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Alejandro Rossi - Plantas y Animales-1
Alejandro Rossi - Plantas y Animales-1
Plantas y animales
Coleccionar animales es una costumbre antigua. Wen, primer rey de la dinastía Chou,
poseía un «Jardín de la Inteligencia» en el cual se exhibían ejemplares de las diversas
provincias del Imperio. Htasu, emperadora egipcia, organizó una expedición que regresó
cargada de monos, leopardos y jirafas. Augusto alimentaba a cuatrocientos veinte tigres,
doscientos sesenta leones, seiscientos animales africanos, un rinoceronte, un hipopótamo
y una serpiente de veinticinco metros de largo, sin contar los elefantes, las águilas y los
treinta y seis cocodrilos. Abundan los regalos: el inevitable Harunu-r-Raschid
(transcripción de Cansinos Assens) le envió un elefante y algunos monos a Carlo Magno;
otro elefante fue la ofrenda que Manuel I de Portugal le hizo a León X y cuentan que hasta
Juan Vicente Gómez, el cacique venezolano, le obsequió un puma —animal callado y
carnicero— al gobierno italiano.
La técnica acentúa la lejanía. Las casas, esos espacios autónomos y aislados, están
conectados con la naturaleza mediante tuberías y cables: abrimos la llave y sale el agua,
basta un movimiento para que se encienda la luz o para que el gas caliente la comida.
Elementos indispensables que nos llegan de manera anónima y subterránea, casi
abstracta, sin asociaciones, sin recuerdos, sin acercarnos a nada. Como una voz grabada
que repite la hora exacta. Cuando nos mojamos la cara o cuando nos lavamos las manos,
el agua, por así decirlo, ocupa el mismo sitio que la toalla y el jabón: instrumentos
subordinados a nuestras necesidades. No es un río el que allí irrumpe de pronto: es un
líquido que disuelve, mientras pensamos en otra cosa, la grasa y la suciedad.
Los parques nunca han sido lugares de trabajo. Son, esencialmente, centros de recreación:
vamos a jugar, a pasear, a tomar el sol, a perder el tiempo, a hacer ejercicio, a suscitar
imágenes; o quizá vamos para revivir episodios privados, para conversar, para ensayar la
intimidad. Representan, en la organización ciudadana, el ocio, el momento en que nos
separamos de las tareas, del esfuerzo. Por consiguiente, los parques y los jardines, aun
cuando sean sórdidos y sofocantes, aun los abandonados, aun los que tienen más polvo
que hojas, fomentan una visión general de la naturaleza como un área de descanso. Lo
cual, nuevamente, implica distancia, un ámbito que no forma parte de la trama cotidiana.
Nos dirigimos hacia playas o montañas —un día, unas semanas, unos meses al año— del
mismo modo como entramos en un parque. El propósito es idéntico: distraernos o
recuperarnos. En su extremo, la persona que sale de vacaciones se asemeja a los
enfermos que dan un breve paseo por el jardín del hospital, respiran un aire más puro,
contemplan un estanque, estiran las piernas, miran el cielo, guardan una piedra en el
bolsillo como recuerdo, parlotean sobre la vida, dormitan, regresan.