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Migracion Mazahua A La Ciudad de Mexico
Migracion Mazahua A La Ciudad de Mexico
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En 1972 la autora localizó emigrantes en el Distrito Federal,
avecindados unos en la localidad de Puente Colorado en la zona de
San Ángel y otros en las de San Gregorio y San Luis en la zona de
Xochimilco. Los primeros ocupados en la albañilería, el arreglo del
drenaje y como barrenderos; y los segundos, en la jardinería. Todas
estas ocupaciones eran de baja remuneración y ocasionales, aunque
una minoría contaba con empleo fijo.
La autora atribuyó el creciente aumento de la migración
estacional a varias causas, a saber. El incremento demográfico
agravado por el hecho de que só1o un hijo de cada familia podía
heredar la parcela ejidal. El creciente acceso a la nueva tecnología y a
la educación, creadoras de necesidades nuevas. Así como al aumento
en el costo de los gastos rituales. El deseo de lograr una “buena vida”
—en términos de los mismos migrantes— consistía en lograr tomar
cargos rituales, organizar una fiesta patronal, trabajar con
independencia, no verse obligados a salir para trabajar, aprender
tecnología moderna y viajar. De ahí su interés por ocupaciones
temporales.
Ahora bien, cuando la comunidad corporada pero abierta, pasó
a ser más abierta aún por la apertura de una carretera que facilitó la
migración en busca de recursos para la agricultura y los gastos
rituales, algunos establecieron un verdadero segundo hogar en la
ciudad sin abandonar sus tierras ni su hogar. Esto sucedió por
problemas familiares en la comunidad, por haber contraído
matrimonio exogámico o por verse facilitada la migración ya que se
tenían múltiples conocidos en la ciudad. Sin embargo, no rompieron
con su pueblo de origen, al cual regresaban periódicamente por
semanas o meses y aun años. Se convirtieron más que en trabajadores
estacionales o en emigrantes, en commuters. Este término, usado por
la autora, es de difícil traducción pero literalmente significa “viajeros
diarios”; en general se aplica a quienes viajan todos los días, en
particular aquellos que lo hacen entre un hogar suburbano y un
empleo urbano, pero Iwanska lo utiliza en un sentido más amplio.
Si bien la adaptación tradicional en la ciudad fue difícil, dada
la dispersión de los emigrados, ellos evitaron la desorganización
social y procuraron fortalecer sus lazos familiares tendiendo a vivir en
unidades domesticas más grandes que las de su comunidad. El
matrimonio lo prefirieron entre ellos mismos pues se adaptaban con
más facilidad a la vida urbana, en comparación con las personas
residentes en el poblado donde nacieron.
La autora enfatizó el carácter ocasional de los empleos, en los
cuales se ocupaban tanto hombres como mujeres, su no
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proletarización y su preferencia por ocupaciones no supervisadas; y
cuando lo fueron, tomadas sólo por un tiempo determinado. Aunque la
autora describe el proceso histórico del fenómeno migratorio, en el
artículo presenta un análisis parcial y superficial de los diferentes
factores generadores del fenómeno migratorio, tanto de la expulsión
como de la atracción, su grado de importancia y sus interrelaciones.
Ella presta poca atención a la situación socioeconómica en la
comunidad de origen y en la ciudad. Un trabajo más sugerente en este
sentido, fue el de Lourdes Arizpe.
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datos conjuntamente con Blanca Irma Alonso, Efraín Cortes Ruiz,
Lilia González y quien esto escribe; y después se hizo cargo del
análisis y de la redacción de los resultados.
Para ello utilizó —siguiendo a Frederick Barth— un modelo
análitico con tres niveles de evaluación: el personal o familiar del
migrante, el del individuo como miembro de un grupo social y el de
los vínculos del parámetro local con la historia y la estructura política
y económica nacional. Con ello buscó descubrir las interrelaciones
entre los factores determinantes del fenómeno migratorio apreciando
su distinto grado de importancia. Para ello expuso las interrelaciones
entre los factores determinantes como un sistema de nexos causales,
en el cual la emigración es uno de los muchos efectos posibles. Ello,
más que hacerlo en una sucesión cronológica, lo presentó como una
relación estructural con profundidad temporal. Así enumeró tanto las
características fenoménicas de la migración, como reconstruyó el
patrón seguido por ésta.
Es interesante que, pese a que se trató de un estudio elaborado
con premura en unos cuantos meses por exigencia de la autoridad que
lo encomendó, esta obrita se convirtió con el tiempo en un verdadero
“clásico” en la antropología social mexicana. En efecto, el escrito
quedó como un modelo paradigmático de cómo se podían abordar los
ingentes problemas sociales contemporáneos. La autora escribiría
después un libro más largo y profundo acerca del tema que, sin
embargo, no logró tener nunca la repercusión que tuvo el pequeño.
Ayudó el hecho de que fue publicado en una exitosa colección de
libros muy económicos, que cada semana ponía un título nuevo de
historia, antropología o similares, al alcance de mucha gente en los
puestos de periódicos en la calle; pero también influyó lo oportuno de
su aparición: salió en el momento indicado. Como quiera que haya
sido y pese a que la autora era y siguió siendo prolífica, esa fue
siempre su obra más conocida. Misterios de las imprevisibles
repercusiones intelectuales del trabajo de los antropólogos, que
pueden estimar más un escrito que otro, pero que tienen menos efectos
en los lectores.
La atención del estudio lo centró en la descripción y análisis de
la migración de mazahuas y otomís hacia la ciudad de México. Estos
dos pueblos son vecinos en sus regiones de asentamiento y sus
respectivas lenguas están emparentadas pues forman parte del mismo
grupo lingüístico junto con el matlatzinca. La autora relacionó su
migración con la creciente presencia en dicha ciudad, de mujeres
mazahuas y otomís dedicadas a la mendicidad o a la venta ambulante
de frutas, semillas, chicles y otros artículos. De notable pobreza y
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aparentemente solas (el 67% de ellas vivía en realidad con sus
compañeros) se las había institucionalizado en la ciudad como un
grupo llamándolas “Marías”, en parte debido a la atención despertada
en la prensa y en otros medios de comunicación, así como en algunas
dependencias oficiales. En realidad, el termino incluía a mujeres de
procedencia diferente hablantes de otomí, mazahua o náhuatl, de los
estados de México, Hidalgo, Querétaro, Tlaxcala y Puebla (y a un
grupo de mujeres citadinas emuladoras de auténticas “Marías”). Sin
embargo, señala la autora, estos grupos variados presentaban
uniformidad en cuanto a las características de su migración y de su
posición en la ciudad. Esto fue así pues esas características fueron
producto de similares cambios estructurales —ocurridos en sus
regiones de procedencia— y de la asignación que el mismo sistema
urbano le dió a su particular posición socioeconómica en la ciudad.
Para conocer los orígenes de la migración, eligió cuatro
comunidades para observar en ellas el proceso migratorio. Estas
fueron las mazahuas de Santo Domingo de Guzmán, San Antonio
Pueblo Nuevo y Providencia del eEstado de México; y la otomí de
Santiago Mezquititlán del estado de Querétaro. Las cifras estadísticas
de los municipios donde se localizan estas comunidades, Ixtlahuaca y
San Felipe del Progreso, estado de México, y Amealco, estado de
Querétaro, respectivamente, mostraban factores estructurales de
expulsión de migrantes, tales como el alto crecimiento demográfico, el
bajo nivel de vida y la ausencia de industrias generadoras de empleo.
En dos de estos municipios por lo menos, la migración no era un fenó-
meno recién aparecido. De la región otomí de Amealco, Qro., se
emigró en masa en busca de trabajo, tras el estallido de los disturbios
del levantamiento maderista y posteriores confrontaciones armadas;
sobre todo hacia el valle de San Juan del Río.9 Acerca de la zona de
Ixtlahuaca había evidencias aún mas remotas. En los padrones de
1811 de la ciudad de México se registraron hombres y mujeres
originarios de esa zona, tanto naturales como españoles y otras
"castas", quienes se dedicaban al comercio y al servicio doméstico
(esto último solo los primeros).10
Del estudio de las cuatro comunidades citadas, la autora
elaboró un modelo del proceso histórico de dos tipos distintos de mi-
gración según estrato social y étnico. Ella se propuso siguiendo los
planteamientos iniciales del trabajo, una serie de factores
determinantes de la migración en varios niveles (causas mediatas,
inmediatas y precipitantes) distinguiendo entre factores de expulsión y
de atracción.
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Las conclusiones que sacó fueron varias. La aparición del
fenómeno de las mujeres dedicadas a la venta ambulante o la
mendicidad, tuvo su origen en la migración de familias a la ciudad de
México. Esta migración fue consecuencia de cambios y deterioros en
el campo, tanto en las condiciones demográficas como en las
socioeconómicas (y políticas, podría añadirse) de la vida de los
campesinos. Asimismo fue producto de la centralización industrial de
la ciudad de México donde se presentaron las posibilidades de obtener
mayores ganancias y movilidad social ascendente. El proceso migrato-
rio del campo a la ciudad no podía atribuirse a un solo factor, sino a
un conjunto de factores combinados causantes de una reacción en
cadena. Por lo mismo, los bajos ingresos rurales no podían ser por sí
solos, la causa del fenómeno migratorio pues éste se daba tanto entre
campesinos y jornaleros como entre individuos de la burguesía rural.
Estos últimos migraban de manera permanente buscando ascender en
la escala socioeconómica, mientras el campesino sin esa posibilidad
migraba por necesidad económica y solo temporalmente, dado su
escaso acceso a la estructura ocupacional urbana.
Respecto a los migrantes en la ciudad, según el estudio, se
establecieron en familias dedicadas a una ocupación citadina común o
parecida. Formaron colonias o núcleos comunitarios distintivos de la
sociedad urbana, de la cual se aislaron social y culturalmente. Para el
hombre las posibilidades de encontrar trabajo eran escasas y sus in-
gresos insuficientes, dada su poca capacitación y lo bajo de su
remuneración. Entonces las mujeres también se veían obligadas a
trabajar, aunque para ellas era aún máas difícil encontrar empleo. Una
de las pocas alternativas existentes era la venta ambulante y a
diferencia de otras, era una de las más ventajosas desde el punto de
vista de sus necesidades y deseos (cuidado de los hijos, ingresos más
altos, no sujeción a horarios, etc.); pese a desventajas tales como el
verse a merced de la represión de las autoridades y podría añadirse, las
pésimas condiciones para trabajar al aire libre en la vía pública y bajo
las inclemencias del tiempo.
En la ciudad, el mazahua y el otomí emigrantes, retardaban su
eventual incorporación a la estructura ocupacional debido a su
aislamiento de la vida urbana. Ellos estaban subocupados y su
posición socioeconómica era fijada por la estructura ocupacional
urbana en la que actuaban y no por sus características culturales.
Marginados y sin posibilidad de movilidad socioeconómica,
necesitaban apoyarse en sus semejantes en la ciudad reafirmando y no
perdiendo su identidad étnica. Como consecuencia de todo ello, las
mujeres se dedicaban a la venta ambulante pues sus pocas alternativas,
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su falta de educación escolar y otras desventajas socioeconómicas, las
colocaban en posición desfavorable dentro de la estructura
ocupacional, no por ser mazahuas sino por ser marginadas. Propugnar
por su integración cultural para resolver su miseria, escribió la autora,
no sería la solución pues por el contrario, vivir con su étnia las había
beneficiado. Su identidad cultural mejoraba o agravaba ligeramente su
situación social, pero en última instancia no la determinaba.
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criticados, como la alta dosis de subjetivismo del primero, preñado de
apreciaciones personales; lo cual se manifiesta también en algún
pasaje del otro trabajo donde se expone lo que que la autora cree que
la gente piensa.
CGM 1972
Familia mazahua de Santo Domingo de Guzmán (municipio de Ixtlahuaca, Edo. de México)
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mencionar los paliativos hasta entonces aplicados para atenuar
problemas de orden inmediato, tales como la creación de una “Unión
de Marías” y un Centro de Capacitación, el cual —consideraba la
autora—, se realizaría una labor benéfica en la medida en que
proporcionara adiestramiento en oficios varios a las mujeres mazahuas
y apoyara la elaboración de artesanías. Por cierto, dicho centro sí fue
creado para atender a mujeres mazahuas y después funcionó otro en
Coyoacán para otomíes.11 Además, propuso la creación de un Centro
Coordinador Indigenista en el país mazahua, el cual consideraba que
podía aliviar los problemas inmediatos de las comunidades. (En 1975
funcionaría otro Centro Coordinador en Amealco, cabecera municipal
de Santiago Mezquititlán.)12 También sugirió capacitar a los migrantes
permanentes previendo su eventual absorción ocupacional en caso de
crearse nuevos empleos. En el caso de las mujeres migrantes
estacionales, consideró que mientras no se crearan empleos
temporales tan relativamente ventajosos como la venta ambulante,
ésta no se abandonaría.
Quedó en el tintero alguna sugerencia más que para disminuir
“el problema”, para solucionarlo. Solucionar tanto el afrontado por la
ciudad, como sobre todo por la población obligada a migrar para
subsistir. En efecto, el problema del migrante en la ciudad no era tal,
era una solución —como bien lo señaló Arizpe— a una apremiante
necesidad económica. El problema lo era para la ciudad, mejor dicho,
para ciertos sectores de esta (como los locatarios de mercados
publicos) y no lo era para otros que utilizaban a los migrantes como
mano de obra abundante y barata o como medio de vender
mercancías. No lo era para los mismos migrantes, si bien estos eran
objeto frecuente en la ciudad de la represión o el paternalismo
discriminatorio y ocupaban los más bajos estratos ocupacionales. Su
problema no era su estancia en la ciudad sino en el campo, de donde
salían en busca de recursos.
En el área mazahua-otomí podía observarse a simple vista una
aguda diferenciación social. Un viaje a ésta desde la ciudad de
México, llevaba al viajero de la urbe capitalina a la zona industrial de
Lerma-Toluca, asiento de la capital del Estado de México, sede del
poder políitico estatal, del obispado y de los grupos de la hegemonía
económica. De allí a las cabeceras municipales, pueblos de gente “de
razón”, descendientes de blancos criollos amestizados, déspotas,
cabezas de la pirámide socioeconómica regional a cargo del dominio
político de los municipios, enriquecidos a través del acaparamiento de
las mejores tierras, la posesión de capitales y bienes de producción, la
venta del abono, el monopolio en la distribución de los productos
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agrícola, el crédito usurero y el comercio en grande en almacenes y
bodegas. Al final, el viajero llegaba a los empobrecidos pueblos y
ranchos mazahuas y otomís, llamados “naturalitos” por la población
blanca, donde los miembros del estrato social inferior todavía tenían
que soportar la sujeción de caciques y expoliadores locales. Las
relaciones interétnicas eran tensas y asimétricas reflejadas en las
diferencias culturales como la lengua, el vestido, los patrones de
organización social y ritual. Los indicadores económicos y de
servicios mostraban la disparidad en los niveles de vida.
Por lo tanto, el ataque a las cuestiones de fondo en torno a la
migración mazahua tenía que hacerse en un nivel de mayor
envergadura. Más que el microcosmos de los grupos migrantes
estudiados, el problema eran las asimétricas estructuras
socioeconómicas y políticas regionales y nacional.
CGM 1972
Campesino mazahua de Santo Domingo de Guzmán a la entrada de su oratorio familiar
11
CGM 1972
Interior de un oratorio familiar en Santo Domingo de Guzmán
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creciente de la tradicionalmente sujeta mano de obra campesina. Si de
ello resultaba un exceso de oferta de mano de obra, ésta pasaba a
constituirse en un ejército de reserva útil al sistema. Los imperativos
de este han llevado a un desarrollo agrícola cuyos resultados le son
favorables, pero han significado un desigual reparto de la riqueza,
aguda diferenciación de clases, férreo dominio político del campo y en
fin, una concentración en grupos minoritarios del poder económico,
social y político. El imperativo era la modificación de las relaciones
sociales imperantes, por parte de las clases históricamente llamadas a
asumir la dirección de ese cambio.
Bibliografía
13
1966. “Conversación con una india mazahua en México, D. F.)”.
Comunidad. México, Universidad Iberoamericana, junio, I, 2: 116-8.
IWÁNSKA, ALICIA
1963 a. “El concepto del indígena en dos distintas regiones de México”.
América Indígena. México, III, octubre, XXIII, 4.
14
1971. Purgatory and utopy. A mazahua indian village of Mexico, pról. Sol
Tax, Cambridge, Mass., Schenkman Publishing Co., X-124 p. fts.
MEYER, JEAN
1973. La Revolución Mexicana 1910-1940, Barcelona, DOPESA (Imágenes
históricas de hoy, 2).
Summary
According to the author, Mazahuas have long had a reputation as travellers, a very
noticeable migratory phenomenon.
In this article, García Mora, outlines the content and the scope of the works
published in our magazine, America Indigena and in Sep/Setentas, 182, edited in
1976, about Mazahuas that migrated to the United States and to the City of Mexico.
He mentions as well two unpublished interviews he held at the regions of
Xochimileo and the Federal District with migrants from the Municipality of
Atlacomulco.
The first work presented by Garcia Mora has been written by Alicia Iwanska, a
Polish anthropologist, who has worked during a long period among the Mazahuas.
When she wrote "Migrants or Commuters?" she was a Sociology professor at the
State University of New York.
The second work belongs to Lourdes Arispe Schlosser, a distinguished Mexican
antropologist: it questions about this already mentioned feature together with
suggestions of practical action to be undertaken, as the creation of a "Union of
Marias" (female migrant rural workers) and a "Training Center" to be stablished at
the Mazahua region, where she held ressearch to support her study.
http://carlosgarciamoraetnologo.blogspot.mx/2011/04/migracion-mazahua-la-ciudad-de-mexico.html
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1
Unos breves datos históricos sobre el país mazahua pueden consultarse en
Iwanska (1972: 33-40), unos breves datos monográficos modernos en Fernández
(1973 y 1975) y una breve bibliografía en García Mora (1973).
2
Fernández 1973: 1192.
3
Díaz Barriga (1966) y Robles (1966).
4
Federico, 1972.
5
Alicja Iwanska: “¿Emigrantes o commuters? (Indios mazahuas en la
ciudad de México)”. América indígena, trad. Teresita Hernández, México, Instituto
Indigenista Interamericano, vol. XXXIII, abril-junio de 1973, núm. 2, pp. 457-69.
Lourdes Arizpe Schlosser: Indígenas en la ciudad de México. El caso de las
“Marías”, fts. Ruth Lechuga, Ignacio Manrique y..., México, Secretaría de
Educación Pública, Dirección General de Educación Audiovisual y Divulgación,
157 p. fts. il. (Sep/Setentas, 182).
6
Iwanska 1963a, 1963b, 1964, 1965, 1966, 1967 y 1971 (trad. española:
1972). Además de una novela (1968) sobre la decisión de una comunidad mazahua
de abrir una escuela.
7
Le había publicado artículos en Anthropologica de Canadá, Anthropology
Magazine de Inglaterra, Artes de México (1972a), Diálogos (1972b y 1974a) e
Historia Mexicana (1975); y su tesis profesional (1973).
8
Anteriormente había preparado dos artículos adelantando parte del
material (1972b y 1974a) y presentado dos ponencias donde mencionaba sus datos
obtenidos con población mazahua (1974b y 1975b).
9
Meyer, 1973: 243.
10
AGN, Padrones, 53.
11
Véase nota periodística en González (1972).
12
INI 1975: 6-7. Veáse también INI 1974.
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