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EL BIEN SUPREMO

“The Greather Good” por Sandy


Mitchell
Saga del Comisario Ciaphas Caín, Noveno
Volumen

SÓLO PARA PERSONAL


AUTORIZADO
Servicio de Publicaciones
del Alto Estado Mayor de
la Guardia Imperial bajo la
estrecha supervisión y
control del Erudito Escriba
Caractacus Mott.
EN MEMORIA DE SUSANA
Estamos en el cuadragésimo primer milenio.

El Emperador ha permanecido sentado e inmóvil en el


Trono Dorado de la Tierra durante más de cien siglos. Es el
señor de la humanidad por deseo de los dioses, y el dueño
de un millón de mundos por el poder de sus inagotables e
infatigables ejércitos. Es un cuerpo podrido que se
estremece de un modo apenas perceptible por el poder
invisible de los artefactos de la Era Siniestra de la
Tecnología. Es el Señor Carroñero del Imperio, por el que
se sacrifican mil almas al día para que nunca acabe de
morir realmente.

En su estado de muerte imperecedera, el Emperador


continúa su vigilancia eterna. Sus poderosas flotas de
combate cruzan el miasma infestado de demonios del
espacio disforme, la única ruta entre las lejanas estrellas.
Su camino está señalado por el Astronomicón, la
manifestación psíquica de la voluntad del Emperador. Sus
enormes ejércitos combaten en innumerables planetas. Sus
mejores guerreros son los Adeptus Astartes, los Marines
Espaciales, supersoldados modificados genéticamente. Sus
camaradas de armas son incontables: las numerosas
legiones de la Guardia Imperial y las fuerzas de defensa
planetaria de cada mundo, la Inquisición y los tecno-
sacerdotes del Adeptus Mechanicus por mencionar tan sólo
unos pocos. A pesar de su ingente masa de combate,
apenas son suficientes para repeler la continua amenaza de
los alienígenas, los herejes, los mutantes… y enemigos aún
peores.
Ser un hombre en una época semejante es ser simplemente
uno más entre billones de personas. Es vivir en la época
más cruel y sangrienta imaginable. Éste es un relato de
esos tiempos. Olvida el poder de la tecnología y de la
ciencia, pues mucho conocimiento se ha perdido y no podrá
ser aprendido de nuevo. Olvida las promesas de progreso y
comprensión, ya que en el despiadado universo del futuro
sólo hay guerra. No hay paz entre las estrellas, tan sólo una
eternidad de matanzas y carnicerías, y las carcajadas de los
dioses sedientos de sangre.
NOTA EDITORIAL:
Este último extracto de las memorias de Ciaphas Cain
resulta muy interesante en varios aspectos, principalmente
por la información que nos aporta sobre el funcionamiento
de la diplomacia tau, un arma de su arsenal al menos tan
poderosa como una unidad de sus trajes de batalla, aunque
menos propensa a dejar la alfombra hecha unos zorros.

Aunque el imperio tau está actualmente cooperando con el


Imperio en una campaña conjunta contra las flotas
tiránidas, difícilmente podrían ser considerados como
aliados fiables, dado su notable oportunismo y su más que
obsesiva búsqueda de eso que llaman “El Bien Supremo”.
Lo cual, seamos claros, sería más apropiado traducirlo al
gótico como “el Bien Supremo para los Tau y que la
disformidad se lleve al resto”. Dejo el paralelismo de
nuestra propia actitud hacia el citado acuerdo para aquellos
que sean más cínicos que yo.

Lo que nos lleva de nuevo a Cain, quien si bien no


contribuyó a crear el pacto, indudablemente jugó un
importante papel para evitar su prematura ruptura, lo que
habría acarreado unas funestas consecuencias para todos
nosotros. Como no podía ser de otra forma, sus motivos
para hacerlo fueron absolutamente personales, al menos
según su propio relato. Como siempre, dejó que sea el
propio lector quien juzgue por sí mismo hasta que punto eso
puede ser cierto.
Fiel a mi costumbre adoptada en volúmenes anteriores, he
dejado el relato lo más cercano posible al texto original,
simplemente dividiéndolo en capítulos para facilitar su
lectura y añadiendo el material explicativo adicional para
poder aclarar alguna referencia especialmente oscura o
para proporcionar un contexto más amplio del que ofrece su
ya típico y lamentablemente egocéntrico relato de los
acontecimientos.

Amberley Vail, Ordo Xenos.


CAPÍTULO UNO
Pueden decir lo que quieran de los tau, yo mismo he dicho
muchas cosas de ellos a lo largo de los años, pero no se
puede negar que saben cómo organizar una buena guerra.
De hecho, en mi humilde opinión, en las fases finales de la
campaña de Quadravidia lo estaban haciendo demasiado
bien; ya me espera unos combates muy duros después de
haberme enfrentado a los pequeños azulados [1] más de una
vez, pero en esa ocasión nos lo estaban poniendo
especialmente difícil. Cuando llegué a la capital, esquivando
descargas de plasma a cada paso que daba, nuestras
defensas se estaban derrumbando por todo el planeta y
estaba claro que sólo era cuestión de tiempo que invadieran
el último enclave imperial importante que aún resistía.

[1] Los tonos de piel de los tau varían tanto con los de los humanos, aunque la
mayoría parecen encuadrarse en una gama que va desde el gris pálido a un azul
cerúleo aún más pálido, todo como resultado del papel que el cobalto parece
desempeñar en su metabolismo. Cualquiera que esté interesado en un estudio
más detallado de su fisiología puedo encontrar todo lo necesario en el innovador
artículos del Magos Gandermak “Algunos hallazgos preliminares sobre la
hematología de los Tau”, Anuario Imperial de Xenobiología, Vol. MMMCCXXIX,
número 8897, pags 346 – 892, “Resultados Provisionales sin evidentes errores
metodológicos de los análisis de la hemoglobina de los Tau”, de Rasmussen, vol.
MMMCCXXIX, número 8899, pags. 473 – 857, y el siglo y medio de
correspondencia cada vez más caustica con el editor.

-No podemos permitir que Cuadravidia caiga- insistió


el general Braddick en total desacuerdo con la opinión de
todos los que se agolpaban en el bunker de mando situado
debajo de lo que quedaba de la guarnición local de la
Guardia, quienes sostenían que eso era ya algo inevitable.
El febril brillo de sus ojos gris pizarra hacía que destacara
aún más la malsana palidez de su piel. Sólo se puede
sustituir el sueño por la recafeina y los estimulantes durante
un tiempo limitado, y en su caso, ya había dejado atrás
aquella peligrosa línea roja. El general levantó la voz para
ahogar el lejano estruendo de las explosiones de la
artillería, que, para mi clara y bien disimulada alarma, eran
notablemente más fuertes de lo que habían sido aquella
misma mañana. Como para subrayar aquel hecho, las
partículas de polvo que caían de los huecos junto al techo
bailaron perezosamente entre los rayos del sol que se
colaban por las aspilleras. -Si eso sucede, todo el
subsector caerá con el planeta.

Motivo por el cual los tau habían atacado Quadravidia en


primer lugar, ya que su situación en la confluencia de varias
rutas de la disformidad le convertían en una ruta natural
para los transportes militares imperiales que se dirigían
hacia allí en un intento de reforzar la cada vez más
debilitada zona de contención entre ambas potencias.

-Puede que tal vez eso sea un poco exagerado- dije,


sacudiéndome de las mangas el polvo que había caído
sobre ellas mientras trataba de no dar la impresión de que
la retirada era la mejor opción posible. -Pero el general
tiene razón al pensar en las consecuencias de una
posible retirada.

Hecho que probablemente incluyera un pelotón de


fusilamiento por cobardía e incompetencia, al menos para el
general al mando. Aquello no sería justo, por supuesto, ya
que había logrado resistir firmemente durante meses, pero
alguien tendría que asumir la culpa de todo aquel desastre,
y desde luego no iban a ser los imbéciles del Munitorum,
que habían enviado un insuficiente número de unidades de
la Guardia Imperial escasamente equipadas.

-¿Cree que deberíamos retirarnos?- preguntó uno de los


altos mandos, detectando un posible salvavidas: si el
célebre Ciaphas Cain recomendaba retirarse, no se les
podría culpar por seguir su consejo. Al fin y al cabo, para
eso se supone que estamos los comisarios, para analizar el
panorama general.

-Yo me iría en la primera lanzadera- dije con total


sinceridad y una sonrisa lo suficientemente amplia como
hacerles creer que estaba bromeando. -Pero como acaba
de señalar el general Braddcik, esa, por desgracia, no
es una opción. Y, como estoy seguro de que
comprenderán, no era porque hubiera pasado por mi cabeza
un inusual arrebato de noble autosacrificio, sino más bien
porque cualquier cosa que intentara despegar mayor que un
servo-cráneo sería derribada por los tau antes siquiera de
que tuvieran tiempo de alzarse un solo palmo de la pista.
Aparte del hecho de que ya no teníamos nada en órbita que
fuera capaz de navegar en la disformidad.

Como para subrayar mi respuesta y porque en ocasiones el


Emperador tiene un gusto especial por lo dramático,
además de un desagradable sentido del humor, un débil
temblor sacudió el bunker de mando, descargando otra
lluvia de polvo sobre la visera de mi gorra.
-Los refuerzos ya están en camino- añadió Braddick,
con el tono de un hombre que espera que algo se haga
realidad si se dice con la suficiente convicción. Yo asentí.

-Lo cierto es que ya deben haber sido enviados-


coincidí, aferrándome a aquella débil pizca de esperanza
aún con más fuerza que el propio general. Me lo habían
asegurado antes de mi partida a bordo de la flotilla de
socorro que había llegado al planeta unas seis semanas
antes y que mi antiguo compañero de cenas, el Lord
General Zyvan [2], había confiado que fuera lo
suficientemente poderosa como para poder reforzar
nuestras defensas hasta que pudiera reunir una fuerza lo
bastante numerosa como para levantar el asedio y enviar a
los tau a su casa. Y así habría sido si los tau no hubieran
tenido la misma idea y hubieran enviado su propia fuerza de
auxilio para igualar a la nuestra.

[2] Aunque sus posiciones relativas en los complejos protocolos militares


impedían algo tan firme como una sincera amistad, su relación era algo más
cálida de lo que las palabras de Cain pueden dar a entender; especialmente en
aquel momento, en la última década del milenio, a tan sólo cinco años de la
jubilación oficial, aunque frecuentemente interrumpida, de Cain. Ambos se
relacionaban todo lo posible dada la apremiante naturaleza de sus respectivos
deberes y, sin la menor duda, en aquellas ocasiones disfrutaban la compañía el
uno del otro.

Por el lado positivo, supongo que habíamos privado a los


xenos de la fácil victoria que esperaban ya que,
indudablemente, se hubieran apoderado de todo el planeta
si la división de catachanes junto a la que había llegado no
hubiera demostrado ser tan tenaz, aunque desde mi punto
de vista tenía la desagradable sensación de que lo único
que habíamos logrado era retrasar lo inevitable. Yo estaba
seguro de que Zyvan estaba haciendo todo lo posible para
reunir una potente fuerza de socorro, pero durante los
últimos años, las flotas colmena tiránidas habían penetrado
profundamente en el corazón del Imperio y todos nuestros
recursos estaban siendo desviados para contenerlos; por lo
tanto, los refuerzos prometidos podrían tardar meses en
llegar, si es que llegaban algún día.

-Entonces, resistiremos- resumió Braddick con cansancio.


Sus hombros hundidos por el agotamiento creaban
profundas arrugas en su ornamentada guerrera mordiana.
Yo asentí gravemente.

-No veo que tengamos otra opción- acepté, demasiado


consciente de la ironía.

La cuestión era que, en primer lugar, yo ni siquiera tendría


que estar allí. En aquellos días, mi puesto como oficial de
enlace del comisariado en el estado mayor del Lord General,
me permitía elegir mis misiones con una libertad que nunca
había llegado a soñar durante las primeras etapas de mi
larga e ignominiosa carrera, en las que las circunstancias y
el largo brazo del comisariado me habían empujado hacia el
peligro pese a todos mis esfuerzos por dejarle pasar de
largo. Por supuesto, mi totalmente inmerecida reputación de
valentía y de una extravagante temeridad no me permitían
seguir mi natural inclinación y permanecer indefinidamente
en Coronus [3], viendo a mi ayudante, Jurgen, ocuparse de la
mayor parte del papeleo que pasaba por mi despacho
mientras yo me preguntaba si sería pronto para bajar a
almorzar. Mantener mi heroica fachada implicaba la
necesidad de aparecer en el frente de vez en cuando, para
animar a las tropas y de paso recordar a Zyvan lo
afortunado que era por tenerme cerca, mientras yo me
mantenía lo más lejos posible del enemigo.
[3] Mundo base de la Guardia Imperial en el que se planificaron muchas de las
campañas en las que participó Cain a lo largo de su carrera y donde se
reunieron las fuerzas para ellas asignadas.

Teniendo eso en cuenta, una visita relámpago a Quadravidia


me pareció la elección más segura. Como ya he comentado
anteriormente, esperábamos que la flotilla de socorro con la
que había embarcado inclinara la balanza de la guerra a
nuestro favor, así que yo debería ser más que capaz de
mantenerme alejado de los problemas sin demasiada
dificultad. Más aún, me mantendría cómodamente lejos de
las flotas tiránidas invasoras. No tenía el menor deseo de
acabar como una masa gelatinosa en una piscina de
biomasa en algún mundo perdido del Emperador, algo que
se me antojaba muy probable si alguien decidía que se
necesitaba un Héroe del Imperio para mantener a las tropas
firmes frente a aquellos escurridizos horrores. Así pues, me
pareció prudente desaparecer del mapa mientras el alto
mando elaboraba sus planes para un último intento de
contener la amenaza tiránida.

Para abreviar esta larga y triste historia, llegamos en


perfecto orden y nos desplegamos en el planeta usando
naves de desembarco, ya que las instalaciones orbitales del
puerto espacial habían sido destruidas durante el primer
ataque de los tau [4]. Como era de esperar, tuvimos que
soportar algunos ataques durante nuestro descenso, pero la
Armada aún tenía los suficientes cazas en el aire como para
lograr cubrirnos las espaldas y sólo sufrimos pérdidas leves
antes de que la mayor parte de nuestros efectivos se
atrincheraran alrededor de la capital planetaria. Braddick y
sus mordianos quedaron encantados de vernos,
especialmente cuando nuestro primer contraataque hizo
retroceder a las fuerzas enemigas hasta el anillo exterior de
habitáculos de la urbe y durante la primera semana, poco
más o menos, parecía que habíamos logrado poner en fuga
a los xenos; aunque yo ya contaba con la suficiente
experiencia como para darme cuenta de que lograr
recuperar aquel mundo por completo sería un proceso largo
y arduo.

[4] En realidad, la mayor parte de las plataformas orbitales aún permanecían


sustancialmente intactas, pero la tremenda cantidad de restos que flotaban a su
alrededor hacia que atracar una nave espacial a ellas fuera como mínimo, muy
problemático.

Tanto mejor, pensé, yo me tiraría una buena temporada


sentado lejos del frente mientras Zyvan y la Armada se
preparaban para enfrentarse a los tiránidos. Con algo de
suerte, podría permanecer allí el tiempo suficiente para
volver a Coronus cuando estos ya hubieran partido.

Así que la aparición, quince días más tarde, de una flota de


“naves mercantes” tau [5] fue una sorpresa bastante
desagradable. Por suerte para ellos, o por un astuto y artero
truco, y conociéndolos, más probablemente lo segundo,
llegaron al sistema tan solo un par de días después de que
la flotilla imperial hubiera partido hacia Coronus y se
aproximaron sin el menor problema al planeta ya que la
flota defensiva de las FDS [6] habían sido barrida del cielo
durante la primera incursión.

[5] A pesar del cinismo de Cain, así es como los propios tau denominan a sus
naves de batalla de mayor envergadura, en las que se combina la capacidad de
carga de un transporte imperial de tropas con la potencia de fuego de un
acorazado. Como mínimo, una combinación muy incómoda en los asaltos
planetarios, aunque, como les gusta decir a los miembros de la Armada, al
menos los defensores pueden concentrar su fuego en un menor número de
objetivos.
[6] Fuerzas de Defensa del Sistema.

Todo aquello me dejó incapaz de escapar del planeta. Sin


embargo, aún no estaba muerto y ya me habían encontrado
antes en situaciones mucho peores que aquella, así que
solté unos cuantos tópicos alentadores, me despedí de
todos los presentes en el bunker y me retiré, aparentemente
para asegurarme de que todos los centinelas que
custodiaban el perímetro permanecían alertas. Estaba
prácticamente seguro de que el asalto final no sucedería
aquella noche, pero si comenzaba, el bunker de mando se
convertiría en un lugar singularmente peligroso. No me
cabía la menor duda de que la tecno-hechicería de los tau lo
había localizado al milímetro y que sería el primero de la
lista para alguno de sus equipos de asalto.

-¿Ha ido bien la reunión, señor?- preguntó Jurgen,


materializándose de entre las sombras, su peculiar y
repugnante aroma me saludó unos tres segundos antes de
que yo pudiera abrir la boca.

-Las he tenido mejores- admití, con mucha más


franqueza de que la que normalmente usaba. Pero Jurgen
llevaba sirviendo conmigo durante casi setenta años y había
salvado mi miserable pellejo en más ocasiones de las que
cualquiera de los dos podría contar. Por lo tanto, se merecía
más honestidad que cualquier otro.

Nuestro breve intercambio se vio interrumpido por el


retumbar de las descargas de armas pesadas a lo lejos,
como el sonido de una tormenta acercándose. Rasgaban el
nublado cielo del atardecer, en vivo contraste con el cielo
teñido de rojo. Pero no todo aquel color se debía a la puesta
del sol, los bloques de viviendas ardían en al menos una
docena de lugares de la asediada ciudad.
Desafortunadamente, aquellos bombardeos dificultaban
nuestros movimientos tanto o posiblemente más que el de
los propios tau: los xenos podían moverse prácticamente a
su antojo con sus vehículos antigravitatorios, en lugar que
tener que abrirse paso a través de rutas laboriosamente
despejadas, tal y como se veían obligados a hacer nuestros
Chimeras y Leman Russ, y tan sólo para acabar cayendo en
una emboscada.

-¿Tanna, señor?- preguntó Jurgen, sacando un termo de


alguno de los múltiples macutos y bolsos que habitualmente
colgaban de sus hombros. Yo lo tomé con gratitud. Las
noches allí, en las montañas ecuatoriales en las que se
había erigido la capital, eran bastante frías y nunca llegué a
comprender por qué no la habían construido en algún lugar
con un clima más templado [7].

[7] Si tenemos en cuenta que Quadravidia era un valioso centro de transporte


imperial, las ciudades en tierra eran menos valiosas que los muelles orbitales
que orbitaban sobre ellas. Lo que a su vez significa que eran construidas lo más
cerca posible de las estaciones espaciales, que, como es habitual, siempre se
situaban sobre el ecuador.

-Gracias- dije, sorbiendo de la fragante bebida y


disfrutando la incipiente sensación de calor dentro de mi
estómago. -¿Nos vamos?

-Cuando quiera, señor- contestó mi ayudante,


sentándose en el puesto de conductor del Salamander que
habíamos requisado en el parque de transportes poco
después de nuestra llegada al planeta. El motor ya gruñía
lentamente al ralentí. Jurgen era lo bastante experimentado
para saber lo que podía suponer el retraso de uno o dos
segundos en encender el motor si nos pillaban
desprevenidos tan cerca del frente.

Subí al compartimento de tropas y les devolví el saludo a un


pelotón de guardias que pasaron junto a nosotros en
dirección a la entrada principal de la base. Con los reflejos
perfeccionados tras décadas de sufrir el rudo estilo de
conducción de Jurgen, me agarré al soporte del bolter
pesado para apoyarme en él un instante antes de que nos
pusiéramos en marcha.

Y menos mal que lo hice, porque mientras recuperaba el


equilibrio, mis ojos se desviaron hacia el cielo. Unas formas
negras se movían sobre los edificios que la menguante luz
había reducido a oscuras siluetas; dibujadas contra el
resplandor carmesí, la elegante y siniestra curvatura de sus
superficies no dejaba duda alguna respecto a sus orígenes.

-¡Alerta, nos atacan!- grité mientras hacía fuego con el


bolter Tormenta y maldiciendo en silencio mi jodida suerte.
El ataque al bunker que había augurado y tan cerca había
estado de evitar, acababa de comenzar.
NOTA EDITORIAL:
A la mayoría de mis lectores no les sorprenderá que, más
allá de unas cuantas quejas despectivas sobre la
temperatura en la zona, Cain apenas diga nada sobre el
planeta Cuadravidia. El siguiente extracto puede ayudar a
remediar tal deficiencia.

“De lugares interesantes y gente ociosa: Manual del


Trotamundos” por Jerval Sekara, 145.M39.

Quadravidia era ya un destino familiar para la mayoría de


los viajeros que estén familiarizados con el Golfo de
Damocles y sus alrededores, puesto que cuenta con la
enorme fortuna de estar situado nada menos que en la
confluencia de al menos cuatro corrientes de la disformidad
inusualmente rápidas y estables. Por lo tanto, no es de
extrañar que se trate de un planeta, o para ser más
precisos, de todo un sistema planetario, que suele ser más
atravesado que visitado. De hecho, es muy sencillo realizar
un transbordo de una nave a otra en uno de los muchos
muelles espaciales y estaciones del vacío que lo rodean sin
llegar a pisar el planeta.

No obstante, puede merecer la pena hacer una pausa en el


largo viaje para realizar una estancia prolongada, o incluso
convertirlo en el destino de una estancia indefinida. Aunque
es cierto que, a primera vista, las principales ciudades
alrededor del ecuador tienen poco que ofrecer al viajero
exigente, ya que están compuestas casi exclusivamente por
las instalaciones de los puertos estelares, las vulgares
instituciones consideradas necesarias el comercio y las
viviendas de las clases artesanales aparentemente
requeridas en un número más que deprimente para trabajar
en los ya citados sectores, Peakhaven es tan gratificante
cosmopolita como cualquier otra capital planetaria en aquel
sector.

Situada en lo alto de una cadena montañosa que se


extiende a lo largo del ecuador, dividiendo en dos el
continente occidental, sus calles y avenidas se extienden
por el valle y las laderas de la montaña, cuyas paredes más
elevadas ocultan el tremendo ruido y bullicio del puerto
estelar. La ciudad en sí se encuentra situada en una gran
depresión de tres o cuatro kilómetros de ancho, rodeada por
las altas montañas. Ni que decir tiene que hay buscar
alojamiento en las laderas exteriores de la cordillera, para
que su enorme masa de granito amortigüe la mayor parte
del constante tráfico de las lanzaderas. Sin embargo, la
vista creada por ellas es bastante espectacular,
especialmente por la noche, cuando el resplandor de los
motores crea un constante torbellino de luz en medio de la
oscuridad, como las chispas de una fragua.

Por supuesto, se pueden encontrar otras ciudades más


pequeñas y pueblos en cualquiera de los dos otros
continentes, pero hay poco de interés en ellas.

“De la Cruzada y lo que vino después: una historia militar


del Golfo de Damocles”, por Vargo Royz, 058.M42.

Aunque frenadas tras su primer enfrentamiento con el


Imperio, las ambiciones expansionistas de los tau estaban
lejos de estar frustradas. Los doscientos siguientes años
estuvieron marcados por los periódicos enfrentamientos
entre ambas potencias, ya que muchos de los mundos
fronterizos fueron conquistados, defendidos, reclamados y
en muchos casos, nuevamente perdidos. De hecho,
Semplaxia cambiaría en total siete veces de mano, y todo
antes de que finalmente se perdiera para ambos bandos
durante la invasión de la Flota Colmena Kraken contra el
Brazo Oriental, aunque ese fue un caso excepcional.

Por lo general, los planetas con los que los tau lograron
hacerse, bien mediante sus sucias maniobras diplomáticas,
o bien por la fuerza de las armas, siguieron en su poder,
aunque el Imperio les hizo pagar un alto precio por ellos, e
incluso pudieron obtener algunos éxitos notables, como la
recuperación de Gravalax en el 931.

Por supuesto, si las fuerzas del Emperador hubieran podido


concentrar toda su potencia sobre esos advenedizos
conquistadores, las cosas habrían sido muy diferente, pero
el último tercio del 41M llegó acompañado de conflictos a lo
largo de todos los frentes. A la siempre presente amenaza
de los orkos y de los planes de las legiones traidoras, se
sumó el gradual despertar de los necrones, que comenzaron
a lanzar cada vez más ataques sobre los puestos de
avanzada humanos, mientras los eldar continuaban,
aparentemente a su voluntad, con sus continuas incursiones
piratas. Afortunadamente, los tau también comenzaron a
tener que enfrentarse cada vez más frecuentemente con
esos y otros enemigos a medida que se ampliaba su esfera
de influencia, lo que les impidió lanzarse a una invasión
total del espacio imperial.
El estancamiento se rompió finalmente en el 992, cuando
una flota tau se adentró en lo más profundo de la frontera
imperial y apareció en órbita sobre Quadravidia, aplastando
rápidamente a las defensas planetarias para a continuación
desembarcar una fuerza de invasión. Con el incontestable
control de la zona en su poder, consiguieron negar el acceso
de las naves imperiales a las vitales corrientes de la
disformidad, bloqueando completamente ocho de los
sistemas en disputa en la frontera, impidiendo la llegada de
refuerzos y dejándolos prácticamente indefensos para ser
conquistados a su antojo.

Afortunadamente para todos aquellos mundos en peligro, la


segunda expedición de socorro estaba dirigida por el
famoso comisario Ciaphas Cain, que anteriormente había
jugado un importa papel en el fracaso de los planes de los
tau en Gravelax y que una vez más demostró no tener rival
en la defensa de los intereses del Imperio.
CAPÍTULO DOS
No podría decir si la advertencia que lancé supuso alguna
diferencia, pero el mío no fue el único dedo que apretó el
gatillo cuando la primera oleada de asalto tau apareció de
repente sobre el irregular acantilado de los edificios
destrozados por los ataques aéreos que rodeaban el
complejo y que había ocultado su aproximación para que no
fuera detectada por nuestros auspex. Los impactos de los
proyectiles de las armas ligeras crearon una cascada de
detonaciones y chispazos contra el suave y redondeado
blindaje de los transportes de tropas tau que sobrevolaban
nuestras cabezas. El brillante relámpago de un cohete
disparado por un lanzador portátil rasgó el cielo antes de
explotar contra el motor de uno los vehículos invasores más
cercano. El Mantarraya se tambaleó y se detuvo, abortando
su descenso, pero ese respiro duró poco, un par de drones
con forma de plato se separaron casi inmediatamente de su
casco y cayeron en picado en busca de venganza. Las
cargas de plasma de los cañones montados bajo los drones
estallaron alrededor del emplazamiento de sacos terreros de
donde habían salido el cohete.

No llegué a saber que les pasó a los guardias que se cubrían


de ese inesperado ataque, aunque una ráfaga de
proyectiles láser respondió con encomiable prontitud,
porque en aquel momento mi atención estaba
completamente centrada en mi propia supervivencia. El
Salamander se tambaleó cuando Jurgen dio un brusco
volantazo para esquivar el cráter abierto en el rococemento
frente a nosotros por el impacto de un proyectil de plasma
disparado por uno de los transportes de tropas enemigos y
de repente me encontré mirando una pequeña sombra que
se movía rápidamente detrás de nosotros.

El bolter Tormenta se encabritó en su soporte cuando, por


simple reflejo, apreté el gatillo, abriendo una hilera cráteres
de impacto a lo largo de todo el vientre del deslizador que
gruñía sobre mí, volando tan bajo como para que la
corriente de su paso me arrancara la gorra de la cabeza.
Debí alcanzar algún punto débil del aparato, porque casi de
inmediato comenzó a salir humo de su motor de estribor, se
giró ciento ochenta grados y cayó para clavarse contra el
suelo. La nave siguió avanzando por el impulso, creando con
su proa una ola de hormigón pulverizado, embadurnando a
su desafortunada tripulación a lo largo de la pista mientras
lo hacía, antes de terminar chocando contra la pared del
comedor de oficiales.

-Vaya- dije con cierta pena.

-Ellos se lo han buscado- opinó Jurgen, accionando el


lanzallamas delantero para inmolar un par de drones que
descendían en picado antes de que tuvieran la oportunidad
de abrir fuego contra nosotros. -¿A qué clase de estúpido
se le ocurre volar con la cabina abierta en medio de
este tiroteo?

-Buen argumento- dije, cubriéndome detrás del grueso


blindaje mientras la metralla producida por una explosión
cercana repiqueteaba contra ella. Uno de los Hydras que
lanzaba torrentes de balas trazadoras contra los invasores
que descendían en picado acababa de recibir un impacto
directo. El intenso calor de la descarga de plasma había
hecho detonar su depósito de municiones y una sección del
casco acababa de atravesar el espacio que yo acababa de
dejar libre. Si no me hubiera agachado a tiempo, me habría
arrancado la cabeza.

Encontré mi gorra en el suelo del compartimento de tropas


y me la volví a colocar con la mayor firmeza posible,
procurando estar lo más presentable posible y miré
cautelosamente por el borde del blindaje lateral. Éramos el
único vehículo imperial que seguía en movimiento en medio
de la tormenta de fuego que caía del cielo, aunque un
Leman Russ con las orugas destrozadas estaba girando su
torreta, buscando algún objetivo y la tripulación estaba
saltando de un Hydra al que le faltaba la torreta con el
montaje antiaéreo. Estaba muy claro que los tau habían
dado prioridad a los objetivos que podían causarles daños,
pero no me cabía la menor duda de que no tardarían en
acabar con nuestro Salamander, pese a estar ligeramente
armado.

-¡Ponnos a cubierto!- ordené, pese a estar bastante


seguro de que Jurgen ya se había dado cuenta de la
situación.

-Tiene razón, señor- reconoció y giró el vehículo sobre sí


mismo al tiempo que metía la marcha atrás a una velocidad
que provocó un alarmante sonido en la caja de cambios,
aunque aquello no habría sido nada con el comparado con
el alboroto que habría montado cualquiera de nuestros
visioingenieros si hubiera estado cerca para oírlo. De nuevo
me tuve que volver a sujetar al soporte del arma mientras
tomábamos otra dirección. Los rayos de plasma hicieron
hervir la roca donde nos hubiéramos encontrado si Jurgen
no hubiera hecho girar el vehículo.

El primero de los transportes de tropas enemigas se estrelló


contra el suelo a unos cien metros de nosotros. Sus
amortiguadores apenas se habían se terminado de
desplegar apoyándose contra el rococemento cuando cayó
la rampa de desembarco. Al instante, otros de dos de los
letales drones se elevaron en el aire para proporcionar
fuego de apoyo a la escuadra de exploradores que estaba a
punto de desembarcar. Pese al blindaje que llevaban, los
xenos se movían con notable agilidad, sus rostros parecían
los de un insecto gracias a las lentes rojas situadas en las
placas frontales de sus cascos.

Sin inmutarme, abrí fuego por igual contra los guerreros y el


transporte, lanzando una lluvia de proyectiles de bolter a
través del aire. Un par de descargas de plasma procedentes
de las carabinas de los soldados tau impactaron contra el
Salamander, abriendo profundos cráteres en el blindaje.
Justo entonces, un proyectil perforante atravesó el
compartimento de tropas de lado a lado, abriendo unos
agujeros por los que podría haber pasado mi puño.

-¡Uno de ellos tiene un fusil de inducción magnética!-


le grité a Jurgen, aunque el rugido del motor y el tiroteo que
nos rodeaba hacía que sólo pudiera oírme por el enlace de
vox, así que no tenía sentido alzar la voz. Intenté apuntar el
bolter Tormenta contra la infantería enemiga, pero un trozo
del blindaje del Hydra que había estallado estaba atascado
en el montaje del arma y no pude bajarla lo suficiente. -
¡Mierda!
-Estoy en ello- me aseguró Jurgen y volvió a disparar el
lanzallamas, añadiendo además una ráfaga del bolter
pesado instalado en el casco. La lluvia de promethium
obligó a la escuadra de exploradores a dispersarse y
penetró en el interior del transporte a través de la rampa
aún abierta. -Eso les dará algo en lo que pensar.

Y tanto que lo hizo: un momento más tarde, las escotillas


superiores se abrieron y la tripulación saltó, convirtiéndose
en blanco fácil para los vengativos disparos de los guardias
imperiales que aún seguían luchando.

En aquel momento comencé a tener la esperanza de que la


balanza se inclinara de nuestra parte. Los tau tenía una
clara ventaja cuando se trataba de disparar a larga
distancia, pero no tenían agallas para el cuerpo a cuerpo,
mientras que los soldados de la Guardia no tenían ese tipo
de reparos. Es más, de hecho, los habitantes del mundo-
mortal que componían la mayor parte de la guarnición [8]
parecían preferirlo y se lanzaban al ataque con bayonetas y
las culatas de sus fusiles láser a la menor oportunidad, con
sus capas de piel de orko arremolinándose a su alrededor
con tanta fuerza y vigor que parecía que siguieran unidas a
sus dueños originales. Pero no se dejen engañar, eso no
significaba que lucharan con la misma delicadeza y destreza
táctica que los bersakers de khornate, más bien todo lo
contrario. En su planeta de origen, para sobrevivir, tenían
que usar tanto su inteligencia como sus armas.

[8] Acertadamente apodado "La muerte del colono", el planeta está tan plagado
de formas de vida tan hostiles que las tribus de orkos salvajes que viven en el
planeta son consideradas como una molestia menor.
-A todas las unidades, retrocedan- ordenó el general
Braddick por el vox, justo a tiempo para detenerlos. -
Defiendan el bunker de mando.

No podía criticar su táctica, nuestra prioridad era negar a los


tau su objetivo, pero desde mi punto de vista (o más
exactamente, desde donde estaba en aquel instante, es
decir, traqueteando como un guisante dentro de una lata),
acabábamos de cederles de nuevo la iniciativa [9].

[9] Una opinión compartida por un buen número de historiadores, aunque otros
tantos afirman con igual fervor que, dadas las circunstancias, Braddick tenía
muy pocas opciones: en aquel momento, cualquier intento de contraatacar
podría haber acabado colapsando totalmente la ya debilitada línea defensiva.

-Un momento, señor- me instó Jurgen mientras disparaba


de nuevo el bolter pesado montado en la parte delantera
del Salamander. Otro elegante y mortal transporte de tropas
se acercaba en la oscuridad sobre nuestras cabezas,
cruzándose en nuestro camino mientras el piloto intentaba
aterrizar. Los proyectiles explosivos royeron el blindaje del
vehículo, aunque causando pocos daños. Pero al menos
debió asustar a la tripulación, porque el Mantarraya aterrizó
con tanta fuerza que dobló su tren de aterrizaje. Debido a
ello me encontré con la perversa esperanza de que le
hubiéramos hecho algo peor que eso.

La fuerza del impacto también había sido una desagradable


sorpresa para los pasajeros: en lugar de desplegarse en
buen orden, asegurando la rampa de embarque a medida
que avanzaban, salieron disparados como si estuvieran
abandonando un vehículo destruido. Me alegré al comprobar
que un par de ellos cojeaban. El Salamander dio una
violenta sacudida mientras Jurgen intentaba seguir
apuntando las armas del frontal del casco todo el tiempo
posible.

-¡Uy!

-Efectivamente, uy- coincidí, aferrándome al soporte del


arma con todas mis fuerzas mientras mi ayudante dirigía el
vehículo a izquierda y derecha en un intento de esquivar la
mayor parte del fuego de los xenos, o posiblemente para
intentar atropellar a algunos de los rezagados. Era difícil
estar seguro de cuál de las dos cosas, dado que yo estaba
más preocupado intentando mantenerme en pie.

Consciente de que probablemente aún habría unos cuantos


guardias por la zona, demasiado rezagados o sensatos
como para haberse reunido con Braddick en una trampa
que se iba cerrando y entendiendo que yo tenía una
reputación que mantener, disparé unos cuantos proyectiles
con el bolter Tormenta. No logré alcanzar a ninguno de los
exploradores que habían desembarcado, ya que estos
silbaron inofensivamente sobre sus cabezas a causa del
dañado soporte, pero estoy bastante seguro de que al
menos arruiné su puntería.

-Por allí hay un buen lugar donde cubrirnos- dijo


Jurgen, ciñéndose obstinadamente a la última orden que le
había dado e ignorando completamente la de la Braddick
[10], lo cual me pareció genial. Otra ráfaga de nuestros
bolters fueron suficiente para destrozar la valla de que en
sus mejores tiempo se suponía que debía impedir que la
canalla civil invadiera el sagrado rococemento de la
guarnición de la Guardia Imperial y con una sacudida que
casi me rompe la columna vertebral saltamos sobre las
zapatas de mampostería y llegamos a la carretera que había
al otro lado. Las orugas de nuestro gallardo Salamander se
clavaron en la calzada que separaba el perímetro del
acuartelamiento de una instalación industrial abandonada
mientras Jurgen apretaba a fondo el acelerador-. Esa
fundición sigue en su mayor parte en pie.

[10] Aunque era un soldado de la Guardia Imperial y por lo tanto, obligado por
las ordenanzas a seguir las órdenes de un superior, Jurgen estaba totalmente
convencido de que su posición como ayudante personal de un comisario era, de
facto, una adscripción al propio Comisariado, lo que le apartaba por completo de
la cadena de mando, salvo en aquellas ocasiones en las que podía encontrar
alguna ventaja en permanecer dentro de ella. Ni que decir tiene que aquella era
una situación con la que Cain se sentía completamente satisfecho y muy pocos
oficiales de la Guardia se atreverían a discutir el asunto.

-Sigue adelante- dije. En aquel momento ya habíamos


logrado salir de la zona de los combates y no veía ninguna
razón para detenernos y convertirnos en una nota a pie de
página de la última batalla de Braddick.

-Comisario Cain, responda- resonó la voz del general en


receptor que llevaba junto a la oreja, como si estuviera
reprochándome mis anteriores pensamientos. -¿Está ahí?

-Estamos aislados del bunker- le contesté con toda


sinceridad, ya que habría sido un autentico suicidio intentar
volver luchando a través de rápido despliegue de los tau-.
Los xenos lo tienen totalmente rodeado- afirmé, lo cual
podría ser una ligera exageración, pero bueno, si bien no
era cierto en aquel preciso momento, pronto lo sería.
Cuando se enfrentaban a una defensa estática, su táctica
preferida era rodearla, confiando en el superior alcance y
potencia de fuego de sus armas para desgastar a los
defensores. Preferían dejar la sangrienta tarea de tomar un
objetivo a sus vasallos kroot [11], algo de lo que no podía
culparlos, especialmente porque los kroot parecían disfrutar
con ese tipo de cosas-. Voy a dirigirme hacia el enclave
sur, para intentar reunir una fuerza antes de que sea
demasiado tarde.

[11] Un error muy común entre los ciudadanos imperiales, que generalmente
consideran la relación entre los tau y otras razas incorporadas a su imperio,
tales como los kroot, los demiurg, similar a la de los gretchin con los orkos:
esclavos o simples siervos para hacer el trabajo sucio con el que sus amos no
estaban dispuestos a mancharse las manos. De hecho, tanto los tau como sus
razas vasallas, entre las que no debemos olvidar, se encuentra un número
inquietantemente alto de humanos renegados, parecen considerarse iguales
entre sí, aunque claramente los tau son un poco más iguales que los demás.

La mayoría de las unidades que nos quedaban se


concentraban en el barrio sur de la ciudad, por lo que en lo
que a mí respecta, era el mejor lugar en el que podía estar;
cuantos más hombres pudiera interponer entre los tau y yo,
mejor que mejor. Con un poco de suerte, podríamos resistir
lo suficiente hasta que apareciera el grupo de combate de
Zyvan para evacuar a los supervivientes, entre los que yo
estaba decidido a encontrarme. Y en el peor de los casos,
me sería bastante sencillo esconderme durante un tiempo
más o menos indefinido. No había olvidado lo que había
aprendido esquivando a los orkos en Perlia y los tau, a
diferencia de los pieles verdes, estarían bastante menos
dispuesto a perder el tiempo y recursos persiguiendo
rezagados que no se dedicaran a hacer estupideces para
llamar su atención, tales como dispararles o ir haciendo
saltar cosas por los aires.
-Buena idea- comentó Braddick, claramente en la inocente
creencia de que mis palabras significaban que yo volvería
con fuerzas para socorrerle.

-Resista todo lo que pueda- respondí, sin tener el valor


para desengañarlo y seguro de que el general lo haría de
todos modos independientemente de mis palabras. -El
Emperador protege-. Aunque, por lo que pude ver, iba a
tener que trabajar muy duro para mantener a Braddick de
una pieza durante mucho más tiempo.

Además, ya puestos, tampoco parecía que Él estuviera


haciendo mucho por mí que digamos. Las sombras se
movían a final de la calle, demasiado rápidas y fluidas para
identificarlas, pero algunas se me antojaban
incómodamente grandes. De repente, la fundición
abandonada parecía mucho más atractiva que antes,
aunque ya era demasiado tarde para preocuparse por eso,
lo que fuera que estuviera acechando en el bulevar ya se
habría dado cuenta de nuestra aproximación y seguro que
ya estarían apuntando sus armas a nuestro rastro en sus
auspex.

-Enciende las luces- le ordené a Jurgen, luchando de


nuevo con el soporte dañado, pero de nuevo en vano. No
había nada que pudiera hacer para a arreglar el mecanismo,
salvo las bendiciones de un tecno-sacerdote y nunca hay
uno cerca cuando realmente se le necesita.

-Tiene razón, señor- respondió mi ayudante. Yo entrecerré


los ojos por simple reflejo mientras encendía el potente
foco, cuyo haz atravesó erráticamente la oscuridad en
respuesta a cada sacudida de nuestra maltrecha
suspensión. Entonces, el aliento pareció helarse en mis
pulmones cuando el bailarín rayo de luz iluminó un grupo de
figuras vagamente humanoides de más del doble de la
altura de un hombre. Se trataba de varios Dreadnoughts, o
más bien de su equivalente tau: tan fuertemente armados
como sus homólogos imperiales, pero mucho más
maniobrables.

-Acaba de llegar la segunda oleada- le comuniqué a


Braddick. Si yo estaba a punto de morir, supuse que estaría
bien ser recordado por unas últimas palabras heroicas. -Los
retrasaré todo lo que pueda.

Lo cual, y siendo honestos, probablemente no sería más de


un segundo o dos, especialmente porque no había dicho
nada sobre intentar enfrentarme a los imponentes
exoesqueletos de combate. Atraería su atención el tiempo
suficiente como para que les quedara bien claro que estaba
huyendo y que no valía la pena desperdiciar munición
conmigo.

-¿Puede darme una estimación de su número y


composición?- preguntó Braddick, decidido a sacar todo el
provecho posible a mi noble sacrificio. Yo apreté los dientes.
Estaba claro que “muchos y de muy mala leche” no sería
una respuesta aceptable. Sólo el Trono sabría quien podría
estar monitorizando el tráfico de vox y si milagrosamente
lograba salir de aquella entero, lo último que necesitaba
para poder seguir disfrutando de los beneficios de otro
aumento de mi fraudulenta reputación era que apareciera
un registro de audio en el que pareciera huir presa del
pánico. (Ojo, no es que tenga nada en contra de caer presa
del pánico y salir por patas; más bien al contrario, y debo
recalcar que es algo que siempre me ha funcionado. El truco
es no dejar que nadie se dé cuenta de que es eso lo que
estás haciendo, o de lo contrario tendréis que aguantar todo
ese tedioso asunto de los tribunales y los posibles pelotones
de ejecución [12]).

[12] Probablemente es una referencia al incidente en Adumbria, donde las


calumniosas acusaciones de otro comisario motivaron una investigación formal
sobre la conducta de Cain que, irónicamente, sólo añadió aún más prestigio a su
reputación.

-Un momento- transmití fastidiado, con la intención de


ganar algo de tiempo y la esperanza aún más ferviente de
que el siguiente sonido de la emisora de vox no fuera el
siniestro crujido de la estática seguido del silencio. Hice un
gesto a Jurgen. -¡Sácanos de la calle!

-Muy bien, señor- respondió, tan flemáticamente como


siempre y giró el volante bruscamente. El proyectil de un
cañón de inducción magnética aulló mientras atravesaba el
espacio que acabábamos de dejar libre. El estampido sónico
hizo que el Salamander se balanceara sobre su suspensión.
Me agaché mientras mi ayudante nos llevaba a través del el
lateral de un almacén sin molestarse en buscar la puerta.
Cuando nos abrimos paso a través de ella, la pared reventó
lanzando sobre nosotros una lluvia de ladrillos rotos.

-Trajes de combate- le dije a Braddick, protegiendo mi


cabeza lo mejor que pude de la avalancha de mampostería
mientras Jurgen seguía demoliendo los tabiques interiores
en nuestra huida hacia una apariencia de seguridad. El haz
luminoso del reflector había barrido al equipo de Crisis antes
de que abrieran fuego y traté de recordar con el mayor
detalle posible lo que había visto. Lo cual no era mucho si
he de ser sincero, pues había estado demasiado ocupado
manteniendo mi cabeza sobre mis hombros. -Una
escuadra entera, probablemente más-. Al menos había
creído ver a tres de ellos, pero eran tremendamente rápidos
y ágiles, y en la oscuridad era difícil estar seguro. -Tienen
cañones de inducción magnética- se me ocurrió un poco
tardíamente. Al menos el que nos había disparado lo tenía y
no estaba dispuesto a volver para ver el armamento del que
disponían los demás.

-Entonces no nos queda mucho tiempo- concluyó


Braddick, con una notable calma dadas las circunstancias.
Ambos sabíamos que los proyectiles de hipervelocidad
atravesarían el ferrocemento reforzado del bunker con la
misma rapidez en que Jurgen haría desaparecer un
merengue, y esparciendo la misma cantidad de restos en el
proceso.

-Creo que nos los hemos quitado de encima, señor-


me informó Jurgen, dándome finalmente una buena noticia
mientras embestía una gran puerta de madera. Sin
aminorar la marcha, atravesamos un muelle de carga
elevado y caímos un metro de morros. Nuestras orugas se
estrellaron contra un patio empedrado lanzando ráfagas de
grava pulverizada. El suelo del Salamander salió disparado
hasta golpearme en la cara, arrancándome el aire de los
pulmones y saboreé la sangre allí donde mis dientes habían
mordido el interior de mis mejillas.

-Bien- suspiré, sintiendo que aquella incomodidad


relativamente menor era un pequeño precio a pagar por
nuestra libertad, pero, por supuesto, estaba hablando
demasiado pronto. Apenas había logrado ponerme en pie
ayudándome del maltrecho soporte del bolter cuando uno
de los trajes de batalla aterrizó justo delante de nosotros,
haciendo temblar el suelo con el impacto de su llegada. Mi
posición elevada en la parte trasera del Salamander hizo
que mi cabeza quedara a la altura de la del piloto [13] y me
estremecí cuando el rayo de una dirección de tiro me pasó
por la cara, cegándome momentáneamente.

[13] Aquí Cain se equivoca del todo, puesto que el piloto va sentado en el
fuertemente blindado torso; aunque no se le puede culpar dado el diseño
antropomórfico de los trajes de batalla Tau, que hacen que resulte muy sencillo
caer en tal error y asumir que se encuentra en la cabeza, a modo de un prínceps
en un Titan en miniatura.

¡Aguante, señor!- gritó Jurgen, como si yo hubiera estado


dedicándome a hacer alguna otra cosa durante los últimos
diez minutos, y activó las armas situadas en el glacis de
nuestro vehículo. Una lluvia de proyectiles y un chorro de
promethium se dirigieron hacia el gigantesco guerrero, pero
el piloto activó sus motores de salto en el último momento y
se elevó ágilmente sobre las devastadoras descargas como
un niño saltando a la comba.

Parpadeé para aclarar mis deslumbrados ojos mientras


trataba de seguir al traje de batalla que se elevaba hacia el
techo con el bolter Tormenta, pero en aquel momento, el
dichoso soporte del arma decidió atascarse por completo, lo
cual no era de extrañar dados los daños sufridos. Justo
entonces observé horrorizado la trayectoria del traje de
batalla tau.

-¡Jurgen!- grité. -¡Salta!


Uniendo la acción a mis palabras, salté del compartimento,
tratando de salvar la vida mientras murmuraba una
silenciosa plegaria al Trono para que me concediera un
aterrizaje suave. No conseguí nada parecido, como no podía
ser de otra forma, dado que, como de costumbre, el
Emperador tenía asuntos más urgentes que atender, pero
Jurgen había frenado bruscamente para evitar chocar contra
nuestro enemigo, sin duda consciente de que, pese a los
daños que pudiéramos causar al traje de batalla, el impacto
nos rompería el cuello a ambos, así que, en ese momento,
íbamos a mucha menos velocidad que antes. Choqué contra
las piedras del patio con la fuerza necesaria para romperme
un par de costilla, lo cual fue muy doloroso, aunque me
habían sucedido cosas mucho peores en el pasado y decidí
que si estaba lo suficientemente bien como para quejarme,
entonces es que había logrado salir bien parado.

Un instante después de chocar contra el suelo, el


dreadnought tau aterrizó de lleno sobre el Salamander,
aplastándolo contra el rococemento con el chirrido del metal
desgarrado, como si no fuera más que una simple caja de
cartón. De los reventados tanques de combustible y del
destrozado lanzallamas brotaron chorros de promethium
que se derramaron desde el maltratado vehículo como
sangre manando desde heridas mortales.

-¡Jurgen!- llamé. -¿Dónde estás?

-Aquí, señor.
Mi ayudante rodó por el suelo hasta quedar sentado a una
docena de metros, medio escondido entre las sombras de
una pared. Trató de incorporarse, apretando una mano
contra un costado de su cabeza.

-Ahora mismo me levanto… ahora mismo…

Entonces, se le doblaron las rodillas y se derrumbó hasta


quedar de nuevo sentado en el suelo. Entre sus dedos se
apreciaba una mancha oscura, aunque he de admitir que
aquello no era nada extraño en su persona, pero aquella vez
se iba extendiendo lentamente; de no ser por el casco, el
impacto al aterrizar probablemente le habría aplastado el
cráneo.

-¡No te muevas!- le grité, como si alguno de nosotros


tuviera otra opción. -Sólo tengo que deshacerme de ese
montón de chatarra impía y luego te llevaré al
medicae- dije. .-Ya se encargarán los necrones de los
adornos florales- musité para mí mismo.

Rocé el lugar donde debería haber estado mi comunicador


personal, con la esperanza de poder solicitar ayuda, pero
sólo logré limpiarme a fondo la oreja; en alguno momento,
la pequeña unidad de vox y yo habíamos tomado caminos
separados. Estábamos a nuestra suerte.

El traje de combate tau apartó uno de sus pies de los


aplastados restos del moribundo Salamander, dejando el
otro donde estaba, como si fuera un cazador de bestias
posando con su trofeo para una foto. Giró la cabeza,
examinando el patio, mientras yo miraba frenéticamente a
mi alrededor, buscando algún lugar para ponernos a
cubierto, sólo para descubrir que no había ninguno. Estaba
únicamente rodeado por el desnudo rococemento y no era
más que un blanco fácil.

Agarré mis armas, sintiéndome mucho mejor al sentir el


peso de la espada-sierra en mi mano, aunque contra el traje
de batalla fuertemente blindado sería menos que inútil.
Entonces el acre olor del promethium derramado me irritó
las fosas nasales y, avivada por el pánico, una idea
comenzó a florecer en mi mente. La pistola láser que tenía
en la otra mano apenas arañaría la pintura de aquella cosa,
pero…

La amenazante figura alzó un brazo, con un cañón gatling


de mortal aspecto apuntando ominosamente hacia mí; una
única salva sería más que suficiente para vaporizarme
donde yo estaba. Sin pensarlo, apreté el gatillo de mi pistola
láser.

Mi disparo dio en el blanco, y el rayo láser hizo saltar


chispas en el metálico blindaje del destrozado Salamander,
aunque para aquel entonces, había tantos vapores de
promethium en el aire que en realidad no tenía la menor
importancia donde hubiera impactado la descarga de
energía. La atmósfera detonó de inmediato y una bola de
fuego surgió en todas las direcciones de entre los restos, lo
suficientemente cerca como para quemarme las cejas. Tras
a la onda expansiva llegó una oleada de un calor infernal
que me hizo caer al suelo y envió mi espada-sierra entre las
sombras. Sin embargo, logré sujetar mi pistola; los dedos
augméticos de mi mano derecha se negaron a soltarla, algo
por lo que me sentí profundamente agradecido.

Por un momento me atreví a esperar que mi desesperada


apuesta hubiera dado resultado y que el traje de combate
hubiera sido abrasado por la explosión, o al menos la
hubiera dañado lo suficiente como para disuadir al piloto de
perseguirnos. Pero, para mi profunda desgracia, no había
contado con sus reactores de salto. Ambos se habían
activado al unísono, permitiendo que la enorme máquina se
elevara sobre la onda expansiva con un único salto digno de
un ballet y sin causarle más daños que unas leves
quemaduras alrededor de sus tobillos.

Me puse de nuevo en pie, pero volví a tambalearme cuando


el traje de combate aterrizó contra el suelo. Sin embargo, en
esa ocasión me mantuve de pie, aunque con la misma
estabilidad que durante uno de los típicos viajes con Jurgen,
mientras el gigante acorazado avanzaba implacablemente
hacia mí, haciendo vibrar el suelo a cada paso que daba.
Alcé mi pistola láser y, desesperado, disparé un par de
veces contra las placas blindadas de su torso, pero ni
siquiera conseguí ralentizarlo.

Entonces, a la luz del Salamander en llamas, logré ver por


fin una posible salida a aquella trampa, una segunda puerta
de carga algo más de la pared del almacén situada a nivel
del suelo.

Corrí hacia ella sin pensármelo dos veces, pero antes de que
pudiera acercarme, la chapa ondulada de la puerta se dobló
y rasgó, arrancada por otra de las imponentes máquinas
como si no fuera más que una simple cortina de tela. El
recién llegado también comenzó a avanzar hacia mí
mientras yo retrocedía, disparándole a medida que se
acercaba, pero para lo que conseguí, lo mismo podría haber
estado tirándole puñados de plumas. Después de una
docena de pasos, tropecé con algo blando y casi me caí,
aunque logré apoyarme en un robusto muro de ladrillos que
tenía detrás mientras un olor familiar inundaba mis fosas
nasales.

-Corra, señor. No se preocupe por mí- balbuceó Jurgen,


aún medio inconsciente.

-Esa no es una opción- contesté, completamente seguro


de que no podíamos escapar. Alcé las manos y dejé caer la
pistola sobre el rococemento. Si pensaban que éramos
inofensivos, puede que no nos dispararan. Al menos no nos
estábamos enfrentando a bestias despiadadas como los
orkos, o a sádicos refinados como los piratas eldar, en cuyas
manos era mejor no caer vivo.

A continuación, el haz láser del sistema de tiro volvió a


barrer mi rostro mientras yo me estremecía, finalmente
arrepentido no de haber elegido morir luchando. Al menos
aquello me habría hecho conservar hasta el final la
esperanza de una posible huida en lugar de la aplastante
certeza de una inminente e ignominiosa muerte. Me
preparé, esperando que el Emperador estuviera de buen
humor cuando llegara junto al Trono Dorado, o menos
dispuesto a escuchar mis excusas.
-¿Es usted el comisario Ciaphas Cain, el famoso héroe
imperial?- preguntó una voz en un gótico vacilante, con el
curioso y ceceante acento de los tau amplificado por al
sistema externo del vox del traje de combate que tenía
frente a mí.

-Lo soy- contesté, luchando para no reflejar en mi voz un


repentino rayo de esperanza. Si querían hablar, es que no
iban a apretar inmediatamente el gatillo, aunque no
comprendía qué demonios podríamos tener que discutir. -¿Y
usted es?

-Ui-Thiching, de los Shas’ui ka’sui [14]. En nombre del


Bien Supremo, le pedimos que transmita un mensaje
a sus compañeros.

[14] Literalmente “Unidad de Trajes de Combate Tormenta Imprevisible”, sin


duda uno de los semi formales títulos honoríficos ganados por las unidades tau
para conmemorar éxitos notables en el campo de batalla.

Aquello iba mejorando por momentos. Estaba claro que no


pensaban disparar al mensajero; sólo me restaba esperar
que Braddick tampoco lo hiciera [15].

[15] Algo completamente imposible, por supuesto, ya que los oficiales de la


Guardia Imperial, por muy alto rango que tengan y muy veteranos que sean, no
tienen autoridad para ejecutar a un comisario; aunque supongo que a Cain se le
puede perdonar el haber cedido a entregarse a un obvio juego de palabras.

-¿Y de qué trataría ese mensaje?- pregunté, sin querer


parecer demasiado interesado. Por lo que sabía, los tau
estarían grabando todo aquello y lo último que necesitaba
era ser acusado de colaborar con el enemigo para salvar el
cuello.

-Deseamos negociar una tregua- me dijo el tau, como si


aquello fuera lo más razonable de la galaxia, justo cuando
estaban a punto de arrebatarnos todo el planeta.

-¿Una tregua?- repetí, sin llegar a creerme lo que habían


escuchado mis propios oídos. -¿Está seguro?

-Completamente- me aseguró la voz amplificada. -Las


hostilidades deben cesar inmediatamente. El Bien
Supremo lo exige. Para ambos Imperios.
NOTA EDITORIAL:
Una de las peculiaridades más molestas de Cain como
cronista de sucesos es su tendencia a pasar por alto largos
periodos de tiempo en los que, desde su particular y
egocéntrico punto de vista, no había sucedido nada
importante. En este momento de la historia, se produce una
omisión de ese tipo, al retomar su relato varias semanas
después del último acontecimiento narrado.

En consecuencia, he considerado importante incluir el


siguiente extracto, que espero contribuya a subsanar tan
obvia deficiencia.

“De la Cruzada y lo que vino después: una historia militar


del Golfo de Damocles”, por Vargo Royz, 058.M42.

Al principio, la oferta de tregua de los tau fue recibida con


mucha desconfianza, especialmente por aquel al que le fue
entregada, ni más ni menos que el célebre comisario Cain.
Sin embargo, a punto de ser aniquilados, los defensores no
tuvieron más remedio que aceptarla.

Por consiguiente, cuando llegó la flotilla de socorro,


acompañada por una misión diplomática apresuradamente
reunida y liderada nada menos que por el propio Lord
General, se encontraron para inesperada sorpresa, con que
las fuerzas del general Braddick aun tenían el incontestable
control de Peakhaven. A no mucho tardar, la guarnición de
Quadravidia fue reforzada por los recién llegados [16], con
las fuerzas necesarias hasta el punto de estar en
condiciones de rechazar cualquier asalto, salvo quizás los
más decididos. Pero tal preocupación apenas parecía
necesaria, ya que los tau, tras haberse retirado
inmediatamente después de la declaración del alto el fuego,
habían permanecido detrás de su líneas.

[16] Principalmente regimientos Vostroyanos y Harakoni, complementados por


otros alistados en mundos vecinos.

Así fue, con un considerable grado de sospechas, se


iniciaron las negociaciones y finalmente quedaron claros los
motivos que habían llevado a los tau a realizar un
movimiento tan inesperado.
CAPÍTULO TRES
-Están tramando algo- afirmé, encantado de volver a
sentir las planchas de la cubierta de una nave imperial bajo
mis pies. El hecho de que fuera la nave insignia de Zyvan y,
por lo tanto, la mejor armada de la flotilla, no hacía más que
aumentar mi alivio por haber logrado finalmente salir de
Quadravidia de una sola pieza.

-Por supuesto que sí- aceptó Zyvan. Para mi sorpresa, me


había recibido personalmente en el hangar cuando bajé del
transbordador; me alegré mucho de volver a verlo, y él
parecía sentir lo mismo, aunque el propósito de mi visita se
debía a cuestiones del servicio, y no a un acto social. -¿No
han dicho nada más desde la primera vez que
hablaron contigo?

-No me han explicado absolutamente nada sobre sus


razones para solicitar una tregua- respondí, levantando
un poco la voz sobre el estruendo creado por las botas de la
guardia personal del Lord General trotando delante nuestra,
despejando los corredores como una pala empujadora
cubierta de entorchados. La luz de las lámparas del techo se
reflejaba en sus pulidos cascos y en sus fusiles Infierno,
listos para ser usados pese a estar entre amigos. Dudaba
mucho que el capitán y la tripulación estuvieran muy
contentos de que hubiera guardias tan fuertemente
armados dentro de su nave, pero el protocolo así lo exigía y
por mi parte no veía razón alguna para quejarme,
especialmente dado el gran número de intentos de
asesinato a los que había sobrevivido Zyvan [17]. -Aparte
de las habituales discusiones para establecer los
detalles-. Algo de lo que se estaban ocupando Braddick y
su personal, dejándome libre para buscar diversiones algo
más agradables-. Lamentablemente no puedo ponerte
al corriente de eso, como comprenderás voy algo
atrasado con el papeleo…

[17] Dos de ellos fracasados debido a la involuntaria intervención de Cain, lo


que sin duda contribuía a explicar la amistosa relación que el Lord General
mantenía con él.

-Por cierto, ¿cómo está tu ayudante? - preguntó Zyvan


cuando llegamos a la puerta de sus cámaras personales. -
Espero que se esté recuperando.

-Le transmitiré tus buenos deseos- contesté.


Seguramente, Jurgen seguiría refunfuñando por haberse
tenido que quedar en el planeta, pero los médicos le habían
recomendado trabajos ligeros durante una temporada y el
hecho de ir dando botes en una lanzadera, no habría
ayudado precisamente a su convalecencia. Además,
prefería que anduviera en el bunker, para que me avisara
inmediatamente si Braddick cometía alguna imprudencia,
como dirigir sus recién adquiridos refuerzos contra los tau
en cuando estos le dieran la espalda. Por el Trono, en su
lugar, yo mismo estaría tentado de hacerlo.

-Escuché lo que hiciste, como volviste a por él. No


muchos hombres lo habrían hecho- comentó Zyvan,
guiándome en el camino hacia su camarote mientras las
tropas de asalto tomaban posiciones para vigilar los
corredores.
-Él habría hecho lo mismo por mí- dije con total
sinceridad. Evidentemente, los diplomáticos tau habían
estado hablando con sus homólogos imperiales y ya estaba
circulando otra falsa historia sobre mi valentía. Me instalé
en un asiento cómodamente acolchado y con un gesto de
agradecimiento acepté la copa de amasec que me sirvió el
mayordomo de Zyvan; nunca está demás llevarse bien con
los sirvientes, sobre todo debido a mi trabajo encubierto
como los ojos y los oídos de Amberley. A lo largo de los
años, he conseguido reunir mucha valiosa información de
esa forma, tanto en su beneficio como en el mío propio.

-Sin duda- contestó secamente Zyvan, dando por sentada


mí no menos legendaria modestia y cimentando
sólidamente la historia en su mente. Tras entregar su copa
al Lord General, el mayordomo salió silenciosamente,
cerrando la puerta con un satisfactorio y sordo chasquido.
Ya nadie podía oírnos. -Me gustaría que acudieras a la
primera reunión.

-Puedo hacerlo- acepté de buena gana. De todas formas,


el Comisariado pediría un informe y si yo no aceptaba ser su
observador, le encargarían el trabajo a otro de los muchos
comisarios adscritos a las fuerzas recién llegadas. No había
conocido a muchos de ellos, pero la mayoría con los que
había hablado insistían entusiasmados en realizar una
invasión a gran escala de Quadravidia si los tau no hacían
las maletas y se largaban a toda prisa, algo que con toda
seguridad acabaría mal. Además, yo ya había tratado con
los tau y sus razas vasallas en el pasado, por lo que no
podía quitarme de encima la sensación de algo no iba bien;
por lo tanto había decidido que quería estar allí para
enterarme de primera mano cuando sucediera lo inevitable.

-Eso será de gran ayuda- sentenció otra voz. Yo me giré


para ver un rostro que reconocí de inmediato, delgado, serio
y con una débil cicatriz apenas perceptible recibida una
noche que yo hubiera preferido poder olvidar.

-¡Donali!

Me levanté para estrecharle la mano, agradablemente


sorprendido de ver de nuevo al diplomático de alto rango
que había conocido en Gravalax la misma noche en la que
había conocido a Amberley, unos setenta años atrás -.
¿Presides la delegación?

-Al parecer sí- contestó, alisando una arruga inexistente


en la pechera de su inmaculada túnica mientras me miraba
con el tranquilo aire de serenidad que tan claramente
recordaba. -Tienes buen aspecto. Sorprendentemente
bueno, para alguien de tu profesión.

-He tenido suerte- contesté, con más sinceridad de lo que


estoy acostumbrado. -Yo podría decir lo mismo de ti-
proseguí. El cabello de sus sienes era más gris de lo que
recordaba, pero también lo era el mío; lo cual no es de
extrañar, dado el elevado número de veces que habían
intentado asesinarme desde la última vez que habíamos
hablado.
-Yo diría que todos hemos tenido suerte- replicó Donali.
-Si tú no hubieras estado en Quadravidia, los tau no
se habrían sentido inclinados a iniciar negociaciones.

-¿Yo?- dije, auténticamente asombrado. -Lo siento, pero


no comprendo que tengo que ver con eso.

Donali se acomodó en un asiento entre Zyvan y yo al


tiempo que alcanzaba la jarra de amasec que el mayordomo
había dejado sobre la mesa de obsidiana pulida rodeada de
sillas.

-Los tau aún recuerdan tu participación en la


resolución del incidente de Gravalax.

-¿Aún lo recuerdan?- pregunté, mientras un incómodo


escalofrío me recorría la espalda. Aquel enfrentamiento
había terminado en una humillación para los xenos y si aún
me guardaban rencor por ello, tendría que empezar a
cuidarme las espaldas.

-En efecto. Hablan mucho y bien de tu integridad y de


tu compromiso con el Bien Supremo del Imperio-
afirmó Donali, tomando justo en ese momento un
apreciativo sorbo de su bebida para ocultar cualquier
expresión que acompañara a aquellas palabras.

-Ellos confiaban en que transmitirías su mensaje y


conseguirías que lo escuchara alguien con la
suficiente autoridad- añadió Zyvan.
-¿Y no podían haberlo comunicado por el vox-
pregunté, -en lugar de perseguirme por media ciudad?

-En ese momento no sabían que eras tú- me explicó


Donali. -Afortunadamente, sus interceptaciones de
nuestras transmisiones de vox les había advertido de
tu presencia entre las fuerzas imperiales. El
cogitador del traje de batalla con el que te
encontraste tenía instrucciones de buscar a un oficial
que coincidiera con los rasgos faciales de una vieja
pictografía tuya que tenían de Gravalax.

-Ya veo- dije, recordando el rayo del sistema de puntería


que me escaneó el rostro, e intentando no pensar en lo
cerca que había estado de que el espíritu-máquina del traje
de batalla xenos no tuviera nada reconocible que escanear.
-Pero una transmisión por vox habría sido mucho más
sencilla.

-No estoy seguro de que el general Braddick hubiera


querido escucharla- respondió Zyvan secamente y tuve
que reconocer que tenía razón. Cuando volví al bunker,
Braddick ya había llegado a la conclusión de que el
repentino cese del bombardeo tau era el preludio del asalto
total y me había hecho falta ejercer una buena dosis de
persuasión, por no hablar del descarado uso de toda mi
inflada reputación, para convencerle de que no lanzara un
glorioso contraataque a vida o muerte, el cual habría tenido
muy pocas probabilidades de “vida”, dadas las fuerzas que
se alzaban contra él.
-Entonces, ¿dónde se supone que debemos reunirnos
con ellos?- pregunté. -¿En Peakhaven, o algún lugar de
la zona que han ocupado?

Si yo hubiera podido elegir, habría optado por la segunda,


ya que los tau habían conquistado la mayor parte de las
zonas templadas y yo estaba más que harto del aire de las
montañas que rodeaban la capital. Por otro lado, nunca está
de más echar un vistazo a los recursos del enemigo
mientras no te dispara. Lo cierto es que, tratándose de los
tau, sentía menos reparos a aventurarme en sus
fortificaciones de lo que normalmente hubiera sentido con
otro enemigo, ya que, por regla general estos suelen
respetar los términos de las treguas; es cierto que son unos
pequeños y retorcidos cabrones, pero izar una bandera
blanca para atraerle a uno a un fuego cruzado no es algo
que les parezca bien [18].

[18] De hecho, hay muy pocos casos, si es que hay alguno, en el que esté
documentada una traición por parte de los tau en sus tratos con otras razas,
aunque, por supuesto, no están por encima de las pequeñas y egoístas
interpretaciones de los términos exactos de cualquier acuerdo al que se haya
llegado con ellos.

-Ni lo uno ni lo otro- contestó Donali para mi sorpresa. -El


Lord General ha expresado cierta inquietud por la
posible información que puedan recopilar los
emisarios tau en la zona imperial, y mi homólogo de
la Casta del Agua [19] tiene similares preocupaciones.

[19] La casta tau especializada en la diplomacia y en las tareas administrativas,


manteniendo la cohesión social dentro del Imperio Tau y supervisando la
correcta integración de las razas conquistada. El equivalente imperial más
cercano sería una especie de cruce entre el Administratum y la Eclesiarquía,
aunque las responsabilidades y los cometidos de esta casta van más allá de los
que eso implicaría, abarcando casi todos los aspectos de la vida entre los
diferentes septos (mundos conquistados o colonizados).

Algo a lo cual no podía poner ninguna objeción, dado que yo


mismo había pensado hacer eso mismo.

-¿Dónde entonces?- preguntó Zyvan, inclinándose hacia


adelante para rellenar su copa.

-En uno de los muelles orbitales abandonados- dijo


Donoli. -Podemos asegurarlo con bastante facilidad y
ahora mismo no se está usando para nada [20].

[20] La noticia de la invasión tau se había extendido rápidamente y las docenas


de naves civiles que normalmente entrababan o salían cada día, cambiaron sus
rutas para evitar el sistema Quadravidia. Sus nuevas rutas a través de la
disformidad eran, por supuesto, mucho más largas y el daño económico tuvo
repercusiones en el sistema durante décadas.

-Me parece muy bien- coincidí, evaluando los pros y los


contras, mientras comprendía al instante la principal
ventaja de mi situación. Si todo el asunto se complicaba y
se volvía a reanudar la guerra, por una vez, yo estaría
sentado cómodamente muy por encima de ella.

-Yo también estoy de acuerdo- dijo Zyvan. -Le pediré a


la Armada que sitúe una nave de guerra junto al
muelle orbital, así podremos hacerlo saltar por los
aires a la primera señal de traición.
Aquella fue una idea que me gustó mucho menos, pero
Donali ya estaba asintiendo.

-Los tau han señalado que tomaran idénticas


precauciones.

Ambos me miraron. Yo esbocé una irónica sonrisa mientras


me preguntaba si aún podría encontrar alguna buena razón
para dejar aquel trabajo en manos de alguno de mis colegas
comisarios, pero descarté la idea incluso antes de que
terminara de formarse en mi mente. Tanto Zyvan como los
tau me querían allí y si me retiraba, los más probable era
que los xenos retiraran su oferta y se volvieran a casa. A
continuación, volvería a reanudarse la guerra, todos
comenzaríamos a dispararnos y a mí me echarían la culpa
de haber arrancado la derrota de las fauces de un
compromiso.

-Eso debería bastar para que todo el mundo respete


las condiciones de la tregua- dije a mi vez mientras
pensaba que lo primero que haría en el muelle orbital, antes
incluso de que cualquiera de los negociadores pudiera abrir
la boca, sería asegurarme de saber perfectamente donde
estaban situadas las cápsulas de salvamento.

A la postre, no fue necesario que me asegurara ninguna


ruta de escape, ya que todo el mundo se comportó
siguiendo las reglas, aunque aquello no me impidió explorar
el lugar antes de las negociaciones. A aquellas alturas de mi
carrera, el encontrar la forma más rápida de salir de
cualquier lugar desconocido se había convertido en una
segunda naturaleza para mí, lo que se explica debido a mi
continuo estado de paranoia.

Las dos naves de guerra asignadas a las que


eufemísticamente se acabó bautizando como “servicio de
protección diplomática” estaban estacionadas a varios
kilómetros sobre la órbita, debido a la tremenda
concentración de restos que flotaban a su alrededor. De
hecho, la nube de detritus era tan densa que nada mayor
que un Aquila podía acercarse a la estación espacial sin
chocar y hacerse pedazos contra algo. En consecuencia, a
medida que nos acercábamos a la enorme y algo maltrecha
estructura, nuestro transporte se movía incómodamente de
un lado a otro, bamboleándose cual vulgar borracho,
mientras el piloto se veía obligado a realizar constante
correcciones de rumbo para evitar las colisiones.

-Va a ser necesaria una buena limpieza- comentó


Jurgen, mirando los irregulares trozos de metal que flotaban
en el espacio a través de lo que me pareció una lámina de
cristal blindado lamentablemente fina. Muchos estaban
cubiertos de escarcha, allí donde la atmósfera residual se
había congelado a su alrededor y traté de no pensar en la
descompresión explosiva que sin duda había acompañado al
impacto. Morbosamente, me pregunté cuantos de los
pequeños restos que reflejaban la luz del sol que salía más
allá del borde el planeta que teníamos debajo pertenecían a
los restos de los cadáveres de aquellos desafortunados que
habían sido demasiado lentos para alcanzar las escotillas
que se iban cerrando y asentí, con la vana esperanza de que
una conversación trivial ayudara a aparatar de mi mente
aquellos funestos pensamientos [21].

[21] Un inusual momento de introspección en él; es de suponer que todo aquello


le recordó como casi estuvo a punto de morir durante el primer asedio de Perlía.

-Me imagino que sí- acepté. Había dudado en llevarlo


conmigo, pero en aquel instante agradecí el haberlo hecho.
Estaba casi completamente recuperado y si la vocecita de
mi cabeza estaba en lo cierto, y los tau estaban tramando
algo, no había nadie más a quien prefiriera tener guardando
mis espaldas. Además, Jurgen ya estaba de bastante mal
humor por no haberle llevado conmigo a mi pequeña
reunión con Zyvan y Donoli; que pensara que le volvía a
agraviar dejándole nuevamente de lado habría prolongado
su enfado durante semanas. -Al menos será difícil que
algo se acerque a nosotros sigilosamente sin que nos
demos cuenta.

-Nada que sea grande- respondió Jurgen tras un


momento de reflexión. -Pero les será muy fácil colar uno
de esos drones sin que nadie se dé cuenta. Los
auspex estarán bastante bloqueados con todos estos
restos.

-Efectivamente- contesté, nada contento de que me


hubiera dado otro motivo para preocuparme. Por supuesto,
a priori no podía ver ninguna razón por la que los tau se
molestaran en hacer algo así, pero supongo que esa podía
ser una idea. -¿Ya ves la estación espacial?
-Creo que está de su lado, señor- contestó Jurgen,
negando con la cabeza.

-Tu lado era mi lado hace un minuto- le recordé, justo


en el momento en el que el piloto nos metía en un rizo, esta
vez alrededor de un pedazo de chatarra más grande de lo
habitual, algo que parecía haber sido una gran caldera a
presión de algún tipo de fábrica, o más probablemente un
tanque de almacenamiento de algún tipo de líquido. En
cualquier caso, era más grande que nuestro Aquila,
eclipsando el sol durante un momento. Cuando regresó la
luz, lo hizo desde un nuevo e inesperado ángulo,
deslumbrándome. Mientras parpadeaba para aclarar mis
ojos, la estación espacial apareció finalmente en nuestro
campo visual.

Había visto muchas estructuras similares a lo largo de los


años, por supuesto, aunque desde que nuestra desvencijada
nave había impactado de refilón contra los brazos de
anclaje de una estación similar sobre Nusquam
Fundumentibus e iniciado un accidentado y veloz descenso
hacia la superficie planetaria, la visión de una de ellas
siempre traía consigo una momentánea oleada de
inquietud. Esperé a que aquella desagradable sensación
terminara por desaparecer, tal y como solía hacerlo, aunque
en esta ocasión la inquietud se negaba a abandonarme y al
cabo de un momento me di cuenta de que no iba a hacerlo.
Al menos no hasta que tuviera una idea mucho más clara de
que narices estaba ocurriendo.

-Está hecha un asco- dijo Jurgen, inconsciente como de


costumbre de la ironía de sus palabras, pero tuve que
reconocer que en aquella ocasión tenía toda la razón.
Los tau habían intentado abordar la estación orbital durante
la primera oleada de su ataque inicial, con la esperanza de
negar a las FDS la posibilidad de reabastecerse en ella [22],
pero habían subestimado la determinación de los
defensores: ampliamente superados y enfrentados a una
aniquilación segura, el capitán de la última cañonera
imperial embistió el brazo de acoplamiento del muelle
principal, reduciendo tanto éste como su nave a toneladas
de metralla de alta velocidad, llevándose consigo un
respetable número de Mantas tau [23]. El caos y el desastre
resultante había obligado a ambos bandos a abandonar el
orbital, aunque llegué a la conclusión de que los tau habían
estado realizando grandes esfuerzos para repararla antes de
su inesperada oferta de alto el fuego.

[22] Aunque indudablemente era uno de los objetivos de la flota invasora,


probablemente no fuera más que un objetivo secundario. Los asaltos planetarios
de los tau suelen aprovechar todos los activos en órbita fija y lo más probable es
que confiaran en utilizar el orbital como plataforma de armas y para acelerar el
despliegue de sus fuerzas en la superficie, utilizándola como punto de apoyo.

[23] Para un relato más completo de este incidente, véase Royz, capítulo 17.

La magnitud de los daños sufridos por la estación orbital se


fueron haciendo cada vez más evidentes a medida que
nuestra lanzadera se acercaba a ella. Lo que desde lejos
parecían solamente meras imperfecciones en el casco,
fueron creciendo poco a poco, revelando enormes brechas
desgarradas en él, zonas quemadas o bien deformadas por
explosiones internas. A través de aquellas irregulares
grietas se podían ver las igualmente destrozadas cubiertas
internas, mostrando claramente que los daños eran mucho
más profundos de los que nos podían mostrar nuestras
luces de navegación.
Aquí y allá, alrededor de las zonas dañadas, se movían
innumerables lucecitas, a modo de luciérnagas, que me
dejaron desconcertado durante unos instantes, hasta que, al
acercarnos a un borde de la estación del tamaño de una
ciudad, en la que nos esperaba aire y calor, una de ellas se
acercó lo suficiente como para permitirme reconocerla.

Se trataba de un elegante dron del tipo con los que ya me


había familiarizado en los campos de batalla, aunque este
aparato en particular estaba equipado con un soplete en
lugar de armas; pasó flotando junto a nuestra escotilla,
seguido un momento más tarde por otros dos que
transportaban vigas y planchas de metal en sus articulados
brazos mecánicos.

-Supongo que allí es a donde vamos- concluí un


momento más tarde, mientras veía como la compuerta de
un hangar se abría para dejar entrar a nuestro Aquila. Al
acercarnos, el área habitable se nos presentó con claridad,
incluso como para ser capaces de distinguir algunos detalles
a aquella distancia: el cálido resplandor dorado que salía
por las ventanas panorámicas y las bahías de atraque
contrastaba claramente con el resto de la oscura masa
muerta de la estación orbital.

Sentí un escalofrío de aprensión mientras contemplaba su


acogedor aspecto. Las superficies lisas y arqueadas
construidas por los tau se aferraban a la sólida estructura
imperial como hongos al tronco de un árbol en
descomposición; mientras reparaban y reemplazaban la
arquitectura original, la iban profanando con su inhumana
presencia. Estaba claro que tenían la intención de quedarse,
reclamando todo el orbital para ellos, antes de que lo que
fuera lo que los preocupara les impulsara a solicitar una
tregua cuando ya estaban pisando el mismo umbral de la
victoria.

Sin embargo, no tuve demasiado tiempo para tan


desalentadoras reflexiones, ya que unos instantes más
tarde estábamos realizando la aproximación final, con la
gran compuerta de la bahía abriéndose para tragarse
nuestra pequeña lanzadera. El hangar que se abría más allá
era absurdamente grande para una nave tan modesta como
la nuestra, destinado a transbordadores de carga pesada
capaces de transportar un Titán [24], de los que podía
albergar varios a la vez, por lo que el Aquila parecía una
pequeña nave de juguete en el cavernoso espacio que nos
rodeaba. Un momento más tarde escuché como retumbaba
en el casco el sordo sonido producido al apoyarse nuestro
tren de aterrizaje contra la plataforma y se apagaba el
zumbido de los motores de la lanzadera.

[24] Efectivamente, eran grandes, pero he de apuntar que en esta ocasión Cain
exagera en exceso.

El hangar era tan enorme que necesitó de varios minutos


para presurizarse. Yo me dediqué a examinar lo que nos
rodeaba a través de la bruma escarchada que se formó
instantáneamente sobre la escotilla panorámica cuando la
cada vez más densa atmósfera entró en contacto con el
casco de una nave congelada hasta casi al cero absoluto por
el vacío del espacio.

Las reparaciones de los tau no parecían haberse extendido


hasta el interior de aquel hangar en particular y me animé
al ver las robustas vigas que nos rodeaban mientras iba
desapareciendo la opresión de malestar que me había
invadido al ver todas aquellas suaves curvas aferrándose a
la estación espacial. Incluso se veía el relieve de un Aquila
Imperial dominando el mamparo más lejano, con sus alas
desplegadas preparadas para envolver la gran cámara bajo
la protección del Emperador.

Alrededor de una docena de lanzaderas se apiñaban en el


interior, las imperiales cerca de la nuestra, mientras que los
inconfundibles cascos redondeados de sus homólogas tau
se situaban en el lado opuesto, pareciendo irónicamente
recibir la bendición del icono imperial que tenían tras ellas.
Pude ver como algo se movía a través de la escarcha que se
iba derritiendo poco a poco y despejando la escotilla, algo
que en un principio atribuí a los servidores adaptados para
el vacío que atendían las bombas de aires, o que quizás
simplemente vagaban en busca de los cargamentos que
solían transportar. Pero a medida que aumentaba la
temperatura y se despejaba el cristal, se hizo evidente su
auténtica naturaleza. Guardias equipados con trajes para el
vacío, cuyos emblemas y sus fusiles Infierno los
identificaban sin lugar a dudas como miembros de la
comitiva de Zyvan.

-El Lord General ya debe estar aquí- comenté,


confirmando mi suposición casi de inmediato al ver su
lanzadera personal medio oculta por un Arvus. Jurgen
asintió.

-Y confía en los xenos tanto como nosotros- añadió,


con un gesto de aprobación.
-Creo que es mutuo- dije, vislumbrando movimientos
similares entre las lanzaderas xenos a través de la amplia
extensión de cubierta despejada que separaba ambas
delegaciones-. También ellos también han puesto
guardias- añadí. Las figuras acorazadas parecían ser
inusualmente bajas para ser tau y unos instantes más de
observación adicional me revelaron la razón. -Por su
aspecto, diría que son demiurgos- seguí, algo que
finalmente confirmaba el ya viejo rumor de que un
contingente de otros xenos acompañaba a la flota tau.

-Me da igual quienes sean- espetó Jurgen, como de


costumbre reduciendo las complejidades políticas a su más
básica comprensión del universo. -Si se interponen en
nuestro camino, serán carnaza para los kroot.

-Exactamente- dije, esperando que las cosas resultaran así


de fáciles. Entonces, el siseo de la apertura del sello de
presión me indicó que la atmósfera ya era lo
suficientemente densa como para poder respirarla y que
había llegado el momento de desembarcar. Me ajuste la
gorra en un ángulo que confiaba que el grupo de recepción
considerase apropiadamente heroico y comencé a
descender por la rampa.
CAPÍTULO CUATRO
Ya fuera de la lanzadera, el hangar se me antojó incluso
mayor que antes, una lúgubre llanura metálica que se
extendía a lo largo de aproximadamente un kilómetro [25],
sin más relieves que los ocasionales conductos de
combustible o los carros de carga desactivados. El frío
residual que se había filtrado junto al vacío que acompañó a
nuestra llegada no ayudaba a hacer el lugar más acogedor,
aunque Jurgen parecía bastante contento de poder observar
el vaho de su aliento cada vez que respirábamos.

[25] Casi con toda certeza una exageración, aunque es posible, dado sus
anteriores comentarios sobre el tamaño de las lanzaderas que supuestamente lo
usaban, que estuviera calculando erróneamente la escala de lo que le rodeaba.
Un espacio de semejante tamaño difícilmente podría abrirse al vacío y re-
presurizarse con la regularidad que requiere el comercio sin considerables
dificultades.

Después de intercambiar unos saludos y algunas palabras


con los guardias que habíamos visto a través de las
ventanillas del Aquila, mi ayudante y yo comenzamos a
caminar hacia la escotilla que nos habían indicado,
dejándoles a ellos y a sus homólogos xenos mirándose con
malos ojos a través del resonante vacío del hangar.

Aunque sabía que había muy poco riesgo de que se


desataran las hostilidades antes que llegáramos a la
compuerta, ya que los veteranos soldados de asalto
asignados a la guardia personal de Zyvan eran demasiado
disciplinados como iniciar una pelea, debo confesar que
sentí una clara sensación de alivio cuando nos acercamos a
la escotilla situada en el mamparo que teníamos frente a
nosotros [26] Los demiurgos pueden ser muy susceptibles,
especialmente si no hay ningún tau cerca para vigilarlos e
incluso en el mejor de los casos, el estar al descubierto me
hacía sentirme peligrosamente expuesto.

[26] Para permitir que entrara miembros de la tripulación en el hangar mientras


éste estaba abierto al vacío, o para acelerar la llegado o entrada de personal.

La temperatura subió a niveles casi confortables en cuanto


la escotilla que daba al hangar se cerró a nuestras espaldas
con un ruido sordo, lo cual mejoró mi estado de ánimo,
aunque mi renovada compostura no duró más que el tiempo
que tardó en abrirse la siguiente escotilla. En lugar de los
sólidos mamparos metálicos que me esperaba, las paredes
del pasillo eran de un liso polímero blanco azulado que
reflejaba el pálido resplandor de los sistemas de iluminación
tau. Estaba claro que aquella parte de la estación estaba
manos del enemigo.

-¿Comisario Cain?-. Me estaba esperando una joven


vestida con un corsé gris pálido y cuyo único cabello
consistía en una elaborada trenza que nacía de su coronilla
y le llegaba hasta la mitad de la espalda. Si acaso, la
apariencia de la mujer era aún más desconcertante que la
decoración que nos rodeaba-. Los demás delegados le
están esperando en la sala de conferencias-, continuó
en un gótico impecable, aunque estropeado por el peculiar
ceceo con el que los tau lo pronunciaban.

-Entonces debo disculparme por mi retraso- respondí,


disimulando mi incomodidad con total facilidad, dado que es
algo que he practicado mucho a lo largo de mis años de
servicio. Sin embargo, lo cierto es que estaba
profundamente conmocionado. Por supuesto, ya sabía que
los tau se habían anexionado algunos mundos humanos
durante los últimos dos siglos, y que sus habitantes habían
abrazado el insidioso credo del llamado Bien Supremo, pero
nunca había pensado en encontrarme con uno de aquellos
herejes en persona, a no ser que fuera al otro extremo de
una espada-sierra.

-No es necesario que se disculpe- dijo la mujer, con una


ligera inclinación de cabeza. Era muy buena en su trabajo,
eso tenía que reconocérselo, porque ni siquiera había
parpadeado al ver por primera vez a Jurgen [27], y por
experiencia propia puedo asegurar que es una visión de lo
más chocante-. Acompáñenme, por favor.

[27] Probablemente porque los humanos asimilados por los tau suelen
considerar a los imperiales como unos groseros bárbaros y ella seguramente
creyera que todos los guardias imperiales fueran como Jurgen.

-Con mucho gusto- le aseguré, más por cortesía que por


que fuera cierto, mientras me ponía a su altura. ¿Esperaban
los tau que su presencia nos tranquilizara? ¿O suponían que
nos cabrearía, haciéndonos más propensos a cometer un
error? Fuese como fuese, no pensaba darles la satisfacción
de reaccionar de otra forma que no fuera con una absoluta
calma. -¿Me permite presentarle a mi ayudante, el
artillero Jurgen?

-Por supuesto- respondió y lo saludó con un anodino gesto


de cabeza, como si le hubiera presentado un mueble. -
Encantada de conocerle.
-¿Y usted es?- pregunté, ya convencido de que era una
mentirosa tan experimentada como yo.

-Au’lys Devrae, coordinadora de relaciones


exteriores.

-Nombre tau y apellido imperial- comenté. -


Interesante combinación.

-Bastante común en mi lugar de nacimiento- me


aseguró, con una sonrisa que la mayoría de los hombres
habrían tomado por genuina. -Una mezcla de ambos,
para recordarnos el Bien Supremo.

-¿Y dónde es eso?- pregunté, tratando de no sonar como


si estuviera tomando nota de aquel planeta para un
bombardeo viral. Estaba claro que ya era tarde para liberar
su mundo natal, aunque a mí me seguía pareciendo
discutible que una población en la que la herejía había
echado unas raíces tan firmes pudiera ser devuelta de
nuevo a la luz del Emperador.

-Ka’ley¡ath- dijo, antes de comprender que aquel nombre


no significaba nada para mí. -Nuestros antepasados lo
llamaban Downholm [28]- añadió amablemente.

[28] Uno de los mundos imperiales cuya anexión por parte de los tau provocó la
Cruzada del Golfo de Damocles; tras un cuarto de milenio, no era de extrañar
que la población hubiera sido completamente aculturizada por los tau.
-Sigue sin sonarme- admití. Mientras hablábamos, nos
habíamos adentrado en el corazón de la estación,
cruzándonos por todas partes junto a la misma mezcla de
sistemas tau e imperiales, algo que supuse también se
aplicaba a Au’lys.

-El nuestro es un gran imperio- dijo, sin ofenderse y


consiguiendo arrancarme una genuina sonrisa; pero
supongo que la mayoría de sus habitantes debían ignorar lo
pequeñas e insignificantes que eran las posesiones de los
tau en comparación con las del Imperio, o nunca se habrían
atrevido a desafiarnos [29]. -Por aquí- me indicó, señalando
una puerta que, a mis ojos no se diferenciaba de las demás
junto a las que habíamos pasado, aparte de una inscripción
con los redondeados signos del alfabeto tau.

[29] Este es un tema que sigue debatiéndose entre los xenopsicólogos del Ordo
Xenos, algunos de los cuales apoyan la opinión de Cain, mientras que otros
afirman que en las altas esferas de los tau son plenamente conscientes de la
enorme disparidad de las fuerzas de ambas potencias, aunque siguen
convencidos de que finalmente obtendrán la victoria final. No entiendo como
alguien puede ser tan iluso, pero lo cierto es que la mayor parte de los
habitantes de su imperio tiene una fe tan firme en el Bien Supremo como
nosotros la tenemos en Su Divina Majestad.

-¿No se unirá a nosotros en la sesión informativa?-


pregunté y la mujer negó con la cabeza.

-No soy una guerrera- me respondió, con una pizca de


diversión. -Yo venía hacia aquí, por eso me ofrecí a
acompañarles.
-Por el Bien Supremo- dije secamente, pero ella se limitó
a asentir, sin entender el sarcasmo o prefiriendo ignorarlo.

-En parte- aceptó. -Pero también tenía curiosidad por


conocer a algunos de nuestros parientes de más allá
del imperio. Se oyen historias, por supuesto, pero
nunca se saben si son ciertas.

-Entonces espero haber estado a la altura de sus


expectativas- contesté, haciendo todo lo posible para
ocultar mi diversión.

-Desde luego que sí- me aseguró, aunque por alguna


razón, parecía estar mirando hacia Jurgen mientras hablaba.
A continuación, se alejó por el corredor sin siquiera mirar
hacia atrás.

-Hereje- murmuró Jurgen en cuando ella se hubo alejado lo


suficiente como para no oírle, mientras rozaba con sus
dedos la culata de su fusil láser, como si estuviera tentado a
usarlo.

-Bastante- coincidí, envidiando su sencilla visión del


universo. Lo cierto es que el encuentro me había
desconcertado más de lo que me gusta admitir y no podía
apartar de mi mente la idea de que aquel precisamente
había sido su objetivo. Respiré profundamente, recompuse
mi expresión y me acerqué a la puerta que Au’lys nos había
señalado. -Vamos. Averigüemos de qué va todo esto.
Au’lys había llamado a la puerta de una sala de
conferencias, pero ésta no se parecía a ninguna en la que
hubiera estado antes. Por supuesto, había elementos
reconocibles, como la pantalla de un hololito brillando
levemente mientras flotaba en el aire, pero la imagen en su
interior era nítida como el cristal, en lugar de parpadear
continuamente como aquellas a las que estaba
acostumbrado y sus bordes formaban una perfecta esfera,
en lugar de confundirse en una difusa mancha. Tardé un
momento en distinguir la unidad de proyección de entre el
resto de aparatos situados en la sala, ya que no se veía
ningún rastro de la habitual maraña de cables de
alimentación y enlaces ópticos, ni ningún tecno-sacerdote
atendiéndola. Los hololitos que estaba acostumbrado a ver
necesitaban constantes ajustes, unciones y alguna que otra
patada devocional para mantener la concentración.
Tampoco ayudaba el hecho de que todo tuviera el mismo
aspecto: superficies planas y brillantes montadas en ángulo
con púlpitos redondeados, en los que unas brillantes runas
aparecían y desaparecían aparentemente al azar.

Pero la mayor sorpresa fue la ausencia de una mesa, que


habría sido el elemento central de cualquier sala de
conferencias imperial. En su lugar, parecía que se esperaba
que nos sentáramos en unos acolchados cojines
redondeados que estaban repartidos sobre la alfombra
como hongos brotando de un césped. Una docena de ellos
estaban ocupados por un número aproximadamente similar
de humanos y tau, mientras la otra mitad permanecían
vacíos. Todos los humanos que puede ver, bien sentados o
de pie en la periferia de la sala, llevaban ropas imperiales,
por lo que supuse que cualquier otro renegado entre el
contingente xenos se mantendría discretamente fuera de la
vista.

Tras dejar a Jurgen para que se uniera a la escolta de Zyvan


e investigara en mi nombre la mesa de refrigerios, tomé
asiento entre Donali y el Lord General, que sonrió ante mi
intento de acomodarme en aquella maldita cosa sin
escurrirme.

-Son bastante cómodas, al menos una vez que te


acostumbras a ellas- me aseguró Zyvan, antes de
balancearse un poco y dirigir una irónica sonrisa a Donali. -
O eso me han dicho.

El diplomático, por supuesto, parecía estar totalmente


cómodo, pero como se había pasado media vida
relacionándose con los tau, había tenido tiempo más que de
sobra para acostumbrarse a su peculiar gusto por el
mobiliario. Inclinó la cabeza hacia mí en señal de saludo.

-Comisario, comenzábamos a pensar que te habías


perdido.
-Tuve una excelente guía- le aseguré. -Au’lys Devrae.
¿Acierto al suponer que ya la conoces?

-Nuestros caminos se han cruzado alguna que otra


vez en el pasado- me respondió Donali con indiferencia.
-¿Y no se le ocurrió mencionar que había humanos
traidores en la flota invasora?- pregunté, tal vez más
bruscamente de lo debido. Evidentemente, aquello resultó
ser una novedad para Zyvan, quien alzó las cejas perplejo
para después lanzarle una mirada al diplomático que la
mayoría de los hombres, habrían encontrado, como mínimo,
intimidante.

-No está vinculada a la flota- se explicó Donali. -Tengo


entendido que hay humanos en las fuerzas armadas
de los tau, al igual que hay véspidos, kroot y otros,
pero no los desplegarían nunca contra el Imperio [30].
Temen que la desagradable sensación que produciría
tal encuentro malograría los esfuerzos para
encontrar una solución diplomática aquí.

[30] No es del todo cierto, pero esos enfrentamientos son muy raros y
normalmente se limitan casi exclusivamente a cuando se producen invasiones
imperiales de mundos tau con un gran número de humanos en su población.

-Eso como mínimo- coincidí. El odio que la mayoría de los


guardias imperiales sentían hacia los herejes y los traidores,
haría que fuera casi imposible frenarlos.

-¿Pero aquí hay humanos?- insistió Zyvan.

Donali asintió.

-Se llaman a sí mismos Facilitadores. No es una


traducción exacta de la frase tau ku’ten vos’kla [31],
pero se acerca bastante. Llegan después de que un
mundo es anexionado, para ayudar a lo que quede de
las autoridades locales a reconstruir las
infraestructuras y para promover la idea del Bien
Supremo.

[31] La traducción literal sería: “Aquellos que guían sabiamente”.

-Así que, si Devrae está aquí, es porque los tau


pensaban que Quadravidia ya estaba en el saco-
concluí.

-Así es, envuelto para regalo y listo para ser


entregado a los etéreos- confirmó Donali.

-Lo que nos lleva a preguntarnos por qué han


cambiado de opinión- añadió Zyvan.

-Parece que estamos a punto de averiguarlo- dije, tras


llamar mi atención cierto movimiento junto a la puerta. Un
tau con una recargada túnica, cuyo intrincado entramado de
hilos de colores era, sin la menor duda, una indicación de su
estatus para aquellos capaces de descifrarlos, acababa de
entrar en la sala, rodeado por un séquito de ayudantes lo
suficientemente numeroso como para ocultarle casi
completamente. Muchos de ellos llevaban en sus manos
unos finos dispositivos que supuse que serían placas de
datos y todos miraban en nuestra dirección con distintos
grados de curiosidad, aprensión o desdén. Ninguno de ellos
parecía llevar nada que se pareciera a un arma, pero yo ya
sabía que lo mejor era no fiarme. -Nuestro anfitrión
acaba de llegar.
Donali asintió. -Alguien de alto rango de la Casta del
Agua. No estoy seguro de quién es, pero anoche llegó
al sistema una nave correo rápida. Me han dicho que
traía información actualizada.

-Pero supongo que no te dijeron nada sobre esa


información- dijo con amargura Zyvan.

Donali negó con la cabeza.

-A los miembros de la Casta del Agua les gusta


mantener sus cartas ocultas todo el tiempo que
pueden- contestó.

Me giré, inclinándome todo lo que pude en mi precario


asiento en un intento de ver mejor al semioculto
diplomático, pero justo cuando su rostro comenzaba a
emerger de entre la multitud que lo rodeaba, se alzaron
ante mí la figura y el familiar aroma de Jurgen, ocultando lo
poco que podía ver de la delegación que se acercaba.

-Tienen tanna [32], señor- dijo sorprendido mientras me


entregaba una taza de té delicadamente trabajada y de la
que brotaba el deliciosa aroma la fragante infusión. A falta
de algo mejor que hacer, la tomé y di un sorbo, saboreando
su delicado sabor [33].

[32] Una bebida Valhallana por la que Cain había adquirido una particular e
inexplicable afición.
[33] Aunque se me ocurren muchos adjetivos para definir el sabor de la tanna,
“delicado” no es ninguno de ellos. Es como describir a un Baneblade como
“delicado”.

-Recordé su especial afición a esa bebida- explicó una


voz tau y me puse en pie, extendiendo mi mano en señal de
saludo. Para ser sincero, el caso es que no había reconocido
la voz, ya que a mis oídos, todas las cuerdas vocales tau
destrozan por igual el gótico, pero nunca olvido la cara de
alguien que ha estado cerca de matarme.

-El’hassai- dije. Habían pasado sesenta años desde la


última vez que había visto al diplomático tau, pero los años
parecían no haber pasado por él. No me cabía la menor
duda de que uno de los suyos sería capaz de apreciar en él
signos de envejecimiento. Bien sabe el Trono que yo mismo
he cambiado más de lo que me gustaría, pero a mí me
pareció que él seguía más o menos igual. -Me alegró de
verle tan bien.

-Lo mismo le digo- respondió amablemente El’hassai,


estrechando la mano que le ofrecía con la suficiente
delicadeza para hacerme saber que no se había olvidado de
los dedos augméticos que se ocultaban bajo mi guante,
antes de volverse hacia Donali. -Erasmus. Ha pasado
demasiado tiempo.

-Así es- respondió Donali, aunque apuesto que estaba tan


sorprendido como yo de haber sido recibido por el que había
sido nuestro antiguo enemigo en Gravalax.
-Lord General- continuó El’hassai, sin perder tiempo. -Es
un gran placer poder conocerle finalmente.

-No me cabe la menor duda- dijo Zyvan, inclinando


cortésmente la cabeza, clara señal de su impaciencia. -
Estoy deseando oír lo que tiene que decir.

Al igual que yo, el Lord General había pasado muchos años


cultivando de cara al público una expresión de dureza y
sinceridad, por lo que resultaba imposible acusarlo de ser
insultante por su ruda franqueza, o al menos lo habría
hecho ante cualquier ciudadano imperial familiarizado con
su reputación.

Pero como no me gusta dejar nada al azar, intervine para


desviar la atención del tau lo más rápidamente posible, por
si aquel aspecto de la personalidad del Lord General hacia
sido de alguna manera omitido en la información que sin
duda le habían entregado para preparar la reunión [34].

[34] Muy poco probable, la Casta del Agua tiene la costumbre de preparar
detalladas evaluaciones psicológicas de cualquier persona con la que sus
diplomáticos puedan encontrarse. Por otra parte, parecían creer que la
reputación de Cain era totalmente genuina, por lo que es evidente que, en
ocasiones, también ellos podían equivocarse.

-Debo confesar que yo también siento cierta


curiosidad- apunté, volviendo a dar un sorbo de tanna
dedicándole un gesto apreciativo como muestra de
agradecimiento a la buena voluntad de nuestro anfitrión. -
Especialmente desde que me convirtieron en su
mensajero.
-No fue exactamente así- me aseguró El’hassai, aunque
no dominaba lo suficiente el lenguaje corporal de los tau
como para saber si estaba tratando, o no, de ser
condescendiente conmigo. Por lo que recordaba de él, su
buena opinión sobre mí era bastante sincera (le había
salvado la vida, así que había buenas razones para que así
fuera), por lo que le concedí el beneficio de la duda. -Pero
su presencia en el planeta ha sido una afortunada
coincidencia que quisimos aprovechar.

-Siempre a su servicio- le aseguré cortésmente, para


luego girarme hacia Donali y Zyvan mientras el diplomático
tau se alejaba hacia el hololito y añadir en un susurro, -pero
sigo creyendo que debería haber usado el puto vox.

Ninguno de los dos tuvo tiempo para responder, aunque


Donali emitió un curioso gorgoteo mientras bebía de su
copa.

-Muchas gracias a todos por acudir- comenzó El’hassai


a los allí reunidos con un tono de voz que cruzó la sala de
un extremo a otro. El murmullo de las conversaciones se
tornó en un expectante silencio, tan sólo roto por el leve
zumbido de los recicladores de aire y el sonido, mucho
menos leve, de las mandíbulas de Jurgen engullendo comida
junto a la mesa del refrigerio.

-No me cabe la menor duda de que nuestra oferta de


tregua ha suscitado múltiples especulaciones-
continuó, mirando en ese momento al grupo de imperiales
de una forma que, al menos en un humano, sólo podría
describirse como pícara, -pero estoy seguro de que
pronto estarán de acuerdo en que hemos tenido
razones muy solidas para hacerlo.

-Sí es que alguna vez se decide a decir cuáles son-


murmuró Zyvan. Justo entonces, su expresión cambió al
aparecer una imagen en el hololito. -¡Emperador
todopoderoso!

-¡Y todos sus santos!- añadí, impresionado. La imagen


resultaba tan nítida como el cristal, de modo que casi
parecía como si el horror que representaba estuviera
presente en la sala junto a nosotros, aunque si así hubiera
sido, la cámara hubiera tenido que ser más grande que toda
la estación orbital. Una piel escamosa, más gruesa que el
blindaje de un acorazado y salpicada de fútiles impactos, se
alzaba ante nosotros desde las profundidades del espacio,
orbitando ante nuestros horrorizados ojos como una luna
orgánica. Más allá del horizonte quitinoso, podían verse
otras criaturas de la misma monstruosa calaña nadando en
el vacío y rodeadas de nubes de organismos menores
demasiado numerosos como para ser contados.

-Una flota tiránida- dijo Zyvan, alzando la voz para


dirigirse a la sala, aunque la repentina erupción de
exclamaciones, murmullos y plegarias al Emperador que
surgieron de entre la delegación imperial dejó muy claro
que todos lo habíamos reconocido. El Lord General señaló
las bio-naves más grandes. -Un Kraken y sus escoltas.

-En su mayor parte- apuntó El’hassai, en un tono


increíblemente tranquilo. -Ese gigante que vemos es
primer plano parecer ser un leviatán, aunque la
imagen que tenemos de él es sólo parcial.

Miré fijamente aquella cosa, tratando de imaginar la escala


completa del horror que tenía frente a mí, era como una
montaña hecha de carne. O, dado el vacío que le rodeaba,
un asteroide podría haber sido una comparación más
apropiada. Mi mente recordó la llameante criatura
moribunda que había llegado a entrever en medio de la
erupción de Nusquam Fundumentibus, donde nos habíamos
visto obligados a sacrificar toda una ciudad para conseguir
matar un primo lisiado de aquella monstruosa cosa. Así que
podía confirmar que era realmente enorme, y eso que yo
sólo había visto una parte de ella.

-¿De dónde viene esto?- pregunté, dándome cuenta nada


más hablar que había formulado la pregunta de forma tan
imprecisa que fácilmente podría ser mal interpretada, pero
El’hassai pareció entender lo que quería decir.

-Esta es la última transmisión de una nave


exploradora perdida en las Marcas Coreward [35] hace
poco menos de dos ciclos.

[35] Ninguna zona del Golfo de Damocles o sus alrededores tiene esa
designación imperial, por lo que es de suponer que El’hassai estaba dando el
nombre en su equivalente tau. Tampoco queda claro si ese lugar estaría cerca
de la frontera imperial o más hacia el interior del imperio tau, por lo no se puede
determinar su posición exacta. Cain tampoco precisa si el embajador fue
posteriormente, algo más preciso.

-Unos dieciocho meses- murmuró Donali, en beneficio de


los que no estábamos familiarizados con el calendario tau. -
Veinte como mucho.

-¿Y acaba de conseguirlas?- pregunté, tratando de


parecer no demasiado escéptico.

El’hessai asintió con la cabeza, un gesto que parecía haber


aprendido gracias a su prolongado trato con los humanos
[36]; le recordaba haciendo lo mismo en Gravalax. -La nave
lanzó un dron-correo [37] poco antes de ser destruida-
dijo. -Las imágenes que están viendo, fueron
grabadas en tiempo real.

[36] O profusamente practicado para poder tranquilizar a las delegaciones


humanas durante las negociaciones.

[37] No confundirlos con los pequeños drones normalmente utilizados por la


Casta de Fuego y otras, los drones-correo son esencialmente torpedos
autoguiados lo suficientemente grandes para dar cabida en su interior a un
banco de datos, un motor gravitatorio y al espíritu-máquina que lo pilota; a falta
de astrópatas, esta es la única forma en la que las naves de exploración pueden
permanecer en contacto con sus mundos de origen, ahorrándose así el tener
que enviar naves-correo tripuladas.

Con una horrorizada fascinación, observé como innumerable


y diminutas pústulas comenzaban a inflamarse en el cuerpo
de la horrenda e hinchada bestia que estaba sobre nosotros
para luego estallar, lanzado nubes de organismos que
volaron a través del vacío. Miles y miles de ellos, con sus
endurecidos caparazones protegiéndolos del frio y del vacío
del espacio, repletos de colmillos, garras y armas biológicas
preparadas para la matanza. En más ocasiones de las que
me siento cómodo al recordar, me había enfrentado a
innumerables horrores engendrados por las flotas-colmena
tiránidas, pero nunca a nada tan espantoso como lo que
estaba viendo en estos momentos: mitad guerreros, mitad
cápsulas de abordaje, en conjunto una implacable máquina
de matar. Algunos llevan en su interior criaturas que
reconocí: genestealers, termagantes y tiránidos Alcaudón
(Reavener en el original) en su mayor parte, enquistados tras
membranas semitransparentes, mientras que otros parecían
ser lo bastante letales como para sobrevivir en el vacío por
sí mismos.

-¿Por qué no encendieron los motores principales?-


pregunté; si hubiera sido el capitán tau a aquellas alturas ya
estaría a medio camino de las Estrellas Necrófagas.

-Según la telemetría que hemos recuperado, en ese


momento, los motores de la nave estaban a toda
potencia- contestó sombríamente El’hassai. -Creemos
que la nave había sido inmovilizada de alguna forma.
Las tensiones del casco bien podrían corresponder a
la presión ejercida por unos tentáculos constrictores
o por unas garras de sujeción.

Zyvan asintió.

-Ya lo he visto otras veces- coincidió. -Embisten a una


nave, se pegan a ella y a continuación envían a sus
asesinos.

En aquel momento, el despliegue del enjambre ya ocupaba


toda la pantalla, cada detalle aún más espantoso que el
anterior y debo confesar que sentí cierto alivio cuando
finalmente la imagen desapareció entre ráfagas de estática.
-Creemos que en ese instante, se sobrecargó el
reactor principal- explicó El’hassai, -aunque no
podemos saber si fue un acto deliberado, ni cuánto
daño infligió la explosión al leviatán. Cabe la
esperanza de que la deflagración fuera lo bastante
potente como para matar o al menos inutilizar a la
nave-colmena, pero en cualquier caso, buena parte
del enjambre habrá logrado sobrevivir.

-Y se habrá dado cuenta de la presencia de presas en


las proximidades - apuntó Zyvan.

-Exactamente- dijo El’hassai. El diplomático tau manipuló


los controles del proyector y apareció una nueva imagen, un
mapa estelar tachonado de constelaciones que me eran
familiares. Aparecieron pequeños iconos marcando mundos
imperiales, tau y no reclamados; aunque no hace falta decir
que su idea de aquellas categorías no coincidía del todo con
la nuestra. Sin embargo, no era el mejor momento para
reabrir viejas rencillas, así que me abstuve de hacer
comentario alguno, aunque estoy bastante seguro de que
pude oír cómo rechinaban los dientes de Zyvan.

-El dron-correo fue recuperado aquí- prosiguió


El’hassai. Un nuevo icono apareció bastante al interior de
las fronteras del imperio tau, -el pasado kai’rotaa…

-Hace unos dos meses- murmuró Donali en voz baja.


El’hassai continuó hablando, como si no hubiera escuchado
el comentario. -… y nuestro análisis preliminar de los
datos que contenía nos permite estimar que la
invasión de la flota tiránida se producirá en algún
lugar de esta zona-, concluyó.

Un nuevo icono se materializó en la holoimagen y Zyvan


meneó la cabeza, perplejo.

-No puede ser- sentenció. -Las principales incursiones


tiránidas proceden de la Grieta [38].

[38] Al menos, hacia la Franja Oriental, lo cual sería, naturalmente, su principal


preocupación. El avance la flota-Colmena Leviatán a través del mapa galáctico
difícilmente podría influir en la situación táctica en el Golfo de Damocles.

-Al menos hasta ahora- apunté, mientras mis ojos se


posaban en el icono que marcaba Nusquam Fundumentibus.
El enjambre dormido que descubrimos en aquel planeta
tenía que haber llegado de alguna parte y la flota con la que
habían tropezado los tau parecía estar lo bastante cerca
como para haber enviado un grupo de exploración varios
milenios atrás. -Pero no sería la primera vez que una
flotilla fragmentada y aislada de la flota principal
aparece sin previo aviso.

-Nuestras experiencia así lo confirman- coincidió


El’hassai. -Ante el evidente riesgo, enviamos un grupo
de naves exploradoras siguiendo el mismo curso que
el dron-correo y descubrimos que, efectivamente, los
tiránidos habían alterado su curso.
Una línea comenzó a extender desde el punto en el que la
desafortunada tripulación de la nave de exploración se
había encontrado con la flota-colmena hasta el punto en el
que fue recuperado el dron.

-Los tiránidos lo siguieron- dije sombrío, mientras lo


comprendía todo. Lo cual no era de extrañar, los tau habían
hecho prácticamente todo lo posible para atraer a los
tiránidos, menos entregarlos un mapa y la lista del menú.

-Efectivamente, eso hicieron- confirmó El’hassai y otro


icono brilló en la pantalla. -La flota de exploración se
encontró con ellos aquí y se enfrentó a algunas de las
bio-naves de la pantalla defensiva antes de verse
obligada a retirarse. Si siguen avanzando al ritmo
que hasta el momento han llevado, llegaran a la
región fronteriza en cuestión de semanas [39].

[39] Aquí no queda muy claro si el diplomático usó realmente el término


imperial, o si Cain simplemente lo incluyó el mismo.

Una línea se extendió, cortando de un lado a otro la


fluctuante frontera entre ambos imperios.

-Eso pone en peligro a más de media docena de


mundos habitados- intervino Zyvan, con el tono de un
hombre decidido a recibir todas las malas noticias de una
sola vez. -Si la flota absorbe tanta bio-masa, será
imparable.
-Por eso proponemos dejar a un lado nuestras actual
disputa- dijo El’hassai, asintiendo gravemente. -El Bien
Supremo así lo exige.

Zyvan también asintió, todavía tratando de asimilar las


posibles implicaciones.

-Creo que sí- coincidió.


CAPÍTULO CINCO
Después de un bombazo como aquel, no había mucho que
hacer, salvo regresar a la nave insignia de Zyvan para
comenzar a elaborar nuestra estrategia mientras los tau se
reunían para hacer lo mismo. Aunque, dado que ya habían
tenido dos meses para pensarla, yo estaba seguro de que
ya tendrían a punto la mayor parte de sus preparativos.

-No podemos abandonar Quadravidia- insistió el


general Braddick, apoyando todo su peso sobre los
reposabrazos de una de las tranquilizadoras y sólidas sillas
repartidas alrededor de la pantalla principal de datos.
Evidentemente, la suntuosidad de los aposentos privados de
Zyvan y la presencia del oficial de mayor rango de la
Guardia Imperial en el Brazo Oriental no le impresionaron lo
suficiente como abstenerse de decir lo que realmente
pensaba.

Nos habíamos reunido en la sala de operaciones de la nave


insignia imperial, un espacio que, aparentemente, antes
había sido una bahía de carga o un pañol de municiones [40],
a juzgar por la cantidad de conductos soldados a toda prisa
y de los improvisados cableados que abarrotaban el lugar.
De hecho, aquel era como un auténtico hogar para un viejo
soldado como yo, que confiaba más en lo útil que en lo
estético, sobre todo en lo referente a la guerra. Los pasillos
que conducían hasta allí habían sido alfombrados y se
habían colocado estratégicamente cuadros y
holoproyecciones sobre los desconchones más evidentes de
la pintura, como correspondía a su ocupación por alguien de
tan elevada categoría como Zyvan, aunque al Lord General
le gustaba que su espacio de trabajo estuviera lo más
despejado y libre de distracciones posible.

[40] Tal y como era costumbre, Zyvan se limitaba a embarcarse en la nave de


guerra más poderosa de la flotilla, apropiándose de todo el espacio que
necesitaba; un acuerdo con el que la Armada parecía estar de lo más satisfecha
dadas las circunstancias, sin duda pensando que al menos así podrían vigilar lo
que el lord general se traía entre manos.

-No lo haremos- le aseguró el Lord General, como siempre


valorando la franqueza en sus interlocutores. -Pero tendrá
que aguantar en el planeta con tan solo una
guarnición simbólica.
-Sin cambios, entonces- sonrió tristemente Braddick.

-Excepto que los tau también se retirarán- le recordé.

El hololito que teníamos frente a nosotros parpadeaba de la


tranquilizadora forma a la que estaba acostumbrado e hice
un gesto de agradecimiento cuando el visioingeniero
murmuró una oración y golpeó abollado panel con una de
sus mecanodendritas, consiguiendo que el campo estelar
volviera a enfocarse.

-Están transfiriendo sus fuerzas para reforzar las


defensas de tres de sus sistemas a lo largo de los
límites del Golfo.
Hice un gesto y los citados sistemas brillaron en un tono
verde bastante bilioso.

-Los tres más cercanos a la línea de avance estimada


de los tiránidos- asintió Braddick, para demostrar que
estaba al tanto de la situación, aunque no era necesario que
demostrara su perspicacia táctica; su historial era más que
suficiente para ello. -¿También los tau van a dejar aquí
una guarnición simbólica?

-Ellos dicen que no- contesté. -Consideran demasiado


alto el riesgo de que un simple malentendido se
convierta en una reanudación en toda regla de las
hostilidades.

-Así que van a hacer las maletas y marcharse- dijo


Braddick, sin molestarse en ocultar su escepticismo. -
¿Después de todos los esfuerzos que han realizado
para ocupar este planeta?

-Los tau son muy pragmáticos, si no, no serían ellos-


terció Zyvan. -No tiene el menor sentido seguir
gastando recursos aquí si el hacerlo les cuesta
perder otros tres mundos a manos de los tiránidos.

-Que para entonces ya tendrían la fuerza suficiente


para devorar toda Quadravidia y a todos sus
defensores, sean quienes sean- señalé. Braddick asintió
de nuevo, dejando claro que aquella idea le gustaba tanto
como a nosotros.
-El’hassai, el enviado tau, nos ha asegurado que sus
tropas completaran la retirada mucho antes de que
nosotros estemos preparados a para abandonar el
sistema- dijo Zyvan. De hecho, ya habían comenzado a
marcharse, cerca de la mitad de los efectivos del ejército
atacante ya estaba en camino para defender los vulnerables
puestos de avanzada a lo largo de la frontera. -En tres días
más, Quadravidia volverá a estar completamente en
manos imperiales.

-Gracias al Trono- suspiró Braddick, claramente


emocionado, algo por lo que no podía culparlo. Llevaba un
par de semanas haciendo frente a la inminente derrota y
aquella inesperada liberación tenía un cierto tufillo a
intervención divina, incluso para un cínico empedernido
como yo.

-Hay una cosa que posiblemente le interesé vigilar-


apunté, manteniendo el tono de mi voz todo lo neutro que
pude, aunque Braddick no era ningún tonto e
inmediatamente me lanzó una acerada mirada.

-¿Qué es lo que no me han dicho?- preguntó con un


comprensible toque áspero.

-Los tau han ofrecido una serie de indemnizaciones


que su Excelencia, el gobernador, está dispuesto a
aceptar- dije empleando mi tono más diplomático.

-Porque su Excelencia, el gobernador, es un imbécil


endogámico y egocéntrico incapaz de ver la trampa
en la miel- añadió Zyvan, de forma nada diplomática.

-¿Qué tipo de compensaciones?- preguntó Braddick, en


un tono que claramente indicaba que compartía la opinión
del Lord General sobre el representante ungido del
Emperador en Quadravidia.

-Asistencia en el esfuerzo de la reconstrucción- le dije.


-Recursos, experiencia y asesores civiles para
coordinarlo todo con el Administratum y el Adeptus
Mechanicus.

-Sin duda para predicar todo el tiempo la subversión


y la herejía- resopló Braddick.

-Sin la menor duda- coincidí. -En su lugar, yo vigilaría


espacialmente a un grupo de renegados humanos
que se hacen llamar “Facilitadores”.

-Cuente con ello- me aseguró antes de volverse hacia el


hololito. -¿Cuál es la estrategia principal?

-La única que tiene sentido- señaló Zyvan. Un mundo en


lado imperial de la frontera se iluminó de color carmesí,
indicando la presencia del Adeptus Mechanicus [41]. -
Fecundia proporciona la mitad de las armas y
municiones de todo el sector [42].

[41] Una convención cartográfica que ha dado lugar a ocasionales confusiones,


dado que la mayoría de los despliegues tácticos imperiales utilizar el rojo para
marcar los contactos con el enemigo; aunque pocos incidentes fueron tan
embarazosos como el bombardeo orbital por parte de una flota de la Armada
Imperial del santuario del Omnissiah en Kaftagrie, por la errónea idea de que
había caído en manos de la legión traidora que lo asediaba.

[42] Una exageración, aunque excusable. Pero es cierto que fabrica buena parte
del material usado por las unidades de la Guardia Imperial en el Golfo y sus
alrededores, incluidos los fusiles láser, las células de energía y las variantes más
comunes del Leman Russ.

-Si lo perdemos, estamos jodidos- coincidí, mirando la


pantalla. -Y es el mundo imperial más cercano a la
línea de avance de los tiránidos.

-Eso suponiendo que los tau hayan extrapolado


correctamente su rumbo- dijo Zyvan, con una leve
cautela en su voz. Ninguno de los dos podía entender que
podrían ganar los xenos proporcionándonos información
falsa, pero eso no significaba que no fueran selectivos con
lo que transmitían. Bien sabe el Trono que yo haría lo mismo
si estuviera en su lugar. El Lord General manipuló los
controles, le dio una patada al atril y la proyección de la
línea del rumbo calculado de la flota colmena se extendió.

Asentí con sombría satisfacción cuando la línea rozó uno de


los mundos tau que brillaban en verde. -Si pasan por alto
Fecundia, los tau serán los siguientes en el menú-
señalé con malsano regocijo. -Lo que significa que
podremos retirarnos hasta el Cumulo Sabina
mientras ellos se llevan la peor parte del ataque. Eso
debería darnos tiempo más que suficiente para
atrincherarnos en el caso de que una parte
fragmentada o rezagada de la flota se desplace hacia
el interior de la frontera.
¿Y por qué no hacerlo inmediatamente?- preguntó
Braddick, sin duda dándose cuenta de que si hacíamos eso
estaríamos mucho más cerca de Quadravidia. -Dejemos
que el Mechanicus defienda su mundo forja.

-Lo haríamos, si fueran capaces de defenderse por sí


mismos- intervino Zyvan. -Pero frente a una flota de
ese tamaño, no durarían más que unos pocos días.

-Estos son sus activos- dije, mostrando una nueva


pantalla de datos. -Una compañía de skitarii, nada más.
Ni titanes, ni milicia. ¿Por qué iban a gastar recursos
para defenderse cuando saben que la Guardia
Imperial los necesita tanto que no la quedará más
remedio que intervenir a la primera señal de
amenaza?

-Muy inteligente por su parte- señaló Braddick con


amargura.

-En efecto- contesté. Lo cierto es que no podía dejar de


sentir una cierta admiración hacia los mecanos, ya que
habían sido lo suficientemente astutos como para darse
cuenta de que el constante flujo de unidades de la Guardia
Imperial que llegaban al planeta para reabastecerse ya les
proporcionaba toda la protección necesaria; al menos en
circunstancias normales. Desgraciadamente, aquellos
tiempos eran cualquier cosa menos normales.
-No podemos permitirnos el lujo de dejarlos a su
suerte- añadió Zyvan con firmeza, y eso fue todo; una
única frase y ya estábamos listos para obedecer.

Con todo, supuse que podría haber sido peor; al menos


nadie había sugerido que nos lanzáramos contra la flota
colmena. Con algo de suerte, pasarían de largo el mundo
forja y los tau tendrían que encargarse de frenar su avance
mientras nosotros nos quedábamos al margen, listos para
prestarles toda la ayuda posible, o sea, no hacer
absolutamente nada, preparados para acabar con los
supervivientes de ambos bandos; incluso, para variar,
podríamos anexionarnos un par de sus mundos (lo cual, si
me lo pregunta, les serviría de lección por haber tratado de
anexionarse Quadravidia).

Aquel era el plan, pero, por supuesto, nada salió como


esperábamos.

A pesar de mis malos presentimientos, los tau completaron


su retirada en el plazo previsto, dejando solamente un
puñado de lo que ellos denominaban “mercantes” orbitando
el planeta devastado por la guerra. El’hassai, como no,
insistió en sólo estaban allí para entregar ayuda
humanitaria, prestar asistencia en las tareas de socorro y
que todo su formidable armamento había sido desactivado.
Y estaba en lo cierto, al menos hasta donde yo sabía, a los
habitantes del planeta les vendría bien cualquier tipo de
ayuda posible. Aunque, en mi opinión, tendrían que pagar
un precio muy alto por ella, pero nadie me preguntó y
menos que nadie el gobernador. En las afortunadamente
pocas ocasiones en las que no pude evitar hablar con aquel
engreído fantoche, me pareció que estaba absurdamente
satisfecho consigo mismo, aparentemente en la creencia de
que todo había sido idea suya desde el principio, así que me
limité a guardarme mis consejos y asegurarme de incluir un
registro literal de sus comentarios más estúpidos en mi
siguiente comunicado para Amberley. Teníamos que
abandonar la órbita en tan sólo unos días y tras eso, todo lo
que ocurriera en Quadravidia, sería problema de otras
personas, no mío.

Dado que nuestra principal preocupación era la defensa de


Fecundia, no me sorprendió demasiado que, al entrar en el
centro de mando de Zyvan unas cuantas horas después de
nuestra partida me encontrara con que El’hassai ya estaba
allí, inmerso en una seria conversación con el Lord General.

-Comisario-. El diplomático tau miró en mi dirección,


dedicándome una grata sonrisa de bienvenida; aunque,
como otras tantas expresiones aparentemente humanas, yo
no estaba seguro de cuánto de aquel gesto sería genuino y
cuánto estaría cuidadosamente estudiado y practicado para
hacerme sentir cómodo. Así que dibujé una expresión
igualmente cálida en mi propio rostro y, cortésmente, le
tendí mi mano.

-Enviado. Un inesperado placer- le saludé mientras le


dirigía una inquisitiva mirada a Zyvan, cuyo rostro mostraba
una estudiada máscara de impasibilidad detrás de su
recortada e inmaculada barba. -¿A qué debemos el
placer de su visita?

-El enviado tiene una propuesta que hacer- se


adelantó Zyvan, en un tono más evasivo de lo normal, -que
espera que ayude a fomentar la confianza entre
nosotros frente a nuestro enemigo común- siguió, en
lo que me pareció una cita literal.

El’hassai asintió con la cabeza.

-Así es- declaró, mirando primero al Lord General y luego a


mí. -Un intercambio de observadores para facilitar la
comunicación entre los elementos tau e imperiales de
nuestra alianza.

-En otras palabras, algunos de los nuestros les


acompañaran a… - tomó la palabra Zyvan, señalando el
icono verde que probablemente acabaría en el carrito de
refrigerios de la flota colmena y vaciló, -Dreth… no sé
qué.

-Dr’th’nyr- sugirió amablemente El’hassai, pronunciando


fácilmente el nombre del mundo en una de las típicas
palabras sin vocales del idioma tau.

-Eso quería decir- asintió Zyvan. -Para informar sobre


el despliegue tau y transmitir cualquier información
útil que se pueda reunir sobre los tiránidos.
Y no sólo sobre los tiránidos, por supuesto, y aunque todos
nos dimos cuenta de lo que no había llegado a decir,
tuvimos el suficiente tacto como para no expresarlo
verbalmente.

-¿Y cómo se transmitirá la información?- pregunté. -


Los tau no tienen astrópatas, ¿no es así? [43]

[43] De hecho, los tau no parecen tener ningún tipo de psíquicos entre ellos,
aunque hay numerosas especulaciones dentro del Ordo Xenos sobre si la
capacidad de la Casta de los Etéreos para inspirar y liderar es un fenómeno
natural, o si la disformidad podría tener algo que ver en ella, aunque de una
forma en la que aún no se han encontrado ni evidencia ni explicación alguna.
También existen dudas similares sobre las otras razas asociadas a los tau,
aunque ahí la cuestión es aún más confusa y seguramente sólo los más
optimistas pueden creer que los humanos del imperio tau están totalmente
libres de la mancha, y a que los contaminados no sean indudablemente
alentado para utilizar sus dudosos talentos en el nombre del Bien Supremo.

-No, no tenemos- confirmó El’hassai, -pero estamos


totalmente de acuerdo en que la delegación imperial
incluya uno.

-Eso se podría arreglar- aceptó Zyvan. -Las dos flotas


podrían coordinarse de forma más efectiva que
enviando despachos en naves correo.

Eso al menos hasta que la conexión astropatica fuera


interrumpida por la sombra en la disformidad proyectada
por la aproximación de los tiránidos. Aunque tal escenario,
por sí mismo, serviría para informar al otro grupo de que el
ataque había comenzado en otro lugar.
-¿Y a quién tiene usted en mente para dirigir esa
delegación?- pregunté, sabiendo ya la respuesta y
totalmente decidido a rechazarla. Ninguno de los mundos
forja que había visitado hasta aquel momento me había
resultado especialmente atractivo, aunque había muchas
probabilidades de que los tiránidos pasaran de largo
Fecundia, mientras que unirse a los tau en la defensa de
Dr’th’nyr equivaldría prácticamente a cargar directamente
hacia el gaznate de la nave colmena más cercana.

-Precisamente estábamos charlando a ese respecto -


dijo suavemente El’hassai. -Usted goza de la confianza
de ambas fuerzas y cuenta con una amplia
experiencia en campañas contra los tiránidos.

Una experiencia que, no hace falta decirlo, no me apetecía


ampliar más. Sin embargo, no hubiera sido políticamente
correcto decirlo, así que asentí pensativamente, como si
estuviera considerando el nombramiento propuesto.

-Efectivamente, la tengo- contesté con firmeza. -Pero


posiblemente esa no sea la cualidad más necesaria
para ese trabajo.

-¿De verdad?- preguntó Zyvan, enarcando una ceja. -


¿Cuál cree que sería esa cualidad?

-La familiaridad con la metodología de los tau-


respondí rápidamente. -Si el ataque de los tiránidos va
dirigido contra Dr’th’nyr- y debo decir que, para
sorpresa de todos y especialmente la mía, pronuncié
bastante bien la palabra, -será vital saber exactamente
lo que está ocurriendo. Un momento de vacilación o
un mal entendido en medio del fragor de la batalla
podría provocar una autentica catástrofe- continué
encogiéndome de hombros, de la forma más ingenua y
autocritica de la que fui capaz. -Y a pesar de que tuviera
de mi parte toda la buena voluntad de la galaxia,
apenas conozco las complejidades del protocolo tau.

¿Y a quién sugiere, entonces?- preguntó El'hassai. Yo


puse mi cara más convincente antes de responder.

-A Donali, por supuesto- dije. -Ha pasado tanto tiempo


con los miembros de la Casta del Agua que sabrá
exactamente qué hacer ante cualquier eventualidad
sin que sea necesaria ninguna indicación y dejando al
resto del personal libre para hacer la guerra con la
mayor eficacia.

-Su análisis es muy meritorio- comentó El’hassai tras un


momento y para mi bien disimulada sorpresa e incluso
mayor alivio. -Veo que comprende perfectamente los
principios del Bien Supremo.

-Sólo creo que tiene más sentido enviar a un


diplomático a hacer el trabajo de un diplomático-
sentencié, aún incapaz de creer que había logrado
endosarle el trabajo a otro con tanta facilidad, -mientras
yo sigo ejerciendo mi trabajo de soldado.

Zyvan asintió con la cabeza.


-De todas formas, prefiero que te quedes con la flota-
admitió, lo que desencadenó en mi interior una nueva
oleada de inquietud que no me esperaba mientras trataba
de averiguar qué era lo que él sabía y yo aún ignoraba. -
Tendremos que negociar muchas cosas con los
mecanos y ya sabes como son.

-Pueden ser un tanto difíciles de tratar- acepté. Pero al


menos eran humanos, más o menos y, en el peor de los
casos, me resultaría más fácil mantenerlos entre los
tiránidos y yo. Volví a echar otra rápida mirada al hololito,
sólo para asegurarme de que estaba tomando la decisión
correcta y, aparentemente, así era. Seguía pareciendo que
el avance de los tiránidos iba a bordear el sistema Fecundia
antes de dirigirse hacia los puestos avanzados tau. -Sin
embargo, espero que sigan nuestros consejos sin
poner demasiadas trabas. Eso sería lo más racional.

-Bien, tú sabrás- dijo Zyvan, aunque afortunadamente


ninguno de los dos tenía ni la menor idea de lo equivocado
que estaba al respecto, -has tratado con ellos con
bastante frecuencia.

-Efectivamente, lo he hecho- acepté, absteniéndome con


todo el tacto posible de añadir que un “más que suficiente”
hubiera sido más preciso. A su manera, los miembros del
Adeptus Mechanicus, son bastante útiles, e incluso he
conocido a algunos de ellos de cuya compañía he disfrutado
bastante, pero incluso esos pueden acabar resultando
especialmente irritantes por su estrecha mentalidad, sobre
todo en las ocasiones en las que nos habíamos visto
obligados a elegir entre alguna preciada pieza de chatarra y
mi aún más preciado e inestimable pellejo. Por suerte y
según mi experiencia, se puede convencer a la mayoría de
los acólitos del Omnissiah para que sigan el camino del
pragmatismo reduciendo el debate a la simple elección
entre esto o aquello, subrayando que la parte que menos
me gusta implica la segura aniquilación de todos nosotros,
o, si todo lo demás fallaba, señalar cuál de los tiene un
arma en ese momento. Me encogí de hombros. -Después
de todo, nos necesitan tanto como nosotros a ellos.

-Así es- contestó Zyvan, pensando claramente que aquella


no era precisamente la base más firme para una alianza
entre dos de las numerosas organizaciones y facciones que
componen el Imperio, y mucho menos entre nosotros y un
grupo de ávidos invasores xenos que volverían a apuntarnos
con sus armas a la primera oportunidad que tuvieran, al
menos que nosotros lográramos hacerlo primero.

-Si eso ha quedado resuelto, entonces, les dejo que


continúen- dije, preparándome para retirarme. Aliado o no,
prefería posponer la conversación sobre nuestras futuras
tácticas para cuando El’hassai se hubiera unido al éxodo de
sus compatriotas.

-Todo menos la designación del representante tau en


la flota imperial- puntualizó Zyvan, con una leve
inclinación de cabeza que me indicó que prefería que me
quedara donde estaba. Y con toda la razón. Técnicamente
hablando, el Comisariado tendría que aceptar cualquier
posible nombramiento y verificar que éste no suponía un
riesgo inaceptable para la seguridad, y el hecho de que yo
estuviera allí sentado aceleraría notablemente el proceso de
ratificación. No es que yo estuviese contento con candidato
alguno, pero al menos sabríamos quién nos espiaba y
podríamos mantenerlo alejado de cualquier material
realmente sensible.

-Propongo a Au’lys Devrae- dijo El’hassai, mirándonos


alternativamente al Lord General y a mí, mostrando una
leve cara de desconcierto al ver nuestras expresiones. -
Habla fluidamente el gótico y es de su misma
especie, lo cual facilitará enormemente el
entendimiento y la comprensión.

-Imposible- rechazó Zyvan. Yo asentí con énfasis.

-La lincharían en cuestión de días- expliqué. -La mayor


parte de los ciudadanos imperiales la considerarán
una hereje, así de simple.

-Eso complica las cosas- respondió tranquilamente


El’hassai. -Contamos con poco personal que hable
gótico en el sistema Quadravidia y menos aún con las
credenciales diplomáticas adecuadas. Y dado que la
mayoría de ellos son humanos, difícilmente les irá
mejor.

-No es probable- acepté seriamente, esperando la


inevitable sugerencia que, firmemente sospechaba que era
lo que el diplomático tau había pretendido desde el
principio.
-Entonces yo mismo tendré que representar a los tau-
concluyó El’hassai, tal y como yo ya esperaba.
-Por supuesto- aceptó Zyvan amablemente, e hizo un
gesto al más cercano de sus ayudantes, que rápidamente
trató de aparentar que no había estado escuchando toda la
conversación. -Marlie se encargará de asignarle sus
habitaciones.

-Gracias- dijo El’hassai, tendiéndole la mano al


desconcertado joven. -Sólo me acompañará un pequeño
séquito: media docena de consejeros, amanuenses y
similares.

-¿Todos tau?- pregunté, no deseando imaginarme la


reacción de uno de los típicos oficiales de la Armada al
encontrarse cara a cara con un kroot en un pasillo y mucho
menos a un véspido. Al menos, los delgados humanoides no
parecían especialmente amenazantes, a menos que
estuvieran pisoteándolo todo con uno de sus trajes de
combate y no parecía haber muchas probabilidades de ello.

-Todos tau- aseguró El’hassai. -Principalmente de la


Casta del Agua.

-¿Principalmente?- pregunté y el tau asintió.

-Creo que uno o dos guerreros de fuego me


ayudarían a comprender mejor la situación táctica-
dejó caer el tau como si tal cosa.
-Por supuesto- contestó Zyvan, claramente nada feliz por
la petición, aunque tampoco le había sorprendido. Yo si
tuviera que viajar en una nave xenos, querría me
acompañara como mínimo toda una escuadra de soldados
de asalto.

-Entonces no les entretengo más- respondió El’hassai y


se alejó, con el capitán Marlei pisándole los talones como el
ansioso anfitrión de una fiesta preguntándose si ha pedido
los suficientes canapés.

-¿Seguro que es prudente?- pregunté en cuanto la


puerta se cerró tras ellos. Zyvan negó con la cabeza.

-No, pero ¿qué otra opción tengo? Donali también


querrá guardaespaldas, así que no podemos negarle
la misma cortesía a El’hassai- dijo y se encogió de
hombros. -Y no creo que pretendan apoderarse de la
nave con un par de fusiles de pulsos.

-Supongo que no- acepté y pasamos al asunto más serio


de pensar en la mejor forma de proteger a un mundo
aparentemente indefenso.
NOTA EDITORIAL
Dado que a continuación nos encontramos con otra de las
habituales omisiones de Cain, que no vuelve a retomar su
narración hasta su llegada al sistema Fecundia, este me
parece lugar tan bueno como cualquier otro para incluir
algunos de los antecedentes que tan obviamente falla en
proporcionarnos.

El diario de viajes de Sekara, al que he recurrido en


múltiples ocasiones en la edición de sus memorias, es de
muy poca utilidad en este caso, ya que su entrada sobre
Fecundia consiste únicamente en la frase “Horroroso, mucho
más allá de lo creíble”. En consecuencia, me he visto
obligada a utilizar una fuente mucho menos cosmopolita
para intentar proporcionar al lector una panorámica exacta
del mundo en el que Cain pronto se encontraría luchando
por su vida.

“¡BIENVENIDO A FECUNDIA!
Guía de Supervivencia del Trabajador que Contribuye
a los Diezmos”.
También disponible para auditorías y en formatos
para descarga directa.

Que las bendiciones del Omnissiah recaigan sobre ti por


haber elegido dedicar tu vida a la producción de Sus Dones.
(Por favor, omita esa bendición si ha sido el Magistratum de
su mundo de origen el que le ha encomendado este
servicio).

Fecundia es mundo forja consagrado al Dios-Máquina y cada


uno de sus manofactorums es un templo a su grandeza. Las
manufactorías en sí cubren aproximadamente el treinta y
ocho por ciento de la superficie total del planeta, mientras
que las instalaciones auxiliares, tales como los barrios de
habitáculos, las unidades de síntesis de proteínas y los
recicladores atmosféricos suponen otro diecisiete por ciento.

Debido a esto, en todos los lugares de trabajo y ocio se


dispone gratuitamente de una alimentación nutritiva y un
aire lo suficientemente desprovisto de partículas como para
ser apenas cancerígeno, aunque se recomienda la mejora
mediante augméticos de los sistemas digestivos y
respiratorios a todos aquellos que se vayan a convertir en
residentes a largo plazo (su supervisor estará encantado en
explicarle el procedimiento para reembolsar el importe de
dichas mejoras).

No se recomienda la exposición a los entorno no regulados y


deben limitarse al menor tiempo posible, a menos que se
haya obtenido una mejora corporal completa (el tiempo
medio de amortización para esa mejora es de 285.000
horas de producción). La exposición a corto plazo es
soportable para los no modificados, pero siempre que vistan
trajes de protección completos; en cuyo caso, es esencial
comprobar periódicamente las juntas y sellos para detectar
posibles signos de corrosión.
Las zonas deshabitadas están formadas principalmente por
desiertos de ceniza, lagos ácidos, desoladas cordilleras y
tres plantas de extracción mineralógica. Dado que la
mayoría de los recursos autóctonos se han agotado, se
están llevando a cabo grandes esfuerzos para la extracción
en los restantes cuerpos planetarios del sistema y en la
mayoría de los grandes asteroides. El procesamiento
preliminar de los recursos extraplanetarios se lleva a cabo
en las refinerías orbitales y a continuación se entregan las
materias primas mediante inserción balística directa hasta
la superficie; la recuperación de esas cargas de las zonas de
aterrizaje es un trabajo muy solicitado, ya que cada hora
que se pasa en la superficie se consideran tres a efectos del
cómputo de horas de producción y actualmente hay muchas
vacantes para dichos puestos.

Si se ven atrapados en la superficie, es aconsejable buscar


refugio inmediatamente, especialmente si se levanta el
viento. Las tormentas de escorias son capaces de desgastar
el blindaje de un transporte de orugas pesado e incluso
pueden infligir graves heridas a los humanos mejorados en
tan solo unos instantes.
CAPÍTULO SEIS
Tenía pocas expectativas respecto al mundo que nos
esperaba y las que me quedaban, se vieron rápidamente
frustradas. Desde la órbita, Fecundia parecía una inmensa
pústula hinchada y lívida, ahogada por los detritus de su
industria. Gran parte de su superficie estaba oculta por
espesas nubes color diarrea que se arremolinaban sobre las
ciudades colmena [44], cada una de las cuales se extendía
cientos de kilómetros en todas direcciones. A su alrededor
no había más que desiertos de detritus y escombros. El
lugar ya era una ruina inhabitable antes de que el
Mechanicus se instalara y que yo pudiera ver, apenas
habían hecho nada para mejorarlo [45].

[44] Parece que no distingue entre las fábricas propiamente dichas y los bloques
de habitáculos adyacentes; aunque, para ser justos, estaban tan
entremezclados que era difícil saber dónde comenzaba la línea divisoria entre
unos y otros.

[45] Los trabajos de terraformación comenzaron en M35, con la creación de una


atmósfera que rápidamente se volvió casi irrespirable en cuanto comenzó en
serio el saqueo de los recursos del planeta.

-Todo un espectáculo, ¿no es así?- comentó El’hassai


junto a mí en un tono estudiadamente neutro. Yo me
sobresalté, pues estaba demasiado absorto en mis propios
pensamientos como para haberme dado cuenta de que se
había acercado silenciosamente.
-Si le gustan este tipo de cosas- concedí. El lado
nocturno del mundo que teníamos bajo nosotros brillaba en
un parpadeante rojo pagado, la luz de las incontables
fraguas que hacían que pareciera que todo el planeta
estuviera en llamas. Recordé el infierno volcánico del que
había escapado por los pelos [46] y me estremecí. -¿Le
recuerda a alguna parte de su hogar?

[46] Pyria, un planeta conocido por su extrema inestabilidad geológica donde el


año anterior Cain se había enfrentado un grupo de piratas eldar.

-Nuestros fabricatorías son menos… despilfarradoras


con el uso de la energía- contestó El’hassai de una forma
que me pareció muy remilgada, pero con los xenos, a
menudo es muy difícil saber lo que realmente piensan.

-Me alegro por ustedes- respondí por puro reflejo,


dejando que él eligiera si quería darse cuenta del sarcasmo
del comentario.

-No parece un objetivo muy tentador para los


tiránidos- continuó, eligiendo claramente no hacerlo. -
Nuestros anteriores encuentros con ellos tienden a
sugerir que prefieren planetas más verdes.

-Ahí abajo debe haber unos veinte mil millones de


personas- le corregí. -Aunque la mitad sean de metal y
probablemente haya el doble de servidores [47]. Hay
biomasa más que suficiente para que un ataque
merezca la pena.
[47] En realidad, tres o cuatro veces más habría sido una suposición más
precisa.

-Acepto la corrección- dijo El’hassai, alzando su mirada


del mundo cloaca que teníamos debajo para mirar el frío y
claro vacío que lo rodeaba. Algunos de los incontables
puntos de luz que salpicaban el fondo tan oscuro como la
boca de un lobo se movían contra la mancha luminiscente
de la mayor parte de la galaxia y los señaló. -Las naves
de los piquetes de guardia parece que están
ocupando sus posiciones con encomiable rapidez.

-Así es- coincidí, aunque el despliegue de la flota nada


tenía que ver conmigo.

El contingente naval tenía asignados a sus propios


comisarios, que estarían lo suficientemente versados en
tácticas tridimensionales como para entender lo que estaba
sucediendo. Sin embargo, sospechaba seriamente que la
mayoría de las naves que estábamos eran viendo eran en
realidad los transportes de carga que alimentaban los
insaciables apetitos de los hornos del planeta con materias
primas o transportaban sus productos a medio centenar de
mundos [48].

[48] Aunque el valor estratégico de Fecundia para el Imperio se basaba en su


prodigiosa producción de municiones, también producía gran cantidad de
productos civiles; en casi todos los mundos del sector estaban presentes los
vehículos terrestres allí producidos y los fertilizantes químicos fabricados junto a
los explosivos de uso militar (muy a menudo incluso en la misma cámara de
reacción) eran lo único que hacía posible la producción de alimentos en tres
agromundos vecinos de escasa fertilidad.
La preocupación más inmediata eran las naves que
transportaban el contingente de la Guardia Imperial, que ya
estaban a punto de entrar en órbita para comenzar a
desplegar los soldados hacia la superficie, donde
comenzarían a fortificar las colmenas. Precisamente el cómo
íbamos a conseguirlo seguía siendo un importante
quebradero de cabeza, ya que no contábamos con efectivos
suficientes ni siquiera para proteger uno de los núcleos de
población del planeta, por no hablar de todos; pero eso sí,
había pocas posibilidades que nos quedáramos sin
municiones.

Antes de que la conversación, o mis pensamientos,


pudieran tomar una deriva más pesimista, un olor ya
familiar anunció la llegada de mi ayudante.

-Menudo lio- comentó, mirando por la ventanilla.

-Los mundos forja suelen serlo- le recordé y él asintió


con un bufido de desaprobación.

-Como el último en el que estuvimos- estuvo de


acuerdo. -Basura por todas partes- sentenció y luego se
encogió de hombros. -Me atrevo a decir que
probablemente será mejor de puertas para adentro.

-Pronto lo sabremos- le contesté, esperando que tuviera


razón. -¿Supongo que el transbordador estará
preparado?
Jurgen asintió.

-El Lord General le envía sus saludos, señor y le


gustaría verle a bordo lo antes posible.

-Estoy seguro de que esas no han sido exactamente


sus palabras- dije.

Jurgen rascó el suelo con uno de sus pies. -Eso fue lo


esencial- insistió. Habría sido muy poco amable por mi
parte presionarle para que diera más detalles, ya que
evidentemente estaba tratando de no herir mis
sentimientos y conociendo a Zyvan tan bien como yo, era
más que capaz de llenar por mí mismo los espacios en
blanco.

-Entonces será mejor que no le hagamos esperar- dije


volviéndome hacia El’hassai, que aún parecía hipnotizado
mirando las estrellas más allá de los cristales blindados-.
¿Querrá unirse a nosotros, embajador?-. Debo decir
que tenía mis dudas sobre si sería conveniente preguntarle
o no, pero así lo exigía el protocolo y al menos, si nos
acompañaba me ahorraría tener que regurgitar más tarde
todo el contenido de nuestras discusiones con el
Mechanicus para informarle. Eso por no decir que me sentía
mucho más cómodo sabiendo dónde estaba.

-Esa será la opción más eficiente- aceptó el tau,


apartando la mirada del supurante planeta que nos
esperaba abajo y acompañándome mientras nos dirigíamos
hacia los hangares de atraque. Los pasillos estaban
atestados de guardias imperiales y personal de la Armada
que se apartaron con diversas expresiones de desconcierto,
hostilidad o repugnancia al ver al xenos, aunque El’hassai
los ignoró a todos. Por mi parte, apenas me di cuenta, ya
que los comisarios tampoco es que sean especialmente
bienvenidos en ninguna parte, pero, por el contrario, Jurgen
fue devolviendo cada mirada hostil mientras nos abría paso
con la misma eficiencia que lo habrían hecho las tropas de
asalto de la escolta de Zyvan.

Parecía que íbamos a viajar a bordo de la lanzadera


personal de Zyvan, lo cual me parecía una muy buena
noticia: sus sillones profusamente acolchados y su moqueta
eran mucho más cómodos que los duros asientos y la
cubierta de metal de los transportes más utilitarios en los
que yo estaba acostumbrado a entrar y salir de órbita,
aparte, por supuesto, de que sabía por propia experiencia
que el mueble-bar del Lord General estaba excelentemente
surtido.

-¿Olvidaste tu comunicador personal?- me saludó el


Lord General mientras subíamos por la rampa. Entonces su
mirada se fijó en El’hassai, a un par de pasos detrás mío,
que caminaba flanqueado por los guardaespaldas que se
habían unido a él en cuanto entramos en el hangar.

-Enviado. Me alegra que se una a nosotros.

Sin embargo, si uno interpretaba correctamente su actitud,


el Lord General hubiera estado encantado de que los tau se
hubieran quedado a bordo de la nave.
Efectivamente, tras haberme acomodado en uno de los
sillones y aceptar el amasec que Jurgen me sirvió, Zyvan se
acercó y me habló en voz baja.

-¿Estás seguro de que esto es buena idea?- preguntó.

-Estamos destinados a ser aliados- le recordé,


igualmente en voz baja. Había muy pocas probabilidades
que nos escucharan gracias al el creciente rugido de los
motores, pero con los xenos nunca se sabe [49], así que
seguí hablando en susurros. -Los mecanos saben que
llevamos una delegación a bordo, así que ¿por qué no
iban a permitirle participar en la reunión inicial?

[49] De hecho, la audición de los tau y los humanos parecen estar en un


espectro muy similar, aunque el tau medio parece ser incapaz de escuchar las
frecuencias más altas mientras que si es capaz de distinguir sonidos que la
mayoría de los humanos percibirían simplemente como una incómoda vibración.
Esto probablemente explique su lamentable gusto musical.

-Bien, si crees que no pondrán ningún impedimento-


contestó Zyvan, encogiéndose de hombros.

-¿Y por qué iban a hacerlo?- pregunté, sinceramente


asombrado.

Zyvan volvió a encogerse de hombros y bebió un sorbo de


su amasec.

-¿Por qué hacen los mecanos las cosas que hacen?-


preguntó, muy razonablemente.
Nuestro descenso fue tan suave y sin complicaciones como
podíamos esperar, las turbulencias al entrar en la atmósfera
fueron lo suficientemente suaves incluso para el sensible
estómago de Jurgen; algo que no era de extrañar sabiendo
que el piloto personal de Zyvan era uno de los mejores de la
flota. La vista del planeta desde los ojos de buey apenas
mejoró a medida que nos acercábamos, las espesas nubes
de la corrosiva contaminación que había visto desde la
órbita lo cubrían todo casi hasta ras de suelo, algo que no
pude más que agradecer a juzgar por los breves atisbos que
logré ver entre los ocasionales claros de lo que nos
aguardaba en la superficie.

Finalmente, unas intermitentes y brillantes luces


atravesaron la niebla para guiarnos hacia la zona de
aterrizaje y, surgiendo de entre las nubes de contaminación
como una cordillera volcánica, comencé a distinguir por
debajo y a nuestro alrededor la inmensa masa del principal
complejo fabril. A la luz de las balizas se sumaron
innumerables más, salpicando la opresiva masa de
acantilados artificiales o moviéndose entre el banco del
tráfico aéreo entre el que nos movíamos, al igual que
pececillos bordeando las paredes de un arrecife. Supongo
que no es una mala comparación, ya que, al igual que un
arrecife, la colmena había ido creciendo gradualmente
gracias a la acción de innumerables individuos durante
miles de años. Con el tiempo, se marchitaría y moriría al
agotarse los recursos por los que había sido creada allí. A
continuación el Mechanicus se marcharía y comenzaría a
crear otra en algún otro trozo de roca que fuera lo
suficientemente desafortunada como para poseer algo que
ellos desearan [50].

[50] De hecho en aquel momento, su flota prospectora ya había identificado


otros cinco mundos en el sector aptos para su explotación y ya habían
comenzado los trabajos preliminares en dos de ellos, estimando que se
convertirían en mundos forja a pleno funcionamiento a finales de la primera
centuria del M43. De los otros tres, uno también interesaba a los tau, que lo
habían fortificado considerablemente contra posibles reclamaciones de otros
rivales, el segundo había sido invadido por los orkos y no se consideraba que
mereciera la pena limpiarlo y el tercero se encontraba directamente en el rumbo
de la flota colmena Kraken, por lo que se consideraba una mala inversión a largo
plazo.

-¿No nos dirigimos a la plataforma principal de


aterrizaje?- pregunté, mientras, con un brusco acelerón,
que hizo que el rostro de Jurgen adquiriese un tono
claramente verdoso, incluso para lo que era habitual en él,
nuestro piloto nos sacaba fuera del tráfico normal para
elevarnos majestuosamente sobre las imponentes agujas de
la cordillera de la colmena.

-Los magi que dirigen este lugar quieren que nuestra


reunión sea discreta- contestó Zyvan, yo asentí con la
cabeza, aprobando la idea. Ya iba a ser bastante difícil el
elaborar una estrategia eficaz sin tener que complicarse con
recepciones oficiales y todo aquel tipo de cosas.
Especialmente porque los tecno-sacerdotes no son
precisamente famosos por sus buenas fiestas.

-¿Dónde, entonces?- pregunté. Zyvan me señaló hacia


una aguja, coronada por un icono de la rueda dentada lo
suficientemente grande como para haber podido estacionar
un Baneblade en uno de sus dientes [51].
[51] Obviamente no en uno de los que apuntaban hacia abajo.

-La Aguja de la Bendita Computación- dijo,


entrecerrando los ojos mientras miraba la placa de datos
que tenía en la mano. Era un sencillo modelo de campo
militar, incongruentemente gris frente al elegante uniforme
de gala que se había puesto para la ocasión, pero no sería él
mismo si no prefiriera las cosas más prácticas. Muy a
menudo, yo pensaba que, si pudiera, el Lord General
prescindiría de todas las condecoraciones y ceremonias que
le rodeaban, pero estaba tan atado a los protocolos de su
posición como yo a los míos. Le debí parecer desconcertado,
porque acto seguido añadió: -Desde allí se dirige la
mayor parte de esta patética roca.

-Buena elección, entonces- afirmé. Cuanto más cerca


estuviéramos del centro de mando de los mecanos, más
fácil sería lograr su cooperación.

-Me alegro de que lo apruebes- me contestó Zyvan, no


del todo en broma.

La aguja estaba ya tan cerca que oscurecía gran parte de la


colmena mientas sus pisos superiores se hacían más visible
a medida que nos acercábamos a ella a través del océano
de oscuridad. El sol apenas era visible, perceptible
solamente como un disco luminoso, lo suficientemente
tenue como para poder mirarlo directamente, brillando
débilmente a través de las espesas nubes marrones que nos
separaban del resto del universo, de modo que
dependíamos casi por completo de los focos para ver hacía
donde íbamos. Cerré mi pulgar contra la palma de mi mano
[52], confiando en que el piloto dispusiera de un auspex lo
bastante fiable. Desde donde estábamos, los costados de la
aguja que se nos habían antojado lisos desde apenas un par
de kilómetros de distancia, parecían ahora nudosos, como la
corteza de un árbol increíblemente alto, del que sobresalían
todo tipo de subestructuras, conductos de ventilación,
antenas y plataformas de trabajo. Servidores y trabajadores
de mantenimiento de la Aguja, protegidos con trajes
blindados contra las infernales condiciones medio
ambientales, pululaban sobre su superficie, haciendo lo que
solo el Emperador podría imaginar.

[52] Un gesto muy común en varios mundos de aquel sector, en el que se dobla
el pulgar sobre la palma de la mano para que los dedos formen la estilizada ala
de un Aquila, destinado a invocar la buena suerte o a ahuyentar las desgracias.

-Debe ser por ahí- dijo Jurgen, con un suspiro de alivio que
me hizo disfrutar plenamente de su halitosis e hizo que
lanzara una breve y envidiosa mirada a los cascos
integrales que llevaba la escolta de guerreros de fuego de
El’hassai. Seguí la dirección de la mirada de mi ayudante y
descubrí que estábamos descendiendo hacia una pequeña
plataforma de aterrizaje que sobresalía de la pared vertical
de la Aguja, una las muchas dispersas entre los millones de
salientes.

-Eso parece- coincidí, entrecerrando los ojos para mirar a


través del enrarecido aire. Las parpadeantes balizas de
aterrizaje que guiaban a nuestro piloto resaltaban los
augméticos de la guardia de honor de skitarii de uniformes
escarlatas que formaban junto a la puerta que conducía al
interior de la torre. De repente, una idea pasó por mi cabeza
y miré a Zyvan con cierto espanto.
-¿No esperaran que salgamos ahí fuera, ¿verdad?

-No será por mucho tiempo- me aseguró. -El magos


Dysen dicen que una breve exposición a esa
atmósfera es bastante inofensiva.

-“Bastante”- repetí, pronunciando la palabra como si fuera


una afirmación, mientras rumiaba cuánta imprecisión podría
albergar aquella simple palabrita. -Eso estará bien para
él, que ya no tiene pulmones que se le puedan joder
[53].

[53] De lo cual podemos inferir que Caín al menos se había tomado un tiempo
para familiarizarse con los archivos de datos de los miembros más antiguos del
Adeptus Mechanicus en Fecundia.

-En todo caso, no de los biológicos- añadió Zyvan con


cierta jocosidad. Pero antes de pudiéramos seguir hablando
sobre el asunto, una leve vibración transmitida por el casco
me indico que el piloto había aterrizado con la destreza que
esperaba de él y de que el tiempo de conversar ya había
pasado.
CAPÍTULO SIETE
Lo primero que llamó mi atención al bajar por la rampa fue
el olor, una espesa y sulfurosa humedad que abofeteó mí
rostro como una manta empapada en la tibia agua de un
pantano. Un intenso calor bullía a nuestro alrededor a través
del hediondo aire, ascendiendo desde el manofactorum que
teníamos debajo gracias a imperiosas y fétidas ráfagas
térmicas, como si las propias fraguas estuvieran
constantemente quebrando el propio aire. Incluso prevenido
como estaba, tosí e incluso estuve a punto de vomitar,
envidiando, esa vez en serio, los respiradores que llevaban
los guerreros tau.

-Apesta un poco- observó Jurgen, tan ajeno a la ironía


como siempre, mientras yo me situaba junto a Zyvan y el
pequeño grupo de ayudantes que lo acompañaban. Como
no me atrevía a responder y estaba respirando todo lo
superficialmente que podía, me limité a asentir.

La plataforma de aterrizaje era mucho más pequeña de lo


que me había imaginado, apenas lo suficientemente grande
para albergar nuestra lanzadera, y mi ya buena opinión
sobre nuestro piloto subió varios enteros. El morro de la
nave estaba a tan sólo un puñado de metros de la pared,
cerca de donde se abría el atractivo e iluminado rectángulo
de una puerta, mientras que el patín de aterrizaje de
estribor estaba aún más cerca de la vertiginosa caída de
tres kilómetros hacia el corazón de los hornos. Con un
escalofrío, me di cuenta de que el borde exterior carecía de
cualquier tipo de barandilla, o incluso de un pasamanos
para impedir que cualquier descuidado diese un paso en
falso, así que decidí mantener el casco de la nave entre el
abismo y yo. Estaba claro que los tecno-sacerdotes que allí
trabajaban consideraban el instinto de auto-conservación
como algo superfluo.

-Bien hecho- felicitó Zyvan a nuestro piloto a través de su


comunicador personal y se volvió hacia mí. -Nos ha
situado en una posición en la que podemos utilizar la
lanzadera como barrera contra el viento.

-Algo por lo que todos deberíamos dar gracias al


Trono- coincidí, sintiendo como las ráfagas de viento que
atravesaban el caso hacían ondear mi abrigo como un
estandarte. Sin la protección de la nave, me habría sido
difícil mantenerme en pie. La alarmante visión de ser
arrastrado y arrojado al vacío por el aire turbulento pasó por
mi mente y la reprimí con firmeza.

-Bienvenidos- nos saludó el oficial al cargo del


destacamento de skitarii con el átono zumbido de un
codificador-vox, mientras hacía el gesto del engranaje que
generalmente prefieren los seguidores del Dios-Máquina. -
Centurión Kyper, Primus Pilem, Cohorte Fecundia.

Como la mayoría de los skitarii con los que me había


cruzado en el curso de mis erráticos vagabundeos por la
galaxia, tenía más el aspecto de un ogrete intensamente
aumentado que el de un humano, con una musculatura
abultada gracias a los potenciadores químicos y entrelazada
con sus biónicos.

-Descanse- dijo Zyvan, sin molestarse en presentarse; si


Kyper no se daba cuenta inmediatamente de con quien
hablaba, es que no tenía que estar allí. A continuación,
señaló en mi dirección. -Me acompaña el comisario Cain,
junto al enviado tau y su escolta.

-¿El enviado tau?- repitió Kyper, sonando tan sorprendido


como se lo permitía su vocalizador mecánico. Podía ver muy
poco de su rostro dentro de la capucha que los protegía de
los elementos y la mayor parte de los que puede ver era
demasiado metálico como permitir mostrar una expresión,
pero no necesitaba mirarlo a los ojos para darme cuenta de
estaba alterado. Comenzó a lanzar rápidos chirridos en
binario a sus dos compañeros, ambos empequeñecidos por
el corpulento servidor de combate que formaba al final de la
escolta. -No hemos sido informados de eso.

-Fue una decisión de última hora- expliqué, con la voz


ronca debido a la fina capa de cenizas y sin duda otras
muchas sustancias aún menos agradables que obstruían mi
laringe.

-Debe permanecer en la lanzadera- señaló Kyper con


firmeza.

-Esa no es una decisión que usted pueda tomar- le


espetó Zyvan, con el tono de un hombre para que el que
tener que poner en su sitio a los subordinados molestos se
había convertido en algo natural.

-¿Hay algún problema?- preguntó El’hassai, apareciendo


al pie de la rampa de desembarco y enmarcando sus
palabras con unas pequeñas y precisas toses. Se dirigió
directamente hacia el skitarii. -Mis credenciales
diplomáticas han sido totalmente aprobadas por…

-Criatura no santificada- le interrumpió el servidor de


combate mientras se ponía en movimiento. -Purgar y
reconsagrar.

-Desconecta esa cosa- grité, con el mejor de mis tonos


intimidatorios. Pero antes de que Kyper pudiera mover uno
solo de sus músculos augméticos, el constructo ya había
alzado el brazo armado con un cañón automático y
disparado una ráfaga de proyectiles de grueso calibre que
rechinaron y rebotaron contra la, de repente, muy abollada
rampa de desembarco. El’hassai volvió a subir por ella con
una encomiable rapidez mientras el servidor había con paso
firme hacia la lanzadera, con la clara intención de matarlo.

-¡Despegue!- le gritó Zyvan al piloto, pero éste había


apagado los motores nada más aterrizar, sin duda
previendo una larga y tediosa espera hasta que finalizaran
las negociaciones preliminares, y todos sabíamos que no
había forma de que la lanzadera se elevara antes de que el
servidor la alcanzara.
Volví a desconectar mi comunicador vox justo a tiempo para
escuchar al piloto confirmar la orden.

-Encendiendo- confirmó y los motores principales se


encendiendo con un rugido que me hizo castañetear los
dientes. -Quince segundos para el despegue.

-¡No tenemos quince segundos!- grité. -Esa maldita


cosa logrará subir antes a bordo. ¡Suba la rampa!

-Lo estoy intentando- me informó el piloto, su voz sonaba


con la antinatural calma de alguien acostumbrado a lidiar
con situaciones extremas. -Uno de los disparos del
cañón automático ha desactivado los servos.

-¡Entonces, acabe con él!- ordené, mirando el cañón


multilaser situado bajo la cabina.

-No puedo apuntarle- replicó el piloto, con el tono de


hombre acostumbrado a acompañar las malas noticias con
otras aún peores. -Ya está fuera de su alcance.

-¡Entonces tendréis que hacerlo vosotros!- grité


volviéndome hacia el centurión skitarii-. ¡Abrid fuego o
desconectadlo! Vosotros elegís.

Durante un instante, se comunicaron consternados los unos


a los otros mediante su chirriante lenguaje código.
-Lamentablemente, comisario, no podemos hacer
nada de lo que nos pide- contestó Kyper. -La unidad
está programada para defender la Aguja de entradas
desconocidas y dañarla va en contra de uno de los
principios del Omnissiah. Puedo solicitar los códigos
de desactivación apropiados a una autoridad
superior, pero…

-Oh, por el amor del Emperador- exclamé, sacando mi


arma. Enfrentarme a un servidor de combate totalmente
acorazado iba en contra de todos mis instintos de auto-
conservación, pero si El’hassai moría, sabía demasiado bien
a quién echarían la culpa; caramba, si ni siquiera habría
estado allí si yo no lo hubiera invitado. Disparé un par de
descargas a la espalda blindada del contructo, con la única
intención de desviar su atención durante el tiempo
suficiente para que piloto pudiera despegar, antes de que
yo hiciera lo propio, saliendo a la carrera hacia la seguridad
que ofrecía la puerta.

Pero cuando me giré, vi como la puerta se sellaba con un


siseo, dejándonos atrapados en la estrecha plataforma de
aterrizaje.

-¿Y ahora qué?- bufé exasperado.

-Los espíritus-maquina están sellando la Aguja en


respuesta al uso de armas de fuego- contestó Kyper.

En ese justo momento se hizo evidente el fallo de mi plan.


El servidor se giró pesadamente y alzó su brazo armado
para apuntarme. -Se ha detectado acción hostil- zumbó.
-Tomando represalias. Tomando represalias.

Salté a un lado para salvar mi vida mientras los impactos de


los proyectiles del cañón automático se dirigían hacia donde
me había encontrado un instante antes. Zyvan y sus
ayudantes se alejaron de la línea de fuego como patos
asustados. Yo rodé por el suelo, efectuando otro disparo con
la esperanza de alcanzar algo vital. No hubo suerte, por
supuesto, pues todo lo vulnerable estaba bien a cubierto
detrás de su blindaje.

-Permítame, señor- dijo Jurgen, disparando una ráfaga


con su fusil láser. Como ya era de esperar tampoco surtió
mucho efecto, aunque sí logró frenar por un momento el
avance de aquella cosa, que se giró para lanzar una ráfaga
en su dirección, la cual chirrió mientras rebotaba en el patín
de aterrizaje detrás del que se había refugiado. A
continuación, se volvió de nuevo hacia mí, con la intención
de ocuparse de un solo objetivo a la vez [54].

[54] Probablemente porque, al estar al descubierto, Cain era el objetivo más


visible.

-Solicito códigos de desactivación, autorización Alfa


Beige Cero Siete Seis Ocho Cantata- dijo Kyper,
aparentemente a través de algún enlace de vox interno. -
Máxima urgencia.

Al menos ya estaba haciendo algo, pero si no era capaz de


solucionarlo muy rápidamente, iba a ser demasiado tarde
para mí.
Volvía a lanzarme hacia un lado, con los trozos de
rococemento salpicando mi rostro y me acerqué a la
lanzadera justo cuando el sonido de sus motores se elevaba
hasta convertirse en un aullido. La neblina marrón se
arremolinó a mis tobillos, agitada por la contracorriente y
corrí a toda velocidad hacia la atascada rampa. Era una
apuesta desesperada, pero en aquel instante parecía ser la
mejor de entre un montón de posibles opciones, la mayoría
de las cuales probablemente provocarían mi muerte.

-¡Despegando, ya!- gritó el piloto y yo salté desesperado


hacia la placa de metal que se elevaba, sintiendo como el
borde la misma se estrellaba contra mi estómago,
arrancándome el aire de los pulmones, (lo que
probablemente no fuera nada malo, teniendo en cuenta la
calidad del mismo). Justo en ese momento fui consciente de
que aún tenía mi pistola en la mano, lo que me impedía
agárrame a cualquier otra cosa.

Apenas tuve tiempo de maldecir antes de sentir como me


resbalaba por la rampa. Agitándome desesperadamente,
conseguí agarrarme con mi mano libre a uno de los
pasadores de retención, lo que me dejó colgando como un
pececillo recién pescado mientras el panorama de la
colmena giraba vertiginosamente bajo mis pies. No tengo ni
la menor idea de por qué no había soltado la pistola, pero
supongo que aquellas alturas, aunque lo hubiera intentado,
estaba demasiado aterrorizado como para ser capaz de
abrir los dedos.

-¡Aguante, señor!- me gritó Jurgen a través del vox, en lo


que me pareció el consejo más superfluo que jamás había
recibido. Entonces, el servidor volvió a abrir fuego y las
balas de gran calibre abrieron una ominosa línea de cráteres
a lo largo de la parte inferior de la rampa sin que alcanzaran
mis piernas, que pataleaban salvajemente, por un margen
demasiado estrecho y entonces adiviné la razón de su
advertencia.

Nunca sabré por qué el servidor siguió descargando su


rencor contra la lanzadera en lugar de volverse contra mi
ayudante en cuanto tuvo un tiro claro contra él, pero el caso
es que continuó apuntándonos con la misma despiadada
ansia de venganza que un orko [55].

[55] Esos servidores suelen estar programados para concentrar su fuego en lo


que perciben como la mayor amenaza, y en aquel caso ésta era el multiláser de
la lanzadera y la presencia de un intruso xenos a bordo.En comparación, Jurgen
y su fusil láser no constituían más que una irritante molestia.

-El motor de estribor se ha incendiado- anunció el


piloto, con un tono de profesionalidad que me sonó más
débil que nunca. La lanzadera dio una brusca sacudida que
casi me hace perder mi precario control. Los músculos de
mis hombros gritaban en señal de protesta y sentía como mi
brazo estaba punto de soltarse de su agarradero. Una
columna de espeso humo negro, que se veía perfectamente
entre lo que pasaba por ser la atmósfera en aquel lugar,
comenzó a brotar de la cubierta del motor, alejándose para
juguetear con sus amigas que surgían de los hornos que
había debajo. Si caía, probablemente ardería antes de
chocar contra el suelo (o más probablemente contra el
techo de algo), lo cual no era precisamente el más
tranquilizador de los pensamientos. -Tendré que volver a
aterrizar- terminó. Y aplastándome como insecto en el
proceso, pensé.
-¡ Manténgase en el aire!- grité desesperado, intentando
apelar a su sentido del deber, ya que mi propia situación no
le haría desistir, dado que los comisarios no son
precisamente las personas más populares entre la
soldadesca [56]. -¡Si aterriza, esa cosa matará al
embajador!

[56] Es muy típico en él que no se le ocurriera pensar en la alta estima que


gozaba, en vivo contraste con la de la mayoría de sus colegas.

-Es aterrizar o estrellarse- contestó obstinadamente el


piloto. -¡Y seguro que no podrá sobrevivir a eso!

-Su preocupación por mi bienestar es muy


gratificante- anunció una voz familiar que se elevó sobre
el silbido de nuestro maltratado motor, el rugido del aire
que entraba por el reducido espacio sobre la rampa y el
estruendo de otra ráfaga procedente de la plataforma de
aterrizaje. -Pero creo que estaré bastante protegido.

Una delgada mano de cuatro dedos [57] aferró mi muñeca y


tiró de ella con sorprendente fuerza.

[57] Tres y un pulgar, para información de los más pedantes de entre mis
lectores.

No pudo subirme a bordo con sus propias fuerzas [58], por


supuesto, pero me impulsó lo suficiente para desplazar mi
centro de gravedad hacia la rampa que se movía
salvajemente y después me fue fácil arrastrarme hasta
ponerme a salvo.
[58] Dada su relativamente pequeña estatura, no es de extrañar que el
promedio de los tau sean algo más débiles que los humanos, pero, como en
otros tantos aspectos, no es prudente subestimar su determinación o tenacidad
en una situación de crisis.

-Gracias- dije, poniéndome en pie con cierta dificultad y


guardando finalmente la pistola en su funda. Sin embargo,
no hubo más tiempo para conversar, ya que la plataforma
de aterrizaje se iba haciendo cada vez más grande y el
servidor asesino seguía disparando contra nosotros
mientras descendíamos. Nuestro piloto parecía demasiado
ocupado intentando que descendiéramos de una sola pieza
como para usar el multiláser [59]. Tropecé cuando la
lanzadera volvió a tambalearse y me sujeté por simple
reflejo a El’hassai, arrastrándolo hacia un lado justo cuando
un torrente de proyectiles del cañón automático trituraban
el mamparo donde justo había estado parado tan solo un
instante antes. -Espero que esa protección suya esté
lista para atacar en cuanto toquemos tierra.

[59] O más probablemente, pensó que el riesgo del alcanzar accidentalmente a


Zyvan era demasiado alto para intentarlo.

-Lo está- me aseguró El’hassai. Al mirar a mi alrededor, vi


a la pareja de guerreros del fuego que habían acompañado
al diplomático hasta la rampa. Cada uno de ellos extrajo un
delgado cable de algún lugar de entre los recovecos de su
armadura y la engancharon en lo soportes del techo,
liberando sus manos para poder manejar sus armas. Un
segundo más tarde, dos descargas de plasma salieron de
sus fusiles de pulsos e impactaron de lleno en el servidor
rebelde.
-¡Buena puntería!- grité, aunque probablemente no
entendieran ni una sola palabra de lo que les dije. Animar a
las tropas se había convertido en un hábito muy arraigado,
especialmente cuando yo mismo estaba en la línea de
fuego. -¡Ya está, acabado!

Sin embargo, mi júbilo resultó ser algo prematuro, ya que el


Adeptus Mechanicus había hecho un trabajo demasiado
bueno construyendo aquella cosa. El constructo se
tambaleó bajo el fuego, mientras yo observaba con
aprobación como Jurgen se había sumado a la refriega con
la habitual tenaz determinación a la que me había
acostumbrado durante el transcurso de nuestra larga
asociación, pero desafortunadamente para mí, el servidor se
recuperó, intentando una vez más alzar su brazo fusionado
con el cañón automático a la vez que intentaba recuperar el
equilibrio.

-Al menos le hemos arrancado los dientes- anunció


Zyvan por el vox con evidente aprobación. Vi que su mano
estaba junto a su arma, sin duda deseando desenfundarla y
comenzar él mismo a disparar, pero ya le iba ser lo bastante
difícil el negociar con nuestros anfitriones sin que él
también hubiera agujereado uno de sus juguetes.

Justo en ese momento, la cubierta tembló bajo mis pies


cuando la lanzadera se estrelló con un brutal estruendo
contra la plataforma de aterrizaje, arrojándonos al suelo a
Al’hassai y a mí. El tau apenas tuvo tiempo de gritar algo en
su propia lengua, aunque no tengo ni idea de si se trataba
una pregunta interesándose por sus escoltas o una simple
blasfemia, similar a la yo estaba lanzando. La lanzadera
rebotó contra la pista, volvió a chocar contra la plataforma y
finalmente se detuvo, con la cubierta inclinada en un
extraño ángulo.

-Buen aterrizaje- transmití por vox al piloto, con un


palpable alivio en mi voz que disipó cualquier posible
sospecha de sarcasmo.

-Lo mejor será que salte mientras pueda- respondió


este, haciendo saltar los cierres de emergencia de la
carlinga mientras hablaba para luego comenzar a descender
hasta la cubierta por una escalerilla de emergencia.

La lanzadera vaciló ligeramente cuando el piloto saltó sobre


la cubierta y, con un estremecimiento de horror, comprendí
de repente el por qué la pequeña nave estaba inclinada en
un ángulo tan agudo. En su prisa por hacernos descender y
con los controles de la nave afectados por los daños
causados por el servidor rebelde, el piloto no había logrado
aterrizar del todo sobre la plataforma. Nos estábamos
tambaleando casi colgando del precipicio, azotados por los
irregulares vendavales que subían desde las profundidades
y sólo haría falta una ráfaga de viento especialmente fuerte
para hacernos caer al vacío.

-¡Comprendido!- dije y luego me volví hacia El’hassai, que


se tambaleaba a mi lado. -Tenemos que saltar ahora
mismo. Este saco de tuercas se precipitará al vacío
en cualquier momento.

-Ra’sncr’ns y Gl’den’sn- respondió, algo que me


desconcertó por un momento, durante el cual lo examiné
disimuladamente en busca de cualquier signo visible de
traumatismo craneal, antes de seguir la dirección de su
mirada y darme cuenta de que estaba hablando de sus
guardaespaldas. -¿Están muertos?

-Demasiado bien no parecen estar - le respondí,


corriendo hacia el más cercano, fuera el que fuera de los
dos. Él (o ella, nunca me ha resultado fácil distinguirlo,
incluso sin su armadura corporal, algo que, de todas formas
sólo le interesaría a otro tau) colgaba flojamente de la cinta
que había utilizado para sujetarse. Al no saber cómo
soltarlo, me limité a desenfundar mi espada sierra y la corté
de un tajo, atrapando al conmocionado guerrero mientras
caía.

El xenos se agitó débilmente cuando cerré mi brazo para


sujetarlo, lo cual al menos respondió a una de las preguntas,
aunque, sí he de ser sincero y dadas las circunstancias,
hubiera preferido encontrar un cadáver que hubiera podido
abandonar de inmediato sin ver afectada mi reputación. No
queriendo perder más tiempo, me lo cargué al hombro y me
giré a ver cómo le iba a El’hassai con el otro guerrero.

Gracias al Trono, el segundo guardaespaldas parecía poder


estar en condiciones de caminar, aunque se apoyaba con
tanta fuerza sobre El’hassai que los ralentizaba a ambos,
por lo tanto, yo iba tres o cuatro pasos por delante cuando
salté el metro o así que me separaba del rococemento de la
plataforma de aterrizaje. Con sesenta y tantos kilos de
xenos [60] a cuestas, mi aterrizaje no fue precisamente
elegante, lo cual, teniendo en cuenta todo lo anterior, no
era de extrañar. Y menos mal que así resultó, porque al
tropezar, logré evitar el tajo de una ruidosa espada sierra
que atravesó el lugar donde un instante antes había estado
mi cabeza. Retrocedí por mero reflejo, dejando caer al suelo
al guerrero de fuego y rodé a un lado para esquivar otro
golpe. El servidor se giró para seguirme, arrastrando un
poco la pierna izquierda, algo que me permitió ampliar la
distancia.

[60] No es mala estimación, si se tiene también en cuenta la armadura de


combate.

-¡No tengo un disparo limpio, señor!- me gritó Jurgen


desde cerca de la puerta. Todos los demás se agrupaban
junto a ella, discutiendo y gesticulando, lo cual era una
pésima noticia desde mi punto de vista. Incluso si lograban
abrirla, nunca conseguiría llegar a un lugar seguro a través
de toda aquella aglomeración. Tendría que seguir
manteniendo a raya al constructo y confiar en que todo se
solucionaría.

-Ya tengo los código de desconexión de la unidad-


murmuró Kyper, un poco tarde en mi opinión. -
Transmitiéndolos ya.

-Muy agradecido- le contesté, rechazando en pro de la


diplomacia otras alternativas más breves y sonoras que me
habían venido a la mientras adoptaba la posición de en
guardia con mi propia espada sierra. Debía seguir
pareciendo adecuadamente heroico ahora que lo peor del
peligro ya había pasado, y no sabía cuánto tiempo podría
tardar antes de desactivarse aquella cosa. Menos mal que
así lo hice. Apenas había alzado la espada, aquella maldita
cosa me lanzó otro golpe, que paré por puro reflejo. Las
chispas saltaron al chocar los dientes giratorios de nuestras
hojas y yo retrocedí, agachándome bajo la alzada proa de la
lanzadera. -Cuanto antes lo haga, mejor.

-Lo voy a volver a intentar- dijo Kyper, una frase que me


produjo un comprensible escalofrío. -Los nodos de
comunicación del servidor parecen haber sufrido
daños en el combate.

-No me digas- repliqué ahogando una nueva salva de


exabruptos al tiempo que desviaba otro veloz golpe para
luego lanzar un tajo hacia el descubierto vientre del
constructo. Había quedado claro que las armas de los tau no
habían podido detenerlo, pero habían roto su caparazón
como el de un crustáceo cocido. Como recompensa, un
chorro de una apestosa mezcla de icor y lubricantes se
derramó del servidor, pero apenas conseguí frenarle y logré
esquivar otro golpe colocándome detrás del patín de
aterrizaje de la proa de la lanzadera. La nave se estremeció
con siniestro crujido cuando hoja del servidor chocó contra
ella y yo me encontré a tan solo tres o cuatro pasos del
borde del abismo.

Sin embargo, no tuve tiempo para preocuparme por eso, ya


que el servidor seguía acercándose, ignorando el constante
tintineo de los proyectiles láser contra su espalda. Tras
haber visto que el patín me ofrecía algo de cobertura,
Jurgen no tardó ni un segundo en volver a disparar contra el
enloquecido constructo.

Lanzando chispas, el chirriante servidor y yo nos enlazamos


en un letal vals, dando mandobles y tajos alrededor del
grueso patín metálico, girando a su alrededor en un intento
de encontrar un punto débil en la defensa del contrario o
esquivando un inesperado y repentino golpe. Un juego en el
que yo tenía ventaja a corto plazo, ya que mi instinto y mi
inteligencia me mantenían por delante del limitado
repertorio de golpes pre-programados del constructo, pero
era una ventaja que se iría erosionando rápidamente a
medida que me fuera agotando bajo sus incesante
embestidas.

Mientras yo seguía intercambiando golpes con el asesino


mecánico, El’hassai finalmente había saltado de la oscilante
lanzadera con el otro guerrero de fuego acompañando su
incómodo aterrizaje. Por el rabillo del ojo, vi como
tropezaban y caían, lo que atrajo mi atención durante un
segundo potencialmente fatal. Sólo unos reflejos
perfeccionados en innumerables prácticas y demasiados
combates como aquél me libraron de perder la cabeza. Así
pues, y sin ser realmente consciente de lo que hacía,
levante mi propia espada, logrando desviar un golpe que
hubiera resultado letal en aquel momento de distracción.

-¡Quitaos de ahí!- grité, consciente únicamente de que


ahora estaban bloqueando la línea de fuego de Jurgen. Sin
embargo, los tau parecieron interpretarlo como si me
estuviera preocupando por su bienestar, ya que El’hassai se
volvió para hacer un breve saludo en mi dirección antes de
ayudar a su compañero a ponerse en pie. Mientras lo hacía,
me fijé en el cable de seguridad que aún colgaba del equipo
del guerrero de fuego y comenzó a formarse una
desesperada idea en mi mente.

-¡Embajador! ¡El cable!


-¿El cable?- preguntó El’hassai, recibiendo su susurrante
voz a través del comunicador personal de mi oído. En ese
momento, bendije la previsión de Zyvan al proporcionarle
acceso limitado a nuestra red de vox. -¿Qué pasa con él?

-¿Puede desconectarla de la armadura?-. Aquella


pregunta tan sencilla, estuvo salpicada de golpes y paradas,
hasta el punto de parecerme que la pronunciaba silaba a
silaba. El’hassai no perdió el tiempo en responder, sino que
se limitó a manipular una especie de abrazadera y a
levantar una pequeña caja, aproximadamente de un palmo
de ancho.

-¡Bien, tíremela!- le grité.

En fin, lo hizo lo mejor que pudo, pero era un diplomático,


no un atleta. La cajita se elevó en el aire aproximadamente
en mi dirección, rebotó contra el fuselaje de la lanzadera,
que gemía siniestramente, y cayó sobre la plataforma de
rococemento a unos tres metros de mí, demasiado cerca del
precipicio para mi gusto.

-Lo siento- se disculpó, lanzándonos una última mirada a


su conmocionado compatriota y a mí por encima de su
hombro antes de salir corriendo hacia la puerta tan rápido
como le permitía el tambaleante andar de su compañero.

-No se preocupe- contesté, seguro de que, pasara lo que


pasara, mi muerte no le iba a quitar lo más mínimo el
sueño. Lance una finta con mi espada sierra hacia la
derecha, como si estuviera a punto de lanzar un golpe hacia
mi izquierda, confiando en que el constructo reaccionara tan
previsiblemente como yo pensaba. Por suerte, eso fue
exactamente lo que hizo, dando un pesado paso hacia la
izquierda para detener mi previsible golpe. Pero no fue
aquello lo que hice, sino que, una fracción de segundo más
tarde, mantuve mi golpe hacia la derecha, mientras rezaba
al Emperador para que no tuviera que detener con los
dientes el golpe de la espada sierra de mi adversario.

Tal vez fue que, por una vez, Él me estaba escuchando, o tal
puede que sea cierto aquello de que la fortuna sonríe a los
tontos, pero para cuando el servidor se dio cuenta de yo no
estaba donde creía que iba a estar, él ya había propinado su
golpe sobre el rococemento y yo había rodado por el suelo y
extendido mi mano para tomar el carrete del cable tau.

Por un momento pensé que se me iba a escurrir entre los


dedos, pero logré sujetarlo con mi espada sierra, sintiendo
como mis botas se acercaban al abismo durante un instante
que me paralizó el corazón; luego, el extraño bloque de
polímero estaba en mi mano y yo me alejé del borde del
precipicio, respirando con dificultad.

-¡Cuidado, señor!- me advirtió Jurgen mientras yo me


ponía de rodillas y me giraba para ver al servidor esquivar el
patín delantero y cargar contra mí con una implacable
determinación. Con siniestro chirrido, la lanzadera en
precario equilibrio volvió a moverse y sentí claramente
como se estremecía el rococemento. El servidor dejó caer su
espada, rociándose de grava y polvo cuando los dientes
giratorios se clavaron en la roca mientras yo retrocedía con
dificultad. Al ponerme en pie, mi cabeza chocó
dolorosamente con la inclinada panza de la lanzadera
varada y sólo el acolchado de mi gorra impidió que el
inesperado golpe me aturdiera.

Estaba jodido, acorralado y sin una línea de retirada.

-¡¿Cómo funciona esta cosa?!- grité, rechazando otro


golpe del arma de la implacable máquina, para luego
agacharme y arrastrarme para refugiarme todo lo posible
bajo el inclinado casco. El servidor no podía agacharse y
esperaba que allí no le fuera fácil alcanzarme.

-Saque todo el cable que necesite y luego cierre el


seguro- me contestó El’hassai, como si aquello fuese algo
que toda la galaxia debería saber. Tiré cuidadosamente del
extremo y descubrí que el carrete dentro de la caja se
deslizaba libremente, aparentemente sin la menor fricción.
Un pequeño interruptor cerca del agujero por donde salía el
cable encajó en su lugar cuando lo empujé y el hilo quedó
bloqueado. -Al soltarlo de nuevo, el cable se
rebobinará automáticamente.

-Perfecto- le aseguré, manoseando la caja en busca de


algo más que presionar. -¿Cómo consigo que se pegue?

-Si activa el control superior, la parte plana de la


carcasa se adherirá a nivel molecular. Si activa el
inferior, se pegará el extremo del cable- me explicó
El’hassai con una encomiable brevedad.
-Entendido- contesté, esquivando mientras hablaba otro
golpe mecánicamente predecible de mi adversario mientras
me preguntaba cuánto tiempo me acompañaría la suerte.
Coloqué la parte plana de la caja contra la parte inferior de
la lanzadera, convencido de que toda la nave se movería en
cuanto la tocara [61] y apreté el botón que me había
indicado El’hassai. Para mi sorpresa, aguantó [62].

[61] Algo muy improbable, si hubiera estado tan críticamente equilibrado, se


habría derrumbado por las vibraciones provocadas por el desembarco de Cain y
El’hassai.

[62] Como ciertamente debía hacerlo; un enlace molecular hace que ambas
piezas formen parte del mismo objeto.

A continuación, llegó la parte difícil. Al pulsar el segundo


botón, giré el extremo del cable delante de mí, moviéndolo
de un lado a otro, utilizándolo para defenderme del
constructo. Tal y como esperaba, reaccionó de inmediato,
utilizando el muñón del cañón automático para enredar el
cable, con la intención de tirar de él para arrastrarme a un
desagradable encuentro con su espada sierra.
Sincronizando el movimiento con total exactitud, alcé mi
arma para parar el golpe y rodé bajo el servidor para
ponerme en pie a su espalda. A pesar del deseo de lanzarle
un último golpe de despedida, clavé mis botas en el
rococemento y corrí con todas mis fuerzas hacia la puerta.
-El procedimiento de desconexión sigue fallando- me
comunicó Kyper, con un tono tan enojado como lo permitían
los filtros de voz mecánica.

-Entonces, olvídelo. Sólo abra esa maldita puerta-


gruñí mientras corría. Al encontrarme frente a mí el cuerpo
inconsciente del tau y demasiado consciente del público
que me observaba apelotonado ante la puerta, resistí la
tentación de saltarle por encima y seguir adelante, optando
por agacharme y tomarle de un brazo. No es necesario que
diga que aquello no me ayudó precisamente a avanzar y me
giré esperando que el servidor estuviera de nuevo cargando
hacia mí. Sin embargo, para mi enorme alivio, estaba justo
donde lo había dejado, inmovilizado junto a la lanzadera y
yo ya estaba lejos del alcance de su espada sierra. Sólo en
aquel momento comencé a relajarme.

-Ya estoy con usted, señor- dijo me llegó una voz familiar
mientras me alcanzaba un característico aroma seguido un
instante después por el propio Jurgen. Sin demorarse, mi
ayudante tomó por el otro brazo al tau, lo que aceleró
considerablemente nuestra marcha.

-Gracias, Jurgen- dije, mientras llegábamos por fin a la


puerta cerrada. Me giré, justo a tiempo para ver como la
lanzadera resbalaba hacia atrás acompañada por el gemido
del metal sobre-tensionado y el chirrido de las planchas del
casco al romperse. A continuación, casi tan rápido como
para darnos cuenta, desapareció por el borde del abismo,
arrastrando al servidor con ella.

-Te voy a decir una cosa, Ciaphas- me dijo Zyvan, tras


un instante de un horrorizado silencio, finalmente roto por
un resonante estruendo procedente de algún lugar cerca de
la base de la Aguja. -Realmente sabes cómo hacer una
buena entrada.
CAPÍTULO OCHO
Ni que decir tiene que nuestra espectacular llegada no
causó precisamente una buena impresión en nuestros
anfitriones. El recibimiento que nos hicieron fue
decididamente gélido, incluso para el lamentable nivel de
hospitalidad del que suelen gozar los invitados del Adeptus
Mechanicus.

Cuando finalmente entramos en la Aguja y lo cierto es que,


a juzgar por mis resentidos pulmones, ya habíamos tardado
más que bastante, el contraste con el mundo exterior fue,
como mínimo, muy marcado. En aquella época, yo ya había
estado en los suficientes santuarios del Mechanicus como
para que me resultara familiar el filtrado aire frío con su
penetrante olor a ozono, combustibles y lubricantes, al igual
que la sobreabundancia de superficies de acero pulido y
engranajes en relieve. Los habituales pedazos de veneradas
chatarras estaban diseminados por todas partes, protegidos
de los dedos mugrientos y de las mecanodendritas de los
curiosos por vitrinas de cristal meticulosamente limpias,
mientras que las excesivamente brillantes lámparas hacían
todo lo posible para que las paredes metálicas
resplandecieran de una forma adecuadamente reverencial.

Kyper y sus skitarii nos guiaron a toda prisa por el laberinto


de pasillos metálicos, que sólo se diferenciaban por la
disposición de las baratijas tecno-teológicas que cubrían las
paredes, tan rápido como podían, presumiblemente en un
intento de evitar que los xenos pudiera ver sus maravillas;
aunque, dado el estado de dos de ellos, tampoco es que
pudiéramos ir muy deprisa y sólo El’hassai parecía estar en
condiciones de hacer turismo. Aunque tampoco es que
pareciera que tuviera especial interés en hacerlo, ya que iba
dividiendo su tiempo a partes iguales entre su compañero
que cojeaba y el que estaba siendo transportado con la
mayor delicadeza posible por los dos subordinados más
jóvenes de Zyvan.

-He visto mecanos más felices- le murmuré al Lord


General, sin que me importara lo más mínimo que nos
escuchara alguno de los skitarii con sus amplificados
sentidos. Pero ninguno dio el menor indicio de haberme
oído, sólo se limitaron a seguir comunicándose los unos a
los otros en su chirriante lenguaje prohibido, sin duda para
asegurarse de que la culpa del desastre de la plataforma de
aterrizaje no recayera sobre ninguno de ellos.

-¿Cómo puedes saberlo?- me replicó, lanzando una agria


mirada a nuestros escoltas. -No he conocido a ninguno
que pueda esbozar una sonrisa sin tener que rajarse
el cráneo.

-Esperen aquí- nos pidió Kyper, cuando llegamos a unas


puertas de bronce de una altura aproximadamente del
doble de la necesaria para que por ella pasara un hombre
normal, aunque supongo de esos no habría muchos por allí.
Abrió de un empujón la hoja izquierda, lo suficiente como
para poder pasar por ella y la cerró tras de sí con un golpe
que resonó incómodamente a nuestro alrededor,
recordándome con demasiada claridad el impacto de la
lanzadera al caer poco antes entre las forjas.
-No soportaré esta desconsideración- rugió Zyvan, con
la barba erizada y se adelantó para agarrar el picaporte. Los
skitarii se movieron para no dejarle pasar y él los fulminó
con la mirada-. Soy el jodido Señor de la Guerra de los
Sectores Rimward y yo no espero por nadie. ¡Se me
espera a mí!

En el silencio que siguió a aquellas palabras, logré escuchar


claramente detrás de mí el sonido de las pistolas al ser
desenfundadas y montadas, pues a sus ayudantes no les
quedó más remedio que seguir el ejemplo del Lord General.
Por supuesto, cualquier intercambio de disparos con los
skitarii hubiera sido suicida, ya que llevaban augméticos
hasta en las cejas, y no me cabía la menor duda de que los
fusiles Infierno que llevaban era la menor de las letales
sorpresas con las que contaban. Además, estaban
programados para el combate y probablemente abrieran
fuego por puro reflejo en cuanto se sintieran amenazados.
Sin embargo, lo que más me preocupaba era el simple
hecho encontrarme justo entre los dos grupos, en el lugar
más idóneo para ser acribillado por el fuego cruzado.
Definitivamente, había llegado el momento de poner fin a
todo aquello.

-Tal vez deberíamos irnos- dije, dando un paso hacia


adelante para colocar mi mano sobre el brazo de Zyvan
antes de que pudiera abrir la puerta con el hombro. Estaba
seguro de que sí lo hacía, confiando en la autoridad de su
posición para protegerlo, la programación neuronal de los
skitarii interpretaría aquel movimiento como un acto hostil y
abrirían fuego, como si fuéramos unos malditos herejes. -Si
el Adeptus Mechanicus no quiere nuestra ayuda,
podemos utilizar todas las fuerzas que hemos traído
con nosotros para reforzar las defensas de otros
sistemas.

-No creas que no estoy tentado de hacerlo- gruñó


Zyvan, volviéndose hacia mí para hablarme. Nadie más
podría haber salido bien parado por haberse atrevido a
sujetarle del brazo de aquella forma, pero el fajín rojo le da
a uno mucho margen de maniobra [63] y, para mi alivio, el
Lord General parecía estar de humor para escuchar. -De
todas formas, es muy probable que los tiránidos
pasen de largo esta pústula en el culo de la galaxia.

[63] Por lo general, parece que a Cain nunca se le ocurrió siquiera pensar que
Zyvan lo solía escuchar por la amistad que le unía a él y no por la autoridad que
le concedía el Comisariado.

Activé el comunicador portátil que llevaba en mi oreja a


través del cual había estado escuchando la conversación
entre nuestro antiguo piloto con el control de vuelo a bordo
de la nave insignia, que no habían reaccionado del todo bien
a la noticias de que nuestra lanzadera se había convertido
en un costoso montón de chatarra y de que necesitábamos
otra lo antes posible.

-Entonces sugiero que volvamos a la plataforma de


aterrizaje. Otra lanzadera ya está en camino y si la
esperamos allí, podremos evitar cualquier otro
desafortunado malentendido.

En ese justo instante, la puerta se abrió de golpe con una


fuerza totalmente innecesaria, confirmando mi suposición
de que al menos unos de los skitarii había estado
transmitiendo nuestra discusión a fuera quién fuera que
estuviera dentro. Kyper apareció en el hueco, casi pegando
su placa olfativa a las narices de Zyvan y a las mías, con un
aspecto de lo más agitado para tener una cara compuesta
casi exclusivamente por inmóviles objetos metálicos.

-Lord General- dijo, haciéndose a un lado y haciendo un


gesto de invitación con su brazo que hubiera parecido
mucho más atractivo sin las aserradas cuchillas, -sea usted
bienvenido.

-¿Desde cuándo?- me susurró Zyvan, mientras se


encaminaba a la cámara sin hacer ningún comentario ni
mirar hacia atrás. Yo le seguí, con una cortes y leve
inclinación de cabeza hacia el centurión convertido en
portero, con Jurgen colocándose a mi lado con la misma
fiabilidad que de costumbre. Los ayudantes de Zyvan
también dieron paso al frente, pero fueron detenidos por la
mano alzada de Kyper.

-Los xenos no pueden entrar en el Santuario del


Raciocinio- insistió con firmeza. -Deben regresar a su
nave lo antes posible.

-La delegación tau está aquí por una invitación


personal mía- dije, ignorándolo mientras echaba un
vistazo a la cámara a la que acababa de pasar. Era alta, con
una bóveda recubierta de metales preciosos y dominada por
un enorme icono del Emperador en su advocación como
Dios-Máquina. Una medialuna de asientos, cada uno de ellos
con un atril de datos, rodeaba a un venerable tecno-
sacerdote con tantos augméticos que apenas ya podía
calificársele de humano, atendido por una pandilla de
acólitos y un par de servo-cráneos flotando en el aire a su
lado. Los asientos que le rodeaban estaban ocupados por
otros magi, la mayoría de ellos tremendamente
aumentados, aunque una de ellas parecía conservar aún
buena parte de su tejido original, al menos lo suficiente para
mostrar una apariencia de expresión en su rostro, aunque,
como buena tecno-sacerdote, intentaba permanecer
impasible en lugar de estar atónita ante el drama que se
estaba desarrollando frente a ella-. Comprendo que no
somos precisamente aliados naturales, pero tenemos
un enemigo común: los tiránidos.

-Esa no es la cuestión- replicó el montón de piezas de


repuesto del estrado, como si estuviera afligido por tener
que comunicarse con nosotros mediante algo tan impreciso
como el gótico [64]. -Profanan los dominios del
Omnissiah con sus paganos artilugios- siguió y miró a
través de la puerta a los guerreros de fuego. Las lentas
ópticas de estos parecieron brillar rojas de ira, aunque
supongo que sólo sería el reflejo de su túnica.
Prácticamente todos los presentes vestían con algún tono
de ese color, salvo un par de ellos que llevaban túnicas
blancas [65] y me pregunté si aquellas sutiles variaciones de
la tonalidad serían algún tipo de indicador de su posible
estatus. Por otra parte, también podía deberse al número de
veces que la prenda había pasado por la lavandería.

64] Probablemente habría perdido la práctica después de décadas


comunicándose casi exclusivamente en binario.

[65] Una tradición que todavía mantiene obstinadamente un puñado de tecno-


sacerdotes, que afirma que el blanco es anterior al rojo generalmente preferido
por el clero de Marte. Parece que ese tan poco convencional atuendo pretende
demostrar la posición de su portador en una u otra de las innumerables disputas
doctrinales que libran continuamente entre ellos los discípulos del Omnissiah,
aunque lo que realmente puede significar continua siendo desconocido para los
no iniciados y es muy poco probable que le importe a alguien aparte de los
propios interesados.

-Entonces el asunto tiene fácil remedio- anunció


El’hassai, aparentemente negándose a sentirse ofendido,
aunque bien sabe el Trono que yo si lo estaría de estar en su
lugar. El embajador se quitó algo de la oreja, luego hurgó en
sus bolsillos y le entregó al guerrero de fuego su
comunicador y algunos objetos que no reconocí. -Toda la
tecnología tau será devuelta inmediatamente a la
plataforma de aterrizaje y se quedará allí hasta que
llegue la lanzadera.

-Lo mejor sería destruirlos- aconsejó la mujer. El magos


que presidía la reunión gorjeó y tarareó a la manera de los
de su clase durante un momento, aparentemente en
comunión con sus colegas.

-Llevárselos de aquí será suficiente- dijo finalmente con


cierta reticencia, si es que interpreté correctamente sus
palabras. -Con la condición de que ningún artefacto
xenos vuelva contaminar la santidad de Fecundia-.
Me quedó bastante claro de lo que realmente quería decir
era cualquier portador de tales artefactos, pero dadas las
circunstancias, difícilmente podía decirlo abiertamente-. Tal
y como están las cosas, simplemente tendremos que
soportar el intolerable insulto de su presencia un
poco más.
-¿Intolerable insulto?- rugió Zyvan, que evidentemente
no estaba de humor para la diplomacia. -Han abierto
fuego contra nosotros, han destruido nuestra
lanzadera y casi matan al comisario Cain. ¡Eso sí que
es un insulto, santurrón saco de tuercas!- exclamó con
furia al tiempo que se giraba sobre sus talones,
aparentemente dispuesto a marcharse de la sala. -Les
deseo suerte con los tiránidos, porque a menos que
escuche una disculpa en los próximos cinco
segundos, ¡saldremos de la órbita en cuando
lleguemos a nuestra nave insignia!

-Lord General- dijo la mujer, poniéndose en pie mientras


lanzaba una mirada a su superior que apenas fue necesaria
para transmitir su mensaje dado el casi audible chillido del
intercambio en binario que la acompañó. Zyvan dudó; si
cualquier otro hubiera hablado en ese instante, creo
sinceramente que hubiera cumplido su amenaza, o al
menos me habría hecho pasar un mal rato intentando
disuadirle. No se enfadaba fácilmente, pero cuando lo hacía,
era auténticamente terrible y yo no había tardado en darme
cuenta de por qué era buena idea que tuviera un comisario
cerca cuando cabía la posibilidad de que perdiera la
paciencia. Pero la clara voz femenina lo había tomado por
sorpresa, atravesando la niebla de ira que lo rodeaba. -
Puede que el magos Dysen haya elegido mal sus
palabras. Me temo que pocos de nosotros estamos
acostumbrados a hablar con personas ajenas a
nuestra orden.

-Efectivamente- se apresuró a secundarla el magos, a


tenor de su rostro nada contento de que una subordinada le
salvara (o más bien atendiendo a la parte delantera de su
cabeza, porque no tenía nada que pudiera describirse como
rasgos faciales). -La magos Kildhar tiene razón. No
pretendíamos insultar a nadie. Si hubiera sabido que
lo iban a acompañar unos xenos, el cortex del
servidor hubiera sido modificado, incluyendo las
actualizaciones apropiadas en su programación.

-Bien- dije a mi vez. -Lo cierto es que todo ha sido un


poco dramático, pero al final nadie ha salido dañado-.
De pronto, un pensamiento algo tardío cruzó
repentinamente por mi mente-. No había nadie debajo de
la lanzadera cuando cayó al vacío, ¿verdad?

-Nadie de importancia- me aseguró Kildhar.

-Sin embargo, la producción de azadones,


salvamanteles y de reguladores de tiro para
chimeneas se verá significativamente afectada-
apuntó otro de los tecno-sacerdotes, sonando claramente
afligido. -Sera necesario hacer serias reparaciones en
la fábrica.

-Pero, por otra parte, hemos conseguido una


significativa cantidad de materias primas ya
refinadas- señaló otro, claramente decidido a ver el lado
positivo. Miró a Zyvan. -A no ser que quiera le sean
devueltos los restos de la lanzadera. Estoy
prácticamente seguro de que no se puede reparar.

-Sírvase usted mismo- respondió bruscamente Zyvan,


que ya empezaba a tranquilizarse. Como la mayoría de los
tecno-sacerdotes, aquellos idiotas vivían en su propio
mundo, en el que la galaxia real rara vez se inmiscuía. Por
desgracia, una de sus facetas más desagradable estaba a
punto de caer sobre ellos en unas inimaginables cantidades
a menos que hiciéramos algo al respecto y pese al enfado
de Zyvan, no nos quedaba otra opción que hacer todo lo
posible para defenderlos. Aunque seguía pareciendo que los
mundos fronterizos tau tenían más posibilidades de ser el
objetivo, no podíamos darlo por hecho. Perder Fecundia y
las armas y municiones que allí se fabricaban podía
costarnos la mitad del sector y eso siendo optimistas.

-Entonces, lo mejor será que nos pongamos manos a


la obra- sugerí, dándoles algo más en lo que pensar que en
sus quejas, tanto reales como imaginarias.

Por supuesto, no había sillas para los visitantes en ninguna


parte de la cámara, pero tal deficiencia no tardó en
remediarse una vez lo señalé educadamente. Dysen lanzó
un gruñido hacia uno de los servo-cráneos, que voló
apresuradamente fuera de la sala y regresó unos minutos
más tarde a la cabeza de una pequeña cola cometaria de
sirvientes cargados con asientos de un pulido acero, con los
respaldos grabados con una representación del sagrado
engranaje. Eran terriblemente incómodas, pero las sillas en
las que se sentaban nuestros anfitriones eran casi idénticas,
por lo que quejarse hubiera sido una grosería, aunque me
apuesto lo que quieran a que aquellas malditas cosas se
adaptaban mejor a sus culos de hojalata que a los nuestros.
A medida que avanzaba la reunión, incluso comencé a
sentir una cierta nostalgia por los champiñones tau.

-La buena noticia- dijo Zyvan, aprovechando ser el militar


de más rango y veteranía de la expedición para permanecer
en pie mientras dirigía la sesión informativa, -es que la
flota colmena principal sigue su curso-. El Lord General
señaló el hololito que flotaba en el aire sobre su cabeza
mientras un grupo de adeptos hurgaban esperanzados en el
equipo de proyección. Lo cierto es que aquella no fue la
primera vez que tuve la sensación de que la mayor parte de
nuestro público estaba indignada por que el hecho de que el
intercambio de información se producía a un ritmo que les
debía parecer excesivamente lento.

-Entonces parece que tenemos poco que temer-


señaló Dysen, mirando la imagen que finalmente habían
logrado estabilizar. La proyección de la posible línea del
avance tiránido dejando a un lado el sistema de Fecuandia
provocó una palpable sensación de alivio cuando el resto de
los magi lo comprendió.

-Con todo respeto, magos- dije, aprovechando la


oportunidad que me brindaba mi intervención para ponerme
en pie y señalando teatralmente la pantalla mientras lo
hacía, -esa conclusión no sólo sería prematura, sino
también potencialmente fatal.

Lo último que yo necesitaba era ser arrastrado de nuevo al


principal frente de batalla, que sería lo más probable si
Zyvan cumplía su promesa de dejar Fecundia a su suerte.

-¿Y cómo es eso?- preguntó Dysen, claramente


sorprendido. Al menos, el magos fue lo suficientemente
honesto para admitir su propia ignorancia en lugar de
fanfarronear y me di cuenta de cómo, tras aquel
comentario, mi opinión sobre él mejoraba ligeramente.
-Porque esta es solo nuestra mejor suposición sobre
su posible curso, basada en las informaciones más
recientes de las que disponemos- le contesté. -La
Armada y los tau han enviado escuadras de
exploración para verificarlo, pero hasta que lo hagan,
debemos trabajar con la hipótesis de que los
tiránidos podrían desviarse de esa trayectoria en
cualquier momento. Lo cierto es que la población de
Fecundia es lo suficientemente numerosa como para
tentarlos si se percatan de su existencia.

-Y aunque la flota principal siga su curso- añadió


Zyvan, -pueden enviar a sus propios exploradores en
busca de presas. Ya hemos visto eso otras muchas
veces.

-Entonces, nuestras fuerzas terrestres deben estar


alertas- intervino Khildar para mi sorpresa. -Si nos
descubren, deberíamos esperar que organismos
infiltrados intenten sondear nuestras defensas.

-Deberíamos- acepté. -Parece estar muy bien


informada, magos.

-Soy una magos biologis- explicó, -y los métodos de


los tiránidos no me son del todo desconocidos.

-Eso es una suerte para nosotros- dije alegremente, sin


saber lo equivocado que estaba.
-Estoy dispuesta a prestar todo la ayuda que
necesiten- aseguró.

-Bien- dijo Zyvan, evidentemente calmado por aquella


muestra de cooperación. -Al menos alguien se está
tomando esto en serio.

-Creo que se dará cuenta de que todos lo hacemos-


intervino Dysen. -Aunque nuestras prioridades difieran
de las suyas en algunos aspectos.

-Nuestra prioridad es la defensa de este mundo- dije,


interrumpiendo rápidamente la conversación para sofocar
otra posible discusión. -En eso estamos todos
totalmente de acuerdo.

Al decir eso, miré de reojo a El’hassai, preguntándome si


eso sería realmente cierto en su caso. Después de todo, si
Fecundia caía, los tau podrían invadir sin apenas oposición
medio Golfo, eso suponiendo que quedara algo de él
después del paso de los tiránidos. Sin embargo, fui incapaz
de interpretar la expresión de su rostro, aunque inclinó la
cabeza en una apenas perceptible señal de asentimiento.

-Lo estamos- sentenció Dysen, para mi tremendo alivio, -y


sus consejos sobre el asunto serán escuchados.

Lo cual no era lo mismo que ser aceptados, por supuesto,


pero aquello era lo mejor que íbamos a conseguir en
aquellos momentos. Pero una vez que tuviéramos treinta
mil guardias fuertemente armados estacionados en el
planeta, estaba bastante seguro de que prevalecería
nuestra opinión.

-¿Tiene las suficientes naves para defender el


sistema de una invasión?- preguntó Kildhar, mirando el
hololito con expresión crítica. -Si he interpretado bien
esos iconos, sólo un tercio de su flota son naves de
guerra.

-Es cierto- admitió Zyvan, -la mayor parte son


transportes de tropas que volverán a Coronus en
cuanto hayan desembarcado las unidades de la
Guardia Imperial. Pero la Armada me ha asegurado
de que, entre todas las naves de guerra, disponen de
la suficiente potencia de fuego para rechazar a una o
dos naves colmena.

-Entonces esperemos que los tiránidos no envíen más


que esas- replicó secamente Dysen.

Zyvan se volvió hacia el hololito.

-La Flota de Batalla Damocles es plenamente


consciente de la amenaza y se está moviendo para
hacerle frente- dijo. -Tres escuadras y un grupo de
combate están reuniéndose en Quadravidia, listos
para interceptar el avance principal de los tiránidos
en el espacio profundo en cuando se determine de
forma fiable el curso de la flota colmena.
-Es reconfortante saberlo-, replicó Kildhar en un tono
que implicaba precisamente lo contrario-. Sin embargo, si
interpreto correctamente los datos de los que
disponemos, ese encuentro no tendrá lugar hasta
entre cinco y treinta y siete días después de que la
flota colmena pasé en su actual rumbo por el punto
más cercano a Fecundia, y eso siempre dependiendo
de los caprichos de la disformidad.

-Entonces, tal y como el magos Dysen ha expresado


tan claramente- dije, haciéndole la pelota
descaradamente al venerable tecno-sacerdote en aras de
hacernos la vida más fácil a todos-,esperemos que los
tiránidos sean lo suficientemente educados como
para atacarnos en un número que seamos capaces de
manejar.

-La flota que defiende Dr’th’nyr está mucho más


cerca- señaló El’hassai. -Podría socorrer este sistema si
fuera necesario.

-Pensé que había dejado clara nuestra posición- dijo


Dysen. -La tecnología pagana no será permitida en un
sistema dedicado a la adoración del Dios-Máquina.

Zyvan abrió la boca para decir algo, mientras su rostro se


ensombrecía de nuevo y yo tuve que intervenir
apresuradamente para adelantarme a él.

-Estoy seguro de que el Omnissiah nunca permitirá


que un mundo tan devoto como este sufra tantos
daños como para que sea necesaria tal intervención-
tercié, mintiendo descaradamente. La mayoría de los
mecanos presentes en la sala asintieron con aire de
suficiencia.

-Entonces, es casi imposible que se produzca tal


posibilidad- señaló El’hassai, con su peculiar acento
camuflando el evidente sarcasmo de sus palabras.

-Volviendo a su principal preocupación, magos- dije,


dirigiéndome directamente a Kildhar, -es muy probable
que, a corto plazo, las mayores amenazas procedan
de las infiltraciones más que de un asalto masivo. La
Armada, por supuesto, hará continuos barridos con
sus auspex, pero las esporas tiránidas son
especialmente difíciles de detectar cuando llegan en
pequeñas cantidades. Les agradeceríamos cualquier
consejo que pueda darnos para mejorar la
sensibilidad de nuestros instrumentos.

-Por supuesto- contestó. -Haré las gestiones


oportunas.

-El verdadero problema es el enorme número de


naves que hay en el cielo- puntualizó Zyvan. -Todos los
auspex de la flota están siendo obstruidos por tanto
miles de vuelos [66]. Tenemos que cerrar el sistema al
tráfico civil mientras dure la emergencia.

[66] Como todos los mundos forja, Fecundia estaba continuamente rodeada por
todo un enjambre de cargueros que transportaban al planeta alimentos y
materias primas y se llevaban los productos allí fabricados. Es posible que
Zyvan exagerara algo el número de naves civiles presentes, pero no demasiado.
Los registros de envíos de la época muestran un promedio de seiscientas a
ochocientas llegadas y salidas diarias, mientras que otras muchas más
permanecerían en órbita, transfiriendo sus cargas a lanzaderas.

-Eso es imposible- replicó Dysen, como era de esperar. -


Dependemos completamente de los alimentos
importados. Nuestras plantas de síntesis de
proteínas sólo proporcionan los nutrientes necesarios
para el cuarenta y siete por ciento de la población.

-Entonces, raciónenlos- le espetó Zyvan.

-Me temo que esa no es una opción- dijo Kildhar, con


una pasable expresión de pesar. -La ingesta nutricional
de la población está calculada con total precisión
para mantener un máximo de actividad con el mínimo
gasto de recursos. Incluso una reducción del cinco
por ciento tendría efectos notablemente nocivos, y
reducir la ingesta de toda la población de forma
equitativa, haría que todos murieran de hambre en
un mes.

-Eso nunca llegaría a ocurrir- dije, ante la evidente


sorpresa de la magos. Y sonreí sombríamente. -Las
ciudades colmena habrían sido arrasadas antes por
las revueltas.

-Bien pensado- coincidió ella. -No me cabe la menor


duda de que los trabajadores que contribuyen al
diezmo responderían de una forma muy emocional.
-Entonces parece que no podremos reducir el número
de vuelos- dijo Zyvan de mala gana, aunque a mí, aquello
me pareció muy bien, cuantas más naves hubiera en órbita,
más probabilidades tendría de huir si los tiránidos llegaban
a aplastar nuestras defensas.

-Al parecer no- tuve que aceptar. -Así que tendremos


que hacerlo lo mejor que podamos-. Miré a nuestro
alrededor. La sensación de tensión, malestar y hostilidad
apenas reprimida aún crepitaba en el aire como el eco de un
lejano relámpago-. Y ojalá tengamos suerte con ello-
añadí en voz baja para mí mismo, colocando el pulgar sobre
la palma de mi mano en señal de buena fortuna.
CAPÍTULO NUEVE
Con unas relaciones tan tirantes como las que mantenía la
fuerza expedicionaria con el Adeptus Mechanicus, no fue de
extrañar que la mayor parte del trabajo como enlace
recayera sobre mí humilde persona [67]. Zyvan no quería
tener el más mínimo contacto con los s, un sentimiento que
Dysen se aseguró dejar bien claro que era mutuo. Por otro
lado, todas las partes me consideraban como un modelo de
las virtudes imperiales, por lo que todos estaban dispuestos
a escucharme. Al menos, mas de los que estaban
dispuestos a escucharse unos a otros. En consecuencia,
pasé las dos siguientes semanas en medio de una complejo
baile de medias verdades y descaradas mentiras, con la
intención de dar la impresión, tanto al Lord General como al
Magos Senioris, de que yo consideraba su punto de vista
más razonable y que con un poco más de flexibilidad
podríamos ser capaces de convencer al otro. No tengo la
menor duda de que Donali lo habría hecho mejor, pero
estaba a muchos años luz de distancia y, al menos, yo tenía
bastante práctica en aquel tipo de cosas tras haber pasado
toda una vida esquivando con éxito las culpas y
cubriéndome de gloria por unos méritos que no merecía.

[67] O conociendo a Cain, más bien sobre Jurgen.

En lo que mí respecta, la mayor desventaja de todo aquello


fue que me vi obligado a abandonar la comodidad de la
nave insignia para trasladarme a las relativamente
espartanas comodidades del mundo forja, para ejercer más
eficazmente mis recién adquiridas responsabilidades.
Además del trabajo a tiempo completo de intentar hacer
entrar en razón a Dysen, estaba el pequeño detalle relativo
a todo un ejército de la Guardia Imperial que había que
desplegar y acomodar, con todas las fricciones que eso
suele conllevar entre los soldados recién llegados y la
población civil local. Más aún en aquel caso, ya que
teníamos innumerables zonas cerradas por motivos de
religiosos, seguridad o la simple y pura estupidez.

Por lo menos, el Death Korps parecía estar lo


suficientemente preparados para ser desplegados en el
desierto, algo que habría matado a más soldados de otros
regimientos que el propio enemigo, así que ellos no tenían
problemas, pero el resto de nuestras fuerzas, una variopinta
colección de unidades de más de una docena de mundos
[68], me proporcionó un constante flujo de quebraderos de
cabeza. Más de una vez estuve tentado de mandarlo todo al
cuerno y recomendar nuestra retirada, alegando que los
tiránidos seguían vigilando Dr’th’nyr de la misma forma en
que Jurgen acecharía un bufé libre y sólo me detuvo la
absoluta convicción de que, si lo hacía, Zyvan nos
conduciría todos a un enfrentamiento directo con la flota
colmena. Además, todavía no podíamos estar seguros de
que el mundo estuviera fuera de peligro, y pasar a la
historia como el hombre que había perdido el Golfo no
habría sido el mejor final para mi inmerecidamente brillante
carrera.

[68] Principalmente procedente de mundos del Sector, aunque también hubo


regimientos de Brimlock, de Elyssia y de Vahalla, incluyendo el 12º de Artillería
de Campaña, la unidad en la que Caín había comenzado su carrera, aunque no
se molesta en mencionar si tuvo tiempo para realizar alguna visita a sus
antiguos compañeros de armas.
Afortunadamente, el Mechanicus mantenía una serie de
suites cómodamente amuebladas cerca de su santuario
interior para alojar a los dignatarios imperiales que los
visitaban, algo que parecía considerarme a mí, así que
estuve bastante menos incómodo de lo que me había
temido, pero lo cierto es que eché muchísimo de menos la
genialidad del chef personal de Zyvan, ya que la insípida
dieta de soylens veridianos con la que me veía obligado a
subsistir la mayor parte del tiempo hizo auténticos estragos
a mis digestiones [69]. Afortunadamente, Jurgen se las apañó
para conseguirme, no sé de donde, ni se me ocurrió
preguntar, algunas especias, lo que salvó a mis pupilas
gustativas de una atrofia terminal. El caso es que, si no
hubiera sido por mis periódicas visitas a la nave insignia
para informar a Zyvan, supongo que no habría tenido una
comida decente durante todo el tiempo que pasé en
Fecundia.

[69] En una alimentación que consistía principalmente en legumbres


rehidratadas, las consecuencias de depender de ellas como alimento básico se
vuelven rápidamente evidente, especialmente en los espacios cerrados.

-¿Cómo va el despliegue?- me preguntó, tras tener la


decencia de esperar a que yo terminara de masticar y
tragar. Durante aquella visita no había podido organizarme
para dejar un hueco en mi agenda que me permitiera
aprovecharme de la hospitalidad del Lord General, pero
Jurgen, tan eficiente como de costumbre, había corrido a la
cocina más cercana y regresado con todo un botín de
bocadillos de grox caliente y una humeante taza de
recafeina que acepté agradecido.

-No peor de la que esperábamos- respondí, alternando


los mordiscos al bocadillo con la conversación mientras nos
abríamos paso entre el familiar bullicio del puesto de
mando. Una imagen de Fecundia rotaba lentamente en el
hololito, más parecido a una gigantesca úlcera que nunca,
salpicada de iconos en los que se mostraba nuestro actual
estado de preparación. Para mi gusto, demasiados pocos de
aquellos iconos iban acompañados de la runa de preparados
para la acción, y no dudé en decirlo, seguro de Zyvan
compartiría esa opinión. –Pero lo que realmente me
gustaría es que ya tuviéramos más unidades
desplegadas.

-También me gustaría a mí- coincidió el Lord General,


mientras miraba con desagrado la imagen levemente
translúcida. -Pero al menos hemos logrado que nos
permita fortificar primero las principales zonas
residenciales.

-Tras varias discusiones, logré convencer a Dysen de


que así lo hiciera- señalé, sin ruborizarme lo más mínimo
por el hecho de recordarle lo mucho que estaba trabajando.
-El Magos Senioris quería que fortificásemos primero
los centros fabriles.

-No me cabe la menor duda- contestó Zyvan, aceptando


con gesto de agradecimiento y un leve estremecimiento la
taza de recafeina que Jurgen le ofrecía. -¿Cómo
conseguiste convencerlo?

-Señalando el hecho de que no podría producir nada


si los tiránidos devoraban su mano de obra- contesté.
De hecho, Kildhar había sido la primera en ver la lógica de
nuestra propuesta y aquello me ayudó a convencerlo, pero
como la magos no estaba allí para para explicar sus
razones, pensé que no valía la pena liar aún más las cosas
contándoselo al Lord General.

-Muy bien- dijo Zyvan. A continuación dio un rápido sorbo


a su amarga y cálida bebida y se volvió hacia el hololito. -
Aunque lo cierto es que no necesitamos su permiso
para hacer lo que consideremos oportuno.

Lo cual era técnicamente cierto, ya que teníamos la mayor


parte de nuestras unidades desplegadas sobre el planeta, si
uno cree que basta la fuerza de las armas para que sus
ideas se impongan en cualquier discusión. Pero, si teníamos
que llegar a eso, seguramente los espíritus-máquina de
Fecundia se pondrían del lado de los ultrajados s, algo que
no nos habría facilitado el trabajo en manera alguna.

-No obstante, probablemente sea mejor mantener


contentos a los mecanos todo el tiempo que
podamos- señalé. Si realmente llegaba la guerra, se
tendrían que tomar decisiones difíciles sobre a quienes,
cuando y en qué orden habría que salvar, un asunto sobre
el que mis propios viejos huesos me advertían que nuestras
dispares prioridades convertirían en algo aún más complejo,
especialmente si los viejos agravios seguían latentes.

-Tienes razón- suspiró Zyvan. -Pero me alegro de que


ese sea tu problema, no el mío.

-Vaya, y yo pensando que ese sería tu problema-


contesté y él sonrió por primera vez desde mi llegada.
-Nuestro principal punto débil es el desierto- siguió,
estudiando detenidamente el globo que rotaba lentamente.
-Podemos atrincherarnos para defender las
colmenas, pero no tenemos nada que aguante mucho
tiempo en terreno descubierto. Por lo que sabemos,
los tiránidos ya habrían podido crear allí una cabeza
de puente y nosotros ni siquiera nos habríamos
enterado.

-Hasta que se agrupen para atacar- coincidí. Aquella era


una idea que me gustaba tan poco como al Lord General.
Las infernales condiciones que reinaban en la superficie no
molestarían en lo más mínimo a los tiránidos, ya que los que
no pudiera enterrarse para protegerse, sólo tendrían que
hacer crecer una piel o un caparazón más grueso para
protegerse.

-El problema es que apenas tenemos unidades que


pueden operar eficazmente en esas condiciones, así
que cualquier tipo de patrullas de reconocimiento de
largo alcance está totalmente descartado- dije,
señalando los pocos que iconos desplegados fuera de las
murallas de la colmena. -El Death Korps ha creado una
extensa línea de puestos avanzados, que estamos
apoyando con todos los vehículos blindados que
podemos conseguir, pero nuestros carros de combate
y transporte acorazados sólo pueden operar unas
cuantas horas en el exterior antes de tener que
regresar a la colmena.

-¿Y eso?- preguntó Zyvan. Yo me encogí de hombros.


-Por las cenizas. Se mete entre las orugas y en los
motores y en cualquier otra cosa que los mecanos
instalan para intentar filtrarla. Cada vez que uno de
nuestros vehículos vuelve de una patrulla, hay que
desmontarlo por completo y limpiar las cenizas o
corre el riesgo de quedar inutilizado.

-Ya comprendo por qué quieres mantener contento a


Dysen- concedió Zyvan. -¿Y los skitarii?

-También salen a patrullar- dije, señalando sus iconos.


Las tropas del Mechanicus contaban con suficientes
augméticos como para sobrevivir en el páramo, aunque no
tantas como para poder permanecer indefinidamente en él,
y realizaban periódicas salidas desde la colmena, aunque yo
sospechaba que era más para vigilar al Death Korps que
para localizar a los tiránidos. -Se supone que deben
cooperar con nosotros pero, hasta el momento, ellos
se han limitado a mantenerse en sus zonas y
nosotros en las nuestras. Sin embargo, si los
tiránidos nos atacan, es muy probable que sólo
acaten sus propias directrices. Lo mejor será no
desarrollar ninguna estrategia que dependa de su
cooperación.

Zyvan bufó y bebió otro trago de recafeina.

-Ya me lo suponía- resopló, algo que no me sorprendió lo


más mínimo. -Esto es incluso peor que tener que
trabajar con un grupo de sororitas [70].
[70] Dado que el Adepta Sororitas vive en la creencia de que reciben las órdenes
del propio Emperador a través de la Eclesiarquía, apenas tienen tiempo para
escuchar las instrucciones de simples generales o de los señores de los
Capítulos junto a los que luchan. Tampoco de los inquisidores, aunque los
miembros del Ordo Hereticus suelen hacer más progresos con ellas que los
demás.

-Pero con menos salmos- le dije, provocando la segunda


sonrisa del día antes de volver al tema principal. Estudié el
necrótico globo tan desapasionadamente como pude. A
pesar de todos nuestros esfuerzos, seguían existiendo
enormes franjas de terreno de las que no sabíamos nada. -
Me temo que dependemos demasiado del
reconocimiento orbital.

-Efectivamente- confirmó Zyvan. -La Armada está


escaneando continuamente la superficie del planeta
en busca de bioseñales de los tiránidos, al menos
tanto como se lo permiten las tormentas de arena,
así como vigilando la llegada de esporas. Hasta ahora
no han localizado nada, pero eso no significa que no
estén ya allí.

-Pensaba que Kildhar iba a ayudar a mejorar los


auspex- recordé. -¿Ha habido suerte con eso?

-Algo- dijo una nueva voz y la magos en persona salió de


detrás de un grupo de sensorium que ocupaban el rincón
más alejado de la sala. A jugar por la expresión del Lord
General, se había olvidado totalmente de que ella estaba
allí y estaba repasando mentalmente toda nuestra
conversación con la esperanza de que ninguno de nosotros
hubiera dicho nada demasiado incorrecto u ofensivo. Pero si
ella nos había escuchado, no mostró el menor signo de
irritación o malestar, pero como los s rara vez lo hacían, era
muy difícil estar seguros. Sin embargo, ya no tenía el menor
sentido preocuparse por eso, así que simplemente me
encogí de hombros. -Hemos instalado algunos filtros
mejorados- continuó ella, -que deberían ayudar a
refinar los datos y eliminar los falsos positivos. Nadie
quiere que se active la alerta máxima y que cuando
los skitarii salgan, se encuentren persiguiendo a una
colonia de ambulls, ¿no es así?

-¿Hay ambulls ahí abajo?- pregunté, asombrado ante la


idea de que aquel contaminado páramo albergase algún
tipo de vida y mucho menos aún aquellos enormes y
agresivos excavadores.

-De hecho, existe todo un ecosistema- asintió Kildhar. -


Le aseguro que mi título no tiene nada de honorífico.

-Estoy seguro de eso- contesté. -Pero me preguntaba


si habría alguna posibilidad de conseguir un buen
filete cuando volvamos.

-Cabe la posibilidad- dijo Kildhar, ligeramente


desconcertada. -Algunos de los trabajadores de la
superficie los cazan si se presenta la oportunidad,
pero el consumo de tejido animal es una forma
singularmente ineficaz de ingerir nutrientes-, siguió,
mirando con desprecio los restos del bocadillo que yo tenía
en la mano. -El soylen veridiense en mucho más
práctico y proporciona todos los elementos
necesarios para mantener una excelente salud.
-Excepto por el sabor- dije, con una leve nostalgia, -y el
aroma, y la textura.

La boca se me llenó de saliva mientras pensaba en un trozo


de carne muerta sobre una sartén bien caliente, con la
grasa chisporroteando a su alrededor.

-Ah- dijo Kildhar, que parecía todavía más desconcertada. -


Esas trivialidades.

-Veré lo que puedo hacer, señor- dijo Jurgen, con su


serena confianza mientras el estado de mi ánimo mejoraba
notablemente ante la perspectiva de tener finalmente una
comida en condiciones. El talento de mi ayudante para
gorronear comida rozaba lo sobrenatural y yo estaba seguro
de que si había un bistec de ambull en algún lugar de la
colmena, él lo encontraría, aunque tuviera que cazar él
mismo a la bestia.

Entonces se asaltó otro pensamiento mucho más


inquietante y me volví hacia la tecno-sacerdote.

-Si hay todo un ecosistema, eso significa que si los


tiránidos consiguen llegar al planeta, podrán
encontrar presar y aumentar sus fuerzas mucho más
rápido de lo que esperábamos.

-Ese sería el caso- admitió Kildhar, -si consiguieran


pasar. Lo que tenemos que hacer es asegurarnos de
que no lo hagan.
En mi opinión, aquello era mucho más fácil decirlo que
hacerlo, pero verbalizar aquella idea no serviría para nada,
así que me limité a soltar algunos tópicos sobre las
bondades de la colaboración entre ambas partes y la dejé
en paz, alejándome de ella para reanudar mi conversación
con el Lord General.

-¿Alguna noticias de los escuadrones de exploración?


- pregunté. Con expresión sombría, Zyvan negó con la
cabeza.

-Todavía nada- contestó, -pero cuanto más se acercan


a la flota colmena, más potente la sombra disforme
de los tiránidos. Los astrópatas no podrán enviar
nada hasta que salgan de ella.

-Eso sí lo consiguen- añadí, recordando con demasiada


claridad los últimos momentos de la nave exploradora tau.

Zyvan asintió, claramente pensando lo mismo.

-Si se dirigen hacia aquí, nos podrán avisar con muy


poca antelación. Puede que incluso que con ninguna.

-Entonces más vale que sepa lo que está haciendo-


dijo, mirando a Kildhar, que ya había vuelto a su trabajo,
toqueteando esperanzadamente algo en el sensorium con
sus mecanodendritas. Un algo que respondió con un
estridente sonido y un brillante chispazo.
-Eso espero- asintió Zyvan, haciendo el signo del Aquila
mientras hablaba.

El resto de mis asuntos con Zyvan nos llevó algún tiempo,


tal y como era de esperar cuando se tienen que cotejar y
resumir los informes de todo un ejército y para cuando
terminé, mi inestimable ayudante había tenido que volver a
la cocina más de una vez. Finalmente, nos despedimos y
regresamos al hangar, donde nos esperaba una
desagradable sorpresa.

-¿Cómo que no hay lanzaderas disponibles?- exclamé,


con más asombro que rabia. El suboficial de la Armada [71]
que me acababa de dar la noticia retrocedió un paso y tragó
saliva.

[71] No debería sorprender a nadie que Cain apenas esté familiarizado con los
rangos navales, sus insignias y la cadena de mando de la Armada, ya que pasó
toda su carrera adscrito a la Guardia Imperial.

-La nave en la que llegó usted ha sido reasignada,


señor. Evacuaciones médicas, prioridad uno.

Sentí como un escalofrío me recorría la espalda. -No sabía


que alguna de nuestras unidades hubiera entrado en
combate- inquirí, preguntándome si los tiránidos habrían
podido colarse ante nuestras narices pese a todos los
esfuerzos de Kildhar, con sus remiendos y soldaduras,
parches en los codificadores y quemadores de incienso.
Entonces, de repente, me asaltó otra idea mucho más
siniestra: un incidente de fuego amigo entre los soldados de
la Guardia y los skitarii complicaría tremendamente las
cosas, eso si es que alguna vez lograba suavizar algo la
situación…

-No es eso, señor- se apresuró a asegurarme el marinero,


para mi más profundo alivio. -Ha sido un accidente en la
fábrica de municiones de Rusthill. El Lord General
pensó que sería bueno para la moral que nos vieran
echando una mano.

-Efectivamente, lo será- estuve de acuerdo. Los


trabajadores heridos y sus compañeros apreciarían los
esfuerzos que habíamos hecho para ayudarlo y estarían
gustosos de pagar su deuda con nosotros manteniéndonos
bien abastecidos, el Mechanicus conseguiría que su preciosa
planta volviera a estar a plena capacidad algo más rápido y
la experiencia de trabajar juntos nos ayudaría a que se
superara la persistente animosidad que seguía haciendo
que mi trabajo fuera mucho más difícil de lo necesario.
Aquella era una muy buena decisión que yo mismo habría
tomado de estar en el lugar de Zyvan. Pero, por otra parte…
-¿Cuánto falta para que haya una lanzadera
disponible?

-No sabría decirle, señor- contestó el marinero,


visiblemente aliviado de que no le hubiera pegado un tiro
allí mismo por ser portador de malas noticias. -Supongo
habrá alguna en cualquier momento. Pero parece que
allí abajo se ha liado una gorda.

-¿Y qué hay de esa?- preguntó Jurgen, señalando


vagamente con un mugriento dedo hacia un Aquila carmesí,
con las placas de las alas doradas y un rueda dentada
plateada en el fuselaje.

-Ésa es la mía- dijo Kildhar, saliendo por la esclusa. -Para


uso exclusivo del Adeptus Mechanicus.

Mientras hablaba, nos saludó con una amable inclinación de


cabeza, la rigidez de su cuello era mudo testimonio de lo
poco que estaba acostumbra a realizar aquel gesto.
El’hassai podría darla algunas lecciones sobre como imitar
las respuestas humanas normales, pero bueno, al menos lo
había intentado.

-Me sorprende que aún siga a bordo, comisario.

-Lo mismo la digo- respondí, preguntándome si podría


aprovechar semejante oportunidad. Seguramente habría
espacio para un par de pasajeros más en la lanzadera y ella
parecía estar sola. -Mis consultas con el Lord General
me han llevado más tiempo del que pensaba.

-Lo mismo que mis ajustes a los sensoria- respondió,


sin sorprenderse lo más mínimo al ver que Jurgen y yo la
seguíamos. -Pero creo que ahora serán perfectos para
el trabajo que queremos que hagan.
-Me alegra oír eso- dije. -Una excelente noticia que
comunicaré al Magos Senioris en cuanto lo vea- seguí
y miré mi cronógrafo, exagerando el movimiento lo
suficiente como para que ella se diera cuenta. -Algo que
se supone que ocurrirá dentro de una hora.

-Estoy seguro de que pronto conseguirá un


transporte- respondió Kildhar, deteniéndose al pie de la
rampa de embarque y negándose rotundamente a captar la
indirecta.

-Podríamos ir con usted- señaló Jurgen con su habitual


franqueza. Para él, la sutileza era algo que practicaban los
demás. -Si le parece bien, señorita- añadió, en un tardío
intento de cortesía.

-Me temo que eso será imposible- contestó Kildhar,


haciendo todo lo posible para dejar claro que hablaba en
serio. -Mi servidor-piloto tiene instrucciones de vuelo
pre-programadas que no pueden ser anuladas. De lo
contrario, esta nave estaría ayudando en la actual
crisis.

-Lo único que tendría que hacer es llevarnos a la


superficie- insistí. -Podremos llegar a la Aguja desde
cualquier plataforma de aterrizaje en la que nos
pueda dejar.

-Lamentablemente, no voy a aterrizar en la colmena-


dijo Kildhar, con el aire de un jugador de regicida que
acababa de asesinar a mi rey. -Y el lugar al que voy, está
completamente vedado a los extraños.

-Ya veo- repliqué, con mi curiosidad activada a plena


marcha, aunque si hubiera sabido a donde nos iba a llevar
eso, le habría dicho que se sentara y se callara. Sin
embargo, en aquel momento pensé que cualquier cosa que
el Mechanicus no quería que supiéramos, probablemente
fuera algo que necesitáramos saber y la oportunidad de
descubrirlo era demasiado buena para perderla. Ya era lo
bastante malo tener que defender aquel miserable montón
de escoria sin que nuestros aliados nos sorprendieran con
alguna desagradable sorpresa en el peor momento posible.

-Estoy seguro de que el Magos Dysen se hará


perfectamente cargo de su imposibilidad para
ayudarme a reunirme a tiempo con él. Y tampoco me
cabe la menor duda de que el Lord General no se
opondrá a que se le sigan ocultando cosas durante
algún tiempo más.

Un leve fruncimiento de ceño debido a la incertidumbre


comenzó a rodear las partes metálicas e inmóviles del
rostro de Kildhar mientras reflexionaba sobre lo que le había
dicho.

-Espere un momento- dijo finalmente y desapareció en el


interior de la lanzadera. Unos segundos más tarde apareció
en la desierta carlinga superior, parcialmente oculta por las
bandas metálicas que sujetaban los paneles de cristal
blindado, y usó el vox. Estaba de espadas a nosotros, bien
fuera por simple casualidad, o a propósito, por lo que no
pude captar la esencia de la conversación intentado leer sus
labios, aunque, en cualquier caso, a aquella distancia,
apenas hubiera podido captar nada [72].

[72] Eso casi seguro, ya que, cuando los s hablan entre ellos, es muy poco
probable que usen el gótico.

Tras unos momentos de discusión, acompañados por una


buena dosis de enfáticas gesticulaciones, regresó y nos hizo
una señal para que subiéramos a bordo del Aquila.

-Dadas las circunstancias- explicó, -y dado que se


trata de usted, la mayor parte de los magos de mayor
rango están dispuestos a permitirle un acceso
limitado a las instalaciones.

-Bien por ellos- dije, subiendo por la rampa. Aunque, de


haber sabido lo que nos esperaba en la superficie, habría
regresado andando a Fecundia antes de poner un pie en
aquella maldita lanzadera.
CAPÍTULO DIEZ
Nuestro descenso transcurrió sin el menor incidente y fue
tan incómodo como yo ya había previsto. Al parecer, fieles a
su estilo, el Mechanicus había decidido que los
refinamientos tales como el acolchado de los asientos era
algo innecesario y probablemente ineficiente, por lo que nos
encontramos sentados en un banco de metal soldado sobre
el que habían fijado los arneses de seguridad a una altura
que cualquier tipo de análisis racional habría determinado
excesiva.

Ninguno de nosotros intentó entablar una conversación. En


todo caso, hubiéramos tenido que alzar mucho la voz para
escucharnos por encima del rugido de los motores, ya que
la insonorización era otro refinamiento que los tecno-
sacerdotes parecían considerar superfluo [73]. Jurgen había
caído en su ya habitual letargo inducido por el mareo en
cuanto llegamos a la atmósfera, mientras que Kildhar se
mantenía en un pensativo silencio, con la mirada perdida
[74] y yo estaba tan preocupado como de costumbre,
preguntándome si habría hecho lo correcto. En el hangar,
parte de las palabras de la me habían inquietado y las
repetía obsesivamente en mi cabeza.

[73] De hecho, la mayor parte de ellos hubieran encontrado el ruido inspirador,


considerándolo un himno de alabanza de la lanzadera al Omnissiah.

[74] Probablemente analizando datos o interactuando directamente con los


sistemas de a bordo.
“Dado que se trata de usted” había dicho. Cuando lo dijo, yo
lo tomé como una clara referencia a mi reputación y a mi
posición como intermediario entre Dysen y Zyvan dentro del
Mechanicus, pero al reflexionar sobre aquellas palabras, el
tono de su voz había dejado entrever algo más. Además,
parecía haber negociado la autorización para que yo visitara
aquel santuario con una excepcional rapidez, algo a
destacar, teniendo en cuenta lo apegados a la tradición y a
los preceptos que generalmente están los discípulos del
Omnissiah y lo celosamente que guardan sus secretos.

-¿Adónde vamos exactamente?- la pregunté cuando


finalmente pareció centrar de nuevo su mirada. En aquel
instante, estábamos atravesando uno de los eriales de
ceniza, un páramo de cenizas a sotavento de los altos
hornos de las fábricas del suroeste, una zona que parecía
extenderse casi hasta el horizonte. Unas biliosas nubes
marrones y amarillentas flotaban sobre su superficie,
convertidas en caprichosas y fantasmales formas por las
corrientes que nos llegaban desde popa: los nocivos efluvios
procedentes de lo más profundo de las brasas de la
industria enfriándose lentamente, cuyo tóxico toque
asfixiaría o mataría a los incautos en cuestión de segundos.
A decir verdad, se me ocurren pocos lugares en los que
haya estado que fueran tan horriblemente desagradables.

-A Regio Quinquaginta Unus- respondió. -Uno de


nuestros santuarios más sagrados. Muy pocos
conocen su existencia fuera de nuestra orden.

-Entonces es todo un honor ser una excepción- dije, en


mi tono más diplomático.
-¿Y qué tiene de especial?- preguntó Jurgen, despertando
de su silencioso sufrimiento ante la perspectiva de verse
dentro de poco de nuevo en tierra y yendo directamente al
grano, tal y como solía hacer.

Kildhar pareció sorprendida por la franqueza de la pregunta


y reflexionó un momento antes de responder.

-Es un repositorio- contestó finalmente. -De un saber


tan antiguo que sus orígenes se han perdido en el
tiempo. Y un santuario para los que se dedican a su
recuperación y aplicación.

-Estás hablando de arqueotecnología, ¿no es así?- dije


y la tecno-sacerdote asintió. Observé distraídamente que
parecía estar mejorando al hacer aquel gesto, a no ser que
esa vez lo estuviera haciendo en serio.

-Objetos recuperados de una docena de planetas a lo


largo y ancho de todo el sector- explicó con reverencia.
-Y traídos hasta aquí para su conservación y estudio.

-Comprendo que quiera mantener la confidencialidad-


dije, reprimiendo un escalofrío. A lo largo de mis décadas de
servicio, me he encontrado con algunos artefactos de ese
tipo y las consecuencias nunca fueron buenas.

Los recuerdos de cómo tuve que esquivar a los genestealers


en las entrañas de un pecio espacial se mezclaron los del
fervor lunático en los ojos de Killian cuando intentaba
convencerme de que arrastrar la galaxia a su condenación
era la mejor forma de salvarla y con los del implacable
avance de los asesinos de brillante metal en el laberinto de
túneles bajo Interitus Prime.

-Ese tipo de conocimientos puede atraer una


atención no deseada.

-Entonces tendremos que confiar en su discreción-


dijo ella.

-Me siento honrado de que piense que puede hacerlo-


contesté, con bastante sinceridad, mientras comenzaba a
redactar en mi cabeza un correo urgente para Amberly al
tiempo que hablaba [75]. Hasta donde yo sabía, la
Inquisición ya conocía aquella reserva de chatarra
primigenia, pero nunca está de más dar un nuevo toque de
atención, especialmente si uno de los inquisidores
enterados resultaba ser un loco peligroso [76], tal y como lo
había sido el difunto y nunca llorado Killian.

[75] Informe que, en efecto, fue muy convincente.

[76] Prácticamente uno de los requisitos para entrar al servicio del Ordo Malleus.

No hubo tiempo para más conversaciones, ya que el Aquila


viró bruscamente y el santuario apareció ante nosotros. Un
bloque hexagonal de rococemento alzándose entre los
oscuros montículos de residuos grises que teníamos bajo
nosotros, muy similar a la mayoría de búnkers defensivos
que he visitado, en los que me he escondido o he intentado
no atacar durante mi larga e ignominiosa carrera, hasta que
la enorme profusión de antenas, disipadores de calor y otras
subestructuras situadas sobre su superficie me permitieron
calcular aproximadamente su tamaño. Tenía al menos
doscientos metros de alto y el doble de ancho. A medida
que nos elevábamos hacia ella, se fue haciendo visible el
contorno del icono del sagrado engranaje grabado en el
hexágono del techo. Ese mismo motivo se repetía en su
centro, rodeando una plataforma de aterrizaje elevada que,
en aquel momento, parecía estar vacía.

-No veo que haya ninguna guardia- dijo Jurgen,


girándose en su asiento para poder ver mejor y casi
estrangulándose con los pesimamente situados arneses de
seguridad.

-Estoy completamente seguro de que tiene que haber


alguna- señalé, lanzando una inquisitiva mirada a nuestra
anfitriona. -¿Skitarii?

-Hay tres contubernia destacados permanentemente


en esta instalación- contestó, levemente evasiva.
(Contubernia, unidad básica de una legión romana, la formaban ocho legionarios
acompañados, en ocasiones, por dos no combatientes, nt)

-Tres escuadras- dije pensativo, calculando su equivalente


en la Guardia Imperial [77]. -Deberían ser suficientes
para una instalación de este tamaño.

[77] Una aproximación bastante acertada, aunque en ocasiones, el número real


de combatientes puede variar: los servidores de combate como el que Caín se
enfrentó durante su primer desembarco a veces se incorporaban a la unidad en
lugar de skitarii normales, al igual que otros especialistas en campos que
pudieran ser de utilidad.

-Hasta el momento ha sido suficiente- me aseguró


Kildhar. El Aquila ya estaba en la aproximación final, con los
reactores de frenado activados. Sentí su repentina
aceleración contra mi columna vertebral mientras se
elevaba ligeramente para situarse sobre el centro de la
plataforma. A continuación, los motores se apagaron y los
patines de aterrizaje se posaron sobre el rococemento. -Y,
por supuesto, también tomamos otra serie de
precauciones- siguió, con un ligero atisbo de una sonrisa
en sus labios pese a sus esfuerzos por mantener inexpresivo
su rostro, tal y como uno se espera en un . Me quedó muy
claro que ella esperaba que le preguntara cuáles eran esas
otras medidas.

-No esperaba menos- contesté, mientras se extinguía el


zumbido de nuestros motores, negándome a entrar en su
juego. Si preguntaba, ella me contestaría que yo no disponía
de la autorización necesaria, subrayando así sutilmente
quién estaba realmente al mando, mientras que, si
mostraba una absoluta indiferencia, había muchas
probabilidades de que se la escapara algo en un intento de
incitarme a que preguntara. Sin embargo, antes de que
tuviera la oportunidad de hacerlo, el Aquila volvió a
estremecerse, lo que provocó una desconcertada mirada de
mi ayudante.

-No estaremos a otra vez a punto de despegar,


¿verdad?- preguntó, en un tono de resignado temor.
Hice un gesto negativo con la cabeza. -Los motores se
han apagado- señalé, mientras comenzaba a preguntarme
por qué el piloto no habría bajado aún la rampa. Pero
mientras hablaba, la lanzadera se estremeció por segunda
vez y comenzó a descender lentamente desde el techo. La
gruesa losa de rococemento y las vigas de apoyo
comenzaron a pasar suavemente ante mis ojos y de pronto
me encontré mirando como descendíamos hacia un hangar
no muy diferente del que no hacía tanto habíamos
abandonado. Sin embargo, al formar parte de un santuario
del Mechanicus y no de una nave de guerra, los mamparos
brillaban resplandecientes, en lugar de ser todos grises y
cubiertos de manchas y el personal de tierra que se
caminaban hacía nosotros llevaban las túnicas rojas de los
visioingenieros en lugar de trajes de vacío.

-Yo les recomendaría que permanecieran sentados- dijo


Kildhar, con leve toque de suficiencia en su voz cuando yo
me levanté para ver como el grueso techo se cerraba sobre
nosotros. Estaba claro que, desde que se abrió la
plataforma, se estaba burlando de nuestra sorpresa. El
elevador se detuvo con una breve sacudida y yo vacilé un
segundo antes de recuperar el equilibrio.

-Un buen truco- tuve que admitir, mientras un pequeño


tractor atravesaba el hangar para acoplarse al morro de
nuestra lanzadera y comenzar a remolcarnos hacia un
rincón [78], junto a una estación de reabastecimiento de
combustible.

[78] Lo que implica que los patines de aterrizaje ya habían sido montados sobre
ruedas o algún tipo de repulsores gravitatorios, probablemente por alguien fuera
de la línea de visión de Caín.
-Tenemos muchos más- me aseguró Kildhar una vez el
Aquila dejó de moverse y la rampa de desembarco comenzó
a bajar.

Jurgen y yo descendimos cautelosamente por la rampa,


examinando cuidadosamente todo lo que nos rodeaba
mientras Kildhar nos seguía uno o dos pasos por detrás. El
aire del enorme y oscuro hangar parecía estar impregnado
del sulfuroso hedor de la atmosfera exterior, pero parecía
perfectamente respirable. De hecho, unos instantes más
tarde apenas se notaba el olor residual [79].

[79] Probablemente porque el aire contaminado que había entrado junto a la


lanzadera había sido disipado rápidamente por las corrientes de aire de los
recicladores.

-Esto ha sido mucho más cómodo que la primera vez


que desembarcamos- comenté, con mucho menos tacto
del que podría haber empleado, pero Kildhar entendió lo
que quería decir sin llegar a ofenderse.

-La exposición directa al medio ambiente tan lejos de


la colmena puede ser extremadamente perjudicial,
incluso para aquellos dotados de augméticos- nos
explicó. -Además, muchos de los artefactos llegan
aquí en un estado extremadamente frágil. Lo mejor
es descargarlos en un lugar en el que puedan ser
adecuadamente protegidos.
-Evidentemente- estuve de acuerdo. -Y desde el hangar,
¿a dónde las llevan?

-Eso depende- contestó Kildhar mientras se dirigía hacia


una gran puerta, siguiendo las marcas hechas en el suelo
por las ruedas de innumerables carros de transporte. A
juzgar por el tamaño del corredor que se abría más allá de
la puerta, me quedó muy claro que algunos de aquellos
artefactos debían ser enormes. -Aquí tenemos amplia
gama de instalaciones de análisis, capaces de
realizar todo tipo de mediciones y experimentos.

-Siempre y cuando sepan lo que hacen- murmuró


Jurgen, con una voz que ilusamente imaginó inaudible.

-Lo sabemos- nos aseguró Kildhar, y la ligereza de sus


modales demostraba que ella así lo creía, aunque yo no, por
supuesto. La magos nos condujo a paso ligero hacia el
interior del enorme edificio, cambiando tan a menudo de
dirección que me vi obligado a llegar a la conclusión de que
intentaba confundirnos deliberadamente. Sin embargo, mi
innato instinto para orientarme en los complejos sistemas
de túneles seguía tan fiable como de costumbre y estaba
seguro de que si era necesario, sería capaz de encontrar el
camino de vuelta al hangar. -Ya no falta mucho.

-Me alegro oír eso- dije, con otra ostentosa mirada a mi


cronógrafo. -Pero me temo que ya llego tarde a mi
reunión con el Magos Dysen. ¿Podría llevarme hasta
un transmisor de vox?
-Eso no será necesario- afirmó Kildhar, con aire de
suficiencia. –Se han hecho otros arreglos- tras decir eso, se
detuvo ante una puerta que parecía más grande de lo
necesario. -Aquí no disponemos de habitaciones para
invitados, pero sí recibimos visitas ocasionales. Si
quiere esperar aquí, el Magos Senioris se reunirá con
usted dentro de una hora.

-Gracias- dije, completamente desconcertado, aunque


decidió a no demostrarlo. Kildhar tecleó un complejo código
de acceso en un teclado cerca de la puerta, la cual se abrió
hacia un lado con un leve chirrido de unas guías mal
engrasadas.

La sala que había más allá era tan espartana como yo había
llegado a esperar conociendo el gusto de nuestros
anfitriones y en ella sólo había una serie de atriles de datos,
una mesa de conferencias de acero pulido con iconos
devocionales de partes de máquinas grabados sobre ella en
bronce y una serie de aquellas sillas horriblemente
incómodas. Varias de ellas parecían más grandes y robustas
que las demás y las miré con curiosidad. Además, algunos
de los atriles parecían estar situados a una altura inusual,
hasta el punto que yo no habría podido utilizar los teclados
sin ponerme de puntillas. Aquello me recordó algo, pero,
como siempre ocurre cuando intentas centrar un recuerdo
esquivo, cuanto más lo intentaba, más parecía alejarse de
mi mente.

-¿Sabe que es eso, señor?- preguntó Jurgen, mirando una


de las piezas metálicas de curiosas formas que estaban
repartidas por la sala sobre unos expositores artísticamente
forjados.

-Ni la más pajolera idea- respondí, encogiéndome de


hombros mientras me acercaba a echar un vistazo. Unos
cuantos cables corroídos sobresalían de la carcasa y sus
brillantes extremos mostraban los puntos en los que se
había acoplado una de fuente de alimentación u otro
instrumental durante su examen. -Pero si está metido en
este expositor, es que, o bien ya han sacado todo lo
que podían de él o lo han dejado por imposible- seguí,
mirando a Kildhar, que me devolvió la mirada con gesto de
reproche.

-Ninguna de las dos cosas- dijo, con un tono levemente


pretencioso. -Las obras del Omnissiah nunca podrán
ser comprendidas en su totalidad, ni descartadas
porqué sí- siguió. Luego su expresión se suavizó
ligeramente. -Pero tienes razón en lo esencial. Este
artefacto ha sido examinado cuidadosamente y en
este momento ya no queda ninguna línea de
investigación abierta que nos pueda aportar más
conocimientos.

Intrigado, me acerqué un poco más y empecé a leer la


inscripción grabada en la minúscula placa de metal
remachado al soporte, en unas letras tan pequeñas que
apenas podía distinguirlas.

-Muestreador atmosférico, M28… - en momento me


callé, impresionado muy a mi pesar por la asombrosa
antigüedad del objeto. -M28- continué, tratando de ignorar
la expresión de Kildhar, que un rostro con menos chapas de
metal sólo habría podido describir como petulancia. -
Recuperado 854935.M41, sistema Serendipita… -sólo
entonces caí en la cuenta y me volví, sorprendido, hacia la
tecno-sacerdote. -¡Esto es del Engendro de
Condenación!

-Así es- aceptó, como si fuera lo más natural de la galaxia.


-La mayoría de los artefactos recuperados del pecio
han sido traídos aquí para su custodia.

Lo cual, por extraño que me pareciera, tenía una cierta


lógica si se pensaba bien. Fecundia era el mundo forja más
cercano a Serendipita, todo un planeta repleto de tecno-
sacerdotes y que poseía las instalaciones adecuadas para
poder analizar el botín correctamente.

Eso, por supuesto, también explicaba el por qué me habían


permitido visitar el lugar. Si no hubiera sido por mí, cuando
conseguí que los orkos y los genestealers del pecio lucharan
entre ellos, nunca habrían logrado sacar de allí ni la mitad
de lo que lograron rescatar antes de que el Engendro de
Condenación volviera a desaparecer en la disformidad. Eso
suponiendo que en realidad ya lo hubiera hecho, dado que
eso es algo que nunca se puede saber con los pecios
espaciales, cuyos movimientos son tan caprichosos como
las corrientes de la disformidad por las que viajan.

-¿Sigue en Serendipita?- pregunté, incapaz de contener


mi curiosidad.
-No- respondió Kildhar, cuya voz sonó sinceramente
arrepentida. Era la primera emoción real que había
escuchado influir en su voz. -Desapareció en la
disformidad el 948 y no ha vuelto a aparecer desde
entonces. Al principio, se intentó rastrear y
localizarlo, pero sin éxito. En los últimos años, los
Recobradores han estado muy solicitados.

-Todos lo estamos- respondí con tristeza. Entre los tau y


los tiránidos, la presión que soportaba el Imperio en el Brazo
Oriental era muy superior a la que había tenido que
soportar en más de un milenio y ninguno de sus otros
enemigos tampoco habían permanecido especialmente
ociosos. No me cabía la menor duda de que un capítulo de
marines espaciales que habían sido lo bastante locos como
para adentrarse en un pecio abandonado, encontrarían
muchas más cosas con las que entretenerse, incluso sin un
gigantesco laberinto tridimensional repleto de criaturas
letales que saquear.

-Así es, en efecto- respondió Kildhar, tras quedarse


pensativa un momento junto al umbral. -Y ahora, hay
muchas cosas que reclaman mi atención. Confío en
que su entrevista con el Magos Senioris resulte
productiva.

Y tras decir esto, se retiró, cerrando la puerta tras ella.

-Típico- dijo Jurgen, dejándose caer sobre la silla más


cercana y sacando de uno de sus bolsillos una placa de
datos porno con la que pasar el rato. -Ni siquiera nos han
ofrecido una taza de recafeina.
-Probablemente ella ya habrá comido este mes-
aventuré con amargura, mientras recorría la sala. Había
alrededor de media docena de objetos expuestos, todos
menos uno salidos del Engendro de Condenación y todos
igualmente incomprensibles para mí en lo referente a su
antigüedad y posible función.

Jurgen dejó de mirar la lectura de los artísticos grabados


anatómicamente casi imposibles y miró en mi dirección.

-Afortunadamente, he traído un termo de tanna. Si


considera que una taza le vendría bien…

-Por supuesto- dije, aceptando con gratitud la caliente


bebida. Pero apenas acaba de dar el primer sorbo, cuando
comenzó a sonar una estridente alarma. -¡Por las tripas
del Emperador! ¡¿Y ahora qué pasa?!

Dejé la taza humeante y corrí hacia la puerta, presagiando


lo peor, algo que, según mi experiencia, es la mejor actitud
que uno puede asumir. Tiré de la manilla de la puerta, pero
ésta se negó a abrirse y, consternado, miré el teclado.
Kildhar había tecleado la clave tan rápidamente, que me
habría resultado imposible seguir el borrón de sus dedos
augméticos, incluso si hubiera prestado atención, algo que,
no tengo más remedio que admitir, no había hecho.

-Permítame, señor- dijo Jurgen, mientras alzaba su fusil


láser y efectuaba dos rápidos disparos contra el mecanismo
antes de que yo pudiera detenerlo. En fin, ya era demasiado
tarde como para preocuparnos por la reacción de nuestros
anfitriones, así que me limité a agarrar la manija y tirar otra
vez. -Oh, mierda.

-Yo no lo habría expresado mejor- suspiré, más


ásperamente de lo que realmente pretendía. Con el
mecanismo de cierre destruido, estábamos atrapado, sin
siquiera poder descubrir que era lo que había alterado tanto
a los tecno-sacerdotes. Agudicé el oído, tratando de
distinguir cualquier cosa que pudiera darnos una pista
mientras rogaba fervientemente al Trono que no fuera el
premonitorio estruendo de alguna titánica explosión que
estuviera a punto de abrasarnos a todos. Pero las paredes
eran muy gruesas, revestidas de metal y lo único que pude
oír fue el zumbido de los recicladores de aire. Lo que hizo
que se me ocurriera otra idea. -Jurgen, ¿ves algo que
parezca una salida de aire?- pregunté. Con nuestra única
salida completamente atascada, no iba a quedarme sentado
esperando que todo reventara a nuestro alrededor.

-Por aquí, señor- llamó Jurgen, tras un momento de


búsqueda, alzando la voz para que le escuchara sobre el
áspero gemido de la alarma. Señaló una rejilla cerca del
suelo, de unos veinte centímetros por diez.

-Bien hecho- le animé, sintiendo que al menos le debía eso


por mi anterior momento de mezquindad, -pero esperaba
algo más grande.

Jurgen negó con la cabeza. -Me temo que son todas


iguales, señor.
-Entonces tendremos que improvisar- dije,
desenvainando mi espada-sierra y llevaba el selector de
velocidad hasta la máxima potencia. No era la primera vez
que me tenía que abrir paso con ella a través de una puerta
o una pared, aunque rara vez tenía que usarla contra alguna
tan robusta como parecía ser aquella. -Cuidado con las
chispas.

Pero antes de que pudiera comenzar a cortar, de repente, la


hoja de la puerta se abombó hacia dentro cuando algo la
golpeó con fuerza desde el otro lado, arrancándola de las
guías. Jurgen y yo intercambiamos una incómoda mirada y
luego retrocedimos, alzando nuestras armas. Dirigí mi mano
libre hacia la pistola que llevaba enfundada junto a mi
costado, pero antes de que pudiera sacarla, otro golpe
sacudió la puerta y un cuarteto de garras increíblemente
afiladas se abrió paso. Mientras observaba,
momentáneamente paralizado por el horro, la mano que
había detrás de ellas se cerró en un puño y abrió un agujero
del tamaño de mi cabeza en la gruesa placa de acero.

Jurgen abrió fuego de inmediato, dirigiendo una ráfaga de


proyectiles lásers a través de la abertura. La criatura que
estaba en exterior retrocedió momentáneamente antes de
volver al ataque. Entonces, un segundo par de garras
perforó el metal como si fuera de cartón, cortando hacia
abajo, desgarrando el metal, mientras el primer juego de
garras rasgaba en diagonal para poder unirse al primer
corte.

Desenfunde mi pistola mientras un segundo par de manos,


con unas garras más pequeñas y dedos extra en cada una,
sujetaban los restos de la desgarrada puerta antes de
arrancarla de las guías y arrojarla hacia un lado.

Desde el momento en el que el primer par de garras habían


aparecido por la puerta, sentí la extraña sensación de que
conocía la clase de bestia que había al otro lado y justo en
ese momento, me di cuenta de que estaba en lo cierto. Sólo
tuve una fracción de segundo para darme cuenta antes de
que los dedos de Jurgen y los míos apretaran los gatillos y
un genestealer de pura cepa con las fauces abiertas de par
en par, cargara directamente contra los cañones de
nuestras armas.
CAPÍTULO ONCE
Nuestras primeras descargas frenaron la acometida de
aquella horrenda criatura, que se tambaleó bajo los
múltiples impactos de las ráfagas en automático del fusil de
Jurgen a las que, si he de ser sincero, mi breve ráfaga de
descargas láser en poco ayudó. Cráteres cauterizados se
abrieron por todo su tórax, levantando un fino rocío de icor
y quitina pulverizada que, dado que estábamos lo
suficientemente cerca, vimos como flotaba a su alrededor
como la niebla surgiendo de un pantano al amanecer. Sin
embargo, no tardó en recuperarse y, chasqueando sus
mandíbulas, saltó de nuevo hacia adelante, derramando
chorros de un apestoso icor por el agrietado caparazón,
pero Jurgen y yo no estábamos en el mismo lugar, habíamos
saltado en diferentes direcciones. Se giró para seguirme,
extendiendo sus dos brazos izquierdos, con la aparente
esperanza de atraparme con su brazo inferior mientras me
diseccionaba vivo con las afiladas garras del superior.

Sin embargo, yo estaba preparado para aquel tipo de


ataque, dado que ya había luchado anteriormente contra
otros genestealers y me agaché bajo el brazo que intentaba
aferrarme al tiempo que propinaba un mandoble hacia
arriba con mi espada sierra. Sus dientes gimieron un
momento al morder el duro caparazón de la criatura, luego
se liberaron, cortando la extendida extremidad como si de la
rama enferma de un árbol se tratará y se hundieron en su
vientre. Un chorro de vísceras brotó de él, poniendo perdido
mi abrigo y desparramándose por el suelo. Por dura y tenaz
que fuera la criatura, no podía durar demasiado tiempo con
semejante herida y se lanzó hacia adelante, aparentemente
con la intención de atacar a Jurgen a modo de postrer acto
de venganza. Pero antes de que pudiera alcanzarlo, resbaló
sobre sus propias entrañas para acabar estrellándose contra
la mesa, abollándola y lanzando por los aires varias de
aquellas horribles e incómodas sillas que estaban alrededor
con un estruendo que resonó con fuerza por toda la sala
revestida de metal. Increíblemente, a pesar de la tremenda
paliza que había recibido, el monstruo seguía agitándose
débilmente y tratando de levantarse. Yo alcé mi espada
sierra y lo decapité, aunque, si he de ser sincero, creo que
estaba muerta un instante antes de que la hoja lo
alcanzara.

-Bueno, al menos, eso ha abierto la puerta- señaló


Jurgen, decidido a ver el lado bueno, y yo asentí
sombríamente.

-Y también sabemos la razón de tanto alboroto-


coincidí, alzando la voz sobre el estruendo de las alarmas,
que resonaban con el doble de fuerza ahora que ya no
estaba amortiguadas por la puerta. -Los tiránidos ya han
llegado.

Active el comunicador de mi oído, esperando recibir una


actualización táctica, pero no puede escuchar nada en
ninguno de los canales de comunicación de la Guardia
Imperial; ninguna de las unidades de vox en las cercanías
estaba sintonizada y lo único que pude escuchar fue un
galimatías incomprensible. Sólo nos quedaba esperar que se
tratara de una incursión aislada y no de la invasión a gran
escala que mi imaginación, presa del pánico, se empeñaba
en creer que estaba teniendo lugar.

-Vamos, tenemos que averiguar qué demonios está


pasado.

Por lo que pude ver, lo que pasaba era que reinaba el


pánico, con todo el pasillo exterior atestado de acólitos
vestidos de rojo corriendo en todas las direcciones,
chillándose los unos a los otros en su incomprensible
gorgoteo. El hecho de vernos a Jurgen y a mí, armados y
cubiertos por los despojos del genestealer no ayudó
precisamente a tranquilizarles y pronto desistí de intentar
detener a uno para pedirle información. La mayoría de ellos
se limitó a farfullar un momento, señalar el camino por el
que había venido y volver a escabullirse tan rápido como
sus piernas (o, en algunos casos, las ruedas, las placas
gravitatorias o resortes) les permitieran. Como parecían
correr por el pasillo en ambas direcciones, ni siquiera podía
seguir lo que suele ser mi respuesta instintiva en momentos
como aquel y así alejarme lo más posible de donde
pareciera estar el mayor peligro.

-¿Volvemos al hangar, señor?- preguntó Jurgen en


cuanto la multitud despejó un poco el pasillo y yo asentí. No
tenía ni idea de que más cosas podría haber en aquel
laberinto y si nos lanzábamos a correr y deambular por su
interior, o bien lográbamos salir por pura casualidad, o bien
nos perdíamos en él indefinidamente o, al menos, hasta que
los tiránidos nos alcanzaran. En el hangar, podríamos
requisar una lanzadera, o al menos encontrar una aparcada
que tuviera un vox que pudiera usar para contactar con
Zyvan y averiguar en qué lío nos habíamos metido.
-Parece que esa es nuestra mejor opción- asentí,
girándome para dirigirme hacia el hangar, pero antes de
pudiera dar más que unos pocos pasos en aquella dirección,
ciertas señales de movimientos al final del corredor frenaron
mi paso. Otros tres genestealers aparecieron ante mis ojos,
acuchillando y desgarrando a los tecno-sacerdotes lo
suficientemente rezagados como para cruzarse en su
camino. El avance de las criaturas quedaba marcado por un
reguero de sangre y lubricantes, manchando el suelo bajo
sus garras y salpicando las paredes. Pocas de sus víctimas
se movían tras su paso, aunque un par de ellas seguían
retorciéndose y lanzando torrentes de chispas eléctricas, al
cortocircuitarse sobre la superficie metálica sobre la que se
arrastraban.

No fue necesario que vocalizara mi repentino cambio de


planes, Jurgen y yo ya habíamos combatido codo con codo
durante demasiado tiempo y con demasiada frecuencia
como para tener que hacerlo. Sólo nos detuvimos para
lanzar una ráfaga de descargas láser con la vana esperanza
de ralentizarlos un poco, nos dimos la vuelta y comenzamos
a correr, vagamente esperanzados en que algo ocurriera en
los pocos segundos que teníamos antes de que las criaturas
nos alcanzaran.

-Sabía que tenía que haber traído mi melta- refunfuñó


Jurgen, cuando el siniestro traqueteo de las garras sobre el
metal se hizo audible sobre el estruendo de las alarmas. Si
ya estaba lo suficientemente cerca como para poder oírlos
sobre todo aquel ruido, es que ya los teníamos
prácticamente sobre nosotros, así que ni siquiera me atreví
a mirar hacia atrás. Girarme para mirar por encima del
hombro sólo me habría llevado una fracción de segundo,
pero, en aquella situación, incluso eso podría resultar fatal.
Además, no quería que lo último que viera en mi vida fuera
el esófago de un genestealer.

-Habría sido muy útil- coincidí, pero no se le podía culpar


por haber no haber traído consigo su juguete favorito. La
voluminosa arma no era precisamente la más ideal para ir
cargada con ella por los pasillos de una nave estelar y
tampoco habíamos recibido ninguna advertencia sobre un
posible ataque tiránido, así que no había razón alguna para
pensar que la necesitaríamos. Entonces se me ocurrió otra
idea. -¿Tienes granadas?- pregunté. Por lo general, mi
ayudante siempre cargaba con un par de ellas, incluso
cuando estábamos lejos del frente, una costumbre por la
que le he quedado muy agradecido en varias ocasiones.

-No puedo usarlas- dijo apesadumbrado. -Hay


demasiados civiles.

En efecto, varios tecno-sacerdotes seguían abarrotando el


pasillo, aunque su afición a los augméticos había permitido
que muchos se alejaran a gran velocidad y ya estaban lejos
y, a juzgar por los ruidos que escuchaba tras de nosotros,
cada vez iban quedando menos con vida de los que no
podían correr tanto.

-Una perforante entonces-, propuse, bastante menos


preocupado por los posibles daños colaterales que pudieran
sufrir los mecanos, que por la idea de que una granada de
fragmentación que estallara lo suficientemente cerca como
para herir a los genestealers, probablemente también nos
destrozaría a Jurgen y a mí.

-Tengo una de esas- confirmó mi ayudante. Rebuscó entre


sus numerosos macutos, sacó una granada, arrancó
hábilmente el seguro con los dientes y la arrojó por encima
de su hombro sin dejar de correr. -Pero no veo para que
puede servir.

-Yo tampoco- tuve que admitir, -pero no creo que nos


haga daño.

El suelo tembló al detonar la carga perforante y algo


pequeño, afilado y metálico golpeó la pared demasiado
cerca de mi oreja. Evidentemente, debimos dañar algún
circuito eléctrico en alguna parte, porque, de repente, la
chillona alarma se silenció, dejándome con un agudo pitido
en los oídos. Pero el ruido de movimiento también parecía
haber disminuido detrás de nosotros y me arriesgué a echar
un vistazo hacia atrás.

Nuestra desesperada estratagema al menos nos había


servido para ganar algo de tiempo. La carga explosiva había
creado un agujero en el suelo metálico, dejando al
descubierto una maraña de tuberías y cables de las que
brotaba una nube de algún tipo de vapor. Los genestealers
parecían aturdidos por la explosión, pero no podía contar
con que aquella feliz circunstancia durara mucho tiempo.

-Eso les dará algo en lo que pensar- dijo Jurgen, lanzado


mientras hablaba otra lluvia de descargas láser por el
corredor. Si yo hubiera podido elegir, me habría limitado a
poner la mayor distancia entre aquellas terroríficas criaturas
y yo, pero teníamos que pensar en los aturdidos tecno-
sacerdotes que teníamos como público, la mayoría de los
cuales parecían aún más aturdidos que los genestealers. Los
mecanos se arremolinaban y parloteaban los unos con los
otros, como si no pudieran creer el desastre que
acabábamos de preparar en su bonito y limpio pasillo, pero
dadas las circunstancias, debieron considerar que lo mejor
era no protestar, aunque no me cabía la menor duda de que
al menos unos cuantos de ellos tendrían picto-grabadores
incorporadas a sus ojos augméticos. Lo último que yo
necesitaba era que las imágenes de Caín, el héroe imperial,
actuando como el cobarde que realmente soy, se
difundieran por todo el planeta, especialmente por si
necesitaba que mi inmerecida reputación me ayudara más
tarde a huir. Así que disparé un par de veces, blandí
teatralmente mi espada sierra y adopté una pose defensiva,
como si quisiera proteger a los supervivientes de una nueva
carga.

-Corran, pónganse a salvo- les grité, con el mejor gesto


de preocupación que puede fingir, mientras miraba hacia
atrás por encima de mi hombro. Estaba a punto de añadir
un par de tópicos para que se dieran más prisa, cuando la
nube de vapor se inflamó, envolviendo a los dos
genestealers en una bola de fuego y lanzando una onda
expansiva por el corredor que me aplastó contra el frío
metal del suelo.

Me puse en pie, tambaleándome mientras trataba de


asimilar aquel inesperado giro de los acontecimientos. Me
quedó muy claro que lo que salía por la tubería era
altamente inflamable, aunque era imposible saber si lo
había prendido una de nuestras descargas láser o una
chispa del cableado dañado. Sin embargo, tampoco tuve
demasiado tiempo para pensarlo, ya que en ese preciso
momento, un genestealer envuelto en llamas surgió de
aquel infierno y se lanzó ciegamente a por mí, aunque me
es imposible saber si lo hizo impulsado por la mente de la
prole, o simplemente era que había enloquecido por la
terrible agonía que sufría. Le disparé por mero reflejo y salté
hacia un lado en el último momento, asestándole de paso
un afortunado tajo con mi espada sierra que le cortó los
ligamentos de las piernas. Lisiado, cayó al suelo, donde rodó
por el suelo, estremeciéndose y proporcionándome unos
angustiosos instantes para evitar sus dientes y garras antes
de que finalmente asumiera que estaba muerto.

-Los otros dos también están muertos- me informó


Jurgen, tras regresar de su rápido viaje para comprobarlo. -
Menos mal que explotó esa tubería, o las cosas
podrían haberse puesto muy feas.

-Efectivamente- dije, y dejé de intentar contar el número


de tecno-sacerdotes muertos tendidos en el suelo y
envueltos por la nube de humo. Bien sabe el Trono que
tengo muy poco en común con los mecanos y normalmente
aún menos paciencia con ellos, pero aun así, me pareció
una imagen deprimente, probablemente porque bien podría
haber sido yo el que estuviera allí tumbado con las tripas al
aire.

-En verdad, el Omnissiah procesa sus datos- me dijo


un asombrado tecno-sacerdote de sexo indefinido [80], que
se acercaba a nosotros haciendo la señal del engranaje.
[80] A partir de cierto grado de augmentización, las diferencias ya son
puramente académicas.

-Se lo agradezco mucho- dije educadamente, sin saber


cómo responder a esas palabras. Yo seguía recibir nada
inteligible a través de mi comunicador, pero quizás mi
interlocutor tendría acceso a otras fuentes de información. -
¿Sabe cuántos más de esos bichos andan sueltos por
aquí?- pregunté sabiendo que las camadas de genestealers
suelen ser mucho más numerosas que los cuatro que
acabábamos de ver.

La cabeza encapuchada hizo un gesto negativo, el fuego


que teníamos detrás de nosotros se reflejó en su rostro
metálico, haciendo que destellara de forma inquietante en
las profundidades de su capucha.

-¿Algún otro organismo infiltrado? ¿Tal vez lictores?

No me importa admitir que me estremecí interiormente ante


semejante perspectiva, aunque evité que mis sentimientos
se reflejaran en mi rostro con la facilidad que proporciona
una larga práctica. Los genestealers ya eran lo
suficientemente malos, pero la idea de cazar, o mejor dicho,
de ser cazados por unos organismos perfectamente
adaptados al camuflaje y la emboscada me resultaba
mucho más inquietante.

-Lamento no poder proporcionarle información


actualizada- me contestó Cara de Chapa, haciendo de
nuevo el signo del engranaje sin motivo alguno, o al menos
que yo pudiera ver, presumiblemente porque no sabía que
otra cosa hacer con sus manos. -Las consultas sobre
xenobiología deben dirigirse a la Magos Kildhar

-Por supuesto. ¿Y tiene alguna idea de dónde pueda


estar?- pregunté, ya seguro de la respuesta que iba a
obtener.

-Tampoco tengo información actualizada a ese


respecto- contestó el tecno-sacerdote, sonando
sinceramente afligido. -Sin embargo, su analyticum se
encuentra en el nivel veintiocho, sección tres. Si
desea consultar algo con ella, seguramente ese sea
el lugar donde haya más probabilidades de que la
encuentre.

-Gracias- dije, -pero ahora mi deber es informar al


Magos Senioris y al Lord General.

Quienes seguramente sabrían qué demonios estaba


pasando, si es que alguien lo sabía.

-El Magos Senioris llegará en cualquier momento-


contestó el tecno-sacerdote, claramente decidió a
mostrarse lo más servicial posible. -De hecho, puede que
ya haya aterrizado.

-Entonces debemos volver al hangar lo antes posible-


dije, aprovechando la oportunidad que el Emperador
acababa de presentarme. -Su protección debe ser
nuestra máxima prioridad- me apresuré a añadir. Y la
mejor manera de lograrlo sería llevarlo de nuevo a la
lanzadera y sacarlo de allí lo antes posible, preferiblemente
acompañado por mí. Volví a mirar el fuego que ardía detrás
de nosotros y que seguía bloqueando el pasillo. -¿Puede
sugerirnos una ruta alternativa?

-Por allí, la primera a la derecha, luego la segunda a


la izquierda… - comenzó a desgranar el tecno-sacerdote
mientras empezaba a recitar una lista de direcciones que
amenazaba con prolongarse casi indefinidamente. Después
de las primeras indicaciones, me di cuenta de que íbamos a
volver por donde habíamos venido, o al menos lo
suficientemente cerca como para que pudiera confiar en mi
innata habilidad para orientarme en lugares como aquel y le
corté en seco.

-Lo encontraremos- dije con confianza y comencé a correr


a paso ligero, con Jurgen y su fusil láser como una
tranquilizadora presencia tras mis talones. Dado que la
maldita alarma ya no ahogaba el resto de los ruidos, pude
usar mis oídos además de mis ojos. El ruido de nuestras
botas sobre el suelo metálico provocaba ecos que
interferían la concentración, sonidos a los que se sumaban
los creados por la enorme cantidad de mecanos confundidos
y asustados que se apartaban de nuestro camino, pero
estaba bastante seguro de que no podía escuchar los
arañazos de las garras de los genestealers detrás nuestro.
No obstante, me mantuve totalmente alerta, lanzando
rápidas y aprensivas miradas cada rincón o hendidura junto
a la que pasábamos, prestando especial atención a la
tuberías y conductos que pendían del techo; aquellas
malditas criaturas podían aferrarse a las superficies más
lisas y yo ya había visto caer a demasiados Recobradores en
emboscadas que les llegaron desde arriba en nuestra
desafortunada incursión a bordo del Engendro de
Condenación como para no estar completamente paranoico
ante la posibilidad de ser víctima de un ataque similar.

-Creo que nos habían dicho que aquí había una


guarnición de skitarii- dijo Jurgen con amargura, mientras
apartaba a unos cuantos G.A.T.O [81] que parecían haberse
extraviado. -¿Dónde demonios se supone que están?

[81] Geolocalización Autónoma Tecnológicamente Optimizada.

-Me temo que deben estar ocupados- aventuré,


separando el fuerte chasquido de los fusiles Infierno de
entre los ecos que nos perseguían. Lo cierto es que el
sonido parecía proceder de varias direcciones, aunque no
era capaz de precisar más, eso pese a que, si he de ser
sincero, lo cierto es que no estaba tan preocupado como
para molestarme en intentarlo. Los disparos sonaban a lo
lejos, lo suficiente como para que me creyera que no
íbamos a lanzarnos de cabeza a ninguna escaramuza y en
aquellos momentos, eso era lo único que me importaba.

Esquivamos a un servidor que seguía trabajando en la


última tarea que le habían encomendado, totalmente ajeno
a la confusión que le rodeaba, dimos la vuelta a la última
esquina del itinerario que nos había indicado el tecno-
sacerdote y finalmente me encontré en un corredor que
reconocí de inmediato.

-Por aquí- le indiqué a Jurgen, cada vez más animado, pero


tan solo para que unos momentos más tarde mi moral se
precipitó en el más profundo de los abismos. El sonido de
los disparos también se escuchaba frente a nosotros, justo
en la dirección del hangar.
CAPÍTULO DOCE
Les mentiría si les dijera que no tuve mis dudas en aquel
momento, pero la verdad es que no tenía más remedio que
seguir adelante. Había demasiados mecanos abarrotando el
pasillo como para que cualquier signo de vacilación por mi
parte pasara desapercibido y, para agravar aún más la
situación, se me había llenado la boca declarando mis
intenciones de proteger al Magos Dysen de los
genestealers. Tanto si el tecno-sacerdote había gravado o
transmitido la conversación, como si no, seguro que seguía
allí afuera y sin duda compartiendo excitadamente la
conversación con otros de sus compañeros.

Así que, una vez más, me veía abocado a emprender un


curso de acción de iba directamente contra todos mis
instintos, ya que la simplista excusa destinada para
mantenerme alejado de los problemas se había vuelto
contra mí para morderme el culo. Además, llegar al hangar
para ponerme a salvo, implicaba, me gustase o no, tener
que enfrentarme a lo que fuera que allí nos esperase, pero,
al menos, parecía que allí tendría unos cuantos skitarii
detrás de los que esconderme, en lugar de volver a jugar a
ser un simple cebo, mera carnaza para los tiránidos.

La enorme puerta del hangar ya estaba abierta y, de nuevo,


mis fosas nasales fueron asaltadas por el sulfuroso hedor
del aire del exterior, tan fuerte que incluso eclipsaba el
característico olor personal de Jurgen. Eso significaba que la
lanzadera de Dysen ya debería haber llegado y descendido
en el elevador, arrastrando consigo una importante cantidad
del casi irrespirable aire de la atmósfera del planeta.

Casi habíamos llegado a la puerta cuando un skitarii con


uniforme carmesí la atravesó, arrastrado por un genestealer
que intentaba arrancarle la cara. Sangre y otro tipo de
fluidos menos identificables se filtraban por los grandes
cortes de su coraza, unas heridas que habrían acabado con
un hombre normal, pero él seguía luchando ferozmente, con
su cuerpo fuertemente augmentado soportando el tipo de
castigo que normalmente tan sólo un marine espacial habría
soportado. Los dos contrincantes rebotaron contra el
mamparo opuesto, dejando una abolladura sobre su pulida
superficie y volaron hacia donde estábamos Jurgen y yo, tan
absortos en su lucha privada que probablemente fueran
totalmente ajenos a nuestra presencia.

Reaccionando instintivamente, mis reflejos de duelistas


entraron en acción sin que apenas me diera cuenta de ello,
me giré para esquivar a los dos luchadores entrelazados y
golpeé en la espalda al genestealer con mi espada sierra. La
hoja giratoria cortó profundamente, rociando la abollada
pared con fragmentos de quitina y vísceras. Totalmente
tomada por sorpresa, la abominable criatura se volvió y se
abalanzó contra mí, con los colmillos chasqueando tan cerca
que podría haberme arrancado un brazo si yo no me hubiera
apartado un poco para guardar las distancias. El asediado
skitarii se recuperó y aprovechó aquel momento de
distracción del genestealer para golpear con su antebrazo la
sien de la criatura, rajándola con la hoja dentada montada
en él. Parcialmente aturdida, la horrible criatura aflojó su
presión y alzó el cuello para propinar un mordisco, como si
de una serpiente se tratara. Al ver mi oportunidad, intervine
de nuevo y seccioné su columna vertebral con un preciso
golpe horizontal.

Rugiendo de rabia, con las partes de su rostro que aun eran


de carne hinchadas y casi tan rojas como su uniforme, el
skitarii agarró con ambas manos la cabeza del pura cepa y
la retorció. Con unos desagradables sonidos de crujidos y
desgarros, notablemente similares a los que produciría
Jurgen junto a un plato de marisco, la cabeza del
genestealer se separó limpiamente de su cuerpo.

Tras contemplar su espantoso trofeo durante uno momento,


el skitarii lo arrojó hacia un lado y caminó hacia mí,
pisoteando los restos de su enemigo caído. Su distorsionado
rostro presentaba un aspecto incluso aún menos humano
que el de un típico soldado del Adeptus Mechanicus y
comencé a preocuparme por mi propia seguridad. Parecía
estar totalmente fuera de sí por el zerk [82], o algo parecido,
y probablemente no estaría en condiciones de distinguir
entre amigos y enemigos, y posiblemente tampoco le
preocupara.

[82] Una droga de combate diseñada para aumentar la fuerza y la agresividad,


normalmente usada por las legiones penales. Los efectos a largo plazo sobre las
fisiologías no aumentadas son extremadamente perjudiciales, pero eso no se
considera una desventaja si se tiene en cuenta que no se espera que los
soldados sobrevivan a más de una o dos batallas.

Entonces, casi en el último momento, reconocí el mosaico


de augméticos incrustados en su rostro.

-Centurión Kyper, informe- grité, con mi tono más


autoritario, complacido al ver por el rabillo del ojo como
Jurgen le apuntaba con su fusil láser. Esperaba que no
tuviera que usarlo, pero si eso implicaba que yo siguiera de
una sola pieza, dejaría que abatiera inmediatamente al
oficial skitarii y ya me preocuparía más tarde las posibles
implicaciones políticas.

Pero, para mi alivio, los ojos de Kyper comenzaron a


centrarse y un vestigio de comprensión apareció casi
inmediatamente en ellos.

-Comisario Cain- me saludó con una sonrisa. -


Bienvenido, aún nos quedan muchos genestealers a
los que matar.

El frenesí inducido por las drogas de combate comenzó de


nuevo a apoderarse de él y volvió a la lucha, evidentemente
decidido a volver al trabajo lo antes posible, sin que
importara que fuera perdiendo fluidos vitales como un grifo
corroído.

-¿Está a salvo el Magos Senioris?- le pregunté


rápidamente, antes de que la marea de sed de sangre lo
arrastrara demasiado lejos como para que sus
pensamientos siguieran un curso racional.

-Lo está- confirmó Kyper y luego volvió a la batalla,


aparentemente con la intención de despedazar miembro a
miembro y con sus propias manos al siguiente genestealer
lo suficientemente desafortunado como para cruzarse en su
camino [83]. Si Dysen seguía en el hangar, allí seguiría su
lanzadera y aún existía la posibilidad de que pudiera utilizar
a ambos para poner a salvo mi propio y miserable pellejo.
Un pensamiento optimista que sólo duró dos o tres
segundos, justo hasta que obtuve la primera visión clara de
la batalla que se estaba librando en el hangar.

[83] De lo cual podemos inferir que, al menos a los ojos de Caín, el centurión
parecía desarmado; una impresión que puede no ser del todo precisa, ya que los
skitarii del Mechanicus suelen tener varios sistemas de armas implantadas
diseñadas para mejorar su letalidad en espacios reducidos.

-¡Híbridos!- gritó Jurgen con repugnancia, disparando una


ráfaga con su fusil láser a una criatura encorvada y de tres
brazos que empuñaba el fusil Infierno que acababa de
arrebatar a un moribundo skitarii, con la apariencia de ser
muy capaz de utilizarlo, impresión que confirmó un
momento después al dispararlo en nuestra dirección. Sin
embargo, la lluvia de descargas láser de alta potencia salió
desviada y antes de que pudiera corregir el tiro, la superior
puntería de mi ayudante lo derribó de un limpio tiro en la
cabeza.

-Unos cuantos- coincidí, al ver más abominaciones


semihumanas, con una creciente sensación de desconcierto.
Los genestealer son bastante comunes en las líneas de una
invasión tiránida, pero yo nunca había oído que fueran
acompañados por su descendencia de otras especies
cruzadas con ellos. Sólo aparecían después de que las
victimas implantadas por la mente de la prole se hubieran
infiltrado al menos durante una generación en la población
de un planeta.

Pero no había recibido ningún tipo de informes sobre


cualquier indicio de agitación social ni de disturbios que nos
indicaran que hubiera una secta de genestealers activa en
Fecundia y, en cualquier caso, entre una población tan
dotada de augméticos, cabría esperar que encontraran
pocas presas.

En ese momento, otro puro cepa saltó para intentar


arrancarme la cabeza con un golpe de sus terribles garras y
no me quedó más tiempo para pensar. Me lancé a un lado
en el momento justo y le propine un corté a la altura del
cuello, siendo recompensado por un chorro del apestoso
icor justo antes de que Jurgen acabara con él con otra
ráfaga de disparos de su fusil láser.

-Por allí, señor- dijo mi ayudante y a través de la vorágine


de figuras que corrían, se disparaban y se acuchillaban,
todas ellas inhumanamente rápidas y ágiles, ya fueran
humanos augmentados o abominaciones xenos, alcancé por
fin a ver a Dysen y a sus guardaespaldas. Parecían haber
tenido la misma idea que yo, e intentaban abrirse paso a
través de la confusa melee de los cuerpo a cuerpo hacia la
lanzadera que los había llevado al santuario, pero no habían
conseguido llegar muy lejos. La mayoría de los genestealers
y su progenie se habían agrupado bajo las alas extendidas
de la gran nave de transporte, que seguía descansando
sobre el elevador que la había bajado hasta el hangar, al
igual que unos polluelos buscando la protección de su
madre. La mera presión de su número estaba aislando al
tecno-sacerdote y a su séquito, lo que significaba que
tampoco yo tendría muchas posibilidades de subir a bordo
sin acabar destrozado.

-¿Qué está pasando?- grité cuando nuestro avance a base


de tajos, cortes y disparos láser nos llevó cerca del Magos
Senioris. -Kildhar nos acababa de indicar que usted
estaba a punto de llegar cuando se desató todo este
infierno.

Me dirigí hacia él en cuanto mi ayudante me indicó que


podía hacerlo, por supuesto, en parte para dar la impresión
de que intentaba cumplir con mi imprudente fanfarronada,
pero sobre todo porque interponerse entre un grupo de
skitarii fuertemente armados y los genestealers no me
parecía que fuera a ser la mejor oportunidad de salir de allí
con todas mis extremidades.

-Entonces sabe tanto como yo- contestó Dysen, con un


tono notablemente irritado para ser un hombre que se
suponía que estaba por encima de rasgos humanos tan
insignificantes como una vulgar reacción emocional al
estrés. Pero no creo que nunca antes su ordenado y racional
mundo se hubiera visto tan perturbado.

Disparé a un pura cepa que acababa de liquidar a otro de


los skitarii mientras trepaba sobre el cadáver de su última
víctima en su afán por alcanzar a Dysen. Mi disparo lo
alcanzó en la garganta mientras abría sus mandíbulas casi
imposiblemente, de esa desconcertante forma en lo que lo
hacen esas criaturas. La bestia se desplomó sobre el cuerpo
del skitarii que acababa de matar, retorciéndose y
gorjeando por última vez, aunque debo admitir que su
muerte por mi parte había sido algo muy afortunado y
probablemente no hubiera podido hacerlo si no hubiera
recibido un fuerte castigo de los skitarii antes de que yo la
dispara.
-Son muy duros, ¿verdad?- dije, sintiendo que una
muestra de despreocupación por mi parte quedaría muy
bien si alguien estaba grabando la lucha para posteridad
[84].

[84] De hecho, Dysen sí lo grabó. Sus registros interno muestran que la acción
tuvo lugar tal y como la describe Cain, aunque con una serie de blasfemias
bastante audibles.

-Se lo agradezco, comisario- respondió Dysen,


escondiéndose con una muy prudente presteza tras lo que
quedaba de su escolta. -Me informaron que estaba en
camino, pero temí que hubiera perecido.

-Yo pensaba lo mismo de usted- contesté. Al parecer, mi


conversación en la planta inferior [85] había sido transmitida
por algunos de los arcanos métodos que utilizan los
mecanos para mantenerse en contacto. Señalé la lanzadera.
-Tenemos que volver a bordo y salir de aquí. ¿Hay
algún lugar en el que los tiránidos todavía no hayan
aterrizado?

[85] Es la primera vez en la que Caín menciona un cambio de nivel, aunque no


es de sorprender, dado que el hangar estaba justo debajo del techo.

-No han aterrizado en ninguna parte- contestó Dysen,


sonando tan confundido como le permitía el -codificador vox
que tenía implantado. -Ni siquiera una sola espora.

-Entonces, ¿de dónde demonios han salido todos


estos genestealers?- exigí.
Los xenos comenzaron a retroceder hacia la lanzadera
situada sobre la plataforma elevadora, donde muchos de
ellos ya se habían refugiado. Los skitarii se reagruparon y
comenzaron a acosarlos por todos los lados con el fuego de
sus fusiles Infierno La mayoría de los híbridos habían
conseguido hacerse con algún arma y respondían al fuego,
pero con mucha menos precisión.

-No tengo ni la menor idea- respondió Dysen, con un


tono uniforme y mecánico que indicaba claramente que la
situación no era en absoluto de su agrado, que tenía la
intención de corregirla inmediatamente y que si alguien era
el responsable de que las criaturas se hubieran infiltrado en
el santuario, no lo iba a pasar nada bien. -Atacaron el
hangar en cuanto desembarcamos.

-Ya veo- dije, disparando un par de veces contra la prole


según seguía retirándose, mientras las palmas de mis
manos comenzar a hormiguearme, como siempre sucedía
cuando mi subconsciente comenzaba a gritar, a dar saltos,
en un esfuerzo para que cerebro percibiera los signos de
que una catástrofe estaba a punto de suceder. Había algo
en las tácticas de los genestealers que no me cuadraba.

-Al menos los tenemos a la fuga- comentó Jurgen,


encajando una nueva célula de energía en su fusil láser
mientras me miraba. -Esta es la última, señor. Luego
tendré que usar la bayoneta.

-Eso no será necesario- le interrumpió Kyper, que llegó


corriendo para unirse a nosotros. El centurión parecía más
un cadáver cosido con grapas y cubierto de augméticos que
nunca; cuando por fin se le terminara el efecto de las
drogas de combate, se iba a derrumbar como una
marioneta a la que la hubieran cortado los hilos. Pero
supuse que, al menos, estaba en el lugar más adecuado
para que lo arreglaran. -Se están agrupando junto a la
lanzadera. Si enviamos a los lanzallamas pesados,
acabaremos con todos de una sola vez.

-Oh, Trono- dije, cuando por fin me di cuenta de lo que iba


mal. Los genestealers nunca se reunían en un espacio
abierto, siempre corrían a esconderse entre las sombras,
donde podrían montar otra emboscada. -¡No están
intentando refugiarse!- exclamé, señalando a un par de
figuras de aspecto totalmente humano en medio de los
xenos, una de las cuales llevaba un roto y andrajoso traje de
vuelo. -¡Están planeando salir de aquí volando!

-Eso es ridículo- protestó Dysen. -Los genestealers son


totalmente incapaces de utilizar mecanismos
complejos. Pilotar una lanzadera requiere destreza e
inteligencia.

-Algo que sus híbridos poseen- prácticamente le grité.


No soy un experto en el tema, pero a lo largo de mi carrera
me he encontrado con los suficientes nidos de esas
perniciosas criaturas como para saber que, tras unas
cuantas generaciones, algunos de sus descendientes son
prácticamente indistinguibles de los humanos [86]. -
Además, han infectado a un piloto.

[86] A su vez, .otros miembros de su generación se convertirían en genestealers


de pura cepa, listos para propagar la infección.
-¿Y cómo puede saber eso?- preguntó Kyper, que parecía
sinceramente desconcertado.

-Porque parece que tiene una buena cogorza-


intervino Jurgen, -y los mecanos no beben

Como si quisiera subrayar sus palabras, el piloto se


tambaleó, aferrándose en el horror de varios brazos más
cercano para no caerse y siguió tambaleándose,
apoyándose en él. Se parecían notablemente a un par de
guardias decididos a probar todos los bares de la ciudad
antes de que terminara su permiso de dos días.

-La mente de la progenie aún está tratando de


integrarlo- expliqué de forma más diplomática, -por eso
parece tan desorientado. Dentro de poco, ni siquiera
sus amigos más cercanos serían capaces de notar
nada anormal en él.

-Pero no parece estar en condiciones de volar-


rezongó Kyper, sin inmutarse. -Y nuestros servidores de
combate pesados no tardarán en quemarlos a todos.

-No tiene que estarlo- le expliqué, como si fuera un niño.


Como para subrayar la urgencia de la situación, una tenue
nube de vapor sulfuroso entró por el techo abierto del
hangar mientras yo observaba como se enroscaba alrededor
de las vigas con una distante fascinación, como si estuviera
mirando el futuro de aquel mundo en un microcosmos. Si la
prole lograba escapar, volarían hasta la superficie y
esparcirían su mancha por todas partes, hasta que fueran lo
suficientemente fuertes para desafiar a la humanidad por el
dominio de Fecundia.

-La mente de la progenie tiene acceso a todos sus


conocimientos. Uno de los híbridos puede pilotar la
nave.

-Me temo que tiene razón- respondió para mi sorpresa


Dysen. -Uno de ellos está sentado en la carlinga.

Sólo el Emperador sabrá cómo podía saber eso [87], pero


acepté su palabra sin la menor duda. Cualquier reticencia
que tuviera sobre la veracidad de sus palabras se disipó
rápidamente con el creciente rugido de los motores de la
lanzadera al ponerse en marcha para el despegue.

[87] Probablemente fuera ampliando las imágines que le proporcionaban sus


ojos augméticos, o de alguna manera, interactuando directamente con la
telemetría de la lanzadera.

-Entonces no hay tiempo que perder- añadió Kyper con


decisión, reuniendo a lo que quedaba de sus hombres con
un chillido rápidamente modulado por un agudo galimatías
que hizo que me rechinaran los dientes. -Debemos atacar
antes de que despeguen- prosiguió. A continuación se
volvió hacia mí y, por un instante, me temí que fuera a
invitarme a dirigir aquella carga suicida contra las fauces
del enemigo. -Comisario, debo pedirle que garantice la
seguridad del Magos Senioris.
-Me alegra que confíe en mí- dije con sinceridad, pero
cuidándome muy mucho de ofrecerle nada que sonara
como una garantía. Por una vez, parecía que no iba a tener
que esforzarme por salvar mi pellejo y me tomé un
momento para saborear la novedad.

Tan solo un instante después se lanzaron contra la


lanzadera con misma delicadeza de una horda de orkos,
pero, la verdad, no se podía negar que parecían casi
imparables. Sin embargo, la mente de la progenie no
parecía estar de acuerdo, ya que toda una avalancha de
quitina endurecida salió por la rampa de embarque de la
nave y chocaron contra los atacantes con un estruendo que
pareció hacer temblar las propias paredes.

-¿Por qué no se van?- se preguntó Jurgen en voz alta


mientras la batalla se reanudaba con una ferocidad
inhumana por ambas partes. Garra contra espada, proyectil
láser contra colmillo, nadie sabía quién podría ser el
vencedor. Mientras contemplaba aquella intrincada danza
de mortales lances cuerpo a cuerpo, sólo pude agradecer
que, por una vez, me hubieran permitido quedarme al
margen. -Estaban todos a bordo y listos para partir.

-Buena pregunta- reflexioné, mientras me volvían a


cosquillear las palmas de las manos. Estaba seguro de que
nos estábamos dejando algo. Entonces un movimiento llamó
mi atención y me giré hacia la puerta.

-¡Y ahí está la maldita y puta respuesta!


Justo lo que debía haber esperado. Después de todo, ya
había escuchado más disparos mientras subía. Si hubiera
pensado en ello en lugar de tratar de evitarlos, habría
supuesto que se trataba de un grupo de genestealers como
el que Jurgen y yo nos habíamos encontrado y al que los
skitarii ya estarían llamando al orden, pero aquello era
mucho peor.

-Es el líder de la progenie- me explicó Jurgen, como si yo


no hubiera reconocido de inmediato aquella aterradora
aparición. Me había enfrentado a otro igual en las
catacumbas de Gravalax y aquel habría acabado conmigo si
Jurgen no lo hubiera asado con el melta que en esos
momentos yacía olvidado en algún lugar del caótico
desorden en el que había convertido su camarote a bordo
de la nave insignia. Sin embargo, no tenía el menor sentido
quejarse, también podría haber deseado tener un Leman
Russ o un Dreadnought de los marines espaciales detrás del
que esconderme. Tendríamos que conformarnos con lo que
teníamos y, si todo lo demás fallaba, asegurarnos de que la
criatura alcanzara a Dysen antes que a mí.

-Eso explica porque seguían esperando- acepté,


mientras preparaba mis armas lo mejor que podía.

La monstruosa criatura entró en el hangar, alzándose sobre


su progenie y los asediados defensores por igual, vez y
media más alta que cualquiera de ellos. Al igual que los
pura cepa, sus seis extremidades estaban provistas de
garras capaces de cortar la ceramita y su cola tenía unas
púas que iban abriendo surcos en el suelo y en los
mamparos mientras la movía de un lado a otro. Iba girando
la cabeza de derecha a izquierda mientras avanzaba, como
si estuviera olfateando el aire, algo que me pareció el
camino más rápido para asfixiarse. Luego echó a correr
hacia la lanzadera, aparentemente indiferente a la suerte de
su prole.

-¡Deténgalo!- gritó Dysen, con habitual murmullo tranquilo


y monótono reforzado por algún tipo de amplificador
implantado, que supongo que habría activado para que yo
pudiera oírle con claridad sobre el estruendo de la batalla
que se estaba librando alrededor de la rampa de embarque
[88]. Desgraciadamente, el líder de la progenie también le
oyó y se desvió hacia nosotros, como si fuera la propia
muerte viniendo a reclamar mi alma. No sé por qué se
dirigió hacía donde nos encontrábamos en lugar de ir
directamente hacia la lanzadera y la seguridad: tal vez se
temiera un ataque por el flanco y pretendía eliminarnos
primero de la ecuación, o tal vez los últimos momentos de
vida de los pura cepa que habíamos matado en el corredor
seguían resonando en la mente de la progenie, incitándola a
tomar venganza póstuma en su nombre [89].

[88] Una suposición más que razonable, ya con que con los skitarii podría
intercambiar datos directamente.

[89] Una sugerencia fantástica, pero todavía hay muchas cosas que no
alcanzamos a entender del todo sobre la naturaleza de la telepatía de la prole
de los genestealers, por lo que quizás no debamos descartar del todo esa idea.
Sin embargo, lo más probable es que la bestia se quedará atrás hasta que los
skitarii fueran expulsados de la rampa de abordaje y que sólo se percatara de la
presencia de Caín y los demás cuando Dysen llamó su atención.

Intenté moverme cuando la horrible bestia se abalanzó


contra mí, con las mandíbulas abiertas, ofreciéndome una
visión demasiado buena de unos dientes preparados para
arrancarme la cabeza de un solo mordisco, pero mis
miembros se negaron a obedecer. Por supuesto, no era la
primera vez que el terror me paralizaba, eso ya me había
sucedido antes, tantas veces que la sensación casi me
resultaba familiar, pero siempre había sido momentánea. Mi
instinto de supervivencia se había vuelto a activar al
instante, los reflejos y mis instintos de auto-conservación
me habían impulsado a moverme. Sin embargo, esa vez me
quedé paralizado, con mis ojos clavados en los de la
criatura que tenía frente a mí, abrumado por la absoluta
inutilidad de intentar oponerme a ella.

-Sea como sea, señor, es un objetivo enorme- comentó


Jurgen alegremente y comenzó a disparar en automático,
aparentemente sin que le preocupara lo más mínimo lo
pronto que así agotaría la célula de energía de su arma.

¿Y por qué iba a estarlo? Si no acabábamos con aquella


horrible máquina de matar en los próximos segundos,
estaríamos demasiado muertos como para preocuparnos
por ahorrar municiones, y si la hubiéramos guardado, ya no
nos serviría para nada.

Algo en su voz me sacó de mi estupor y disparé varias veces


mi pistola láser, mientras me preguntaba que, en el nombre
del Trono, me habría ocurrido [90]. Sin embargo, por lo que
podía ver del efecto de nuestros láseres, bien podíamos
estar disparándole a un Baneblade, ya que lo único que
conseguimos fue aumentar aún más la impresionante
colección de impactos que salpicaban la superficie de su
grueso blindaje natural (Si es que el producto de un algo tan
vil como la cría selectiva de tiránidos puede describirse
como natural). Me lancé hacia un lado cuando me lanzó un
golpe con sus garras abdominales y paré el golpe como mi
espada sierra, el impacto fue tan fuerte que casi se me
escapa la espada de la mano. Volé lejos por el impacto y
rodé desesperadamente por el suelo mientras el patriarca
se giraba para perseguirme, lo que, tal vez por simple
suerte, lo alejó de Dysen. Lo cierto es que, justo en aquel
momento, no hubiera tenido el menor inconveniente en que
aquella espantosa criatura le arrancara unas cuantas
extremidades al magos, pero, visto con perspectiva, las
consecuencias para la ya tambaleante alianza que se
suponía yo debía mantener unida, no hubieran sido nada
buenas.

[90] Seguramente el patriarca genestealer estaba usando todo el poder de su


mente para lanzar un ataque psíquico a Cain, que Jurgen, al ser un paria, fue
capaz de anular.

-¡Granada Krak!- grité, esperando que Jurgen tuviera más


como la que ya había usado, pero mi ayudante negó con la
cabeza con gesto de pesar.

-No me queda ninguna- respondió. -Pero tengo un par


de ellas de fragmentación- añadió. Algo que nos haría
tanto daño a nosotros como al escurridizo horror contra el
que estaba luchando por mi vida y ambos lo sabíamos. -
Nunca pensé que necesitaríamos perforar blindajes.

Miré a mi alrededor en busca de ayuda. Los skitarii tenían


sus propios problemas y estaba claro que no iban a acudir
para socorrerme. Había bastantes menos de ellos luchando
alrededor de la rampa de la lanzadera de los que había
hacía tan solo un momento, aunque también había un
gratificante número de cadáveres de genestealers. La lucha
en la plataforma de aterrizaje se había convertido en un
macabro juego de desgaste, en el que ninguno de los dos
bandos se detendría ante nada que no fuera la victoria total
o la aniquilación. Paré otro par de golpes de las garras del
líder de la progenie, uno tras otro, retrocediendo
desesperadamente ante aquella implacable máquina de
matar.

Entonces, un olor familiar se materializó junto a mi hombro,


seguido por la grata visión de Jurgen levantando su fusil
láser para lanzar otro chorro de fuego contra la horrible cara
de la bestia. Sin embargo, apenas había logrado apretar el
gatillo, haciendo poco más que nuestro monstruoso
adversario se estremeciera, cuando se le agotó la célula de
energía.

-¡Agáchate!- grité en el momento exacto y mi ayudante lo


hizo, esquivando unas mandíbulas que se cerraron a lo a mí
me pareció que no fueron más que unos pocos centímetros
de su cabeza.

Miré desesperado a mi alrededor, buscando alguna salida o,


en su defecto, algún medio para distraer a la criatura y mis
ojos se posaron en el Magos Senioris, que hacía todo lo
posible para pasar desapercibido para alguien vestido con
una túnica de color carmesí con bordados en oro. Se había
escondido detrás de un banco de conmutadores y diales del
que salían unos gruesos cables aislados hacia el elevador y
una idea comenzó a formarse en mi cabeza.

-¡Dysen!- grité. -¿Puede cerrar el techo desde ahí?


Si lograba hacer algo que impidiera que el elevador se
pusiera en funcionamiento, los genestealers se verían
obligados a separarse, bien subiendo a la lanzadera antes
de que fuera demasiado tarde, o bien desviando su atención
para ocuparse del nuevo problema, lo que supongo que no
sería demasiado agradable para Dysen, pero en fin, al
menos tendría a los skitarii para vigilar sus espaldas de
nuevo.

-Eso significaría anular los sagrados protocolos de


seguridad- protestó Dysen, con una expresión similar a la
de un eclesiarca que acaba de escuchar a alguien
sugiriendo que, probablemente, las intenciones de Horus
podrían haber sido un tanto malinterpretadas. -¡Sin
herramientas, ni incienso ni los oleos adecuados!

-¿Y le parece que todo esto es especialmente seguro?


- respondí, lanzando un desesperado tajo contra el torax del
líder de la progenie, sin lograr hacer otra cosa que arañar la
gruesa coraza de quitina que lo protegía. El tecno-sacerdote
asintió enérgicamente.

-Su lógica tiene sentido- concedió, al tiempo que toda


una maraña de mecanodendritas brotaba de algún lugar
debajo de su túnica y se conectaba a los controles.
Desgraciadamente, aunque la conversación había sido muy
breve, me distrajo durante un instante crucial. Apenas tuve
de tiempo escuchar el grito de advertencia de Jurgen
cuando una enorme garra salió disparada y me agarró. Me
escabullí frenéticamente y casi logré zafarme, pero los
dedos que intentaba sujetarme aferraron el dobladillo de mi
abrigo y me alzaron en el aire con el audible sonido del
cuero al desgarrarse.
Me quedé colgando en el aire durante un momento,
pataleando, retorciéndome y dando golpes a ciegas con mi
espada sierra, con la esperanza de evitar el golpe de las
enormes garras que seguramente me destriparían.

Justo entonces, la sobrecargada costura cedió. Caí en picado


un par de metros hasta el suelo de metal, sobre el que me
estrellé pesadamente a pesar de haber vaciado mis
pulmones y extendido mis manos en un intento de
amortiguar el golpe. A continuación, medio aturdido, miré
hacia arriba para ver una enorme boca plagada de afilados
dientes que descendía demasiado rápido para tener la más
mínima esperanza de detenerla. Sin embargo, no duden que
lo intenté, retrocediendo frenéticamente mientras,
instintivamente, alzaba mi espada sierra.

-¡Comisario! ¡No se levante!- gritó una nueva voz,


profunda, resonante y lo suficientemente fuerte como para
que resonara por toda la cámara. Antes de que pudiera
siquiera pensar en responder y mucho menos en alzar la
cabeza para ver quién había hablado, el inconfundible
rugido de un bolter me ensordeció. El tórax del líder de la
progenie se convirtió en una ciénaga de órganos destrozado
cuando fue desgarrado por un torrente de proyectiles
explosivos que también le arrancaron limpiamente la afilada
garra guadaña de su brazo izquierdo y le obligó a retroceder
de un salto, alejándose de mí.

En ocasiones tengo la sensación de que toda mi vida no ha


sido más que una larga sucesión de sorpresas, en su
mayoría desagradables, pero incluso a pesar de lo
acostumbrado que estaba a lo inesperado, debo confesar
que me sorprendió ver a mi libertador. Un marine espacial
con armadura de exterminador estaba entrando con
dificultad en el hangar, con el bolter Tormenta de su mano
derecha aún humeante tras la descarga que había herido al
patriarca genestealer. Llevaba sobre sus hombros dos
lanzacohetes y se volvió tranquilamente hacia la confusa
melee que le se libraba alrededor de la rampa de embarque
de la lanzadera.

-¡Sikitarii, retírense!- gritó, con una voz que ahogó sin


mayor dificultad el ruido de la batalla.

-Es uno de los Recobradores- dijo Jurgen, como si la


repentina aparición de un miembro del Adeptus Astartes
fuera algo de lo más normal.

Yo asentí con la cabeza, pues ya había reconocido la


heráldica amarilla y blanca con la que tanto me había
familiarizado durante nuestro nefasto viaje en la búsqueda
del Engendro de Condenación. -Debería haberme dado
cuenta- repuse. -En la planta inferior, vimos varios
artefactos recuperados del pecio espacial. ¿Quién
más podría haberlos traído hasta aquí?

-Efectivamente, ¿quién si no?- comentó cordialmente el


marine espacial, recordándome accidentalmente la agudeza
de su oído sobrenatural mientras, una vez se hubieron
dispersado los skitarii supervivientes siguiendo sus órdenes,
disparaba un cohete hacia el grupo más numeroso de
genestealer. El misil detonó en el centro del grupo,
derribando a varias de las repugnantes criaturas con su
metralla y luego comenzó a acabar con los que habían
sobrevivido con rápidas y precisas ráfagas de bolter.

-Interfaz conectada- dijo Dysen, recordándome su


presencia, algo que, dadas las circunstancias, había
olvidado por completo. Con un fuerte estruendo, el techo
sobre nuestras cabezas comenzó a cerrarse con dolorosa
lentitud.

-Excelente trabajo- le animé, preguntándome si el hueco


se cerraría lo suficientemente rápido. -¿Puede hacer que
funcione el elevador?

-Por supuesto que no- me aseguró Dysen, quien, si no me


equivocaba, seguía deleitándose con los halagos. A pesar de
toda su cháchara sobre estar por encima de las simples
reacciones y sentimientos humanos, según mi experiencia,
al tecno-sacerdote promedio les encanta que les regalen los
oídos. -Ahora nunca podrán despegar.

Frases como esa nunca se deberían pronunciar a la ligera,


porque, a la postre, nunca es buena idea tentar al destino.
Con el aullido de una banshee casi lo suficientemente fuerte
como para ahogar el rugido de los motores, el líder de la
progenie herido cargó hacia adelante como un berserker de
khornate, dispersando a los skitarii que se estaban
reagrupando y que, para mi mayor alivio, habían vuelto
para protegernos al Magos Senioris y a mí. Subió
atronadoramente por la rampa, perseguido por otra ráfaga
de disparos de los bolters del exterminador, que causó un
más que satisfactorio destrozo entre los genestealers
rezagados, pero que no logró molestar a su objetivo
principal. El rugido de los motores subió otra octava de tono
y, para mi horror, vi como la lanzadera comenzaba a
elevarse sobre la plataforma de aterrizaje.

-Nunca lo conseguirán- observó Jurgen, como si estuviera


opinando sobre el resultado de un partido de scrumball muy
igualado, mientras iba mirando alternativamente a la
lanzadera que ascendía lentamente y al hueco que se iba
cerrando en el techo.

-Si la nave se estrella aquí dentro, nosotros tampoco


sobreviviremos- dije, haciendo un rápido gesto hacia la
puerta. -Magos, ¿puede desconectarse de los
controles?- pregunté. Lo cierto es que no era que me
importara demasiado, pero lo adecuado era preguntarlo.

-El proceso ya es irreversible- me aseguró y sus


mecanodendritas volvieron a desaparecer entre los pliegues
de su túnica.

-Entonces nos vamos. ¡Fuera de aquí!- grité y, pasando


de las palabras a los hechos, comencé a correr hacia la
puerta tan rápido como puede, intentando que pareciera
que marchaba en cabeza para protegerlo de algún posible
genestealer rezagado que hubiera perdido el autobús.

Los demás me pisaban los talones, con los skitarii formando


una pantalla protectora alrededor de Dysen que corría a
bastante velocidad para alguien tan cargado con toda la
chatarra que llevaba acoplada a su cuerpo.
Cuando llegamos al corredor, el hueco en el techo era
notablemente más pequeño que lo el largo de lanzadera,
que parecía estar revoloteando por el hangar como un
pajarillo atrapado en una habitación.

-Ya los tenemos- dijo Kyper con lo que me pareció una


vengativa satisfacción a pesar de ausencia de inflexión de
su voz generada artificialmente. Sus skitarii y él apuntaron
sus armas [91], anticipándose a cualquier intento de
desembarco desde la lanzadera en cuanto ésta tomara
tierra, decididos a no dejar que ninguno de los genestealer
encontrara de nuevo el camino de vuelta al interior del
santuario.

[91] Entonces, o bien Cain se equivocó cuando dijo que el centurión estaba
desarmado, o éste había recogido alguna del suelo durante el combate cuerpo a
cuerpo.

-Me temo que todavía no- repliqué, mientras el piloto


alzaba el morro de la lanzadera y accionaba el motor
principal. El ardiente chorro de llamas de los motores se
extendió sobre el suelo del hangar, derribando a los skitarii
que habían sido tan incautos como para tomar posiciones
cerca del elevador e incinerando los cadáveres situados
alrededor de la vacía plataforma de aterrizaje. Sin embargo,
la solitaria figura del Exterminador de los Recobradores
permanecía en pie, sin que la abrasadora corriente
pareciera incomodarlo lo más mínimo, totalmente impasible
mientras las cenizas y los restos de los cuerpos se
arremolinaban a su alrededor. -Parece que van a
conseguirlo- señalé y efectivamente, por un momento,
pareció que aquella casi suicida apuesta estaba a punto de
dar sus frutos. La lanzadera estaba prácticamente en pie
sobre su cola, acelerando hacia lo alto a través de la
estrecha abertura, volando hacia la libertad, con al menos
un metro de margen alrededor de su casco.

Sin embargo, el Exterminador pensaba lo contrario. Los


lanzacohetes de sus hombros se alzaron siguiendo el
objetivo en fuga y una ráfaga de cohetes surcó el aire,
impactando contra el motor principal y la popa del fuselaje.

-¡A cubierto!- grité, algo bastante innecesario dadas las


circunstancias, y me arrojé detrás de la reconfortante
solidez de un mamparo. La sección de la cola de la
lanzadera estalló, y una corriente de llamas, brillantes y
ardientes como la cabeza de un relámpago, recorrió el
hangar y todo el enorme edificio pareció estremecerse a mi
alrededor. Un calor abrasador y una huracana onda
expansiva atravesó el corredor, arrastrando equipos sueltos,
paneles de las paredes y hasta un par de servidores
extraviados y, a continuación, el fuselaje en llamas se
estrelló contra la cubierta del hangar, haciendo que los
mamparos que nos rodeaban se estremecieran de nuevo
por el impacto.

Las sirenas comenzaron a sonar y una espuma retardante


comenzó a brotar de ocultos aspersores, rociando el infierno
de la cubierta como si de una espesa y pegajosa nevada se
tratara. Se activaron los servidores especializados, que
salieron de sus nichos para luchar contra las llamas, lanzado
chorros de agentes químicos contra el fuego hacia las zonas
más activas del incendio.

-Eso seguro que habrá acabado con ellos- dijo Jurgen,


con cínica satisfacción. Yo comencé a asentir con la cabeza
y luego me quedé helado, con el gesto a medio hacer.
Increíblemente, algo se movía en el centro de aquel infierno,
medio oculto por las llamaradas, las densas nubes de humo
y la ventisca de espuma. Algo que se movía hacia nosotros
con un obvio propósito.

Mi mano se dirigió hacia la pistola que acaba de guardar en


su funda, aunque no sabía de qué podría servirme contra
algo capaz de sobrevivir a un choque como aquel, pero
antes de que pudiera desenfundarla y hacer el ridículo, el
humo se disipó durante un instante y me di cuenta de que
era el Exterminador alejándose de la catástrofe que había
provocado, separando las llamas como si de una cortina se
tratara. Alcé mi cabeza y fijé mi mirada en su casco,
encajado entre los altos y encorvados hombros de la
voluminosa armadura. Su placa facial se abrió un instante
más tarde, revelando a su ocupante, que me tendió un
enorme guantelete blindado, lo suficientemente grande
como para haberme aplastado las cotillas con tan solo un
apretón.

-Camisario Cain- retumbó, con la resonante y profunda


voz de un típico miembro del Adeptus Astartes. -Es un
honor el conocer a tan incondicional amigo de
nuestro capítulo.

-El honor el mío por haber gozado de la oportunidad


de servir junto a ellos- mentí descaradamente. -Aunque
debo confesar que me sorprende su presencia en
este lugar.
Antes de que marine espacial pudiera responder, otra voz
intervino que, en cierta forma, también me sorprendió.

-Hermano sargento Yail- dijo Kildhar, trotando por el


corredor hacia nosotros, con su túnica roja ondeando por
una agitación que no lograba ocultar. -¿Se han
recuperado con éxito los especímenes?- preguntó. A
continuación vio el infierno que había más allá de las
puertas del hangar y sus hombros se desplomaron. -Ya veo
que no.

-¿Especímenes?- pregunté, miré a Kildhar y a continuación


al enorme marine espacial, al que no se le veía
especialmente inquieto, aunque me dio la impresión de que
sí lo habría estado, si ese rasgo en cuestión no le hubiera
sido extirpado genéticamente. -Magos, me temo que
tendrá que darme algunas explicaciones.
CAPÍTULO TRECE
-¿Qué han estado criando esas malditas cosas en
Fecundia?- exclamó Zyvan, lanzando hacia el lado de la
mesa de acero pulido ocupada por el Adeptus Mechanicus
una mirada tan gélida que hubiera sido capaz de congelar el
helio. Sentado a su lado, El’hassai tenía un aspecto
igualmente sombrío, si es que yo era capaz de interpretar
su expresión con un cierto grado de precisión. Kildhar, aún
abatida por una larga e incómoda conversación privada con
Dysen que había tenido lugar mientras esperábamos la
llegada del Lord General y su comitiva, se estremeció
visiblemente mientras el Magos Senioris emitía una ráfaga
de estática por su vox que sonó extrañamente como un
molesto carraspeo que probablemente ya no tenía la
capacidad física de sufrir. -¿Y por qué no se nos informó
de la presencia de una unidad del Adeptus Astartes
en Fecundia?

Yail, que ya se había despojado de su armadura de


Exterminador a favor de la armadura táctica más ligera y
cómoda que usaban la mayoría de sus hermanos [92], sonrió
con ironía. Sólo él permanecía en pie, en parte porque
ningunas de las sillas de típicamente espartana sala de
conferencias que Dysen había puesto a nuestra disposición
habría podido soportar su peso sin doblarse, pero sospeché
que, principalmente, lo hacía porque de ese modo
destacaba sobre todos los demás de una forma aún más
impresionante que de costumbre. En cualquier caso, los
Adeptus Astartes rara vez parecían sentarse.
[92] Al parecer, esa superficial familiaridad de Caín respecto a la terminología de
los marines espaciales fue adquirida en el 928, durante su adscripción a los
Recobradores como enlace de la Guardia Imperial: sus experiencias durante
aquella época ya han sido descritas y no creo necesario detenernos más en
ellas.

-Si hemos de ser honestos, no somos exactamente lo


que se dice una unidad de combate- dijo.

-Estoy seguro de que los genestealers que incineró


estarían encantados de saberlo- respondí, dándome
cuenta de que era necesario tranquilizar un poco el
ambiente.

La sonrisa de Yail se volvió algo más cálida.

-Perdone mi imprecisión. Por supuesto, todos mis


hermanos de batalla están dispuestos a combatir
cuando sea necesario, pero esa no es la razón por la
que estamos aquí.

-Entonces, ¿cuál es?- preguntó Zyvan, conteniendo su


mal genio con un esfuerzo que probablemente solamente yo
pude apreciar, gracias a que hacía mucho tiempo que lo
conocía. Para empezar, no le había hecho ninguna gracias el
tener que descender hasta la superficie desde su nave
insignia, sobre todo después nuestro accidentado primer
desembarco, pero había aun sido extremadamente
desconcertante descubrir que nuestros anfitriones nos
habían estado ocultando muchas cosas, a pesar de sus
promesas de cooperación. Por muy comunicativos que
fueran a partir de aquel momento, siempre habría una
molesta vocecita en nuestras cabezas, preguntándonos qué
otras cosas no nos habrían contado.

-Estamos como observadores- contestó Yail, claramente


dudando entre la necesidad de informarnos dadas las
secretistas tradiciones de su capítulo, en el cual, por lo que
yo recordaba, tendían a guardarse para sí sus propios
secretos y deliberaciones. y a ser muy poco comunicativos
con los extraños. No era de extrañar que se llevaran tan
bien con los mecanos. -Durante siglos, el Adeptus
Mechanicus y los Recobradores han trabajado juntos.
Buscamos arqueotecnología donde y cuando
podemos para que ellos la analicen, a cambio de
conocimientos que podamos utilizar para combatir
con mayor eficiencia a los enemigos del Emperador.

-¿Y por qué estáis aquí ahora?- preguntó Zyvan, dejando


bien claro que no iba a dejarse impresionar, intimidar o
engatusar en forma alguna.

Yail pareció sorprendido durante un instante, pero continuó


hablando, aceptando la interrupción con una cortés
inclinación de cabeza.

-Uno de nuestros apotecarios ha estado


intercambiando información con la Magos Kildhar.
Está acompañado por varios tecno-marines que
desean profundizar en sus estudios sobre el
Omnissiah en este sagrado santuario, junto a una
escolta de hermanos de batalla, de la que tengo el
honor de estar al mando.
-Espere un momento- le interrumpí, un instante antes de
que el Lord General estallara. A pesar del alto rango de
Zyvan, los Recobradores parecían tener mejor opinión de mí
que de cualquier otro miembro del contingente de la
Guardia Imperial presente en el planeta, y si intervenía,
sería mucho menos probable que el hermano sargento
pensara que le estábamos quedando en evidencia. -
¿Quiere decir que ya sabía lo de las mascotas
genestealers de Kildhar?

-Por supuesto que sí- intervino Kildhar. -Ellos fueron los


que nos proporcionaron los primeros especímenes.

-Efectivamente- asintió Yail. -Hará unos sesenta años,


un equipo de trabajo de siervos de la Orden fue
atacado por los genestealer en el Engendro de
Condenación. Cuando logramos encontrarles, la
mayoría de los supervivientes ya habían sido
infectados.

Eso, por supuesto, era precisamente lo que los


serendipitanos y yo nos habíamos temido, pero en esos
momentos ya era demasiado tarde para decir “os lo dije”.

-Antes de que pudieran ser purificados, uno de los


miembros de la delegación del Adeptus Mechanicus
que estaba colaborando en la catalogación de los
hallazgos, nos pidió permiso para estudiarlos.
-Alguien que supongo que sería usted- deduje,
volviéndome hacia Kildhar con una mirada casi tan gélida
como la que le había lanzado Zyvan apenas unos momentos
antes.

-Así es- confirmó ella, con un tono de voz mucho menos


tranquilo del habitual en un . -La oportunidad de
estudiar el ciclo de reproducción de esas criaturas en
condiciones seguras era algo casi sin precedentes.

-Disculpe- intervino El’hassai en voz baja desde nuestro


lado de la mesa, -pero la información de la que
nosotros disponemos indica que un individuo
contaminado debe aparearse con un miembro normal
de su propia especia para poder transmitir los genes
alterados. ¿No es así?

Su intervención provocó un suspiro casi audible entre el


grupo del Mecahnicus, o al menos entre aquellos que aún
conservaba sus pulmones. La presencia del diplomático tau
en el santuario más secreto y sagrado del planeta debía
molestarles tremendamente, pero necesitábamos el apoyo
de los xenos contra los tiránidos y esa era razón más que
suficiente para que estuviera allí. Cualquier intento de
excluirlo después de unas revelaciones tras transcendentes,
podría socavar la alianza, así que los indignados mecanos
tendrían que aguantarse.

-Así es- contestó Kildhar, tras una incómoda pausa, durante


la cual quedo muy claro que ninguno más de entre sus
compañeros se iba a dignar a hablar con el xenos y, si se
debía tener en cuenta la cantidad de chirridos en binario,
resultaba evidente que el resto de los tecno-sacerdotes
opinaban que ella tenía la culpa de que ellos tuvieran que
estar allí. -Afortunadamente, conseguimos reunir los
suficientes delincuentes que estaban destinados a
ser convertidos en repuestos para los servidores para
utilizarlos para nuestro experimento.

La piel de El’hassai adquirió una peculiar tono grisáceo.

-Una difícil decisión- dijo con tranquilidad, -pero, en


ocasiones, el Bien Supremo exige decisiones difíciles.

Kildhar asintió con rigidez, aparentemente apreciando que


alguien le hablara educadamente, aunque se tratara de un
herético xenos al que probablemente le gustaría ver
quemado. -Hubo un cierto debate sobre el adecuado
uso de recursos- admitió, -aunque la adquisición de
conocimientos tiene una indudable prioridad sobre
los meros aspectos técnicos.

-Les agradecería que me proporcionaran una copia de


sus hallazgos- dijo finalmente El’hassai, tras una pausa,
durante la cual, por alguna razón, respiró profundamente
varias veces.

-Le he dejado muy claro a la Magos Kildhar que


espero que la más completa y total colaboración por
su parte- afirmó Dysen, con un zumbido metálico que no
logró ocultar del todo su reticencia a mostrarnos sus
secretos. -E informes complementarios sobre cualquier
otra línea de investigación que esté llevando a cabo.
Ni que decir tiene que sentí como un escalofrío recorría mi
espalda al escuchar aquellas palabras.

Kildhar sonrió de una forma que no me pareció nada


tranquilizadora.

-Sugiero que el comisario Cain realice la inspección


inicial- dijo. -Después de todo, fue él quien hizo
posible mi trabajo.

Me dirigí hacia el analyticum de Kildhar con creciente


inquietud, especialmente debido a que la tecno-sacerdote
se había mostrado muy poco comunicativa desde su
inquietante comentario en la sala de conferencias, pero lo
disimulé muy bien. No quería darle la satisfacción de
parecer intrigado o desconcertado por ello. En lugar de eso,
me pasé el largo paseo por los resonantes corredores,
muchos de los cuales aún presentaban huellas de los
destrozos provocados por los genestealers, conversando
con Yail, preguntándole por mis antiguos amigos en su
capítulo, a la mayoría de los cuales resultó que no conocía
[93].

[93] Lo cual no es nada de extrañar: como la mayoría de los capítulos del


Adeptus Astartes, los Recobradores contaban con unos mil guerreros, que
operaban en compañías o unidades de menor tamaño, a menudo aislados de
sus compañeros durante décadas o puede que incluso siglos.
-Está todo algo revuelto- comentó Jurgen mientras
bordeábamos una sección de la cubierta con señales de
quemaduras, agujeros de proyectiles y algunas inquietantes
manchas.

Yo asentí con la cabeza. -¿Alguna idea de cómo se


escaparon los genestealers?- pregunté
intencionadamente y Kildhar negó con la cabeza.

-Eso aún está por determinar- contestó, probablemente


tratando de encontrar algún subordinado al que pudiera
echarle la culpa de forma creíble. -Muchos de los
grabadores de datos resultaron dañados en la fuga,
así que no tenemos muy claro cómo consiguieron
burlar los protocolos de seguridad.

-Dudo tuvieran que esforzarse mucho- la corté


secamente, -dado que pueden abrir agujeros en la
ceramita.

Las zonas del rostro de Kildhar que aún tenían la suficiente


carne se sonrojaron, pero lo que no puedo decir es si fue de
vergüenza o de rabia. Antes de que pudiera tener la
oportunidad de hablar y aclarar la cuestión, a nuestro
alrededor resonó la carcajada de barítono de Yail, como si
alguien lanzara piedras dentro de un pozo, ahogando
cualquier réplica de la magos.

-Tiene razón, comisario. Pero quizás la pregunta que


deberíamos hacernos no es como escaparon, sino por
qué precisamente ahora.

-Entiendo lo que me quiere decir- acepté. Con la


formidable combinación de la fuerza bruta de los pura cepa
y la inteligencia de los híbridos, probablemente toda la prole
podría haber escapado en cualquier momento. -Deben
haber sentido la proximidad de la flota colmena.

-También esa sería mi conclusión- estuvo de acuerdo


Yail.

-Se tomaron todas las máximas precauciones- insistió


Kildhar. -Los recintos de contención estaban rodeados
por barreras de energía además de las físicas.

-El suministro de energía fue cortado por medios aún


desconocidos- intervino Yail, -lo que nos proporciona
una provechosa lección sobre los peligros de
subestimar al enemigo.

-Un error que me imagino que su capítulo no tenga la


costumbre de cometer- dije, cediendo al infantil impulso
de burlarme un poco más de Kildhar, pues no podía evitar
sentir que se lo merecía, si su arrogancia había sido
realmente la responsable de la muerte de tantos inocentes.
Muchos miembros de la Guardia Imperial habían sido
ejecutados por muchos menos, algunos de ellos por mí
propia mano.
-Lo cierto es que no- estuvo de acuerdo el sargento,
pasando oportunamente por alto el papel protagonista que
habían tenido en la entrega y transporte de las
abominaciones xenos hasta Fecundia.

Justo en ese momento llegamos a nuestro destino: una


gruesa puerta metálica, como muchas junto a las que
habíamos pasado e igualmente anodina a primera vista, a
no ser que se contaran las numerosas advertencias de
peligro biológico pegadas a ella. Además, las otras no tenían
un lector de códigos genéticos soldado a la cerradura, ni
tampoco dos marines espaciales con su armadura táctica
montando guardia fuera. Ambos llevaban los cascos puestos
y sus ominosas placas faciales puntiagudas [94] se giraron
para observarnos mientras nos acercábamos. Yail se detuvo
para intercambiar unas cuantas palabras con ellos,
confirmando para mi gran alivio, que hasta el último de los
genestealers fugitivo había sido eliminado, mientras Kildhar
se escaneaba los genes.

[94] Evidentemente, el antiguo modelo Corvus, un casco que los Recobradores


otorgan a aquellos que habían demostrado su valor o una especial iniciativa en
el campo de batalla.

La puerta se abrió con un chasquido, probando


definitivamente que era ella. Al pasar por la puerta, me
dedicó una tensa sonrisa. -Por aquí- me indicó, algo
totalmente innecesario.

Después de todo el despliegue del exterior, hasta donde


pude ver, el interior de la cámara me pareció notablemente
sobrio. En aquella época, ya había estado en los suficientes
santuarios del Mechanicum como para poder reconocer la
disposición general, aunque no tuviera ni la menor idea de
los que se suponía que hacían la mayor parte de los
aparatos que zumbaban, chasqueaba y destellaban. El
habitual y brillante engranaje de metal estaba soldado
sobre una pared y varios líquidos borboteaban y goteaban
en el interior de unos complejos laberintos de cristal
instalados sobre un par de bancos de trabajo. Unos cuantos
acólitos con túnicas rojas se dedicaban a hurgar en los
instrumentos y a vigilar las pantallas, mientras uno o dos
servidores se encargaban de las tareas más tediosas. Lo
único que me pareció algo inusual fue el penetrante olor a
desinfectante y a descomposición biológica, lo
suficientemente penetrante como para eclipsar incluso al
olor corporal de Jurgen, de tal forma que incluso tuve que
mirar por encima de mi hombro para asegurarme de que
seguía conmigo.

-¿Supongo que los genestealers no salieron por aquí?


- inquirí. Kildhar negó con la cabeza.

-Sus jaulas están… estaban en el nivel superior-


contestó.

Asentí con la cabeza; habíamos descendido rápidamente es


un ruidoso y traqueteante ascensor, pero mi instinto para
mantenerme orientado en espacios cerrados me seguía
funcionando tan bien como de costumbre y yo estaba
completamente seguro de nos encontrábamos muy por
debajo de los cimientos del santuario. Detrás de los paneles
metálicos que nos rodeaban y que tan inexplicablemente
tanto gustaba a los acólitos del Dios-Máquina, no había
nada más que roca. Bueno, excepto, por supuesto, de la
maraña de conductos de aire, conducciones de energía y
túneles de servicio que los genestealers habrían utilizado
para escapar.

-Así que ésta es su misteriosa línea de investigación-


dije, intentando no parecer totalmente desconcertado.

-Esto sólo es un rutinario análisis de tejidos- me


corrigió Kildhar, permitiéndose una mueca de desprecio
muy poco propia de una magos. -La investigación
continúa allí.

Nos condujo a Jurgen a mí a través del concurrido


analyticum hacia una anodina puerta que, al entrar, supuse
que conduciría a un almacén o al necessarium [95]. Sin
embargo, cuando la atravesamos, sentí como se me paraba
el corazón y un grito de asombro apenas reprimido brotaba
de mis labios, mientras una repentina sensación de frío
parecía helarme hasta los mismísimos huesos.

[95] Una instalación que, probablemente, la mayoría de los tecno-sacerdotes no


necesitarán.

Estábamos de pie en un alto puente metálico sobre una


profunda caverna natural, cuya superficie estaba cubierta
de escarcha. Dado de que quien lo había construido al
parecer compartía la aversión de la mayoría de los tecno-
sacerdotes de Fecundia por las barandillas, decidí mirar
atentamente donde pisaba. Un resbalón y estaría volando
hacía los brazos de una desagradable y dolorosa muerte.
Jurgen, por supuesto, estaba completamente
despreocupado, caminando sobre la fina capa de hielo tan
seguro de sí mismo lo hubiera hecho de estar en su hogar
en Valhalla.

-Me alegro de volver a ver su aliento- comentó, como si


eso fuera algo bueno. -¿Por qué hace aquí tanto frío?

-Me imagino que será por eso- contesté, señalando un


enorme y zumbante revoltijo de tuberías y metal en el otro
extremo de la galería. -Parece una unidad de
refrigeración.

-Lo es- dijo Kildhar, aparentemente molesta porque un


simple humano no modificado pudiera darse cuenta de algo
tan obvio. -Los especímenes que tenemos aquí tienen
que mantenerse congelados- explicó, siguiendo
caminando mientras hablaba, tan indiferente a la
resbaladiza superficie que tenía bajo sus pies como mi
ayudante.

-Al menos, de aquí no saldrán- comenté, aunque el


escalofrío que recorrió mi espalda al escuchar sus palabras
no se debió únicamente al frío.

Obviamente, Kildhar no creyó que mis palabras merecieran


una respuesta y se limitó a guiarnos hacía una plataforma
elevadora abierta situada al final del puente.

Me situé lo más cerca posible del centro de la misma


mientras la tecno-sacerdote accionaba los controles y, con
una brusca sacudida que casi me hizo caer, descendimos
unos quince o veinte metros hasta el suelo de la caverna.
Esta resultó ser completamente de hielo, que crujió bajo las
suelas de mis botas al caminar mientras finos cristales se
desprendían tras mis pisadas como si fueran copos de
nieve. La parte superior del hielo estaba recubierta de
escarcha allí donde la humedad del aire se congelaba
continuamente, aunque, debajo de aquella fina capa, el
resto del hielo era tan transparente como el cristal.
Resultaba difícil calcular su profundidad, ya que la luz de los
lumen montados en el techo se reflejaba en deslumbrantes
y vertiginosos diseños, pero pude estimar que el suelo de
roca de la caverna estaría al menos a la misma distancia
que el puente del hielo.

-Comisario- nos saludó una nueva voz, sin duda otro


marine espacial a juzgar por su tono y me giré para
encontrarme con un gigante vestido con armadura que salía
de una unidad habitacional modular que había instalado a la
sombra del puente. El marine no llevaba casco, era tan
indiferente al frío como mi ayudante y, para mi sorpresa,
tenía un rostro que reconocí de inmediato.

-Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que


nuestros caminos se cruzaron. De hecho, habían pasado
sesenta y cinco años.

-Sholer- dije, extendiendo mi mano en señal de saludo. -


Los años le han tratado bien.

-A usted también, salta a la vista- respondió el


Recobrador, envolviendo la mano enguantada que le ofrecía
con su gigantesco guantelete. -Confío en que los dedos
le sigan funcionando bien.

-Por supuesto- le aseguré. Él había sido quien me había


injertado los dedos augméticos de mi mano derecha en el
apotecarium a bordo del crucero de ataque Revenant,
donde terminé después de mi fortuita huida de los necrones
en Interitus Prime. -Tengo muchas cosas que
agradecerles a usted y a Drumon [96]. Confió en que
también él se encuentre bien.

[96] El tecnomarine que le fabricó los dedos augméticos y que posteriormente


se convirtió en lo más parecido a un amigo que Caín tuvo entre los
Recobradores.

-También yo- asintió Sholer, de una forma que dejó muy


claro que ser trataba más de una piadosa esperanza que de
una expectativa realista. -No me cabe la menor duda de
que recibiremos noticias suyas cuando el Engendro
de Condenación vuelva a ser localizado.

-¿Todavía estaba a bordo cuando saltó de nuevo a la


disformidad?- pregunté, incapaz de evitar que la
incredulidad y el horror ante semejante información se
reflejaran en mi voz.

Sholer asintió.

-Cuando nos dimos cuenta de que el salto a la


disformidad era algo inminente, se desembarcó a
bordo una fuerza expedicionaria con la esperanza de
mantener el pecio en manos imperiales en el próximo
lugar en el que apareciera. Desde entonces, estamos
esperando a que aparezca.

Y, después de todo aquel tiempo, lo más fácil es que ya


nunca apareciera. Lo más probable es hubiera saltado al
espacio material en el camino de una de las flotas colmena
que se acercaban, en el corazón de algún sistema
fortificado por los orkos o, simplemente, todavía siguiera a
la deriva entre las corrientes de la disformidad.

-El Emperador protege- recité para romper el incómodo


silencio, descubriendo que, al menos por esa vez, deseaba
que fuera cierto. Entonces la razón de presencia del marine
espacial en Fecundia comenzó a filtrarse a través de la
sorpresa de haberlo encontrado allí. -¿Eres el apotecario
con el que Kildhar ha estado trabajando?

-Así es - contestó Kildhar, girándose para mirarme. -Por


eso se le concedió a usted permiso para visitar Regio
Quinquaginta Unus, pese de todas las reservas del
Adeptus Mechanicus. El consejo de un marine
espacial nunca es tomado a la ligera.

-Me complace oír eso- dijo Sholer, girándose. Yo me puse


a su lado, trotando con torpeza sobre la resbaladiza
superficie para intentar mantenerme a su altura, pese a sus
grandes zancadas, mucho mayores que las de un humano
normal. -Aunque, al parecer, me temo que, a pesar
todas mis objeciones, tendremos que explicar
nuestro trabajo aquí a los no especializados.
-Y las mías- añadió Kildhar. -Sin embargo, el Magos
Senioris ha insistido mucho.

-Al igual que el Lord General- les recordé. -Si tenemos


que defender este planeta contra una flota colmena,
necesitamos toda la información que podamos
obtener.

-Nuestra investigación en estos laboratorios es


puramente teórica- añadió Kilhar, algo irritada. -Estamos
tratando de profundizad en nuestra comprensión de
la mutabilidad genética de los tiránidos, pero eso no
hará que sea más fácil dispararles.

-Eso, a no ser que se escapen y nos ataquen ellos


primero- señalé, algo encabronado. El intenso frío me
estaba dando dolor de cabeza y la constante sucesión de
sorpresas no estaba contribuyendo a mejorar mi estado de
ánimo.

-No hay nada que temer de estos especímenes- me


aseguró Sholer, señalando la gruesa capa de hielo a
nuestros pies.

Miré hacia abajo y retrocedí, conmocionado. A menos de un


metro de la suela de mis botas había una enorme boca
abierta, lo bastante grande como para tragarme de un solo
bocado y me aparté instintivamente. La monstruosa y
serpentina forma de un trigón tiránido descansaba
incrustada en el hielo cristalino, inerte e insensible,
aparentemente muerto. Pero aquello mismo habíamos
pensado del ejército congelado de aquellas criaturas que
habíamos encontrado en Nusquam Fundumentibus. No me
cabía la menor duda de que si esa bestia se descongelaba,
saldría a la superficie a tomar un tentempié tan rápido como
sus cilios le permitieran.

-¿De dónde demonios ha salido esto?- pregunté,


aflojando el agarre instintivo que casi había hecho que
desenfundara mis armas. -Dysen nos informó de que no
se había producido ningún desembarco de tiránidos
en el planeta.

Al igual que en la sala de conferencias, una vocecilla en lo


más profundo de mi mente comenzó a gritar “¿Qué más no
nos han dicho?”, pero con mucha más fuerza e insistencia.

-Eso es correcto, no ha habido ninguno- me aseguró


Sholer, sin duda adivinando que yo estaría más inclinado a
creer en su palabra que en la de Kildhar. -Estos
especímenes fueron capturados en otros mundo y
traídos hasta aquí en un estado totalmente inerte.

-De ahí que se construyera toda esta instalación-


añadió Kildhar, decidida hacer valer su opinión. -Para
garantizar que sigan así.

-¿Y qué pasa si se corta la energía?- preguntó Jurgen,


claramente compartiendo mis temores. -Ya hemos visto
antes tiránidos congelados y, en cuanto se derritió el
hielo, se despertaron y nos atacaron.
-Es imposible que eso suceda- nos aseguró Kildhar. -La
planta de refrigeración está equipada con múltiples y
redundantes sistemas de seguridad y emergencia. El
suministro de energía sólo podría ser interrumpido
por un accidente lo suficientemente catastrófico
como para arrasar todo el santuario.

-¿Cómo la explosión de la planta de energía?- sugirió


Jurgen y la tecno-sacerdote asintió con la cabeza,
preguntándose claramente si mi ayudante se estaría
burlando de ella, o si realmente había entendió todo el
asunto.

-Lo cual es algo muy poco probable- dijo.

-Bastante- coincidió Sholer, mientras nos guiaba a través


del hielo, señalando un espécimen tras otro al igual que lo
haría una vieja viuda preocupada por su colección de tazas
de té. -Aquí tenemos a las bioformas más básicas,
hormagantes, termagantes y similares. Las criaturas
sinápticas están en el rincón más alejado y los
excavadores, bueno, ya los está viendo…

Y en efecto, otras criaturas serpentiformes, algunas tan


grandes como el trigón sobre el que acababa de pasar y
otras lo suficientemente pequeñas como para infiltrarse en
las líneas fortificadas para caer sobre los defensores por
detrás, continuaban bajo nuestros pies mientras
caminábamos sobre la fina capa de escarcha.
-¿Dónde las han encontrado?- pregunté, tan
entusiasmado como se podría esperar tras descubrir que
teníamos todo un ejército de aquellas horribles criaturas
bajo nuestros pies. Ya estaba seguro de conocer la
respuesta, las palabras de Kildhar en la planta superior
adquirieron un nuevo significado, aunque no estaba de más
el intentar estar completamente seguro.

-En Nusquam Fundumentibus, por supuesto- confirmó


Sholer. Ambos sistemas no eran exactamente vecinos, pero
estaban lo suficientemente cerca el uno del otro como para
que los viajes entre ellos a través de la disformidad fueran
bastante sencillos. -En el planeta quedaron un gran
número de organismos que no llegaron a despertarse
y el Adeptus Mechanicus no mostró la menor
intención de querer estudiarlos sobre el terreno.

-No es de extrañar, dadas las circunstancias- contesté


secamente -teniendo en cuenta los numerosos colegas
suyos que fueron devorados.

-Las analyticae de Fecundia son las mejores del


sector- dijo Kildhar, algo ofendida, -y los miembros del
Mechanicus de Nusquan son muy conscientes de ello.
Estuvieron más que gustosos de cedernos a nosotros
el estudio de todas estas criaturas.

Jurgen murmuró algo que sonó sospechosamente como


“Apuesto a que sí”.
-Entonces, ¿cuál es la línea principal de sus
investigaciones?- pregunté, con la esperanza de haber
podido lograr que no se hubieran escuchado las palabras de
mi ayudante, aunque lo dudé mucho. Sholer tendría el oído
sobrenatural común a todos los miembros del Adeptus
Astartes y Kildhar probablemente también tendría algún
augmético que funcionaría igual de bien. –Y por favor,
explíquenmelo en términos sencillos, para que pueda
transmitírselo al Lord General y a su estado mayor en
un lenguaje que todos podamos entender.

Aquella vez fue a Kildhar a la que la tocó murmurar para sí


misma, pero como se la daba mucho mejor que a mi
ayudante, lo único que conseguí captar fue algo relacionado
sobre lápices de colores sin punta.

-Nuestro principal objetivo es el mecanismo gracias


al cual la mente colmena es capaz de mantener el
control del enjambre- explicó Sholer. -Si fuéramos
capaces de interrumpirlo y de privarla de la
capacidad de controlar sus acciones en amplias
zonas, eso nos proporcionaría una significativa
ventaja táctica.

-Desde luego- acepté, momentáneamente deslumbrado


ante tal perspectiva. -¿Y han logrado hacerlo?

Sholer negó con la cabeza.

-Nuestro trabajo aún está en una fase muy temprana-


dijo. -Pero creemos que hemos logrado identificar
algunas de las vías neuronales implicadas.

-Vaya- dije, tratando de disimular mi decepción.

-Y todo gracias a usted- dijo Kildhar con media sonrisa en


su rostro que me hizo sentir profundamente incómodo.
Señaló hacia abajo, justo donde ella estaba y, a pesar de la
extraña sensación de temor que iba creciendo a cada nuevo
paso me acerqué a ella. -Tenemos tanto tejido neuronal
que podríamos desear y de muy buena calidad.

Miré un chamuscado y ennegrecido trozo de carne del


tamaño de un Baneblade. La carne cruda brillaba alrededor
de las manchas necróticas y que parecía todavía fresca a
pesar de los daños. Lo que estaba viendo absurdamente me
recordó un filete poco hecho, muy quemado por fuera pero
sangrante por dentro.

-¿Qué demonios es esto?- comencé a decir, pero, de


repente, guardé silencio cuando lo recordé. Algo vivo,
enorme, a punto de alzar el vuelo, cayendo de nuevo en la
erupción volcánica que Jurgen y yo habíamos
desencadenado casi a costa de nuestras vidas.

-¡Santo Trono! ¡Es parte de una bio-nave!

Kildhar asintió. -Y más exactamente, uno de sus nodos


corticales. La mayor parte estaba demasiado
quemada como para poder salvarla, pero algunos
fragmentos cayeron en los bancos de hielo y se
congelaron lo suficientemente rápido como para
poder preservar los tejidos. Este es el trozo más
grande y mejor conservado.

Intenté hablar, verbalizar mi horror y mi absoluta


repugnancia, preguntar cómo era posible que hubieran sido
tan asombrosamente estúpidos, pero las palabras no me
salían. Todo lo que pude hacer es quedarme mirando aquel
monstruoso pedazo de carne, que tenía el potencial de
acabar matándonos a todos.
CAPÍTULO CATORCE
-Hay que destruirlos inmediatamente- dijo Zyvan con
firmeza. Aquella vez habíamos conseguido celebrar nuestro
consejo de guerra a bordo de la nave insignia y el Lord
General parecía mucho más tranquilo, sintiendo claramente
que controlaba mejor la situación en su propio terreno,
aunque la noche anterior, su reacción cuando le comuniqué
lo que había encontrado en las profundidades del santuario,
casi había derretido los mamparos. -Los daños
potenciales que pueden causar si se reaniman son
incalculables.

Para mi bien disimulado alivio, su voz ya no tenía el menor


indicio de su inicial impulso de apuntar las baterías de
lanzas del acorazado contra el santuario desde la órbita, a
pesar de su insistencia durante nuestra larga y algo tensa
conversación de que aquella era la única forma de estar
seguros de acabar con ellos. Puede que eso fuera lo mejor,
pero difícilmente habría mejorado nuestras relaciones con
los mecanos, eso por no hablar de los Recobradores, que sin
duda no verían con buenos ojos que vaporizáramos a un
grupo de sus hermanos junto a todos los demás. Aparte de
eso, el santuario era una estructura grande y sólida, que
probablemente resistiría varias descargas antes de ser
destruida por completo. Lo más probable es que
derritiéramos el hielo con nuestra primera salva permitiendo
que todas aquellas malditas criaturas escaparan. Tuve que
usar todos aquellos argumentos y emplearme bien a fondo
para poder convencerle. (Por supuesto, podría haberle
apuntado con mi arma, pero eso habría arruinado nuestras
relaciones y aquello era algo que quería evitar si me era
posible. A aquellas alturas, llevábamos trabajando juntos
más de sesenta años y yo ya me había acostumbrado a
gozar de los privilegios de su hospitalidad).

Por suerte, al final se calmó lo suficiente como para entrar


en razón [97] y elaboramos lo que esperábamos que fuera un
enfoque más diplomático. Al fin y al cabo, las baterías de
lanzas no iban a ir a ninguna parte y siempre estarían
disponibles como último recurso.

[97] Como es normal en Caín, no parece que siquiera se le ocurriera que la


buena opinión que Zyvan tenía de él jugara, casi toda certeza, un importante
papel en su disposición a escuchar.

-¿Y cómo sugiere que lo hagamos?- preguntó Dysen,


desde el otro lado de la mesa de conferencias. Si estaba
cabreado por haber sido arrastrado hasta allí, lo disimulaba
muy bien, aunque, dado que Zyvan había viajado para
reunirse con él para discutir la catástrofe creada por la
huida de los genestealers, no podía quejarse por tener que
devolverle el favor. Sin duda, el Magos Senioris hubiera
preferido que lo consultaran a través de un enlace de vox,
pero en un mundo en el que la información se intercambia
constantemente y a un ritmo desconcertante, la única forma
de mantener el secreto era discutir los asuntos cara a cara,
preferiblemente en una sala sellada, e incluso entonces
había pocas posibilidades de éxito.

En consecuencia, solo éramos un reducido y selecto grupo.


Aparte de Dysen, Zyvan y yo, , sólo El’hassai y Sholer
estaban en la sala, aunque Jurgen merodeaba justo fuera de
la misma, con su fusil láser y su dudosa higiene personal
igualmente dispuestos a repeler cualquier intento de
intromisión. Kildhar, por supuesto, había protestado por
haber sido excluida, pero, dado que el Magos Senioris tenía
más rango que ella y que Sholer podía responder a las
preguntas referentes a la investigación que ambos estaban
llevando a cabo juntos, su presencia no era necesaria. En
cambio, la presencia del marine espacial era esencial. Si
queríamos defender Fecundia con alguna posibilidad de
éxito, tendríamos que tener informados a los Recobradores.
Una vez más, yo era el único al que estaban dispuestos a
fingir que escuchaban, lo que me obligaba a pedirles
consejo cada poco tiempo para así poder mantenerlos
involucrados en la conversación.

Lo mismo ocurría con el enviado tau y me estremecí


pensando lo que podrían contener los informes que estaría
preparando para enviar a su casa. La única suerte era que,
al no disponer de astrópatas, los otros tau seguirían
felizmente ignorantes del completo desastre que estábamos
cometiendo con nuestra parte del acuerdo. Por supuesto,
Zyvan le había ofrecido el uso de uno de los miembros de
nuestros coros, a través del cual podría contactar
directamente con el astrópata que acompañaba a Donali, y
el El’hassai, con idéntica cortesía, había rechazado la oferta,
consciente de que todo lo que transmitiera aparecería casi
al instante sobre el escritorio de Zyvan.

-Ese sería un trabajo bastante complicado- señaló


Sholer. -Cada organismo tendría que ser desenterrado
individualmente de hielo e inmediatamente
incinerado, o de otro modo podrían despertar.
Difícilmente es algo que podamos hacer de
inmediato; yo le calcularía al menos todo un mes de
trabajo. Y no olvidemos que tenemos una
oportunidad sin precedentes de obtener una ventaja
táctica sobre los tiránidos, una que a mí no me
gustaría desperdiciar.

-Así es- estuvo de acuerdo Dysen. -La huida de los


genestealers fue muy desafortunada, pero los
organismos que están congelados no están en
condiciones de imitarlos.

-Ni el comisario ni yo estamos de acuerdo con eso-


dijo Zyvan, en un tono notablemente tranquilo dadas las
circunstancias.

Yo asentí con la cabeza.

-He visto lo rápido que esas criaturas pueden


despertar de una hibernación- expuse. -Casi invaden
todo Nusquam Fundumentibus cuando apenas un
puñado de ellos había logrado despertarse. Lo último
que necesitamos es proporcionar a la flota colmena
un ejército de infiltrados antes de que caiga una sola
espora sobre la superficie.

Por supuesto, bien habría podido ahorrarme todas mis


anteriores palabras. Sholer parecía tan obcecado como tan
sólo puede serlo un marine espacial, Dysen zumbaba y
chasqueaba en silencio para sí mismo, igualmente
impasible y Zyvan los miraba con desprecio, sintiendo como
iba creciendo su cólera. Viendo que todo aquello sólo podría
salir mal y para desviar la atención, más que porque creyera
que sirviera para algo, me dirigí al embajador tau.

-Enviado, ¿quiere hacer algún comentario?

Para mi sorpresa, El’hassai asintió con la cabeza, haciendo


un respetable trabajo al parecer pensativo, a no ser que un
tau meditabundo se parezca tanto en privado a un humano
pensativo [98].

[98] Tras haber tenido la oportunidad de haber interactuado durante bastante


tiempo con los miembros de su especie y de ya gozar de la suficiente confianza,
he podido sorprenderles desprevenidos en algunos momentos, por lo que puedo
confirmar que, en efecto, los tau tiene el mismo aspecto de atontados que la
mayoría de los humanos cuando están perdidos en sus pensamientos.

-Ambos argumentos son convincentes- dijo, tan


diplomático como siempre, -pero, en conjunto, me
inclino a pensar que deshacerse de los especímenes
antes de tiempo sería algo imprudente. Si la
investigación del apotecario descubre alguna
debilidad en los tiránidos, se puede servir al Bien
Supremo permitiendo que las investigaciones
continúen sin obstáculos durante el mayor tiempo
posible.

Tanto el tecno-sacerdote como el miembro del Adeptus


Astartes se quedaron boquiabiertos durante un breve
instante para, a continuación, relajarse tras asimilar aquella
inesperada declaración de apoyo. Zyvan parecía igualmente
sorprendido y respiró profundamente varias veces, como
una granada sin el seguro conteniéndose para no explotar.
Por mi parte, al haber pasado tanto tiempo entre
diplomáticos, me fije inmediatamente en las apenas veladas
reservas que implicaban su declaración.

-¿Qué quiere decir exactamente con eso de “durante


el mayor tiempo posible”?- pregunté, lo que hizo que el
resto de los presente se sobresaltaran al comenzar a digerir
las implicaciones de aquellas palabras.

El’hassai entrelazó sus dedos, sin duda alguna un gesto muy


practicado en beneficio de los gue’la [99] de la sala.

[99] La palabra tau para nombrar a los humanos, una de escasa frases que
aparentemente, Caín aprendió durante sus ocasionales contactos con los
miembros de esa raza que no implicaron violencia física.

-A pesar de los dictados del Bien Supremo- dijo, -


también comparto las reservas que usted y el Lord
General han expresado. Por lo tanto, sugiero que,
mientras el apotecario Sholer y la Magos Kildhar
continúan sus investigaciones, se hagan los
preparativos necesarios para poder eliminar
rápidamente a todos los especímenes si eso se
hiciera necesario.

-Me parece razonable- aceptó Zyvan, aprovechando, para


mi indescriptible alivio, la posibilidad de un compromiso
para salvar la cara. Contra todo pronóstico, los tau parecían
estar esforzándose en mantener unida nuestra tambaleante
alianza, en lugar de ser la cuña que la separaba, tal y como
yo había esperado. El Lord General se volvió hacia Dysen. -
¿Sería posible preparar algo así?
-Asegurar la destrucción física de tantos
especímenes a la vez será un extraordinario reto-dijo
pensativo el Magos Senioris, -pero, sin la menor duda, el
Omnissiah nos guiará hacia una solución
satisfactoria. Tal vez bastaría con purgar el reactor
de fusión en la cámara de almacenamiento.

-Entonces lo dejamos en sus hábiles manos- respondió


Zyvan, evitando milagrosamente cualquier indicio de
sarcasmo en sus palabras. -Por favor, manténganos
informados de sus progresos.

-Para ambos casos- añadí, para que no pudieran alegar


que pensaban que sólo queríamos estar informados de uno
de los trabajos y no en el otro. Como he comentado, la
semilla de la desconfianza había germinado con fuerza al
tratar de ocultarnos las investigaciones de Kildhar y la
pregunta “qué otras cosas no nos habrían contado” se había
convertido en un soniquete casi constante en mi cabeza. No
me importa el admitir que, cuanto antes saliéramos allí y
pudiéramos abandonar aquella lamentable roca, mejor.

Desde ese momento, cuando al menos parecía haber una


apariencia de consenso, la reunión transcurrió rápidamente,
con una serie de amplias generalizaciones y vagas
promesas de acción, todos deseosos de salir de allí antes
que los demás tuvieran la oportunidad de cambiar de
opinión o de presentar argumentos para nuevas objeciones.
Sholer y Dysen partieron tran pronto pudieron en dirección
al muelle de atraque, seguidos por El’hassai, quien sin la
menor duda, se apresuró a volver a sus aposentos para
redactar un informe convenientemente mordaz para sus
superiores, aunque yo no tenía ni idea de cómo pensaba
entregarlo [100].

[100] No me cabe la menor duda de que había llevado a la nave insignia


imperial varios drones-correos con él.

-Quiero que esa instalación sea completamente


rodeada- dijo Zyvan, en cuanto la puerta se cerró detrás
del tau. -Si los tiránidos se liberan, tendremos que
contenerlos.

-Eso requerirá mucho personal- señalé. -Incluso toda


una compañía estará exageradamente extendida si
es desplegada en un cordón lo suficientemente
amplio como para evitar los efectos de un bombardeo
orbital.

El Lord General asintió. -Si no lo supiera, juraría que


eres un psíquico.

-Después de tanto tiempo, creo que ya entiendo


cómo piensa- dije. -Además, eso es justo lo que yo
haría.

Lo cual era absolutamente cierto.

Zyvan asintió.
-Mantendremos las baterías de lanzas apuntando
hacia el santuario, al menos por el momento. Ahora
mismo no las necesitamos para nada más, a menos
que aparezca la flota colmena.

-Algo que, si el Emperador así lo quiere, nunca


sucederá- dije, tentando de nuevo al destino. Seleccioné el
área alrededor de Regio Quinquaginta Unus en la pantalla
táctica y lo examiné cuidadosamente. -Tendrá que utilizar
a los Death Korps. Ninguna otra unidad de las que
dispone puede ser desplegada en terreno al
descubierto.

-Justo eso es lo mismo que yo había pensado- aceptó


Zyvan y se encogió de hombros. -Pero el problema será
evitar que los descubran. Son muy buenos en su
trabajo, pero no se les da demasiado bien la
discreción.

-Yo ni me molestaría en intentarlo- contesté. -De todos


modos, los mecanos se enterarán que están allí. Si le
presentan alguna queja, dígales que ha decidido
proporcionar protección extra al santuario ahora que
sabe lo importante que es su trabajo. No le creerán,
por supuesto, pero no se atreverán a protestar.

Zyvan se rió. -No tendrán cojones- coincidió, lo cual era


literalmente cierto para la mayoría de los tecno-sacerdotes,
dada su exagerada tendencia a cubrirse de augméticos.
Justo en aquel momento, nuestra diversión se vio
bruscamente interrumpida cuando Jurgen llamó a la puerta.
Sin dar tiempo siquiera a que el estruendoso eco de sus
nudillos contra el metal tuviera tiempo de extinguirse e
incluso antes de que alguno de nosotros le diera permiso
para entrar, su aroma irrumpió en la sala, seguido un
instante después por su rostro cubierto de mugre.

-Lamento interrumpirles, señor- dijo, -pero acabamos


de recibir noticias de la flota exploradora- siguió y
aspiró mientras apretaba los dientes, como hacia siempre
que intentaba encontrar la manera de decirme algo que
sabía que yo no querría oír. -No son buenas- añadió,
después de una embarazosa pausa.

Nunca he conocido a ningún astrópata que se pudiera ser


calificado de sociable, lo que supongo que no es de
extrañar, dado que siempre al menos parte de su atención
está constantemente atenta a los susurros de la disformidad
en su mente, esperando que se forme algún mensaje. No
soy una persona que se asuste fácilmente [101], pero no
puedo negar que me inquietan. Tal vez sean sus tatuajes de
protección, un visible recordatorio de que pueden ser
poseídos en cualquier momento por un demonio, o tal vez
sea la forma en la que sus hundidos ojos ciegos te miran
fijamente en cualquier lugar de la sala donde uno esté,
como si estuvieran clavándose directamente en tu alma.

[101] ¡Ja!
Madrigel, el astrópata de mayor rango entre el personal de
Zyvan, personificaba la mayoría de todos aquellos rasgos:
demacrado y esquelético, con tan sólo su cabeza y sus
manos emergiendo del sudario de su túnica, merodeaba
dentro de la cámara como uno de los necrófagos de los
túneles que se decía rondaban por los niveles más bajos de
la colmena en la que pasé los primeros años de mi vida
[102].

[102] A pesar de todos mis esfuerzos, todavía no he logrado averiguar el mundo


en cuestión, o mejor dicho, la colmena subterránea.

Aunque hubiéramos podido sacarlo su guarida, no era


cuestión que se nos trasmitiera ese mensaje en medio del
centro de mando, rodeados de testigos, así me encontré
encorvado en la claustrofóbica celda en la que vivía y
trabajaba [103], tratando de distinguirlo lo mejor posible a
través de la penumbra que lo rodeaba. Como no necesitaba
luz, no se había molestado en encenderla, por lo que Zyvan
y yo tuvimos que conformarnos con la vacilante iluminación
de unas velas situadas junto a un quemador de incienso
que, a juzgar por el olor, debían contener un par de
calcetines sucios de Jurgen en llamas. (Por supuesto, a mi
ayudante lo había enviado de vuelta a nuestros aposentos,
no deseaba que su secreto fuera descubierto cuando
Madrigel sufriera un ataque delante del Lord General).

[103] En realidad, una hermosa suite, aunque, para ser justos con Cain,
probablemente no se percatara de la existencia de las otras habitaciones.

-¿Qué tiene para nosotros?- pregunté, un poco más


bruscamente de lo que pretendía, mirando fijamente al
astrópata con un considerable esfuerzo de voluntad.
Abrió la boca, sacó la lengua y se lamió los finos labios de
una forma ligeramente reptiliana que hizo que se me
erizaran los pelos de nuca. -Mucho- respondió, con una voz
que llevó a mi mente el desagradable recuerdo del susurro
del viento a través de las pieles desolladas que colgaban de
las murallas de la ciudadela de los piratas eldar en Sanguia,
-pero muy poco que pueda transmitir de una forma
comprensible para usted.

Unas palabras que la mayoría de la gente hubiera


considerado como un escandaloso y deliberado insulto, pero
dado el trabajo de Madrigel, posiblemente no fueran más
que la pura verdad. Cuando la schola progenium me escupió
por primera vez, asumí, al igual que la mayoría de los
soldados regulares a cuyo lado (o detrás de ellos si es que el
enemigo estaba cerca) servía, que los astrópatas eran poco
más que aparatos de vox vivientes, capaces de repetir
como loros cualquier cosa que les dictaran o les mostraran.
No fue hasta mucho más tarde, cuando me abrí paso hasta
los escalones superiores de la Guardia Imperial, que
comencé a comprender la verdad, que los precisos informes
y las imágenes granuladas procedentes del exterior del
sistema estelar que yo estaba tan desesperado por
abandonar en aquellos momentos, habían llegado en forma
de imágenes y sensaciones fragmentarias a la mente de un
psíquico autorizado, por lo normal sólo marginalmente
cuerdo. Sólo después de un largo y dificultoso trabajo se
podía desenmarañar el significado de lo que el astrópata
había intentado transmitir, una empresa que a menudo
implicaba el uso de otro personal autorizado como filtros. Un
proceso que normalmente llevaba mucho más tiempo del
que la fluida situación de una zona de guerra activa podía
permitirse.
-Entonces, díganos lo que necesitamos saber- le exigió
Zyvan. -¿Qué noticias ha escuchado de la flota de
reconocimiento?

-¿Escuchar?- preguntó Madrigel, mientras se volvía a lamer


los labios. -Nada, solo balbuceos. Todavía se está
trabajando en ello. Pero todos lo sentimos, todos los
miembros del coro.

-¿Sentir el qué?- pregunté, seguro de que no me iba a


gustar la respuesta. Y tuve razón, la respuesta no me gustó.

-Miedo- respondió Madrigel y su susurro flotó en el aire


durante varios segundos. -Los astrópatas de las naves
exploradoras estaban aterrorizados.

-Eso no significa apenas nada- dijo Zyvan, sin andarse


con rodeos, tratando de pronunciar aquellas palabras como
si realmente se las creyera. -Han estado dentro de una
sombra en la disformidad, aislados del resto del
universo. No es de extrañar que lo encontraran
molesto.

-Mejor dicho, sería todo un bendito alivio para ellos-


graznó Madrigel con absoluta sinceridad. -Si hay un lugar
en la galaxia en la que un psíquico pueda encontrar
la paz, es en el interior de la sombra que rodea a una
flota-colmena.
-Eso si no se tiene en cuenta a los tiránidos que, sin
duda, los perseguirían- añadí, sintiendo que alguien de la
sala debía prestar atención a nuestro verdadero problema.
Para mi sorpresa, el astrópata asintió.

-Exactamente- pronunció, de forma algo misteriosa. -Eso


mismo hicieron. Y ahora hay muchos ecos de dolor y
de miedo, de olor a sangre y a llamas. Aún no
tenemos los detalles, pero la flota ha entrado en
combate.

-Eso no es nada bueno- dije, minimizando


considerablemente la importancia de las palabras del
Astrópata. -Sus órdenes eran simplemente observar e
informar, evitando el contacto siempre que les fuera
posible. ¿Tiene alguna idea de los daños que ha
sufrido la flota?

-Son graves- contestó Madrigel y la última esperanza a la


que me había aferrado se fue extinguiendo ante mis ojos. -
Se han perdido naves.

-¿Cuántas?- preguntó Zyvan con tono sombrío.

-Eso no se sabrá hasta que no se haya completado el


proceso- respondió Madrigel, volviéndose a lamer los
labios. Los continuos movimientos de su lengua eran casi
hipnóticos y me obligué a concentrarme en el resto de su
rostro, lo que apenas sirvió de ayuda. -Pero más de una.
-¿Y los supervivientes?- pregunté. -Deben haber
escapado si han logrado salir de la sombra.

-Dañados- contestó el astrópata. -Heridos.


Traumatizados.

Era difícil saber si se refería a las naves, a las tripulaciones,


o a ambas cosas a la vez. De todas formas, la mitad del
tiempo, los miembros de su orden solían hablar con
metáforas, eran incluso peores que los eclesiarcas.

-Vuelven renqueantes al hogar, allí donde puedan


lamerse las heridas.

Zyvan y yo intercambiamos una mirada de preocupación, a


los dos se nos había ocurrido lo mismo. Sólo había un
mundo cerca de la mala maltrecha flota en el que podrían
encontrar las instalaciones necesarias para reparar
cualquier daño significativo sufrido en los combates y, en
esos momentos, nosotros estábamos orbitando a su
alrededor.

-Se dirigen hacia aquí- dije. Madrigel asintió.

-Efectivamente. Podemos sentir como la conexión con


las mentes de nuestros hermanos se hace más fuerte
a cada hora que pasa.

-Entonces, los tiránidos les seguirán- señaló Zyvan.


Eso era evidente. Al enfrentarse a la flota colmena, la
habrían alertado de la presencia de posibles presas y, como
mínimo, parte de ella iría tras los supervivientes para ver si
quedaban algún bocadillo más en la mesa. Si teníamos mala
suerte, toda la maldita manada ya estaría dirigiéndose hacia
nosotros.

-Avisaré a los mecanos- dije, con la boca seca,


manteniendo mi voz firme con un supremo esfuerzo.
Nuestros temores acababan de hacerse realidad. Lo único
que ya nos quedaba por esperar era que hubiéramos
recibido la advertencia a tiempo de poder prepararnos para
su llegada.
NOTA EDITORIAL:
Como era de esperar, Caín no dedica ni una sola línea más
al destino la flota de reconocimiento. Por tanto, he incluido
los siguientes extractos para enmarcar su relato de los
hechos en un contexto algo más amplio.

Transcripción de la declaración efectuada por la capitana


Nansi Blakit, de la fragata Amazona (Amazón en el original) ante
la junta de investigación por la pérdida de las naves Atroz
(Egregious en el original), Llama Purificadora (Cleasing Flame en el
original), Martillo del Emperador (Emperor’r Hammer en el original) y
Xenovore, 485992.M41.

Capitán Blakit: Nos dirigimos a toda velocidad


hacia la posición estimada de la flota colmena,
basándonos en la información que nos habían
proporcionado los tau. En vista del peligro del que
nos avisaban nuestras órdenes, ordené a mi
tripulación que cargara las armas y se prepararan
para sufrir fuego enemigo antes de que se
completara la transición de vuelta al materium.

Almirante Jaymstea Flynt (Presidente): ¿Una


precaución tomada también el resto de los capitanes
de las otras naves de la flotilla.

Capitán Blakit: Creo que sí, ninguno de ellos es un


idiota con ganas de que lo maten.
Codicius Mallun (observador del Administratum y
registrador de actas): ¿Puedo recordarle a la capitán
que las especulaciones y opiniones personales no son
pruebas?

Almirante Flynt: No, no puede. El historial militar de


la capitán Blakit habla por sí mismo y cualquier
observación que una oficial de su experiencia
considere hacer, es pertinente para esta
investigación.

Capitán Blakit: Así se habla, tío Jym.

Almirante Flynt: Borre ese último comentario del


acta. Continúa, Nansi.

Capitán Blakit: No había nada en los auspex, aunque


sabíamos que debían estar cerca. Ninguno de
nuestros astrópatas pudo comunicar con la flota
principal, así deberíamos estar dentro de la sombra
en la disformidad proyectada por los tiránidos.

Codicius Mallum: Una especulación…

Almirante Flynt: Guarde silencio, Mallum. No eres el


único zángano de por aquí que puede manejar una
pluma.
Capitán Blakit: Así que el comodoro Stocker dispersó
la flota. No mucho, pero con una separación de media
de unos cincuenta millones de kilómetros. Le dije que
aquello era una mala idea, pero no quiso
escucharme.

Inquisidora Vail (observadora del Ordo Xenos): ¿Por


qué?

Capitán Blakit: Él estaba al mando. Tenía todo el


derecho a no estar de acuerdo con la opinión de una
oficial de menor rango.

Inquisidora Vail: ¿Por qué fue una mala idea?

Capitán Blakit: Yo creía que lo más prudente sería


mantener las naves de la flota lo suficientemente
cerca las unas de las otras como para que se
pudieran apoyar mutuamente con campos de fuego
superpuestos. El capitán Warka, del Hirundin, estuvo
de acuerdo conmigo.

Almirante Flynt: ¿Pero el comodoro no lo hizo?

Capitán Blakit: No, pensó que tendríamos más


probabilidades de obtener una lectura positiva en los
auspex con la flota más desplegada. Se suponía que
en cuanto una nave consiguiera un contacto, enviaría
un mensaje de vox a las demás y todos nos
reuniríamos con ella.
Inquisidora Vail: Las bio-naves tiránidas son muy
difíciles de detectar a tales distancias.

Capitán Blakit: Ese es el problema. Para cuando la


Xenovore estuvo lo bastante cerca como para estar
segura de que tenía una lectura confirmada, los
tiránidos también la habían detectado o más
probablemente antes. Fue atacada por todo un
enjambre de pequeñas naves apoyadas por un par de
cosas del tamaño de un crucero. Todos respondimos
a su llamada de socorro, pero estábamos tan
dispersos que incluso la nave más cercana no la
captó hasta más de dos minutos después de haberla
transmitido.

Almirante Flynt: ¿Fue la Atroz?

Capitán Blakit: Así es, el único crucero de la escuadra


y nave insignia del comodoro Stocker. El Martillo del
Emperador y el Llama Purificadora llegaron tres
minutos después del crucero, justo cuando explotó la
Xenovore. Los tiránidos ya les habían abordado y
estaba a punto de conquistar toda la nave. La única
opción que les quedó a esos pobres bastardos fue
detonar el núcleo de plasma.

Codicius Mallum: ¿Más especulaciones? ¿O tiene


alguna prueba sólida de que la Xenovore fue
destruida por sus propios tripulantes?
Capitán Blakit: Si quiere, puedo mostrarle unas
imágenes de su visioingeniero jefe sobrecargando los
motores antes de ser destrozado por los
hormagantes. Puede que las encuentre educativas.

Almirante Flynt: ¿Estaban recibiendo datos de la


Xenovore en esos momentos?

Capitán Blakit: De las cuatro naves que habían


trabado combate con el enemigo. El comodoro
Stocker nos ordenó al resto que nos retiráramos para
que llevásemos toda la información reunida a la flota
principal. El capitán Warka y yo protestamos, pero
nos amenazó a los dos con un consejo de guerra si
intentábamos intervenir.

Inquisidora Vail: Muy inteligente por su parte. Si


hubiera intentando resistir, también habría muerto y
nosotros no tendríamos ni la menor idea de qué o
quién la mató. ¿Supongo que los tiránidos estarían
recibiendo refuerzos continuamente?

Capitán Blakit: Efectivamente. Nosotros nos


mantuvimos en posición todo el tiempo que pudimos,
por si podíamos salvar a algunos supervivientes. El
Martillo del Emperador logró lanzar algunas cápsulas
de salvamento, pero fueron capturadas y devoradas
por las criaturas más pequeñas. Los gritos por el vox
eran…
Almirante Flynt: ¿Alguna de las naves supervivientes
fue atacada?

Capitán Blakit: Todos lo fuimos. El vacío estaba lleno


de tiránidos. El capitán Warka tomó el mando de lo
que quedaba de la escuadra, ya que era el oficial de
más antigüedad en el escalafón, pero estábamos tan
dispersos por el espacio que fue imposible coordinar
una estrategia defensiva. Aguantamos todo lo que
pudimos para recabar toda la información que
pudiéramos obtener, pero, uno a uno, nos vimos
obligados a saltar a la disformidad o todas nuestras
naves también hubieran sido destruidas.

Almirante Flynt: ¿Y qué hicieron tras haber efectuado


el transito?

Capitán Blakit: Nos reunimos en el espacio exterior,


ya fuera del alcance de la sombra, donde nuestros
astrópatas pudieran contactar de nuevo con la flota.
Mientras tanto, evaluamos los daños y nos dirigimos
a toda marcha hacia Fecundia, con la esperanza de
que pudiéramos efectuar las reparaciones necesarias
para poder luchar contra los tiránidos antes de que
desembarcaran en el planeta.

Inquisidora Vail: Parece muy segura de que ese sería


su próximo objetivo.

Capitán Blakit: Lo estábamos. Nos informaron de ello


los astrópatas. Los límites de la sombra se habían
movido. Sólo conozco una cosa que podría explicar
eso: los tiránidos habían cambiado de rumbo para
seguirnos.

“De la Cruzada y lo que vino después: una historia


militar del Golfo de Damocles”, por Vargo Royz,
058.M42.

Las funestas noticias que trajeron los agotados


supervivientes de la escuadra de reconocimiento de la
Armada Imperial no tardaron en llegar a la Flota de Batalla
Damocles y los preparativos para su despliegue se iniciaron
de inmediato. Las naves comenzaron a converger hacia el
mundo-forja de Fecundia desde todo el sector, decididas a
defenderlo a toda costa, ya que sí caía, la capacidad del
Imperio para luchar contra aquellas terribles criaturas
sufriría un golpe demoledor. La mayoría, por supuesto,
tuvieron que pasar el sistema de Quadravidia, que
permanecía en manos imperiales casi milagrosamente.

Mientras tanto, los tau habían centrado todos sus esfuerzos


en fortificar un puñado de mundos a lo largo de la recién
disputada frontera entre ambos imperios, aparentemente
sin saber que, al menos unos cuantos elementos de la flota
colmena en movimiento, habían cambiado de rumbo,
alejándose de ellos, y si lo sabían, todavía temerosos de que
los planetas en su poder siguieran siendo los objetivos más
probables de la despiadada furia de los invasores tiránidos.
En cualquier caso, no mostraron la menor intención de
desviar ningún recurso para la defensa de un mundo
imperial, ni el Imperio se sentía inclinado a solicitar la ayuda
de los xenos.

Así que, ambos socios de la incómoda alianza, se ocuparon


primero de sus propios intereses y esperaron el ataque.
CAPÍTULO QUINCE
La noticia de que los tiránidos estaban en camino barrió
Fecundia como uno que aquellos vendavales capaces de
arrancarte la carne hasta llegar hasta los mismísimos
huesos que asolaban la superficie y causó casi el mismo
daño. La mayoría de las unidades de la Guardia se
mantuvieron firmes, por supuesto, debido en gran parte a
que la mayoría de los regimientos presentes en el planeta
nunca se habían enfrentado aquellos escurridizos horrores y
me pasé varios días inspeccionando los puestos de
avanzada y las guarniciones, soltándoles todo tipo de
tópicos alentadores, asegurándoles que si podían
enfrentarse a los orkos, los eldar y a las marionetas de los
poderes ruinosos, sin duda podrían acabar con la flota
colmena. Los Death Korps fueron la excepción, como lo son
en otras tantas cosas, ya que el año anterior habían perdido
a muchos de sus miembros en combate contra una flotilla
escindida de una flota colmena, pero, por lo general estaban
tan hasta el culo de drogas de combate, que les daba igual.
Como de costumbre, lo único que parecía molestarles era la
posibilidad de no haberse llevado suficientes enemigos
consigo cuando cayeran [104]. Ni que decir tiene que aquella
actitud me resultaba difícil de entender, pero a la vez, era
bastante reconfortante, ya que tenía la intención de
mantenerlos a ellos entre la horda que se acercaba y mi
humilde persona.

[104] Para un soldado de los Death Korps, la muerte en acción es un don;


aunque en su mayor parte, intentan retrasarla el mayor tiempo posible para ser
de mayor utilidad al Emperador.
Por supuesto, donde la noticia realmente causo estragos fue
entre la población civil. Debo admitir que los mecanos se las
arreglaron para aguantar sorprendentemente bien y la
mayoría de ellos disimularon razonablemente sus temores,
pero los trabajadores de las fundiciones no tenían tales
inhibiciones a la hora de expresar sus emociones, por lo que
Kyper y sus skitarii se pasaron tanto tiempo reprimiendo
disturbios como preparando las defensas del planeta. La
mayor parte de los siervos que no estaban causando
problemas, preferían pasar el tiempo en los templos del
Omnissiah, rezando por la liberación, aunque deduzco que
volvieron rápidamente a las cadenas de producción en
cuanto los tecno-sacerdotes comenzaron a decirles que a Él
le resultaría mucho más sencillo el trabajo si primero
acumulaban una buena reserva de armas y municiones.

La única buena noticia fue la llegada de los maltrechos


restos de la flota de reconocimiento, que reforzaron un poco
nuestras defensas orbitales, seguida poco después por un
continuo flujo de naves procedentes de todo el sector. En el
plazo de un mes, Fecundia estaba rodeada por un centenar
de naves [105], algo que contribuyó en gran manera a
tranquilizarme. Si las mejoras de Kildhar en los sensoria
funcionaban tan bien como ella parecía creer, sería
necesario un asalto muy decido para poder desembarcar en
el planeta algo realmente capaz de causarnos problemas.

[105] Bastantes más si se tiene en cuenta la flota de mercantes con armamento


defensivo que llegaban y salían continuamente al mundo forja; aunque tales
armas resultarían tan insignificantes frente a una flota colmena que se puede
disculpar el hecho de que Cain las haya olvidado por completo.

Pero, por supuesto, la determinación era prácticamente un


sinónimo de tiránidos, así que no pude relajarme del todo,
sobre todo porque Sholer y ella aún conservaban su
malsana colección de muerte y destrucción congelada bajo
los cimientos de Regio Quinquaginta Unus y, pese a todas
sus garantías, yo no era tan optimista como ellos en lo
referente a que no fueran a descongelarse en el peor
momento.

Una preocupación que debo añadir Zyvan compartía y que


expresó en voz alta la mañana en cuanto entré en el centro
de operaciones a bordo de la nave insignia,
encontrándomelo estudiando atentamente un hololito con
aire pensativo. El supurante globo de Fecundia estaba
rodeado de brillantes luciérnagas, codificadas en distintos
colores para poder diferenciar las naves de guerra de los
transportes civiles. Asentí con aprobación. La red defensiva
era tan densa como podíamos desear y cualquier cosa que
quisiera desembarcar en el planeta lo tendría muy difícil
para aterrizar sin ser vaporizada en el camino.

-¿Alguna noticia de Madrigel?- lo saludé, aferrándome a


la improbable esperanza de que los tiránidos se hubieran
dado cuenta de que había más presas entre los tau. El Lord
General negó con la cabeza.

-Ninguna buena- dijo. -Nuestros astrópatas no pueden


contactar con nadie.

-Entonces es que ya estamos dentro de su sombra-


reflexioné, con un escalofrío de aprensión recorriéndome la
nuca.
-Lo estamos-, asintió Zyvan con tristeza. -Puede que aún
haya algunas naves más en camino, pero ya no
podemos contar con ellas. Y, a falta de las noticia que
puedan traer, lo próximo que sabremos será la
llegada de lo tiránidos.

-Entonces tendremos que confiar en que Kildhar sepa


lo que está haciendo con los auspex- dije, sintiendo un
casi irresistible impulso de colocar el dedo gordo sobre la
palma de mi mano mientras hablaba.

-Sólo espero que sepa lo que está haciendo en ese


maldito congelador de carne- replicó Zyvan. -Siguen
sin averiguar cómo escaparon los genestealers y eso
ya es bastante grave.

-Sholer debería vigilarla- dije, tratando de parecer menos


preocupado de lo que realmente me sentía. No conocía muy
bien al apotecario del Revenant, ya que yo había estado
inconsciente la mayor parte del tiempo que estuvimos
juntos [106], pero era de suponer que se tomara su deber tan
en serio como cualquier otro marine espacial y aquello era
lo más fiable que podíamos conseguir. -Además, los otros
marines espaciales mantienen el analyticum bien
vigilado y bloqueado.

[106] En el apotecarium de la nave, recuperándose de sus terribles experiencias


en Interitus Prime.

-Bien, supongo que tú lo sabrás lo que dices-,


concedió Zyvan, no demasiado convencido. -Serviste
junto a ellos.
Y había visto como los despedazaban los genestealers que
infectaban el Engendro de Condenación, algo que no era
precisamente el pensamiento más reconfortante en aquellos
momentos, por lo cual lo eliminé rápidamente de mi mente,
al igual que hice con su lógica conclusión, que por supuesto,
era que se necesitaría mucho más que Yail y su escuadra de
combate [107] para mantener encerrado a un enjambre de
ese tamaño si estos preferían estar en otro lugar.

[107] Una designación informal del Adeptus Astartes para referirse a un equipo
de combate de aproximadamente cinco marines espaciales. Una escuadra
táctica completa de diez astartes se dividen en dos equipos de cinco para
brindarse apoyo mutuo. En ninguna parte del relato, Caín nos indica el número
real de Recuperadores que había en Fecundia, si es que llegó a enterarse, pero
dada su familiaridad con la terminología de los marines, es casi seguro el asumir
que serían alrededor de media docena, además de Sholer y los tecnomarines
neófitos a los que hace referencia como de paso.

-¿Cómo están las unidades de la Armada?- pregunté,


mirando de nuevo la nube de iconos de contacto que
rodeaba la leprosa imagen del mundo forja bajo nosotros.
Unas cuantas naves de guerra estaban acompañadas por
unas runas que indicaban que aún estaban siendo
reparadas, lo cual no era de extrañar. Lo primero que habían
hecho los capitanes era aprovechar los muelles orbitales
para poner la capacidad de combate de sus naves al
máximo. La mayor parte de ellas estaban registras como
completamente armadas, con las tripulaciones listas [108] y
preparadas para entrar en combate, lo cual era un alivio
para mí, pero sólo parcialmente. Nunca me ha gustado estar
en una nave espacial bajo fuego enemigo, especialmente
desde mi breve y desesperado intento de respirar el vacío a
bordo del Mano de la Venganza y las imágenes de los
horrores que habían aplastado a las naves de exploración
tau seguían estando demasiado frescas en mi mente. La
idea de tener que andar jugueteando con aquellas criaturas
por los corredores de un acorazado [109] no era nada
atractiva y no podía evitar preguntarme si, por formidable
que pareciera, la flota que habíamos reunido sería
suficientemente poderosa como para frenar el avance de la
flota colmena.

[108] Sin duda, las cuadrillas de reclutamiento habían tenido que esforzarse
para poder compensar las pérdidas en los combates.

[109] Es la primera vez que Cain menciona el tipo de nave en el que Zyvan
había establecido su puesto de mando. Si está siendo literal, en lugar de usar
“acorazado” como término coloquial para un navío de la Armada Imperial,
probablemente se tratara del Trono Eterno, de la clase Retribución, la única nave
de ese tipo involucrada en la defensa de Fecundia.

Zyvan se encogió de hombros. -Impacientes- respondió,


algo que tampoco me sorprendió. La mayoría de los
almirantes que había conocido eran firmes creyentes de
llevar la lucha al corazón del enemigo, un espíritu distintivo
que el conjunto de Armada suscribía de todo corazón y no
me imagino que quedarse de brazos cruzados en órbita,
esperando a que les dispararan, fuera del agrado de la
mayor parte de la flota.

-¿Han conseguido los analistas sacar algo en limpio


de la información aportada por las naves de
reconocimiento?- pregunté, algo que era lo más cercano
que podía hacer de la verdadera pregunta que tenía en la
mente: ¿era la flota colmena lo suficientemente potente
como para reventarles los morros a los marineros, o
conseguirían éstos rechazar a los tiránidos?
-Todavía la siguen masticando- contestó Zyvan, unas
palabras elegidas con muy poco tacto, dadas las
circunstancias. -Pero sabemos que al menos hay un par
de leviatanes en ella. Posiblemente más, a juzgar por
el número de bio-naves más pequeñas que aparecen
en las grabaciones.

Aquella información distaba mucho de ser una buena


noticia. Nuestra única probabilidad de acabar con uno de
aquellos gigantes que nadaban en el vacío, sería rodearlo y
para eso, antes tendríamos que abrirnos paso entre los
escoltas. Por muy numerosa que fuera la flota reunida
alrededor de Facundia, si por fin se llegaba a enfrentarse los
tiránidos, sería un combate muy reñido.

-Necesitamos algo que nos proporciones algún tipo


de ventaja- comenté, incómodamente consciente de que
casi estaba repitiendo los razonamiento de Sholer para
mantener con vida sus preciados especímenes. Tal vez
había llegado la hora de presionarlos a Kildhar y a él para
que obtuvieran algunos resultados.

-Así es- asintió Zyvan, sin demasiado entusiasmo, tras


haber llegado a la misma conclusión. -¿Crees que podrás
obtener algunas respuestas sencillas de tu amigo, el
apotecario?

-No, si no le apetece darnos alguna- contesté. Mi buena


relación con los Recobradores ya nos había conseguido más
concesiones de las que normalmente nadie podría esperar
conseguir del Adeptus Astartes, siempre tan decididos a
ocuparse solamente de sus propios asuntos, y yo no me
hacía ilusiones de que pudiera presionar más al marine
espacial de lo que ya lo había hecho. Pero no estaría de más
el preguntar. En aquel momento, comencé a darme cuenta
de que una visita diplomática para consultar personalmente
a Sholer era exactamente el tipo de excusa que necesitaba
para salir de la línea de fuego cuando ambas flotas se
enfrentaran.

-Entonces, intenta sacarle algo cuanto antes- dijo


Zyvan, cuyo entusiasmo por la propuesta probablemente
tendría tanto que ver tanto con poder seguir dirigiendo la
guerra sin tener un copiloto con faja escarlata cuestionando
cada una de sus decisiones [110] como con la esperanza de
poder obtener algunas respuestas que nos fueran de
utilidad.

[110] Esto, probablemente no sea más que una pequeña autocrítica en clave de
humor, ya que, como he señalado anteriormente, la relación entre los dos era
mucho más cordial de lo que normalmente se suele dar entre un oficial superior
y el miembro del Comisariado adscrito a su mando. Una especial habilidad que
Caín parece haber tenido a lo largo de su carrera (consúltense sus memorias
sobre su servicio con 597º Valhallano).

-Me pondré a ellos inmediatamente- contesté,


felizmente ignorante de las consecuencias que eso iba a
acarrearme.

Para mí alivio, aquella vez me fue muy sencillo requisar un


Aquila, ya que los habitantes del planeta habían sido lo
suficientemente considerados como para no interrumpir mi
viaje con más accidentes fabriles. Sin embargo, el aspecto
del hangar era completamente distinto de nuestro último
vuelo, ya que la pequeña nave que nos esperaba se veía
empequeñecida por los Furies y los Starhawks [111] que la
rodeaban mientras estaban siendo armados y abastecidos
de combustible. Jurgen y yo nos dirigimos hacia nuestro
transporte a través de una vorágine de frenética actividad:
marineros de cubierta arrastrando cables blindados tan
gruesos como el antebrazo de un orko, vagones cargados de
misiles circulando arrastrados por pequeños tractores,
grandes montacargas con chasis derivados de Sentinels
moviéndose de un lado a otro. Todo aquello redujo nuestro
avance a un errático vals en el que teníamos que cambiar
de dirección cada cuatro pasos para esquivar un nuevo
obstáculos. Por supuesto, también había servidores por
todas partes, transportando cargas demasiado pesadas o
demasiado peligrosas para ser manejadas por la tripulación
sin augméticos. Además, parecía haber por todas partes un
desmesurado número de adeptos del Mechanicus vestidos
de rojo, entonando letanías, quemando incienso y
santificando los sistemas de armas de las naves espaciales
de las que muy pronto iba a depender nuestra
supervivencia.

[111] Interceptores espaciales y cañoneras de ataque anti-nave,


respectivamente; unos aparatos que es muy poco probables encontrar a bordo
de un acorazado de la clase Retribución, por lo que, después de todo,
probablemente, la nave insignia de Zyvan fuera uno de los muchos cruceros de
la flota, y no el Trono Eterno. Una nave así, también podría llevar a bordo unas
cuantas lanzaderas de asalto clase Shark, pero, dado que el intentar abordar
una nave tiránida sería una auténtica locura, de haber allí algunas, no parece
que se hubieran intentado desplegar.

-¿Qué les ha entretenido tanto?-, preguntó nuestro


piloto, con un alegre saludo a través del cristal antibalas de
la carlinga, con su voz crepitando ligeramente en mi
comunicador personal.

-Estábamos haciendo turismo- respondí brevemente, sin


la menor gana de aguantar bromas pero consciente de que
molestarle con una visible muestra de enfado no era la
mejor forma de garantizar una rápida y segura llegada a
nuestro destino. El piloto asintió, entendiendo la indirecta y
volvió a comprobar los instrumentos mientras mi ayudante
y yo subíamos a bordo y tomábamos asiento.

Nuestra partida fue tan sencilla como lo son siempre esas


cosas, las planchas de la cubierta sobre la que estaba
estacionada la pequeña nave comenzaron a alejarse
suavemente, aparentemente acompañada por el progresivo
aumento del rugido de los motores. Lentamente,
comenzamos a acercarnos a las enormes fauces de las
esclusas interiores, con unas planchas de metal de un metro
de grosor cerrándose detrás de nosotros tras pasar entre
ellas.

Como de costumbre, se necesitaron varios minutos para


extraer el aire antes que las esclusas exteriores comenzaran
gradualmente a abrirse, revelando un espacio tachonado de
nítidas estrellas, la mayoría de las cuales fueron
rápidamente eclipsadas por el canceroso rostro del mundo
que había debajo. Durante aquellos momentos de forzosa
espera, el piloto nos mantuvo suspendidos en posición
gracias a los propulsores de maniobra, algo que mejoró
notablemente mi opinión sobre sus habilidades. No sería
una maniobra nada sencilla de realizar debido a las
corrientes de aire cruzadas creadas por las bombas de aire,
algo que la mayoría de los pilotos de lanzadera habrían
evitado simplemente posándose sobre la cubierta para no
complicarse innecesariamente la vida.

Finalmente salimos al vacío, rodeados por la tenue ráfaga


de cristales de hielo procedentes del aire residual que las
bombas no habían logrado extraer y miré a nuestro
alrededor, contemplando los visibles signos de preparación
para el enfrentamiento contra la tormenta que se
avecinaba.

Con sus motores rugiendo, una escuadrilla de Furies pasó


frente a nosotros, uno de los grupos que protegían a la nave
insignia de los ataques de las pequeñas naves alienígenas
enemigas. Cuando miré hacia atrás, pude ver una veintena
de cazas, o tal vez más, posados sobre el casco, esperando
a que se les llamara para entrar en acción [112].

[112] Lo que implica que la nave, fuese la que fuese, no tenía hangares
preparados para los cazas y que los que Caín había visto dentro de la bahía de
atraque estaba allí solamente para ser aprovisionados para las operaciones en
curso, por lo cual, después de todo, la nave bien podría haber sido el Trono
Eterno. En fin, que me doy por vencida.

A cualquier lugar donde mirara, una estrella solitaria parecía


ir a la deriva, con su movimiento destacando claramente
contra el fondo fijo de la galaxia: el inconfundible rastro de
una nave espacial, demasiado lejos para distinguirla, pero
traicionada a simple vista por la luz que se reflejaba en su
casco.

-Hay muchas- comentó Jurgen, aunque no llegué a saber si


pretendía tranquilizarme o era una simple observación.

-Genial- dije, dirigiendo mi atención al planeta hacia el que


descendíamos. Su aspecto era igual de atractivo que en el
resto de ocasiones en las que había viajado a él, con las
zonas de su superficie visibles entre las densas nubes de
residuos que flotaban en el aire, similares a vísceras en
descomposición. Incluso las luces de las colmenas tenían
pocas probabilidades de atravesar la oscuridad que
ocultaba eternamente el hemisferio sur debido a una de las
periódicas tormentas capaces de arrasar todo un continente
(eso, por supuesto, suponiendo que aquel enorme basurero
tuviera algo que fuera claramente identificable con un
continente que pudiera ser arrasado). Sin embargo, no pude
evitar el tratar de identificar nuestro destino, o al menos, su
ubicación aproximada.

Ocupado como estaba en aquel inútil empeño, tarde un


momento en darme cuenta de que nuestro piloto estaba
manejando la lanzadera más bruscamente de lo
acostumbrado. Afortunadamente, el campo gravitatorio
interno de la nave seguía estable, o de lo contrario, Jurgen y
yo habríamos sido arrojados contra los mamparos con la
fuerza suficiente para habernos roto varios huesos. Sin
embargo, la rápida oscilación del planeta a través de la
escotilla panorámica fue el primer indicio de que las cosas
comenzaban a ir tan mal como de costumbre.

-¿Qué está pasando?- le pregunté al piloto, tratando de


disimular la preocupación en mi voz. Parecía que el piloto
estaba muy ocupado y todas las razones que se me ocurrían
que explicaran semejante comportamiento eran bastante
desagradables.

-¡Tenemos naves entrantes!- me contestó, con un tono


de voz que me indicó que no tenía nada más que añadir y
que le dejara trabajar. Eso fue algo que me pareció una
buena idea, así que cambié de canal y me puse en contacto
con Zyvan.
-Los auspex modificados por Kildhar están captando
algo-, me contestó el sorprendido general-. Empezaron a
recibir ecos hará unos treinta segundos y la Armada
está lanzado al aire todo lo que tiene para
interceptarlos

Aquello, al menos, explicaba las violentas maniobras de la


nave; nuestro piloto debía haber estado efectuando bruscos
cambios de rumbo para apartarse del camino de las
escuadrillas de cazas.

-No logro ver nada-, comenté, aunque, visto con la


perspectiva que da el tiempo, aquellas palabras fueron
ridículas, las posibilidades de ver algo a simple vista eran
mínimas. -¿Ha movilizado a las fuerzas en tierra?

-Están todo lo preparadas que pueden estar- contestó


Zyvan. El problema era que ambos ya habíamos luchado
antes contra los tiránidos y no nos hacíamos ilusiones de lo
que aquello realmente significaba. Entonces me di cuenta
de que el Lord General debía estar hirviendo de frustración
al ser un involuntario espectador en una batalla en el
espacio en la que no podía ni influir ni participar:
posiblemente la posición más irritante para un soldado de
su destreza y perspicacia táctica.

-A cualquier señal de… - comencé a decir para a


continuación dejar de hablar bruscamente cuando algo
parecido a una pesadilla pasó aullando junto al ojo de buey
[113]. -¡Santo Trono!
[113] Claramente una figura retórica, ya que el sonido no viaja por el espacio;
algo que los productores de las series de picto-dramas parecen curiosamente
reacios a aceptar..

Era algo difícil de distinguir, ya que parecía estar formada


principalmente por una serie de espinas y garras, cada una
de las cuales era más grande que nuestra propia lanzadera.
Lo único que puedo decirles con seguridad es que fue
inmediatamente acosada por un grupo de cazas que rugió
tras ella, acribillando su espalda y sus flancos con misiles y
cañones láser mientras se alejaba.

Entonces, sin previo aviso, todo el espacio se iluminó


cuando las naves de guerra comenzaron a disparar todas
sus baterías principales a la vez. Y tenían múltiples objetivos
entre los que elegir. Cuando los rayos de energía y las
descargas de torpedos impactaron contra una quitina tan
dura como el acero, los destellos de los miles de impactos
deslumbraron mis ojos. La voz de nuestro piloto volvió a
chirriar en nuestros oídos.

-Agárrense ahí atrás-, nos aconsejó. -La cosa se va a


poner jodida.

Me tragué la sarcástica respuesta que estaba a punto de


salir de mis labios e hice lo que me indicó, ajustando algo
más los arneses de seguridad de mi asiento. Jurgen hizo lo
mismo mientras su rostro palidecía ligeramente bajo su
habitual capa de piel descamada por la psoriasis, sin la
menor duda preocupado su delicado estómago, algo que no
solía molestarlo hasta que entrábamos en la atmósfera
planetaria. Vi que los nudillos de sus manos se ponían
blancos al aferrar con mucha fuerza el melta que llevaba en
su regazo y confié en que mi ayudante se hubiera acordado
de dejarlo con el seguro puesto: a aquella alturas, lo último
que necesitábamos era vaporizar accidentalmente un trozo
del fuselaje.

-Parece que por fin han llegado- dijo, estirando el cuello


para poder ver mejor la carnicería que se estaba
produciendo más allá de las escotillas panorámicas de la
lanzadera. Las bio-naves tiránidas respondían al fuego
imperial extendiendo largos tentáculos para atrapar a las
naves más pequeñas y escupiendo, desde una distancia
más segura, chorros de algo corrosivo que abrasaba y
derretía los cascos. Sin embargo, tuve que reconocer que
sin duda nuestra Armada parecía saber lo que se hacía.
Alcancé brevemente a ver las baterías de lanzas de un
crucero cortar los zarcillos que habían inmovilizado un
destructor, pero antes de que pudiera ver como la nave de
escolta se volvía vengativamente contra su torturador,
nuestro Aquila se tambaleó descontroladamente y comenzó
a caer en picado hacia la superficie del planeta.

-¿Qué ha sido eso?- pregunté, con mi repentino estallido


de alarma anulando mi decisión de no molestar al piloto
antes de que volviéramos a estar posados sobre una
superficie sólida.

-No tengo ni la menor idea, pero casi nos da- contestó,


mientras el campo de estrellas que se veía más allá de los
paneles de cristal blindado comenzaba a girar
enloquecidamente. -Tenemos que entrar en la
atmósfera todo lo rápido como podamos.
Bueno, les aseguro que no tenía nada que discutir sobre
aquella decisión. Los tiránidos estaban en el espacio y a mí
me iría genial estar en cualquier lugar donde no estuvieran.
Las vistas del exterior comenzaban de nuevo a estabilizarse
cuando el piloto equilibró el Aquila para proporcionarle el
ángulo correcto para la reentrada atmosférica. Mientras
tanto, yo eché un último vistazo hacia lo que, según tengo
entendido, se conoce ahora comúnmente como la primera
batalla del asedio de Fecundia.

Debo advertir de antemano que, aunque no soy ningún


experto en las complejidades de los combates en tres
dimensiones, a lo largo de aquellos años ya había
participado en un buen número de batallas navales en el
vacío y tuve la impresión que nuestras fuerzas estaban
resistiendo bien el asalto. La mayoría de las bio-naves
tiránidas parecían relativamente pequeñas, del tamaño de
nuestros destructores o cruceros ligeros, aunque no tenía la
menor duda de que tendrían otras mucho mayores y más
peligrosas en reserva. Aquello solo se trataba de una
incursión exploratoria destinada a calibrar nuestras
defensas para, más tarde, preparar un asalto con más
medios, una táctica que había visto utilizar a los enjambres
en innumerables ocasiones. Esta vez sólo había tenido la
mala suerte estar en el vacío, en una pequeña lanzadera
que podía ser barrida del cielo con una simple descarga.

-Están lanzando cazas-, comentó Jurgen, mirando con


preocupación una pequeña bio-nave aparentemente no
tripulada. Obstaculizado por los arneses de seguridad que
me había ajustado unos momentos antes, me retorcí en el
asiento para intentar verla y sentí como se me cortaba la
respiración.
-No son cazas- dije. -Son esporas micéticas.

Pulsé mi comunicador individual y usé el código de


anulación del Comisariado para cortar cualquier tráfico de
vox entre las unidades de la Guardia Imperial situadas sobre
la superficie por supuesto, era de muy mala educación el
interrumpirlas así, pero, dadas las circunstancias, dudo que
alguien tuviera algo en contra.

-A todas las unidades en tierra, prepárense para el


combate-, transmití, tratando de sonar lo más
apropiadamente tranquilo y digno que me fue posible, en
lugar de chillar aterrado que es lo que realmente me pedía
el cuerpo. -Están descendiendo esporas sobre el
planeta. Repito, los tiránidos ya están en camino.
CAPÍTULO DIECISEIS
Sin embargo, no tuve mucho tiempo para preocuparme por
la situación en tierra, ya que muy pronto me quedó claro
que las probabilidades de llegar al suelo intactos iban
disminuyendo a cada segundo que pasaba. Desde mi
asiento en el interior de la lanzadera, sólo podía ver dos o
tres de las espinosas bio-naves [114], aunque no me cabe la
menor duda de que teníamos muchas más incómodamente
cerca. Todas estaban bajo el fuego de todas nuestras naves
que las tenían a tiro, incluso probablemente de unas
cuantas más que ni siquiera las veían, a juzgar por la
frecuencia y la violencia de maniobras evasivas que estaba
efectuando nuestro piloto. En aquel momento, nuestro
casco comenzó a atravesar el enrarecido aire de las capas
superiores de la atmósfera y ni siquiera los compensadores
gravitatorios internos fueron suficientes para evitar que
toda la nave comenzara a vibrar.

[114] Probablemente se tratase de una subespecie de zángano de vanguardia


clasificado por la Armada como “Acechador”, aunque su descripción es tan vaga
que podría ser aplicada a otras muchas variantes de esas bestias. Los tiránidos
no son demasiado amigos de la uniformidad.

Jurgen gimió audiblemente cuando realizamos un rizo en el


espacio mientras varios torpedos pasaban a nuestro
alrededor para impactar contra la más cercana de las
monstruosidades espaciales pero, afortunadamente para
ambos, mi ayudante consiguió mantener el control de su
desayuno.
-Se está desintegrando- jadeó, sin duda contento de
tener algo que le hiciera olvidar las miserias de su mareo,
aunque fuera la perspectiva de una inminente muerte.
Durante un momento de pánico, pensé que su
hipersensibilidad a nuestro vertiginoso descenso le había
permitido detectar algún fallo en la estructura de la
lanzadera que estaba a punto de condenarnos, pero
entonces, mis ojos miraron hacía donde él miraba y me di
cuenta que se refería a la bio-nave tiránida que los torpedos
acababan de destripar.

Pedazos de carne e icor instantáneamente congelados,


salieron disparados al espacio desde el punto de impacto
convertidos en una metralla mortal lo suficientemente dura
como para atravesar nuestro casco si nos alcanzaba aquella
velocidad. El agonizante zángano se tambaleó y cayó hacia
la atmósfera, a menos de un kilómetro de distancia,
escupiendo esporas mientras caía. Entonces, comenzó a
carbonizarse por la fricción del aire, mientras su
exoesqueleto quitinoso comenzaba a chisporrotear y a crujir
mientras caía contra la superficie del planeta.

-¡Prepárense!

Nuestro piloto sólo tuvo tiempo de gritar aquella


advertencia antes de que chocáramos contra la atmósfera,
algo que hizo que nuestro Aquila se bamboleara
violentamente como una lata de raciones pateada por una
bota descuidada. Aun a día de hoy sigo sin comprender
como Jurgen no acabó vomitando su última comida.
El esfuerzo que le debió suponer aguantarse tuvo que ser
sin duda heroico. Por mi parte, debo admitir que alivié la
tensión soltando una andanada de blasfemias que hubiera
hecho sonrojar a la puta más tirada del más miserable de
los puertos espaciales. En mi defensa, sólo puedo decir que,
o las soltaba en aquel momento, o pensé que tendría que
soltarlas delante del propio Emperador, y ya tenía las
suficientes cuentas pendientes como para recitarle al
ocupante del Trono Dorado semejante retahíla nada más
llegar ante su augusta presencia. Comenzaron a saltar
chispas de los sobrecargados circuitos eléctricos y abrirse
diminutas fisuras en las soldaduras, pero los visioingenieros
habían hecho un buen trabajo al consagrar los
conmutadores de la pequeña nave y, a pesar de mis
temores, ninguno de los circuitos comenzó a arder. Y menos
mal, porque nunca habríamos logrado alcanzar los
extintores sin rompernos la cabeza.

Tras toda una eternidad subjetiva de ruidos y movimientos


aleatorios, nuestro rumbo se estabilizó y fui consciente de la
voz de Zyvan en mi comunicador, exigiendo saber qué
estaba sucediendo con un tono de preocupación que
encontré bastante reconfortante.

-Estamos bien- le aseguré, esperando convencerme a mí


mismo tanto como al Lord General. -Sólo algo aturdidos.

Lo cual, dada la cantidad de veces que he marcado mi


llegada a un nuevo planeta haciendo un agujero en él,
quizás nuestra situación fuera algo más optimista de lo que
parecía. Después de todo, anteriormente siempre me las
había arreglado para salir caminando (o para ser más
exacto, cojeando, arrastrándome o corriendo como un
demonio, todo dependiendo de las posibilidades de que el
impacto fuera seguido por una explosión) y nuestro piloto
parecía conocer bien su oficio. Todavía conservaba el control
y nuestros motores parecían estar funcionando todo lo bien
que se podía esperar en aquellas circunstancias.

Considerándolo en su conjunto, lo más probable es que todo


acabaría con un simple aterrizaje forzoso, nada comparable
con nuestra agitada llegada a Perlia o cuando casi nos
hicimos literalmente pedazos contra Nusquam
Fundumentibus.

-Me alegra escuchar eso- dijo Zyvan, tras una especie de


ladrido que sonó sospechosamente como una risa de alivio
apresuradamente sofocada. Al parecer, una vez más, mi
infundada reputación de saber mantener la sangre fría
frente al peligro estaba recibiendo un nuevo impulso.

-Estamos siendo arrastrados por la estela de una bio-


nave-, me interrumpió el piloto, sin darse cuenta, o sin que
le importara que yo estuviera hablando por otro canal. -No
nos queda suficiente potencia para poder apartarnos
de ella.

-¿Y por qué no?-, pregunté, sintiendo como un nuevo


escalofrío de temor resquebrajaba mi cuidadosamente
construido optimismo.

-Estoy desviando la mayor parte de la energía a los


sistemas gravitatorios de a bordo- explicó, lo que me
pareció más que suficiente. Si no lo hubiera hecho, a
aquellas alturas Jurgen y yo no seríamos más que una
mancha en alguno de los mamparos.

-De todos modos, probablemente lo mejor sea


seguirlo- dije, tratando de sonar como si se tratara de una
acertada decisión táctica en lugar de tratar de poner buena
cara a algo que no podíamos evitar. Que nunca se diga que
Ciaphas Cain ha eludido la llamada del deber, por lo menos
cuando tiene a un Lord General escuchándole. -Algunos
organismos podrían sobrevivir al impacto
(conociendo a los tiránidos, eso era algo
prácticamente seguro) y es posible que las criaturas
se reúnan allí.

También era una apuesta bastante segura y basada en mis


anteriores encuentros con enjambres tiránidos. Las criaturas
sinápticas intentarían coordinar a las otras en una horda
cohesionada, mientras que éstas se veían impulsadas por su
instinto a buscar su guía. Un simple reconocimiento aéreo
sería lo suficientemente seguro, eso mejoraría mi espuria
reputación de liderar desde el frente sin, para variar, tener
que poner mi vida en peligro, especialmente si podíamos
acabar con unos cuantos con el cañón automático del Aquila
[115].

[115] Una extraña elección de armamento para una nave espacial, donde el
retroceso tendría que ser compensado con ráfagas de los propulsores de
maniobra a cada disparo. Es por eso que los cañones láser son las armas más
comunes de las naves de la Armada. Presumiblemente, esta lanzadera en
particular se empleaba comúnmente para viajes desde las naves a la superficie,
lo que hacía que la defensa dentro de la atmósfera fuera una prioridad, o que
fuera enviada por el Adeptus Mechanicus como una muestra de cortesía hacia
Cain.
-Lo mejor sería dejar que se reunieran-, aconsejó
Zyvan, -y luego eliminarlos desde la órbita.

-Eso sí la Armada puede-, repliqué. -Parecían algo


ocupados la última vez que los vi.

-Todavía lo están-, suspiró Zyvan. -Pero, de todas


formas, transmite las coordenadas, nunca se sabe.
Además, aunque sólo sea por eso, ayudará a que
lleguen las unidades terrestres.

-Eso haré-, le aseguré y luego me acomodé para disfrutar


lo más posible del resto del vuelo (que, debo admitir, no fue
mucho). Al menos, las sacudidas comenzaron a disminuir
ligeramente cuando el piloto logró atravesar la vorágine de
turbulencias y se colocó justo detrás del bio-nave que caía
en picado. Por lo que pude ver a través de humo y el vapor,
la criatura tiránida se iba deshaciendo poco a poco, con su
parte delantera cubierta de llamas grasientas. De vez en
cuando fragmentos del tamaño de un Chimera se
desprendían de ella, cada uno de ellos más que capaz de
borrarnos del cielo si nos alcazaba, obligando a nuestro
piloto a realizar bruscas maniobrar para esquivar aquellos
letales trozos de quitina cuando se acercaban demasiado
para su comodidad.

Entre la neblina del calor, que teñía el horizonte del color de


la compota de moras y la coloración a cloaca de la
superficie bajo nosotros, era difícil saber dónde terminaba el
cielo y donde comenzaba el suelo, así que me sorprendió
cuando el cadáver incinerado que teníamos debajo
despareció entre una nube de deshechos.
-¡Impacto!- grité para demostrar que estaba atento,
mientras trozos del tamaño de un puño de la superficie de
Fecundia comenzaban a golpear nuestro casco. No es que
nos causara ningún problema en particular. Estábamos
volando a través de una nube de partículas, en las que
también había trozos más grandes, la mayor parte de los
cuales estaban formados por grava y polvo mezclados con
una generosa porción de carne pulverizada.

-¡La criatura se ha estrellado!- grité, bueno, poco más o


menos, porque la mayor parte de la bio-nave seguía
rebotando y destrozándose en trozo cada vez más
pequeños.

Justo en aquel momento comencé a notar un preocupante


cambio en el sonido de nuestro motor, que comenzó a
fluctuar de forma más que alarmante.

-Eso no suena bien- dijo Jurgen, haciendo gala de su


especial don para subestimar los problemas. El Aquila cayó
como una piedra y sentí una vertiginosa nausea en la boca
de mi estómago. Un instante más tarde, la nave se recuperó
y volvió a trepar hacia el cielo durante unos momentos, sólo
para vacilar por segunda vez.

-¡Prepárense para el impacto!-, gritó nuestro piloto, algo


innecesario, ya que yo había estado en demasiadas veces
en situaciones similares y sabía reconocer una catástrofe
inminente en cuanto la veía. Por ello, ya estaba bien
asegurado en mi asiento, así que simplemente hice de
tripas corazón y esperé, apartando un poco más de mi
pecho el cañón del melta de Jurgen con la punta de mi bota.
Acababa de ver cómo se asaba una nave llena de tiránidos
y, aquellas alturas, no tenía el menor deseo de compartir su
destino.

El Aquila chocó con fuerza contra el suelo, arrancando el


aire de mis pulmones con un único y brutal juramento,
luego se tambaleó, deslizándose sobre la superficie hasta
detenerse con una extraña y casi decepcionante ausencia
de fuego, inundación o el sonido del metal al desgarrarse.
Respiré profundamente y me arrepentí casi
instantáneamente; aparte de la proximidad de Jurgen, era
evidente que la nave ya no era hermética y que en el
compartimento estaba entrando de lo que en Fecundia
consideraban atmósfera. Toqué el comunicador de mi oído,
pero sólo recibí el sonido de la estática. Evidentemente, el
sistema de vox del Aquila había dejado de funcionar, o al
menos, era incapaz de recibir transmisiones. Eso, unido a la
falta de cualquier sonido, o movimiento en la cabina, me
resultaba cuanto menos inquietante.

-La puerta está atascada, señor- dijo Jurgen, para mi


total falta de sorpresa, mientras le propinaba una
malhumorada patada al grueso panel metálico que nos
separaba de la cabina de vuelo. Sería inútil intentar
atravesarla con mi espada sierra o usar el melta en un
espacio tan reducido, algo que probablemente nos hubiera
incinerado a los dos, y eso por no hablar del piloto, así que
abandoné esa idea y me dirigí hacia la rampa trasera [116].
Llegar hasta ella implicaba trepar por la empinada
pendiente en la que se había convertido la cubierta, algo
inclinada hacia estribor, pero las nervaduras del suelo nos
proporcionaron un punto de apoyo lo suficientemente firme.
[116] Una configuración muy común en los Aquila, aunque, dado el tremendo
número de los que existen y su versatilidad, no puede decirse que haya un
diseño estándar.

-También esta lo está-, rezongué, tras apoyar todo mi


peso contra la palanca de apertura de emergencia. Jurgen
se unió a mí y, tras dos o tres intentos conjuntos y unos
cuantos porrazos con la culata de mi pistola láser,
conseguimos aflojarla lo suficiente como para abrir la rampa
uno o dos centímetros. Inmediatamente, el compartimento
se llenó de una asfixiante y densa nube de fino polvo
mientras se multiplicaba el hedor procedente del exterior.
Medio ahogado, me arranqué a tientas el fajín de la cintura
y me la até alrededor del cuello cubriendo la nariz y la boca,
consiguiendo así respirar algo mejor, aunque me seguían
ardiendo los pulmones y mis llorosos ojos no dejaban de
picarme.

Jurgen siguió mi ejemplo y no me sorprendió ver como se


cubría rápidamente la cabeza con una toalla que sacó de
alguno de su amplia colección de macutos. Debo confesar
que aquel era un artículo que nunca hubiera asociado con
él.

-Ya lo tengo, señor-, me aseguró, inclinándose contra la


palanca con renovada confianza y siendo recompensado
casi de inmediato con una brecha ligeramente más amplia y
la entrada de más de aquel apestoso arenoso polvo.

A pesar del optimismo de mi ayudante, tardamos un buen


rato en abrir la rampa lo suficiente como para poder salir,
cosa que hice todo lo rápido que pude, harto ya de la
asfixiante tumba en la que habíamos estado encerrados
durante tanto tiempo [117]. Mis ojos se encontraron con un
panorama de la más completa y total desolación. Bien sabe
el Trono que, a lo largo de mi carrera, he visto algunos
infiernos abandonados de la mano del Emperador, pero
aquel estaba a la altura de los peores. Un desierto de arena
color óxido [118] se extendía en todas las direcciones, sin
ningún tipo de relieve, excepto por unas lejanas tormentas
de arena. Me sentí aliviado al comprobar que ninguna de
ellas parecía moverse en nuestra dirección. En el lejano
horizonte, se alzaba la imponente mole de una colmena,
con sus laderas superiores cubiertas por el humo de las
fraguas, aquello era lo único que parecía ofrecer algún tipo
de esperanza, aunque nuestras posibilidades de llegar hasta
allí eran poco menos que inexistentes. Debía estar, como
mínimo, a un centenar de kilómetros, a través de un terreno
tan letal que incluso los Death Korps lo trataban con
respeto.

[117] Posiblemente no tanto como Caín parece creer, ya que su percepción del
tiempo seguramente estaba distorsionada por un ambiente desagradable y
claustrofóbico.

[118] Probablemente fuera bastante literal, dada la tremenda cantidad de


deshechos minerales liberados en el medio ambiente tras varios milenios de
explotación de los recursos naturales del sistema.

Alargué mi mano para ayudar a salir a Jurgen, él me pasó su


fusil láser y el melta, quedando así libre para salir del Aquila
relativamente libre de impedimentos. Sin embargo, en lugar
de hacer eso, se introdujo de nuevo en el compartimento
con un breve “Espere un momento, señor” y comenzó a
rebuscar en las taquillas del equipo. Dejándole hacer, me
volví hacia el horizonte, recordando claramente al orko que
me había atacado aprovechando una situación similar
mientras me encontraba algo distraído tras nuestra
accidentada llegada a Perlia, y no quería que me volvieran a
pillar desprevenido.

Puede que fuera mi imaginación, pero, durante un instante,


creí ver algo de movimiento a lo lejos. Parpadeé con fuerza
para intentar aclarar mis escocidos ojos todos lo que pude y
los cubrí con mi mano para ver mejor. Una espesa masa de
polvo seguía cubriendo todo el lugar, marcando el lugar
donde se había estrellado la nave tiránida y la miré
receloso, pero incapaz de distinguir algo más hostil que la
arena arrastrada por el viento. Sin embargo, no podía
descartar la posibilidad de que algo se ocultara detrás de
aquel manto de polvo.

-He encontrado algunas cosas- dijo Jurgen, subiendo a


mi lado. -Podrían sernos de utilidad.

-Seguramente-, coincidí, echando un rápido vistazo a la


colección de material de supervivencia que había recogido.
Una tienda de campaña plegada, incómoda de llevar, pero
esencial si decidíamos salir del lugar del choque, intentar
dormir a la intemperie en aquel lugar sería casi suicida. Un
puñado de raciones, las suficientes para mantenernos con
vida un par de días, incluso más si las racionábamos y unos
cinco litros de agua. Una furiosa sed me invadió de repente
al ver el fresco y transparente líquido, una necesidad que
sabía que no debía saciar ahora; necesitaríamos hasta la
última gota antes de terminar y mi garganta abrasada por la
arena tendría que esperar todo el tiempo que pudiera
soportar. El otro único artículo que pudiéramos necesitar
inmediatamente, excepto el botiquín de primeros auxilios, lo
que me recordó…
-Jurgen, supongo que lo mejor será que compruebes
como está el piloto.

Jurgen asintió pesaroso con la cabeza, a buen seguro


pensando exactamente lo mismo que yo: si estuviera en
condiciones de unirse a nosotros, ya lo habría hecho. Desde
luego, no creo que estuviera arreglando el vox, mi
comunicador personal seguía tan silencioso como antes, a
pesar de que había probado en todas las frecuencias.

Estaba a punto de bajar de lo alto del Aquila, pero dudé por


un momento. Todavía no estaba seguro de haberme
imaginado los movimientos que había creído ver y no
necesitaba que el insistente picor de las palmas de mis
manos me recordara que debía estar completamente seguro
antes de irnos. Le pedí a Jurgen el amplivisor que siempre
acostumbraba a llevar y me lo llevé a los ojos para
examinar el terreno que nos rodeaba.

Por supuesto, el primer lugar hacia donde miré fue hacia


donde había impactado la bio-nave, en busca de algún
tiránido superviviente que estuviera escondido entre la
nube de polvo y escombros levantada por su choque. Tras
unos minutos de intenso escrutinio, seguí sin ver nada, sólo
remolinos de polvo. Pese a la amarga experiencia de
anteriores décadas y del prácticamente irrespirable aire,
casi comencé a respirar con cierta tranquilidad, entonces
decidí examinar el horizonte para asegurarme.

-Mierda-, maldije apesadumbrado. Algo se movía entre


nosotros y las murallas de la colmena, no lo suficientemente
cerca como para poder distinguirlo, pero si en un número lo
suficientemente grande para dejar a su paso una visible
estela de polvo, fuera lo que fuera. Y se dirigía hacia
nosotros. Moví el amplivisor de izquierda a derecha y
aquella vez, ya mucho más cerca, pude distinguir las
inconfundibles siluetas de seis brazos de una pequeña
camada de genestealers, y algo después, aproximadamente
un kilómetro más allá, el enorme contorno de un lictor
fluctuaba como un proyecto de picto-imágenes mal
sintonizado, mientras su piel camaleónica intentaba imitar
las nubes de polvo que se movían continuamente a su
alrededor-Tenemos que ponernos en marcha.

-Tiene razón, señor-, reconoció Jugen, con la misma


tranquilidad que si le acabara de pedir un tazón de tanna
recién hecha. Tras colgarse el voluminoso melta a la espada
y con su fusil láser listo para ser utilizado, se deslizó por el
inclinado casco del maltrecho Aquila, cargando con la mayor
parte de nuestros suministros. Yo lo seguí un momento
después, tras echar una última y recelosa mirada a los
puntos que se movían a lo lejos.
CAPÍTULO DIECISIETE
Mis botas se hundieron profundamente en una arena que,
casi de inmediato, comenzó a colarse dentro de mis
calcetines. En cuestión de tan solo unos instantes, los
afilados gránulos hicieron que mis pies me picaran
horriblemente. En unas pocas horas, estarían en carne viva
y yo estaría caminando por las dunas sobre una masa de
ampollas. Sin embargo, tal como estaban las cosas, no tenía
el menor sentido preocuparse por eso en aquel momento,
pues unos pies doloridos probablemente serían el menor de
mis problemas. Así que ignoré aquello lo mejor que pude y
me deslicé por la arena hacia el morro de la maltrecha nave
auxiliar, siguiendo el surco creado por Jurgen.

Bien sabe el Emperador que no soy ingeniero, pero incluso


yo pude apreciar que el Aquila ya no volvería a volar sin
unas muy serías bendiciones de los tecno-sacerdotes. Las
alas estaban dobladas de una forma en la que ninguno de
sus diseñadores habría imaginado, el tren de aterrizaje
estaba completamente retorcido y varios paneles de
mantenimiento se habían desprendido por el impacto,
dejando al descubierto parte de sus mecanismos internos.
El morro estaba profundamente enterrado en la arena, que
cubría hasta la mitad de la cabina del piloto. Aunque los
cristales estaban completamente agrietados por la fuerza
del impacto, ninguno había llegado a romperse del todo y
no logré ver el interior de la carlinga. Mi pesimista
evaluación sobre las posibilidades de supervivencia de
nuestro piloto ganó aún más fuerza.
Entonces, apenas un instante después, el inconfundible
chasquido de un fusil láser resonó estruendosamente entre
las dunas. Eché a correr, desenfundando mis armas y
propinándome de paso un doloroso golpe en toda la
espinilla con el cañón automático montado en el morro de la
nave. Cuando divisé por primera vez el objetivo de Jurgen,
un espasmo de repugnancia me hizo contener la
respiración, lo cual probablemente no fuera nada malo,
dada la calidad del aire.

Un trío de hormagantes carroñeros habían destrozado la


cabina y estaban devorando el cuerpo del piloto. A aquellas
alturas, no tenía ni idea de exactamente cuando había
muerto, pero esperaba que hubiera sido durante el
accidente. Uno de los tiránidos yacía retorciéndose sobre la
arena, con la parte trasera de su cabeza reventada por el
rayo láser de Jurgen, pero los otros dos ya estaban en
movimiento, saltando hacia mi ayudante con claras
intenciones asesinas.

-¡Tú al de la izquierda!-, grité, disparando mi pistola láser


contra el de la derecha mientras hablaba. Acatando mi
orden, Jurgen trituró el tórax de la bestia con una rápida
ráfaga de disparos en automático. La horrible criatura
tropezó y cayó, dejando a mi ayudante fuera del alcance de
sus garras. Yo no tuve tanta suerte, mi apresurado disparo
había fallado por completo al objetivo que había
seleccionado. Antes de que pudiera volver a apuntar, se
abalanzó contra mí, preparando un despiadado tajo
calculado para partirme en dos.
Sin embargo, yo me había anticipado a su movimiento, pues
sabía muy bien que esas criaturas tienen solamente un
número limitado de respuestas, levanté mi espada sierra
para bloquearla. Los dientes giratorios mordieron
profundamente la extremidad, cortando la punta de una
afilada garra del tamaño de mi brazo. Yo me giré, alzando la
aullante hoja para detener el golpe de la otra garra, que
sabía perfectamente estaba a punto de llegar.

Los genestealers siempre atacan siguiendo el mismo patrón,


con la esperanza de atrapar a sus presas entre las dos
afiladas guadañas de sus brazos primarios. Por desgracia
para él, en esa ocasión estaba desequilibrado y pude
esquivar su golpe sin problemas, cortando de paso una de
sus ganchudas garra secundarias. Sin inmutarse, siguió
avanzando, abriendo una boca demasiado repleta de
colmillos para mi tranquilidad. Pero yo también había
previsto eso y apreté de nuevo el gatillo, encajando un rayo
láser en la parte posterior de su garganta, directo hacia
donde se supone que está su cerebro.

Demasiada estúpida como para darse cuenta de que ya


estaba muerta, la repugnante criatura volvió a la carga, solo
para caer pesadamente cuando finalmente entendió el
mensaje y expiró.

-Lo siento, señor-, dijo Jurgen, encogiéndose de hombros


para disculparse-, me tomaron por sorpresa.

Pinchó con precaución a la criatura que había abatido con el


cañón de su fusil láser y ésta se agitó débilmente durante
un segundo antes de vomitar una rancia mezcla de bilis y
trozos a medio digerir del piloto. Ignorando la repugnante
mezcla que manchaba sus botas, mi ayudante la disparó de
nuevo en el cráneo para asegurarse de no volviera a
levantarse, aunque, si he de ser sincero, creo que eso sólo
aceleró las cosas uno o dos segundos.

-A mi también-, contesté, consciente de la ironía. Me había


pasado bastante tiempo oteando el horizonte y resultó que
las asquerosas criaturas estaban justo debajo de nuestras
narices-, Lo que realmente me preocupa es cuantas
más habrá.

Del zángano que habíamos seguido salieron expulsadas


decenas de vainas de esporas y más de los otros que habían
quedado en órbita, y todas se habrían dirigido hacia la
misma zona [119]. Aquello significaba que habría cientos de
aquellas horribles criaturas deambulando por el desierto, si
no miles [120], lo que no iba a facilitar nuestro intento de
atravesar un desierto letal en un intento de encontrar
ayuda.

[119] Una suposición más que razonable, ya que las tácticas tiránidas suelen
depender de su brutal superioridad numérica. Por lo general, los enjambres de
vanguardia se despliegan en unos pocos lugares, en un intento de establecer
cabezas de playa desde las cuales puedan expandirse en sus depredaciones,
mientras los solitarios organismos exploradores, en su mayoría lictores, se
despliegan a mayor distancia, en busca de potenciales objetivos para la
siguiente oleada.

[120] Normalmente, cada vaina de esporas lleva alrededor de unos veinte


organismos más pequeños, aunque el número puede ser menor, especialmente
en el caso de las criaturas más grandes: los lictores generalmente son
desplegados de uno en uno, tal y como corresponde a su papel de explorador
solitario, igual pasa con los carnifex, en ese caso por su enorme tamaño.
Miré a mi alrededor con aprensión, consciente de los
estrechamente rodeados que estábamos por las susurrantes
arenas. El débil siseo de los granos al ser arrastrados los
unos sobre los otros por el viento, ocultaba el sonido de que
quienes pudieran acercarse y no podíamos ver más allá de
la siguiente duna. Lo único que podíamos hacer era estar
atentos y vigilar cada vez que coronábamos una, esperar
que fuésemos igual de difíciles de detectar y rezar al
Emperador para que ninguno de los miembros de aquel
enjambre fuera un excavador.

-Lo mejor será que nos pongamos en marcha-, dije


finalmente, consciente que si seguíamos retrasando la
partida, perdería los nervios por completo. Quedarnos
donde estábamos ya no era una opción, ya que la mente del
enjambre no tardaría en darse cuenta de la pérdida de sus
marionetas vivientes y enviara más a investigar [121].
Recoger el equipo de supervivencia que habíamos olvidado
durante la pelea significaba guardar nuestras armas, algo
que me produjo una cierta inquietud, pero no podíamos
hacer otra cosa. Nuestras posibilidades eran
tremendamente escasas, no podíamos dejar atrás la
comida, el agua y nuestro refugio. De mala gana, envainé
mi espada sierra, enfundé mi pistola láser y me eché la
tienda al hombro. Llevarla fue tan engorroso como suponía,
pero, con el melta colgado a la espalda, a Jurgen le hubiera
resultado mucho más incómodo.

[121] Probablemente no, ya que, de hecho, los tiránidos que describe Caín
parecían estar actuando por simple instinto animal, sin ningún tipo de guía o
dirección, pero con esas bestias nunca es seguro asumir nada.

Atravesar las dunas fue tan agotador como había supuesto,


pero pronto descubrimos que, trepar por ellas, suponía más
esfuerzo del que merecía la pena, ya que, por cada paso
que dábamos, resbalábamos de nuevo por la arena hasta
casi el punto de partida, levantando además nubes de polvo
que nos dificultaban aún más la respiración. Así que, pese a
mi temor de caer en una emboscada, comenzamos a
caminar entre las dunas, intentando avanzar lo más posible
en dirección a la colmena, aunque la desordenada
disposición de las dunas hizo que pareciera que pasábamos
tanto tiempo moviéndonos en paralelo a ella como hacia
nuestro destino. Tuve que ir revisando mi estimación inicial
del tiempo que tardaríamos en llegar prácticamente a cada
paso, hasta que en mis cálculos superamos tanto el tiempo
máximo que podríamos sobrevivir a la intemperie, que dejé
de pensar en ello para salvaguardar mi propia cordura.

Perdimos de vista el Aquila siniestrado a los pocos minutos


de abandonarlo, pero no pude evitar sentir que aquello no
era exactamente una bendición, pues aunque estábamos
ocultos de cualquier otro organismo tiránido atraído por la
carroña que había dejado esparcida en el lugar del choque,
también resultaba ser una referencia muy útil en aquel
desierto de arena. Mi sentido de la orientación, tan fiable en
espacios cerrados, era inútil en aquel maldito desierto y
pronto me encontré completamente desorientado. Ni
siquiera el sol nos servía de ayuda, oscurecido como estaba
por la enorme capa de polvo y restos lanzados al aire por el
choque de la bionave. Todo lo que nos rodeaba estaba
cubierto por aquel polvoriento crepúsculo que no
proyectaba sombras, sólo se iban oscureciendo a medida
que llegaba el fin del día.

Después de lo que mi cronógrafo me aseguró que no habían


sido más que un par de horas de infructuosa marcha, pero
que me parecieron todo un día y una noche, hicimos una
parada para descansar y disfrutar de un trago de agua. El
reseco tejido interno de mi boca pareció absorberla
directamente, como una esponja, pero la suficiente bajó por
mi garganta como para eliminar lo peor del polvo que se
había pegado allí. A continuación, bebí un segundo trago y
le pasé la botella a Jurgen, que bebió con la misma
moderación que yo antes de volver a cerrar la botella. No
era necesario que nadie nos recordara las duras lecciones
aprendidas durante nuestro penoso viaje a través del
desierto de Perlia.

-Tenemos que saber dónde exactamente estamos-,


reflexioné, mirando sin mucho entusiasmo el costado de la
duna más próxima. Pero no podíamos seguir caminando a
ciegas eternamente, pese a que el breve descanso y los
tragos de agua fresca me habían reanimado, bueno, al
menos todo lo posible, dadas las circunstancias. Tomé mi
amplivisor y comencé a trepar con el montón de arena. No
me avergüenza admitir que para ello utilicé manos y pies,
otra lección aprendida por las malas en Perlia, conocedor de
que era una sensata precaución, ya que no tenía ganas de
delatar nuestra presencia permitiendo que mi silueta se
recortara contra el horizonte.

Desde lo alto de la duna, el paisaje que nos rodeaba parecía


tan desolado como de costumbre, mientras lo examinaba
cuidadosamente a través de mi amplivisor, sin que llegara a
encontrar nada que ayudara a elevar mi ánimo. La lejana
silueta de la colmena, similar en la distancia a las nubes de
tormenta, no parecían estar más cerca de antes; algo que
no era de extrañar, dada la ínfima distancia que habíamos
recorridos, pero estaba más hacia la derecha de lo que
esperaba y, en consecuencia, decidí cambiar ligeramente
nuestro rumbo. La columna de polvo que había visto antes
estaba más cerca de nosotros, lo suficiente como para que
el amplivisor me permitiera distinguir figuras individuales
entre ella, pero la neblina me impidió apreciar más detalles.
Otra buena razón para alejarnos de allí era que algunas de
las criaturas parecían inusualmente grandes, y al menos
pude distinguir a una docena de ellas.

Seguí escudriñando el terreno que tenía frente a mí,


alcanzando a ver varios grupos de gantes que vagaban a
cierta distancia y, a lo lejos, observé lo que me pareció el
sanguinolento amasijo de la cápsula que los había
desembarcado, pero no vi ni rastro de la prole genestealer
ni del lictor que había visto anteriormente, algo que me
pareció genial. Entonces, mucho más cerca, vi un reflejo
luminoso, tan brillante, que sólo podía proceder de una
superficie metálica.

Mi estado de ánimo subió como la espuma. Allí afuera, entre


tanta desolación, la única explicación posible para eso tenía
que ser algo de origen humano. Probablemente algún tipo
de vehículo o, como mínimo, puede que un altar del
Adeptus Mechanicus, situado allí para vigilar algo y a través
del cual podríamos atraer la atención de alguien que
pudiera ir a rescatarnos.

-¡Jurgen!-, grité mientras me deslizaba hacia abajo por la


duna entre una lluvia de granos de arena sueltos que casi
me enterraron cuando me detuve bruscamente al llegar al
fondo-. Allí afuera hay algo metálico. Desde aquí no he
distinguido que puede ser, pero significa que debe
haber gente-, continué, mientras me ponía en pie
levantado una tormenta de arena en miniatura. -Tal vez
podamos conseguir que nos lleven de vuelta, o pedir
ayuda.

-Eso si los tiránidos todavía no se los han comido-,


añadió mi ayudante. Yo asentí, recordando la sombría
realidad de nuestra situación.

-Nos moveremos con cuidado- le aseguré. Yo había


tomado buena nota de la posición del objeto, fuese lo que
fuese y estaba seguro de que podía encontrarlo sin
demasiadas dificultades, pese a estar en terreno abierto-. A
partir de aquí, sólo tenemos que bordear dos dunas y
deberíamos ver nuestro objetivo.

Desenfundé mi pistola láser antes de salir. Lo que había


dicho Jurgen era muy cierto, cualquier ser humano que
estuviera por allí, no tardaría en convertirse en un cebo
para los tiránidos, y eso también iba por nosotros.

Una vez mi ayudante hubo preparado su fusil láser,


comenzamos a avanzar cautelosamente entre las dunas,
atentos a cualquier señal de movimiento. A pesar del
impulso casi abrumador de echar a correr, contuve mi
impaciencia, demasiado consciente de las consecuencias de
bajar la guardia, aunque fuera por un solo instante. Los
tiránidos eran excelentes tendiendo emboscadas y aquel
entorno parecía estar hecho especialmente a propósito para
ocultar algún tipo de sorpresa mortal.

No me cabía la menor duda de que nos íbamos a encontrar


con una sorpresa cuando rodeáramos la última duna,
aunque, dadas las circunstancias, yo esperaba que hubieran
sido más tiránidos.

-¡Mierda!- dije con gravedad, seguido por unos cuantos


juramentos más.

-Es el transbordador-, dijo Jurgen, con su habitual flema. -


¿Cómo ha llegado hasta aquí?

-No se ha movido-, rezongue, mientras me liaba a patadas


con el cadáver semienterrado del primer hormagante que
habíamos matado. Al igual que los otros y los restos de
nuestro desafortunado piloto, ya estaba medio cubierto por
una fina capa de arena arrastrada por el viento; unas pocas
horas más y habrían estado completamente enterrados. En
fin, probablemente todo el Aquila desapareciera en un uno o
dos días-. Nos hemos debido perder entre las dunas.

Iba a decir unas cuantas cosas más, pero antes de que


tuviera la oportunidad, algo inhumanamente rápido y de al
menos el doble de mi altura, saltó de entre la arena a unos
pocos metros de distancia y se abalanzó contra mí, con sus
garras y sus invertidas extremidades delanteras extendidas
en mi dirección y los flagelos de alimentación que rodeaban
su mandíbula retorciéndose como un nido de serpientes. El
lictor nos había encontrado.
CAPÍTULO DIECIOCHO
Reaccioné instintivamente, disparando un par de veces con
la pistola láser que aferraba en la mano. Ambas descargas
impactaron en la horrible criatura, justo en centro de su
acorazado pecho, dejando dos cráteres cauterizados de
quitina vaporizada como visible prueba de mi puntería,
pero, o bien las gruesas placas que protegían su torax
habían resistido, o bien no había logrado acertarle a nada
vital. Jurgen también comenzó a disparar, tampoco con
demasiado éxito, pero al menos su ráfaga de fuego en
automático logró frenar su avance lo suficiente como para
que yo pudiera desenvainar mi espada sierra. No esperaba
aguantar demasiado contra algo tan monstruosamente
rápido y ágil, que además tenía una gran ventaja gracias al
alcance de sus mortales extremidades superiores, pero lo
que estaba claro es que no iba poder tumbarlo con mi
pistola láser.

En aquel momento, descubrí que la tienda de campaña que


me había colgado al hombro en ese costado, me impedía
desenvainar mi espada sierra para el cuerpo a cuerpo. Sin
siquiera pensarlo, agarré el bulto y lo lancé contra el lictor,
un impulso que, sin la menor duda, me salvó la vida. Justo
en ese instante, una avalancha de afiladas púas ganchudas
brotó de algún lugar de su tórax tachonado de impactos de
láser y siseó en el aire hacia mí. Por suerte, mi torpe
lanzamiento hizo que el refugio de supervivencia escapase
de su bolsa y la delgada cúpula de tela impermeable se
desplegara en el aire, atrapando los ganchos orgánicos. La
tienda se hizo pedazos cuando los delgados tendones
unidos a los ganchos intentaron arrastrarles al alcance de
los serpenteantes flagelos del lictor.

-¡Jurgen, el melta!-, grité, sabiendo que aquella era la


única arma en nuestro poder capaz de derribar con una
cierta certeza a aquella horrible criatura.

-Tiene razón, señor-, respondió mi ayudante,


abandonando su intento de encontrar algún punto débil con
el fuego de su fusil láser para descolgar el arma pesada que
colgaba incómodamente de su espalda. Incluso para un
tirador tan excepcional como él, las probabilidades de abatir
a un lictor con un arma ligera, eran mínimas; habríamos
necesitado el fuego concentrado de toda una escuadra para
acabar con algo de aquel tamaño solo con fusiles láser. Lo
único que yo tenía que hacer era proporcionarle los pocos
segundos que necesitaba para prepararse para disparar, al
tiempo que intentaba que la bestia no me despedazara.

Algo que era mucho más fácil decir que hacer.


Aprovechando la confusión del lictor, me acerqué por detrás
de los restos de la tienda, con los cuales la bestia parecía
estar teniendo ciertas dificultades para desenganchar sus
ganchos orgánicos: un hecho accidentalmente ventajoso
para mí, porque, hasta que no pudiera liberarlos, no podría
enroscarlos parar volver a lanzarlos. Además, mientras la
tela y el armazón de polímeros con memoria siguieran
aleteando frente a su rostro, su campo de visión estaría
parcialmente oscurecida. Algo que también yo podría
aprovechar.
Me aparté de un salto, justo a tiempo para esquivar un
golpe del extremo interior de uno de sus perversos brazos
dentados inferiores que, de haberme alcanzado, me habría
sujetado y acercado hasta el alcance de sus brazos
superiores, con los cuales me habrían cortado por la mitad.

La mortal extremidad pasó inofensivamente junto a mi


espalda, lo suficientemente cerca como para que el viento
levantado por su paso agitara mi abrigo y levantara una
pequeña nube de polvo. Me arrojé contra él con la hoja de
mi espada sierra girando a toda velocidad y lancé un golpe
a la base de su brazo central, pero, inmediatamente, me di
cuenta de que la garra situada en el extremo aquel
miembro pretendía sujetarme. Cambié la dirección de mi
golpe, esquivando así por un pelo unas garras capaces de
perforar la ceramita y, aunque aquello me privó de la
oportunidad de clavar la hoja de mi espada en uno de los
pocos puntos vulnerable de la imponente bestia, mi
precipitado golpe le privó de tres de sus dedos, dejándolo
tan solo con el pulgar.

Sorprendido y herido, el lictor lanzó un rugido, rociándome


con una ráfaga de su pestilente aliento, comparado con el
cual, la halitosis de Jurgen resultaba ser una duce brisa
primaveral y volvió a lanzarse contra mí, pero aquella vez
tuve la clara impresión de que su ataque era más cauteloso.
Los tiránidos crían a sus organismos exploradores para que
permanezcan ocultos y ataquen por sorpresa sólo cuando
estén seguros de su éxito. Y quedan algo desconcertados
cuando fallan en matar rápidamente al enemigo. Éste
parecía estar pensando [122] que podría haber cometido un
error al atacarme y yo estaba dispuesto a reforzar aquella
impresión. Si lograba asustarlo lo suficiente, podría
imponerse en su mente su instinto de huir y esconderse,
pero debería hacerlo preferiblemente antes de que me
asestara una herida mortal.

[122] Eso, en la medida que ese tipo de bestias sean capaces de pensar por sí
mismas.

Así que, pese a que todos mis instintos me gritaban que me


diera la vuelta y huyera, hice lo único que la bestia nunca
esperaría que hiciera una presa y cargué hacia ella,
bramando como un orko enloquecido, blandiendo mi espada
sierra y dibujando un ocho horizontal en el aire con mi hoja,
un movimiento que el viejo Myamoto de Bergerac [123] solía
llamar “pétalo flotante” (aunque, en mi caso, solía decir que
era más un “ladrillo cayendo en picado” [124]). En el peor de
los casos, la oscilación de la espada crearía una barrera
entre el lictor y yo, a través de la cual no podría golpearme
sin correr el riesgo de perder algún miembro y en el mejor
de los casos, me proporcionaría otra oportunidad provocarle
alguna herida seria. Por supuesto, no esperaba matarlo,
pero sin la menor duda, podría hacerle pensar si aquel
bocado merecía el esfuerzo de ser devorado.

[123] El instructor de esgrima de Caín en la schola progenium.

[124] O bien el nivel del manejo de la espada de Caín había mejorado


considerablemente desde sus días como progenii, o, como parece más probable,
el suyo fuero uno de los raros casos en los que uno de los tutores de schola se
relaja lo suficiente como para compartir una broma con alumno particularmente
privilegiado. Como he tenido la ocasión de señalar en otra parte de sus
memorias, el historial académico de Caín no es particularmente destacable,
excepto por un precoz talento en sus habilidades marciales, en la que parece ser
que destacó con una considerable aptitud.

Creo que mi iniciativa tuvo un éxito que fue mucho más allá
de mis mejores expectativas. Cuando me acerqué, la
espantosa criatura se estremeció y se echó hacia atrás
cuando la propiné un tajo en su vientre; los flagelos que
rodeaban su boca se agitaron mientras alzaba la cabeza y,
para mi infinito horror, salieron disparados hacía mí. Me
había confiado demasiado, algo por lo que mi antiguo tutor
me había reprendido más de una vez y en ese instante
estaba a punto de sufrir las consecuencias. Si alzaba mi
espada para proteger mi cabeza de los flagelos que
descendían hacia mí, el lictor me destriparía con sus garras.
Si ningún otro lugar a donde ir, me dejé caer al suelo,
esperando ganar algunos segundos más.

Entonces, todo lo que me rodeaba se desvaneció en medio


de un destello luminoso increíblemente brillante y el hedor
de la carne abrasada. Jurgen había disparado su melta en el
momento preciso. Alcé la cabeza y vi a la horrible criatura
derrumbándose sobre la arena, con un agujero lo
suficientemente grande en sus tripas como para poder
pasar mi puño por él.

-¡Cuidado, señor!-, me advirtió mi ayudante. Yo rodé hacia


un lado mientras el monstruo, aun pataleando, se estrellaba
contra el suelo justo en el lugar donde yo había estado
apenas un instante antes, levantando en su agonía, una
nube de polvo que, curiosamente, me recordó la mortaja
que se había posado lentamente alrededor de la bio-nave
que lo había parido [125]. Me puse en pie, rodeé el cadáver lo
mejor que pude y me dirigí hacia mi ayudante.

[125] O no. La espora micética que envió a la superficie podría haber sido
lanzada desde cualquiera de las naves tiránidas en órbita.

-Gracias, Jurgen-, dije. -Justo a tiempo, como siempre.


-Parece que nos hemos quedado sin tienda-, se
lamentó, lanzando una venenosa mirada al cadáver, ya
inmóvil.

-Efectivamente-, acepté, permitiendo que la gravedad de


nuestra situación me invadiera. Sin ningún tipo de refugio,
no podríamos sobrevivir a una noche en el páramo tóxico
que nos rodeaba. Lo que solamente nos dejaba una opción,
sobre todo en aquellos momentos, cuando el crepúsculo se
iba convirtiendo en noche-, Tendremos que dormir esta
noche en el Aquila y mañana comenzaremos de
nuevo.

-Tiene razón, señor-, aceptó Jurgen, como si nuestras


probabilidades de alcanzar la seguridad de la colmena
fueran exactamente las mismas de que cuando
abandonamos la lanzadera por primera vez-. Al menos, así
tendremos algo sólido entre nosotros y los tiránidos,
si se les ocurre volver.

-Buena idea-, coincidí Haremos turnos de guardia de


dos horas.

Por supuesto, los dos estábamos tan agotados que


necesitábamos dormir mucho más que eso, pero en aquel
momento, no apostaba mucho por mis probabilidades de
permanecer despierto más de un par de horas, pero si los
dos nos dormíamos al mismo tiempo, era muy probable que
ninguno de los dos volviera a despertar.
-Yo haré la primera guardia-, se ofreció Jurgen, mientras
comenzábamos a subir por la pendiente por la que nos
habíamos dejado caer apenas unas horas antes. Eso sí, al
menos teníamos el desgarrado y deformado metal del
fuselaje como punto de apoyo para nuestras manos y pies,
por los que no fue un proceso tan complejo como el trepar
por la ladera de la duna. Aún así, el esfuerzo nos dejó
jadeando en el fétido aire. A medida que se enfriaba el suelo
con la llegada de la noche, comenzó a levantarse el viento y
los silbidos de los granos de arena arrastrados por el aire se
fue intensificando, mucho más de lo que yo hubiera
esperado, especialmente dada mis experiencias con las
noches en los desiertos de Perlia. Justo en ese momento,
comenzaron a picarme las palmas de mis manos.

Y con razón. Desde lo alto del semienterrado fuselaje del


Aquila, el desierto parecía bullir con un claro propósito
maligno. Una veintena o más de hormagantes corrían por lo
alto de la duna más cercana para unirse a otros tantos que
se arremolinaban alrededor del cadáver del lictor. Entonces,
tardíamente, recordé otra cosa por la que eran conocidas
aquellas bestias asesinas. Guiaban el enjambre hacia una
nueva presa.

-Ha debido dejar un rastro-, dije, confiando en que


Jurgen atribuyera la ronquera de mi voz a la deshidratación
de mi garganta-, Tenemos que salir de aquí ahora
mismo-. Pero un simple vistazo a lo que nos rodeaba me
bastó para demostrarme la total inutilidad de aquella
esperanza. Ya estábamos rodeados, éramos una pequeña
isla de vida en medio de un mar de tiránidos y, sabía muy
bien que eso sólo podía acabar de una forma.
Al principio, aquella espantosa horda pareció no darse
cuenta de nuestra presencia, completamente absorta en un
frenesí alimenticio que eliminó todo rastro del lictor muerto,
por no mencionar los tres hormagantes con los que
habíamos acabado antes de emprender nuestro inútil viaje
de ida y vuelta. Probablemente también habrían devorado
los últimos restos de nuestro difunto piloto, pero intenté no
mirar demasiado en aquella dirección.

-Al menos, no pueden dispararnos -, murmuró Jurgen,


tendiéndose al abrigo de la rampa de desembarco abierta,
que ya estaba cubierta de una fina capa de arena, pero no
la suficiente como para suavizar el borde metálico que
había debajo. Apoyó el melta en un pliegue del metal, lo
equilibró lo mejor que pudo y, a continuación, colocó su fusil
láser junto al arma pesada. Siguiendo con su metódico
trabajo, sustituyó las células de energía medio vacías por
otras nuevas, guardando las usadas para utilizarlas más
adelante, ya que no me cabía la menor duda que íbamos a
necesitar todos de los disparos que pudiéramos hacer y
abrió el macuto en el que guardaba sus granadas. -Suerte
que pude pillar unas cuantas de estas.

-¿Cuántas tiene?-, pregunté todo lo bajo que puede. No


sabía lo agudo que era el oído de los genestealers y no tenía
ganas de averiguarlo por las malas [126].

[126] Como suele ocurrir con todos los organismos tiránidos, es casi imposible
llegar a conclusiones generales sobre semejantes asuntos, ya que las
características individuales de una subespecie pueden variar mucho de una
camada a otra. Pero dado que los genestealers son, por lo general,
depredadores, probablemente tenía razón al ser tan cauteloso.
-Tres de fragmentación y dos krak-, contestó Jurgen,
también en voz baja, guardando de nuevo en su macuto las
dos cargas perforantes. No podía decirle nada por llevar las
krak, ya que, a lo largo del tiempo que habíamos servido
juntos, su potencia extra nos había sido muy útil con
bastante frecuencia, pero, no voy a engañarles, habría sido
muy feliz de poder cambiarlas por otras dos antipersonal.
Pero, en fin, también me hubiera gustado que el Aquila
estuviera intacto y que el piloto volviera de entre los
muertos, dispuesto a sacarnos de allí. Pero como nada de
aquello iba a suceder, tendríamos que aprovechar al
máximo las pocas granadas que teníamos.

-Esperemos que sean suficientes- dije, sabiendo


perfectamente que no sería así y seguí el ejemplo de mi
ayudante, encajando una célula de energía nueva en la
culata de mi pistola láser para luego guardar la usada en un
bolsillo, con la débil esperanza de poder recargarla alguna
vez. Como no quería encontrarme con que, de repente, se
agotaban las municiones del arma, la guardé en un bolso
diferente de aquel en el que guardaba las completamente
cargadas. Había envainado mi espada sierra para subir más
fácilmente por el lateral del Aquila y volví a desenvainarla
cuidadosamente, asegurándome de no delatar nuestro
paradero golpeando con ella el metal que nos rodeaba.
Después de pensármelo bien, puse la hoja en marcha, a la
más baja potencia, en parte para que el gemido
característico del arma no fuese demasiado fuerte y, en
parte, para conservar energía, ya que no tenía ni forma de
recargar, ni el tiempo necesario [127].

[127] En las espadas sierra hay tantas variantes como en cualquier otro
dispositivo de uso común en el Imperio: el modelo preferido de Caín era un
diseño militar, construida para ser más resistente que estética y con una célula
de energía que podía ser recargada en el terreno de la misma forma que la
célula de una pistola láser. En caso de emergencia, una célula inutilizada puede
ser reemplazada por otra nueva, pero hacerlo requiere mucho tiempo y el uso
de herramientas especializadas, por lo que, en aquellas circunstancias, hacerlo
no era una opción.

A pesar de mis evidentes temores, fue el viento, más que el


ruido, lo que nos traicionó. El aire se iba enfriando a medida
que las temperaturas caían en picado, por lo que me alegré
de no haberme librado de mi abrigo durante el calor del día
(algo que, en cualquier caso, habría desaconsejado el
continuo azote de las abrasivas arenas), lo que hizo que
Jurgen se sintiera mucho más cómodo. No es que se le viera
particularmente feliz, para eso tendríamos que tener una
capa de escarcha bajo nuestros pies, pero, como ya había
observado en el depósito en el que mantenían dormidas a
tantas de aquellas criaturas, el poder ver el vaho de su
aliento mejoraba considerablemente su estado de ánimo.

Por desgracias para ambos, la dirección del viento fue


cambiando paulatinamente, de manera que, al cabo de,
aproximadamente, un cuarto de hora, tiempo durante el
cual, el crepúsculo se fue haciendo tan intenso que me
resaltaba casi imposible distinguir a los genestealers como
algo más que una confusa masa, la brisa comenzó a soplar
desde nuestra espalda hacia las bestias.

En aquella creciente penumbra, primero vi vagamente como


una cabeza brutalmente larga olfateaba el aire y luego otra,
y otra, para luego volverse en nuestra dirección al captar
nuestro olor. Cuando los primeros en detectarnos
comenzaron a saltar en nuestra dirección, con el rápido
trote de su especie, el resto se volvió para seguirlos, hasta
que toda la manada de monstruosas y deformes criaturas se
dirigió hacia nosotros.
-Espere a tener un buen blanco-, le aconsejé a mi
ayudante, demasiado consciente de que cada disparo
tendría que contar si queríamos tener la más mínima
probabilidad de evitar que aquella sólida masa de muerte
acorazada de quitina nos arrollara.

-Más me vale-, dijo Jurgen, apretando el gatillo del melta,


que lanzó una ardiente masa de aire sobrecalentado al
corazón del enjambre. El melta creó un agujero en la masa
que avanzaba, derribando a varias de las bestias e
incapacitando a otras, que rodaron por la arena,
abandonando la carga. Jurgen disparó otras tres veces en
rápida sucesión, pero por cada uno de los monstruos que
caías, varios más saltaban sobre la carnicería y corrían por
las dunas hacia nuestro frágil refugio.

La principal ventaja que nos proporcionó el melta fue la


incineración instantánea de un puñado de tiránidos fuera
del principal cono de destrucción, prendiendo fuego a sus
espasmódicos cadáveres en lugar de simplemente
vaporizarlos. Gracias a eso, la escena estaba débilmente
iluminada por las vacilantes llamas de su inmolación, lo que
nos concedió el dudoso privilegio de poder ver lo que estaba
a punto de matarnos.

Yo disparé varias veces mi pistola láser y supongo que debí


darle a algo en un enjambre tan denso, pero los
genestealers continuaron corriendo hacia nosotros,
totalmente ajenos a cualquier daño que pudiéramos
infligirles. Capté un destello de movimiento por el rabillo del
ojo, me giré y descubrí que un segundo grupo de bestias
nos había flanqueado y subía entre una nube de granos de
arena la pendiente de una duna, apenas frenados por el
traicionero terreno.

Tras enfundar mi pistola, tomé una de las granadas de


fragmentación del lamentablemente pequeño montón de
explosivos de Jurgen y la lancé contra la manada de bestias.
Tras detonar estruendosamente, su carga de metralla
atravesó la hueste quitinosa, matando a un número
gratificante de las bestias, pero, aun así, el resto siguió
avanzando y me vi obligado a lanzar las otras dos antes de
conseguir romper la carga. Mientras tanto, Jurgen seguía
apretando el gatillo del melta casi sin descanso, y el actínico
destello de las sucesivas descargas era aún más cegador
que de costumbre en la cada vez más profunda oscuridad,
añadiendo sus relámpagos a los estruendos de las
explosiones de las granadas.

No me quedó más remedio que volver a desenfundar mi


pistola láser y blandir mi espada sierra para hacer
retroceder a uno de nuestros posible flanqueadores, uno
que había persistido en su intento de escalar la pendiente
pese a la muerte de muchos de sus compañeros. Tal y como
esperaba, la hoja chocó con la garra y me vi obligado a
despacharlo con una serie de furiosas estocadas.

-Se acabó-, dijo Jurgen, dejando caer el melta para tomar


su fusil láser. -Se agotaron las municiones.

Ni siquiera tenía sentido el pensar en recargarla, ya que


para cuando hubiera podido alcanzar una nueva célula de
energía de uno de sus macutos, las bestias supervivientes
nos habrían pasado por encima. Incluso antes de que
pudiera terminar de hablar, el chasquido del fusil láser de
mi ayudante resonó entre las dunas mientras disparaba una
serie de ráfagas cortas y precisas, efectuadas con la
intención de ahorrar la mayor cantidad de municiones
posible. En aquellos momentos, no me atrevía pensar que
sucedería cuando se agotaran.

Inmerso como estaba luchando por mi vida, me quedaban


pocas oportunidades, o ganas, de detenerme a admirar los
estragos que Jurgen había causado en la primera oleada del
enjambre, pero no me cabía la menor duda de que nos
había comprado unos valiosos segundos y pensé que unas
palabras de gratitud no estarían de más, especialmente
porque era muy poco probable que pudiera dejarlas para
más tarde.

-Muy buenos disparos, Jurgen- dijo, sin tiempo para


decir algo más elogioso, además, en aquel momento, ya
llevábamos más de setenta años luchando juntos y no
quería que su última emoción que sintiera en su vida fuera
la de vergüenza.

-No ha sido nada, señor-, me contestó, tan flemático


como de costumbre, siguiendo derribando tiránidos
mientras hablaba. Entonces, el fusil láser dejó de funcionar,
mi ayudante expulsó la célula de energía agotada con un
fluido movimiento y dirigió su mano hacía el macuto en el
que había guardado las de repuesto.

Estaba claro que no iba a conseguirlo, ya que el genestealer


que iba en cabeza acababa de saltar hacia él y yo aún tenía
mi espada sierra clavada en el vientre del que acababa de
liquidar.

Frenéticamente, saqué la hoja del cadáver del monstruo y


me di la vuelta, esperando ver la parte superior del Aquila
derribado decorada con los intestinos de mi ayudante y a su
asesino lanzándose hacia mí, pero, en lugar de eso, todo un
huracán de disparos de armas láser resonó entre las dunas
y el líder de las bestias cayó mientras estaba aún en el aire,
casi partido por la mitad por un diluvio de descargas láser.
Unas enormes criaturas con múltiples extremidades estaban
apareciendo sobre las dunas que nos rodeaban y, por un
segundo, me estremecí, preguntándome qué nuevos
horrores estarían a punto de lanzarse contra nosotros, pero
no tardé en darme cuenta de lo que eran en realidad. Se
trataba de caballos, protegidos, al igual que sus jinetes, del
infernal medio ambiente por grandes máscaras antigás y
unas gruesas bardas, en lugar de los amplios abrigos que
usaban sus amos.

-¡Es el Death Korps!-, grité exultante, mientras la


columna de jinetes comenzaba a descender por las laderas
de las dunas hacia el grupo de genestealers supervivientes.
Algo que me pareció bastante peligroso, pero los caballos
parecían saber lo que se hacían y mantuvieron
perfectamente el equilibrio sobre la traicionera y
resbaladiza arena, dejando a sus jinetes libres para seguir
con la importante tarea de cazar tiránidos.

-Así es-, estuvo de acuerdo Jurgen, como yo acabara de


señalarle algún conocido en un comedor abarrotado. Como
no tardé en apreciar, no todos nuestros salvadores estaban
armados con fusiles láser [128], algo que resultó más que
evidente cuando las granadas y las ráfagas de promethium
de un lanzallamas comenzaron a caer entre los
apelotonados hormagantes, todo aquello unido al continuo e
incesante aluvión de salvas láser que seguía cayendo sobre
ellos.

[128] Aquí, a Caín le puede estar fallando la memoria, ya que la mayoría de los
miembros de la caballería de la Guardia Imperial llevan pistolas láser como
armas ligeras, pero, también es muy posible que, dadas la dureza de las
condiciones sobre la superficie de Fecundia y las dificultades que ya he
comentado para el uso de vehículos, ese escuadrón en concreto actuara como
dragones en lugar de cómo caballería y, en consecuencia, estaría equipado
como una unidad de infantería.

Después de aquello, la batalla se convirtió en una masacre


en la que los Death Korps no tardaron mucho tiempo en
acabar con los últimos tiránidos, mostrando durante el
combate el tipo de desprecio por sus vidas que tanto
caracteriza a los guardias de ese regimiento. De hecho, se
acercaron tanto a los genestealers, que más de uno acabo
muerto pisoteado por los cascos de sus caballos después de
haber sido abatidos por el fuego de las armas ligeras y, al
menos en un caso, por una lanza de punta explosiva que
atravesó el pecho de una de las bestias [129]. En aquel
instante, se me ocurrió que no estaría de más mostrar mis
deseos de luchar mientras ellos se encargaban por nosotros
de hacer todo el trabajo sucio, así que efectué unos cuantos
disparos con mi pistola láser hacia algunos de los probables
objetivos, aunque, a decir verdad, dudo mucho que
aportaran mucho a la derrota de aquellos horrores. Jurgen
tuvo más suerte con su melta, una vez hubo cambiado la
célula de energía.

[129] Una arma muy común entre las unidades de caballería, por lo que, aunque
es esa ocasión estuvieran actuando como infantería montada, es casi seguro
que esa era su papel habitual.
Finalmente, la victoria era nuestra, los únicos tiránidos a la
vista estaban muertos o moribundos. El sargento al mando
del destacamento espoleó su caballo por la ladera de la
duna hasta situarse junto al accidentado Aquila. Unos ojos
inyectados en sangre me miraron desde debajo de las
lentes redondas de su máscara antigás, un grueso tubo
flexible serpenteaba por encima de su hombro hasta el filtro
que llevaba colgado a su espalda, su cabeza estaba casi al
nivel de la mía, que seguía aun subido sobre el dañado
fuselaje.

-¿Comisario Caín?-, preguntó, con el inexpresivo tono de


alguien que sabe que está haciendo una pregunta
jodidamente estúpida, pero que, en cualquiera caso, estaba
decidido a cumplir todas las formalidades.

-Ese soy yo-, acepté, incapaz de pensar en aquellos


momentos en una contestación que no sonara igual de
estúpida que la pregunta-. Y este es mi ayudante, el
artillero Jurgen [130]. También teníamos un piloto, pero
los tiránidos lo han devorado. Nunca supe su nombre.

[130] Antes de ser asignado como ayudante de Caín, Jurgen sirvió en un


regimiento de artillería.

-Líder de jinetes (ridemaster en el original) Tyrie-, se presentó


el sargento de los Death Riders, saludando con una leve
inclinación de cabeza. Evidentemente era un hombre de
pocas palabras-. Le habríamos avisado de nuestra
llegada, pero perdimos a nuestro operador de vox
hace un par de días.
-Me alegra mucho que hayan llegado justo ahora- le
contesté, con toda sinceridad.

Los ojos detrás de las lentes me miraron durante un


instante y parpadearon, como si por primera vez se
percatarán de mi lamentable estado.

-Al menos, han tenido el sentido común de quedarse


quietos y esperar-, dijo.
CAPÍTULO DIECINUEVE
Partimos con las primeras luces del día, dado que no tenía el
menor sentido aumentar los peligros del viaje intentado
esquivar tiránidos en la oscuridad. Hasta donde habíamos
podido comprobar, no había criaturas sinápticas en el
enjambre de vanguardia [131], lo que quería decir que el
resto de las criaturas que vagaban por el desierto
desconocían el destino de sus compañeras. Seguía cabiendo
la posibilidad de que algunos tropezaran con el rastro de
feromonas dejado por el lictor fallecido, pero Tyrie había
puesto centinelas, así que tendríamos cierto margen de
aviso si se acercaban, y también disponíamos de la
suficiente potencia de fuego para vencer a todos los
enjambres, excepto a los más numerosos. Lo cierto es que
no puedo afirmar que aquella noche durmiera plácidamente,
pero la verdad, es que me las arreglé bastante mejor de lo
que esperaba, a pesar de tener que compartir una tienda
con Jurgen, cuyos ronquidos desprendían continuas y
pequeñas cascadas de arena de las dunas que nos
rodeaban [132].

[131] Eso es lo más común, por lo tanto, en ese caso en concreto, también se
trata de una razonable suposición, especialmente cuando estábamos hablando
de criaturas tan impredecible como los tiránidos.

[132] Probablemente, una exageración humorística, aunque, tras haber sido mi


sueño perturbado en algunas ocasiones a través de varias paredes intermedias
por los ronquidos del ayudante de Caín, no me atrevo a asegurarlo.
El aire filtrado de su interior también me ayudó a animarme.
Incluso adulterado por la presencia de mi ayudante, era una
considerable mejora respecto a la pestilencia que me había
visto obligado a respirar en el exterior de la tienda. Además,
por primera vez desde nuestro accidentado aterrizaje,
disminuyó el sordo dolor de mi pecho.

En consecuencia, tras desayunar un par de barritas de


racionamiento y beber el suficiente agua tibia como para
saciar mi sed, con cierta reticencia, volví a cubrirme narices
y boca con mi maltratada faja y me arrastré al exterior para
enfrentarme de nuevo a la contaminada atmósfera.

-Será mejor que tome esto-, me saludó Tyrie,


tendiéndome una máscara antigás igual a la que llevaban
sus hombres y él. La tomé inmediatamente, pese a saber
que procedía de unas de las víctimas de la escaramuza de
la noche anterior [133], me pasé las correas por la cabeza y
aspiré agradecido. El aire filtrado olía a goma y a sudor
rancio, pero aquel era un pequeño precio a pagar por poder
respirar sin que me doliera el pecho. Tras eso, volví a
colocarme lo que quedaba de mi faja en su posición habitual
alrededor de la cintura.

[133] Como es costumbre en él, Caín es muy vago dando detalles sobre el
número de soldados que componían la unidad que le había rescatado y cuantos
quedaban con vida. Queda claro que al menos habían tenido una baja antes de
localizarle (el operador de vox mencionado por Tyrie), pero, por lo que parece,
prácticamente estaba al completo, salvo quizás por un par de hombres, como
mucho tres.

-Gracias- respondí, con una voz que sonó sorda en mis


oídos, mientras me esforzaba por acomodar el filtro de la
máscara sobre mis hombros. Tras estar unos momentos
observando cómo me retorcía inútilmente, Tyrie intervino y
lo ajustó sin decir una sola palabra. -Muchas gracias,
sargento.

El jefe de los jinetes se encogió de hombros-. Mis órdenes


son llevarle hasta allí en una sola pieza- contestó y
comenzó a alejarse.

-¿Y dónde está exactamente “allí”?-, pregunté,


situándome a su lado mientras ladeaba la cabeza en un
ángulo extraño para mantenerlo centrado en el limitado
campo de visión de la máscara antigás. Para alguien tan
paranoico como yo, el estar privado de la visión periférica
resultaba muy desconcertante.

-A donde se dirigía usted antes de estrellarse-


contestó Tyrie, como si fuera algo obvio-. Al santuario del
Mechanicus.

Una noticia que creó en mí una serie de sentimientos


contrapuestos. Dado que en aquellos momentos nuestra
flota en órbita había repelido el primer ataque [134], un
rápido regreso a la nave insignia, alejándome todo lo posible
de los tiránidos que contaminaban la superficie del planeta,
parecía claramente atractivo. Por otra parte, Sholer y
Kildhar me estaban esperando y aún quedaba por resolver
aquel pequeño asunto de su colección de bestias.
Probablemente, mi mejor opción fuera averiguar lo antes
posible que narices estaban tramando, mientras Jurgen
buscaba en la plataforma de aterrizaje alguna nave con
capacidad orbital y la requisaba. Podría alegar la urgente
necesidad de informar al Lord General y el estado de mi
uniforme hablaría por sí mismo. Había visto a cultistas de
Nurgle con un aspecto más saludable que la aparición que
me devolvía la mirada desde cualquier superficie
reflectante.

[134] No está nada claro si eran Tyrie quien le había informado del resultado de
la batalla o si estaba escribiendo a posteriori.

-¿Cuánto tardaremos en llegar?- pregunté,


prácticamente salivando ante la perspectiva de la comida
caliente y la taza de recafeinado que me esperaban en
nuestro destino. En aquellos momentos, incluso unos
soylens viridienses me parecían más que apetecibles.

Tyrie se encogió de hombros y alargó su mano para


acariciar el cuello de un caballo que miraba a lo lejos con
aire de paciente aburrimiento, lo que al menos me
tranquilizó al notar que no podría haber más tiránidos en las
inmediaciones.

-Eso depende- me respondió, mirándome de reojo a través


de las lentes de su máscara antigás. -¿Cómo de rápido
puede montar a caballo?

Por lo general, mi actitud hacia los animales de monta


puede describirse como distantemente cordial. Nunca he
sentido ningún tipo de antipatía hacia los nobles brutos,
pero siempre he pensado que si el Emperador hubiera
deseado que nos desplazáramos así, nunca nos habría
proporcionado los VCI [135].

[135] Un típico ejemplo de la manía de la Guardia Imperial por las abreviaturas


de tres letras (o ATL –Abreviaturas de Tres Letras- como Caín insistía en
llamarlas. En este caso, VCI, se refiere a los Vehículos de Combate de Infantería,
como el ubicuo Chimera y su desconcertante cantidad de variantes, cuyo
propósito principal es transportar a los soldados con una relativa seguridad
hasta el campo de batalla, a la vez que estaban dotados de armamento pesado
para brindarles apoyo de fuego cuando desembarcan.

En muy pocas ocasiones me he visto obligado a confiar en


tan arcaico medio de transporte y siempre he necesitado un
cierto tiempo para acostumbrarme a la curiosa sensación
del balanceo del caballo debajo de mí, algo que,
extrañamente, me recordaba a un pequeño bote a la
merced de un suave oleaje. Tras una hora, poco más o
menos, comencé a sentir una desagradable sensación en
mis posaderas, algo que, por supuesto, no estaba dispuesto
a admitir. No tenía la menor duda de que la tensa forma que
la que sujetaba las riendas y mi continuo balanceo mientras
intentaba mantener el equilibrio estarían divirtiendo a los
experimentados jinetes que me rodeaban.
Afortunadamente, las máscaras antigás que llevaban
ocultaban sus expresiones, por lo que todos podíamos fingir
que cabalgábamos con una cierta dignidad, aunque el
contraste con sus relajadas posturas y la mía era más que
revelador.

Para aumentar mi desconcierto, Jurgen parecía sentirse en


la silla de montar tan cómodo como ellos, guiando a su
montura con unos leves toques de sus rodillas, con la
misma facilidad de alguien que monta a caballo todos los
días. Se acercó a mi lado por detrás, tomándome
totalmente por sorpresa, ya que las máscaras antigás que
llevábamos no sólo limitaban mi campo visual, también me
privaban de la habitual advertencia olfativa de su
aproximación.

-Está siendo divertido- me dijo.

-Supongo que sí- respondí. La verdad es que aquel


monótono paisaje me habían embotado tanto los sentidos
que no tenía ni la menor idea de lo que habíamos avanzado,
ni de la distancia que aun nos quedaba por recorrer.

Habíamos abandonado el lugar del accidente poco después


del amanecer, siguiendo un juego de coordenadas en el
mapa de la placa de datos de Tyrie. Algo que esperaba nos
permitiera no tardar demasiado en ver la mole de Regio
Quinquaginta Unus, pero hasta aquel momento, lo único
que había visto era las interminables y onduladas dunas de
arena y las imponentes murallas de rococemento de la
lejana colmena. La capa de polvo sobre el lugar donde había
impactado la bio-nave se había desvanecido finalmente,
disipada durante la noche por el constante viento del
desierto, pero no logré ver nada desde tan lejos y no iba a
sugerirles que nos desviáramos para echar un vistazo más
de cerca; sólo el Trono sabría qué tipo de horrores nos
esperarían allí. Además, cuanto antes llegáramos al
santuario del Mechanicus, antes podría averiguar qué
estaba pasando.

Además ya había pasado casi veinticuatro horas fuera de


contacto [136] y en una zona de guerra un día es demasiado
tiempo. Podía haber pasado cualquier cosa, seguro que
ninguna buena y traté de no pensar en los peores
escenarios posibles.

[136] Algo menos de un día de Fecundia, que dura veintiséis horas estándar.

-Estos animales son mucho más fáciles de manejar


que aquellos perezosos animales, comentó Jurgen. Yo
asentí; aferrarse a unas sillas de montar atadas a los
estómagos de unas bestias aterrorizadas mientras éstas
trepaban y saltaban de una rama a otra entre árboles de
más de mil metros de alto, no era uno de mis recuerdos más
felices [137].

[137] Probablemente una referencia a la Herejía Manticana, o a la invasión de


Mythago por los eldar, dos campañas en las que Caín se encontró luchando en
mundos predominantemente arbóreos.

-Efectivamente-, estuve de acuerdo. Lo cierto es que no


tenía ganas de conversar, pero no me importó en aquel
momento, más bien lo contrario, pues me sentía feliz de
encontrar una posible distracción a la incomodidad de mis
palpitantes posaderas. Sin embargo, antes de que
pudiéramos sumergirnos en los felices recuerdos de unos
horrores del pasado, Tyrie alzó su lanza decorada con un
banderín para detener la columna.

-Allí hay algo-, dijo, alzando una mano sobre para


protegerse los ojos, un gesto probablemente fútil, ya que las
lentes de su máscara se habían polarizado, como las mías y
las del resto del grupo, convirtiéndolas en pequeños espejos
circulares en los que yo pude verme reflejado, junto al resto
de la columna.
-¿Su amplivisor, señor?-, me ofreció Jurgen, inclinándose
en su montura de una forma que me pareció muy
imprudente para ofrecérmelos. Intentando no parecer un
completo Pie Azul [138] y rezando al Trono para no caerme de
espaldas del jamelgo mientras lo hacía, los agarré, algo
inseguro y me los llevé hasta los ojos, sólo para descubrir
que las lentes de la máscara los mantenían demasiado lejos
para poder enfocarlos.

[138] Jerga de Valhalla, una palabra que define a alguien demasiado ingenuo e
inexperto para evitar congelarse; otra de las muchas expresiones que adquirió
durante su servicio con regimientos de ese planeta.

Tyrie me miró con una clara incredulidad, y lo cierto es que


debería haber estado agradecido de no poder ver su
expresión.

-Las lentes tienen magnoculares incorporados-,


explicó divertido.

-De acuerdo-, dije, guardando mi amplivisor en uno de mis


bolsillos. Tras unos cuantos intentos, descubrí como
manipular las lentes de la máscara y el campo de dunas a lo
lejos, de repente, creció hasta ocupar todo mi campo visual.

-Lo mejor será que vuelva a ajustarles cuando


termine-, me aconsejó Tyrie-, o acabará cayéndose de
morros cuando intente desmontar.
-¿Qué es eso?-, pregunté, tratando de distinguir lo que
estábamos viendo. Había, sin la menor duda, algo
semienterrado en la arena y, hasta donde podía ver, era un
objeto rugoso y redondeado, como las placas de quitina de
los tiránidos. Pero no era uno de los monstruos, llevaba
demasiado tiempo inmóvil. -¿Una espora muerta?

-Esto parece-, coincidió Tyrie-. Está cerca de nuestro


camino, así que podremos comprobarlo cuando
pasemos cerca.

-Yo estoy más preocupado por lo que pudo


desembarcar-, contesté-. Ya hemos visto un lictor,
varios genestealers y unos cuantos gantes.

-Sea lo que sea, lo mataremos-, dijo Tyrie-. A menos


que ya estén muertos.

Luego hizo un gesto con su lanza. -En marcha.

A pesar de la confianza de Tyrie, yo me mantuve vigilante


mientras monturas avanzaban, prestando especial atención
a la espora micética que veíamos a lo lejos cada vez que
subíamos otra duna y volvía a quedar a la vista. No me
cabía la menor duda de que hacía ya tiempo que su funesta
carga se habría dispersado en busca de alguna presa, tal
vez incluso formaran parte del enjambre que nos había
atacado la noche anterior, pero eso no me impidió ajustar
las lentes a su máximo aumento y examinar
cuidadosamente la zona que la rodeaba en busca de algún
tipo de movimiento. Había algo siniestro en aquel silencioso
y oscuro bulto, aunque no podía entender el motivo. Tal vez
fuera simplemente que el desolado vacío que nos rodeaba
me hacía sentirme incómodamente expuesto, lo que hacía
que toda mi atención se concentrara en la única evidencia
visible de la presencia enemiga.

-¿Alguna señal de movimiento?-, pregunté. Tyrie


consultó su auspex portátil y negó con la cabeza.

-Nada-, me contestó.

Lo cual podría ser una buena noticia, o no; en el mejor de


los casos, los tiránidos no eran fáciles de detectar y dudaba
mucho que los ajustes propuestos por Kildhar hubieran
llegado ya a implementarse en los detectores individuales
de los equipos de campaña. Hasta donde yo sabía, el
puñado de tecno-sacerdotes capaces de entenderlos y
reprogramarlos, seguía trabajando a destajo en las salas de
sensoria de las naves de guerra en órbita [139]. Si había otro
lictor emboscado bajo la arena, no tendríamos más que un
segundo o dos de aviso antes de que atacara.

[139] En aquel momento, los trabajos ya estaban casi terminados y algunos de


los tecno-sacerdotes habían abandonado sus trabajos para la Armada para
prestar atención a los equipos de la Guardia Imperial, pero eran las matrices de
los auspex de los puestos de mando y de la defensa aérea los que tenían la
máxima prioridad.
-Mejor-, dije, agradeciendo la facilidad con la que la
máscara antigás ocultaba mi inquietud. Ya estábamos lo
suficientemente cerca de aquella cosa para poder verla a
simple vista y sin ayuda de las lentes, aunque eso no me
impidió aprovechar al máximo los aumentos para examinar
la zona. Tal y como era de esperar, la espora estaba
semienterrada, dada la constante deriva de la arena
arrastrada por el viento, pero no por ello resultaba menos
repugnante. En todo caso, simplemente reforzaba la
impresión de ser un cáncer maligno brotando del cuerpo del
planeta.

-No hay duda de que está abierta-, señaló Jurgen,


estudiando la cosa tana atentamente como yo-. Aunque
parece que no del todo.

-Tal vez se haya dañado durante el descenso-,


propuse, observando los signos de cauterización en las
zonas más carnosas y la calcificación de su blindaje externo.

Por alguna razón, la espora parecía haberse girado durante


su descenso [140] por lo que todo su cuerpo estaba
uniformemente quemado, en lugar de que fueran las placas
ablativas de quitina las que soportaran todo el calor de la
fricción atmosférica, algo que hubiera protegido sus tejidos
blandos y las horrorosas criaturas que contenían en su
interior.

[140] Probablemente fuera expulsada demasiado tarde de la bionave que acabó


estrellándose y no pudo corregir adecuadamente su trayectoria antes de entrar
en la atmósfera, o puede incluso que fuera lanzada ya dentro de ella.
-Será mejor que lo comprobemos-, dijo Tyrie, cambiando
ligeramente de dirección para llevarnos directamente hacia
la espora. Por supuesto, yo podría haberle desautorizado,
aduciendo que mi misión era mucho más urgente, pero,
pese a todos mis recelos, me resistí a hacerlo. Por falsa que
fuera y aunque no me la mereciera, tenía una reputación
que mantener, y no tenía la menor duda de que mi pésimo
manejo del caballo ya habría proporcionado a los Death
Riders una buena dosis de diversión a mi costa. A pesar del
escozor de mi trasero, no estaría de más recordarles que yo
era un héroe imperial y, desde luego, cualquier reticencia a
ponerme en peligro no ayudaría a ello. Además, aquella
cosa ya debía estar muerta del todo.

-Más vale-, coincidí sobriamente, probando que el lacónico


estilo de conversación del jefe de los jinetes resultaba ser
sorprendentemente contagioso [141]. Eso sí, aproveché
disimuladamente mi ampliamente reconocida torpeza con
mi montura para ir retrasándome de los demás. Inactiva o
no, no tenía el menor sentido ser el primero en acercarse a
la espora cuando tenía todo un grupo de jinetes detrás de
los que esconderme.

[141] O Caín estaba mucho más agotado de lo que creía, algo que no sería
sorprendente dadas las circunstancias.

Cuando nos acercamos a una veintena de metros, comencé


a apreciar por primera vez la magnitud de aquella cosa, ya
que en las anteriores ocasiones en las que había visto una
similar, había sido desde una distancia mucho más segura
(lo cual no debe extrañarles, ya que, en su mayor parte,
solían estar vomitando enjambres de malignas criaturas
empeñadas en acabar conmigo y acercarme tanto hubiera
significado tener que abrirme paso entre ellas a estocadas,
en lugar de seguir mi natural inclinación de salir zumbado
en dirección contraria). Incluso a caballo, tenía al menos el
doble de mi estatura, un obsceno farallón de carne
necrosada, en descomposición de cuyo hedor sólo me
protegía mi máscara antigás.

-Parece abandonada-, comentó Jurgen, aunque, por si


acaso, ya se descolgaba el melta de su espalda, una
precaución que no pude más que alabar. Mientras tanto, yo
me encontré agudizando mis oídos sobre el sordo
repiqueteo de los cascos de mi montura en la arena, atento
a cualquier señal de emboscada, pero la horda de
genestealers que esperaba que surgiera del interior de la
espora no llegó a materializarse. Quizá Tyrie tuviera razón y
hacía ya tiempo que se hubieran ido, o puede que no
sobrevivieran al ardiente descenso desde la exosfera.

Animado por aquel pensamiento, ajusté a su máximo


aumento la óptica incorporada a la máscara y comencé a
examinar todo lo que podía ver del interior del organismo a
través de las aperturas del caparazón destinadas a permitir
el desembarco de sus ocupantes. Afortunadamente, el sol
estaba en la posición perfecta para permitir que un rayo de
luz iluminara el interior de la espora, ahorrándome así la
frustración de tener que intentar lidiar con los
intensificadores de imagen que pudieran estar acoplados a
las lentes de la máscara. En efecto, no tardé en distinguir
las abatidas formas de varios tiránidos, con los restos
coagulados de sus fluidos corporales filtrándose entre las
juntas de sus caparazones y con sus hinchadas y cocidas
lenguas colgando de sus desencajadas mandíbulas.
-Hay hormagantes en el interior-, anuncié [142],
sintiendo que ya era hora de participar activamente en
aquella estúpida misión. Unos minutos más y podríamos
reanudar nuestro avance hacia una ducha y una taza de
recafeina con la gratificante sensación del deber cumplido-.
Definitivamente, están muertos.

[142] Algo que implica que ninguno de los Death Korps disponía de
comunicadores personales. Aunque su uso está muy extendido, están muy lejos
de estar a disposición de todas las unidades de la Guardia Imperial. El constante
desafío logístico de mantener el flujo de suministros a las múltiples áreas en
conflicto significa, sencillamente, que no hay los suficientes disponibles para
equipar a cada soldado de línea, incluso, en ocasiones, ni siquiera para los
comandantes al mando, mientras que, en otros regimientos, se restringe su uso
y son entregados solamente a sus oficiales, como parte de su doctrina. Sea
como sea, los jinetes tendrían muy baja prioridad a la hora de entregarles dicho
equipamiento, ya que la mayoría de las veces, su función de exploración de
largo alcance los mantendría fuera del alcance del resto de las unidades de su
regimiento.

-Justo como yo los prefiero-, añadió Jurgen, una idea con


la que yo estaba completamente de acuerdo.

Comencé a manipular los controles de la óptica, tratando


que las lentes recuperasen la visión normal, pero el
desgraciado trasto parecía haberse atascado,
probablemente debido a unos cuantos granos de arena que
se habrían colado en algún elemento vital. Lo golpeé con la
palma de la mano, tal y como había visto hacer a los tecno-
sacerdotes en múltiples ocasiones cuando trataban con
aparatos particularmente rebeldes, mientras recitaba
algunas frases que medio recordaba de la Letanía de
Mantenimiento por Percusión que les había oído recitar en
tales ocasiones. Evidentemente, el Omnissiah debió pensar
que yo me merecía unos cuantos puntos por aquel esfuerzo,
porque mi visión volvió a ser la correcta. Sin embargo, un
instante antes de que lo hiciera, una imagen temblorosa y
muy ampliada rozó la superficie de la espora y yo estaba
seguro de que había visto un leve movimiento en algún
lugar entre las púas medio fundidas que sobresalían de su
columna vertebral.

-¡A cubierto!-, grité, obviando por completo que podría


estar haciendo el ridículo. Si aquella cosa aún no estaba
muerta del todo y percibía nuestra presencia, respondería
instintivamente, e incluso pese a estar tan dañada, sus púas
eran lo suficientemente peligrosas como para destrozarnos
a todos. Mientras hablaba, hice girar al acaballo y le propiné
un buen rodillazo en las costillas, cerca de donde se
introducían en su piel los gruesos tubos que bombeaban
nutrientes y cualquier otra cosa que les permitiera
sobrevivir en la superficie de aquel infernal planeta. El
caballo comenzó a trotar, algo que hizo que casi me cayera
de la silla de montar, mientras Jurgen espoleaba a su
montura al galope hasta que pudo alcanzarme y frenar a mi
caballo para que ambos pudiéramos ir a la par.

Con un chisporreteo similar al de un arbusto en llamas, las


púas de la espora saltaron al aire y estallaron entre los
jinetes, fragmentándose en miles de fragmentos tan
afilados como una navaja de afeitar, lacerando a hombres y
monturas por igual.

Un par de caballos cayeron, relinchando de dolor detrás de


sus máscaras antigás, hasta que los reguladores químicos
con los que estaban equipados los llenaron de
tranquilizantes para que no sintieran los innumerables
cortes abiertos a través de los cuales su sangre fluía hacia
la sedienta arena. La mayor parte de los jinetes apenas
estaban mejor pero, fieles a la tradición de los Death Korps,
no prestaron atención a sus heridas y se lanzaron al suelo,
con sus armas preparadas. En cualquier otro terrenos y si la
espora no hubiera estado tan dañada, capaz de usar
aproximadamente tan solo una décima parte de su espinoso
arsenal, probablemente todos los hombres hubieran sido
aniquilados en el acto [143], pero, en aquella situación en
concreto, fue la arena la que absorbió la mayor parte de
aquella afilada metralla quitinosa.

[143] Y los caballos también.

-Gracias por el aviso-, dijo Tyrie, sin ningún tipo de


sarcasmo que alcanzara a detectar. Su voz resonó
claramente en el silencioso aire del desierto. Por muy tardía
que hubiera sido mi advertencia, probablemente había
salvado algunas vidas, ya que los jinetes reaccionaron
instantáneamente, desmontando en el acto. Si no lo
hubieran hecho, habrían estado en lo alto de las dunas,
desprotegidos ante la brutal descarga de espinas.
Irónicamente, el hecho de quedarnos atrás nos había
salvado a Jurgen a mí de sus devastadores efectos, ya que
éramos los únicos que aún seguían montados.

-Cuidado con sus ojos, señor-, me advirtió Jurgen,


girándose en la silla mientras se llevaba el melta al hombro.
Un segundo más tarde, el familiar destello cegador,
atenuado por las lentes polarizadas de la máscara antigás,
convirtió las restantes púas en unos restos carbonizados.

Mi caballo se sobresaltó y yo me tensé, esperando que se


asustara o comenzara a correr presa del pánico, pero no
tardó en calmarse gracias a su entrenamiento y al coctel de
productos químicos que corrían por sus venas.

-No quiero que vuelva a lanzarnos otra mierda de


esas-, comentó mi ayudante.

-No queremos que vuelva a hacer nada en absoluto-,


coincidí y me giré para ver la confusa escena que rodeaba a
la espora. El distintivo sonido de los disparos láser crepitaba
en el aire, aunque no podía ver a qué demonios le estarían
disparando los soldados de los Death Korps: los gantes en
su interior ya estaban todos muertos y los fusiles láser
serían completamente inútiles contra las gruesas placas de
quitina que protegían la espora.

Obtuve mi respuesta casi de inmediato, cuando la arena


bajo los cascos de mi caballo comenzó a temblar, como las
olas en un mar agitado, haciendo que trastabillara. Esta vez
se encabritó, o al menos lo intentó, arrojándome de su
lomo. Choqué con fuerza contra el suelo y comencé a rodar,
intentando evitar que mi propio caballo me pisoteara, pero
algo serpenteante y siniestro le sujetaba las patas
delanteras, sacudiéndolo de un lado a otro mientras mi
montura relinchaba frenéticamente, tratando de liberarse.
Entonces, otro tentáculo cubierto de pinchos brotó de la
arena y envolvió casi instantáneamente al desesperado
equino, desgarrando los flancos de la pobre bestia al
aferrarla. La columna vertebral del caballo se partió con un
fuerte chasquido y su caja torácica implosionó. Aún
estremeciéndose en su agonía, mi montura fue arrastrada
bajo la arena.
-¡Está tratando de alimentarse- grité, mirando
desesperadamente a mi alrededor en busca de cualquier
movimiento revelador en la arena bajo mis pies. No tenía ni
idea de si la espora estaba intentando reunir la suficiente
biomasa para desarrollar nuevas púas explosivas, o
sencillamente nos estaba atacando con sus tentáculos
porque había detectado nuestra presencia [144], aunque, lo
cierto es que justo en aquel momento, el motivo era lo que
menos me importaba.

[144] Probablemente ambas.

-¡Aguante, señor, ya voy!-, gritó Jurgen, mientras trataba


de recuperar el control de su comprensiblemente asustada
montura. Con todo el vello de mi cuerpo erizado ante el
temor de sufrir en cualquier momento un nuevo ataque de
otro de aquellos tentáculos subterráneos, desenvainé mi
espada sierra y la puse a su máxima potencia. El rugido de
un lanzallamas y el estruendo de las granadas estallando a
mis espaldas me indicaron que los Death Korps aún seguían
luchando, pero, dada su afición por los gloriosos combates
hasta la muerte, a corto plazo sería mejor no contar con su
ayuda.

-¡Detrás de usted!-, gritó de nuevo mi ayudante. Yo me


giré y me encontré con uno de los tentáculos lanzándose
contra mí.

Maldiciendo el restringido campo de visión que me dejaba la


máscara antigás, alcé mi espada sierra para recibirlo,
cortando la sinuosa extremidad con un único y fluido
movimiento. Sin embargo, aquello no hizo más que
confirmar la presencia de más presas a su alcance, ya que
otros tres o cuatro metros emergieron inmediatamente de la
arena, lanzando un repugnante icor por el extremo cortado,
como si se tratara de un lanzallamas escupiendo
promethium. Aquel fluido asqueroso y pegajoso me salpicó
el abrigo y me cubrió completamente el rostro.

Bendiciendo al Emperador por la protección de la máscara


antigás, me limpié las lentes lo mejor que pude con los
dedos de mi mano libre y logré recuperar una cierta aunque
borrosa visión, impregnando de paso mi guante con una
mancha imposible de eliminar, justo a tiempo de ver otros
dos tentáculos intentando enrollarse a mi alrededor desde
direcciones opuestas, mientras que el primero caía desde
arriba. Corté el que se me aproximaba desde la izquierda,
abriendo el suficiente hueco para poder esquivar los otros
dos mientras caía sobre mí una nueva ducha del repulsivo
fluido. A continuación, me giré para enfrentarme a ellos y
comencé a cortarlos en trozos no más largos que mi pierna
con una ráfaga de precisos mandobles.

-¡Quédese atrás!-, le grité a Jurgen, que, tras haber


recuperado el control de su caballo, parecía estar a punto
de lanzarse ladera abajo, a buen seguro en un intento de
ponerme a salvo. No es que yo tuviera la más mínima
objeción a que alguien me rescatara, más bien todo lo
contrario, pero el hecho de que mi ayudante no hubiera
sufrido el destino de mi propia montura sólo podía significar
que estaba fuera del alcance de los tentáculos de la espora.
Sin embargo, si mi ayudante intentaba acercarse más, él y
su caballo se convertirían en biomasa para sus armas
biológicas y yo perdería la oportunidad que tenía de salir
con vida de aquella situación. -¡Use el melta contra
cualquier cosa que vea moviéndose!
-Muy bien, señor-, respondió Jurgen con su flema habitual
y se puso manos a la obra, creando charcos de humeante
vidrio allí donde impactaba el rayo de fusión de su arma.
Con demasiada frecuencia, los rayos impactaban demasiado
cerca de mí como para poder sentirme cómodo, pero
después de los primeros disparos, ya estaba seguro de
poder calcular el alcance de aquella horrible cosa y me
animé aún más cuando me di cuenta de que no estaba a
más que a un pequeño esprint de la seguridad.

Pensar es actuar y corrí hacia la duna en la que se


encontraba Jurgen como si me persiguiera el mismísimo
Abaddon, cortando con mi espada sierra cada repugnante
extremidad que se atrevía a rasgar la superficie demasiado
cerca como para que mi ayudante se atreviera a dispararle.

En cuestión de segundos, aunque en aquel momento me


pareció mucho más tiempo, ya estaba intentado subir por la
ladera sin soltar mi arma mientras Jurgen me animaba
desde lo alto.

-¡Siga así, señor! ¡Ya casi ha llegado!-, me urgía, con


sus palabras interrumpidas solamente por los destellos y los
silbidos de su melta.

En aquel momento, algo enganchó mi tobillo y tiró hacia


atrás con fuerza. Sólo la robusta confección de mi bota de la
Guardia logró proteger la carne que había debajo de una
grave lesión. Parecía que la espora había aprendido a
mantener sus tentáculos ocultos bajo la superficie [145] y
estaba haciendo un último intento de vengarse. Le lancé un
tajo con mi espada sierra, pero sólo conseguí levantar una
columna de arena, ya que el tentáculo que me sujetaba el
pie estaba protegido de mis represalias por una buena capa
de arena. Otro tirón y mi pierna desapareció hasta la rodilla,
casi dislocándomela de paso.

[145] Extremadamente improbable, ya que nunca se ha recuperado ningún


espécimen que el mostrara el más mínimo signo de capacidad cognitiva, ni
siquiera de la más rudimentaria. Lo más probable fuera que Caín y Jurgen
simplemente hubieran acabado con todos los apéndices que estuvieran cerca de
la superficie en aquel justo momento.

-¡Aguante, señor!-, volvió a gritar Jurgen, desmontando


de su caballo y deslizándose por ladera entre un chorro de
fina arena. Sin siquiera pensarlo, o dudarlo, me agarró por
mi mano libre y se inclinó hacia atrás tirando con todas sus
fuerzas-. ¡Ya le tengo, señor!

-¡Y también la maldita espora!-, gruñí, mientras entre


ambos, mi ayudante y la bestia, parecían estar a punto de
arrancarme el brazo y la pierna de sus articulaciones. La
fuerza bruta nunca iba a conseguir vencer a aquella odiosa
criatura, aunque la dolorosa y bienintencionada
intervención de Jurgen podría haberme proporcionado unos
pocos segundos más, pero incluso entre los dos, nunca
lograríamos que me soltara el pie. Si quería evitar el destino
de mi desafortunado corcel, sólo tenía una opción. Respiré
profundamente y preparé mi espada sierra para lo que
esperaba que fuera un corte rápido y limpio-. ¿Sigues
llevando el botiquín?

-Por supuesto-, asintió Jurgen, sin llegar a entender por


qué le preguntaba aquello.
-Bien-, dije, volví a respirar profundamente mientras
pensaba si realmente podría seguir adelante y luego decidí
que, dada la alternativa, tendría que poder. Después de
todo, ya tenía un par de dedos augméticos; no debería ser
tan difícil acostumbrarse a una nueva pierna-. Le
agradecería que lo preparase.

-Por supuesto, señor-, respondió, comprendiendo


finalmente mis intenciones. Me soltó el brazo y comenzó a
rebuscar en su colección de macutos-. ¿Quiere algún
anestésico local?

Por supuesto, pensé, pero negué con la cabeza.

-No hay tiempo-, le dije y levanté la hoja girando a su


máxima potencia.
CAPÍTULO VEINTE
Sin embargo, antes de que pudiera lanzar mi espada sierra
hacia abajo, la arena tembló a mis pies y detuvo mi mano.
Me gustaría poder decir que dudé porque no quería
estropear el corte, dificultando el posterior trabajo del
cirujano más de lo necesario, pero, en realidad, fue
simplemente porque me pilló totalmente por sorpresa. De
repente, una sombra que se movía a gran velocidad pasó
sobre nosotros, seguida por el agudo aullido, similar al de
una banshee, de unas potentes turbinas y alcé la vista para
ver en el cielo la silueta de un Land Speeder de los marines
espaciales. Antes de que pudiera distinguir algo más que la
decoración amarilla y blanca de las servoarmaduras de los
Recobradores, el viento provocado a su paso nos envolvió a
Jurgen, a su caballo y a mí en una pequeña, aunque furiosa,
tormenta de arena.

Cuando logré volver a ver con cierta claridad, el piloto había


virado a una increíble velocidad, en un ángulo tan cerrado
que habría dejado inconsciente a un humano normal, o
quizás algo peor y volvía a aullar mientras iniciaba su
segunda pasada. Esa vez vi como una ráfaga de misiles
salía disparada de un modulo de armas que llevaba fijado a
uno de los costados de la pequeña nave [146] para impactar
de lleno sobre la enorme masa de la espora, cuyo blindaje
quitinoso ya estaba destrozado por la explosión que había
sacudido el suelo apenas un instante antes. Al mismo
tiempo, el artillero, en un alarde de sorprendente precisión
dada la velocidad a la que se movían, seguía disparando
constantemente su bolter pesado, triturando la carne al
descubierto de la bestia.

[146] Presumiblemente un misil de racimo con ojivas múltiples abriéndose en


vuelo, ya que, normalmente, un Land Speeder sólo puede disparar un misil a la
vez.

De repente, la obscena mole de carne bio-diseñada se


colapsó sobre sí misma, al igual que un edificio en llamas y
al tiempo, sentí como se aflojaba la presión que rodeaba mi
tobillo. Dejé caer mi espada sierra, me agarré la pantorrilla
con ambas manos y tiré con todas mis fuerzas. Para mi
inmenso alivio, el pie se soltó bruscamente, lanzándome de
golpe contra la ardiente arena [147].

[147] Posiblemente una impresión subjetiva de su propia temperatura corporal


en aquella parte en concreto de su anatomía, dados sus anteriores comentarios
sobre los efectos de pasar tanto tiempo sobre una silla de montar.

-Ha habido suerte-, comentó Jurgen, con su habitual


flema, extendiendo una mano para ayudarme a ponerme en
pie mientras hablaba.

-Así es-, acepté, a falta de otra cosa que decir, mientras


me inclinaba para recoger mi arma del suelo. No me cabía
la menor duda de que, después de haber recibido una paliza
como aquella, la espora estaría definitivamente muerta,
pero ya había tenido las suficientes desagradables noticias
por un día y no tenía la menor intención de correr aún más
riesgos. Era patente que mi ayudante pensaba exactamente
lo mismo, porque mantenía su melta preparado para usarlo
de inmediato y su fusil láser seguía colgado de su espalda
de una forma en la que pudiera alcanzarlo en un abrir y
cerrar de ojos si llegaba a necesitarlo. Entonces, se me
ocurrió una pregunta obvia.

-Pero, ¿qué están haciendo aquí?

-¿Buscarnos?-, aventuró mi ayudante, como de costumbre,


incapaz de reconocer una pregunta retórica cuando la
escuchaba y tratando de responderla lo mejor posible.

-No lo creo-, dije, manipulando el comunicador de mi oído


para realizar un rápido escaneo de las frecuencias en un
intento de averiguar algo. Los Adeptus Astartes son los
mejores guerreros que tiene el Imperio y, al margen de la
residual buena voluntad que pudieran conservar de nuestra
anterior colaboración, era muy poco probable que perdieran
el tiempo apoyando una operación de búsqueda y rescate
que la Guardia ya tenía controlada. Lo que a su vez me
recordó…

-Será mejor que vayamos a ver si hay algún


superviviente de los Death Korps.

Y sí, efectivamente, algunos habían logrado sobrevivir. Tyrie


nos saludó con gesto cansado en cuanto aparecimos en lo
alto de la duna que los cubría; entre los daños causados por
el tentáculo y los de la silla de montar, yo apenas era capaz
de caminar. El sargento y su grupo parecían todo lo
animados que era posible dadas las circunstancias,
dedicados a curar sus heridas y a atrapar las monturas
antes de que se escaparan, aunque conté muchas cabezas
menos de las que recordaba y aún muchos menos caballos,
pero su regimiento no era precisamente famoso por sus
excesivas muestras de emoción.

-Creí que le habíamos perdido-, dijo.

-Eso mismo pensaba yo-, respondí, decidido a parecer


igual de estoico-. Y probablemente eso hubiera
sucedido de no ser por ellos-, proseguí, señalando el
Land Speeder que seguía girando demencialmente sobre
nosotros como una rapaz hasta las plumas de estimulantes,
aunque a algo menos de velocidad que tan solo unos
segundos antes.

Entonces, me callé, ya que, finalmente comencé a escuchar


algo por mi comunicador, una voz tan sonora y profunda
como sólo podía serlo la de un marine espacial.

-Dos supervivientes más se unen ahora a los otros.


Uno de ellos parece un comisario.

-¿Podría ser Caín?-, preguntó una nueva voz que me tomó


completamente por sorpresa. Es bastante inusual escuchar
la voz de un humano normal en la red de comunicaciones
del Adeptus Astartes y aún más raro escuchar la de una
mujer.

-Podría-, dije, uniéndome a la conversación-. Lamento


llegar algo tarde a nuestra reunión, magos, pero las
cosas se complicaron inesperadamente.
En realidad, la voz podría haber sido la de cualquiera, pero
sabía que los Recobradores sólo tenían siervos masculinos
en el capítulo [148] y no podía haber muchos entre sus
anfitriones del Mechanicus en los que confiaran tanto. Dada
la estrecha colaboración entre Sholer y Kildhar en la
investigación, no había sido tan difícil adivinar a quién
acababa de escuchar.

[148] Procedentes, como los de otros muchos capítulos, de entre los aspirantes
a la iniciación que no lograban superar los rigurosos criterios de selección, pero
que, sin embargo, eran considerados dignos de servir en funciones de apoyo.

-Comisario-, respondió Kildhar, sin poder evitar que el


asombro tiñera su voz, por mucho que intentara deshacerse
de cualquier matiz emocional-. Debo confesar que nos
temíamos lo peor. El Lord General estará satisfecho.
La última vez que hablamos, seguía confiando en que
siguiera con vida, y eso a pesar de que le aseguré de
que tenía todas las probabilidades en su contra.

-Eso seguramente sea porque él me conoce mucho


mejor que las probabilidades-, contesté. Luego,
consciente de que tenía que mantener mi reputación de
modesto, tuve que añadir unas palabras más-. Pero puedo
decirle que esta vez ha ido por un pelo.

Miré a mi alrededor, al puñado de Death Riders y a los


pocos caballos que parecían tener ya controlados.

-Me temo que aún tardaré un tiempo en reunirme con


ustedes-, dije. Fuese como fuese, me pareció que el resto
de nuestro viaje iba ser mucho más duro de lo que ya lo
había sido hasta aquel momento.

-No se preocupe-, me aseguró Kildjhar-. Le recogeremos


a la vuelta.

-¿A la vuelta de dónde?-, pregunté, mientras sentía el


familiar y premonitorio cosquilleo en las palmas de mis
manos. Sólo se me ocurría un lugar en aquella horrible y
devastada tierra capaz de tentar a la magos biologis para
que saliera de su cómodo dominio en Regio Quinquaginta
Unus y que requiriese una escolta de marines espaciales
para aventurarse a acercarse, pero seguramente ni siquiera
Kildhar podría ser tan imbécil.

-Del lugar en el que se estrelló la bio-nave, por


supuesto-, dijo, confirmando de inmediato que así era-.
Recuperamos algunos excelentes especímenes. El
apotecario Sholer y yo estamos deseando
examinarlos en cuanto volvamos.

-Buena suerte con eso-, le deseé, comenzando a pensar


que, después de todo, compartir la grupa de un caballo con
Jurgen durante unos cuantos días no podía ser tan malo.

-Estoy seguro de que el Omnissiah guiará nuestro


entendimiento-, respondió ella, tan inmune a los
sarcasmos como la mayoría de los de su clase. Como no yo
no tenía más que decir, me guardé algunos de los tópicos
aprendidos de memoria y que tan útiles me resultaban en
mi trabajo y me preparé para romper el contacto-. No se
mueva de donde está-, añadió justo antes de que yo
cortara la comunicación-. El Land Speeder puede verle
claramente y nos guiará hacia usted.

Por supuesto, a ella le era muy fácil el decirlo,


probablemente porque disfrutaría de la imagen de la espora
finalmente muerta, pero debo confesar que a mí me
resultaba bastante menos atractiva la idea de permanecer
tan cerca de algo que casi me había matado.

Por otra parte, tener a un par de miembros del Adeptus


Astartes fuertemente armados observándonos de una altura
suficiente como para poder detectar a una amenaza
aproximándose desde al menos diez kilómetros de distancia
era algo genial.

-Aquí les estaré esperando-, le aseguré y no fue hasta


uno o dos segundos después de cortar la comunicación,
cuando me di cuenta de que debería haberme acordado de
pedirle un TEL (Tiempo Estimado de Llegada).

En realidad, tuve que esperar mucho menos de lo que


esperaba. Apenas había pasado una hora, tiempo durante el
cual Jurgen y yo soportamos la viciada atmósfera lo más
brevemente posible para restaurar nuestras fuerzas con
otra barrita de racionamiento y uno o dos tragos de agua,
cuando volví a sentir un débil temblor en la arena y a ver
como algunos granos sueltos comenzaban a deslizarse por
las laderas más pronunciadas de las dunas. Tras mis
encuentros con los tentáculos y el lictor enterrador, aquello
no me pareció una señal demasiado alentadora y mis manos
se dirigieron automáticamente hacia las armas que llevaba
al cinto. Jurgen también parecía algo nervioso y tomó entre
sus manos su fusil láser, renunciando, de momento, a la
mayor potencia de su fuego de su melta. Sin embargo, en
esa ocasión, no llegué a desenfundar mi pistola ni mi
espada sierra; el Land Speeder seguramente habría podido
detectar a cualquier amenaza próxima y, hasta donde yo
sabía, la flota colmena no parecía haber desembarcado
ningún organismo excavador [149] en la primera oleada.

[149] Algo habitual, ya que, por lo general, los mantienen en reserva hasta las
últimas etapas de la invasión tiránida, cuando la mente del enjambre ha logrado
identificar las defensas fijas que deben sortearse.

Poco a poco, la vibración fue aumentado mientras las


cascadas de arena iban creciendo tanto en número con en
intensidad al tiempo que los caballos se revolvían inquietos
y pateaban el suelo. Tyrie y sus hombres parecían
despreocupados, dotados de una determinación que les
había sido inculcada desde la niñez y especialmente
reforzada con tratamientos farmacológicos, pero me di
cuenta de que, por si acaso, mantenían sus armas bien a
mano. Al cabo de un instante, comencé a escuchar un
nuevo sonido, el gruñido de un potente motor y el crujido y
el traqueteo de las orugas de un vehículo, algo que hizo que
me animara. A pesar de los múltiples problemas que la
Guardia había encontrado para que sus Chimeras
funcionaran en aquel implacable terreno, sin duda, los
fecundianos habrían encontrado alguna forma de
resolverlos y los vehículos construidos localmente serían
muchos más fiables. Así que, pensando en ello, me encontré
imaginando algo parecido a un transporte oruga acorazado,
o a un tractor de artillería Trojan, tal vez con las orugas más
anchas para mejorar la tracción en las impredecibles
arenas, pero vamos, esencialmente algo parecido a los
transportes con los que yo estaba familiarizado.

Sin embargo, el ruido fue aumentado, los caballos se


asustaron cada vez más y debo confesar que no podía
culparlos. Podía sentir la vibración en mis propios huesos y
el rugido del motor era tan fuerte que tuve que alzar la voz
para conversar con Jurgen. Si su volumen seguía subiendo,
tendríamos que hablar a través de los comunicadores.

-Debe ser eso-, dijo mi ayudante, señalando una masa


oscura que acababa de aparecer sobre las dunas y que iba
creciendo a medida que se acercaba a nosotros casi de
frente.

Yo asentí con la cabeza-. Parece muy espacioso-, señalé.


La parte superior de su casco tenía la forma del prisma
rectangular que solía asociar con los vehículos imperiales,
aunque había algo en sus proporciones que me parecía
fuera de lugar, aunque no llegaba a entender el qué.
Entonces me di cuenta, un vehículo lo suficientemente
grande como para que le viéramos por encima de las dunas,
tendría que estar inclinándose en esos momentos, mientras
subía la pendiente de la siguiente duna, pero seguía
retumbando inexorablemente hacia nosotros, recto y
nivelado.

-¿Cómo de grande es esa cosa?-, vociferé por el vox.


-Lo suficientemente grande-, me aseguró Kildhar, con un
leve rastro de diversión en su voz pese a todos sus
esfuerzos por disimularlo-. Adaptamos una de las
cosechadoras de polvo [150] para asegurarnos de
disponer del suficiente espacio para el adecuado
transporte de las muestras.

[150] Plataformas móviles de recuperación que tamizan la arena en busca de los


restos de cualquier tipo de mineral desechado por anteriores generaciones de
contaminación medioambiental, o demasiado escasos en milenios anteriores
para que merecieran la pena los trabajos de minería convencional.

-Y, ciertamente, parece que lo han conseguido-,


concedí, a medida que se iba haciendo evidente la escala
del gigantesco vehículo. No era del tamaño de un titán, pero
lo parecía, cerniéndose sobre nosotros como un bloque de
habitáculos sobre múltiples orugas que, como ya había
supuesto, eran lo suficientemente anchas como para
distribuir su colosal peso e impedir que se hundiera en la
arena.

Me recordaba a uno de los snowliner en los que había


viajado y en los que me había refugiado en Nusquam
Fundumentibus, aunque aquel leviatán empequeñecía
incluso a aquellos enormes transportes, eclipsando el sol
cuando se detuvo junto a nosotros. En algún lugar, muy por
encima de nosotros, se abrió una escotilla de carga, se
desplegó una grúa y un grupo de trabajadores equipados
con equipos de protección apareció casi de la nada para,
ayudados por la grúa, comenzar a cargar en el
compartimento de carga del vehículo todos los pedazos que
pudieron encontrar de la espora que casi nos había matado
a todos apenas una hora antes.
-Aprovechamos nuestros medios lo mejor que
podemos-, explicó Kildhar, con un curioso eco cuando su
voz natural se superpuso a su voz en mi comunicador,
creando un cierto efecto teatral. La magos estaba de pie en
una compuerta situada sobre una de los orugas, a unos
cuatro metros del suelo, desde la que una rampa
descendían hacia nosotros.

-¿Podemos llevarles a alguna parte?-, le pregunté a


Tyrie, pensando que aquello era lo menos que podíamos
hacer después de todas las molestias que les habíamos
causado, pero el líder de los jinetes negó con la cabeza.

-Preferimos cabalgar-, contestó, algo que no me


sorprendió. Subió a su caballo y condujo a sus hombres por
lo alto de la duna sin decir una palabra más. Justo antes de
desaparecer, se volvió, alzó una mano en señal de
despedida y, a continuación, el desierto se lo tragó, como si
nunca hubiera existido. Solo quedaban las huellas de los
caballos para atestiguar su presencia y ya estaban siendo
borradas por el viento. Unos pocos minutos más y hasta
aquellos últimos y tenues rastros habrían desaparecido.

-Un tipo extraño-, dijo Kildhar, bajando por la rampa para


unirse a nosotros-. Pero evidentemente bendecido por
el Dios-Máquina.

Después de un breve momento de perplejidad, me di cuenta


de que la visión mejorada de Kildhar la debía haber
revelado la red de inyectores químicos y otros tipos de
alteraciones subcutáneas tan comunes en los soldados de
los Death Korps.
-El Emperador nos lo envió en el momento justo-,
aseguró Jurger. -Y a esos marines espaciales-, continuó,
para luego lanzar una torva mirada a la completamente
reventada espora que colgaba de la grúa de carga,
preparada para ser subida a bordo del extraño vehículo-. Si
no hubieran acabado con ella, esa cosa habría
matado al comisario.

Yo prefería no pensar más en aquello, así que sonreí a


Kildhar, algo que no me costó hacer, dadas las tan
especiales circunstancias de su llegada-. Me sorprende
que quiera llevarse eso-, dije, algo a la ligera-. Yo
pensaba que preferiría una viva.

-De esas ya tenemos una-, contestó, totalmente en serio


hasta donde pude ver y, una vez más, me encontré
cuestionando su cordura-. Pero este espécimen es más
adecuado para los análisis químicos.

-Si usted lo dice-, acepté, pensando que lo mejor sería


seguirle la corriente, al menos hasta que hubiera podido
comer bien y darme un buen baño.

Probablemente, mi uniforme no tendría salvación, pero


siempre podía hacer que me enviaran uno desde mis
aposentos a bordo de la nave insignia y, de paso, uno para
mi ayudante, pese a que haría falta algo más que un simple
cambio de ropa para mejorar de forma notable el aspecto
de Jurgen.
-¿Supongo que su examen del lugar del impacto
habrá sido fructífero?

-Mucho-, me aseguró Kildhar, volviéndose para guiarme a


bordo de la enorme oruga. La sensación de tener metal
firme bajo mis pies después de tanto andar por las
movedizas arenas, fue un increíble alivio, aunque, a medida
que subíamos la rampa, me dolían tanto los músculos de
mis muslos y pantorrillas, que comenzaron a igualar las
molestias que sentía en mi trasero-. Obtuvimos un gran
número de muestras de tejido de los restos de la bio-
nave y también el respetable número de
especímenes móviles.

No tuve la oportunidad de preguntar a qué se refería con


aquellos de los especímenes móviles, ya que eso se hizo
evidente en cuanto subimos a bordo. Casi toda la cubierta
inferior del rugiente leviatán había sido convertida en
robustas jaulas, lo suficientemente altas y anchas como
para poder encerrar en ellas a un carnifex, sí alguien fuera
lo suficientemente insensato como para intentarlo. En
cuanto aparecimos, una manada de hormagantes se lanzó
contra los barrotes. Yo me estremecí, recordando la facilidad
con la que habían destrozado la cabina del Aquila para
devorar el cuerpo del piloto y eché mano a mis armas, pero,
entre los chirridos de descargas eléctricas, las bestias
fueron lanzadas hacia atrás.

-¿Está segura de que las jaulas son los


suficientemente fuertes como para mantenerlos
encerrados?-, pregunté. Kildhar asintió con la cabeza algo
rígidamente, de la forma en la que lo hacen la mayoría de
los tecno-sacerdotes mientras intentan recordar un lenguaje
corporal prácticamente olvidado.

-Deberían serlo-, me aseguró-. Si estuviesen siendo


dirigidos por una mente del enjambre, seguirían
lanzándose contra los barrotes hasta que lograran
abrir brecha o morirían en el intento, pero a estos
solo les guían sus instintos, no la razón. Interviene el
sentido de auto conservación así que se apartan.

-¿Y la cubierta?-, pregunté-. No puede mantenerla


electrificada, se freirían.

Lo cual, debo confesarlo, hubiera sido una muy buena idea.

-Pues precisamente eso es lo que estamos haciendo-,


contestó Kildhar-. Las jaulas tienen un falso suelo,
hecho de un material no conductor. Si lo atraviesan,
reciben una sacudida en la cubierta electrificada. El
techo también tiene corriente, aunque no veo cómo
podrían alcanzarlo.

-Muy prudente-, dije, deseando que aquella prudencia me


tranquilizara. Los estanques digestivos de las flotas colmena
están llenos de gente que también había confiado en las
precauciones contra los tiránidos y yo no tenía el menor
deseo de unirme a ellos. Pero, al menos y por el momento,
las criaturas parecían estar bien encerradas, así que tuve
que reprimir mi miedo lo mejor que pude.
-¿También está Sholer a bordo?

-No-, respondió Kildhar, negando con la cabeza, esa vez


con algo más de confianza-. Nuestra investigación está
en una fase crucial y pensó que lo mejor era que se
quedara en el analyticum, con los especímenes
xenos.

-Por lo menos, espero que no estarán intentando


arrancarle la cara a nadie-, dije, siguiéndola por una
ruidosa escalera metálica situada al final de la cámara. Una
vez en las cubiertas superiores, para mi gran alivio, se
dirigió hacia los camarotes de la tripulación, en lugar de,
como casi me temía, sugerir que fuéramos a echar un
vistazo a la espora viva de la que había hablado.

-No lo habían hecho cuando salí-, comentó, algo que no


era demasiado tranquilizador, aunque supuse que, si se
descontrolaba algo de lo que tenían almacenado en el
congelador, el apotecario sería más que capaz de ocuparse
de ello-. Cuando me fui prácticamente ninguno de
ellos había revivido.

Sentí una repentina punzada en la boca del estómago, tal


vez debida a que el enorme vehículos estaba volviendo a
ponerse en marcha, aunque lo dudaba-. ¿A cuántos han
intentado reanimar? -, pregunté, tratando de no gritar.

-Tan solo un puñado de los menos peligrosos-,


respondió Kildhar, como si existiera tal cosa cuando se
hablaba de tiránidos–. Dado que hemos tenido la
oportunidad de hacernos con algunos especímenes
vivos de esta generación, pensé que podría ser
interesante disponer de algunos de los antiguos para
efectuar algunas pruebas comparativas.

-¿Y Sholer ha estado de acuerdo con eso?-, pregunté,


sin apenas evitar el shock y el horror en mi voz.

Era indudable, definitivamente Kildhar estaba mejorando al


asentir, algo probablemente debido a las practicas que
estaba realizando.

-Lo cierto es que me costó un poco persuadirlo-,


explicó-, pero pude convencerlo de que los riesgos
eran mínimos.

Incluso tal vez ella realmente lo pensara, pero, tratándose


de una mujer que había tenido como mascotas a unos
genestealers durante los últimos sesenta años, nadie me
podría culpar de que sus consejos en materia de seguridad
fueran escasamente fiables.

-Espero que estén mejor encerrados que sus


hormagantes-, dije, como algo más de malicia de la que
pretendía [151], pero la magos no pareció ofenderse por el
comentario.

[151] Actitud que no es de extrañar, dado la terrible experiencia por la que


acababa de pasar.
-Se han tomado todas las precauciones posibles-,
contestó, mientras nos conducía a una sala en la que los
miembros de la tripulación de la cosechadora podrían
descansar por turnos.

No tengo ni idea de cuántos habría normalmente a bordo


[152] pero había un par de mesas de comedor de
considerable tamaño en uno de los extremos, junto a una
cocina de la que brotaban unos apetitosos aromas que
desplazaron el olor más áspero y terroso de mi ayudante
[153]. Aunque, por otra parte, tampoco creo que yo oliera
precisamente a flores. Por suerte, las únicas personas que
había a la vista eran unos cuantos mecanos, a los que
probablemente les hubieran retirado el sentido del olfato
por considerarlo innecesario, u operarios tan acostumbrados
a realizar sus tareas en la superficie con tanta frecuencia
que Jurgen y yo no seríamos más ofensivamente olfativos
para ellos que el resto de sus rutinas diarias. Todos los
presentes nos ignoraron, algo que me pareció genial [154];
en aquellos momentos no estaba de humor para
conversaciones triviales, así que me hice con un plato de
algo caliente y humeante así como de suficiente recafeina
como para que en la taza flotara un pequeño acorazado.

[152] Entre doscientos y trescientos, según el tipo de cosechadora, el área de


operaciones y el rendimiento esperado de minerales.

[153] Lo que nos indica que, en aquellos momentos, ya había prescindido de la


máscara antigás, aunque no queda claro cuando exactamente lo hizo.

[154] Algo que no es de sorprender, dado las armas que llevaba bien a la vista.
Kildhar nos abandonó en cuanto Jurgen y yo nos sentamos
frente a nuestros platos, sin duda deseosa de volver a
pinchar con un palo a los hormagantes, o lo que fuera que
hiciera con ellos y nos dejó comer tranquilos. No voy a
mentirles diciendo alguno de los dos echara de menos su
compañía, pero, una vez me sentí de nuevo como un ser
humano, activé mi comunicador y le pregunté donde
estaba, en parte porque ya me sentía lo suficientemente
fuerte como para celebrar una sesión informativa y en
parte, porque no me fiaba un pelo de ella y no quería
perderla de vista durante demasiado tiempo.

-Estoy en el puente de mando-, me informó, para mi


enorme sorpresa, ya que me habría apostado el sueldo del
mes a que no se separaría bajo ninguna circunstancia de
sus preciados especímenes. Acto seguido, aumentó
considerablemente mi asombro dándome unas rápidas y
precisas instrucciones para llegar hasta allí, indicaciones
que mi ayudante y yo no tardamos en seguir.
CAPÍTULO VEINTIUNO
El puente de mando estaba situado en el nivel superior de la
enorme máquina y rodeado por un ventanal de cristal
blindado de forma elíptica más alto que yo, algo que le
proporcionaba a su capitán una vista panorámica del
terreno por el que se movía. No puedo negar que la vista
era realmente espectacular, con el estéril desierto
ondulándose como un océano de arena y tan por debajo de
nosotros que podríamos haber estado volando, como el
Land Speeder de los Recobradores, que seguía dando
vueltas sobre nosotros, manteniéndose siempre a la misma
altitud [155]. Desde allí arriba, podía verse claramente la
lejana colmena, y hacia popa, siguiendo la curvatura del
horizonte, se veían las nubes bajas de una lejana tormenta
de arena haciéndose eco de las murallas, los barrios
residenciales y las manufactorias, como si de un fantasmal
espejo se tratara.

[155] Presumiblemente porque su piloto tendría algunas dificultades para viajar


tan despacio como la pesada cosechadora.

-Resulta difícil creer que algo de ese tamaño y tan


sólido pueda llegar a caer- comentó Yail, mientras yo
miraba pensativamente los irregulares contornos de los
muros de rococemento. El marine espacial volvía a llevar su
servoarmadura de Exterminador, que mostraba varios
nuevos cortes en su ceramita, alzándose sobre todos los
presentes en la ruidosa sala mientras atravesaba
majestuosamente el quincunce de atriles de control al
tiempo que los siervos que los manejaban se apartaban
nerviosamente de su camino, como si de ratas de cloaca se
trataran, pero, sinceramente, ¿quién podría culparlos?

-Ambos sabemos perfectamente que eso puede


pasar, si los tiránidos consiguen desembarcar en el
planeta el suficiente número de organismos-, le dije.
Él asintió.

-Es cierto- contestó. -Con los tiránidos, siempre es


cuestión de números.

Por un instante, mi imaginación llenó las arenas que nos


rodeaban de todo tipo de horrores y me estremecí ante la
idea, pero Yail continuó hablando con total confianza.

-Sin embargo, la estrategia y nuestra fe en el Trono


Dorado están de nuestro lado. Y yo sé muy bien en
qué prefiero confiar.

-Bien dicho- coincidí, porque siempre es prudente estar de


acuerdo con más de dos metros de superguerrero
genéticamente mejorado que además portaba la
servoarmadura más resistente conocida por la raza
humana.

-Yo prefiero confiar en el poder del intelecto- dijo


Kildhar, acercándose a nosotros tras haber concluido su
conversación con el capitán del vehículo. Fuera cual fuera
de lo que hubieran hablado, la magos no parecía nada
satisfecha. -Seguramente sea el arma más poderosa
con la que el Omnissiah ha tenido a bien
bendecirnos.

-Y una, que en la que claramente está usted más


capacitada que yo- la alague por descarte, ya que, en
aquellas circunstancias, probablemente no hubiera servido
de nada el expresar lo que realmente opinaba. -¿Cómo van
sus investigaciones?

Nada más terminar de hablar, me di cuenta de mi error.


Nunca he conocido a un tecno-sacerdote que haya sido
capaz de resumir sus trabajos y no se tomara una pregunta
educada como una excusa para lanzarse a una detallada
exposición de su particular obsesión. Si tienen pulmones
augméticos o un codificador de vox, ni siquiera necesitan
hacer una pausa para respirar y pueden estar hablando
durante horas [156], pero, afortunadamente, Kildhar no
disponía de nada de eso y pude meter baza después de tan
sólo un par de minutos. Ni siquiera tuve que preocuparme
de que mis ojos se pusieran blanco mientras hablaba, ya
que siempre podía alegar el cansancio debido a nuestra
caminata por el desierto, aunque dudo mucho que ella se
diera cuenta.

[156] Literalmente.

-En términos que un lego en la materia pueda


entender- añadí a la primera oportunidad.

Mi comentario pareció sorprenderla completamente y dejó


de parlotear para quedarse mirándome fijamente, como si
se tratase de un servidor enfrentándose a una situación
para la que no está programado.

-Estamos siguiendo varias líneas de investigación


bastante prometedoras- dijo finalmente, tras una
prolongada pausa.

-¿Por ejemplo?- pregunté.

-El reajuste sub-molecular de los neurotransmisores


en el tejido cerebral de los organismos bajo la
dirección de una mente colmena ofrece algunas e
intrigantes probabilidades- explicó finalmente. -Por
supuesto, reproducir esas condiciones en el
analyticum es muy difícil sin descongelar el nodo de
la colmena recuperado en Nusquam Fundumentibus,
pero Sholer, el apotecario, es inflexible en su postura
de no dejarme hacerlo.

Aquellas últimas palabras fueron pronunciadas un tono


ligeramente molesto, algo que me hizo sospechar que ella
había estado recomendando especialmente aquel
experimento y que su idea había sido rechazada de plano.
Me quedó muy claro que Sholer era, con mucho, el más
prudente de los dos y, pese a mis más que considerables
dudas iniciales sobre la conveniencia de su investigación, mi
opinión sobre el apotecario mejoró notablemente.

-Sin embargo, hemos tenido cierto éxito en nuestras


simulaciones con el cogitador, lo que nos lleva a
pensar que podría ser posible interferir en su
mecanismo de control.

-¿Pueden bloquear la mente colmena?- pregunté


asombrado, mientras una repentina esperanza aparecía en
mi mente. Si aquello era posible, proporcionaría a la
humanidad una tremenda ventaja táctica, al convertir los
inmensos e imparable ejércitos tiránidos en simples
enjambres de descerebradas bestias guiadas por sus
instintos. Todavía seguirían siendo endemoniadamente
peligrosas, por supuesto, pero serían mucho más fáciles de
combatir y de vencer que a un grupo cohesionado guiado
por una mente maligna.

-En teoría- dijo Kildhar, -aunque el encontrar un


método eficaz para hacerlo requerirá de muchas más
investigaciones.

-Algo para lo que no tenemos tiempo- finalicé la frase


por ella.

-Lamentablemente, así es- estuvo de acuerdo Kildhar. -


Salvo que se produzca algún inesperado avance, la
investigación necesaria aún podría llevarnos dos o
tres décadas más.

Y para entonces, Fecundia ya habría rechazado el ataque


por medios convencionales, o habría sido reducida a
estériles cenizas perdidas en la estela de una fortalecida
flota colmena lo suficientemente grande como para devorar
toda la región del Golfo.
-El mejor curso de acción es mantener el bloqueo-
afirmó Yail con firmeza. -Si la Armada puede causarles
suficientes pérdidas, los tiránidos se verán obligados
a retirarse en busca de presas más fáciles.

El marine espacial se dirigió hacia un hololito situado en un


rincón, un aparato que sospeché había sido instalado allí
para ponerme al día, ya que, en cuanto lo activó, apareció
en él la ya familiar imagen de Fecundia y la flota de naves
que la orbitaban.

-Hasta que no establezcan una cabeza de puente en


la superficie, no podrán reponer la biomasa que
están perdiendo- señaló. -Es, simplemente, cuestión
de aguantar, hasta que lleguemos a un punto de
inflexión.

-Eso será si podemos- dije, estudiando atentamente la


pantalla táctica. -Ellos tienen un montón de naves en
reserva y cada una de las nuestras que inutilizan o
paralizan, crea una brecha en nuestras defensas
orbitales. Una vez hayan creado las suficientes,
podrán comenzar a desembarcar en masa.

-Nosotros rechazamos su primer asalto- dijo Kildhar,


como si ella hubiera estado manejando una de las torretas
de defensa antiaérea. Yail y yo intercambiamos una mirada.

-Eso no fue un verdadero asalto- expliqué


cuidadosamente. -Estaban sondeando nuestras
defensas, nada más. Las bio-naves exploradoras que
conseguimos derribar sólo fueron un premio añadido.

-Por suerte, muchas de las esporas cayeron en el


desierto- dijo Jurgen. -Si hubieran atacado las
colmenas, eliminar en ellas a los tiránido hubiera
sido un autentico quebradero de cabeza.

-Algunas si lo hicieron- respondió Yail, disimulando


perfectamente su posible sorpresa por la repentina
intromisión de mi ayudante. El marine espacial volvió a
calibrar el hololito y una serie de iconos de iconos
aparecieron por toda la superficie del planeta. -Por suerte,
el Lord General lo había previsto y la Guardia
Imperial pudo contener los ataques.

-El Señor de la Guerra es muy bueno en su trabajo-


contesté distraídamente mientras estudiaba la pantalla con
creciente inquietud. Como era de esperar, las mayoría de
los iconos tiránidos estaban situados en los principales
centros de población o cerca de ellos, allí donde se situaban
las mayores concentraciones de biomasa, pero había un
pequeño grupo de criaturas en el desierto, justo donde
estábamos nosotros.

Me estaban volviendo a picar las palmas de mis manos. No


sabía explicar el por qué, pero había algo en aquel pequeño
grupo de contactos que me parecía siniestro. Por supuesto,
no es tan raro que los tiránidos aterricen en zonas baldías
de los mundos que han elegido como presa, esperando su
momento mientras acumulaban fuerzas mediante rápidas
incursiones y veloces retiradas, una táctica que ya había
visto personalmente en demasiadas ocasiones, aunque no
recordaba ni un solo caso en lo que lo hubieran hecho al
mismo tiempo que atacaban objetivos mucho más
tentadores. Los puntos de aterrizaje en el desierto estaban
demasiado cerca los unos de los otros como para ser
meramente aleatorios, lo que significaba que la mente
colmena que los había enviado allí, tenía que tener ya algún
objetivo.

Y por allí, sólo había objetivo que tuviera cierto sentido. -


Regio Quinquaginta Unus- dije, apenas consciente de
que había dicho en voz alta lo que estaba pensando.

-Allí está- me respondió Kildhar, ligeramente sorprendida,


mientras señalaba hacia la enorme hoja de cristal blindado
que rodeaba el puente de mando. -Ya debería poder
verlo.

Y en efecto, ya podía verlo, la estructura hexagonal se


alzaba a lo lejos sobre la arena, casi como la recordaba
cuando la vi por primera vez. Sólo que en esa ocasión me
encontré mirando hacia arriba, incluso desde la tremenda
altura a la que nos encontrábamos. El santuario se alzaba
sobre la cosechadora como una meseta artificial, tan
imponente en su solidez que, durante un momento,
comencé a preguntarme si realmente algo podría
amenazarlo, aunque mis anteriores encuentros con las
voraces hordas de la mente-colmena me indicaban todo lo
contrario. He visto fortificaciones mucho más formidables
que aquellas arrasadas por la interminable marea de
malévola bestias quitinosas y se a la perfección que la
confianza en uno mismo frente a los tiránidos nunca acaba
bien.
-Allí hay algo que la mente-colmena quiere- dije,
exponiendo mi razonamiento de la forma más rápida y
concisa posible.

Yail asintió pensativo. -Estoy de acuerdo- concluyó, tras


echar un rápido vistazo al hololito, asimilando al instante la
información táctica. Ambos miramos a Kildhar, que nos
devolvió la mirada.

-No tengo ni idea de qué podría ser- contestó. -Yo


estudio su fisiología, no sus procesos mentales.

-Y mientras lo hacía, ha reunido todo un pequeño


ejército de esas cosas- dije, incapaz de creer que alguien
tan inteligente pudiera ser tan estúpido.

-Pero ahora están inertes, congelados- protestó Kildhar.

-De momento- repliqué, recordando la facilidad con la que


aquellas horribles criaturas habían revivido en su tumba
helada en Nusquam Fundumentibus.

-Sea cual sea su objetivo- intervino Yail, -seguir


llevando especímenes vivos al interior del santuario
me parece tremendamente desaconsejable. Lo único
que estaríamos logrando, es hacer el trabajo de la
mente colmena.
-Y eso por decirlo de una forma suave- coincidí. El
rostro de Kildhar se puso rígido (aparte, evidentemente, de
sus componentes metálicos, que ya eran lo bastante rígidos
de por sí).

-El único propósito de reunirlos era hacer pruebas,


con la esperanza de poder encontrar un punto débil
que podamos explotar contra ellos. Y eso será
imposible a menos que los transportemos al
analyticum. Debo insistir en que los entreguemos, tal
y como estaba previsto.

-¡Y yo debo insistir en que nos abstengamos de hacer


semejante estupidez!- exclamé, girándome para mirarla.
-Si lo desea, puede consultarlo con Dysen, pero
puedo decirle ahora mismo lo que le contestará. Y lo
mismo opinará el Lord General.

En realidad, conociendo a Zyvan, lo que diría seguramente


requiriese de una breve y discreta elaboración antes de
poder hacerlo público, pero no tenía el menor sentido entrar
en detalles en aquellos momentos.

-Por mi parte, consultaré al apotecario Sholer lo


antes posible- dijo Yail, y para disgusto de todos, allí
quedó en suspenso la discusión hasta que llegamos al
santuario.
-Su análisis de la situación táctica me parece
sumamente acertado- afirmó Sholer.

El apotecario había tardado cierto tiempo en terminar lo que


fuera que estuviera haciendo en lo más profundo de las
instalaciones, algo que yo aproveché para darme un buen
baño caliente y mandar a lavar lo que quedaba de mi
uniforme. Aunque yo hubiese preferido un cambio completo
de ropa, no disponíamos del tiempo para organizarlo y, en
cualquier caso, yo tenía la intención de partir a bordo de la
primera lanzadera que llegara al santuario. A pesar de mi
pelo y de mi abrigo húmedo, pues no había dispuesto del
tiempo necesario para que se secaran del todo, el hecho de
que ambos estuvieran libres de la mayor parte de la arena
que habían acumulado durante los últimos días me hacía
sentir mucho más cómodo y optimista.

-Me alegra que esté de acuerdo- dije, dando un


agradecido sorbo a la taza de recafeina que Jurgen me
había entregado antes de salir en busca de algo de comida
para acompañar. En la sala de reuniones de paredes de
acero hacia algo de frío, incrementado por la humedad que
aún me acompañaba. Debíamos estar cerca de la cámara
frigorífica donde permanecían congeladas las criaturas que
habían llevado hasta allí desde Nusquam Fundumentibus.

Éramos un pequeño grupo, tan solo el apotecario, Yail,


Kildhar y yo. Dysen había enviado un mensaje de vox para
comunicarnos de antemano que estaría de acuerdo con
cualquier cosa que decidiéramos, pero lo hizo mediante un
discurso redactado cuidadosamente para que, si todo se
convertía en un desastre, nadie pudiera decir que nos había
apoyado activamente y Zyvan estaba demasiado ocupado
como para que se pudiera contactar con él, aunque en
aquel momento sospeché que, eso, no era ni mucho menos
una simple coincidencia.

-Sin embargo, la magos también tiene razón- continuó


Sholer, haciendo que casi me atragantara con el amargo
líquido, -y ha presentado unos argumentos muy
persuasivos- agregó, he hizo una pausa para mirar a
Kildhar, que estaba sentada inmóvil en una de las sillas de
metal que rodeaban la mesa central, fingiendo estar absorta
en los datos que corrían por la pantalla que tenía frente a
ella. Era la única que estaba sentada; como ya he
comentado anteriormente, los marines espaciales rara vez
toman asiento y yo había encontrado aquellas malditas
sillas tremendamente incómodas, y más en aquellos
momentos, cuando el recuerdo de tantas horas sobre una
silla de montar aún seguía fresco en mi mente y en otras
partes de mi cuerpo. -Aunque no me queda más
remedio que estar de acuerdo con el comisario Caín y
el hermano sargento. El riesgo de permitir que
algunos organismos se infiltren en el santuario es
demasiado elevado como para arriesgarse.

-No estoy de acuerdo- replicó Kildhar, haciendo un


evidente esfuerzo para mantener el tono de voz neutro que
uno espera oír en un tecno-sacerdote. Si yo hubiera tenido
que juzgar aquella situación, juraría que ella hubiera
preferido tirarle a la cabeza del apotecario la placa de datos
que tenía en la mano. -Los especímenes que ha
descongelado, siguen bien vigilados. Las mismas
precauciones deberían ser suficientes para mantener
confinados a los nuevos.
Sentí un nuevo pinchazo de inquietud. -Sólo por
curiosidad- pregunté, disimulando mis temores mucho
mejor que Kildhar. -¿Cuántos tiránidos ha
descongelado?

-Once hormagantes- respondió de inmediato Sholer, de


una forma que me pareció demasiado frívola teniendo en
cuenta lo letales que son tales criaturas. -Estaban
agrupados juntos en el hielo, por lo que deduje que
todos pertenecían a la misma camada.

-Una deducción muy razonable- dijo Kildhar, aprobando


claramente aquel razonamiento, -que debería ayudarnos
a compararlos con otros semejantes.

-¿Y dónde están ahora?- preguntó Yail, mirando a la


puerta como si esperara que todo un enjambre de tiránidos
comenzara a intentar abrirse paso a través de ella en
cualquier momento. Cuando un marine espacial con una
servoarmadura [157] se muestra inquieto, nunca es una
buena señal. Yo mismo tuve que reprimir el impulso de
desenfundar mis armas.

[157] No queda del todo claro si, como ya había sucedido anteriormente, Yail
había descartado en aquel momento su servoarmadura de exterminador a favor
de una armadura táctica más ligera, pero parece probable.

-En los corrales de retención del nivel inferior-


contestó Sholer. -Están bien vigilados, se lo aseguro.
-¿Al igual que los genestealer que andaban sueltos
por el santuario?- pregunté, quizás algo bruscamente,
pero dadas las circunstancias, no estaba de humor para
sutilezas.

-Esa comparación es completamente absurda- rezongó


Kildhar, con bastante mala ostia para ser alguien que se
supone está más de allá de cualquier muestra de emoción. -
Los genestealers son capaces de realizar
razonamientos abstractos, especialmente los
híbridos. Podrían haber planeado su fuga y burlar las
medidas de seguridad usando su inteligencia. Por el
contrario, los hormagantes con sólo bestias
impulsadas por sus instintos.

-A menos que una mente colmena esté dirigiendo sus


acciones- señaló Yail.

-Ese no es el caso- señaló Kildhar con vehemencia, como


si aquello fuera algo que ya debería ser obvio para todos. -
Ninguna criatura sináptica los acompañaba.

-Pero, ¿no podrían haber sido pre-programados?-


pregunté. -¿Cómo los servidores?

-Una idea muy intrigante- intervino Sholer, impidiendo la


indignada negación que la tecno-sacerdote estaba a punto
de pronunciar. -No hay ninguna constancia de que haya
sucedido algo así anteriormente, aunque eso no
significa que no sea posible.
-¡Se están dejando asustar tan solo por unas
sombras!- gritó Kildhar, abandonando cualquier pretensión
de mantener la calma. -Si queremos tener una
oportunidad de vencer a las flotas colmena, no sólo
aquí, sino en el resto de la galaxia, tenemos que
mantener la calma y pensar las cosas fríamente.

Después de aquel exabrupto, la magos respiró


profundamente. -Me disculpo por la innecesaria
vehemencia de mis comentarios.

-Todos hemos estado sometidos a una gran tensión-


dije con diplomacia, aunque, entre nosotros, dudaba mucho
que los marines espaciales considerasen eso como algo
desagradable. Llevaban toda su vida enfrentándose a los
enemigos del Emperador y era muy poco probable que se
emocionaran cuando sus últimos enemigos aparecían
delante de las miras de sus bolters.

-¿Quizás le gustaría inspeccionar los corrales?-


preguntó Sholer, dirigiéndome a mí aquel comentario,
aunque una leve inclinación de cabeza incluyó a Yail en la
invitación. -Tal vez eso alivie sus preocupaciones.

-Tal vez sí- contesté, aunque lo dudaba mucho.


Los corrales estaban situados unos cuantos niveles por
debajo de la sala de reuniones y, tal y como había previsto,
la temperatura allí era muy baja. Me estremecí y agradecí la
taza de recafeina que aún tenía en la mano y el bocadillo de
grox salado caliente que Jurgen había conseguido de vaya
usted a saber dónde.

-¿Lo ve?- dijo Kildhar, con el tono y la actitud de quien


señala algo evidente. -Los especímenes están
completamente seguros.

-Cierto, eso es lo que parece- tuve que reconocer.


Miramos hacia abajo, hacia un profundo pozo cuadrado
revestido de ceramita, demasiado resbaladizo como para
que el grupo de hormagantes que pululaban en su interior
pudieran agarrarse a ellas con sus garras, además,
estábamos separados de ellos por un cristal blindado lo
suficientemente grueso como para haber protegido el visor
del conductor de un Leman Russ. Por debajo de las bestias y
sobre ellas, unas mallas de acero cubrían la cámara,
crepitando de vez en cuando las parte de la energía que
corría por ella se filtraba al aire frío y húmedo, eso por si
acaso se las arreglaran para subir.

-Por supuesto, los genestealers podrían haber


trepado y escapado de esta cámara en un abrir y
cerrar de ojos, pero los hormagantes no están tan
adaptados para las escaladas.

-Por esa razón me pareció que, de momento, lo más


prudente era restringir nuestras investigaciones a los
hormagantes- dijo Sholer, -dado lo relativamente fácil
que es mantenerlos encerrados.

-Algo muy prudente- coincidí con tacto, dado que


parecían estar realmente decididos a seguir adelante,
cortejando al desastre. Los termagantes son capaces de
disparar, los genestealers ya habían demostrado
sobradamente que eran capaces de liberarse y la mayoría
de las otras criaturas congeladas eran capaces de excavar
su camino hacia la libertad, lo suficientemente fuertes como
para rasgar directamente las paredes, o podían
comunicarse directamente con la mente colmena, y ninguna
de tales perspectivas eran particularmente tentadoras en
aquellos momentos.

-Entonces no veo ninguna razón para no colocar a los


hormagantes que hemos capturado hoy en una
cámara adyacente- dijo Kildhar, volviendo de nuevo al
tema que realmente la interesaba. Yail y yo nos volvimos
hacia Sholer, con la esperanza de que fuera capaz de
convencerla para que abandonara todo el asunto, pero, para
nuestra mutua sorpresa, el apotecario pareció dudar.

-Tal vez podamos quedarnos con los hormagantes-


comentó pensativo, mientras Yail y yo nos mirábamos con
una mezcla de consternación e incredulidad.

-Le recuerdo que hace tan solo unos minutos dijo que
el riesgo era inaceptable- expuse. El apotecario asintió,
mientras meditaba su respuesta.
-Así es- respondió lentamente, -pero, pensándolo bien,
la magos Kildhar sigue presentando unos
argumentos muy convincentes. No cabe la menor
duda de que el tiempo es esencial y nuestro trabajo
sería mucho más rápido y eficaz si tenemos a manos
las instalaciones del analyticum.

-¿Y los otros especímenes?- preguntó Yail, un instante


antes de que pudiera hacerlo. -¿Los purgamos?

-Para nada- dijo Kildhar. -De momento, podemos


dejarlos en la cosechadora y estudiarlos allí.

-Preparados para ser absorbidos por un enjambre en


cuanto llegue la segunda oleada- dije, sin hacer el más
mínimo esfuerzo por ocultar lo que pensaba al respecto.

-Podemos tomar las adecuadas precauciones- explicó


Kildhar, -como ya hemos hecho con los especímenes
recuperados de la bio-nave. He dado instrucciones al
capitán de la cosechadora para que anule los seguros
de núcleo de energía de los motores. Si llegara a ser
necesario, podríamos detonarlo y esterilizar la carga.

-Eso podría funcionar- tuve que conceder de mala gana.


No era de extrañar que el capitán de la gigantesca máquina
pareciera tan angustiado.

-Lo hará- me aseguró la magos, probablemente


confundiendo mi concesión con aprobación.
Me volví hacia Sholer. -¿Debo entender que ya se han
realizado los arreglos necesarios en el congelador?

-En cierto modo- contestó el apotecario. -La sugerencia


del archimagos Dysen era, en esencia, muy acertada.
Los reactores han sido reconfigurados para evacuar
plasma puro directamente a la cámara, para que
vaporice casi instantáneamente todo lo que haya en
ella. La única parte del proceso que requirió algo más
de tiempo fue la excavación de unos conductos para
aliviar la presión hacia la superficie, para que el
vapor en rápida expansión tenga a donde ir- explicó,
permitiéndose una leve sonrisa, una expresión que
normalmente no se asocia a un miembro del Adeptus
Astartes. -Sería irónico destruir el santuario mientras
lo intentamos salvar.

-Así es- dije, no tan tranquilo como me hubiera gustado. -


Esos conductos de ventilación. No serán lo
suficientemente grandes como para que algo se
arrastre por ellos, ¿verdad?

-Concédanos algo de crédito, comisario- contestó


Kildhar. -Por supuesto que no- prosiguió, pero luego dudó
un instante. -Bueno, puede que algunos de los
organismos más pequeños pudieran caber, pero
hemos colocado rejillas en ambos extremos de los
conductos. Y, de todas formas, no hay nada ahí abajo
que vaya a moverse, están todos congelados.
-Eso es cierto- dije. -Pero también me preocupa que
pueda entrar algo desde el exterior.

-Si lo hacen, serán vaporizados junto a los demás-


señaló Yail. -Pero, de todos modos, me aseguraré que
se destinen servidores de combate para que cubran
la salida a la superficie de los conductos de
ventilación.

-Entonces creo que todos estamos de acuerdo- dijo


Sholer, aunque él parecía ser el único que opinaba eso. -
Trasladaremos a los hormagantes que la magos
Kildhar ha capturado al corral adyacente y
continuaremos nuestras investigación durante todo
el tiempo que podamos.

A continuación, se volvió hacia Yail, que todavía parecía


debatirse entre la lealtad a su capítulo y el simple sentido
común. Desgraciadamente, como siempre sucede con los
marines espaciales, la lealtad se impuso.

-Yo me encargaré de la seguridad- dijo Yail, sin que todo


el asunto acabara de agradarle.

-Entonces ya no tenemos de que preocuparnos-


concluyó inexpresivamente Sholer y se volvió hacia Kildhar.
-Deseo que comprenda que, aunque por el momento
me hayan convencido sus argumentos, en el
momento que vea el más mínimo indicio de peligro
para este santuario o para las personas que lo
habitan, vaporizaré hasta el último ejemplar.
-No esperaba menos- dijo Kildhar, asintiendo con fuerza.
CAPÍTULO VEINTIDOS
-Están completamente locos- le dije a Zyvan a través del
enlace de vox, sin que me importara un pimiento si alguien
pudiera estar escuchando la transmisión. -Ahora que ya
estamos seguro de eso, necesito un transbordador
aquí lo antes posible.

Y a poder ser, por supuesto, antes de que ocurriera lo


inevitable, el santuario fuera invadido y todo el mundo
devorado, yo mismo incluido. Pero no tenía ningún sentido
que pareciera que estaba deseando huir presa del pánico,
aunque aquella fuera la pura verdad, así que tuve que
añadir algo más.

-Ya he perdido demasiado tiempo lejos de la guerra


real.

-No te preocupes, Ciaphas- me aseguró Zyvan, con un


leve toque de diversión en su voz. -Estarás de vuelta en
la nave antes que llegue la siguiente oleada. Has
luchado contra los tiránidos más veces que
cualquiera de nosotros y necesitaré de tu experiencia
en el centro de mando cuando volvamos a
enfrentarnos a ellos.

Aquellas palabras me supusieron un tremendo alivio. Pese a


todas mis reticencias de estar a bordo de una nave espacial
mientras se aproximaba la flota tiránida, seguía siendo
preferible a quedar atrapado en tierra una vez
desembarcara el grueso del contingente invasor. En el peor
de los casos, si la Armada se veía obligada a romper el
contacto y a huir, yo podría escapar con ellos en lugar de
quedar varado en un mundo condenado a ser devorado.
Eso, a no ser que los monstruosos seres que había
entrevisto en las pictografías de la flota de reconocimiento
tau no me alcanzaran primero…

Dividido entre aquellas dos pesadillas, vacilé durante un


momento, pero finalmente se impuso la razón. En el
santuario corría claramente peligro y todo por la imprudente
insistencia de Kildhar de introducir en el interior las
criaturas que había capturado. Además, era inútil
preocuparse por algo que sólo podría ocurrir en el futuro.

-Estaré esperando en la plataforma de aterrizaje- dije.


Zyvan se sonrió, claramente pensando que yo estaba
ansioso por volver a la lucha.

-Te aburrirás bastante- contestó. -La Armada tardará


un tiempo en tener alguna lanzadera disponible.
Ahora mismo, todas se están rearmando y
reabasteciéndose, antes de que los tiránidos vuelvan
a atacar. La prioridad para asignar alguna para
transportar a alguien es muy baja, incluso si ese
alguien eres tú.

Mierda, pensé. Parecía que iba tener que seguir allí


atrapado al menos durante varias horas. Sin embargo, no
tenía sentido parecer irritado por la noticia, ya que se
suponía que yo era un Héroe Imperial que siempre
anteponía el deber a todo lo demás, así que adopté un tono
de alegre resignación.

-Eso no hace falta ni que lo diga- dije con


despreocupación. -Pero esta vez, traten de no empezar
sin mí.

-Haremos todo lo posible- me aseguró Zyvan, -y te


avisaremos en cuanto tu transporte esté en camino.

Lo cual, supongo, era lo máximo que podía esperar.

-Lamento molestarle, señor- dijo Jurgen, con su peculiar


olor filtrándose en la habitación que habían puesto a mi
disposición uno o dos segundos antes que él. Como la
mayoría de habitaciones para invitados del Adeptus
Mechanicus de las que me había visto obligado a disfrutar a
lo largo de los años, estaba limpia, tenía una disposición
ergonómica y era curiosamente deprimente; lo más
parecido a un toque humano era un icono devocional con el
engranaje dentado situado en uno de los rincones. -El
apotecario Sholer ha pensado que tal vez le gustaría
echar un vistazo a los hormagantes recién llegados a
los corrales.

-Supongo que debería- contesté, algo más animado al


observar que mi ayudante, en lugar de dejarlo en un rincón
de la habitación contigua que habían puesto a su
disposición, seguía llevando su melta. Zyvan y el almirante
[158] querrían que les proporcionara un informe tan completo
como fuera posible de lo que estaban tramando el
Mechanicus y los Recobradores y que yo inspeccionara las
medidas de seguridad que hubieran podido tomar para
mantener encerrados a los especímenes recién llegados,
para tranquilizarlos, aunque, sinceramente, dudaba mucho
que aquello llegara a tranquilizarme a mí. Toda aquella
empresa llevaba la palabra Catástrofe escrita por todas
partes y lo mejor que yo podía hacer era estar todo lo lejos
posible antes de que todo saltara en pedazos.

[158] La primera vez que menciona directamente al oficial naval al mando de la


flota, el almirante Boume, un comandante muy condecorado y respetado. Caín
le había enviado una copia de cada uno de los informes que enviaba al Lord
General Zyvan, pero el almirante y Caín no parece que llegaran nunca a
encontrarse cara a cara, algo lógico, ya que Caín estuvo adscrito a la Guardia
Imperial durante todo su tiempo de servicio y la Armada tiene sus propios
comisarios asignados.

No puedo negar que, con mi ayudante con el melta colgado


al hombro, me sentí algo más animado dado el lugar al que
nos dirigíamos, e incluso llegué a saludar afablemente con
un gesto de cabeza a algunos de los skitarii que patrullaban
en parejas los corredores con aspecto algo tenso. Estaba
claro que les habían instruido para que estuvieran
preparados para los problemas, algo que reconfortó en
parte al saber que no me iban a dejar solo si llegaba a
suceder lo peor (o mejor dicho, cuando probablemente
ocurriera lo peor), aunque seguía aferrándome
obstinadamente a la esperanza que ya me habría ido
cuando ocurriera.

Kildhar y Sholer nos esperaban en la galería de observación.


Al entrar, eché un vistazo al corral que tenía debajo,
esperando ver al mismo enjambre de hormagantes que
había visto la última vez que estuve allí. Sin embargo, en
lugar de estar caminando en el interior de la jaula, o
sentados en los rincones, todo se habían agrupado en un
rincón, alzando las cabezas, como si estuvieran olfateando
el aire.

-¿Qué les pasa?- pregunté.

-Eso es justo lo que estábamos discutiendo- dijo


Sholer. -Anteriormente, nunca habíamos observado
este comportamiento.

-Están percibiendo la presencia de los nuevos


especímenes- señaló Kildhar, con un más que evidente
esfuerzo para modular su voz; estaba tremendamente
emocionada [159] ante la perspectiva de probar sus teorías.

[159] Casi seguro que, en buena parte, es una licencia poética por parte de
Caín, ya que una tecno-sacerdote de su veteranía y estatus, tendría algo más de
práctica ocultando sus emociones.

-Y hablando de ellos- dije, -¿dónde están?-. Hasta


donde podía ver, la jaula adyacente estaba vacía, a menos
que tuvieran un lictor especialmente bien camuflado
escondido en su interior.

-Ya están en camino-, me aseguró Kildhar, dirigiéndose


hacia un panel de control situado en la pared, debajo de la
plancha de cristal blindado. Pulsó un par de interruptores y
una de las paredes del corral vacío se deslizó hacia un lado,
revelando un oscuro túnel. Un momento después, un
torrente de hormagantes entró en la cámara y la escotilla se
cerró silenciosamente tras ellos. -Estarán desorientados
durante unos minutos- explicó la magos biologis-,
explorando lo límites y buscando una salida.

-Pues a mí no me parece que estén desorientados-


dije, mientras toda la manada se arremolinaba en el corral
para lanzarse contra la pared que los separaba de los
termagantes del corral adyacente. Esos también se
animaron y comenzaron a atacar la barrera con sus garras
de guadaña, aparentemente sin que les disuadiera su falta
de éxito al intentar atravesarla.

-Fascinante- dijo Kildhar. -Están tratando de unirse, de


formar un grupo más fuerte.

-Algo que sería muy mala idea- les recordé a todos, por
si acaso habían olvidado algo tan básico.

-Sí que lo sería- estuvo de acuerdo Sholer, con casi toda


su atención puesta en el incomprensible flujo de iconos y
texto que corrían tan rápido por la pictopantalla que tenía
frente a él que era prácticamente ilegible.

El marine espacial miró a Kildhar, que, si cabe, parecía aún


más absorta mientras contemplaba los parpadeantes datos
que fluían frente a ella.

-Detecto una mayor actividad en los ganglios basales


de todos los sujetos monitorizados.
-Yo también- respondió la magos, -aunque, dado que
sólo tuvimos tiempo para implantarlos medidores
externos, los resultados de los especímenes recién
capturados serán menos completos y posiblemente
menos fiables.

-¿Le importaría a alguno de ustedes explicarme que


está pasando?- pregunté, añadiendo algo
apresuradamente, en cuanto vi que Kildhar abría la boca
para responder. -En términos sencillos, por favor.

-Estamos intentando monitorizar la actividad cerebral


de las criaturas, algo que ha cambiado
significativamente en cuanto ambos grupos se
apercibieron de su mutua presencia- me contestó. -Es
una tarea de extrema complejidad- añadió tras una
breve pausa, algo que, en la práctica, significaba que me
callara y los dejara trabajar.

Miré hacia abajo y vi unas pequeñas cajitas de metal, del


tamaño de una placa de datos, remachadas a los
caparazones de los recién llegados. Los hormagantes
descongelados no lucían tales “adornos”, pero me pareció
detectar algunos pequeños daños en la quitina de sus
cabezas, como si recientemente les hubieran abierto
algunas heridas punzantes en ellas y sólo se hubieran
curado parcialmente [160].

[160] Posible, pero muy poco probable. Probablemente, la imaginación de Caín


estaba llenando un vacío, tal vez tras haber creído la insinuación de Kildhar de
que había logrado implantar quirúrgicamente un sofisticado equipo de control
en los tiránidos extraídos del congelador.
-Parecen muy alterados- señalé. Ambos grupos seguían
lanzándose con absoluta determinación contra el muro que
los separaba, pero, afortunadamente, apenas estaban
logrando causar algún daño a la gruesa losa de ceramita.

-Como ya predije- dijo Kildhar, -sienten el impulso de


unirse. Cuando lo hagan, su actividad cerebral
debería sincronizarse.

-Menos mal que no lo van a lograr- apunté, justo


cuando la magos pulsó otro interruptor. La pared entre las
dos jaulas comenzó a hundirse en el suelo y ambos grupos
de hormagantes se volvieron aún más frenéticos, si cabe,
saltando y forcejando unos con otros por ser los primeros en
llegar a lo alto.

-¡Qué demonios se cree que está haciendo!

-¡Recoger datos!- me espetó Kildhar. -¡Podríamos estar


a punto de salvar la galaxia!

-¡Y también podría estar a punto de matarnos a


todos!- repliqué, lanzándome hacia los controles, pero
Sholer fue más rápido y pulsó el interruptor con su dedo
cubierto de ceramita. Con las prisas, el apotecario se
excedió un poco, abollando el panel de control y provocando
una lluvia de chispas en el maltratado equipo. El muro en
descenso se detuvo, se elevó unos centímetros y luego se
quedó atascado, lo suficientemente bajo como para que
ambos grupos pudieran saltarlo con facilidad.
-Esto no fue lo que acordamos- retumbó la voz del
marine espacial, con un tono aún más profundo de lo
habitual.

-Éste, obviamente, es el siguiente paso a dar- replicó


Kildhar. -Necesitamos datos fiables sobre cómo se
mezclan las conciencias dentro del enjambre.

Los dos se miraron fijamente, mientras yo permanecía


indeciso, preguntándome cual sería la mejor forma de
intervenir sin que me convirtiera en el pararrayos de las
exacerbadas emociones de ambos. Kildhar sería
relativamente inofensiva, a pesar, sin duda, de los muchos
augméticos de los que dispondría, pero un marine espacial
enojado era una fuerza a tener en cuenta, preferiblemente
desde una considerable distancia. Por otra parte, todo
aquello estaba quedando grabado para su posterior análisis
y no quedaría muy bien que me pillaran con el paso
cambiado, en lugar de hacer algo drástico para que ambos
entraran en razón.

-¿Se suponía que debían estar matándose entre


ellos?- preguntó Jurgen, llamando la atención de todos.

Aliviado por aquella fortuita interrupción, me volví para


mirar. Mi ayudante tenía razón: las criaturas del interior de
los corrales unidos se estaban desgarrando las unas a las
otras con toda la ferocidad de la que eran capaces y dado
que eran hormagantes en pleno frenesí alimenticio, esa era
mucha. El icor y las entrañas volaban por todas partes,
mientras las escurridizas pesadillas se acuchillaban y
mutilaban entre ellas en lo que me pareció una
indiscriminada orgía de derramamiento de sangre.

-No deberían- dijo Sholer, mirando pensativamente la


carnicería que se estaba desarrollando a sus pies mientras
su ira era sustituida por la curiosidad tan rápido como si
hubieran pulsado un interruptor.

-No lo entiendo- se quejó Kildhar, con una nota de


desconcierto en su voz. -Todos los datos que hemos
reunido sugieren que sus mentes deberían haberse
fusionado en cuanto se reunieron.

-Tal vez necesiten la intervención de un organismo


sináptico que facilite la fusión- sugirió Sholer.

-Puede que no se caigan bien- intervino Jurgen, yendo a


lo esencial, como de costumbre.

-Puede que no se caigan bien- estuvo de acuerdo Sholer,


para mi mayúscula sorpresa. -Siempre hemos pensado
en los tiránidos como una amenaza única y
homogénea, pero hay algunos magos biologis que
defienden la idea de que las diferentes flotas
colmena compiten entre sí por las presas [161]. Una
teoría sobre la que ahora mismo ya no soy tan
escéptico.

[161] Una teoría que cuenta con muchos seguidores entre el Ordo Xenos,
aunque está lejos de ser universalmente aceptada. Algunos incluso opinan que,
si los tiránidos alguna vez lograran devorar todo rastro de vida en la galaxia, las
flotas colmena se lanzarían unas contra otras con idéntica facilidad, hasta que la
última superviviente hubiera logrado absorber para ella toda la biomasa
disponible.

-Porque, definitivamente, son de diferentes flotas-


afirmé, comprendiendo finalmente lo que sucedía. Al mirar
la melé de bestias cubiertas de icor, pude distinguir
fácilmente a los dos grupos de luchadores: los hormagantes
descongelados tenían el mismo esquema moteado en el
tórax que recordaba tan bien de Nusquam Fundumentibus,
mientras que los recién llegados tenían franjas más oscuras
en el caparazón y en los bordes de sus garras. En aquellos
momentos, algo en aquella combinación de marcas me
resultó vagamente familiar, aunque no fui capaz de precisar
donde lo había visto antes. Para aquellos días yo ya me
había encontrado con tiránidos en al menos una docena de
ocasiones y la desconcertante variedad de colores y matices
que había visto en tales criaturas se había mezclado
completamente en mi mente.

-Así es- dijo Sholer.

-¡Tenemos que detenerlos!- gritó Kildhar, mientras


miraba la carnicería que se estaba desarrollando a sus pies.
-¡Antes de que los perdamos a todos!

-Pues buena suerte con eso- dije, reacio a intentar


separar a los combatientes. De hecho, cuantos más se
mataban entre ellos, más me iba gustando. Los recién
llegados parecían estar llevándose la mejor parte, algo que
no era de extrañar, dado que superaban a los otros en
número casi dos a uno. Mientras los observaba con una
horrorizada fascinación, el último de los hormagantes
descongelados cayó cuando le arrancaron la cabeza,
mientras otro de sus atacantes le abría el tórax de un solo
tajo, desde el cuello hasta la raíz de la cola. -Quizás se
calmen algo cuando hayan comido.

-Pues no parecen demasiado hambrientos- dijo Jurgen,


ligeramente sorprendido, algo por lo que no podía culparle.
Según nuestras anteriores experiencias, los hormagantes
son poco más que un hambre voraz con patas y como yo,
esperaba que, los que aún permanecían con vida,
comenzaran a atiborrarse inmediatamente con los
cadáveres que rodeaban. Sin embargo, la media docena que
los supervivientes de la corta y despiadada pelea en los
corrales de retención parecía tener otras ideas, e ignoraron
la carroña que tan ferozmente se habían ganado para unir
sus fuerzas para lanzarse contra el muro a la barrera
parcialmente replegada que los había separado de sus
recién descongelados adversarios.

-No, no lo parece- estuve de acuerdo, mientras, por lo que


puede ver, los hormagantes comenzaban a lanzarse contra
el muro con la misma determinación y escaso éxito como
antes.

-¿Qué pretenden ahora?

Algo en el lugar que habían elegido me inquietaba, aunque


sabría explicar el por qué. Por lo que pude ver, se trataba de
una pared como las otras, sin nada que la diferenciara, pero
había algo que había atraído a las bestias directamente
hacia ella.
-Están tratando de abrirse paso hasta el túnel de
acceso- indicó Kildhar, completamente desconcertada. -
Pero deberían estar actuando instintivamente, sin
mostrar signo alguno de inteligencia.

-Pues tal vez no se hayan enterado- la corté secamente.


Entonces me asaltó un pensamiento alarmante. -La pared
aguantará, ¿verdad?

-Por supuesto- me aseguró, con total confianza. –Las


cerraduras sólo pueden abrirse desde aquí arriba-
explicó, señalando el panel de control con la cicatriz hecha
por el guantelete de Sholer, de la que aún salía una fina
columna de humo. Su expresión vaciló. -Oh.

-Hermano sargento Yail, reúnete conmigo en el


cryogenitorum- llamó Sholer, tras haber evaluado la
situación de inmediato y ya camino de la puerta. Miré hacia
abajo y mis peores temores se hicieron realidad: mientras
hablábamos, los tiránidos habían logrado abrir parcialmente
el panel deslizando y una rugosa y sinuosa cola desapareció
por el hueco mientras miraba. -Comisario, ¿se unirá a
nosotros?

-Sin la menor duda- dije, incapaz de encontrar en tan solo


un segundo una excusa válida que sonara mínimamente
convincente, incluso para mí. Me apresuré a correr detrás
del marine espacial, con la tranquilizada presencia de
Jurgen pisándome los talones y dejando a Kildhar con la
mirada perdida en el caos de los corrales, sin duda aún
preguntándose que podría haber salido mal.
La caverna bajo el santuario seguía tan fría como recordaba
y las superficies bajo mis pies, igualmente traicioneras.
Afortunadamente, la ruta por la que Sholer nos había
llevado hasta allí llegaba hasta la superficie helada, en lugar
de obligarnos a arriesgar nuestras vidas sobre un estrecho y
resbaladizo puente, algo que nos llevó a la salida del edificio
de donde le había visto salir la primera vez que hablamos
en Fecundia.

-Por allí- dijo Jurgen, adelantándose sobre el helado suelo


con la seguridad que tan sólo puede tener un valhallano en
temperaturas bajo cero. Los hormagantes estaban reunidos
a unos cien metros, picando el hielo con sus garras. -
Parece que están cavando.

-Están tratando de revivir algo- adiviné, recordando a


los tiránidos que había visto en Nusquam Fundumentibus
haciendo precisamente lo mismo. En aquella ocasión habían
liberado una bioforma particularmente grande y
desagradable que había tratado de hacerme papilla a mí, a
la escuadra que me acompañaba y a nuestro vehículo de
transporte, algo que casi con toda seguridad habría logrado
de no ser por la afortunada intervención del piloto de un
Valkyrie que pasaba por allí con uno o dos misiles de sobra.
Un recuerdo que estaba lejos de ser agradable.

-O de matarlo- dijo Sholer, acelerando su paso para seguir


a Jurgen, algo que con su servoarmadura debió resultar
ridículamente sencillo. Yo me tambaleaba tras ellos, no del
todo descontento de tener un marine espacial entre las
bestias asesinas y yo, pero reacio a quedarme demasiado
atrás en el caso de que nos flanquearan. Si me separaban
de los demás, sería presa fácil y me destrozarían antes de
que mis compañeros tuvieran la oportunidad de intervenir
para ayudarme

Y no es que aquellas horribles criaturas parecieran estar a


punto de atacarnos, ya que seguían empeñadas en utilizar
como picos sus grotescamente alargadas extremidades
delanteras, pero nunca hay nada seguro de los tiránidos,
como ya he podido comprobar en más de una ocasión.

Desenfundé mis armas, las dos completamente cargadas y


listas para su uso, sintiéndome mucho mejor en cuanto
sentí su familiar peso entre mis manos. Jurgen apuntó su
melta y disparó a la criatura más cercana. El disparo salió
un poco desviado, algo que no era de extrañar dado que
había apretado el gatillo mientras corría, pero logró rozar a
uno, levantando al tiempo una espesa nube cuando el hielo
que rodeaba a la bestia se convertía en vapor. La niebla
resultante quedó suspendida en el aire durante un segundo,
cubriéndolo todo y convirtiendo a la prole en un masa en
movimiento apenas visible.

-¡Nos atacan!- advirtió Sholer, desenfundado su pistola


bolter con un único y suave movimiento y plantando un par
de proyectiles con cabeza explosiva en el centro del tórax
del primer hormagante que surgió de entre la niebla. Jurgen
se arrodilló, estabilizó su voluminosa arma y derribó a otro,
espesando la neblina con una nueva nube de vapor
producida por su disparo.
-Use el fusil láser- le indiqué, mientras disparaba un par de
veces contra la sombra que me pareció estar más cercana,
aunque ninguno de ellos pareció tener el más mínimo
efecto. -Sus disparos con el melta les está proporcionando
algo con lo que cubrirse.

Y eso, por supuesto, por no hablar del riesgo de que algún


fallo descongelara a alguna otra de aquellas horribles
criaturas.

Después de alcanzar a mis compañeros, me puse espalda


contra espalda con Sholer, una mole que me parecía
tranquilizadoramente inexpugnable, blandiendo mi espada
sierra en un movimiento defensivo diseñado para
protegerme de cualquier cosa que pudiera saltar
repentinamente de la oscuridad.

-Tiene razón, señor- asintió Jurgen, tan imperturbable


como de costumbre, soltando el melta mientras hablaba. El
arma siseó al tocar el hielo, creando un pequeño banco de
niebla que comenzó a disiparse rápidamente. Ya sólo me
quedaba esperar que la cobertura que había creado
inadvertidamente para nuestros atacantes, hiciera lo mismo
por nosotros antes de los tiránidos pudieran aprovechar su
ventaja. Un momento después, escuché los crujidos de su
arma estándar de la Guardia disparando precisas ráfagas,
con sus secos chasquidos resonando por toda la gruta de
hielo artificial.

Cuando la niebla se disipó, comenzamos a ver nuestros


objetivos con más claridad. Por desgracia, eso significaba
que ellos también podían vernos a nosotros, lo cual era
mucho menos alentador. Toda la manada comenzó a
avanzar, con una espesa baba deslizándose por sus fauces
abiertas que se iba congelando alrededor de sus hocicos,
junto a la sangre y los restos de vísceras depositadas allí
durante su breve combate en los corrales de retención.

Me preparé para hacer frente a la carga, confiando en que


mis reflejos de duelista bastaran para evitar que el primer
hormagante que se me acercara me arrancara la cabeza de
un manotazo, pero el frío helador me estaba afectando
seriamente, y su golpe acabó atravesando mi andrajoso y
desgarrado abrigo, y ralentizando mis movimientos
mientras me arrancaba el calor de la sangre.

Efectué un par de disparos con mi pistola láser, más con la


esperanza de hacerlo retroceder que de derribarlo, aunque,
por experiencias anteriores, una vez que un tiránido capta
en sus fosas nasales el olor de una presa, es necesario
mucho más que una simple descarga láser pasando junto a
su oreja para disuadirlo. Jurgen consiguió derribar a uno de
aquellos esquivos monstruos con una ráfaga sostenida de
su fusil láser, algo que debió agotar su célula de energía
más rápido de lo que seguramente le habría gustado, ya
que la dejó caer sobre el hielo y encajó una nueva con un
único y fluido movimiento, todo sin apartar sus ojos de la
abundante selección de objetivos que se abalanzaba contra
nosotros. La pistola bolter de Sholer volvió a tronar y una
cabeza alargada explotó, aunque el cuerpo al que estaba
unida siguió avanzando un par de pasos antes de estrellarse
contra el hielo esparciendo cristales de hielo y un torrente
de icor que se congeló rápidamente.
-Son demasiados- exclamé, alzando mi espada sierra para
rechazar un tajo de la bestia líder. Se habían dividido
mientras cargaban, rodeándonos para flanquearnos, tal y
como me había temido unos momentos antes, pero ahora
nos rodeaban a los tres, no sólo a mí. De alguna manera,
estar a punto de morir en compañía de amigos, no parecía
una gran mejora, aunque supuse que aquello me
proporcionaría al oportunidad de pronunciar unas últimas
palabras. No es que nadie fuera a sobrevivir para
recordarlas y lo único que se me ocurrió en aquel momento
fue un sincero: -¡Que te jodan!- al que estaba intentando
cerrar sus fauces alrededor de mi garganta mientras yo le
atravesaba con la hoja giratoria de mi espada sierra, para, a
continuación, arrancarla entre un chorro de vísceras y
girarme para enfrentar al siguiente ataque. Tal y como me
temía, mis reflejos eran dolorosamente lentos y hubiera
perdido la cabeza de no haber resbalado y tropezado sobre
el hielo en el último momento. La garra guadaña que
pretendía esquivar pasó inofensivamente sobre mi cabeza
mientras yo me intentaba incorporar para golpear el bajo
vientre del hormagante, momentáneamente al descubierto.

-¡Quédate agachado!- me gritó una nueva voz,


potenciada por el amplificador de un casco, e hice lo que
me sugirió, llenándome la boca de cristales de hielo
mientras intentaba pasar lo más desapercibido posible. El
inconfundible sonido de unos bolters disparando,
superpuestos en breves ráfagas, destrozaron mis tímpanos
y comencé a rodar por el suelo mientras los destrozados
restos de la bestia al que había estado a punto de golpear
caía en el hielo justo sobre el lugar donde yo había estado
un segundo antes.
Me puse en pie para ver a Yail y a dos de sus hermanos del
Adeptus Astartes acercándose a nosotros, con los cañones
de sus bolters aún humeantes por las ráfagas que había
derribado a toda la manada, sin alcanzarnos a ninguno de
mis compañeros ni a mí, algo que cualquiera que no
estuviera familiarizado con su increíble puntería, hubiera
considerado milagroso. Jurgen también se estaba
levantando, sacudiéndose los cristales de hielo de su
uniforme mientras se agachaba para recuperar su preciado
melta, algo que no podía reprocharle, ya que era mucho
más eficaz contra los tiránidos que su fusil láser (como
fuera, el caso es que ya no podría proporcionales un lugar
donde esconderse).

-Sargento Yail- dije. -Me alegro de verle.

Unas palabras que, por supuesto, apenas expresaban lo que


realmente sentía, pero yo tenía una reputación de sangre
fría que mantener y en aquel momento, cuando el peligro
ya había pasado, no tenía sentido ser demasiado efusivo.

-Yo también- añadió Sholer. -Aunque esperaba que


tardaríais algo menos en llegar.

-Mis disculpas por las molestias, apotecario- contestó


Yail, con un tono carente de todo rastro de sarcasmo que yo
pudiera detectar. -Nos llevó un cierto tiempo atravesar
los sistemas de seguridad.

-Creí que tenían acceso total- dije, sorprendido. Yail


asintió.
-Lo tenemos, sin embargo, la magos Kildhar ordenó
el cierre total de los niveles inferiores. Eso
obstaculizó nuestro avance.

-Bueno, no puedo reprocharla ser cautelosa- dije, -


aunque no haya elegido el mejor momento.

Aunque, mientras hablaba, algo me comenzó a molestar.


Teniendo en cuenta sus anteriores imprudencias al llevar los
tiránidos al interior del santuario, eso por no hablar de los
genestealers que había estado criando, aquel repentino
estallido de prudencia y sentido común parecían, como
mínimo, fuera de lugar en ella. Pero tal vez la conmoción de
los últimos acontecimientos, le habían hecho sentarse para
disfrutar de una taza de recafeina (algo que yo ya había
hecho, dejando allí la taza).

-¿Alguna idea sobre que narices estaban tratando de


desenterrar esos hormagantes?- preguntó Jurgen,
pasándome un termo del que manaba un seductor vapor
mezclándose en el aire helado. Si no conociera bien sus
notables habilidades para neutralizar los poderes psíquicos,
a veces llegaría a jurar que mi ayudante era capaz de leer la
mente.

-Lo cierto es que no- dije, acercándome cautelosamente


al agrietado hielo que tanta determinación habían estado
picando. Gracias al Trono, no habían logrado profundizar
demasiado, de hecho, apenas habían arañado la superficie,
pero estaba muy claro lo que estado buscando.
-¡Por el Sagrado Trono de Terra, es un fragmento de
la bio-nave!
CAPÍTULO VEINTITRES
-¿Y para qué querrían desenterrarlo?- preguntó Jurgen,
frunciendo el ceño para mostrar su perplejidad.

-Supongo que para matarlo- contesté. -Ya vio lo que


les hicieron a los hormagantes del otro enjambre.

-Pero, ¿cómo sabían que estaba aquí?- insistió mi


ayudante.

-Esa es una muy buena pregunta- dijo Sholer. Jurgen


pareció ligeramente sorprendido y, un momento más tarde,
encantado consigo mismo, ya que, en el mejor de los casos,
los elogios por parte de un marine espacial son algo muy
raro, y más aún los dirigidos a mi ayudante. -Pero parece
que flota colmena conoce su existencia, aunque esté
inactiva [162].

[162] A día de hoy, sigue sin determinarse exactamente cómo, a pesar de los
múltiples esfuerzos de los cientos de magos biologis que actualmente trabajan
para el Ordo Xenos; pero en aquellos entonces, apenas teníamos una aún más
que rudimentaria comprensión de cómo la mente colmena percibe todo lo que la
rodea.

-Eso significa que los tiránidos seguían actuando por


mero instinto cuando entraron aquí a saco- apunté,
contentó de poder descartar la presencia de una criatura
sináptica oculta en algún lugar del santuario.

Sholer asintió.

-Eso parece- dijo, volviéndose para guiarnos hacia la


salida. -Pero las implicaciones son inquietantes.

-Eso seguro- coincidí, aunque mi mente estaba más


concentrada en volver a la calidez de los niveles superiores
que en las posibles implicaciones de lo que habíamos
descubierto. Si me preguntan lo que opinaba en aquellos
momentos, les diré que ya habría tiempo más que suficiente
para hablar de ellas cuando nos hubiéramos descongelado.
Alcancé el pomo de la gruesa puerta y tiré de él. No quiso
ceder.

-Permítame- se ofreció Sholer, levemente divertido.


Extendió su mano y colocó sobre la placa lectora de códigos
genéticos. Sin embargo, en lugar de registrar su presencia,
el espíritu máquina permaneció sordo y la puerta siguió
cerrada. -Anulación- ordenó, -Sholer, apotecario de los
Recobradores.

-Bloqueo activado- respondió el espíritu máquina con el


zumbido de un codificador de vox que me recordó mucho al
de Dysen [163]. -Reconocimiento de voz suspendido.
Reconocimiento de código genético suspendido.

[163] Y a la de otros miles de millones de tecno-sacerdotes repartidos por toda


la galaxia.
-¿Cómo han conseguido pasar ustedes?- le pregunté a
Yail. El marine espacial se encogió de hombros, algo digno
de ver en un Adeptus Astartes con su servoarmadura.

-La forcé- dijo, algo que ya me esperaba. -Pero no fue


nada complicado desde el otro lado.

-Supongo- estuve de acuerdo. Sus compañeros y él


habrían apoyado todo su peso contra el otro lado de la
puerta, mientras que en éste, el pomo era el único punto de
apoyo. Sólo uno de los marines espaciales podría tirar a la
vez y, dada su sobrehumana musculatura, complementada
por la fuerza extra proporcionada por su servoarmadura, lo
más probable es que lo único que consiguieran sería
arrancarlo de un tirón.

-Yo puedo abrirla- se ofreció Jurgen, llevándose el melta al


hombro. Sholer asintió con aprobación.

-Y más rápido que con los bolters- estuvo de acuerdo.

-¿Eso no les proporcionará vía libre al suntuario si


alguno revive?- pregunté.

Sholer volvió a ladear la cabeza hacia un lado. -En teoría-


concedió. -Pero no pueden descongelarse mientras la
planta refrigeradora siga operativa. Y siempre se
puede remplazar la puerta.
-Cierto- dije, mi deseo de huir lo más rápidamente posible
de aquel frío superaba cualquier otra objeción que pudiera
tener. –En cuanto estés preparado, Jurgen- señalé y,
anticipándome, cerré los ojos para evitar el cegador destello
que, como de costumbre, atravesó mis párpados con la
misma intensidad que siempre que disparaba su arma
favorita cerca de mí. Sentí la oleada de calor fluir sobre mi
cuerpo, restaurando por fin una apariencia de sensibilidad
en mis entumecidas extremidades.

-Ya está- anunció, algo que no era de sorprender, ya que


había disparado prácticamente a quemarropa. Yo parpadeé
para eliminar las imágenes que bailaban en mis ojos y vi la
gruesa losa de metal medio derretida y colgando de sus
bisagras. Sin decir una sola palabra [164], los dos
Recobradores que acompañaban a Yail se adelantaron,
extendieron sus guanteletes de ceramita para agarrar la
puerta, sus dedos se hundieron en el reblandecido metal y,
con un gemido, similar al de un ser vivo, la losa de metal
finalmente cedió.

[164] Excepto, claro está, que estuvieran hablando entre ellos por los
comunicadores internos de sus cascos.

-¿Adónde vamos?- pregunté, trotando agradecido a través


de la brecha hacia la relativa mejor temperatura del nuevo
corredor se abría más allá, haciendo todo lo posible para
mantener el ritmo de las zancadas sobrehumanamente
largas de los marines espaciales.

-A la capilla de control de la central eléctrica- contestó


Sholer, dispersando a los tecno-sacerdotes de túnicas rojas
que se interponían en su camino como hojas de otoño en
una borrasca mientras se abría paso por el laberinto de
corredores de los niveles inferiores. -Al subnivel tres.

Unas palabras que confirmaron algo que ya me había dicho


mi instinto de rata de túnel, que todavía estábamos muy
por debajo de la superficie. Mientras corría, siguiendo la
estela de los Adeptus Astartes, y debo admitir que estaba
casi sin aliento, porque no suelo hablar mientras corro, puse
a Zyvan al corriente de todo lo que estaba sucediendo.

-Tenías razón, están locos- me respondió el Lord General.


-Cuanto antes vuelvas aquí arriba, mejor.

-Eso mismo pienso yo- asentí, tratando de no jadear


demasiado. Para aquel entonces, nos estábamos acercando
a la capilla de control y aceleré un poco más el paso, reacio
a alejarme de la tranquilizadora mole de los marines
espaciales. Las cabezas de los acólitos que custodiaban el
generotium se giraron en nuestra dirección en cuanto
irrumpimos por la puerta en una brutal ráfaga de armas y
armaduras, visiblemente sorprendidos por nuestra repentina
y poco educada intrusión en una cámara tan sagrada. Al
igual que muchos de sus santuarios, estaba repleto de acero
pulido y luces parpadeantes, con innumerable diales e
interruptores y monitores de visualización sobre las
paredes. En las pictopantallas parpadeaban iconos e
imágenes que no significaban nada para mí, lo cual
probablemente fuera lo mejor para mi tranquilidad.

-Gracias a los circuitos que estáis aquí- dijo Kildhar,


alzando la vista mientras nos movíamos de un lado a otro,
tratando de encontrar un lugar donde colocarnos. La capilla
era bastante grande, pero cuatro marines espaciales
ocupaban mucho sitio, especialmente si blandían sus
bolters, y el melta de Jurgen tampoco era precisamente
compacto. -Este imbécil corrupto no quiere vaciar el
plasma del reactor en el cryogenitorium.

-Bien por él- dije. -Especialmente si tenemos en


cuenta que nosotros estábamos encerrados allí.

-¿Lo estaban?- preguntó Kildhar, que pareció algo


confundida y, a continuación, volvió a su discusión con el
tecno-sacerdote principal presente, algo que nuestra
llegada había interrumpido. -Bueno, ahora ya no, así que
vamos a vaporizar a todas las criaturas congeladas
antes de que nos devoren a todos.

-Esto es un giro inesperado de los acontecimientos- le


murmuré a Jurgen. Las palmas de mis manos volvían a
picarme, una señal en la que había aprendido a confiar. Algo
no iba bien. -Ella estaba empeñada en conservarlos.

Sholer, hasta donde pude entender su expresión, también


parecía desconcertado.

-Con todo el respeto a su excelsa posición, magos-


zumbó el tecno-sacerdote, un cable suelto en algún
codificador de voz había añadido unos chirridos de insecto
que se volvían cada vez más irritantes a cada sílaba. -
Tenemos entendido que el reactor sólo debe ser
ventilado si los especímenes actualmente
criogenizados representan algún peligro o amenaza
para el santuario.

Si el tecno-sacerdotes todavía hubiera tenido una


mandíbula capaz de moverse, seguramente la hubiera
apretado en ese momento. Cuando un funcionario de rango
medio comienza cualquier frase con un “Con todo el
respeto”, uno debe saber que prefiere darse un baño en una
alcantarilla rebosante de mierda antes que ceder un solo
milímetro en lo que, según su opinión, era lo correcto.

-Pues yo creo que sí- dijo Kildhar. -Y si tú no eres capaz


de efectuar el trabajo, yo sí.

Apartó al incrédulo tecno-sacerdote y activó una serie de


interruptores con la punta de los dedos. Al instante, una
hilera de luces se volvió roja y una sirena de advertencia
comenzó a sonar en algún lugar de las profundidades del
edificio.

-Ese curso de acción es prematuro- intervino Sholer,


mientras un reloj aparecía en una de las pictopantallas,
contando los segundos con lo que me pareció un
innecesario entusiasmo. El marine espacial se dirigió al
tecno-sacerdote. -Aborte la descarga.

Con gesto de alivio, el siervo de túnica roja dio un paso


hacia el atril.
-¡Quieto ahí!- exclamó Kildhar, repentinamente fría y
decidida. -Acabaré con cualquiera que se acerque a los
controles de ventilación.

Mientras pronunciaba esas palabras, sacó de entre sus


túnicas una pistola bolter exquisitamente forjada, eso si las
filigranas e iconografía devocional tan finamente grabadas
en ella eran un detalle indicativo de la calidad del arma, y el
tecno-sacerdote dejó bruscamente de moverse, como si
Kildhar ya hubiera apretado el gatillo. A aquella distancia, si
disparaba, tenía bastantes posibilidades de atravesar la
armadura de los marines espaciales, eso por no hablar de
mi pobre pellejo y me encontré esperando que supiera
manejar la pistola lo suficientemente bien como para no
dispararla accidentalmente.

Por supuesto, uno no puede apuntar a un grupo de Adeptus


Astartes y esperar que ellos se queden de brazos cruzados.
En un abrir y cerrar de ojos, tres bolters y una pistola bolter
la estaban apuntando, mientras los acólitos del genetorium
huían hacia cualquier refugio que pudieran encontrar.

Jurgen también comenzó a alzar su melta, pero le hice un


gesto para que lo bajara. Si alguien tosía, Kildhar quedaría
reducida a un montón de chatarra y despojos en un simple
abrir y cerrar de ojos, pero no le vi el menor sentido a
carbonizar otros de los presentes. Además, la cámara
estaba repleta de múltiples equipos muy delicados
repartidos por toda la sala, todos los cuales, muy
probablemente, deberían mantenerse en una sola pieza si
se querían mantener confinadas las casi inimaginables
energías del reactor de fusión. No tenía la menor objeción a
que vaporizaran a todos los tiránidos, pero la idea de
compartir su destino era considerablemente menos
atractiva.

-Magos- dije, tratando de mantener en mi voz un tono


conciliador, -todo esto me parece innecesario.

Kildhar me lanzó una fulminante mirada de desprecio. -


¿Aún no lo ha entendido?- preguntó. -Todo encaja.

-Por supuesto- continué con tono conciliador y todas las


piezas finalmente encajaron en mi mente, mientras me
preguntaba cómo podría haber estado tan ciego. -Usted
también estaba en el Engendro de Condenación. No
es de extrañar que estuviera tan interesada en
preservar a los siervos infectados y traerlos aquí.

-No estoy seguro de entender lo que está diciendo,


señor- dijo Jurgen, frunciendo el ceño, lo que hizo que
algunas ronchas se desprendiera de su piel.

-Los siervos no fueron los únicos de los que se


adueñó la mente de la prole- expliqué. -Permitieron
que los llevaran a Fecundia, conocedores de que el
de más rango de los que supuestamente les
estudiaban también formaba parte de ella y que toda
la supuesta investigación no era más que una simple
excusa para permitirles aumentar su número.

-Exactamente- confirmó Kildhar, sujetando firmemente su


pistola bolter. -Y mucho más rápido de lo que podrían
haberlo hecho si hubieran intentado esconderse
entre el resto de la población.

-Así es como lograron escapar, ¿no es verdad?-


pregunté, casi deslumbrado por lo obvio. -Los lectores de
códigos genéticos de la zona de seguridad estaban
preparados para reconocer la huella de aquellos
cuyos genes ya hubieran sido alterados. Todos los
híbridos y genestealers del santuario podían entrar
por la puerta cuando les diera la gana.

-Entonces, ¿por qué no lo hicieron?- preguntó Yail, que


parecía estar a punto de apretar el gatillo en cualquier
momento. Pero yo prefería que no lo hiciera hasta estar
seguro de tener todas las respuestas; nuestra alianza contra
los tiránidos ya era bastante inestable y, si resultaba que
me había equivocado, su colapso podría condenarnos a
todos.

-Porque estaban esperando la llegada de la flota


colmena- dije. En aquellos momentos, mientras meditaba
todos los acontecimientos en un contexto más amplio, no
era de extrañar que los marcas de los caparazones de los
hormagantes que Kildhar había llevado al planeta me
resultaran tan familiares: eran las mismas de los
genestealers que tantos daños habían causado en los
niveles superiores y de los que yo había huido aterrorizado
en el interior del oscuro laberinto del Engendro de
Condenación.

-Eso es cierto- confirmó Kildhar, interrumpiéndome en el


momento exacto. -Deben haber estado esperando la
llegada de la colmena para desbaratar los esfuerzos
defensivos.

-¿Eso fue lo que le dijeron?- preguntó sarcásticamente


Sholer.

-¡No soy una corrupta traidora!- gritó Kildhar, olvidando


cualquier intento de actuar como la tecno-sacerdote que
era. -¿Por qué habría mejorado los auspex de la flota
si quisiera que nos invadierán los tiránidos?

-Porque eso es lo que hacen todas las víctimas


infectadas por los genestealers- expliqué con cansancio.
-Ya lo he visto muchas veces. Luchan a tu lado con
tanta fuerza como cualquier otro, hasta que la mente
de la prole ejerce su influencia. La mayoría de las
veces, ni siquiera saben lo que son. Pero la mente de
la prole sigue ahí, dándoles un empujón de vez en
cuando- proseguí, mientras me volvía hacia Sholer en
busca de confirmación. -¿Quién fue el que insistió en
traer a los tiránidos al santuario?

-La magos Kildhar- contestó, con una mortificante


resolución.

-Exactamente- dije y me volví hacia la angustiada tecno-


sacerdote. -Tendrá que admitir que ha hecho justo lo
que la mente colmena quería que hiciera: traer sus
marionetas al santuario, para intentar neutralizar la
única cosa que teme en el planeta.
-¡Pero yo soy la única que controla mi mente!-
exclamó casi a voz en grito. En aquellos momentos, la mano
con la que sujetaba la pistola bolter la temblaba
violentamente mientras intentaba mantener a Sholer en su
punto de mira. -¡Él fue quien dañó el mecanismo de
cierre y les permitió entrar en el cryogenitorium!

-Eso fue un accidente- dijo Sholer con desdén.

-¡Por supuesto, sabía que diría eso!- se rió Kildhar, un


gruñido corto y desgarrado con una toque de histeria. -
Usted fue el primero en aprobar mi petición para
estudiar a los siervos infectados. Algo que hizo para
borrar sus huellas.

-Eso es ridículo- contestó Sholer. -En todas las


ocasiones en las que abordé el pecio, siempre estuve
acompañado por mis hermanos de batalla. ¿O está
afirmando que han logrado infectar escuadras
enteras de mi capítulo?

Yo miré de reojo a Yail, tratando de averiguar cómo se


tomaba aquellas palabras, pero no le conocía lo suficiente
como para poder averiguar lo que pensaba por su
expresión.

-Desde luego, nos ha proporcionado muchas cosas en


las que pensar- dije con tono tranquilo, mirando fijamente
a Kildhar mientras hablaba. A decir verdad, a aquellas
alturas ya no sabía que pensar, aparte de que era vital que
ella mantuviera toda su atención sobre mí. Jurgen y yo
estábamos medio ocultos por la imponente masa de los
Adeptus Astartes con sus servoarmaduras y aproveché la
ocasión para hacerle a mi ayudante una señal con la mano.
Le vi asentir casi imperceptiblemente por el rabillo del ojo,
se alejó ligeramente y apoyó su melta sobre un atril. -Pero
ahora, usted es quien está empeñada en matar ese
fragmento de la bio-nave. Si alguien está haciendo
justo lo que la flota colmena quieres, esa es usted.

-Exactamente- agregó Sholer. -Tenemos que continuar


nuestras investigaciones mientras nos sea posible.

-El riesgo es demasiado alto- insistió Kildhar, dirigiendo


una rápida mirada a los números que iban disminuyendo
rápidamente. -Y si ha sido infectado, es la mente
colmena la que habla.

Jurgen estaba a punto de lanzarse hacia el panel de control,


pero dudó y retrocedió. Durante un segundo, debo admitir
que se me pasó por la cabeza dispararle a Kildhar en la
cabeza, pero si un proyectil perdido destruía aquellos
controles, no sabía lo que podía llegar a pasar. Hasta donde
yo sabía, el reactor podría quedar totalmente fuera de
control y arrasar todo el santuario, en lugar simplemente de
vaporizar a los tiránidos [165]. Si quería que mi ayudante
aprovechara su oportunidad, tenía que conseguir que ella
centrara toda su atención en mí y mantenerla así durante
unos segundos.

[165] Presumiblemente, a los marines espaciales se les habría ocurrido lo


mismo, pero usar armas tan destructivas como los bolters estando tan
completamente rodeados de tantos equipos vitales tan delicados, habría sido un
acto de autentica locura.
-Yo podría decir lo mismo- replicó con cierta cautela el
apotecario, algo que no ayudaba mucho en aquellas
circunstancias.

-¿Cuándo fue la última vez que realizó una


actualización de sus augméticos?- pregunté. Un breve
destello de confusión apareció en los ojos de la tecno-
sacerdote. Estaba claro que, fuera lo que fuera que
esperaba que la preguntara, no era aquello.

-No lo sé. Hace tiempo. ¿Qué importancia tiene eso?

-Una magos de su veteranía suele tener mejoras


mucho más visibles- dije. Si he de ser sincero, casi me lo
estaba inventando todo, aunque eso es lo que recordaba
haber visto en los mecanos que había conocido hasta aquel
momento.

-He estado ocupada- se defendió ella.

-¿Cuánto tiempo?- insistí. -¿Desde su época en el


Engendro?

-No lo sé- contestó, mientras la confusión era reemplazada


en sus ojos por la duda. -Actualizaciones… registros del
sistema…
Por un instante, sus ojos parecieron desenfocados,
momento que aprovechó Jurgen para saltar hacia el panel
de control situado tras ella para activar todos los
interruptores que ella había desactivado. Las luces volvieron
a ser verdes, el reloj de la pantalla desapareció y la alarma
dejó de aullar en las profundidades del edificio.

-¡Quieto!- gritó furiosa Kildhar, volviéndose hacía mi


ayudante mientras levantaba su pistola bolter. Pero antes
de que pudiera hacerlo, la disparé en el mismo centro del
pecho con mi pistola láser. Se podría decir que aquello fue
un acto imprudente, ya que el panel seguía estando detrás
de ella, pero, con la vida de Jurgen en juego, simplemente
disparé y decidí que ya me preocuparía más tarde por las
posibles consecuencias. Ella se tambaleó y me miró con un
indignado asombro mientras, dentro su caja torácica, los
cables carbonizados chispeaban y se quemaban.

-No podía… no ha debido… la última actualización…

La pistola bolter cayó de sus flácidos dedos. Jurgen se lanzó


contra ella como una rapaz sobre un ratoncillo, recogió el
arma y la guardó en uno de sus muchos macutos [166]. Justo
entonces, los ojos de Kildhar se aclararon por un instante.

[166] Caín aparece con esa misma arma, o con una muy parecida, en muchos
de los carteles de propaganda que llevan su imagen, aunque, que yo sepa,
nunca llegó a utilizarla en el campo de batalla, ya que prefería la pistola láser a
la que ya estaba acostumbrado. Al final, me la regaló y sigue sirviendo al
Emperador como parte del arsenal del que está a disposición de mi séquito.

-Tenía razón, comisario. Fue hace setenta y tres años.


-Porque el examen previo al proceso de implantar
nuevos augméticos hubiera revelado la
contaminación genética- concluyó Sholer, entregando su
propia pistola bolter a Yail. Los débiles sonidos que se
escuchaban detrás de los atriles indicaban que los tecno-
sacerdotes ya estaba recuperando el valor, o que estaban
más preocupados por las posibles consecuencias de dejar a
su suerte durante mucho más tiempo a los espíritus
máquinas, que por salir de su escondite y unas cuantas
nerviosas cabezas comenzaron a aparecer por encima y
alrededor de las filas de paneles de control. -Yo también
debería ser confinado hasta que se determine si he
sido contaminado.

-Si así lo considera necesario- dije, -pero no creo que


haya muchas probabilidades de que eso haya
sucedido- proseguí. A los marines espaciales se les revisa
regularmente su salud hasta nivel molecular. -¿Y la
magos?

Me volví hacia Kildhar y acerqué mi pistola láser a su


cabeza. Ya había concedido la Paz del Emperador [167] en
más ocasiones de las que me gustaba recordar, pero, aún
así, dudé. La tecno-sacerdote me miró a los ojos.

[167] Un eufemismo de la Guardia Imperial para el tiro de gracia.

-Espere- me dijo. -Soy un valioso espécimen.


Estúdienme…
Entonces, sus ojos se pusieron en banco. La pérdida de
sangre y el traumatismo de la herida torácica me habían
quitado el asunto de las manos y posiblemente para mi
fortuna; incluso a día de hoy, no sabría decir que decisión
hubiera tomado yo.

-Conserven su cuerpo para la disección- ordenó Sholer


mientras abandonaba la sala, acompañado de uno de los
Recobradores.

-Yo me encargaré de ello- le aseguré, aliviado al notar


que Jurgen había recuperado su melta y volvía a cubrirme
las espaldas. En aquel momento, era la única persona de
todo el planeta en la que sabía que podía confiar.
CAPÍTULO VEINTICUATRO
Para cuando terminé de poner al día a Zyvan, el sol ya se
estaba poniendo al oeste, decorando las paredes metálicas
de la sala de conferencia con un tono que recordó
incómodamente al de la sangre. La revelación de que las
máscotas genestealer de Kildhar había tenido el control
durante los últimos sesenta años había tenido el mismo
efecto que un terremoto en todos los presentes, desde el
Lord General hasta el último de sus ayudantes. No se sabía
cuántas veces se habían escapado de los corrales de
retención para infectar a algún incauto y todos los que
pasaban por los pasillos parecían mirarse los unos a los
otros con una escasamente disimulada desconfianza.
Afortunadamente, Regio Quinquaginta Unus estaba tan
aislado como cualquier otro lugar de aquella bola de mierda,
pero en las últimas seis décadas había pasado por allí
muchísima gente y seguirles la pista a todos ellos, se había
convertido en un interesante reto para la oficina local de los
Arbites [168].

[168] Aquí no queda claro si se estaba refiriendo al autentico representante local


del Adeptus Arbites, o a los agentes de la ley de Fecundia a los que este estaría
supervisando. Probablemente a ambos.

-Han comenzado a realizar pruebas genéticas


masivas en los principales núcleos de población- me
informó un facsímil hololítico del Lord General, parpadeando
levemente mientras aparentaba estar sentado junto a la
mesa que ocupaba el centro de la sala. Afortunadamente, la
imagen sólo tenía un tercio de su tamaño real, por lo que
cabía con bastante comodidad. -Empezando por las
instituciones más estratégicamente vitales.

-¿Han encontrado ya algún híbrido o infectado?-


pregunté. Zyvan encogió sus hombros translucidos.

-Todavía no. Ya hemos realizado unas doce mil


pruebas, sólo nos falta veinte mil millones.

-Las probabilidades no son buenas- dije, pero justo


aquella era la razón por la que los tiránidos enviaban a sus
genestealers por delante de sus flotas colmena. Aparte del
daño que sus marionetas podían causar directamente, si se
volvían lo suficientemente poderosos como para infiltrarse
entre la población del planeta, el desvío de los recursos
necesarios para rastrearlos, harían mella en el esfuerzo
general de defensa.

-¿Y dentro del santuario?- preguntó Zyvan.

-Hasta el momento hay buenas noticias- le contesté,


sabiendo que éstas le harían falta. -Ya hemos examinado
a la mitad de los mecanos y, hasta el momento, todos
han salido bien parados. Uno o dos de los demás
siguen sin aparecer, así que los skitarii están
realizando una búsqueda nivel por nivel por si se han
escondido en alguna parte.

-Sin embargo, nuestra hipótesis de trabajo es que


intentaron unirse a la fuga masiva- dijo Sholer, -y que
murieron junto a los que estaban en el
transbordador.

El marine espacial había sido, por supuesto, el primero en


ser examinado, y tal y como yo esperaba, resultó estar libre
de toda mancha. Hasta donde yo sabía, sus genes
modificados simplemente habrían devorado cualquier cosa
que intentara modificarlos [169].

[169] Los sistemas inmunológicos mejorados de los marines espaciales son


realmente notables, pero no tan buenos.

-Algo es algo- comentó Zyvan, sin siquiera molestarse en


preguntar si habíamos examinado a los skitarii. Ellos habían
sido los primeros en pasar por el laboratorio genético,
evidentemente justo después, de Sholer y sus hermanos del
Adeptus Astartes. El Lord General carraspeó educadamente.

-¿Y la magos Kildhar?

-Estaba infectada, no hay dudas al respecto- dije. -


Supongo que nunca llegaremos a saber cómo o
cuándo fue infectada, pero probablemente fue algún
tiempo antes de los siervos.

-El hermano sargento Yail está revisando los


registros de las misiones de aquella época- añadió
Sholer, -pero nuestras posibilidades de encontrar algo
son muy escasas.
-Entonces mejor será que nos concentremos en el
presente- dijo Zyvan, devolviéndonos al asunto que nos
ocupaba. -¿Has conseguido el fragmento de la bio-
nave?

-Sigue en el cryogenitorium- contesté. -Con algo de


ese tamaño, poco más podemos hacer con él.

-He dado instrucciones para que sea desenterrada y


revivida- intervino Sholer, unas palabras que hicieron que
Zyvan frunciera el ceño, antes de añadir, -a condición de
que el Magos Dysen y ustedes estén de acuerdo, por
supuesto.

-Tengo que decir que no estoy muy seguro de eso-


dijo Zyvan. Yo asentí con la cabeza.

-Yo tampoco- admití. Sholer y yo ya habíamos discutido el


asunto y, no por primera vez, la necesidad me empujaba en
una dirección que prefería no tomar. -Pero tenemos que
afrontar los hechos. La flota colmena está intentando
desesperadamente destruir el nodo y es la primera
vez que vemos a una asustarse de algo. Tenemos que
saber el por qué.

-Estoy de acuerdo- intervino El’hassai, apareciendo al


lado del Lord General cuando entró dentro del alcance del
proyector hololítico. Sholer y yo intercambiamos miradas de
preocupación, preguntándonos cuánto tiempo habría estado
merodeando por allí y que cuanto de nuestra anterior
conversación habría escuchado. Toda, probablemente, ya
que Zyvan no parecía sorprendido de verlo. Vamos, que no
parecía tener mucho sentido tratar de excluir a los tau de
nuestras deliberaciones, ya que se suponía que éramos
aliados y cualquier ventaja táctica que pudiéramos
conseguir probablemente les funcionaría igual de bien en la
defensa de Dr'th'nyr (aunque, dado que la sombra en la
disformidad que rodeaba a la flota tiránida estaba
bloqueando a nuestros astrópatas para que transmitieran la
información al que acompañaba a Donali, que se enteraran
a tiempo dependía directamente de los canales de
comunicación de El’hassai).

-Esto es un acontecimiento sin precedentes y


comprenderlo será especialmente útil para el Bien
Supremo- dijo el embajador tau, que en ese momento se
encontraba de pie detrás de Zyvan, de forma que la imagen
no desparecía alrededor de las mangas de su túnica, sino
que la parte superior de su cabeza estaba desenfocada,
parpadeando de una forma que la hacía parecer una vela
ornamental con una mecha humeante.

-Agradecemos mucho su apoyo- le aseguré,


manteniendo mi rostro serio con algo de esfuerzo.

-Y sus recomendaciones serán tenidas en cuenta-


terció Zyvan, dejando de hablar antes de que pudiera decir
algo que sonara a “y puestas rápidamente en práctica”.

-Si vamos a comenzar a estudiar el fragmento de la


bio-nave- nos recordó Sholer, -cuanto antes
comencemos, mejor. El tiempo es esencial.
-Por supuesto- dije mostrándome de acuerdo con él. El
cielo más allá del cristal blindado de la ventana comenzaba
a volverse purpura, del color de un moratón reciente,
moteado por las primeras estrellas que comenzaban a salir,
la mayor parte de las cuales serían, probablemente, naves
de guerra en órbita reflejando la luz del sol poniente como
una constelación de pequeñas, aunque mortales, lunas. La
llegada de la noche intensificó mi aprensión; aunque las
probabilidades de que una horda tiránida surgiera
inesperadamente de la oscuridad eran minúsculas y el
santuario estaba protegido de cualquier probable
aproximación por una red de auspex de una asombrosa
sensibilidad, lo más profundo de mi cerebro primario se
preparó para acurrucarse junto a la hoguera, con una buena
roca afilada a mano. -En lo que a mí respecta, en
cuanto antes se ponga con ello, mejor.

-Estoy de acuerdo- añadió El’hassai, desde la relativa


seguridad que da estar a una distancia de un par de cientos
de kilómetros de altura.

-Y Dysen me ha dicho que confía en su buen criterio-


le dijo Zyvan a Sholer, con el tono de un hombre que
reconoce un golpe de suerte en cuanto lo oye. El Lord
General suspiró con fuerza. -Todavía tengo dudas sobre
que todo esto sea lo más adecuado. Pero, dadas las
circunstancias, no veo que tengamos otra opción.
Hágalo lo mejor que pueda- continuó, sonriendo
lúgubremente. -Si todo se va a la disformidad, siempre
podremos esterilizar el santuario desde la órbita.

Lo cual, teniendo en cuanta que yo seguía en aquel


condenado lugar, no era lo más alentador que podría haber
oído.

-¿Hay alguna noticia del transbordador?- pregunté,


esperando que la insinuación no fuera demasiado obvia. -
Aquí no hay nada que pueda hacer, aparte de estar
pisándole los talones al apotecario y todavía tenemos
una guerra que librar.

-Lo último que he oído es que la Armada no tardará


en disponer de algún vuelo libre- respondió Zyvan. -
Probablemente podamos conseguir que algún
transbordador te recoja en las próximas horas.

-Es la mejor noticia que he recibido en todo el día- le


dije, algo que era totalmente cierto, mientras seguía
mirando el paisaje cada vez más oscuro por la ventana.
Prácticamente ya había caído la noche y seguí el rastro de
una estrella fugaz hasta algún lugar del desierto. Caerían
muchas más en las siguientes noches, a medida que los
restos de la batalla en órbita descendían en picado para
incinerarse en la atmósfera mientras caían contra el suelo.

Entonces me puse rígido y entrecerré los ojos. Al primer


rastro brillante que cruzó el cielo le siguió otro y otro más,
cayendo tan rápida y tan densamente como la lluvia
durante una tormenta. Me volví hacia el hololito y mis
preguntas, repletas de pánico, se apagaron en mis labios.
Zyvan estaba de pie, hablando con alguien que estaba fuera
del alcance del campo de proyección, mientras la
insustancial figura del diplomático tau flotaba en sus
márgenes, parpadeando dentro y fuera de la existencia
como un espectro de la disformidad intentando aferrarse a
su asidero en el mundo real.

-Algo va mal- dijo Sholer, con sus ojos todavía fijos en el


pequeño drama que se estaba representado en la mesa.

-Muy mal- asentí. -¡Estad atentos al exterior!

-¡Santo Trono!- dijo escuetamente. -Eso parece…

-La segunda oleada acaba de llegar- nos informó Zyvan.


-Y es mucho más fuerte que la anterior.

-Por supuesto- dije, reconociendo aquella típica táctica


tiránida. Esa vez intentarían conseguir reunir los suficientes
organismos sobre el terreno para estirar de verdad nuestras
defensas en tierra y reunir toda la información necesaria
para abrumarnos completamente en el siguiente ataque, o
en el siguiente, o en el siguiente. Mientras tanto, irían
creando cabezas de playa, permitiendo que los enjambres
fueran creciendo y comenzaran a cosechar la biomasa que
necesitaban para reforzar aún más sus filas. Intenté que mi
siguiente comentario sonara como una broma, ya sabía la
respuesta, pero me aferraba a la esperanza de que no fuera
así. -¿Supongo que el vuelo de mi lanzadera habrá
sido aplazado?

-Me temo que sí- contestó Zyvan, tomando la broma al pie


de la letra. -Creo que tampoco podrás participar en
esta nueva batalla.
Pero mientras seguía mirando las luces que parpadeaban en
el cielo, ni por un instante pensé que aquella fuera una
buena opción.
Nota Editorial:
“De la Cruzada y lo que la siguió: una historia militar del
Golfo de Damocles”, por Vargo Royz, 058.M42.

El segundo ataque de los tiránidos golpeó Fecundia con tal


ferocidad, que los asediados defensores apenas pudieron
resistir y se perdieron varias naves de escolta por las
descargas de ácido o bioplasma incluso antes de que las
flotas llegaran a aproximarse. A través de aquellas brechas
en las líneas defensivas se coló un incontable número de
esporas micéticas, cada una de ellas cargada de organismos
letales que infectaron el planeta como un virus tras
encontrarse un huésped vulnerable, mientras las bio-naves
estelares intentaban enfrentarse cuerpo a cuerpo con las
naves supervivientes con garras y tentáculos, o lanzando
grupos de abordaje en un intento de devorar a sus
tripulaciones.

Sin embargo, aunque la línea se tambaleó, no llegó a


romperse y las gallardas dotaciones de la Armada Imperial
se tomaron cumplida represalia con lanzas de energía,
andanadas de sus cañones y torpedos, arrancando los
corazones de un incalculable número de abominaciones
engendradas en el vacío. Incluso las naves mercantes que
aún seguían en órbita utilizaron su relativamente
insignificante armamento con buenos resultados, formando
escuadras ad hoc cuya potencia de fuego combinada fue
suficiente para paralizar, e incluso en algunos casos matar,
a las monstruosidades tiránidas lo suficientemente incautas
como para considerarlos indefensos.
No obstante, la batalla en espacio fue muy reñida y
fácilmente podría haber tenido otro resultado de no haber
sido por la inesperada y decisiva intervención del comisario
Caín, el cual, en el momento que comenzó la batalla, ya
tenía asuntos más que suficientes de los que preocuparse
mientras la invasión en la superficie se ponía en marcha.
CAPÍTULO VEINTICINCO
-Parece que somos uno de los objetivos principales-
dije, intentando mantener tranquilo el tono de voz, mientras
el número de iconos de contacto iban creciendo alrededor
de la brillante runa que marcaba nuestra posición en el
hololito.

-Efectivamente- asintió Yail, que sonó tan feliz como tan


sólo puede estarlo un marine espacial cuando se enfrenta
contra unas probabilidades abrumadoras en su contra, lo
cual no es exactamente algo alegre, pero sí mucho más
optimista de lo que yo suelo ser. Sin duda, desde su
particular punto de vista, el resultado del enfrentamiento
sería una heroica victoria o una última y gloriosa batalla, y
ambas cosas quedarían muy bien en los anales de su
capítulo.

-Vienen a por el fragmento de la bio-nave- informó


Sholer, sonando casi más preocupado por su pedazo de
carne que por nuestra seguridad y debo confesar que en
aquellos momentos eso último era mi principal
preocupación. -¿Cuál es nuestro nivel de preparación
para el combate?

-Todo lo bueno que puede ser- contesté, conocedor de


que él sería tan consciente como yo de la debilidad de
nuestras fuerzas. -Los skitarii han terminado de plantar
los campos de minas y se han atrincherado en
nuestro perímetro- añadí, mientras pensaba que mejor
ellos que yo.

-Mis hermanos de batalla y yo nos uniremos a ellos-


añadió Yail, -tan pronto como la situación táctica se
haya aclarado lo suficiente como para saber dónde se
nos necesita más.

-¿Y el Land Speeder?- pregunté, mirando a la pantalla


pictográfica en la que se veía el oscuro y extenso paisaje de
dunas. El vehículo de exploración llevaba horas volando en
círculos, enviando informes cada vez más pesimistas sobre
el número de criaturas que se dirigían hacia nosotros desde
las dispersas esporas. Y esa vez no sólo eran organismos de
vanguardia, como hormagantes y lictores, sino decenas de
termagantes y grandes guerreros para dirigirlos.

Aquella vez nos enfrentábamos a un ejército capaz de


coordinarse y combatir a distancia, no a un enjambre
impulsado solamente por sus instintos y desesperado de
llegar al cuerpo a cuerpo. Incluso hubo algunos
avistamientos no confirmados de criaturas más grandes,
capaces de enfrentarse a un vehículo acorazado, si es que
hubiéramos tenido alguno, o mejor dicho, de abrirse paso a
través de las defensas que habíamos logrado erigir antes de
que llegaran. Por muy formidables que fueran los muros del
santuario, no habían sido construidos para resistir nada más
amenazante que el asalto de los elementos [170] y no creía
que pudieran resistir mucho tiempo contra una camada de
carnifex decididos a atravesarlos.

[170] Unos elementos que, en Fecundia, difícilmente podrían ser tomados a la


ligera.
-Preparado para proporcionar fuego de apoyo- me
aseguró Yail. Tras algunas deliberaciones, habíamos
acordado que el veloz aparato se emplearía mejor una vez
hubieran comenzado el esperado asalto, para tratar de
eliminar a las criaturas más grandes que dirigían a las otras,
con la esperanza que desbaratar cualquier estrategia que
estuvieran tratando de utilizar contra nosotros. Para ello,
tendría que volar lo suficientemente alto y rápido para
evitar cualquier fuego tierra-aire que el enjambre pudieran
lanzar. Ya sólo cabía esperar que el superior alcance los
bolters pesados y los lanzamisiles, unidos a la inigualable
puntería de los Adeptus Astartes, estuvieran a la altura del
trabajo.

-¿Y el vehículo terrestre?- pregunté, mirando la


cosechadora que seguía aparcada junto al santuario, al
igual que un bote balanceándose junto a un muelle. -
¿Podíamos usarlo para evacuar a los tecno-
sacerdotes?- propuse. Un transporte que, por supuesto,
necesitaría de una escolta militar para garantizar su
seguridad, una tarea para la que me consideraba el
candidato más apropiado.

-Ya lo hemos pensado- dijo Sholer, -pero sus


probabilidades de lograr pasar son extremadamente
bajas.

-Ya supongo- me lamente, aunque la verdad es que


incluso yo había llegado a la misma conclusión, pero nunca
estaba de más preguntar. La enorme y pesada máquina
sería un blanco fácil para el enjambre, que se limitaría a
seguirla, lanzado oleadas de atacantes contra ella hasta que
lograran abrirse paso a través del casco. Tras eso, todo
habría terminado. -Entonces, ¿qué hacemos con él?-
añadí. -Está bloqueando nuestras líneas de fuego y les
proporcionara cobertura en la que reagruparse para
atacar.

-Detonar su reactor- explicó Yail. -Si lo hacemos bien,


los especímenes encerrados en su interior atraerán a
otros. Así podremos eliminar a un considerable
número de bestias del enjambre atacante.

-Ya hemos evacuado a la tripulación al interior del


santuario- añadió Sholer.

-Me alegra oírlo- dije, como si aquello me importara. -


¿Cómo le va descongelando el fragmento de la bio-
nave?

-Va lentamente- admitió Sholer. -Ya hemos excavado el


hielo, pero necesitamos equipo pesado para elevar
algo de semejante tamaño y nuestros analyticae no
son lo suficientemente grandes como para meterlo
dentro. Hemos tenido que trasladar nuestros equipos
a uno de los almacenes para poder estudiarlo.

-Muéstremelo- pedí, solicitando un plano tridimensional


del santuario en el hololito mientras hablaba. Aquel almacén
iba a convertirse en un lugar perfecto que evitar y quería
asegurarme de estar lo más lejos posible de allí. Sholer
manipuló los controles y resaltó una gran área abovedada
cerca de la parte superior del santuario. Lo miré
sorprendido. -Pensé que lo mantendría en los
subniveles.

-Cuanto más alto mejor- contestó, -los tiránidos no


parecen tener entre ellos a ninguna criatura
voladora.

-Todavía no- dije, -pero las tendrán.

Si una cosa sé a ciencia cierta de los tiránidos es que, sea


cual sea el problema que se les presente, tendrán una
criatura perfectamente adaptada para solucionarlo en
cuestión de horas.

-La cámara está conectada con el ascensor principal


de carga- explicó Sholer, señalando un amplio pozo que se
extendía desde el subnivel más bajo hasta la cubierta de
vuelo del techo. -Si es necesario, podremos devolverla
rápida y fácilmente al cryogenitorium.

-Será suficiente- dije, esperando que sonara como si


realmente lo creyera. En cualquier caso, si había criaturas
aladas luchando para bajar desde los hangares mientras el
grueso del enjambre se abría paso desde abajo, no
tendríamos ningún lugar a donde ir. Me volví hacia Yail. -Lo
mejor será que llevemos a todos los no combatientes
a los niveles intermedios y que estemos preparados
para sellar los inferiores- añadí. Eso debería darnos algo
más tiempo si el enjambre lograba abrir una brecha. Pero,
para que engañarnos, lo que realmente trababa de hacer
era no pensar en lo que pasaría cuanto lo lograran.
-De acuerdo- contestó. -Y también deberíamos armas a
todos los acólitos que podamos. Eso les hará sentirse
menos vulnerables y la falta de precisión no será
ningún problema si el enjambre consigue entrar.

Debo señalar que nunca he escuchado un eufemismo más


acertado.

No tuvimos que esperar mucho para el primer ataque, que


llegó menos de una hora después. La oscuridad, más allá de
las láminas de cristal blindado que formaba una de las
paredes del principal centro de operaciones del santuario,
se iluminó de repente con una serie de vivos destellos,
como lejanos relámpagos, acompañados por un sordo
sonido que hizo vibrar la ventana de forma casi
imperceptible. De hecho, nunca lo habría sentido si no
hubiera tenido las yemas de los dedos presionadas contra la
resbaladiza superficie transparente, mientras estiraba cuello
para ver mejor.

-Parece que han entrado en uno de los campos


minados explicó Jurgen, entregándome una más que
bienvenida taza de recafeinado.

La tomé y asentí con la cabeza para darle las gracias. -Así


es- contesté y abrí un enlace de vox con Yail, que se
encontraba en algún lugar de la oscuridad de las dunas,
buscando tiránidos a los que matar. -Contacto en el
sector tres- le informé con claridad y luego añadí, -
aunque me imagino que ya se habrá dado cuenta-
unas palabras que pronuncié con un toque de mi mejor
ironía, como si estuviera deseando estar allí afuera con él.
Pero alguien tenía que vigilar el hololito, echar un ojo al
panorama táctico general y, para aquel trabajo, y mi
silencioso y completo alivio, yo había sido el elegido. Ya
había luchado contra los tiránidos y podía interpretar sus
movimientos, los que pudieran indicar una incipiente carga
o un intento de flanqueo mejor nadie, excepto
probablemente Yail, pero su puesto estaba junto a sus
hermanos de batalla, no sentado en la relativa seguridad
mientras los demás estaban luchando. Su sentido del honor
nunca se lo habría permitido.

-Lo tenemos cubierto- me aseguró, aunque en la pantalla


del hololito, parecía que él y el resto de los Recobradores se
estaban ofreciendo como aperitivo para los primeros
tiránidos que llegaran. Sus últimas palabras quedaron casi
ahogadas por el aullido del Land Speeder que, llegando
desde el sur, descargó una tormenta de fuego contra el
corazón del enjambre para alejarse al instante, virando para
evitar una vaina de un estrangulador de espinas disparada
por algo desde la superficie. El proyectil biológico estalló en
el aire, lanzando una creciente masa de redes afiladas como
navajas que cayeron en picado sobre la multitud de
mortales criaturas, desgarrando a todos los que se
enredaron con su terribles espinas, algo que no pareció
desconcertar ni lo más mínimo a los demás.

Apenas podía distinguir la horda que nos rodeaba, la


manada que nos acosaba quedaba reducida por la
oscuridad a una solitaria masa amorfa en el paisaje, que
parecía bullir como un mar enfurecido cuando los reflejos
saltaban de un pedazo de quitina a otro, y luego a otro. Yo
me sentí sombríamente agradecido por aquellas tinieblas,
ya que ver aquella imparable marea de malignidad con mis
propios ojos y poder distinguir a las criaturas individuales
dentro del enjambre, habría sido mucho más angustioso.

-Comisario- me llamó uno de los acólitos de túnica roja que


manejaban los atriles, consiguiendo de algún modo logró
incluir un tono de disculpa en su voz mecánica, -parece
que tenemos un problema.

-No me diga, ¿en serio?- pregunté, apartándome de la


ventana con cierta reticencia. El inexorable avance del muro
mortal se había vuelto curiosamente hipnótico. Luego, tras
reflexionar que el sarcasmo no es lo más adecuado para
inspirar a los ya aterrorizados civiles, puse una sonrisa en
mi rostro, como si lo hubiera dicho en bromas. -¿Ya nos
estamos quedando sin recafeina?

-Es un problema grave- insistió el mecano, que, como era


de esperar, tenía el habitual sentido del humor de todos los
de su clase. Llevaba un soplete en sus mecanodendritas, un
arma improvisada, como otros cientos similares, lo más
cercano que habíamos conseguido llevar a la práctica la
sugerencia de Yail de armar a los tecno-sacerdotes para
elevar su moral, y manipuló una serie de diales e
interruptores que tenía frente a él con unos callosos y
rechonchos dedos. Algo en la intensidad con la que
trabajaba me inquietó y me apresuré a cruzar la amplia
sala, con Jurgen pisándome los talones.
-¿Qué sucede?- pregunté, tras mirar la pantalla que tenía
el acólito frente a él y encontrarla tan incomprensible como
había esperado. Jurgen se inclinó para ver más de cerca los
vacilantes diales, frunciendo el ceño desconcertado. El
mecano se estremeció, pues aparentemente todavía
conservaba el sentido del olfato.

-Estoy detectando signos de movimiento en el


cryogenitorium. Algo se está moviendo ahí abajo.

-¡Puta mierda!- exclamé, no encontrando razón alguna


para no expresar mi inquietud en los términos más claros
posibles. En todo caso, aquella breve ráfaga de palabrotas
pareció tranquilar al mecano, probablemente porque estaba
preocupado por haberme molestado innecesariamente.

-¡Se están despertando!- casi grité y volví a sintonizar mi


comunicador. -Apotecario, estamos detectando
movimientos en el congelador- informé. -¿Se está
despertando el nodo?

-No como tal- me explicó Sholer, -eso implicaría que


tiene una conciencia individual, algo que los tiránidos
no poseen- siguió, mientras yo, no por primera vez, me
encontraba lamentando que no fuera posible estrangular a
alguien a través de un enlace de vox. -Pero estamos
registrando una actividad cortical que va
aumentando en fuerza a cada minuto que pasa.

-Entonces eso es que está reviviendo a las criaturas-


concluí.
-Una hipótesis razonable- admitió. -Pero la mayoría
están demasiado enterradas en el hielo como para
liberarse.

-No tienen porque hacerlo- le recordé. -Ahí abajo


tienes algunos excavadores. Irán abriendo túneles y
quebrando el hielo para que los demás puedan salir.

-Entonces tenemos un serio problema- contestó Sholer.

Antes de que pudiera felicitarle por su agudeza, toda la sala


pareció temblar, mientras un ensordecedor estruendo hizo
que se estremecieran hasta mis propios huesos. Una
brillante bola de fuego surgió más allá de la lámina de
cristal blindado, al tiempo que repicaban y rebotaban contra
ella toda una nube de fragmentos metálicos y otro tipo de
restos, algo que provocó unos rasguños y unas débiles
marcas incluso en un material tan increíblemente duro.

-Ahí va la cosechadora- comentó Jurgen, en tono


coloquial.

-Nos retiramos- me comunicó Yail, casi al mismo tiempo. -


No podemos retenerlos más tiempo.

-Entonces, lo mejor será que no lo intenten- aconsejé,


tras echar un rápido vistazo al hololito. La soga se estaba
cerrando a nuestro alrededor y, a menos que se movieran
rápidamente, no tardarían en quedar aislados. En el exterior
del amplio ventanal, el Land Speeder volaba en círculos y
picaba velozmente, cubriendo la retirada de los marines
espaciales con precisas ráfagas de fuego. A la luz de la
cosechadora en llamas, pude ver una imparable marea
quitinosa dirigiéndose desde todas las direcciones hacia
nuestro frágil bastión. -Sellaremos los niveles inferiores
tan pronto como estén dentro.

-Entendido- contestó Yail, sin molestarse en preguntar el


por qué. Si había estado escuchando mi conversación con
Sholer, ya lo sabría y si no lo había hecho, estaba casi
completamente seguro de que sería capaz de adivinarlo. -
Estaremos con usted en diez minutos.

Al final, pasaron un par de minutos más antes de que la


enorme mole del marine espacial estuviera a mi lado, con
su servoarmadura de Exterminador aún más dañada que
antes. También le faltaban varios misiles del lanzador
montado sobre su hombro, algo que en sí mismo era mudo
testimonio de la ferocidad de la batalla que él y sus
compañeros habían librado.

-Estoy detectado un aumento del movimiento ahí


abajo- anunció el mecano desde su consola. Giré la cabeza
para hablar con Yail.

-Parece que ha vuelto a tiempo- dije. Me volví hacia el


hololito para consultar el esquema del santuario que Sholer
nos había mostrado no hacia tanto tiempo en la sala de
conferencias. Para mi considerable alivio, varias de las
puertas internas estaban marcadas en rojo. -Han soldado
todas las puertas.
-Eso nos dará un respiro- aceptó Yail. -Pondremos
guardias aquí, aquí y aquí- dijo, señalando unos cuantos
puntos de estrangulamiento allí donde se cruzaban los
pasillos. -Recobradores aquí y skitarii allí.

-Creo que estarían mejor en este cruce- propuse,


inspirado por mi innata afinidad por los complejos sistemas
de corredores, e indiqué una alternativa a uno de los puntos
que el marine espacial había sugerido. -Si los tiránidos se
meten por los conductos de ventilación, pueden
saltarse este puesto- señalé.

-Bien visto- dijo Yail. -Entonces los desplegaremos en


ese punto.

-Será mejor que se den prisa- indiqué, -no tardaran


mucho en subir media docena de niveles.

-Pero no están subiendo- nos informó el mecano. -Mire.

La pantalla que tenía frente a él era igual de incomprensible


que la última vez que la había mirado, pero Yail parecía ser
capaz de leerla sin el menor problema. -No, no están
subiendo- dijo. -¿Puede pasar eso al hololito?

El mecano asintió y, un momento después, comenzaron a


aparecer iconos de contacto agrupados en los niveles
inferiores del esquema. -Esto es lo mejor que puedo
hacer- indicó.
-Es suficiente- le aseguré y me volví hacia Yail. -Están en
los conductos de ventilación del reactor de plasma.

-No tengo la menor duda de que habrá algunos de


ellos- coincidió el marine espacial. -Pero dudo
seriamente que quepan muchos.

-No necesariamente- le recordé, aún fresca en mi mente


la imagen de la enorme y serpentina criatura excavadora
que había visto la primera vez que había visitado el
cryogenitorium. -El trygon les abrirá un túnel para que
puedan subir con mayor facilidad.

-¿Por qué se dirigen hacia la superficie?- preguntó


Jurgen. -Normalmente prefieren atacarnos tan rápido
como les es posible.

-Porque pueden conseguir más presas ahí fuera -


expliqué, tras un súbito destello de comprensión. -Y los
que nos atacan, están igualmente ansiosos por
acabar con el nodo de la bio-nave. En principio, no
somos el objetivo principal de ninguno de ellos
proseguí. Aunque no era una idea precisamente
reconfortante a largo plazo, si nos proporcionaba un
momento de respiro, no veía motivo para ponerle pega
alguna.

-Ahí va el primero- dijo Jurgen, tras volverse hacia el


ventanal y mirar terreno que rodeaba al santuario.
Ignorando el repentino atentado contra mi olfato que
suponía el acercarme a él, me puse a su lado y miré en la
dirección que indicaba su mugriento dedo índice. Mientras
miraba, algo rápido y escurridizo apartó la rejilla que acaba
de arrancar del conducto de ventilación más cercano y saltó
sobre la desprotegida espalda del servidor armado que la
protegía tenazmente del enjambre invasor.

El constructo cayó bajo una salvaje ráfaga de golpes, la


carne, el hueso y el metal se abrieron como la niebla de la
mañana, tras lo cual, su asesino se alejó en la oscuridad.

-¿Cree que era un genestealer?

-Podría ser- contesté, mientras veía como una docena más


de bioformas salían en tropel por la estrecha abertura y
seguían a su compañero. Un grupo de termagantes, que los
superaba en número en una proporción de al menos dos a
uno y dirigidos uno de los enormes guerreros tiránidos,
apuntó sus devoracarnes hacia ellos. Sus proyectiles
biológicos lograron derribar a los primeros atacantes, pero
entonces, súbitamente, un purasangre apareció entre ellos
y comenzó a acuchillar y a desgarrar a sus presas.

-Brecha estructural- anunció el mecano. Por un momento,


me temí que lo que quería decir era que el enjambre del
congelador había cambiado de opinión y se había lanzado
contra nosotros. Pero los iconos de contacto se movían
hacia el exterior, más allá de los límites de los subterráneos
del santuario.
-Los excavadores ya están libres- me informó Jurgen,
como si me estuviera comentando el tiempo. Tras un
momento, vi algo monstruosamente enorme salir a la
superficie en el centro del enjambre, derribando a muchos
de los horrores que huían ante su presencia. Algunos
cayeron en sus enormes fauces y otros fueron convertidos
en papilla por sus gigantescos anillos. A continuación, volvió
a desaparecer, dejando solamente un rastro de
desorientadas abominaciones que indicara que había estado
allí.

-Parece que su objetivo son las criaturas sinápticas-


dijo Yail. Yo asentí.

-Es la misma técnica que usaríamos nosotros- coincidí,


aunque ambos enjambres parecían ser capaces de
aprovechar las vulnerabilidades del otro con una velocidad y
precisión que nosotros sólo podíamos admirar. -Pero esto
no puede durar mucho.

-No, no puede- contestó el sargento del Adeptus Astarte. -


Sólo tenemos que esperar que el perdedor debilite al
ganador lo suficiente lo suficiente como para inclinar
la balanza a nuestro favor.

-Mucho se tendrán que inclinar las probabilidades a


nuestro favor para que podamos mantener seguro
este lugar con poco más que un turba de mecanos
agitando palos afilados- dije, -aunque cuenten con
usted y sus hombres para dirigirlos [171].
[171] Que no mencione a los skitarii podría indicar que no había ninguno cerca
para oírle.

-También cuentan con usted- me recordó Yail.

-Sólo estamos retrasando lo inevitable- le indiqué,


cambiando el hololito de una visión local a una vista
estratégica para enfatizar mis palabras. -Mientras ese
fragmento de bio-nave permanezca aquí, seguirán
atacando.

La lucha en la órbita del planeta parecía estar siendo igual


de desesperada y sangrienta. La flota colmena continuaba
lanzando feroces ataques contra la Armada, pero al menos
parecía que ya no estaban cayendo más esporas sobre el
planeta.

-Cada vez hay más tiránidos acercándose- expliqué,


mientras volvía a cambiar el mapa del hololito por uno que
representaba la región en la que nos encontrábamos, y
ampliaba la imagen para mostrar una serie de iconos de
contacto que se dirigían hacia nosotros tan rápido como sus
piernas podían llevarlos. -Este grupo de aquí podría
haberse unido al asalto de la colmena principal, pero
han preferido dirigirse hacia nosotros.

-Necesitamos refuerzos- dijo Yail, examinando los mapas


buscando alguna unidad de combate que no estuviera
comprometida, pero obtuvo el mismo resultado que yo.
-O tendremos que evacuar- añadí. El sargento me miró
como si, de repente, hubiera comenzado a hablarle en orko,
así que abrí mis manos para abarcar con el gesto a todos los
tecno-sacerdotes que nos rodeaban. -Este lugar está
lleno de civiles, cuyo ministerio se necesita
desesperadamente para mantener las forjas en
funcionamiento. Aunque sólo sea por eso, debemos
intentar garantizar su seguridad- señalé y dicho de
paso de paso, también la mía, aunque no me pareció
políticamente correcto mencionarlo.

-Fecundia está siendo invadida por los tiránidos- me


replicó Yail, que parecía seguir desconcertado. -No es
probable que encontremos un refugio seguro para
ellos en ninguna otra parte.

-Cualquier otra parte será más segura que el objetivo


principal de los tiránidos- respondí, mientras volvía a
señalar la pantalla táctica. -Las colmenas principales
están logrando defenderse bastante bien, al menos
por el momento.

En aquel momento, escuché en mi oído la tan esperada


llamada.

-¿Ciaphas?- preguntó Zyvan. -¿Sigues ahí?

-Aquí andamos, resistiendo- respondí. -Disfrutando del


espectáculo de una pequeña guerra civil tiránida.
La batalla seguía en su clímax, aunque, más tarde o más
temprano, la superioridad numérica de los invasores se
haría notar. No muy lejos, una camada de carnifex cargaba
pesadamente contra los flancos de un tyrannofex recién
llegado; la bestia se tambaleó y cayó, respondiendo al
ataque con una fulminante descarga de devoracarnes que
comenzaron a devorar al instante a sus atacantes.
Enloquecidos por el dolor de sus heridas, las enormes moles
de músculo y hueso se tambalearon, como si estuvieran
borrachos y cargaron al azar, aplastando a su paso a un
grupo de sus propios hormagantes.

-Es un cambio agradable, el ver como se destrozan


entre ellos quiero decir.

-No me cabe la menor duda- contestó el Lord General, -


pero nosotros no estamos teniendo tanta suerte.
Apenas estamos logrando aguantar aquí arriba y los
auspex acaban de detectar los leviatanes del grueso
de la flota enemiga. A menos que se nos ocurra algo
en las próximas horas, me temo que estamos
acabados.

-¿Así que supongo que no será posible la evacuación


de los civiles?- pregunté, obteniendo justo la respuesta
que esperaba.

-Creo que has entendido bien la situación- contestó


Zyvan, al que pareció conmover mi inexistente
preocupación por los civiles; y claro, dadas las
circunstancias, estaba fuera de lugar el preguntar por la
posibilidad de que yo fuera evacuado. En el improbable caso
de que pudiera salir de aquella sin acabar siendo devorado,
aún seguiría teniendo una reputación que mantener y si se
presentaba la oportunidad de salvar mi cuello, ésta sería
más difícil de aceptar si yo socavaba la confianza que Yail
había depositado en mí-. La Armada está muy ocupada,
e incluso si pudiéramos lanzar una lanzadera, sería
derribada antes siquiera de alcanzar la atmósfera.

-Aguantaremos todo lo que podamos- contesté. Lo cual


era una auténtica tontería, justo el tipo de valerosas últimas
palabras que se esperaba que alguien como yo dijera en
situaciones como aquella. Miré el hololito y vi el torbellino
de la brutal contienda civil que se estaba librando a muerte,
como si del choque de dos frentes tormentosos se tratara. -
Cargaremos nuestros datos tácticos y los
mantendremos en tiempo real. Si caemos luchando,
los analistas podrán sacar algo en claro de ellos.

-Estaremos preparados para recibirlos- dijo Zyvan y


cortó la comunicación, bastante apresuradamente, pensé
[172].

[172] Probablemente para ocultar lo que sentía en aquellos momentos, aunque,


como suele ser habitual en él, a Caín no parece que se le llegara a ocurrir.

-Una sugerencia muy buena- intervino Yail. -También


aconsejaré al apotecario Sholer que prepare los
resultados de sus investigaciones para transmitirlos.
Sería lamentable que se perdiera alguna información
de utilidad en el último momento.
-Ciertamente lo sería- contesté, pensando que mucho
más triste sería que me perdieran a mí en el último
momento. Sin embargo, había hablado distraído, con casi
toda mi atención puesta en el flujo y reflujo de iconos en el
hololito mientras mi subconsciente se esforzaba intentado
decirme algo. Miré por la ventana, hacía donde el titánico
choque de quitina contra quitina seguía iluminado por las
temblorosas llamas de la cosechadora incendiada y me
puse a comparar los movimientos de los iconos con los de
las criaturas reales y, de repente, como si de una de las
explosiones secundarias que aún estallaban en el casco se
tratara, me di cuenta de algo. -¡Mirad eso!

-Sí, ya lo veo, es cierto, se siguen matando con todas


sus ganas- dijo Jurgen, sin entender absolutamente nada,
lo cual no era nada nuevo. Pero Yail también parecía
desconcertado.

-Lo único que veo es los tiránidos matándose los


unos a los otros- me contestó, Yail, con un leve toque de
resentimiento, como si no llegara a entender por qué él no
podía estar divirtiéndose con ellos.

-Me refiero a como lo hacen- dije y le señalé un ejemplo


particularmente atroz. -Mire a esos termagantes.

Un grupo de criaturas invasoras estaba disparando sus


devoracarnes contra un tervigón que avanzaba hacia ellos.
Las gruesas placas de blindaje de la criatura desviaron la
lluvia de mortales insectos con una facilidad casi
despectiva, aunque varios de los termagantes recién
nacidos que se movían a sus pies cayeron mientras otros
devolvían el fuego con sus propios devoracarnes. De
repente, la prole que avanzaba se dispersó y corrió para
ponerse a cubierto.

-Ese es un típico comportamiento instintivo- me


recordó Yail, que aún no había caído en lo que estaba
ocurriendo. Yo asentí.

-Pero, si se da cuenta, tenían junto a ellos a uno de


los grandes guerreros- dije, señalándole justo antes de
que el tervigón lo partiera de un mordisco por la mitad, para
luego, disfrutándolo, comenzara a masticar y devorar su
improvisado tentempié. -Debería haber estado
dirigiéndolos, anulando su respuesta instintiva.

-Debería- asintió Yail, tras comprender finalmente lo que le


decía. -La presencia del nodo de la bio-nave debe
estar inhibido la capacidad de la flota colmena para
transmitir órdenes.

-La está interfiriendo, lo mismo que nosotros


hacemos con los canales de vox enemigos- coincidí.
Inmediatamente, me dirigí hacia la puerta mostrando una
clara y firme determinación. -Tenemos que hablar
urgentemente con el apotecario.
CAPÍTULO VEINTISÉIS
El improvisado analyticum de Sholer resultó ser más o
menos como yo esperaba: un enorme y retumbante espacio
del tamaño de un hangar de lanzaderas, con los palés de
carga que normalmente se amontonaban allí empujados
contra los rincones o utilizados como mesas o improvisados
bancos de trabajo, en los que trabajaban diligentemente los
acólitos del Omnissiah vestidos de color carmesí, haciendo
sólo el Emperador sabrá qué cosas. El suelo y otras
superficies estaban cubiertos de cables, una muestra de la
típica indiferencia de los mecanos hacía los riesgos de
tropezar, o del peligro de la electrocución accidental,
aunque supongo que, con una proporción tan alta de
componentes mecánicos en relación a los orgánicos, eso no
les molestaría en lo más mínimo. Mas bien al contrario, era
más que probable que los animara un poco [173].

[173] Algo muy posible si sus augméticos están alimentados por acumuladores
internos; un arreglo muy común entre los tecno-sacerdotes muy modificados,
especialmente si trabajan en las proximidades de cableados mal aislados.

El centro de la cámara estaba ocupado por el fragmento de


la bio-nave, un enorme pedazo de carne necrosada más de
dos veces más alto que yo. De hecho, no creo que sea
ninguna exageración decir que tenía aproximadamente el
tamaño de un Baneblade, aunque con un perfil algo más
informe. De él brotaban sin cesar unos fétidos fluidos que se
deslizaban por un agujero abierto a toda prisa en el suelo,
desde el que el sonido de continuas salpicaduras indicaba
que estaba siendo recogido en alguna especia de cuba [174].
Ni que decir tiene que el hedor era indescriptible. Toda
aquella montaña orgánica estaba cubierta de pinchos
metálicos clavados profundamente en la carne desde los
que se extendía un bosque de cables conectados a consolas
de instrumentos, cuyas pantallas estaban siendo estudiadas
atentamente por Sholer y su grupo de ayudantes, algunos
de los cuales reconocí del analyticum de los niveles
inferiores.

[174] Bien fuera para su posterior análisis o para contener algún potencial
peligro biológico. Seguramente por ambas razones.

-Comisario- me saludó, con evidente sorpresa, cuando


entré a toda prisa con Jurgen pisándome los talones. Puede
que una medida indicativa de lo abrumador que era el
hedor fuera el hecho de que tuve que volverme para
asegurarme de que mi ayudante seguía allí. -Supongo que
su presencia aquí me debería indicar que ha sucedido
algo inesperado.

-Así es- le aseguré. Había pedido al espíritu máquina de mi


placa de datos que estuviera atento a la información táctica
que estábamos enviando al centro de mando de Zyvan a
bordo de la nave insignia y rápidamente se la entregue al
apotecario, mientras hacía un gesto con la cabeza hacia el
montículo de carne putrefacta que alzaba sobre nosotros
mientras hablaba. -Creemos que esta cosa está
interfiriendo en las directrices de la flota colmena.
Necesito saber cómo y saber si podemos utilizarlo.

Sholer miró la placa durante un momento, evaluando los


datos tácticos tan rápida y exhaustivamente como tan solo
un Adeptus Astartes puede hacerlo y luego me la devolvió,
con una somera inclinación de cabeza.

-Intrigante- dijo y se volvió hacia una de las parpadeantes


pantallas de datos. -Los principales patrones de
interferencias parecen corresponder a la actividad
neuronal en estas frecuencias.

De repente, los patrones regulares de ondas se disolvieron


en una estática sin sentido. Sholer frunció el ceño.

-Los equipos no funcionan correctamente- anunció el


apotecario. -Pero no es de extrañar, teniendo en
cuanta lo rápido que los hemos trasladado y vuelto a
montar.

-Jurgen- llamé, adivinando una probable causa [175], -


¿podría encontrarme una taza de recafeina? Y ya que
está, será mejor que encuentres algo para usted. Me
parece que la noche va a ser larga.

[175] La capacidad de Jurgen para anular los fenómenos psíquicos parecía haber
interrumpido la telepatía de la mente de la prole de los genestealers y la
capacidad de los tiránidos para sentir la conexión con la mente colmena en
varias ocasiones antes de aquel episodio, aunque, por razones más que obvias,
nunca fue posible realizar una verificación científica.

-Por supuesto, señor- contestó y se marchó. La pantalla


se estabilizó.
Sholer le propinó a la pantalla un par de golpes más para
estar seguro y se volvió hacia mí. -Esta es una línea de
investigación muy prometedora.

-Qué va a finalizar en muy poco tiempo si las


criaturas del exterior logran salirse con la suya- le
recordé. -¿Cómo podemos usar eso ahora mismo?

-Tendríamos que amplificar y transmitir la señal- me


dijo, claramente intrigado por aquella probabilidad; algo que
me hubiera parecido mucho más alentador si no lo estuviera
tratando como un problema abstracto que tenía que
resolver por simple curiosidad científica, que en lugar de
tratarlo como una urgente necesidad para nuestra
supervivencia. -Por desgracia, transmitir una señal
psíquica no es tan sencillo como enviar un mensaje
por el vox.

-Entonces, use un psíquico- propuse. -¿No me irá a


decir que una instalación tan importante como ésta
no cuenta entre su personal con un astrópata?

El apotecario asintió.

-Claro que lo tenemos- contestó. -Pero no veo de qué


serviría. Ella no será capaz de leer nada de la mente
de esta criatura y mucho menos transmitir algo. La
sombra en la disformidad nos mantiene
completamente aislados.
-Pero no hay nada malo en preguntarle, ¿verdad?-
insistí, con más aspereza de lo que pretendía.

-Para nada- respondió Sholer.

Aunque nunca me he sentido especialmente cómodo en


compañía de los astrópatas, me alegró mucho ver a aquella
adentrándose en el analyticum con total confianza, pasando
por encima de los cables que acechaban a los incautos sin
siquiera mover los párpados de sus ojos ciegos. Como la
mayoría de los de su clase, era de edad indeterminada, la
piel de su rostro estaba surcada por débiles arrugas de la
tensión, aunque el escaso cabello de su afeitada cabeza era
aún negro allí donde brotaba sobre el icono del Emperador
que llevaba tatuado, sin duda para invocar su protección.

-Usted debe ser Caín- dijo, girando la cabeza en mi


dirección, a la vez que esquivaba hábilmente a un huidizo
G.A.T.O que correteaba por zona.

-Efectivamente- asentí, mientras dudada por un instante


si extender la mano para saludarla, pero, finalmente, decidí
no hacerlo. Sus sentidos sobrenaturales probablemente
hicieran que se diera cuenta de aquel gesto, pero si eso no
pasaba, yo quedaría como un idiota. Entonces, ella me
tendió su mano, justo en la posición perfecta para que la
tomara sin la menor dificultad. -Me alegra que haya
podido venir.

-No es que tuviera mucho que hacer, la verdad- dijo


con una leve sonrisa, mientras yo le soltaba la mano tras un
leve apretón. Incluso a través del guante, me pareció sentir
un ligero cosquilleo, aunque supongo que sería mi
imaginación. Sin Jurgen cerca, me sentía inusualmente
vulnerable, aunque sabía perfectamente que ella no podía
leer mi mente directamente. Sin embargo, me había
asegurado de que mi ayudante estuviera en otro lugar, ya
que su presencia había hecho imposible todo el proceso.

En aquella época, yo ya había conocido a psíquicos que


habían sufrido un ataque cuando estaban cerca de Jurgen, e
incluso si nuestra astrópata no se quedaba aturdida por el
aura de su nulidad psíquica, sin la menor duda reconocería
inmediatamente lo que era, algo que Amberley
seguramente habría visto con muy malos ojos [176]. -Me
llamó Clementine Drey.

[176] Así es. Jurgen era uno de mis activos más celosamente guardados, razón
por la cual lo había dejado en la relativa oscuridad de su posición junto a Caín,
para usarlo cuando fuera necesario, en lugar de incluirlo directamente en mi
séquito. Aparte de la inconveniencia de que mi propia psíquica sufriera un
colapso cada vez que Jurgen entrara en la habitación, no tenía el menor deseo
de estar continuamente peleando con los colegas del Ordo Maellus que, sin la
menor duda, pensarían que un paria estaría mejor empleado acompañándolos a
su siguiente expedición a la caza de demonios.

-Necesitamos que transmita algo- explicó Sholer. El


rostro de Clementine adoptó una expresión de perplejidad
que profundizó en el delicado trazado de arrugas apenas
perceptibles de su rostro hasta hacerlo totalmente visible,
añadiendo al instante un par de década a su edad aparente.

-No puedo enviar un mensaje a través de la sombra-


explicó, como si le estuviera explicando a un niño que el
espacio era negro.

-Lo sabemos- respondí. -Sólo queremos que


simplemente lo transmita.

Si la hubiéramos dicho que queríamos que entrara en


contacto con la mente colmena, probablemente podría
haber perdido la cabeza y nos hubiéramos quedado sin
nada.

-¿Transmitir a ciegas?-. Preguntó Clementine,


aparentemente inconsciente de la ironía y no demasiado
animada por la idea. Estaba muy claro que no era ninguna
idiota y que, probablemente ya se hiciera una idea de lo que
pretendíamos. Se giró y pareció mirar con gesto extraño,
como si estuviera estudiando el fragmento de la bio-nave a
través de las vacías cuencas de sus ojos. -¿Quiere que
intente contactar con eso?

-¿Podría?- pregunté, tratando de no parecer demasiado


ansioso. Ella negó con la cabeza.

-Ahí no hay nada. Es como…- la astrópata hizo una


pausa, como si estuviera buscando alguna analogía. -Es
como un agujero en la habitación. No hay nada que
pueda percibir, es como un fragmento de la sombra
en la disformidad.

Sholer y yo nos miramos. No sé cómo se sentiría él, pero yo


estaba al borde de la desesperación. ¿Cómo podría una
astrópata transmitir la señal del fragmento de la bio-nave
cuando ni siquiera podía percibirla? Entonces, mi mirada se
posó en las consolas y mesas repletas de instrumentos y en
sus atareados sirvientes de túnica roja.

-¿Puede leer esos instrumentos?- pregunté, sin


atreverme a albergar alguna esperanza.

-Por supuesto- contestó Clementine, de nuevo


desconcertada, aunque yo no llegaba a entender que como
era capaz de percibirlos. -Es simplemente un flujo de
datos. El tipo de cosas que codifico continuamente
para transmitir.

-¿Y puede hacerlo en tiempo real?- pregunté. Su


expresión comenzó a rozar el desdén.

-Fácilmente- contestó ella.

-¿Ahora mismo?- pregunté, mientras apretaba el pulgar


contra la palma de mano, esperando que sirviera de ayuda
para obtener la respuesta deseada.
-Consígueme una silla- solicitó Clementine, con tono de
resignación. Se volvió y me miró. -Y le agradecería un
poco de privacidad. Ver el proceso puede ser
bastante desagradable para quienes estén
presentes.

Con lo cual quería decir que podría ser bastante


desagradable para mí, si juzgaba correctamente la situación
en base a mis experiencias previas. Sholer comenzó a echar
a todos los mecanos presentes, mientras yo colocaba unos
cuantos palés para ocultar la consola de otros ojos que no
fueran los nuestros.

Cuando terminé, Clementine ya se había acomodado en una


silla frente a la consola y miraba a la pantalla como si
pudiera ver los electrones revoloteando frente a ella. Y,
hasta donde yo sé, probablemente pudiera hacerlo.

-Comisario- escuché la apremiante voz de mi ayudante en


el comunicador. -Los tiránidos recién llegados están
acabando con los últimos descongelados. La mayoría
de ellos están avanzado hacia el santuario- agregó,
pero sus palabras fueron interrumpidas por el siseo de un
melta al ser disparado. -Algunos ya se han abierto paso
hasta los pasillos inferiores.

-Tiene que hacerlo ahora mismo- le comuniqué a Sholer


en cuanto se reunió con nosotros. -Los recién llegados
están subiendo para matar a esta cosa.
Como para subrayar mis palabras, el sordo rugido de un
bolter resonó en algún lugar bajo mis pies.

-Están en el hueco del elevador- me explicó


innecesariamente la voz de Yail, aunque mi innato sentido
de la orientación ya me había indicado el origen del sonido
de los disparos. En aquellos momentos, me imaginé el
amplio y profundo pozo que descendía hasta los niveles
inferiores, un hueco que proporcionaba a los tiránidos
invasores una ruta directa hasta el lugar en el que nos
encontrábamos.

-¿Cuánto tiempo podrá retenerlos?- pregunté, mientras


desenfundaba mis armas.

-Espero que el suficiente- respondió Yail antes de cortar


la comunicación, algo debido, sin la menor duda, a que
tenía cosas más importante de las que ocuparse que en
mantener una conversación trivial.

-Estoy lista- anunció Clementine, con un rostro que


indicaba que no se sentía nada a gusto, mientras se
redoblaban los ecos de los lejanos disparos. -Transmitiré
todo lo que me llegue por la conexión, aunque sólo el
Trono sabrá que es lo que quieren lograr con ello.

Sus labios comenzaron a moverse, verbalizando una de las


letanías propias de su casta. A continuación, de repente, su
cuerpo sufrió un espasmo, como si la hubiera dado un
ataque y, bruscamente se tensaron todos los músculos de
su cuerpo. Resbaló de la silla y se golpeó la cabeza contra el
borde de una caja colocada junto a ella, abriéndose una fea
herida que Sholer se apresuró en restañar. Un fino hilo de
baba, mezclada con la sangre de su lengua mordida,
comenzó a brotar lentamente por una de las comisuras de
su boca.

-Yo me ocuparé de ella- dijo Sholer que, tras levantar la


vista y verme con las armas preparadas, debió creer que yo
estaba ansioso por unirme a la lucha, en lugar de ver que
estaba absolutamente paranoico por quedar atrapado por
los primeros tiránidos que atravesaran la puerta. Lo medité
durante un instante, pues en aquel almacén sólo había una
puerta. Una vez que las criaturas entraran, mis
probabilidades de salir de allí serían mínimas, dado que la
enorme masa putrefacta era su principal objetivo, y los
atraería como un pedazo de carroña a los kroot. -Puede
unirse a la defensa.

-¿Está seguro?- respondí, eligiendo cuidadosamente mis


palabras para que mi aparente valentía no llegara hasta el
punto de tener que quedarme atrapado allí.

-Completamente- me aseguró Sholer mientras


desenfundaba su pistola bolter, ya preparado para el
combate, mientras yo, aprovechando aquella oportunidad,
salía corriendo de la sala.
El pasillo al que salí estaba repleto de mecanos presas del
pánico, corriendo de un lado a otro de un modo que me
recordó extrañamente a los acontecimientos que siguieron
al intento de huida de los genestealers. De manera
desconcertante, mientras que algunos huían, otros parecían
correr hacia el origen del sonido de los disparos, algo que al
principio atribuí erróneamente con su deseo de lanzarse al
combate con las improvisadas armas que a mayoría de ellos
blandían. Mirando a mi alrededor, vi de todo, desde todo
tipo de herramientas adaptadas a toda prisa, a simples
trozos de tuberías lastradas para crear pesados garrotes, a
menudo complementados con uno o dos clavos lo
suficientemente letales como para haber alegrado el
corazón de cualquier orko. Unos pocos llevaban armamento
algo más sofisticado, quizás sacado de los talleres de
reparación o montado a toda prisa desde cero, desde
pistolas bolter a granadas caseras improvisadas con latas
de lubricante. Uno de ellos incluso se había hecho con una
ballesta, un arma que no habría desentonado en un
campamento de carroñeros del sumidero [177]. Como
prefería no encontrarme con un tiránido de frente, me abrí
paso a través de la aglomeración para alejarme de los
sonidos del combate, pero, al poco, descubrí mi error, ya
que una pesadilla viviente bloqueaba el pasillo delante de
mí, chillando de rabia mientras sus correosas alas chocaban
contra el techo y las paredes. Yo parecía haber acertado, la
mente colmena invasora no había tardado en desplegar
gárgolas contra nosotros. Alcé mi pistola láser y disparé un
par de veces cuando la bestia se elevó por encima de las
cabezas de los mecanos que bloqueaban mi línea de fuego,
pero lo único que conseguí fue atraer su atención sobre mí,
algo que no era ni mucho menos, lo que yo pretendía.

[177] Una referencia a sus orígenes en los barrios bajos de una colmena,
aunque se sigue sin conocer a que planeta pertenecería. Carroñeros es un
término muy común en esas comunidades para los estratos más bajos de la
sociedad, tanto literal como metafóricamente, que subsisten hurgando en las
basuras que caen (o que tiran) desde las zonas altas de la colmena.

La criatura dejó caer al tecno-sacerdote que estaba


masacrando y se abalanzó sobre mí, alzando su
devorcarnes para vomitar una descarga de letales
escarabajos en mi dirección. Afortunadamente, su puntería
fue arruinada por un mecano que demostró tener más
iniciativa que sentido común, que lanzó a la criatura una
especie de cable de acero dotado de un improvisado
contrapeso en un extremo que se enredó en la extremidad
delantera que empuñaba la bio-arma, apartándola en el
último instante.

La lluvia de mandíbulas que chasqueaban frenéticamente se


estrelló inofensivamente con la pared del pasillo. Sólo unos
pocos que rebotaron lograron encontrar algo de carne viva
en la que clavarse. En aquella ocasión, el estar tan
generosamente mezclados con metal, seguramente les vino
muy bien a los seguidores del Omnissiah [178].

[178] A pesar de las horribles heridas que provocan, los escarabajos carnívoros
mueren en cuestión de segundos, por lo que los heridos por ellos suelen
sobrevivir si queda lo suficiente de sus órganos vitales atacados y los tecno-
sacerdotes, en buena parte, ya habrían sustituido la mayor partes de éstos por
augméticos varios.

La gárgola volvió a rugir y se abalanzó contra mi inesperado


salvador, intentando clavar en el abdomen de él, o de ella,
[179] el aguijón en el que terminaba su cola. Una buena
acción se merecía otra, especialmente con tantos testigos a
nuestro alrededor; así que arremetí con mi espada sierra y
logré el expuesto vientre del horror volador.
[179] Aparentemente, se trataba de un tecno-sacerdote especialmente dotado
de augméticos con lo que Caín no fue capaz de asignarle un género.

-¡Aguante!- le grité para animarle, aunque el tecno-


sacerdote no daba señal alguna de querer soltar a presa,
tirando con tanta fuerza del cable como un pescador que
había logrado atrapar la mayor captura de toda su vida.
Unas pocas vísceras salpicaron contra el suelo y mi
maltratado abrigo, confirmando que su salvación ya era
algo imposible, aunque la gárgola me golpeó en aquel
instante con sus correosas alas tras fallar en su intento de
volver a volver a apuntarme con su devoracarnes. Al ver
como giraba la cabeza, me agaché y permití que fuera mi
gorra la que recibiera el chorro de veneno que, de repente,
lanzó con la intención de abrasarme los ojos. Un ataque al
que yo respondí con otro tajo de mi espada sierra.

Aquella vez, la aullante espada cortó de cuajo una de las


alas que la mantenían en al aire y la criatura cayó
pesadamente al suelo, donde comenzó a chapotear entre
sus propias entrañas como un gorrión bañándose en una
fuente.

-¡Acabemos con él!- instó el tecno-sacerdote a los demás,


con su voz mecánica plagada de sed de sangre, mientras
saltaba hacia adelante para inmovilizar el devoracarnes con
su pie metálico, cosa que hizo con tanto peso y fuerza, que
la carne modelada reventó como una fruta madura. Eso fue
todo lo que necesitaron los demás, lanzándose sobre la
criatura derribada como una manada de ratas de sumidero
sobre un cadáver, machacándola y despedazándola con sus
garrotes y cuchillas hasta convertirla en una papilla
sanguinolenta.
-Ya casi han llegado a lo más alto del hueco del
elevador, señor- me informó mi ayudante, con los sonidos
del combate resonando de fondo a través del pequeño
comunicador que llevaba en mi oído. Yo vacilé un segundo
antes de responder. La gárgola podría estar sola, pero yo lo
dudaba mucho, y si una había logrado encontrar el camino
hacia el interior desde la plataforma de aterrizaje, el resto
de su progenie no andaría demasiado lejos. Pero aunque no
hubiera ninguna más, el caso es que no había nada en la
cubierta de vuelo capaz de volar así que aunque pudiera
llegar allí, yo simplemente moriría ahogado por los miasmas
de la atmósfera [180], eso si las bestias aladas no me
atrapaban primero. Por otra parte, por muy peligroso que
fuera unirme a la defensa del hueco del ascensor, al menos
tendría el melta de Jurgen y a los Recobradores
supervivientes detrás de los que esconderme.

[180] Una notable exageración, ya que él había estado a la intemperie en


aquella atmósfera durante algún tiempo en más de una ocasión.

-Ahora mismo voy- respondí, como si nunca lo hubiera


dudado, y comencé a correr en la dirección por la que me
llegaban los sonidos del combate.

Para mi sorpresa, me siguieron muchos de los acólitos de


túnicas rojas que antes me rodeaban, aparentemente con
su sangre y lubricantes prácticamente en llamas ante la
posibilidad de acabar con algunos tiránidos más tras haber
probado el derramamiento de sangre. Algo que me pareció
genial: cuantos más mejor, especialmente si se interponían
entre el enjambre y mi preciado pellejo.
Mientras pasábamos, eché un vistazo al santuario de Sholer,
pero vi que seguía agachado junto al tembloroso cuerpo de
Clementine, parcialmente oculto por la barrera de palés.
Aunque seguramente se percatara de mi presencia, parecía
demasiado ocupado y seguí corriendo, con el grupo de
acólitos siguiéndome como la cola de un cometa.

-Siento llegar tarde- me disculpé, mientras me unía a Yail,


un par de Recobradores y Jurgen, que se alineaban a lo
largo de las puertas del tamaño de un Chimera que daban al
elevador de cargas [181]. Éstas habían sido abiertas de par
en par para conseguir un campo de tiro libre.
Afortunadamente, la mente colmena sólo estaba lanzando
contra nosotros criaturas capaces de escalar, lo que excluía
a todas las que tenían armas que pudieran ser usadas a
distancia, pero por cada hormagante, o genestealer
puracepa que caía en picado hacia las profundidades, otra
docena le tomaba el relevo. -Una gárgola se interpuso
en mi camino.

[181] Si el fragmento de la bio-nave era realmente, tal y como lo describió Caín,


del tamaño de un Baneblade, la puerta tendría que ser considerablemente más
grande que eso para que pudieran haberlo transportado a través de ella.

-Lo sé- afirmó Yail. -El Land Speeder está tratando de


mantenerlos alejados del hangar- algo que al menos
explicaba la ausencia de los otros Recobradores [182].

[182] Aparte de los tecnomarines que Sholer mencionó en su primera reunión,


que parece que estaban en otro lugar cuando comenzó el ataque.

No me importa admitir que me acobardé ligeramente


cuando contemplé la vertiginosa caída hacia los subniveles
más profundos del santuario. Las paredes del pozo parecían
hervir de quitina, trepando hacia arriba con un perverso
propósito, con sus garras desgarradoras y cortantes
chasqueando en una furiosa avalancha de ensordecedores
crujidos. Los defensores seguían disparándoles y yo me uní
a ellos, pero, para lo que estábamos consiguiendo, bien
podríamos haber estado tirándoles piedras.

-¿No podemos activar la plataforma y aplastarlos a


todos?- pregunté mientras le arrancaba la parte posterior
del cráneo a un genestealer especialmente persistente con
un afortunado disparo que le atravesó las fauces.

-Ya lo hemos hecho- me informó Jurgen, lanzando una


ráfaga de su melta al torso de otra de las criaturas. El
abrasador destello térmico lanzó a otro par de ellas hacia el
abismo a modo de bonificación.

-Así que, si lo intentamos volver a hacer, sólo


conseguiremos que suban más rápido- añadió Yail
acentuando sus palabras con una ráfaga de su bolter
Tormenta que convirtió en sanguinolentos pedazos a media
docena de genestealers.

-Bueno, de todas formas, parece que trepan bastante


bien- dije, tras sentir que un ligero eufemismo heroico sería
bien recibido en aquellos momentos.

Una débil explosión resonó en el pozo. Uno de los excitados


mecanos había lanzado una granada casera al hueco del
elevador, sin duda alguna tras haber calculado en que punto
de su trayectoria haría explosión [183], atravesando a los
tiránidos con una lluvia de afilada metrallas.

[183] O puede que no; dadas las circunstancias, lo más fácil era que acertara a
algunas de las bestias.

-Pero ya no suben tan rápido- observó Jurgen, como si


aquel asunto fuera tan sólo de interés pasajero.

-¿Han frenado la velocidad de su ascenso?- pregunté,


como repentino brote de esperanza asomando en mi mente.
Mi ayudante asintió.

-Antes se pegaban a las sombras, intentaban


cubrirse. Ahora, suben directamente a la línea de
fuego, por lo que les estamos reteniendo con mayor
facilidad.

Activé el comunicador de vox de mi oreja.

-Sholer- llamé, tratando de no sonar demasiado optimista,


-parece que está funcionando. ¿Sigue transmitiendo
Clementine?

-Hasta dónde puedo decir, creo que sí- respondió


Sholer. -Está sufriendo continuos ataques, cada uno
más violento que el anterior. Cualquiera de los
siguientes podría ser fatal.
-Entonces tenemos que terminar con esto lo antes
posible- afirmé.

-Estoy de acuerdo- nos interrumpió Yail, inclinándose


levemente, lo más parecido a asentir con la cabeza que
podía hacer un hombre encerrado en un torpe traje de
Exterminador y disparó en una sola salva todos los misiles
que le quedaban en su lanzador Cyclone. Un segundo más
tarde, un vendaval de fuego subió por el pozo, arrancando
de las paredes y abrasando a los horrores quitinosos que se
aferraban a ellas, aunque no hubieran sido destrozadas por
la metralla de las cabezas de fragmentación. Nosotros
saltamos hacia atrás para salvar la vida mientras una lluvia
de residuos brotaba por las puertas abiertas. Choqué contra
el suelo de metal y rodé por el suelo, intentando escapar del
intenso calor provocado por las explosiones que abrasaba
mi espalda para, a continuación, levantarme con mi pistola
apuntando el hueco del elevador. Sólo Yail seguía en pie
donde estaba anteriormente, protegido de la furia de las
explosiones por la armadura más poderosa creada por el
hombre. Tras un momento, habló. -Hemos vencido-
declaró sencillamente.

-¿Hemos vencido?- pregunté. Extrañamente reacio a


creerlo, me acerqué lentamente al borde del hueco y miré
hacia abajo. Efectivamente, el único movimiento que pude
apreciar fue el de algunos rezagados heridos que huían
retorciéndose por los conductos de ventilación en el pozo
del elevador por los que, evidentemente, habían logrado
entrar.

-Parece que sí- me confirmó Jurgen, disparando una ráfaga


de fusil láser a las bestias en retirada mientras su exquisito
y peculiar aroma personal comenzaba a desplazar el olor a
la carne y al metal chamuscado en mis fosas nasales.

-Las gárgolas también huyen en desorden- nos informó


Yail, incapaz de esconder una nota de satisfacción en su
voz.

-Excelente- afirmé, más formalmente que el marine


espacial, dado que yo tenía mucha más práctica en ocultar
mis verdaderos sentimientos. Volvía a activar el
comunicador. -Sholer, puede decirle a Clementine que
deje de transmitir.

-Desafortunadamente, me temo que eso ya no es


posible- me contestó Sholer, con su voz teñida por el
arrepentimiento. -Como ya advertí, su último ataque
resultó ser el fatal.
NOTA EDITORIAL:
“De la Cruzada y lo que vino después: una historia militar
del Golfo de Damocles”, por Vargo Royz, 058.M42.

El destello de inspiración del comisario Caín, unido al


heroico sacrificio de la astrópata Drey iban a tener un efecto
mucho mayor del que cualquiera de ellos podría haber
previsto. El inexorable avance de la flota colmena que
rodeaba el planeta comenzó a tambalearse cuando la
mente que la coordinaba perdió el control de las bio-naves,
que comenzaron a reaccionar instintivamente siguiendo sus
propios instintos en lugar de seguir una estrategia más
amplia. Por el contrario, las naves imperiales seguían siendo
capaces de apoyarse las unas a las otras, una ventaja
táctica que no tardaron en aprovechar. Tras reunir todas
naves que pudo, el almirante Bourme atacó directamente a
los leviatanes, que, aunque lejos de estar indefensos,
habían quedado vulnerables por la pérdida de sus escoltas,
logrando destruir uno de ellos y dañar a los demás de tal
forma que estos se vieron obligados a huir.

Tras esas pérdidas, los tiránidos en el planeta volvieron en


su mayor parte a seguir sus simples instintos animales,
excepto cuando eran capaces de unirse ante la presencia de
algunas de las criaturas sinápticas capaces de organizarlos,
que, por supuesto, se convirtieron en el principal objetivo de
la posterior caza. Aunque aún persisten rumores de que
algunas criaturas aislada siguen acechando en los páramos
y en lo más profundo de los sumideros de las colmenas, no
se han registrado avistamientos fiables desde hace casi tres
décadas y Fecundia está, a día de hoy, clasificada como un
planeta purificado. Sin embargo, la guarnición de la Guardia
Imperial que se estableció en el planeta tras aquel incidente
y los skitarii de las forjas planetarias permanecen alertas
antes cualquier señal de una nueva incursión.
CAPÍTULO VEINTISIETE
-Bueno, parece que todo ha acabado bastante bien-
dije, dando un sorbo a mi taza de tanna mientras miraba de
reojo a El’hassai a través del vapor mientras fingía
contemplar el tablero de regicida que había entre ambos,
una táctica dilatoria que estaba seguro que no engañaría ni
por un segundo a mi oponente. No tenía la menor duda de
que era un rival mucho más duro que Zyvan, aunque no
sabía si aquello se debía a que simplemente no pensaba
como un ser humano, o a que su profesión tendía a
fomentar el uso de la distracción y la sutileza. El Lord
General estaba muy ocupado en aquellos momentos,
negociando los términos según los cuales la guarnición que
íbamos a dejar en el planeta debía cooperar con Kyper y sus
skitarii para ayudar en la limpieza de los miles de rezagados
tiránidos que aún debía haber sueltos por Fecundia (A nadie
le debería sorprender que las discusiones fueran tan
acaloradas, ya que Zyvan insistía en solicitar la plena
autonomía de las unidades de la Guardia, mientras que, por
su parte, Kyper insistía en mantener todos los asuntos
operativos firmemente bajo su control). Así que no teníamos
tiempo para celebrar reuniones sociales en la relativa
comodidad de la nave insignia.

Aunque en cualquier otra circunstancia El’hassai


difícilmente habría sido mi primera elección para una
invitación a cenar, había algunos asuntos pendientes
rondándome por la cabeza que pensaba que debíamos
discutir. En parte para mi propia satisfacción, y en parte
porque como siempre tenía bien presente mi secreta
vocación de ser los oídos y los ojos de Amberley. Si mis
sospechas eran ciertas, el Ordo Xenos probablemente
estaría muy interesado en conocer las conclusiones a las
que yo había llegado durante las dos semanas
relativamente tranquilas que siguieron a la desesperada
batalla por Regio Quinquaginta Unus y sus alrededores.

-Una patada en toda la boca a los tiránidos y un


mundo forja defendido con éxito.

-Y todo gracias a su ingenio-, me felicitó el tau, con toda


su atención puesta en el movimiento que yo acababa de
realizar. Estudió detenidamente el tablero durante un
instante y derribó una de mis piezas, con un inconfundible
gesto de satisfacción. -Y al del apotecario Sholer. Por
desgracia, es muy poco probable que podamos
utilizar el mismo truco en la defensa de otros
planetas.

-Desgraciadamente así es-, concedí pesaroso. Fuera


como fuera, lo cierto es que los tau no podrían tratar de
repetirlo, ya que no poseían astrópatas para proyectar la
señal de interferencia. Además, Sholer parecía
prácticamente convencido de que para poder usar la misma
estratagema, se necesitaría un nodo colmena vivo, algo que
desde luego, no era algo que uno se encontrara
normalmente tirado por el suelo. El apotecario había
solicitado a Kyper y al Death Korps que reunieran tantos
tiránidos vivos como les fuera posible, para probar si podía
lograr que el mismo truco funcionara con datos grabados o
sintetizados, pero, hasta aquel momento, lo único que podía
prometer era abrir una prometedora línea de investigación.
Algo que, sin la menor duda, implicaría varias décadas de
investigación en el analyticum antes de que se lograra algo
que fuera de utilidad. Pero, en fin, no creo que los soldados
de la Guardia ni los skitarii se pusieran en peligro para
capturar a unos tiránidos, cuando podían acabar con ellos
fácilmente desde una distancia segura. -Por otra parte,
cuando llegue a Dr’th’nyr lo que queda de la flota
colmena será presa fácil para sus naves.

-Especialmente porque el astrópata que acompaña a


los observadores imperiales ya les habrá avisado
anticipadamente de que se acerca-, añadió El’hassai,
inclinando cortésmente la cabeza-. Algo por lo que, por
supuesto, quedaremos muy agradecidos a nuestros
aliados.

-Una buena acción siempre se merece otra-, contesté,


derribando una de sus piezas. -Si no nos hubieran
avisado de la llegada de la flota colmena, es muy
probable que Fecundia habría sido conquistada y
devorada-, proseguí y bebí otro sorbo de tanna-. De
hecho, casi perdemos todo el planeta y su defensa
nos ha costado una importante parte de la Flota de
Batalla Damocles.

Algo que había dejado a casi la mitad de los sistemas


imperiales del Golfo indefensos ante un ataque de los tau.
Unas ganancias más que suficientes para compensar el
único mundo que nos habían devuelto pese a estar a punto
de conquistarlo y que, sin la menor duda, esperaban que
pronto volverían a hacerse con él.
-Pero no fue así-, replicó El’hassai, estudiando
nuevamente el tablero-. -Y sus naves están siendo
reparadas mientras hablamos.

-Efectivamente-, acepté mientras saboreaba otro trago


del amargo líquido y tendía la taza a Jurgen, para que la
volviera a llenar con su habitual y silenciosa eficacia-.
Imagino que ya estará listo para nuestro regreso a
Quadravidia.

-¿Quadravidia?-, exclamó el diplomático tau, inclinando la


cabeza en una perfecta imitación de la sorpresa humana-.
Estoy seguro de que está perfectamente defendido
por nuestras naves mercantes que están entregando
ayudas y colaborando en la reconstrucción de las
infraestructuras del planeta.

-Una responsabilidad de cuyo peso puede liberarles


la inesperada supervivencia de nuestras naves de
guerra-, repliqué-. Al igual que la inesperada victoria
de nuestras fuerzas en Fecundia puede aliviar al
imperio tau de la carga de tener que ayudar en la
defensa de un mundo imperial. Estoy seguro de que
todos esos recursos estarán mucho mejor empleados
en la defensa de sus fronteras contra los tiránidos.

Si yo hubiera estado mirando una cara humana, estoy


seguro de que las expresiones que hubiera visto cruzar por
su rostro serían las de sorpresa, disgusto y probablemente
algo de diversión, pero dado que El’hassai era un
diplomático y además xenos, lo más probable es que
simplemente me estuviera mostrando lo que yo quería, o
esperaba ver.

-Probablemente-, respondió tranquilamente-. En este


momento los tiránidos son una mayor amenaza para
todos nosotros, mucho mayor que la de un imperio
contra el otro. A los dos nos interesa mantener esta
alianza contra ellos.

-Así es-, coincidí y levanté mi taza de tanna en un alegre


brindis, un gesto que tras un momento de vacilación,
El’hassai imitó, con una leve ironía-. De hecho, casi se
podría decir que el Bien Supremo así lo exige.

(Y con esta nota ligeramente frívola, este extracto de los


archivos de Caín llega a un final típicamente egocéntrico)

FIN

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