pero en el siglo XVOL, algunos intelectuales laieos empeza- ron a esbozar nuevas formas de crf- tica. Oliver Goldsmith lamenté la . destruccién del eampesinado inglés, cuando el capital dinerario extendia *6 Ioid., 251. su impulso por la campaiiz, A dife rencia de Adam Smith, consideraba a la riqueza como productora de decadencia humana. Los fisiécratas, cuyas noclones de bienestar econd- mieo se-centraban en la meximiza- cién de la produceién agricola, mi raron a la ciudad con deseonfianza. Uno de sus jefes, Mercier de la Ri- viére, esboza Io que es una trans- formacién deliberada del cabellero vyoltairiano que acude alegre y.gré cil a sus cifas: “Las ruedas amena- zadoras de los muy ticos se despla- zen, como nunca répidas, sobre el pavimento manchado con Ja sangre de sus infelices victimas”."”. La preocupacion social por la suerte del cempesino libre estaba presente en el origen dol sentimiento anti- urbano, tanto en el europeo Mer- cior como en el americano Jeffer- son. Otras corrientes intelectuales fortalecieron estas objeciones y du- das sobre la ciudad como agente fo: el culto prerroménti- co de la naturaleza como sustituto de ‘un dios con formas personales, y el sentido de alienacién que se difundio entre los intelectuales a medida que las lealtades sociales tradicionales se Adisolvien, ‘A fines del siglo XVII, el rico manirroto y el artesano industrioso de Voltaire y Smith se haben trans- formado en los gastadores y ambicio- sos representados por Wordsworth, que despilfarraban sus fuerzas, alie~ nados de ta naturaleza.'* La raciona- 17 pomado det Tablecw de Paris de Mer- cier de la Rinlére, tal como Jo cita Mur ford, en The Culture of Cities, Nueva York, 1988, 97. +8 Watiam Wordsworth, “The World”. lidad de Ja ciudad planificada, tan alabada por Voltaire, imponia, en opinién de William Blake, “ataduras forjadas por la mente” al hombre y a la naturaleza, “Londres”, el poema de Blake, suena bien diferente de los anteriores elogios de Voltaire: “Carino por las impuestas calles, 1 cerca de ellas fluye el preso Témesis; encuentro huellas de imposicién en Modo rostro, huellas det abil y del sriste,""1? Antes que todas las consecuen- cies de la industrializacion se mani festaran por completo en Ja ciudad, los intelectuales comenzaron a reva- Juar el entorno urbano que ain no habie sido transformado por estas imposiciones. Los juieios sobre la ciudad se estaban mezclando con preocupaciones sobre la transforma. cién de Ia sociedad agraria, con te- mores respecto de la codicia impe~ ante y con el culto a la naturaleza y la revuelta frente al racionalismo mecanicista. El desarrollo. industrial de las primeras décadas del siglo XIX no hizo sino fortalecer esta vision emer- genie de la ciudad como vicio. Al tiempo que las promesas sobre le benéfiea operacién de las leyes na- turales en Ia vida econémiea comen- zaban a transformarse en la “triste ciencia”, la esperanzada mutua iden- tidad de intereses entre rieos y po- bres, Ia ciudad y el campo, se con- virtié en lo que Disraeli Hamé Ja guerra entre “dos naciones”, entre el rico irresponsable ¢ indiferente y los corrompidos habitantes de los barrios miserables. Willian Blake, “Londves”. 9 La prosa de la escuela realista inglesa de la década de 1840 des- eribe un entorno urbano que los poetas réménticos ya habfan des- eubierto. La ciudad simbolizaba, con sus ladrillos, su suciedad y su pobreza, el erimen social de Ie épo- a, que preocupaba més que ningin otto a la intelligentsia europea. El eri de coour elevado en primer lu- gar por los ingleses, se expandid, junto con ef industriatismo, hacia el este, hasta que, cien aflos después de Bleke, encontrd otra voz en la Rusia de Maximo Gorki. Pero. zacaso la pobreza, el ham- bre y los ricos de corazén insonsi- ble eran datos nuevos en el univer. so urbano? Seguramente no. Dos procesos testimonian que, a comien- 0s del siglo XIX, Ia ciudad se habia convertido en el pimbolo y el estigma “Ga estos fiitios sociales [En primer hue ‘gar, ef crecimiento acelerado de Ja urbanizacion en chudades industria- les precarlamente construldas, ponia de manifiesto condiciones de vida ur- bana que, hasta entonces, habfan pa- sado desapercibidas. En segundo lu- gar, la transformacion negativa dal aitaje social contrastaba con las ex- pectativas de la Dustracién, eon'su optimismo acerea del progreso de la riqueza y de la ch in que Vol- talre, Smith y Fichte atribuyeron a Ja ciudad. La ciudad como simbolo ‘quedeba presa en las trampas piico- ogicas de las desilusiones. Desvane- cido el brillante escenario de la clus dad como virtud, herencia de la Dus- tracién, la imagen de la ciudad como vicio logré penetrar firmemente el ensamiento europeo. Las respuestas critices suscitadas por la escena. industrial urbana pue- den diferenciarse en arcaizantes y fu- turistas. Los arcaizantes abandonan Ta ciudad; los futuristas quieren reformarla. Arcafzantes como Co- leridge, Ruskin, los. prerrafaclistas, Gustav Freytag, Dostolevsky y Tols- toi, rechazan con firmeza la era ma quingstiea y la megalopolis moderna. De diferentes modos, todos ellos preconizan un regreso a la eampatia ¥ a una sociedad de pequefias ciu- dades. Los socialistes utépicos fran- ceses (Fourier con sus falansterios, por ejemplo) e, incluso, los sindice- listas exhibieron similares posiciones antiurbanas, Para los arcaizantes, no se podia vivir una vida buena en la ciudad moderna. Se remitfan al pasa- do comunitario para criticar un pre- sento destructor y competitive. Sus visiones del futuro inclufan, en mae yor 0 menor grado, una vuelta al pasado preurbano. En mi opinién, el hecho de que la arquitectura del siglo XIX no pu- diera desarrollar un estilo 2uténomo proviene de la fuerza de la ectriente arcaizante que pesa incluso sobre fa burguesfa urbana. ,Cual otra ra- razén, si no, para explicar por qué los puentes ferroviarios y las fabri- cas no se construyeran segin las pautas de un estilo utiitario, sino con lenguajes arquitecténicos que provenfan de antes del siglo XVII? En Londres, hasta las estaciones de ferocarril remitfan a lo arcaico: Euiton Station mira, en su fachada, hacia le Grecia’ antigua; St. Pan- eras, hacia el medioevo y Padding: ton, hacia el renacimiento, El histo- ricismo victorian ponfa de meni fiesto la incapacidad de los habitan- tes de la ciudad para aceptar ol presente 0 concebir un futuro que no fuera resurreceién del pasado. Los nuevos constructores de ciu- dades, temiendo encarar la realidad de su propia aceién, no pudieron encontrar formes estéticas para afir- marla. Esto es igualmente cierto para el Paris de Nepoledn IT, para el Berlin guillermino o la Londres vietoriana, con su més reluciente eclecticismo historico. Mammén in- tentaba redimirse ocultindose tras la mascara de un pasado preindustrial que no le era propio. Por iron‘, los verdaderos rebeldes arcaizentes, en el plano estético 0 en el ético, debieron soportar que los estilos medievales que defendian fue- ran ompleados, caricaturescamente, en las fachadas de las grandes metrd- polis. Tanto Ruskin como William Morris evaron esta cruz. Ambos, también, pasaron del eclecticismo arcaizante al socialismo, de las clases a las macas, en la bisqueda de una solucién més promisoria para los pro- blemas del hombre industrial urba- no. En este curso, de algin modo se reconeiliaron con el industrialismo y la ciudad, Pasaron del arcaismo al fu- turismo. Los criticos futuristas de la ciudad fueron, por lo general, reformadores sociales 0 socielistas. Hijos de la Tus tracién, descubrieron en su fe en le ciudad un agente civilizatorio afecta- do profundamente por las heridas de la miseria urbana; su impulso pro- grocista, sin embargo, les ayudé a su- perar los peligros de la duda. El pen- samiento de Marx y Engels muestra en su forma més compleja la edapta- cién intelectual de la perspectiva progresista a la era de la urbaniza- cién industrial. Amibos, en sus. pri eros escritos, revelaban una nostal- gia fichteana por el artesano medie- val, propietario de sus propios me- dios de produceién y creador de un producto terminado. El joven En- gels on su Condicién de la clase obre- ra en Inglaterra (1845) se referia a las necesidades de los pobres de la ciudad en términos muy poco dife- rentes de los empleados por los re- formadores urbanos ingleses, pro- venientes de las clases medias, po! los novelistas sociales y los inspec- tores parlamentarios de 1840. En- gels desctibe la ciudad industrial de manera realista y la condena desde un punto de vista ético: pero no ofrece solueién de fondo para sus problemas. Ni él ni Marx, sin embar- g0, proponen que el reloj de la his- toria retroceda; tampoco apoyaron soluciones del tipo “comunidad mo- delo”, tan favorecidas por los uto- pistas del siglo XIX, Después de casi tres décadas de silencio acerca de la cuestion urbana, Engels volvi6 a prestatle atencin en 1872, abordandola en ef marco dela teoria mantista madura.?° Aunque seguia condenando ala cluded indus- trial desde el punto de vista de su realidad como experiencia, la afirma- ba desde la perspective histérica. Engels argumentaba recordando que," mientras que el trebsjador domiciliae do, duefio de su hogar, estaba ence- denado a un lugar como victima de sus explotadores, un obrero indus- trial era libre, aunque su libertad lle- gara a ser la del outlaw, Engels des- preciaba a los “Hlorosos proudhonia- nos”, nostélgicos de una industria rural a escala reducida “que sélo pro- 2 Karl Marx y Friedrich Engels, Selected Works, 2 vole, Mosct, 1958, I. 546.835. “we 6b duce slmas serviles... El proletario inglés de 1872 esté en un nivel infi nitamente més elevado que el del tejedor rural de 1772, junto al fuego de su hogar”. Fl proceso que arranca a estos tejedores del “fuego desu hogar”, proceso impulsado por la in- dustria y la agricultura capitalistas, no fue, precisamente, una retroregr sién sino més bien “la primera con- dicion de su emaneipacién intelec- tual”; por ello, ‘“s6lo el proletariado, amontonado en las grandes ciudades puede realizar las tareas de una gran transformacién social que terminara con toda explotacion de clase y toda dominacién de clase”?! La actitud de Engels respecto de la ciudad moderna es paralela a la de Marx frente al capitalismo; ambos fueron igualmente dialécticos. Marx rechazé el capitalismo desde una perspectiva ética, por su explotacién del obrero y lo afirma, desde el pun- to de vista histérieo, por el proceso de socializacién de los medios de produccién que desencadena. Del mismo modo, Engels denuncié a la ciudad industrial como la escena de 1a opresi6n, aunque la afirmé histori- camente como el teatro por excelen. cia-de la liberacion. proletaria. Asi como en Ja lucha entre el gran capital y el pequeiio, Marx se coloca del !a- do del primero, en tanto fuerza “ne- cesatia” y “progresiva”, en el conflic- to entre produceién urbana y rural, Engels opta por la ciudad industrial ‘como purgatorio del campesino cai- do 0 del pequefio artesano, como lu- gar donde ambos se purificarfan de todo servilismo y desarrollurfan su conciencia proletaria. *" pbid., 363-568, 2Qué lugar ocupa la ciudad en el futuro socialista? Engels no propone proyectos, aunque estaba convencido de que debia avanzarse en “la aboli cién de las oposiciones entre campo’ y ciudad, que fueron desarrolladas hasta su punto maximo por la actual sociedad capitalista”.?? Més tarde, Engels recurrié a la perspective anti megalpolis de los socialisias utépi- cos para pensar la ciudad futura. Des- cubrié en les comunidades modelo de Fourier y Owen una sintesis de ciudad y campo, alabéndola como sintesis sugeridora de la esencia social, aunque no de la forma, de las futuras unidades humanas. La posi- cin engelsiana contraria a la mega opolis parece clara: “Es absurdo pretender resolver el problema de a vivienda_y mantener al mismo tiempo intacta a la enorme ciudad moderna. Bsta ciudad seré abolida, aunque su abolicién s6lo sera posi- ble después de !a del modo capitalis- ta de producein”.*? En el socialis- mo, la “intima conexin entre pro- duecién industrial y agricola” y “la mas uniforme distribucién posible de la poblecién on todo el territo- vio... liberarin a. la poblacién rural de sw aislemiento y retraso”, tranis- portando, al mismo tiempo, las ben- diciones de la naturaleza al medio usbano.* Engels no desarrollé de manera més precisa sus ideas acerca de estos eentros, pero todos sus at gumentos inducen a suponer una fuerte afinidad con el ideal de eju- dad pequefia que comparten los > bid, 588. > Thid,, 589. * bid, 627-628, Aa- reforinadores urbanos desde el il- timo tramo del siglo pasado. Si Adam Smith, apoyado.en una teoria del desarrollo reefproco rural y urbano, habfa definido la realiza- cién del hombre de ciudad en un re- # greso a la tierra como individuo, En- gels imaginaba que el socialismo uni ~ ria las ventajas del campo y la ciu- dad, levendo la ciudad al campo como entidad social e, inversamente, Ja naturaleza a la.chudad, En el curso de tres décadas, su pensemiento par. {86 del rechazo ético de la ciudad moderna, pasé por la afirmacién historia de su funcién liberadora, para Wegar a trascender el debete ruralurbano desde una perspective utépicu: Ia sintesis de le Kultur urbana y de la Natur rural en la ciu- dad socialista del futuro. Critico acerbo de Is ciudad moderna, gels, de todas formas. rescuta Ia ide de ciudad integrando sus mis mos vieios a una economia de sal vaci6n soctal. La nueva generacin de pensado- res europeos, alrededor de 1890, expresaba puntos de vista no muy alejados del de Engels. A diferen- cia de los novelistas sociales ingle- ses de 1840, jurgaban que la vida preindustrial no habia sido ninguna beniicion; tampoco creiun que fueran viables sohuciones cristienas 0 éticas. Emile Zola, en su trilogia Trois villes, describe a Paris como un re sumidero de iniquidades. BI mensa- Je cristiano ora demesiado débil © se habia corrompido demasiado para conservar un potencial de re- generacién de la sociedad moder- na; ni Lourdes ni Roma podian ofrecer ayuda alguna, Los reme- dios debian ser buscados en ol centro mismo de la enfermedad: la metropoli moderna. Alli, emer- giendo de Ia degradacién misma, surgiria el espiritu. moral y cien- tifieco que construirfa una nueva sociedad, Emile Verhaeren, un ac- tivo socialista al mismo tiempo que poeta, mostid las villes tentaculai- res modernas como parisitos de la campaiia. Verhaeren compartia con Jos arcaizantes un sentimiento nos- igico hacia anteriores forma de vi- da ciudadana y aldeana; el horrendo vitalismo de la ciudad habia conver- tido el suefio arcaico en un moderno presente de pesadilla, en el cual Ia hipocresia y la vaciedad reinaban so- bre Ia vide en [a campafia, El iltimo ciclo de su tetralogia postica, Ame necer, muestra que las potenciss in- dustriales que, durante un siglo, he- bfan hundido al ser humano en la fealdad y la opresin, podian ser también una clave redentora, La luz roja de las Tabricas anunciaba el ama- necér de un hombre regenerado. Y ta roja revolucion de las masas seria la partera de tal transformacion.?* aHabian desapareeido los areal antes hacia de siglo? De ningin Florecian de manera mis tr gica en las leurs die mal del nacionit lismo totalitario: Léon Duudet y Maurice Burrés, en Francia: los eseri- ! tores del prutonazismo, en Alemania, Todos ellos condenaban I ciudad porque, precisamente, el pueblo que Ja habitaba era vieioso. BI rieachén urbano liberal se convertia en aliado de Jos juctios; los pobres se amalgae maban en masas depravadas y sin modo, 251, Eugenia W. Herbert, The Artist ond Social Refarm, New Haven, 1961, 138 138, 43 raices, base social del socialismo ma- terialista judfo. Era preciso volver a la provincia, a la Francia verdade- : tal era el grito de la nueva dere- cha francesa. Volver ala tiefra donde come, clara, la sangre, reclamaban Jos racistas alemanes. Los protona- zis —Langbehn, Lagarde, Lange~ unian al culto de la virtud campesi- na la idealizacién del burgo medic val fichteano. Pero, mientras Fich- te habia utilizado su modelo arcai- 0 para propender a la democrati zacién de la vida politica en Alema- nia, sus sucesores lo potenciaron en una revolucién lena de odio contra el liberalismo, la democracia y el so- cialismo. Fichte hablaba @ una bur guesia en ascenso; los protonazis, a luna pequeiia burguesia que exper mentaba un curso descendente, aho- gada enire el gran capital y Ia fuerza de trabajo organizada. Fichte exal- taba Ia ciudad comunitaria frente a la Residenzstadt despdtica; sus suce- sores, frente ala metropoli moderna. En suma, mientras Fichte habia escrito con el espititu de un racionalis- ta comunitario, los protonazis pen- saban como frustrados irracionalistas obsedidos por la tierra y Ja sangre. La segunda ola de areaismo pue- de distinguirse de la primera por la ausencia de solidaridad con el habi tante de la ciudad como victima. La actitud solidatia, hacia 1900, habia pasado a ser patrimonio de los refor- madores sociales 0 revolucionarios, de los utopistas disefiadores de mun- dos futuros, quienes aceptaban a la ciudad como un cambio social cuyas energias intentaban capitalizar. Los otros arcaizantes veian ala ciudad y su gente no a través de lagrimas de com- pasién sino deformados por el odio. @Puede compararse la idea de Ja ciudad como vicio, tal como’se for mula en 1900, a la de la ciudad co- mo virtud como aparecia en el siglo anterior? Para los constructores de futuro de comienzos de siglo, la eiu- dad tenia vicios, del mismo modo que para Voltaire y Smith posefe virtudes. Pero tales vicios podian ser derrotados por medio de las ener- gias sociales originadas en la ciudad misma. Los neoarcaizantes, por el contrario, invittieron por completo los valores fichteanos: para Fichte, la ciudad enearnaba, bajo su forma social, yna virtud que podia emular- se; pata los neoarcaizantes encama- ba el vicio y ello la destinaba a la destruccién. Irededor de 1850, surgid en AvFrancia un nuevo modo de pen samiento y de sentimiento que se expandi6 lenta pero profundamente por Oceidente. Todavia hoy no exis te un acuerdo completo sobre la naturaleza del enorme cambio: cultu- ral impulsado por Baudelaire y los impresionistas, cuya forma filoséti ca es modelada por Nietzsche. Sélo sabemos que los pionéros de esta transformacién desafiaron, de. ma- nera explicita, la validez de la moral tradicional, del pensamiento social y del arte. La primacia de la razén, la estructura racional de la naturale- za, el sentido de la historia fueron Juzgados desde la perspectiva de la experiencia personal. Este enorme movimiento de revaloracién incluys, como era inevitable, a la idea de ciu- dad. En la medida en que nociones como vicio y virtud, regresion y pro- gres0 iban perdiendo claridad de sen- ae tido, la ciudad comenzé a ser coloca- da més alla del Bien y del Mal. “:Qué es moderno?” Los intelec- tuales dedicados a esta regonsidera- cién de los valores adjudicaron una © centralidad nueva a ese interrogante. No se preguntaron acerca delo bueno y lo malo de la vida moderna sino qué es, qué hay de verdadero y de falso en ella. Una de las verdades que en- contraron fue la ciudad, con sus ho- rrores y sus glorias, sus bellezas y sus fealdades: el terreno osencial de la existencia moderna, Los novi homi- nes de la cultura moderna no se plantearon juzgarla éticamente sino ‘experimentarla por completo en sus propios cuerpos. Es probable que se pueda descri- bir esta nueva actitud mediante el examen del lugar de la ciudad en relacién con el ordenamiento del tiempo. El pensamiento urbano an- terior habia ubicado a Ja ciudad co- mo una fase de Ja historia: entre un pasado oseuro y un futuro promiso- rio (en el caso de Ta Tustracion); 0 como traicién a una edad doreda (en el caso de las perspeetivas anti- jndustrialistas). Para la nueva cultu- ra, en cambio, la ciudad carecia de tun locus temporal estructurado en tre el pasado y el futuro, y se carac- terizaba mds bien por su cualidad temporal. La ciudad moderna ofre- ce un eterno hic et nune, cuyo con- tenido es la transitoriedad, pero luna transitoriedad permanente. La ciudad presenta una sucesion de mo- mentos abigarrados y diversos, flu- yentes, que deben ser captedos en-su pasaje, desde la no existencia hacia el olvido. La experiencia-de la multitud es central en esta perspectiva: forma da por individuos desarraigados y finieos que confluyen por un mo- mento antes de volver a separarse. Baudelaire, al afirmar su propio desarraigo, introdujo @ la ciudad en una poética de la vida moderna. Abrié perspectivas sobre el habitan- te de la ciudad que ni los melancél cos arcaizantes ni los reformadores del futuro habian entrevisto, “Mul- titud y soledad: tales los términos que un poeta activo y fecundo puede convertir en equivalentes e intercam biables”, escribfa.?® Bl hizo precisa mente eso, Perdié su identidad, tal como la pierde el habitante de la gran ciudad, ganando al mismo tiem- po todo un mundo de experiencias mas amplias. Su arte tuvo la eépecial cualidad de “‘sumergirse en la mult tud”2? La ciudad le proporcionaba “ebria y vital actividad”, “los goces afiebrados que jamas experimentaré al egoista”. Para Baudelaire el habi- tante de la ciudad es pariente de las, prostitutas, que ya no son objeto de desprecio moralista. El poeta, co- mo la prostituta, se identifien con “todas las profesiones, alegrias y miserias que le proponen Jas circuns- tancias”. “Lo que los hombres lla- man amor es algo muy pequeiio, li mitado y débil si se lo compara con esta orgia inefable, esta prostitucién sagrada del alma que se entrega por completo, con su poesia y su cari- dad, a lo que aparece inesperadamen- te, alo desconocide que pasa”.?® Para Baudelaire, los estetas de fin 26epressence du rire”, en Petils podmes en prose 77, Martin ‘Tumell, Zoudelaire, @ Study of his Poetry, Londres, 1953, 193. 28 Baudelaire, “Lessence du rire”. de siglo y los decadentes que sigui ron sus pasos, la ciudad abria la pos bilidad de lo que Walter Pater llamé “una coneiencia miltiple y veloz Este enriquecimiento de la sensibili dad, sin embargo, exigia un precio terrible: alejarse de -los consuelos psieolégicos de la tradicién, abando- nar cualquier sentimiento de parti- cipacién en un todo social integrado, La ciudad moderna, desde la perspec- tiva de estos nuevos artistas urbanos, destrufa la validez de todo credo he- redado integtador. Tales credos eran sélo las mésearas hipdcritas de Ia realidad burguesa. Los artistas tenian le misién de destrozar esas masearas y develar el verdadero ros- tro del hombre moderno. Le apreciar cidn estética, serisual, de la vida mo- derna se convierte, en este marco, en una compensacién por la ausencia de anclajes y de laos soci: creencias. Baudelaire expresé con palabras desesperadas la cualidad tri gica de esta eompensacién emergente de aceptar estéticamente Ia vida en la ciudad: “.. la ebriedad del Arte es el mejor velo para los horrores de la Fosa; el genio puede representa tun papel al borde de la tumba, con una alegria que le impide verla”.?? Vivir para los momentos fugaces de los que se compone Ia vida urba- na moderna, destruir tanto las ilusio- nes sreaizantes como les utopias de futuro, no~ produce reconcitiaciin sino el desgarramiento doloroso de Ja soledad y la angustia, Cuando los decadentes defendian la ciudad, no lo hacian como juicio de valor sino desde un amor fati. Rilke representa una variante de esta actitud, porque » Bia. al tiempo que acepta Ia fatalidad de Ta urbe, la juzga negativamente, Su Libro de horas muestra que, si el arte puede ocultar los horrores de Ja fosa, también puede develartos. Ril- ke se sintié aprisionado en “la cul- pe de las ciududes”, cuyos horrores peicolégicos deseribié con la frustra- da pasion de un reformador: “Las eiudades persiguen su bien, no el ic los otv05; lodo to orrastran en su eelocidad Jelurdide. Aplastan onimales como st fuera ‘die lea huceo, infinites naciones queman como a desechos,” El mismo se sintié atrapado por la garra de piedra de la ciudad; de alli emanaba la angustia, “la que cre- ce, monstruosa, desde las profundi- dades de la ciudad”. En su caso, la ciudad, aunque no estuviera mas alld del bien y del mal, era una fatalidad colectiva @ fa que sélo se podia en- frentar con soluciones personales. Rilke bused su salvacidn en un neo- franciscanismo poético, que rechaza- ha, en su espiritu, et destino vacio, “el giro en espiral”, que los hombres Maman progreso.?* Pese a una clara protesta social, Rilke pertenece mas a los nuevos fatalistas que a los ar- caizantes 0 los utopistas de futuro, en la medida en que su solucién psi col6gica y metahistériea no se plan- tea la redencién de lo social. Es necesario, sin embargo, no i currir en el ertor de algunos crit cos de la ciudad moderna que igno- van la genuina joie de vivre. que se genera en la aceptacin estética de 2? Rainer Maria Rilke, The Book of Hours, Londres, 1961, 117-135. fe Ja metrépoli. Al leer a los sofistica- dos escritores urbanos del fin de sié- cle no puede menos que evocarse a Voltaire. Considérese, por ejemplo, el poema “Londres” de Richard Le Gallienne: “Londres, Londres, nuestro encanto, for gigantesea sito abiorta de noche. ciudod enorme del sol de medianoche, \ ceutya dia comienze cuarulo acabo cl ia. | Limpaiasy témporas contra el cleto, | rexos que se abren como ojos, sellan eon Taz cn embas manos tos trios de hier en el Strand."*" Le Gallienne experimenta el mismo encanto que Voltaire frente a Ja cit- dad radiante. Sin duda que este brillo proviene de fuentes distintas: el sol bafta al Paris de Voltaire, glorifican- do asf Ja obra del hombre. Por el contrario, en la ciudad de Le Gallie- nne, la naturaleza es engefiada por lixios que se burlan de todo bucolis- mo y por soles alumbrados a gas. Se colebra mas el artificio que el arte. EI Londres noeturno, en busca de placeres, obtura las nieblas de sus dias. El _metro blakeano del poema de Le Gallienne —quizas intencio- nal— recuerda el Londres laborioso de Blake, la sombria transicion his- vorica que va desde la brilante luz natural de Voltaire al despilfarro lu- minico de Le Gallienne. La explo- sién noctuma de Londres ~como lo muestra Le Gallienne en otros poe- mas~ era una flor del mal. Pero en un espacio urbano que se ha conver- tido en una fatalidad, una flor es una flor. {Por qué no tomarla? El principio de placer elaborado por 3 citado por Holbrook Jackson, The Bigh een Nineties, Londres, 1980, 108. Voltaire todavia estaba. vivo en el fin dé sidcle, aunque se habian ago- tado sus Fuerzas morales. No obstante las diferencias, los subjetivistas ccincidian en la acep- tacién de la megalépolis con sus te- roves y sus alegries, como el terre- no dado ¢ innegable de la vida mo- derna. Abolieron tanto Ia memoria como Ia esperanza, tanto el pasado como el futuro, En vez de valores sociales, intentaron dotar a sus sen- timientos de una forma estética. Y aunque, como en Rilke, se sostuviera ain una perspectiva de critica social, parecia atrofiarse toda idea de poder 0 dominio sobre lo social. La poten- cia estétiva individual reemplaza a Ja visign social como fuente de socorro frente al destino. Mientras los utopis tas de Cuturo se planteaban la reden- cién de la ciudad a través de la accion histériea, los fatalistas la re- dimfar cotidianamente al revelar la belleza de la misma degradacion ur- bana. Aquello que les parecia inal- terable, Io convertian en duredero mediante una perspectiva que com- binaba extrafiamente estoicismo, he- donismo y desesperacién. Baudelaire y sus sucesores cont buyeron, sin duda, a esta nueva sién de Ja ciudad como eseena de la vida humana. Su revelacién estética convergid con el pensamiento social de los utopistas de futuro, produ: ciendo perspectivas mas ricas y cons- tructivas sobre la ciudad de nuestro siglo. En la medida en que estas pers- pectivas nos son relativamente fami fares, me permito terminar con una sintesis todavia mis sombria, una sintesis intelectual que Mevé hasta su limite ja idea de la ciudad mas alld del bien y del mal. Esta idea a escenario de una multitud solitaria? Los nazis construyeron inmensas pl: zs secas donde la multitud podia embriagarse consigo misma, ¢El hombre de ciudad habia perdido sus raices y se habia atomizado? Los nazis lo convirtieron en parte de una maquina inmensa. La hiperracionali- dad que los neoarcaizantes deplor: ban reaparece en el desfile nazi, la matifestacién organizada y la regi mentacién de todos los aspectos de la vida. De este modo, el culto de las Virtudes rurales y de la ciudad comu- nitaria medieval se revelaba como una patina de ideologia, mientras que la realidad del prejuicio anti- urbano exageré hasta el paroxismo Jos vicios de las ciudades, al mismo tiempo que los concretaba de un modo que nadie habia sofiado has- ta entonces: mecanizacién, desarrai- £0, especticula y, ocultos frente a Jos cientos de hombres que desfilan sin conocer su verdadero rumbo, los arrabales de la miseria. En verdad, la ciudad se convirtié en una fatalidad para cl hombro, mis alld del bien y del mal. Esta ideologia y estos poli- ticos antiurbanos exageraron los ras- gos mismos de Ia ciudad que conde- naban, porque eran, sin duda, hijos de una ciudad del sigio XIX que aun no habia sido reformuda, victimas de un suefio de Ja llustracién que se habia convertido en pesadilla, —y su equivalente histérico, la eiu- dad como fatalidad— encontrd su més completa formulacién teérica en el pensamiento de Oswald Spen- ler, y su realizacién préetica en los nacionalsocialistas alemanes. En su concepto de civizacién, Spengler reunid, de una manera al- tamente sofistieada, muchas de las ideas sobre la cfudad que se han dis- cutido en este ensayo. Para él, le ciu- dad eta el principal agente civilizato- rio. Como Fichte, la consideraba ereacién original del pueblo. Como Voltaire, ereia que perfeccionaba Ia civilizacin racional. Como Verhae- ren, descubre que la ciudad chupa su vigor de la campaiia. Al aceptar los andlisis psicolégicos de Baudelaire, Rilke y Le Gallienne, define como neonémade a la humanidad urbana modema y confirma la dependencia de una conciencia vacia y desociali zada respecto del especticulo siem- pre cambiante de la escena urbana. Pese a todos estos puntos de con- tacto con sus predevesores, Spen- ler se diferencia de ellos en un as- pecto crucial: transforma todas sus proposiciones afirmativas en nega- tivas. Este brillante historiador de Ja ciudad odia su objeto con In amar- ga pasion de los neoarcaizantes del fin de siécle, de los frustrados dere- chistas antidemocraticos de las bajas capas medias. Aunque presenta a la ciudad como fatalidad, claramente suseribe su rechazo. Los nacionalsocialistas _alemanes comparticron claramente Ia actitud de Spengler, aunque no ta riqueza de su erudicién, Sus politicas urba- nas iluminan, como ejemplo, las consecuencias de Ja fusion de las dos posiciones que hemos expuesto; “tes en politieas pablicas, los nazi los valores neoareaizantes y una no- cién de ciudad como fatalidad més allé del bien y del mal. Al traducir nociones neoarceizan- implantaron un proyecto de trasle- do de la poblacién urbana desde la cindad hacia el sagrado campo ale- man, Intentaron relocaciones. per- manentes y sistemas de reeduca- cién de las juventudes de la ciudad mediante e! trabajo en el eampo.?? Su antiurbanismo no se extendié, sin embargo, hasta incluir a los bur- gos mediovales amados por Fichte. Aunque el inovimiento nazi se ori- gina en una Residenzstedt como Munich, elige a la medieval Nurem- berg como escenario adetuado del congreso partidario. Los requet mientos de un estado industrial moderne, no obstante, sélo podian ser respondidos en el espacio urba- no. Los nazis, mientras denigraban la “literatura de calle” de 1920 y consideraban al arte urbano como decadente, incorporaron en su cons- truccién de ciudades todos los ele- mentos que los criticos urbanos ha- bian condenado con mayor fverza ala ciudad era verdaderamente res- ponsable de la mecanizacié de la vida? Los nazis derribaron los arbo- les del zoolégico de Berlin para cons- truir la mas enorme, mondtona y meciinica calle que existe en el mun- do: la Ackse, donde la juventud re- generada por su trabajo en la campa- fia podia exhibir sus motocicletas rugientes, en formaciones totalmen- te vestidas de negro. Bra la ciudad * Prieda Wunderlich, Form Labor in Germony, 1910-1945, Prineeton, 1961, 189-202, passim. 4

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