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Índice

Portada
Sinopsis
Portadilla
Cita
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Epílogo
Banda sonora
Créditos
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Sinopsis
Una novela romántica juvenil con la que aprenderás que es
mejor arriesgarse y equivocarse que quedarse con las ganas.
¿Te gustaría saber qué rumbo tomó el grupo de amigos que
conocimos en Tal y como eres?
Unos terminaron la carrera y siguieron estudiando; otros se
pusieron a trabajar. Incluso uno de ellos se fue a vivir a
Australia una temporada.
Clara continúa compartiendo piso con su hermano Kevin,
lo que le ha permitido estudiar un máster, seguir dando clases
de refuerzo a niños y ahorrar algo de dinero. Ella se niega a
reconocerlo, pero en su corazón hay alguien con quien no se
atrevió a dar el paso en su momento.
Didi terminó el doble grado y decidió ponerse a trabajar
para poder pagarse un máster de Educación Inclusiva. Aunque
sigue sin creer en el amor (eso no es para ella), le encanta ver a
sus amigos enamorados. Hasta que se topa con la persona que
le hace volver a sentir ese «algo especial» que había
experimentado tiempo atrás.
¿Se dejarán llevar Clara y Didi por sus sentimientos o, por
miedo, se quedarán con las ganas?
En Ese algo especial descubrirás que siempre es mejor ser
valiente y arriesgarse.
ESE ALGO ESPECIAL
Sandra Miró
Porque a veces no necesitas sentir
mariposas para saber que estás
ante la persona acertada. Solo
necesitas encontrar ese algo
especial que te diga que es ella.
Puede ser un gesto, una mirada,
una sonrisa…
O no…, quién sabe.
Si lo averiguas, cuéntamelo.
Capítulo 1

Es un martes cualquiera. La hora de mediodía hace rato


que ha quedado atrás.
Didi, cansada, coge la mochila y se la cuelga en los
hombros. Atraviesa el supermercado todo lo rápido que
puede y llega hasta las puertas automáticas.
No quiere pasar ni un segundo más del necesario ahí
dentro.
Tiene tantas ganas de irse que la espera hasta que
se abren las puertas se le hace eterna. Cuando por fin
empiezan a deslizarse, sale y nota directamente el aire
gélido en la cara, cosa que agradece muchísimo. Este
mes de enero está siendo muy frío.
Se abrocha el abrigo con una sonrisa al recordar la
cantidad de veces que sus padres le decían cuando era
pequeña que se tapara bien para evitar enfriarse y
ponerse mala.
—Hola.
Didi se extraña, no tiene claro si se lo están diciendo
a ella. Por la cercanía con que lo ha oído cree que sí.
Entonces alza la vista y se sorprende al ver que tiene
delante a una chica rubia que sonríe.
—Disculpa que te moleste.
—Hola, no te preocupes —contesta—. ¿Necesitas
algo?
—Es que justo te he visto salir del súper y quería
preguntarte si trabajas aquí —dice la chica señalando el
establecimiento.
Didi mira hacia el lugar donde esta indica y
rápidamente sus ojos vuelven a ella.
—Sí, justo ahí.
«Ojalá pudiese decir que no», piensa.
—¿Y sabrías decirme si está Martín Crespo? —le
pregunta la chica rubia.
—¿Martín, el gerente? —dice Didi para asegurarse.
La chica asiente sin perder la sonrisa.
—Sí, ese hombre siempre está —contesta Didi con
tono irónico.
—Genial. ¡Muchas gracias! —responde la chica
recolocándose el pelo.
—Un placer.
—¡Igual!
Didi se la queda mirando hasta que la ve entrar en el
supermercado.
«No tiene pinta de ser mayor que yo», piensa.
Luego termina de abrocharse el abrigo hasta arriba,
mete las manos en los bolsillos y empieza a caminar
hacia la parada de autobús, que por suerte le pilla a tan
solo unos pocos metros.
Cuando llega se apoya en la marquesina y, casi sin
darse cuenta, su mente comienza a pensar en el trabajo.
El maldito supermercado del que acaba de salir.
En cuanto terminó el doble grado de Magisterio y
Educación Social, decidió ponerse a trabajar. Le habría
encantado encontrar un puesto relacionado con su
formación, pero fue misión imposible. Como le hacía
falta el dinero, estuvo un tiempo de camarera en un bar
y después cubriendo una suplencia en la recepción de
un hotel. De vez en cuando también ayudaba a su
amiga Jimena en su tienda de ropa vintage, pero muy a
su pesar no podía vivir solo de eso.
Así que desde hace ya unos cuantos meses está
trabajando en el supermercado, aunque no le gusta
nada. Ha intentado hacer amistad con los compañeros,
pero no lo consigue, y el jefe no es que sea el tío más
majo del mundo.
«Mira que lo he puesto todo de mi parte», se dice.
Ve llegar el autobús y alza el brazo para que este
pare. Cuando lo hace, se sube al vehículo. Hoy hay
muchos asientos libres, así que incluso puede elegir
dónde sentarse.
Se decide por uno de ventanilla. Va hasta él, se quita
la mochila de los hombros y se acomoda.
La temperatura del interior es bastante alta, así que
se desabrocha un poco el abrigo. A continuación saca el
móvil y ve que tiene varios mensajes en WhatsApp.
Va directa al grupo que tiene con sus amigos.
Sebas
Entonces ¿esta tarde nos vemos?
Clara
Síííí, qué ganas.
Kevin
Al final quedamos en la cafetería
de los padres de Valentín, ¿no?
Sebas
Sí.
Kevin
¿La inauguran hoy?
Valentín
En realidad la abrimos ayer,
pero fue algo más familiar.
Didi
¿Podríais volver a pasar la ubicación del
bar? Con tantos mensajes, la he perdido.
Sebas
Por fin das señales de vidaaaa.

Ese comentario hace sonreír a Didi. Es consciente de


que últimamente no le sobra tiempo para estar tan
pendiente del móvil como antes.
Al minuto Valentín pasa la ubicación que le ha pedido
por el grupo. Didi bloquea el teléfono y apoya la espalda
en el asiento.
«Me niego a que el trabajo me amargue el día, y
menos hoy», se dice.
Saca sus auriculares de la mochila, los conecta al
móvil y busca en la aplicación de Spotify alguna canción
que la ayude a cambiar su mood. Tras unos segundos
de búsqueda se decide por You Make Me Feel Like
Dancing de Leo Sayer. No tarda en ponerse a tararear la
canción para sí misma y pensar en otras cosas.
Unas horas después Sebas y Valentín están ya en la
cafetería.
Sebas está sentado en una butaca y apoyado en la
barra, mientras que su novio se encuentra al otro lado
de ella limpiando unos vasos.
—¿Tú crees que serán puntuales?
Valentín sonríe y mira a su chico alzando una ceja.
—Cariño, te recuerdo que el que siempre llega tarde
eres tú.
—No sé ni para qué pregunto —dice Sebas de forma
dramática.
En ese momento se acercan dos chicas a la barra y
Valentín se dirige hacia ellas para atenderlas.
Entretanto la puerta se abre y aparecen Clara, Kevin
y Ángel. Han decidido ir juntos en el coche de Clara.
Temían no aparcar fácilmente, pero tras dar un par de
vueltas a la manzana han encontrado un sitio libre justo
enfrente de la cafetería Lendia, el local de los padres de
Valentín.
Lo primero que ve Clara es a su amigo Sebas
sentado y cruzado de piernas a la barra, y él, que justo
estaba mirando en esa dirección, exclama mientras se
pone en pie:
—¡Mi pelirroja favorita!
Ambos se funden en un abrazo.
Al separarse el chico ve a la pareja que ha entrado
detrás de ella.
—Por lo que veo, tienes preferencia en cuanto a
hermano pelirrojo, ¿eh? —bromea Kevin.
Sebas se ríe y también los abraza.
Los cuatro se acercan a la barra, y cuando Valentín
termina de atender a las otras chicas los saluda.
—¿Qué tal va la inauguración? —pregunta Ángel.
—Muy bien, tanto ayer como hoy ha venido mucha
gente y mis padres están muy contentos.
—El sitio os ha quedado superbonito —comenta
Kevin.
Valentín mira con una sonrisa a su alrededor. Está
orgulloso de lo que han conseguido.
—No es un local muy grande, pero creo que lo hemos
aprovechado todo lo que hemos podido.
—Oye, ¿y por qué le han puesto el nombre de
Lendia? —quiere saber Clara.
—Es fácil, mis padres han jugado con las sílabas de
mi nombre y del de mi hermana: Valentín y Lidia —
explica.
Pasan un par de minutos y la puerta de la cafetería
vuelve a abrirse. Ahora la que entra es Didi con un ramo
de flores en las manos.
Sebas es el primero en acercarse a abrazar a su
amiga.
—Querida, tienes ojeras —susurra al darle un beso.
—Como para no tenerlas… —Ella ríe—. Antes de las
siete de la mañana ya estaba en pie.
—¡Qué horror!
Didi hace una mueca y saluda al resto de sus amigos.
Pone el ramo sobre la barra y, con las manos, se
apoya en esta para acercarse a darle un beso a
Valentín.
—No será para mí… —bromea Kevin señalando el
ramo.
Su amiga se incorpora, coge las flores de nuevo y se
vuelve hacia el pelirrojo.
—Lo siento, pero no. Son para los padres de Valentín
porque, como no tenía ni idea de qué se trae a la
inauguración de una cafetería, he tirado por unas flores,
que es algo que siempre queda bien.
Clara mira rápidamente a su hermano y le da un
ligero golpe en el brazo.
—¡¿Ves?, te dije que teníamos que traer algo! —se
queja.
Kevin la mira y se encoge de hombros.
—No, no teníais que traer nada —se apresura a decir
Valentín—. Conque vinierais vosotros era más que
suficiente.
—Oye, si queréis vamos ya a la mesa, es esa del
fondo —sugiere Sebas.
Didi mira a su amigo.
—Valen, ¿están tus padres? —le pregunta.
Él echa un rápido vistazo y los ve en la terraza.
—Sí. Ven, están en la terraza. Mi madre ha comprado
unas mantas y las quería dejar colocadas en las sillas.
Mi padre está comprobando que las estufas funcionen.
Didi lo sigue y ambos salen del local mientras el resto
de los amigos van directos a la mesa.
Tras darles el ramo y felicitarlos por lo bonito que lo
han dejado todo, Didi y Valentín se reincorporan al
grupo.
—Ya he ganado puntos con sus padres —bromea ella
pasando por detrás de Sebas y dándole dos palmaditas
en la espalda.
—No te atrevas a caerles mejor que yo —le advierte
su amigo apuntándola con el dedo.
Didi se sienta junto a Ángel.
—Un par de visitas más a la cafetería y… —Ella ríe.
Todos los observan divertidos, se nota el buen rollo
que hay entre ellos. Ambos tienen un humor muy
parecido.
Sebastián y Valentín llevan cinco años juntos,
empezaron la relación en 2018 y desde entonces no se
han separado. Y tienen la suerte de caerles bien a sus
respectivos suegros y suegras, ambos están totalmente
integrados en la familia del otro.
—Didi tiene pinta de ser la típica persona que cae
bien a los padres, a las suegras… —comenta Kevin.
En ese momento Valentín se acerca a la mesa.
—Todos, todos…, con los vuestros no lo conseguí —
dice mirando a Clara y a Kevin—. Para ellos debo de ser
como el mismísimo diablo.
Ese comentario hace que todos rían. Recuerdan
perfectamente el viaje que hicieron a Valencia en 2019 y
la situación que vivieron con los padres de los mellizos.
Y aunque en el momento fue incómodo y doloroso,
ahora son capaces de sacarle la parte divertida y tratarlo
con humor.
Valentín llama su atención.
—Bueno, decidme qué queréis beber —dice libreta
en mano.
Mientras tanto, en el exterior del local, Jacob llega
frente a la cafetería cargado con una bolsa grande del
Mercadona que le ha dejado su madre.
Hace demasiados meses que se fue y tiene muchas
ganas de ver a sus amigos. Empuja la puerta y, nada
más entrar en el local, trata de localizarlos. Aunque la
verdad es que tampoco le hace falta buscar mucho; en
cuanto oye risas, se vuelve y da con su grupo. Ellos
todavía no lo han visto.
—Una Coca-Cola light para mí, porfa —pide Clara a
Valentín.
El chico lo anota y se desplaza ligeramente hacia su
derecha para ir atendiéndolos a todos. Y entonces, justo
en ese momento, Clara puede ver frente a ella el resto
del local.
Siente que su corazón se acelera cuando se da
cuenta de que un chico rubio acaba de entrar por la
puerta. Se oculta tras unas gafas de sol, pero lo
reconocería aunque llevara una peluca rizada de color
oscuro. ¡Es Jacob!
De repente es como si todo se parara a su alrededor,
solo lo ve a él. Jacob se quita las gafas y se las coloca
sobre la cabeza dejando sus ojos al descubierto. Ella
clava los suyos en los de él. Se sonríen y, sin necesidad
de pronunciar una sola palabra, se lo están diciendo
todo: que tenían muchas ganas de verse y que se han
echado de menos.
Clara echa una rápida mirada al resto de sus amigos,
ninguno lo ha visto aún.
Jacob camina hacia ellos y Clara se levanta y se
desplaza unos metros.
Él llega hasta ella, deja la bolsa en el suelo y ambos
se abrazan.
Un abrazo fuerte.
Un abrazo con ganas.
Un abrazo muy deseado.
—No me puedo creer que estés aquí —le dice ella—.
Te he echado un montón de menos, Jacob.
—Yo a ti también, Clara —responde él.
La conexión que ha habido entre ambos desde
prácticamente el día que se conocieron es evidente. La
química y el buen rollo que tienen es innegable. E
incluso podría haber algo más a ojos de Didi y alguno
más del grupo, pero Clara se niega a aceptarlo.
Extrañada porque su amiga se haya levantado sin
decir nada, Didi se inclina hacia su derecha para evitar a
Valentín y se sorprende ante lo que ve.
¡Ya ha vuelto!
—¡Pero si ha llegado el hijo pródigo! —exclama.
Gracias a su comentario, todos se dan cuenta de que
Jacob ya está en el bar y no tardan en levantarse para
saludarlo.
—Estás morenísimo, tío —comenta Ángel.
—¿Perdona? ¿Y esas mechas rubias en distintos
tonos? —pregunta Sebas tocándole el pelo a su amigo
tras abrazarlo.
—Ya ves lo que hacen el sol australiano y la sal del
mar a diario —responde Jacob también tocándose el
pelo.
—Madre mía, y yo yendo todos los meses a la
peluquería —se queja su amigo.
—Te ha crecido muchísimo el pelo —señala Kevin
volviendo a sentarse tras saludarlo.
Todos regresan a sus sitios.
Jacob coge su bolsa y ocupa la silla vacía junto al
pelirrojo.
Se sienta frente a Clara, con la que intercambia una
rápida mirada.
—Sí, tengo que ir a cortármelo.
—Tienes un rollito muy guay a lo Timothée Chalamet
pero en rubio, te queda muy bien —contesta Sebas.
—¿Quién es ese, otro de tus miles de crushes? —
pregunta Ángel interesado.
Sebas asiente con gracia.
¿Hay un número máximo de amores platónicos? Él
está seguro de que no, y así se lo demuestra
hablándoles de uno nuevo cada dos por tres.
—Vaya, veo que nada ha cambiado por aquí —
bromea el recién llegado.
Los demás asienten entre risas.
Una vez que todos tienen algo de beber sobre la
mesa, se ponen al día de sus vidas.
—La experiencia en Australia ha sido genial, mejor de
lo que esperaba —cuenta Jacob—. Bueno, ya habéis
visto que al final me quedé más tiempo del que tenía en
mente…
Cuando Jacob acabó la carrera también buscó
trabajo, pero no lo encontró, así que, como su tío vive en
Australia, decidió tomarse un tiempo para él e irse unos
meses allí.
En principio se iba de febrero a mayo o junio, para
volver y pasar el verano en casa. Pero estaba tan a
gusto allí que alargó su viaje hasta diciembre y llegó
para celebrar Año Nuevo con su madre.
—Los días que hacíamos videollamada contigo se te
veía feliz —le dice Clara.
—Me lo he pasado muy muy bien —admite.
—Y por las fotos que mandabas, te has vuelto un
hacha en el surf, ¿no? —comenta Ángel.
—Qué va, solo he aprendido a mantenerme encima
de una tabla con algo de equilibrio. Surfear una ola ya sí
que no lo conseguí. ¿Por qué creéis que solo os
mandaba fotos y no vídeos? —Ríe.
Flavia, la madre de Valentín, pide a su hijo desde la
barra que les eche una mano.
—Os abandono unos minutos. Voy a ayudar a mi
madre —informa levantándose de la mesa.
Todos lo entienden y asienten.
—Bueno, ¿y vosotros qué tal?, ponedme al día —les
pide Jacob. A continuación da un trago a su vaso y se
reclina en su silla.
Sus amigos se miran entre sí.
—Pues, como puedes comprobar, las maricas del
grupo seguimos juntas, y estas dos —dice Sebas
señalando a las chicas— continúan igual de solteras y
petardas que siempre.
Rápidamente Didi lo mira y replica con una sonrisa:
—Me parece una falta de respeto que me hayas
excluido al referirte a las maricas del grupo.
—¿Tienes algo en contra de nuestra soltería? —
pregunta Clara.
Sebas niega con la cabeza.
—Con lo bien que se vive sin el temor a que te
rompan el corazón —añade Didi.
Ángel y Kevin se miran. Ellos conocen el
pensamiento pesimista de su amiga en el tema
amoroso, y el pelirrojo se burla.
—Mira que eres negativa con ese tema.
—No, no —responde la morena moviéndose en su
silla—. Si a mí me hace muy feliz veros en pareja. Ojalá
que lo vuestro dure para siempre, vayamos de boda y
todo lo que haga falta.
Ángel se incorpora en la silla y toma la palabra.
—Yo sigo currando en mi gimnasio y en general todo
va bien. No ha habido grandes cambios —musita para
desviar el tema—. Kevin continúa en la empresa de
Cecilia y Clara a veces los ayuda, ¿verdad?
Mira a Clara para que sea ella la que lo cuente.
—Sí —dice esta—. Una de las empleadas está de
baja y, aunque se han repartido bien el trabajo, hay días
que voy a ayudar en lo que necesiten. Sigo dando
clases de apoyo a varios niños y niñas por las tardes y,
cómo no, sigo buscando algo.
—¡Y lo difícil que es encontrarlo! —se queja Didi, que
está harta de la búsqueda de trabajo—. Lo fácil que te lo
pintan cuando estás estudiando y lo complicado que es
después.
—Es una mierda —murmura Sebas.
—La de veces que me han dicho que me falta
experiencia…, ¿cómo no me va a faltar experiencia si
nadie me da una oportunidad? —Clara suspira.
—Y poco se habla de lo complejo que es dar con lo
que te gusta y quieres hacer en la vida —comenta
Kevin.
Jacob asiente mientras los escucha. Estar con ellos
siempre es genial.
Minutos después Valentín regresa y se sienta de
nuevo con ellos.
—Mira, esa es una cosa que envidio de mi amiga
Amanda —indica Clara—. Ella trabaja de camarera y es
algo que le encanta, desde pequeña sabía que quería
dedicarse a la hostelería.
Clara y Amanda se conocieron cuando ambas vivían
en Valencia y sus novios eran amigos. De pasar tantas
horas juntas acabaron haciéndose amigas. Y al final es
lo mejor que se han llevado de sus relaciones, ya que
ninguna de ellas está ya con sus respectivos novios.
—¿Y busca trabajo? —quiere saber Valentín, ya que
sus padres están buscando gente para la cafetería.
Clara niega con la cabeza.
—Qué va. De hecho, ahora vive en Barcelona —
responde y, bromeando, añade—: Creo que le pilla un
poco lejos venir a trabajar aquí.
Valentín asiente y Sebas comienza de nuevo a hablar
dirigiéndose a Jacob:
—Como ya sabes, yo de momento he dejado
aparcado lo que estudiamos y estoy trabajando en una
tienda de ropa, que es algo que también me encanta.
Jacob, Didi, Clara y él se conocieron en la
universidad, cuando todos estudiaban el grado de
Magisterio. Y a partir de ahí crearon su grupo.
—Por cierto, se deja gran parte del sueldo en esa
tienda… —apostilla Didi con mofa.
Sebas le lanza una mirada y murmura:
—No seas exagerada, ya me controlo mucho más —
y, pasándole el brazo por encima de los hombros a su
novio, añade—: Además, estoy ahorrando porque
Valentín y yo nos queremos ir a vivir juntos.
Valentín está en un pequeño piso él solo, a una calle
de sus padres. Sebas aún vive en casa con sus padres
y su hermano pequeño. Así que, tras hablarlo,
decidieron ponerse a buscar un piso un poco más
grande que el de Valentín para los dos.
Ese comentario pilla al grupo desprevenido, y Kevin
exclama:
—¡Qué me dices!
—¿Tenéis algo ya? —pregunta su hermana.
—Ya tenemos echado el ojo a algunos pisos, pero
nada cerrado ni confirmado. Sin embargo, como yo
tengo trabajo y él trabajaba en el bar, creo que es el
momento idóneo.
El grupo sonríe al oír eso. Se alegran por ellos.
—¿Y cómo crees que se lo tomará tu madre? —
quiere saber Didi, que la conoce.
Sebas resopla, su madre es otro cantar.
—Supongo que habrá alguna que otra lágrima y un
poco de drama —indica—. Pero le encanta Valentín. Lo
adora. Así que se quedará tranquila.
Su amiga asiente, sabe que a pesar de los dramas
será así.
—Me alegro un montón por vosotros, Sebas —le dice
Kevin pasándole el brazo por encima de los hombros de
forma cariñosa.
—Que sepáis que cuento con vosotros para la
mudanza —señala él riendo.
—Madre mía, ya me encargaré yo de discutir y dejar
de hablarme contigo unos días antes para librarme de
ella —bromea Didi.
Clara niega con la cabeza mientras ríe. Adora a sus
amigos, al igual que sus continuas bromas.
Entonces Jacob, utilizando la característica muletilla
de su amiga, interviene:
—¿Y qué es de tu vida, reina?
Didi sonríe al oírlo. Y cuando va a contestar, Sebas
se le adelanta:
—Esta vive amargada.
—Oye… —se queja ella.
Sebas suelta una carcajada y Jacob insiste:
—Sigues currando en el súper, ¿no?
—Sí, muy a mi pesar —afirma—. De momento, ahí
sigo. Con unos compañeros bastante rancios a los que
el día que me vaya no voy a echar de menos, desde
luego, y un jefe al que no soporto.
Jacob asiente comprensivo. A veces no es fácil
llevarse bien con los compañeros de trabajo. Y, al ver su
expresión cansada, decide cambiar de tema:
—Bueno, ahora que estamos todos, he de deciros
que os he traído vuestros regalos de Navidad de
Australia.
Los demás lo miran.
—¿Perdona? —suelta Kevin.
—Guauuu, regalitos, ¡me gusta! —Didi sonríe.
—Pero, Jacob, si… —comienza a decir Valentín.
—No hay peros —lo corta él—. Mientras estaba allí
fui a varios mercadillos y, como me acordaba de
vosotros, os compré algunas cositas…
Empieza a sacar regalos de una bolsa y los va
repartiendo.
—A vosotros os he traído unas camisas de estas
fresquitas para el verano —explica mientras les da una
prenda a Kevin, Didi, Ángel y Valentín.
Ellos las cogen con una sonrisa.
—¡Me encanta! Mira qué tonos, qué ochentera… —
exclama Didi.
Jacob asiente, conoce perfectamente los gustos de
su amiga.
—Esta tela es superfresca —asegura Kevin tocando
su camisa—. ¡Qué maravilla!
Felices y sonrientes, los cuatro le agradecen el
detalle. A continuación Jacob saca otro objeto de su
bolsa.
—En uno de los puestos había una mujer haciendo
prendas de crochet y, al ver este bolso, solo pude
pensar en ti —le dice a Sebas.
Al ver que es para él, este se lleva una mano a la
boca. Le encanta el crochet. Es un precioso bolso hecho
a mano, de color blanco con cuadrados que imitan flores
de colores.
—Pero qué fantasía —murmura—, con lo mucho que
se lleva el crochet ahora. ¡Muchas gracias!
Jacob sonríe. Sabe que solo queda un regalo por
entregar, por lo que, tras coger aire, saca el último de
una bolsa de tela y se lo tiende a Clara.
—Uno de los amigos con los que iba a hacer surf
llevaba siempre zapatillas personalizadas. Le pregunté y
me dijo que se las hacía él, así que, como recordaba
que tus colores favoritos eran el rosa y amarillo…
Clara abre la bolsa de tela y extrae unas zapatillas
estilo Converse de bota, pero pintadas a mano en color
amarillo y, donde iría el logo de la marca, hay un
corazón rosa.
—Jacob, te has pasado, son preciosas… —susurra.
—Sabía que te gustarían —afirma el muchacho feliz.
—¡Muchísimas gracias! —Clara sonríe.
Didi los observa con curiosidad. Sigue pensando que
harían una excelente pareja, pero no dice nada.
Jacob, por su parte, también sonríe. Le encantaría
abrazarla y darle un beso, pero no debe hacerlo. Nunca
ha percibido que Clara sienta lo mismo que él, y prefiere
que la cosa quede así a hacer algo y fastidiarlo. Por lo
menos necesita su amistad.
—Pero esto no es justo —se queja Kevin—.
Habíamos quedado en otra cosa, Jacob. Nosotros no
tenemos nada para ti.
Este mira a sus amigos divertido. Estar con ellos es
su mejor regalo.
—Voy a decir algo muy de Sebas o de una película
de domingo por la tarde —suelta.
Todos lo miran mientras él se aclara la voz
cómicamente y al final dice:
—Mi mejor regalo sois vosotros.
Los otros sonríen al oírlo y, como atraídos por un
imán, se levantan y lo abrazan.
¡Qué bonito es volver a estar juntos!
Capítulo 2

Hace ya una semana que terminó la Navidad y todas las


fechas relacionadas con esas fiestas tan familiares, así
que en la oficina vuelven a estar a pleno rendimiento.
Con profesionalidad, Kevin se desplaza de un lado a
otro con el teléfono en la mano y el auricular en la oreja.
Hoy le toca hacer varias llamadas y resulta mucho más
cómodo hacerlas así. Esta semana entregan un piso y
aún faltan muebles por llegar.
—Sí, te llamo de la empresa Terlia —le dice a la
persona que está al otro lado del teléfono mientras se
rasca el cuello—. Es por el retraso de unos muebles y
dos lámparas. ¿Quieres el número de albarán?
Clara, que está sentada a pocos metros de su
hermano, recibe entonces un mensaje en su teléfono
móvil.
Jacob
¿Qué tal todoooo, estás en la ofi?

Al leerlo, sonríe, Jacob siempre la hace sonreír, y


responde:
Clara
¡Buenos días! Sí, hay mucho curro
por aquí.

Una vez que deja el móvil mira a su hermano. Lo


conoce y sabe que cuando se rasca el cuello es que
está agobiado. Para tratar de ayudarlo un poco se
levanta, se dirige a la sala de descanso, abre la nevera y
saca una botella de agua, sirve un vaso y, tras guardarla
de nuevo en el frigorífico, se encamina hacia Kevin.
—Toma —le susurra.
Él la mira, asiente y, con la mano, le dice que espere
un segundo.
—No, pero… —Kevin pone los ojos en blanco.
Vuelve a mirar a su hermana y resopla con fuerza.
—Odio que me pongan en espera —se queja, y coge
el agua que Clara le ofrece—. Muchas gracias, me
vendrá bien.
Bebe un trago y deja el vaso sobre la mesa. Después
agarra el respaldo de su silla y, gracias a las ruedas de
esta, la arrastra para aproximarse a la de su hermana.
Se sienta resignado y ella coloca la suya frente a él.
—¿Qué te han dicho?
—Nada, no me han dicho nada. Ese es el problema.
Lo único que han hecho es dejarme en espera dos
veces —explica él—. Y yo lo único que necesito es que
me digan si el material va a llegar a tiempo o me tengo
que buscar la vida de otra forma, solo eso.
—¿Quieres que les envíe un email? —propone ella.
Kevin niega con la cabeza.
—Ni de broma, tardarían días en responder. Las
llamadas suelen ser más efectivas, aunque a menudo
desesperantes.
Clara mira a su alrededor en busca de algo que
pueda ayudar a su hermano, pero no se le ocurre ni ve
nada.
—¿Puedo echarte una mano con algo?
Él la mira, sabe que quiere ayudar, y lo piensa unos
segundos.
—En realidad me puedes ir adelantando cosas,
porque esto tiene pinta de ir para largo —comenta
refiriéndose a la llamada de teléfono.
Clara coge su libreta de la mesa y un bolígrafo para
apuntar.
—Necesito que busques a Bernard y le preguntes
cómo van los pintores del piso de la clienta Dolores Res
—pide Kevin—. Y recuérdale que mañana a las diez
vamos juntos a casa de un posible cliente a conocerlo y
ver en qué podemos ayudarlo.
Ella lo va anotando todo.
—También necesitaría que le llevases estas muestras
de terciopelo a la tía Cecilia para ver cuáles le gustan
más para las alfombras que quiere poner en la obra en
la que está trabajando ella. Por cierto, que te dé
medidas. Así las voy encargando.
Clara asiente mientras escribe.
Kevin se separa el teléfono de la oreja. Ve que dentro
de poco rato será la hora de comer, y añade:
—Necesito una última cosa.
Los hermanos se miran y luego este indica:
—Como ayer no nos dio tiempo a prepararnos los
táperes para hoy, necesito que pienses qué quieres
comer y lo vayas pidiendo.
—Pero ¿tú qué quieres de comer? —pregunta ella.
—Lo que tú prefieras, tampoco te compliques.
De repente Kevin se levanta de un salto de su silla.
—Hola, sí, buenas tardes. Como les he dicho a tus
otros dos compañeros, llamo de la empresa Terlia…
Clara comprende que están atendiendo a su hermano
de nuevo. A ver si esta vez es la buena. Y, tras coger su
móvil de la mesa, ve que Jacob le ha respondido.
Jacob
Te iba a decir si te apetecía ir a tomar un
café, pero complicado, ¿no?

Lamentablemente Clara tiene que decirle que no.


Sabe que no puede irse y dejar a su hermano tirado.
Clara
Ahora mismo, imposible.
¿Te aburres o qué?

Segundos después recibe contestación:


Jacob
Nooo, si estoy limpiando la casa con Bruno
Mars a todo trapo en los altavoces del salón.
Pero un break nunca viene mal.

A la chica le hace gracia imaginárselo. Jacob es


Jacob… Y responde:
Clara
Ni para hacer un break tengo tiempo… Pero
haremos una cosa: hablamos
más tarde y quedamos uno de estos
días para tomarnos un helado o lo
que sea, ¿vale?
El joven asiente al leerlo y teclea:
Jacob
Perfect! Dale duro al curro.

Clara sonríe al leer el mensaje de su amigo y se


guarda el móvil en el bolsillo del pantalón. Ya quedará
en otro momento con él. Y, deseosa de ayudar a Kevin,
coge su libreta, el boli y las muestras para la alfombra y
se va en busca de Bernard.
Tras unos minutos buscándolo se cruza con él en el
pasillo.
—¡Hola, Clara! ¿Qué tal?
—Hola, Bernard, todo bien. —Ella sonríe—. Te
buscaba porque Kevin me ha dicho que te pregunte
cómo van los pintores.
—Ah, dile que genial —responde él—. Acabo de
hablar con ellos por teléfono y me aseguran que
terminarán su trabajo esta tarde. De todas formas,
después de comer me iré para allá para comprobar que
es así y no llevarnos sorpresitas.
Clara asiente. Es una idea excelente. Y, con su boli
azul, lo apunta y añade:
—Una última cosa: recuerda que mañana tenéis que
estar a las diez en casa de un posible cliente.
—Sí, lo tengo en mente —asiente Bernard—. Dile a
Kevin que me escriba a lo largo del día y me diga a qué
hora quiere que pase a recogerlo mañana con el coche.
Él sabe que me pilla de camino.
—Genial, yo se lo digo.
—¿Algo más?
—Eso era todo. —Clara sonríe de nuevo—. Gracias,
Bernard.
—Un placer —responde, y añade antes de seguir su
camino—: Lo que necesites, me dices.
Ella lo mira y asiente y a continuación prosigue por el
pasillo hasta llegar al despacho de su tía. La puerta está
cerrada, así que da tres pequeños golpes con los
nudillos. No sabe si estará reunida u ocupada.
—¡Pasa! —oye desde dentro.
Clara abre la puerta y se asoma.
—¡Hola, cariño! —exclama Cecilia al verla.
—Hola, tía. Vengo de parte de Kevin.
—Pasa, cariño.
La joven lo hace mientras Cecilia, con la mano, le
hace un gesto para que espere unos segundos. Ha de
solucionar algo que está mirando en el ordenador.
Clara lo observa todo a su alrededor con curiosidad.
Aunque lleva un par de meses ayudando en la oficina,
nunca ha estado en esa estancia más de un minuto. El
despacho de Cecilia es elegante, de muebles blancos y
ventanales grandes. Todo está exquisitamente colocado;
pero entonces su mirada se detiene en la mesa, que
está toda desordenada. ¡Qué desastre! El iPad apoyado
encima de papeles, carpetas amontonadas, bolígrafos
sin tapa, planos con pósits por todos lados. Eso la hace
sonreír. Su tía no es tan perfecta como quiere hacer
creer a todo el mundo.
—Ven, ponte cómoda —dice señalando la silla que
tiene al otro lado de la mesa.
Clara obedece y, entretanto, su tía termina de
redactar un email y lo envía. Una vez que acaba,
pregunta:
—Dime, ¿qué necesitas, corazón?
Ella le enseña las muestras de tela en varios colores.
—¿Dónde te las dejo? —pregunta mirando la mesa.
—Aquí encima, no te preocupes.
La chica las deposita encima de unas carpetas.
Cecilia mira a su sobrina y sonríe. La conoce y sabe lo
que está pensando, por lo que comenta:
—No está tan desordenado como parece.
Clara la mira rápidamente.
—Si tú lo dices… —Ríe—. ¿Está siempre así?
Cecilia observa su mesa, es un verdadero caos. Pero
es su caos controlado…, por lo que bromea:
—Un par de veces al año me tomo la mañana para
poner un poco de orden en el despacho.
—Si quieres podría ayudarte a ordenarlo…
—No te preocupes, cariño —la interrumpe—, tengo
mi orden en mi desorden. Además, las reuniones las
hacemos en la sala, que para algo la tenemos.
—También tienes razón —responde la pelirroja.
Ambas sonríen y Clara entiende que su tía no quiera
ayuda. En muchas ocasiones solo tú entiendes tu propio
desorden. Aunque ella es más de tener las cosas
colocadas y recogidas. Ese desorden la agobiaría.
Cecilia coge las telas que ha puesto su sobrina sobre
la mesa y las mira.
—¿Estas son las muestras para las alfombras que le
comenté a tu hermano?
—Eso me ha dicho.
La mujer las toca y las examina con interés. A Clara
le resulta gracioso ver a su tía ahí en modo trabajo.
—Creo que me voy a quedar con el terciopelo blanco
y el rosa —dice Cecilia.
Mira a su sobrina y añade:
—¿Tú qué opinas?
Esta observa las telas, tiene claro cuál le gusta desde
que las ha visto encima de la mesa de su hermano esa
mañana. Su mano va directamente a tocar la de color
rosa.
—No puedo ser objetiva, ya sabes que el rosa me
encanta —comenta—. Y esta tela en concreto es
preciosa.
Su tía asiente, lo imaginaba: conoce sus gustos y el
rosa es el color de su sobrina.
Instantes después Clara recoloca la libreta en su
regazo y anota los colores que ha elegido Cecilia.
—Kevin me ha dicho que, si le das las medidas, ya
las dejará pedidas —señala a continuación.
—Ahora mismo no las tengo —responde Cecilia
levantándose de su silla—. Dile que intentaré ir esta
semana a medirlo todo bien.
Clara asiente y apunta lo que le ha dicho.
—¿Quieres un poco de agua? —le ofrece su tía.
La joven alza la cabeza y la mira. La mujer ha abierto
uno de los muebles de su despacho y ha sacado un par
de vasos.
—Sí, por favor —dice.
Cecilia se acerca a un dispensador que está a un
lado del despacho y empieza a llenar los vasos de agua.
Clara se levanta y echa un vistazo a su alrededor.
Sus ojos se detienen en un cuadro que hay colgado
junto a su tía. «Debe de ser carísimo», piensa. En el
lado contrario de la estancia hay un gran ventanal a
través del cual se aprecia una bonita vista, ya que la
oficina está en una planta alta.
La pelirroja camina con lentitud por el despacho.
Decide centrar ahora la mirada en la estantería que hay
detrás de la silla de su tía. Es el sitio con más
ornamentos, aunque acordes con la sobriedad de la
estancia: varios libros de decoración y de interiorismo,
un premio que ganó hace varios años, un pequeño pero
bonito busto de mujer, varias de sus gafas de sol…
«Espera…, ¿y eso?»
Cecilia termina de llenar los vasos y se vuelve hacia
su sobrina.
Clara rodea la gran mesa y se acerca a un marco de
fotos que se encuentra en la estantería. Cuando está
delante de la imagen, confirma sus sospechas.
—¿En serio guardas esto?
Su tía se sitúa a su lado y le ofrece un vaso.
Ella lo acepta con gusto y Cecilia responde:
—Es la obra más preciada de todo el despacho.
—Tíaaaaa…
La mujer sonríe. Adora eso que su sobrina le está
indicando.
—Te lo digo totalmente en serio —asegura—. Si
hubiera un incendio, sería lo primero que salvaría.
Ambas lo contemplan y sonríen. Dentro del marco de
fotos hay un dibujo que le regalaron Kevin y Clara a su
tía cuando los mellizos tenían diez años. En él aparece
Cecilia en el centro del papel, con cada sobrino a un
lado, de la mano de ella, y en la parte superior de la hoja
se puede leer: Te queremos infinito, algo que ella
siempre les ha dicho.
En ese momento suenan unos rápidos toques en la
puerta, esta se abre y Kevin entra en el despacho como
un huracán.
—O sea, yo trabajando mientras vosotras estáis aquí
de cháchara —se queja acercándose a ellas.
—Estamos hablando de arte —dice Cecilia.
Clara coge el marco de fotos y, riendo, se lo enseña a
su hermano.
—De esta obra de arte en concreto —puntualiza.
Kevin suelta una carcajada. Ha visto ese dibujo ahí
mil veces, sabe lo especial que es para su tía.
—Me alucina que, con lo minimalista que eres,
guardes este tipo de cosas —señala.
—¿Cómo no lo iba a guardar, cariño? —replica esta y,
orgullosa, afirma—: De mis niños lo guardo y lo
guardaré todo siempre. Sois lo mejor que tengo en mi
vida.
Los hermanos se miran con complicidad y sonríen.
Sin su tía, a saber qué habría sido de ellos, por lo que
Kevin afirma:
—Tú sí que eres lo mejor de nuestras vidas.
Cecilia asiente orgullosa. La conexión que siempre ha
tenido con ellos es imposible de explicar. Y, cuando va a
hablar, Clara se fija mejor en el dibujo y le pregunta a su
hermano:
—¿Recuerdas cuando te cortaste el pelo en el baño
de casa?
—Sí. —Kevin se carcajea—. Como para no
acordarme… Mamá no hacía más que decirme que las
niñas tenían que llevar el pelo largo. Y, cuanto más me
lo decía, más me lo cortaba yo.
—A tu madre casi le da algo. —Su tía se ríe al
acordarse—. Recuerdo que me llamó enfadadísima.
Uf…, es tan exagerada.
—Pues ni te imaginas la que se lio en casa —
murmura Clara.
—Pero mereció la pena. A partir de ese día me dejó
llevarlo corto porque sabía que, si no, ya lo arreglaría yo
—añade Kevin.
Los tres sonríen, a pesar de que son recuerdos
amargos. Los padres de Kevin y Clara, con los que no
tienen ningún trato, nunca han asumido que Kevin sea
transexual. Eso es algo que no entraba en sus planes y,
por supuesto, nunca lo han aceptado.
Los tres están pensando en ello cuando Cecilia mira
el reloj de su muñeca y ve que es prácticamente hora de
comer.
—¿Tenéis plan para almorzar? —pregunta.
—Íbamos a pedir algo.
—Pues cambio de planes. Os invito a comer al VIPS
de aquí abajo.
Sus sobrinos aceptan encantados. Les encanta ir al
VIPS.

Horas después, tras una estupenda comida con su


hermano y su tía, Clara va de camino a dar las clases de
refuerzo, a uno de sus alumnos, que tiene programadas
para esa tarde. Hace mucho frío y lleva media cara
oculta bajo una gran bufanda amarilla. De pronto le
empieza a sonar el teléfono y rápidamente lo saca de su
bolsillo.
«¿Piero?»
¿En serio?
Solo conoce a un Piero: el chico que conoció el
verano pasado en un viaje exprés que hizo con Didi a
Italia y que tanto le gustó.
Los nervios se apoderan de ella. ¿Lo coge? ¿No lo
coge? ¿Qué tiene que hacer?
Tras pensarlo unos momentos al final decide
contestar la llamada. Quiere saber de él.
—¿Sí?
—Buonasera, bella!
Clara reconoce esa voz, con ese acento italiano que
tanto le gustaba. Así pues, y a pesar de lo nerviosa que
se ha puesto, lo saluda intentando parecer serena:
—Hola, Piero, ¡cuánto tiempo!
—Demasiado…, ¿qué tal todo?
La pelirroja camina sin entender a qué viene esta
llamada después de tantos meses sin saber de él, pero
aun así responde:
—Todo bien en general, con frío en Madrid. ¿Y tú?
—Molto bene! Tengo que contarte una cosa.
—Dime.
—Estoy en Madrid.
Ella coge aire boquiabierta.
—¿En serio? ¡Qué sorpresa! —exclama—. ¿Has
venido de vacaciones?
—No, he venido para quedarme.
Clara se detiene. Se recoloca la bufanda y luego
pregunta extrañada:
—¿Y cuánto tiempo vas a quedarte?
—Non lo so…, hasta que me apetezca.
«Joder, qué bien viven algunos», piensa ella.
—¿Nos vemos hoy? —sugiere él a continuación.
La joven parpadea y sigue andando. Quedar con él
así como así indicaría que no le ha importado que dejara
de responderle a los mensajes, por lo que contesta
mientras niega con la cabeza:
—Lo siento muchísimo, pero hoy no puedo, tengo
trabajo, Piero.
—Después del trabajo —insiste él.
Clara se para frente a un paso de peatones con el
semáforo en rojo.
—Tampoco puedo. Cuando termine me iré directa a
casa, que mañana madrugo.
Él se queda unos segundos en silencio, pues su
intención era verla. Y, tras un incómodo silencio, ella
propone:
—Bueno, seguro que encontramos algún día para
vernos. Luego miro la agenda y te escribo, ¿te parece?
—Vale, sí —responde él—. Ciao, bella!
Y, antes de que Clara pueda decir nada más, el
teléfono se queda mudo.
—Hasta luego, Piero —susurra para sí.
Cuelga el móvil sorprendida. No pensaba volver a
tener noticias del italiano. Y, una vez que lo guarda en el
bolsillo de su abrigo, se pregunta: «¿Qué está haciendo
Piero en Madrid?».
El semáforo se pone en verde y cruza la calle
corriendo para llegar a tiempo a dar sus clases.
Capítulo 3

Los amigos han vuelto a reunirse de nuevo. Hace algo


más de dos semanas desde que Jacob volvió a
incorporarse a su grupo y todo ha vuelto a la
normalidad…, aun a pesar de algunos.
Hoy han quedado en la recepción del gimnasio de
Ángel.
—Explicadme otra vez qué hago aquí, por favor —
murmura Didi horrorizada.
La chica mira a Sebas en busca de respuestas. Y
Ángel, que se encuentra a su lado, habla:
—Yo te explico lo que haces aquí, Didi: ver a tus
amigos, pasar tiempo con ellos y reducir ese estrés que
tienes acumulado a causa del trabajo gracias al deporte.
Ella lo mira y también mira a los demás, que le
sonríen, y se queja no muy convencida:
—No entiendo por qué sigo diciendo que sí a estos
planes cuando odio el deporte.
—Porque nos quieres —replica Jacob.
—En este momento yo no diría tanto —bromea ella.
La puerta del gimnasio se abre y llegan los que
faltaban. Clara y Kevin entran con sus esplendorosas
sonrisas y se unen a sus amigos, que hablan en la
recepción.
—Ya era hora de que llegarais —señala Sebas.
Al oír eso Clara mira a su hermano, que sonríe.
—Perdón, pero alguien muy torpe ha decidido
derramar la jarra de café por todo el suelo de la cocina
—indica—. Y…, claro, ¡había que recogerlo!
Kevin se ríe al oírla.
—No lo digas así, que parece que lo he hecho aposta
—dice—. Y para nada.
—No lo tengo yo tan claro… —repone ella.
Didi resopla y, moviendo los brazos con exageración,
musita:
—Algo parecido tendría que haber hecho yo…, así
habría tenido la excusa perfecta para quedarme en la
cama.
Todos sueltan una carcajada al oírla.
—Venga —dice entonces Ángel—, tirad para las
máquinas y dejad ya de quejaros. Y tú —añade
señalando a Didi—, piensa en el precioso culito que se
te va a poner gracias al deporte.
Ella se ríe, Clara también, y, tras pasar a la zona de
máquinas, Ángel consigue que durante una hora sus
amigos hagan ejercicio, a pesar de algún que otro «no
puedo más» para intentar escabullirse antes de tiempo.
—Esto y ya está, ¿no? —pregunta Clara sudorosa.
—Sí, subid y bajad el escalón durante un minuto y
listos.
Todos realizan el ejercicio a duras penas. ¡Qué
horror!
Por fin terminan y, agotados, siguen a Ángel a la sala
contigua, que se utiliza para estirar después de entrenar
cuando está libre.
Una vez que entran todos, Ángel, al que le encanta el
deporte, cierra la puerta y pide:
—Venga, coged una esterilla cada uno.
—Nooooooo —susurra Didi.
Pero, al ver que los demás las cogen, por no seguir
siendo la nota discordante lo hace ella también.
Extienden las esterillas en el suelo, unas al lado de
otras, y cuando se sientan Ángel dice:
—Por último vamos a practicar algo que lleváis
tiempo sin hacer.
Didi se tumba de espaldas, se tapa la cara con los
brazos y dice en voz baja:
—No puedo más…
—Yo tampoco —afirma Clara.
Los chicos se ríen, y Ángel repite:
—Vamos, chicas, pensad en los traseros tan fibrados
que vais a lucir gracias a la gimnasia.
—Paso —remuga Didi—. Con el culo que tengo me
conformo.
Todos ríen, opinan lo mismo que ella. Y Sebas, al ver
que su amigo no se da por vencido, insiste:
—Ángel, no hace falta que sigas.
Pero este, que se toma muy en serio el
entrenamiento, los anima:
—Venga, que hacer un par de planchas no os hará
daño.
—De verdad que no hace falta, cariño —murmura su
novio, Kevin.
Pero da igual lo que digan y cuanto se nieguen. Ángel
les hace hacer el ejercicio sí o sí.
Un par de minutos después Didi, que no puede más,
susurra:
—Ya está, ¿no?
—Lleváis quince segundos —responde Ángel
mientras controla el tiempo en su reloj—, aguantad un
poco más.
—No puedooooooo…
—Puedes, Didi. Claro que puedes —asegura Sebas.
—Por Dios, ¿por qué pasa el tiempo tan despacio? —
se queja Clara ante la sonrisa divertida de Jacob.
Por fin alcanzan los cuarenta y cinco segundos y
todos se dejan caer exhaustos sobre las esterillas.
—Ni de coña hago otra serie —musita Didi.
Ángel los observa desde arriba, ya que él está de pie.
Sus cinco amigos tienen pinta de estar cansados y,
dándose por vencido, coge una esterilla, se sienta junto
a ellos y dice:
—Veeenga, vale, vamos a estirar.
—No tengo fuerzas ni para esto —se lamenta Jacob.
Con lentitud, imitan los ejercicios que les va indicando
Ángel. Como él dice, hay que evitar posibles lesiones
estirando antes y después de hacer ejercicio.
Entre quejas y risas, Kevin pregunta:
—¿Alguien se viene ahora a comer con mi chico y
conmigo?
—Ojalá pudiera, pero tengo que ir directa a casa, que
hoy tengo el turno de tarde en el súper —responde Didi.
—Nosotros sí —dice Sebas incluyendo a Jacob—. Ya
habíamos quedado en ir a comer juntos, así que cuantos
más, mejor.
—Yo tampoco puedo, tengo que terminar de preparar
unas cosas para esta tarde —comenta Clara.
—Comida de chicos entonces. —Kevin sonríe.
Acaban de estirar y, como es habitual, toca escoger
una canción y disfrutarla a un volumen alto para dar por
terminado el entreno.
—Hoy elijo yo —dice Jacob.
Ángel le tiende su móvil ya conectado a los altavoces
de la sala y con la aplicación de Spotify abierta para que
busque lo que quiera.
El resto recogen las esterillas, las enrollan y las dejan
a un lado mientras comienza a sonar Dile a los demás
de Dani Fernández.
—Desde que volví de Australia estoy enganchadísimo
a esta canción —comenta Jacob devolviéndole el móvil
a Ángel, que sube el volumen.
Sin darse cuenta, todos empiezan a moverse y a
cantar, o, en su defecto, a inventarse la letra.
—Es adictiva —dice Sebas.
Todos disfrutan durante casi cuatro minutos de la
música y luego se van hacia las duchas.
Los primeros en salir de los vestuarios son Jacob y
Clara, que se encuentran en la recepción del gimnasio.
—Qué bien me ha sentado la ducha —murmura él.
Clara asiente, ella también la necesitaba.
—Por cierto —añade Jacob—, tenemos un helado o
lo que sea pendiente…
Ella lo mira. Qué bien huele Jacob. Recuerda los
mensajes que intercambiaron, y afirma:
—¡Es verdad!
—¿Te parece bien hoy?
Clara suspira, pues tiene otros planes. Pero, sin
querer contárselos, indica:
—Déjame que llegue a casa y mire la agenda, porque
de memoria no sé los horarios que tengo.
Él asiente con una sonrisa. Por ella puede esperar.
—Seguro que podré mover algunas clases y dejarme
una tarde libre entre semana —agrega Clara.
—O fin de semana, a mí me da igual —propone él—.
Hasta que encuentre curro tengo la agenda bastante
libre.
Ambos sonríen mirándose a los ojos. Entre ellos
siempre ha habido mucha química, pero Clara se resiste
y aún no entiende el porqué.
Poco a poco sus amigos van saliendo también de los
vestuarios. Y, cuando ya están todos, se dirigen a la
calle y se despiden. Hoy los chicos se van por un lado y
las chicas por otro.
Didi y Clara llegan al coche de esta última.
—¿Vas para casa, Didi?
—Sí.
—Sube, que te acerco.
Su amiga la mira sorprendida. Su casa no está de
camino a la de ella.
—¿Ah, sí? —pregunta.
—Claro.
Didi abre entonces la puerta del copiloto y murmura:
—Te lo agradezco, reina…, la verdad es que estoy
agotada de tanto gimnasio.
Ambas se acomodan en sus respectivos asientos,
cierran las puertas y se colocan el cinturón de
seguridad. Clara arranca el coche y, mientras lo pone en
marcha, Didi pregunta:
—¿Y adónde vas para que mi casa te pille de
camino?
La pelirroja se ríe.
—Al piso de Kevin.
Didi mira extrañada a su amiga, pues sabe que no le
va de paso.
—Pero tengo algo que contarte —termina diciendo
Clara.
—Ya me parecía a mí raro que te ofrecieras a
llevarme… —Didi ríe atando cabos—. ¿Es un chisme?
Clara asiente, así que su amiga no tarda en bajar el
volumen de la radio para que nada la distraiga. Sea lo
que sea, quiere enterarse bien.
—Soy toda oídos, ya sabes lo que me gusta un buen
chisme.
Clara sonríe, pues le hace gracia esa palabra, y a
continuación susurra:
—¿A que no sabes quién me llamó el otro día por
teléfono?
—No me lo digas… ¿Lady Gaga? —se apresura a
decir Didi.
Ella ríe divertida y luego Didi insiste:
—¿Quizá Dua Lipa?
De nuevo Clara ríe a carcajadas.
—Pues no se me ocurre nadie más —dice Didi—,
porque doy por hecho que tus padres y tu ex no fueron.
—Piero —suelta entonces Clara.
Didi la mira. ¿Ha oído bien? Y pregunta:
—¿Quién?
Clara detiene el coche para dejar pasar a unas
personas en un paso de cebra y, mirando a su amiga,
añade:
—Tía, Piero…, el italiano.
—¿El caradura? —pregunta la morena.
—No digas eso, si fue encantador.
Clara vuelve a poner el vehículo en marcha mientras
Didi replica boquiabierta:
—No, perdona, de encantador nada… Es un perfecto
embaucador, y te lo digo ahora igual que te lo dije
cuando estuvimos en Italia.
Clara sonríe. No opina como su amiga.
—No entiendo por qué te cae mal, si fue
supersimpático con nosotras.
—Simpático fue, pero un listo también —repone Didi.
—Anda ya…
—Desde que os conocisteis aquella noche que
salimos, se nos pegó como una lapa.
—No digas eso…
—Por Dios, Clara, que me tuvisteis de sujetavelas los
dos últimos días del viaje.
Ella se ríe, cree que su amiga es una exagerada.
—¿No será que tenías envidia?
Ahora la que se ríe, pero de forma sarcástica, es Didi.
—No, reina, envidia ninguna. Yo también me lo pasé
muy bien en Italia.
Clara le hace una mueca y Didi insiste:
—¿Envidia de tener a ese tío sobón todo el día
encima? Quita…, prefiero quedarme sola y vivir con
veinte gatos.
—¿Sobón? —repite Clara.
—Me dirás que no… Si parecía que alguien le había
echado pegamento en las manos, todo el día encima de
ti y repitiendo todo el tiempo: «Amore!», «Bellissima!»…
Clara ríe negando con la cabeza sin despegar los
ojos de la carretera.
—Eres una exagerada.
—No, y lo sabes —responde Didi—. ¿Cuántas veces
en esos tres días nos dijo que si lo invitábamos a un
helado, a cenar, a una Coca-Cola…? Anda que se
ofrecía él a pagar algo…, todo era pedir y pedir.
Clara guarda silencio. Sabe que su amiga tiene razón
en eso, pero le hace gracia escucharla.
—Ah, ¿y recuerdas la noche que, como le daba
pereza irse hasta su casa, preguntó si se podía quedar
en nuestra habitación a dormir? —Un escalofrío recorre
a Didi de pies a cabeza y luego murmura—: Por Dios,
menos mal que se fue…, qué repelús solo de
imaginármelo.
Clara ríe a carcajadas y entonces llegan a un
semáforo en rojo.
—Y, a todo esto —continúa su amiga—, ¿qué hace
Piero en Madrid?
—Creo que me dijo que había venido para quedarse
—dice Clara.
—¡¿Crees?!
—Eso dijo.
Didi pone los ojos en blanco. El italiano siempre
atonta a su amiga.
—Y tiene donde alojarse, ¿no?
Clara alza los hombros, no lo sabe. Realmente no
sabe nada de él.
Pone el coche de nuevo en marcha y su amiga gruñe
gesticulando con las manos:
—Ni se te ocurra meterlo en el piso, pero ni de coña,
¿eh, tía?
—Claro que no… Además, el piso es de Kevin.
—Ni aunque fuese tuyo —recalca Didi.
Entre quejas y confesiones llegan al piso de esta
última. La morena se baja del coche y, antes de cerrar la
puerta, mira a Clara y suelta:
—Te digo todo esto porque eres mi amiga y me
importas. Ese tío es un caradura que no te conviene, y a
ver si abres los ojos y te das cuenta de una vez.
Clara asiente, pero no quiere escucharla más, por lo
que le lanza un beso.
Luego arranca el vehículo y se va.
Didi suspira mientras la ve marchar. Después entra
en su portal y monta en el ascensor. Una vez dentro
mira de cuánto tiempo dispone antes de tener que
marcharse a trabajar.
«Vale, son las 11.54 y entro a las dos y media…»
¡Genial! Tiene un ratito para descansar.
Una vez frente a la puerta de su casa, la abre y va
directa a saludar a sus gatas Brisa y Duna. Con cariño
las acaricia mientras ellas ronronean. Adora a sus
gatitas.
«Voy con tiempo de sobra.»
Tras un ratito de mimos se dirige a su habitación y ve
que el sol que entra por la ventana da directamente en
la cama, por lo que se deja caer sobre ella. Se siente
exhausta a causa del puñetero gimnasio.
Mientras disfruta del momento cierra los ojos y
piensa: «Cinco minutitos de vitamina D y me preparo la
comida».
Cuando vuelve a abrirlos decide levantarse para no
caer en la tentación de quedarse dormida. Camina hasta
la cocina y abre la nevera para ver qué puede comer
hoy. Pero la hora en el reloj del microondas llama su
atención, pues indica que son las 14.02.
«Ya debe de haber saltado la luz otra vez», se dice.
Siempre que se va la luz en el piso el reloj del
microondas se desconfigura.
En ese instante, su móvil empieza a sonar, cierra la
nevera y va a buscarlo. Lo ha dejado en la mesilla de
noche cuando se ha tumbado.
Ve que es su madre quien la llama, pero entonces
repara en que el teléfono señala que son las 14.03 y
este no falla.
«¡Hostiaaaa! No…, no…, no…, ¿en serio me he
dormido? ¡Madre mía, que el reloj del microondas está
bien!»
Como un relámpago Didi tira el móvil encima de la
cama y corre por su habitación buscando ropa que
pueda ponerse. Pilla un pantalón vaquero, unas botas
negras y una sudadera. Se viste a la velocidad de la luz,
coge el teléfono de nuevo y sale del dormitorio. Debe
darse prisa, no tiene tiempo que perder.
Se pone el abrigo y mete en los bolsillos su cartera, el
móvil y los auriculares. Después coge un gorro y se lo
coloca, sabe que va a tener que correr y no quiere que
las trenzas le vayan dando en la cara.
—¡Joder, qué mala suerte!
Una vez equipada para el frío de enero en Madrid,
pasa por la cocina y comprueba que Brisa y Duna tienen
comida y agua. A continuación abre la nevera y echa un
vistazo rápido. Al final no ha comido, pero como ya no
tiene tiempo para nada más, coge una manzana y
vuelve a cerrarla.
—¡No me echéis mucho de menos! —exclama antes
de abandonar su casa.
Didi baja la escalera lo más rápido que puede. No
tiene tiempo de esperar el ascensor. Una vez en el
rellano, atraviesa el portal y corre por la calle hacia la
boca del metro. Esquiva a la gente como puede y sube
al metro justo cuando las puertas del mismo empiezan a
cerrarse ya.
«¡Por los pelos!»
No hay asientos libres. ¡Faltaría más! Así que se echa
a un lado y saca el móvil. Son las 14.17. Abre WhatsApp
y decide mandarle un audio a su madre:
Didi
▷ Hola, mamá…, perdona, pero me he
dormido y llego tarde al súper. Me ha tocado
correr… y estoy que me falta el aire. Madre
mía… Hoy salgo a las 23.30, creo que papá
y tú estaréis despiertos, así que hablamos
esta noche… Un beso.
Envía la nota de voz mientras intenta recobrar el
aliento.
«Y la carrera que me espera ahora del metro al
súper…, madre mía…», se lamenta.
Aprovecha el trayecto para comerse la manzana que
ha cogido hasta que, tras varias paradas, llega a la suya
y sale lo más rápido que puede.
¡A correr se ha dicho!
Llega al supermercado a tanta velocidad que no le da
tiempo a frenar y choca con una chica que sale. Didi la
sujeta por el brazo para que no se caiga al suelo.
—¡Joder! Perdona, no te he visto… ¿Estás bien?
La chica se aparta su largo pelo rubio de la cara y
Didi se da cuenta de que es la misma que el otro día le
preguntó por Martín.
—Sí, sí. Estoy bien. ¿Tú lo estás? —pregunta ella
enseguida.
—Perfectamente —responde Didi con ironía,
apoyando las manos en las rodillas para intentar
normalizar su respiración.
Acto seguido dirige la mirada al interior del
establecimiento. No ve a Martín. Ojalá no la pille.
La otra chica la mira algo preocupada.
—¿Seguro que estás bien?
Ahora Didi la mira a ella y bromea.
—He tenido días mejores, pero sí.
La morena se incorpora, aún respirando con
dificultad, y saca el móvil. Las 14.35. Martín es
superestricto con el horario. Llegar un minuto tarde ya
significa bronca, así que lo de hoy no será para menos.
—Llegas un poquito tarde —susurra la rubia al ver la
hora, y añade—: He visto a Martín en el almacén hace
un par de minutos. Lo mismo, si te das prisa, ni te verá
entrar.
—¿En serio? —exclama Didi.
La rubia asiente con una sonrisa.
—Muchas gracias…
—Marta, me llamo Marta —dice rápidamente la chica.
—Muchas gracias, Marta —repite ella y, tendiéndole
enseguida la mano, se presenta—: Yo soy Didi.
A Marta le hace gracia la situación, pues no esperaba
estrecharle la mano a una chica tan joven; es algo más
típico de, por ejemplo, los compañeros de trabajo de su
madre.
—Un placer, Didi —responde.
Sus manos se separan y luego Didi corre hacia el
vestuario del súper mirando hacia todos lados por si
está Martín por ahí.
Marta da media vuelta y se va a casa, su horario de
trabajo ya ha terminado.
Capítulo 4

Pasan los días y Clara sigue sin tener noticias de las


muchas entrevistas de trabajo que ha hecho. Encontrar
trabajo es muy difícil, por lo que no le queda otra que
seguir intentándolo.
Pero hoy, por fin, se ha decidido a quedar con Piero,
y eso la tiene algo nerviosa. Cuando se vean ¿se
besarán? ¿O, por el contrario, solo la tratará como a una
amiga más?
Después de sacar a su perrita Cora a dar un paseo y
lamentarse de las agujetas que tiene de la mañana de
gimnasio que pasó con sus amigos hace un par de días,
se ducha al ritmo de La fama de Rosalía y The Weeknd.
A continuación se seca el pelo y, cuando termina, se
planta frente a su armario sin saber qué ponerse. Tras
dudar unos minutos, elige unas botas y un pantalón
negro con un jersey blanco que le regaló su hermano en
Navidad.
Una vez vestida, vuelve al cuarto de baño para
maquillarse. Tampoco desea pintarse mucho, quiere ser
ella misma. Cuando termina se dirige a la planta baja del
piso para coger el bolso, las llaves y su abrigo.
Se despide de Cora con cariño y se va directa a la
calle. Hoy pasa de llevarse el coche, no le apetece
conducir, así que se encamina a la parada del bus. Por
suerte, este no se hace esperar mucho y, tras un breve
trayecto, llega al punto de encuentro. En cuanto se baja
del autobús se le corta la respiración al ver que él está
ahí: Piero Marinelli. Ojos claros, media melena oscura y
sonrisa pícara.
Él sonríe nada más verla. La mira de manera
descarada de arriba abajo y se encamina de inmediato
hacia ella. En cuanto se encuentran se funden en un
sentido abrazo que dura unos segundos, hasta que
Piero se separa unos centímetros de ella y murmura
mirándola a los ojos:
—Buonasera, bella.
Encantada por su tono de voz y por el modo en que la
mira, Clara responde con una sonrisa:
—Hola, Piero.
Acto seguido se observan unos instantes en silencio.
Cada uno a su manera ha echado de menos al otro.
Los ojos claros del italiano descienden lentamente
hasta llegar a los labios de ella, que no lo piensa dos
veces y, dejándose llevar, se le acerca y lo besa.
Piero la acepta de buen grado, pues había imaginado
un encuentro parecido. La rodea con los brazos para
sentirla más cerca y el beso se alarga, ninguno de los
dos quiere detener ese momento mágico.
Sin embargo, de pronto, una señora que va paseando
a un perrito les pide paso de malas maneras y la magia
se esfuma. Ambos intercambian una mirada cómplice,
luego se disculpan con la señora y, una vez que esta
pasa, les da por reír.
—Bueno, ¿te parece si vamos a merendar y nos
ponemos al día? —sugiere Clara tomando la iniciativa.
Piero no acaba de comprender su propuesta, pero
aun así asiente. A pesar de que estudió español durante
años, todavía hay expresiones que se le escapan. No
obstante, tiene ganas de estar con ella, por lo que la
coge de la mano y empiezan a caminar por la calle
hasta que llegan a una cafetería frente a la que Clara se
detiene para echar un ojo a su escaparate.
—¡Qué pintaza tienen esas tartas, por favor! —
exclama.
—¿Quieres una torta? —pregunta él sorprendido,
pues le parecen una bomba de calorías.
Ella afirma con la cabeza y luego entran en el
establecimiento de la mano. Cuando la camarera les
indica en qué mesa pueden sentarse, se dirigen a ella,
se quitan los abrigos y se acomodan. Hay cierta tensión
entre ellos, llevan mucho tiempo sin verse y tienen
bastante que contarse. Poco después se acerca la
camarera para tomarles nota.
—Yo quiero un café con leche y un trozo de tarta red
velvet, como la que tenéis expuesta en la entrada, por
favor —pide Clara.
Piero observa a la camarera mientras esta toma nota.
Las españolas le parecen muy atractivas.
—¿Y para ti? —le indica la chica.
—Un expreso, por favor —dice él mirándola a los
ojos.
La camarera asiente y, cuando se va, Clara, al ver
que Piero sigue mirándola, pregunta con inocencia:
—¿Quieres algo más? ¿La llamo?
El italiano deja de mirarla de inmediato y, sonriéndole
a Clara, replica:
—No. Non, tranquillo. Non voglio niente más, solo
que hoy no he ido al gimnasio y no quiero engordar.
Clara sonríe. Piero es como Ángel: se cuidan mucho
en el gimnasio. Solo hay que ver su cuerpo para
entender las horas que pasa en él.
—Bueno, cuéntame, ¿cómo es que estás por Madrid
así de repente? —quiere saber ella.
Piero sonríe.
Se vieron por primera vez el verano del año pasado,
durante un viaje de cuatro días que Didi y ella hicieron a
Italia. La segunda noche salieron de fiesta a una
conocida discoteca, donde Clara lo conoció, y a partir de
ese instante pasaron el resto de su viaje pegados el uno
al otro.
Una vez que Clara regresó a España, se
mensajearon e hicieron videollamadas durante meses.
Pero, un poco antes de Navidad, eso casi terminó. Cada
vez Piero tardaba más en responder a sus mensajes, y
ella simplemente acabó olvidándose de él sin darle
demasiada importancia. La distancia termina con
muchas parejas, y ellos ni siquiera lo eran.
Clara está pensando en ello cuando Piero suelta:
—Estoy aquí porque he decidido tomarme un tempo
per me.
—¿Y tus padres qué dicen?
Él hace una mueca.
—Non importa. —Ríe—. Están encantados de no
verme en una temporada.
Ella cabecea sin más, puesto que no conoce lo
bastante a los padres del italiano como para poder
formarse una opinión de lo que este le cuenta.
—¿Y tú qué haces en Madrid? —pregunta él.
—Últimamente me dedico a buscar trabajo —contesta
ella—. Algunas mañanas ayudo en la empresa de mi tía,
y por las tardes doy clases de refuerzo a algunos niños
de primaria y secundaria.
Él la escucha interesado.
—Sinceramente, Piero —añade Clara—, estoy en un
punto en el que cualquier trabajo me vale, hasta que
consiga dedicarme a lo que estudié.
—¿Qué estudiaste? —pregunta él mientras observa
con disimulo a la camarera.
—Pero si te lo conté cuando nos conocimos. —señala
ella, y ríe.
Él ríe también. No se acuerda.
—Estudié Magisterio.
—Oh, sí…, ahí conociste a tu amiga… —recuerda él.
—Sí, a mi amiga Didi.
—Mi ricordo —afirma Piero.
Clara ríe de nuevo. Didi y él no se llevaban muy bien,
pero como no quiere hablar de ella, añade:
—No he tenido mucha suerte en la búsqueda de
empleo, pero ¡no hay que perder la esperanza!
—¿Qué quieres hacer?
—Me encantaría ejercer de profesora —asegura ella
soñadora—. El trabajo de los profesores me parece
apasionante. Están ahí en los momentos en los que los
niños forman su personalidad —añade—. Tienen un
papel fundamental en el crecimiento, el desarrollo y el
aprendizaje de cada niño y cada niña que pasa por sus
clases.
Él la mira con curiosidad, aunque lo cierto es que lo
que le cuenta no le interesa mucho.
—Al final todos nos acordamos de muchos de los
profesores que hemos tenido en nuestra infancia, ¿no?
—agrega Clara.
—Certo —asiente Piero por darle la razón.
—Pero de momento —suspira ella— seguiré
intentando alcanzar mi sueño, echando currículums,
haciendo entrevistas…
—¿Tan difficile es? —pregunta él.
Clara asiente.
—Y más con el curso escolar empezado. ¡A ver si
para el año que viene lo consigo!
La camarera vuelve, deja los cafés y la porción de
tarta sobre la mesa y dice mirándolos:
—Os traigo dos cucharas por si queréis compartirla.
—¡Gracias! —responde Clara.
Acto seguido coge una de ellas y prueba la tarta
mientras el italiano echa algo de azúcar a su café y
observa cómo la camarera se va.
—¿Quieres? —Clara le ofrece una de las cucharas.
—No, grazie. Todo tuyo, amore.
Ella asiente y sonríe, que la llame de ese modo es
normal en Piero. Luego se acerca el plato y disfruta de
la tarta, que está buenísima.
—¿Y dónde vives? —dice él con interés.
—Con mi hermano —contesta ella mientras él se
toma su café—. Técnicamente vivo en su casa, ya que
el piso es suyo.
Ambos se miran y después Clara pregunta:
—¿Y tú dónde te quedarás el tiempo que estés en
Madrid?
Mientras ella abre su sobrecito de azúcar, lo vierte en
su café y comienza a removerlo, Piero dice:
—In questo momento estoy en casa de un amigo.
—¿Un amigo español?
—No. Italiano.
Clara asiente y luego vuelve a preguntar:
—Pero ¿le has alquilado una habitación, duermes en
el sofá hasta encontrar algo fijo…?
Él se recoloca en la silla. Tantas preguntas lo
agobian.
—Es un piso con tres habitaciones —explica—. Ahí
vivimos il mio amico Tiziano, su amigo Víctor y yo.
Clara asiente, le alegra saber que tiene un sitio donde
dormir.
—¿Y qué planes tienes aquí, en Madrid? —pregunta
a continuación—. ¿Sabes el tiempo que vas a estar…?
—No —la interrumpe él y, tras valorar su respuesta,
añade—: Solo he venido per divertirmi.
—Vaya… —Ella sonríe.
—He decidido tomarme un año para mí, estoy harto
de estudiar —agrega Piero—. Pero no sé si estaré en
Madrid tutto il tempo o viajaré a otros sitios.
Sorprendida porque el chico pueda tomarse un año
sabático, la pelirroja continúa:
—Y cuando pase ese año ¿qué harás?
Piero termina de tomarse el café y luego responde
con desidia:
—L’idea para el año que viene es empezar en la
inmobiliare de mis padres.
Ella asiente, si sus padres tienen una empresa
familiar es lógico que comience a trabajar ahí. Su tía le
dio la oportunidad a Kevin y también a ella misma. Y sin
duda los padres de Piero se la darán a su hijo.
—¿En qué trabaja tu hermano? —quiere saber el
italiano.
—Kevin es decorador de interiores en la empresa de
mi tía Cecilia.
—¿Es la empresa di famiglia? —pregunta él.
—Sí y no —dice ella—. Si te imaginas que hay más
familiares trabajando en la empresa, no es así. Pero sí
que la considero la empresa familiar porque, al fin y al
cabo, es de mi tía. Y mi tía es más familia que muchos
que sí deberían serlo.
Piero cabecea, aunque no acaba de entenderla.
—Capisco… —dice—. ¿Y tus padres?
Clara resopla. Hablar de sus padres siempre la
incomoda. No sabe nada de ellos desde el episodio que
vivieron en el viaje a Cullera de 2019. Su última
conversación con ellos fue una fea y terrible discusión,
de la que nunca se ha arrepentido. Pero, la verdad,
hablar de ellos es algo que evita, así que simplemente
dice:
—Hace tiempo que no tengo trato con ellos.
Piero la mira extrañado. No recuerda que ella le
comentara su mala relación con sus progenitores,
aunque lo cierto es que tampoco le preguntó por ello.
Ambos se miran en silencio unos instantes. El ambiente
se ha enrarecido y, al ver que ella desea cambiar de
tema, el chico dice:
—Amore, no me cuentes nada si no quieres. Te veo
incómoda.
Clara asiente y da un trago a su café.
—Gracias —contesta—. La verdad es que no me
gusta hablar de ellos. La última vez que los vi les dejé
claro que, si no aceptan a mi hermano, tampoco me
aceptan a mí.
—¿Aceptar a tu hermano? —repite él sin entender.
—Mi hermano es trans y tiene novio.
Boquiabierto, pues no se esperaba algo así, Piero
pregunta:
—¿Tu hermano es transexual?
—Sí. Y es el mejor hermano del mundo —declara ella
convencida.
Piero afirma con la cabeza.
—Mis padres no lo aceptan tal y como es, y yo no
acepto que ellos sean como son.
Él extiende entonces un brazo, apoya la mano con
cariño encima de la de ella y señala:
—Pero son tus padres, amore…
—¿Y qué? —se apresura a replicar Clara.
—Que son tus padres —repite él.
Ella, que ya está por encima de esas cosas, niega
con la cabeza y responde con total sinceridad:
—Lo son y lo serán siempre. Pero eso no quiere decir
que tenga que pensar como ellos, y menos aún aceptar
su mentalidad del siglo XVII cuando mi hermano Kevin es
una de las mejores personas que conozco en este
mundo. Los padres no siempre tienen la razón, y en este
caso en particular te aseguro que no la tienen en
absoluto.
En ese instante suena el móvil de Piero.
La conversación lo está incomodando y cree que es
mejor cambiar de tema, por lo que, sacándose el
teléfono del bolsillo, se excusa y lo atiende.
Clara suspira, alterada por haber estado hablando de
sus padres. Espera que la conversación no continúe por
esos derroteros, y aprovecha para meterse la última
cucharada de tarta en la boca.
—Qué pena que se acabe —se lamenta cuando ya
se la ha comido toda.
Al oírla, Piero sonríe. Ha terminado su conversación
y, tecleando algo en el teléfono, mira a la joven y
pregunta:
—¿Te apetece conocer a mis amigos?
Ella lo mira sorprendida. Conocer a los amigos de
Piero será algo nuevo, pues en Italia no conoció a
ninguno. ¿En serio los va a conocer en España? Y,
como realmente no tiene nada que hacer hasta la
mañana del día siguiente, accede complacida.
—Vale.
El italiano asiente, pide la cuenta y, una vez que Clara
ha pagado, salen del local.
Van caminando por las calles de Madrid sin
despegarse el uno del otro hasta llegar frente a un
portal.
—Vivo aquí —dice Piero.
Es un barrio céntrico y caro. Entran en el portal,
cogen el ascensor, suben en él y, cuando este se abre,
se oye música que procede de la puerta del fondo.
Piero y Clara se miran y sonríen. Y él, sacándose
unas llaves, abre entonces esa misma puerta.
—Ciaooooo!! —los saluda un chico con bigote negro
cuando entran en el piso.
Clara sonríe y Piero y el chico se funden en un
abrazo. Durante unos segundos ella los observa, y al
cabo Piero le dice:
—Clara, este es mi amico Tiziano.
El chico, otro apuesto italiano como él, se acerca a la
joven y le da dos besos.
—È un piacere.
—Lo mismo digo —responde ella con una sonrisa.
Piero le da la mano para que pase al salón. La casa
es de techos altos, grande y espaciosa. Cuando
acceden al salón, dos chicas entran desde la terraza
quejándose del frío.
Clara las mira. ¿Quiénes serán?
—Chicas —llama su atención Piero—, esta es mi
amiga Clara.
Las muchachas la miran con una sonrisa y una de
ellas, acercándose, le da dos besos y exclama:
—¡La famosa Clara!
En el fondo a ella le gusta oír eso.
—Mi chiamo Fabiana, soy la novia de Tiziano —dice
la chica.
Clara asiente.
—Y yo soy Cayetana, la novia de Víctor —se
presenta la otra.
—Un placer conoceros —asegura ella encantada.
Las dos chicas miran sus móviles para ver qué tal
han quedado las fotos que se acaban de hacer en la
terraza y rápidamente hablan de subirlas a las redes.
Piero se quita el abrigo y, con un gesto galante,
ayuda a Clara a quitarse el suyo y luego los deja sobre
el sofá.
—¿Quieres?
Clara se vuelve y ve que Tiziano le ofrece tabaco a
Piero. Él asiente, coge un cigarro y lo enciende con el
mechero de su amigo.
—¿Y tú desde cuándo fumas? —pregunta
confundida.
Clara recuerda que en verano no lo vio fumar en
ningún momento.
—Solo a veces —responde él quitándole importancia.
El italiano se acerca a ella y le da un beso que ella
acepta con reticencia porque no le gusta el olor del
tabaco.
—Piero, allora vieni a cena e poi a una festa? —
pregunta Tiziano apoyando la mano en el hombro de su
amigo.
—Clara, ¿te apetece ir a cenar y luego a una festa?
A la pelirroja no le apetece demasiado. Además, al
día siguiente tiene que madrugar, por lo que se apresura
a decir:
—Hoy no, Piero, mejor otro día. Pero ve tú si quieres,
por mí no hay problema.
Este mira a su amigo y, dándole unos golpecitos en el
hombro, añade:
—Un altro giorno. Prefiero quedarme con Clara.
Tiziano asiente y sonríe. Y, alzando la voz para que
las chicas le hagan caso, dice:
—Ragazze, é ora di andare, Víctor nos espera.
Las muchachas dan unas palmadas de alegría al
oírlo. Ir de fiesta les parece uno de los mayores placeres
de la vida.
—¡Síííí —exclama Cayetana—, qué ganas de salir
esta noche!
Ambas cogen sus abrigos y, tras despedirse, salen
del piso. Tiziano cierra la puerta y Clara y Piero se
quedan solos. Después de dar una última calada al
cigarro y apagarlo en un cenicero lleno de colillas, Piero
se vuelve hacia Clara y ella lo mira con una sonrisa.
Él se le acerca y, con delicadeza, posa las manos en
sus mejillas y la besa. Ella lo acepta mientras siente
cómo su corazón comienza a latir con más fuerza.
El beso sube de intensidad. A cada segundo que
pasa sus cuerpos desean más, y ella le rodea el cuello
con los brazos y le acaricia el pelo.
Piero, por su parte, deseoso de continuar por ese
camino, baja despacio las manos por la cintura de Clara
hasta abrazarla y apretarla más contra sí, hasta que
finalmente se separa de ella unos milímetros y pregunta
con sutileza:
—¿Quieres ver el piso?
Sin dudarlo, ella asiente. Sabe muy bien a qué se
refiere con eso.
—Claro —dice.
Él agarra su mano y le va enseñando la bonita casa.
La cocina de muebles blancos y platos sucios en el
fregadero, la terraza en la que antes se hacían fotos las
chicas, el único baño que tiene el piso, las dos
habitaciones de sus amigos y, por último, la habitación
de Piero, en la que todavía se ve la maleta abierta y sin
deshacer en el suelo, con ropa arrugada alrededor.
Una vez dentro del dormitorio, el italiano posa las
manos en las caderas de Clara y esta se da la vuelta
para encontrarse con los ojos claros de él fijos en los de
ella. Como ambos lo desean, vuelven a besarse, pero
esta vez con más ganas.
Instantes después Piero se quita la camiseta
acalorado y Clara, aprovechando que él se ha apartado
esos segundos, pregunta con una sonrisa pícara:
—¿Seguimos donde lo habíamos dejado?
—Sì, amore —afirma él.
Y, acto seguido, y con una sonrisa de satisfacción,
cierra la puerta tras él para entregarse a la pasión con
Clara.

Horas más tarde la pelirroja oye unos ruidos y se


despierta. Mira a su lado y ve a Piero durmiendo.
«Los ruidos provienen del salón», piensa.
Alcanza su móvil y ve que son las 5.07 de la
madrugada. También ve que tiene un mensaje de su
hermano:
Kevin
No sé a qué hora vas a llegar,
no dejo la llave puesta por si vienes.

Tras unos segundos Clara decide marcharse. Se


levanta de la cama con cuidado de no despertar a Piero.
A oscuras, busca su ropa, que está tirada por la
habitación, se viste, coge su bolso y el móvil y sale del
cuarto cerrando la puerta con sigilo. Caminando de
puntillas para no hacer ruido, se dirige al salón, coge su
abrigo del sofá y se lo pone.
—Ostras, perdona —oye entonces a su espalda.
Se da la vuelta y, gracias a la luz que se filtra por la
ventana, ve a un chico de pelo rizado.
—¿Te hemos despertado? —pregunta él.
—No, tranquilo, ya me iba —dice ella en voz baja—.
Por cierto, soy Clara.
—Yo Víctor, encantado —susurra él.
El chico le da dos besos como puede en la oscuridad
del salón.
«Este debe de ser el novio de Cayetana», se dice
Clara.
Se oyen risas procedentes de una de las habitaciones
del piso.
—Bueno, me voy, pasadlo bien —se despide ella
colgándose el bolso al hombro.
—Adiós —dice él mientras desaparece por el pasillo.
Una vez en la calle, Clara pide un taxi a través del
móvil.
«¡Madre mía, qué sueño y qué frío!»
Capítulo 5

Didi acaba de despertarse. Se levanta y se lava los


dientes sin abrir apenas los ojos cuando recibe un
mensaje en el móvil.
Clara
¡Buenos díaaaaas!

La morena pone los ojos en blanco.


¡Qué vitalidad la de Clara de buena mañana! Deja el
móvil a un lado del lavabo. Es demasiado pronto para
tanta energía.
Una vez que ha terminado de asearse, tras saludar a
sus gatas, que, mientras estaba en el baño, se
restregaban contra sus piernas, se dirige a la cocina y
les da de comer. Después se prepara su desayuno y,
ahora sí, desbloquea el móvil y, tomando aire, le
contesta a su amiga mientras come:
Didi
Lo serán para ti, reina.

Está masticando los cereales cuando lee:


Clara
Me encanta el buen humor
con el que te levantas siempre.
Didi sonríe, percibe perfectamente el tono sarcástico
de su amiga, y teclea:
Didi
Lo siento, odio madrugar. Ya sabes
que dentro de un rato se me pasará.

Deja el móvil sobre la mesa. Vuelve a meterse otra


cucharada de cereales en la boca y lee:
Clara
Lo sé. Y tienes suerte de que te quiera
tal y como eres; si no, no te daba
ni los buenos días.

Didi suelta una carcajada.


Didi
¿Era ayer cuando me dijiste
que habías quedado con el italiano?

Durante unos segundos la morena mira atentamente


la pantalla del móvil. Conoce a Clara y sabe que está
deseando hablar del tema.
Clara
Sííííí.
Didi
¿Y qué tal?

Ve que su amiga escribe en el móvil hasta que recibe


el mensaje.
Clara
Superbién, está incluso más guapo
que cuando lo conocimos en Italia.

Didi resopla. Está claro que su amiga ha vuelto a caer


bajo el influjo del caradura de Piero.
Didi
Bueno, esa es tu opinión, jajaja.
¿Te contó qué está haciendo aquí?

En cuanto envía su respuesta, sigue con el desayuno.


Clara
Según me dijo, este año se lo quiere tomar
para él: viajar y divertirse,
está harto de estudiar.

Didi lee el mensaje de su amiga y hace una mueca.


El italiano sigue siendo un caradura y su amiga, la
misma tonta de siempre. Así pues, evitando decirle lo
que piensa, ya que en el futuro tendrá tiempo suficiente
para decírselo, teclea:
Didi
Vaya, qué suerte tienen algunos.

Leer eso hace que Clara suspire. Conoce a su amiga


y sabe que ha sido comedida en su respuesta. E,
intentando darle un voto de confianza a Piero, insiste:
Clara
El año que viene entrará a trabajar
en la inmobiliaria de su familia,
por eso quiere aprovechar ahora
y divertirse.

Didi asiente. Sabe que, diga lo que diga, Clara lo


justificará.
Didi
¿Cuánto estará por Madrid?
¿Dónde se queda?
Clara
De momento no sabe el tiempo exacto que
estará aquí. Y se queda en el piso de unos
amigos suyos.

Durante un rato las chicas hablan por WhatsApp y,


tras dar por terminada la conversación y Didi acabarse
su desayuno, no le queda otra que ir a su habitación a
cambiarse de ropa y prepararse para ir a trabajar. Algo
que no le hace mucha gracia.
Cuando está lista, se ha despedido ya de sus gatas y
ha cogido todo lo necesario, sale a la calle y, tras
ponerse sus auriculares, va escuchando música
mientras camina hacia el metro.
Al entrar, el característico olor del metro inunda sus
fosas nasales, y al mismo tiempo tiene la sensación de
que esa mañana estará más concurrido que nunca. El
andén está hasta arriba de gente con cara de sueño,
expresión seria y la mirada refugiada en su teléfono
móvil.
Didi resopla algo agobiada. Con el frío que hace en la
calle, allí abajo parece que le falta el aire.
Segundos después el metro llega a la parada y, como
siempre, ella siente ganas de gritar eso de: «¡¿Alguien
se acuerda de que hay que dejar salir antes de
entrar?!». Al final, después de llevarse varios empujones
y un pisotón, consigue entrar en el vagón. Ahora lo difícil
es hacerse un hueco, y a duras penas logra agarrarse a
una barra. Menos mal que el trayecto no es demasiado
largo.
Por suerte, minutos después el convoy llega a su
parada, y, de nuevo entre empujones y malas caras, se
cuela entre la gente para salir cuanto antes de allí. ¡Qué
horror es el metro en hora punta!
Como va con tiempo, recorre el camino hasta el súper
con tranquilidad. Piensa en sus cosas, escucha música,
camina despacio… Hoy no tiene que correr, por lo que
disfruta de unos minutos de paz antes de entrar.
Cuando finalmente llega al supermercado, va directa
al vestuario. Deja sus cosas en la pequeña taquilla en la
que puso un cartelito con su nombre el primer día y se
fija en que en la de al lado hay una pegatina en la que
pone «Marta».
«Otra nueva», piensa.
Cuando sale del vestuario aún quedan un par de
horas hasta que el súper abra sus puertas. Eso le
proporciona cierto alivio, pues tener que aguantar a
según qué personas a primera hora de la mañana puede
ser mortal. Ahora toca reponer productos, así que coge
un carro y lo llena con alimentos que va colocando en
las estanterías de los pasillos correspondientes.
—¡Buenos días! —saluda a dos compañeras que
pasan por su lado.
No recibe respuesta de ninguna de ellas. Menudas
rancias.
Didi las ha saludado por pura educación, como le
enseñaron sus padres, pero está visto que en casa de
otras la educación brilló por su ausencia. Desde que
empezó en este trabajo no ha conseguido entablar
relación con sus compañeros, y no entiende por qué.
Ella siempre los saluda, pero ellos o no la ven, o fingen
que no lo hacen. Nunca ha comprendido por qué,
incluso ha llegado a pensar que puede ser que sea una
cuestión de racismo por su color de piel.
«Mejor me pongo mi música», se consuela.
La música es una gran compañera en su vida, pues
sabe que nunca le fallará. Didi siempre lleva unos
auriculares en el bolsillo, nunca se sabe cuándo los va a
necesitar, y sin duda en este instante los necesita.
Una vez que se los pone y comienza a escuchar su
música, en tono bajo para poder oír a Martín si la llama,
su estado de ánimo mejora. Incluso tararea. Y entonces,
de pronto oye a alguien canturrear. ¿Quién es y qué
está cantando?
Se quita uno de los auriculares e intenta escuchar el
tarareo. Trata de identificar la canción, pero no, no la
conoce.
—¡Anda, hola! —la saluda una chica que entra en el
mismo pasillo en el que ella está.
De inmediato Didi comprende que era ella quien
cantaba, y al ver de quién se trata, responde:
—¡Buenos días!
La chica que tiene frente a sí es la misma con la que
se encontró dos veces frente a la puerta del súper, e
intentando recordar su nombre, pregunta dudosa:
—Marga…, ¿no?
La joven niega con una sonrisa e indica:
—Casi, pero no. Soy Marta.
Didi asiente y le pide perdón con un gesto.
—Oye, disculpa por el golpe del otro día, tenía
muchísima prisa y no miraba por dónde iba.
Sin darle importancia, Marta responde mientras
coloca latas de conserva al ritmo de la música:
—¡No te preocupes! A todos nos ha pasado alguna
vez.
Didi sonríe, la mira divertida y luego, con un paquete
de pasta en la mano, pregunta:
—Eras tú la que cantaba hace un momento,
¿verdad?
—Efectivamente —afirma Marta sonriendo—. Me
encanta esta canción, la tengo en bucle. ¿Te gusta Ana
Mena? —añade mirándola apoyada en su carrito lleno
de productos.
Didi se apoya también contra el suyo y contesta:
—No me suena de nada. ¿Debería conocerla?
Marta se sorprende porque no conozca a esa
cantante que tanto le gusta y, gesticulando de manera
exagerada con las manos, exclama:
—¡Claro, tía! Esa canción se titula Música ligera y
salió hace poco. Es un temazo con rollito de los
setenta… Tienes que ver el videoclip.
Didi asiente divertida.
—Si me lo dices así, intentaré acordarme —afirma.
—Te encantará, ya lo verás.
—No estoy muy puesta en las canciones de ahora —
dice—. Suelo escuchar música de los ochenta y los
noventa. Es la que más me gusta.
Marta se incorpora y sonríe. Mueve su carro para
ponerlo al lado del de ella y luego afirma atusándose su
melena rubia:
—Pues que sepas que ahora también hay música
muy buena.
Didi sonríe divertida.
—Pues que sepas que, las pocas veces que pongo la
radio, me parece que todo suena igual —replica.
—Eso es porque no escuchas la música correcta —
indica Marta.
Didi ríe y niega con la cabeza mientras coge un
paquete de macarrones y lo coloca en la estantería que
tiene a su lado. O se da prisa o no terminará de colocar.
—Mira —dice entonces Marta—, dame tu número de
móvil y ya verás como la música que yo te recomiendo
no tiene nada que ver con lo que imaginas.
Ella se vuelve para mirarla. La verdad es que la chica
es simpática. Y, queriendo empatizar con ella, coge el
teléfono que la otra le tiende.
—Vale, pero te lo advierto: si solo me mandas
reggaetón, te bloqueo.
Su respuesta hace reír a Marta.
—Prometo no hacerlo.
Y, tras alzar una mano, extiende el dedo meñique.
Didi la mira confusa. ¿Qué hace? Y Marta, al ver su cara
de desconcierto, le explica:
—Se supone que tú haces lo mismo que yo y
entrelazamos los meñiques. Se llama pinky promise.
—¿Pinky promise? —repite Didi con una carcajada.
Marta asiente y, tras estrechar su meñique con el de
ella, declara:
—Prometo no mandarte reggaetón.
Ambas sonríen y, una vez que separan las manos,
Didi teclea su número en el teléfono y se lo devuelve a
su dueña.
—Genial —exclama Marta guardándoselo—. Luego
te escribo y te recuerdo el título de la canción que te
comentaba.
Marta mueve su carro para cambiar de pasillo, pero
antes de desaparecer se vuelve, lo que hace que Didi la
mire de nuevo.
—¡Oye, tú también tendrás que recomendarme
música!
—Ese no era el trato —replica Didi viéndola
desaparecer del pasillo.
—¡Davinia, espabila! —increpa la voz del jefe.
Didi se da la vuelta al oírlo y ve a Martín haciéndole
señas desde el otro lado del pasillo para que vaya más
rápido. Ella solo sonríe y asiente, aunque por dentro no
haga eso precisamente.
Minutos después termina de colocar los productos de
ese pasillo que tiene en el carro y se traslada a uno más
lejano. Nada más llegar, de nuevo ve que Marta está en
él.
—¿Te ha llamada Davinia? —le pregunta la joven.
Ella pone los ojos en blanco. No le gusta nada que la
llamen así.
—Sí, y le he dicho mil veces que me llame Didi, pero
nada, él sigue llamándome Davinia.
Marta la mira confundida.
—Entonces ¿cómo te llamas?
Didi se acerca a ella con un montón de paquetes de
galletas de chocolate en las manos.
—Mis padres me pusieron Davinia Daniela en el DNI,
pero odio que me llamen de ese modo. Prefiero que me
llamen Didi, que es más corto y fácil.
—Pues yo creo que tienes unos nombres muy
bonitos. Davinia Daniela.
—Por favor… —refunfuña.
Marta la observa mientras ella coloca las galletas.
Desde el primer día que se encontró con ella en la
puerta del súper le llamó la atención. Y, al verla tan
seria, pregunta en tono de broma:
—Tras ponerte ese nombre compuesto tan… bonito,
¿estás segura de que tus padres te quieren?
Didi sonríe. Pero, al ver a Martín, vuelve a su carro a
por más productos y, cuando los coge, pregunta:
—¿Tú eres Marta a secas?
La rubia recoloca unas cajas que tiene enfrente.
—Exacto —dice—, solo Marta.
—Qué suerte tienes. Corto y conciso —responde
Didi.
—Calla, que casi me llaman María Antonia —añade
ganándose la mirada y la posterior risa de Didi—. Mi
abuela paterna se llamaba así y era uno de los nombres
que barajaban, aunque al final mis padres entraron en
razón y acabé siendo Marta.
Entonces Martín, que atraviesa el pasillo central, las
ve y las increpa levantando la voz:
—¡Menos hablar y más trabajar, chicas!
Ambas se miran. Saben que no han parado de
colocar productos.
—No lo soporto —murmura Didi.
—¿En serio?
Didi se agacha para recolocar unas cajas.
—Y tanto que no —se queja—. Llevo trabajando aquí
varios meses y no puedo con él, es pesadísimo. Y eso
por no hablar de su afán de cambiar los turnos cuando
le da la gana.
Marta la observa con expresión seria.
—Tú sabes que Martín es mi tío, ¿no? —suelta
entonces.
«No… No… No… ¿En serio?»
Con ganas de gritar «¡Tierra, trágame!», Didi levanta
la cabeza, mira a la joven y murmura:
—Hostia, ¿qué dices?
—Lo que oyes.
Durante unos segundos que a Didi se le hacen
eternos, ninguna dice nada, hasta que esta, viendo
peligrar su trabajo, susurra:
—Disculpa, Marta, no tenía intenci…
Pero se interrumpe al ver cómo la otra se echa a reír.
—Es broma, ¿no? —pregunta.
Marta asiente divertida.
—Deberías haber visto tu cara de circunstancias.
—¡Joder! —Didi resopla aliviada.
Y, viendo a la otra muerta de la risa, coge un paquete
de galletas y le reprocha divertida:
—Sí, claro, ríete, tú no te cortes…
Una vez que termina de colocar las galletas, Didi se
pone en pie, va a por su carro y, sin decir más, cambia
de pasillo. Segundos después Marta la sigue.
—Bueno, como ibas diciendo, Didi…, Martín te cae
mal, ¿no? —dice Marta retomando la conversación.
Ella se detiene para que a la otra le dé tiempo de
aproximarse y luego murmura:
—Es un imbécil.
La rubia asiente. Toda información es buena.
—Está bien saberlo. ¿Y algo que deba saber de los
compañeros?
Ambas se agachan a recoger unas barritas
energéticas que se han caído al suelo, y Didi, viendo
que nadie puede oírla, musita:
—Lo máximo que he conseguido alguna vez de ellos
ha sido un mísero «buenos días» y poco más. No
termino de entender si es que he hecho algo o si es que
por ser negra no me ven o les caigo mal.
Marta resopla. Lo que dice Didi es terrible. Y,
poniéndose de su lado, afirma:
—Tienen pinta de ser unos rancios.
—Lo son —conviene ella—. Créeme que lo son.
Divertidas por sus confidencias, las dos chicas
vuelven a ponerse de pie, y luego Marta, mirando a la
morena, bromea:
—O sea que conmigo te ha tocado el billete dorado.
Didi sonríe al entender la referencia a la película de
Charlie y la fábrica de chocolate.
—Bueno, no cantes victoria antes de tiempo —
replica.
Un rato después el supermercado abre sus puertas
como cada día. La jornada transcurre como una más
salvo por un detalle para Didi, y es que en Marta ha
encontrado a alguien con quien poder hablar y hacer
más amenas las horas de trabajo.

El tiempo transcurre y llega el momento de irse. Y,


aunque parezca mentira, a Didi se le ha pasado la
jornada de trabajo más rápido de lo normal.
—¡Por fin! —exclama Marta entrando en el vestuario.
—Somos libres —dice Didi sentada en un taburete.
Marta abre su taquilla y empieza a cambiarse de ropa
mientras ella se centra en atar los cordones de sus
Converse negras.
—Qué ganas tengo de salir de aquí, tengo tantísima
hambre… —murmura Marta.
—Sí, al menos saliendo a estas horas aún es de día
en la calle —comenta Didi—. Porque la salida del turno
de tarde es horrible, a esas horas ya es noche cerrada.
La morena termina de atarse las zapatillas y se pone
en pie. Echa un rápido vistazo a Marta y ve que se está
cambiando la camiseta.
—La verdad es que tienes razón: aunque toque
madrugar, es mejor el turno de mañana —afirma esta
última.
Con una sonrisa Didi saca su mochila y el abrigo de
su taquilla y después vuelve a cerrarla. La rubia hace lo
mismo y ambas se ponen los abrigos.
—¿Sales? —pregunta Marta.
Aunque Didi está deseando salir del súper, hoy no
tiene esa necesidad de cruzar los pasillos como alma
que lleva el diablo. Ella es lanzada y espontánea. ¿Por
qué se queda tan callada delante de Marta? Y, con cierta
timidez, se aparta y deja pasar a la chica mientras
responde:
—Sí.
Marta sonríe y pasa por delante de ella. Y justo en
ese momento Didi se percata de que lleva un pin con la
bandera LGBTIQ+ en la mochila y su mente empieza a
ir más rápido de lo normal. ¿En serio va a tener tan
buena suerte?
«No saques conclusiones precipitadas. Puede que lo
lleve porque es aliada, porque apoya al colectivo…», se
dice saliendo del vestuario y cerrando tras de sí.
Cuando cruzan las puertas del súper y están en la
calle, Didi se abrocha el abrigo. Hace frío.
—¿Hacia dónde vas? —le pregunta a Marta.
Esta mira hacia los lados en busca de algo y, al no
encontrarlo, la mira y responde:
—Justo hoy vienen a buscarme.
«Qué pena», piensa Didi decepcionada. Esperaba
poder compartir algo del trayecto juntas para seguir
charlando como han hecho durante toda la mañana.
Pero no…, pues a Marta la vienen a buscar, aunque no
tenga ganas de despedirse de ella. Y, sin querer mostrar
su decepción, replica en tono de broma:
—¡Joder, qué nivelazo, con chófer y todo!
La rubia la mira. Le fastidia tener que despedirse de
Didi.
—Sí…, superchófer… —contesta en tono gracioso—.
Mi madre, que ayer quedé en comer hoy con ella y su
novio.
Didi suelta una carcajada y, tras caminar unos metros,
es Marta la que pregunta:
—Oye, ¿y tú adónde vas? Lo mismo podemos
acercarte.
Los nervios se apoderan de la joven, que se apresura
a responder:
—No, no, tranquila. Voy a comer con unos amigos en
una cafetería. El metro me deja prácticamente en la
puerta del local.
Un coche azul oscuro se detiene entonces frente a
ellas. Ambas levantan la vista y la mujer que conduce
saluda con la mano. Marta sonríe y le devuelve el
saludo.
«Esa debe de ser su madre», piensa Didi.
—¿Segura? De verdad que nosotras podemos
acercarte a donde vayas —pregunta Marta ofreciéndose
de nuevo.
—Sí, no te preocupes —dice ella con una sonrisa.
La rubia asiente dándose por vencida, pero se acerca
a Didi, le da un rápido abrazo y dice:
—Hasta mañana. Que vaya bien esa comida.
Acto seguido se da la vuelta para caminar hacia el
coche y entonces oye que Didi responde:
—¡Hasta mañana, billete dorado!
Su comentario hace reír a Marta, que se vuelve y le
dice adiós con la mano antes de subirse al coche con su
madre.
Instantes después Didi echa a andar hacia el metro.
Va sonriendo, está contenta.
De pronto le suena el móvil. Lo saca del bolsillo de su
abrigo y ve que es un mensaje de un número que no
tiene guardado.
Desconocido
Hola, Davinia Daniela, ya sabes
quién soy… Te paso la canción
de la que hemos hablado esta mañana.
Escúchala, es un temazo.
¡Hazme caso!

Sonríe, le encanta que Marta le haya escrito, y acto


seguido mira la pantalla y teclea:
Didi
Vale, María Antonia, ahora la escucho.

Feliz y motivada por haber hecho una nueva amiga,


baja la escalera del metro y saca los auriculares de su
bolsillo. «A ver si es un temazo o no», piensa. Y, sin
saber por qué, vuelve a sonreír. Hoy se siente feliz a
pesar del madrugón y de haber currado en el
supermercado.
Capítulo 6

Aunque está algo cansada por el madrugón que se ha


pegado para ir a trabajar al súper, Didi les prometió a
sus amigos que hoy comerían juntos y está decidida a
cumplir con su palabra.
Tras recorrer varias estaciones de metro, una vez que
sale a la calle y llega al Lendia, la cafetería de los
padres de Valentín, ve a todos sus amigos sentados
alrededor de una mesa y el cansancio pasa a un
segundo plano.
Los saluda dirigiéndoles una sonrisa y, cuando se
acerca a ellos, Sebas exclama nada más verla:
—¡La que faltabaaaa!
Sin poder dejar de sonreír mientras retira la silla que
hay junto a Kevin, Didi se acomoda a su lado. Él la mira
y le pasa la mano por la espalda con cariño.
—Siento haberte cortado el rollo…, conociéndote
seguro que me estabas criticando —murmura la morena
dirigiéndose a Sebas.
—¡Cómo lo sabes! Te estaba poniendo negra —
bromea Jacob.
—¡Lo sabía! —suelta la joven con una carcajada.
Ángel, que estaba echándole un vistazo a la carta de
la cafetería, mira entonces a Didi, se la tiende y ella, que
está hambrienta, empieza a ojearla. ¡Necesita comer!
Clara, que ya ha decidido lo que va a tomar, se
levanta para acercarse a la barra a pedirle a Flavia un
par de posavasos más. Sabe lo molesto que es que se
queden las marcas de los vasos en la mesa.
De pronto Piero pasa por su cabeza. Le gusta que
esté en su vida de nuevo, pero al mismo tiempo le
desconcierta. Está pensando en el tema cuando, de
repente, nota una presencia a su lado y, al volverse, se
encuentra con Jacob. Durante unos segundos se miran
a los ojos sin decir nada, hasta que él pregunta:
—¿Todo bien, Clara?
Ella asiente.
—Todo perfecto —dice mientras él se apoya a su lado
en la barra—, pero con algo de hambre.
Jacob cabecea. No duda que tenga hambre, pero la
conoce y sabe que algo le preocupa.
—Yo también tengo hambre a estas horas —comenta
mientras se retira el pelo de la cara.
Ambos sonríen y luego se hace un extraño silencio
entre ellos.
—¿Sigues con mucho curro? —pregunta entonces el
chico.
Clara afirma con la cabeza. Sabe por qué se lo
pregunta, pues recuerda la conversación que
mantuvieron por WhatsApp acerca de quedar los dos
solos. Fue justamente el día en que Piero la llamó para
avisarla de que estaba en la ciudad.
—No he olvidado lo que hablamos —dice.
—Me alegra oír eso. —Jacob sonríe.
Algo nerviosa por su sonrisa, ella añade:
—Es… es solo que he tenido mucho curro y poco
tiempo libre. Pero sigo teniendo en mente esa tarde para
nosotros y nuestros helados.
Jacob está deseando quedar con ella, pero no quiere
atosigarla, así que asegura:
—Tranquila, no hay prisa, tenemos todo el tiempo del
mundo.
En ese instante Flavia, la madre de Valentín, se
acerca a ellos y les da unos posavasos. Clara le da las
gracias, regresa junto a Jacob a la mesa y se sientan de
nuevo con sus amigos.
Como siempre, les cuesta ponerse de acuerdo sobre
los entrantes, y finalmente, cuando lo logran, se los
piden a Valentín y este pasa la comanda a la cocina,
donde está su padre.
Mientras esperan, todos hablan y ríen, no les faltan
temas de conversación, y por suerte no tienen que
esperar mucho, pues la comida no tarda nada en llegar.
Acto seguido Valentín se sienta con ellos y, justo antes
de dar su primer bocado a la hamburguesa, comenta:
—No sabéis lo complicado que está siendo encontrar
un piso.
El resto, que también han empezado con sus platos,
lo miran.
—¿No dijisteis que teníais echado el ojo a un par de
pisos? —pregunta Clara.
Sebas asiente mientras termina de masticar una
patata frita.
—Sí —responde—, pero nos hemos quedado sin
ninguna de las dos opciones.
—¡No jodas! —exclama Didi.
Sebas afirma de nuevo.
—Uno de ellos porque, cuando llamamos para decir
que lo queríamos, la señora nos dijo que ya lo tenía
reservado a otra pareja.
—Qué chasco —murmura Kevin—. ¿Y qué pasó con
el otro piso?
Sebas y su chico se miran y luego el primero cuenta:
—Ayer fui a ver el piso con mi madre para decir que
nos lo quedábamos. Todo iba bien hasta que me
preguntó quiénes íbamos a vivir en él, y al decirle que
seríamos mi novio y yo, al señor le cambió la cara.
—¡Ya estamos! —susurra Didi sabiendo lo que viene.
Todos miran a sus amigos con atención y Sebas
finaliza:
—El hombre me dijo que no quería ese tipo de gente
en su piso. Que era un edificio de gente decente y que a
saber lo que íbamos a hacer allí.
En cuanto oye eso, Didi deja su sándwich vegetal en
su plato y, sin dar crédito, pregunta:
—¿Lo estás diciendo en serio?
Sebas asiente con pesar.
—Ese tío es gilipollas —musita Ángel.
—Muuuy gilipollas —afirma Kevin.
Rápidamente se abre un debate sobre lo ocurrido.
Todos comentan enfadados. No entienden cómo puede
haber aún gente tan retrógrada en el siglo XXI.
—Seguro que encontramos otro piso mejor. —
Valentín suspira mirando a su chico.
—De eso no te quepa duda —conviene Didi.
Sebas, que está tan decepcionado por el tema como
Valentín, asiente. Y Jacob, que conoce el carácter de su
amigo, interviene:
—Y con lo que tú eres ¿no le dijiste nada?
Sebas sonríe.
—Lo iba a hacer, pero no me dio tiempo. Mi madre
saltó como una leona y…, bueno, me la tuve que llevar
de allí casi a rastras. Era eso o fijo que acabábamos en
el calabozo.
—¡Ole tu madre! —aplaude Clara.
—No veas cómo se puso. —Sebas ríe al recordarlo.
—Normal, es que eso es denunciable. ¡Menudo
imbécil! —afirma Didi con tono serio.
Sebas mira a su amiga, sabe que tiene razón, pero si
algo tienen claro Valentín y él es que no quieren meterse
en movidas. Ellos solo desean encontrar un piso donde
vivir tranquilos y dejar vivir a los demás. Simplemente
eso.
—En resumen —resopla Valentín—, que tenemos
que seguir buscando.
Todos asienten. La realidad con la que a veces se
encuentran las parejas del colectivo es desesperante.
—Ya veréis como encontráis uno muchísimo mejor —
dice entonces Jacob para animar a sus amigos.
—¡Por supuesto! —Sebas sonríe convencido.
Durante unos minutos siguen charlando y el buen
humor vuelve a instalarse entre ellos. En un momento
dado Sebas saca el móvil de su bolso, que está colgado
en el respaldo de su silla, y comenta:
—Por cierto…, ¿habéis visto lo tremendamente bien
que le queda el pelo largo a Logan Lerman?
Les enseña su fondo de pantalla, en el que tiene una
foto del actor. Jacob se acerca para verlo bien.
—¿Un nuevo crush a la vista? —pregunta divertido.
Sebas y Valentín se ríen, pues lo de Sebas y sus
crushes es ya una tradición. Entonces Kevin afirma
echándose hacia atrás en la silla:
—Pues este crush me lo pido yo también.
Todos se carcajean y continúan bromeando. ¿Quién
no tiene un amor imposible?
—Por cierto, y hablando de crushes… —interviene
Didi dirigiéndose a Clara—, ¿les has contado ya lo del
italiano?
Ella mira a su amiga algo sorprendida. ¿Por qué ha
soltado eso? Sobre ese tema solo ha hablado con ella y
un poco por encima con su hermano y su tía.
Los demás la miran esperando una explicación, pero
Clara no sabe qué decir. Hoy no tenía intención de
hablar de ello. No tiene nada con Piero, solo se han
visto un par de veces. Sin embargo, al sentir la mirada
de Jacob, su incomodidad se acrecienta. Su amigo se
va a enterar de que ha quedado antes con Piero que
con él.
Coge aire y luego mira a Didi con ganas de matarla
por sacar el tema, mientras Sebas, que juguetea con el
tenedor en su comida, la anima:
—¡Vamos! ¡Cuenta, cuenta…!
Sus amigos siguen mirándola en silencio a la espera
de una explicación.
—¿Os acordáis de que Didi y yo fuimos unos días a
Italia el verano pasado? —empieza a decir finalmente
ella.
—¡Desde luego! —asegura Valentín.
—¿Y… recordáis que os hablamos de un chico que
conocí y que se vino con nosotras los últimos días del
viaje?
Sus amigos asienten de nuevo. Todos recuerdan lo
mucho que se quejó Didi de un chico que se les
acoplaba y nos las dejaba solas ni un momento.
—¡Quiero saberlo todo, todito, todo! —exclama
entonces Sebas.
Y, como no tiene más opción, Clara empieza a
relatarles cómo lo conocieron en Italia y termina
disfrutando al recordar las distintas anécdotas que
vivieron con él.
Didi, que se sabe perfectamente la historia porque
estuvo con ella y ese tipo no le cae bien, decide
desconectar y sacar su móvil de uno de los bolsillos de
su abrigo para echarle un ojo. En el momento en que lo
hace, la pantalla se ilumina y la morena sonríe
inconscientemente. Acaba de recibir un mensaje de
Marta.
Cuando iba de camino en el metro para ver a sus
amigos, Didi ha escuchado la canción que ella le había
enviado y le ha gustado mucho, así que ha decidido
recomendarle también una por su parte: The Chain, de
Fleetwood Mac.
Marta
¿Y si te digo que conozco esta canción?

Didi sonríe al leer el mensaje.


Didi
Me sorprenderías.

Mientras Clara sigue hablando, ve que Marta está


escribiendo y poco después lee:
Marta
Pues sí, la conozco gracias a Harry Styles,
jajaja. Hizo un cover en una emisora de
radio inglesa y luego la interpretó durante
todo el tour. Estuve en el concierto que dio
en Madrid en 2018 y la gente se vino arriba
cuando
la cantó, yo incluida.

Kevin, que está sentado junto a Didi, ve de reojo que


su amiga está con el móvil y sonríe al observar que se
mensajea con una tal Marta. ¿Quién será?
Sin embargo, decide no preguntarle nada y vuelve a
mirar a su hermana. No le extraña que Didi haya
desconectado de la conversación, pues debe de
saberse la historia de memoria igual que él. A Clara le
gustó mucho ese italiano y durante un tiempo no paró de
hablar de él.
Ajena a lo que Kevin piensa, Didi se apresura a
teclear en respuesta en su móvil:
Didi
Normal, es un temazo… Yo la conozco
porque Fleetwood Mac siempre ha sido el
grupo favorito de mi padre.

Marta, que está comiendo con su madre y su novio,


sonríe. Hablar con Didi le divierte y, sin querer romper
ese momento, indica:
Marta
Te paso el vídeo de YouTube para que veas
el cover que hizo, a mí me encanta.

Didi asiente y, tras observar que Clara la mira,


escribe:
Didi
Vale, luego lo miro, que sigo
con mis amigos.
Marta
¡Valeeee, pásalo bien!

Tras la conversación con Marta, Didi bloquea el móvil


con una tímida sonrisa en los labios y lo deja sobre la
mesa, a un lado, para que no moleste.
—Y…, bueno, pues ahora Piero está en Madrid —oye
que sigue contando Clara—. Llegó hace unos días.
—¡¿Qué me dices?! —exclama Sebas con la boca
llena.
La pelirroja asiente evitando mirar a Jacob, y Ángel
pregunta:
—¿Ha venido de vacaciones?
Clara niega con la cabeza.
—Ha terminado los estudios y se va a tomar un año
para él. Y ha decidido que su primera parada sea
Madrid.
—Es un caradura —señala Didi.
Al oírla, Clara mira a su amiga.
—Didi… —murmura.
—Pero ¿se va a quedar aquí todo el año? —pregunta
Valentín.
Tras observar a su amiga con seriedad, Clara
contesta a Valentín:
—No lo sabe. Prefiere dejarse llevar por lo que le
apetezca en el momento.
Didi se muerde la lengua evitando decir lo que pasa
por su cabeza.
—Pero vamos a lo importante, ¿tienes algo con el
italiano? —recalca Sebas.
Clara se ríe un poco incómoda por el modo en que
Jacob la mira.
—Sí y no —responde—. Me llamó la semana pasada
para avisarme de que estaba por aquí, y…, bueno, nos
hemos visto un par de veces, ya que con mis horarios sé
que no es fácil. Se podría decir que nos estamos
conociendo.
Nada más decir eso sus ojos coinciden con los de
Jacob y un sentimiento de culpabilidad inunda su mente.
Su amigo lleva desde la semana anterior esperando a
que ella le diga cuándo pueden verse, y ella va y le da
prioridad a Piero. Es una pésima amiga.
Incapaz de disimular su decepción, Jacob le sonríe y
aparta la mirada para dirigirla hacia Kevin, que dice algo
que Jacob oye pero no escucha, pues su mente está a
otra cosa. Ahora entiende que Clara no haya encontrado
un momento para verlo.
Mientras los demás hablan, él piensa. Se alegra por
ella. Se lo repite una y otra vez. Los buenos amigos se
alegran por la felicidad de sus amigos. No obstante, en
esta ocasión se alegra pero al mismo tiempo le duele.
Se reincorpora en su silla y, dice para cambiar de tema:
—¿Y tú qué tal en el curro, Didi? ¿Ha sido muy dura
la mañana?
Ella lo mira confundida, pues se ha percatado
perfectamente del cambio de tema que ha hecho Jacob.
Intuye cosas, pero no piensa decir nada al respecto. Y
menos ahora mismo delante de todos.
—La verdad es que hoy ha ido bien —contesta, y al
ver cómo la miran admite—: No ha sido un día tan malo,
y eso que he tenido que madrugar y todo.
—¿Quién eres tú y qué has hecho con nuestra
amiga? —bromea Valentín haciéndolos reír a todos.
—Hoy he coincidido con Marta —añade Didi.
—¿Quién es Marta? —pregunta Clara con curiosidad.
Didi sonríe.
—Una compañera nueva del súper —dice—. Por fin
puedo decir que he mantenido una conversación con
alguien del curro. Nos hemos pasado la mañana
charlando, y eso ha hecho que todo fuese más ameno.
—Reina, dame ahora mismo el número de esa tal
Marta porque voy a tener que darle las gracias —se
burla Sebas—. Esa chica ha conseguido que no estés
amargada, y eso es de agradecer.
—Y más si has madrugado. —Jacob ríe—. Todos
sabemos que no es nada fácil lidiar contigo por las
mañanas.
Sus amigos se desternillan. Es la primera vez que
Didi habla de su trabajo y no lo hace para quejarse.
—No sé para qué os digo nada, malas víboras —
replica ella con sarcasmo.
Los siete amigos siguen comiendo entre risas,
confidencias e historias. Por culpa de sus respectivos
horarios de trabajo, no siempre es fácil poder verse.
Pero ahora que están juntos, lo aprovechan todo lo que
pueden.
Nadie dijo que la vida adulta fuera fácil.
Capítulo 7

Es el último viernes de enero y los mellizos, Clara y


Kevin, han quedado en casa de tu tía y su novio Hunter
para comer. Cuando llegan al piso, llaman a la puerta y
les abre Hunter, quien los saluda con una bonita sonrisa.
—Welcome!
Ellos le devuelven el saludo sonriendo también y él
los recibe con un gran abrazo. Siempre ha sido muy
cariñoso con los mellizos. Los ha tratado con el mismo
amor y el mismo respeto que su tía Cecilia, y eso para
ellos es de agradecer.
Una vez que entran en la bonita y espaciosa casa,
atraviesan el pasillo y llegan al salón. Al entrar se
encuentran con su tía en el comedor, que está poniendo
la mesa. Nada más verlos deja lo que tiene en las
manos y se acerca a ellos.
—¡Hola, mis guapooos!
—¡Holaaaa! —saludan ellos al unísono a su tía.
A Cecilia se le dibuja una gran sonrisa en la cara.
Adora a sus sobrinos, sus niños. Qué diferente sería su
vida sin ellos.
Sonriendo, ambos se acercan a abrazarla.
Tras varios besos y abrazos, Kevin y Clara siguen
bromeando, y Hunter y Cecilia intercambian una mirada
satisfechos. La felicidad que los dos muchachitos les
aportan es comparable a la que siente cualquier padre o
madre cuando sus hijos los visitan. Y sin duda los
mellizos son como sus hijos.
Instantes después Kevin ve a los tres gatos de su tía
durmiendo en el gran rascador que tienen junto al sofá.
Recuerda el día que los adoptó, y, feliz, se acerca a
saludarlos.
—Uf…, qué bien huele, tía —comenta Clara.
—Gracias, mi vida —afirma la mujer complacida.
—Cecilia ha preparado su lasaña —dice Hunter.
Los mellizos sonríen felices, pues la lasaña de su tía
es la mejor que han probado, y ambos sienten que la
boca se les hace agua. Por ello, y ahora incluso con
más ganas de comer, Kevin propone:
—Pues venga, vamos a terminar de poner la mesa,
que eso huele demasiado bien como para seguir
esperando.
Entre risas, confidencias y varios viajes a la cocina,
terminan de prepararlo todo. Como siempre, la mesa
que su tía ha puesto para ellos es bonita y especial.
Antes de sentarse para disfrutar de la maravillosa
lasaña, Cecilia abre uno de los armarios de la cocina, en
el que guarda las copas, y pregunta:
—¿Quién va a querer vino tinto?
—Me! —responde Hunter.
—Yo también, tía —dice Clara.
Kevin entra en ese instante y Cecilia le pregunta:
—¿Tú quieres, cariño?
—No, prefiero una Coca-Cola.
Su tía asiente y saca las tres copas mientras Kevin
abre la nevera para coger su lata fría.
—¿Vamos a comer ya? —pregunta a continuación.
La mujer sonríe, le hace gracia su impaciencia por
comer.
—Sí, vamos. No hagamos esperar ni un minuto más
a la lasaña.
Una vez que se sientan, mientras Hunter abre la
botella de vino para llenar a continuación las copas,
Cecilia sirve la lasaña en los platos.
—Madre mía, qué buena pinta tiene —murmura
Clara.
—Totalmente —dice Hunter.
—Desde ya te digo que voy a repetir —afirma Kevin
contento.
Cecilia es muy feliz teniendo a sus chicos alrededor
de la mesa.
Comienzan a comer y Kevin, tras probar la lasaña,
exclama:
—¡Tía, esto está buenísimo…!
—This is really good! —añade Hunter.
—Gracias, chicos —contesta ella.
Clara, que los escucha divertida, da un trago a su
vino y luego comenta:
—Creo sinceramente que deberías hacer lasaña
como mínimo una vez a la semana. Y prepararnos unos
táperes para Kevin y para mí.
La mujer sonríe. Todos saben que la cocina no le
gusta mucho, de hecho, es algo que siempre intenta
evitar.
—Mucho pides tú —responde.
El comentario de Cecilia hace reír al resto. Sus
comidas siempre son así, divertidas y amenas. Jamás
les falta tema de conversación, lo que nunca sucedía
con los padres de los mellizos. Las últimas comidas con
ellos fueron tensas y en silencio. Nada que ver con las
que tienen con Cecilia y Hunter.
Una vez que han dejado la bandeja de la lasaña
vacía, llega la sobremesa.
—¿Quién quiere café? —pregunta Cecilia poniéndose
en pie.
Kevin va a levantarse también, pero ella le hace una
seña para que se quede donde está.
—Tía, voy a ayudarte —dice él.
Ella niega con la cabeza, sabe de la buena
disposición que tienen siempre sus sobrinos.
—Hunter me ayudará —explica.
—Pero, tía… —insiste Clara.
—Vosotros dos, tranquilos —la corta su tía—. ¿Cómo
queréis los cafés?
—Con leche, porfa —indica Clara.
—Yo también —se suma su hermano.
Cecilia coge la bandeja vacía de la lasaña y se la
lleva a la cocina. Hunter se pone entonces en pie,
recoge los cuatro platos y murmura:
—Como dice la boss, ¡tranquilos!
Y la pareja desaparece en la cocina; en ese momento
los hermanos se miran.
—Están hechos el uno para el otro —afirma Clara.
Kevin asiente feliz. Ver a su tía junto a Hunter, el
hombre que la complementa en todos los sentidos, es
maravilloso. Instantes después ambos vuelven a
aparecer con una bandeja con los cafés, el azúcar y la
leche, incluso pastelitos. La dejan sobre la mesa y,
cuando están tomando asiento, Kevin inquiere
sorprendido:
—¿Pastelitos también?
Cecilia asiente con la cabeza.
—¿Qué se celebra? —pregunta Clara.
Hunter y Cecilia intercambian una mirada cómplice y
sonríen.
—Que nos hemos comido una estupenda lasaña los
cuatro juntos —indica la mujer.
Divertidos por eso, todos ríen, y luego Cecilia
pregunta mientras se echa azúcar en su café:
—Kevin, ¿todo bien con Ángel?
El pelirrojo, que ha cogido una de las tazas,
responde:
—Tan bien como siempre, tía.
—Son la pareja ideal —asegura Clara.
Los dos hermanos se miran y Kevin, volviendo a
dirigirse a su tía, dice:
—Ángel y yo estamos bien. Respetamos nuestros
tiempos y nuestros espacios y todo funciona a la
perfección entre nosotros. Lo hablamos todo para que
nada se quede enquistado y, la verdad, ¡superbién!
Hunter y Cecilia sonríen. Kevin es un buen muchacho
que se merece ser feliz, y se alegran muchísimo de
verlo tan bien.
Clara, que se está echando azúcar en el café con
leche, imagina que ahora la pregunta irá para ella.
Realmente envidia cómo habla su hermano de Ángel.
Desde su punto de vista, tienen una relación muy bonita
y verdadera. Nada que ver con la que ella tiene con
Piero, al que apenas conoce.
Cecilia remueve su café mientras observa de reojo a
su sobrina. Sabe que ha empezado algo con ese italiano
del que le ha hablado en un par de ocasiones y, aunque
a ella la ve bastante entregada, por los comentarios que
hace, siente que no es recíproco. Por ello, y mientras
piensa en cómo preguntarle con delicadeza a ella por su
relación, es su novio el que suelta:
—And you, Clara? ¿Qué tal con el chico de Italia?
Según oye eso, Cecilia casi se atraganta. Ella
pensando cómo abordar con delicadeza aquella
pregunta, y va Hunter y la suelta sin anestesia.
Clara sonríe al ver su expresión, no le extraña que
Hunter sepa de la existencia de Piero, y responde sin
extenderse:
—Bien. Nos lo pasamos bien juntos.
—Perdona… —tercia Kevin de pronto y, dirigiéndose
a su tía, pregunta—: ¿Y ese anillo?
En cierto modo Clara agradece la interrupción de su
hermano. Le encantaría poder contar cosas bonitas de
Piero como su hermano las dice de Ángel, pero de
momento no es así.
—Es nuevo, ¿verdad? —quiere saber Clara fijándose
también en la joya que señala su hermano.
Cecilia mira con complicidad a Hunter y extiende el
brazo con coquetería para que sus sobrinos puedan
verlo. Se trata de un discreto anillo de preciosos y finos
brillantes.
—¿Y esoooooo? —repite Kevin al verlo más de
cerca.
Todos sonríen y, cuando Kevin se percata de que su
tía lleva el anillo en el dedo anular de la mano izquierda,
exclama poniéndose en pie de un salto:
—¡No me lo puedo creer!
Hunter y Cecilia asienten con una gran sonrisa.
—¿Va en serio? —Sus tíos vuelven a asentir y Kevin,
mirando a su hermana, grita—: Clara, ¡que se casan!
La joven se incorpora a su vez de un brinco.
—Pero ¡¿qué me diceeees?! —exclama—. Ahora
entiendo lo de los pastelitos.
Cecilia vuelve a afirmar con la cabeza y Clara,
emocionada, va a abrazarla mientras Kevin abraza a
Hunter.
—¡Enhorabuena, tía! —susurra ella.
Cecilia sonríe emocionada. Sabe que su niña está
encantada con la noticia, y murmura dándole un
cariñoso beso:
—Gracias, mi amor.
Según dice eso, Clara se lanza a felicitar a Hunter y
Kevin abraza a su tía con fuerza.
—Kevin, cariño, ¿estás llorando?
El pelirrojo cabecea, las buenas noticias como esa le
emocionan mucho. Y, limpiándose las lágrimas con la
manga de su jersey, responde con la voz entrecortada:
—Ay, tía, es que nunca creí que esto fuese a pasar. Y
me hace tan feliz…
Cecilia sonríe y lo abraza con cariño.
—Surprise! —exclama Hunter.
—¡Y tan sorpresa! —Clara ríe.
Durante unos minutos los cuatro permanecen de pie
hablando, riendo, contando, hasta que Clara indica
sentándose de nuevo en la silla:
—A ver, que tengo muchas preguntas y muy pocas
respuestas, y yo quiero saber.
Los demás la imitan y toman asiento, y entonces
Kevin suelta:
—Pero ¿tú no decías que, después de divorciarte del
tío Julián, no volverías a casarte nunca más?
Cecilia dice que sí, pues es cierto que lo decía. Se
divorció de Julián, el hermano de su padre, cuando los
mellizos tenían trece años. En aquel momento pensó
que nunca más volvería a enamorarse ni volvería a
casarse. Pero cuando Hunter apareció en su vida, todo
cambió.
—Mira, cariño, cuando me divorcié la vida era oscura
y gris. Y, sinceramente, en lo último que pensaba era en
volver a encontrar una pareja. Pero cuando conocí a
Hunter todo resultó distinto —explica con cariño.
—Me costó enamorarla —murmura el aludido.
—Es dura de roer —matiza Kevin.
Los demás sueltan una carcajada y luego Cecilia
añade:
—Hunter me hizo volver a reír como antes y me
demostró que no todos los hombres son iguales.
—Afortunadamente —tercia Clara pensando en su tío
Julián.
—Con Hunter he vuelto a ser yo —prosigue Cecilia—.
Él me hace feliz y sé que yo lo hago feliz a él y…,
bueno, visto lo visto, lo único que pude hacer fue
tragarme mis propias palabras y decirle «Sí, quiero»
cuando me lo pidió.
El neozelandés sonríe mirando a los mellizos.
—From the first day tenía claro que quería casarme
con ella —declara—. Y ahora, dentro de pocos meses,
por fin podré decir… «She is my wife!».
Clara se emociona al oírlo. Cuánto le gustaría a ella
encontrar un amor como el suyo.
—No solo voy a casarme con mi novio, sino también
con mi mejor amigo —añade entonces su tía abrazando
a Hunter—. ¡¿Qué más puedo pedir?!
La pareja se da un rápido beso en los labios mientras
Kevin y Clara los observan con ternura.
—Jo, qué bonito… —susurra la joven.
Kevin se aclara la voz, puesto que no quiere seguir
llorando, y después pide:
—Hunter, por favor…, necesito que me cuentes cómo
se lo pediste.
—Okay.
Cecilia lo mira divertida mientras se toma su café.
—So…, yo quería hacer something romantic —dice
en su perfecto spanglish—, pero fue un desastre. —
Cecilia asiente al recordarlo—. El año que viene
cumplimos diez años juntos, pero quería pillarla…
unprepared.
—Y tan desprevenida que me pilló. —La mujer se ríe.
Kevin y Clara lo escuchan atentamente.
—Me levanté the other day, el día de nuestro
aniversario, y pensé que era el día. Cecilia se quedó
durmiendo en la cama y yo fui a hacer el desayuno —
explica Hunter—. Puse dos tazas de coffee y, como a
ella le gusta tanto esa bebida, me pareció buena idea
poner el anillo inside.
—¿Dentro de la taza? —inquiere Kevin.
—Yes! —afirma Hunter.
Los hermanos se miran y, con gesto cómico, Clara
vuelve a preguntar:
—Pero ¿dentro de la taza con café? ¿A quién se le
ocurre?
—Solo a él —responde su tía de buen humor.
Hunter las mira y alza los hombros.
—Yo creí que era una good idea —se excusa—, pero
luego pensé que era dangerous, porque podía tragarse
el anillo y pasar nuestro aniversario in the hospital. So…,
cogí la taza y metí los dedos para sacarlo.
—Y en ese momento entro yo en el salón medio
dormida —continúa explicando Cecilia—, y de repente
veo que él se vuelve y me mira con los dedos metidos
en una taza rebosante de café mientras esta goteaba en
el suelo…
—¡¿Qué?! —Los mellizos se carcajean.
Cecilia asiente.
—Yo, la verdad…, no entendía nada.
Los chicos miran entonces a Hunter, que murmura
tapándose los ojos:
—Me pilló con las manos en la masa.
—Oye, ¡mira qué español te ha salido eso! —Kevin
ríe al oírlo.
De nuevo, todos sueltan una carcajada.
—Total, que se vuelve y se me queda mirando como
si hubiese visto un fantasma —continúa Cecilia.
—Pobrecillo —susurra Clara.
—Me acerqué a él preocupada porque pensaba que
le había pasado algo…
—¿Y qué ocurrió? —pregunta Kevin acelerado.
Cecilia y Hunter se miran, se ríen, y luego el
neozelandés dice:
—Me arrodillé, saqué finalmente el anillo del coffee y
le pregunté: «Cecilia, will you marry me?».
Al oír eso Kevin y Clara se miran embelesados y
sueltan al unísono:
—Ohhhhh, ¡qué bonitooo!
Cecilia y Hunter ríen, y Clara añade:
—Parece sacado de una novela romántica.
—¡O de una peli! —afirma Kevin.
A Cecilia le hace gracia ver las caras de sus sobrinos.
Se nota que están emocionados y felices con la noticia.
Sabía que les iba a gustar, pero no imaginaba que tanto.
—Sin duda, hiciste una pedida muy romántica y
original —le comenta Kevin a Hunter.
—Yes!
—Deberías haberlo visto ahí arrodillado, con una taza
en una mano y un anillo goteando café en la otra —
señala Cecilia muerta de la risa.
Todos ríen. Sin duda es un momento precioso que
siempre recordarán.
—At least it was funny! —dice Hunter.
—Sí, cariño —afirma Cecilia—. Fue precioso y
divertido, y te aseguro que lo voy a recordar toda la vida.
Los mellizos los miran con cariño. Para ellos son una
pareja modélica.
—¿Puedo contar con vosotros para algunos detalles
de la ceremonia? —les pregunta entonces su tía.
Ambos asienten sin dudarlo ni un momento.
—¿Cuándo será? —quiere saber Clara.
—Aún no lo tenemos decidido, pero en cuanto lo
decidamos seréis los primeros en saberlo —dice su tía
—. Queremos que sea en fin de semana y tenemos
claro que vamos a hacer dos celebraciones.
—¿Dos? —inquiere Clara.
Cecilia asiente y Kevin pregunta sorprendido:
—¿Has pasado de no querer volver a casarte a
querer hacerlo y celebrarlo dos veces?
Todos ríen. Visto así parece una locura, pero Hunter
les explica el porqué:
—Nos casaremos aquí y luego otra vez en New
Zealand.
Cecilia sonríe complacida. Ni ella misma imaginaba
que esto podría llegar a pasar algún día.
—Aquí nos casaremos por el juzgado y haremos una
gran fiesta con nuestros amigos. Después lo
celebraremos en Nueva Zelanda con la familia de
Hunter, y ya de ahí nos iremos directamente al viaje de
novios.
—Madre mía, lo tenéis más que organizado —
comenta Clara.
A Kevin le alegra oír hablar a Cecilia de la boda y ver
que está tan ilusionada. A excepción de Clara y él, no
tiene más familia, pues era hija única y sus padres
murieron hace años. Pero sin duda él y su hermana
harán todo lo posible porque sea un gran día para su tía.
—¿En qué podemos ayudar? —se apresura a
preguntar.
—Ya os iré diciendo —responde su tía gesticulando
con las manos—. Pero básicamente lo que quiero es
que ese día vosotros lo disfrutéis tanto como yo.
—Maybe they could be our groomsman and
bridesmaid? —propone Hunter.
Los pelirrojos miran a su tía, que sabe que Hunter ha
dicho que Kevin y ella podrían ser el padrino y la dama
de honor.
—Cariño, en el juzgado no hay padrinos ni madrinas
como tal —le explica Cecilia—, pero sí cuento con que
sean nuestros testigos.
Ellos se apresuran a asentir.
—¡Sí, claro!
Y luego se miran felices. Sin duda, que su tía y
Hunter se casen será el acontecimiento del año para
ellos.
—Por cierto, se lo podéis decir a vuestros amigos,
están todos invitados. —Los mellizos se alegran mucho
al oír eso, y luego Cecilia añade—: Ya os pediré sus
direcciones cuando llegue el momento para mandarles
las invitaciones.
Kevin y Clara asienten con una gran sonrisa.
—¡Será una gran boda!
Más tarde, tras salir de casa de Cecilia, Kevin y Clara no
son capaces de esperar para contarles a sus amigos
una noticia de ese calibre. Entran juntos en el grupo de
WhatsApp y Kevin escribe:

Kevin
Reunión de emergencia mañana.

Como era de esperar, dicho mensaje llama la


atención de todos, que no tardan en responder y, tras
intercambiar varios mensajes y ver que es imposible
quedar para cenar al día siguiente, lo aplazan hasta el
sábado por la noche, así aprovecharán el sábado noche
para verse y divertirse.
Capítulo 8

Por fin es sábado. La primera en llegar al Lendia es


Clara. Tras ella aparece Sebas, que al verla se apoya en
una silla y pregunta:
—¿Qué pasa?
—¡Notición! —exclama la joven.
Valentín se acerca también y los saluda; en ese
momento llega Kevin, y Sebas insiste:
—¿De verdad no me vais a dar ni una pista?
Los mellizos se miran y sonríen.
—Hasta que estemos todos no vamos a decir nada —
lo avisa Clara.
—¿Os ha tocado la lotería? —pregunta Valentín
sonriendo.
—¡Mejor! —afirma Kevin mientras observa cómo
entra su chico.
Ángel se les aproxima y, tras darle un beso en los
labios a Kevin, Sebas le pregunta:
—¿Tú sabes qué pasa?
Ángel niega con la cabeza. Kevin tampoco le ha
querido contar nada.
—No. Pero con ver la cara de estos dos, sé que es
algo bueno —responde.
Llega Jacob y, como siempre, entra con su preciosa
sonrisa. Tras saludarlos a todos, mira su móvil. Espera
un mensaje y, al verlo, se aparta del grupo y contesta.
Clara lo observa. Lo ve sonreír, pero, sin querer pensar
en ello, vuelve a hablar con los demás.
Durante un buen rato charlan y ríen imaginando qué
es lo que puede pasar. Falta Didi. Ella es la que sale
más tarde de trabajar y hay que esperarla.
—Venga, me mojo —apuesta Valentín—. Yo creo que
la noticia es que Cecilia se jubila y la empresa pasa a
ser de Kevin y de Clara.
Los mellizos se miran y se echan a reír.
—Pero ¿cuántos años te crees que tiene nuestra tía?
—pregunta Kevin.
Valentín alza los hombros en señal de que no tiene ni
idea. Era solo una apuesta.
—Como se entere Cecilia de que has dicho eso, no
tienes Madrid para correr —asegura Ángel riendo.
Todos sueltan una carcajada.
—Yo creo que Kevin le va a pedir matrimonio a Ángel
—sugiere Jacob.
Ese comentario hace que los aludidos se miren.
Ángel levanta entonces las cejas y Kevin se queda sin
saber qué decir. Clara no puede contener la risa al ver el
gesto de su hermano.
—¿Aquí, delante de todos y en un bar? —dice Sebas
ofendido.
—¡Vete tú a saber! —repone Jacob.
Kevin se encoge de hombros y murmura:
—Qué pedida tan poco romántica…, en un bar y
rodeado de desconocidos.
—Eso no puede ser —asegura Sebas—. Kevin es
demasiado romántico.
De nuevo vuelven a reír. Las bromas siguen y siguen
durante un buen rato.
—A mí me da que no son realmente pelirrojos —dice
Sebas al cabo.
Eso hace que todos se vuelvan hacia él y este añade
divertido:
—Aquí cada uno es libre de decir lo que quiera.
Kevin mira entonces a su chico, pues es el único de
los presentes que queda por hacer una apuesta. Y,
mientras Ángel lo piensa, Didi entra en el
establecimiento y se les acerca.
—Espero que, sea lo que sea, no lo hayáis contado
ya, o juro que me voy a enfadar —dice llegando hasta
ellos.
—Te estábamos esperando —afirma Clara sonriendo.
Didi asiente, le alegra oír eso.
—Yo creo que nos han reunido a todos porque Clara
quiere presentarnos a Piero —suelta Ángel.
Didi oye a su amigo, lo mira confundida y,
colocándose a un lado, murmura:
—¿Cómo?
Al ver su expresión, Clara suelta una carcajada.
Rápidamente Kevin se lo explica:
—Tranquila, solo están haciendo apuestas acerca de
qué es lo que os vamos a contar. Ahora te toca a ti.
Didi asiente. Por suerte, lo que ha dicho Ángel era
una broma. Lo piensa durante unos segundos, pero lo
cierto es que no tiene ni idea. Es más, conociendo a
Kevin y a Clara, podría ser prácticamente cualquier
cosa. Aun así se quita el abrigo, lo deja entre sus
amigos y al final dice:
—Me tiro a la piscina… Creo que Clara se ha dado
cuenta de lo poco que valen los hombres heteros —y,
dirigiéndose a Jacob, aclara—: Excluyéndoos a ti, a mi
padre y a pocos más… —Vuelve a mirar a su amiga y
termina diciendo—: Y ha tomado la inteligente decisión
de cambiarse de acera.
Al oírla, Clara suelta entre risas:
—Siento decirte que vas muy desencaminada.
Todos ríen a carcajadas y luego Sebas le pregunta a
la recién llegada:
—¿No te das cuenta de que no todas las chicas que
conoces pueden ser lesbianas?
—Porque no saben lo que se pierden —responde Didi
alzando las cejas.
De nuevo más risas. Y Jacob, que está impaciente
por saber qué pasa, apremia:
—Bueno, venga, ahora sí que estamos todos.
Sacadnos de dudas, por favor.
Clara y Kevin intercambian una mirada, están
deseando contárselo, y tomando aire dicen a la vez:
—¡¡Nos vamos de boda!!
Las caras de todos son un poema. No entienden
nada.
—Si me dices que vas a casarte con el caradura del
italiano, ¡juro que te mato! —murmura Didi dirigiéndose
a su amiga.
Acto seguido todos miran a Clara boquiabiertos, y
esta, viendo cómo Jacob la mira, se apresura a
responder:
—Pero, Didi, ¿qué dices?
—Dime que no —insiste su amiga casi sin
respiración.
—Pues claro que no —asegura Clara.
Según dice eso, la joven nota que todos sueltan un
suspiro de alivio. ¿En serio podían creer algo tan
descabellado?
Todos sonríen, pero aún les falta información, así que
Valentín pregunta:
—Pero ¿quién se casa?
Sebas y Jacob miran a Ángel, aunque rápidamente lo
descartan: si fuese su boda, serían Kevin y él quienes la
anunciaran. Mientras tanto Didi observa a Clara
buscando una respuesta, hasta que esta dice:
—¡Cecilia y Hunter se casan!
Ahora sí tienen toda la información que necesitaban,
y Didi exclama encantada:
—¡¿Qué dices?!
—¡Que nuestra tía se casa! —insiste Kevin
complacido.
—¡Vaya noticióóóón! —suelta Jacob.
La idea los sorprende. Conocen a Cecilia y sabían
que eso no entraba en sus planes.
—Pero ¿no decía que no volvería a casarse en su
vida? —pregunta Sebas, que aún está confundido.
Clara asiente. Ella también pensaba lo mismo.
—Lo decía hasta que llegó Hunter, la persona ideal, y
el amor entró en su vida.
—Ohhhh, qué romántico —susurra Valentín
conmovido.
—Nos lo contaron ayer —dice Kevin—. Están felices
y enamorados, y que sepáis que todos vosotros también
estáis invitados.
Todos se alegran mucho al oír eso. Saben que Cecilia
siempre los ha tratado como si fueran de su propia
familia.
—¿Y cuándo es la boda? —quiere saber Jacob.
—No lo saben aún —indica Kevin.
En ese instante el móvil de Jacob vibra, ha recibido
un mensaje, y Clara lo observa. Didi se ha dado cuenta
de la escena y, apoyando la mano en el hombro de
Jacob, pregunta:
—¿Podremos ir acompañados?
—Por supuesto —se apresura a responder Kevin.
Según dice eso, los demás los miran. Jacob aparta la
vista de su móvil y luego afirma con gracia:
—Es bueno saberlo.
Todos empiezan a hablar entonces entre ellos, y
Clara, mirando a su amiga, susurra:
—Tía, ¿a qué ha venido eso?
Didi sabe a lo que se refiere y, al ver que Jacob sigue
tecleando en su móvil, contesta:
—Simple curiosidad.
—Pensaba que Jacob y tú iríais juntos a la boda —
comenta la pelirroja.
Ambas se miran y Didi sonríe, pues nota cierto interés
en su amiga.
—¿Porque somos los dos únicos solteros del grupo?
No tiene por qué, reina… A lo mejor cuando llegue el día
de la boda Jacob prefiere ir acompañado de alguna otra
persona —murmura señalando a su amigo, que continúa
con el móvil—, o incluso yo me he enamorado y quiero ir
con mi pareja —y riendo añade—: Aunque veo mucho
más factible lo primero que lo segundo.
Clara sonríe e intenta disimular la mezcla de
sentimientos que nota en su interior. Didi la observa con
atención. Tal y como esperaba, a la pelirroja le ha
descolocado la posibilidad de que su amigo pueda ir con
otra persona a la boda. ¿Es que acaso le molesta la
idea?
Instantes después Jacob, que ya se ha guardado el
móvil, señala mirando a Kevin:
—En cuanto sepáis la fecha, decidlo para poder
reservarnos ese día.
—Aún no tienen fecha ni nada decidido —responde él
—. Pero, conociendo a mi tía, puede que sea antes de
que acabe el año.
Jacob asiente y, de nuevo, vuelven a hablar del
evento, hasta que Sebas exclama:
—Madre mía, qué presión. A ver qué nos ponemos,
porque, claro, si hablamos de final de año será una boda
en invierno…
Valentín, que conoce a su chico y sabe cuánto se
preocupa por su outfit, le pone las manos sobre los
hombros e indica:
—Vamos a ver, cariño, no empieces…, que nos
conocemos y eres capaz de llevarme el lunes de
compras para una boda que aún no tiene fecha.
—Además —indica Ángel—, conociendo a Cecilia,
seguro que pone un dress code de esos que tanto le
gustan.
A lo largo de los años han ido a varias fiestas
organizadas por ella, y en cada una ha puesto un dress
code distinto que no dejaba indiferente a nadie, algo que
hace que sus celebraciones sean siempre divertidas,
extravagantes y únicas.
—Bueno, ¿y cómo fue? ¿Se lo pidió Hunter o lo hizo
Cecilia? —quiere saber Jacob.
Kevin se dispone a contarlo, pero Didi lo para:
—¡Espera!
—¿Qué pasa? —inquiere Jacob.
Didi se levanta entonces de la mesa.
—Dejadme que me pida una copa y nos lo cuenta
tranquilamente.
—Voy contigo y así me pido otra —dice el pelirrojo
poniéndose también en pie.
Minutos más tarde vuelven con el resto del grupo y
los mellizos les cuentan emocionados todo lo que les
narraron su tía y Hunter. Una pedida de matrimonio así
de bonita y desastrosa hay que contarla bien, si no,
¿para qué?
Capítulo 9

Sobre las doce de la noche deciden ir a divertirse a una


discoteca que está cerca. El volumen de la música los
desconcierta, pero a pesar de eso los siete van directos
a la pista cuando reconocen el tema que está sonando:
Todo de ti, de Rauw Alejandro.
—¿No decías que a ti la música de ahora no te
gustaba? —le pregunta Clara a Didi cuando la canción
termina.
Ella asiente, ese estilo no es su favorito, pero
responde:
—Como todo en la vida, hay temas que se salvan,
aunque de la letra a veces es mejor no hablar, y hay
ritmos con los que es imposible no moverte, como el de
esta canción.
En ese instante empieza a sonar Música ligera de
Ana Mena y a Didi le entra la risa. Esa sí que la conoce
bien. ¡A Marta le encanta! Y, mirando a su amiga, dice:
—O esta canción.
La pelirroja observa a su amiga sorprendida. ¿Desde
cuándo le gusta esa clase de música?
—¿La conoces? —pregunta extrañada.
Didi afirma con la cabeza. Desde que Marta le habló
de ella y de esa cantante, ha estado investigando.
—Claro —afirma—. ¿Tú te crees que vivo en una
cueva?
Ambas se ríen y finalmente, olvidándose de todo, se
dejan llevar por la música y disfrutan bailando. Tras
varias canciones comienza a sonar Vivir mi vida, de
Marc Anthony, y ahora sí que Didi decide echarse a un
lado. Necesita tomar algo de aire.
Cuando lo hace, y ve a sus amigos bailando
divertidos en la pista, aprovecha para sacar su móvil y
teclear:
Didi
Que sepas que estoy de fiesta
y acaba de sonar Música ligera.

Cuando va a guardar de nuevo el teléfono ve que


Marta está en línea y, tras unos segundos, lee:
Marta
Y te has acordado de mí…
Qué bonitooo, jajajaja.

Kevin, que está muerto de sed, decide apartarse del


grupo y se acerca a Didi, que al notar su presencia se
guarda rápidamente el móvil.
—¿Qué pasa? —le pregunta él al verlo.
—Nada —responde ella con cara de circunstancias.
Kevin sonríe.
—¿Pedimos algo de beber? —sugiere.
—¡Sí, claro! —contesta la chica, que sigue
desconcertada por el último mensaje de Marta.
Ambos piden algo para refrescarse en la barra, están
muertos de calor. Una vez que les sirve el camarero, sin
hablar, Kevin y Didi miran a sus amigos y sonríen al ver
que Clara y Ángel intentan bailar juntos, aunque son un
desastre.
La noche avanza y el grupo de chicos baila, ríe,
descansa, y en un momento dado, cuando Jacob
regresa de la barra de pedir otra copa, pregunta:
—¿Dónde está Didi?
—Tanteando el terreno —bromea Ángel.
Kevin, divertido, le da un empujón a su chico, y
Valentín indica:
—Hace rato que se ha ido al baño.
Jacob mira a su alrededor buscándola. La localiza al
fondo, apoyada en la pared mientras habla con otra
chica. Sonríe. Didi y sus ligues… Ya se imagina cómo
acabará eso. Es rara la vez que salen y Didi no triunfa.
—¡Es mona! —comenta Sebas mirándola.
Jacob asiente. El gusto de Didi por las mujeres
siempre ha sido excepcional, y cuando va a responder,
Sebas se apoya en su chico y señala:
—Hacía demasiado tiempo que no salíamos todos
juntos, deberíamos hacerlo más a menudo.
—Y tanto —tercia Valentín.
Los amigos sonríen.
—Sebas tiene razón, no podemos dejar que pase
tanto tiempo para salir todos juntos —dice Jacob.
—Completamente de acuerdo —afirma Kevin—. Pero
es que con las vidas que llevamos y los trabajos a veces
todo se complica.
—Y tanto —repite Valentín.
El grupo no puede evitar asentir.
—Siento ser un aguafiestas, pero tengo que irme —
dice de pronto Ángel tras dar un último trago a su copa.
Los demás lo miran, pues justamente estaban
hablando de verse más.
—¿Por qué te vas tan pronto? —inquiere Sebas.
Ángel suspira y se encoge de hombros.
—Porque les prometí a mis sobrinos que mañana
pasaría el día con ellos.
—Y cuando promete algo a sus sobrinos —apostilla
Kevin—, ¡es inamovible!
Todos sonríen. Kevin mira a su novio, le encanta lo
familiar que es.
—Me voy contigo —dice.
Acto seguido la pareja se despide del resto y quedan
en verse otro día. Después recogen sus abrigos del
guardarropa de la discoteca y salen del local.
Jacob va a la barra a pedir otra copa. Ha intentado
acercarse a Clara, pero esta parece rehuirlo. ¿Qué será
lo que le pasa con él? Tras permanecer un rato
observando cómo se divierte la gente, regresa con el
grupo y sus ojos coinciden con los de Didi. Va andando
hacia la salida con la chica con la que lleva tonteando
toda la noche, y Jacob se ríe cuando esta alza el brazo
a modo de despedida. Él le guiña el ojo y ella le
responde con una sonrisa.
—Acabamos de perder a Didi —avisa acercándose a
sus amigos.
Los otros tres miran hacia donde él señala. Didi va de
la mano de la chica de pelo corto, y Valentín cuchichea
divertido:
—Como siempre.
Ninguno dice más. Todos saben lo mucho que su
amiga triunfa cuando sale de fiesta.
De pronto Clara saca su móvil para comprobar la
hora y ve que son las tres y veinte de la madrugada.
—Joder, ya me ha dejado colgada —se queja.
De nuevo todos ríen, y Valentín afirma:
—Didi es Didi, ¿o es que no la conoces?
Clara asiente con la cabeza, todos la conocen bien,
eso no es ninguna novedad.
—Quizá sea hora de que comencemos a retirarnos —
sugiere.
Al oírla Jacob toma aire y se acerca a ella.
—No te preocupes —dice—, yo te acompaño a casa
cuando nos vayamos.
Clara lo mira sorprendida. Por lo serio que ha estado
toda la noche con ella, pensaba que estaba enfadado.
—¿Seguro? —le pregunta.
—Por supuesto —afirma él con una sonrisa.
No pasa ni medio minuto cuando Sebas, al que le
encanta bailar, vuelve a arrastrarlos a todos a la pista.
Los cuatro disfrutan entre risas y movimientos absurdos
bailando la canción que suena hasta que empieza Baila
conmigo de Selena Gomez y Rauw Alejandro, y Sebas,
encantado, coge a su chico de la cintura para bailar con
él.
Clara y Jacob se dan cuenta de la situación. En este
punto de la noche ya solo quedan ellos dos. La chica lo
mira y él, con una sonrisa, extiende el brazo mientras
dice:
—¿Me concedes este baile?
En su cara se dibuja una sonrisa, lo que le hace
saber que todo está bien. Así pues, extiende ella
también el brazo y le da la mano sin dudarlo. En
silencio, bailan la canción mientras sus cuerpos se rozan
sumidos cada uno en sus propios pensamientos.
Inevitablemente Clara se acuerda de la primera vez
que Jacob le hizo esa misma pregunta: fue en la primera
fiesta organizada por su tía a la que todos asistieron.
Recuerda a la perfección cómo un escalofrío le recorrió
todo el cuerpo poniéndole la carne de gallina. En ese
instante supo que algo le pasaba con Jacob, que quizá
podía llegar a ser algo más que un amigo. Pero ella no
se lo permitió. Era el primer amigo que tenía tras su
relación con Vicent, su exnovio, y quiso anteponer su
amistad con él a dejarse llevar por el escalofrío que
había sentido y que existiese la posibilidad de que todo
se fuese a la mierda.
Por su parte, y aunque disfruta del momento, algo se
revoluciona dentro de Jacob. Han sido muchos días y
muchas noches en los que ha pensado en Clara. Irse a
Australia fue una forma de huir de lo que sentía, y allí
consiguió disiparlo un poco. Pero fue regresar a Madrid
y todo volvió a él. Y, muy a su pesar, sigue sin ver que
Clara sienta por él lo que él puede sentir por ella. Y
menos ahora que tiene al italiano.
Sumidos en sus pensamientos, continúan bailando
sin darse cuenta de un detalle, y es que hay unos ojos
que no los han perdido de vista durante gran parte de la
noche. Piero está allí, en la discoteca. Ha salido con sus
amigos de fiesta, pero ellos están en un reservado, de
ahí que Clara no lo haya visto.
El italiano los observa mientras bailan. ¿Quién es ese
chico con el que está Clara? Sin quitarles ojo, los mira
con atención y ve cómo se miran, se hablan y finalmente
ríen con complicidad. ¿De qué se reirán?
Percibe la confianza que hay entre ellos y eso no le
gusta. Desde que se ha percatado de que ella estaba en
la disco, ha estado observándola desde la distancia,
pero ya se ha cansado. No soporta verla bailar con
nadie más. Así pues, sale del reservado ante la atenta
mirada de otras chicas que le sonríen, baja una pequeña
escalera y va directo hacia la pista, donde está la
pelirroja.
—Ciao, Clara —dice colocándose a su espalda.
Nada más oír su voz, la chica se separa rápidamente
de Jacob y se vuelve, sorprendida de ver a Piero ahí.
¿Cuándo ha llegado? Y el italiano, deseando marcar
terreno, evita mirar a Jacob, se inclina sobre ella y,
posando las manos sobre sus caderas, la acerca a él y
la besa.
Jacob, que no se ha movido de donde estaba,
observa la escena. Desde su punto de vista es un beso
un poco teatral y exagerado, pero sonríe, niega con la
cabeza y se calla, aunque enseguida cae en la cuenta
de que se trata del misterioso italiano del que hablaban
y que a Didi le cae tan mal.
Desconcertada por ese saludo tan efusivo, Clara
pregunta cuando consigue separarse de él:
—¿Piero? ¿Qué haces aquí?
—He salido de fiesta con mis amici. E tu?
—¡Yo también!
Durante unos segundos ambos se miran.
—¡Qué coincidencia que hayamos ido al mismo local!
—Ella sonríe como puede.
—Una grande coincidenza —conviene Piero mirando
a Jacob.
Clara lo mira también, después mira a Piero y, al ver
que ambos la observan a ella, pone una mano sobre el
hombro de su amigo y dice:
—Piero, te presento a mi amigo Jacob.
El italiano lo contempla de arriba abajo de una
manera que hace que Jacob frunza el ceño. Pero ¿ese
tío de qué va? Al percatarse de ello, Clara busca
rápidamente a Sebas y a Valentín con la vista y, al no
verlos, dice algo apurada:
—Y a ti, Jacob, te digo lo mismo: te presento a Piero.
Ninguno se mueve, solo se miran, hasta que Jacob,
al ver cómo Clara lo observa, cabecea ligeramente a
modo de saludo.
—Ti stai divertendo? —le pregunta el italiano a la
joven.
Clara asiente, no va a mentir, y luego afirma
sonriendo:
—Sí. Hacía tiempo que no salíamos todos los amigos
juntos y nos hemos reído mucho.
—Sí. Ya he visto cómo te reías —replica Piero en
tono seco.
Jacob niega con la cabeza y vuelve a sonreír. De
momento el italiano le parece un engreído.
—¿Tú lo estás pasando bien? ¿Estás con Tiziano y el
resto? —dice Clara intentando aparentar normalidad.
—Sí, con Tiziano y unos amigos suyos —contesta él
—. Pero está claro que no mi sto divertendo tanto como
tú.
Ese comentario hace que la pelirroja se agobie. Pero
¿qué le pasa?
Jacob, incómodo al darse cuenta de que aquella es
una conversación privada, decide dar un par de pasos
hacia atrás para dejarles intimidad. Si es que ahí, en
medio de la pista de baile, se puede tener algún tipo de
intimidad…
Clara, que ha visto el movimiento de su amigo con el
rabillo del ojo, en cierto modo se lo agradece, y,
centrándose en el italiano, pregunta:
—¿Qué dices, Piero?
—Lo que has oído, Clara —y viendo su cara añade—:
Llevo tutta la notte observándote con tus amigos.
Sin dar crédito, ella pregunta:
—¿Y por qué no me has dicho nada? Te los habría
presentado.
Él levanta entonces la barbilla y murmura en tono
ofendido:
—Perchè ho visto que con ellos ya te lo estabas
pasando muy bien.
Clara lo mira boquiabierta. ¿A qué viene este
numerito? Pero, sin conseguir descifrar su mirada,
pregunta molesta:
—¿Tú no te lo pasas bien con tus amigos o qué?
El italiano asiente, se toca el cabello y se lo peina.
—Claro que me lo paso bien, pero non ballo con ellos
—dice, y añade con desdén—: Especialmente non ballo
con mis amigas.
Ese comentario está de más y molesta a Clara, que
no tarda en responder cruzándose de brazos:
—Perdona, ¿estás tratando de insinuar algo?
Piero no contesta, solo la mira.
—Oye, Piero…, yo puedo bailar perfectamente con
mis amigos, con mis amigas y contigo, y sé diferenciar
unas cosas de las otras. Si tú no sabes hacerlo, es
asunto tuyo. ¿Lo entiendes?
Él mira a su alrededor y respira hondo. La discoteca
está llena, es tarde y no le apetece discutir, por lo que,
entrelazando las manos de ella con las suyas, murmura
en tono mimoso:
—Vale. Perdón, bellissima, he bebido demasiado…
Olvida lo que he dicho, solo quiero pasarlo bien contigo.
Clara está molesta. No le ha gustado el tono con el
que le ha hablado, pero él la mira y le sonríe. Lo hace de
esa manera con la que sabe que ella no puede
resistirse, y cuando ve que comienza a sonreír, se
acerca a su cuello y susurra:
—Amore, me vuelves loco.
La sonrisa de Clara se ensancha. Sin duda la tontería
que acaba de decirle le encanta. Y Piero, tras besarla,
propone en un tono que le pone la carne de gallina:
—¿Te vienes al reservado? Seguro que Tiziano e
Fabiana se alegran di vederti.
Ella duda. Le apetece ir con él, pero está con sus
amigos.
Ve a Sebas y a Valentín bailar, siguen divirtiéndose;
tras volverse, ve a Jacob más allá y, sin soltar la mano
de Piero, echa a andar con él en su dirección.
Jacob ve que se acercan y eso le molesta. El tono de
voz que el italiano ha empleado para hablar con ella le
demuestra que es un caradura, tal y como dijo Didi. Sin
proponérselo, se ha enterado de su conversación, pero
lo que tiene claro es que no le va a decir nada a Clara.
Que ella decida con quién quiere terminar la noche.
—¿Hasta qué hora te vas a quedar? —le pregunta
ella una vez que está frente a él.
Jacob se encoge de hombros. No sabe ni qué hora
es. Pero, entendiendo que ahora es un estorbo para
Clara, dice:
—Me voy a ir ya, estoy cansado.
Ella asiente. Sabe que lo que va a hacer es muy feo,
y más cuando Jacob iba a acompañarla a su casa.
—¿Te importa si me quedo con Piero? —pregunta a
continuación.
Sí, sí que le importa, pero, evitando decir lo que
piensa, el joven sonríe y contesta:
—A mí no tienes que pedirme permiso, haz lo que tú
quieras.
Clara asiente. Sabe que tiene razón.
—Te acompañará él a casa, ¿verdad? —dice
entonces Jacob.
—Por supuesto —responde un serio Piero.
La joven sonríe al oírlo y, tras acercarse a Jacob, le
da un abrazo y dice:
—Hablamos, ¿vale?
Jacob afirma con la cabeza y, sin más, Clara se da la
vuelta y se marcha hacia el reservado con el italiano sin
volver la vista atrás. Eso a Jacob le duele, pero decide
callar.
Poco después este se dirige hacia la pista, donde
Sebas y Valentín siguen dándolo todo, y los avisa de
que él ya se va.
—¿Y Clara? —cuestiona Valentín.
Jacob señala hacia el reservado, donde Clara está
besándose con el italiano, y Valentín pregunta:
—Pero ¿quién es ese?
—Piero —responde Jacob con retintín.
—¿El italiano? —inquiere Sebas.
Jacob asiente, y al ver que la pelirroja baila ahora
muy acaramelada con aquel, indica con pesar:
—Resulta que su novio está en ese reservado con
unos amigos y ella ha decidido irse con él.
—Será traidora —murmura Sebas.
Los tres amigos la observan y ven a Clara disfrutar
del momento. Sebas y Valentín se miran y, al ver el
gesto de Jacob, Valentín dice:
—Entonces, ahora los que te acompañamos a casa
somos nosotros a ti.
Jacob sonríe al oírlo.
—¿Qué dices?, no hace falta, chicos —se apresura a
responder.
—Claro que síííí —afirma Sebas.
—De verdad, chicos, que puedo ir solo. —Ríe
divertido.
Pero Sebas se acerca a su amigo. Aunque no ha
hablado con él, solo hay que fijarse en cómo mira a
Clara. Y, agarrándolo él de un brazo y Valentín del otro,
mientras caminan hacia el guardarropa, Sebas dice:
—Da igual lo que nos digas, mi querido y guapísimo
Jacob. Mi chico y yo te vamos a acompañar hasta tu
casa, te vamos a arropar e incluso te vamos a cantar
una preciosa nana.
Entre risas, los tres llegan hasta el guardarropa y, tras
coger sus prendas de abrigo, se marchan. La fiesta ha
acabado.
Capítulo 10

A comienzos del mes de febrero Didi y Marta están


felices por haber vuelto a coincidir en el turno de
mañana. No es fácil que suceda, pero eso significa que
las horas de trabajo serán mejores y más amenas.
Su amistad se ha ido afianzando. Se buscan la una a
la otra por la tienda con la mirada y, en cuanto pueden,
pasan el rato juntas, ganándose alguna que otra llamada
de atención de Martín.
Esa mañana Marta termina de colocar los productos y
va en busca de su amiga. Sabe que está de cajera, por
lo que se dirige hacia la salida. Cuando consigue ver en
qué caja se encuentra, se percata de que está
atendiendo a un hombre que va acompañado de un niño
de no más de cuatro o cinco años. Aminora el paso
mientras ve que Didi ayuda al hombre a meter las cosas
en las bolsas de tela que lleva al tiempo que le pone
caritas graciosas al niño para hacerlo reír.
Cuando poco después aquellos se marchan y Didi se
queda sola en la caja, Marta se le acerca.
—Qué bien se te dan los niños —comenta.
Didi se hace un rápido moño con el coletero que lleva
en la muñeca, pues las trenzas en la cara le molestan, y
responde:
—¿Te puedes creer que el niño me ha mirado y ha
dicho «Papi, ¡es negra!»?
Ambas ríen y luego Didi añade:
—Está claro que no debe de haber visto a muchas
personas negras como yo.
Las dos amigas vuelven a reír.
—Los niños no son lo mío —asegura Marta
apoyándose en la pared. Por suerte, el jefe no está
cerca.
—A ver, cuando los niños son pequeños como ese,
no son complicados. Lo difícil viene en la adolescencia,
cuando se convierten en diablos egocéntricos y se creen
muy listos —señala Didi.
—¿Tanta experiencia tienes tú con niños? —pregunta
su compañera sorprendida.
Ella niega con la cabeza y se apresura a aclarar:
—Qué va. De hecho, he tenido muy pocos niños a mi
alrededor. Pero cuando los ha habido es como que hay
algo que los atrae a mí.
De nuevo ríen y Marta explica:
—Pues yo tengo un montón de primos pequeños y,
por desgracia, aunque los rehúyo, ya te puedes imaginar
a quién se acercan todos en las reuniones familiares.
—Anda ya, exagerada —bromea Didi.
La rubia se aproxima entonces a la caja registradora
y se apoya en la estructura metálica.
—Mira —dice divertida—, si me dieran un euro por
cada vez que he oído eso de «Venga, id a jugar con la
prima Marta, que los mayores estamos hablando», no
necesitaría estar trabajando aquí.
De nuevo se carcajean, y a continuación Didi exclama
haciendo aspavientos:
—¡Qué mal repartido está el mundo! Unas tanto y
otras tan poco.
Marta asiente ante su comentario y, al ver que una
señora se acerca a la caja, se aparta mientras Didi
saluda sonriendo:
—¡Buenos días!
La mujer, ofuscada en sus cosas, ni siquiera levanta
la cabeza. Las jóvenes intercambian una mirada que lo
dice todo, y Marta le dirige un gesto de burla a su amiga
para que sonría.
Esta, que ve que la mujer no quiere conversación, se
dedica a ir pasando uno por uno todos los productos por
el escáner, dejándolos caer al otro lado para que la
señora vaya guardándolos en sus bolsas. Una vez que
acaba, dice con tono profesional:
—Será 32 euros con 68 céntimos. ¿Cómo prefiere
pagar?
—En efectivo.
Didi espera pacientemente a que la señora ponga las
bolsas en su carrito, busque su cartera en el bolso y
saque el dinero. Sin hablar, ni apenas mirarla, la mujer le
entrega 35 euros, así que ella, tras teclear, abre la caja y
le devuelve 2,32 euros.
Instantes después la mujer se guarda el dinero y, tal
como ha llegado, se va.
Marta vuelve a acercarse a su amiga.
—¿Has visto? Ni hola me ha dicho —comenta Didi.
La rubia asiente. Lo ha visto con claridad.
—Hay gente muy maleducada —señala.
—El problema es que hay gente que se cree que los
cajeros y las cajeras de supermercado no somos seres
humanos igual que ellos —se queja Didi, que ya está
harta de este tipo de cosas—. Mucho aplauso durante el
confinamiento por habernos dejado la piel como
trabajadores esenciales para que todo el mundo tuviera
su jodido papel de váter, entre otras cosas… —ambas
sonríen—, eso sí, en cuanto la pandemia se acaba,
volvemos a ser invisibles.
Marta afirma con la cabeza, sabe que Didi tiene
razón, pero, para no calentarla más, se echa el pelo
hacia atrás con gracia y replica:
—Bueno, mujer, vamos a dejar de juzgarla, que lo
mismo tenía un mal día.
Didi hace una mueca.
—Pues perdona, reina, pero entonces a este súper
viene mucha gente con un mal día.
Ambas ríen y en ese momento Didi ve a un hombre
que conoce. Es Roberto, un tipo encantador, y,
señalándolo, comenta:
—¿Ves a ese hombre? —Marta asiente—. Pues
nunca tiene un mal día… Es de las personas más
simpáticas y educadas que pasan por aquí, y te aseguro
que él sí que tendría motivos por los que enfadarse.
Marta lo mira con curiosidad. Se trata de un señor de
unos sesenta y pocos años que va en silla de ruedas,
empujando como puede un carro de la compra. Este, al
ver a Didi, alza la mano y la saluda.
—¡Buenos días, Roberto! —se apresura a exclamar
ella.
Al ver que el hombre se les acerca, Marta enseguida
va a ayudarlo.
—Yo le llevo el carro de la compra, no se preocupe,
señor.
Aliviado, el hombre se lo agradece. No es fácil lidiar
con esos carros desde su silla.
—Muchas gracias, guapa —responde con una
sonrisa—. Y, por favor, no me trates de usted, que me
hace sentir mayor de lo que soy.
Con la misma complicidad con que él le habla, Marta
asiente.
—Tomo nota, lo recordaré —dice.
Y rápidamente mueve el carro hasta la caja en la que
está Didi. Cuando comienza a colocar los productos
sobre la cinta, el hombre llega y saluda:
—Buenos días, Didi, ¿qué tal estás, guapa?
Marta, al oírlo, se anticipa y contesta:
—Ahora feliz de que venga gente como tú a este
supermercado.
La aludida asiente con una sonrisa. Tiene una
relación muy especial con él desde el primer día que lo
conoció. Y, comenzando a pasar las cosas por el
escáner, comenta:
—Ahora que estás tú aquí, Roberto, el día ha
mejorado muchísimo.
El hombre frunce el ceño. Conoce a la muchacha y
sabe que más encantadora no puede ser, por lo que
pregunta preocupado:
—¿Qué te ha pasado?
Didi mira a ambos lados antes de responder para
comprobar que nadie puede oírla.
—Que a este súper vienen personas muy bordes que
no son capaces de dar ni los buenos días.
—Ya veo… —murmura él entendiéndola—. La gente
está demasiado amargada.
—Si solo fuera eso… —apostilla Marta.
Y los tres se entienden con una mirada.
La morena ve entonces que Marta se dispone a
recoger de nuevo las cosas para meterlas en el carro del
hombre e indica:
—Es un domicilio.
—Vale —dice su amiga—. Pues mientras terminas de
pasarlo todo por el escáner, voy a avisar al chico que se
encarga del reparto. Ahora vuelvo.
Marta se aleja y Roberto mira a Didi.
—¿Qué pasa? —pregunta esta.
El hombre, que entiende que a menudo la gente no
debe de ponerle las cosas fáciles a la joven por ser de
piel negra, murmura:
—Recuerda lo que te he dicho siempre: que nadie te
haga sentir que eres menos que los demás,
¿entendido?
La joven asiente. No es la primera vez que Roberto le
dice algo parecido.
—Tranquilo, que bien sabes tú que no lo permito —
replica guiñándole el ojo.
El hombre sonríe y luego señala a Marta.
—¿Es una compañera nueva?
Didi asiente y observa cómo su amiga habla con el
chico que hace el reparto a domicilio.
—Lleva ya algún tiempo, pero quizá no hayas
coincidido con ella. Se llama Marta.
Roberto la mira, y mientras Didi sigue pasando
productos por el escáner, afirma:
—Parece maja, y muy educada.
Ella sonríe y suspira.
—Sí que lo es. Además de simpática.
—Debe de ser más o menos de tu edad, ¿no? —dice
entonces él en un momento en que el escáner no
consigue leer el código de uno de los productos.
—Supongo —responde Didi tecleando los dígitos a
mano.
—Pues ya sabes… —comenta él bajando la voz.
Al oír eso Didi deja de pasar las cosas por el lector
del código de barras y centra la mirada en él.
—¿Qué dices, Roberto? —Ríe.
El hombre niega con la cabeza y susurra:
—Que me gusta para ti. Hacéis buena pareja y
parece que os lleváis bien. ¡Eso es importante!
La joven alza las cejas boquiabierta.
Algunas veces, cuando sale del turno de mañana, si
se encuentra con Roberto se va con él a tomar algo a
una cafetería cercana. En esas ocasiones ambos han
hablado de muchas cosas. Roberto es un hombre que
sabe escuchar y dar buenos consejos, e incluso ha
conseguido que Didi hable del amor, algo que podría
parecer imposible.
—Te aseguro que estás viendo cosas donde no las
hay —replica ella.
Roberto sonríe. Didi también. Y entonces la
muchacha es consciente de que, desde el día que chocó
con Marta en el súper, en más de una ocasión se ha
visto pensando en ella. Pero no… Rápidamente se lo
quita de la cabeza. Didi no busca una relación, y menos
con una compañera de trabajo. Solo faltaría que tanto
Marta como ella pudieran tener problemas en el
supermercado por la chorrada esa que dice que afecta
en el rendimiento.
—A ver, Didi —insiste Roberto—, os he visto cuando
estaba cogiendo esas galletas de chocolate que tanto
me gustan y estabais charlando cómodas y relajadas —
y bajando la voz añade—: Como habría dicho mi padre,
que en paz descanse, ¡más sabe el diablo por viejo que
por diablo!, y yo he notado esa complicidad a kilómetros.
—Serás cotilla —se mofa ella.
Ambos ríen y, cuando la joven continúa pasando los
productos por el lector, añade:
—Siento decirte que eso que crees ni existe ni
existirá.
—Didi, ¡eres preciosa y joven! ¡Diviértete y disfruta
del amor!
La morena niega con la cabeza. Su visión del amor y
la de Roberto poco tienen que ver.
—La vida puede hacerse demasiado larga si estás
solo, Didi.
Eso le llega al corazón. En una de sus tantas Coca-
Colas juntos, Roberto le contó que enviudó hace seis
años y que cada día que pasa echa más de menos los
abrazos y las charlas con su mujer.
—Roberto, me parece fatal que utilices el tema de tu
mujer para ablandarme el corazón —responde Didi con
tono burlón. Entonces ve que Marta se dirige a la caja
en la que se encuentran y añade—: Y ya viene Marta,
así que ni se te ocurra decir nada de esto delante de
ella.
—Vale, muchachita, ¡vale! —El hombre ríe divertido al
ver lo nerviosa que se ha puesto.
Marta llega hasta ellos como un vendaval y, mientras
empieza a colocar las cosas en el carro, dice:
—Ya está arreglado, Roberto. Te llevarán la compra
dentro de un par de horas, ¿te parece bien?
—Muchas gracias, guapa —dice él—. ¡Cómo se nota
cuando se trabaja con ganas!
Marta y él intercambian una sonrisa. Se acaban de
conocer, pero ya se caen bien.
—A ver qué va a pasar aquí, Roberto. Te recuerdo
que tu persona favoritísima del supermercado soy yo —
se queja cómicamente Didi.
Marta se ríe y el hombre, siguiendo la broma, señala:
—Cuidado no te adelanten por la derecha.
Didi gesticula con la cara y con las manos, y mientras
los otros dos se ríen responde:
—Voy a hacer como que no he oído eso.
Los tres están divirtiéndose cuando Didi termina de
pasar la compra.
—Roberto, en total son 45 euros con 3 céntimos. Con
tarjeta, ¿verdad?
Él afirma con la cabeza. Didi le tiende el datáfono y él
pasa su tarjeta y teclea su número secreto. Segundos
después el tíquet sale de la caja y la chica se lo entrega.
—Listo, Roberto; dentro de un par de horas lo tienes
en casa.
El hombre asiente y se guarda el tíquet. A
continuación mueve su silla de ruedas y, antes de
marcharse, mira a las dos jóvenes y se despide con
gracia:
—¡Hasta luego, pareja!
Ambas sonríen y, cuando él sale del súper, Marta
mira a su compañera y murmura:
—Sabes que a partir de ahora voy a ser la favorita de
Roberto, ¿no?
Didi hace una mueca y, con su gracia habitual, agita
el dedo en el aire y replica:
—En tus sueños, reina.
Capítulo 11

Unas horas más tarde termina la jornada laboral de las


jóvenes. Después de cambiarse de ropa y recoger sus
cosas de la taquilla, se dirigen juntas hacia la salida del
supermercado.
—¿Hoy vas en autobús? —le pregunta interesada
Marta a su compañera.
Sin darle importancia, Didi afirma con la cabeza
mientras se deshace el moño que se ha hecho horas
antes. Está deseando salir del súper.
—Yo también —añade aquella.
Caminan aceleradas deseosas de marcharse cuando
de repente Martín, el encargado, llama a Didi.
—No me jodas —susurra esta.
—Te espero fuera —le indica Marta.
La morena asiente, pero, al ver en su móvil la hora
que es, dice:
—No te preocupes, si llega el bus, súbete.
Marta cabecea apenada por tener que separarse de
ella y Didi se dirige hacia su jefe.
—Dime, Martín.
Él, un hombre de aspecto serio y reservado, la mira
con sus ojos inexpresivos y la increpa:
—Davinia, no debes emplear tanto tiempo hablando
con los clientes.
Según oye eso, Didi suspira. Al parecer a su jefe le
molesta que sea simpática con los clientes como
Roberto.
—Disculpa, Martín, pero, como te he dicho en otras
ocasiones, prefiero que me llames Didi —señala con
tono serio—. Y si lo dices por Roberto, el hombre que va
en silla de ruedas, no había nadie esperando para ser
atendido detrás de él.
El gerente, al que no le gusta que le rechisten, y aún
menos ella, replica:
—Pero podría haberlo habido.
—Pero no lo había —se apresura a decir Didi.
Martín la mira muy serio. Esa chica nunca le ha
gustado, solo la contrató porque fue una imposición
desde arriba, por eso que, según él, se lleva ahora de
dar diversidad. Y, deseando llamarle la atención por lo
que sea, le advierte:
—Una última cosa… No me gusta el ejemplo que le
estás dando a tu nueva compañera.
De repente a Didi le cambia la cara. ¿Cómo le puede
estar diciendo eso?
—¿Perdona? —exclama ofendida.
Martín insiste:
—Marta es una buena trabajadora y está cogiendo
tus malas costumbres, como perder el tiempo hablando
con los compañeros.
La morena aprieta la mandíbula y las manos. Ese tipo
es de lo más imbécil que ha conocido.
—¿Cuándo me has visto a mí hablar con los
compañeros? —inquiere.
Él no contesta porque no sabe qué decir, y al final
acaba añadiendo:
—Solo te pido que no la distraigas.
Didi respira hondo. Tiene que controlarse para no
decir nada fuera de lugar. Al fin y al cabo no puede
olvidar que es su jefe.
—No estoy de acuerdo con lo que dices, Martín.
—Eso a mí no me preocupa —afirma él con la
superioridad que le otorga su puesto.
Jefe y empleada se miran. Y Didi, que sabe que,
como continúe por ese camino, la perjudicada va a ser
ella, se cruza de brazos y acto seguido suelta:
—¿Algo más?
Él no responde, solo la amonesta con la mirada.
—Voy a perder el autobús —señala ella entonces.
Martín sonríe. Le gusta sentirse superior.
—Nada más —dice—. Puedes irte.
Didi asiente y, aunque le gustaría ponerlo a caer de
un burro, da media vuelta y sale a paso ligero del
supermercado antes de que cambie de opinión. Al mirar
hacia la parada del bus ve que este cierra las puertas y
arranca.
—Mierdaaaa…
Sin darse por vencida, echa a correr. Por suerte, en
ese momento hay tráfico y el vehículo no avanza
demasiado. Consigue llegar hasta él y da unos golpes
en la puerta cerrada. La conductora la mira y ella ve que
rápidamente Marta le dice algo.
Didi las observa desde fuera. Espera a que le abran.
Al final la conductora se apiada de ella y abre las
puertas.
—Muchísimas gracias —le dice sofocada mientras
sube al vehículo.
La conductora le dirige una sonrisa en respuesta. A
continuación ella coge su monedero y saca de él la
tarjeta del bus y, tras introducirla en la máquina, oye a
su espalda:
—¡Aquí, Didi!
Es la voz de Marta, y sonriendo se encamina hacia
ella. El autobús está bastante lleno y, al llegar a donde
está su amiga, murmura:
—Gracias por interceder por mí ante la conductora.
—¿Acaso tú no lo habrías hecho por mí?
Didi asiente. Sin duda lo habría hecho, pues Marta
cada día le gusta más. Entonces repara en el sitio en el
que va sentada su amiga.
—No puedo sentarme ahí —dice.
Marta mira sorprendida el asiento libre que hay a su
lado y, antes de que pueda preguntar por qué, Didi
aclara:
—Me mareo si voy en contradirección. Mejor me
quedo de pie.
Nada más oírla Marta agarra su mochila y se levanta.
—No, pero tú quédate sentada —se apresura a decir
la morena.
—De eso nada. Yo me levanto también.
Avanzan juntas hacia la mitad del autobús y, cuando
encuentran un hueco, dejan las mochilas en el suelo y
apoyan la espalda en la carrocería para mantener el
equilibrio con más facilidad.
—¿Qué quería Martín? —pregunta Marta.
Didi resopla al tiempo que se mete las manos en los
bolsillos.
—Incordiar y dejarme claro que es superior a mí —
contesta.
—Ya le vale…
Didi asiente y luego añade en tono burlón mientras
observa los auriculares que Marta lleva puestos:
—Me ha regañado por hablar con Roberto y, de paso,
me ha echado en cara que soy una mala influencia para
ti.
Marta la mira sorprendida.
—¿Me lo estás diciendo en serio? —pregunta.
—Te lo prometo —responde Didi rebuscando en los
bolsillos de su abrigo.
Marta no da crédito a lo que le cuenta su amiga. Si
hay alguien que se implique en su trabajo esa es Didi.
—Tú no le hagas ni caso a Martín —indica molesta
con su jefe.
—Tranquila, que no se lo hago —y, al darse cuenta
de algo, de pronto se lamenta—: Mierda…, he perdido
mis auriculares. Seguro que ha sido al correr para pillar
el bus.
Marta la entiende, alguna vez le ha sucedido lo
mismo. Y, sin pensarlo, ella, que lleva los suyos
conectados al móvil, se quita el auricular izquierdo y se
lo ofrece:
—Toma, al menos podrás escuchar música lo que
dure el viaje juntas.
Didi lo acepta divertida. Mejor eso que nada.
—Pero elijo yo la música —puntualiza Marta con
gracia—. Y, tranquila, que hoy no pongo a Ana Mena.
Ambas se ríen y, a continuación, Didi observa cómo
Marta busca en su cuenta de Spotify. Al final ve que se
decanta por Love Story (Taylor’s Version) de Taylor
Swift.
Didi, encantada, mueve ligeramente la cabeza al
ritmo de la música. Marta, al verla, no puede hacer otra
cosa más que preguntar:
—¿Te gusta Taylor Swift?
—¡Es una diosa!
Las dos sueltan una carcajada.
—Tiene canciones muy buenas —afirma Didi.
—Solo hay que escuchar las cancione…
—Sí, lo sé —la interrumpe Didi.
Marta la mira y esta, sin parar, añade:
—Tengo una amiga que es una swiftie acérrima. Y ya
me puso al día de todo el lío que tiene la cantante con
sus discos, la discográfica y demás. Así que, sí, lo sé.
Me quedó bien claro que solo hay que escuchar los
discos regrabados por Taylor y las canciones en las que
ponga «Taylor’s Version» junto al título.
Marta sonríe, no esperaba que Didi supiese todo eso.
Sin duda, cada día que habla con ella la sorprende un
poco más.
—Todo apoyo a Taylor es poco.
Didi asiente.
Durante un rato disfrutan de la música que Marta va
eligiendo, hasta que la morena ve que se acerca su
parada y dice devolviéndole el auricular:
—Me bajo en la próxima.
La rubia asiente y, mientras lo coge, susurra:
—Vaya…, qué pena.
Didi parpadea al oír eso. En ocasiones, por el modo
en que Marta la mira o le habla cree entender cosas
diferentes, pero sin querer pensar en algo que
probablemente nunca sucederá, coge su mochila y se
encamina hacia la puerta.
—¡Chao, Marta! ¡Hasta mañana!
—¡Hasta mañana!
Didi se baja del autobús y, nerviosa por sus
pensamientos, comienza a caminar mientras Marta la
observa desde dentro. Las puertas del bus se cierran y
la rubia no puede apartar los ojos de su amiga. De
pronto recuerda algo que ha visto a menudo en películas
románticas y piensa: «Vuélvete…, vuélvete… y dime
adiós».
Y entonces, como si Didi la hubiese oído, se vuelve
en dirección al autobús y se despide de ella con la
mano. A Marta le encanta ver eso, es la prueba de que
no va desencaminada en sus suposiciones, y mientras
la saluda con la mano piensa feliz: «¡Te has vuelto!».
Capítulo 12

Ha pasado una semana desde que salieron de fiesta


todos los amigos juntos y, aunque en el chat del grupo
nadie hizo referencia al modo en que Clara terminó la
noche, ella se siente rara. Sabe que lo que hizo no
estuvo demasiado bien, y desde ese día le ronda por el
corazón un sentimiento de culpabilidad.
No ha parado de darle vueltas a lo que pasó en la
discoteca. Además, es consciente de que Piero no dio
una buena impresión a Jacob. Ella no tenía en mente
presentárselo así, pero simplemente pasó y ahora
necesita arreglarlo.
Por ello, y sabiendo que debe ser ella la que hable
con Jacob, le escribe para proponerle quedar, y sonríe al
ver que Jacob acepta.
Al día siguiente, cuando Clara llega con su perra Cora
a la cafetería donde han quedado, el camarero le ofrece
una de las mesas de la terraza y ella, sin dudarlo, toma
asiento. Cora, que es una perrita educada, se sienta
también y poco después se tumba. Con un poco de
suerte le caerá algo rico de comer.
No pasan ni dos minutos cuando aparece Jacob. Está
tan guapo como siempre y, cuando la ve, le sonríe.
Clara se levanta de inmediato, Cora también, y Jacob se
acerca a su amiga y le da un abrazo sin dudarlo. Tras
unos segundos se separa de ella, acaricia a Cora y
todos se sientan.
—¿Qué tal todo, Clara? —pregunta Jacob.
Ella, recordando el intercambio de mensajes, bromea:
—Todo bien. Al final no hemos quedado para tomar
un helado, pero sí para almorzar.
Jacob asiente. Quedaría con ella para lo que fuera.
—Quedar para un brunch siempre viene bien. Hay
tiempo de sobra para tomarnos cientos de helados.
Oír eso hace que Clara sonría y, viendo que su amigo
deja el móvil sobre la mesa, bromea:
—Qué internacional…, llamando «brunch» a un
piscolabis de toda la vida.
Ambos sonríen.
—Ya lo ves, Australia me ha cambiado —afirma él
apartándose con gracia el pelo de la cara.
En ese momento se acerca el camarero para darles
la carta. Los dos observan las opciones y se deciden
rápido.
—Yo quiero un café con leche y unas crepes con
sirope de chocolate, por favor.
El camarero toma nota de lo que ha pedido Jacob y a
continuación Clara indica:
—Para mí, un zumo de naranja y unas tortitas con
sirope de chocolate también, porfa.
Después de anotar la comanda, el camarero se aleja
y justo en ese momento a Jacob le vibra el móvil. Él lo
mira sin moverse, pues está sobre la mesa. Ha recibido
un mensaje de Raquel. No hay prisa, luego lo leerá.
Clara ve el nombre que ha aparecido en la pantalla
del teléfono de su amigo.
—Si tienes que contestar, a mí…
—Luego —la corta él.
Durante unos instantes ambos se miran en silencio,
no saben qué decirse, y después ella, intentando sacar
tema de conversación, pregunta:
—Bueno, cuéntame, ¿qué tal por Australia? ¿Estás
contento con la experiencia de haber vivido allí?
Él afirma con la cabeza. Pensar en Australia le trae
buenos recuerdos.
—Si te soy sincero, me lo pasé muy bien. Conocí a
gente muy interesante, pero no podría quedarme a vivir
allí.
—¿Y eso?
—Echaba mucho de menos a mi madre y a mi gente
—aclara Jacob—. Es muy duro estar lejos de tus seres
queridos. Así que de momento Madrid seguirá siendo mi
hogar.
Clara asiente, lo entiende.
—Creo que a mí me pasaría lo mismo —responde—.
No me imagino yéndome yo sola a vivir a otro sitio lejos
de mi hermano y de mi tía.
Los dos amigos sonríen. Está claro que para ambos
es importante estar cerca de su gente.
—¿Qué dijo tu madre cuando le contaste que
volvías? —quiere saber Clara—. Supongo que se alegró
mucho.
—Ni te lo imaginas. —Él ríe—. Se lo comenté en una
de las muchas videollamadas que hacía con ella todos
los días y, la verdad, qué pena no haberla grabado: su
reacción fue una mezcla de shock y alegría.
—¡Has sido su regalo de Navidad! —bromea la chica.
—Se podría decir que sí.
Ambos sonríen de nuevo y Jacob sigue hablando:
—Cuando le dije que me quedaba más tiempo en
Australia sé que fue un chasco para ella, aunque nunca
comentó nada. Pero cuando le conté que volvía, la
sonrisa que apareció en su cara me lo dijo todo. Y,
sinceramente, ella es la persona en la que más pensaba
mientras estaba allí. —Jacob evita decir que también
pensó en Clara—. Y, quieras que no, al estar divorciada
de mi padre solo nos tenemos uno al otro en el día a
día.
—¿Tu madre no quiere rehacer su vida con nadie? —
pregunta ella entonces.
Él niega con la cabeza.
—Acabó tan harta de mi padre que de momento creo
que no. Es más, no quiere un hombre cerca ni en pintura
—y, riendo, murmura divertido—: A mí me tolera porque
soy su hijo, si no…, otro gallo cantaría. Y ya la he oído
hablar con sus amigas de salir de fiesta el día de San
Solterín.
Ambos sonríen. Para la madre de Jacob San Solterín
es el día de San Valentín. Clara abre entonces su bolso
y saca una goma de pelo rosa.
—¿Tú sigues sin saber nada de tus padres? —
pregunta Jacob.
Clara medio sonríe. Hablar de sus padres ya no le
produce ni frío ni calor, y una vez que termina de
recogerse el pelo, responde:
—Nada de nada. Después de la discusión que tuve
con ellos en 2019 es como si ya nos hubieran borrado
por completo de sus vidas.
Jacob suspira.
—Al principio sí que pensaba en ellos, no podía
evitarlo —continúa Clara—. Pero el tiempo ha pasado y,
con su silencio, nos han dado a entender que no les
importamos nada, y…, bueno, nos hemos acostumbrado
a vivir sin ellos. Sobre todo yo, porque mi pobre
hermano, quieras que no, ya estaba habituado.
Jacob asiente. Sabe que los padres de los mellizos
nunca han aceptado la transexualidad de Kevin.
—Qué difíciles son a veces las relaciones familiares
—musita.
—Totalmente —dice Clara, y convencida de que lo
que hay es lo que es, afirma—: Pero ¿sabes? Lo
prefiero así. Cuando era pequeña y echaron a Kevin de
casa, para mí fue una situación superincómoda. Yo
adoraba a mi hermano y no pensaba como ellos, pero, a
pesar de mis sentimientos por Kevin, no podía ni
mencionarlo en casa. Querían que lo ignorase como
ellos hacían, pero no lo consiguieron. Y, bueno, tras la
última conversación creo que les quedó claro que, si no
aceptan a mi hermano, no me aceptan a mí.
Jacob se apena por Clara. La conoce mejor de lo que
ella cree y sabe perfectamente lo importante que es
para ella el sentimiento de familia.
—Es triste —dice—. Pero supongo que, una vez que
te acostumbras a que las cosas son como son, es más
fácil de sobrellevar.
—Sí, claro que te acostumbras —contesta ella; al
recordar algunas cosas que ha oído, expresa—: A
mucha gente se le llena la boca diciendo que, hagan lo
que hagan tus padres, se los tiene que querer siempre.
Pero, desde mi punto de vista, están equivocados. El
hecho de que sean tus padres no significa que lo hagan
todo bien. Los padres también pueden equivocarse, y en
este caso en particular los míos se han equivocado
mucho.
El camarero se les acerca de nuevo y la pelirroja deja
de hablar. Con cuidado, deposita la comanda sobre la
mesa y, antes de marcharse, deja en el suelo un
pequeño cuenco con agua para Cora.
Al ver eso Jacob y Clara se miran sorprendidos.
—Muchas gracias —le dice ella al camarero.
El hombre sonríe y luego se aleja mientras Cora,
encantada de la vida, bebe agua fresquita. Con disimulo
Jacob mira a Clara. Hablar de sus padres siempre le
hace cambiar la expresión, pues sabe que es algo que
le duele; señala el cuenco del suelo y afirma para
cambiar de tema:
—Hay que ver lo mucho que dice de una persona un
gesto tan simple como ese.
Clara asiente. Está feliz por la atención que ha tenido
el camarero con su perra.
—Muchísimo. Es la primera vez que voy a una
cafetería con Cora y le ponen agua sin que tenga que ir
a pedir algo para ponérsela yo.
Ambos sonríen y acto seguido Jacob coge el bote del
sirope de chocolate y empieza a verterlo sobre sus
crepes. ¡Le encanta el chocolate! Clara lo observa
divertida y no puede evitar comentar:
—Más que crepes con chocolate, eso es chocolate
con crepes.
Él hace una mueca.
—Ni te imaginas lo que lo voy a disfrutar —susurra.
En cuanto termina de echarse todo el chocolate que
quiere, le pasa el bote a Clara. Ella se sirve una mínima
porción rápidamente, y Jacob, cortando su crepe con el
cuchillo, pregunta:
—¿Tan poquito te vas a echar?
—Ya te has echado tú por los dos —suelta ella con
una carcajada. Ambos sonríen y Clara añade—:
Tampoco quiero pasarme…
—¿Pasarte de qué?
Ella no contesta. Sabe que a Piero le gustan las
chicas más bien delgadas. Jacob observa a su amiga y
murmura:
—No lo estarás diciendo por lo que creo, ¿no?
—¿Qué crees? —pregunta ella.
Jacob, que sabe cuánto le gusta el chocolate a Clara,
responde:
—Por la tontería de no engordar.
Ella levanta las cejas. Su amigo tiene razón.
—Tú eres preciosa tal y como eres —añade él—. Y si
te gusta el chocolate, ¡cómetelo!
Ambos se miran y sonríen. Entonces Jacob pincha un
trozo de crepe con el tenedor, lo levanta y se lo enseña.
—Comer es uno de los mayores placeres de la vida,
así que hay que disfrutarlo como se merece —afirma
mientras el chocolate gotea en el plato.
Dicho eso, se mete el trozo en la boca bajo la atenta
mirada de Clara y suelta un sonoro:
—¡¡Mmmmm!!
Ella deja escapar una carcajada. Sabe que él tiene
razón, por lo que, olvidándose de todo, coge el bote del
sirope de nuevo y esta vez echa una buena ración de
chocolate sobre las tortitas sin poder evitar pensar en
Piero y en la locura que le parecería si él lo viese.
Después deja el bote sobre la mesa, corta un trozo de
su tortita, se la mete en la boca y murmura con gusto:
—Mmmm, sí que está rico.
—Te lo he dicho. —Su amigo ríe encantado.
Varios minutos después disfrutan del placer del
chocolate mientras hablan un poco de todo. Durante ese
rato vuelven a ser él y ella, esos dos amigos que se
entienden con solo mirarse y que hablan de todo lo que
se les ocurre.
—Por cierto, ¿se sabe algo más del bodorrio de tu
tía? —pregunta Jacob.
Clara pone los ojos en blanco, pero contesta con una
sonrisa:
—Solo hace una semana que os lo contamos y
Sebas ya me ha escrito día sí y día también para
preguntarme cuándo, cómo y dónde será para saber
qué es lo que tiene que ponerse. Así que no vayas a
hacer tú lo mismo, te lo pido por favor —y, al verlo
sonreír, indica—: La verdad es que no hemos vuelto a
hablar del tema.
Jacob no puede parar de sonreír. Sabe cómo es
Sebas con la vestimenta, y más con algo tan gordo
como una boda.
—Fíjate lo que te voy a decir —murmura Clara a
continuación.
—Dime…
—Aún recuerdo como si fuera ayer cuando mi tía
Cecilia se divorció de mi tío y juró que no volvería a
casarse. Y mírala ahora. Quizá a tu madre le pase lo
mismo algún día.
—Ella sabrá. —Jacob se encoge de hombros y añade
—: Al final, el sentimiento del amor no deja de ser algo
sorprendente e inesperado que hace que termines
enamorándote de quien menos esperas.
Las palabras de su amigo hacen que Clara se ponga
algo nerviosa; ¿lo dice con segundas? Pero cuando va a
responder, el móvil de Jacob vuelve a vibrar. De nuevo
lee en la pantalla el nombre de Raquel, y esta vez él sí
que lo coge.
—Dame un segundo —le pide.
Clara asiente sin decir nada. Pasa por el plato la
cuchara para terminarse el chocolate mientras da
vueltas a las últimas palabras de Jacob. Con disimulo,
mira a su amigo y lo ve sonreír mientras teclea en su
móvil. ¿Quién será la tal Raquel?
Unos segundos después Jacob deja el móvil sobre la
mesa y se dispone a decir algo, pero Clara se le
adelanta:
—¿Raquel es tu novia?
Sorprendido por su pregunta, el joven la mira.
—De momento nos estamos conociendo —contesta
simplemente.
Clara cabecea mientras un extraño sentimiento que
no llega a entender se apodera de ella, y a continuación
Jacob añade con una graciosa mueca:
—Hablando de parejas…, a Piero no le caí muy bien
el otro día, ¿verdad?
De inmediato la pelirroja mira a su amigo. Parece
que, aunque ella esperaba que no, Jacob se dio cuenta.
Y responde apurada:
—Justamente de eso quería hablarte. —Clara toma
aire—. Te pido disculpas por su actitud del otro día…,
había bebido de más y se comportó como un tremendo
idiota.
—En la forma en que se comportó te doy la razón —
dice él mirando a su amiga mientras juguetea con el
tenedor—. Pero en lo primero, ni de broma. Tú no tienes
que pedir disculpas por nada ni por nadie. En todo caso,
tendría que hacerlo él.
—Ya, pero…
—Clara —la corta—, creo que ese tipo y…
Ahora es ella quien lo corta a él:
—Si no te importa, prefiero no hablar de Piero.
Oír eso a Jacob lo incomoda. ¿Desde cuándo Clara y
él no pueden hablar de lo que sea?
Un complicado silencio se instala entre ambos.
—De acuerdo, amiga —dice él al cabo—, vayamos a
lo que importa: ¿lo pasaste bien cuando te quedaste con
él?
Confusa, Clara asiente, y Jacob agrega con una
sonrisa forzada:
—Entonces me alegro.
Y, sin más, baja la mirada a su plato de crepes. Clara
no quiere seguir hablando de relaciones, o al menos de
las suyas, así que decide desviar el tema.
—Kevin y yo estamos pensando en cómo podemos
sorprender a mi tía antes de la boda.
Jacob levanta la mirada del plato.
—¿A qué te refieres?
—No sé… Nos gustaría hacer algo especial por ella.
El joven asiente, aunque en realidad sigue pensando
en lo que han hablado hace un momento y en las
reacciones que ha tenido Clara.
—Cecilia no tiene pinta de querer una de esas
despedidas de soltera típicas, ¿verdad? —Ella le da la
razón—. No me extraña…, son una horterada.
Ambos sonríen.
—¿Tenéis algo pensado? —pregunta Jacob a
continuación.
Clara niega con la cabeza. Su hermano y ella están
algo perdidos, no tienen claro por dónde tirar.
—¡Se aceptan sugerencias! —exclama—. Se nos
ocurrió proponerle hacerse un tatuaje con Kevin y
conmigo. Tatuarnos los tres algo que sea especial para
nosotros. Pero, claro, nuestra tía es muy antitatuajes,
así que eso queda descartado.
Jacob la mira sorprendido, eso sí que no se lo
esperaba de Cecilia.
—No es que los odie, pero creo que ni siquiera se lo
ha planteado —añade Clara.
Él asiente y confiesa:
—Fíjate que yo estoy pensando en hacerme uno.
Clara lo mira boquiabierta.
—¿De verdad? Sería tu primer tatuaje, ¿no?
Él vuelve a decir que sí y ella no puede con la duda.
—Cuéntame. ¿Qué tienes en mente?
Jacob sonríe. Esa Clara dispuesta a ayudar siempre
le ha encantado.
—Como para mí ha sido bonito vivir en Australia —
empieza a decir—, he pensado hacerme la silueta de
Australia encima del tobillo.
Clara asiente entusiasmada.
—Me parece muy buena idea.
Jacob sonríe. Ella tiene más de un tatuaje, se nota
que le gustan. Y, como entiende un poco más que él del
tema, le dice:
—Te recomiendo que te lo hagas ahora o en otoño.
En verano ni se te ocurra: con el calor y el sudor podría
complicarse la curación.
Él acepta su consejo de buen grado mientras observa
cómo su amiga pincha un trozo de su tortita y se la lleva
a la boca.
—¿Alguna recomendación más, gurú de los tatuajes?
Ella lo mira divertida y mastica con rapidez para luego
responder:
—Que no vayas solo. Siendo tu primer tatuaje no
sabes si te vas a marear —y añade bromeando—: O si
vas a necesitar una mano amiga que apretar mientras
lloriqueas de dolor.
Jacob se echa a reír. Duda que eso vaya a pasar,
pero, siguiéndole la broma, pregunta:
—¿Estás tratando de decirme algo?
Clara y él se miran a los ojos. Es una de esas veces
en que se dicen más cosas con la mirada que con las
palabras.
—Vaaaaale, Jacob, si no me queda más remedio, yo
te acompaño —suelta finalmente la pelirroja.
Sin poder remediarlo, ambos sonríen y continúan
comiendo sus tortitas, hasta que, un buen rato después,
Clara y Cora acompañan a Jacob al metro y quedan en
volver a verse otro día.
Capítulo 13

Pasa una semana y llega el sábado por la tarde. Didi no


tiene ningún plan. Tampoco es que le preocupe lo más
mínimo el tema, puesto que está feliz con la idea de
quedarse en casa con sus gatas viendo alguna serie de
televisión.
Mientras juguetea con el mando buscando qué ver,
de pronto suena su móvil. Al cogerlo para comprobar
quién es, sonríe al ver que se trata de Marta, y más
cuando lee:
Marta
Hoooola, vengo con una de mis estupendas
recomendaciones:
Fever, de Dua Lipa y Angèle.

Didi conoce esa canción. Se apresura a abrir su


aplicación de Spotify, la busca y la música comienza a
sonar mientras ella teclea su respuesta:
Didi
¿Pensabas que no la conocía?
Con la de veces que me he quedado
embobada viendo el videoclip.

Al leer eso, Marta, que está en su casa


repanchingada en el sofá, contesta:
Marta
¿Qué diceeees? ¡Qué sorpresa!

Didi sonríe.
Didi
¡El disco Future Nostalgia de Dua Lipa
es buenísimo!

Como siempre, esta la sorprende. Nunca habría


imaginado que lo conocería.
Marta
Sííííí, lo he escuchado mil veces.
Pero ¿lo de embobada por qué?,
¿por la canción o por ellas?

Didi vuelve a reír nerviosa. No esperaba en absoluto


esa pregunta.
Didi
Obviamente por la canción…
¿Por quién me tomas?
Ni que ellas estuviesen increíbles
en todo el videoclip.

Las dos chicas se carcajean, cada una en su casa. La


ironía de Didi es evidente.
Marta
¿Cuál de las dos es más tu tipo?

Sin necesidad de pensarlo, ella responde:


Didi
Mmmm…, si tengo que elegir, me
quedo con Angèle, pero ambas son
unas tremendas diosas griegas.

Marta asiente.
Marta
Genial, yo me quedo con Dua,
que me van más las morenas.

Al leer su mensaje Didi no sabe qué contestar.


Normalmente es rápida y avispada en sus respuestas,
no suele cortarse con nada ni con nadie, pero con Marta
todo es diferente, y más cuando acaba de resolver una
duda que tenía desde que comenzaron a hablar. Marta,
como ella, forma parte del colectivo LGTBIQ+. Eso le
gusta y mucho. Pero, al ver que la rubia sigue en línea
pero no dice más al respecto, pregunta:
Didi
A propósito de la canción…, ¿te he dicho
alguna vez que sé francés?

Asombrada, su amiga responde:


Marta
¿En serio? Eres una caja
de sorpresas, Didi.

Ambas vuelven a sonreír, y luego Marta pregunta


decidida:
Marta
Por cierto, ¿estás ocupada?

Didi responde con el corazón algo acelerado:


Didi
¿Ahora?

Convencida de que quiere quedar con ella, Marta


insiste.
Marta
Ahora y el resto de la tarde.

Didi se levanta del sofá, empieza a andar de un lado


a otro de su salón y responde:
Didi
Tenía pensado empezar
alguna serie nueva, ¿por?

Sin darle tregua, Marta prosigue.


Marta
Porque estoy aburrida en casa y mis amigos
están ocupados. Si te invito
a merendar, ¿me cuentas cómo es
que sabes francés?

A Didi le entra calor. Cuando queda con una chica es


para algo más que para merendar, pero, intentando
tomárselo con calma, pregunta:
Didi
¿Me estás diciendo que soy
tu segundo plato?

Marta suelta una carcajada, pues para ella Didi es su


primer plato, pero aun así responde:
Marta
A veces el segundo plato puede ser mejor
que el primero. Venga, ¡anímate!

Esa respuesta descoloca a Didi, que no se lo


esperaba. Ahora que sabe que Marta, la chica guapa y
simpática del súper, es del colectivo como ella, la
asaltan las dudas. Son compañeras de trabajo y no
quiere líos. Si quedaran sería la primera vez que se
vieran fuera del horario laboral las dos solas. Se sienta
de nuevo en el sofá y susurra para sí:
—¿Por qué le estoy dando tantas vueltas? —y, tras
decidirse, escribe su respuesta.
Didi
Vale, me has convencido.

Tras ese mensaje y de hablar de dónde quedar, se


ofrece a ir al barrio en el que vive Marta. Es una zona
más céntrica que la suya, donde hay más bares y
locales para tomar algo.
Una vez que se viste para salir y se pone un gorro
gris para protegerse del frío, se asegura de que lo lleva
todo, en especial las llaves, y tras mirar a sus gatas, que
la observan subidas a su rascador, indica:
—¡No me echéis mucho de menos!
Dicho eso, cierra la puerta, sale de su edificio y va
directa al metro con una gran sonrisa en la boca. ¡Ha
quedado con Marta!
En el andén no hay mucha gente, y afortunadamente
el metro no tarda en llegar. Cuando se monta en él
puede hasta sentarse; ¡qué suerte!
En cuanto se sienta, hace el movimiento de buscar
sus auriculares en el bolsillo del abrigo y suspira al
recordar que los perdió y que todavía no se ha
comprado otros. Por lo que, sin música, se dedica a
observar a las personas que están en el vagón y
posteriormente entran y salen de él.
Cuando llega su parada Didi se baja, sube la
interminable escalera que la lleva al exterior, y tan
pronto como sale a la superficie el frío de Madrid la
envuelve.
Al llegar a la calle, donde ha quedado con Marta, la
ve más allá. Lleva un abrigo largo y negro y una bufanda
gris que le tapa media cara. Sin embargo, por el modo
en que Didi ve que se le achinan los ojos, sabe que está
sonriendo.
Llega hasta ella y Marta, sorprendiéndola, no tarda en
acercarse y saludarla con un cariñoso abrazo. «Qué
bien huele», piensa Didi. Durante unos instantes se
abrazan, hasta que Marta se separa de ella, se quita los
auriculares y, cuando se los guarda en el bolso, aquella
le pregunta:
—¿Qué escuchabas?
—Una canción de Shawn Mendes. Otro dios griego.
Didi sabe quién es: otro de los millones de amores
platónicos de su amigo Sebas.
—El chico es mono, pero en cuanto a tíos te los dejo
todos para ti. Lo mío son las mujeres —bromea.
Marta asiente, sonríe y afirma:
—Perfecto.
Esa respuesta vuelve a desconcertar a Didi. Las
chicas comienzan a caminar. No tienen ninguna prisa ni
destino al que llegar, así que recorren lentamente las
calles de Madrid charlando y riendo. Mientras pasean
esquivan a la gente como pueden. Al ser sábado por la
tarde hay más aglomeraciones de lo normal por la calle.
Marta señala un local y pregunta:
—¿Qué te parece si entramos en esa cafetería?
Didi asiente. Antes de entrar echa un rápido vistazo a
la carta que tienen expuesta fuera, pero solo encuentra
dos opciones veganas.
—¿Quieres entrar en esta cafetería por algo en
especial? —pregunta.
Marta se encoge de hombros.
—Simplemente me ha llamado la atención, ¿no te
gusta?
La joven morena suspira.
—No es que no me guste, Marta, pero… ¿te he dicho
alguna vez que soy vegana?
La rubia se apresura a negar con la cabeza; no tenía
ni idea de ese dato de Didi. Hoy ha vuelto a sorprenderla
con otra cosa más.
—En esta cafetería no hay demasiadas opciones
para mí, pero si a ti te gusta entramos, a mí no me
importa.
Marta niega con la cabeza. Quiere ir a un sitio donde
las dos estén bien, y, cogiendo con familiaridad el brazo
de Didi, dice comenzando a caminar de nuevo:
—No se hable más, buscaremos otro lugar. ¡Será por
cafeterías en Madrid!
Didi sonríe, le gusta oír eso. Las chicas miran en
otros lugares y prueban en un par de cafeterías más,
pero la morena no da con lo que quiere. Marta,
bromeando al acercarse a otro sitio, dice:
—¿A la cuarta irá la vencida?
Durante unos segundos ambas se miran. Ahí las
opciones para veganos son más variadas, y Didi asiente
con una sonrisa.
—Como tú has dicho, a la cuarta ha ido la vencida.
Las dos amigas sonríen y, sin dudarlo, entran en el
local. El ambiente es agradable. Hay bastante gente de
su edad hablando y pasándolo bien, y, tras saludarlas
una camarera con gesto amable, acompaña a las chicas
a una de las mesas que hay junto a la ventana.
Ellas se apresuran a deshacerse de sus abrigos y los
dejan colgados en un perchero que tienen junto a la
mesa. El local tiene una buena calefacción. Una vez que
se sientan, miran la carta durante un rato, eligen lo que
desean tomar y se lo piden a la simpática camarera.
Cuando esta se retira, Marta dice apoyándose en la
mesa:
—Bueno, ahora que hemos encontrado por fin un sitio
donde tomar algo y no pasar frío, cuéntame cómo es
que sabes francés.
Didi sonríe; le encanta estar ahí con su amiga. Se
echa hacia atrás en su silla, se acomoda contra el
respaldo y contesta:
—Tampoco tiene tanta historia.
—Seguro que me gusta oírla —afirma la otra.
Didi asiente.
—Mi padre es francés y mi madre sudafricana.
—Muy holandesa no te veía yo, la verdad… —Marta
ríe.
Su comentario hace reír también a Didi, que añade:
—Durante años vivimos en Francia, cada cierto
tiempo cambiábamos de región y…, bueno, de ahí mi
buen nivel de francés.
—O sea ¿que lo hablas con fluidez?
—Oui —asegura ella.
—Y, siendo tu madre de Sudáfrica, ¿hablas alguna
lengua más?
Didi sonríe. Su madre lo intentó con el zulú, pero, al
no necesitarlo a diario, ella nunca prestó mucha
atención.
—Sé decir alguna cosa suelta en zulú, pero hablarlo
como tal, no. No tengo la fluidez que pueda tener con el
francés o el español.
En opinión de Marta, las personas que dominan
varios idiomas son superinteligentes.
—Dime algo en francés —insiste.
Didi la mira divertida. ¿Por qué cuando la gente se
entera de que hablas una segunda lengua te pide que le
digas algo en ese idioma?
La morena mira a su amiga a los ojos y, pensando en
la preciosa sonrisa que tiene, dice:
—Tu as un joli sourire.
—¿Qué significa? —no tarda en preguntar Marta.
Didi sonríe. Saber un idioma que otro no entiende
siempre es divertido, por lo que cruzándose de brazos
responde:
—Ahora te vas a quedar con la duda.
—Nooooo. —exclama Marta, y le reprocha—: Espero
que al menos lo que me has dicho sea bonito…
Didi se encoge de hombros con picardía.
—Oye, ¿y cómo te apellidas? —pregunta la rubia a
continuación—. Porque siendo tus padres de sitios tan
diferentes…
—Lassare Mohapi —responde Didi.
Marta la mira con cara de asombro.
—¿Te llamas Davinia Daniela Lassare Mohapi?
—Sí, esa soy yo —afirma.
Su amiga asiente y luego, sin dejar de mirarla,
murmura:
—Vaya pedazo de combinación, tía…, tienes nombre
de persona importantísima.
Didi suelta una carcajada al oírla, y en ese instante la
camarera regresa con su pedido. Lo deposita sobre la
mesa y, cuando se marcha, Marta mira sus churros con
chocolate y se le hace la boca agua.
—¿Quieres? —ofrece a Didi.
Esta mira su plato y se apresura a decir:
—No, gracias.
Marta asiente. Y Didi, señalando lo que tiene frente a
ella, pregunta:
—¿Te apetece a ti probar el mío?
Con curiosidad, la rubia ojea el plato de su amiga.
—¿Qué lleva?
Didi trata de recordar lo que ha leído en la carta.
—Es una fajita pasada por la sartén con queso crema
vegano, tomate, espinacas, garbanzos cocidos… y algo
más que no recuerdo.
Marta cabecea. En otro momento lo probaría, pero,
tras mirar sus crujientes y suculentos churros, responde:
—Mmm…, no suena mal, pero ahora me apetece
dulce.
—¡Pues… que aproveche! —la anima Didi.
—¡Lo mismo digo! —Marta sonríe.
Las dos dan el primer bocado a sus correspondientes
meriendas. Dulce y salado. Ambas están buenísimas. Y
Marta, tras tragar un bocado, pregunta:
—¿Por qué has dicho antes que os mudabais
mucho?
Didi da un rápido sorbo a su vaso de agua y se seca
los labios con la servilleta.
—Porque el trabajo de mi padre lo requería, aunque
casi siempre fue dentro de Francia. Habré vivido en
unas siete u ocho casas distintas durante mi infancia.
Marta asiente. Una infancia como la suya debe de
tener su gracia.
—Madre mía, y yo que nunca me he mudado… —
comenta.
—De eso que te has librado. —Didi ríe.
—Las mudanzas son un rollo, ¿no?
Didi sonríe. Y encogiéndose de hombros contesta:
—Al final eso es lo de menos, ya que te acabas
acostumbrando, y…, bueno, debo decir que tengo un
máster en hacer y deshacer cajas. —Ambas sonríen y
Didi añade—: Lo peor era cambiar de colegio, dejar de
ver a mis amigos, volver a empezar… ¡Un lío!
Didi guarda silencio. Corta su fajita con cuidado y se
lleva un trozo a la boca mientras Marta la observa con
ternura y desconocimiento a la vez. Ella no ha vivido
nada parecido. Entró en su colegio de pequeña y salió al
terminar los estudios con diecisiete años.
—Imagino que tanto cambio no fue fácil para ti —dice
intentando entenderla.
La morena cabecea mientras recuerda cosas de su
pasado que la hacen sonreír.
—No, no era nada fácil ser la niña nueva de la clase
cada dos por tres. Pero también tengo que decir que,
gracias a que siempre he tenido este carácter tan
extrovertido, nunca me costó demasiado hacer amigos.
Marta asiente.
—Aprendí lo complicado que es llegar a un sitio y ser
el nuevo —añade Didi—. Por eso, siempre que había
alguien nuevo yo era la primera en acercarme y
hacerme su amiga.
La rubia la observa con una sonrisa. Didi cada vez la
atrae más.
—Eso dice mucho de ti —elogia—. No hay duda de
que eres una buenísima persona.
—¡Gracias! —Ella sonríe y, viendo cómo la mira,
añade—: Al final solo se trata de tener un poco de
empatía.
—Me gusta eso.
Al oírla a Didi casi se le cae el tenedor de las manos.
Pero ¿qué le pasa con Marta, que se pone tan nerviosa?
—¿A ti te ha tocado ser la nueva alguna vez? —
pregunta entonces para disimular.
Marta mastica su churro con chocolate, le hace un
gesto con la mano y, cuando traga, responde:
—Yo empecé los estudios en un colegio concertado y
los terminé en el mismo. Mis compañeros fueron los
mismos siempre, así que nunca fui la nueva.
Durante un rato las dos amigas siguen charlando.
Pero las voces que da una familia que está sentada a
una mesa situada a unos pocos metros de la suya las
distraen. Se trata de un padre, una madre, una niña y un
niño. Este último llora enfadado porque su hermana no
le deja sus juguetes, mientras los padres intentan que
bajen la voz.
Alertadas por los lloros, Marta desvía la mirada hacia
ellos y se los queda mirando unos segundos.
—Vaya pollo tienen montado —bromea Didi.
Marta asiente.
—¿Tú tienes hermanos? —le pregunta a continuación
con una sonrisa.
—No, soy hija única —y, cogiendo su vaso, bebe
agua y se mofa—: Mis padres dicen que conmigo han
tenido más que suficiente. ¿Y tú?
La rubia ríe por su comentario y murmura negando
con la cabeza:
—Que yo sepa, tampoco. Aunque, la verdad, me
habría encantado.
—¿Que tú sepas? —repite Didi intrigada.
Marta asiente.
—Mis padres se divorciaron cuando yo tenía diez
años y, aunque con mi madre he llevado una vida
normal y ordenada, con mi padre fue diferente.
—Entiendo —afirma Didi.
Acto seguido guardan unos instantes de silencio,
hasta que Marta dice:
—Que yo sepa, no tengo hermanos. Pero a estas
alturas…, ¡vete tú a saber!
Ambas ríen y luego Didi pregunta interesada:
—¿Y cómo has llevado lo de ser hija de padres
divorciados?
—Bien —y haciendo una mueca añade—: Es algo a
lo que te acostumbras o estás jodida. Y, bueno, en mi
caso sucedió hace ya unos años, aunque al principio
tenía su pequeña parte buena.
—¿A qué te refieres?
—Eso de recibir ración doble de regalos en
cumpleaños y Navidad ¡era una pasada! —murmura
Marta con gracia.
Ambas sonríen, pero Didi, que se ha percatado de
algo, vuelve a preguntar:
—¿Por qué hablas en pasado?
—Porque hace años que dejó de tener parte buena
—dice Marta, y encogiéndose de hombros suelta—:
Llevo seis años sin ver a mi padre. —Se limpia la boca
con la servilleta y continúa—: Lo último que sé de él es
que hará como dos años que se echó novia, y lo sé
porque vi algunas fotos de ellos juntos en su Facebook.
Didi asiente. Está claro que a veces las relaciones
familiares son complicadas.
—Como padre, sigue ingresando dinero en mi cuenta
todos los meses, y en fechas señaladas me manda el
típico mensaje de «Feliz cumpleaños, hija» o «Feliz
Navidad, hija». Pero hasta ahí. Ni comer juntos, ni pasar
el día juntos… ¡Nada!
—¿No os veis ni habláis pero te ingresa dinero? —
pregunta Didi confundida.
Marta asiente.
—Sí, debe de ser tan tonto que cree que el amor y el
cariño de las personas pueden comprarse con dinero —
y, cambiando su tono de voz a otro más tajante, indica
—: Te aseguro que estaría igual de enfadada con él
aunque no me ingresara el dinero. De hecho, durante un
tiempo sentí ganas de devolvérselo, pero tras pensar
egoístamente, no lo hice; ¿sabes por qué?
—¿Por qué?
—Porque eso ayuda a que mi madre no tenga que
trabajar el doble.
Didi asiente y, como le encantan los chismes, no
puede evitar preguntar:
—¿Al menos fue un divorcio amistoso?
—Al principio parecía que sí —afirma su amiga—.
Pero a medida que pasaban los meses la cosa se torció.
No se ponían de acuerdo en nada y el divorcio se alargó
mucho.
—Qué putada —murmura Didi.
—Pues sí —conviene Marta mirando a la familia de al
lado—, porque en la mayoría de los casos acabamos
pagando los platos rotos quienes menos lo merecemos:
¡los hijos! —y al ver que Didi está muy seria, para
quitarle dramatismo a la conversación Marta mueve las
manos con gracia e indica—: Y por todo esto siempre
digo que mi mejor amiga es mi psicóloga.
Ambas ríen con su comentario. Aun así está claro
que Marta no lo ha pasado bien con ese asunto, y la
morena dice entonces para desviar el tema:
—Había olvidado contarte que hace unos días
YouTube me hizo una recomendación musical que creo
que era más para ti que para mí, y tengo una duda.
Agradecida por el cambio de tema, Marta responde:
—¡Tú dirás!
Didi sonríe.
—¿Qué es el Festival de San Remo? —pregunta.
Nada más decir eso la rubia vuelve a sonreír, justo lo
que ella quería.
—¡No me digas que te recomendó Duecentomila ore
de Ana Mena!
—Sí —afirma Didi.
Marta asiente y, emocionada por hablar de algo que
le gusta, explica:
—El Festival de San Remo es un concurso musical
que se celebra todos los años en Italia. Diversos solistas
o grupos compiten presentando sus canciones y, en la
última gala, se anuncia el ganador del festival.
Didi la escucha atentamente.
—Y ese ganador decide si representar a Italia en
Eurovisión o no, que lo lógico es que diga que sí —
explica una animada Marta—. ¿Te ha gustado la canción
de Ana?
Didi, más tranquila por ver a su amiga sonreír de
nuevo, responde:
—Te voy a decir la verdad: me ha sorprendido.
—¿Por qué?
—Pues mira, cuando comencé a escucharla no
estaba convencida. Pero ahora llevo días tarareándola
sin parar.
Marta asiente. Le encantan tanto Ana Mena como
esa canción.
—Normal que no dejes de tararearla. Es buenísima,
ojalá gane.
Ambas ríen y luego la rubia vuelve a hablar:
—Aunque también he de decir que eso me haría
tener el corazón dividido para decidir mi ganador entre
Italia y España. Obviamente quiero que gane España,
pero, claro, me gusta tanto Ana Mena que…, uf…
Didi no puede hacer otra cosa más que reír por los
comentarios y los gestos que hace la rubia. Marta es tan
divertida, tan espontánea, que le encanta. Cada vez le
gusta más.
Durante el resto de la tarde siguen charlando y
conociéndose un poco más. Se cuentan cosas que no
sabían la una de la otra y, cuando quieren darse cuenta,
es la hora de despedirse. Se les ha pasado el tiempo
volando. Y, según dicen, piensan que eso es bueno,
porque el tiempo vuela cuando lo pasas bien.
Mientras caminan por las calles de Madrid en busca
de una estación de metro para que Didi lo coja, se paran
frente a un semáforo que está en rojo. En un momento
dado las manos de las chicas simplemente se rozan y a
Didi se le acelera el corazón mientras piensa en cuánto
le gustaría besar a Marta, pero no…, no puede hacerlo.
Es su compañera de trabajo y, además, ¿y si se está
equivocando en sus suposiciones?
No, lo mejor es seguir como están y no liarla más. Por
ello, cuando llegan al metro, se despiden con un abrazo
y dos besos y, en el momento en que se separan, algo
hace que las dos se miren a los ojos. Durante unos
instantes Didi y Marta se miran. Está claro que hay una
atracción entre ellas, pero Didi, que no quiere líos, da un
paso atrás, sonríe y, como si no sintiera nada, se aleja
sin más.
¿Habrá hecho lo correcto?
Capítulo 14

Los lunes suelen ser un martirio en el que parece que no


pasan las horas. Sin embargo, no ha sido así para
Clara, que se ha tirado la mañana de un lado para otro
ayudando en todo lo que podía en la oficina de Cecilia.
Antes de salir ha comido una ensalada rápida con su
hermano y después se ha ido directa a casa con la
intención de descansar, puesto que esa noche saldrá
con Piero hasta tarde y quiere pasarlo muy muy bien
con él.
Hoy es San Valentín, y para una romántica como ella
ese día ha de celebrarse como es debido. Así pues,
cambió su horario de clases para poder estar con el
italiano. Aunque, la verdad, Clara empieza a tener sus
dudas, ya que le ha enviado un mensaje de felicitación a
las nueve de la mañana y son más de las tres de la
tarde y todavía no ha obtenido respuesta. Más aún:
Piero ni siquiera lo ha leído.
Mientras piensa en eso, llega a su casa, donde lo
primero que hace es soltar el bolso, el móvil, coge la
correa de Cora y sale con ella a la calle. Por norma,
disfruta del paseo diario con su perra. Caminar
tranquilamente siempre le permite desconectar, pero hoy
es imposible. Que Piero no le haya contestado al
mensaje en un día tan especial la tiene en un sinvivir.
Una vez que regresa a casa, tras ponerle a Cora su
cazo con agua fresca mira el teléfono, que ha dejado
sobre la mesa antes de salir. Lo ha hecho aposta, pues
no quería estar mirándolo cada dos por tres. Pero las
ganas de comprobar si Piero ha visto su mensaje hacen
que lo coja y, al encenderlo, sonríe al leer:
Piero
Feliz San Valentín, amore!

Sí, sí, por fin lo ha visto y le ha contestado. Y Clara


teclea feliz:
Clara
¡Feliz San Valentín otra vez, guapo! ¿Nos
vemos cuando termine las clases?

Él deja entonces de estar en línea. «¿En serio?»


Durante unos minutos la pelirroja espera, pero al ver
que no obtiene respuesta, programa la alarma, silencia
el móvil y se tumba en la cama a descansar un poco.
Está agotada.
Una hora y media después se despierta cuando
suena la alarma de su móvil. Rápidamente lo coge para
ver si Piero ha escrito, pero no, sigue sin dar señales de
vida. Molesta, se levanta y, tras saludar a Cora, se asea,
recoge todo lo que necesita para las clases y, justo
cuando está a punto de salir del piso, recibe un
mensaje.
Piero
Non posso, esta tarde juego
al fútbol con amici.
Sorprendida, Clara alza las cejas. Si no ha hecho
otros planes es porque él le dijo que pasarían la tarde
noche del 14 de febrero juntos. Pero, como no le
apetece enfadarse, y menos aún siendo el día que es,
escribe:
Clara
¿Sobre qué hora terminaréis?

Piero está en línea. Tras un minuto, ella ve que el


italiano escribe y poco después lee:
Piero
Non lo so. ¿Te aviso y vienes a cenar?

Clara lee el mensaje y frunce el ceño con


incredulidad. De mala gana suelta el móvil y protesta en
voz alta:
—¿En serio pretendes que pase San Valentín contigo
y tus amiguitos?
Cora la mira, pues pocas veces ha oído ese tono de
voz molesto de su dueña. Y entonces Clara decide
coger de nuevo el móvil y responder a su mensaje:
Clara
Paso. Ya nos veremos otro día.

Y dicho esto, recoge el bolso para marcharse a sus


clases pero el móvil vuelve a sonar.
Piero
¿No quieres que cenemos hoy, amore?

Clara, molesta, responde con retintín:


Clara
No, amore.

Piero, que está en su casa con sus amigos, tras


decirle a la novia de uno de ellos que le ponga un café,
teclea:
Piero
Perché?

La paciencia de Clara comienza a acabarse. ¿En


serio es tan tonto que no sabe por qué? Y, sin medias
tintas, responde:
Clara
Pues muy fácil, Piero. Porque no me
apetece ir a cenar contigo y tus amigos la
noche de San Valentín. Prefiero quedarme
en casa viendo una peli.

Él asiente. ¿Quién se cree que es esa española para


hablarle así? Y, sonriendo con mofa, escribe:
Piero
Bravo.

A la pelirroja la saca de sus casillas leer eso.


Clara
¿Bravo, qué?

Durante unos segundos ve que Piero escribe y borra,


escribe y borra, y finalmente recibe:
Piero
Me ne frego.

«¡Será idiota!», piensa. Clara sabe que eso significa


«me da igual», y lo sabe porque no es la primera vez
que se lo dice. Está a punto de mandarlo a la mierda
cuando él añade:
Piero
¿Y si voy después?

No, ni de coña. Ahora Clara está enfadada.


Clara
Mejor que no, mañana madrugo.

No obstante, él insiste:
Piero
Pero ¿tu hermano estará en casa?

Sin dudarlo, la joven escribe un simple:


Clara
Sí.

Dolida, Clara opta por mentir. ¿Cómo puede preferir


estar con sus amigos a cenar con ella a solas en un día
tan especial, y más aún cuando fue él mismo quien se lo
propuso?
Molesta, camina de un lado a otro del salón bajo la
atenta mirada de su perra. Ese mediodía, mientras
comían en la oficina, Kevin le ha dicho que aún no tiene
claro si se quedará a dormir con su novio siendo la
noche que es o regresará a casa, ya que al día siguiente
trabaja.
Sabe que su hermano y su chico no van a hacer nada
especial, puesto que se van a ocupar de los sobrinos de
Ángel para que su hermana y su cuñado puedan tener
una noche romántica por primera vez en tres años.
Rocío, la hermana de Ángel, se lo pidió y este, tras
hablarlo con Kevin, decidieron hacerles el favor. Sus
padres están en Murcia, y solo Kevin y Ángel podían
quedarse con los niños.
El sonido de su móvil la saca de sus pensamientos.
Piero
Ciao, amore.

Clara cabecea con fastidio. Tras la reacción del


italiano, lo último que le apetece es verlo. Ella planeando
una noche bonita y romántica y él, comportándose así.
—Esta es la gota que colma el vaso, amore… —
murmura.
Durante unos segundos duda si decirle algo más.
Con lo enfadada que está pasan miles de cosas por su
cabeza, pero finalmente decide ser precavida, no actuar
en caliente, y, tras guardarse el móvil en el bolso, se va
a dar sus clases.
Mientras camina por la calle su mente no para de
pensar. La verdad es que no lleva tanto tiempo viéndose
con Piero. Tienen algo, pero tampoco quizá como para
celebrarlo en San Valentín. Poco a poco empieza a
quitarle importancia. Total, Piero no es su novio, solo es
un rollo. ¿Por qué enfadarse con él?
«Quizá le estoy dando más vueltas de las que
debería», se dice.

Esa tarde, cuando Clara termina de dar sus clases,


vuelve a casa algo desanimada. Es San Valentín y ella
está sola. Todos tienen planes a excepción de Didi, que
trabaja. ¡Qué mala suerte!
Cuando entra en el piso, como siempre, Cora acude a
su encuentro. Los recibimientos de su preciosa y
pequeña perra siempre son de lo mejor y, tras
agradecérselo, deja el bolso, coge la correa y sale a la
calle con ella para darle su paseo.
En el camino se cruza con diversas parejas que van
abrazadas. Algunas incluso llevan ramos de rosas y
esas cosas que se regalan el día de San Valentín, y la
pelirroja los observa con cierta envidia. ¿Por qué no
puede encontrar ella un amor así?
Tras darle un buen paseo a Cora, cuando regresan a
la casa Clara decide que no le apetece prepararse nada
de cena, así que, tras desbloquear el móvil, entra en una
app y opta por pedir al Telepizza más cercano. La boca
se le hace agua imaginando la pizza carbonara con
doble de queso que se va a pedir. Ese pensamiento
hace que sonría. Si Piero lo supiera pensaría más en las
calorías que va a ingerir que en el gusto de comer. Eso
también le hace pensar en Jacob. No ha vuelto a hablar
con él, a excepción de los mensajes que intercambian
por el grupo de WhatsApp. ¿Tendrá planes con la tal
Raquel?
Finalmente se aparta la idea de la cabeza y pide lo
que quiere por la aplicación. La pizza tardará una media
hora en llegar, así que mientras tanto irá a ducharse y
ponerse el pijama.
Veinticinco minutos después, justo cuando baja al
salón suena el telefonillo. Es el repartidor. Con una
sonrisa Clara lo atiende y, una vez que se despide de él,
pasa por la cocina para cogerse algo de beber con la
caja de la pizza en la mano y, con Cora olisqueando el
aire detrás de ella, se dirige a la mesa del salón. Allí,
tras comprobar la deliciosa pinta que tiene la pizza y
abrirse el refresco, enciende el televisor y busca algo
que pueda ver. Rápidamente descarta las películas
románticas, ese no es el día. Haciendo caso de la
sugerencia que le hizo su amiga Amanda, entra en
Disney+ y pone Encanto.
—¡Veamos qué tal! —afirma sonriendo.
Cuando la película empieza, Clara da buena cuenta
de la pizza. Está riquísima y, como siempre, al final tiene
que compartirla con Cora. La perra no para de darle la
pata, quiere probar eso que huele tan bien y, entre risas,
ve la película, come, bebe y atiende a su perrita.
Cuando un buen rato después la película termina, se
despereza en el sofá y murmura:
—Jo, qué bonita ha sido.
Cora está dormida al otro lado del sofá. Clara se
levanta y va a coger la caja de la pizza para llevarla a la
cocina cuando su móvil vibra. ¿Será Piero?
Rápidamente lo mira y sonríe al leer:
Didi
¿Cómo va tu día de San Valentín, reina? Si
estás ocupada, no respondas .

A Clara le hace gracia el mensaje, así que abre la


caja de la pizza, les hace una foto a los bordes de la
misma que ha dejado y se la manda.
Clara
¡Genial! Me acabo de comer esta pizza
entera yo sola y he visto la peli de Encanto.
Por cierto, te la recomiendo.

Sorprendida, Didi, que está en el súper trabajando,


escribe:
Didi
¿Y el italiano dónde está?

Clara suspira. Eso quisiera saber ella.


Clara
Cenando con sus amigos, con los que se ha
tirado toda la tarde jugando al fútbol.

Boquiabierta, Didi maldice. Ese imbécil cada vez le


cae peor.
Didi
¿Perdón? ¿Me estás vacilando?
Clara niega con la cabeza y, con gesto derrotado,
contesta:
Clara
Ojalá.

Didi no puede creerse lo que está leyendo. Si hay una


persona romántica en el mundo esa es Clara. Sabe lo
importante que es San Valentín para ella. Es más, le
contó que Piero le había propuesto que lo pasaran
juntos. E, incapaz de callarse, envía:
Didi
Menudo imbécil. Al menos te habrá regalado
algo, ¿no?

Clara se ríe. Decide que es mejor intentar tomárselo a


guasa.
Clara
Ni nos hemos visto. Y mira que yo con una
flor me conformo, jajaja. Pero, vamos, al fin
y al cabo, tampoco somos nada. Solo nos
estamos conociendo.

Didi asiente. Sabe que eso es cierto, pero, joder, ¡es


San Valentín! Y si al principio de una relación esos días
no se tienen en cuenta, ¿cuándo van a hacerlo?
Necesita ayudar a su amiga, y de pronto se le ocurre
algo. Pero para ello no solo debe dejarla tirada en
WhatsApp, sino que además tiene que mentirle.
Didi
Reina, tengo que dejarte, que me llama
Martín. Luego te escribo.

Clara responde con un emoticono de un corazón rosa


y, sonriendo, se tumba junto a Cora. Al menos la tiene a
ella.
Capítulo 15

Didi, a la que le ha dado mucha rabia saber eso de su


amiga, resopla. Se le ha ocurrido algo, pero ella sola no
puede llevarlo a cabo.
Como ha entrado en el turno de las dos y media a
trabajar en el súper, sabe que hasta las once y media de
la noche como mínimo no va a salir. Por ello, busca a
Marta, se acerca a ella y, bajando la voz, explica:
—Voy al baño. Si me busca Martín, cúbreme, porfa.
Sorprendida, la rubia la mira y pregunta:
—¿Pasa algo?
Didi niega con la cabeza, y Marta, inquieta, insiste:
—¿Estás bien?
—Sí, yo sí. Tranquila —y añade al verla preocupada
—: Pero mi amiga Clara me necesita. Luego te lo
cuento.
Eso tranquiliza a Marta, que sabe quién es Clara.
Didi mira a su alrededor y, al no ver a Martín, corre
hacia los aseos. Una vez que entra en el de mujeres y
cierra con el pestillo, saca su móvil del bolsillo de su
pantalón y teclea:
Didi
¿Te pillo ocupado con alguien?

Jacob, que está en tirado en el sofá de su casa


jugando con la PlayStation, no tarda en responder.
Jacob
No.

La joven sonríe y rápidamente escribe:


Didi
¿Puedo llamarte por teléfono?
Jacob
Por supuesto.

Sin esperar un segundo, ella lo llama y él descuelga


divertido.
—Guau…, en los años que llevamos siendo amigos
nunca me habías llamado por teléfono. Sí que tiene que
ser serio para que lo hagas.
Didi asiente. Tiene razón, ella es más de mensajitos.
—Jacob, tenemos una emergencia —susurra.
—No me asustes. ¿Le ha pasado algo a alguien? —
dice él en el mismo tono bajo.
Didi, entendiendo que él pueda pensar que es otra
cosa, se apresura a aclarar:
—Tranquilo, todos están bien, que yo sepa.
Él se tranquiliza al oír eso y, a continuación, replica:
—¿Por qué susurramos?
Didi sonríe. Parecen dos espías hablando entre
susurros.
—Porque me he encerrado en el baño del súper para
llamarte: como me pille el gerente me la cargo.
—Vale, cuéntame.
—Es por Clara.
Al oír eso el chico pega un respingo en el sofá.
—¿Qué ha pasado?
Oír ese tono de voz era lo que Didi esperaba. Aunque
él no dice nada, la chica nota que su amigo está
totalmente colado por Clara.
—Bueno, cálmate, que no es nada grave.
—¿Qué pasa? —insiste él con seriedad.
—Que el gilipollas del italiano la ha dejado tirada en
San Valentín.
Jacob asiente sin moverse. La imagen que él tiene
del italiano no es muy buena, y por los comentarios de
Didi sabe que ella mucho cariño tampoco le tiene. Pero
eso es cosa de Clara y él no debe meterse.
—A ver, Didi…
—El caradura de Piero, tras haber quedado con ella,
ha preferido cenar con sus amiguitos…
—Menudo imbécil —murmura él.
—Eso mismo he dicho yo.
Jacob suspira. No le gusta nada oír lo que su amiga
le cuenta.
—¿Y dónde está Clara? —quiere saber a
continuación.
—En el piso de Kevin.
—¿Y por qué me llamas precisamente a mí?
Didi resopla. Sabe que el resto de sus amigos están
ocupados con sus propios planes. Y, cerrando los ojos,
musita:
—Porque estoy segura de que nadie quiere a Clara
como tú.
Jacob sonríe al oírla. Sabe lo lista que es su amiga y
que, aunque él nunca le haya confirmado nada,
sospecha muchas cosas. Adora a Didi, y también su
sinceridad y su intuición.
—Qué cabrona… —Ella sonríe, y luego él pregunta
—: ¿Qué es lo que quieres que haga en realidad?
Su amiga asiente, suspira y, con sinceridad, suelta:
—Tengo una idea. Pero como los demás estarán
ocupados, como buenos amigos suyos que somos, nos
toca a nosotros llevarla a cabo.
Jacob, que la conoce, se levanta del sofá y dice:
—Sorpréndeme.
Didi cabecea.
—Conociendo a Clara, con lo romántica que es, se
habrá pasado el día fantaseando con tener una bonita
cena y recibir un regalito de su parte —explica
rápidamente—. A ver, sé que esto que te digo es una
putada para ti, pero, Jacob, no podemos permitir que
nuestra amiga se vaya a la cama teniendo un San
Valentín de mierda por culpa de ese caradura.
Él suspira. Su San Valentín también ha sido de
mierda. Y, aunque le duela verse metido en eso por los
sentimientos que tiene hacia Clara, no lo puede evitar, y
dice:
—Opino igual.
De inmediato se encamina hacia su habitación. Está
solo en casa porque su madre ha salido con su grupo de
amigas para celebrar San Solterín, como dicen ellas.
Lleva todo el día oyéndola hablar de lo bien que lo va a
pasar esa noche.
—La idea es comprar unos bombones, chuches,
flores… —sugiere Didi—, lo que sea, e ir a dárselo antes
de que pase el puñetero día de San Valentín. El
problema es que yo no salgo de trabajar hasta dentro de
al menos veinte minutos y no llegaría a tiempo para
dárselo.
Jacob lo valora. Sabe que hacer eso es ser un idiota
redomado, y más cuando ella está pensando en otro,
pero, deseoso de saber que Clara está bien, se ofrece:
—Vale, yo me encargo de llevárselo.
—¡Eres el mejoooor!
—Más bien soy un gilipollas…
—¡No digas eso, Jacob! —musita Didi apenada.
Él cierra los ojos. Es consciente de que va a hacer el
idiota, pero es incapaz de negarse. Sabe que al cabo de
diez minutos puede estar en casa de Clara, así que
pone el manos libres en el móvil y comienza a
cambiarse de ropa. Va a hablar de nuevo cuando Didi
pregunta:
—¿Estás en casa?
—Sí, pero en cinco minutos estoy saliendo por la
puerta —dice poniéndose una sudadera.
—¡Genial! —exclama ella.
—¿Dónde crees que podré encontrar algo para ella a
estas horas?
Didi piensa a toda prisa durante unos segundos.
—Me da a mí que vamos a tener que tirar de alguna
gasolinera de esas que abren las veinticuatro horas.
—Vale, sé dónde hay una.
Jacob se pone unos pantalones vaqueros y las
deportivas.
—¿Crees que te dará tiempo? —le pregunta su
amiga.
—Eso espero.
Entonces la puerta del baño se abre y Didi deja de
hablar al instante. Alguien ha entrado. Suenan un par de
sutiles golpes en la puerta y luego oye:
—Didi, Martín ya ha preguntado por ti dos veces.
La chica respira tranquila, pues es Marta.
—Joder, ese tío está obsesionado —murmura.
—¿Quién, yo? —pregunta extrañado Jacob al otro
lado del teléfono.
—No, el gerente, que es pesadísimo —se queja ella
—. Tengo que colgar.
Acto seguido quita el pestillo, abre la puerta y le hace
una seña a Marta para que le dé un segundo, y Jacob
indica:
—Claro, no te preocupes.
—Ve poniéndome al corriente de la situación, ¿vale?
—le pide ella.
Jacob vuelve a coger el móvil, quita el manos libres,
se lo lleva a la oreja y, haciendo reír a su amiga, dice:
—Por supuesto, somos el Escuadrón Emergencia.
Los amigos se despiden y Didi cuelga.
—¿Ya está? —pregunta Marta interesada.
Didi abre la puerta y, cuando salen del baño
intentando que Martín no las vea, susurra:
—Luego te cuento.
Marta asiente. Se separan y continúan trabajando.
Capítulo 16

Jacob coge la cartera, las llaves y se pone un abrigo.


Consciente de dónde está la gasolinera que necesita,
conecta sus auriculares inalámbricos al móvil, elige la
canción La Faraona de Fredi Leis y empieza a caminar a
paso ligero para llegar a tiempo.
Hace bastante frío, pero, solo un par de canciones
después Jacob entra en la gasolinera.
—Buenas noches —lo saluda la dependienta.
—¡Hola! —dice él.
Rápidamente echa un vistazo en busca de algún
regalo propio de San Valentín. Por suerte ve que quedan
dos pequeños ramos de flores algo pachuchas. Coge
uno y luego va hasta la estantería de las chocolatinas,
donde comprueba que aún quedan cajas de bombones
de los que le gustan a Clara. Con todo ello en las
manos, se acerca a la cajera para pagar y esta,
sonriendo, le pregunta:
—¿Regalito de última hora?
Jacob asiente. Si ella supiera que es para la chica a
la que adora pero que esta quiere a otro, pensaría que
es un gilipollas, como ahora mismo piensa él.
—Sí —dice simplemente.
—Sin duda es una chica afortunada —añade la
dependienta.
Jacob paga, se despide de la joven y sale a toda
pastilla de la tienda.
Una vez en la calle, mira el reloj. Tiene menos de
veinticinco minutos para llegar. Se dirige al metro todo lo
rápido que puede y lo pilla a tiempo de entrar y que las
puertas se cierren a su espalda. ¡Qué suerte ha tenido!
Toma asiento, solo serán tres paradas. Durante el
trayecto mira a su alrededor y ve que está rodeado de
parejas, o al menos a él se lo parecen. Las observa con
cierta envidia. A pesar de llevar flores y bombones en la
mano hace demasiado que no tiene con quién celebrar
un día tan especial. De pronto recuerda que ha
prometido mantener informada a Didi, así que
aprovecha la espera para hacerles una foto a las cosas
que ha comprado y mandársela. No pasan ni dos
minutos cuando recibe un mensaje suyo:
Didi
Genial. La misión del equipo va a salir
a la perfección. Si puedes, hazme
videollamada para ver su cara, porfa.

Él sonríe. Hay que ver lo que le gusta el salseo a Didi.


Jacob
Por supuesto.

Los minutos pasan y por fin llega a su parada. Sale


del metro y, a paso acelerado, camina hacia el portal de
Clara pensando en qué va a decirle cuando llame al
interfono. Sin embargo la suerte está de su lado, pues
justo coincide con una pareja que sale del portal y él
aprovecha para entrar. Se sube al ascensor, le da al
botón de la octava planta y hace una videollamada a
Didi.
Clara, que está tirada en el sofá hablando por el
manos libres del móvil con su amiga Amanda, se
sorprende al oír que llaman a la puerta.
—¿Eso ha sido el timbre? —le pregunta esta.
—Sí —responde ella extrañada.
—¿A estas horas?
Clara se quita de encima a Cora con cuidado.
—¿Será tu hermano? —sugiere Amanda.
Clara asiente, pues no espera a nadie.
—Seguramente sea él. Imagino que se habrá dejado
las llaves.
La pelirroja se levanta con el móvil en la mano y se
encamina hacia la puerta con Cora detrás. Está
convencida de que es Kevin, pero abre y se encuentra
con Jacob.
—¡Sorpresaaaaaa! —exclama él con una bonita
sonrisa.
Clara parpadea sorprendida. ¿Qué está haciendo
Jacob en su casa? Y entonces, desde el teléfono de él,
oye:
—¡Holaaaaa!
Sin dar crédito, da un paso atrás al ver a Didi a través
de la pantalla del móvil. Sonríe sin entender nada, y en
ese momento Amanda, que sigue en su teléfono en
modo manos libres, pregunta:
—¿Es tu hermano?
Clara mira a Jacob a los ojos y ambos sonríen.
—Si es el idiota de Piero, ya le estás pasando el
móvil para que yo le diga cuatro cositas —se oye decir a
Amanda.
La pelirroja finalmente consigue reaccionar.
—Son mis amigos —dice confundida—. Amanda,
tengo que dejarte, luego hablamos, ¿vale?
Al ver la prisa de su amiga por colgar, esta se
despide:
—De acuerdo, Clarita. Un besooo.
Ella cuelga la llamada y mira a Jacob, que está frente
a ella con el móvil en la mano, y a Didi, que la saluda a
través de él:
—¡Holaaaaaaaa!
Un extraño silencio se hace de pronto; entonces
Jacob, que no sabe realmente qué hacer o qué decir,
suelta:
—¿Pensabas que íbamos a dejar que terminases
este San Valentín sin recibir flores?
Según dice eso mueve el brazo, que tenía escondido
a la espalda, y pone frente a ella el ramo de flores
mustio y la caja de bombones. Se siente ridículo.
—¿Esto es para mí? —pregunta Clara confusa.
—¡Claro, tía! —dice Didi a través del teléfono.
Jacob sonríe incómodo, pues la situación es
surrealista.
—No entiendo nada —murmura Clara mientras coge
las flores y los bombones.
El chico vuelve a sonreír y piensa: «Yo tampoco».
—Vamos a ver, señorita Clara —se oye decir
entonces a Didi a través del móvil—. Como amigos
tuyos que somos y que te queremos, no podíamos
permitir que tuvieses un día de San Valentín como este.
Clara los mira sin dar crédito. Entonces ¿Jacob sabe
lo que le ha pasado?
«¿Qué ha hecho Didi?»
Y, mirando a la pantalla, va a hablar cuando Jacob
tercia:
—Como bien ha dicho nuestra amiga, quienes te
queremos nos preocupamos por ti.
Bloqueada como pocas veces en su vida, y
comenzando a entender la situación, Clara pregunta:
—Pero, vamos a ver, ¿qué estáis tratando de
decirme?
Didi y Jacob sonríen. Clara mira a su amigo e insiste:
—¿Has venido hasta aquí, a estas horas, solo para
darme esto?
Jacob asiente sin dudarlo.
—Por supuesto que sí.
Clara se lleva las manos a las mejillas azorada. Es
una preciosa demostración de cariño.
—Mira, reina —interviene Didi—, no íbamos a permitir
que terminases el día sin al menos unas flores. Si no te
las regala el caradura ese al que cada día le tengo más
manía, aquí están tus amigos para hacerlo.
La pelirroja se acerca a Jacob emocionada y lo
abraza. Él la acepta con una sonrisa y, cuando Clara se
aparta, murmura mirándolos a ambos:
—Muchísimas gracias, de verdad. Es un detalle
precioso.
Jacob gira el móvil para que Didi la vea e indica:
—La misión del Escuadrón Emergencia ha sido todo
un éxito.
Ambos se ríen, mientras que Clara murmura:
—Todo esto parece sacado de una película…
—Si es que al final somos unos románticos —bromea
Didi, y, con la excusa perfecta se despide de ellos para
dejarlos a solas—. Bueno, os dejo, que ya he llegado a
casa y todavía tengo que ducharme y cenar. Un besooo.
Dicho eso, cuelga. Ha visto la situación ideal para
dejar solos a sus amigos. Quizá de esto salga algo
bueno.
Jacob y Clara se miran y luego ella comenta:
—No me puedo creer que hayáis hecho esto por mí.
Él sonríe. Le encantaría decirle que haría lo que fuera
por ella, pero se aparta un mechón rubio del rostro y
simplemente responde:
—Ha sido todo idea de Didi, el mérito es suyo. Yo
solo he ayudado a llevarlo a cabo.
Clara niega con la cabeza. Eso no es así.
—El mérito es de los dos —asegura.

Entretanto Kevin acaba de entrar en el portal del edificio.


Al final ha decidido dormir en casa, ya que a él le toca
madrugar, mientras que a su novio y a sus sobrinos no.
Una vez que sube al ascensor, pulsa el botón del
octavo piso y, cuando llega a la planta y las puertas se
abren, oye unas voces conocidas que provienen de la
puerta de su casa.
—Si no haces estas cosas por alguien a quien
quieres, ¿por quién las vas a hacer?
En ese instante Clara ve a su hermano, que los mira
desconcertado mientras piensa: «¿Qué me he
perdido?».
Cora se acerca corriendo a Kevin, que no duda en
agacharse y cogerla en brazos.
—Hola, Kevin, al final has venido —saluda Clara.
El pelirrojo se acerca a ellos sin tener claro qué pasa
o qué ha interrumpido
—Sí, prefería dormir en mi cama —murmura.
Jacob y Clara lo miran mientras él los mira a ellos. La
situación es rara, así que Kevin pregunta:
—¿Entras en casa, Jacob?
Al oír eso Clara se da cuenta de que, a causa de la
sorpresa, ni siquiera lo ha invitado a entrar.
—No, gracias —se apresura a decir él—. Yo ya me
iba.
Clara se entristece al oír eso.
—¿No quieres tomar algo? —le pregunta.
Jacob niega con la cabeza. La situación ya es
demasiado ridícula como para continuar alargándola.
—Te lo agradezco, pero debo marcharme.
Y, sin más, se da la vuelta. Camina hacia el ascensor,
pero antes de llegar nota que alguien lo coge del brazo
y, al volverse, se encuentra con Clara, que lo mira con
una bonita sonrisa y susurra:
—Muchas gracias por los regalos, son preciosos, y tú
eres genial.
Jacob sonríe y ella, acercándose, le da un cariñoso
beso en la mejilla. Bloqueado, el chico no sabe qué
hacer, y al sentir también la mirada de Kevin, abre la
puerta del ascensor y bromea:
—No os comáis todos los bombones esta noche, que
os conozco.
Dicho esto cierra a su espalda, y acto seguido Clara y
Kevin se miran.
—Eehhh…, ¿tienes que contarme algo? —no duda
en preguntar él al ver que ella sujeta un ramo de flores y
una caja de bombones.
Los hermanos entran con Cora en la casa. Kevin
cierra la puerta y Clara, sonriendo, responde:
—Que ha sido el San Valentín más raro y bonito de
mi vida.
Kevin asiente, aunque no entiende nada. ¿Qué hacía
Jacob llevándole unos regalos a su hermana cuando
debería haber sido Piero? Y, viendo que Clara no puede
parar de sonreír, y pensando que ya la interrogará en
otro momento, asegura:
—Te perdono los detalles porque es tarde y mañana
hay que madrugar mucho, pero con verte sonreír así me
conformo.
Minutos después, una vez que los hermanos se
despiden y cada uno se marcha a su habitación, Clara,
contenta, mira el ramo de flores que Jacob le ha llevado.
No sabe qué pensar al respecto. De pronto su móvil se
ilumina y le da un vuelco el corazón. Al cogerlo ve que
tiene varios mensajes de Amanda.
Amanda
Tía, ¿estás bien?
Amanda
Clara, dime algo.
Amanda
Claritaaaaaa…

Pobrecilla, con el subidón del momento ha olvidado


por completo escribirle, y, tumbándose en la cama con
una sonrisa de oreja a oreja, teclea:
Clara
Perdona, pero entre una cosa y otra he
olvidado escribirte. Como le he dicho a mi
hermano hace unos instantes, solo te diré
que ha sido el San Valentín más raro y
bonito de mi vida.
Capítulo 17

Comienza un nuevo día, y Kevin y Clara se levantan y


se preparan para ir a la oficina de su tía. Mientras él
termina de ducharse, su hermana mira por decimoquinta
vez el ramo de flores que sus amigos le regalaron y que
le llevó Jacob y sonríe. ¡Qué detalle tan bonito!
Aún como en una nube por lo que vivió la noche
anterior, entra en la cocina con las flores en el jarrón y
las deja sobre la encimera, junto a los bombones.
Después coge el cuenco de su perra, lo llena de pienso
y se lo pone para que desayune.
Cuando oye a su hermano salir de la ducha, empieza
a preparar las tostadas. Sabe que aparecerá de un
momento a otro perfectamente vestido, y, tras mirar su
móvil, lo coge y desbloquea la pantalla. Sigue sin tener
noticias de Piero.
Cinco minutos después, cuando deja sobre la mesa
las tostadas listas, Kevin entra y abre un armario del que
saca un bote de Nutella. Sabe cuánto le gusta el
chocolate a su hermana.
—El chocolate siempre es bueno para desahogarse
—dice colocándolo frente a ella.
Clara sonríe. A menudo ambos se han puesto hasta
las cejas de chocolate a raíz de algún problema, pero
suspira y responde:
—Hoy prefiero una tostada con aguacate.
—Vayaaaa, ¡eso es nuevo! Pues yo me la haré con
tomate y aceite. —Kevin ríe dejando la Nutella en la
encimera.
Ella lo mira, pues no está para bromas. Kevin se
sienta a su lado con un tomate y la aceitera.
—¿Puedo preguntarte ya qué pasó con el italiano?
Clara afirma con la cabeza, luego toma aire y se lo
cuenta. Él la observa sorprendido y, cuando termina,
inquiere:
—Lo mandarás a la mierda definitivamente, ¿no?
Ella niega. Ya no está tan enfadada como la noche
anterior.
—A ver, Kevin…
—No, no, no. No empieces a justificarlo —replica con
seriedad—. ¿Me estás diciendo que, después de haber
quedado contigo, ese tío decide ir a cenar con sus
amigos y pretende que tú aceptes ir con todos ellos?
Clara no contesta y él continúa:
—Mira…, sabes que yo no me meto en tu vida,
porque si quiero que respeten la mía, primero tengo que
respetar la de los demás. Pero eres mi hermana y te
conozco. Y solo con eso que me has contado, sé que
ese tío no te va a hacer feliz. ¿Qué haces con él?
—Me gusta… —responde Clara con sinceridad.
Él asiente. La entiende, puesto que él mismo estuvo
en el pasado con personas que no le convenían
precisamente porque le gustaban, pero insiste:
—¿Y solo porque te gusta vas a tragar con lo que te
hizo?
Clara resopla. Su hermano se lo ha tomado a la
tremenda.
—Vale —dice—. Mira, no quiero seguir hablando de
esto.
El pelirrojo cabecea. Sabe que cuando su hermana
se niega a hablar de algo es difícil sonsacarla, y, tras
coger la taza, da un trago a su café. Durante unos
minutos ambos permanecen en silencio hasta que ella
pregunta:
—¿Y esa pulsera?
Kevin sonríe al oírla. Deja la taza sobre la mesa y
contesta enseñándole la muñeca izquierda:
—Me la regaló Ángel ayer.
Es una pulsera hecha de pequeñas piedras negras y
redondas.
—Qué bonito detalle, y la pulsera es preciosa —
comenta ella.
Le parece muy bonito que Ángel le hiciese ese regalo
a su hermano ayer. Ella también esperaba algún detalle
del chico con el que creía tener algo, aunque al final lo
recibió de otro. Rápidamente sus ojos reparan en los
bombones y en las flores que hay sobre la encimera,
pero vuelve la mirada hacia su hermano y pregunta:
—¿Y cómo no me la enseñaste anoche?
Kevin enarca una ceja.
—Perdona —dice—, pero anoche, cuando llegué,
estabas ocupada… —y antes de dar un mordisco a su
tostada con tomate y aceite añade—: ¿Puedo
preguntarte sobre ello o tampoco quieres hablar de eso?
Clara resopla. Sabe lo que opina su hermano de
Jacob.
—Todo fue cosa de Didi, que no sabe estarse quieta
—asegura—. Hablé con ella, le comenté lo de Piero y…,
bueno, embaucó a Jacob para que viniera.
Su hermano asiente. No le hace falta hablar con
Jacob para saber que Didi no tuvo que embaucarlo
mucho para que fuera.
—Así que, como ella no podía venir porque estaba en
el súper, habló con Jacob y él se presentó aquí con las
flores y los bombones —termina Clara.
Kevin sigue pensando lo mismo desde que conoció a
Jacob: él y su hermana hacen la pareja perfecta.
—Qué gesto tan bonito, eso sí que es amor. Qué
pena que solo seáis amigos… —suelta con cierto
retintín.
Su comentario hace que se gane una mirada de
reproche de Clara. No es la primera vez que él o Didi se
refieren a Jacob como su pareja ideal.
—Sabes que si Didi no hubiera estado trabajando
habría venido ella, ¿no? —le reprocha sin saber muy
bien por qué.
Él asiente con la cabeza.
—Conociéndola, no lo dudo ni un segundo, pero…,
ya ves, casualidades de la vida.
Los mellizos comparten muchas opiniones, y ambos
están seguros de que Jacob siente algo por Clara. Solo
hay que ver cómo la mira cuando está con ella para
darse cuenta.
En ese momento suena el timbre de la puerta y eso
hace que Cora salga corriendo hacia allí mientras ladra.
—¿Esperas a alguien? —pregunta Kevin.
—No.
—¿Has pedido algo por Amazon? —insiste el
pelirrojo.
Clara niega con la cabeza y él, dejando su tostada en
el plato, se pone en pie y se dirige hacia la puerta.
Una vez allí, sonríe al ver a Cora dando unos
graciosos saltitos. Abre y, sorprendido, se encuentra con
un chico al que no ha visto antes en persona, pero, por
las fotos que le ha mostrado su hermana, sabe que es
Piero. Alto, moreno, estiloso en el vestir, sonrisa de
sinvergüenza… «El italiano», piensa mientras observa
que lleva un gran ramo de rosas rojas y un peluche en
las manos.
—Buongiorno.
—Buenos días —responde Kevin con seriedad.
Durante unos segundos ambos se miran en silencio,
hasta que Piero pregunta sonriendo:
—¿Está Clara in casa?
Kevin asiente. Solo hay que ver el modo en que
sonríe el italiano para comprender que es un chulo. Sin
embargo, respeta la decisión de su hermana y, aunque
le joda, contesta:
—Sí, pasa.
Piero obedece mientras Kevin aparta suavemente a
Cora con el pie para que no tropiece. La perrita es
especialista en meterse entre las piernas de la gente.
El italiano mira al pelirrojo. Sin necesidad de
preguntar, intuye que es el hermano de Clara, y cuando
va a hablar este dice:
—Sígueme. Está en la cocina.
Piero echa a andar detrás de él y, al entrar en la
cocina y ver a Clara desayunando, la saluda con
efusividad:
—Buongiorno, amooore!
Clara se sorprende al verlo, pero a la vez maldice.
¿Qué está haciendo ahí?
Mira a Kevin, que se encoge de hombros, mientras
Piero se acerca a ella. Va a darle un beso en los labios,
pero Clara gira la cara sin dudarlo y pone la mejilla. Ese
gesto hace sonreír a Kevin, pero no a Piero, aunque
intenta que no le afecte. Una vez que le da el beso en la
mejilla, extiende los brazos ante ella con los regalos que
ha llevado y anuncia:
—Toma, tutto questo è per te.
Ella asiente. Luego mira las flores y el peluche, los
coge por no hacerle un feo y, para no hacerlo sentir mal,
le dedica una sonrisa a modo de agradecimiento antes
de volverse y dejarlo todo sobre la encimera.
De pronto la tensión que hay en el ambiente podría
cortarse con un cuchillo. Clara no está por la labor de
presentárselo a Kevin, pues sigue enfadada con Piero.
El pelirrojo se mueve incómodo. Él no pinta nada ahí.
Sabe que irse a su habitación no serviría de nada, la
conversación que deben tener esos dos tiene que ser en
la más absoluta intimidad, así que, excusándose, mira a
Cora, que está sentada a sus pies, y dice mientras la
coge en brazos:
—Bueno, voy a ir a darle un paseo a Cora antes de
que nos vayamos a la oficina.
Los hermanos intercambian una mirada. Clara sabe
que él hace eso para quitarse de en medio.
—Vale —le dice—, pero no tardes.
Piero y Kevin se miran. El italiano hace un pequeño
movimiento con la cabeza y él, sin muchas ganas de
confraternizar, da media vuelta y sale de la cocina. Una
vez que llega a la puerta, se pone su abrigo, le pone
también a Cora el suyo y, tras coger las llaves y la
correa de la perra, sale del piso.
—Qué poco se ha molestado en conocerla —
murmura mirando al animal en cuanto están ya en el
ascensor—. Si se hubiera preocupado un poquito,
sabría que a Clara nunca le han gustado los peluches.
En el interior de la casa ella y Piero continúan en
silencio. El ambiente sigue siendo incómodo, y parece
que ninguno se anima a romper el hielo. Clara se sienta
entonces de nuevo, coge su tostada con aguacate y le
da un bocado nerviosa.
—Come stai? —pregunta él.
Intentando aparentar tranquilidad, ella mastica y
responde:
—Bien, desayunando.
Acto seguido Piero se fija en el bote de Nutella y
señala cogiéndolo:
—Amore, non devi comer esto.
—¿Por qué? —pregunta Clara mirándolo.
Él, que es un obseso de la báscula y la perfección, se
apresura a indicar:
—Perchè è una bomba calorica.
Ella asiente. Desde luego, el italiano no va por buen
camino… Acto seguido le quita el bote de Nutella de las
manos, lo abre, y, tras meter un dedo, se lo chupa y
afirma:
—Pues está buenísima.
Piero suspira. Sabe que lo que hizo el día anterior no
estuvo bien y que no será fácil hablar con ella, por lo
que, echando mano de la galantería italiana que su
padre le inculcó, se sienta en el taburete junto al suyo y
susurra mirándola:
—Lo siento, amore.
Clara sonríe, vuelve a cerrar el bote de Nutella y,
después de ver que Kevin le ha enviado un mensaje en
el que le pide que lo avise cuando Piero se vaya de la
casa, pregunta:
—¿Qué sientes?
El italiano suspira moviendo la cabeza.
—Siento non aver passato ayer la tarde y la noche
contigo.
Ella vuelve a asentir, que se disculpe es un buen
comienzo. Pero, dando otro mordisco a su tostada,
replica:
—Tranquilo, seguro que lo pasaste bien con tus
amiguitos.
Piero maldice, pues no esperaba encontrarla tan
enfadada y tan fría con él. Y, mirando el ramo de flores y
los bombones que hay sobre la encimera, pregunta
curioso:
—¿Se lo regalaron a tu fratello?
Sin dudarlo, ella niega con la cabeza.
—No, me lo regalaron a mí.
El italiano parpadea sin dar crédito, eso sí que no lo
esperaba. ¿Quién le regaló eso a Clara el día de San
Valentín? Cientos de preguntas sin respuesta pasan por
su mente.
—¿Y quién ha dato eso a ti?
Al oírlo, ella lo mira y replica:
—A ti te lo voy a decir.
Piero se levanta entonces enfadado.
—Mira —añade Clara—, creo que ayer quedaron
claras cuáles eran tus prioridades. Sin duda, tus amigos,
no yo.
—Amore…
Clara se levanta también, necesita moverse.
—¡No me llames «amore»! —protesta.
El italiano la mira. Esa chica le gusta, puede pasarlo
muy bien con ella el tiempo que esté en España.
—Tú eres el mío amore —insiste.
A ella le gusta oír eso, pero, enfadada, le echa en
cara lo sucedido. Los dos discuten. Ninguno levanta la
voz, no hace falta, solo se dicen lo que piensan, lo que
les ha molestado…
—Amore, estoy aquí —murmura él entonces para
desarmarla—. Me he dado cuenta de il mio errore. Lo
siento.
Oír eso era lo que la joven necesitaba. Piero no es
perfecto, pero ¿acaso ella lo es?
Se miran sonriendo. El italiano da un paso hacia ella.
Quiere tocarla, pero sabe que debe esperar. Clara da
otro paso hacia él.
—Si vuelves a hacer algo así, no te lo voy a perdonar
—musita.
Él no deja de sonreír. Ha conseguido lo que había ido
a buscar, y, agarrándola por la cintura, la acerca a su
cuerpo y la besa.
—Sei bellissima —susurra a continuación.
—Piero…
—Ti prometto que lo que è successo no volverá a
pasar.
Clara sonríe de nuevo. Piero está ahí, ha acudido y le
ha pedido perdón. ¿Qué más puede querer? Y, tras
varios besos cargados de deseo, al ver que él vuelve a
mirar las flores de la encimera, dice en voz baja:
—Me lo regalaron mis amigos.
El italiano asiente sorprendido mientras ella le cuenta
cómo Didi y Jacob la hicieron sonreír con ese simple
detalle cuando ella estaba mal. Piero piensa en Jacob,
el chico que conoció en la discoteca y que, por el modo
en que lo miraba, intuyó que sentía algo por ella. Le
quema enterarse de que fue él y no Didi quien le llevó
esos regalos, pero sabe que, si quiere que Clara lo
perdone, no debe decir nada al respecto, al menos ese
día, por lo que prefiere callar.
Instantes después, tras varios besos y mimos que
hacen que Clara vuelva a sonreír, el italiano acaricia las
bonitas rosas rojas que le ha llevado y pregunta:
—¿Te gustan le rose que he traído?
Ella asiente encantada.
—¿Mucho más que las flores que te trajeron tuoi
amici?
Clara lo mira. Las flores de sus amigos le encantaron,
pero, deseosa de que Piero no pierda la sonrisa, se
acerca a él, lo besa y asegura:
—¡Mucho más!
Piero sonríe al oírla. Vuelve a tener a la chica donde
él desea.
—¿A che ora terminas hoy de trabajar? —pregunta a
continuación.
Hoy tienen un día complicado, Clara lo sabe, pero
responde:
—Como muy tarde, a las ocho.
El italiano pasea entonces la mano por la mejilla de
ella y murmura:
—Tengo una reserva para esta noche en un bello
ristorante. ¿Qué me dices?
Clara lo mira y él añade con una dulce sonrisa:
—Tú y yo solos. ¿Qué más da celebrar San Valentín
un giorno dopo si lo haces con el tuo amore?
Oír eso la desarma. Ese chico le gusta mucho y le
encanta su proposición.
—Bella, dime que sí —insiste él.
La pelirroja sonríe, lo desea. Y, sin dudarlo y
olvidando todo lo ocurrido, responde:
—Te digo que sí.
Cinco minutos después el italiano se marcha contento
mientras Clara sonríe feliz. Mira el reloj, ¡es tarde!, por lo
que le escribe a Kevin para que regrese ya con Cora.
Tiene un mensaje de Didi en el que le propone quedar,
pero, sin darle explicaciones, rápidamente le dice que
no.
Mientras espera, la joven parece flotar. Nunca se
habría imaginado que él iría a su casa a pedirle perdón,
pero el caso es que la hace muy feliz.
Capítulo 18

Didi ha quedado esa noche para tomar algo con Jimena,


Isabel y Candela, unas compañeras a las que conoció
en COGAM, una asociación relacionada con el colectivo
LGTB+ de Madrid en la que la morena colabora siempre
que puede. También ha conseguido liar a Sebas para
que vaya con ellas y, aunque lo ha intentado con el resto
del grupo a través de WhatsApp, ha sido misión
imposible.
Durante el día habla con Clara. Quiere saber cómo se
encuentra tras lo ocurrido con el idiota del italiano, y se
queda boquiabierta al enterarse de que esa noche la
tonta de su amiga va a ir a cenar con él. ¿En serio? ¿De
verdad?… Didi tiene unas palabras con ella a través del
teléfono. No está de acuerdo con ciertas cosas y se las
tiene que decir. Pero Clara, una vez más, parece no
escucharla. Diga lo que diga Didi, Clara va a ir a cenar
con Piero y no hay más que hablar.
Antes de salir de su casa esa noche Didi se echa un
último vistazo en el espejo que tiene en el interior de la
puerta de su armario. Se ha decidido por sus Dr.
Martens negras, un pantalón beige al que le ha
remangado el bajo para lucir bien las botas y un jersey
negro de cuello vuelto. «¡No está mal!», piensa.
Una vez escogido el outfit, como diría Sebas, sale de
su habitación, se pone su abrigo negro y, como siempre,
mirando a sus gatas, que están repanchingadas en el
sofá, dice antes de cerrar la puerta:
—¡No me echéis mucho de menos!
Cuando sale del portal camina hacia el autobús con
una sonrisa en los labios. Una media hora después llega
a la puerta del local de ambiente que propuso Jimena y,
sacando su móvil, escribe:
Didi
¿Hay alguien dentro?

Segundos después recibe un mensaje que dice:


Jimena
Yooooo.

Se guarda el teléfono en el bolsillo del pantalón y


entra en el local. Nada más poner un pie en él le
sorprende lo altísimo que está el volumen de la música,
pues el sitio no es muy grande. Aun así sonríe; sus
oídos se acostumbrarán dentro de un rato.
Busca a su amiga con la mirada y da con ella en una
mesa alta rodeada de cuatro taburetes.
—¡Pero si has conseguido mesa y todo! —se
cachondea acercándosele.
—Ya ves… Una, que tiene sus encantos —bromea
Jimena abrazándola.
La recién llegada se quita el abrigo y lo deja en el
respaldo del taburete antes de sentarse, pero no les da
tiempo a decir prácticamente nada, pues de pronto
aparecen Candela y Sebas, y, tras quejarse de lo alta
que está la música, se saludan.
A continuación piden unas copas y los cuatro se
sientan.
Didi le sonríe a una chica que intercambia la mirada
con ella.
—Que sepáis que he salido por vosotros —señala—.
Si por mí fuera, hoy me habría quedado tirada en el
sofá.
—¿Quién eres tú y qué has hecho con mi amiga Didi?
—se burla Jimena.
—La vida adulta —se lamenta la morena.
Sebas mira a las chicas. Le gusta quedar con ellas.
—¿No iba a venir Isabel?
Jimena suspira y se apresura a responder:
—Qué va… Desde que tiene novio, no se le ve el
pelo.
Al oír eso, Didi sonríe.
—Ya me extrañó a mí que fuese la primera en decir
que sí a lo de hoy —comenta.
Las otras dos chicas se miran y asienten, y Candela
dice resignada:
—Siempre que tiene novio hace lo mismo.
—¡El mal de tener novio! —se mofa Didi.
—Si está soltera, puedes contar con Isa para todo —
insiste Candela—. Pero como tenga churri, olvídate.
Sebas las escucha en silencio.
—Pues se podría decir que nuestra amiga Clara está
haciendo lo mismo —comenta Didi con pesar—.
Antepone al imbécil de su churri a los amigos —y, al ver
cómo la mira él, añade—: Sí, Sebas, sí. Ha preferido
irse a cenar con el italiano a venirse con nosotros.
Él se sorprende. Sabe lo que ocurrió con él ayer
porque ha sido el cotilleo en el WhatsApp.
—No jodas —murmura.
Didi asiente y, con gracia, les cuenta:
—Al parecer se presentó de buena mañana en su
casa con unas flores y su sonrisita italiana, y…, bueno,
el resto ya te lo puedes imaginar.
Él la mira boquiabierto.
—Bueno, Didi, al fin y al cabo es su vida, ¿no?
Ella asiente.
—Pues cuando alguna amiga me ha hecho eso —
tercia Jimena—, se lo he comentado. No me he podido
callar. ¡Que tengas churri no significa que no puedas
tener amigos!
Didi, que todavía recuerda lo que ha hablado con
Clara, sonríe y acto seguido pregunta:
—¿Y se lo han tomado bien?
—En general, sí. Pero bueno, depende mucho de la
persona, porque a veces te llevas alguna sorpresa. —
Jimena sonríe.
Candela mueve su taburete para acercarse más a
sus amigos.
—Yo tenía una amiga que empezó a salir con un
chico —dice— y, según fueron pasando los meses, ella
comenzó a cambiar su forma de vestir, de peinarse…,
¡de todo! Hasta cambió su manera de hablar y sus
gustos musicales.
—¿Y le dijiste algo? —quiere saber Sebas.
—Hay que ver lo que nos gusta un buen chisme. —
Didi ríe.
Candela asiente.
—Te das cuenta de que he dicho «tenía una amiga»,
¿verdad? —matiza—. Pues con eso te lo digo todo.
Él hace una mueca mientras Didi murmura:
—Qué pena.
—Ella se lo pierde —apostilla Jimena.
—¡Y tanto! —exclama Candela—. Ya vendrá cuando
ese tonto la deje, y entonces seré yo quien le diga
cuatro cosas.
Minutos después el camarero se les acerca con sus
bebidas en la bandeja y las deposita con cuidado sobre
la mesa.
—¿Qué le pasa a la gente? —se lamenta Jimena
cuando este se retira—. ¿Por qué cambian cuando
tienen pareja?
—Porque les falta personalidad —sugiere Candela.
—O porque hay una gran falta de confianza en la
relación —propone Sebas.
Didi los escucha mientras juega con la pajita en su
vaso.
—Creo que tan solo dejan de ser los protagonistas de
su vida para otorgarle erróneamente el protagonismo a
la otra persona —tercia.
Los demás la miran sorprendidos.
—¡Pero buenoooo! —exclama Jimena.
Los cuatro sonríen.
—Madre mía, Didi, qué filosófica te pones a estas
horas —bromea Candela.
—Pues espérate a que lleve un par de copas más…
—afirma ella riendo.
Sebas coge entonces su copa y la alza divertido.
—Eso merece un brindis.
Las demás lo imitan y él exclama:
—¡Por ser las protagonistas de nuestra vida!
Los cuatro hacen chocar sus copas y luego les dan
un trago.
—Bastante corta es la vida como para, encima, ser el
personaje secundario —añade Candela—. ¡Y una
mierda!
Los demás asienten, su amiga tiene razón, y Sebas
dice canturreando con gracia:
—Como diría la reina Chanel, «Voy siempre primera,
nunca secondary».
Jimena cabecea y a continuación afirma moviendo los
brazos de forma exagerada:
—¡Madre mía, cómo lo vamos a petar en Eurovisión,
Sebaaaas!
—Síííííí —responde él riendo.
Didi los observa divertida mientras que Candela
pregunta mirando a Jimena:
—¿Tú crees? Fíjate que yo era más de la canción de
Rigoberta Bandini.
Sebas, que es totalmente pro Chanel, replica:
—Chanel lleva un pedazo de espectáculo increíble, y
al final Eurovisión es eso. Y, mira, te digo una cosa: no
sé si la propuesta de Rigoberta se habría terminado de
entender del todo en el resto de Europa. Pero vamos,
que tú a mí me pones Ay mamá y lo doy absolutamente
todo.
Nada más decir eso comienza una canción que les
encanta a los cuatro, y, bajándose de sus taburetes,
empiezan a bailar. ¡La noche es joven!
Varias copas más tarde, y tras disfrutar bailando
durante largo rato, mientras las otras dos chicas están
en el baño Didi toma asiento agotada y, abriéndose
como puede el cuello vuelto del jersey, se queja muerta
de calor:
—¿En qué momento se me habrá ocurrido ponerme
esto?
Sebas la mira.
—Ya te vale, tía. Te vas a asfixiar. ¿No llevas nada
debajo?
El chico da un trago a su tercera copa, está sediento,
y Didi responde:
—Nada de nada.
Acalorada, Didi busca algo en los bolsillos de su
abrigo, que está sobre el taburete. Saca un coletero
naranja y se lo pone en la muñeca. No tardará en
recogerse el pelo.
Sus dos amigas regresan entonces del baño y
Jimena dice mientras se sienta:
—Oye, Sebas, que no te lo he preguntado. ¿Tú qué
tal con tu chico?
Sebas, que se estaba recolocando el pelo con ayuda
de la cámara frontal del móvil, alza la vista coqueto y
mira a la chica.
—Genial, tía —contesta—. De hecho, le había dicho
que se viniera hoy, pero no ha podido por trabajo. Sus
padres han abierto una cafetería y están hasta arriba.
Pero, vamos, mi chico y yo, superbién…, con intención
de irnos a vivir juntos pronto.
—¡Cuánto me alegro! —exclama Candela.
Didi los observa desde su taburete; entonces Sebas,
que hacía tiempo que no veía a Jimena y a Candela,
pregunta para ponerse al día:
—¿Y vosotras seguís solteras o ha aparecido alguien
en vuestras vidas?
Ellas se miran y se ríen.
—El mercado está muy mal —comenta Candela—.
De momento, nada de nada.
—Solterísima —afirma Jimena—. Pero si tienes
alguna amiga o amigo interesante, no dudes en
presentármelo.
—Tomo nota. —Sebas sonríe.
Siguen charlando sobre el tema divertidos hasta que
Candela, llamando la atención de Didi, que solo
escucha, le pregunta:
—¿Y tú qué, soltera de oro?, ¿hay alguien que ocupe
tus pensamientos?
—Qué poética, Candela —la elogia Jimena.
Didi se incorpora en su asiento y deja la bebida sobre
la mesa. En realidad sí hay alguien que ocupa sus
pensamientos. Podrá engañar al resto, pero engañarse
a sí misma, imposible. Desde que conoció a Marta no
puede dejar de pensar en ella.
—No, no hay nadie —responde sin embargo—.
Aunque la chica que está al fondo de la barra, la del top
azul, no para de mirarme.
Los demás se vuelven hacia la muchacha que ella
indica y esta les sonríe. Didi es una persona con un gran
magnetismo que atrae a la gente.
—¡Vayaaa, qué sorpresa! —exclama Sebas con
ironía.
Todos ríen, puesto que saben que la morena triunfa
siempre que se lo propone. Y, viendo que van a seguir
preguntándole, y como no le gusta hablar de temas
amorosos relacionados con ella, Didi pregunta para
quitarse de en medio:
—¿Había mucha cola en el baño?
Sebas sonríe al oírla. Una vez más, su amiga elude
hablar de sí misma.
—Por extraño que parezca, había poca cola para
entrar. No hemos tenido que esperar casi nada —
contesta Jimena.
—Si tienes que ir, aprovecha ahora —la anima
Candela.
Didi les hace caso. Y, tras dar un trago a su copa, se
va directa al baño. Cuando regrese ya estarán hablando
de otra cosa y dejarán de preguntarle a ella.
Mientras tararea la canción que suena en ese
momento, atraviesa el local. Esquiva como puede a la
gente que baila y se divierte hasta que llega al pasillo
del baño y piensa: «Sí que tenían razón, solo tengo dos
chicas delante de mí».
No pasan ni dos minutos y llega su turno.
Entra en el baño y se mete en uno de los cubículos.
Como siempre, hace pis como puede intentando no
tocar la taza.
Una vez que sale, se lava las manos y, mientras se
las seca, se mira en el espejo. Sigue teniendo buen
aspecto, a pesar de lo que está sudando, pero se
recoge las trenzas en una coleta con el coletero naranja
que se ha puesto antes en la muñeca.
Cuando se dispone a salir del aseo, alguien abre la
puerta con fuerza, lo que hace que Didi se desplace
bruscamente hacia atrás y se golpee el hombro con el
secador de manos.
—¡Joder! —protesta.
Dos chicas entran a toda prisa en el baño, una de
ellas va directa al inodoro a vomitar, y la otra suelta:
—¿Didi?
La aludida vuelve la cabeza y la mira. No puede
creerse lo que ve: ¡es Marta!
Durante unos segundos ambas se miran y sonríen.
La rubia está preciosa. Lleva el pelo suelto, no recogido
en una coleta como cuando está en el súper, y se ha
hecho dos trenzas a los lados adornadas con pequeños
aritos y accesorios.
—¡Qué sorpresa! —saluda Marta abrazándola.
Didi la abraza a su vez y, cuando se separan,
pregunta tocándose el hombro dolorido:
—Pero ¿tú qué haces aquí?
—Divertirme, como tú.
Ambas sonríen y Marta añade:
—He salido con unos amigos. ¿Y tú?
Didi todavía no puede creer que la tenga delante, y
tras echar un vistazo al cubículo donde está su amiga,
responde:
—Yo también —y agrega sin saber muy bien qué
decir—: Fíjate qué coincidencia.
Las arcadas de la otra chica resuenan en el lavabo.
Tras pedirle un segundo a Didi, Marta va a ver cómo
está. Ella le dice que bien y Marta suspira. Su amiga no
controla y casi siempre suele terminar así.
—Te hemos dado con la puerta, ¿verdad? —pregunta
acercándose de nuevo a Didi.
Ella la mira. Marta está muy muy cerca, lo que la está
poniendo muy nerviosa y no atina a contestar.
—Perdona —añade la rubia—, íbamos con urgencia y
hemos entrado a lo loco.
Sintiendo su mirada, Didi da un paso hacia atrás
previsora mientras piensa: «Llevo tres copas encima y
no quiero hacer ninguna tontería».
Marta sonríe al verla y ella consigue responder:
—No, no, tranquila. Estoy bien, de verdad —y,
señalando hacia atrás, agrega bajando la voz—: Creo
que ella te necesita más que yo.
Marta vuelve a mirar a su amiga, que aún está de
rodillas en el baño. No esperaba encontrarse con Didi.
—Vale, puede que tengas razón —afirma.
Las dos chicas están mirándose cuando la amiga de
Marta sale del baño y susurra:
—Tía, estoy fatal…
Marta asiente. No le extraña, Ari ha bebido
demasiado. Pero cuando se dispone a responder, esta
se vuelve y vomita de nuevo. Didi y Marta se miran con
gesto asqueado y la primera dice:
—Cualquier cosa que necesites, estoy por aquí.
Marta asiente y luego Didi se va.
Aturdida por lo que la rubia le hace sentir cada vez
que la ve, Didi se encamina hacia donde están sus
amigos mientras no puede parar de pensar: «Madre
mía, qué guapa está Marta con esas trenzas…». Eso la
hace sonreír. «¿Por qué me he echado hacia atrás
cuando se ha acercado?», se dice a continuación. Pero
no tiene respuesta. Así pues, cuando se reúne con sus
amigos y da un trago a su bebida con la cabeza llena de
preguntas, piensa tratando de autoconvencerse: «Vale,
ya basta, he bebido demasiado. A partir de ahora solo
agua».
Los minutos pasan y, aunque intenta prestar atención
a la conversación que mantienen los otros tres, ella solo
puede pensar en Marta. Qué coincidencia encontrarla
ahí. Con disimulo la busca por el local con la mirada, ve
que está con varios amigos, y entonces se percata de
que Marta también la busca a ella. Sus ojos se
encuentran en varias ocasiones, pero Didi disimula. No
quiere que sus amigos le pregunten.
—Voy a salir a fumar —oye que dice entonces
Jimena.
Didi se apresura a ponerse de pie y, tras coger su
abrigo, indica:
—Te acompaño. Me vendrá bien un poco de aire
fresco.
Ambas salen del local, se separan unos metros de la
puerta y, tras apoyar la espalda en la pared, Jimena se
enciende un cigarro.
—¿Qué te pasa? —le pregunta mientras se guarda el
mechero.
Didi mira a su amiga sorprendida.
—¿Qué me va a pasar?
—No lo sé. Llevas mucho rato callada.
La morena se encoge de hombros.
—Estoy cansada, nada más.
Pero Jimena no la cree. Y, jugueteando con su cigarro
entre los dedos, insiste:
—¿Por qué has dicho que te vendría bien aire fresco?
Didi sonríe. Si Jimena cree que le va a sacar algo, lo
lleva claro.
—Porque dentro hace mucho calor, este jersey me
está matando, estoy algo mareada y creo que he bebido
demasiado. Vaya interrogatorio —bromea.
Jimena asiente divertida. A continuación saca su
móvil del bolsillo y ve que tiene un audio de WhatsApp.
—Voy a escuchar el audio de mi hermano un
momento, no vaya a ser una emergencia.
Didi asiente mientras ve cómo ella se aleja con el
móvil en la oreja. Hace frío. Se mete las manos en los
bolsillos del abrigo, cierra los ojos y disfruta del aire
fresco que le da en la cara durante unos segundos,
hasta que unos gritos la sorprenden y los abre
sobresaltada.
—¡Hostia, Ari! ¿Otra vez?
Mira hacia la izquierda y ve la escena. Marta y un
chico han salido con Ari, la chica del baño, y esta
prácticamente les ha vomitado encima.
—Qué asco, tía —se queja Marta viendo que a ella le
ha caído en los zapatos.
—Lo siento —musita la chica.
Marta hace aspavientos e intenta limpiarse como
puede mientras sugiere molesta:
—¿Y si la próxima vez pruebas a salir sin beber?
Ari asiente y el chico que está con ellas protesta:
—¡Mira cómo me has puesto!
Didi los observa desde donde está y ve que al chico
le ha dejado los pantalones finos.
En ese instante Jimena regresa a su lado.
—¡Lo voy a matar! —exclama.
Eso hace que su amiga la mire.
—¿A quién vas a matar? —quiere saber.
Pero la otra, que ahora está llamando por teléfono,
busca algo en su bolso y, sin mirarla, dice de pronto:
—¿Me puedes explicar cuántas veces te voy a tener
que repetir que no mezcles ropa de distintos colores en
la lavadora?
Durante unos segundos Jimena escucha en silencio,
gesticula y luego vuelve a gritar:
—¡Pero ¿qué narices haces poniendo una lavadora a
las dos de la madrugada?!
Didi mira a ambos lados. Las dos escenas son dignas
de ser observadas. Cuando Jimena encuentra lo que
buscaba en su bolso, se acerca a ella y se lo da. Es un
paquete de pañuelos de papel. La morena enarca las
cejas desconcertada y entonces Jimena señala hacia
Marta y sus amigos.
Ahora Didi lo entiende. Y, mientras su amiga sigue
gritándole a su hermano por teléfono, ella se acerca al
grupito y le tiende el paquete de clínex a Marta.
—No sé si serán de mucha ayuda…
La rubia la mira con una sonrisa. La ha visto con
aquella chica en la calle, pero, evitando preguntarle
quién es, coge los pañuelos y simplemente dice:
—Muchas gracias, Didi.
Como puede, Marta atiende a su amiga, que se ha
sentado en el suelo, y el chico, cogiendo uno de los
pañuelos, se lo pasa por el pantalón mientras gruñe:
—Lo que necesitamos es una amiga que no beba
tanto.
—Venga, Miguel, no seas así… —tercia Marta al ver
la expresión de Ari—. No se encuentra bien.
Didi vuelve a su sitio, tampoco quiere meterse donde
no la llaman. El aire que corre es bastante frío, así que
apoya la espalda contra la pared y se cruza de brazos
mientras Marta y Miguel tiran los pañuelos usados en
una papelera que está cerca. Cuando el chico está ya
más calmado, propone:
—Venga, Ari, te llevo a casa. Pero si tienes que
vomitar, hazlo aquí, ni se te ocurra hacerlo en el coche.
La aludida sonríe y se pone en pie.
—Yo me quedo —dice Marta al ver que su amiga está
en buenas manos—, que el resto aún están dentro.
Miguel y Ari se dirigen entonces hacia el coche de él,
y Marta, acercándose a Didi, comenta poniéndose frente
a ella:
—¿Tomando el fresco?
La morena inspira hondo, siente que el corazón se le
acelera e, intentando disimular, responde:
—Dentro hace mucho calor.
De nuevo las dos chicas se miran a los ojos. La
atracción que existe entre ambas es brutal. Y Marta,
sabiendo que o ella hace algo o Didi nunca lo hará, dice
mientras le devuelve el paquete:
—Muchas gracias por los clínex.
Didi, que se siente torpe, cuando suele ser rápida con
sus ligues, se guarda el paquete en el bolsillo.
—En realidad son de mi amiga Jimena —señala.
Ambas la miran. Jimena sigue hablando a gritos por
el teléfono.
—¿Qué le pasa? —pregunta Marta.
—Creo haber entendido que su hermano ha
desteñido la ropa en la lavadora o algo así.
—Uff… —resopla la rubia—. Espero que su prenda
favorita no estuviese entre la colada.
Didi alza los hombros, no tiene ni idea. Cuando
Jimena cuelga, se acerca a ellas.
—¿Qué ha pasado? —quiere saber Didi.
Jimena resopla, luego mira a Marta y responde:
—Mi hermano y sus ideas… Le ha dado por poner
una lavadora, y resulta que una de sus sudaderas ha
desteñido.
—¡Joder! —susurra Didi.
—¿De qué color era? —pregunta Marta curiosa.
—Roja —dice ella resignada.
—Uff…
Jimena niega con la cabeza. Su hermano es un
desastre. Y, dándose cuenta de que ahí sobra, indica
gesticulando con los brazos:
—Necesito una copa. Ya comprobaré la magnitud de
la tragedia cuando vuelva a casa.
Didi se dispone a decir algo, pero su amiga se
apresura a añadir:
—Bueno, os dejo a lo vuestro.
La morena suspira. Quedarse a solas con Marta no le
parece lo más apropiado. Sin embargo, ahí están. Se
miran y ella pregunta:
—¿Llegarán bien a casa tus amigos?
—Sí —responde la rubia—. Hoy Miguel no ha bebido
nada. Él traía el coche y es un chico responsable.
Didi asiente. A pesar del frío que hace, le sudan las
manos.
—Por lo que he oído, ¿tu amiga suele hacer esto muy
a menudo?
Marta se ríe, vaya primera imagen ha dado Ari.
—A ver, sí es cierto que tiene que aprender cuál es
su límite con el alcohol, pero también te digo que Miguel
es la persona más exagerada del mundo.
Ambas sonríen y Marta, apoyándose en la pared, le
da conversación.
Entretanto, dentro del local Jimena llega a la mesa en
la que están charlando Sebas y Candela. Ellos la miran
y ven que regresa sola, pero Jimena simplemente dice:
—Hemos perdido a Didi.
Los otros dos sonríen, entienden muy bien a qué se
refiere, y no preguntan más.
En la calle, Marta, dispuesta a conseguir lo que
desea, se acerca un poco más a Didi y, apoyando las
manos en los brazos cruzados de ella, dice:
—¿Vienes mucho por aquí con tus amigos?
—Es la primera vez —indica la morena tratando de
aparentar tranquilidad—. Nos gusta ir probando sitios
distintos para ver qué tal.
—Ajá —dice Marta.
La cabeza de Didi es un batiburrillo de pensamientos
encontrados. Lo habitual en ella cuando está así con
una chica es lanzarse, disfrutar la una de la otra para
luego no volver a verse. Pero ese caso es distinto.
¡Trabajan juntas!
—¿En qué piensas, Didi? —murmura Marta sin
apartar la vista de ella.
—En que creo que debería irme a casa.
La rubia niega con la cabeza. No se lo va a permitir.
—Aún es pronto —replica.
Didi traga saliva. Por el modo en que la mira Marta,
sabe lo que va a hacer, y esta se apresura a añadir:
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Con rapidez Didi la mira y contesta:
—Sé lo que me vas a preguntar, y la respuesta es sí.
Al oír eso Marta no lo piensa y, pillándola
desprevenida, la besa. Sus labios se rozan, lo que hace
que un cosquilleo recorra el cuerpo entero de Didi, y
más cuando el beso sube de intensidad. La locura se
apodera de ellas mientras se besan, hasta que de
pronto Didi se interrumpe e inquiere acelerada:
—¿Qué haces, Marta?
—¡¿Cómo?!
Ambas se miran y la rubia susurra:
—Pero si me has dicho que sí…
Acalorada y sin saber qué decir, Didi miente:
—Me refería a que sí tengo novia.
Marta abre los ojos con exageración. ¿Didi sale con
alguien? Y, molesta por no conocer ese dato con
anterioridad, inquiere:
—¿Que tienes pareja?
La morena cierra los ojos al oír eso. Está tan nerviosa
que no sabe ni lo que dice. Los abre de nuevo y al ver
cómo la mira Marta se siente mal, por lo que aclara:
—Bueno, en realidad no.
Ella la observa confundida.
—Didi, no entiendo nada —protesta dando un paso
atrás.
Esta respira hondo antes de volver a hablar.
—A ver, no, Marta…, no tengo pareja, ni la busco.
Las cosas ocurren sin más, y luego cada una se va por
su lado.
La rubia asiente y Didi añade:
—Solo intentaba que no ocurriera lo que ha ocurrido.
Marta la escucha, pero lo único que le importa es
saber que Didi no tiene pareja.
—Vale. Entonces no me he metido en ninguna
relación, ¿verdad?
—Verdad —afirma ella.
—Madre mía, menos mal… —murmura Marta—. Mi
ex me la jugó de esa forma y no soy de las que hacen lo
mismo que me hicieron a mí. Eso no va conmigo.
Durante unos segundos ambas guardan silencio. Está
claro que Marta ha dado el paso y ha hecho algo que
ella creía que Didi también deseaba.
—Vale. Entonces es que no te gusto —concluye la
rubia.
—No es eso.
—¿Pues qué es?
—Marta…
Pero ella no la deja hablar e insiste:
—Por Dios, Didi, desde el primer día que nos vimos
sentí que entre tú y yo había una atracción. Pero, vale,
si no te gusto, me lo dices y no hay problema. No se
puede gustar a tod…
—¡Claro que me gustas! —la interrumpe ella
desesperada—. ¡Me gustas muchísimo!
Oír eso hace que Marta sonría.
—Entonces ¿cuál es el problema?
—Primero, que yo no busco novia, y segundo, que
trabajamos juntas —responde Didi sin pensarlo.
La rubia vuelve a sonreír ligeramente. Eso no es
ningún problema para ella. Y, acercándose de nuevo,
susurra:
—Y…
Consciente de que su cercanía está derribando todos
sus muros de contención, Didi murmura mirándola a los
ojos:
—Que nos vemos prácticamente a diario y la cosa
podría complicarse.
—¿Y qué pasa?
Marta la coge de la mano y ella responde:
—Que va a ser una situación incómoda. Y… y, bueno,
si Martín se entera…
Marta junta entonces sus manos con las de ella.
—Ni se te ocurra mencionar a Martín en un momento
como este —le advierte.
Las dos chicas no pueden dejar de mirarse.
—Didi, me gustas mucho… —agrega.
—Tú también a mí.
Ambas sonríen.
—Vamos a ver —dice Marta—. Tú no buscas novia.
Yo tampoco. Probemos, y lo que tenga que ser… será.
Didi la mira. Le tienta lo que le propone, pero es
consciente de que puede resultarles difícil no saber
separar las cosas.
—Oye —murmura—, creo que…
Entonces Marta la besa. Esta vez ella no se aparta.
No puede. Desea ese contacto tanto como la rubia y,
cuando se separan, susurra:
—De acuerdo. Pero sin compromiso ni obligaciones.
—Me parece bien —afirma Marta.
Sus labios vuelven a encontrarse. El beso es dulce,
pausado, deseado.
—Por mi parte prometo no hacerlo incómodo —dice
la rubia al cabo—, y nadie se dará cuenta en el trabajo.
—Yo también lo prometo —asegura Didi comenzando
a sonreír.
La cabeza le va a mil. ¿Está bien aquello? Y, sin
poder remediarlo, pregunta:
—Pero ¿y si en el súper se dan cuenta y…?
—Didi —la interrumpe Marta—, si te dejas guiar por
los posibles «¿Y si…?» que aparezcan en la vida, te vas
a perder un montón de cosas.
Ella asiente. Marta tiene razón. Llegados a ese punto,
sabe que debe dar un paso adelante. Su amiga se lo ha
currado, ha ido a por lo que deseaba. ¿Acaso ella va a
ser tan tonta de no ir también a por lo que quiere?
Vuelven a besarse. Es lo que desean en ese instante,
y Didi decide dejarse llevar por el corazón. Se deshace
sutilmente de sus manos, pasa los dedos por la melena
rubia de Marta y luego la atrae hacia sí. Ahora es Didi
quien toma la iniciativa. Sus labios se unen en un beso
lento y profundo, mientras las manos de Marta se
apoyan en su cadera para después introducirse por
debajo de su jersey y notar el calor que emana su
cuerpo.
Tras unos minutos en los que se han dejado llevar por
sus deseos, Marta, feliz por la sorpresa que le ha dado
la noche, se separa y Didi musita abriéndose el cuello
vuelto del jersey:
—Madre mía, qué calor…
Marta asiente. A pesar del frío que hace en la calle, el
calor que la una despierta en la otra es abrasador.
—Me dijiste que vivías sola, ¿no? —le pregunta a
continuación.
Didi afirma con la cabeza, sabe por qué se lo
pregunta, pero aun así bromea:
—¿No decías que aún era pronto para que me fuese?
Marta sonríe. Luego vuelve a darle otro dulce beso en
los labios y responde:
—Aún era pronto para que te fueses tú sola…, quería
decir.
Capítulo 19

«¿De dónde proviene esa música?», piensa Didi


mientras abre los ojos a duras penas.
Mira hacia los lados de su cama y ve a Marta
durmiendo junto a ella.
Sonríe, es preciosa. Verla dormida con el pelo
revuelto es una de las cosas más bonitas que ha visto
nunca.
—Marta… —susurra—. Oye, Marta…
Pero ella ni se entera, está totalmente dormida, y Didi
insiste tocándole con delicadeza el hombro:
—Marta…
—Mmm…
La morena ríe.
—¿Esa música que suena es tuya?
La rubia despega la mejilla de la almohada y, al ver la
preciosa cara de Didi, musita con una sonrisa:
—Buenos díaaas.
Didi ríe y, cuando va a darle un beso, de pronto Marta
se da cuenta de que lo que suena es el estribillo de la
canción Un bacio all’improvviso de Ana Mena y Rocco
Hunt, por lo que, dando un salto, se pone de pie
mientras exclama:
—¡Ay, sííííí! ¡Es mi alarma!
Sale de la habitación a toda mecha y va directa al
sofá en busca de su abrigo. Saca el móvil de uno de los
bolsillos y la música se interrumpe. Está en casa de Didi,
han pasado una increíble noche juntas, y tras regresar a
la habitación se excusa al ver la hora que es.
—Tengo que irme ya.
Su amiga suspira. Esperaba que su despertar fuera
mejor.
—Perdón por la tabarra de la musiquita, pero me dejé
la alarma puesta —explica Marta.
Didi sonríe, la musiquita la estaba volviendo loca. ¡No
sabía de dónde venía!
—¿Eres de las que ponen canciones como
despertador? —pregunta frotándose los ojos.
—Sí —afirma ella mientras se pone la camiseta que
llevaba la noche anterior—. Pero cada mes la cambio,
para no quemarlas y acabar odiándolas.
—No sé cómo puedes, creo que yo acabaría
detestándolas —musita Didi.
Sale de la cama, coge una sudadera oversize que
tiene colgada en el pomo del armario y, tras ponérsela,
pregunta interesada:
—¿Has dormido bien?
—No me has dejado, con tus ronquidos —bromea
Marta acercándose a abrazarla.
Didi sonríe gustosa y, cuando va a besarla, Marta le
hace una cobra.
—No te doy un beso porque no soporto tener la boca
sucia —aclara—, no porque no quiera besarte.
La morena asiente y su amiga insiste:
—Necesito lavarme antes los dientes. ¿No tendrás un
cepillo de sobra?
Didi lo piensa unos instantes. Puede que tenga
alguno en el baño.
—Creo que sí, voy a ver.
—Vale. —Marta sonríe.
Didi sale de la habitación y se mete en el baño
mientras Marta se pone su pantalón y regresa al salón.
—Buenos días, guapas —saluda a las gatas, que se
pasean tranquilamente por el piso.
La chica se acerca entonces a la ventana en la que
decidieron dejar sus zapatos para que el olor que
llevaban gracias a su amiga Ariadna no impregnara el
piso. Los toca y comprueba que continúan mojados y
siguen oliendo fatal. Se aproxima a la puerta del baño y
pregunta:
—Didi, ¿qué número de pie tienes?
—El 41 —responde ella desde dentro.
«Perfecto», piensa la rubia.
—¿Te puedo pedir otro favor?
—Dime.
—¿Me dejas unas zapatillas y te las devuelvo el
próximo día que nos veamos?
Didi no lo tiene ni que pensar, ella se moriría del asco
si tuviera que ponerse los zapatos que hay en la
ventana.
—Claro, coge las que quieras —afirma.
Marta vuelve a la habitación y echa un vistazo al
calzado. Escoge unas deportivas y se sienta en la cama
para atárselas justo en el momento en que su amiga
sale del baño.
—Buena elección —señala Didi viendo que ha
elegido sus Converse negras.
Marta sonríe, vuelve a ponerse en pie y comenta:
—Tengo unas iguales.
—Oye, sí que tenía un cepillo de dientes de sobra, te
lo he dejado encima del mármol. El tuyo es el de color
rosa —le dice Didi.
—Muchas gracias —contesta Marta dirigiéndose al
baño con una sonrisa.
Una vez a solas, y tras ir a acariciar a sus gatas, Didi
se dirige a la habitación para recoger su móvil. Con él en
la mano va a la cocina mientras atiende los diversos
mensajes que tiene por leer.
—Ahora sí —dice Marta, que ya ha salido del baño. Y,
después de darle un cariñoso beso en los labios,
pregunta—: ¿Qué tienes para desayunar?
—Poca cosa —contesta ella bloqueando el móvil y
dejándolo en la encimera—. No suelo tener mucho
tiempo para el desayuno.
Ambas sonríen y luego Marta pregunta:
—Oye, ¿por qué tus cepillos de dientes son como de
madera?
—No son de madera, son de bambú —le aclara ella
—. Intento utilizar el menor plástico posible. Si cada uno
pusiéramos un poquito de ganas, el mundo iría mejor.
—O sea, ¿que también reciclas la basura? —Didi
asiente y Marta afirma—: En mi casa también
reciclamos.
La morena abre la nevera y saca un cartón de leche.
—Nunca he probado la leche de soja —señala Marta
fijándose en él.
—Está buena.
La rubia se encoge de hombros y Didi sugiere:
—Si quieres, hoy puede ser tu primera vez.
—Guauuu, mi primera vez —bromea Marta.
Ambas sonríen mientras Didi saca un bote de uno de
los armarios y lo coloca frente a ella. Su amiga lo mira y
la otra dice burlona:
—Seguro que esto sí lo conoces.
—Por supuesto. El Cola Cao es universal.
Didi coge entonces un tazón. Bajo la atenta mirada de
Marta, vierte leche y cacao en él y acto seguido
pregunta:
—¿Te preparo uno?
—Sí, a ver qué tal está. Pero un vaso pequeñito, no
vaya a ser que no me guste —responde la rubia.
—Marchando un chupito de leche de soja —suelta
Didi mofándose.
Marta sonríe, y en ese momento oye cómo le rugen
las tripas.
—Oye, y una vegana como tú no tendrá algún bollo,
croissants o algo así, ¿verdad?
—Para bollo en esta casa ya estoy yo —dice Didi,
haciendo que Marta se eche a reír—. Claro que existen
los bollos y los croissants veganos, pero no tengo.
Particularmente soy más de comer salado por las
mañanas.
—Uf, yo al revés. Me encanta el dulce —admite la
rubia.
Didi abre otro armario de la cocina, saca dos cajas y
las deja sobre la encimera.
—Te puedo ofrecer estas dos cosas dulces, ricas y
veganas.
Marta las mira boquiabierta. Frente a ella tiene
galletas Oreo y cereales Choco Flakes.
—¡Qué dices! Estos cereales los tomo yo todas las
mañanas. Hay que ver lo buenísimos que están, madre
mía.
Didi saca dos cucharas y un tazón limpio del
lavavajillas para su amiga. Luego las dos chicas lo
cogen todo y se dirigen al salón, donde se sientan a
desayunar. Marta prueba entonces la leche de soja y la
otra observa su reacción.
—Se te ha puesto cara de haber lamido un limón —
señala.
Marta, a quien la leche de soja no le ha gustado
nada, murmura dejando el vaso a un lado:
—Agggh…, no me convence a mí esto.
Ambas se sirven los cereales en sus respectivos
tazones. Marta sin leche en este caso.
—Tengo una duda sobre tu veganismo —comenta.
—Tú dirás.
—¿Qué hace una vegana como tú con unas botas Dr.
Martens como las que llevabas anoche? ¿No son de
piel?
—No —asegura Didi—. Precisamente me las compré
el año pasado porque sacaron la versión vegana.
Marta asiente, no tenía ni idea.
—¡Qué bieeen!
La morena, que está hambrienta, sonríe y, antes de
meterse una cucharada de cereales en la boca, le
pregunta:
—La canción que tienes a modo de despertador no
era en español, ¿verdad?
—En italiano. ¿Y a que no sabes quién la canta?
Didi no lo sabe, ni siquiera conocía la canción.
—Ana Mena —añade entonces la rubia con una
sonrisa.
—Pero ¿no es española?
Marta afirma con la cabeza.
—Otro día ya te contaré cómo es que también canta
en italiano.
—¿Cómo lo haces para acabar hablándome siempre
de ella? —murmura Didi riendo—. Tú quieres que me
haga fan a toda costa, seguro que te llevas comisión.
Marta suelta una carcajada. Ella escucha mucha
música.
—Qué quieres que le haga, si es la cantante que más
escucho estos meses —y alzando su cuchara le advierte
—: Cuando me dé por otro artista diferente, no te
quejes.
Las dos chicas terminan de desayunar y recogen la
mesa. Un par de minutos después, a Marta le suena el
móvil. Ha recibido un mensaje que se apresura a leer.
—Didi, perdóname, pero ahora sí que tengo que irme.
Quedé en acompañar a mi madre a comprar un vestido
para la boda de una amiga suya.
—Tranquila. No tienes que darme explicaciones.
Ambas se miran. Solo han estado juntas una noche,
las cosas están claras entre ellas.
—¿Tienes una bolsa de plástico donde meter mis
zapatos? —pide Marta a continuación.
Didi lo piensa y, abriendo uno de los cajones de la
cocina, indica:
—De plástico, ahora mismo lo único que puedo darte
es una bolsa de basura.
—Me vale —dice ella y, bromeando, añade—: Una
basura es lo que son mis zapatos en este momento.
Acto seguido los mete en la bolsa y se pone el abrigo.
Después se cuelga el bolso al hombro y, tras tenderle la
mano a Didi, esta se la coge y van juntas hacia la
puerta.
Una vez que llegan frente a ella, Marta le da un dulce
beso en los labios.
—Quiero que sepas que me lo he pasado muy bien
contigo —dice.
—Y yo contigo —asegura Didi.
Ambas sonríen, y Marta añade:
—Las dos sabemos que esto es lo que es, por lo que,
tranquila, que entre nosotras no hay obligaciones y, por
supuesto, todo seguirá igual en el súper.
A continuación extiende el meñique. Al ver eso Didi
ríe. Su amiga le propone hacer una pinky promise y,
juntando su meñique con el de ella, afirma:
—Opino igual que tú.
Luego abren la puerta y Marta sale del piso. Didi, que
está triste porque tenga que irse, posa con cariño las
manos en sus mejillas y, acercando sus labios a los de
ella, le da un beso. Besar a Marta podría convertirse en
su pasatiempo favorito. Pero ¿cómo puede ser, si ella es
la que siempre ha puesto freno a lo que ha ocurrido?
—Davinia Daniela —dice Marta después de unos
segundos—, si no paras voy a quedar muy mal con mi
madre, porque me voy a meter de nuevo en tu casa y en
tu cama, y no vamos a salir de ahí en todo el día.
Didi suelta una carcajada. Nada le gustaría más,
aunque no quiera reconocerlo. Marta le da entonces un
rápido beso y se despide:
—Me voy, que me lías.
Acto seguido ella monta en el ascensor y, tras un
último beso, las puertas del mismo se cierran y Didi se
queda a solas en el descansillo de la escalera. Con una
sonrisa dibujada en el rostro, regresa a su casa y va
directa a la cocina, donde la esperan sus gatitas Brisa y
Duna subidas a la encimera en busca de su desayuno.
La joven se las queda mirando y se pregunta en voz
alta:
—¿Qué estoy haciendo?
Capítulo 20

Son las 18.12 de la tarde y los amigos han vuelto a


quedar en la cafetería de los padres de Valentín. Ha
pasado un mes desde la última vez que se vieron, pues
entre unas cosas y otras se les hizo difícil reunirse todos
de nuevo, aunque se han mantenido conectados
mediante su grupo de WhatsApp.
—Tengo que decir una cosa y no quisiera ofender a
nadie —avisa Didi.
—Buenooooo, ya estamos —se mofa Kevin.
Todos sonríen y Didi, mirando a Ángel, que toma
asiento, declara:
—Sabéis que os quiero mucho, pero debéis saber
que todavía os quiero más cuando quedamos para
cosas como esta y no para hacer ejercicio.
Ángel le dirige una mueca divertido. Si hay alguien de
quien nunca se tomaría nada en serio es de ella.
—No me ofendes, reina —bromea—. Pero mi
cometido en la vida es conseguir que te guste el
deporte.
—Pues lo llevas claro, rey —dice ella poniendo los
ojos en blanco.
Sebas suelta una carcajada y Ángel, mirándolo, lo
señala con el dedo.
—Y a ti te digo lo mismo —añade—. De hecho,
estaba pensando que en cuanto empiece a hacer buen
tiempo, podríamos quedar algunas mañanas para salir a
correr.
—Guauuu, eso ya es subir de nivel —comenta Jacob.
—Imposible —replica Sebas solo de imaginárselo—.
No corro ni cuando voy a perder el bus, ¿te crees tú que
voy a hacerlo por placer?
Su comentario consigue que todos lo miren
divertidos.
—Pero ¿tú no sabes hacer planes que no estén
relacionados con sufrir y tener agujetas? —inquiere Didi.
Valentín se une al grupo en ese instante y se sienta
junto a su chico.
—Mi madre ha hecho tarta de zanahoria —anuncia.
—¡Qué ricaaaaa! —exclama Sebas, y agrega—: Más
os vale pedir tarta a todos.
El resto se miran unos a otros. Si fuera tarta de
chocolate o de nata, sería otra cosa, pero ¿zanahoria?
—A ver, no es por ofender… —sonríe Jacob al ver
sus caras—, pero he probado la tarta de zanahoria que
hace mi madre y, la verdad, no es que sea uno de mis
postres favoritos…
—¿Y no hay de chocolate? —pregunta Kevin.
—Ah, no… —les advierte Sebas—. Aquí vamos a
pedir tarta de zanahoria todos. Como si sois alérgicos,
me da igual… Primero va la felicidad de mi suegra y,
después, si alguno es intolerante a algún ingrediente, ya
lo llevamos al hospital para que no se nos muera.
Todos ríen ante su ocurrencia, y Sebas añade
señalando a Didi:
—La única que se salva es ella por vegana.
—Por un segundo he pensado que ibas a decir «por
bollera». —La morena ríe.
Todos sueltan una carcajada.
—También, reina. También —matiza él.
Valentín echa un ojo a la barra, que se está llenando,
y, sin dudarlo, se levanta a ayudar a su madre.
—Bueno, ¿qué pasa con Clara? —pregunta Sebas a
continuación mientras se echa el pelo hacia atrás—.
¿Hoy no viene?
Los demás se miran entre sí. Todos saben que Clara
sigue con Piero.
—Eso parece —murmura Ángel.
Didi observa a Jacob. En su rostro no ve un ápice de
tristeza.
—Antes de salir de casa me he cruzado con ella y me
ha dicho que se iba al cine con Piero, que os lo dijese —
explica Kevin—. También me ha dicho que luego me
escribiría para saber si seguimos aquí y acercarse un
rato.
—Qué pesada está con el italiano ese —susurra
Sebas—. No hay quien le vea el pelo. Que se lo traiga y
así lo conocemos de una vez.
Kevin y Ángel intercambian una miradita que no le
pasa desapercibida a Didi, y luego este último señala:
—Creo que él no quiere conocernos.
Su comentario llama la atención de los demás, que lo
miran sorprendidos.
—¿Perdón? —dice Didi sentándose muy recta en la
silla.
Kevin asiente y, sin entender qué ha visto su hermana
en ese tío, cuenta:
—El otro día cenamos Ángel, ella y yo en casa y,
hablando de quedar y tal, comentó que Piero le había
dicho que prefería no mezclar amistades.
—¡Vamos, no me jodas! —exclama Didi—. ¿Acaso
ella no conoce a sus amigos?
Kevin asiente, pues opina igual que ella, y en ese
momento Jacob señala:
—Esto me huele un poco a persona tóxica…, red flag.
—A mí me huele fatal desde que lo conoció —
protesta Didi.
—¿Y no le dijisteis nada? —pregunta Sebas con
incredulidad—. Especialmente tú, que eres su hermano.
Kevin y Ángel se miran.
—Claro que le dije algo —contesta el pelirrojo—. Le
dije lo que yo pensaba. Pero es una cabezona y, cuando
no quiere entender, no hay manera.
Jacob asiente. Sabe igual que Kevin lo cabezota que
es Clara.
—¡De verdad que no sé qué ha visto en él! —exclama
Didi con fastidio.
En silencio, Jacob observa con interés a sus amigos.
Parece que todos tienen una opinión parecida sobre
aquel italiano, y se dispone a intervenir cuando el
teléfono le vibra. Es Raquel, por lo que, excusándose,
se levanta de la mesa para hablar con ella.
Al hacerlo, todos lo observan.
—Creo que tiene churri —murmura Sebas.
—¿Quién es? —pregunta Ángel a Kevin.
Él se encoge de hombros. Sabe tan poco como el
resto, pero no le extrañaría que la tuviera, puesto que
Jacob no solo es buena persona, sino que además es
un tío que físicamente está muy bien.
—A mí lo que me sorprende es lo rápido que lo
perdonó Clara con lo que le hizo en San Valentín —
comenta Ángel—. Vale que no eran novios. Vale que
llevaban poco tiempo viéndose. Pero, joder, ¡habían
quedado en cenar juntos ese día!
—En nuestro primer día de los Enamorados —cuenta
Sebas—, Valentín y yo prácticamente no llevábamos ni
dos semanas conociéndonos, y él —dice señalando a su
chico, que se acerca en ese momento a la mesa— me
regaló un collar azulado precioso.
Sus amigos sonríen. En ese instante Jacob regresa y,
al ver que todos lo miran, inquiere:
—¿Qué pasa?
—¿Churri a la vista? —cotillea Sebas.
Jacob es ahora el que sonríe. Lo que tiene con
Raquel no lo considera nada. Es solo una amiga. Pero
se encoge de hombros y responde:
—El tiempo lo dirá.
Valentín y su madre llegan entonces a la mesa y
dejan los platos de la tarta de zanahoria sobre ella.
—¡Pero qué buena pinta tiene esta tarta, Flavia! —
exclama Kevin.
—Pues ya verás cuando la pruebes —avisa Sebas.
La mujer se acerca entonces con cariño a Didi y deja
un plato frente a ella.
—Esto es para ti, corazón. Valentín me ha contado
que eres vegana y que prefieres cosas que no sean tan
dulces, así que te hemos preparado unas tartaletas de
hummus que espero que nos hayan salido bien.
Didi mira con ternura a la mujer. Y, observando las
pequeñas tartaletas que hay en su plato, repone con
cariño:
—¡¿Qué dices, Flavia?, no tenías por qué! —y,
acostumbrada a ir a sitios en los que no hay muchas
opciones veganas, afirma—: Tienen muy buena pinta.
Te lo agradezco muchísimo, es todo un detalle.
La mujer mira a la chica, le da un beso en la mejilla y
luego dice mientras se da la vuelta para alejarse:
—¡Buen provecho!
Instantes después Didi observa curiosa cómo sus
amigos prueban la tarta, incluso Jacob, que era algo
reticente. Y al cabo Kevin asegura con la boca llena:
—Buah, lo rico que está esto…
—Buenísimo —opina Ángel.
—¡Os lo dije, mamarrachas de poca fe! —se mofa
Sebas.
—Vale, tenías razón —reconoce Jacob—. Le da mil
vueltas a la de mi madre. Esta no tiene sabor fuerte a
zanahoria como la suya, esta es… más dulce.
Sebas lo mira y alza las cejas como si dijera: «Te lo
he advertido».
Los amigos pasan la tarde charlando y poniéndose al
día en cuanto a cosas que han hecho o les han ocurrido.
Didi piensa en Marta. ¿Debería contarles que ha tenido
algo con ella?
—¿Y tú qué tal vas con el curro? —pregunta Jacob
mirándola.
—Sigue amargada, no hay más que verle la cara —
suelta riendo Sebas, que se gana una mirada de su
amiga.
No. Definitivamente no les va a contar lo de Marta, ni
de coña.
—Todo continúa casi igual —dice—, el gerente sigue
siendo un imbécil y el trabajo una tortura…
—¿Aún no has conseguido caerles bien a tus
compañeros? —pregunta Ángel.
Didi niega con la cabeza.
—Los compañeros siguen siendo unos rancios,
aunque Marta se salva de entre todos ellos —declara.
—¿Marta? ¿Quién es? —quiere saber Sebas.
Didi sonríe. Por suerte, la noche en la que se fue con
ella a su casa él no la vio. No sabe que Marta es la chica
de esa noche. Y, evitando poner demasiado énfasis en
sus palabras, responde:
—Marta es la chica nueva de la que os hablé. La
verdad es que es un gusto poder pasarnos el día
charlando y poniendo verde a Martín. —Ríe—. No es
que coincidamos siempre, pero cuando ocurre al menos
logramos hacernos la jornada más amena la una a la
otra.
Y hasta ahí cuenta de Marta.
—¡Qué bien! —exclama Kevin, que no solo recuerda
que Didi les ha hablado de ella en alguna ocasión, sino
que también vio de reojo su nombre en la pantalla de
Didi uno de los días que quedaron.
—Por cierto —tercia Jacob mirando a Didi—, ¿tú no
querías estudiar un máster de Educación Inclusiva?
—Y sigo queriendo hacerlo —reconoce ella.
—¿Y por qué no lo haces? —insiste él.
—Porque tengo la intención de ser autosuficiente,
que ya soy mayorcita —explica—. Mis padres se han
pasado la vida trabajando para darme todo lo que han
podido, y creo que ya es hora de que deje de chuparles
la sangre.
—Sabes que estás hablando de tus padres, ¿no? —
recalca Jacob.
—Lo sé —afirma Didi.
—Y, conociéndolos, estoy seguro de que estarían
encantados de ayudarte a que siguieras formándote
para alcanzar tu sueño.
Didi asiente, sabe que Jacob tiene razón, pero
recalca:
—Lo sé, pero quiero demostrarme que puedo yo sola.
He mirado diversas formas de hacerlo, aunque sea
online, pero aún tengo que ahorrar más dinero, porque
es una pasta. Además, los cambios de turno
inesperados que hace Martín tampoco es que me
ayuden.
Todos observan a Didi, y Sebas, que la conoce muy
bien, interviene:
—Déjalo, Jacob. Lo he hablado mil veces con ella y
no hay manera. Cuando se le mete algo en la cabeza es
imposible. Mejor que siga amargada en el súper.
—Exacto —bromea ella.
Sebas mira entonces a su novio y este le guiña el ojo.
Tienen algo que decirles.
—Bueno, queridas y querido amigo hetero —dice él
con gracia dirigiéndose a Jacob—. Valentín y yo
tenemos que contaros algo.
Los demás los miran expectantes, y a continuación
Valentín exclama con alegría:
—¡Por fin tenemos piso!
—¡Sííííí! —grita Didi feliz.
—¡Qué bieeeen! —dice Kevin contento.
Todos se alegran mucho por ellos. Se merecen
comenzar su nueva vida juntos.
—De alquiler, ¿no? —pregunta Ángel.
—Sí. De momento, que yo sepa, no nos ha tocado la
lotería —afirma Sebas.
Felices por la noticia, Valentín y él se besan.
—¿Y cuándo podéis mudaros? —quiere saber Jacob.
—Creo que a finales del mes de marzo. Queremos
irnos para allá en cuantito se pueda —aclara Valentín.
—Os recuerdo que contamos con vosotros para la
mudanza —avisa Sebas.
Ángel y Kevin se miran.
—Seguro que será en marzo, ¿no? —señala Kevin
dejando su cuchara en el plato.
—Buenoooo, habéis hecho alusión a la mudanza y ya
tenemos las primeras bajas… —se burla Didi.
Ángel y ella se miran y ríen.
—Creo que sí —dice Sebas—, pero aún no estamos
del todo seguros.
—Si es en marzo, perfecto —indica Ángel—. Es que
justo ayer pillamos los billetes para irnos a Las Palmas
de Gran Canaria en Semana Santa.
—Estamos como locos por irnos —explica Kevin—.
Allí nos alojaremos en casa de una amiga de Ángel y así
yo aprovecho el viaje y visito a mi amigo Nazan, que
hace muchísimo que no nos vemos.
—¿Quién es Nazan? —pregunta Jacob.
—Un chico al que conocí por redes sociales hace
unos años —aclara el pelirrojo—. Cuando vio que yo era
trans se puso en contacto conmigo. En ese momento él
estaba empezando con todo el tema de la transición y
tal. Lo ayudé con algunas dudas y con el tiempo nos
hicimos amigos. Siempre que él ha venido a Madrid nos
hemos visto, así que ahora me toca a mí ir a visitarlo.
Todos escuchan con atención a su amigo, ya que
Kevin nunca les había hablado de ese chico.
—Bueno, si no estáis aquí no pasa nada, chicos —
dice entonces Valentín.
—Pero ¿en qué fechas cae Semana Santa este año?
—quiere saber Sebas dudoso.
—Los festivos son del 14 al 17 de abril, pero tenemos
los días de asuntos propios, así que podemos estirar un
poquito más —responde Ángel.
—Ah, bueeeeno, no creo que haya problema —
apostilla Valentín.
En ese momento suena una notificación de mensaje
en el móvil de Didi y esta bromea mirando el aparato:
—Fíjate, me acaba de salir un viaje a mí también.
Todos ríen por su ocurrencia y, mientras siguen
charlando, ella lee el mensaje que le ha llegado:
Marta
¡La recomendación musical de hoy:
Dembow, de Danny Ocean!

Didi no tarda en teclear.


Didi
Me gusta mucho la música
de ese chico, me encaaaanta
la canción Me rehúso.
Segundos después Marta contesta.
Marta
¡Lo conoces! Estoy orgullosa,
no estás tan anticuada en cuanto a música
como yo creía. Y esa canción que dices es
un temazo enooooorme. ¿Tú no decías que
no te gustaba
el reggaetón?

La joven morena sonríe.


Didi
Él no hace solo reggaetón como tal. Pero,
vamos, con su música puedo
hacer una excepción.
Marta
Jajajaja.

Sebas observa a su amiga y ve que, en el rato que


lleva mirando el móvil, no le ha desaparecido la sonrisa
de la cara en ningún momento. Entonces estira la pierna
y le da un toque con el pie, lo que provoca que Didi
levante la cabeza y lo mire extrañada.
—¿Con quién hablas? —susurra mientras los demás
siguen con su conversación.
—Con una amiga —dice ella quitándole importancia.
No ha mentido, Marta es una amiga. Sin embargo,
como no quiere que le hagan un interrogatorio, decide
bloquear el móvil y dejarlo encima de la mesa. Tema
zanjado.
—Por cierto —comenta entonces Ángel—, el otro día
un cliente del gimnasio me comentó que lleva un par de
meses trabajando en un circuito de karts. Me dijo que lo
avise un día para ir con quien quiera, que nos puede
hacer algún descuento.
—¡Me apunto! —dice Jacob.
—¿Ya estamos con los deportes de riesgo? —
pregunta Didi uniéndose de nuevo a la conversación.
—No seas exagerada —bromea Jacob—. Dentro de
un kart no te puede pasar nada, y además te obligan a
ponerte casco.
—Un casco sudado y maloliente que se pone todo el
mundo —matiza Sebas con cara de asco.
—Venga, que puede ser muy divertido —los anima
Kevin—. Cuando vea a Clara, se lo comento y
buscamos un día para ir todos juntos.
Jacob coge su móvil para ver qué hora es y se da
cuenta de que la tarde ha pasado casi sin enterarse.
—Yo debería empezar a irme.
El resto decide entonces que lo mejor es pedir ya la
cuenta, pagan y se levantan. Kevin, Ángel, Didi y Jacob
se despiden de Sebas y de Valentín, que se quedan un
rato más en la cafetería para ayudar en lo que haga
falta.
Los demás salen del local y se dan un par de besos.
Al separarse de Kevin, Didi no puede evitar comentar:
—Por cierto, dile a Clara de mi parte que muy mal.
Capítulo 21

Clara se mira en el espejo y termina de arreglarse el


pelo. Ha quedado con Piero y sus amigos para salir y
quiere estar guapa. Justo en ese momento su móvil le
anuncia que ha recibido un mensaje. Lo coge y
comprueba que es de su chico.
Piero
Amore, ya estamos aquí.

Como ya está lista, tan solo tiene que ponerse el


abrigo y coger el bolso antes de salir del piso. Se
despide de Cora con cariño, cierra la puerta con llave y
pulsa el botón del ascensor. Una vez que este llega a su
planta y las puertas se abren, la pelirroja se monta y
baja los ocho pisos.
Ya en la calle, ve un coche del que sale música a
todo volumen. Es el de Tiziano, por lo que camina hasta
él y se sube en la parte trasera.
Piero la saluda con un beso.
—Ciao, bella —murmura mirándola a los ojos.
—Hola, guapo —dice ella con una sonrisa.
Acto seguido Tiziano arranca.
—Oye, ¿luego vuelvo con vosotros en el coche? —
pregunta ella.
Piero afirma con la cabeza y, cuando vuelve a darle
un beso, oye decir a Tiziano y a Fabiana, que van en los
asientos delanteros:
—Ciao, Clara!
—¡Hola, chicos! —saluda ella poniéndose el cinturón.
Entre risas y canciones llegan a un local situado a las
afueras de Madrid. Clara lee el nombre en el letrero. Se
llama «Da la vuelta». Cuando bajan del coche Tiziano le
entrega las llaves al aparcacoches para que se
encargue de él.
—Qué sitio más pijo —murmura Clara al verlo.
—¡Exclusivo! —repone Piero sonriendo mientras le
pasa la mano por la cintura.
Las dos parejas entran en el iluminado local y una
camarera los guía hasta una zona con sofás reservada
para ellos. Al parecer, son clientes Vip. Mientras se
acomodan la camarera se retira para regresar a los
pocos minutos con copas de champán para todos. Los
cuatro están brindando cuando aparecen Víctor y
Cayetana, que rápidamente los saludan.
—Clara, este es mi amico Víctor —le presenta Piero.
Hasta este momento, tras conocerlo aquella noche a
oscuras en el piso de los chicos, Clara no había vuelto a
coincidir con él. Según le comentó Cayetana, estaba de
viaje en Londres por algo relacionado con el trabajo, y
cuando la pelirroja le da dos besos él comenta:
—Sí, ya nos conocemos.
Clara sonríe al ver que se acuerda de ella.
—¡Hola, Víctor! Esto sí es una presentación, y no lo
de aquel día —señala.
Ambos ríen. Víctor se acerca a la mesa a por una
copa de champán, y Piero le pregunta a Clara:
—¿Che cosa significa que ya os conocéis?
—Nos cruzamos la primera noche que pasé en tu
piso. Yo me iba de madrugada y ellos llegaban de fiesta
—explica ella.
—Non capisco.
Clara bebe de su copa e insiste:
—Sí, Piero, el primer día que nos vimos tú y yo aquí,
en Madrid. Ellos volvieron de fiesta y, como hicieron
ruido, me desperté. Al salir vi a Víctor y nos saludamos.
Después yo me marché.
El italiano la mira con expresión seria.
—¿E perché no me lo habías contado?
Clara se encoge hombros sin entender por qué
parece molesto.
—No me había vuelto a acordar. Pero, vamos, fue un
hola y adiós.
Él asiente aún dándole vueltas al asunto.
—¿En serio te has puesto celoso? —pregunta ella
abrazándolo.
—No, ero solo curioso —responde besándola.
En ese instante empieza a sonar el nuevo tema de
Rosalía, Chicken Teriyaki, y la gente se viene arriba.
Esa canción lo está petando.
—¡Clara, vamos a bailar! —se apresura a decir
Cayetana.
La chica sonríe, le encanta pasárselo bien, y, dándole
la mano a Piero, le pregunta:
—¿Vienes?
—No, io non bailo —suelta él dejando ir su mano.
Clara suspira y luego bromea alzando la voz:
—¡Tú te lo pierdes!
Cayetana, Fabiana y ella se dirigen a la pista de baile
y disfrutan de la canción. Víctor va también con ellas,
baila y las graba haciendo el peculiar baile del videoclip.
Cuando la canción está acabando Clara se fija en que
Tiziano y Piero se levantan y se encaminan hacia la
salida del local.
—¿Adónde van Piero y Tiziano? —le pregunta a
Víctor.
—Seguramente irán a fumar —responde alzando la
voz para que la chica pueda oírlo con la música.
Ella decide que lo esperará en la mesa, pero aún no
ha abandonado la pista cuando empiezan a sonar las
primeras notas de Wow Wow de María Becerra y Becky
G. Fabiana la coge de la mano y la anima a bailar.
—Andiamoooo! —exclama.
Ella acepta encantada, se lo quiere pasar bien, es a
lo que ha ido allí. Pero, tras darlo todo durante varias
canciones seguidas, está sedienta, así que decide
volver al reservado a beber algo.
Piero y Tiziano están en el sofá, tomándose unos
chupitos.
—¡Claaaaaaara! —suelta su chico al verla.
—Bevi uno! —El amigo le ofrece un chupito a ella
también.
—No, gracias —lo rechaza y, ante su negativa, se lo
toma él.
Clara se sienta entonces junto a Piero y él se
recuesta cariñosamente sobre su hombro.
—¿Cuántos chupitos lleváis? —pregunta.
Tiziano la oye y responde levantando el vaso vacío:
—Uno, due, tre, quattro, cinque…!
Los dos chicos se ríen, aunque a ella no le hace
ninguna gracia, ya que había quedado en volver con
ellos en el coche.
—¿Y no creéis que deberíais parar un poco? —les
pregunta—. Os recuerdo que habéis traído el coche.
—¡No pasa nada, io controllo! —Tiziano ríe
chocándole los cinco a Piero.
En ese momento Fabiana se acerca a ellos y
extiende el brazo para que Tiziano le dé la mano.
—Balliamo, tesoro?
El chico no duda. Se levanta de un salto y camina
detrás de su novia.
Clara los observa con cierta envidia y decide probar
suerte. Se pone en pie e, imitando a Fabiana, extiende
el brazo y dice poniendo acento italiano:
—Balliamo, amore?
Pero, en vez de darle la mano, Piero prefiere usarla
para coger una nueva copa.
—Más tarde, amore —replica.
Ella asiente sin decir nada, se da la vuelta y se aleja.
Mira hacia donde están los demás y ve a las dos parejas
bailando entre risas.
«¿Tan difícil es tener eso?», se pregunta.
Como no quiere cortarles el rollo, decide ir al baño.
Entra y apoya las manos en el largo mueble del
lavamanos mientras se mira al espejo con semblante
serio.
—¿Estás bien? —le pregunta una chica que se
acerca a lavarse las manos.
—No estoy teniendo mi mejor noche —responde.
Clara la observa mientras esta se enjabona las
manos. Parece algo mayor que ella.
—¿Problemas de amor, amistades, familiares…?
—De amor —resopla.
Las dos chicas se miran.
—¿Te hace feliz?
La pelirroja duda unos segundos mientras la otra se
enjuaga las manos.
—Quizá deberías empezar por saber por qué te
cuesta tanto dar respuesta a una pregunta tan simple —
vuelve a decir la chica.
—Puede que tengas razón —admite Clara.
La desconocida cierra el grifo y coge un poco de
papel para secarse las manos.
—Esta noche he venido con unas amigas —comenta
—. Si quieres, estás más que invitada a venirte con
nosotras.
Clara sonríe en señal de agradecimiento.
—Muchas gracias, pero creo que me voy a ir a casa.
—Bueno, si cambias de opinión estaremos ahí
bailando —dice despidiéndose con una sonrisa.
La pelirroja vuelve a mirarse en el espejo y se coloca
bien el pelo. Acto seguido saca su móvil y ve que son
las 3.23 de la madrugada.
«Me voy», se dice.
Atraviesa todo el local, se dirige a su reservado y
recoge su abrigo. Piero no está allí, así que no tendrá
que despedirse de él. Sigue avanzando y llega a la
salida. Hace mucho frío, por lo que antes de pedir un
coche decide ponerse el abrigo.
La app de su móvil le dice que el coche que la llevará
a casa tardará trece minutos en llegar. Le da igual
esperar, ni de coña iba a volver con Tiziano en coche
con la cantidad de copas que se ha tomado. Se hace a
un lado para no estar en la puerta del local y entonces,
unos metros más allá, ve a Piero fumando y hablando
con un grupo de gente. Clara no sale de su asombro,
pero no dice nada y se dedica a contemplar la escena
en silencio. Justo cuando menos se lo espera, Piero se
desplaza para abrazar a una de las chicas del grupo y
de pronto la ve junto a la puerta. Disimulando como
puede, el italiano se despide del resto y se le acerca.
—Clara, ¿qué haces aquí fuera? Non stavi ballando?
—pregunta.
Intenta rodearla con el brazo, pero ella se aleja
ligeramente.
—Sí, Piero, pero me he cansado y me voy a casa.
—Espera y dentro de un rato nos vamos tutti. Así
dormimos juntos. —Sonríe.
Ella niega con la cabeza. Ni loca va a dormir con él. Y,
mirando su móvil, afirma:
—No, Piero, dentro de seis minutos me voy a mi
casa.
—Porca miseria! —exclama el italiano.
Clara se da cuenta de que todo el mundo los mira y
empieza a sentirse incómoda. Por el contrario, Piero da
una calada al cigarro y expulsa el humo con calma. La
mira de arriba abajo y, agitando las manos, inquiere:
—¿A qué viene toda questa tontería?
La joven toma aire tratando de no perder la calma.
—No es ninguna tontería, Piero. Yo me quedo en los
sitios cuando me lo paso bien y estoy a gusto; cuando
dejo de estarlo…, simplemente me voy.
—¿No estás a gusto con me? —pregunta él molesto.
—Ahora mismo, no.
El italiano aprieta la mandíbula, no le ha sentado bien
lo que le ha dicho. Y de pronto pregunta en tono
chulesco:
—¿Ti divertiresti meglio con Víctor? ¿O quizá ti
divertiresti meglio con tus amigos?
Clara lo mira confundida. Pero ¿de qué habla ahora?
—¿En serio? —replica molesta.
Él da una calada a su cigarrillo mientras la escucha.
—Pues, mira, la verdad es que me da cierta envidia
ver lo compenetrados que están y lo bien que lo pasan
Cayetana y Víctor… ¿Y a qué viene lo de mis amigos?
Piero tira enfadado el cigarro al suelo.
—Cosa mancava! —exclama gesticulando con los
brazos—. Cuando te vi con tus amigos de fiesta te lo
estabas pasando molto molto bene.
—Por supuesto, yo salgo para eso.
Clara observa el cigarrillo encendido en el suelo y lo
apaga con la suela del zapato.
—Oh si? ¿Sales para bailar con tutti los chicos?
Ella lo mira sin dar crédito.
—Yo bailo con quien me da la gana —suelta
enfadada—. Y más aún con mis amigos. ¿Qué pasa,
estás celoso?
—Non sono geloso, ma che coincidenza que todos
tus amigos sean hombres y que solo bailes con los
chicos —responde él—. La amistad así, entre hombres y
mujeres, è impossibile.
Según dice eso, Clara resopla. Siente unas
tremendas ganas de darle un tortazo, pero se contiene.
Quedan dos minutos para que aparezca su coche.
—Estoy flipando contigo, de verdad, Piero. Si te
hubieras molestado en conocer a mis amigos,
entenderías muchas cosas. Y qué casualidad que solo
me vieras bailar con ellos cuando precisamente esa
noche con quien más bailé fue con Didi —dice
moviéndose enfadada—. Entonces, según tu absurdo
razonamiento de que hombres y mujeres no podemos
ser amigos, yo debería estar celosa del grupo con el que
estabas ahí cuando he salido, ¿no?
—Solo les he pedido un mechero —se excusa él con
rapidez.
Clara ríe con sarcasmo.
—Por supuesto, Piero.
El italiano se mueve incómodo. Un coche para
entonces a pocos metros de ellos. La pelirroja revisa la
matrícula que le sale a ella en la app y confirma que es
el suyo. Acto seguido guarda el móvil en el bolso y echa
a andar hacia él.
—¿Te vas? Davvero?
Ella se detiene y se da la vuelta para mirarlo.
—Sí, Piero, como ya te he dicho, me voy a mi casa.
Él la mira con seriedad. Nunca le ha rogado nada a
una chica y, por supuesto, ella no va a ser la primera.
—Vale, Clara. Ciao! —y, dicho esto, da media vuelta y
entra de nuevo en el local.
Clara sigue andando y entra en el coche sin
comprender cómo es posible que una bonita noche haya
podido terminar así.
Durante todo el trayecto no deja de darle vueltas a lo
suyo con Piero. ¿Merecerá la pena seguir intentándolo?
¿Acaso sus amigos ven en él algo que ella no ve? Le da
vueltas y vueltas al tema. Si algo tiene claro es que en
momentos como el que acaba de vivir no lo soporta,
aunque en otros le encanta.
Cuando llega a su destino, le da las gracias al
conductor y se baja del coche. Entra en su portal y sube
en el ascensor hasta el octavo piso. Mete la llave en la
cerradura con cuidado de no hacer ruido para no
despertar a nadie y, antes de entrar, se quita los
zapatos.
Nada más abrir la puerta se sorprende al oír música.
Está muy bajita y piensa que Kevin debe de haberse
quedado dormido con ella puesta. Empieza a recorrer
con sigilo el pasillo y, cuando pasa por delante de la
cocina, se para en seco. Frente a ella tiene a Kevin,
sentado en la encimera con Ángel de pie ante él. Ambos
van sin camiseta y están besándose.
«Mierdaaa…»
Clara vuelve sobre sus pasos casi sin respirar, feliz
de que Cora seguramente estará dormida sobre la cama
de su habitación. Sin hacer ruido consigue llegar hasta
la puerta, la abre y sale del piso. Una vez fuera, se calza
de nuevo los zapatos y entra en el ascensor pensando a
quién puede recurrir a esas horas.
Es la segunda vez que le pasa algo así con ellos. La
primera se despertó de madrugada con mucho calor,
quiso bajar a por agua fría y se los encontró en el sofá.
Esa vez también consiguió pasar desapercibida y volver
corriendo a su habitación.
Abre WhatsApp.
Clara
Dime que estás despierta y puedo
dormir en tu casa, por favor.
El ascensor llega a la planta baja y cuando ella sale
recibe un mensaje.
Didi
Has tenido suerte, justo me iba
a la cama. Aquí te espero, pelirroja.

Clara resopla tranquila. Didi es siempre su salvación.


«Menos mal.»
Capítulo 22

Con la excusa de llevarle un trozo de tarta vegana y


devolverle sus Converse negras, Marta ha ido esa tarde
a casa de Didi. Sabe que no la puede presionar, no está
por la labor de comenzar una relación, pero ella lo va a
intentar. Didi le gusta mucho, y como siempre que se
ven allí, una cosa lleva a la otra hasta acabar en la
cama.
Solo hace un rato que Marta ha salido por la puerta y
Didi se ha puesto una serie para hacer tiempo hasta que
la avise cuando llegue a su casa. Su móvil pita. «Seguro
que es un mensaje de Marta desde el coche», se dice.
Extiende el brazo y coge el teléfono, pero se lleva una
sorpresa al ver de quién proviene el mensaje.
Clara
Dime que estás despierta y puedo dormir en
tu casa, por favor.

Didi mira el reloj y ve que son casi las cuatro de la


madrugada. No entiende cómo es que su amiga le
escribe a esas horas, y contesta:
Didi
Has tenido suerte, justo me iba a la cama.
Aquí te espero, pelirroja.
Y, como no se queda tranquila, añade:
Didi
¿Estás bien? ¿Ha pasado algo?

Clara, consciente de que la morena le hará un tercer


grado, responde:
Clara
Tranquila, ahora te cuento.

Didi mira la pantalla de su móvil con el ceño fruncido;


¿tendrá que ver con el caradura? Pero su gesto cambia
un par de minutos después cuando recibe, ahora sí, el
mensaje que estaba esperando.
Marta
¡Ya estoy en casa! Buenas nocheeeees.
Didi
¡Que descanses!

La chica sonríe. A pesar de sus reticencias, cuando


Marta le propone verse no es capaz de decir que no. No
puede engañarse a sí misma. Ella le gusta cada vez
más y no puede luchar contra eso.
Didi sigue viendo la serie mientras aguarda a Clara.
Está claro que su amiga la necesita.
Minutos más tarde suena el telefonillo de su piso. Se
levanta, le da al botón para abrir y la espera con la
puerta ya abierta.
—Buenas noches, reina —dice apoyada en el marco.
—Hola, Didi, gracias por dejarme venir —responde
ella mientras sale del ascensor—. Me has salvado la
vida.
Entra en casa de su amiga, deja el abrigo en un
pequeño mueble situado en la entrada y ambas van
directas al sofá del salón.
—¿Por qué dices eso? ¿Ha pasado algo grave? —
pregunta Didi dejándose caer en el asiento.
Clara resopla y se acomoda a su lado.
—Más bien qué no ha pasado.
Didi se mueve para ponerse cómoda y, así, aunque
está algo cansada, escuchar a su amiga.
—Te he preguntado que si podía venir y quedarme a
dormir porque, al volver al piso, me he encontrado a mi
hermano y a Ángel muy acaramelados en la cocina.
Didi se ríe.
—¿Y les has cortado el rollo? —pregunta divertida. Al
ver que su amiga niega con la cabeza, insiste—: ¿No te
han visto?
—No, pero casi. He huido como he podido y te he
mandado el mensaje con la esperanza de pillarte
despierta. —Sonríe—. ¿Tú qué, estabas viendo una
serie?
La morena mira su televisor y ve la pantalla pausada;
la ha parado antes de ir a abrirle la puerta.
—Sí, pero me había quedado medio dormida —
miente, aunque es una buena excusa. Tiene claro que
no piensa contarle nada de Marta.
Didi se fija de nuevo en su amiga. Ve lo maquillada
que va y cómo va vestida.
—Oye, ¿y tú de dónde vienes?
—Había salido con Piero y sus amigos.
—Ah, ¿conocer a sus amigos y salir con ellos sí, pero
conocer él a los tuyos no? —y, al ver la expresión de
Clara, añade—: Nos lo comentaron Kevin y Ángel el día
que no viniste.
—Ah, vale.
—Por cierto —agrega Didi—, me parece fatal que no
vengas a nuestras quedadas cuando sabes lo difícil que
es cuadrar los horarios para todos y poder vernos.
—Valeeeeeee —murmura Clara quitándole
importancia.
Las chicas se miran, Didi intuye que la pelirroja oculta
algo y se interesa.
—¿Y qué estás haciendo aquí si has salido con ellos?
En el fondo Clara sabe que se lo tiene que contar, las
amigas están para eso. Y más para escuchar tus
dramas a las cuatro de la madrugada.
—Bueno…, he discutido con Piero.
—Ya sabía yo que el hecho de que estuvieras aquí
iba a tener algo que ver con ese gilipollas.
—Didi, ¡no lo llames así!
—Gi-li-po-llas —insiste ella.
Clara resopla, pero, entendiendo que quizá tenga
razón, murmura:
—Sí. La verdad es que un poco sí lo es.
La morena asiente. Y, sin querer decir otras cosas
que opina de él, pregunta:
—¿Qué ha pasado ahora?
Necesitando hablar sobre lo ocurrido, Clara le cuenta
punto por punto cómo ha transcurrido la noche hasta
llegar a donde ha llegado.
—Es un amargado y un celoso —termina diciendo—.
Salir de fiesta con él es verlo beber alcohol, fumar y
quedarse sentado en el sofá del reservado casi toda la
noche.
—Menudo muermo de tío.
—Pues sí lo es. Tú sabes que a mí me gusta salir y
pasármelo bien, que baile conmigo, o al menos lo
intente —se apresura a añadir Clara—. Veo a sus
amigos bailar con sus novias, pasarlo bien con ellas y,
quieras que no, me da envidia, porque en el fondo eso
es lo que yo quiero.
—Pero con él sabes que no va a ser así —afirma
Didi.
La pelirroja cabecea, consciente de que a su amiga
no le falta razón.
—Pero en Italia sí que era así —susurra—, tú misma
lo viste.
Didi asiente. Reconoce que, aunque siempre pensó
que Piero era un caradura, en Italia era un tío más
divertido que se apuntaba a todo.
—Allí te mostró lo que tú querías ver —dice—. Un
chico divertido. Y ahora que al parecer ya tenéis más
confianza, se muestra como realmente es. ¡Un gilipollas!
Clara suspira y niega con la cabeza.
—La gente no puede cambiar tanto, ni que fuese un
actor de Hollywood…
Didi mira a su amiga y, aunque quiere rebatir lo que
ha dicho, no lo hace. Prefiere no seguir por ahí porque
sabe lo cabezota que puede llegar a ser Clara; en
muchas ocasiones es mejor que se dé cuenta ella sola.
Además, no le apetece entrar en debates. Y menos a las
cuatro de la madrugada.
—Bueno, ¿y lo de celoso por qué lo dices?
—Porque parece que le molesta cualquier interacción
mía con un chico —protesta—. Hoy me ha llegado a
decir que la amistad entre hombres y mujeres es
imposible.
Didi pone los ojos en blanco y niega con la cabeza,
es muy tarde para oír semejantes tonterías.
—¿Sabes que la última vez que salimos todos juntos
él nos vio? —añade Clara.
Pero, por la cara de aquella, se da cuenta de que no
tiene ni idea.
—¿No os lo ha contado Jacob?
Didi sabe lo poco que Jacob ha dicho. Que apareció
Piero y se fue con él.
—No, no sé de qué me hablas.
A Clara le extraña que su amigo no haya contado
nada a los demás. ¿Por qué no lo habrá hecho?
—Bueno, básicamente es que él estaba con unos
amigos en el mismo local que nosotros.
—Pues sí que es pequeño Madrid. —Didi ríe.
—Y nos estuvo observando toda la noche.
—Qué creepy —murmura su amiga—. ¿Por qué no
fue a saludarte?
Clara comprende que lo que cuenta es un poco
espeluznante.
—Pues porque vio que me estaba divirtiendo con mis
amigos. Hasta que, cuando nos quedamos Sebas,
Valentín, Jacob y yo solos sí lo hizo.
—¿Y qué tiene de malo divertirse?
—No tiene nada de malo, pero, según él, me pasé
toda la noche bailando y acercándome solo a mis
amigos chicos.
—Si es que el que es tonto ¡es tonto! —exclama Didi,
que, al ver cómo la mira su amiga, añade con gracia—:
Cómo se nota que no los conoce. Si se esforzara un
poco más en conocerte a ti y a tus amigos, sabría que
somos casi todos maricas. De hecho, de los seis la que
más peligro puede tener soy yo.
Con ese comentario Didi consigue hacer reír a su
amiga.
—Aunque, claro —puntualiza con rapidez—, con
alguien como Jacob por ahí, normal que se ponga
celoso… Hacéis mejor pareja que él y tú.
—Didi…
—Solo digo la verdad.
—No empieces con eso, que te pones muy intensa —
avisa Clara.
Didi asiente, pero sabe que debe darle cierta
información, y dice:
—¿Sabes que Jacob está empezando algo con una
tal Raquel?
Clara parpadea sorprendida. Ya ha oído ese nombre
más veces antes.
—¿Jacob sale con esa chica? —pregunta.
Al ver el cambio en la expresión de su amiga, la
morena sonríe. Está claro que a Clara le interesa Jacob,
ahora solo hace falta que se dé cuenta y reaccione y,
sobre todo, que no sea tarde.
—Ni lo ha confirmado ni lo ha desmentido. Pero algo
tienen.
Clara cabecea. Saber eso la incomoda, pero, como
no quiere hablar de él, vuelve a mencionar a Piero y,
durante un rato, sigue quejándose del italiano, hasta que
Didi no puede más y dice frotándose los ojos agotada:
—¿Y si nos vamos a la cama y mañana mientras
desayunamos seguimos hablando del tema?
—Sí, claro, es tardísimo —asiente ella.
Se levanta del sofá y entonces repara en un top que
sale de debajo de un cojín. Es rosa con unos pajaritos
azules, es imposible que sea de Didi.
—¿Y esto de quién es? —pregunta enseñándoselo.
Ella sonríe al ver el top de Marta. Se lo quitó esa
tarde y ahí se quedó. Y, cogiéndolo, murmura sin darle
importancia:
—Como diría Sebas, de una churri.
Clara sonríe. Sabe lo mucho que triunfa su amiga con
las chicas. Pero, cuando va a preguntar, Didi se le
adelanta para evitarlo:
—Lo que yo saco en claro de todo lo que me has
contado es que lo mejor es que mandes al italianini a la
purita mierda.
Su amiga se ríe. Didi es Didi. Y le da un pequeño
empujón para que entre en la habitación. Instantes
después ella le deja un pijama y, antes de que se lo
termine de poner, esta ya está en el quinto sueño. Clara
la mira. «Pues sí que estaba cansada, sí», se dice.
Se tumba y, durante un rato, permanece mirando el
techo a oscuras incapaz de dormirse, hasta que la
pantalla de su móvil se ilumina. Lo coge y resopla al leer
el mensaje que acaba de recibir:
Piero
Ciao, bellissima, quiero pedirte perdón. Me
he dado cuenta de que no me he
comportado bene esta noche. He bebido
demasiado y solo he dicho tonterías. Espero
que hayas llegado a casa bene. Un grande
bacio, amore. Buona notte.
Capítulo 23

Didi mira el reloj, pues está deseando salir. «Venga, solo


queda media hora.»
Marta y ella, que se han visto más veces de las que
en un principio pensaron, están cada día mejor juntas.
Las cosas fluyen de una manera increíble entre las dos
y a Didi le encanta sentirla cerca en el trabajo sin que
nadie sepa lo que hay entre ellas.
Justo en ese momento está en un pasillo colocando
unos productos con visión directa a la caja registradora
en la que está Marta. La ve hablar con los clientes,
escanear los productos, sonreír…
—¡Hola, Didi! —oye de pronto a su espalda.
La chica se sobresalta. Por poco deja caer al suelo el
bote de espárragos que tiene en las manos, y al
volverse y ver quién es exclama:
—¡Qué susto me has dado, Roberto! Anda que si se
me cae el bote de cristal, la que liamos es pequeña…
Eso hace reír al hombre, que pone una mano sobre la
rueda de su silla.
—¿Qué tal estás? —pregunta Didi mientras deja el
bote en la estantería.
—Bien, todo bien. Por cierto, esta noche ceno con
mis hermanas —le cuenta él muy motivado.
Tener un evento como ese siempre lo llena de
alegría, y ella lo sabe bien.
—¡Qué bien, Roberto! Me alegro mucho.
El hombre, con dificultad, empuja su carro hacia un
lado.
—¿Y tú cómo estás, Didi? —quiere saber.
Ella responde mientras se agacha para seguir
colocando:
—Como siempre que nos vemos, trabajando.
Gracias a que ella se ha agachado, Roberto ve que
Marta está en la línea de cajas. Ahora entiende qué era
lo que miraba la chica embobada cuando él ha llegado.
En ese instante la rubia, que lo ve, le dice hola con la
mano desde lejos, y él murmura:
—Mira quién nos saluda…
Didi alza entonces la cabeza y su mirada coincide con
la de Marta. Ambas sonríen, pero la morena vuelve a
centrarse con rapidez en lo que estaba haciendo, y
Roberto se da cuenta.
—¿Y a ti qué te pasa? —pregunta.
Didi lo mira.
—¿A mí? Nada.
Él sonríe. Conoce a la chica mejor de lo que ella
piensa.
—¿Crees que no me he percatado de cómo mirabas
disimuladamente a Marta cuando he llegado y de lo
rápido que has apartado la mirada ahora?
Didi se apresura a hacerle un gesto para que baje la
voz. ¿Cómo puede conocerla tan bien ese hombre?
—Roberto, lo que menos quiero ahora mismo son
rumores entre los compañeros —murmura.
—Entonces ¿tengo razón? —susurra él.
—Madre mía, lo que te gusta a ti un buen chisme —
bromea Didi.
Gira el cuerpo para mirarlo de frente.
—Ves cosas donde no las hay —afirma.
—No estoy yo tan seguro. Si las miradas pudiesen
hablar…
Ella resopla. Sabe que Roberto no se va a dar por
vencido. Echa una rápida mirada para comprobar que
Marta sigue en su sitio y vuelve a mirarlo. Sabe que
puede confiar en él. Y no es que no pueda confiar en
sus amigos, sencillamente es que no quiere compartirlo
con nadie. Tal vez sea una tontería, pero es la manera
que tiene de protegerse a sí misma.
—Vale sí, hemos tenido algo —le cuenta—.
¿Contento?
Roberto tenía razón.
—¡Lo sabía! —exclama sonriendo—. ¿Y ahora qué?
—Ahora nada.
—Didi…
—Vale, nos vemos alguna que otra vez —señala con
disimulo consciente de lo mucho que se ven—, pero
nada más.
Él asiente atento.
—Entonces ¿sois pareja?
—No —dice ella con rapidez.
—Pero ¿tú no me contaste que nunca vuelves a ver a
las chicas con las que tienes algo?
Ella asiente. Hasta el momento era así.
—Es la verdad, Roberto —admite agachando la
cabeza—. Y si te soy sincera, esto me tiene hecha un lío
porque no sé si estoy haciendo bien o no.
El hombre la mira con cariño. Los dos han tenido
muchas charlas en los meses que ella lleva trabajando
ahí. A veces no han sido más que conversaciones
banales, pero otras han sido charlas sinceras.
Igual que Roberto le contó momentos que había
pasado con su mujer, Didi le confesó que solo se había
enamorado una vez en su vida, y que le dolió tanto
cuando terminó que decidió no volver a hacerlo nunca
más. Desde ese instante su filosofía de vida se convirtió
en pasarlo bien con chicas, pero no repetir ni volver a
quedar con ellas.
—Didi, ¿puedo ser sincero contigo?
Ella lo mira. Siempre ha tenido buena conexión con
él.
—Por supuesto, Roberto, sabes que siempre puedes
serlo.
Como ella está agachada, él apoya la mano en su
hombro y dice:
—Vives encerrada en el miedo a volver a enamorarte
y sufrir.
—Ya estamos… —murmura Didi—. Roberto, que yo
no estoy enamorada.
Él hace oídos sordos a lo que ella responde y sigue
hablando.
—Que te hicieran daño una vez no quiere decir que te
lo vayan a hacer siempre. Por suerte los seres humanos
no todos somos iguales. Y, aunque no lo creas, hay más
gente buena en el mundo que mala.
Ella sonríe y no puede hacer otra cosa más que
bromear:
—Eres un romántico empedernido, Roberto.
El hombre asiente. Con su mujer siempre fue un gran
romántico.
—No te digo yo que no —responde moviendo su silla
—. Pero, Didi, tú déjate llevar y disfrútalo. Eres muy
joven y la vida puede ser muy bonita si te lo planteas.
Ella sonríe y se incorpora. Dirige la mirada a la
estantería en la que tiene cosas que ordenar y añade:
—Anda, hombre romántico, tira…, que como el
gerente me vea hablando contigo tanto rato me va a
regañar.
Él se ríe, mueve como puede su silla y el carro de la
compra y se desplaza hasta la caja en la que está
Marta. Didi los observa con disimulo unos instantes y, al
ver que se saludan, se da la vuelta y sigue a lo suyo.

Pasa la jornada y finalmente llega la hora de marcharse.


Didi entra en el vestuario y, antes de cambiarse de ropa,
se sienta en el pequeño banco para responder un par de
mensajes de sus padres que le han llegado al móvil.
Está ensimismada escribiendo cuando de pronto la
puerta se abre y aparece Marta.
Es verla y querer estar a su lado, como sabe que le
pasa a ella, pero esta, sin acercarse más de lo normal,
señala su móvil y pregunta:
—¿Poniéndote al día?
Didi asiente. Termina de contestar a sus padres y
deja el teléfono junto a ella.
—¿Qué tal con Roberto?
—Muy bien —y, abriendo su taquilla y empezando a
cambiarse de ropa, la rubia bromea—: Al final
conseguiré caerle mejor que tú.
Didi sonríe. Marta parece estar siempre de buen
humor.
—¿Qué, no te cambias?
Ella alza la vista hasta sus ojos.
—Sí, claro —dice poniéndose en pie.
Marta, que es la primera en terminar, se apoya en las
taquillas con el móvil en la mano y le cuenta:
—Fíjate, mi madre y su novio, Álvaro, tenían reserva
para comer en un restaurante y no van a poder ir por
motivos de trabajo.
—Qué pena —responde Didi mientras se pone la
camiseta.
Cuando acaba de hacerlo se da cuenta de que Marta
la mira fijamente. La va conociendo y sabe lo que está
pensando. Entonces, mientras se pone una gorra gris
oscuro, la rubia pregunta:
—¿Tienes plan para comer?
Didi se queda callada. Desde luego no puede decir
que Marta no sea perseverante. Eso la hace sonreír y
las palabras de Roberto le vienen a la mente en ese
momento: «Déjate llevar y disfrútalo».
—La verdad es que no —reconoce finalmente
siguiendo el consejo de su amigo.
Marta sonríe.
—Me ha dicho Álvaro que vaya con quien quiera.
—Eso está bien —repone Didi.
Feliz por haber conseguido su atención, Marta
cuenta:
—Al parecer, es un restaurante italiano en el que
cuesta mucho conseguir mesa.
—Qué interesante. —La morena ríe.
Entonces, al ver que ambas van vestidas con chándal
y sudaderas, pregunta:
—Pero ¿así vamos bien?
—Perfectas —contesta la rubia, que, acercándose a
ella, añade—: Ese chándal azul te queda increíble.
Didi sonríe. Le encanta Marta. Y, sin dudarlo, se le
aproxima y la besa. Su amiga parece sorprendida, pero,
dejándose llevar, disfruta del beso hasta que la puerta
del vestuario se abre de golpe y ambas se apresuran a
separarse. De inmediato entra una de sus compañeras
y, como siempre, ni saluda ni dice nada. Marta y Didi se
miran, han estado a punto de pillarlas, pero sonríen
divertidas. Está claro que se han dejado llevar.
Poco después salen juntas del súper, al igual que
otros compañeros, y tras caminar durante un buen rato
entre risas y algún que otro beso y roce de manos,
llegan al restaurante.
Didi lo contempla sorprendida, pues el
establecimiento es tremendamente distinguido. No
obstante, Marta no se detiene, sino que entra directa y
se acerca a la mujer que hay en la puerta, le dice el
nombre al que está la reserva y la señora se va a
consultarlo.
Una vez que se quedan solas, Didi aprovecha el
momento.
—Marta —murmura—, has dicho que íbamos bien
vestidas así…
La joven asiente y, tras colocarle a su amiga la
capucha de la sudadera, afirma:
—Yo creo que estamos guapísimas.
Didi mira a ambos lados. El local es puro glamur.
—Pero ¿tú has visto este sitio?
—Sí. Es precioso, ¿verdad?
Didi no entiende cómo es que Marta no ve lo mismo
que ella.
—La gente va arregladísima y nosotras… así —
insiste.
La camarera regresa y les hace una seña para que la
sigan, su mesa está lista.
Marta coge de la mano a Didi con decisión y, juntas,
echan a andar tras la mujer, hasta que llegan frente a
una elegante mesa y la camarera dice mirándolas con
toda normalidad:
—Esta es su mesa, ¿les parece bien?
—Perfecta —responde Marta.
Las chicas se sientan, la mujer toma nota de las
bebidas y les deja un par de cartas para que vayan
echando un ojo.
Una vez que las deja a solas, Didi se da cuenta de
que las personas de las mesas de su alrededor las
miran y, ocultándose tras la carta, musita:
—Qué vergüenza.
Marta, que también se ha percatado de que el resto
de los comensales las observan, le quita importancia;
los mira e inquiere mientras le retira la capucha con
mimo:
—¿Vergüenza de qué? Si somos las personas con
más estilo de todo el local.
La seguridad que siempre desprende Marta la hace
sonreír.
—Por cierto —añade la rubia—, no tenemos que
preocuparnos de la cuenta, Álvaro me ha dicho que se
encarga él.
Didi abre mucho los ojos y susurra:
—¿En serio?
Marta asiente.
—Álvaro es un tío muy enrollado. Algún día, si eres
buena, te lo presentaré.
Oír eso hace sonreír de nuevo a Didi, que, echando
un ojo a la carta, suelta:
—¿Sabes? Últimamente todo está relacionado con
Italia.
—¿Y qué tiene de malo? —dice Marta confundida—.
Italia tiene pinta de ser preciosísima.
Didi asiente. Lo que ha visto ella de Italia es una
maravilla.
—Y lo es. Pero yo lo decía por el tío con el que está
mi amiga Clara —cuenta—. Es un italiano chulo y
déspota, y no puedo con él.
A Marta le hace gracia el desprecio con el que habla
del chico. Pocas veces, a excepción de Martín, oye a
Didi hablar así de nadie.
—¿Tan mal te cae?
—No me fío de él, no lo veo trigo limpio.
—Pues yo estoy deseando ir a Italia. Especialmente a
Verona —expresa la rubia.
Didi aparta la mirada de la carta un momento.
—¿Y eso?
—Porque mi película favorita transcurre allí —explica,
y viendo su cara añade—: Se llama Cartas a Julieta.
—No la he visto —repone Didi.
Sin dar crédito, Marta gesticula como si tuviera ante
ella al mismísimo demonio y suelta en tono serio:
—¿Perdona? No me lo puedo creer… ¿Cómo que no
has visto esa película, con lo bonita, preciosa, auténtica
y romántica que es?
La morena se encoge de hombros. Las pelis
románticas son cosa de Clara.
—Ni siquiera me suena el título —admite—. Pero,
vamos, tampoco es que me gusten demasiado las pelis
románticas.
Marta niega con la cabeza. Tiene que poner remedio
a eso.
—Seguro que esta te gusta —dice—, ya te la pondré
yo algún día.
La camarera regresa con sus bebidas y, de paso,
toma nota de lo que les apetece comer.
Poco después empiezan a servirles los platos, que
más ricos no pueden estar, y la comida transcurre con
tranquilidad, sin importarles si las miran bien o mal por el
modo en que van vestidas.
—Roberto me ha dicho que esta noche iba a cenar
con sus hermanas —comenta Marta mientras enrolla
sus espaguetis a la carbonara en el tenedor.
—Sí —responde Didi—. Me alegro muchísimo por él,
sobre todo porque saldrá de casa y disfrutará. Sé que
está bastante solo desde que murió su mujer y…,
bueno, ir en silla de ruedas tampoco es que le facilite la
vida.
De repente cae un cubierto al suelo y ambas se
vuelven hacia el lugar del que procede el ruido.
—Mierda —murmura Marta de inmediato por lo bajini.
Didi la mira sin entender. Y, apoyando una mano
sobre la de ella para que la mire, pregunta:
—¿Qué ocurre?
La rubia resopla.
—Mi ex está ahí —susurra poniendo mala cara.
—¿Dónde?
Marta se vuelve de nuevo con disimulo y lo ve al
fondo del local, en compañía de una chica.
—El rubio del jersey azul con rayas blancas —indica.
Didi lo busca con la mirada y lo ve. Es un chico de
pelo claro y muy pijín vistiendo.
—¿Ese es tu ex?
Marta asiente y Didi cotillea divertida:
—Nunca te imaginé saliendo con un tío así.
Su amiga sonríe.
—Ahora, a tiempo pasado, yo tampoco sé por qué
salí con Quique durante casi un año.
—¿Puedo saber por qué se acabó? —pregunta Didi.
—Porque me puso los cuernos con Gemma, la chica
que está sentada con él —explica Marta con gracia.
Didi los observa de nuevo y la rubia añade:
—Los pillé y…, bueno, el resto ya te lo puedes
imaginar.
Ella asiente, pero entonces la tal Gemma la mira e,
instantes después, él se vuelve también para mirarlas.
—Siento decirte que te han visto —murmura Didi.
—Noooooooo.
Didi afirma de nuevo y, al ver que el chico se levanta,
se apresura a cogerle la mano y agrega:
—Tu ex viene hacia aquí.
—¡La madre que lo parió! —gruñe Marta.
La morena no sabe muy bien qué hacer, pues en
ocasiones es embarazoso encontrarse con un ex.
—Marta, ¿eres tú? —oye que pregunta el chico
mientras se acerca a su mesa.
La aludida resopla, pone los ojos en blanco y,
cambiando el gesto por una sonrisa de lo más falsa, se
da la vuelta y lo mira.
—Anda, Quique, ¿qué haces tú por aquí?
El chico las observa. Primero a Marta y luego a Didi.
Y, percatándose de que esta última le tiene la mano
cogida, murmura con cachondeo:
—Vaya…, veo que ahora te van morenitas y sin clase.
Según dice eso, Didi se enerva. «¿He oído bien?»
Odia que la prejuzguen por su color de piel. Marta se
apresura entonces a ponerse de pie y lo mira
directamente a los ojos mientras suelta:
—La morenita, como dices tú, se llama Didi. Y, antes
de que vuelvas a abrir ese buzón de correos que tienes
por boca, te diré que tiene más clase, más elegancia y
más de todo de lo que tú nunca tendrás en la vida —y,
echándole un fugaz vistazo a Gemma, añade—: Y una
cosa más: yo que tú me alejaría, porque, como me sigas
cabreando, todo el restaurante, incluida tu querida
Gemma, se va a enterar de lo mucho que te ponen los
chicos asiáticos.
Quique se queda sin habla, no esperaba esa reacción
por parte de Marta, y dándose la vuelta se aleja sin decir
más.
—Lo siento —dice Didi al cabo—, pero me van
mucho los chismes… ¿A qué te referías con eso último
que has dicho?
Marta sonríe y toma asiento. Ve que Quique ha
regresado junto a la que es ahora su chica y, volviendo a
mirar a Didi, cuenta:
—Ahí donde lo ves, tan machito y hetero, es tan
bisexual como puedo serlo yo, pero lo oculta. Y los
chicos asiáticos son su debilidad.
Didi se ríe. Saber eso le hace muchísima gracia.
—La verdad, nunca lo habría imaginado.
—Ni tú ni nadie —señala su amiga.
Acto seguido ambas sonríen con complicidad.
—¿No hay gente que dice que en Madrid nunca te
encuentras con tu ex?
De nuevo ríen y entonces Marta, poniéndose la
capucha de la sudadera, musita:
—¿Por qué habré tenido la mala suerte de nacer
bisexual y que no solo me gusten las mujeres?
Su comentario hace reír a Didi, que responde con
naturalidad:
—Porque nadie es perfecto.
Marta resopla y luego la morena pide sacando su
móvil:
—Espera, no te muevas.
—¿En serio me vas a hacer una foto? —protesta
Marta sin dar crédito.
—Sí. De ese modo recordarás este maravilloso
momento para el resto de tu vida —bromea ella—.
Vamos, ¡posa para mí!
La rubia, que tiene los codos encima de la mesa,
apoya la cabeza en una mano mientras con la otra
agarra el tenedor con gracia.
Didi le saca una foto divertida y se la enseña.
—Bueno, no está mal. Pero ahora te toca a ti —dice
Marta.
—¿Me toca qué?
—Ponerte la capucha de la sudadera y que yo te
haga una foto —explica desbloqueando su móvil y
abriendo la cámara.
Didi se ríe. Cada instante que pasa le gusta más
aquella chica. Y, cuando Marta le hace la foto, la oye
decir mientras se la enseña:
—Perfecta. Mira qué bien has quedado.
Ella asiente y Marta, deseosa de marcharse de allí
para dejar de respirar el mismo aire que su ex, pregunta
guardándose el móvil:
—Bueno, ¿qué hacemos?
—Tomar el postre —indica Didi, pero al verla inquieta
añade—: No te apetece estar aquí, ¿verdad?
Marta resopla, no va a mentir. Así que Didi propone:
—¿Quieres que lo tomemos en mi casa?
Ella asiente sin dudarlo. Si van a su casa harán algo
más que comerse un rico postre, por lo que afirma
haciendo reír a su amiga:
—Me muero de ganas de saber qué me ofrecerás.
Capítulo 24

Llega el día: ¡Sebastián y Valentín se van a vivir juntos!


Y, por suerte, todos sus amigos les van a echar una
mano con la mudanza.
El grupo se ha dividido en dos. Por un lado Ángel,
Kevin y Jacob, que se ocuparán de ir al piso de Valentín
para meter las cosas en la furgoneta que les ha
prestado su padre. Y, por otro lado, Didi y Clara
ayudarán a Sebas.
Pero el drama en casa de Sebas está servido. Su
madre llora. Su padre llora. Su hermano llora. Sebas
llora. Y cuando Didi ya no puede con tanto melodrama,
pues hasta ella llora, decide esperar con todos los
trastos en la calle a que Clara llegue con su coche.
Está sentada sobre una caja intentando serenarse un
poco cuando Sebas cierra la puerta del portal, se acerca
a su amiga y, sentándose sobre otra caja, murmura
lloriqueando:
—¡Qué triste!
—Lo es…
Ambos se miran en silencio. Las despedidas nunca
son fáciles. Y Sebas, que es un mar de lágrimas,
susurra:
—Ay, reina, qué mal me siento. Tengo la sensación
de que los estoy abandonando.
Didi asiente, pues ella tuvo el mismo sentimiento
cuando se independizó de sus padres. Y, pasando la
mano por encima del hombro de su amigo, murmura:
—No los abandonas. Solo comienzas una nueva vida
con Valentín.
Ambos se miran, los dos están emocionados. Dejar el
nido es lo que todos los jóvenes ansían en algún
momento, pero cuando llega el día es duro. Didi le pasa
un clínex para que se seque los ojos.
—¡Tranquilo! Tanto tú como ellos estaréis bien —lo
anima.
Su amigo asiente, pero susurra con la voz
entrecortada:
—Pensaba que no iba a ser tan difícil, la verdad.
—Y eso que te vas solo diez calles más abajo —
bromea ella.
Los dos amigos se miran y al final, entre lágrimas, se
echan a reír.
—Deja de llorar, joder, que si tú lloras, ¡yo también! —
se queja Didi cómicamente.
Sebas vuelve a soltar otro gemido lastimero al oírla.
—Debería haberme unido al bando de Valentín —
comenta entonces ella—. Él ya pasó por todo esto hace
un tiempo y seguro que está de risas con los chicos.
—¡Jo, tíaaaaa!
Sebas se seca la cara con la manga de su abrigo.
—Necesitaba que me acompañaras tú —susurra.
Ella sonríe y le da un cálido abrazo.
—Aaaaay, mi marica favorita… —Ambos ríen y Didi
añade—: Sabes que yo haría esto por ti una y mil veces,
rey.
—Lo sé…
Luego la morena se levanta y le tiende la mano a su
amigo para que haga lo mismo.
—Venga, piensa que a partir de ahora el día solo
puede mejorar.
—No estoy yo tan seguro… —murmura él mirando
todas las cosas que tienen que llevar al piso.
—También es verdad —reconoce Didi siguiendo la
dirección de su mirada—, ¿a quién pretendo engañar?
Minutos después un coche se detiene frente a ellos y
de él se apean Clara y un chico al que Sebas no
conoce.
«¿En serio ha venido el italiano? Qué pereza, por
favor», se lamenta Didi para sí al verlo.
—¿Y esas caras? —pregunta Clara preocupada al
verlos—. ¿Ha pasado algo?
Sebas se suena la nariz mientras Didi responde:
—Que hacerse mayor es una mierda e
independizarse es doloroso.
Las dos amigas se miran y Piero, acercándose a ella,
la saluda dándole un abrazo.
—Ciao, Didi! Cuánto tiempo sin vernos.
Ella le devuelve el abrazo sin muchas ganas. Pero de
inmediato lo saluda apartándose:
—Hola, Piero.
Clara, que se ha percatado del frío saludo por parte
de su amiga, suspira y dice al ver el modo en que Sebas
la mira:
—Sebas, te presento a mi novio Piero —y mirando al
italiano repite—: Y, Piero, este es mi amigo Sebas.
Los dos chicos se estrechan entonces las manos.
—¡Un placer!
—Piacere mio!
Ahora sí, Didi le da un abrazo a su amiga y susurra
en su oído consciente de lo último que habló con ella:
—¿Qué hace este pesado aquí? ¿Otra vez estás con
él?
Clara la mira. Tras lo ocurrido, Piero y ella han vuelto
a darse otra oportunidad.
—Didi, no empecemos —murmura.
La morena cabecea. Clara no parece darse cuenta de
que ese chico no le conviene. Y entonces justamente él
pregunta mirando las cajas que hay en la acera:
—¿Hay que meter tutto questo en el coche?
Sebas asiente y coge su plantita con cariño.
—Sí, todo eso —responde Didi.
Piero resopla. Lo último que desea es ayudar en la
mudanza. No le apetecía en absoluto, pero Clara se
puso tan pesada que terminó aceptando. Sin moverse,
mira las cajas, y su chica los anima abriendo el maletero
del coche:
—Venga, vamos, que esto no es nada.
Sin tiempo que perder, y viendo que el italiano se
hace el remolón, Didi arrastra la maleta más grande y la
mete atrás. Sebas coloca dos más pequeñas, y entre
Clara y Piero acomodan un par de cajas.
—Esto es como jugar al Tetris. Solo hay que
encontrar el hueco perfecto —explica Clara cerrando el
maletero.
Los demás sonríen. Y luego Sebas, señalando las
otras dos cajas y mostrando su plantita, indica:
—Lo que queda nos va a tocar llevarlo encima.
—¡No hay problema! —afirma Didi dispuesta.
Minutos después ella y Sebas se meten en los
asientos traseros con las dos cajas encima. Clara
conduce el coche, así que a Piero le toca ir en el asiento
del pasajero con las hojas de la planta dándole en la
cara. Didi se ríe, Sebas también y Clara, que los mira
por el retrovisor, sonríe al darse cuenta.
De pronto el italiano empieza a moverse en su
asiento y se saca un paquete de tabaco del bolsillo.
—Piero, en mi coche no se fuma —le advierte Clara
al verlo.
—É vero —dice volviendo a guardarlo molesto.
Tras sortear el poco tráfico que encuentran por
Madrid, finalmente llegan a destino y Clara estaciona en
un sitio que acaba de quedar libre. Cuando salen del
vehículo ven a los demás charlando unos metros más
allá. Didi y Sebas los llaman, estos se vuelven y
rápidamente los saludan mientras los recién llegados se
acercan a ellos.
Piero observa al grupo. Si está ahí es por Clara, no
porque a él le apetezca conocerlos, así que aprovecha
para, ahora sí, encenderse un cigarro.
—¡Buenos días! —los saluda Valentín cuando llegan
a su altura.
Con cariño los amigos se saludan, y Clara, que ve
cómo todos la miran a ella y, en especial, a su chico,
dice:
—Bueno, chicos, este es Piero.
Los demás asienten. No han oído hablar muy bien de
él, pero si Clara así lo ha decidido, ellos no tienen nada
que objetar.
—Piero, estos son Valentín y Ángel, y a mi hermano y
a Jacob ya los conoces —añade ella.
—Buongiorno —los saluda el italiano dándoles la
mano.
Didi observa con disimulo a Jacob, que en ningún
momento ha cambiado la expresión ni ha hecho un mal
gesto, y suspira. Le entristece que el joven, teniendo los
sentimientos que tiene por Clara, deba tragar con todo
eso.
Acto seguido, y para destensar un poco el ambiente,
Didi se asoma al interior de la furgoneta abierta y la ve
llena de cosas.
—¿Hay que subir todo esto?
—¡Todo! —afirma Jacob.
La joven parpadea sin dar crédito e insiste
dirigiéndose a Valentín:
—Pero ¿tú no decías que era poco?
—Sí. —Él ríe—. En mi defensa diré que en mi piso no
parecía tanto.
Sus amigos sonríen tomándoselo con humor, cosa
que Piero no hace.
—Yo ya estoy agotado y solo lo hemos bajado de la
casa y metido en la furgoneta —comenta Jacob.
Ángel se quita entonces su abrigo y lo deja en el
asiento del conductor, deben ponerse manos a la obra.
Mientras tanto Piero fuma tranquilamente y Kevin
cuenta:
—Estábamos diciendo que quizá lo mejor sea
empezar con lo que más pese ahora, porque, si no,
luego estaremos agotados.
—Parece lo más sensato —conviene Clara.
Acto seguido Jacob se sube las mangas de la
camiseta, monta en la parte trasera de la furgoneta y
dice mirando su contenido:
—Las cosas que más pesan son el sofá y el colchón.
—Pues es lo primero que vamos a sacar —afirma
Ángel subiéndose también.
Entre los dos van sacando cajas y trastos que les van
dando a sus amigos para que los dejen a un lado, donde
no molesten. Cuando han conseguido hacer hueco,
Jacob pasa por encima del sofá hacia el interior del
vehículo y avisa:
—¡Empujo!
Ángel baja de la furgoneta y, segundos después, con
la ayuda de Valentín, Didi y Kevin, consiguen apoyar el
sofá en el suelo.
—Bueno, ¿cómo lo hacemos? —pregunta Kevin a
continuación.
—¿Cómo lo habéis hecho para bajarlo del otro piso?
—quiere saber Clara.
Los cuatro chicos se miran y Jacob murmura
divertido:
—Allí había ascensor.
—¿Perdona? —Didi se dirige a Sebas—: ¿Es que
aquí no hay ascensor?
—Uy… —musita este sonriendo con timidez—, olvidé
decírtelo.
—Fíjate, qué detalle tan pequeño e insignificante —
replica ella con ironía.
Se abre un debate con respecto a cómo cargar el
sofá y subirlo, hasta que Ángel, para animarlos, da unas
palmaditas al aire y dice:
—Venga, que hoy se van a notar todas esas horas en
el gimnasio.
—Ya has dicho la palabra gimnasio y el cuerpo se me
ha arrugado —refunfuña Didi.
Como siempre, el buen humor es la nota dominante
entre el grupo de amigos, que uno a uno se fijan en
Piero. Cuando no está fumando está mirando el móvil,
parece que no le interesa en absoluto el tema de la
mudanza. Didi, Kevin y Jacob intercambian una mirada
cómplice pero, por Clara, prefieren no decir nada.
—Vale, yo creo que, con lo que pesa el sofá,
deberíamos ser mínimo tres personas para subirlo —
comenta Jacob.
Kevin asiente y acto seguido señala con mala leche:
—Objetivamente deberían hacerlo los más fuertes del
grupo, que a mi parecer sois tú, Ángel y Piero.
Didi sonríe. El italiano, al oír su nombre, tira
enseguida el cigarro al suelo y se excusa:
—Non posso, debo hacer una llamada. —Se lleva el
móvil a la oreja y se aleja de ellos.
—Sin duda, tu chico es de gran ayuda —murmura
Kevin dirigiéndose a su hermana.
Clara no sabe qué decir, pero, al ver que todos la
miran, propone:
—Yo ocuparé su lugar.
—¡Ni de broma! —intercede Jacob.
—Ya lo hago yo —se postula Kevin.
—No, Kevin, me pongo yo —indica Valentín.
Didi observa al italiano mientras se muerde la lengua.
Después mira a su amiga, que parece descolocada, y
decide callar. A Clara le molestaría todo lo que dijera de
él. Pero, ¡joder!, siempre ha odiado que la gente tire las
colillas al suelo. ¿No se dan cuenta de que es un acto
muy incívico? ¿Tanto cuesta apagar el cigarrillo y
esperar a encontrar una papelera?
Valentín, que como todos es consciente de que Piero,
mucho músculo, pero a la hora de utilizarlo es de los
que se escabullen, dice entonces:
—Venga, cuanto antes lo hagamos antes nos lo
quitaremos de encima.
Al final todos excepto Piero ayudan a mover el sofá
hasta el interior del portal.
—Esto va a ser horrible —musita Sebas.
—Peor… —apostilla Didi.
Jacob se pone el primero, le tocará subir la escalera
de espaldas; Valentín se coloca hacia la mitad del sofá.
Y por último Ángel, que es el más fuerte, cargará con el
peso. El resto del equipo regresa a la furgoneta a por
más cosas.
—Vale, bien, chicos, podemos con ello —los anima
Ángel.
Suben poco a poco. La escalera no es estrecha, pero
sí incómoda como para subir un sofá por ella.
—¡Giramoooos! —avisa Jacob al llegar a una
esquina.
Valentín y Ángel hacen lo que pueden mientras no
dejan de reír. El sudor corre por sus frentes cuando
Jacob pregunta divertido:
—¿Habéis visto la serie Friends? —Los otros
asienten a duras penas y Jacob añade—: Porque esto
me recuerda al ataque de risa que les da cuando
intentan subir el sofá de R…
—¡Calla, Jacob! —grita Valentín riendo casi sin aire.
A Ángel le hace gracia la situación, y cuando ve las
puertas del primer piso los anima:
—¡Venga, que ya vamos por la mitad!
Mientras los chicos siguen liados con el sofá, el resto
llega hasta la furgoneta. Miran a Piero, que continúa
hablando por teléfono, y Sebas, al ver el gesto de Didi,
la mira y susurra:
—Pasa de él. No lo necesitamos.
La morena asiente y luego afirma levantando la voz
para que su amiga Clara lo oiga también:
—Por suerte, no lo necesitamos.
La pelirroja no replica. En cierto modo la manera de
comportarse de su chico la está dejando en evidencia.
—Joder… —suelta en voz baja—. No sé qué decir.
—No digas nada. Es mejor —señala su hermano. Y,
dando por hecho que Piero no va a ayudar, añade—: Yo
creo que entre los cuatro podemos subir el colchón.
—Me parece que estás siendo muy optimista —
comenta Clara tocándolo.
—Demasiado, diría yo —afirma Sebas.
Al oírlos Didi se pone del lado de Kevin y los anima:
—Vamos, chicos, ¡que no se diga!
Sin dudarlo, los demás asienten y se ponen en
marcha. Entre los cuatro sacan el colchón de la
furgoneta y, con gritos y risas, lo llevan hasta el portal.
—Dios mío, lo que pesa esto —se queja Sebas al
dejarlo en el suelo.
Kevin, algo cansado, apoya los brazos en las caderas
y luego observa la escalera.
—Yo creo que podemos subirlo —dice.
—Pero ¿a ti qué te pasa, que estás tan optimista
hoy? —bromea Clara.
Él alza las cejas.
—¿Qué podemos perder por intentarlo? —tercia Didi.
—¿Los riñones? —sugiere Clara.
—¿Las uñas? —murmura Sebas.
Didi y Kevin se miran y sonríen.
—Venga —insiste el pelirrojo—. Si vemos que es
imposible, con parar y esperar a que bajen los del sofá
es suficiente. ¿O acaso preferís que nos quedemos aquí
de brazos cruzados?
—¡Ni de coña! —exclama Didi viendo al italiano tan
fresco y a su rollo.
Clara asiente y, siguiendo la mirada de su amiga,
indica:
—Estoy de acuerdo. No tenemos nada mejor que
hacer.
Los cuatro vuelven a levantar el colchón a pulso y
comienzan a subir la escalera. Pasito a pasito, como
dice la canción, van acercándose a su meta y casi
consiguen llegar al primer piso, donde las fuerzas ya
flaquean.
—Me muerooooooooo —se queja Clara acalorada.
—Madre mía, lo que pesa esto —repite Didi.
Entonces Sebas, que se ha quedado atrapado entre
la pared y el colchón, exclama:
—¡Si vais a parar, avisadme, que no quiero pasar a la
historia como la marica que murió aplastada por un
colchón el día de su mudanza!
Los demás sueltan una carcajada, algo no muy bueno
en ese momento, pues las risas les hacen perder la
fuerza.
—O paramos aquí y ahora o me voy a caer para atrás
—susurra Didi.
Rápidamente apoyan el colchón en el suelo con
cuidado de no soltarlo. No están todos al mismo nivel. Si
se mueven, cualquiera podría caer por la escalera
rodando junto al colchón.
Entonces Ángel, que es el primero en bajar, se
encuentra con la escena y se echa a reír.
—Para que luego os quejéis y me digáis que el gym
no sirve para nada.
—Cariño, ¡n o es momento! —se queja Kevin entre
risas.
—¡Socorroooooo! —Didi ríe.
Valentín y Jacob, al oír el escándalo que aquellos
tienen montado en la escalera, se apresuran a ir en su
ayuda y, una vez que tienen el colchón, con decisión y
algo de esfuerzo consiguen subirlo hasta el piso.
Diez minutos más tarde, después de beber agua y
tomar algo de aire, regresan todos a la furgoneta.
Todavía quedan muchas cosas por subir.
—Oye, Clara, ¿le pasa algo a Piero? —le pregunta
Sebas a su amiga.
La joven alza los hombros algo apurada.
—Creo que no —contesta.
En cuanto llegan a la furgoneta comienzan a
repartirse cajas para subirlas. En ese instante el italiano
se guarda el móvil en el bolsillo, se acerca a ellos, y Didi
dice plantándole una caja en las manos:
—Toma, hay que dejarla en el segundo piso.
Piero asiente y no dice nada; al menos se ha evitado
subir el sofá y el colchón, y sigue a los demás. No le
queda otra.
Durante un par de horas todos se centran en subir
cuadros, lámparas, un televisor y cajas, muchas cajas…
Todos, excepto Piero, que se escabulle cada dos por
tres.
En uno de los muchos viajes Jacob llega a la
furgoneta y exclama:
—¡Vamos, equipoooooo!
Mientras todos se ríen al oírlo, Piero se hace a un
lado para encenderse un cigarrillo. Está harto. Y Clara,
acercándose a él, pregunta:
—¿Qué tal vas?
—Bene, un poco cansado.
—Como todos —afirma la pelirroja.
Él da la primera calada. La situación no le gusta
nada.
—Lo bueno es que ya prácticamente hemos
terminado —añade ella.
Piero no dice nada, solo expulsa el humo por la boca.
—Hemos decidido quedarnos todos a comer aquí —
le cuenta Clara—. Pediremos comida a domicilio y así la
casa queda inaugurada oficialmente.
Según oye eso, él niega con la cabeza.
—Clara, non posso quedarme a comer.
—¿Y eso por qué?
El italiano da una nueva calada a su cigarrillo antes
de contestar.
—Perché he quedado con mis amigos.
Ella hace una mueca molesta.
—Hoy habíamos quedado en pasar el día con los
míos.
—No, me dijiste que venía a ayudar en una…
—Mudanza —termina ella.
—Questo è.
Clara lo mira.
—Piero, me parece muy injusto por tu parte.
El chico la observa con el cigarro en la boca mientras
ella le reprocha:
—Habíamos quedado en que hoy pasaríamos el día
con mis amigos. Veníamos a ayudar en una mudanza y
a lo que surgiera. Igual que yo he conocido a Tiziano, a
Víctor y demás saliendo de fiesta, yendo a cenar…
—O conociéndolos de madrugada —murmura el
italiano.
La pelirroja lo mira. ¿Otra vez le sale con lo de
Víctor?
—¿Estás de coña? —pregunta enfadada.
Piero se saca el móvil del bolsillo y lo mira.
—Clara, me voy ya. Non voglio discutere.
—Sí, vete —susurra ella furiosa—. Porque, para lo
que estás haciendo, es mejor que te vayas.
Él la mira, va a decir algo, pero se arrepiente y
simplemente indica:
—Ciao, hablamos después.
Luego se le acerca, va a darle un beso en la boca,
pero Clara le hace una cobra, por lo que finalmente el
beso acaba en la mejilla. Acto seguido Piero da media
vuelta y se aleja caminando.
La chica se vuelve horrorizada. Está avergonzada por
lo que puedan haber oído sus amigos, pero, por suerte,
ve solo a Ángel.
—¿Todo bien, Clara? —le pregunta este cuando ella
se le aproxima.
—Sí, todo bien. —Sonríe con disimulo—. Piero se va
porque le duele la espalda, me ha dicho que me despida
de su parte.
Ángel asiente. Ha oído la conversación entre ellos, y,
sabiendo que en ese instante lo último que necesita
Clara es que le hablen del tema, dice:
—Venga, yo cojo las dos cajas que quedan y tú la
alfombra. ¿Podrás?
Sin dudarlo, ella afirma con la cabeza.
—¿No te van a pesar mucho las dos cajas juntas?
Él sonríe y le enseña el bíceps.
—Cuñada, soy entrenador personal y tengo que dar
ejemplo.
Clara ríe con su comentario. Adora a Ángel.
Instantes después cogen lo que queda, cierran la
furgoneta, se meten en el portal y suben la escalera.
Cuando entran en el piso se los encuentran a todos
tirados en el suelo e inevitablemente comienzan a reír.
Mientras Clara deja la alfombra en la habitación del
fondo, Ángel se apresura a decirles por señas a sus
amigos que Piero se ha ido y se lleva el dedo a los
labios para que no pregunten.
—¿Pedimos la comida? —sugiere Kevin cuando ve
que su hermana sale ya de la habitación.
—Sííííííí —exclama Sebas.
—Me muero de hambre —afirma Jacob.
—Pensé que no lo ibais a decir nunca —se lamenta
cómicamente Didi.
—Pues no se hable más —dice Sebas—. ¿Os
apetece un VIPS?
Capítulo 25

Es otro miércoles más para Clara en la empresa de su


tía. Solo hay una pequeña diferencia con respecto al
resto, y es que Kevin no está. Ángel y él se han
montado esa misma mañana en un avión rumbo a Las
Palmas de Gran Canaria.
Recibe un mensaje de Piero, que quiere quedar con
ella esa tarde. Durante unos segundos Clara duda.
Desde el día de la mudanza de Sebas, aunque se han
arreglado, no paran de discutir; si le dice que no quiere
verlo lo harán de nuevo, y como no tiene ganas de que
ocurra le responde y queda con él.
—Disculpa, Clara.
Ella levanta la vista del ordenador.
—Dime, Bernard —dice sonriéndole al chico, que va
cargado con unos muestrarios.
—Acabo de estar con Cecilia y, como le he contado
que te había visto, me ha pedido que te dijera que pases
por su despacho cuando puedas —indica él.
—Gracias por avisar.
Bernard asiente y, con la misma sonrisa con la que ha
llegado, se va.
Clara se apresura a guardar el documento en el que
estaba trabajando y, una vez que lo tiene todo
controlado, se levanta y va directa al despacho de su tía.
Antes de entrar, como siempre, da tres golpes en la
puerta.
—¡Buenos días, cariño! —la saluda ella cuando entra.
—¡Hola!
Cecilia se pone en pie, camina hacia su sobrina y se
abrazan.
—¿Sabes si la pareja ha llegado ya a Las Palmas? —
pregunta la tía interesada cuando se separan.
La joven se encoge de hombros.
—Aún no sé nada de ellos, pero por la hora que es,
deben de estar a punto de aterrizar.
Cecilia sonríe y, en cuanto ambas se sientan en las
sillas, pregunta:
—Bueno, ¿y tú qué haces hoy por aquí?
Clara no tenía por qué ir hoy a la oficina, ya que
normalmente lo que hace es ayudar a Kevin, pero
necesitaba hacer algo.
—He pensado que sería más útil aquí que en casa no
haciendo nada —dice.
Cecilia ríe. Sus sobrinos, sus niños, son un pilar
fundamental para ella y también para la empresa.
—No hagas lo mismo que tu hermano hace unos
años y te encierres en el trabajo —le advierte—, que os
conozco muy bien. —La mujer aparta entonces unos
papeles que tiene delante y añade—: Bueno, cuéntame,
¿qué tal va todo?
Clara se pone cómoda en la silla y musita:
—Bien…
Ese «bien» tan escueto no le gusta nada a Cecilia.
Ha hablado con Kevin, que le ha explicado que el novio
de Clara no es de su agrado.
—¿Qué tal con el chico italiano con el que estabas?
—murmura y, al ver que ella solo alza los hombros,
pregunta—: ¿Te hace feliz?
La muchacha la mira. Esa pregunta fue la misma que
le hizo la desconocida aquella noche en el bar y, sin
querer mentir, finalmente responde:
—Digamos que nos estamos conociendo. Poco más.
Cecilia asiente.
—Aquí estoy a cualquier hora siempre que me
necesites —indica a continuación.
—Lo sé, tía, lo sé… —Ella sonríe.
Ambas se miran. En sus ojos se puede ver el amor
que se tienen.
—Por otro lado sigo buscando trabajo y haciendo
todas las entrevistas que puedo —añade Clara para
desviar el tema—. El otro día fui a una que me dio muy
buena onda.
Su tía asiente. Al igual que Kevin, Clara siempre
tendrá un puesto de trabajo en su empresa. Ella lo sabe,
pero aun así se empeña en buscar un empleo
relacionado con lo que estudió.
—¡Qué bien, ojalá sea así! ¿Para qué era la
entrevista?
—Para una academia de repaso.
Cecilia afirma con la cabeza. Sabe lo importante que
sería para su sobrina obtener ese trabajo.
—Te deseo muchísima suerte, cariño.
Clara le sonríe agradecida. En ese momento le viene
a la mente algo a lo que lleva ya un tiempo dándole
vueltas.
—Tía… —musita a continuación—, necesito
comentarte una cosilla.
—Cuéntame, cariño —dice Cecilia poniendo toda su
atención.
La chica toma aire algo apurada.
—Verás, tengo un pequeño dilema. Kevin y Ángel
llevan juntos casi cuatro años, y tanto tú como yo vemos
futuro en ellos y…, bueno, con lo feliz que está mi
hermano, ojalá que duren toda la vida y más…
—La verdad es que hacen una pareja maravillosa —
afirma su tía.
Clara asiente.
—Va a sonar fatal lo que te voy a decir, pero es que a
veces se me hace un poco complicado compartir piso
con ellos… Sé que me quieren tanto como yo a ellos,
pero en ocasiones noto que sobro.
—Pero ¿qué dices, corazón?
La chica cabecea, no es fácil hablar de ello sin
parecer una idiota.
—Tía, pero si incluso ha habido varias veces que casi
les corto el rollo…
—¿A qué te refieres con cortarles el rollo? —indaga
Cecilia.
Clara se carcajea.
—Me refiero a querer bajar a beber agua fresquita y
verlos enrollándose en el sofá, o llegar a casa y
encontrármelos en la cocina a puntito de… eso. —Ríe
—. Aunque, entre tú y yo, debo decirte que no vi nada y
hui sin que me pillaran.
Su tía sonríe. Por un instante había pensado que era
por algo grave. Y, cuando va a hablar, su sobrina se
apresura a añadir:
—Esto, por favor, por favor, que quede entre tú y yo…
No se lo cuentes a Kevin porque se moriría de
vergüenza y encima, sabiendo cómo es, se sentiría
hasta mal.
La mujer asiente, pues conoce muy bien a su sobrino.
—Tranquila, lo que se habla en este despacho queda
en este despacho.
Clara respira aliviada y continúa:
—Lo que yo quería comentarte es si tú, que tienes
tantos contactos y conoces a tanta gente, podrías
enterarte si alguien alquila un piso en Madrid que se
ajuste a mi economía.
Al oírla Cecilia coge entonces un taco de pósits
amarillos, escribe algo en uno de ellos y lo pega en uno
de los laterales de su ordenador.
—En cuanto tenga un hueco —dice—, haré unas
llamadas a ver qué podemos encontrar.
Clara sonríe.
—Muchas gracias, tía. Te debo un favor enorme.
Cecilia es ahora la que sonríe. Piensa unos segundos
y, tras mirar su agenda, indica:
—Fíjate, cariño…, me voy a cobrar ahora mismo ese
favor.
—¿Ahora?
—Como no está Kevin para ayudarme, ¿me
acompañas tú a tomar medidas de uno de nuestros
proyectos? —propone la mujer.
Clara asiente encantada de poder ayudar y se pone
en pie.
—Por supuesto.
Cecilia se levanta a su vez y, mientras coge el iPad,
un cuaderno, el metro y el bolso dice:
—Perfecto. Dame unos segundos que lo coja todo y
nos vamos para allá.
Cuando la mujer acaba, pasan juntas por la mesa de
la joven para recoger sus cosas y a continuación se
dirigen al parking. Instantes después salen del edificio
en el coche de Cecilia y, unas calles más adelante,
llegan a su destino.
—Qué cerca estamos del piso de Kevin —observa
Clara bajándose del coche.
—Eso mismo pensé yo el primer día que vine —dice
su tía cerrando la puerta del coche, que han dejado en
el aparcamiento subterráneo—. Sígueme —pide
sacando unas llaves de su bolso.
Se dirigen hacia un ascensor y, tras montar en él,
llegan hasta la quinta planta. Ya en el rellano Cecilia
abre su bolso, y dice al tiempo que le entrega las llaves
a Clara:
—Toma, cariño, abre tú, que voy sacando las gafas.
Ya sabes que sin ellas no soy nadie.
La chica abre la puerta. Ya de entrada el piso le
parece muy luminoso.
—Ven —dice su tía—, primero te lo enseño y luego
ya nos paramos a tomar medidas y ver los detalles que
debamos apuntar.
Clara la sigue mientras lo observa todo con
curiosidad.
—El domicilio consta de dos plantas y, como ves,
Hunter ya ha pasado por aquí a hacer alguna reforma.
—La muchacha asiente y Cecilia prosigue—: En esta
primera planta tenemos salón con cocina integrada, un
baño completo, una habitación, despacho o lo que la
dueña quiera. ¿Qué te parece?
Clara, que ve que en el despacho hay ya un par de
alfombras, lámparas y un cuadro, responde:
—Me encanta la amplitud de todo. Y el ventanal que
tiene el salón me recuerda al de tu despacho.
Su tía asiente y, dirigiéndose entonces hacia la
escalera, continúa:
—En esta segunda planta accedemos directamente a
la suite principal con puerta corredera por si se quisiese
dar algo de intimidad.
Clara mira fascinada a su alrededor. El piso le parece
una maravilla. Un lujazo.
—La suite cuenta con un esplendoroso baño
completo.
—¡Qué ducha tan grande! —Ella se sorprende.
—Cuando Hunter me dijo de agrandar la ducha no
estaba muy convencida —repone su tía—, pero una vez
que lo vi hecho me di cuenta de que era lo que el baño
necesitaba.
—Totalmente —murmura ella.
Salen del baño y vuelven al dormitorio.
—Por supuesto, la suite cuenta con un amplio
vestidor —indica Cecilia.
Clara asiente. Ese piso es una pasada de bonito. Y la
mujer sonríe al ver la boca abierta de su sobrina, y más
aún cuando la oye exclamar:
—¡Madre mía! Esto es enorme. Ni Kevin y yo juntos
llenaríamos este vestidor de ropa. Aunque…, bueno,
estoy segura de que Sebas sí.
Cecilia se echa a reír. Conoce al chico y sabe que es
un loco de la ropa.
—Queda una cosa por ver de este bonito piso —
añade.
—¿Hay más?
Ella dice que sí con la cabeza y le pide que la siga
con una sonrisa. Sin dudarlo, Clara lo hace. Su tía coge
entonces un mando a distancia y le da a un botón. Las
cortinas se abren y Cecilia apunta:
—El piso cuenta con una terraza enorme.
Clara la mira con incredulidad y su tía abre la puerta.
—¡Qué pasada!
Las dos salen a la terraza. Las vistas de Madrid son
preciosas desde allí, y cuando el viento les da en la cara
Cecilia señala:
—Hoy no luce mucho porque, a pesar de ser abril, el
cielo está medio nublado, pero en cuanto haya un día de
sol con buena temperatura y haya aquí un par de
tumbonas, se estará de lujo.
Clara asiente mirando a su alrededor.
—En esta terraza cabe de todo…, si es más grande
que mi habitación actual. Más aún, si este piso fuese
mío, incluso le pondría una piscinita a Cora.
—Gran idea —comenta su tía—. Anda, vamos dentro
y empecemos a tomar medidas.
Ambas vuelven al interior del piso y Cecilia cierra la
gran puerta de cristal. Bajan la escalera y, ya en el
salón, se vuelve hacia su sobrina.
—¿Te gusta este piso? —le pregunta.
Clara sonríe.
—Es espectacular, tía. Y mira que el de Kevin es
increíble, pero este no se queda atrás.
La mujer sonríe y, tras sacar su iPad del bolso, lo
desbloquea e indica lista para apuntar:
—Necesito que me digas qué cosas cambiarías o
cuáles no te convencen.
—¿Me estás vacilando? —Clara mira a su alrededor
y luego vuelve la vista hacia Cecilia—. Tía, este piso es
perfecto tal y como está, no hay nada que cambiar.
—¿Estás segura? —dice la mujer.
—¡Y tanto que estoy segura! Y encima, con el buen
gusto que tenéis Hunter y tú, en el momento en que le
pongáis muebles y lo decoréis, esto va a ser más
increíble aún.
Cecilia sonríe. Su sobrina esta tan emocionada que
todavía no ha entendido nada.
—Pues tendrás que decirme cómo quieres decorarlo
—contesta—. Si te parece bien, esta misma tarde nos
ponemos con ello.
Al oír eso el gesto de Clara cambia y, con el corazón
acelerado, pregunta:
—¿Qué has dicho?
—Lo que has oído, cariño. Este piso es para ti —
responde Cecilia con una gran sonrisa.
La joven se queda petrificada. ¿Para ella? ¿En serio?
—Tía, perdona…, pero no entiendo nada.
Ella, al ver la expresión desconcertada de su niña, la
coge con cariño del brazo y, sentándose con ella en el
suelo, señala:
—A ver, Clara, ven, no te vayas a caer redonda.
Ambas sonríen y Cecilia aclara:
—Esto es algo que tenía en mente desde el día en
que te viniste a vivir a Madrid. Sin embargo, preferí
esperar a que acabaras la carrera para que te centraras
en los estudios y no tuvieras la presión económica.
Independizarse no es fácil. Sé que vas a encontrar muy
pronto un empleo de tu especialidad, pero, mientras
tanto, cuentas con el trabajo a tiempo parcial de mi
oficina y todas las clases particulares que das, así que
creo que estás lista para emprender esta aventura en
solitario.
Clara no sabe si sonreír o llorar. Como siempre,
Cecilia está tratando de facilitarles la vida.
—Pero, vamos a ver, tía… —murmura—, ¿cómo me
vas a regalar un piso?
—¿No le regalé uno a tu hermano? —Su sobrina no
puede ni responder, y ella añade—: Pues aquí está el
tuyo. Por cierto, la plaza de parking en la que hemos
dejado mi coche va con el piso.
Clara se pasa las manos por el pelo. Tiene hasta
calor de los nervios que eso le está provocando.
—Ya, tía, pero no es lo mismo…
—¿Por qué no es lo mismo?
—Porque Kevin es como un hijo para ti —dice Clara
entonces en un hilo de voz— y, literalmente, le salvaste
la vida el día que nuestros padres lo echaron de casa.
La mujer suspira al percibir la emoción en la voz de
su sobrina. Lo que ocurrió en el pasado no fue
agradable para nadie.
—Tu hermano y tú sois lo más importante de mi vida
—declara cogiendo las manos de Clara—. Os quiero a
los dos como si fueseis mis hijos, y lo sabes muy bien,
cariño. Y yo, como cualquier madre, solo quiero lo mejor
para mis hijos, por lo que ayudaros en todo lo que puedo
significa…
No puede continuar. Clara la abraza con fuerza y
susurra:
—Te quiero mucho, mucho, mucho.
Cecilia sonríe. Oír eso y sentir el amor que los
mellizos le han dado desde pequeños es una de esas
cosas especiales que te regala la vida.
—Tanto como te quiero yo a ti —musita besándole la
mejilla con cariño.
A Clara se le humedecen los ojos a causa de la
emoción.
—Así que este piso y la plaza de parking son tuyos y
solo tuyos —concluye Cecilia—. Y, lo mejor, tendrás a
Kevin a solo cuatro calles de distancia. Conociéndoos,
seguro que será casi como si siguierais viviendo juntos.
Clara se seca las lágrimas que le caen por las
mejillas; aún sigue en shock.
—Pero ¿cómo me vas a regalar todo esto? —insiste
extendiendo los brazos—. Es demasiado, no lo
merezco.
Cecilia sonríe.
—Cariño, te voy a decir lo mismo que le dije a tu
hermano —replica mirándola a los ojos—. Tú te lo
mereces todo. Y, mientras yo pueda dártelo, lo voy a
hacer.
—Ay, tía… —musita Clara, a la que le falta el aire,
mientras se abrazan de nuevo.
Cuando se separan la mujer le enjuga las lágrimas de
la cara con mimo.
—En cuanto a los gastos —añade—, te digo lo mismo
que a Kevin: solo tendrás que hacerte cargo del
consumo básico de una casa: electricidad, gas, agua…
Del resto ni te preocupes.
Tras unos segundos en los que a Clara se le pasa el
nerviosismo y deja de llorar, una vez que se ponen en
pie, la chica mira la que ahora sabe que es su casa y
murmura:
—No sé cómo agradecértelo.
—Con que me sigas queriendo me vale, cariño —
afirma la mujer.
A Clara se le humedecen los ojos de nuevo y abraza
a su tía otra vez.
—Gracias, gracias, gracias…, de verdad.
»¿Kevin sabe todo esto? —pregunta la chica cuando
se separan.
—Uy, qué va, cariño. Si se lo hubiera contado a tu
hermano, seguro que me habría chafado la sorpresa —
bromea—. Y verás tú cuando le diga a Hunter que te he
enseñado el piso sin él, con lo ilusionado que estaba.
Oír eso le hace gracia y, sonriendo, la joven propone:
—Siempre podemos venir otro día con él y yo me
hago la sorprendida.
Ambas ríen y luego Cecilia sugiere:
—¿Te apetece que vayamos a comer algo juntas y
dediquemos la tarde a ver cómo quieres decorar tu
piso?
Feliz y tremendamente motivada por el regalazo que
acaba de recibir, la pelirroja afirma con una
esplendorosa sonrisa:
—Me encantaría.
Y, después de echar un último vistazo al piso, tía y
sobrina salen de él y van hasta el parking. Minutos más
tarde, cuando van circulando en el coche por las calles
de Madrid comienza a sonar por la radio Skate, de
Bruno Mars, Anderson .Paak y Silk Sonic.
—¡Me encanta esta canción! —exclama Cecilia
empezando a tararearla.
—Y a mí, tía.
Mientras la mujer conduce y canta feliz, Clara saca su
teléfono y empieza a teclear sin dudarlo ni por un
segundo:
Clara
Piero, me ha surgido algo y no voy a poder
quedar contigo esta tarde.

Le da a «Enviar» y se guarda el móvil. Nada de lo


que conteste el chico le va a estropear ese bonito día en
compañía de su tía.
Capítulo 26

Hoy es sábado y, afortunadamente, Didi libra en el


súper. Le ha venido la regla. Algo que odia con todas
sus fuerzas, aunque sabe que es lo que hay y que no le
queda otra más que desear que se le vaya rapidito y no
sea muy dolorosa.
Está adormilada y tirada en el sofá, con el televisor
encendido, cuando el pitido de su móvil la despierta.
Alguno de sus amigos ha escrito en el grupo de
WhatsApp.
Sebas
¿Qué hacéis esta tardeeeee?
Kevin
Yo estoy libre.
Jacob
¡Yo también!
Ángel
Yo tengo curro en el gym. Hoy salgo
a las 20.00.
Sebas
¿Os apetece veniros a merendar
al Lendia?

Didi lee los mensajes de sus amigos, pero no


responde.
Jacob
Perfect!

Por su parte, Clara ve esa quedada de sus amigos


como la oportunidad perfecta para contarles lo de su
nuevo piso. Hasta hoy ha preferido mantenerlo en
secreto. Aunque sí que hay dos personas que lo saben:
su amiga Amanda y su hermano Kevin.
Ante la necesidad de contarlo y hablarlo con alguien,
Clara se decantó por Amanda, puesto que a Didi quiere
explicárselo mirándola a la cara para ver su reacción, y
con respecto a su hermano, en cuanto puso un pie en
Madrid después de su viaje de Semana Santa, se lo
llevó directo a su piso nuevo y él se quedó boquiabierto.
Piero aún no sabe nada de la casa, hay algo que a
Clara le impide contárselo. Y, aunque esa tarde ha
quedado con él, le manda un mensaje que dice:
Clara
Hola, guapoooo. Oye, al final
hoy no vamos a poder vernos, había
olvidado que tenía una clase extra para
ayudar a uno de mis alumnos con un
examen.

Ha decidido decirle una pequeña mentira. Sabe que,


si le dice que no va con él para quedar con sus amigos,
él se lo tomará a mal. Instantes después Clara escribe
en el grupo de amigos.
Clara
Hoy había quedado con Piero,
pero me encantaría veros.

Al leer eso, Didi se apresura a teclear:


Didi
Hombreee, ¿nos vas a honrar
con tu presencia, reina?
Clara sonríe.
Clara
Tengo algo importante que contaros.

A Didi le sorprende eso, ¿a qué se referirá? Su


intención era quedarse en casa, pero con eso último que
ha dicho su amiga no va a ser capaz. La intriga puede
con ella.
Sebas
No estarás embarazada, ¿no? Porque me
niego a ser tío tan joven.

Clara suelta una carcajada al leer eso.


Clara
No, tú tranquilo. Para eso aún queda
muuucho tiempo, jajaja.
Kevin
Yo sí voooy.
Didi
¿No nos lo puedes decir
por aquí, Clara?
Clara
Noooo.

Deseosa de saber qué es lo que pasa, la morena


finalmente contesta:
Didi
Bueeeno, pues contad conmigo.
Kevin
¿A qué hora nos vemos?
Sebas
¿Sobre las 18.30?

Cuando quedan de acuerdo, Didi bloquea el móvil y lo


deja a su lado en el sofá. Dolorida por la maldita regla,
coge el mando de la tele y entra en Netflix con la
esperanza de encontrar algo que le apetezca ver.
«¿A quién quiero engañar, si sé que voy a acabar
viendo un musical?», piensa.
Pero aun así echa un ojo. ¡Nunca está de más!
Su móvil vuelve a pitar, lo coge intuyendo que serán
sus amigos de nuevo. Sin embargo, cuando ve quién le
ha escrito se le escapa una sonrisa.
Marta
¿Tienes planes para hoy?

Le alegra ver que el mensaje que ha recibido es de


Marta. Estar con ella se está convirtiendo en algo muy
muy placentero, y escribe:
Didi
Pues sí y no. No pensaba moverme de casa
porque estoy con la regla y no me apetece
una mierda. Pero Clara dice que tiene que
contarnos algo y hemos quedado esta tarde
para vernos todos. Espero que no sea que
se va a vivir con Piero o alguna tontería así,
porque juro que la mato. Pero hasta las seis
no pienso moverme del sofá.

Marta, que está en su casa, sonríe y teclea:


Marta
Hay que ver lo que te va un buen chisme.

Al leerlo Didi suelta una carcajada.


Didi
¡Soy la reina de los chismes, jajaja!

Marta asiente divertida. Didi le gusta cada día más.


Marta
Espero que lo de tu amiga sea realmente un
notición. ¿Lo pasas muy mal con la regla?

Didi, que tiene unas reglas muy dolorosas, contesta:


Didi
Bastante. Pero si estoy tumbada y me tomo
una pastilla lo llevo mejor.
Marta
Vaya…, espero que te sea leve. Te dejo
para que puedas descansar.
Didi
¡Gracias! Hablamos luego.

La morena bloquea el móvil de nuevo y vuelve a


centrarse en la televisión, pero ahora mucho más
contenta que antes. Sin darse cuenta se queda medio
dormida, hasta que suena el timbre de su casa y la
sobresalta. Duda en levantarse, ya que está convencida
de que se habrán equivocado, pero como aprovechará
para ir al baño, se acerca a la mirilla y ve algo a través
de ella que la hace reír.
A continuación abre la puerta y suelta riendo:
—¿Y tú qué haces aquí?
Marta le da un rápido beso antes de entrar en la casa
y bromea:
—Yo también me alegro de verte, Davinia Daniela.
Didi cierra la puerta.
—He venido a verte y a hacerte compañía, si tú
quieres —explica Marta.
—¿Me lo estás diciendo en serio? —Didi la mira
confundida.
—¡Claro!
—¿No tienes nada mejor que hacer en tu sábado
libre? —insiste su amiga.
Marta niega con la cabeza. No se le ocurre nada
mejor que estar con ella.
—Además, te he traído cositas.
Didi sigue a la chica hasta la cocina. La recién llegada
se quita la mochila que lleva a la espalda, la deja sobre
la encimera y empieza a sacar cosas.
—Cuando yo tengo la regla, lo que me pide el cuerpo
es dulce. Así que, aunque sé que tú no eres mucho de
dulce, eso es lo que he traído.
—¡Ah, genial! —se burla Didi.
—¿Qué te parece esta tarrina de helado vegano? —
añade Marta divertida por su gesto.
—Tiene pintaza —afirma su amiga.
La rubia, contenta al ver el gesto de felicidad de Didi,
la guarda en el congelador y continúa sacando paquetes
de la mochila.
—También he traído unas galletas veganas que he
visto en el súper. No tienen la mejor pinta del mundo,
pero quizá mojadas en la leche de soja esa que tomas
estén ricas.
Didi la mira sin dar crédito.
—Y, por último, pero no menos importante, he traído
una caja de Choco Flakes. No sé cuántos te quedarán,
pero de esto hay que tener siempre en casa.
Didi está asombrada.
—Nunca nadie había hecho algo así por mí —
murmura mirando a Marta.
Esta se vuelve y se coloca frente a ella. La mira a los
ojos y sonríe. Luego pasa los brazos por encima de sus
hombros e indica:
—Pues ya me tienes a mí.
Didi la atrae hacia sí y acto seguido ambas se funden
en un tierno abrazo.
—Muchas gracias, Marta —musita la morena.
Ella le da un pico en los labios y, cogidas de la mano,
caminan hacia el salón, donde, al entrar, Marta saluda a
las gatas.
—Holas, guapas —y, mirando el televisor, pregunta—:
¿Qué estabas viendo?
Didi se apresura a responder:
—Nada, llevo un rato buscando, pero no he
encontrado nada. Pon lo que te apetezca. Antes de
sentarme voy un momento al baño.
Minutos después, cuando Didi regresa, se acurruca al
lado de Marta en el sofá, y esta dice en voz baja:
—¿Me dejas autoinvitarme a tu sábado de sofá y
peli?
—Si ya lo has hecho. —Didi ríe.
Marta se recoloca en el asiento, la mira a los ojos y
susurra:
—Oye, Didi, sé que prácticamente te he invadido…
Pero, si no te apetece tener compañía, me lo puedes
decir con toda la confianza del mundo y yo…
—Ahora mismo no habría compañía mejor para mí
que tú.
Su comentario hace sonreír a la rubia, que se pega
más a ella.
«¿En serio he dicho yo eso?», piensa Didi.
—¿Cuál es tu género cinematográfico favorito? —
pregunta Marta después de unos instantes en silencio.
—Me encantan las películas musicales, son mi
perdición.
—¡Pues ya sabemos por dónde empezar! —dice la
rubia—. ¿Hay alguna nueva que tengas ganas de ver?
Didi duda unos segundos mientras la otra la mira con
atención.
—Alguna hay —responde finalmente—, pero si te soy
sincera, lo que más me apetece ver cuando estoy así
son mis películas favoritas.
Marta sonríe. Intenta conocer a Didi, saber qué le
gusta y qué no.
—¡Pues no se hable más! ¿Y cuáles son? —quiere
saber.
La morena sonríe.
—La película a la que recurro siempre que tengo un
día de mierda o estoy con la regla es Mamma Mia!
Marta asiente. En la vida se lo habría imaginado.
—Perfecto, porque yo la segunda no la he visto —y
mirando la hora en su móvil añade—: Nos da tiempo de
sobra de verla antes de que te vayas con tus amigos.
—¿En serio no la has visto? —pregunta Didi
sorprendida.
—No.
—Pues entonces no nos queda más remedio que
hacer maratón y ver las dos pelis seguidas —propone
encantada.
—Me parece bien, he venido preparada para ello —
dice Marta poniéndose en pie y señalando su chándal.
Ambas ríen y luego la rubia agrega—: ¿Te parece si
antes preparo algo de arroz o quinoa con verduras y
después nos hacemos unas palomitas?
—La verdad es que no tengo mucha hambre… —
murmura Didi—. Y lo siento, pero no tengo palomitas.
—Pues entonces nos apañaremos con unos Choco
Flakes —afirma su amiga caminando hacia la cocina.
Didi se queda sola en el salón y, mientras busca la
película, su mente empieza a dar vueltas a muchas
cosas. Le da miedo lo cómoda que está con Marta, pero
no quiere cambiarlo. Nunca ha estado con ninguna otra
chica así en su casa, y le gusta esa sensación. ¿A quién
hace caso? ¿A su cabeza o a su corazón? Está
pensando en ello cuando las palabras de Roberto
resuenan en su cabeza: «Déjate llevar y disfrútalo».
—Ya estoy aquííííííí —anuncia Marta entrando en el
salón—. Como me parecían pocos cereales los que
cabían en este cuenco que he encontrado en tu cocina,
me he traído la caja por si acaso.
Segundos después se acomoda junto a Didi, coloca
el cuenco de cereales entre las dos y esta última le da al
play.
Horas después, tras acabar de ver las dos películas
de Mamma Mia!, Marta se levanta del sofá y susurra al
tiempo que se limpia las lágrimas:
—Me parece fatal que no me hayas avisado de que
iba a llorar.
Didi se ríe.
—Si lo hacía, te jodía la película —indica
levantándose también.
Marta la mira y comienza a tararear divertida Dancing
Queen mientras recoge las cosas y se dirige a la cocina.
Ella la observa, esa chica cada día le fascina más, y va
tras ella.
—Te digo una cosa —comenta Marta cuando entra en
la cocina—: pocas películas he visto yo en las que se
note tanto lo bien que se lo pasaron los actores y las
actrices rodándolas.
—Totalmente de acuerdo —murmura Didi mientras
rebusca en uno de los armarios.
—Y tú, mucho decir que no te gustan las películas
románticas, pero sin las historias de amor Mamma Mia!
no sería nada.
Didi se vuelve, ve a su amiga apoyada en la encimera
y la corrige:
—Pero lo primordial es la música. Sin las canciones
de ABBA Mamma Mia! no sería nada.
La rubia asiente, ahí tiene razón.
—He visto muy pocos musicales porque nunca me
han llamado la atención —expone—. No sé si es que no
les he dedicado el tiempo suficiente, no he dado con el
momento adecuado…
—O quizá no dabas con la compañía adecuada para
verlas —susurra Didi.
Ella asiente; desde que ha llegado la morena, en
varias ocasiones le ha dicho cosas muy bonitas.
—Puede ser —afirma alzando los hombros.
Didi, que sigue mirando en el armario, da con la caja
que buscaba e, intentando sacar algo de ella, pregunta:
—¿Has visto Burlesque?
—No me suena el título.
—Si quieres, podemos verla —propone Didi—. Es
otro peliculón.
La rubia asiente.
—Pero ¿hace llorar? —pregunta algo desconfiada.
—No, esta no. —Didi ríe.
Marta mira entonces su móvil y se da cuenta de la
hora que es.
—A ver —dice—, dentro de un rato te tienes que ir
con tus amigos. ¿Te parece si yo mientras tanto preparo
la cena, vemos después la peli y me dejas quedarme a
dormir?
Didi finalmente consigue lo que quería; cierra el
armario, se da la vuelta y admite:
—Y sin hacer la cena también.
Ambas se miran. La morena piensa si decirle a Marta
que la acompañe. Pero no, no puede. Y menos cuando
Clara quiere comentarles algo a sus amigos.
—¿Te duele? —pregunta entonces la rubia al ver que
su amiga ha cogido una pastilla.
—Un poco, y como tengo que salir dentro de un rato,
prefiero tomármela ya.
Marta abre la nevera, saca una botella de agua y se
la da al tiempo que aprovecha para echarle un ojo al
interior.
—No hay casi nada en la nevera, Marta —dice Didi—,
mejor pedimos algo.
La aludida se vuelve hacia ella.
—Venga, vístete y vete con tus amigos, y cuando
vuelvas cenaremos la mejor ensalada que hayas
probado nunca —responde con cariño.
«Seguro que sí», piensa ella.
A esas alturas cualquier cosa que provenga de Marta
le gusta.
Capítulo 27

El grupo de amigos se encuentran en el Lendia y se


sientan alrededor de una de las mesas libres. Solo falta
Ángel, que está en el gimnasio, pero Kevin ya lo pondrá
al corriente más tarde.
Valentín, a quien le toca trabajar porque hay mucha
gente en el local, toma nota a sus amigos y, minutos
después, cuando lo tiene todo preparado lo lleva a la
mesa. Aprovechando que su chico está allí, Sebas
pregunta:
—Bueno, Clara, sácanos de dudas. ¿Qué es eso que
querías contarnos?
La joven sonríe.
—Ya tiene que ser importante si ha cancelado sus
planes con el italiano —comenta Didi.
Clara mira a su amiga. Hay que ver cómo le gusta
tirárselas a Didi. Pero, después de dar un trago a su
Coca-Cola light, la deja sobre la mesa y dice:
—Tengo dos cosas que contaros.
—Uy, ¡dos cosas! Qué será…, será… —Valentín ríe.
Clara lo mira divertida por su comentario.
—Pues una está relacionada con lo laboral y la otra,
con mi vida personal.
Didi y Sebas intercambian una mirada.
—¿Por fin has encontrado trabajo? —pregunta Jacob.
Rápidamente Clara sonríe y exclama:
—¡Sííííí!
Todos se revolucionan. Encontrar un empleo en los
tiempos que corren, y más de lo que a uno le gusta, es
como encontrar una aguja en un pajar.
—El lunes por la tarde empiezo a trabajar en una
academia de repaso —añade Clara.
—¡Viva mi hermana! —aplaude Kevin.
Esta lo mira, ambos sonríen y después ella
puntualiza:
—Tendré alumnos desde primaria hasta bachillerato.
Jacob sonríe. Es una excelente noticia. Y, al ver que
el resto hablan, murmura mirándola:
—Cuánto me alegro por ti.
—Gracias —susurra Clara al oírlo mientras se vuelve
hacia él.
Ambos se miran durante unos segundos, hasta que
Sebas se pone en pie y aplaude.
—¡Qué bieeen, Claraaaaaaaa!
Enloquecido, abraza y besa a su amiga. Y entonces
Didi, recordando que el curso escolar suele terminar a
mediados de junio, pregunta:
—Pero ¿empiezas tan pronto? Aún queda curso por
delante.
La pelirroja asiente y, tras recibir un nuevo beso de
Sebas, responde:
—Sí, y en realidad es lo más lógico, porque, aunque
estemos en abril, hay que ir preparando todo el temario
y los meses pasan volando.
Sus amigos empiezan a hablar sobre el tema y al
cabo Sebas, que es un impaciente, inquiere:
—¿Y la otra cosa que tenías que contarnos?
Clara mira con cariño a su hermano antes de decir:
—¡Me mudo!
Esas dos palabras dejan callados a sus amigos.
—¿Cómo que te mudas? —se apresura a preguntar
Jacob a continuación—. ¿Adónde?
—No te volverás a Valencia, ¿no? —comenta Didi.
—Ay, maricón, ¡que esta se va a vivir con el italiano!
—musita Sebas.
—No jodas… —dice Valentín en un hilo de voz.
Clara ríe a carcajadas al oírlos, mientras Kevin se lo
explica.
—Noooo, tranquilos, se muda ella sola a un piso aquí,
en Madrid. A tan solo unas calles de mi edificio.
Todos la miran boquiabiertos. ¿De dónde ha sacado
Clara el dinero para poder hacer eso?
—Mi tía me ha regalado un piso —aclara ella al ver la
expresión de sus amigos.
—Qué suerteeeeeeeee —exclama Didi.
Clara afirma con la cabeza, sabe que tiene razón, e
indica:
—¿Os acordáis de que tía Cecilia le regaló a Kevin el
piso en el que vivimos? —Todos asienten y la pelirroja
añade—: Pues ahora me ha regalado uno a mí.
—¿Tu tía no querrá un sobrino más? —pregunta
Sebas entonces.
Todos ríen al oírlo y Clara, que todavía está como en
una nube, continúa:
—Yo… yo no tenía ni idea. La acompañé a tomar
unas medidas a un precioso piso y, cuando salí de él,
llevaba en mi bolsillo las llaves de mi nueva casa.
—Yo también me apunto a ser sobrino de tu tía —
bromea Jacob.
Ella sonríe.
—Felicidades, Clara —dice Didi cogiendo la mano de
su amiga—, me alegro un montón.
Ambas se miran. A pesar de sus diferencias acerca
del italiano, saben que se tienen para todo lo que se
necesiten y, sin dudarlo, se abrazan. Lo que Clara está
contando es una excelente noticia.
Mientras el grupo habla, Didi recuerda lo que le
comentó su amiga que le había sucedido en el piso de
su hermano y que tanto la agobiaba. Está claro que los
mellizos necesitan tener cada uno su intimidad. Y de
pronto oye que Sebas exclama:
—¡Madre mía, otra mudanza!
—Creo que me voy a Australia de nuevo —comenta
Jacob.
Todos ríen a carcajadas y Clara se apresura a decir:
—Tranquilos, en mi caso no vais a tener que hacer
nada. Son pocas cosas y, además, Hunter me ha dicho
que se encargará él.
Al oír eso Sebas y Didi ríen, se miran y chocan los
cinco cómicamente.
—¿Y cuándo te irás a vivir a tu nuevo piso? —quiere
saber Jacob.
Clara se encoge de hombros.
—Aún no lo sé, mi tía se está encargando de todo.
Pero imagino que lo haré en cuanto esté terminado.
Los demás asienten y, acto seguido, Sebas musita:
—Vamos a ver. La verdadera pregunta es: ¿cuándo
nos lo vas a enseñar?
—Lo veréis cuando esté todo listo.
—Jooooo —protesta Valentín.
—La que es mala… es mala —se mofa Didi.
—Dijo la Maléfica del grupo. —Sebas ríe.
Clara, divertida al oír a sus amigos, apoya entonces
una mano en el hombro de su hermano Kevin y tercia:
—Él, obviamente, ya lo ha visto.
—¿Y Ángel? —pregunta Didi.
Clara y Kevin niegan con la cabeza y este último
indica:
—No tiene ni idea. Clara me hizo prometer que no se
lo contaría hasta que os diera la exclusiva a todos a la
vez. Pero, eso sí, como él ahora no está, esta noche ¡se
lo cuento!
Los demás asienten.
—Siento no haberos dicho nada —se excusa Kevin
—, pero era cosa de Clara. No podía llegar yo y chafarle
la noticia.
—Es comprensible —conviene Jacob.
—Solo os diré que el piso es superbonito —afirma el
pelirrojo—, que a ella le pega mucho y que tiene una
terraza en la que creo que vamos a pasar mucho tiempo
tomando el sol y mirando la luna.
—Eso, tú ponnos la miel en los labios —se queja
Sebas.
Ríen divertidos y luego Didi pregunta:
—¿Piero ha visto el piso?
Clara niega con la cabeza.
—Ni lo ha visto, ni sabe nada de él.
Eso los sorprende a todos.
—Me alegra saberlo, porque si el italiano estuviese
por delante de nosotros —bromea Didi—, íbamos a
tener un grave problema, reina.
Clara niega con la cabeza y Jacob, que no quiere
hablar más de aquel, que le cae tan mal, tercia
dirigiéndose a Kevin:
—¿Y tú qué? ¿Cómo ha ido vuestro viaje?
El pelirrojo suspira y sonríe. Lo ha pasado de lujo con
Ángel.
—El viaje ha sido genial y lo hemos disfrutado un
montón —cuenta—. Nos pasábamos horas y horas en la
playa, desconectando de todo y solo oyendo el sonido
de las olas del mar.
—Vamos…, todo un sufrimiento —se burla Didi.
Valentín aprovecha que todas las mesas están
atendidas y se sienta con sus amigos.
—Oye, qué alegría lo del piso y lo del curro, Clara.
¡Felicidadeees!
—Graciaaaas.
—¿Cómo lleváis vosotros eso de vivir juntos? —
pregunta entonces Kevin.
Sebas y Valentín se miran, y este último comenta:
—Acostumbrándonos poco a poco.
Sebas sonríe, da un cariñoso beso en la mejilla a su
novio e indica:
—Es sorprendente lo que voy a decir, pero, gracias a
haberme independizado, me he dado cuenta de lo
desordenado que soy.
Didi sonríe, pues siempre lo ha sabido.
—¿En serio ha hecho falta que te fueses de casa
para que vieses que no eres perfecto? —pregunta.
—Está claro que lo de «Maléfica» se te queda corto
—murmura Sebas mirando a su amiga.
Didi suelta una carcajada, mientras que Clara se
interesa:
—Pero ¿os adaptáis bien estando juntos?
Valentín asiente.
—Sí, la convivencia es buena. Solo que aquí, mi
chico —dice señalando a su novio—, entre otras cosas
se cree que el lavavajillas se llena solo.
Al ver que sus amigos lo miran, Sebas intenta
excusarse:
—A ver, ¿qué culpa tengo yo de que cada vez que
cocinas algo utilices y ensucies quince mil cacharros,
espátulas, cubiertos y de todo?
—¿En casa de tus padres no cooperabas? —
comenta Jacob.
Sebas sonríe.
—Cuando yo era pequeño, en casa de mis padres se
establecieron unas normas, y había cosas que hacía yo
y cosas que hacía mi hermano —y riendo añade—: Y,
vale, ¡lo asumo! Y, como buen hermano mayor, ya me
encargué yo de que algo tan asqueroso y repugnante
como llenar el lavavajillas fuese cosa de mi hermano
pequeño.
Clara y Kevin se miran, conocen ese tipo de pactos y
divisiones entre hermanos. Más de una vez les tocó
repartirse tareas que ninguno de los dos quería hacer.
—Qué abusones sois los hermanos mayores —dice
Didi.
—Calla, que tú, como hija única, no tienes ni idea.
Los hermanos pequeños disfrutan de unas ventajas que
los mayores no llegamos a tener nunca —protesta
Sebas.
Los amigos entran en debate y se pasan la tarde
riendo y hablando de tareas domésticas que odian
hacer. Y, cuando ve que son las 21.14, Didi decide
marcharse, pues hoy por primera vez en muchísimo
tiempo la está esperando alguien.
Sin decirles nada a sus amigos, o la acribillarán a
preguntas, se despide de ellos y se va para su casa,
donde nada más abrir la puerta Marta le recibe con una
gran sonrisa y, tras poner la mesa juntas, se tiran en el
sofá a ver la película Burlesque.
Capítulo 28

Hoy es el primer día de Clara en su nuevo empleo y está


un poco nerviosa. Como no tiene que estar allí hasta las
tres y media, Piero y ella han decidido comer en un
centro comercial cercano y así, de paso, él hace unas
compras.
Después de tomar una hamburguesa y unas patatas,
salen y caminan cogidos de la mano hasta que de
repente Piero la suelta y entra en una tienda de ropa.
Ella lo sigue. Durante unos minutos el italiano se dedica
a coger diversas prendas y se dirige a los probadores.
—Te espero fuera —le dice Clara.
Sale de la tienda, se sienta en un banco y mira el
móvil.
Didi
¡Que vaya genial hoy!
Sebas
¡Ánimo en tu primer díaaaaaa!
Jacob
Seguro que hoy te va superbién,
Clara, ¡ya nos contarás!
La pelirroja sonríe ante los mensajes de cariño que le
mandan sus amigos. ¡Por fin ha conseguido un trabajo
para el que se ha preparado! Su corazonada era cierta.
Clara
¡Muchas graciaaaas! Luego os cuento.

No le da tiempo a salir de WhatsApp cuando recibe


otro mensaje:
Piero
Clara, vieni, per favore.

Ella se levanta, entra de nuevo en la tienda y, al no


ver a su chico, va directa a los probadores, donde se
encuentra con Piero mirándose en el espejo.
—¿Qué pasa?
Él se vuelve al oírla.
—¿Cómo me queda esto?
Ella lo mira, hace una mueca y al final responde:
—Te queda bien.
El italiano asiente y vuelve a mirarse en el espejo.
Sabe perfectamente que le sienta bien, pero lo que
quiere es que ella se lo diga. Mientras tanto Clara está
pensando: «¿En serio necesita que le diga cómo le
queda la ropa?».
Minutos más tarde, y después de que la chica haya
alabado varias veces a Piero, el italiano paga lo que se
lleva y, con él cargado de bolsas, salen de la tienda.
Clara vuelve a darle la mano, le gusta esa sensación.
Y, luego, pensando en el trabajo, exclama:
—¡Qué ganas tengo de empezar hoy! Ojalá todo vaya
bien y yo cumpla con sus expectativas como profesional.
—Non capisco perché has aceptado ese trabajo si
dentro de nada los estudiantes estarán de vacaciones —
comenta Piero.
Ella lo mira confundida. ¿Acaso no sabe que para ella
es importante?
—¿Qué es lo que no entiendes exactamente? —Él se
encoge de hombros, no contesta, y ella insiste—: Llevo
meses buscando empleo y por fin me han cogido en uno
para el que he estudiado. Ni de broma iba a decir que
no.
Él la observa con gesto serio, pues no le gusta que
Clara tenga horarios. Entonces ella, sonriendo, decide
contarle algo que él todavía no sabe.
—Necesito el dinero, y más ahora que voy a vivir
sola… —suelta.
El italiano la mira con cara de sorpresa.
—Problemi con tuo fratello? —quiere saber.
—Para nada, la relación con mi hermano es perfecta
—explica ella—. Pero sí es cierto que necesita su
intimidad, y yo la mía. Y mi tía me ha hecho un regalazo.
Piero la escucha con atención y ella continúa
hablando:
—Tal y como hizo con Kevin en 2018, Cecilia me ha
regalado ahora un piso a mí.
Él sonríe sorprendido. Le gusta la idea de que ella
tenga piso propio.
—Veramente?
—Sí, de verdad, Piero —afirma ella emocionada—.
Hace meses que tenía en mente lo de buscarme algo
para mí sola, pero ella se me ha adelantado.
—¡Guauuu, ese es un gran regalo! —asegura él
alucinando.
Clara asiente, lo sabe bien, y aún casi ni se lo cree.
¡Es dueña de su propio piso!
Piero le suelta la mano con delicadeza, le pasa el
brazo por los hombros para atraerla hacia sí y luego
pregunta en tono meloso:
—¿Y cuándo me vas a enseñar tu nuovo
appartamento?
—Buf… —Clara resopla—. Prefiero esperar a cuando
esté listo para mudarme. Todavía estamos ultimando la
decoración, los muebles…
—E quando sarà? —la interrumpe.
Ella piensa unos segundos en las conversaciones
que ha mantenido con Cecilia esos días.
—Pues…, por lo que me dice mi tía, yo creo que
ahora para mayo o así. Ya han llegado algunas cosas,
pero me gustaría tenerlo todo o casi todo ya allí antes de
mudarme.
Piero asiente, quizá sea lo más sensato, aunque a él
lo incomoda sentirse fuera de sus planes. Entonces se
fija en que Clara vuelve a mirar la hora en su móvil.
Sabe que está pensando en el trabajo.
—Amore, hay un problema con tu nuovo empleo.
—¿Qué problema?
—Vamos a tener menos tiempo para vernos.
En eso tiene razón, pero indica bromeando:
—Piero, no seas dramático. Si hay ganas, hay
tiempo.
—Si tú lo dices…
Clara pasa el brazo por encima de la cadera de él,
Piero la estrecha contra sí y prosiguen su camino. De
pronto un chico se acerca a ellos y la pelirroja se detiene
a escucharlo. El italiano los mira confundido.
—¡Hola, pareja! Somos una nueva marca de cabinas
de fotos y estamos intentando darnos algo de publi —les
explica—. Es por ello por lo que durante estas primeras
semanas podréis pasar y haceros unas fotos de manera
completamente gratuita. ¿Os animáis?
A Clara le gusta la idea. Mira a Piero, pero ve que
hace una mueca.
—Puede ser divertido, ¿no? —insiste animada.
—Mejor otro día, amore, hoy no tengo el pelo bene —
responde él apartándose el cabello de la cara con la
mano.
Clara y el chico del fotomatón se miran. ¿En serio no
van a hacerse una foto por lo del pelo? Pero ella, sin
darle más importancia, pregunta interesada:
—¿Hasta cuándo vais a estar con la promoción?
—Hasta el día de la Madre —le contesta dándole un
folleto de publicidad—. Después la cabina continuará
aquí para que la uséis cuando queráis, pero al precio
normal.
—Genial, muchas gracias —se despide con una
sonrisa.
—Grazie! —le agradece también Piero, que, cuando
el muchacho se va, pregunta—: ¿Perché tienes que ser
tan amable con ese desconocido?
Clara lo mira sin dar crédito. Ella intenta ser amable
con todo el mundo.
—Porque me sale así —responde parándose—. Él
está trabajando y no cuesta nada ser empática con la
gente.
—¿Y tu sonrisa? ¿Perché le sonreías de ese modo?
A la pelirroja no le gusta oír eso. Los celos son un
tema que nunca ha llevado bien. Y, tomando aire,
empieza a decir:
—Mira, Piero, creo que ya hemos hablado de…
—Sí —la corta él—. Mejor lo dejamos.
Se ponen otra vez en marcha. De nuevo se hace
evidente que hay ciertas cosas que los separan.
—¿Cuándo es el día della Mamma? —pregunta él al
rato intentando suavizar el tono.
—Aquí se celebra el primer domingo de mayo. Este
año es el día 1.
—¡Ah, bene, tenemos tiempo suficiente entonces!
Otro día nos hacemos las fotos —propone él.
Ella lo mira y sonríe olvidándose de lo ocurrido.
Siguen caminando por el centro comercial hasta que
Clara se da cuenta de que dos locales más allá hay una
heladería. Mira a Piero, que tiene los ojos clavados en el
móvil, coge el suyo y comprueba que aún le queda
media hora.
—¿Te apetece que nos tomemos un helado para
pasar el rato? —sugiere.
—Un gelato? —dice él sin apartar la vista del móvil—.
No hace tiempo para tomarse un gelato.
—Pues a mí me apetece siempre —bromea ella.
Piero, ahora sí, aparta los ojos de la pantalla y la
mira.
—Mejor otro día que haga más calor —repone él.
—Como quieras.
El teléfono del chico pita y este lo vuelve a mirar. De
refilón Clara ve que el mensaje es de su amigo Tiziano.
—Tiziano ya ha arrivato.
Piero le da un rápido pico a modo de despedida en
los labios y ella lo mira confusa.
—Ah, pero ¿te vas ya?
—Sí, había quedado con il mio amico —explica él—.
Tú entras ahora a trabajar, ¿no?
—Casi —responde sorprendida.
Piero la mira con su embaucadora sonrisa y sugiere
con prisa:
—Puedes llamar a tu fratello por teléfono y así haces
un po’ di tempo.
Ella se limita a asentir. Está claro que está deseando
marcharse.
—Vale, me voy, Clara —se despide él—. Luego te
llamo. Buona fortuna!
Sin decir más ella se despide a su vez con un gesto
de la mano y observa cómo Piero desaparece tras
cruzar las puertas del centro comercial.
«Vaya…, yo habría esperado con él hasta que
hubiese entrado a trabajar», se dice un poco
desilusionada.
En ese momento el sonido de su móvil consigue
sacarla de sus pensamientos.
—¡Hola, Claritaaaa! —la saluda su amiga Amanda
desde el otro lado de la línea.
«¡Justo a tiempo!»
—¡Hola, Amanda, qué sorpresa!
—¿Te pillo ocupada? —pregunta la chica con rapidez
—. Hoy empezabas en la academia, ¿no?
Clara sonríe al ver que su amiga se acuerda y
responde:
—Sí, empiezo hoy. Pero aún tengo unos veinte
minutos para hablar contigo. Podemos hablar mientras
voy hacia allí.
—¡Perfecto! —exclama Amanda feliz—. Quería
comentarte que estoy pensando en irme unos días a
Madrid.
—Ah, ¿sí?
Clara sale del centro comercial y sigue su paseo en
dirección a la academia.
—Sí, un fin de semana de mayo.
—Vaya, ¡qué ilusión!
—¡Sí, qué bien! Tengo muchas ganas de ver a Cora
—bromea Amanda—. Y a ti también, no te me pongas
celosona…
Ambas ríen mientras Clara llega a su destino. Como
aún no es la hora, decide sentarse en un banco.
—Oye, cuéntame, ¿cómo va lo de tu casita nueva? —
pregunta su amiga.
—Superbién, tía —responde Clara ilusionada—. Ya
han llegado un montón de cosas del piso y todo va
tomando forma. Va a quedar genial, tengo unas ganas
de verlo ya todo listo…
—¿Y para cuándo tienes prevista la mudanza?
—Con lo bien que va, yo creo que incluso antes de lo
previsto, así que a lo mejor estrenamos juntas mi nueva
casa.
Durante unos minutos siguen hablando hasta que
Clara se despide de Amanda. No quiere llegar tarde en
su primer día de trabajo.
Capítulo 29

Hoy no hay demasiada gente en el súper, por lo que la


mañana está siendo bastante tranquila.
Didi se acerca a la zona de frutería y coloca más
peras en el expositor. Busca a Marta con la mirada, pero
no la ve por ahí. Al parecer hoy Martín las ha puesto en
secciones distintas.
Desde donde se encuentra, distingue que una chica
en silla de ruedas entra en el súper. Al igual que a
Roberto, a la joven le cuesta muchísimo coger un carro
y, sobre todo, manejar la silla y este a la vez. ¿Por qué
no buscarán una solución?
Cuando termina de colocar las frutas se encamina
hacia el vestuario. Mira hacia los lados y, viendo que
Martín no anda por ahí, entra en la sala. Se sienta en un
banco, saca su móvil, abre Google y hace una búsqueda
rápida: «Carros de compra adaptados a silla de ruedas».
«Estamos en 2022, esto tiene que existir», piensa.
No tarda ni dos segundos en encontrarlo. Pasa un
rato informándose en internet, no solo pensando en la
chica que ha visto entrar y en Roberto, sino también en
todas las personas que tienen que luchar a diario con su
silla y el carro. Con la información fresquita en su
memoria, se decide a hablar de ello con el gerente. Sale
del vestuario y lo busca por la tienda.
—Perdona, ¿has visto a Martín? —le pregunta a un
compañero.
Este se limita a negar con la cabeza. Como siempre,
la amabilidad brilla por su ausencia.
Después de recorrer toda la tienda y no encontrarlo
por ninguna parte, se le ocurre que igual está en el
almacén. Cuando va hacia allá, se cruza con Marta en la
puerta.
—¿Y tú qué haces por aquí? —le pregunta la rubia.
—Estoy buscando a Martín —dice Didi.
—Lo tuyo es masoquismo —se mofa Marta, y las dos
ríen—. Hace rato que no lo veo por aquí.
Luego se quita la goma que lleva en la muñeca y se
recoge el pelo en una coleta mientras Didi le muestra en
el móvil la información sobre carros adaptados que ha
encontrado.
—Quiero enseñarle esto —dice.
La rubia lo mira, le parece muy interesante, pero de
pronto oyen:
—¿Os pago por hablar o por trabajar?
Ambas alzan la vista y ven que el gerente está a unos
metros de ellas. Didi rápidamente se separa de Marta y
se encamina hacia él.
—Martín, ¿tienes un momento para que te comente
una cosa?
El hombre, que como siempre la mira con gesto serio,
responde:
—Sí, pero mejor vamos a mi despacho.
Marta y ella intercambian una mirada y finalmente
Didi va tras él. Una vez que llegan al despacho, entra y
él cierra la puerta.
—Bueno, cuéntame —dice Martín.
Didi se sienta al otro lado de la mesa y, tomando aire,
empieza:
—He estado informándome acerca de los carros de
compra adaptados para las personas en silla de ruedas.
El gerente la mira en silencio y ella continúa:
—Supongo que te habrás dado cuenta de las
dificultades que tienen a la hora de desplazarse con una
cesta o un carro… —Él sigue sin decir nada y Didi
añade—: En primer lugar, los carros actuales son
demasiado altos para ellos y, además, intentar manejar
las dos cosas al mismo tiempo les complica bastante la
movilidad.
Sin tiempo que perder, la chica desbloquea el móvil y
se lo acerca para que vea las fotos que ha encontrado.
—En este supermercado ya he visto a varias
personas en silla de ruedas y…
—Sí, como tu amiguito —le corta él.
Su tono no es en absoluto conciliador, pero la joven lo
ignora y prosigue:
—Exacto. Por lo que sé, Roberto lleva años viniendo
aquí, y creo que facilitar la compra a los clientes que lo
necesiten podría…
—Recuerdas que vienes a trabajar y no a dedicarte a
mirar a la gente, ¿no? —inquiere entonces Martín
echándose hacia atrás en su silla.
Didi lo observa e intenta respirar hondo. «Piensa en
Roberto, piensa en él…», se dice mientras responde:
—Por supuesto, Martín, pero trabajar no me impide
ser consciente de las cosas que pasan a mi alrededor.
Él la mira con gesto serio.
—En los años que llevo en Madrid, me parece que
nunca he visto uno de estos carros adaptados en
ninguna tienda —cuenta ella—. Así que creo que el
hecho de que tú incorporaras uno o dos a la tuya podría
ser beneficioso para el supermercado y su imagen.
—Vaya, veo que has hecho un estudio de mercado y
todo. —Él ríe con sarcasmo.
—No, pero se podría hacer —dice Didi con toda su
buena intención—. Esto es simplemente lo que he
encontrado en diez minutos. Seguro que hay muchas
más opciones, ideas, información…
Martín se echa hacia delante, apoya los codos sobre
su mesa y murmura en tono despectivo:
—O sea, que has dedicado parte de tu horario de
trabajo a mirar esto.
«No entiendo por qué me molesto en intentar
explicarle nada a una persona que no quiere
entender…»
—Solo he visto una posibilidad de hacer que la tienda
se modernizara un poco y he creído que sería buena
idea comentártelo —responde ella guardándose el móvil
—. Ahora tú, con la información que te he dado, haces lo
que quieras.
—Por supuesto que haré lo que yo quiera, para eso
soy el gerente —replica él.
Didi lo mira, sabe que nunca se entenderá con ese
hombre.
—De acuerdo, Martín —murmura.
La morena va a levantarse de su silla, pero entonces
él le suelta:
—¿Qué te traes con Marta?
Ella lo mira sorprendida.
—¿A qué te refieres?
—A que veo que últimamente tenéis mucha
complicidad y ahí fuera estabais muy juntitas —dice
refiriéndose al almacén.
«¿En serio me está preguntando esto? ¿Y a él qué
coño le importa?»
—Somos amigas —se limita a contestar.
Él la observa esperando a que diga algo más. Pero
Didi, sosteniéndole la mirada, inquiere:
—Martín, ¿me estarías haciendo esta misma
pregunta si yo fuese un tío?
—Claro, ¿por qué no?
—No lo sé, dímelo tú —replica con dureza.
Didi se cruza de brazos mientras él sonríe con
desdén.
—Davinia, Davinia…, a la gente como tú la tengo
calada.
«Ya estamos con el puñetero “Davinia” en la boca…»
Pero Didi decide que ese tío no le va a joder el día,
así que cambia la expresión y, con una sonrisa,
contesta:
—Ah, ¿sí? ¿Por qué dices eso?
—Porque es fácil reconoceros. Siempre vais por ahí
pregonándolo a los cuatro vientos.
Vale, ya le ha quedado claro a lo que se refería
Martín.
—No me digas… —murmura con ironía.
De pronto Didi se da cuenta de que él se mueve
incómodo en su silla. Es consciente de que los
comentarios que está soltando están fuera de lugar,
pero ahora ella no piensa parar. Ha vivido demasiadas
situaciones como esa y está harta. Él solito se ha metido
en un jardín, y él solito tendrá que salir de él.
—¿Qué se supone que voy pregonando? —insiste.
Martín la mira incómodo. No sabe qué responder, y
finalmente, al ver que ella espera contestación, indica:
—Que te gustan las mujeres.
Didi sonríe y niega con la cabeza.
—Efectivamente, soy lesbiana, ¿y…? —replica.
El gerente parece cada vez más incómodo. Ver la
seguridad de la chica le hace sentir que lo que hace no
está bien.
—Tengo un contrato laboral según el cual debo
trabajar en este supermercado un determinado número
de horas —señala Didi acto seguido—. Una vez que
salgo de aquí, mi vida privada a ti no debería incumbirte
lo más mínimo, y lo sabes muy pero que muy bien.
A Martín comienzan a sudarle las manos, pero ella
prosigue:
—¿Acaso eres de los que creen que dos mujeres o
dos hombres no pueden tener una relación? —Él no
contesta y Didi, envalentonada, añade—: Y, según tú, ¿ir
pregonándolo a los cuatro vientos es ir de la mano de tu
pareja o darle un beso en la calle…?
—Por ejemplo —la corta él.
—Ya veo… —afirma la joven, que, incapaz de callar,
pregunta—: ¿A tu mujer y a ti os han llamado la atención
alguna vez por ir pregonando vuestro amor yendo
cogidos de la mano o por besaros delante de otras
personas?
—Por supuesto que no —se apresura a responder él
—. Pero en ciertos casos hay cosas que deberían
quedar de puertas para dentro.
Didi respira hondo. No soporta la homofobia. Sin
embargo, no quiere enfadarse ni decir nada de lo que
vaya a arrepentirse. Martín es su jefe y no puede ignorar
eso. Así pues trata de contener la rabia que crece dentro
de ella y declara:
—O sea, que me estás diciendo que lo que hagas tú
con tu mujer está bien, pero lo que yo haga o no con
quien me dé la gana está mal…
Martín está sudando.
—Vamos a ver, Davinia —contesta—, no tergiverses
mis palabras.
Comienza a quitarse la chaqueta del traje como
puede.
—Es lo que acabas de dar a entender, Martín —
replica ella.
Acalorado por el lío en el que se está metiendo, él
deja la chaqueta sobre la mesa.
—Estás intentando pintarme de un modo que no soy
—dice—. Mira, mi sobrino Paco es gay y no tengo
ningún problema…
«Pues pobrecillo, espero que no toda la familia sea
así, porque, si no, vaya cenas navideñas y reuniones
familiares le esperan…», piensa Didi.
—Perdona, pero que tengas un familiar o un amigo
que pertenezca al colectivo LGBTIQ+ no excluye que
seas homófobo —señala.
Él rápidamente niega con la cabeza y se excusa:
—Yo no tengo nada en contra de la gente como tú,
pero…
—Mira, Martín, vayamos por partes —lo interrumpe
Didi—. Si después de la frase «no tengo nada en contra
de la gente como tú» hay un «pero», siento decirte que
sí, que eres homófobo.
Él la mira muy serio.
—Y no solo eso —prosigue ella—, sino que si
encima, al hablar, haces una distinción entre la gente
como tú y la gente como yo, te reafirmas más en tu
homofobia. Y, mira, si no me crees a mí, háblalo con tu
sobrino Paco, que seguramente te va a explicar lo
mismito que te estoy explicando yo.
Martín abre la boca para decir algo, pero su teléfono
empieza a sonar.
«Salvado por la campana», piensa.
Didi y él se miran. Está claro que nunca van a ser
amigos.
—Bueno, Martín, te dejo, que veo que tienes trabajo
—dice ella poniéndose en pie.
Instantes después sale del despacho dejando dentro
al desconcertado gerente y, una vez fuera, no puede
evitar que se le escape la risa.
Capítulo 30

Marta entra en el vestuario y se encuentra a Didi. Ve que


la morena no se ha dado cuenta de su llegada, así que
cierra la puerta con cuidado.
Didi, que está cogiendo sus cosas de la taquilla, nota
que alguien la abraza por detrás. Sin necesidad de ver
quién es, rápidamente se le dibuja una sonrisa en la
cara, y más cuando la rubia propone:
—¿Te apetece venirte a comer a casa?
Didi se vuelve, sus caras están a pocos centímetros
la una de la otra.
—¿Y tu madre? —pregunta.
—Se ha ido unos días con Álvaro.
Su amiga asiente y, casi sin darse cuenta, dice:
—Vale.
Marta sonríe, ha hecho bien preguntándole, y la atrae
hacia sí para darle un beso. ¿Por qué esperar?
Minutos después, tras salir del supermercado, las dos
van a la parada del autobús.
—Oye, ¿qué ha dicho Martín de tu idea? —quiere
saber Marta.
—No lo he visto muy interesado —responde—. Pero
la charla que hemos mantenido me ha servido para ver
lo homófobo que es y que está demasiado pendiente de
nosotras.
Marta la mira sorprendida. Didi ve entonces que llega
el autobús y alza el brazo para que pare.
—¿Que está pendiente de nosotras? —pregunta—.
¿Martín es homófobo?
El bus se detiene y las chicas suben. Una vez que se
han sentado, Didi mira a su amiga y explica:
—Es un homófobo de mierda al que no le hace
ninguna gracia trabajar con una lesbiana como yo. Eso
sí, ya le he dejado claro que a mí se me contrató para
trabajar dentro de un horario y que, en mi tiempo libre, ni
él ni nadie tiene que decirme a quién puedo besar o
amar.
—Muy bien —afirma Marta.
—Y, encima, el muy cretino me salta con que él tiene
un sobrino que es gay, que cómo va a ser homófobo.
Marta la mira y ella prosigue.
—Según Martín, que dos heteros vayan por la calle
cogidos de la mano es normal, pero, en su opinión, la
gente como nosotras debería dejar esas cosas de
puertas para dentro.
La rubia mueve la cabeza y se lamenta:
—Qué desastre, en vez de evolucionar, el mundo
involuciona cada día más…
Didi asiente, es la verdad. Solo hay que ver las
noticias o toparse con personas como Martín para darse
cuenta de ello.
—Pues a mí nunca me ha dicho nada al respecto —
comenta Marta.
—Tarde o temprano te soltará algo, y más llevando
ese pin en la mochila —señala su amiga.
Marta mira el pin de la bandera inclusiva y entonces
recuerda algo.
—¡Por cierto! —dice abriendo su mochila y
rebuscando en su interior—. ¡Toma!
Didi coge lo que le tiende y lo mira. Es un pin con la
bandera lésbica.
—¿Y esto? —Ríe.
—Mi madre, que, como trabaja en publicidad, siempre
tiene cosas por casa que le sobran de distintas
campañas.
—Muchas gracias —dice Didi mientras lo engancha
en su mochila.
Hablando sobre la homofobia, llegan a su parada y
bajan del autobús. Caminan por la calle hasta el portal
de Marta y, una vez que entran en su piso, esta va
directa al baño.
Mientras tanto Didi lo observa todo a su alrededor con
atención. Le gusta mucho la decoración, nunca había
estado ahí. Da sensación de calidez. Le llama la
atención una de las paredes del salón, que está
revestida de ladrillo visto, y se acerca a tocarlo.
—Eso fue idea mía —oye que dice Marta.
—Pues queda fenomenal.
Didi la sigue hasta la cocina. La ve tirar algo a la
basura y coger una caja blanca de una estantería.
—¿Te encuentras mal? —quiere saber.
—Hoy soy yo la que está con la regla, tía —se
lamenta.
Marta llena un vaso de agua y se toma una pastilla.
—¿Te duele mucho? —pregunta Didi.
—Qué va, a mí no me suele doler mucho.
—O sea, que esto ha sido una trampa —bromea
apoyándose en la encimera.
Su comentario hace que Marta la mire con atención.
—Me has traído para que te haga la comida, igual
que tú me hiciste a mí la cena cuando estuve con la
regla.
La rubia se echa a reír.
—Ni confirmo ni desmiento —dice con guasa.
Didi sonríe. Haría muchas cosas por Marta.
—Vale, pero odio cocinar. Así que dime qué te
apetece comer y lo pido.
—¡Genial!
Vuelven juntas al salón y miran opciones para comer.
—¿Has probado alguna vez el Tasty Poke? —
pregunta Marta.
—Sí, y me encanta.
Didi ha comido mil veces esos deliciosos cuencos de
verdura.
—Pues ya está, decidido —concluye la rubia.
Eligen cómo quiere cada una su bol y los piden.
Como esperaban, la comida no tarda mucho en llegar, y
las chicas se sientan en el sofá para comer.
Marta coge el mando y enciende el televisor.
—¿Qué te apetece ver? —pregunta Didi interesada.
Su amiga deposita su bol sobre la mesa y se levanta.
Se acerca a un mueble, abre la puerta, coge algo y la
cierra de nuevo. Después se da la vuelta y deja un
montoncito de películas en DVD sobre la mesa.
—Hoy toca ver las películas que a mí me gustan.
—O sea, las románticas —murmura Didi.
—Y como te he dicho ya mil veces, Mamma Mia! no
sería nada sin las historias de amor.
Han tenido ese debate decenas de veces en sus
largos turnos en el súper.
Didi coge una cucharada de su comida y se la mete
en la boca.
—Mmm —responde.
Marta se ríe y coge un DVD del montón.
—La primera que quiero que veamos es mi peli
favorita: Cartas a Julieta.
Marta saca el DVD de la funda y lo introduce en el
reproductor. Coge su bol y se sienta de nuevo al lado de
Didi. Ambas disfrutan juntas de la comida y la película.
Cuando esta termina Marta se vuelve hacia Didi y
exclama:
—¡Sé que te ha gustado, estás sonriendo!
—La verdad es que es muy bonita —reconoce ella.
La rubia celebra que le haya gustado.
—¿Cuándo he dicho yo que no me gusten las
películas románticas? —pregunta luego ganándose una
mirada de su amiga—. Me gustan, pero no todas.
—Eso lo dices ahora para quedar bien. —Marta la
pica.
—No, si lo digo de verdad. Mira, hay una peli
romántica que me encanta, la habré visto tres o cuatro
veces.
La rubia la mira atentamente.
—Se llama Una cuestión de tiempo.
Marta se pone en pie a gran velocidad y busca entre
el montón de DVD que ha dejado antes sobre la mesa.
Encuentra el que busca y la mira.
—¿Te refieres a este pedazo de obra de arte? —dice
enseñándole la película en cuestión.
—Exacto.
—Pues nada, si quieres ahora la vemos.
Didi asiente, no tiene nada mejor que hacer. Marta
coge los dos boles de la mesa y se los lleva a la cocina.
Antes de volver al salón, pasa por el baño y, cuando
regresa, pregunta sentándose junto a Didi:
—¿Alguna vez has escrito una carta de amor?
—Nunca.
Ambas sonríen y Didi piensa en la película que
acaban de ver, y recordando las cartas de amor que han
salido en ella añade:
—Yo no sabría hacer eso.
—Todo es ponerse y dejar que los sentimientos fluyan
—responde Marta.
Didi la mira con curiosidad.
—¿Tú has escrito alguna carta de amor?
Marta se ríe.
—¿Tú qué crees?
—Con lo que te gustan estas películas, yo diría que sí
—contesta Didi.
—Sí, alguna he escrito. Me encanta escribir cartas.
—Yo no he mandado una carta en mi vida.
Marta la mira sorprendida.
—¿Me lo estás diciendo en serio?
Didi asiente.
—Uf…, a mí me encanta escribir cartas, ya sean de
amor o no —explica Marta—. Busco cualquier excusa
para hacerlo. De hecho, cada año por Navidad escribo
una carta distinta a todas las personas a las que quiero
y se las envío.
—O sea, que está la gente que no manda nada por
Navidad, es decir, yo. Luego la gente que suele enviar
postales navideñas. Y luego estás tú, que envías cartas
personalizadas —bromea Didi.
—Esa soy yo, y me encanta. —Sonríe—. Lo hago
desde bien pequeña.
—Eres una romántica empedernida desde pequeña
—comenta Didi.
Marta nota entonces que su móvil vibra y lo coge.
—Todo es culpa de mi abuela, que me sentaba con
ella a ver telenovelas. —Ríe.
Echa un vistazo al teléfono.
—Didi, mis amigos dicen de ir a tomar algo; ¿te
apuntas?
Ella la mira sin saber bien qué responder. «¿Y qué
pinto yo ahí?»
—No sé, son tus amig…
—Te van a caer genial, te lo prometo —la interrumpe
Marta.
La morena lo piensa. Meter a los amigos de por
medio puede complicar la cosa, pero al ver su expresión
no puede decir más que:
—Venga, valeeeeeeee.
Capítulo 31

Las chicas llegan a un local que Didi no conoce. Cuando


entran Marta y la mujer de la recepción se saludan con
complicidad.
—Hoy estáis en la sala 3 —le dice.
—¡Graciaaaas! —responde Marta.
La rubia coge cariñosamente del brazo a Didi y
caminan juntas hasta la puerta con el número 3 en el
centro. Marta la abre y Didi y ella entran.
—¡Hombreeee, ya estamos todos! —exclama un
chico que se acerca a saludar a Marta.
Didi los mira sorprendida.
—Didi, te presento a Miguel, Ari, Tana, Carlos y Nuria
—dice según los va señalando y, dirigiéndose luego sus
amigos, añade—: Y esta es Didi.
La chica reconoce a Miguel y a Ari, y alza el brazo a
modo de saludo general.
—¡La famosa Didi! —exclama Tana.
Marta se tapa la cara. En ese momento le gustaría
matar a su mejor amigo.
—¿Famosa? —murmura Didi.
—Casi paso más tiempo contigo en el trabajo que con
mi madre… De alguien tendré que hablar —bromea
Marta intentando salir del paso.
Sus amigos la miran con una sonrisa. Vale, se han ido
de la lengua. Tendrán que contenerse.
Didi observa la sala en la que están. No es
demasiado grande, pero tiene un sofá bastante amplio y
frente a él hay una enorme pantalla.
—Bueno, ¿preparadas para darlo todo? —pregunta
Ari.
—Sí, pero sin nada de alcohol, querida, que te
conocemos —avisa Tana.
Didi ve que todos se sientan en el sofá y ella se
acomoda junto a Marta.
Carlos coge entonces la tablet que hay sobre la mesa
y teclea algo. Luego se la pasa a Marta y esta se pone
en pie.
—Vamos, Nuria, ya he pedido nuestras bebidas.
La chica se levanta y Didi ve cómo sacan dos
micrófonos del mueble que hay bajo la pantalla.
«¿Un karaoke?», piensa algo asustada.
Carlos toca la gran pantalla táctil y elige una canción.
—¡Empiezas tú! —avisa.
—¿Otra vez, tíoooo? —se queja Nuria.
Empieza a sonar Shallow de Lady Gaga y Bradley
Cooper.
Didi los mira divertida y más aún cuando Carlos
empieza a venirse arriba como una buena diva. La
pareja termina y los demás aplauden.
—No pienso volver a cantar esta canción contigo,
Carlos, que lo sepas —avisa Nuria—. No es justo que yo
tenga que ser siempre Bradley Cooper y tú Lady Gaga.
—No te creas nada —murmura Marta dirigiéndose a
Didi—, siempre acaban cantándola juntos de nuevo.
—¡Me tocaaaa! —exclama entonces Ari
levantándose.
Toca la pantalla, se pone frente a ellos y, en cuanto
empieza a sonar Bad Habits de Ed Sheeran, la chica lo
da todo, mientras Carlos, que no ha llegado a sentarse,
baila con ella.
Los siguientes en salir son Tana y Nuria de nuevo,
que escogen Blinding Lights, de The Weeknd y Rosalía.
Su gran actuación consigue que todos acaben de pie
bailando con ellos, incluida Didi.
—¿Cantamos una? —le propone Marta cuando
terminan.
—No, no. Yo no puedo —se apresura a responder
Didi—. Me moriría de vergüenza.
—¿Esto te da vergüenza? —pregunta Marta
sorprendida.
—Muchísimo —admite—. Para otras cosas soy
lanzada, pero lo de cantar en un karaoke puede
conmigo. Yo canto en la ducha, cuando limpio la casa o
en los conciertos, que ahí hay tanto ruido que sé que
nadie me oye.
—Pero si hay hasta música de esa que te gusta a ti,
de los años ochenta —dice Marta riendo, aunque no
consigue convencerla.
Didi no se va a poner detrás de ese micro, lo tiene
claro. Tana, que las ha oído, las mira.
—Ya se te pasará, no hay prisa —anima el chico.
Didi sonríe, pero no cree que eso vaya a suceder.
Nunca ha llevado bien cosas como el karaoke o las
actuaciones escolares. Ser el centro de atención es algo
que odia con todas sus fuerzas.
—¡Tengo una! Veníos, chicas —dice Marta señalando
a sus amigas.
La rubia corre hasta la pantalla y la busca.
—Yo me pido Lola Índigo, que aún no he cantado
ninguna.
—Vale, pues yo Tini —elige Ari.
Nuria asiente, le parece perfecto cantar las partes de
Belinda.
Suena La niña de la escuela y las tres lo dan todo.
Tana, que está de pie con Carlos y Miguel, le tiende la
mano a Didi para que se acerque a ellos.
—Los «Oh, nena» del estribillo son nuestros —la
avisa alzando la voz.
Ella asiente y, cuando los ve cantar, gritan los cuatro
juntos:
—¡OOOOH, NENA, OH, NENAAAAA!
Tana y ella se miran y sonríen. En cierta manera ese
chico le recuerda a su amigo Sebas.
Las siguientes dos horas las pasan cantando,
bailando y disfrutando. Didi no se anima a cantar nada
en solitario ni en pareja, pero sí cuando cantan todos
juntos.
Al final lo importante es divertirse, y es lo que hacen.
Capítulo 32

Hace un precioso día de primavera en Madrid.


Sebas acaba de llegar al lugar donde ha quedado con
sus amigos y, al ver a Didi, se acerca para abrazarla.
Una vez que se separan, él murmura:
—Explícame qué estamos haciendo aquí.
—Llevo un rato preguntándomelo —responde ella
mirando a su alrededor.
Ángel, promotor de la actividad, consiguió
convencerlos y encontrar un día en el que todos
pudieran ir juntos al circuito de karts. No es un plan que
a Didi y a Sebas los entusiasme, pero son conscientes
de que en un grupo de amigos a veces se hacen cosas
que les gustan más a unos y otras veces cosas que les
gustan más a otros. Lo importante es pasarlo bien todos
juntos.
Los amigos van llegando uno a uno y, al rato, Ángel
aparece junto a un chico que no conocen.
—Os presento a Zahid —dice.
—Él fue el que te dio la idea de traernos aquí, ¿no?
—señala Sebas recordando cuando su amigo les habló
de un cliente del gimnasio que trabajaba en los karts.
—Exacto, ese soy yo. —Zahid ríe—. ¿Ya estamos
todos?
Kevin mira a su alrededor. Ve a algún que otro niño
correr, pero no encuentra a la persona que está
buscando.
—Falta mi hermana, que está a punto de llegar —
avisa.
—¡No somos los últimos, cari! —exclama Sebas
mirando a Valentín encantado, pues, a su pesar,
siempre suelen ser los últimos en aparecer.
—¿Sabes si viene con el idiota? —pregunta entonces
Didi.
Antes de que el pelirrojo pueda responder, Jacob ve
algo y le hace una seña a su amiga.
—Me temo que sí.
La chica mira hacia el lugar donde este le indica y ve
a la pareja acercarse cogidos de la mano.
—Qué pereza, por favor… —susurra.
Ellos llegan a su altura y los saludan.
—¿Qué tal, tío? —dice Ángel intentando ser amable.
Piero lo mira e intenta sonreír. Estar con ellos no le
apasiona, pero responde:
—Tutto bene.
Clara se sitúa junto a Didi y ambas intercambian una
sonrisa.
—¿Ahora sí que estamos todos? —pregunta Zahid.
Ángel asiente—. Perfecto, pues veníos conmigo.
El grupo camina junto a él.
—Como sabéis, habéis venido a un circuito de karts
—explica—. Desde fuera conducir un kart puede parecer
fácil, pero una vez que estamos montados en él la cosa
se complica un poco más. Hay que estar ágil física y
mentalmente.
—Mal empezamos —bromea Sebas haciendo reír a
los que tiene a su alrededor.
—Por ello, y para seguridad de todos, primero vais a
pasar a esta sala —dice señalando una puerta—, para
que mi compañera os haga el briefing.
—¿Que nos haga qué? —pregunta Valentín
confundido.
—Es como una sesión informativa de todo lo que
necesitáis saber antes de subiros a un kart —explica
Zahid.
—¡Ay, no! Que encima hay que estudiar… —murmura
Sebas consiguiendo un suspiro de Didi.
Zahid abre la puerta y todos entran en la sala que les
indica. En el tiempo que pasan allí dentro les enseñan
todo lo que necesitan saber una vez que estén
montados en sus karts y cómo reaccionar ante varias
situaciones que podrían darse cuando haya empezado
la carrera. Al cabo de un rato todos salen de ella.
—Madre mía…, creo que ya he olvidado todo lo que
nos ha contado —musita Jacob.
—Ha sido demasiada información de golpe —dice
Valentín.
Zahid los ve y va a su encuentro.
—Veo que ya habéis salido, ahora veníos de nuevo
conmigo y vamos a por los monos.
Todos lo siguen hasta un vestuario.
—Vale. Aquí los tenéis ordenados por talla, id
cogiendo el que queráis. Recordad que os lo tenéis que
poner encima de vuestra ropa —avisa.
Se acercan a la estantería y van escogiendo hasta
que Sebas, echando un ojo, pregunta:
—¿Todos son de color negro?
—¿Y qué esperabas? —Didi ríe a su lado—. ¿Toda
una gama de colores, tejidos y brillos?
Sebas le lanza una mirada, y Jacob bromea
haciéndolos reír a todos excepto al italiano:
—Oye, pues unos brillos no le quedarían nada mal,
seguro que me favorecerían.
Piero los escucha, pero no interviene. No le interesa
su conversación. Minutos después todos van
poniéndose los monos encima de su ropa. Bueno, todos
menos Sebas, que mira el suyo con ciertas dudas.
—¿Está limpio? —le pregunta con discreción a Zahid.
—Sí —dice el chico, que al ver su expresión añade—:
Te lo aseguro.
A Sebas no le queda más remedio que ponérselo.
Tendrá que fiarse de él.
—¿Hacemos una porra? —propone Valentín
abrochándose el mono.
—¿Para qué? Si está claro quién va a ganar —
comenta Didi subiéndose el mono como puede.
—A veces te puedes llevar grandes sorpresas —
avisa Zahid.
Didi niega con la cabeza.
—Estoy segurísima de que va a ganar Ángel.
Su comentario hace que las miradas se dirijan al
chico. Este levanta entonces la mano derecha como si
estuviera en un juicio y declara:
—Prometo que no he ido a un circuito ni he
conducido un kart en mi vida.
—No te lo crees ni tú. —Valentín ríe.
Zahid sonríe por los comentarios del grupo.
—¿Por qué crees que va a ganar Ángel? —le
pregunta a la morena.
—Por favor, si solo hay que verlo —dice ella—. Que
me podrán gustar las tías, pero las cosas como son: el
Capitán América al lado de Ángel no es nadie.
—Qué exagerada eres, Didi. —Kevin ríe.
—El Capitán América será el culo de América, pero
sin duda Ángel es el culo de Españita —bromea Sebas
recordando memes que ha visto en Twitter.
Todos se echan a reír.
—Entonces ¿ninguno ha ido a los karts antes? —
quiere saber Zahid.
Clara mira a Piero. De camino le ha contado que él
ha ido más de una vez con sus amigos. Este levanta la
mano, y Ángel murmura entonces mirando a Didi:
—Pues ya sabemos quién va a ganar.
Sebas es el último en abrocharse el mono.
—¿Has ido muchas veces? —le pregunta Jacob al
italiano intentando ser amable.
—He estado en el circuito de karts unas cuatro o
cinco veces con miei amici in Italia —responde Piero con
su característica chulería.
—¿Y has ganado alguna carrera? —señala ahora
Kevin interesado.
Piero asiente.
—He ganado varias.
—¿Es muy tarde para retirarme? —inquiere Sebas.
—Anda, veníos conmigo. —Zahid ríe.
Todos lo siguen hasta el circuito, se colocan junto a
los karts y Zahid coge entonces una caja de la que saca
unas redecillas desechables.
—Tomad, poneos una cada uno encima del pelo —
indica y, mirando a Didi, señala—: Yo que tú me metería
las trenzas dentro del mono o bajo la red.
Ella se apresura a bajarse un poco la cremallera del
mono y, con ayuda de Jacob, las introduce en la parte
trasera. No quiere sustos.
—¿De verdad tenemos que ponernos estas redes de
cocinero? —pregunta Sebas horrorizado al coger la
suya.
—Los cascos se los pone mucha gente —le advierte
Piero mientras se coloca la suya—. E la gente suda
molto.
Nada más oírlo Sebas se tapa el pelo con la red. Ha
sido fácil convencerlo.
—Sois ocho personas, así que estos de aquí serán
vuestros karts —explica Zahid—. Sentaos en el número
que prefiráis cada uno.
Didi se va tranquilamente hacia el kart número 8, el
último. Ángel acompaña a Kevin al kart número 1 y él se
sienta en el 2. Piero escoge el número 3, y Clara el 4.
Jacob se instala en el siguiente que queda libre, el
número 5.
—¿Cuál quieres? —le pregunta Valentín a su chico.
Sebas mira a Didi.
—Yo quería el último —se queja.
—No, rey, tú te subes a ese —dice ella señalando el
número 7—, y así estás al lado de Valentín, que para
eso es tu novio.
Sebas rechista, pero obedece, mientras que Valentín
se sienta justo en el de delante, el número 6.
Los compañeros de Zahid los ayudan a ponerse el
cinturón.
—Chicos y chicas —dice él entonces llamando la
atención de todo el grupo—, ahora vais a dar unas
vueltas para que cojáis sensaciones, conozcáis el
circuito en primera persona y os habituéis a vuestro kart.
Todos asienten y Zahid se pone junto a Kevin y le
indica:
—Ya puedes salir.
Kevin pisa el acelerador con algo de miedo y se pone
en marcha. Tras él van saliendo todos. Avanzan unos
metros y algunos empiezan a acelerar. Clara acelera
más de la cuenta y hace un trompo en una de las
curvas. Dan un par de vueltas más y Zahid los avisa
para que paren los karts en la salida.
Colocan los vehículos en sus posiciones, siguiendo
las marcas que hay pintadas en el suelo. Didi y Sebas
se miran y ella lo saluda con la mano.
—¡¿Todos listos?! —Zahid llama su atención
elevando la voz—. Recordad, espalda pegada al asiento
y ojos en la carretera. ¡En cuanto haga ondear la
bandera, a por todas!
El chico se quita de en medio y agita la bandera. Los
ocho pisan el acelerador, unos más que otros.
Ángel y Piero salen a toda velocidad, mientras que
los demás los siguen como pueden. Dan varias vueltas,
y Valentín adelanta a Clara. Ella se asusta y, de nuevo,
el coche le hace un trompo en una curva.
Los que van en los primeros puestos adelantan varias
veces al resto, hasta que, tras unas vueltas más, Zahid
hace ondear la bandera. Ya tienen ganadores.
Una vez que han parado todos los coches y los
chicos se han bajado de ellos, Zahid les cuenta:
—Ahí tenéis vuestra clasificación.
Los ocho miran la pantalla. Sebas se quita el casco y
la redecilla del pelo agobiado.
—Al final tenías razón y todo —dice Zahid mirando a
Didi.
El ganador de la carrera ha sido Ángel, seguido de
Piero y Clara.
—Eso os pasa por no confiar en mi intuición —
advierte ella.
—Estoy sudando muchísimo, qué calor —le comenta
Jacob a Sebas.
—Lo he pasado fatal… —murmura este.
—Normal…, para que yo haya acabado por delante
de ti, con lo lenta que iba… —bromea Didi al oírlo.
Zahid los lleva entonces a una zona de descanso
donde hay agua fría para que se relajen.
—¿Vamos a hacer una seconda carrera? —pregunta
Piero.
—Sí, pero ahora les toca correr a otros grupos —
responde Zahid—. En cuanto acaben, vuelvo a por
vosotros.
—Quieres la revancha, ¿eh? —Ángel lo pica.
El italiano asiente revolviéndose el pelo. Todos toman
asiento dejando los cascos a un lado.
—¿Qué tal la experiencia? —pregunta Ángel antes de
darle un trago a su botella de agua.
—¡Superbién, me ha encantado! —responde Clara.
—He tenido el corazón a mil durante todo el rato,
pero la verdad es que genial —dice Jacob.
—Yo lo que tengo claro es que solo pienso acelerar
cuando haya una recta larga, si no, en las curvas me
voy a la mierda —comenta Clara recordando los
trompos que ha hecho en la primera carrera.
Todos asienten excepto Sebas, que murmura:
—Es divertido, pero esto no es para mí. Lo he pasado
fatal.
—Yo te he visto suelto en el circuito —lo anima
Valentín.
Su chico lo mira y le da la mano.
—Cariño, con ese comentario demuestras lo mucho
que me quieres, porque he ido tan lento que hasta esa
niña lo habría hecho mejor. —Señala a una chiquilla de
no más de cinco años que juega con otros niños.
—Entonces ¿te animas para la segunda carrera? —le
pregunta Kevin.
—Ni de broma —contesta Sebas—. Yo nací para ser
cheerleader, tenéis que aceptarlo. Así que me quedo en
la valla y os animo desde ahí.
Piero bebe de su botella.
—Y os digo una cosa —vuelve a hablar Sebas—: si
antes ya me daba miedo sacarme el carnet de conducir,
no creo que ahora lo haga nunca. Cuando mis padres
me presionen pienso echaros la culpa a vosotros.
Todos charlan tranquilamente hasta que Zahid vuelve.
Entonces se ponen en pie y lo siguen. Llegan a los karts
y vuelven a colocarse en el mismo orden. Como Sebas
no participa esta vez, Didi se sitúa en una posición
anterior.
—¡Vamos, que lo vais a hacer genial! —los anima su
amigo desde la valla.
Zahid les da la orden para que den un par de vueltas
primero. A continuación colocan los coches en las líneas
de salida y esperan a que este haga ondear la bandera
como ha hecho antes.
El chico lo hace y todos aceleran. De nuevo Piero y
Ángel se colocan en las primeras posiciones.
Tras un par de vueltas, todos empiezan a pisar un
poco más el acelerador.
—¡Vamos, Didiiiiii! ¡Reina! —grita Sebas agitando la
redecilla del pelo que tiene en la mano, pero, al pasar,
ve que era el kart número 4, y murmura—: Uy, creo que
esa no era Didi…
La carrera llega a la recta final. Piero y Ángel
adelantan a varios de sus amigos doblados y entran en
la última vuelta. Jacob acelera más de lo que debería en
la última curva del circuito y hace un trompo que lo deja
en medio del trazado. Clara y Valentín, que iban justo
detrás de él, intentan esquivarlo, con la mala suerte de
que sus karts se dan entre ellos.
—¡Ay, madre! —exclama Sebas al verlo.
—La que se está liando en la curva —oye decir a
unos señores a su lado.
Kevin se encuentra la escena e intenta sortear a sus
amigos, pero su kart acaba yéndose a la arena. Sebas
se preocupa por Didi.
«A ver qué número es ella… —se dice—. Iba detrás
de mí y yo, detrás de Valentín, que era el número 6…
¡Didi es el 7!»
Piero y Ángel llegan a la curva en la que están
parados sus amigos y tratan de esquivarlos, pero Ángel
no lo consigue.
—¡DIDI, CUIDADOOO! —grita Sebas con la
esperanza de que su amiga lo oiga.
Pero no, la morena llega a la curva y se encuentra
todo el percal. Decide cerrar los ojos a la espera del
golpe y mover el volante hacia los lados. Al ver que el
golpe no llega, vuelve a abrirlos y se da cuenta de que
su kart pasa junto a Jacob sin tocarlo. La chica entra en
la última recta y acelera.
Los trabajadores del circuito entran para ayudar a sus
amigos a recolocar los karts y que al menos crucen la
línea de meta.
—Si le pisa bien, le pillará el rebufo al de delante —
vuelve a oír Sebas que dicen los de su lado.
—¡Corre, Didi, que le pillas el rebufo! —grita sin saber
qué es lo que está diciendo.
Los hombres miran a Sebas, él los mira y estos
asienten. Él asiente también.
Piero echa una rápida mirada hacia atrás y ve que
Didi le pisa los talones. El italiano no lo duda y pisa el
freno, y ella, que no lo esperaba, choca con él. Todo su
cuerpo da un brusco tirón hacia delante.
Piero cruza la línea de meta, mientras que Didi aún
no sabe ni lo que ha pasado. Deja caer el pie con
cuidado sobre el pedal para acelerar y mueve el kart con
lentitud hacia la zona en la que debe dejarlo. Nada más
llegar Zahid se acerca a ella y le levanta la visera del
casco.
—¿Estás bien?
La morena lo mira y pestañea varias veces seguidas.
—Estoy un poco mareada.
—¿Puedes levantarte?
Didi se agarra al chico y él la sujeta con fuerza hasta
que consigue ponerse en pie. Y entonces Sebas llega
corriendo hasta su amiga.
—Didi, mi reina, dime que estás bien, por favor.
—Está un poco mareada, la voy a llevar con los
sanitarios —explica Zahid.
La muchacha y él se alejan caminando.
—¿Didi está bien? —pregunta Piero aproximándose a
Sebas.
Este lo mira muy serio. Se ha dado cuenta de lo que
ha ocurrido, desde donde él estaba ha podido verlo
perfectamente, y responde dándose la vuelta para
recibir al resto de sus amigos:
—No lo sé.
Estos paran los karts y se bajan con rapidez.
—Sebas, ¿qué ha pasado con Didi? —inquiere Jacob
—. Desde allí no hemos podido ver nada.
El aludido se muerde la lengua. Lo que ha visto no le
ha gustado nada y sabe que, como lo cuente, se va a
liar bien gorda.
—¿Adónde se llevan a Didi? —pregunta Kevin
preocupado.
Ángel corre para acompañar y ayudar a Zahid y a su
amiga.
—Piero, ¿qué ha pasado? —quiere saber Clara.
Sebas lo mira y se cruza de brazos, y aquel responde
con cara de angelito:
—Non lo so.
Ver su cara y en especial el gesto de Clara le
revuelven las tripas a Sebas, que suelta irónicamente:
—Ah, ¿no lo sabes? —Piero lo mira y él añade—:
¿Acaso no has frenado para evitar que Didi te
adelantase?
Clara mira a su chico confundida.
—Non lo so —dice él—. El kart se ha frenado
all’improvviso.
Sebas niega con la cabeza. Él sabe muy bien lo que
ha visto.
—Fíjate qué casualidad… —murmura Jacob.
Todos se miran entre sí en silencio unos instantes y
luego Sebas afirma:
—Piero, yo sé lo que he visto y tú lo sabes también.
En ese momento una de las empleadas del recinto se
acerca a ellos.
—Chicos, por favor, necesito que os apartéis de aquí
porque tiene que venir otro grupo, ¿vale? —les pide.
—¿Qué pasa con nuestra amiga? —pregunta Jacob
preocupado.
—Zahid se la ha llevado con los sanitarios, ellos
tratan cosas así a diario. Está en buenas manos, no os
preocupéis —intenta tranquilizarlos la joven—. Si
queréis podéis esperarla en la zona en la que estabais
descansando antes.
—Gracias —dice Kevin.
Todos van a donde ella les indica. El primero en llegar
es Piero, junto a una desconcertada Clara, que
enseguida toma asiento.
—¿Habrá cámaras aquí? —pregunta Sebas inquieto.
—Supongo —le dice Valentín sentándose en una de
las sillas.
Jacob deja el casco a un lado y comienza a quitarse
el mono. Está agobiado por la situación y tiene mucho
calor. Los demás lo ven y lo imitan. Ya no necesitarán
los trajes para nada. En ese momento Clara se percata
de algo. A Jacob, al quitarse el mono, se le levanta un
poco el pantalón vaquero que lleva debajo y la chica ve
algo. Concretamente ve que lleva un tatuaje de la silueta
de Australia en el tobillo. ¿Al final se lo ha hecho sin
ella? Y, aunque tiene curiosidad por saber, decide no
preguntarle a su amigo por el tema. No es el momento,
hay demasiada tensión en el ambiente.
Media hora después Ángel vuelve con ellos ya con el
mono quitado y todos se ponen en pie al verlo.
—Vale, tranquilos. Didi está bien, y nos espera en la
entrada —avisa viendo sus caras de circunstancias—.
Coged los monos y los cascos y veníos conmigo.
Todos hacen rápidamente lo que les dice su amigo y
lo siguen. Cuando llegan a la recepción Sebas ve a Didi
sentada en una silla junto a una de las chicas que
trabajan allí. Sin tiempo que perder, le da el mono y el
casco a su novio y se va directo hacia ella.
—¿Estás bien?
—Saldré de esta. —Didi sonríe.
Él va a darle un abrazo, pero ella pone el brazo y lo
frena. Tras el golpe le duele todo, y lo que menos quiere
es que le duela más aún.
—Mejor dejamos el abrazo para otro día, rey. —
Sebas asiente y le da la mano con cariño.
Después de dejar los monos y los cascos, los demás
también se acercan a Didi. Justo en ese momento
aparece Zahid.
—Bueno, espero que te mejores pronto, Didi.
Acuérdate de hacer reposo, es importante —le dice. Y,
mirando al resto, añade—: Espero volver a veros por
aquí —aunque sabe que, a corto plazo, no va a ser así.
Ellos se ríen, se despiden de él y empiezan a caminar
hacia la salida. Kevin mira preocupado a Didi, que está
demasiado callada.
—Oye, Ángel, no hemos pagado —comenta Valentín.
—No te preocupes, he pagado yo —responde él—.
No está el ambiente como para pararnos a hacer
cuentas ahora, otro día lo hablamos.
Valentín asiente, será lo mejor.
Una vez fuera del recinto, llegan al aparcamiento. Didi
suelta entonces la mano de Sebas, acelera el paso y se
planta frente a Piero haciéndolo parar en seco.
—¡¿Se puede saber por qué coño has hecho eso?! —
lo increpa.
Todos la miran sorprendidos.
«Ya decía yo que estaba demasiado callada», piensa
Kevin.
—¿Qué he hecho? —pregunta el italiano.
—Frenar sabiendo que yo estaba justo detrás de ti —
replica enfadada.
Piero levanta las cejas, sabe que todos lo miran, y se
limita a decir:
—Yo no he frenado.
—¿Estás seguro de eso? —insiste la joven—. Porque
yo he visto cómo te volvías para ver dónde estaba justo
antes de frenar.
Piero saca entonces el paquete de tabaco del bolsillo
de su chaqueta, pero Didi se lo tira furiosa al suelo de un
manotazo. Clara se sitúa a su lado cuando el italiano
gesticula con las manos y exclama subiendo la voz:
—Ma che cosa fa?! ¡Si tú no sabes conducir, non è
problema mio!
Didi, que está calentita, se acerca más a él y grita:
—¡¿Y lo tuyo es saber conducir?!
—Relájate, Didi, piensa en tu cuello —le advierte
Ángel.
Piero se agacha para recoger el paquete de tabaco
del suelo y Clara lo mira con semblante serio. Sebas,
alucinado porque nunca había visto así a Didi, se coloca
a su lado y pregunta en tono calmado para intentar
tranquilizarla:
—¿Qué te han dicho los sanitarios?
—Que tengo un puto esguince cervical de grado 1 por
culpa del imbécil este —se queja señalándolo.
—No me faltes el rispetto —le advierte Piero.
—Respeto he tenido ahí dentro porque había niños
delante, aquí fuera ninguno. ¡No te lo mereces! —replica
Didi.
Clara no sabe qué pensar ni qué hacer. Está entre los
dos.
—Creo que es mejor que te calles, Piero —tercia
Jacob con rotundidad al ver que el italiano va a
contestar.
Ambos intercambian miradas poco amistosas y
Sebas pregunta:
—¿Y te duele? ¿No te han recetado nada para el
dolor?
—Claro que me duele, Sebas —responde Didi y,
volviendo a mirar a Piero, añade—: Pero más me duele
que este tío pretenda mentirme ahora en mi puñetera
cara.
Ángel, que como todos nota la tensión en el
ambiente, murmura dirigiéndose a Sebas al ver que
Clara y su chico hablan:
—Le han mandado antiinflamatorios y relajantes
musculares.
Piero se mueve inquieto, quiere irse de ahí, y asegura
mirando a Clara:
—Yo no he mentido. En el briefing nos habían
avisado de que queste cose podían succedere.
Didi va a hablar de nuevo, pero Sebas frena a su
amiga, y el italiano agrega:
—Eso te pasa por no aver prestato attenzione.
—Ya vale, Piero, basta —se queja Clara.
Ángel toca entonces con cariño el brazo de Didi y
musita:
—Yo creo que deberíamos…
Pero Jacob lo interrumpe. Cree a su amiga, no a
aquel imbécil que siempre que está con ellos tiene que
hacerse el superior. E, incapaz de callar, matiza:
—Claro que estas cosas pueden suceder, pero de
manera accidental, no provocada.
Al oírlo, Piero se le enfrenta. Jacob no le gusta. No le
gustó desde el primer momento en que lo vio bailando
con Clara.
—Mi stai dicendo che l’ho fatto apposta? —lo increpa
como un macarra.
—Básicamente. —Jacob se cruza de brazos.
Piero se mueve haciendo aspavientos y luego
exclama acercándose a él:
—Non rompere i coglione!
Jacob sonríe. El otro ha dicho de malos modos y en
su idioma que no le toque los cojones, y con la misma
chulería le responde:
—No me los toques tú a mí.
El ambiente se tensa más aún. Está claro que, como
no lo detengan, ahí va a haber más que palabras. Así
que Ángel rápidamente se pone entremedias de los dos
y, separándolos, vocea:
—¡Vale ya!
Jacob y Piero se miran desafiantes.
—Yo creo que será mejor que dejemos esta discusión
aquí —añade Ángel—. Está claro que si seguimos así
no vamos a llegar a ningún lado. —Sus amigos lo
escuchan con atención—. Clara, te pido por favor que
Piero y tú os montéis en tu coche y os vayáis. —La
pelirroja asiente incómoda—. Sebas y Jacob, que se
vayan en el coche de Valentín —y, mirando a su novio,
añade—: Y Didi se viene con nosotros y la llevamos a su
casa.
Todos asienten conformes, saben que es lo mejor.
Entonces Piero mira a Didi con una sonrisa sarcástica
y se despide:
—Ciao, bella!
El italiano da media vuelta y empieza a caminar hacia
el coche de Clara. La morena lo mira furiosa y exclama:
—¡Espero no volver a verte en mi vida, gilipollas!
Clara, que está totalmente desconcertada, se acerca
para despedirse de ella.
—Lo siento muchísimo, Didi —murmura.
—Más lo siento yo por ti, reina. No debe de ser una
situación fácil —repone ella mirando a su amiga—. Lo
que sí te pido es que, si se apunta a algún plan de grupo
como hoy, que por favor me avises. Paso de verle la
cara y volver a coincidir con él.
Clara asiente, entiende a Didi. Se despide de ella y,
consciente de que debe tener unas palabras con el
italiano, camina hacia su coche.
Con disimulo, Didi se agarra del brazo de Ángel; aún
sigue un poco mareada por el dolor de cuello. Luego
pregunta a Sebas:
—Eras tú el que gritaba durante la carrera, ¿no?
—¿Me has oído?
—Claro —afirma—. No sé lo que decías, pero
reconocería ese tono de voz en cualquier parte del
mundo.
—No sabes lo superhetero que me he sentido
gritándote cosas que no entendía. —Su amigo ríe.
Y eso es justo lo que ella quería ver antes de irse:
una sonrisa en una cara amiga.
Capítulo 33

Después de pagar la carrera, Cecilia le da las gracias al


taxista que la ha llevado a su misteriosa cita con Hunter
en su restaurante favorito y se baja del coche.
Cuando entra, pregunta por la mesa a nombre de su
novio y el camarero la guía.
—Pero ¿qué estáis haciendo vosotros aquí? —
exclama sonriendo al ver que, en lugar de Hunter, en la
mesa están sus sobrinos.
Kevin y Clara se levantan.
—Darte una sorpresa —contesta él dándole un
abrazo.
—¿Una sorpresa a mí? —dice Cecilia cuando se
separan.
Clara sonríe y abraza también a su tía.
—Hoy la sorpresa es para ti —afirma.
La mujer los observa con cariño. Y, mientras se
acomodan alrededor de la mesa, Kevin murmura:
—Hunter nos chivó que este era tu restaurante
favorito y nos ayudó a conseguir mesa.
Cecilia sonríe.
—¿Y cómo lo habéis hecho para que no me cuente
nada? —pregunta sorprendida—. Conociendo a Hunter,
no debe de haber sido nada fácil.
Los mellizos se ríen, saben lo difícil que es guardar
secretos para Hunter, pero en esta ocasión lo ha
conseguido.
—Nos vas a tener que aconsejar tú qué comer,
porque nosotros nunca hemos venido aquí —dice Kevin
mientras le pasa la carta a su tía.
—Este restaurante asiático es increíble, ya lo veréis
—afirma Cecilia—. Entonces ¿os fiais de lo que yo pida?
—Tú conoces nuestros gustos, ¿no? —bromea Clara.
—Casi mejor que los míos, cariño. —La mujer ríe.
—Entonces pide lo que tú quieras —responde Kevin.
Minutos después se acerca el camarero y, ante la
atenta mirada de los mellizos, Cecilia pide lo que van a
comer. Una vez que él anota la comanda, recoge la
carta y se va, la mujer mira a sus pelirrojos preferidos.
—Bueno, ¿qué tal todo? —pregunta—. Contadme.
Clara suspira. Los últimos días con Piero han sido
algo intensos.
—¿Recuerdas que te comenté que íbamos a ir a los
karts? —empieza.
—Sí.
—Pues fuimos hace unos días y hubo movida en el
grupo.
Cecilia la mira sorprendida, ya que el grupo de sus
amigos se lleva muy bien.
—Pero ¿qué ocurrió?
Kevin y Clara intercambian una mirada.
—Que tuve la gran idea de llevar a Piero conmigo —
se lamenta ella—, eso fue lo que ocurrió.
Su tía los mira a ambos sin entender nada.
—A ver, cariño, explicádmelo desde el principio para
que yo me entere.
Kevin toma la palabra, y Clara, que observa en
silencio, se da cuenta de cómo a su tía le va cambiando
la cara según avanza la historia.
—Pero ¿Didi está bien? —quiere saber la mujer.
Los gemelos afirman con la cabeza.
—Le he mandado un mensaje esta mañana y me ha
dicho que está bien —dice Kevin—, que le sigue
doliendo, pero no como para volver al hospital. Y…,
bueno, que se había librado del curro un par de días,
aunque mañana ya le toca volver sí o sí.
Cecilia asiente. Adora a Didi y, ahora que sabe lo que
sucedió, intentará contactar con ella más tarde para ver
cómo está.
—¿Tú has vuelto a hablar con ella? —le pregunta a
continuación a Clara.
—La llamé el mismo día que sucedió todo por la
noche y le pedí perdón —cuenta la chica—. Me dijo que
conmigo no tenía ningún problema, que no tenía por qué
pedirle disculpas, pero que no quiere volver a ver a
Piero ni en pintura.
—No me extraña —murmura su hermano.
—¿Y Piero se ha disculpado? —pregunta Cecilia tras
tomar aire.
—No, él dice que no tiene que pedir perdón por nada.
—Es un idiota —afirma Kevin.
Al oírlo Clara suspira.
—No empieces otra vez, por favor.
Cecilia niega con la cabeza, no le gusta lo que oye.
—Entonces ¿me estáis diciendo que el accidente fue
intencionado? —insiste.
Kevin mira a su hermana, quiere oír su respuesta.
—Piero dice que no, pero yo, sinceramente, no me lo
creo —indica ella.
—Menos mal —susurra el pelirrojo.
Cecilia está orgullosa de que su sobrina diga eso y,
tras poner su mano sobre la de ella, señala:
—En la vida es importante saber ganar, pero también
saber perder.
Los tres asienten, y luego Kevin se queja:
—Lo peor es que Piero no iba a perder la carrera: era
el ganador le adelantase Didi o no, pero su orgullo de
machote no le permitió que una mujer le pasara en la
recta final.
—Basta, Kevin —protesta Clara.
—Vale. Pero solo digo la verdad —insiste él.
En ese momento un par de camareros se aproximan
a la mesa. Dejan sobre ella varios platos que tienen una
pinta estupenda, y Cecilia pregunta interesada:
—¿Y tú qué tal estás con Piero?
Clara la mira y, sin ganas de mentir, afirma:
—No lo sé, tía. Solo sé que estamos raros desde ese
día.
Kevin y Cecilia intercambian una mirada cómplice.
—Te voy a ser sincera, cariño —añade la mujer
jugándosela—. Si un chico con el que llevo poco tiempo
le hace eso a mi amiga, siendo como soy yo, corto la
relación al minuto.
Su sobrino asiente, opina igual que ella.
—Me creas o no, lo he pensado mucho estos días —
dice Clara.
—¡Notición! —exclama Kevin, que, al ver cómo lo
mira su hermana, pregunta—: Pero ¿tú eres feliz con él?
La chica suspira. Lo que comenzó siendo una bonita
ilusión, cada día que pasa se está convirtiendo en algo
que no sabe definir.
—Es que ahí está el problema —responde—. Que
hay días en los que estoy superbién con él y otros en los
que no.
Los tres se miran. Está claro que Clara debe tomar
decisiones.
—Sé que eres juiciosa y lista y sabrás qué
determinación tomar —dice Cecilia—. Aun así, necesites
lo que necesites, nunca olvides que Kevin y yo estamos
aquí, ¿de acuerdo, cariño?
Clara asiente. Sabe perfectamente que puede contar
con ellos.
Acto seguido la mujer, consciente de que deben
cambiar ya de tema, señala los platos y anima:
—Venga, vamos a probar todo esto, que tiene
superbuena pinta.
El ambiente se relaja en cuanto dejan de hablar de
Piero y la comida transcurre con normalidad, mientras
charlan de todo un poco.
—¿Os acordáis de mi amiga Amanda? —dice Clara
al cabo.
—Sí —afirma Kevin.
—Era una amiga tuya de Valencia, ¿verdad? —
Cecilia duda.
Clara asiente.
—Exacto. Era de Valencia, aunque ahora lleva un
tiempo viviendo en Barcelona con su primo. Pues el
caso es que se va a venir un fin de semana a Madrid
conmigo.
—¿Cuándo? Me encantaría verla —comenta Kevin.
—Aún no sé los días, pero en cuanto lo sepa te lo
confirmo.
—Yo creo que tu piso podría estar listo para cuando
ella llegue —tercia Cecilia—, ya no falta prácticamente
nada.
—¿Tú crees? —Su tía asiente y la joven murmura—:
Me haría mucha ilusión que pudiese quedarse en mi
casa.
Kevin mira a su tía con una sonrisa. Todavía recuerda
la emoción que sintió cuando le regaló su piso.
—¡Se viene fiestón! —suelta.
Los tres ríen y Cecilia, haciendo una pausa, mira su
bolso e indica:
—La decoración está muy avanzada. Tengo el
segundo juego de llaves aquí, así que, si queréis,
podemos ir a verlo cuando terminemos de comer.
—¡Me muero de ganas, tía! —exclama Kevin.
Clara sonríe. De momento su hermano es la única
persona, aparte de Hunter y su tía, a la que se lo ha
dejado ver. Y aunque ella prefiere esperar a que todo
esté listo, lo cierto es que le apetece mucho compartir
ese momento con ellos.
—De acuerdo. Me parece una idea excelente.
Mientras hablan, los camareros dejan un surtido de
postres en el centro de la mesa. Los hermanos se miran
y, después de que Clara le haga un gesto a su hermano,
este dice:
—Bueno, tía, en realidad sí que hay un motivo para
esta comida…
Cecilia los observa con atención.
—Nos dijiste que no querías despedida de soltera ni
ningún tipo de fiesta —indica Clara—, así que se nos
ocurrió invitarte a comer. Solo nosotros tres, como algo
especial.
La mujer sonríe. Cualquier cosa que sus sobrinos
hagan para ella es especial.
—Muchísimas gracias a los dos —murmura con
cariño—. Está siendo una comida maravillosa.
Kevin y Clara sonríen.
—Por cierto —dice entonces él—, hemos dado
muchas vueltas intentando decidir qué regalarte por tu
boda y…, bueno, no creas que ha sido fácil.
Su tía los mira y se apresura a decir:
—Vamos a ver, chicos, no tenéis por qué regalarme
nada. Con saber que os tengo a mi lado y que formáis
parte de mi vida es más que suficiente.
Kevin se lleva la mano al corazón al oír eso. Clara
abre entonces su bolso, saca una caja negra con un
lazo blanco y se la tiende a su tía.
—De Kevin y mío, ¡esperamos que te guste!
Emocionada, la mujer mira la caja y, susurrando,
bromea sin cogerla:
—Mira que sois cabezones.
Los hermanos se miran, les gusta ver la emoción en
el rostro de su tía, y Kevin indica:
—Que sepas que la primera idea que se nos ocurrió,
y también la que más nos gustaba, era llevarte a un
estudio de tatuajes y hacernos algo los tres juntos. —
Cecilia abre mucho los ojos al oír eso y su sobrino
matiza—: Pero como sabemos que tú nunca te harías
un tatuaje, lo descartamos rápido.
—Menos mal. —La mujer suspira aliviada.
—Entonces —prosigue Clara—, seguimos pensando
en cosas que te gustan pero que a la vez nos
representan a los tres y…
Clara le da la caja a su tía. Esta la abre y, al ver lo
que hay en su interior, murmura emocionada:
—Ay, madre mía, qué cosa tan bonita.
Con los ojos vidriosos Cecilia saca una preciosa y
brillante pulsera de oro blanco con un infinito. Sabe que
ese símbolo tiene un significado especial para los tres,
puesto que lleva diciéndoles «Te quiero infinito» toda la
vida.
—Hunter nos aseguró que no tenías ninguna así —
afirma Clara.
Cecilia los mira. La emoción que siente no le permite
hablar.
—Si te fijas —señala Kevin—, aparte del infinito, en la
cadena hay repartidos tres pequeños brillantes, que nos
representan a nosotros.
—Chicos, os habéis pasado, no teníais porq…
—Por una persona como tú se hace esto y más, tía
—expresa su sobrino complacido—. Y que sepas que no
te llamo «mamá» porque a estas alturas quedaría raro,
pero es lo que realmente eres para mí.
—Y para mí —admite Clara.
A Cecilia le corren lágrimas de emoción por las
mejillas.
—Aún queda una cosa más —avisa su sobrina.
Emocionada, la mujer los mira y Kevin indica riendo:
—Como nuestra primera idea nos gustó tanto, fuimos
y nos hicimos esto.
Acto seguido los mellizos se descubren los brazos y
Cecilia ve que cada uno se ha tatuado encima del codo
la frase «Te quiero infinito».
—No tengo palabras, chicos, de verdad —murmura
con las lágrimas resbalándole por el rostro.
Kevin y Clara se levantan y abrazan a una llorosa
Cecilia, que los estrecha contra sí llenita de amor. Y, tras
soltar varias bromas para hacer reír a la mujer, Clara
pregunta:
—¿Te gusta la pulsera?
Cecilia asiente.
—¿Que si me gusta? Me encanta, cariño —y aún
emocionada añade—: Esto que habéis hecho es el
regalo más bonito que he recibido en mi vida.
Emocionados, los tres se miran. Vuelven a levantarse
y, abrazándose sin importarles que el resto de los
comensales los miren curiosos, Cecilia susurra:
—Os quiero infinito.
Capítulo 34

Didi va sentada en un vagón del metro mientras sacude


la pierna sin cesar. Está agobiada y, además, no está
siendo su mejor semana, ni de lejos. No solo le duele el
cuello, sino que además va de camino a un trabajo que
prácticamente detesta y en el que, encima, su jefe le
demostró que es un homófobo.
Luego está el tema de Piero. Si antes lo odiaba,
ahora ya no sabe ni cómo calificar lo que siente hacia él.
Por fortuna, el trato entre ella y Clara sigue igual. Está
claro que su amiga entiende la situación y, aunque sigue
con él, la siente cerca de ella. No quiere perderla.
Y luego está el tema de Marta. Cuando está con ella
se deja llevar, no sabe qué siente, no sabe qué hacer y,
en el fondo, eso la aterra. En su cabeza tiene un cacao
que ni ella misma entiende, y cada día que pasa siente
que no puede más.
Mientras hace el trayecto hasta el súper en el metro
se ha puesto I Wish de Stevie Wonder en sus
auriculares nuevos para ver si la música la ayuda a
relajarse, pero no ha funcionado. Y, cuando llega a su
parada, se pone en pie y abandona el metro.
Como hoy es sorprendentemente pronto, empieza a
caminar tranquila por la calle hasta que llega al
supermercado. Comprueba la hora y, al ver que le sigue
sobrando tiempo, se apoya con cuidado en la pared que
hay a unos pocos metros de la puerta y saca su móvil
del bolsillo.
Saluda con una sonrisa a algunos vecinos que pasan
por allí y la conocen del súper mientras desconecta los
auriculares. Se los guarda en el bolsillo y, a
continuación, llama a su madre. Sabe que le vendrá muy
bien hablar con ella.
—¿Sí? —oye que contesta después de un par de
timbrazos.
—Hola, mamá.
La mujer sonríe al oírla y enseguida la saluda:
—¡Hola, Dani! ¿Cómo estás, cariño?
Sus padres le pusieron un nombre compuesto por
una razón, y es que a cada uno le gustaba uno distinto.
Así que desde pequeña su padre la llama Davi, de
Davinia, mientras que su madre se refiere a ella como
Dani, de Daniela. Para el resto del mundo es algo raro,
pero ella está más que acostumbrada.
—Si te soy sincera, no estoy teniendo mi mejor día —
reconoce la chica.
Oír esa voz tan pesimista en su hija no es lo normal, y
rápidamente su madre se preocupa.
—¿Ha pasado algo?
—Es un cúmulo de cosas, mamá. —Ella suspira—.
Siento que esta semana va a acabar conmigo.
La mujer asiente, pero indica tratando de mantener la
calma:
—A ver, vamos por partes. ¿Cómo va lo de tu cuello?
Didi les contó a sus padres lo del accidente, aunque
no fue del todo sincera. No quería preocuparlos en
exceso, así que les dijo que había tenido un leve golpe y
que estaba con algo de medicación. Pero nada de un
esguince cervical.
—Me duele todo el rato.
—¿Te estás tomando los medicamentos?
—A rajatabla, te lo prometo —le asegura—. Pero el
dolor no para.
—¿Y por qué no te acercas a Urgencias?
—Paso, mamá. Me dijeron que si el dolor iba a más
fuese a un hospital, pero no ha sido así —explica—. Sin
embargo, es un malestar continuo.
Su madre resopla al otro lado del teléfono.
—Mira que eres cabezota, igualita que tu padre —
murmura—. ¿Y si pides cita en un centro de fisioterapia?
Su hija lo sopesa unos segundos. La verdad es que
también lo ha pensado.
—Vale —afirma—, cuando salga de currar busco
alguno que me venga bien.
Al oír eso la mujer pregunta preocupada:
—Espera un segundo, Dani…, ¿hoy ya vas a ir a
trabajar?
Didi sonríe. No le queda otro remedio. Y, mirando la
puerta del súper, asegura:
—Claro, mamá, entro dentro de unos minutos.
La mujer suspira. Se plantea decirle que no debería
hacerlo, pero conoce bien a su hija y sabe que no va a
conseguir nada.
—¿Y qué tal estás en el trabajo, ya mejor? —
pregunta en cambio.
—No demasiado —responde ella cansada—. Como
ya sabes, Marta es la única con la que hablo.
Eso es todo lo que saben sus padres de ella. Ha
mencionado su nombre en contadas ocasiones, siempre
refiriéndose a ella como una simple compañera de
trabajo, aunque su corazón desee decir otra cosa.
—Pero el trabajo sigue siendo la misma mierda de
siempre, para qué te voy a engañar.
—¿Y cuánto tiempo piensas seguir con esta tontería?
—oye decir entonces a una voz masculina.
Didi se queda callada. Esa voz es la de su padre.
Pensaba que solo estaba hablando con su madre, pero
entonces esta indica:
—Dani, he puesto la llamada en altavoz para que
papá también te escuche.
Ella resopla. Lo que menos quiere ahora mismo es un
cónclave familiar.
—Vale. Hola, papá —saluda—. ¿Qué decías?
—Lo que has oído, cariño —protesta él—. Empezaste
en el supermercado para ganar algo de dinero mientras
buscabas un trabajo para el que te has preparado en la
facultad, pero ahí sigues. ¡Hasta he perdido la cuenta
del tiempo que llevas ahí!
Didi escucha a su padre en silencio, y luego su madre
prosigue:
—Está claro que ese trabajo no te gusta, me basta
con oír tu tono de voz cada vez que hablamos para
saber lo mucho que lo detestas. Daniela, de verdad que
no entiendo por qué demonios sigues empeñada en
continuar ahí.
—Mamá, sabes que quiero ser autosuficiente —
replica Didi.
—Lo sé, cariño, y me encanta tu perseverancia. Pero,
hija, también sé que no eres feliz, y para mí eso es lo
primordial.
—¿Y qué quieres que haga? —pregunta nerviosa.
—Pedir ayuda, por ejemplo —se apresura a decir su
padre.
Didi lo escucha, pero no dice nada. Hace ya un
tiempo se propuso independizarse, así que pedir ayuda
a sus padres es lo último que querría. Sin embargo, todo
se le está haciendo muy cuesta arriba y, en el fondo, lo
sabe.
—Hija —añade su padre—, a veces, aunque no
queramos, necesitamos pedir ayuda. Sabes que mamá
y yo estaremos encantados de echarte una mano. ¡Eres
nuestra niña!
Didi asiente. Sabe que lo que su padre dice es
verdad, pero, algo agobiada, suspira.
—Pero, vamos a ver, ¿cómo voy a dejar el trabajo?
—Fácil, hija. Entras y le dices a tu jefe que lo dejas —
bromea su padre.
—¿Y con qué pago el alquiler del piso? Os recuerdo
que, además, tengo dos gatas. Y aún no he conseguido
ahorrar el dinero que quería para estudiar…
—Dani, nosotros nos hacemos cargo —afirma su
madre—. ¿Cuántas veces te lo tenemos que decir?
La chica escucha a su madre mientras ve a uno de
sus compañeros salir del supermercado. Eso quiere
decir que empieza su turno.
—¿Tú no quieres hacer un máster? —pregunta su
padre.
—Sí…, el de Educación Inclusiva —murmura ella.
—¡Pues a por ello, cariño! —la anima él—. Seguro
que si te apuntas ahora en alguna universidad
encuentras plaza.
Didi lo medita en silencio. Tiene la mente tan
alborotada que casi no puede ni pensar. Y, mientras ve
salir a un par de compañeros más, propone:
—Vamos a hacer una cosa. Lo pienso. Prometo que
esta vez lo pensaré y luego, cuando salga del curro,
hablamos. ¿Vale?
—De acuerdo, Davi. ¡Hasta luego! —se despide el
padre.
—Perfecto, Dani, que vaya bien en tu último día de
trabajo. Besos —afirma su madre esperanzada antes de
colgar.
Sin reflexionar mucho sobre lo último que le ha dicho,
Didi mira la pantalla de su móvil: debería haber entrado
hace tres minutos. Se toca con cuidado el dolorido
cuello y, cuando va a empezar a caminar hacia el interior
del establecimiento, Marta sale con una gran sonrisa.
—Cuidado con el cuello —advierte Didi echándose
hacia atrás cuando ve que se dispone a abrazarla.
Marta asiente, está preocupada por ella, y evitando
darle el beso en los labios que quisiera darle pregunta:
—¿No estás hoy mejor?
Didi hace una mueca.
—Bueno…
—Mi amiga Ingrid es fisio —dice entonces Marta—. Si
quieres, hablo con ella y te paso su contacto —y al ver
su expresión insiste—: Deja que te ayude, por favor.
Didi sonríe y contesta mientras mira a unos clientes
que la saludan al pasar por su lado:
—Tampoco quiero molestar a tu amiga con esto.
Aunque no lo creas, ya me has ayudado muchísimo
estos días con la compra, las comidas y haciéndome
compañía en casa.
Marta asiente. Se enteró el mismo día del accidente
al escribirle por la noche para interesarse por cómo lo
había pasado. Nada más saberlo, la rubia se plantó en
su casa en plan enfermera para que Didi pudiera
descansar y no se preocupara por nada. Únicamente la
dejó sola para ir a trabajar.
—Me necesitabas… —musita ella emocionada al
oírla.
Didi toma aire. La situación que vive, en general, la
tiene algo ahogada.
—Marta, has hecho más de lo que imaginas por mí —
indica—, y te lo agradezco un montón. Pero no quiero
que te preocupes. Ya estoy bastante mejor y seguro que
no tiene mayor importancia…
—Claro que la tiene —la interrumpe la rubia
cogiéndole las manos—. Todo lo que le pase a mi novia
me importa.
Según dice eso, Didi parpadea. «¿Cómo? ¿Qué
acaba de decir?»
Se desplaza ligeramente hacia atrás soltando las
manos de Marta y haciendo que su espalda vuelva a
tocar la pared en la que antes estaba apoyada. El
corazón se le acelera y empieza a notar un sudor frío
por todo el cuerpo.
«¡¿“Novia”?! ¡¿Cómo que “novia”?!»
La mira mientras piensa: «No puede haber dicho eso.
No me lo había dicho antes; de hecho, nunca había
mencionado esa palabra. Esas cosas se hablan, ¿no?
¿Qué sentido tiene llegar y soltarlo así, sin una
conversación previa, y menos aún cuando sabe que yo
no quiero nada más?».
Por su parte, Marta la observa confundida esperando
a que diga algo. Pero la cabeza de Didi va a mil por hora
y ni siquiera le salen las palabras.
—Perdona, Marta… —consigue balbucear al cabo—,
¿qué has dicho?
—Que claro que tiene importancia lo que te pase.
—Lo otro —murmura Didi.
—¿Que todo lo que le pase a mi novia me importa?
—repite ella desconcertada.
La morena la mira con gesto serio, mientras siente
que en su cabeza hay un montón de Didis pequeñitas
corriendo hacia todos lados sin saber qué hacer, qué
decir o cómo actuar. Por eso suelta sin pensar:
—Pero… tú y yo no somos eso.
Al oírla, Marta se recoloca la mochila que lleva
colgada a la espalda y empieza:
—A ver, Didi…
—Tú y yo no somos novias —insiste ella.
La rubia, que es consciente de que lo que ha soltado
por la boca ya llevaba tiempo cuajando en su interior,
indica entonces:
—Sé que no lo hemos hablado, pero es
prácticamente lo que somos. Y si te paras a pensar, a lo
largo de la semana paso más tiempo contigo que con
nadie más.
Didi asiente, no puede decirle que no tiene razón.
—Aun así —protesta—, creo que deberíamos haberlo
hablado, ¿no? No puedes etiquetar las cosas sin más.
—Didi…
—No, Marta, no…, ¡yo no funciono así!
Ambas se miran a los ojos. En ellos hay
incertidumbre, pero sobre todo miedos. Marta no
consigue leer bien a Didi, y esta no se permite ser
completamente sincera consigo misma ni con los
demás.
—Venga, vale, vamos a hablarlo —propone entonces
la rubia cruzándose de brazos.
Didi echa un rápido vistazo a la entrada del súper.
Sabe que ahora mismo no tiene escapatoria, así que
asume la bronca que le va a caer después por parte de
Martín; intentando excusarse para huir de la situación,
dice:
—Marta, me tengo que ir a trab…
—No huyas y dime qué piensas.
Los ojos de Didi se apartan de ella con velocidad. Le
resulta difícil mirarla. Odia hablar de sentimientos,
puesto que le cuesta muchísimo exteriorizarlos.
—No lo sé, Marta —responde agobiada—. Tengo
demasiadas cosas en la cabeza ahora mismo y no
puedo pensar con claridad.
La rubia la observa. No desea perder lo que tiene con
ella.
—Lo que está claro es que hay algo entre nosotras,
pero no le hemos puesto nombre aún.
—Si tú lo dices…
Molesta por su apatía, Marta insiste:
—¿Cómo que si yo lo digo?
—Mira…
—¿Acaso no nos hemos buscado la una a la otra
desde el día que nos conocimos?
Didi asiente ligeramente, y Marta, que comienza a
enfadarse, expone:
—Nos hemos pasado horas hablando y contándonos
nuestra vida tanto en el trabajo como fuera de él,
cualquier excusa ha sido buena para ir a tu casa o que
tú vinieras a la mía, nos hemos cuidado cuando lo
hemos necesitado, hemos salido juntas un montón de
veces, incluso hemos ido con mis amigos al karaoke,
aunque no te guste cantar…
—Vale, Marta, ¡vale!
A Didi la supera toda esa información de golpe.
—Yo no busco ni novia, ni pareja, ni nada —dice
agobiada—. Llevo años negándome a tener algo así, ¡y
te lo dije! Es más, no creo que esté hecha para estar en
pareja.
La rubia niega con la cabeza. No le gusta la
incómoda conversación, pero, consciente de que la ha
iniciado ella, replica:
—Didi, todo el mundo ha sufrido alguna vez por amor.
—La aludida no dice nada—. Cuando una relación se
acaba, lo pasas mal un tiempo, lloras y estás hecha una
mierda. Pero, joder, te acabas recuperando antes o
después.
—Lo sé —dice la morena.
—Escúchame, Didi —insiste Marta desesperada—,
no puedes pasarte la vida pensando que van a volver a
hacerte daño, porque el amor no es dolor. Estar
enamorada es una de las cosas más bonitas del mundo.
Ella la mira. Le duele tener esa conversación con
Marta, que se porta siempre tan bien con ella, pero,
incapaz de dar su brazo a torcer, murmura:
—Sé que no te falta razón, pero no estoy preparada
para amar.
Marta resopla, ¡ya no sabe qué decir! Sin embargo,
como no quiere que se acabe lo que tienen, se acerca a
la morena, le coge las manos y entrelaza sus dedos con
los suyos cariñosamente, sin importarle dónde están. A
Didi le entra mucho calor de repente. No sabe si es por
la cercanía que tienen en ese momento o por los nervios
que le provoca la situación.
—¿Puedes dejar de ser tan cabezota y escucharme
un segundo? —inquiere Marta. Ella la mira y esta
prosigue—: Sé que va a sonar muy cursi, pero
conocerte ha sido lo mejor que me ha pasado en estos
últimos meses. Disfruto mucho del tiempo que paso
contigo, y eso se percibe cuando es mutuo.
«No me digas que me quieres, no me digas que me
quieres…», piensa Didi.
—Dime que tú no sientes lo mismo —termina
diciendo Marta.
La boca de Didi se abre para responder, pero, tras
unos segundos, lo único que sale de ella es:
—Ahora mismo no sé muy bien lo que siento.
La morena, que esta vez no ha apartado la mirada de
ella, percibe cómo los ojos de Marta transmiten ahora
tristeza.
La rubia asiente como puede y aprieta la mandíbula
para contener las lágrimas. No piensa llorar delante de
ella. Da un paso hacia atrás, le suelta las manos y luego
murmura mirándola a los ojos:
—Mira, lo que está claro es que, para tener un
compromiso, primero hay que quererlo. Y tú ni lo
querías, ni lo quieres, ni lo vas a querer —y, dando un
paso atrás, se despide—: Didi, espero que te mejores
del cuello.
Didi se siente fatal. De pronto siente que no ha sabido
explicarse y no se ha comportado bien.
—Espera, Marta —musita—, no te vayas así…
Pero ella se marcha sin volver la vista atrás. Se
acabó sufrir por alguien que no quiere nada con ella.
Al verla alejarse Didi entra a trabajar resignada. Sabe
que lo ha hecho fatal y la invade un terrible sentimiento
de culpa.
Capítulo 35

Después de lo que ha sucedido con Marta, Didi pasa


una tarde terrible en el supermercado, donde encima
hoy le ha tocado estar en la caja. Finge estar bien,
intenta que lo que le ocurre no se refleje en su
expresión, pero su cabeza no para de darle vueltas a
todo lo que ha pasado con Marta, y se encuentra peor
cada segundo que pasa.
—¡Hola, Didi! —La voz de Roberto consigue sacarla
de sus pensamientos.
A diferencia de otros días, no le sonríe, pero sí sale
de la caja rápidamente para ayudarlo a poner los
productos sobre la cinta.
—Hola, Roberto.
El hombre se sorprende al notar su voz sin chispa y
explica intentando mantener una conversación:
—No estoy comprando mucho porque me voy a ir a
pasar unos días a Cádiz con una de mis hermanas.
—¡Genial! —contesta Didi.
Una vez que lo coloca todo sobre la cinta, vuelve a
ponerse detrás de la caja y oye que Roberto le pregunta:
—¿Tú estás bien?
Sin mirarlo, ella coge uno de los productos y lo pasa
por el escáner.
—No está siendo mi mejor día —murmura.
El hombre asiente. Conoce a la chispeante e incluso
a veces satírica Didi, y viendo cómo se encuentra le
pide:
—Cuéntame.
Como siempre le sucede a Didi con Roberto, todo lo
que pasa por su cabeza lo suelta. Y cuando le cuenta lo
que ha hablado con sus padres, el hombre no duda en
animarla:
—Será una pena porque no te veré más aquí, pero ya
estás tardando en dejar este trabajo. Aprovecha ahora
que eres joven y ve a por tus sueños. No te quedes
anclada en un empleo que no te hace feliz y busca vivir
intensamente la vida en todos los sentidos.
Ella sonríe al oírlo, pero Roberto percibe que eso no
era todo, y vuelve a preguntar:
—¿Y qué más te pasa?
—¿Qué más me va a pasar? —dice mientras pasa
los productos por el escáner.
—Didi, ya te conozco lo suficiente como para saber
que esa cara de ajo no se debe solamente al trabajo.
La joven sonríe. Sin duda, él no habría tenido precio
como psicólogo.
—Mira, sí, Roberto, tienes razón —admite mientras
coge una bolsa de nachos—. Estoy así porque seguí tu
consejo y la he cagado.
—¿A qué te refieres?
Didi suelta la bolsa.
—A que no sé por qué te hice caso cuando me dijiste
eso de «Déjate llevar y disfrútalo».
El hombre asiente. Y como la edad es un grado,
piensa en la joven rubia y pregunta mirando por si la ve
por allí:
—¿Ha pasado algo con Marta?
—No la busques, su turno ya ha terminado —musita
Didi al ver que él mira a su alrededor—. Y claro que ha
pasado.
—¿Habéis roto? —quiere saber.
Ella resopla.
—Tampoco éramos nada, así que no había nada que
romper.
Roberto, que no quita ojo a la joven, ve su gesto
serio. Por su tono sabe que no lo está pasando bien, así
que acerca todo lo que puede su silla de ruedas a la
cinta y murmura:
—Cuéntame qué ha pasado, Didi, tengo todo el
tiempo del mundo.
Ella lo mira y, como no hay nadie esperando tras él,
se sienta en su taburete y responde:
—Se ha referido a mí como su novia.
Él asiente. Ahí está lo que la martiriza.
—Y te has asustado, ¿verdad? —pregunta, pues la
conoce.
Didi cabecea bajando la mirada.
—Me he acojonado, Roberto —admite—. Y ahora
una parte de mí se arrepiente como no te imaginas.
—Normal. Marta es una muchacha estupenda —
afirma él.
—Y encima me ha pillado en una semana de mierda
que…, bueno…
—Hablar solo es fácil cuando tienes muy claro lo que
quieres decir.
Entonces Didi ve a Martín al fondo y se levanta de
inmediato para seguir pasando los productos por el
lector.
—No me perdono el haberle hecho daño —reconoce
—. ¡Soy un monstruo!
—Mujer, no exageres.
Pero Didi insiste:
—Me he portado fatal.
—¿Tan grave ha sido? —quiere saber el hombre.
—Sí. Me ha parecido que se iba llorando.
Roberto ve que Didi dirige con rapidez la mirada al
techo y musita:
—Como estás a punto de hacer tú…
Ella vuelve a mirarlo. Sabe que tiene razón y se traga
las lágrimas.
—Cállate, liante —susurra.
Ambos sonríen.
—Eres consciente de que sé perfectamente la
cantidad de lágrimas que oculta ahora mismo esa
sonrisa, ¿no?
Didi aparta de nuevo la mirada, apoya las manos
junto a la caja registradora y se centra en controlar la
respiración. No puede llorar. No ahí. Y, necesitando
quitarse de en medio, pregunta:
—¿Vas para tu casa?
—Sí.
Ella afirma con la cabeza. Cobra a Roberto con
tarjeta, como siempre, y, una vez que mete sus cosas en
un par de bolsas, cierra la caja, se acerca a un
compañero y dice mostrándoselas:
—Voy a ayudarlo, ahora vuelvo.
Este asiente y sigue a lo suyo, mientras Didi piensa
que cargar con las bolsas no es lo mejor que puede
hacer por su cuello.
—¿Me vas a llevar la compra a casa? —bromea
Roberto.
—Eso es justo lo que voy a hacer —afirma la joven
sabiendo la bronca que le caerá del gerente en cuanto
regrese.
Ambos avanzan unos metros en silencio, hasta que
Roberto pregunta:
—¿Qué te ha dicho exactamente Marta para que te
hayas asustado tanto?
Didi suspira.
—Que soy de lo mejor que le ha pasado en estos
últimos meses.
—Madre mía, eso es toda una declaración —comenta
el hombre—. ¿Y tú qué le has dicho?
—Que ahora mismo no sé muy bien lo que siento —
responde mirando al suelo mientras se arrepiente de
cada una de sus palabras.
Al oír eso Roberto detiene su silla de golpe y protesta:
—¡Didi!
La joven se vuelve para mirarlo.
—¿Y qué querías que le dijera?
Roberto, que fue siempre un romántico con su mujer,
se apresura a contestar:
—Lo que te hubiera salido del corazón. Tú, jovencita,
te dejas guiar demasiado por la mente, y debes saber
que no siempre lleva la razón.
La chica respira hondo. En el fondo lo sabe, claro que
lo sabe.
—¿Qué sientes por ella?
—¿Que qué siento por ella…? —repite comenzando
a caminar de nuevo y sonriendo—. Me encanta pasar
tiempo a su lado, aunque sea tiradas en el sofá de mi
casa con mis dos gatas. Me gusta que siempre tenga
una sonrisa en la cara y que sea tan expresiva. Me
divierte verla jugar con su pelo. Incluso me he
acostumbrado a que en mi casa haya dos cepillos de
dientes en el cuarto de baño y una caja de cereales
abierta sobre la encimera…
Ambos se miran. Al decir todo eso Didi es consciente
de sus sentimientos y, sorprendida, admite en voz alta:
—Sí, Roberto…, acabo de darme cuenta de que me
he pillado por Marta.
Una gran sonrisa aparece de inmediato en la cara del
hombre. ¡Por fin! Y ella, que se ha percatado de lo mal
que lo ha hecho, murmura agobiada:
—¿Y ahora qué hago?
Roberto se pasa la mano por el cuello y se encoge de
hombros.
—Ahora es tan sencillo como decirle a ella lo mismito
que me acabas de decir a mí.
—No sé si soy capaz…
—¿Por qué? ¿Qué hay de malo en que sepa lo que
sientes? ¿Acaso ella no te ha hecho saber lo que siente
por ti?
Didi lo medita unos segundos mientras sigue a su
amigo por la calle.
—Ya. Pero en cuanto lo diga, no habrá vuelta atrás —
musita—. Y la última vez que realmente me abrí a
alguien, me acabó haciendo daño.
—Ese alguien es pasado, mientras que Marta es
presente y futuro. —La chica asiente y él continúa—:
Didi, tienes tanto miedo de que vuelvan a hacerte daño
que eres tú sola la que se está dañando a sí misma.
Roberto le indica que han de girar a la derecha con la
mano.
—Pero ¿y si vuelve a salir mal? —insiste ella.
Entonces él se para frente a su portal y pregunta:
—¿Y si esta vez sale bien?
Didi sonríe. Puede que tenga razón.
Acto seguido lo ve sacarse las llaves del portal de un
bolsillo y, sin decir nada, le entrega las bolsas de la
compra.
—¿Y ahora qué vas a hacer, muchacha? —quiere
saber Roberto.
Didi no puede parar de sonreír. Solo le ha hecho falta
hablar con él y decir lo que siente en voz alta para darse
cuenta de lo equivocada que estaba.
—En primer lugar, dejar de trabajar en el
supermercado —responde.
—Excelente decisión.
Ambos sonríen y luego ella indica:
—Pero dame tu número para que estemos en
contacto. No quiero perderte como amigo, ni ahora ni
nunca.
El hombre, encantado porque una muchacha tan
joven como ella quiera mantener su amistad, afirma sin
dudarlo:
—¡Por supuesto!
Con una sonrisa de oreja a oreja, Didi saca su móvil y
se percata de que tiene un mensaje de Marta.
Marta
Te paso el contacto de Ingrid,
mi amiga fisio.
«Al final me lo ha mandado —piensa. No puede evitar
que se le escape una sonrisa—. No está todo perdido.»
A continuación graba el número de su amigo en su
agenda y vuelve a guardarse el teléfono.
—Roberto —dice—, ¿conoces algún súper por aquí
que tenga carros de la compra adaptados a las sillas?
—Si lo hubiese, te aseguro que lo conocería.
Ella asiente, ya se informará. Momentos después se
despide de él y vuelve al súper decidida a decir adiós a
Martín y a todo su séquito de rancios.
Media hora más tarde, tras hacer eso que llevaba
deseando desde hace tanto tiempo, sale del
supermercado con la esperanza de no volver nunca más
y se dice a sí misma: «Tengo que empezar a hacer las
cosas bien desde hoy».
Capítulo 36

Ya falta poco para el día de la Madre y, como en los


viejos tiempos, Jacob le ha pedido a Clara que lo
acompañe a comprar los regalos para la suya. El año
pasado estuvo en Australia y no pudieron celebrarlo, así
que este la va a compensar comprándole varias cosas.
Su madre se lo merece.
Han quedado en la puerta del centro comercial que
está al lado de la academia en la que trabaja Clara. Ella
ha llegado primero, por lo que, para hacer tiempo, se
sienta en un banco y se entretiene respondiendo
mensajes. Está tan concentrada que ni siquiera se da
cuenta de que alguien se le acerca por detrás.
—Excuse me. Could you help me?
Al volverse no puede hacer otra cosa más que reírse.
Es Jacob.
—¿Hablando en inglés como el día que nos
conocimos en la uni? —comenta.
Jacob asiente mientras rodea el banco para colocarse
delante de Clara. La chica se levanta y se dan un abrazo
lleno de cariño.
—Gracias por acompañarme, Clara. La última vez
que me ayudaste con el regalo de cumple para mi
madre acertaste de pleno.
—¿Tienes algo en mente para esta ocasión? —quiere
saber ella.
—Mi madre es más de collares que de pulseras. Así
que había pensado en un collar o un conjunto de collar y
pendientes.
—¿Y prefieres plata, oro…?
—Ella es de plata —afirma Jacob.
—Vale, sígueme. Sé exactamente dónde encontrarás
lo que buscas.
Y, dicho esto, empiezan a caminar uno al lado del otro
hacia la tienda donde Clara compró con su hermano la
pulsera para su tía. Allí tienen cosas preciosas.
Una vez en el interior de la joyería, se dirige a un
expositor. La dependienta se acerca y les pregunta si
necesitan ayuda, pero ellos prefieren echar un vistazo a
su aire.
—¿Tienes claro el estilo que estás buscando? —le
pregunta Clara a su amigo.
—Buf, lo tendré claro cuando lo vea —responde él sin
apartar la vista de las joyas que tiene delante.
Ambos las observan unos segundos, pero ninguna
les llama la atención.
De repente, por los altavoces de la tienda empieza a
sonar la canción Simplemente dilo, de Melendi y Miriam
Rodríguez, y Clara no puede evitar canturrearla. Se la
sabe enterita.
Jacob la sigue por la tienda hasta otra vitrina y ella
dice entonces mientras señala algo:
—Este conjunto con la perla rodeada de brillantitos es
muy bonito.
Él lo mira y hace una mueca.
—Mejor evitamos las perlas, no le van demasiado.
—Vale. Vamos a ver por aquí…
Jacob sigue a su amiga hasta otro expositor.
—Regalarle un collar con la «J» de «Jacob» sería
muy egocéntrico por mi parte, ¿no? —pregunta él.
Clara mira a su amigo alzando una ceja.
—¿Estás seguro de que quieres que responda a esa
pregunta?
—Mejor déjalo.
Ambos sonríen y luego la chica sugiere:
—¿Y ese conjunto de piedrecitas rosa?
Jacob lo observa.
—No acaba de convencerme —y, al acercarse al
cristal para verlo más de cerca, exclama—: ¡Caray! Mira
cómo se parece el adorno de ese collar a la caja mágica
de la peli de Spiderman: No Way Home. Es igual.
Clara lo mira extrañada. No sabe de lo que habla.
—¿Que se parece a qué? —inquiere.
—Nada. —Él sonríe—. Había olvidado que no eres
seguidora de las pelis de Marvel.
Los dos amigos observan cada uno de los
expositores de la tienda en busca de algún conjunto que
llame su atención.
—¿Cuál es su color favorito? —quiere saber Clara.
—Le gusta mucho el azul.
Sabiendo ese dato, la chica encuentra algo y, cuando
va a decírselo, ve que él está escribiendo algo en su
teléfono móvil. Con disimulo mira por encima y lee el
nombre de Raquel en la pantalla. No dice nada. Y
cuando ve que él guarda su teléfono, pregunta
señalando:
—¿Y este conjunto de collar y pendientes de piedra
color turquesa en forma de lágrima?
Jacob lo mira.
—La verdad es que este es precioso —musita.
—Lo es.
—Y pega con el color de sus ojos.
—Es verdad —afirma Clara.
Jacob sonríe, asiente y, mirando a su amiga, declara:
—Creo que ya hemos encontrado lo que
buscábamos.
—¿Estás seguro?
—Sí. Le va a encantar —dice el joven sin dudarlo.
Clara sonríe y, ahora sí, le piden ayuda a la
dependienta, que rápidamente abre el expositor y
deposita el conjunto encima de una tela para que
puedan verlo de cerca.
—Es precioso —dicen ambos al unísono.
—¿Lo ponemos para regalo entonces? —quiere
saber la dependienta.
—Sí, por favor —le pide Jacob.
La mujer empaqueta el conjunto en una preciosa caja
con un lazo y una tarjeta para que Jacob pueda escribir
lo que quiera. Él paga con la tarjeta y, una vez hecha la
transacción, la dependienta le entrega la caja dentro de
una bolsita de cartón y dice con una gran sonrisa:
—Todo listo. Muchas gracias por tu compra.
Jacob la coge, se lo agradece y Clara y él salen de la
tienda. Durante unos segundos ambos permanecen
callados, hasta que él pregunta:
—Oye, ¿tienes prisa?
—No, ¿por…?
—Por si te apetece ir a tomar algo —propone él.
Sin dudarlo, Clara lo toma entonces del brazo y
afirma:
—¡Claro que sí! ¡Vamos!
Jacob asiente con una gran sonrisa.
—Por casualidad no te apetecerá un helado,
¿verdad? —dice luego ella con picardía.
El joven, al que le gustan tanto como a ella, asegura
sin dudarlo:
—A mí siempre me apetece un helado.
Encantada, rápidamente Clara propone:
—Genial, porque hay una heladería en este mismo
pasillo y cada vez que paso por delante se me hace la
boca agua.
La pelirroja echa a andar en esa dirección. Jacob la
sigue y luego le pregunta interesado en ella:
—¿Y cómo es que aún no has probado esos helados
si trabajas tan cerca?
Clara se encoge de hombros.
—No lo sé… No me apetecía ir sola, y Piero tampoco
es mucho de helados.
—Ajá —asiente él.
Llegan a la heladería y, como no hay gente, los
atienden al momento.
—A mí me gustaría tomar una tarrina de dos bolas.
Una de helado de Kinder Bueno y la otra bola de vainilla
—pide ella.
Jacob lo piensa unos segundos antes de decidirse.
—Yo también una tarrina de dos bolas, pero de
helado de menta y mango —y mirando a su amiga
añade—: Ve a sentarte, hoy invito yo.
—¿Seguro?
—Segurísimo —afirma él—. Es lo mínimo que puedo
hacer después de haberme acompañado para buscar el
regalo de mi madre.
Ella accede. Con una sonrisa elige una mesa y, al
cabo de unos minutitos, Jacob llega con los helados, le
entrega el suyo y se sienta a su lado.
—¡Mmmm, qué rico! —exclama él probando su
tarrina.
Clara, al ver los sabores que ha pedido, lo critica
entre risas:
—Por favor, sigues teniendo el mismo mal gusto… —
Jacob sonríe y entonces ella añade evitando mencionar
el nombre de Raquel—: Espero que no tengas el mismo
mal gusto para todo.
—Te aseguro que no —se apresura a decir él
mirándola a los ojos.
El móvil vibra en el bolso de Clara. Ella lo saca y
comprueba que tiene un mensaje de Piero.
Piero
Hola, amore.

Sin dudarlo, saluda:


Clara
Holaaa.

Va a bloquear el móvil, pero entonces él dice:


Piero
¿Te vienes?

Clara mira a Jacob, que está comiéndose su helado


tranquilamente. Quiere quedarse, pero no puede decirle
a Piero que está a solas con él porque sabe que no lo
entenderá. Así que le hace una rápida foto a su pequeña
tarrina y se la manda junto con una mentira.
Clara
Estoy tomando un helado
con una amiga.
Piero
Davvero non vas a venir?

Su insistencia la sorprende, pero le contesta sin


dudarlo:
Clara
Si quieres, mañana nos vemos.

Una vez que manda el mensaje, deja el móvil sobre la


mesa. Jacob aparta los ojos de su helado para mirarla a
ella y preguntar:
—Bueno, cuéntame, ¿cómo vas con lo de la
academia?
—Bastante bien, incluso podría decirte que mejor de
lo que esperaba. —Él la observa con atención—. Me
falta acostumbrarme a alguna cosilla, pero dentro de
unos días ya lo tendré todo controlado.
—Qué bien, Clara, me alegro un montón.
Jacob se mete una cucharada de helado en la boca y
luego ella pregunta:
—¿Tú has encontrado algo ya o todavía nada?
La búsqueda de empleo es complicada y, cuando el
joven traga su cucharada de helado, responde:
—Estas semanas he estado preguntando en varios
colegios, y de momento hay un par que, al ver mi buen
nivel de inglés, podrían estar interesados para que
entrara de profesor o de apoyo de cara al próximo curso
—explica—. Eso sería ya para septiembre, pero puede
que quieran que vaya este mes para ver qué tal y eso.
—¡Eso es genial, Jacob! —exclama su amiga dejando
su tarrina encima de la mesa—. A mí de momento me
ha salido la oportunidad de estar en la academia de
refuerzo para los meses de verano. Hasta que acaben
las clases solo voy media jornada y, a partir de finales
de junio, ya será a jornada completa. Además, me han
dejado entrever que es muy probable que también
cuenten conmigo para el año que viene.
Él la escucha atentamente. Sin duda es una
excelente noticia.
—La madre de uno de los niños a los que doy clase
me dijo que valoraría la posibilidad de llevar a su hijo al
centro y también me pidió mi currículum —añade Clara
—. No sé muy bien para qué, pero como nunca se
sabe…
—Se lo mandaste, ¿no? —Ella asiente mientras
come helado—. Eso es que tiene mano o contactos en
algún centro.
—Ojalá —dice ella con la boca llena, y, al darse
cuenta, añade—: ¡Uy, perdón!
Ambos se ríen por eso, y luego de pronto Jacob
comenta:
—Me encanta disfrutar de tu compañía.
—¿A qué te refieres? —pregunta ella limpiándose
con una servilleta.
—A esto…, a pasar un rato los dos solos
comiéndonos un helado —dice él—. Antes de irme a
Australia lo hacíamos a menudo, pero desde que
regresé en enero casi siempre que nos hemos visto ha
sido con todo el grupo.
Clara lo entiende, pero, evitando hablar de Piero,
dice:
—A propósito de eso, el otro día me di cuenta de una
cosa, pero no era el momento de comentártelo. —Jacob
la mira sin saber a qué se refiere—. El día que fuimos a
los karts, se te levantó un poco el bajo del pantalón y
pude ver que ya te has hecho el tatuaje del que
hablamos…
Jacob afirma con la cabeza.
—Sí, fui hace unas semanas. Intenté cuadrarlo
contigo, pero fue imposible. Como tenía la decisión
tomada, decidí hacérmelo.
Clara asiente, sabe que su amigo tiene razón. En los
últimos tiempos recibía mensajes de Jacob hablándole
del tema, pero ella no terminaba de darle una respuesta
concreta. Con Piero los planes siempre le surgen de un
momento para otro, así que no podía asegurarle nada.
Así pues, si le decía que tenía que hablar con él lo
retrasaría todo, y otras veces incluso olvidaba responder
a sus mensajes.
—¿Y qué tal fue la experiencia? ¿Al final fuiste solo?
Jacob se agacha y se remanga un poco el pantalón
para que su amiga vea bien el tatuaje. Es un dibujo de
línea fina de la silueta de Australia.
—Al final me acompañó Raquel —dice.
Clara asiente. Oír ese nombre de su boca hace que
tome aire y, como si no le importara nada, pregunta:
—¿Es tu chica?
Jacob, que se ha visto varias veces con ella, sonríe.
Raquel y él solo son amigos, pero no quiere parecer un
pringado a ojos de Clara, por lo que indica:
—Se podría decir que sí.
La pelirroja cabecea. No sabe por qué, pero saberlo
en cierto modo le molesta.
—En cuanto al tatuaje, la experiencia fue muy buena
—señala Jacob—. Pensaba que me iba a doler
muchísimo y al final no fue lo que esperaba.
Ella asiente. Está a punto de preguntarle si Raquel lo
cogió de la mano, pero sabe que eso está fuera de
lugar. Así pues, sonríe, mira el tatuaje de su amigo y
afirma bromeando:
—Te ha quedado precioso. Y, por cierto, ten cuidado,
que esto se vuelve adictivo. Ya sabes lo que dicen:
«Cuando haces pop, ya no hay stop».
Jacob se ríe por el comentario de su amiga. No es la
primera persona que se lo dice. Y, como ya ha planeado
hacerse otro, replica:
—Ya veo, ya… Oye, para el próximo, si quieres y no
estás tan ocupada como ahora, sí que me gustaría que
me acompañaras.
—Me encantaría —dice Clara sin dudarlo.
Ambos se sonríen mirándose a los ojos. Como
siempre que se miran, una corriente de algo que no
saben entender qué es los traspasa, y Jacob, para
cortar el momento, pregunta al recordar el día de los
karts:
—Oye, ¿y tú qué tal con Piero? Porque, chica, no hay
quien te vea el pelo desde que estás con él.
Clara se toma unos segundos para responder.
—Bueno, bien. Vamos a días. Tenemos caracteres
distintos y eso nos hace percibir las cosas de manera
diferente. Ahora, por ejemplo, le he dicho que estaba
tomando un helado con una amiga, porque si le digo que
es contigo le sentaría fatal…
Jacob hace una mueca. Eso no le gusta.
—¿En serio? —Ella asiente—. Qué pena que tenga
que ser así, con lo maravilloso que es que tu pareja,
además de eso, sea tu mejor amigo y alguien a quien
puedas contarle las cosas sin filtros, tal y como son.
«Ojalá fuese así con Piero», piensa Clara.
—¿Y qué vas a hacer cuando él se vuelva a Italia? —
insiste Jacob.
Ese es un tema en el que la chica ha pensado varias
veces, pero al final siempre decide dejar de hacerlo.
Cuando llegue el momento, ya se verá.
—No lo sé —responde—. Me ha dicho que por ahora
no tiene billete de vuelta, pero, vamos, supongo que si
se va, lo que tenemos se terminará. Yo no quiero
relaciones a distancia, deben de ser complicadísimas.
Clara vuelve a comer de su helado y acto seguido
pregunta:
—¿Y tú dejaste a alguien especial en Australia?
—Qué va —se apresura a contestar Jacob—.
Tampoco quería, sabía que yo sí que tenía billete de
vuelta a España. Claro que he conocido gente y me lo
he pasado bien, pero hasta ahí. Sin ataduras.
—Tampoco eres de relaciones a distancia, ¿no?
—No, ni de broma. Ya lo intenté una vez y fue un
fiasco.
Él apoya la espalda en su silla y toma una cucharada
de helado. Ella lo mira interesada, quiere saber más.
—El primer año de universidad vino gente de
Erasmus y fui tan tonto de pillarme de Ebba, una chica
alemana —le cuenta Jacob—. Todo iba genial hasta que
en enero ella volvió a su país y las cosas empezaron a
complicarse. Nos escribíamos y hacíamos varias
videollamadas al día, pero, según fue pasando el
tiempo, ambos vimos que eso no era suficiente. Y
acabamos tomando la decisión.
—Ya decía yo que las relaciones a distancia nunca
funcionan —dice Clara.
—Tampoco es eso —replica él—. Yo tengo amigos
que han tenido o tienen relaciones a distancia y les va
muy bien. Todo depende de las ganas que uno ponga.
Ella asiente, sabe que tiene razón, aunque no cree
que lo de Piero y ella funcionase en ese sentido. Ni
siquiera tiene claro qué siente al tenerlo en Madrid, así
que en Italia menos aún.
—Por cierto, Clara, como el 11 de mayo es mi
cumpleaños —dice entonces Jacob—, he pensado que
voy a hacer una fiesta. Obviamente, tú estás más que
invitada.
Ese «tú» le hace saber que Piero no lo está.
—¡Qué guay, Jacob! —exclama—. Seguro que lo
pasamos genial.
Tras acabar de ponerse al día y terminarse los ricos
helados, se encaminan hacia la salida del pequeño
centro comercial.
—¡Perdonad!
Una chica llama su atención y ellos se paran para ver
qué quiere.
—Somos una marca nueva de cabinas de fotos y
estamos intentando darnos a conocer —les explica—.
Por eso, estas primeras semanas podéis pasar por ella y
haceros unas fotos de forma completamente gratuita.
¿Os animáis?
Jacob y Clara se miran. Ella recuerda lo que pasó la
última vez que, yendo con Piero, les propusieron lo
mismo, y le pregunta a su amigo:
—¿Qué dices?
Él asiente sin dudarlo.
—A las cosas gratuitas nunca hay que decirles que
no.
Ella se ríe. Luego ambos miran a la chica, que les
abre encantada la cortina del fotomatón.
—¡Adelante! Solo tenéis que darle al botón rojo y
empezará la cuenta atrás en la pantalla —les explica—.
A partir de ahí os saldrá una cuenta atrás igual antes de
cada foto. Serán cuatro en total.
—Entendido —afirma Jacob.
Se sientan dentro del habitáculo y la chica corre la
cortina. Clara apoya la pierna encima de la de su amigo,
porque de lo contrario no caben. A continuación se mira
en la pantalla colocándose el pelo y ve que Jacob le da
al botón.
—Pero ¡¿qué haces?! —exclama ella riéndose—.
Quería peinarme antes.
—¡Sonríe! —le dice él—. Las mejores cosas de la
vida suelen ser las inesperadas.
Ambos miran la pequeña cámara y esta hace la
primera foto. Para la segunda, Jacob le coge con
suavidad la cara y le da un beso en la mejilla, lo que
provoca que, sin querer, Clara se ponga algo nerviosa.
Para la siguiente ella le hace lo mismo a él.
Solo queda una foto. Él tiene claro lo que quiere
hacer, pero no puede, y entonces ella se apresura a
decir:
—Pon una cara graciosa.
Jacob le hace caso y la cámara saca la foto. Ambos
salen riendo de la cabina. Qué buen rato han pasado.
—¡Aquí tenéis! —dice la chica dándoles las dos tiras
de fotos que han salido impresas—. Si os bajáis la
aplicación en el móvil e introducís el código que tenéis
aquí arriba a la derecha —indica señalando las fotos—,
os las podréis descargar en alta resolución.
—Muchas gracias —dicen los dos al unísono
cogiendo las fotos.
Ahora sí, salen del pequeño centro comercial, y
Jacob comenta:
—Yo voy al metro.
—Yo tengo el coche en el parking —responde Clara.
Ambos se miran. Han pasado unas horas
maravillosas y se despiden con un abrazo lleno de
sentimientos con miedo a florecer.
—Gracias por pedirme que te acompañara —dice ella
con una sonrisa.
Jacob contiene las ganas que siente de besarla en
los labios y responde:
—Sabes que es un placer.
Dicho eso, se da la vuelta y camina hacia la boca de
metro, donde desaparece entre la multitud, mientras
mira las fotos que se han hecho y sonríe feliz de haber
vivido ese momento con Clara.
Capítulo 37

Los días pasan volando. Al final Clara tiene el piso listo


para trasladarse antes de lo previsto, por lo que ha
hablado con su amiga Amanda y, junto con Didi, han
organizado un fin de semana de chicas.
Antes de entrar en el portal de Clara, Didi se para
unos segundos en la entrada. Llega demasiado pronto.
Piensa en Marta y se entristece. Tras lo ocurrido aquel
día en el súper, por más que intenta hablar con ella, esta
no quiere saber nada de ella, y Didi ya no sabe qué
hacer para llamar su atención.
Tras tomar aire e intentar dejar sus problemas
personales aparte, decide entrar en el edificio en el
mismo momento en que lo hace una chica e
intercambian una sonrisa. Al llegar frente al ascensor,
ambas lo esperan. Montan en el mismo y, cuando llegan
a la quinta planta y las dos van a bajar, Didi deja que la
otra salga primero y se sorprende al ver que se dirige
hacia la misma puerta que ella.
«¿Será la amiga de Clara?», se pregunta.
Pocos segundos después la puerta del piso se abre y
se asoma una sonriente Clara. Cora sale corriendo a
saludar y Didi la oye exclamar:
—¡Amandaaaa!
—¡Claritaaa!
Didi confirma sus sospechas, es la amiga de Clara, y
casi en el acto oye que alguien dice:
—Ciao!
Didi se pone tensa. «No me jodas…»
En ese mismo momento Clara deja de saludar a
Amanda, ve a Didi y parpadea. No esperaba que llegara
tan pronto.
Inmóvil, Didi observa cómo el idiota de Piero le da un
abrazo a Amanda.
Entonces Clara se acerca a ella para abrazarla y le
susurra al oído:
—¡Hola, Didi! Disculpa que Piero esté aquí, ya se iba.
—No te preocupes —miente abrazando a su amiga.
Ambas se separan y Clara se apresura a decir
mirando a la recién llegada:
—Amanda, esta es mi amiga Didi, de la que tanto te
he hablado.
La rubia se acerca a ella y le da dos besos.
—Fíjate que cuando hemos subido las dos juntas al
ascensor he tenido la corazonada de que tú eras Didi.
—A mí me ha pasado prácticamente lo mismo al
llegar al descansillo —afirma ella riendo.
La morena se agacha para coger a Cora en brazos,
pero al ponerse en pie intercambia una tensa mirada
con el italiano y, por educación, dice:
—Hola, Piero.
—Ciao, Didi!
Clara, que nota la tensión entre ellos, se adentra en el
piso e, intentando estar animada, propone:
—¡Venid, que os lo enseño!
Sin embargo, Piero se hace entonces a un lado y
señala con frialdad:
—Yo ya lo he visto. Voy a por una cerveza.
Didi asiente y, cuando desaparecen de la vista del
italiano, la morena se acerca a su amiga y murmura:
—Que sepas que Sebas te va a despellejar cuando
se entere de que este ha visto el piso antes que él.
Clara la mira, lo sabe. La situación entre su novio y
sus amigos es muy complicada. Y, al ver que Didi le
guiña un ojo con complicidad, sonríe, toma aire y luego
dice:
—El piso tiene dos plantas. En esta primera hay un
despacho, un baño y el salón con la cocina integrada.
—Tía, mi habitación en Barcelona es tan grande
como tu baño —comenta Amanda sorprendida.
—Qué pasada, Clara, es todo chulísimo —afirma Didi
dejando a la perrita en el suelo.
Mientras ella les enseña el salón, Didi se fija en que
Piero abre y cierra los armarios de la cocina y, cuando
va a preguntar, Clara señala mientras sube los
escalones:
—Pues si esta planta os ha flipado, ya veréis la de
arriba.
Las chicas la siguen y llegan a la habitación, y
entonces Didi musita divertida:
—Es muy injusto que mi piso entero tenga las
mismas dimensiones que tu cuarto.
—Por aquí tenemos mi bañooooooo —señala Clara
encantada.
—Con una ducha en la que se puede hacer una fiesta
—apostilla Amanda.
—Y por aquí el vestidor. —Las guía abriendo una
puerta corredera.
Ambas alucinan al ver la cantidad de armarios que
tiene para ella sola.
—¡Yo sueño con estoooo! —murmura Amanda
mirando a su alrededor.
Didi y Clara se ríen. Ella y media humanidad.
La morena lo observa todo encantada y, conteniendo
las ganas de decir que la única pega que le encuentra al
piso es el idiota que está en la primera planta, asegura:
—Es una casa increíble, no tiene ni una pega.
Clara asiente. Sabe la suerte que tiene de ser ella la
dueña de semejante maravilla.
—Queda una última cosa, que es de mis favoritas —
dice entonces.
—¿Aún hay más? —pregunta Amanda.
Clara echa a andar y le da a un botón para descorrer
las cortinas.
—El piso tiene una terraza increíble —anuncia
abriendo la puerta.
Las chicas salen a la terraza y se quedan
asombradas. ¡Menudas vistas!
Didi había oído hablar a Kevin sobre la terraza, pero
es mucho mejor de como él la pintaba.
—¿Ese no es el edificio de tu hermano? —pregunta
señalando más allá.
Clara asiente.
—Sí —susurra—. Pero él no tiene esta terraza.
Las chicas ríen divertidas por eso, luego regresan al
interior y se dirigen a la planta baja.
—Es un piso fabuloso —comenta Amanda—. No hay
ni un pero, ¡es que es perfecto!
Llegan a la cocina, donde Piero está sentado en una
silla, tomándose tranquilamente una cerveza mientras
mira el móvil. Al verlas entrar levanta la cabeza. Didi lo
ignora y se dirige a su amiga.
—Como te dijo Sebas aquel día, ¿tu tía no querrá
otra sobrina? —bromea—. Yo no tendría ningún
inconveniente, puedo cenar con ella en Navidad,
trabajar en su empresa…, lo que haga falta.
Amanda la mira divertida y afirma:
—Me apunto, que sean dos sobrinas más, por favor.
Clara ríe. Está feliz. Sabe la suerte que tiene de que
su tía esté en su vida.
—Dejadme que se lo comente y os digo qué le
parece la idea.
Piero se levanta entonces de la silla y se acerca a
ella.
—Amore, me voy.
—Vale, aquí nos quedamos —asiente Clara deseosa
de que se marche.
Piero la mira, pues cada vez la nota más fría con él, y
pregunta:
—¿Me das las llaves di emergenza?
—¿Cómo? —inquiere Didi.
Al oírla, Clara se hace la loca con Piero y le explica a
su amiga:
—Sí, ya sabes que siempre recomiendan que tu
gente cercana tenga las llaves del piso «por si acaso»…
La morena asiente.
—Las mías las tiene Sebas —indica y, mirando
fijamente a Clara, sugiere—: ¿Y no sería mejor que las
llaves de tu casa las tuvieran tu tía o tu hermano?
La expresión molesta de Piero es digna de ver,
mientras que Amanda observa la situación en silencio.
A continuación Clara se saca las llaves del bolsillo.
—Sí, cuando vea a Kevin y a mi tía les daré un juego
a cada uno —dice mostrándolas.
Entonces Didi, al ver el modo en que Piero mira las
llaves que su amiga tiene en las manos, se las arrebata
sin dudarlo de un rápido movimiento.
—Mira, mejor me las quedo yo —dice.
—Muy buena idea —afirma Amanda.
Didi se gana una seria mirada de Piero. Clara,
intentando no sonreír porque ha hecho justo lo que ella
pensaba que haría, pregunta entonces:
—¿Segura?
—Segurísima —responde Didi.
La pelirroja asiente. Le agradece en el alma a su
amiga lo que acaba de hacer, y, mirando a su incómodo
chico, indica sin ninguna pena:
—Bueno, pues nada… Te acompaño hasta la puerta.
Una vez que Amanda y Didi se quedan solas en el
salón, intercambian una mirada cómplice y asienten. Sin
necesidad de decir nada, está claro que ambas piensan
igual en lo referente al italiano.
Un par de horas más tarde, y tras ponerse cómodas,
Clara aparece en el salón con las pizzas que les acaban
de llevar para cenar.

—Carbonara para Amanda, vegana para Didi y para


mí la barbacoa —dice colocándolas sobre la mesa del
salón.
—¡Uff…, qué bien huelen! —exclama Amanda
haciéndosele la boca agua.
Las tres cenan contándose cosas sobre su vida para
que Amanda y Didi se conozcan un poco mejor.
—Yo sigo trabajando de camarera, que es algo que
me gusta —cuenta la valenciana—. Me encanta tratar
con la gente. Y…, bueno, seguramente empiece a
trabajar con una empresa de catering para ir de extra a
todo tipo de celebraciones los fines de semana.
—O sea, que no vas a parar —dice Didi.
—Si veo que no puedo, lo dejo. Pero me apetece
tirarme a la piscina y probar.
—Pues hace unos días yo dejé el trabajo en el
supermercado, cosa que me ha hecho muy feliz —
explica Didi—. Y ahora estoy buscando un sitio en el
que estudiar el máster de Educación Inclusiva que
quiero hacer.
Clara sonríe. Al día siguiente de dejar el trabajo, Didi
se lo contó a sus amigos. Aunque ninguno, ni siquiera
ella, sabe que omitió lo de Marta. Todos se alegraron
mucho por ella, estaban deseando que su amiga dejase
ese maldito trabajo que tan poco le gustaba y donde tan
mal la trataban. Y, por supuesto, el que más se alegró
fue Sebastián, puesto que por fin ya no volvería a ver a
su amiga amargada día sí y día también.
—Si quieres que le pregunte a mi tía si tiene algún
hueco en la empresa no tienes más que decírmelo —
comenta Clara.
—Cuando me acepten en el máster y vea los
horarios, lo hablamos —responde Didi cogiendo su vaso
de agua—. Pero, vamos, tú ve diciéndole lo de las dos
nuevas sobrinas…
Su comentario hace reír a las otras dos.
—¿Y tú qué tal en la academia? —quiere saber
Amanda.
Clara asiente feliz.
—La verdad es que estoy muy contenta
preparándome para las clases que impartiré este
verano. Los compañeros son geniales y, de momento,
ningún problema.
—¡Cuánto me alegro de oír eso! —exclama Amanda.
Clara sonríe y luego le pregunta a Didi:
—¿Te dije que acompañé a Jacob una tarde para
comprarle un regalo a su madre?
—Ah, ¿sí?
A la morena le sorprende que ninguno de los dos lo
haya comentado antes en alguna de las quedadas del
grupo. Y entonces Clara explica con una sonrisa de
oreja a oreja:
—Sí, quedamos en el centro comercial que hay cerca
de la academia. Fue muy gracioso porque yo lo estaba
esperando sentada en un banco, y se acercó por detrás
y empezó a hablarme en inglés.
A Didi eso le suena de algo.
—Así fue como os conocisteis, ¿verdad? —pregunta
curiosa.
Clara asiente con una sonrisa. Recordar eso siempre
la hace sonreír. Entonces Amanda, que las está
escuchando atentamente, deja su último trozo de pizza
en la caja, se limpia con una servilleta y, gesticulando
con las manos, musita:
—A ver, queridas…, un segundo porque me estoy
perdiendo. ¿Quién es Jacob y por qué yo no lo
conozco?
La pelirroja y Didi se miran, y esta última explica:
—Jacob es un amigo de nuestro grupo. Es una
persona maravillosa, dulce y encantadora, de esas cuya
cara refleja que es bueno, aparte de ser guapísimo y
tener un cuerpazo.
Clara se ríe. Didi no lo ha podido definir mejor.
—O sea, ¿me estás diciendo que es un partidazo? —
indica Amanda.
—Básicamente —afirma Didi—. De hecho, desde que
se unió al grupo siempre he pensado que Clara y él
harían una pareja increíble, pero esta petarda no me
hace ni caso…
Amanda se vuelve y clava la mirada en ella.
—No me mires así, alguna vez te he hablado de él.
—¿Perdona, Claritaaaaa? Creo que no.
—Pues crees mal —replica la aludida.
—¿Soltero, casado, viudo, divorciado…? —pregunta
Amanda a continuación.
—Soltero y guapísimo. —Didi ríe, y añade—: Y que
conste que a mí me gustan las mujeres, pero Jacob ¡es
Jacob!
Amanda asiente y, cuando va a decir algo, Clara se le
adelanta:
—Perooooo… no está libre. Sale con alguien.
—Ohhhhh.
—¿Con quién? —inquiere Didi al oírla.
Clara da un mordisco a su pizza, y, sin querer que se
note cuánto le molesta, responde:
—Con una tal Raquel.
Didi asiente. Ella también lo ha visto tontear con esa
Raquel.
—Necesito ahora mismo foto, signo del zodíaco,
edad, la colonia que usa…, todo —exige Amanda.
Clara pone los ojos en blanco. Mientras tanto Didi
desbloquea su móvil divertida y busca en Instagram el
perfil de su amigo.
—Su cumpleaños es el 11 de mayo —murmura Clara.
—O sea, que es tauro, como mi hermano… —
concluye la valenciana—. Bueno, suelen ser personas
bastante cabezonas, pero muy leales, cariñosas y
decididas. De las que no dudan en lanzarse a una nueva
aventura.
—Aquí lo tienes —indica Didi.
Amanda coge entonces el móvil y examina una a una
las fotos que él tiene colgadas en su Instagram. Tras
unos segundos despega la vista de la pantalla y,
mirando a las dos chicas que tiene enfrente y comen
pizza, exclama:
—¡Este tío está buenísimo!
Ellas se echan a reír.
—¿Dónde está el defecto? —le pregunta Amanda a
Didi.
La morena bebe un poco de su vaso.
—Yo llevo siendo amiga suya desde hace varios años
y aún no se lo he encontrado —asegura.
Amanda, que sigue cotilleando en la red social de
Jacob, susurra al ver una foto suya tumbado en un sofá:
—Clara, tía, pero si está guapo hasta dormido…
Luego le devuelve el móvil a su dueña, mientras la
pelirroja comenta:
—No es mi tipo, Amanda.
—Clarita, por favooor, este chico es el tipo de todo el
mundo.
Didi deja el móvil sobre la mesa y, acto seguido,
pregunta mirando a su amiga:
—Entonces ¿cuál es? ¿El típico malote como Piero?
—Clara no contesta y Didi añade—: Porque eso es lo
que es el puñetero italiano. Y mira lo que te digo: tengo
amigos italianos que son encantadores, pero justo has
ido a fijarte en uno que no puede ser más tonto.
Clara las observa a las dos negando con la cabeza
hasta que Amanda, que sabe de su pasado con Vicent,
su ex, un chulito al que su amiga tuvo que dejar, le
reprocha:
—¿Vas de chulito en chulito?
Sin dudarlo, Didi asiente.
—Puedes creer que sí.
Sorprendida, Amanda mira a su amiga Clara y añade:
—A ver, Clarita. En este tiempo me has hablado de
Piero: que si Piero esto, que si Piero lo otro. Pero ahora
que estoy aquí, mirándote a los ojos, ¿qué me cuentas
de él?
—Que es tonto.
—¡Didi! —protesta Clara.
La aludida se ríe. No lo puede remediar.
—Por cierto —dice Clara recordando lo de antes—,
gracias por lo de las llaves. Piero llevaba dándome la
matraca toda la mañana para que le diera una copia y
ya no sabía cómo decirle que no.
Didi y Amanda se miran y la primera responde:
—De nada. Luego te las doy.
Clara niega con la cabeza.
—No, quédatelas. Tú eres de total confianza.
Didi sonríe. Le gusta que Clara piense eso.
—Quiero saber de Pieroooooo —repite entonces
Amanda.
Didi aprovecha para recoger las cajas de las pizzas y
llevarlas a la cocina. Amanda y Clara cogen los tres
vasos y se trasladan al sofá mientras la pelirroja le
explica.
—Piero no es mala persona. Solo que es un poco
especial. Y…, bueno, aunque estamos bien, tenemos
días buenos y días malos, como en todas las relaciones.
Amanda asiente, pues lo que ella dice es totalmente
cierto.
—Pero ¿cuáles predominan?, ¿los buenos o los
malos?
La pelirroja no sabe qué contestar. Mira a Didi, que la
observa en silencio, y Amanda pregunta al darse cuenta:
—¿Estás enamorada de él?
Didi se sienta junto a ellas en uno de los sofás.
—Tanto como enamorada… creo que no —responde
finalmente Clara.
—No sabes cómo me alegro —murmura Didi.
Amanda asiente. Solo le ha bastado estar cinco
minutos con Clara y Piero para hacerse una idea.
—Mira, yo tengo que ser sincera contigo —indica—.
Por lo que te conozco y por cómo te he visto con el
italiano, tú no estás enamorada. No habéis tenido ni un
solo gesto de complicidad, cuando tú eres todo amor y
cariñitos.
La pelirroja suspira. Sabe que Amanda tiene razón.
La ilusión con la que comenzó meses atrás con Piero ya
no es la misma.
—¿Y qué tiene de malo Jacob para que no estés con
él? —inquiere de pronto Amanda.
Clara, al ver cómo la miran sus dos amigas, se
apresura a responder:
—Pues, por ejemplo, que es más joven que yo.
Didi suelta una carcajada.
—Oye, por favor, que solo tiene dos años menos que
tú. Qué manía de encontrarle pegas al chico. Solo estás
buscando excusas.
—¿Excusas? —repite Clara.
Ambas se miran y Didi, echándose hacia delante para
estar más cerca de su amiga, declara:
—Llevo años viendo cómo os miráis. Llevo años
siendo testigo de la compenetración y el buen rollo que
tenéis, de lo pendientes que estáis el uno del otro…
—Didi…
—Tú puedes decir lo que quieras, reina, pero la
realidad que yo veo es diferente de la tuya. Y no solo lo
veo yo, sino también tu hermano, Sebas y cualquiera del
grupo que tenga ojos y sea un poco observador.
Clara niega con la cabeza, y Didi añade entonces
mirando a Amanda:
—¡Si hasta le llevó el regalo el día de San Valentín!
¿Qué más pruebas quiere?
Amanda mira a Clara y Didi finaliza:
—Dime tú quién haría eso a esas horas de la noche,
aparte de mí, claro está, porque todas sabemos que soy
una amiga increíble —bromea.
—¿Fue él? —pregunta Amanda recordando lo que le
contó su amiga de aquella noche.
Clara asiente y luego Amanda murmura en un hilo de
voz:
—Clarita, ese chico te quiere, no hay duda.
La pelirroja las escucha. Sabe que entre Jacob y ella
siempre ha existido un feeling diferente.
—Tenéis que entender que él fue el primer amigo que
tuve tras romper con Vicent —repone.
—¿Y acaso los amigos no pueden pasar a ser algo
más? —cuestiona Didi.
Ella asiente y Amanda, que no puede quedarse con la
duda, pregunta:
—Clara, sé sincera: ¿a ti te gusta Jacob, aunque sea
solo un poco?
La chica se toma unos segundos para pensar qué
responder a eso. Negar lo evidente es ridículo, y
mentirse a sí misma es más ridículo aún.
—Puede que un poco sí —declara finalmente.
Didi aplaude al oírla, vitorea, y Clara, que es
consciente de lo que ha dicho, añade:
—Pero ¿y si yo a él no? No querría joder nuestra
amistad por nada en el mundo.
Didi alza los brazos desesperada.
—¡Por favoooor —exclama—, pero ¿tú has visto
cómo te mira ese chico desde el día que os
conocisteis?!
Clara sonríe y Didi, jugándosela, insiste:
—Mira, si lo intentas y los sentimientos no son
mutuos, te prometo que me rapo la cabeza.
Las tres se echan a reír. Y al cabo Amanda pregunta:
—¿Y tú qué, Didi?, ¿hay alguien en tu corazón o
estás soltera como yo?
La morena duda qué responder a eso. ¿Contar la
verdad o seguir escondiéndola? «Si Clara se ha
sincerado, yo también tengo que hacerlo», se dice.
—Lo cierto es que había alguien, pero lo fastidié…
De inmediato Clara la mira sorprendida.
—¡¿Perdona?!
Didi asiente. Sabe que cuando sus amigos se enteren
la van a matar.
—¿Cómo que había alguien? —insiste la pelirroja.
—Lo había, pero la cagué —se sincera ella.
Clara no da crédito, no sabe qué pensar. Didi es la
conquistadora del grupo. Es la típica que noche que
sale, noche que liga, pero que por nada del mundo
quiere una pareja.
—¿Sebas lo sabía? —le pregunta a su amiga.
Esta niega con la cabeza y, sabiendo lo mal que lo ha
hecho con todos, responde:
—Ni él ni nadie. Y soy consciente de que me vais a
matar.
Clara se levanta boquiabierta y luego vuelve a
sentarse. Que Didi haya estado conociendo a alguien no
es en absoluto propio de ella.
—Sin duda esto es histórico —murmura—, y
prepárate, porque Sebas te va a despellejar viva.
La morena sonríe. No esperaría menos de él.
—¿Por qué hablas en pasado de esa persona?, ¿qué
ha ocurrido? —dice a continuación Amanda al ver la
tristeza en la mirada de Didi.
Ella toma aire antes de empezar. Aparte de con
Roberto, no ha hablado con nadie de lo que siente por
Marta.
—Pues ha pasado que no quiere saber nada de mí —
dice.
—¿Por qué? —pregunta Clara desconcertada.
Didi se acomoda en el sofá.
—Porque me confesó lo que sentía por mí y yo me
asusté, dije lo que no debía decir y la cagué.
La pelirroja escucha a su amiga con atención
intentando descifrarla. Pero Amanda, que no conoce a
Didi, añade:
—Pero ¿por qué te asustaste? ¿Ella a ti no te gusta?
La morena sonríe pensando en Marta.
—Llevo muchísimo tiempo negándome a tener pareja
porque la última que tuve me lo hizo pasar muy mal —
aclara—. Estuve dos años con una chica y soporté
prácticamente de todo. Hasta que, de repente, el día de
su cumpleaños apareció con un chico y lo presentó
como su novio. Eso me dejó destrozada.
Las dos la escuchan con atención. Clara nunca había
conseguido saber por qué su amiga se cerraba tanto al
amor y, al oír eso, se siente fatal. Ahora entiende
muchas de las reacciones de Didi.
—Y, bueno —sigue contando ella—, después de ese
palo lo pasé tan mal y me costó tanto recuperarme que
decidí que no volvería a tener pareja nunca más.
—¿Y qué ha cambiado ahora? —quiere saber Clara.
Didi sonríe, coge aire y musita:
—Que ella apareció, la conocí y, aunque no quería,
me he terminado pillando… ¡Joder! Es que es perfecta
para mí.
Clara la observa con ternura. Esa es una faceta de su
amiga que no conocía: una Didi más abierta, más
vulnerable.
—A ver —tercia entonces Amanda haciéndolas reír
—, necesitamos foto, signo del zodíaco…, ya sabes.
Didi coge su móvil sonriendo y, una vez que
encuentra el perfil de la rubia, se lo tiende para que le
echen un vistazo.
—Se llama Marta…, bonito nombre —susurra
Amanda.
Ella asiente, y entonces Clara, recordando algo,
pregunta:
—¿Es la misma que trabajaba contigo en el súper?
—Sí.
—Estoy por matarte por haberme ocultado esto —
murmura la pelirroja.
Didi cabecea y, al ver cómo la mira su amiga, va a
hablar, pero ella se le adelanta.
—Tiene cara de simpática —comenta.
—Lo es. Y siempre se está riendo —asegura Didi.
—Me encanta esta foto —dice Amanda devolviéndole
el móvil.
Didi se fija en la que ella indica y sonríe. Es una foto
de Marta en mitad de la calle, va vestida con una
chaqueta roja y se ríe a carcajadas.
—Esta se la hice yo —señala recordando el
momento.
—¿Y no has vuelto a hablar con ella? —pregunta
Amanda con interés viendo su gesto triste.
—Ha sido imposible —dice dejando el móvil a un lado
—. Le he escrito varias veces por WhatsApp, pero
nunca responde. La he llamado y no me lo coge. Fui al
súper y también ha dejado de trabajar allí. Sé dónde
vive, pero no me atrevo a plantarme en su casa.
Amanda y Clara se miran. Verdaderamente aquello
es un problema.
—¿Marta sabe lo que sientes por ella? —quiere saber
la primera.
Didi niega con la cabeza.
—¡Pues tiene que saberlo! —exclama Clara.
Si Didi supiera cómo, sin duda lo haría.
—Ella te dijo lo que sentía, ¿no? —tercia Amanda.
—Sí.
—Entonces tú también tienes que hacerlo —dice la
rubia—. No tengas miedo a hablar de lo que sientes. Si
ella tiene ese algo especial, ¡no la pierdas!
Didi se echa hacia atrás en el sofá.
—Ojalá fuese tan fácil.
Las tres se miran buscando una solución.
—¿Conoces a algún amigo de Marta? —pregunta
Clara al cabo. Ella asiente y, acto seguido, la pelirroja
propone—: ¿Y por qué no intentas hablar con ellos?
Didi lo había pensado, pero no quería ser una
pesada. Entonces, viendo que esa parece ser la única
solución, afirma albergando una pequeña esperanza:
—Lo haré.
Las otras dos chicas sonríen.
—Aun así, os juro que, si consigo hablar con ella, no
sé qué voy a decirle susurra luego.
Clara y Amanda se miran.
—Pues lo que sientes —suelta la pelirroja—, ¿qué le
vas a decir?
Las tres se ríen y, justo después, Amanda sugiere:
—Tienes que hacer algo que le toque el corazón.
—¿Qué le gusta? —pregunta entonces Clara.
Didi no necesita pensar, pues sabe muy bien lo que le
gusta.
—Le encantan las películas románticas.
Amanda chasquea los dedos y luego agita las manos
en el aire.
—¡Ahí lo tienes, Didi! —exclama—. Tienes que hacer
un gran gesto romántico, como los que ella ve en sus
películas favoritas.
—Madre mía, ¿y eso cómo se hace? —se lamenta la
morena.
Clara suelta una carcajada y, mirando a su
descolocada amiga, bromea:
—Eso ya se te tiene que ocurrir a ti, no te lo podemos
dar todo hecho.
—Solo tienes que pensarlo un poco, seguro que hay
algo especial entre vosotras dos. Cuando es la persona
indicada, siempre hay algo —insiste Amanda.
Entonces, viendo la situación de cada una y los líos
que las dos tienen en lo referente a los temas del
corazón, Amanda decide contarles algo.
—¿Sabéis qué es lo que me ayuda a mí a saber si
estoy con la persona adecuada? —dice acaparando sus
miradas—. Pues ni más ni menos que encontrar ese
algo especial en ella.
—¿A qué te refieres? —pregunta Clara, que no
termina de entenderla.
Amanda se recoloca en el sofá y añade:
—A esa cosa, ese gesto, esa mirada, esa palabra…,
ese algo especial que solo tiene esa persona y que a ti
te encanta, te vuelve loca. En cada persona es diferente
y único.
Didi asiente y, pensando en la chica que no logra
quitarse de la mente, comparte:
—Para mí ese algo especial de Marta es su
sonrisa…, me encanta verla sonreír.
—Madre mía, amiga, estás enamoradísima —suelta
Clara.
Didi la mira, asiente y se ríe. Sabe que no le falta
razón.
—Para mí, ese algo especial de Julen era lo
romántico que era conmigo, no como cuando estaban
sus amigos delante… —dice Amanda—. Pero estando
los dos solos era la persona más romántica que he
conocido hasta el momento.
—¿Era tu novio?
Amanda mira a Didi y asiente.
—Sí, pero lo dejamos hace un par de años —y,
dirigiéndose a Clara, pregunta—: ¿Qué es ese algo
especial que te hace estar con Piero?
La pelirroja observa a sus amigas mientras piensa
qué decir, pero pasan los segundos y su mente sigue en
blanco. No se le ocurre nada.
—¿Lo ves? —susurra Didi al cabo—. No tiene nada
especial.
Amanda suelta una carcajada, Clara sonríe también,
y Didi insiste:
—Si no se te ocurre nada de Piero, piensa en Jacob.
¿Él tiene ese algo especial?
Ahí Clara no tiene casi ni que pensarlo antes de
contestar:
—Es amable, empático, tiene buen corazón… y,
sobre todo, sobre todo, me hace sentir siempre muy
bien.
Amanda y Didi intercambian una mirada cómplice.
—Vaya… —declara entonces la morena—, Jacob
gana a Piero por goleada.
Las tres sueltan una carcajada.
—Jacob me hace sentir bien —confiesa Clara—.
Estoy cómoda a su lado. Con él puedo hacer y decir
cualquier cosa sabiendo que no me va a juzgar, porque
siento que puedo ser yo misma.
Amanda sonríe. Está claro por quién se decanta el
corazón de su amiga.
—A veces no necesitas sentir mariposas para saber
que es la persona acertada. Solo necesitas sentirte
cómoda y feliz —sugiere.
Clara mira a Didi. Lo que acaba de decir es muy
fuerte. ¿Cómo puede no encontrar nada especial en
Piero y sí en Jacob? Por ello, se pone en pie incómoda y
dice:
—Mejor vamos a cambiar de tema, que os estáis
poniendo pesadísimas.
Sus amigas se echan a reír. Clara tiene que
solucionar lo que le pasa.
—¿Queréis ver una peli? —se apresura entonces a
proponer Amanda.
—Sí —y, sonriendo, Clara indica—: Veamos una
comedia romántica, a ver si le viene la inspiración a
nuestra amiga.
Rápidamente Didi se pone en pie.
—Ni de coña, que os vais a poner muy intensas —
protesta.
—¿Y si jugamos al Trivial? —sugiere Clara.
Las otras dos aceptan. Amanda se levanta y recoge
los tres vasos para hacer espacio. Clara saca en ese
momento la caja del juego de uno de los muebles del
salón y la pone sobre la mesa.
—Una cosa, chicas… —dice entonces Didi, que es
consciente de lo que acaba de confesarles—. Lo que se
ha hablado hoy aquí se queda aquí, ¿vale?
Clara y Amanda asienten.
—Lo que pasa en casa de Clarita se queda en casa
de Clarita —asegura la rubia.
Capítulo 38

A la mañana siguiente, tras una noche divertida y llena


de confidencias junto a Amanda y Clara, Didi es la
primera en levantarse.
Poco rato después, como ve que las chicas siguen
dormidas, se toma un café y luego decide irse a su casa.
Necesita poner orden en su cabeza, y sabe que pasear
y ver a sus gatas la ayudará. Antes, por supuesto, les
deja una nota para que no se preocupen por ella. Está
segura de que Clara lo entenderá.
Con mimo, se despide de Cora sin hacer mucho
ruido. Y después sale del piso.
Una vez en la calle, camina a paso lento hacia el
metro, dándole vueltas a todo lo que hablaron anoche. Y
lo que tiene claro es que debe arreglarlo con Marta. No
sabe cómo, ¡pero tiene que intentarlo!
No soporta esa situación. Sabe que ha cometido un
error, que la culpable es ella y que a ella es a la que le
toca arreglarlo, pero ¿cómo?
«Con lo superromántica que es Marta, debe ser algo
que esté a la altura», piensa.
Baja la escalera hacia el metro y llega al andén. El
tren acaba de irse, por lo que no le queda otra más que
esperar unos minutos. Intenta distraer la mente mirando
a su alrededor, pero no hay mucha gente, así que sus
pensamientos vuelven a centrarse en Marta.
En su sonrisa.
En el modo en que la mira.
En lo a gusto que está con ella…
Minutos después llega el metro, Didi se acerca a una
de las puertas y, cuando estas se abren, entra y se
sienta. Saca los auriculares del bolsillo, los conecta a su
móvil y se los pone, tratando de distraerse con música.
Abre su cuenta de Spotify y le da al play en modo
aleatorio. Empieza a sonar la canción Cuando me
acerco a ti de Danny Ocean.
«No me lo puedo creer…», se lamenta para sí al
darse cuenta de qué canción es y recordar su letra. Se
echa hacia atrás en el asiento resignada. ¿Por qué todo
parece estar conectado con Marta?
Un buen rato después, tras bajarse del metro y
caminar unas calles, llega a su casa, donde sus gatas la
reciben con arrumacos. Allí decide ponerse a limpiar con
la música bien alta, todo para intentar evitar oír sus
pensamientos. Antes, sin embargo, ve que tiene un
mensaje de Clara en el móvil.
Clara
Ánimo, reina. ¡Saca tu lado
más romántico!

Leer eso la hace sonreír. ¿Ella tiene un lado


romántico?
Después de pasar varias horas limpiando la casa
como llevaba tiempo sin hacerlo, decide prepararse un
poco de quinoa con verduras. Como siempre que se
sienta a comer, sus gatas se ponen frente a ella, la
miran y esperan que les dé algo. Y, tras compartir su
comida y hablar con ellas, una vez que termina, Didi lo
recoge todo y se tira en el sofá.
Piensa en qué ver. Y, por más vueltas que da por las
plataformas de contenido que tiene en la televisión, no
encuentra nada interesante, hasta que de pronto ve una
película, Cartas a Julieta, y, sabiendo que es la preferida
de Marta, decide volver a verla.
Desde el minuto uno Didi se queda enganchada a la
película. Y, cuando esta termina, de pronto ¡se le
enciende la bombilla! «¿Y si…?»
Se levanta y busca papel y boli mientras piensa qué
poner en la carta, y, cuando lo encuentra, se sienta a su
pequeña mesa de comedor y empieza a escribir.
Tras varios intentos fallidos, por fin cree que lo tiene.
Madrid, 2022
Querida Julieta:
La he fastidiado.
Llevo unos meses conociendo a Marta, una chica maravillosa y con una
gran sonrisa. Pero, a causa de mis absurdos miedos, lo he estropeado
todo.
Me he dejado llevar erróneamente por esas tres estúpidas letras que
tanto conozco: «y si». Tres letras que en sí no suponen ninguna
amenaza, pero que en cuanto las colocamos una al lado de la otra
pueden atormentarnos para el resto de nuestra vida.
Ese ha sido mi problema, Julieta, que me he dejado llevar por esas tres
insignificantes letras.
Me limité a hacerme las preguntas incorrectas una y otra vez: «¿Y si no
sale bien? ¿Y si me vuelven a romper el corazón?»… En lugar de
hacerme la única que merecía la pena: «¿Y si esta vez sale bien?».
Julieta, me he dado cuenta de que estoy enamorada de Marta. Me
enamoré perdidamente y sin querer de ella el día que subí a un autobús
en el que estaba ella y prefirió estar de pie conmigo antes que ir
sentada con toda comodidad. Aquel día ella se coló en mis
pensamientos sin que apenas me diera cuenta.
No sé si podrás ayudarme, Julieta, quizá estoy pidiendo demasiado…
Pero ojalá nunca acabe algo que comenzó sin querer.
Con todo mi amor,
Didi

«Qué cosa tan cursi», piensa cuando acaba de leerla.


Termina la carta y, necesitada de una segunda
opinión, tras ponerles a sus gatas agua y comida, sale
de nuevo de su casa y regresa al piso de Clara, donde
es bien recibida.
Sin tiempo que perder, Didi les cuenta a las chicas
que, viendo la película favorita de Marta, se le ha
ocurrido una idea: escribirle una carta al más puro estilo
Cartas a Julieta. Ellas la escuchan y sienten. Tienen
claro que, siendo su película preferida, seguro que ha
dado en el clavo. ¡Como si tiene que escribirle una, dos,
cuatro o mil cartas!

Esa misma tarde las chicas se reúnen con los demás, tal
y como habían quedado. Clara presenta a su amiga
Amanda y esta encaja a la perfección con todos. Ni que
decir tiene que, cuando esta conoce a Jacob, se lo dice
todo con la mirada a su amiga, y esa noche ambas
disfrutan de horas de risas, charlas y colegueo con el
resto del grupo.
Cuando la noche acaba Didi y Amanda se quedan de
nuevo a dormir en el piso de Clara, y al día siguiente,
que es domingo, muy a su pesar esta y la morena
acompañan a Amanda hasta la estación de Atocha. Se
lo ha pasado muy bien en Madrid, pero debe volver a
Barcelona puesto que al día siguiente le toca trabajar.
Las chicas se abrazan con cariño y Amanda entra en
la estación con su pequeña maleta a rastras. Se vuelve
una última vez para mirarlas antes de pasar el control y,
alzando la voz, les dice:
—¡Mucha suerte, y mantenedme informadaaaa!
Capítulo 39

El lunes por la mañana Didi se levanta dispuesta a


mandar la carta al piso de Marta. Tiene tentaciones de
releerla, pero al final decide reprimirse. Si lo hace,
querrá cambiar cosas, y no quiere hacerlo. Así pues, se
convence de que lo que escribió el sábado en ese papel
es lo que siente realmente, y no hay más que hablar.
Tras asearse y cambiarse de ropa, mientras
desayuna unos cereales ve que Clara le ha enviado un
mensaje:
Clara
La suerte está echada. Estás haciendo
lo correcto, Didi.

Ella sonríe.
Didi
Espero que estés en lo cierto, reina.
Estoy acojonada.

Antes de salir de su casa busca en el móvil dónde le


queda la oficina de Correos más cercana. Después se
despide de sus gatas y sale a la calle.
Cuando llega a la oficina de Correos ve que hay
gente haciendo cola. Eso le sorprende, pero espera su
turno pacientemente. Cuando al final le toca, se acerca
a un pequeño mostrador en el que hay un señor sentado
detrás y saluda:
—Hola, buenos días. Me gustaría mandar esta carta,
pero no sé muy bien cómo se hace.
El hombre la mira y ella, con gesto desconcertado, le
enseña el papel doblado por la mitad.
—¿Nunca has enviado una carta? —pregunta el
hombre sorprendido.
—Es la primera vez.
El hombre sonríe, niega con la cabeza y bromea:
—¡Hay que ver con las nuevas generaciones! Con
tanto móvil y tanto ordenador…
Didi asiente. No le va a decir que no.
—Lo primero que necesitas es un sobre —dice el
hombre.
Se mueve para coger algo y le ofrece tres sobres
distintos.
—Mira a ver cuál te va mejor.
Didi coge uno de ellos, mete el papel de la carta y
entra sin problemas.
—Este mismo.
—Perfecto —asiente el señor—. ¿Tienes las
direcciones del remitente y el destinatario?
La joven asiente desbloqueando el móvil y luego él
indica señalando con el dedo:
—Pues la del destinatario la escribes por este lado, y
la del remitente en el otro, en la solapa.
—Entendido —afirma ella.
—Toma.
El hombre le ofrece un bolígrafo azul que ella acepta
encantada. Mira en su móvil y copia la dirección de
Marta. Al terminar, Didi le da la vuelta al sobre y anota
su dirección.
—¿Lo cierro? —pregunta cuando acaba de escribir.
—Sí, si no tienes que meter nada más en él, puedes
cerrar el sobre.
La chica despega una tira de papel de la solapa y la
pega bien al sobre para que no se abra.
—Trae, dámelo —dice el señor extendiendo el brazo.
Ella le da el sobre y le devuelve el boli.
—Hay que ponerle un sello, ¿no? —pregunta Didi.
—Exacto, pero eso se lo pongo yo ahora.
Observa cómo él teclea algunos datos en su
ordenador y, a continuación, pega un sello en el sobre.
—¿Envío ordinario?
—¿Cuánto va a tardar en llegar? —pregunta ella.
—Siendo Madrid, mañana mismo está ahí —le
asegura él.
—Entonces sí, envío ordinario.
El hombre le indica el precio total y ella paga con
tarjeta.
—Pues ya está —dice él mirándola, y añade
bromeando—: ¡Enhorabuena, has enviado tu primera
carta!
Didi sonríe y se despide de él:
—¡Muchísimas gracias! Que tenga un buen día.
Instantes después la chica sale de Correos y suspira.
«Ojalá funcione…»

Pasan dos días y Didi no recibe contestación, por lo que,


decidida a conseguir su propósito, vuelve a coger papel
y boli y escribe:
Madrid 2022
Querida Julieta:
Estoy desesperada. Viví un amor intenso como el tuyo, pero por mi
mala cabeza puede que ese amor me haya olvidado.
¿Crees en las segundas oportunidades? Yo era escéptica, pero esta
vez quiero creer. Y quiero creer porque esa chica a la que amo llamada
Marta lo merece. Ella es maravillosa en todos los sentidos. En tantos,
que no creo que nadie pueda superarla nunca.
Julieta, por favor, ¡ayúdame! Haz que Marta piense en mí. Que no me
haya olvidado y desee tener junto a mi esa segunda oportunidad.
Con amor,
Didi

De nuevo se dirige a la oficina de Correos para enviar


la carta con la esperanza de que Marta le responda,
pero los días transcurren sin noticias de ella y Didi está
cada vez más convencida de que no le va a dar una
segunda oportunidad. A pesar de ello, le envía una
tercera carta y hasta una cuarta.
Didi se martiriza. Sabe que se portó con ella peor que
mal y se castiga pensando que no se la merece después
de haberla tratado como lo hizo en la puerta del súper.
Aun así no se arrepiente de haberle enviado las cartas.
En unas pocas líneas y por primera vez en su vida ha
sido capaz de expresar lo que su boca no supo decir
con palabras.

Sábado, 14 de mayo de 2022

Hoy es el gran día. Es la final de Eurovisión, y para los


eurofanes es un momento muy esperado.
Kevin, Didi, Clara y compañía han quedado en casa
del pelirrojo para ver el festival juntos. Piero no ha sido
invitado.
Llaman a la puerta, Clara se apresura a ir a abrir y se
encuentra con Sebas y Valentín.
—¡Hola, guapa! —dice Sebas abrazándola.
Didi, que ha llegado hace ya varios minutos, se
asoma y lo ve. Mira la hora en su móvil, son las 19.31, y
se burla:
—¡Fíjate lo puntual que eres hoy!
Sebas piensa que la que ha sido muy puntual es ella.
—¿Qué pasa contigo? ¿Has venido antes de tiempo?
—señala.
—Única y exclusivamente para llegar antes que tú,
rey.
Sebas se acerca a ella y le da un abrazo y, justo
cuando Clara se dispone a cerrar la puerta, salen del
ascensor Ángel y Jacob, a los que recibe con una
sonrisa.
—¡Bienvenidos!
Los chicos saludan a su amiga con cariño y, sin
dudarlo, pasan al interior del piso.
—Bueno, ahora que ya estamos todos —dice Sebas
—, lo primero es dar las gracias a Jacob, que nos ha
hecho el favor de retrasar la fiesta de su cumpleaños al
fin de semana que viene para que, como las buenas
mamarrachas que somos, podamos disfrutar del Festival
de Eurovisión en condiciones.
Todos aplauden a Jacob, que se levanta y saluda
cómicamente a sus amigos.
—Y lo segundo —añade Sebas—, ¿habéis hecho los
deberes?
Todos lo observan sin tener muy claro qué responder.
—¿Te refieres a que si hemos visto las semifinales
del martes y el jueves? —prueba Kevin.
—Exacto, maricón —replica Sebas.
—Yo lo intenté, pero reconozco que me quedé
dormido —comenta Jacob—. ¿Pasó algo que deba
saber?
Valentín asiente.
—Se produjo un robo tremendo y no dejaron pasar a
Albania a la final.
—Totalmente de acuerdo —conviene Kevin.
—Tanto la canción como la actuación tenían
muchísima fuerza, era una combinación muy eurovisiva
—añade Ángel.
Sebas lo mira sorprendido.
—Te veo muy puesto en Eurovisión a ti.
—Por supuesto, nací siendo eurofán —afirma aquel.
—Qué buen gusto —lo halaga Sebas, que,
enseñándoles el fondo de pantalla de su móvil, agrega
—: Y, hablando de buen gusto, os tengo que enseñar a
mi nuevo crush. El mismísimo Abraham Mateo.
Todos echan una ojeada a la foto que Sebas les
muestra y Clara pregunta sorprendida:
—Madre mía…, ¿ese es Abraham Mateo?
—Sí, reina.
—Pues cómo ha crecido y lo bien que lo ha hecho —
observa Clara.
Todos ríen al oír eso y Sebas murmura mirando a su
amiga:
—Este chico es como el buen vino. ¡Mejora con los
años! —Los demás ríen de nuevo y después él indica—:
Por cierto, Didi, seguro que te encanta su nueva
canción, tiene vibes ochenteros como las que a ti te
suelen gustar. Luego te la paso.
Ella asiente, todo lo que sea música con rollito
ochentero le encanta.
Antes de que se haga más tarde deciden pedir algo
para cenar. Tardan un rato en ponerse de acuerdo. Unos
quieren chino, otros indio, otros hamburguesas, pero al
final optan por unas pizzas. Suele ser la opción más fácil
y rápida.
Tras pedirlas y decirles que tardarán como una media
hora en llegar, aprovechan para poner la mesa y
preparar algo para picar: patatas, aceitunas y pistachos.
Cuando lo tienen todo listo se sientan alrededor de la
mesa y siguen comentando algunas de las actuaciones
de las semifinales.
En un momento dado Didi se levanta a buscar un
refresco a la nevera. Cuando lo coge y cierra la puerta
del frigorífico se apoya en la encimera para mirar el
móvil. Entra en Instagram y lo primero que le salen son
las historias que ha subido Marta. Las mira y comprueba
que, al igual que ella, Marta se ha juntado con sus
amigos para ver Eurovisión. Los mismos amigos que
ella conoció la noche del karaoke.
Está observando la pantalla cuando Clara entra en la
cocina y se interesa:
—¿Alguna novedad?
Didi bloquea el móvil y mira a su amiga con gesto
derrotado.
—Ninguna.
—Bueno, dale tiempo, las cartas tienen que funcionar
sí o sí —la anima.
Clara abre también la nevera para coger algo
fresquito y entonces es Didi la que pregunta:
—¿Tú tienes alguna novedad de lo tuyo?
La pelirroja niega con la cabeza. Pensar en Piero y
qué hacer con lo que tiene con él la vuelve loca y,
bajando la voz, asegura:
—De momento, no, tengo la cabeza hecha un lío.
—¿Qué cuchicheáis por allí? —pregunta Sebas
llamando la atención de las chicas desde donde está
sentado.
Didi y Clara se miran. Hay que ver lo que le van los
chismes a Sebas.
—¡Ahora te vas a quedar con las ganas, por cotilla! —
grita Didi.
En ese instante suena el timbre y, como ellas están
más cerca, van a la puerta y recogen las pizzas.
—Vamos a cenar, que se nos echa el tiempo encima
—apremia Valentín.
Justo terminan de comer unos minutos antes de que
dé comienzo Eurovisión y, como no quieren perderse
nada, deciden que ya recogerán después. Se limpian las
manos y se instalan unos en el sofá del comedor y otros
en el de la terraza, que Kevin ha metido en casa para
que todos disfruten del festival cómodamente.
Laura Pausini abre la gala interpretando algunas de
sus canciones más icónicas y Kevin exclama feliz:
—¡Esto empieza bien!
—¿Os habéis fijado en que, cada vez que Laura
canta una nueva canción, el vestuario cambia
completamente de color? —comenta Clara.
—No sabía cómo decir gay rights en televisión, así
que lo ha hecho representando lo colores de casi toda la
bandera —explica Sebas riendo.
Laura Pausini acaba su actuación y empiezan a salir
los representantes de cada país con sus banderas.
—¡Vamos, reina, que lo vas a petaaar! —grita Didi
entre los aplausos de sus amigos cuando aparece
Chanel.
Empieza la primera actuación y todos prestan la
máxima atención. No quieren perderse nada esa noche.
En la segunda todos se vienen arriba con Llámame, de
WRS, la propuesta de Rumanía, y Valentín y Didi cantan
al unísono.
—Me parece que la voy a oír muuucho este verano —
comenta Jacob.
Y así transcurre la gala, hasta que llega la décima
actuación.
—Es posible que vayamos a vivir un chanelazo en
directo —murmura Sebas.
—Lo va a hacer increíble —asegura Ángel.
Comienza la actuación de Chanel con SloMo y todos
animan y aplauden.
—¡Vamos, vamos, vamos! —exclama Didi cuando
llega el dance break hacia el final.
Los siete respiran aliviados al ver que tanto a ella
como a los cuatro bailarines que la acompañan les han
salido todos los pasos perfectos. Una vez que Chanel
grita «¡AGUAAAA!» y termina la canción, todos
aplauden, gritan, saltan…, lo celebran a lo grande.
—¡HEMOS VIVIDO UN CHANELAZO EN
DIRECTOOOOO! —grita Sebas yendo de un lado a otro
del salón.
—Es impresionante lo que acaban de hacer tanto ella
como los bailarines —declara Jacob.
—Esto ha sido histórico, seguro que en el futuro lo
estudian en los colegios —bromea Kevin.
—Este año tenemos que ganar sí o sí —dice Valentín.
La gala continúa y los chicos siguen comentando el
resto de las actuaciones.
—Los de Moldavia me recuerdan a las fiestas de mi
pueblo —afirma Ángel.
—¿Y qué me decís de la canción de Suecia? —
pregunta Didi.
—Temazooo —dice Jacob.
—Es de mis favoritas este año —responde Valentín.
—Me parece una pasada. Y la voz rota de ella le da
un toque más allá aún —opina Didi.
Pasan los minutos y llegan las últimas actuaciones.
—Vaya pedazo de power ballad que lleva Australia,
me ha puesto los pelos de punta —asegura Jacob.
—Sam Ryder, el representante de Reino Unido de
este año, me da muy buen rollo —comenta Clara—.
Siempre tiene una sonrisa en la cara.
—¿La de Serbia se está lavando las manos? —
pregunta Kevin confundido.
—Sí, porque su canción es una denuncia a los
problemas de salud de los artistas en su país —le
explica su novio.
El pelirrojo asiente, no tenía ni idea.
Al terminar las actuaciones recogen la mesa entre
todos y regresan de nuevo a los sofás.
—¿Hacemos una porra a ver quién acierta? —
propone Valentín.
—Venga, y al que gane el resto lo tenemos que invitar
a cenar —sugiere Ángel.
—Pero nada de escribirla en el móvil, la hacemos en
papel, que os conozco y vais a empezar a cambiar
cosas según vayan saliendo las votaciones —advierte
Kevin.
Acto seguido se levanta y va hacia el despacho para
coger un cuaderno y varios bolígrafos. Cuando regresa
reparte una hoja de papel a cada uno. Todos se animan
y van apuntando su top 3 de ese año mientras Mika sale
al escenario e interpreta Happy Ending, una de sus
canciones más representativas.
—Uff…, esta canción, qué recuerdos —señala Kevin
—. ¿Vosotros veíais Fama, ¡a bailar!?
—¡Clarooo! —responde Didi—. Esta canción marcó a
toda una generación.
—La ponían cada vez que alguien era expulsado del
concurso —dice Ángel.
Tras la actuación de Mika llegan los votos del jurado.
—¡Qué nervioooos! —exclama Sebas.
Los países empiezan a dar puntos a España, incluso
varios 12 seguidos.
—¡Esto es históricooo! —grita Ángel.
La votación del jurado termina con Italia dando sus
puntos.
—¿Perdona? —dice Sebas al cabo—. ¿Italia no nos
ha dado ni un mísero punto?
—Sabían que éramos los favoritos y les ha dado
miedo. ¡Cobardes! —replica Clara sin importarle que su
chico sea italiano.
Kevin niega con la cabeza.
—Ahora viene el voto del público, este es el
verdaderamente importante —explica Valentín—.
Pueden cambiarlo todo en un segundo.
—Casi todo el público de Eurovisión son maricas
como nosotras, así que tiene que ganar la diosa Chanel
sí o sí —comenta Sebas.
Tras varios minutos de votación se confirma que
Rumanía se queda en la decimoctava posición.
—¡Qué injusto! —se queja Kevin.
—Mi bebebé merecía muchísimo más —se lamenta
Didi.
Todos están de acuerdo. Y, tras varios minutos de
tensión con los votos, se sabe la clasificación final. En el
primer puesto queda Ucrania, en el segundo Reino
Unido y en el tercero España.
—¡Qué penaaaaaa! Por qué poquito —dice Jacob.
—No pasa nada, lo de esta noche ha sido histórico —
anima un Sebas que, de los nervios, no ha podido
sentarse durante toda la votación—. La ganadora moral
de este año es Chanel, y así la vamos a tratar.
—¡Bien dicho! —exclama Clara.
—Oye, ¿quién ha ganado la porra? —se pregunta
Valentín.
Todos miran los papeles.
—¿Nadie? —quiere saber Jacob extrañado.
Ninguno ha terminado acertando la porra.
—No tenemos suerte ni para esto —dice Didi
haciéndolos reír.
Kevin coge entonces el mando de la tele, abre
YouTube y pone la canción de SloMo a todo volumen. Y
todos se levantan a bailar y a cantar. Ese tercer puesto
les sabe a victoria.
Capítulo 40

Pasan un par de días y Clara, que está sentada junto a


Piero, ríe ante lo que acaba de decir Cayetana. Hoy ha
salido a cenar con los amigos del italiano para celebrar
el cumpleaños de Tiziano.
—Deberíamos hacer un viaje todos juntos, en parejas
—propone Víctor apoyando su copa en la mesa.
—Che bella idea! —exclama el cumpleañero.
La pelirroja los mira divertida. Se nota que ya llevan
unos cuantos vinos encima.
—¿Y adónde vamos? —quiere saber Cayetana.
—Podríamos ir este finde a Ibiza —propone Víctor.
Tiziano y su novia Fabiana se miran y él sonríe.
—Contare con nosotros —asiente ella.
Piero pasa entonces el brazo por la espalda de Clara.
—E con noi! —exclama.
Nada más decir eso se gana una rápida mirada de su
chica, pero a él le da igual.
—Conmigo por supuesto que puedes contar cariño —
dice Cayetana.
—Perfecto. Estáis seguros, ¿no? Porque en cuanto
salgamos del restaurante llamo a mi padre y dentro de
un rato nos tiene organizado el viaje —señala Víctor.
Todos asienten menos Clara, que sabe que no puede
irse así como así. Además, ya tiene planes para el
sábado.
—Víctor, mil gracias, pero yo no voy a poder —
explica.
—¡Qué pena, Clara, no será lo mismo sin ti! —se
lamenta Cayetana.
Piero mira a su chica molesto. ¿Qué es eso de que
no va a ir?
—Tranquillo, al prossimo viaggio vieni si o si —
asegura Fabiana.
Clara asiente con una sonrisa, pero con el rabillo del
ojo se ha dado cuenta de la reacción de Piero. En ese
instante se acerca a la mesa un camarero con una
bonita tarta de cumpleaños. Al verlo, todos se ponen a
cantar al unísono el Cumpleaños feliz a su amigo.
Prácticamente el restaurante entero se une a ellos y, al
terminar, Tiziano sopla las velas y agradece a todos el
detalle.
—Grazie mille, amore mio! —le dice a Fabiana
dándole un apasionado beso.
El grupo disfruta de la tarta entre anécdotas y buen
rollo y, al terminar, deciden ir a casa de los chicos a
tomar algo, ya saldrán de fiesta más tarde.
—¡La noche es larga! —afirma Fabiana cogida de la
mano de su novio.
Como el restaurante está cerca del piso, van
andando. Las tres parejas caminan por la calle
mostrándose cariño y cercanía. Todas excepto una.
Al salir del restaurante Piero le ha dado la mano a
Clara, pero no se ha molestado en abrir la boca en todo
el camino. Sin duda está enfadado.
Llegan al piso y Cayetana va directa a poner música,
mientras Víctor se dirige a la cocina y unos minutos más
tarde reaparece en el salón con chupitos para todos.
Cada uno coge un vasito y Piero alza el suyo.
—Por Tiziano, salute! —exclama.
El resto lo imita y chocan sus vasos con cuidado.
—Ufff… —resopla Clara al terminarse el suyo.
Deja su vaso vacío en la mesa, pero Víctor se
apresura a cogerlo.
—¡Otra rondaaa!
—Uy, qué dices, yo no puedo más. —Clara ríe.
—Yo tampoco —asegura Fabiana.
La italiana coge de la mano a Clara y se la lleva a
bailar mientras los demás vuelven a brindar. Instantes
después se unen a ellas Víctor y Cayetana, y los cuatro
lo dan todo durante un rato al ritmo de Daddy Yankee,
Anitta o Rosalía.
A pesar de estar bailando y pasándolo bien, Clara no
le quita ojo a Piero y observa que está casi todo el rato
pendiente de su móvil. ¿Qué esperaba?
En cuanto empiezan a sonar los primeros acordes de
Señorita, de Shawn Mendes y Camila Cabello, Fabiana
reconoce la melodía y se echa a los brazos de Tiziano.
Le encanta esa canción. Víctor y Cayetana también se
unen para bailar y Clara busca a Piero con la mirada; sin
embargo, él se levanta y va a la cocina. Decide ir tras él,
pues no quiere quedarse ahí sola entre las dos parejas
acarameladas, y al entrar ve que se está rellenando la
copa.
—¿Bailamos? —sugiere Clara con una sonrisa.
Pero él no está por la labor y, volviéndose, responde:
—No me apetece in questo momento.
Ella suspira. Siente mucha envidia de la intimidad que
comparten las otras dos parejas que hay en el salón.
¿Por qué ella tiene tan mala suerte?
—¿Perché no quieres ir a Ibiza? —inquiere él
entonces.
—Tengo planes para el sábado, ya lo sabes —
responde Clara—. Además, yo no puedo irme así sin
más. Tengo a Cora, y ahora mismo tampoco me va bien
económicamente. Al vivir sola he de adaptarme.
—Puedes pedirle el dinero a tu hermano.
Clara niega con la cabeza. «Este chico no se entera
de nada», piensa.
—Piero, no es tan fácil.
—Tampoco lo has intentado —protesta él.
Termina de rellenar su copa y le da un trago.
—¿Qué planes tienes per sábado?
—Te lo dije la semana pasada: mi amigo Jacob hace
una fiesta por su cumpleaños.
Molesto por sentirse siempre excluido de cualquier
plan con los amigos de Clara, el italiano protesta:
—¿Y vas a ir sola? Senza di me?
Ella lo mira y se apresura a contestar:
—Claro que voy a ir sola. Y que sepas que, antes de
estar contigo, también iba a esas fiestas sin
acompañante.
Piero niega con la cabeza e inquiere molesto:
—¿Y eso es más importante que un viaggio a Ibiza
conmigo?
—Por supuesto, Jacob es mi amigo.
El italiano asiente; Jacob nunca le ha caído bien. Y,
alzando ligeramente la voz, indica mientras señala hacia
el pasillo:
—Ellos también son tus amigos.
Desde luego, Clara considera solo conocidos a las
personas que están bailando en el salón, por lo que
matiza:
—No te equivoques, ellos son tus amigos.
—Ma cosa stai dicendo?! —exclama Piero
gesticulando con las manos.
Se mueve incómodo en el sitio. Que le lleven la
contraria no le gusta nada.
—Mira, mejor vamos a tu habitación a hablar, porque
no quiero que los demás se enteren de nuestras
movidas —propone Clara—. Esto son cosas entre tú y
yo.
Él asiente sin dudarlo. Ambos salen de la cocina,
atraviesan el salón, en donde el resto siguen pasándolo
bien, y llegan a la habitación de él. Nada más entrar ella
se sienta en la cama, pero él se mantiene en pie. Se lo
ve incómodo y trata de relajarse con un cigarro, por lo
que Clara rápidamente se levanta y abre la ventana para
tener que soportar la menor cantidad de humo posible.
—¿Qué cosa vuoi parlare?
Ahora ella se quede de pie frente a él. Está claro que
ha llegado el momento de solucionar su problema.
—De que las cosas entre nosotros no van bien, Piero
—responde.
Él la mira con gesto serio.
—Sei tu quien quiere hacer planes por separado —le
echa en cara—. Se supone que somos una pareja.
—Por supuesto. Pero que seamos pareja no quiere
decir que tengamos que hacerlo todo juntos —replica—.
Bastantes cosas me he perdido con mis amigos por
intentar pasar tiempo contigo y los tuyos.
Él niega con la cabeza. ¡Sus amigos no tienen punto
de comparación con los de Clara! Los suyos son
divertidos y adinerados, mientras que los de ella son
aburridos e insustanciales.
—No entiendo perché prefieres ir a una fiesta cutre
antes que a Ibiza —señala dando una calada a su
cigarro.
Según dice eso, Clara parpadea. Pero ¿qué dice ese
imbécil?
—Piero, ¿me lo estás diciendo en serio? —pregunta
ofendida—. ¿Estás llamando «cutres» a mis amigos?
—Comparados con miei amici, sì.
Clara tiene cada vez más calor y sabe que es el del
enfado que va creciendo en su interior.
—Estoy flipando…
El chico simplemente bebe de su copa, y Clara
replica mirándolo:
—No voy a consentir que insultes a mis amigos
llamándolos «cutres», cuando aquí el único cutre que
hay eres tú. —Piero levanta las cejas y luego ella añade
—: Y te voy a decir una cosa: nunca has tenido la menor
intención de conocerlos y…
—Come no?
—No, Piero, no. Para dos veces que he conseguido
que vinieras a algún plan, mira de lo que ha servido. —
Y, pensando en la mudanza y en el día de los karts,
añade—: Es más, para comportarte como lo hiciste con
mis amigos, podrías haberte ahorrado el viaje.
—Lo que estás diciendo es molto egoísta —suelta él
molesto.
Ella lo mira sin dar crédito.
—¿Egoísta, yo?
Clara camina nerviosa de un lado a otro de la
habitación y protesta:
—O sea, yo, que literalmente te he abierto las puertas
de mi casa, soy la egoísta, ¿no?
Piero alza los hombros y suelta:
—¿Al final qué ha pasado con las llaves di casa tua?
Clara asiente. Está claro que ese es uno de los temas
que le molestan. Pero, como no quiere hacer leña del
árbol caído, indica:
—Que se las queda Didi.
—Davvero?
La pelirroja asiente convencida.
—Por supuesto. Ella es de mi total confianza.
El italiano se enfada más aún al oír eso y exclama
levantando la voz:
—Incredibile! Un amico è más importante que yo.
Piero grita, grita y grita. Le echa en cara demasiadas
cosas y, cuando se acerca a la ventana para tirar la
ceniza del cigarro, ella lo mira y, negando con la cabeza,
piensa: «Esto no tiene futuro».
Al ver que Clara no dice nada, añade:
—¿Posso hacerte una pregunta?
—Claro, dime.
Él da entonces una calada a su cigarrillo, toma aire e
inquiere con una sonrisita:
—¿Tutti tus amigos tienen que ser… así?
Clara no sabe si lo ha entendido bien, y susurra:
—¿Perdona?
Piero asiente y, moviendo las manos, aclara:
—Si tienen que ser gais, lesbiche…
Terriblemente molesta, Clara se cruza de brazos y lo
corta.
—¿Me lo estás preguntando en serio?
Él asiente, aunque sabe bien que eso le molesta.
—Llama la mia attenzione —contesta.
Clara, a quien esa pregunta y su mala intención le
hacen entender que lo suyo se acaba sí o sí, coge aire y
luego murmura furiosa:
—Piero, tu pregunta y tus comentarios son de muy
mal gusto.
—Según tú…
Ella lo mira desconcertada. Pero ¿cómo ha podido
estar con alguien así? Y rápidamente replica:
—Busco tener a mi lado personas que de verdad
valgan la pena, y mis amigos lo son. Son las personas
más maravillosas que he conocido en la vida, por mucho
que a ti te joda. Me gusta rodearme de gente que me
hace sentir bien y con la que puedo compartir risas,
bailes y dramas, y, por supuesto, no doy prioridad a
saber a quién quieren o dejan de querer. Les doy
prioridad a ellos, a ellos como personas, igual que ellos
me la dan a mí.
Piero no dice nada y Clara añade:
—¿Todos tus amigos tienen que ser heteros?
Él asiente sin dudarlo.
—Estoy con persone con las que me sento cómodo.
Clara cabecea. ¿En serio ha estado saliendo con un
tipo así?
—Ahora entiendo muchas cosas —murmura.
Piero da una última calada a su cigarro y lo apaga en
el alféizar de su ventana. La chica se acuerda entonces
de muchos de los desprecios que él les ha hecho a sus
amigos y dice alto y claro:
—Esto se acabó, Piero.
Él abre los ojos con exageración.
—Che cosa? —susurra.
—Sabes perfectamente a lo que me refiero —dice
Clara—. Somos del todo contrarios, no tenemos nada en
común. Tú no estás dispuesto a entrar en mi mundo,
con mi gente, y yo, aunque sí lo he hecho en el tuyo, me
niego a seguir.
Ambos se miran en silencio unos instantes; en la
habitación solo se oye la música y las risas procedentes
del salón.
—Tus amigos son maravillosos —asegura la pelirroja
—, cosa que no puedo decir de ti. —Piero la escucha
sorprendido—. Y ya, después de lo que has dicho hace
un momento y que me demuestra qué clase de persona
eres, me lo has dejado más claro aún.
—Ma ora sei enfadada, quizá mañana…
—No, Piero, ni mañana, ni pasado mañana, ¡ni
nunca! —lo interrumpe—. Sé que dicen que no hay que
tomar decisiones en caliente, pero esto es algo que
viene de lejos y ya no puedo más. No te soporto y
ahora, con lo que sé de ti, mucho menos.
Él yergue la espalda, se miran a los ojos y luego el
italiano dice con cierta chulería:
—Sei sicuro?
—Segurísima.
—Me vas a echar de menos —se mofa.
—Lo dudo —afirma Clara convencida dándose la
vuelta y caminando hacia la puerta de la habitación.
Piero no le quita ojo; nunca antes lo han dejado. Él es
quien siempre deja, por lo que no tiene intención de
moverse y, al ver que ella abre la puerta, avisa:
—Se te ne vai, no nos vamos a volver a ver más.
Según lo oye, Clara sonríe. No tiene ninguna
intención de volver a verlo. Y, antes de salir, lo mira por
última vez y dice:
—Que te vaya bien.
Acto seguido cierra la puerta e inconscientemente
suspira aliviada al darse cuenta de que se ha quitado un
gran peso de encima y que por fin puede volver a ser
ella misma.
Capítulo 41

Ya han pasado casi dos semanas desde que Didi le


mandó las carta a Marta y sigue sin recibir respuesta,
por lo que piensa cosas como: «¿Le habrán llegado?
¿Puse mal la dirección? ¿Estará durmiendo en casa de
otra persona y por eso no las ha recibido? ¿Las habrá
tirado a la basura sin ni siquiera leerlas? …».
Le da vueltas y más vueltas al tema y, la verdad, no
sabe qué pensar. Para el día de hoy Didi ha decidido
comer un plato de arroz con garbanzos al curry sentada
en el sofá mientras ve la tele.
De pronto su móvil suena, lo coge y ve que es un
mensaje de Sebas.
Sebas
Te paso la canción de mi crush,
que al final el otro día se me olvidó.
Él sale guapísimo. Y la canción
seguro que te encantaaaa.

Didi accede al enlace que le manda su amigo y


conecta el móvil a la tele para ver el videoclip de Quiero
decirte en ella. Empieza a sonar la melodía y solo con
los primeros compases ya sabe que le va a gustar. La
sorpresa viene cuando en la pantalla aparece un
segundo nombre, el de Ana Mena.
«Perfecto…, la cantante favorita de Marta. ¿Es que
todo me tiene que recordar a ella?», se lamenta.
Didi escucha atentamente la canción hasta cinco
veces seguidas y se sorprende con la letra. «Es
perfecta…»
Coge su móvil, abre Instagram y se va directamente
al perfil de Marta. Busca en sus fotos hasta que
encuentra una en la que sale con su mejor amigo, Tana.
Tiene que escribirle. No le gusta ser pesada, pero la
situación es desesperada, por lo que se va directa a su
perfil y le manda un mensaje privado.
Didi
Hola, Tana, soy Didi.

Él no tarda en responder:
Tana
¡Hola!

Feliz por su rápida respuesta, le echa valor y escribe:


Didi
Necesito tu ayuda, por favor.

Didi espera, espera, espera y al final lee:


Tana
Dime, pero no te prometo nada.

«Vale, al menos me da una oportunidad», se dice


ella.
Didi
Imagino que Marta te habrá contado
lo que pasó entre nosotras. No sabes
lo mucho que me arrepiento de ello.
Fui una imbécil.
Tana
De momento vas bien.

«Guay», piensa la morena, y sigue escribiendo.


Didi
Ese día me bloqueé y no supe estar
a la altura, no supe expresarme.
Pero ahora lo tengo claro y quiero
hacer las cosas bien.

De nuevo, espera, espera y espera, hasta que lee:


Tana
Me alegra que reconozcas que no lo hiciste
bien. Pero ¿qué quieres decirle
concretamente? Porque el día que te conocí
me caíste muy bien, pero, si vas a volver a
hacerle daño a mi amiga, paso de ayudarte
en nada y te bloqueo ahora mismo.

Horrorizada, ella se apresura a teclear.


Didi
¡No me bloquees! Solo quiero decirle que
los sentimientos son mutuos. Que ha
conseguido que me pille por ella aun cuando
yo misma creía que eso era imposible. Y me
gustaría pedirle
una segunda oportunidad.

El chico tarda unos segundos que a Didi se le hacen


eternos en contestar.
Tana
Vale, cuenta conmigo. Por cierto,
me gustaron tus cartas.
¿Qué hay que hacer?

Didi sonríe. Saber que Marta ha recibido las cartas e


incluso se lo ha comentado a su amigo es una buena
señal. Lo celebra en silencio en su casa y luego,
dispuesta a todo, escribe:
Didi
Perfecto, te cuento…
Y, sin más, la joven le cuenta lo que se le ha ocurrido
y juntos empiezan a darle forma a la idea.
Capítulo 42

Horas más tarde Didi llega al sitio acordado con Tana


hecha un manojo de nervios.
Una vez allí, mientras se acerca al chico y a Ari, se
pregunta si lo de hoy servirá para algo. Si está haciendo
lo correcto. Ni siquiera tiene claro si Marta quiere volver
a verla y por eso pasa de sus cartas.
«Aunque supongo que, si no quisiese volver a verme,
sus amigos no me ayudarían», se dice para animarse.
—¡Hola, Didi! —la saludan Tanta y Ari al verla.
—Hola, chicos —responde ella con una gran sonrisa.
Los dos amigos intercambian una mirada. Saben lo
mal que lo está pasando Marta por lo sucedido entre
ellas.
—¿Nerviosa? —le pregunta Ari.
—Bastante —reconoce ella.
La chica sonríe. Las cosas del amor siempre le han
encantado. Y, deseando ser positiva, comenta:
—Que sepas que tus cartas de amor me han
parecido ¡lo más!
Didi asiente e, incapaz de callar, dice:
—Me alegra saberlo, pero más me alegraría saber
que a Marta también le han parecido ¡lo más!
Los tres sonríen.
—Creo que cuando Marta te vea lo sabrás —asegura
Ari.
Didi afirma con la cabeza, eso espera ella también.
Entonces Tana se da cuenta de que la morena desvía la
mirada hacia el local que está junto a ellos.
—Ya lo he hablado con la dueña y está todo
preparado —la informa—, así que no te preocupes.
Ella asiente. En la vida ha hecho nada parecido. En la
vida ha sacado esa vena tan romántica, pero ahí está,
dispuesta a todo por la chica a la que adora.
—¿Habéis hablado con Marta? —pregunta a
continuación.
—Sí —dice Tana—. Viene hacia aquí. Tardará una
media hora más o menos.
Didi cabecea y, consciente de que hay que ser
agradecida, acto seguido murmura:
—Oíd, chicos…, os agradezco mucho que me
ayudéis con todo esto prácticamente sin conocerme.
Ellos dos se miran. Saben que lo que están haciendo
será bueno para Marta.
—No hay de qué —contesta Ari—. Además, haríamos
cualquier cosa por ver a nuestra amiga feliz. Y sabemos
que, aunque se hace la dura, está como loca por verte.
—¿Creéis que le va a gustar la sorpresa? —pregunta
entonces Didi.
Ari y Tana intercambian de nuevo una mirada y
sonríen.
—¿Estás de broma? —dice él—. Con lo romántica
que es, seguro que le va a encantar.
—Estoy convencida de que esto entrará directamente
en el top five de las cosas más románticas que le han
pasado nunca —susurra Ari emocionada.
Didi sonríe. Si ellos, que conocen a la perfección a
Marta, opinan eso, seguro que le gusta.
Pasan unos minutos, entonces las puertas del local
se abren y de él salen Nuria, Miguel y Carlos, los amigos
de Marta que faltaban. Didi los saluda.
—Hola, Didiii —responde Nuria.
—Hoy estamos en la sala seis —informa Carlos.
—El seis es mi número de la suerte, así que eso
significa que todo va a salir bien —expresa Ari.
Todos charlan tranquilamente durante un rato hasta
que Tana recibe un mensaje.
Marta
Estoy a tres paradas de metro.

—Marta llega en menos de diez minutos —avisa el


chico—. Hay que ponerse en marcha.
Entran en el local y acompañan a Didi a la sala
número 6.
—Una vez que estés dentro, la puerta solo volverá a
abrirse cuando sea Marta la que entre —explica Tana a
una nerviosa Didi.
—Vale… —dice ella en un hilo de voz.
—Solo tienes que darle a este botón y en la pantalla
aparecerá el vídeo con las imágenes que hemos
montado con tu voz en off leyendo las cartas. Por cierto,
¡ha quedado espectacular!
Didi asiente. Los amigos de Marta la han ayudado a
hacer un montaje con la película Cartas a Julieta. Los
momentos más románticos, las imágenes de Verona y
las escenas más bonitas, con su voz leyendo lo que le
escribió.
—De verdad, muchas gracias. No sé cómo
agradecéroslo.
Tana sonríe. Ari también y cuchichea:
—Si haces feliz a Marta, con eso nos damos por
agradecidos.
Los tres sonríen.
—¿Y no hay otro lugar para escondernos que no sea
el baño? —se queja Miguel—. Qué sitio tan poco
higiénico.
Sus amigos lo miran y Nuria indica:
—Cuando Marta entre en la sala, podremos salir del
baño. Te lo he dicho ya cuatro veces, tío.
—Era por confirmar —se excusa él.
Tana echa un vistazo a su móvil y alza la cabeza con
rapidez.
—Tú, para dentro —dice señalando a Didi, y mirando
a sus amigos añade—: Y vosotros, al baño ¡ya! Yo iré a
la puerta del local a esperar a Marta.
—Ya vamos, jefe —bromea Carlos.
—¡Buena suerte! —le desea Nuria a Didi.
—¡Enamórala! —suelta también Ari
Didi asiente y entra en la sala que le han indicado
hecha un manojo de nervios, mientras Nuria, Carlos,
Miguel y Ari corren a refugiarse en el cuarto de baño.
—De aquí sale una boda —dice Ari ganándose un
pequeño golpe en el brazo de parte de Miguel.
—Calla, no empieces con tus prisas —la increpa él.
Entretanto Tana juguetea en la calle con el móvil para
hacer tiempo hasta que aparezca Marta. Y ella no tarda
ni dos minutos en hacerlo.
—Hola, Tanita —lo saluda con un abrazo.
—Hola, Marta, ¿qué tal?
—He tenido días mejores —admite separándose de
él—. Me va a venir genial tener hoy una noche de
karaoke.
—Seguro que sí.
La rubia se dispone a entrar, pero ve que Tana no va
con ella.
—¿Vienes?
—Sí, ahora voy, que tengo que llamar a mi hermana
para ver si mañana la acompaño al dentista o no —
miente—. Ve pasando tú y vete directamente a la sala
seis, que creo que el resto estaban pidiendo las bebidas.
Ella asiente y, sin dudar de lo que él dice, entra en el
local.
Saluda a la empleada de la recepción y va directa a la
sala que le ha indicado su amigo. Abre la puerta y entra
prácticamente sin mirar. Y, antes de que pueda levantar
la vista del suelo, empieza a sonar la música de una
canción que Marta reconoce de inmediato, y es Love
Story (Taylor’s Version) de Taylor Swift. Justo la canción
que sale en su película favorita. Y cuando levanta la
mirada ve a Didi. Ambas se miran; ninguna dice nada.
Entonces la morena levanta las manos y susurra, por
miedo a que Marta se dé la vuelta y se marche:
—Dame un minuto. ¡Solo un minuto!
Boquiabierta y sorprendida, la rubia asiente. Ver a
Didi frente a ella era lo que más deseaba desde hacía
días. De pronto la sala se queda a oscuras y por la
pantalla donde suelen salir las letras de las canciones
del karaoke, empiezan a verse imágenes de Cartas a
Julieta, y se oye la voz de Didi, leyéndole aquellas
cartas que le envió y a las que ella no ha respondido.
Con la emoción en la mirada y la piel de gallina,
Marta disfruta del montaje que Didi ha organizado y no
se puede mover. Solo es capaz de observar aquello tan
bonito y que segundo a segundo le está tocando el
corazón.
Pasados un par de minutos el vídeo se acaba. Didi da
al botón para que las luces de la sala se enciendan, y
comienza a sonar de fondo la canción de Ana Mena y
Abraham Mateo Quiero decirte. Una canción que Didi
sabe que a Marta le gustará.
Sin hablarse se miran mientras a Didi le sudan hasta
las manos de lo nerviosa que está. Sin quitar ojo a la
morena, Marta deja su mochila en el sofá y se queda de
pie frente a ella.
Didi está muerta de vergüenza. «Madre mía, ¡me
mueroooo!» Cierra los ojos pensando en que si esto no
funciona, nada de lo que haga funcionará.
—¡Didi, abre los ojos!
Al oír su voz la morena le hace caso, y lo que se
encuentra frente a ella la hace sonreír. Marta la mira y
sonríe. Por su gesto sabe que todo lo que ha hecho le
ha gustado.
—Sé que lo hice mal. Pero le he pedido ayuda a
Julieta para tener una segunda oportunidad. Y creo que
me la está dando —susurra Didi.
Marta asiente. Se acerca a la morena, que sabe que
tiene el corazón roto, y murmura:
—Julieta sabe muy bien lo que hace…
Didi no deja de sonreír; aquello pinta bien. Y cuando
Marta está a unos pocos centímetros de ella, Didi la
atrae hacia sí con las manos y la besa sin dudarlo. Sus
labios se unen con ganas, pues se han echado mucho
de menos. Sus brazos recorren sus siluetas y el calor
entre ellas aumenta, hasta que Marta, separándose
ligeramente de ella, musita:
—Hace mucho calor, ¿no?
—Muchísimo —afirma Didi.
Durante unos segundos ambas se miran a los ojos.
Se han echado tanto de menos…, demasiado.
—Eres increíble —dice Marta en un hilo de voz, feliz
por lo que Didi ha sido capaz de hacer por ella.
La joven morena coge entonces la mano de la rubia y
la lleva hasta el sofá. Allí se sientan una frente a la otra
y, cuando Didi va a hablar, Marta pregunta:
—¿Cómo te has atrevido a hacer esto?
—Ni yo misma lo sé —contesta ella aún acalorada—.
Pero necesitaba verte y hablar contigo y no había forma
de hacerlo.
—Tus cartas me parecieron preciosas.
Al oír eso Didi parpadea desconcertada.
—¿Y por qué no me dijiste nada?
Marta sonríe y, encogiéndose de hombros, admite
con gracia:
—Solo quería mantener unos días la intriga. Como en
la película.
Boquiabierta, Didi sonríe y luego murmura:
—Pues te recuerdo que en Cartas a Julieta Claire
tarda cincuenta años en obtener la respuesta a su carta.
¿Pensabas tenerme en vilo hasta los setenta y cuatro o
qué?
Marta suelta una carcajada y, tras darle un cálido pico
en los labios, indica:
—Didi, las cartas que me escribiste son lo más bonito
y romántico que he leído nunca, y sobre todo sabiendo
que iban dirigidas a mí.
—Hice caso de lo que me dijiste sobre las cartas de
amor y dejé que fuese mi corazón el que hablase,
aunque…, bueno, no soy una experta ni escribiendo
cartas ni hablando de sentimientos —admite.
—Pues lo hiciste muy bien.
—Gracias —musita Didi.
Ambas se miran a los ojos. Se han echado mucho de
menos y tienen muchas cosas que decirse.
—Marta, quiero y necesito pedirte perdón —empieza
Didi—. El último día que nos vimos estuve muy
desafortunada. La situación me superó y no estuve a la
altura.
—Yo también me equivoqué… No debería haberle
puesto nombre a lo nuestro sin hablarlo antes contigo.
Didi sonríe. Nada le gustaría más que el hecho de
que Marta fuera su novia.
—Necesito que sepas que pienso y siento
absolutamente todo lo que puse en las cartas —susurra
—. Cada coma, cada punto…, todo. Y lo pienso porque
tú tienes… ese algo especial.
Marta no sabe qué decir. El romanticismo que Didi le
expone a corazón abierto la ha pillado totalmente
desprevenida.
—Conocerte es de lo mejor que me ha pasado en los
últimos meses —continúa la morena—. Incluso empezó
a gustarme ir a trabajar solo por pasar tiempo contigo —
dice recordando las palabras de Marta la última vez que
se vieron—. Adoro estar contigo, aunque sea viendo una
película romántica. Y me encanta que lo primero que
hagas por las mañanas nada más despertarte sea
sonreír, porque tienes que saber que tienes la sonrisa
más bonita del mundo y yo soy una afortunada por
poder verla en primicia. Y, dicho esto, quiero pedirte una
oportunidad. La oportunidad de ser tu novia y que tú
seas la mía y…
Pero no puede seguir, pues Marta pone la mano
sobre sus labios y murmura con seriedad:
—Didi, yo estoy dispuesta a intentarlo, pero hay una
sola condición.
—Dime —dice ella en un hilo de voz.
—Que dejes tus miedos a un lado y disfrutemos de lo
que vivamos.
La morena respira hondo. Está dispuesta a aceptar
su condición.
—Así será —responde.
—¿Segura? Mira que a Julieta no se le puede mentir.
Didi asiente. A partir de ahora Julieta para ella es una
diosa. Y, recordando algo muy suyo, alza el brazo para
poner la mano frente a ella con el dedo meñique
extendido. Marta ríe al darse cuenta de que quiere hacer
una pinky promise como ella misma le enseñó, y cuando
sus dedos se unen Didi afirma:
—Te lo prometo.
Marta se lanza feliz a sus brazos y rápidamente sus
bocas se unen en un precioso beso. Está claro que las
dos se quieren y desean que lo que hay entre ellas
funcione.
De repente se oyen un par de golpes en la puerta de
la sala y esta se abre.
—¿Se puede o interrumpimos algo? —pregunta Ari
asomándose.
—Podéis pasar —asegura Marta riendo.
Didi y ella se ponen en pie. Marta está saludando a
sus amigos, ya que antes no los ha visto, y en ese
momento Tana se acerca a Didi.
—¿Qué tal ha ido? —quiere saber el chico.
—Superbién —afirma ella.
Marta se separa de Miguel y este comenta:
—Pues sí que están bien insonorizadas estas salas,
porque mira que he pegado la oreja a la puerta y aun así
no he conseguido oír nada…
—Mira que eres cotilla. —Ella ríe al saber que sus
amigos estaban compinchados.
Una vez que están todos en la sala, Nuria coge uno
de los micrófonos.
—¿Cantamos algo?
—¡Sííííí, Shallow! —se apresura a decir Carlos.
—Pero hoy canto yo la parte de Lady Gaga —avisa
Nuria.
—Nooooo, ni de coña —protesta él.
—Carlos, no empecemos —se queja la chica.
El resto se acomodan en el sofá mientras ellos
discuten, y Marta susurra acariciando el brazo de Didi:
—Entonces ¿ahora qué somos?
—Pareja, ¿no? —dice ella con seguridad
Ambas se miran, sonríen y Marta musita:
—Por lo tanto, ¿puedo decir que eres mi novia?
A Didi se le escapa una mueca. Nunca había
pensado que eso volviese a ocurrir. Pero, sí,
oficialmente tiene una novia.
—Por supuesto —afirma.
Marta sonríe y vuelve a besar a su novia en los
labios.
Capítulo 43

El sábado 21 de mayo, todos están listos para celebrar


el cumpleaños de Jacob aunque sea con diez días de
retraso. Los invitados van llegando a su piso, que se
llena de música y de gente.
—¡Adelante, estáis en vuestra casa! —dice él a los
recién llegados.
Sebas y Valentín se abren paso entre la gente.
—Pero ¿tú cuántos amigos tienes? —pregunta
Valentín sorprendido de la cantidad de gente que ve allí.
—Uno tiene sus contactos. —Jacob ríe.
Llegan al salón y rápidamente Sebas ve a alguien
que conoce.
—¡Ahí está Didi, vamos!
Coge a su novio de la mano mientras Jacob vuelve a
salir para abrir la puerta a más gente.
—¡Hola, guapoooos! —dice ella al verlos llegar.
—Vaya fiestón ha montado Jacob, ¿no? —comenta
Valentín tras saludar a su amiga.
—Estoy igual de sorprendida que vosotros —
responde la morena.
Se están moviendo al ritmo de la música cuando
oyen:
—¡Aquí estáis!
Acaban de llegar los tres que faltaban. Didi se fija en
Clara. No es que deseara ver al caradura de Piero, pero
le sorprende que su amiga acuda sola.
—¿Estáis preparados para el momento en que suene
SloMo? —pregunta Sebas ahora que están todos—.
Porque, como la buena mamarracha que soy, me he
pasado toda la mañana aprendiéndome el dance break
de la canción.
Los seis se echan a reír.
—¿Qué me he perdido? —dice Jacob uniéndose a
ellos.
Sebas se lo explica y también se une a las risas.
—A ver, ahora que estamos todos y aún no habéis
bebido, quiero contaros una cosa —comenta Didi.
Con el ruido de la música, les cuesta oírse.
—Esperad, veníos a la cocina —indica Jacob.
Los demás lo siguen. Allí hay menos jaleo.
—¿Qué nos quieres contar? —pregunta Valentín
intrigado.
—Ay, Maléfica, ¿estás embarazada? —exclama
Sebas.
—¿Te han cogido para lo del máster? —sugiere
Ángel.
—¿Has recibido la llamada del Señor y quieres ser
monja? —se mofa Jacob.
Ella niega con una sonrisa. Sus amigos son una de
las mejores cosas que tiene en la vida.
—No es nada de eso —contesta—. Pero, por favor,
quiero que cuando os lo cuente no os pongáis
superpesados con el tema. Ya habrá otros días para
hablarlo con calma y entrar en detalles, ¿entendido?
Todos asienten y no se dan cuenta de que Didi y
Clara intercambian una mirada cómplice. Ella sabe lo
que les va a contar su amiga y no puede hacer otra cosa
más que mirar a los demás expectante.
—Dios mío, dilo ya —se queja Kevin.
—Es oficial, tengo novia —suelta entonces Didi de
sopetón.
Los chicos se quedan unos segundos en silencio
procesando la información. ¿Que tiene novia?
—Es coña, ¿no? —dice Sebas sorprendido.
La morena sonríe, le enseña su móvil para que vean
que tiene puesta una foto de fondo de pantalla y añade:
—Os presento a Marta.
Todos se acercan para ver bien la imagen y Sebas se
lleva las manos a la boca de forma dramática.
—¡¿Qué me estás contandoooooo?!
—Vaya con Didi… —dice Kevin—, un poco más y nos
enteramos el día de la boda.
Ella lo mira divertida.
—No corras tanto.
Todos comentan, todos dicen algo al respecto, pero a
Didi nunca le ha gustado mucho ser el centro de
atención.
—Es guapísima —señala Ángel a continuación.
—Es que tengo muy buen gusto. —La morena ríe.
—¿Y no le has dicho que venga a la fiesta? —quiere
saber Jacob.
Ella niega con la cabeza. Lo pensó, pero prefiere que
la presentación sea de otra manera. Y, señalando al
grupo, increpa:
—No porque, aparte de que hoy el protagonista eres
tú, no quiero que de primeras os conozca aquí y se
asuste.
—¿Perdona? —protesta Sebas.
—¡Madre mía, para que digas eso, a saber qué le has
contado de nosotros! —Valentín ríe.
—Oye, guapa, que aquí somos todos simpatiquísimos
y superformales —bromea Kevin.
—Sobre todo formales —repite Clara entre risas.
Sebas, que aún no se cree al cien por cien lo que su
amiga les acaba de contar, murmura:
—Didi, necesito saberlo todo. Pero absolutamente
todo. Cómo os conocisteis, quién dio el primer paso,
cómo ha conseguido esa chica que la eterna soltera
deje de serlo…
—Bueno, pero eso ya lo dejamos para otro día —dice
ella guardándose el móvil—. Hoy es la noche de Jacob.
—Pero ¿cómo me voy a quedar así? —se queja él.
Didi tiene suerte y en ese momento empieza a sonar
About Damn Time de Lizzo.
—¡Me encanta esta canciónnnn! —exclama Valentín
arrastrando a su novio hacia el salón.
El resto del grupo hacen lo mismo y disfrutan
bailando y cantando ese temazo.
Tras darlo todo durante varias canciones seguidas,
Clara decide sentarse un rato. Didi se da cuenta y va
con ella.
—¿Qué te pasa, reina? —pregunta acomodándose a
su lado.
—Que necesitaba tomar un poco de aliento —dice
quitándose el pelo de la cara.
Las dos miran a la gente, que sigue divirtiéndose al
ritmo de Lady Gaga.
—Vaya sorpresa les has dado contándoles lo de
Marta, no pensaba que fueses a decirlo tan pronto —
comenta Clara.
—Me daba pereza seguir ocultándolo; ¿para qué, si
estar con ella me hace feliz?
La pelirroja asiente. Cuando estás feliz, lo que más te
apetece hacer es gritarlo a los cuatro vientos y
compartirlo con la gente a la que quieres.
—Me ha sorprendido ver que hoy venías sola —
afirma Didi.
Clara asiente. Nadie sabe lo que ha ocurrido con el
italiano.
—Piero y yo ya no estamos juntos —confiesa.
Rápidamente Didi mira a su amiga. Ahora entiende
ese algo raro que veía en ella.
—¿Y qué ha ocurrido para que se dé semejante
milagro?
Clara sonríe. Ahora mismo no le apetece entrar en
detalles, ya tendrán tiempo como para comentarlo con
tranquilidad.
—Que me cansé de sus tonterías, su egocentrismo y
su egoísmo —contesta simplemente.
Didi pone los ojos en blanco. Odia tanto ciertas
actitudes que no puede hacer otra cosa que lamentarse.
—Qué pereza me dan los machirulos, de verdad.
Menos mal que Jacob, el hetero del grupo, no es uno de
ellos.
Clara se ríe, pues ve cómo su amiga intenta
reconducir la conversación hacia donde ella quiere. Y
entonces Didi, señalando a sus amigos, que bailan,
pregunta:
—¿No les vas a contar lo de Piero?
La joven niega con la cabeza.
—Esta noche no. Como tú misma has dicho, el prota
es otro.
Sus ojos van directos a Jacob, y su amiga se da
cuenta. En ese momento está haciéndose fotos con
unos amigos que ellas no conocen. Posan de mil
maneras distintas, ninguna igual que la anterior.
—¿Estará Raquel en esta fiesta? —suelta entonces
Didi con sarcasmo.
Oír ese nombre hace que Clara tome aire, pero, sin
querer hacer un drama sobre algo en lo que sabe que
no tiene que meterse, contesta:
—Posiblemente.
Didi asiente, pero sigue picando a su amiga:
—Hoy nuestro cumpleañero tiene el guapo subido,
¿no crees?
Clara afirma con la cabeza. Decir lo contrario sería
ridículo.
—La verdad es que sí.
La morena la mira sorprendida, por fin sale de su
boca un halago hacia él y no una tonta excusa. Jacob,
que en ese instante intercambia una mirada con ellas y
se da cuenta de que lo están observando, les sonríe y
se dirige hacia ellas.
—Vaya —murmura Didi sarcástica—, fíjate quién
viene…
Él llega hasta donde se encuentran y se agacha para
estar a su altura, ya que siguen sentadas en el sofá.
—¿Qué tal, chicas? —pregunta.
—¡Bien! —afirman las dos al unísono.
—¿De qué habláis?
Ellas se miran y es Didi la primera en hablar.
—De lo guapísimo que estás hoy.
—Ah, ¿sííííí? —Él ríe—. ¿Os gustan mis pantalones?
Me los ha regalado mi madre por mi cumpleaños.
—Te quedan muy muy bien —responde Clara.
—Desde que he entrado por la puerta llevo buscando
la manera de robártelos —bromea Didi—. ¿De dónde
son?
—Creo que de Zalando, mañana te paso la
referencia.
Mientras ellos charlan Clara no le quita ojo. Al estar
en cuclillas, a Jacob le cuesta mantener el equilibrio y,
antes de perderlo, apoya con naturalidad la mano
encima de la pierna de ella. Él no parece darle mayor
importancia, pero a Clara cada vez que lo hace se le
pone la carne de gallina.
Didi, a quien no se le escapa una y siempre nota esa
corriente especial entre ellos, cuando oye la canción que
está empezando a sonar les coge una mano a cada uno
y dice:
—¡Vamos, esta me encanta!
Los tres se ponen en pie de un salto y Didi los
arrastra entre la gente que baila y canta Cristina, de
Sebastián Yatra.
—¿Tú conoces esta canción? —pregunta Jacob
asombrado.
—Hombre, por supuesto… Vaya imagen tenéis todos
de mí, ¡que tampoco vivo en una caverna! —protesta
ella.
No pasan ni veinte segundos hasta que Didi
encuentra la forma de escabullirse.
—¡Ahora mismo vuelvo! —dice antes de alejarse.
«Es para matarla…», piensa Clara viendo la
situación.
Jacob mira a la pelirroja y le ofrece la mano.
—¿Seguimos bailamos?
Ella acepta encantada y sus cuerpos comienzan a
moverse al ritmo de la música.
—«¿Cómo te pido que te enamores…?» —canta
Jacob.
Ella lo mira sin dar crédito, ¿eso dice la letra de la
canción?
—¿Te la sabes? —pregunta con nerviosismo.
—Claro, si la playlist para la fiesta la he hecho yo —
afirma con una sonrisa.
La canción continúa y a Clara se le hace cada vez
más difícil sostenerle la mirada. E, incapaz de dejar de
pensar en algo que le ronda la mente, dice:
—¿Tu chica está por aquí?
—¿Qué chica? —quiere saber Jacob.
Viendo que el ansia por saber la ha llevado a esa
situación, Clara murmura:
—Raquel.
Jacob asiente al oír ese nombre y, tras acercar la
boca a su oreja, susurra:
—Raquel es la chica que está junto a la ventana con
la falda vaquera.
Clara mira hacia allí de inmediato. La que indica
Jacob es una chica alta, rubia, muy guapa. Sin duda
pega bastante con él.
—Y el chico que está a su lado, Jonás, es su novio —
añade él entonces.
Según dice eso, Clara parpadea y Jacob afirma con
una sonrisa:
—Raquel es solo una buena amiga, nada más.
Boquiabierta, ella no sabe qué pensar.
—Pero tú dijiste…
—Por decir —la corta Jacob— se pueden decir
muchas cosas.
Ella asiente desconcertada.
—¿Qué tal con Piero? —pregunta él a continuación
—. Pensé que hoy vendrías con él.
Clara lo mira. Es absurdo mentir. Y, sin poder
remediarlo, sale de su boca:
—Ya no estoy con él. Rompimos hace unos días.
Según dice eso, Jacob se para en seco.
—No me digas, Clara —musita—, lo siento mucho.
—No lo sientas. Es lo mejor —indica ella.
Vuelven a bailar y, al poco, él le dice:
—¿Estás bien?
—Sí, no te preocupes —asegura Clara—. Éramos
demasiado diferentes.
—Ahora que ya no estáis juntos, te voy a ser sincero
—dice entonces Jacob mirándola—. Piero no me gustó
nunca para ti.
Ella lo mira a su vez mientras nota el calor de sus
manos sobre su cuerpo. Jacob le encanta.
—¿Y eso por qué? —pregunta.
—No sé, no me daba buen rollo… No sé explicarlo.
Clara se esfuerza en sostenerle la mirada.
—Entonces ¿quién te gusta para mí?
Jacob hace una mueca simulando que lo está
pensando y después, mirándola directamente a los ojos,
murmura:
—Mmmm…, no sabría qué decirte… Pero creo que
de esta fiesta, nadie.
Ella sonríe y, en un tono más íntimo de lo normal,
pregunta:
—¿Cómo que nadie?
Jacob no puede apartar la mirada de ella. Le alegra
saber que ya no está con el italiano. Y, cuando va a dar
un paso, y quizá a cometer la cagada del siglo, un chico
alto con el pelo largo se les acerca, pasa el brazo por los
hombros de Jacob y dice con familiaridad:
—¡Jacob, ¿qué tal, tío?! How you doing?
Clara y él intercambian una mirada de complicidad.
Jacob no puede hacer otra cosa que soltar sus manos y
saludar al chico.
Clara se aleja entonces de él y ve a Didi apoyada en
una pared tomándose una Coca-Cola.
—¿Qué, observando tu obra maestra? —dice al llegar
junto a ella.
—Qué putada que haya aparecido el amigo, ibais tan
bien… —se lamenta la morena.
Clara le quita la bebida a su amiga y da un trago. Didi
aprovecha y desbloquea el móvil para enseñarle algo.
—Dime que no ves complicidad aquí.
La pelirroja observa la foto y se da cuenta de que son
Jacob y ella hace unos segundos.
—O sea, ¿que no te vale con ser celestina, que ahora
también eres paparazzi? —Ríe imaginándose a su
amiga al hacer la foto.
—Estabais a puntito de caramelo —afirma Didi.
—Qué va, ves cosas donde no las hay.
—Sí, claro…, como que yo me chupo el dedo —dice
la amiga.
Kevin y Ángel se les acercan y el primero se fija
enseguida en la foto.
—¿Eso cuándo ha pasado? —pregunta haciendo que
las chicas lo miren.
—Hace más o menos un minuto —responde Didi.
La pareja observa más detenidamente la foto.
—Si Piero se entera de esto, no creo que le haga
mucha gracia… —comenta Ángel al ver la más que
evidente complicidad que desprende la imagen.
—Por el caradura no hay problema, ya no están
juntos —suelta Didi.
Las caras de los chicos son un poema. Clara les
explica lo que pasó y Kevin abraza a su hermana
mientras celebra:
—¡Por fin! No veía la hora de que dejases a ese
machirulo engreído.
—¿Tan mal te caía? —pregunta ella sorprendida.
—Fatal, no podía con él —dice Ángel.
—Si tan mal os caía a todos, ¿por qué nadie me dijo
nada? —protesta ella.
Los tres amigos se miran entre sí.
—No queríamos meternos donde no nos llaman —
acaba diciendo Ángel.
—Bueno, reina, creo que yo sí te dije más de una vez
lo que pensaba del italiano y, después de los karts, creo
que todos te lo dijeron también sin necesidad de hablar
—repone Didi.
Clara asiente, sabe que su amiga tiene razón.
—Desde luego, tú me lo dejabas bien claro casi a
diario —afirma riéndose.
En ese momento empieza a sonar SloMo y
prácticamente todo el mundo que está en la fiesta grita y
se va hacia salón cantando. Los amigos se miran entre
sí. Han visto el vídeo de la actuación cientos de veces,
ya sea por su cuenta o porque Sebas ha hecho que
vuelvan a verlo.
—¡SEBAAAAS! —grita Didi buscándolo.
Ni dos segundos tardan Sebas y Valentín en pasar de
la cocina al salón.
—¡Chanelazooooo! —se oye exclamar a una chica.
Llega el estribillo y Ángel, que está junto a los
interruptores, comienza a apagar y encender las luces
imitando la actuación de Eurovisión.
Se acerca la parte del dance break de Chanel y todos
hacen espacio en el centro del salón. No solo se anima
Sebas, sino que dos chicas se unen a él y todo el
mundo se pone a gritar.
—¡DALE, SEBAAAS! —chilla Didi.
—¡Vamos, cariñooooo! —lo anima Valentín mientras
lo graba.
Él y las otras dos chicas se mueven con agilidad,
hasta se tiran por el suelo y hacen el movimiento de
melena del final. Todo el mundo canta y baila y, antes de
que termine la actuación, y como hace Chanel,
exclaman:
—¡AGUAAAA!
Una vez que acaban, la casa se llena de aplausos y
silbidos, y Sebas va hacia sus amigos con una gran
sonrisa en la cara.
—Han servido de algo… las horas que le he
dedicado… esta mañana —dice casi sin aire.
Sus amigos lo reciben alucinados entre felicitaciones.
—Sebas, lo has clavado, increíble —lo halaga Clara.
—Impresionante —dice también Ángel.
A continuación suena Agua, de Daddy Yankee, Rauw
Alejandro y Nile Rodgers, y Clara no lo duda. Le encanta
esa canción, y arrastra a sus amigos a bailar con ella.
Capítulo 44

La noche avanza y la fiesta sigue por todo lo alto. Jacob


baila, disfruta, se hace fotos con sus amigos… Todo va
como él quería, mejor incluso. Y más tras enterarse de
que Clara ya no está con Piero. Sabe que tendrá que
hablar de eso con ella, pero será otro día. Quiere darle
tiempo para que no se sienta agobiada.
En un momento dado Clara va a la cocina a buscar
algo de beber y, cuando regresa, lo busca con la mirada.
Lo ve moverse con una chica rubia al ritmo de Bailé con
mi ex de Becky G y no puede hacer otra cosa más que
quedarse mirando. No lo ha visto bailar así con nadie en
toda la noche.
Jacob coge con suavidad las manos de la chica. Ella
da una vuelta sobre sí misma con gracia y a
continuación lo hace él. Ambos se echan a reír.
«Se entienden bastante bien…», piensa Clara.
Kevin, que está charlando con los demás a unos
metros, hace unos minutos que se ha percatado de que
su hermana está pendiente de Jacob.
—No le quitas ojo, ¿eh? —murmura acercándose a
ella.
—Solo miraba lo bien que bailan —miente.
Kevin y Clara intercambian una mirada.
—Sabes que entre nosotros no hay secretos, ¿no? —
dice él—. Así que a otros quizá sí, pero a mí no me
engañas.
Clara asiente.
—Pero es mi amigo, Kevin —se lamenta su hermana
mirando a Jacob.
—¿Y qué hay mejor en esta vida que el hecho de que
tu pareja sea tu amiga? —responde él.
Ella sabe que tiene razón. Ahora es Didi la que se
acerca a ellos.
—Clara, vengo a dar una posible mala noticia.
Ella aparta la vista de Jacob para mirar a su amiga.
—¿Ha pasado algo?
—Me acabo de enterar por unos amigos de Jacob de
que la chica con la que está bailando es su ex.
Kevin mira a su hermana, consciente de que en ese
momento la atacan los nervios.
«Antes, cuando hemos bailado, me ha dicho que no
le gustaba nadie para mí, y ahora está bailando con
ella… ¿Habré perdido mi oportunidad?»
—Si yo fuera tú y quisiera decirle algo, lo haría en
este mismo momento. No te vayas a arrepentir de
haberte quedado esperando y te lamentes después de
que otra vea en él ese algo especial —apostilla Didi.
La mente de Clara va a mil por hora. «¿Lo hago o no
lo hago?», se repite una y otra vez.
—Te daré un consejo que me dio un buen amigo:
déjate llevar y disfrútalo —añade su amiga antes de
volver con los demás.
Kevin se queda pendiente de su hermana. ¿Qué va a
hacer? Ni ella misma lo sabe. Pero, de pronto, cuando
acaba la canción, se encamina hacia él sin dudarlo y
dice agarrándolo de la mano para llamar su atención:
—Jacob, necesito hablar contigo.
—¿Ahora? —pregunta él algo confundido.
—Ahora.
Jacob se disculpa con los amigos con los que está y,
tras agarrar su mano, indica:
—Ven.
Clara se deja guiar hasta llegar a la habitación. Una
vez que han entrado los dos, Jacob cierra la puerta y
pregunta preocupado:
—Dime, ¿qué pasa? ¿Necesitas algo?
Clara asiente. No sabe realmente qué decirle, y
entonces suelta todo lo rápido que puede:
—Necesito decirte lo que siento.
Jacob alza las cejas sorprendido. De todas las
respuestas que podía darle, esa era la que menos se
esperaba.
—Vale —musita—, vamos a sentarnos.
Los dos se aproximan a la cama y se sientan en ella.
—No sé ni por dónde empezar… —dice Clara
nerviosa como en su vida.
Jacob se acerca a ella, le acaricia la mano y susurra:
—Digas lo que digas, estará bien dicho.
Clara coge aire y lo mira.
—Desde que te conocí —comienza—, has sido un
muy buen amigo y me gustaría que, diga lo que diga
ahora, eso no cambie.
—Te lo prometo —asegura Jacob.
—Bueno, pues, como te he dicho, siempre has sido
un gran amigo, y así es como te veía hasta la primera
fiesta de mi tía Cecilia a la que fuimos juntos.
Él asiente.
—Esa noche, cuando bailamos La promesa de
Melendi, mi canción favorita, algo cambió dentro de mí.
Recuerdo que se me puso la carne de gallina y hasta se
me aceleró el corazón, pero creo que lo disimulé
bastante bien.
—Ajá…
—A partir de ese día traté de autoconvencerme de
que no me podías gustar. Me repetía una y otra vez que
no eras mi tipo, que eras más joven que yo, que no me
gustan los rubios…
—Si quieres, me tiño de moreno y probamos —
bromea él haciéndola sonreír.
—Y todo fue bien… Luego te marchaste a Australia,
nos veíamos alguna vez por videollamada… Yo seguí
conociendo chicos, pero es cierto que tú siempre
estabas en mi cabeza.
Jacob no aparta la mirada de ella ni un segundo. En
la vida imaginó nada de lo que le está contando, y le
encanta.
—Pero, aaay, madre… —prosigue ella—. Cuando
volviste de Australia con el pelo largo y alborotado, la
piel morena de haber estado haciendo surf y, encima,
me regalaste esas zapatillas personalizadas…, esa
tarde me di cuenta de que era incapaz de sostenerte la
mirada, y noté que se me complicaba la vida.
Él sonríe mientras la escucha.
—Justo en ese momento apareció Piero de nuevo en
mi vida, y empecé con él como quien se agarra a un
clavo ardiendo —admite Clara—. Lo pasaba bien con él,
pero creo que al final era una forma de intentar
mantener la mente ocupada y no pensar en ti. Porque tú
eres mi amigo y no la quiero cagar contigo.
La chica vuelve a coger aire profundamente. Necesita
seguir hablando y que el nudo de su garganta no pueda
con ella.
—Y ahora estoy aquí, en tu fiesta de cumpleaños,
deseando estar contigo, porque tú… tú… tienes ese
algo especial, pero te veo bailar con tu ex y…
—¿Mi ex?
Clara asiente.
—Sí, la chica rubia con la que estabas bailando hace
un momento.
Jacob se echa a reír y responde con sinceridad:
—Esa no es mi ex. Esa es mi prima Dorothy, que ha
coincido que estaba en Madrid este fin de semana y le
he dicho que se viniera a la fiesta.
Clara lo mira con la boca abierta, y luego él pregunta
divertido:
—¿Quién te ha dicho que era mi ex?
Clara niega con la cabeza. Didi es una lianta de
mucho cuidado.
—Nuestra querida amiga Didi —contesta.
Según dice eso, los dos rompen a reír. La risa afloja
las tensiones. Jacob coge entonces su mano, la mira a
los ojos y dice:
—Como tú acabas de exteriorizar tus sentimientos, yo
voy a hacer lo mismo.
Clara respira hondo y desea que sea algo mutuo. De
no ser así, se morirá de vergüenza.
—El día que me dirigí a ti por primera vez en la
universidad sabía que hablabas español —asegura él—.
Te oí preguntarles a unas chicas si podían ayudarte y
pensé que resultaría más divertido si yo te hablaba en
inglés. Pensé que así, entre tanta gente, conseguiría
marcar la diferencia.
Ella lo mira sin dar crédito, no tenía ni idea.
—Después te uniste a nuestro grupo y poco a poco
empecé a darme cuenta de lo mucho que me gustaba
pasar tiempo contigo. Pero como por tu parte nunca vi
ningún interés más allá de una amistad, me conformé. Y
no es que yo no haya conocido chicas estos años, el
problema era que ninguna eras tú.
—Jacob…
—Eso también fue algo que me impulsó a irme a
Australia cuando tuve la oportunidad, distanciarme y
conocer gente nueva me vendría bien —explica—. De
hecho, al regresar y ver que empezabas con el italiano,
pensé que eso era justo lo que necesitaba para darme
cuenta de que lo nuestro no iba a ser, y por eso dejé que
creyeras que Raquel era mi chica.
Clara lo mira apenada. Jamás habría imaginado lo
que le está contando.
—Pero antes —prosigue Jacob—, cuando Didi nos ha
dejado solos bailando la canción de Sebastián Yatra y tú
me has dicho que ya no estás con Piero, he sabido que
tenía que hablar contigo, porque tú para mí tienes ese
algo especial que m…
Clara lo besa. Lo hace callar con un beso. Sus bocas,
tímidas en un principio, se van animando cada segundo
que pasa y el deseo los hace dejarse llevar y disfrutar.
Está claro que ambos ansiaban ese beso.
Jacob acerca su cuerpo al de ella. Una de sus manos
le acaricia el muslo y eso hace que a Clara se le erice la
piel, mientras ella posa las manos en su nuca y juguetea
con su pelo sin parar de besarlo.
—Va… val… vale… —murmura él echándose hacia
atrás.
Ambos sonríen acalorados.
—Mejor paramos —susurra Clara.
—Sí, mejor. No es el momento —responde él
consciente de que tiene la casa llena de gente.
Ella se pone en pie para que le dé un poco el aire
mientras Jacob bromea:
—Después de tanto tiempo deseándolo, no me puedo
creer que acabe de pasar esto.
La joven asiente, sonríe.
—Con la cantidad de veces que me ha dicho Didi lo
buena pareja que haríamos… —añade él.
—¿A ti también? —pregunta ella.
—Sí.
—La madre que la parió —se mofa Clara.
—Nuestra amiga es toda una celestina. —Jacob ríe.
Luego se levanta y se recoloca la camiseta. Clara lo
observa y él se da cuenta, por lo que, acercándose a
ella, la abraza por la cintura y musita:
—No me puedo creer que este día acabe así.
La pelirroja sonríe, lo mira a los ojos y susurra:
—Las mejores cosas de la vida suelen ser las
inesperadas.
Jacob vuelve a acercarse a ella para besarla y,
cuando el beso acaba, pregunta:
—¿Cuándo se lo decimos a estos?
Clara entiende de inmediato que «estos» son sus
amigos. Pero entonces lo hace callar con una seña y,
dirigiéndose a la puerta, la abre de sopetón y exclama
riendo a carcajadas:
—¡Estos ya se han enterado!
Didi, Kevin, Sebas, Valentín y Ángel ríen divertidos.
—Menuda panda de cotillas —murmura Jacob con
cariño.
Los amigos se abrazan riendo. Sin duda lo que acaba
de ocurrir es algo que todos deseaban en cierto modo.
Entonces, de pronto comienza a sonar As It Was del
fabuloso Harry Styles y los chicos salen de la habitación
para darlo todo, bailar y disfrutar.
Epílogo

Septiembre de 2022
Meses más tarde llegó la esperada boda de Cecilia y
Hunter.
La ceremonia se celebró hace un par de semanas en
el juzgado. Kevin y Clara los acompañaron, firmaron y lo
festejaron yéndose a comer los cuatro juntos.
Lo bueno de la boda viene ahora. La pareja ha
alquilado una villa con un amplio jardín, piscina privada y
fácil acceso a la playa en Marbella. Han invitado a
muchas personas, algunas de las cuales se quedarán a
dormir en la casa, ya que esta cuenta con varias
habitaciones, y otras irán a un hotel.
Los mellizos y sus amigos se alojan todos en la villa.
De hecho, han viajado todos juntos en avión y una
furgoneta los ha trasladado hasta la casa desde el
aeropuerto.
—¿Me estás vacilando? —murmura Valentín al bajar
del vehículo.
Uno a uno se apean y alucinan al ver el casoplón que
tienen delante.
—¿Estáis seguros de que estamos en el sitio
correcto? —Ángel duda.
Kevin echa un ojo a su móvil mientras su chico y
Jacob ayudan a bajar las maletas.
—Que yo sepa, sí —confirma el pelirrojo.
—A mí me dices que la dueña de esta villa es una de
las hermanas Kardashian y me lo creo —dice Sebas con
la boca abierta.
Cuando han descargado ya todo el equipaje, cada
uno coge su maleta y, juntos, caminan hacia el interior.
Llegan a la puerta y un hombre la abre para que pasen
dentro.
—Esto es increíble —dice Marta con la boca abierta.
Cecilia no tarda en aparecer.
—¡Ya habéis llegado! —exclama saludándolos uno a
uno con familiaridad.
—¿Somos los primeros? —quiere saber Clara.
Su tía asiente.
—Cecilia, te presento a Marta, mi novia —dice Didi.
La mujer la saluda con dos besos igual que al resto y
la rubia se apresura a decir:
—Le agradezco mucho que me haya invitado a su
boda.
—¡Uy! No me hables de usted, que no soy tan mayor
—bromea Cecilia—. Encantada, Marta, tenía ganas de
conocerte.
La chica asiente con una sonrisa.
—¿Y este pedazo de casa, tía? —pregunta su
sobrino.
—Nos apetecía tirar la casa por la ventana. —Ríe y,
poniéndose frente a todos, les explica—: A ver, como
hay más invitados que se quedarán a dormir, vais a
tener que compartir habitaciones.
Ellos asienten.
—Tenéis dos dormitorios, así que lo mejor será que
os dividáis dos parejas en cada uno, aunque eso ya es
decisión vuestra.
Clara y Didi se miran.
—Las habitaciones están aquí, en la planta baja.
Únicamente tenéis que ir hacia allá —señala—.
Atravesáis el salón y la cocina y llegáis sin problema.
Están una al lado de la otra y no hay ninguna más, o sea
que podréis estar tranquilos. Cada habitación cuenta
con baño propio, aunque disponéis de más aseos en
esta planta.
Por sus caras Cecilia se da cuenta de que los ocho
siguen alucinando con la casa, así que decide darles la
última información y dejar que se instalen.
—Si tenéis hambre, solo tenéis que ir a la cocina,
donde siempre encontraréis comida, las veinticuatro
horas del día. La ceremonia se celebrará esta tarde en
el jardín, sobre las cinco y media, después habrá una
cena y, por último, fiesta hasta que los cuerpos
aguanten. ¡Nos vemos luego!
Cecilia se va y los mellizos se miran entre sí.
—Ha dicho por allí, ¿no? —pregunta Kevin.
Clara comienza a caminar siguiendo las indicaciones
de su tía.
—¡Madre mía, qué bien huele! —exclama Valentín al
pasar frente a la cocina.
—Con el hambre que tengo, dentro de cinco minutos
estoy por aquí —dice Didi.
Llegan frente a las habitaciones y Clara no tarda en
avisar:
—Una es para nosotras —y mirando a su hermano
añade—: La otra, para vosotros.
—¿Y eso por qué? —se queja Valentín.
—Porque hemos sido más rápidas. —Didi ríe.
—No sé si voy a poder perdonaros que me hayáis
dejado fuera de la habitación de chicas —informa Sebas
cruzándose de brazos.
Didi mira a su amigo y se vuelve a reír.
—Lo que te gusta a ti un buen drama.
Marta no puede más que observarlos, son un show.
Ese verano los ha conocido bastante, incluso un día
fueron sus amigos y los de Didi juntos al karaoke. Fue
una noche memorable. Pero, aun habiendo pasado
tiempo con ellos, le sigue sorprendiendo y divirtiendo
cómo reaccionan en según qué situaciones.
—Si tú quieres, Sebas, te cedo mi sitio —le ofrece
Jacob.
Él lo mira con una gran sonrisa.
—¿Ves?, esto es un buen amigo —dice desviando la
vista hacia Didi—. Acepto encantado el cambio.
—Cuidado, que aún vas a dormir en el baño esta
noche —lo avisa su amiga.
Los ocho entran en las habitaciones y deshacen las
maletas. Cuelgan la ropa en los amplios armarios, ya
que no quieren que todo esté arrugado para la tarde.
—¿Y ahora qué hacemos? —pregunta Marta cuando
ha terminado.
Clara mira el reloj, aún tienen varias horas por
delante.
—¿Nos ponemos los bikinis y nos damos un
chapuzón? —sugiere.
A todos les parece un buen plan.
Una vez que salen de las habitaciones con sus
bañadores y pasan por la cocina, salen al jardín.
—Creo que podría acostumbrarme a vivir así —dice
Jacob viendo las vistas que tienen de la playa.
—Tú y todos, rey —responde Didi dándole una
palmadita en la espalda.
Bajan a la playa y allí pasan las horas que les quedan
metiéndose en el mar, tomando el sol, caminando,
charlando… Cuando ven que ya se acerca la hora,
vuelven a la casa y, en esta ocasión, se cruzan con
otros invitados. Se nota que se acerca el momento de la
celebración.
Los amigos se duchan por turnos y se arreglan en las
habitaciones siguiendo el dress code que Cecilia ha
pedido que se respete, como es habitual en ella cuando
organiza algún evento. En esta ocasión era: colores.
Dejó claro que cuanto menos negro hubiera, mejor.
Quiere una boda viva, divertida y que transmita cosas.
Marta se pone su mono de tirantes y pantalón largo
color verde manzana.
—¿Pelo suelto o recogido? —pregunta
recogiéndoselo con las manos.
Didi la mira dudosa y, tras darle un rápido pico, indica:
—Yo diría suelto.
—Sí, suelto mejor —comenta Sebas, que al final se
ha instalado con ellas en la habitación.
Marta asiente y va directa a mirarse al espejo. Didi,
en su caso, ha optado por un traje rosa oversized con
camiseta blanca.
—¿Me lo abrochas?
Didi rápidamente se acerca a Clara y la ayuda con su
vestido azul.
—Yo creo que el pelo suelto también, ¿no? —
pregunta la pelirroja.
—Sí, aunque yo lo recogería un poco por detrás…,
para que no se te venga a la cara, pero que caiga por
los hombros y la espalda —apunta Sebas.
Clara hará caso a su amigo.
—Yo me voy a hacer una coleta alta —afirma Didi.
—Yo creo que me voy a hacer un moño —bromea
Sebas haciendo reír a su amiga.
Mientras ellas acaparan el baño para peinarse, Sebas
termina de ponerse su traje azul cielo con brillos y se va
a ver a los chicos a su habitación.
—¡Pero buenoooooo! —exclama nada más entrar.
—Cariño, ese traje te queda increíble —lo halaga
Valentín.
Sebas se acerca a darle un beso a su chico y se fija
en lo bien que le sienta el traje oversized verde menta
que lo ayudó a comprar.
Mientras que Ángel se decantó por un traje rojo con
camisa negra de transparencias, Kevin optó por uno
rosa claro.
—¿Camisa por dentro o por fuera? —le pregunta
Ángel a Sebas.
—En una habitación me preguntan sobre peinados y
en la otra sobre camisas. —Ríe—. Mejor por dentro.
—Poco puedo hacer yo —responde Ángel tocándose
la cabeza. Este verano decidió raparse, así que aún
tiene el pelo corto.
—Sebas, camiseta por dentro, ¿verdad? —le indica
Jacob.
—Totalmente. Y ese color te favorece mucho.
Jacob ha escogido un traje color naranja melocotón
con una camiseta de tirantes del mismo tono.
—En el pelo me echaré algo de gomina y que caiga
hacia donde quiera —dice.
Sebas asiente. Vuelve a la habitación de las chicas y
las encuentra maquillándose.
—Hoy debo de tener cara de estilista, porque todos
me habéis pedido opinión.
Marta ríe mientras busca algo en su neceser.
—Me voy a echar un poco de brillo en los ojos;
¿quieres? —le ofrece.
—¡Sííííí! Que me he dejado mi neceser en casa y lo
estoy pasando fatal —responde acercándose a ella.
—Del mío puedes usar lo que quieras.
Un rato después todos se reúnen en el salón y Jacob,
al ver a Clara, se aproxima a ella y le da un dulce beso
en los labios.
—¿Te he dicho hoy lo preciosa que estás? —susurra.
Clara sonríe. Estar con Jacob es lo mejor que le ha
pasado nunca. Su relación y la que tuvo con su ex o con
Piero no tienen absolutamente nada que ver. Y, dándole
un divertido azote en el trasero, afirma:
—Tú sí que estás precioso.
—Que sepáis que estoy muy orgulloso de todos
nosotros, ninguno ha venido de color gris —señala
Sebas.
Marta y Didi se miran.
—Ella estuvo a punto —se chiva la rubia.
—¡Pero no lo digas! —se queja la morena y,
señalando su traje rosa, añade—: Fue solo un momento
de bloqueo, ya lo veis.
Clara y Kevin se van a buscar a su tía y a Hunter. El
resto sale al jardín y se sientan en las sillas que hay
colocadas allí. Desde donde están se percatan de que
hay una banda de música a uno de los lados.
—¡Qué bonito! Habrá música en directo —comenta
Marta.
Sebas, a su lado, también mira hacia allí.
—Alerta: nuevo crush —avisa a sus amigos—. El
pianista.
Consigue que todos lo miren.
—No está mal —dice Ángel.
—Ganaría sin barba —asegura Valentín.
Minutos después empiezan a sonar los primeros
acordes de Your Song de Elton John y un chico
comienza a cantar.
—Ay, por favor, qué canción tan bonita… —murmura
Marta apoyándose en el hombro de Didi, que la coge de
la mano y entrelaza sus dedos con los suyos.
En ese momento aparecen Hunter y Clara caminando
despacio hacia el altar. Él lleva un traje blanco precioso.
—Qué guapos —declara Jacob mirando a su chica.
Marta oye algo a su lado y, al volverse, ve a Sebas
llorando.
—¿Qué te pasa? —pregunta asustada.
—No lo sé…, debe de ser la música, la situación o lo
mamarracha que soy —explica—. Pero no puedo
parar…
Marta suelta la mano de Didi, saca un pañuelo que
lleva en el bolsillo y le limpia las lágrimas de las mejillas.
La morena se da cuenta de que algo pasa y los mira.
—Sebas, ¿estás llorando?
—Es la emoción —responde Marta.
Didi se ríe, no esperaba menos de su amigo.
—Sebas, necesito que pares de llorar porque yo
estoy a punto de hacerlo y no quiero —le pide Marta.
—¿Y cómo quieres que pare? ¿Tú estás oyendo la
letra de la canción?
Ella vuelve a centrarse en la ceremonia. Hunter y
Clara llegan al altar y él le da un fuerte abrazo a la chica,
que se sienta luego en primera fila.
—«How wonderful life is while you’re in the world» —
canta Jacob al terminar la canción. Y su chica sonríe al
oírlo y saber que ha dicho «qué bonita es la vida cuando
tú estás en ella».
A Marta, que por culpa de Sebas ha empezado a
prestarle más atención a la letra de la canción, se le
humedecen los ojos. Sin apenas tiempo para
recuperarse de la primera, empieza a sonar entonces
More Than Words de Extreme.
—Esta canción nooo —susurra Marta mientras la
primera lágrima le cae por la mejilla.
Sebas y ella se miran y lloran juntos.
—Vaya cuadro —murmura Didi.
La chica le toca entonces el hombro a Ángel, que
está sentado delante de ella.
—Dime.
—¿Tienes un pañuelo? Es para estas dos
magdalenas.
Ángel se vuelve y hace que Valentín y Jacob se
vuelvan también.
—Pero, cariño, ¿estás bien? —Valentín se preocupa.
—Es la emoción —repite Marta.
Ángel le da un pañuelo a cada uno.
—Gracias —dice Didi.
En ese momento aparecen Cecilia y Kevin caminando
a paso lento en dirección a Hunter.
—Qué monos… Cecilia y Hunter llevan el mismo traje
blanco los dos… —musita Sebas mientras las lágrimas
recorren sus mejillas.
Ángel sonríe al intercambiar la mirada con su chico.
Llegan al altar y Cecilia también le da un cariñoso
abrazo a su sobrino. Acto seguido Kevin se sienta junto
a su hermana.
La música acaba, lo que hace que Sebas y Marta
respiren aliviados. Pero cuando los novios y las
personas que los quieren empiezan con los discursos,
ambos vuelven a emocionarse y a llorar sin freno.
Una vez que la preciosa ceremonia termina, los
novios se hacen una divertida sesión de fotos con todo
el mundo. No quieren dejarse a nadie fuera.
Como hace una tarde perfecta, las mesas también
están montadas en el jardín. Los amigos se buscan en
la división de las mesas y rápidamente ven sus
nombres, excepto Clara y Kevin, que se sentarán a la
mesa principal con los recién casados.
—Somos la mesa que más cerca está de los novios
—comenta Jacob al llegar a ella.
—Eso es que es a nosotros a los que más quieren —
asegura Sebas.
Los amigos toman asiento y disfrutan de una
deliciosa cena llena de risas, brindis y gritos de «¡Vivan
los novios!».
Antes de llegar al postre, los novios pasan por las
mesas para ver qué tal están sus invitados.
—You are all gorgeous! —exclama Hunter al
acercarse al grupo.
—Me sumo a lo que dice Hunter, estáis todos
guapísimos —afirma Cecilia—. Y sabía que no me
fallaríais con el dress code, siempre sois los mejores.
Todos le agradecen sus palabras.
—¿Qué tal todo, bien?
—Genial, ha sido una ceremonia preciosa —
responde Valentín.
—Me ha recordado a las de las películas románticas
que tanto me gustan —comenta Marta.
—Estos dos no han parado de llorar —avisa Ángel.
Cecilia mira sorprendida a Sebas y a Marta.
—Es que tenéis muy buen gusto musical —dice ella
—. Las dos canciones que han sonado a vuestra llegada
eran tan bonitas que ha sido imposible contenernos.
—Era todo, Cecilia —añade Sebas—. La música, lo
guapos que estáis, el sitio, los discursos… Una boda
preciosa.
La pareja sonríe contenta. Llevaban tiempo
planeando la boda, y ver que todo está saliendo bien es
la mejor noticia que podrían darles.
—¿Por qué habéis elegido ir los dos de blanco? —
quiere saber Didi.
—Fue idea de Hunter —explica Cecilia—. Queríamos
que la vida y el color los trajesen los invitados. Porque,
al final, ¿qué somos los unos sin los otros? Nada,
lienzos en blanco.
—Queríamos que supierais que sois very important
para nosotros —agrega Hunter.
Sebas se lleva las manos a la boca y bromea:
—Espérate, que lloro otra vez…
—Pues no llores, que ahí viene la fotógrafa —le
aconseja la mujer.
Rápidamente se unen a ellos los mellizos, que se
estaban haciendo unas fotos con los trabajadores de la
empresa de Cecilia, y el momento queda inmortalizado.
Tras la ronda por las mesas de los invitados sirven la
tarta, el cava y los cafés y, después de varios brindis, la
cena termina. A partir de ese momento todos se
trasladan a la zona de césped, donde han dispuesto una
gran barra y un amplio espacio para bailar.
De pronto comienza a sonar I Don’t Want to Miss a
Thing de Aerosmith, y Cecilia y Hunter empiezan a
bailar.
—Qué gran canción han elegido para abrir el baile —
comenta Didi.
Clara y Kevin se abrazan mientras los observan.
—Qué feliz se ve a la tía, ¿verdad? —dice Clara.
—Muchísimo. Me alegro tanto por ellos… —afirma su
hermano.
—No veas lo nervioso que estaba Hunter antes de
salir para el altar —le cuenta su hermana—. Estaba
hecho un flan, le temblaba todo.
Él la mira sorprendido.
—Yo a la tía no la he visto nada nerviosa. De hecho,
hemos brindado por la vida y nos hemos tomado un
chupito juntos.
—O sea, que la tía iba borracha —bromea Clara—.
Porque, antes de ir a cambiarme de ropa, conmigo
también se ha tomado uno.
A Kevin se le abre la boca.
—¿Lo habrá hecho con alguien más?
Ambos se echan a reír. Hunter se acerca entonces a
los mellizos y le pregunta a Clara:
—Can I have this dance?
Ella le da la mano y sale a bailar con él. Cecilia hace
lo mismo con su sobrino y este acepta encantado. Jacob
y Ángel, al ver que sus parejas están ocupadas, deciden
bailar juntos y, poco a poco, se va sumando más gente a
la pista.
Tras el baile nupcial comienza la fiesta. Jacob y
Valentín se hacen con una mesa alta en la que dejar las
copas, y el resto se les une.
—Una pregunta —dice Kevin alzando la voz por
encima de la música—. ¿Mi tía se ha tomado un chupito
con vosotros?
Todos niegan con la cabeza.
—¿Debería? —pregunta Jacob.
—No. Es que mi hermana tiene la teoría de que la tía
iba borracha…, pero queda desmentida —afirma.
—Queda desmentida por ahora… —murmura Marta
señalando la barra, donde Cecilia está tomándose otro
chupito con unos amigos.
—El fin de fiesta puede ser divertido. —Ángel ríe.
—Oye, ¿puedo preguntaros algo? —comenta
entonces Marta.
Los mellizos la miran y asienten.
—¿Con vuestra tía todo es siempre así?
Los amigos se echan a reír. Imaginan que Marta debe
de estar flipando.
—Si te refieres a hacer fiestas en villas, no. Nunca
habíamos ido a una —responde Clara.
—Pero sí que le gusta organizar distintos eventos…
—continúa Kevin—. Al menos una vez al año monta
uno, ya sea relacionado con la empresa, con su
cumpleaños, con alguna festividad…, da igual, siempre
se le ocurre algo.
—Es una mujer muy divertida —asegura Sebas.
—Disculpad, chicos, ¿os puedo hacer unas fotos? —
los interrumpe la fotógrafa.
Todos acceden encantados. Primero se hacen unas
por parejas y luego los ocho juntos.
—Me acabo de dar cuenta de un error fatal —avisa
Sebas mientras se colocan para la foto de grupo—. Si
nos hubiésemos comunicado bien y no hubiésemos
repetido colores, podríamos haber formado la bandera
LGTBIQ+ con nuestros outfits.
Sus amigos no pueden más que echarse a reír con
sus ocurrencias, incluso la fotógrafa ríe con ganas.
La noche transcurre entre copas y bailes. De vez en
cuando los mellizos van siguiendo los movimientos de
su tía para comprobar que continúa de una pieza.
Sin necesidad de decir nada, en cuanto comienza a
sonar Wannabe de las Spice Girls, los ocho amigos
salen corriendo hacia la pista de baile con ganas de
darlo todo con esa canción.
Cuando termina, Ángel va un momento al baño y al
poco se une de nuevo al grupo.
—¿Sabéis que han puesto un fotomatón en el salón?
—comenta.
A Clara se le ocurre algo. De inmediato coge a Jacob
de la mano y juntos se dirigen al salón.
—Luego nos podemos hacer unas fotos ahí todos
juntos —sugiere Valentín.
—Es pequeñito, los ocho a la vez no entramos ni de
broma.
Clara llega al fotomatón y abre la cortina.
—Vamos a hacernos unas fotos.
Jacob entra y se sienta junto a ella.
—¿Tanta prisa por unas fotos? —Él ríe.
La chica le da a un botón rojo y la máquina se pone
en funcionamiento.
—No son unas simples fotos: es la foto que quise
hacerme contigo la primera vez que entramos en un
fotomatón.
A Jacob no le da ni tiempo a contestar. Clara le coge
la cara entre las manos y lo atrae hacia sí para besarlo.
Aquella tarde en el centro comercial se quedó con las
ganas, pero hoy no.
Ya fuera, Clara recoge sus fotos.
—¿Ves?, ahora sí —dice dándole una copia a él.
Jacob sonríe. Le encanta su efusividad. Y, tras darle
un beso, ella pregunta:
—¿Qué pasa, que está todo el mundo apelotonado
en el jardín?
El joven mira donde ella señala.
—Ni idea.
Rápidamente Clara lo coge de nuevo de la mano y
apremia:
—Corre, vamos a ver qué ocurre.
Una vez que llegan, ven que lo que pasa es que
Cecilia va a lanzar el ramo. Marta tiene enganchada del
brazo a Didi, pero en cuanto esta se percata para lo que
es, se escabulle y sale corriendo de la escena.
—¿No quieres coger el ramo? —se mofa Ángel
viéndola llegar a toda prisa a la mesa alta.
—Ni de coña, casarme nunca ha entrado en mis
planes.
—Sabes que las personas que suelen decir eso son
las primeras en hacerlo, ¿no?
El chico se gana una mirada asesina de Didi.
Cecilia se pone de espaldas y se prepara para lanzar
el ramo.
—Tres…, dos…, uno… ¡YA! —exclama.
El ramo vuela hasta caer en manos de una de las
camareras que pasaba por allí. Y todo el mudo lo
celebra como si de un gol de la Selección Española se
tratara mientras la camarera ríe junto a los demás.
La música continúa y la gente sigue pasándolo en
grande, incluso los menos bailones se han venido arriba
cuando ha sonado el temazo de Gloria Gaynor I Will
Survive.
Cuando acaba la canción los ocho amigos están más
que sofocados. Jacob coge su copa de la mesa y le da
un trago.
—¿Qué pasaría si ahora nos metiésemos en la
piscina? —comenta a continuación.
Todos miran el agua cristalina.
—Que, posiblemente, sería la mejor idea de la noche
—afirma Ángel.
—¿Nos ponemos los bañadores? —sugiere Sebas.
—¿Y si nos tiramos tal cual estamos? —propone
ahora Marta.
Los amigos dudan.
—No hay huevos —reta Valentín.
Marta mira a Didi y esta se da cuenta de que ahora
tiene que tirarse sí o sí. Deja su copa en la mesa, se
quita la chaqueta rosa del traje y suelta el móvil encima.
Marta hace lo mismo con el suyo. Didi le da la mano a
su novia y, mirando a sus amigos, dice:
—Huevos no habrá, pero ovarios hay muchísimos —
y, mirando a su chica, propone—: ¿Vamos? —Ambas
salen corriendo hacia la piscina y, sin pensarlo dos
veces, saltan al agua.
Los demás alucinan y el resto de los invitados
aplauden y vitorean lo que acaban de hacer las chicas.
—Yo no pienso quedarme con las ganas —dice Jacob
quitándose también la chaqueta.
Y, así, uno a uno se van tirando al agua vestidos.
Mientras los chicos disfrutan del chapuzón, algunos
invitados empiezan a irse. Cuando salen del agua cogen
algunas toallas de las que hay en unos cestos colocados
alrededor de la piscina, las extienden en el césped y se
dejan caer sobre ellas.
—Qué bien me lo he pasado hoy —comenta Valentín.
—Ha sido la mejor boda de mi vida —admite Marta.
Todos asienten.
—Hace tanto que no me tiraba a una piscina vestido
que ya ni me acuerdo —cuenta Kevin.
—Pues no eres tan mayor, ¿eh? Esto hay que
hacerlo mínimo una vez al año —replica Didi.
—Mirad, chicos, está amaneciendo ya —señala
Clara.
Sebas mira a su novio y ve que se ha quedado
dormido.
—Pobrecito, se va a perder este momento tan
romántico —indica.
—Chicos, gracias a todos por haber venido hoy —
dice Kevin—. Creo que también hablo en nombre de
Clara cuando digo que no sabéis lo mucho que ha
significado ver a mi tía tan feliz, casándose con el amor
de su vida y rodeada de gente que de verdad la quiere y
la valora. Teneros a todos aquí ha sido maravilloso.
Las palabras de Kevin les llegan al corazón a sus
amigos.
—Cállate, que me vas a hacer llorar otra vez —se
queja Sebas dándole un abrazo.
—Gracias a vosotros por dejarnos formar parte de
vuestras vidas —dice sinceramente Jacob.
Clara, que está tumbada a su lado, lo mira y esboza
una sonrisa.
—No podemos estar rodeados de mejores personas
—afirma la pelirroja.
—¿Mejores que nosotros? Imposible —responde
Didi.
Los demás ríen. El cansancio empieza a poder con
ellos y, poco a poco, van cayendo en los brazos de
Morfeo.
Ángel, que observa tranquilo el amanecer, murmura:
—¿Qué tienen los amaneceres que hace que no
puedas dejar de mirarlos?
Y Didi, que está tumbada a su lado, susurra antes de
quedarse dormida:
—Simplemente tienen ese algo especial.
Banda sonora
You Make Me Feel Like Dancing, © 2009 Demon
Music Group, Ltd., interpretada por Leo Sayer.
Dile a los demás, © 2022 Warner Music Spain, S.L.,
interpretada por Dani Fernández.
La fama, 2022 Columbia Records, a division of Sony
Music Entertainment, interpretada por Rosalía y The
Weeknd.
Música ligera, An Epic release 2021 Sony Music
Entertainment Italy, S. p. A., interpretada por Ana
Mena.
The Chain, 2013 Warner Records, Inc., marketed by
Rhino Entertainment Company, a Warner Music
Group Company. © 2013 Warner Records, Inc.,
interpretada por Fleetwood Mac.
Todo de ti, 2021 Sony Music Entertainment US Latin
LLC / Duars Entertainment, Inc., interpretada por
Rauw Alejandro.
Vivir mi vida, 2013 Sony Music Entertainment US Latin
LLC, interpretada por Marc Anthony.
Baila conmigo, 2021 SMG Music LLC, under exclusive
license to Interscope Records. © 2021 SMG Music
LLC, interpretada por Selena Gomez y Rauw
Alejandro.
Love Story (Taylor’s Version), © 2021 Taylor Swift,
interpretada por Taylor Swift.
Fever, © under exclusive license to Warner Records
UK, a division of Warner Music UK Limited, 2020 Dua
Lipa Limited, interpretada por Dua Lipa y Angèle.
Duecentomila ore, An Epic release 2022 Sony Music
Entertainment Italy, S. p. A., interpretada por Ana
Mena.
La Faraona, © 2019 Warner Music Spain, S. L.,
interpretada por Fredi Leis.
SloMo, © 2021 BMG Rights Management and
Administration (Spain) S. L. U., interpretada por
Chanel.
Ay mamá, © 2021 Rigoberta Bandini, interpretada por
Rigoberta Bandini.
Un bacio all’improvviso, An Epic release 2021 Sony
Music Entertainment Italy S. p. a., interpretada por
Ana Mena y Rocco Hunt.
Dembow, © 2019 Atlantic Recording Corp.,
interpretada por Danny Ocean.
Me rehúso, © 2019 Atlantic Recording Corp.,
interpretada por Danny Ocean.
Chicken Teriyaki, 2022 Columbia Records, a Division
of Sony Music Entertainment, interpretada por
Rosalía.
Wow Wow, © 2021 Mythical Musicians, interpretada
por María Becerra y Becky G.
Skate, © 2021 Aftermath Entertainment and Atlantic
Recording Corporation, interpretada por Bruno Mars,
Anderson .Paak y Silk Sonic.
Dancing Queen, © 2001 Polar Music International AB,
interpretada por ABBA.
Shallow, This Compilation 2018 Interscope Records ©
2018 Interscope Records, Motion Picture Artwork
2018 Warner Bros. Entertainment Inc. Motion Picture
Photography 2018 Warner Bros. Entertainment Inc.
and Metro-Goldwyn-Mayer Inc., interpretada por
Lady Gaga y Bradley Cooper.
Bad Habits, © An Asylum Records UK release, a
division of Atlantic Records UK, 2021 Warner Music
UK Limited, interpretada por Ed Sheeran.
Blinding Lights, © 2020 The Weeknd XO, Inc.,
marketed by Republic Records, a division of UMG
Recordings, Inc., interpretada por The Weeknd y
Rosalía.
La niña de la escuela, © 2021 Universal Music Spain,
S.L.U., interpretada por Lola Índigo, Tini y Belinda.
I Wish, 2000 Universal Motown Records, a division of
UMG Recordings, Inc. © 2000 Motown Records, a
Division of UMG Recordings, Inc., interpretada por
Stevie Wonder.
Simplemente dilo, 2021 Sony Music Entertainment
España, S.L., interpretada por Melendi y Miriam
Rodríguez.
Cuando me acerco a ti, © 2019 Atlantic Recording
Corp., interpretada por Danny Ocean.
Llámame, © Global Records, interpretada por WRS.
Happy Ending, © 2007 Casablanca Music, LLC,
interpretada por Mika.
Señorita, 2019 Simco Ltd., under exclusive license to
Epic Records, a division of Sony Music
Entertainment, interpretada por Shawn Mendes y
Camila Cabello.
Quiero decirte, 2022 Sony Music Entertainment
España, S. L., interpretada por Abraham Mateo y
Ana Mena.
About Damn Time, © 2021 Nice Life Recording
Company and Atlantic Recording Corporation,
interpretada por Lizzo.
Cristina, Universal Music Latino; 2019 UMG
Recordings, Inc. © 2019 UMG Recordings, Inc.,
interpretada por Sebastián Yatra.
Agua, © 2022 El Cartel Records, manufactured and
marketed by Republic Records, a division of UMG
Recordings, Inc., interpretada por Daddy Yankee,
Rauw Alejandro y Nile Rodgers.
Bailé con mi ex, 2022 Kemosabe Records/RCA
Records, interpretada por Becky G.
La promesa, © 2014 Warner Music Spain, S. L.,
interpretada por Melendi.
As It Was, 2022 Erskine Records Limited, under
exclusive license to Columbia Records, a Division of
Sony Music Entertainment, interpretada por Harry
Styles.
Your Song, This Compilation 1995 Mercury Records
Limited © 1995 Mercury Records Limited,
interpretada por Elton John.
More Than Words, 1990 UMG Recordings, Inc. ©
1990 A&M Records Inc., interpretada por Extreme.
I Don’t Want to Miss a Thing, 1998 Columbia Records,
a division of Sony Music Entertainment, interpretada
por Aerosmith.
Wannabe, © 1996 Virgin Records Limited, interpretada
por Spice Girls.
I Will Survive, © Dessca Entertainment Company,
interpretada por Gloria Gaynor.

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© Ilustración de la cubierta: Naranjalidad
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© Ilustraciones del interior: Naranjalidad s

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