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ACERCA DE LA MOTIVACION DE LGS HECHOS EN LA SENTENCIA PENAL “Ja justicia que depende de ta verdad de los hechos” M. Murenat NTRODUCCION A juicio de Calamandrei, “la motivacién constituye el signo mas importante y tipico de la ‘racionalizacién’ de la funeién judicial” Y, aunque no siempre en Ia historia Ja imposicién del deber de motivar ha respondido al interés de conferir mayor racionalidad en e] mas ampiio sentido de racionalided demo- cratica~ al ejercicio del poder de los jueces,* lo cierto es que la | Tratado de las obligaciones del juez, por Maximiliano Murena, jurisconsulto napelituno, traducido del italiano al francés; y de éste al idioma éastellane por D. Cris- tobal Cladera, Madrid MDCCLXXX\, por D. Plicide Barca Lépez, p. 66, 2p. Calamandrei, Proceso y denocracia, trad. de H. Fix Zamudio, Buenos Aires, BA, 1960, p. 115. 2 Fs un pio eimblemitico al respecto la pragmadtica napolitana de Farando IV, de 22 de septiembre de 1774. que impcnia a los jucces el deber de motivar, en este caso entendido en el sentido de expresar la norma aplicada; y que, mas que demerratizar el ejercicio deta srisdiccion, que hubiers vido impropio de un régimen autoci sig0, bus~ cuba reforzar la centralizacién del poder, neutratizende uno de tantos particularismes 41 resolucién motivada, como resultado, si ha operado ebjetivamen- te en favor de ese interés. En efecto, por modesto que fuere el alcance dado al deber de motivar, el simple hecho de ampliar el campo de lo observable de la decisién, no sélo para los destinatarios directos de la mis- ma, sino al mismo tiempo e inevitablemente para terceros, com- porta para el autor de aquélia la exigencia de un principio o un plus de justificacién del acto;4 y una mayor exposicién de éste ala opinion. Lo prueba la histérica reaccién de los jueces napolitanos,> sobre la intensidad de cuya resistencia a la pragmatica de Fer- nando IV en favor de un incipiente apunte de motivacién ilus- tra el dato de que, afios después, tuvo que ser abolida. Pero mas en general, las propias atormentadas vicisitudes pretéritas y ac- tuales del jugement motivé, que, aunque dan sobrada raz6n a Cordero en su afirmacién de que “ei hermetismo es connatural al narcisismo togado”,® apuntan a un mas alla, o un antes, que tiene que ver con la propia naturaleza del poder en general. lo cabe duda de que es asi cuando se trata de un poder, de cualquier modo, absoluto: porque “el estado se desequilibra y debilita” si “ios hombres se consideran capacitados para deba- tir y disputar entre sf acerca de los mandatos”” de aquél. Pero tampoco el estado democratico,® se ve libre de esa forma de feudales. (Sobre este episodio puede verse: F. Cordero, Riti e sapienza del diritto, Roma- Bari, Laterza, 1981, pp, 663-666) “FI motivo responde a la pregu explicacién; pero ls explicacisn ( épor qué? Tiene, por tanto, una funcién de Jal menos en los contexios en los que motivo signi- ste en hscer cl ra, en hacer inteligible, en hacer comprender”. (P. discurso de ta accidn, trad. de P. Calvo, Madrid, 2* ed., 19 ena un putiferio la riforma”, escribe gréticamente al respecto Cordero, en Procedura penale, Milano, Giuffe, 1991, p. 819. 6 did, p. 816. 7, Hobl Leviatdi, wad. de C. Me! .0, Madrid, Alianza Editorial, 1989, p. 258 50, F. J. De Lucas Martin, “Democracia y transpzrencia. Sobre po- der, secreto y publicidad”, en Anuario de Milesofia del Derecho, 1990, np. 131 y ss. 42 smo, seguramente genético. De ello da buena cuenta la conocida propensién al secrete y, en el terreno que nos ocupa, ja lectura y la practica habitualmente reductivas del imperati. vo de motivar las resoluciones judiciales cuando éste ha hecho acto de presencia en algtin texto legal.? Con todo, es una evidencia que la constitucionalizacion del deber de motivar las sentencias (art. 120,3), a partir de 1978 y por primera vez.en nuestra experiencia histérica,'° ha significa- do un cambio de paradigma. En efecto, en nuestro pais, como en otros del entorno, Ja pri- mera aparicion del deber de motivar responde prioritariamente a exigencias de caracter politico: se busca en él una garantia frente al arbitrio."! ° Entre nosotros, como es bien notorio, s6lo en fos Lltimos aftos, y trabajosamer ha empezado a abrirse camino una cierta cultura democrdtica de le motivacién. Con todo, ta misma tiende a manifestarse de forma casi exclusiva en las sentencias ys den- tro de éstas, preferentemente en la fundamentacién juridies ‘Asi, no son infrecuentes resoluciones como el auto de un juzgado de instruccién de Madrid, que motivaba ta denegacion de reformar otro previo de archivo de Tas actua- ciones —fundado a su vez en que “los hechos no revisten caracteres de infraccién pe s alegadas por la parte recurrente no alcanzan a desvirtuar el criterio que movi6 al instructor para dictar el auto que hoy se impugna. "© Sobre los antecedentes del tera, en general, Cf: M. Ortells Ramos. “ térico del deber de motivar las sentencias”, en Revista dle Derecho Procesal fberoame- ricana, 1977, pp. 899 y ss. También F. Ranieri, “Et estilo judicial espafiol y su influen- cia en la Europe del antiguo régimes (Actas del } Simposio Intemacional del Instituto de Derecho Comin, Murcia 26-28 de marzo de 1985), ed. a cargo de A. Pérez Martin, Murcia, Lniversidad de Murcia, 1986, pp. 101 ysss. 1 Asi, T, Sauvel, al referitse a ta obra de la Revolucién y su reflejo en Ta materia de que tratar contra de fa famosa formula “pour les cas resultant du prnces”, con que tos tribus del antiguo regimen fundaban sus decisiones; y ta demarda de que ésias fueran siem- cn Revue du Droit Public et de la Science 1985, pp. 43-44), Para nuestro pais es expresivo el testimonio de} diputedo en las Cortes de CAdte José de Cea, que presents un proyecto de decreto propusnando que para “quar In tmaticia, fraude y artitra-iedad todo pretexto, y asegurer cn el péblico la exactitud, ecto yescrupulosidad de los magistrades... en toda decision nal”, en “que las razon Figen his en Espaita y Europa, wun pasado juridico coms generalizada en nifiestodg existencia de una opinidn critics les pre motivedas (Hi Politique en France et al etran pongan las vazones. causas 43 Que es asi y que hay un sentir al respecto mas o menos 2€RE- ralizado lo pone de manifiesto la circunstancia de que es? linea argumental encuentre eco, en la primera mitad del siglo $™> &9 obras de cardcter eminentemente practico, come la de Ve"langa Huerta. Para este autor, el dar los motivos de fa sentencia, prueba por lo menos un sagrado "SS peto a la virtud de la justicia, y una sumisién absoluta a la ley (..2° El motivar los fallos tiene ya algo de publicidad, y he aqui una de las Y&"~ tajas de esta practica. Dispensar al juzgador de razonar los decretos @U& dé sobre la hacienda, vida y honor de los ciudadanos, es autorizar!® t citamente para ejercer la arbitrariedad... No es tan claro, sin embargo, que esa dimensién de naturale- za politico-general, por asi decir erga omnes, de la sentencia, resulte eficaznmente traducida en la legislacién ordinaria: Por el contrario, parece que en ésta hay més bien una tendenci® 4 €n~ tender el deber de motivar como pura exigencia técnica “endo- procesal”,! que mira a hacer posible a las partes el ejerciio de la eventual impugnacién. Una con! rmacién de esta hipétesis puede hallarse par® Nues- tro pais en la forma como la Ley de Enjuiciamiento Cfuminal trata el tema. En efecto, una vez excluido el control cas#Cional de los hect legislador se despreocupa de imponer @! juez en la redaccién de la sentencia (art. 142,2) alguna cautela en garantia de la efectividad del imperativo de vinculaci6™ de la conviccién sobre aquéllos al res Itado de “las pruel practica- das en el juicio”, contenido el art. 741. Asi lo hizo notar Gomez Orbaneja, a cuyo entender, Le for- ma de expresién de ese iltimo precepto “sugiere indebiCemen- y fundamentos en que se apayan... para... las decisiones se fanden.. sobre ell testo e& preso de las t (it, por Ortells Ramos, en op. cit., p. 905), F. Verlaniga Huerta, Procedimienro en materia erty de ia tL al. Tratado que 2" s procesivas de dicha materia respecto a la jut Madrid, Libreria 8 Asi lo entiende voz “Motivazione della sentenz™ penele”, Tre, 1977, p. 186, Enciclopedia det te una operacién intima y secreta de que no hubiese que dar cuenta”.!* Es cierto que una Orden de 5 de abril de 1932 traté de salir al paso de la “practicaviciosa” en que generalmente se traducia a interpretacién del art. 142 por los tribunales. Pero sélo porque o hacia “practicamente imposible el normal desenvelvimien- to del recurso de casacién”. De este modo, la preocupacién mi- nisterial se circunscribfa a la obtencién de una adecuada exp sidn del resultado probatorio y de un correcto deslinde entre la quaestio facti y la quaestio turis, en tanto que elementos nece- sarios para el juego del contro} de legitimidad. Pero nada pa- recido, en el texto de la orden, a la exigencia de que en la sen- tencia se hicieran explicitos los patrones de valoracién y el rendimiento conforme a ellos de cada medio probatorio en el caso concreto. Lo que, en tiltimo término, constituye una ulte- rior confirmacién del criterio antes expuesto. Este mismo criterio encuentra también apoyo autorizado en alguna jurisprudencia de la Sala Segunda del Tribunal Supremo. Seguramente en ningtin caso en términos tan llamativos como los de la sentencia de 10 de febrero de 1978 (ponente Vivas Marzal), al declarar que el tribunal debe abstenerse de recoger en su narracién histérica la resultancia aisiada de las pruebas practicadas... y, con mucho ma motivo, el andi or 5 valoracién de las mismas, totalmente ocioso e in- necesario di ‘a dicha valoracion cia de los juzgador ia la soberania que la ley le cone y que debe permanecer ineégnita en la con enels as deliberacior y creto de afiadicndo que el tribunal no puede ni debe dar expticaciones det por qué Heyd a !as conclusiones fitcticas...!* Gémez Orbaneja y Herce Quemada, Derecho Procesal Penal, Madrid, 6" ed.» p. 249 Torne la cita de J. L. Vézg ¢ otelo, Presunciéa de inocencia del impute £4, p. S07. El zutor indica que ja de casacién Uebid porder- intima convicetin del tribunal, Bare’ ona, Bose sentencia de instancia que fue en este ca 45 Frente a este estado de cosas, la inclusion del deber de moti var en el art. 120,3 de la Constitucién, precisamente dentro del titulo VI dedicado al “poder judicial”, y en un precepto que consagra otras dos fundamentales garanifas procesales: la pu- blicidad y la oralidad, no puede dejar de ser significativa. Signi ficativa y totalmente coherente, puesto que, como ha escrito Ferrajoli, estas titimas, junto con la de motivacién, son “garan- tias de garantias”, de caracter “instrumental”, por tanto, pero condicién sine qua non de la vigencia de las “primarias o epistemolégicas”.¢ Es por ello que la motivacién como mecanismo de garantia, en un disefio procesa! del género del que se expresa en la Cons- titucién de 1978, no puede limitar su funcionalidad al 4mbito de las relaciones inter partes, asumiendo necesariamente una fun- cién extraprocesal.!7 De esta funcién, y de la consiguiente insercién de la senten- cia en un marco abierto, se deriva la apertura de un nuevo 4m- bito de relaciones, que tiene como sujetos, por un lado, al juez o tribunal, y, por otro, a la totalidad de los ciudadanos, que se constituyen en destinatarios también de la sentencia e interlo- cutores de aquéllos. Y esto a su vez. implica exigencias de naturaleza formal, pero de intenso contenido politico-garantista. Porque Ja sentencia, al se en un injustificado tendo, © de incidencias procesales irrelevantes para el fallo, omi- argo, otvos datos relevantes. Pero sefiala también que ese mismo crite- tio “tiene respaldo en otras smuchisimas decisiones del mismo TS, auneie no siempre en teminos tan comtuidentes” (p. 508) 'e Estas son la forme: de defense, (c. Fexrajoli, Derecho y razén. Teoria del garantismo penal, wad. Andrés foaiez. J.C. Bayon, R. Cantarero, A, Ruiz Miguel y J. Terraditos, M Trotia, $* ed., 2001, pp. 614 y 615). Teruffo, “La fisonomia delta sentenza (y para) trascender la dimensién burocratica, demanda un esti- Jo diverso de! convencional, que tendria que concretarse, en primer lugar, en un lenguaje diferente, adecuado para el nuevo tipo de comunicacién, y, probablemente, también en una nueva estructura. En este contexto la guaestio facti y su tratamiento en fa sen- tencia, m4s que cobrar otre sentido, pueden legar a adquirir e} reconocimiento explicito del que efectivamente tienen: que es ser el momento de ejercicio del poder judicial por antonomasia. Puesto que es en la reconstruccién o en la elaboracién de los hechos donde el juez es mas soberano, mas dificilmente contro- lable, y donde, por ende, puede ser —como ha sido y en no pocas ocasiones sigue siendo~ més arbitrario. ‘A tenor de las precedentes consideraciones, cabe preguntar- se acerca del contenido de la motivacién. Tradicionalmente se han perfilado dos propuestas. Una primera lo identifica con Ta “individualizacion del iter légico-juridico mediante el que el juez ha Hegado a Ia decisién”;'* una actividad de tipo prevalentemente descriptivo.'!? Del anterior difiere el punto de vista que atribuye a la motivacién un caracter mas bien justificativo,?” que opera como racionalizacién a posteriori" de la decisién previamente tomada. Ferrajoli ha reclamado recientemente para la actividad motivadora del juez un estatuto esencialmente cognoscitivo. Unico que puede conferir a la decisién judicial legitimidad po- ' Al respecto (fh: M. Taruffo, La motiv 4975, p. 417 1 E._Amodio se ha referido a este punto de vista cafificdndole de “falacia de: tivista”, en cuya viruud “la motivacién extema se convierte en una... descripe; tiene el Gnico fin de heger conacer lo que el juez ha elevorado “en su cabeza’ ” (en op. cit. p. 214). 2° Asi, también entre nosotras M. Atienza: “Los érganos jurisdiccionales 0 admi- nistratt ‘ione detla sentenza civile, Padova ‘98, no tienen por lo general, que expticar sus decisiones, sino que justificarlas™. (fn Las razones del Derecho. Teorias de la argumentacién juridica, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1991, p. 23), 21 Asi to entendid Calemandrei, en ep. et, p. 125. litica y validez desde el punto de vista epistemoldgico y juridi- co.” A este punto de vista haré referencia con al mas adelante dn pormenor th. HECH Se ha es modo que e! burgués gentilhombre se sorprendio al conocer que hablaba en prosa, los jueces podrian también experimentar sor- presa si fueran plenamente conscientes de la densidad de las cuestiones epistemolégicas y la notable complejidad de los pro- cesos légicos implicitos en el mas elemental de los razonamien- tos de que habitualmente hacen uso. La reflexién debe ir més alld porque, en tanto esa conciencia se produce, el discurso judicial —el juridico-practico en general en acto, no puede dejar de acusar negativamente tal lamentable operar de sus autores sobre un cierto vacio epistemolégico, por la falta de un conocimiento efectivo de los rasgos que lo consti- tuyen. Esta evidencia resulta todavia mas patente en aquella v crite por un magistrado italiano”? que, del mismo ente del razonamiento judicial referida a lo que habitualmente se conoce como “Io factico”, o “los hi Materia, por otro lado, particular ideda en la mayoria de las teorfas sobre la interpretacién, y abandonada ast en buena medida a la subjeti- ; ibir con toda razén hos” ‘Qualche alia riffessione in tema di prova™, en nado especialmente ta atencidin sobre ia relevancia de la determinacién de | tative; ieve cémo el mi proxi- midad processt a la quaestio fact (Cfr Ideologi 05, 1987, pp. 88 y ss.) que “esta ‘discrecionalidad en cuanto a tos hechos’ o ‘sobera- nia’ virtualmente incontrolada e incontrolable, ha pas a la mayorfa de los juristas”.24 Esa actitud ha tenido correspondencia en los textos positivos y, desde luego, en nuestra Ley de E. Criminal y en la jurispru- dencia tradicional del Tribunal Supremo “exoneratoria de toda alegacién sobre la conviccién formada ‘en conciencia’”.?5 El tratamiento judicial que habitualmente reciben los hechos suele reflejar una consideracién de los mismos como entidades naturales, previa y definitivamente constituidas desde el momen- to de su produccién, que sélo se trataria de identificar en su objetividad. Lo escribio con mucha claridad Fenech, al referir- se a ellos como “esos datos frios de la realidad”.26 Es decir, los datos como lo dado, o sea, esa “realidad 0 cua- lidad de alguna realidad, que es dada, y también que esta dada, cuando se halla presente a un sujeto cognoscente sin ja me cién de ningtin concepto”.27 io por alto fal modo de existencia de los hechos permitiria al juez, de manera espontanea, sin mediaciones, una relacién con ellos de total exterioridad, con el minimo de implicaciones subjetivas. Pero lo cierto es que el hecho puro del positivismo flossfico decimonénico no parece que exista como tal; y, en consecuen- cia, tampoco caben “los juicios de hecho entendidos como sim- ples constataciones del ‘dato bruto’ ”.28 Por el contrario, en la Frank, Derecho e inee) ad. de C. M. Bidegain, revisuda por GR. 16, Buenos Aires, Centro Editor de América Letina, 1968, p. 70. * L. Prieto Castro y E, Gutigmez de Cabiedes, Derecito Procesal, Madcid, 1976, p. 32: °©M, Fenech Navarro, Enjuici ao ac 1971-72. Univer +p.3 Un punto de vista sobre lox hechos, bien diferente, puede verse en C, De fa V-za Benayas, Introduceién al Derocha Judicial, Madrid, Montecorvo, 1970, p. 191 3, Fervater Mora, voz “Dado”, en Diccionario de Filosofia, Madrid, Alianza Fii- 1979, vol. I, p. 705. i Ubertis, Fatto e valore nel sis a probatorie penate, Milano, Giuflre, 1979, moderna filosofia de la ciencia, tiene carta de naturaleza la idea de que se da “cierta intimidad conceptual entre lo que conside- ramos hechos y el lenguaje en que los afirmamos, o al menos entre los hechos y los tipos de entidad légica que designa- mos como ‘enunciados’ (...). Les hechos son aquello que afir- man los enunciados verdaderos”. Este nuevo paradigma, al ofrecer una visién diferente del proceso cognoscitivo, revela también un distinto modo de rela- cién entre el sujeto que trata de conocer y el segmento de expe- riencia sobre el que proyecta su interés. Y en nuestro caso, en- tre el juez, los hechos probatorios y el thema probandum. Asi resulta que el juez se entiende no directamente con los . hechos como tales, sino con proposiciones relativas @ hechos, con “representaciones cognoscitivas” que denotan algo aconte- cido en e] mundo real.>? Lo que, bajo su apariencia de obviedad, tiene implicaciones praticas de extraordinaria relevancia que no pueden pasar desapercibidas. Estas son, en primer lugar, que sobre el proceso de conoci- miento relativo a los hechos, ai estar también mediado por el lenguaje®! —“el lenguaje y la situacién son inseparables”~,¥ pesa idéntica carga de relativismo y de incertidumbre y ambigtiedad** que en todos los demas casos en que esa mediacién tiene lugar. 10 es importante porque las mismas pecutiaridades (“ambigtie- explicacién, trad. de marero y A. Montesinos. Madrid, Alianza Editoriat, 2* ed.. 1985, pp. 16- E, Garcia C 7 8f, A. Van Dijk, Estructuras y funciones del diseurso, wad. M. Gann y M. Mur. igho XXI Editores, 7" ed., 1991, p. 8! Gj. al respecto A. Ruiz Miguel, “Creacién y eplicac: cn .tnuario de Filosofia del Derecho, 1984 (separata), p. 1 2M. Stubbs, Andlisis def discurso. Analisis soctolingitistico del lenguaje navr tr a de C. Gonzdlez, Madrid, Atienza Edito “p17. 6 muy bien Frank: “Hay también, una ambigdedad perturbagora cn ' ra “hecho”, Los *hechas” son amb: (Gn op. eff nen tn decision judicial” jetivos® y ‘objetivos dad”, “textura abierta”, “zonas de penumbra”) que se predican de los enunciados deénticos suelen encontrarse también presen. tes en los enunciados que se expresan en lenguaje observacional; por mas que éstos hayan de tener normalmente como referente entidades connotadas por un menor nivel de abstraccién. Si como dice Echevarria, “la observaci6n cientifica no es inmediata ni ingenua”, sino que “esta cargada conceptualmente”,*4 cudnto mas cargada de todo (preconceptos, prejuicios, etc.) no lo ha de estar una observacién que suele acusar marcadisimas implicaciones emotivas, puesto que se traslada al proceso por la via, siempre contaminada,* de las impresiones de testigos: ter- ceros afectados/interesados 6 moralmente concernidos por el tema del juicio.>° Impresiones adquiridas, la ms de las veces, espontaneamente en el curso de la vida ordinaria y, desde lue- go, sin el distanciamiento critico que por lo comtin acompafia a ja actividad cognoscitiva de los cientificos; tan cautos, sin em- bargo, como se ha visto, al evaluar Ja posible objetividad de su conocimiento. Por otra parte, en el caso del juez, esa mediacién discursiva se da no como mera descripcidn aséptica de lo que ya existe al margen de la actividad del operador: sino como proceso de cons- truccién del supuesto de hecho, consiruccién a la que el juez contribuye activamente, desde dentro. Y en ella est4 presente 1, Behevarria, Inirodueciéa a la metodologia de la ciencia. La filosofia de lu Ciencia en et siglo XX, Barcelona, Bareanova, 1989. p. 70. 3 Interesantes indicaciones ai respecto pueden encontrarse en J. J. Mira y M.D “Procesos intervinientes en la evidencia de testigos”, en F. J. Jiménez Buritto y M. Cie: mente (eds.), Psicologia social y sistema penal, Madrid, Alianza Editorial, 198 159 ysss % Como edviert Conceptual (..) la comprensid TOS", sino que también interse’ esa." Dijk, “la informacién se ‘recodifica’ en informacién ef almacenamiento y la reeuperacién nunca son “pus n con todos les procesos de pensamiento™ (...} poi la repraduceién es sobre todo producciin™, Que es pertin (op. cit. pp. 90-92). Observacicn: tanto para el caso del testi y su forma de aportar material informa- tivo al juez, como por lo que se reficre al (ratamiento por ésic de ese material. toda la carga de subjetivismo que acompafia a cualquier activi- dad reconstructiva. De aqui se deriva, pues, la exigencia de un cuidadoso con- trol y una fuerte tension hacia la adquisicién del maximo de conciencia posible de todos los factores capaces de incidir so- bre la propia actividad, que no tendrfan que ser menores que los que, pacfficamente, se acepta concurren en la tarea interpretativa. Es decir, la referida mas directamente a las normas. Del mismo modo que se ha dicho que los enunciados obser- vacionales estan cargados de teoria,” en el area de nuestro in- terés, tendria que decirse que los enunciados facticos corren, ademis, cl riesgo de estar cargados de derecho. Lo que consti tuye otra particularidad del proceso de conocimiento de los he- chos a tener en cuenta, a la vez que apunta a otro riesgo de con- taminacién del misme que no puede ser desatendido por el juez. En efecto, éste trabaja sobre una hipotesis, que incluye a su vez un punto de vista normativo, puesto que implica la afirmacién de que en el caso concreto ha tenido lugar un hecho previsto como supuesto base de un determinado precepto. Ahora bien, aun dentro de ese contexto, y aun en Ja perspectiva de la eva- Juacién de esa hipétesis, 1a dvisqueda de la verdad ha de ser ajena a otro interés que no sea precisamente éste. Hablo de interés como interés epistemolégico que tiene expresién legal en el principio de presuncién de inocencia, criterio-guia que aqui debe jugar como barrera impuesta al intérprete para, no obstante, moverse en el marco de una hipotesis normativa, ser capaz de iratar el material empirico que se le suministra por terccros con el maximo de neutralidad y de distancia respecto del derecho 17 Son bien elocuentes al respecto las palabras de N. R. Hanson: “En cierto sentido, entonces, La obser est moldeada por niente previo de x. El lenguaje o tas notzciones ‘esar Lo que conocemos, y sin les cuales habrfa m cerse come conacimiento, ejercen tambien influencia sobre las observaciones”. (Es 07. cit, p. 99) visidn es una accidn que Heva una “carga iedvica ign de x » cones gas para e poco que pudiera reeano- 52 se inane nnensnnneeepamenee nn enema amemamameetef i sustantivo de eventual aplicacién, evitando caer en el riesgo facil de producir un caso ad koc.3® Situados en esta perspectiva es evidente que Ia actividad ju- risdiccional presenta un especial grado de dificultad y su ejer- cicio plenamente responsable demanda un extraordinario nivel de autoconciencia sobre las peculiaridades de 1a misma. La mayor parte de los enunciados, como sefialé Russell, “esta destinada a expresar hechos, que (salvo cuande se trate de he- chos psicolégicos) versaran acerca del mundo exterior”? Esta circunstancia, en si misma evidente, y la mayor dificultad de la captacion y el tratamiento seméantico de los “hechos psicologi- os”, unida a alguna particularidad de nuestro derecho probato- rio, ha llevado a la jurisprudencia de ia Sala Degunda del Tri- bunal Supremo a “atribuir a aquéllos la inapropiada naturaleza de juicios de valor”, como ha puesto de manifiesto Beneytez Merino.*° Podrian citarse multitud de rescluciones,*! pero sirva como ejemplo una sentencia reciente, la de 30 de octubre de 1991 °8 Vale ta pena recordar que hace ya casi 20 afos 1. Ferzajoli advertia del riesgo de forzar ta realidad de tos hechos, 2l establecer lo que de clos resulta “juridicamente re- Tevante” en cada caso, que acecha siempre a la actividad jurisdiccionel. Postulaba “eri- terios de valoracién y de juicio “factualmente relevantes’, es decir, adecusdos al hecho considerado y tomadio en su concreta realidad” (“Magistratura Democratica ¢ Vesercizio alternativo detia fimzione giudiziaria”, en P. Barcelona (¢d.) Luso alternative det diriuto, Rorma-Bari, Laterza, 1973, vol. 1, pp. 117-118). _?B. Russell, “La filosotia del atomisme kigico™, en J. Muguerza (ed.), La concep cién anatitica de ta plosofia |, Alianza Editorial, 1974, p. 145, (Cui _ *L. Beneyiez Merino, “Suicio de valor y jurisprudence Epoca, nim. 19, septiembre de 1990, p. 15. *" En general (por ejemplo, Moyna Ménguez, 14 de calificativo de “hecho” para ef animo o inten directa; y se Te considera “juicio @ O también, Puerta de~un hecho psicoldgico que debe inferirse, al faltar normalmente prueba dire: con referencia al conocimiento de la procedencia ilfcita de Tos b Feceptacién va mia), en Poder Judicial, 2° unio de 1988), se reserva el n de matur, s6lo cuaido existe prucba es en un dolite de Asi parece que fa naturateza de un dato fictieo, por mis que ce orden psicoligice, depenceria de fuctores exiemos, sobrevenidos. de insole procesal en est €S el tipo de prueba wn 3 (ponente De Vega Ruiz), que expresa muy bien el punto de vis- ta de referencia. cuando dice que “los juicios de valor suponen, en definitiva, una actividad de la mente y del raciocinio tendente a determinar la intencionalidad del agente 0 sujeto activo de la infraccién en las distintas formas comisivas”. Se trataria asi de “Juicios 0 ‘pareceres’ de los jueces que indudablemente no de- ben ser incluidos en el factum de la sentencia por ser meras apreciaciones subjetivas”. Es la razén por la que “es en los an- tecedentes de hecho en donde han de consignarse todas las cir- cunstancias facticas como soporte de la calificacién juridica, para dejar aquellos juicios de valor, inaprensibles por los senti- dos, a la via deductiva que, razonablemente, ha de estar inmersa en los fndamentes de derecho”. Sabido es que lo que busca Ja opcidn que expresa este crite- rio es extender el Ambito del control casacional a determinados aspectos de la sentencia:“? los relativas a la justificacion de Jas conclusiones probatorias en materia de intencién y motivos del agente: a los que se dé tratamiento de quaestio iuris, para ha- cerlos entrar dentro del ambito material del recurso. Ocurre, sin embargo, que el fin perseguido, que en aparien- cia ampliaria el control sobre algunos aspectos relevantes del posicion tiene un autorizado exponente en E, Aguilera de Paz: “esa amplia potestad que fa ley concede [alude al art, 741 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal], se refierc tan solo a la apreciacisn de las pruebas que tengun relacion dnica y exclusi- vamente con los hechos de Te causa y no las que se contr sigan g los elementos niora 0 juridicos relutivos a ellos” porque “segin se expuso en sentencis [det Tribunal Su- ptemo] de 7 de abril de 1902, recaida en causa por delita de estafa, respecto at ciacién del engafio” estuba justificado el cuestionamiento por la via det recurso de ca~ sucidn, “supuesto que ésie (el engaito) no es un hecho porque no pertenece « la esjera ie los sucesos reoles perceptibles por fos sentiddos, sino wna mera deduccién de ca- ricter juridico, mediante Ia cual se pucde Hi © fos hechos es pre veriguac Ge si el ogente, al eject adas como ciertos en Ta sei doloso y con voluntad contraria a derecho, infiriendo Iégicamer tos dz la sentencia lo que hubiera de simulacién o fraude en Tos actos por aquél dos, pues, de lo centrario, se desnaturalizarian los preceptos ¢ y se havia inefi cez, en muchos casos, el recurso de casacién”. (Comentarias ala Ley de Enjuiciamiento Criminal, Madrid, Editorial Reus, 2° ed.. 1924, vol. Y, p. 358). procedié © no con dnimo por los mismes da- a 54 aoe nee enn enrentae | | i enjuiciamiento, impone un precio objetivamente intolerable desde e} punto de vista epistemoldgico, porque esa concepcién nicga 0 cuestiona implicitamente, 0 cuando menos siembra una seria confusién, acerca de la existencia como tal de una dimen- sion central de la conducta humana; y la posibilidad de acceder aun conocimiento racional de Ja misma. Es decir, siguiendo el razonamiento expresado en el fallo que se cita, el tmico aspecto del comportamiento del que podria predicarse la existencia o inexistencia real, y susceptible por tanto de recibir el calificativo de factico, seria el integrado por Jos actos exteriores, perceptibles u observables de modo senso- rial directo.4? Sdlo esa dimension del comportamiento podria ser tratada mediante proposiciones asertivas, es decir, aquéllas de las que cabe afirmar verdad o falsedad, porque sus referentes serian los tinicos con posibilidades objetivas de tener 0 no te- ner existencia real. Por contraste, la determinacién del caracter intencional o no intencional de la accién 0 acciones a examen, el elemento subjeti- vo del delito, resultaria desplazado a un Ambito discursivo diferente, el de los “juicios de valor” (“bueno”/“malo”, “bonito’/feo”), que en cambio son proposiciones carentes de referente empirico. Los mismos, se expresan en Jenguaje preceptivo, mediante enuncia- dos que, como tales, no pueden ser ni verdaderos ni falsos, porque no corresponden a ningiin hecho o circunstancia susceptible de ve- tificacién. No tienen contenido informativo que pueda ser objeto de prueba o refutacién, sino come su propio nombre indica, cont nido simplernente valorativo. s cierto, con todo, que en ocasiones puede darse una cierta contigitidad entre.lo que son propiamente aserciones relativas @ hechos psiquicos y lo que constityen juicios de valor, en senti- Cobe advertir en este punto de vista una clara expresién del que los autores her designado como “inductivisme ingenuo” (Cfr A. F. Chalmers, ¢Qué es eset cosa Ma mada viencia?, wad. de E. Pérez Sedefo y P. Lépez Mifiez, Madrid, Siglo XX1 Edito- res, 1982, pp. 12 y ss.) on a do propio, acerca de los mismos. Asi, cuando ia afirmacién de que concurrié un determinado animo, que como tal seré una proposicién de cardcter asertivo, va acompadiada de otra relati- va, por ejemplo, a la consideracién del mismo como de una es- pecial perversidad. A esie respecto, vale la pena recordar que, como ha escrito Ayer, al valorar una accion no estoy b iendo ninguna mas amplia dectaracién acerca de ella. Sélo estoy poniendo de manifiesto la desaprobacién mora! que me merece. Es como si dijese “Usted robé ese dinero”, con un especial tono de horror, como si jo escribiese antadiendo determinados signos de ex- clamacién. El tono de tos-signos de exclamacién no afiaden nada a la significacién literal de la oracién. Sélo sirven para demostrar que la expresién esta acompaiiada de ciertos sentimientos dei que hable,*# En consecuencia, visto el modo de operar de los “juicios de valor”, no puede sostenerse, en el plano epistemolégico, una diversidad de naturaleza entre la actividad cognoscitiva dirigi- da a establecer la existencia fisica de un determinado acto y la que tenga por objeto conocer la dimensién intencional del mis- mo, es decir, las caras externa e interna, respectivamente, de un determinado comportamiento. Que el acceso a esta U}tima pue- da comportar un mayor grado de dificultad y que su determina- cién demande mayor cuidade o finura en la observacién o en el andlisis, no implica una distinta naturaleza de ia actividad.45 “A.J. Ayer, Lenguaie, verdad y iégica, trad. de M. Suarez, Barcelona, Ediciones Martinez Roca, 1971, po. }24-125. © “Deci que ba} cionafidad en la conducta es sugerir algo a fa vex importan- fe y que se prests con facilidad a equivocos. La formulacin que al poner de relieve intencionalidad no es algo que qued2 ‘detrés’ o ‘fuera’ de la conduct, (...) Lo Lquivoco ée la formufacién reside en suyerir una ‘localizacién’ del finamiento en un item d intencionatidad med su val del | imtenci6 cone determinado, como si se pudiera descubrir lz ian de mo 2 conduc te une aspec mientos. (..) La conducta adquiere ter in wcho de ser vista por ¢f propio agente © por un observador extemo en una perspect ‘a mas amptia, del hecho de hallarse siwada en un contexto 56 | | | Podra decirse que, mas alld de lo afortunado 0 desafortuna- do de algunas formulaciones, seria impensable que, por su obviedad, la existencia como tal de tos factores intencionales pudiera resultar desconocida y menos negada por Ja tesis jurisprudencial de referencia. Pero aun admitiendo que asi fue- ra, no por ello dejaria de resultar pertinente la critica. Cuando menos por dos razones fundamentales. La primera es que al atribuir a aquellas determinaciones el cardcter de “juicio de valor”, se opera el desplazamiento de las mismas a un campo especialmente connotado por la subjetivi- dad menos controlable. El juez no vendré obligado a expresar que ~y por qué infiere que—algo ha contado con existencia real como parte o forma de un comporiamiento ajeno, sino tan sélo a afirmar y en el mejor de los casos razonar su particular con- viceidn, el porqué de la atribucidn de una determinada condi- cidn, que como tal (parece que en esa concepcién) careceria de propia existencia empirica. Como recuerda Castilla del Pino, al tratarse de una estimacidn, “ésta ya no pertenece al objeto sino al sujeto de la proposicién”.* La segunda es que se trata impropiamente como deduccién a un razonamiento que no tiene ese cardcter. Porque, en efecto, derivar de datos empiricos obtenidos mediante el analisis de la informacion probatoria relativa 2 un determinado comporta- miento, que éste respondié a un cierto propésito —“la presencia enel agente de una determinada intencién y (aun puede que) de de objetivos y ergencias”. (G. HI. von Wright, Explicacidn » comprensién, wad. de 1. Vega Refér, Madrid, Alianza Editorial, 1980, p. 149). 4 C. Castitla det Pino, Introduccidn a la hermenéutiea del lenguaje, Barcelona, Peninsula, 1972, p. 17% el autor las proposiciones estimatives ‘desempefian una funcidn osten- ‘ente u objeto externo. o supuestamente ext referidor o hablante. O de otra forma, son paiab! hablante, la sepa ono ta “un juicio det no (..) sino d 15 que expresan respecto del sujeto aI”, Por contraste con ta proposicién indicativa que es 20 false”. (En op. cit., pp. 101 y 103). cho verda s7 una actitud cognescitiva reiat fin’-4 zc va a los medios conducentes al ? es realizar una inferencia inductiva. Como se sabe, el ra- 1amiento deductive presupone la existencia de una ley de valor universal, que permite, mediante la subsunci6n en ella de un supuesto particular y si se observan determinadas reglas zicas, llegar a una conclusién, que es verdadera si lo son las 2s. Algo que no sucede en el razonamiento inductivo, en © presupuesto y cuya conclusién, al ir mas all as premisas, propicia una diferente cat Por € de jad de conocimiento. », al operar del modo que se cuestiona, aparte de pri- var a un discurso institucional de tanto relieve del exigible igor, s* genera confusién no sdélo acerca del caracter de alguna dimensién de la conducta humana, sino también —y quiza mas atin—, sobre la naturaleza, del grado o la calidad de conocimiento que el juez puede Uegar a obtener por Ia via de los impro- piamente caracterizados como “juicios de valor” que, es eviden- te, nunca pasara de ser conocimiento probable y no deduc- tivamente cierto. Este aspecto de la cuestion goza a mi juicio de un relieve que no cabe des conocer, por lo importante que resulta que el juez tenga plena constancia del rendimiento de los instrumentos que utiliza, de la relatividad de los resultados, y que asuma su fun- cién como lo que debe ser realmente: antes que nada, una indé gacién cuidadosa sobre la existenciu o inexistencia real de de- terminados sa datos de experiencia, en lo que, como luego veremos, odré contar con el auxilio de tra iversal capaces de dar a sus nunca j uilizadoras leyes de rencias consistencia no ya se antici, es, entre nosotros, primero?— de clarificacién *7G.H. von Wright, op. cit, En op. cit, p. 14. 58 tenido una acogida peculiar -acogida peculiar, porque ahora, con frecuencia, simplemente se escribe “los juicios de valor o jui- cios de inferencia”-, tanto en fa propia jurisprudencia de la Sala cgunda, como por algunos autores, para seguir sosteniendo bajo diferente etiqueta— la misma actitud metodolégica que se ha criticado.® Pero, si se analiza el sentido de los términos, no parece que la opcidn sea en si misma demasiado afortunada como intento de descripcién de la operacién intelectual del juez que nos preocupa, puesto que juicio en este contexto es equiva lente a “acto mental por medio del cual pensamos un enun- ciado”; o incluso “la afirmacién o la negacin de algo (de un pre- dicado) con respecte a algo (un sujeto)”.©° E inferencia no es sino un “proceso en el cual se Hlega a una proposicién y se la afirma sobre la base de otra u otras proposiciones aceptadas como pun- tos de partida del proceso”.5! Con lo que resulta que la expre- sién “juicio de inferencia” es anfibolégica, puesto que resulta referible tanto al razonamiento deductivo como al inductive, para significar, al fin, algo tan impreciso e incluso tautolégico como “juicio de razonamiento”. Por cllo, quiza seria lo mas sencillo hablar simplemente de inferencia inductiva, porque la expresién cumple con la funcién descriptiva a que espira todo acto de denotacién; y porque no sugiere, como no debe sugerir, diferencia alguna de método en el modo de operar, por razén del objeto. * Asien el caso de J. ML cidn, Madrid, Colex, La presuncién de iocencia im ai tam 2 2 Ruiz) ién, por Sala Segunda de 18 de noviembre de 1999 Ademas, en fin, donde este tiltimo podria legitimamente expresar una actitud de incer- tidumbre, el juez estarfa siempre obligado “a toda costa a llegar a una certeza oficial”5° drei, “El juez y et historiador”, eu ditorial dios sobre el proceso civil, trad fica Argentina, 1961, pp. 107 cit, p. 107 cit. p. 112 cit, pe V4 cit.. p. 116. 60 i } i | | i | i | : | i i Asimismo, Calogero se ocupé de sefialar la analogia de am- bos modelos; incidiendo en una particularidad metodolégica y es que: “como el histeriador, también el juez se encuentra con el hecho no como una realidad ya existente, sino como algo a reconstruir”.5” ‘A pesar de lo sugestivo de la consideracién comparativa, hay aspectos de la funcién del juez que condicionan desde fuera su forma de relacién con los hechas y que no pueden dejar de apun- tarse, aunque sea esquematicamente. Nobili®® se ha manifes- tado en ese sentido, haciendo hincapié, en primer lugar, en el ca- racter eminentemente practico de la orientacién del juez. En efecto, el interés que mueve su actuacion no es puramente gnoseolégico, en la medida en que la averiguacién de la verdad tiene que ver con la resolucién de un conflicto. Por otro lado, esa busqueda esta también interferida por el momento norma’ vo. ¥ esto no sélo porque tenga que conducirse por cauces mas 0 menos predeterminados, come se ha visto, sino porque Ja cues- tién sobre la que el juez est obligado-a pronunciarse, incluso en su dimensién factica, suele estar profundamente tefiida de aspectos de valor y la indagacién judicial siempre se da en fun- cién de una hipétesis necesariamente normativa. Con todo, este juego de biisqueda de analogias y matices di- ferenciales deja practicamente intacto un aspecto de fondo que, eneste caso, es ei que mis interesa. Lo ha puesto de manifiesto Taruffo, al decir que asi no se obtiene “ninguna indicacién en tomo al procedimiento en el que la investigacién se exterioriza, ni precisa las caracteristicas de lo que es objeto de la misma, ni aclara en qué consisten los datos en que se funda”. Y es que, por esa via se da “‘sdio en apariencia una solucién al pr lema del ° G. Calogero, La logica del gludice e il suo comtrolle in cassaz Cedam, 2 ed.. 1564, p. 129. M. Nobili, Hf principio de? libero convincimento del giudice, Milano, 1974, p. 49 juicio de hecho, mientras en realidad no se analiza la estructura légica del procedimiento”.°? Ese paso lo ha dado recientemente Ferrajoli.© Este autor cornparte el ya aludido clasice punto de vista de que el juez tie- ne que vérselas con una forma particular de verdad histdrica, puesto que no esta a su alcance la observacién directa de las conductas objeto de enjuiciamiento. Pero, sefiala, la investiga- cién judicial “no consiste sdlo en la recogida de datos y piezas de conviccién, sino sobre tode en experimentar y producir nue- vas fuentes de prueba”; de manera que “lo que el juez experi- menta no son los hechos detictivos objeto del juicio, sino sus pruebas”. Ello, es decir, el inten‘o de determinacién de les hechos “pro- bados” del pasado, a través del analisis de hechos “probatorios” del presente, confiere a Ja actividad las caracteristicas de la in- ferencia inductiva. Ahora bien, una inferencia inductiva peculiar en determina- dos aspectos, de los que algunos ya han quedado sefialados. Y que cuenta ademas con otro relevante elemento diferencial y es que en la inferencia inductiva que realiza el juez cobra un valor esencial de signo positivo la falacia del argumentum ad ignorantiam, que se comwete “cuando se sostiene que una pro- posicién es verdadera simplemente sobre la base de que no se ha demosirado su falsedad (...) y que es falaz en todos los con- textos excepto en uno: Ja corte de justicia”.“' Es el principio de presuncién de inocencia, al que ya aludié Calamandrei. al ca- racterizar al in dubio pro reo como instrumento preclusivo de la perplejidad del juez, que juega ahora un papel central en la 2M, Taruffo, “Il giudice e to storia: consideracién Diritto Processuate, 1967, p. 445 © En op. cit. p. 25-26. Gf LM. Copi, op. cit.. p. 65 © En op. cit. p. 116. elodologiche”, en Rivisie af 62 ! t I | 1 | epistemologia judicial, en la que no se limita a operar como re- gla de juicio, sino como verdadero eje del sistema. 2. EL DETECTIVE La busqueda de puntos de referencia metodoldgicos que pue- dan ser anaiégicamente explicativos de la naturaleza del traba- jo del juez en materia de hechos, no se ha detenido en su asimi- lacién al historiador. Como es bien sabido, la investigacién judicial parte de la constatacién empirica de que se ha producido un determinado resultado. Un resultado anémalo, es decir, que rompe ia norma- lidad. Desde esa evidencia primaria, Nevada al juez habitualmen- te con un conjunto de otros datos, éste tratara de reconstruir el caso en la totalidad de sus elementos integrantes. Tal modo de proceder a partir de indicios,© guarda relacién con el modelo de la semiética médica (donde el “indicio” es el “sintoma”), pero presenta también una cierta homologia con el “razonar hacia atras” de Sherlock Holmes. Por eso, no tiene nada de extrafio que fildsofos y semidlogos se hayan ocupado del método de investigacién criminal del per- sonaje de Doyle con profundo interés; creyendo haber encon- trado en él usta expresién del pensamiento de Ch. S. Peirce acer- ca de la hipétesis o abduecién.% © Indicio: “Cualquier cosa que indica ta posibilidad de que haya ocurrido 0 vaya a ccurrir cierta cosa” (M. Moliner, Diccionar Rol, Madrid, Grados, 1977). * 1 segno dei tre. Holmes, Dupin, Peirce, U. Bee y T.A. Bompiani, 1983, (hay waduceién castetlana de E. Busquets €$ un buen eje Puede vers existido, existe, de wso del espa- cheok (eds.), Milano, elona, Lumen, 19£9}, plo. imismo TA. Sebeok y 1. Umiker lock Hoimes y Charles El métode de investigacidn, Trad, L. Giteli, revision de LM. Pérez Tornero, » Paidds, 1987, (ste libro contien os reunidos en ef anterior) \ Cf: Ta voz “Abduccidn”, en J. Ferater Mora, op. cit., vol. 1, pp. 12-14, cen realidad lo que es ef trabajo inieial de 63 Mas recientemente Fassone,® siguiendo las observaciones de Eco" sobre el particular, ha Nevado directamente ef punto de vista de Peirce al terreno de Ia reflexién sobre la prueba judicial. En este planteamiento, el juez opera en su averiguacién a partir del conocimiento del resultado y de una regla que actian como premisas. Ahora bien, tal regla no es equivalente a la ley general del razonamiento deductivo. Esta se halla bien determi- nada y contiene en si misma toda la informacién relevante; asi, operar la subsuncién del caso concreto es una simple aplicacién, “una mera explicitacién del contenido semantico de las pre- misas"® que, si se hace con el necesario rigor formal, garantiza 1a validez del resultado. Pero no produce aumento de saber empirico, es decir, no permite ir hacia adelante en el conocimien- to, descubrir algo nuevo. La abduccién se caracteriza, en cambio, porque ella “mira a acontrar, junto al caso, también la regla”.© Esta puede ser de 3 0 menos facil localizacién, pero nunca susceptible de sim- ple aplicacién con la garantia del resultado que cabe esperar en el caso de la deduceién. Aqui el valor de verdad no esta plena- mente garantizado por la validez de las premisas, por eso existe um riesgo. En resumen, en el razonamiento deductivo, como se sabe, se

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