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Persiguiendo a un halcén, el joven Calisto entra en el huerto de Melibea. Al verla, queda preso de su amor, pero ella lo despide sin miramientos. Calisto re- gresa a casa angustiado y con ganas de morirse. Para remediar su mal, su cria~ do Sempronia le aconseja recurrir a una vieja alcahueta Hamada Celestina, que es también hechicera. Calisto acepta la proposicién y lo envia a buscarla. Cuando Sempronio llega a la casa de Celestina, su enamorada Elicia, que es prostituta, esta en la cama con Crito, al que oculta apresuradamente. Sempro- nio negocia con Celestina. Entretanto, Calisto charla con otro criado suyo, Parmeno, un muchacho al que Celestina conoce desde que era un nirio. Catisto, Metipea, Sempronto, CELESTINA, Enicta, Crrro, PArMENo ESCENA I En el huerto florido de Melibea. CaisTo. Melibea, ahora veo la grandeza de Dios. Meuinea. zEn qué la ves, Calisto? Cauisro. En que la naturaleza te ha dotado de una hermosura perfec- ta, yen que yo, sin merecerlo, te acabo de descubrir en este jardin, el lu- gar mas adecuado para comunicarte mi alegria y mi secreto dolor. Porque verte es para mi un galardén mayor que el que puedo alcanzar haciendo obras buenas. ¢Quién ha visto en este mundo a un hombre tan dichoso 43 como yo? Ni siquiera los santos, que se deleitan en el cielo con la vi- sidn divina, gozan mas que yo contemplando tu cuerpo. Pero, joh triste de mil, hay una gran diferencia: los santos son espiritus que estén en la gloria sin miedo a perder su dicha, y en cambio yo, que ademas de alma tengo un cuerpo, temo el terrible tormento que tu ausencia me ha de causar. Me ipa. ¢Verme te parece un gran premio, Calisto? Cauisto. Si Dios me diese en el cielo un sitio a su lado, delante de todos los santos, no seria mis feliz. ACTO I+ ESCENA II Mettpea. (Irénica.) Pues si perseveras, yo te daré otro “galardén” no menor... Canisto. ;Oh, dichosas orejas mias, que han ofdo tan gran palabra! Metisea. Mas bien seran desdichadas cuando oigan lo que voy a de- cirte. (Furiasa.) jVete de aqui, lascivo!? No puedo tolerar que tu loco atre- vimiento y tus ingeniosas palabras echen a perder mi virtud. ;Vete, vete de aqui, desvergonzado, que mi paciencia ya no soporta mas tiempo que el amor ilicito® se haya apoderado de tu corazén y me comunique su placer! Cauisto. Me iré, tan desgraciado como aquel a quien la contraria For- tuna* mira con odio cruel. Calisto regresa a casa y entra por el establo. Casto. ;Sempronio, Sempronio! :Dénde andas, maldito? Sempronto. Aqui, sefior, cuidando los caballos. Cauisto. Entonces, icémo es que vienes de la sala? Sempronto. (Inventando una disculpa.) Es que se ha caido el haleon y he ido a ponerlo sobre la percha.’ Catisto. ;Que el diablo te lleve! ;Asi perezcas de muerte violenta o te condenes al infierno, pues més dolorosa sera atin la muerte que yo espe- ro! ;Anda, anda, malvado, preparame la cama! Sempronto. Enseguida, sefior. Cauisro. Cierra la ventana y deja que la tiniebla acompaiie al desdi- chado.* Mis pensamientos tristes no son dignos de luz. jAy, bienaventu- rada muerte, la que desean los afligidos, ven ya! 1 La palabra galardén era frecuente en el amor cortés y significaba ‘premio 0 recompensa que el caballero enamorado espera de la amada’. Podia ser sélo su compasién, o bien, co- mo entiende Calisto, la entrega sexual, interpretacién que enfurece a Melibea. 2 lascivo: persona dominada por el deseo sexual 3 amor ilicito: amor sexual. 4 la Fortuna: el destino. 5 Elhalcén se empleaba para cazar aves. Lo colocaban sobre una percha (‘soporte en forma de cruz’) y le tapaban la cabeza con una capucha o capirote para que no echara a volar. 6 El deseo de morir o de recluirse en la oscuridad eran sefiales de melancolia. Calisto pa- dece lo que en la medicina medieval se conocia como enfermedad de amor. 46

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