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Enfocado en Cristo

Diez reflexiones sobre la


centralidad del evangelio

Por Josué Barrios


Enfocado en Cristo: Diez reflexiones sobre la centralidad del evangelio.
© 2024 Josué Barrios.
A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de
la Nueva Biblia de las Américas Copyright © 2005 por The Lockman
Foundation.
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro, sin el permiso
del autor. Copiar, imprimir y vender este libro es ilegal y puede ser
castigado por la ley.
Sitio web: josuebarrios.com
Contenido

Prefacio (6).

1. ¿Qué es el evangelio? (9).

2. ¿Todos los cristianos son hipócritas? (15).

3. Predica el evangelio (y si puedes, usa un


megáfono) (23).

4. Cómo ser productivos para la gloria de Dios


(28).

5. No rechaces a tu hermano en Cristo (33).

6. Cómo tener una iglesia llena de falsos


cristianos (40).

7. Al mismo tiempo justo y pecador (47).


8. Cómo el protagonismo de Cristo transforma
tu lectura bíblica (53).

9. El legalismo y antinomismo no son polos


opuestos (63).

10.Cómo arruinar una nueva Reforma en la


iglesia (75).

Sobre el autor (82).

Lee más del autor (84).


Prefacio

Porque nada me propuse saber entre ustedes excepto

a Jesucristo, y Este crucificado (1 Co 2:2).

Por más de una década he podido escribir cientos de


artículos y ensayos sobre cómo la sabiduría bíblica lo
cambia todo en nuestra era distraída y secular: desde
nuestro crecimiento espiritual, pasando por el uso de la
tecnología, hasta la productividad, el noviazgo, la política,
nuestra apologética, y el servicio en la iglesia, entre otros
temas.

Este ebook recopila algunos de mis escritos enfocados en


la centralidad del evangelio y es una pequeña
representación de todo lo que el Señor en Su gracia me ha
concedido plasmar en palabras para millones de lectores.
Este corto ebook es publicado como un obsequio para
los suscriptores de mi newsletter Sábados de sabiduría en mi
sitio web josuebarrios.com, ¡aunque si obtuviste este PDF
de otra manera igual oro que pueda ser de bendición para
ti!

Siempre es extraño y un tanto vergonzoso leer lo que


uno escribió en el pasado, pues todo escritor mejora con el
paso del tiempo y aprende a encontrar su voz (¡eso espero!).
No obstante, he resistido el deseo inquietante de reeditar y
mejorar los siguientes diez ensayos.

Es mi intención que esta publicación refleje de cierta


manera todos estos años de escritura y reflexión a la luz de
la Biblia para mi provecho y el beneficio de otros.

Pensando en eso, los siguientes escritos están


organizados en orden cronológico (la excepción es el
primero). Al comienzo de cada uno podrás leer su fecha de
publicación original. Como podrás ver, para este ebook solo
se consideraron escritos publicados antes del 2020.
Oro que estas páginas te alienten a vivir más enfocado
en Jesús, pensando y caminando en este mundo pasajero a
la luz de Su evangelio eterno. Él es digno de que lo
tengamos como el centro de nuestras vidas.

Josué Barrios,
19 de enero del 2024.
Córdoba, Argentina.
¿Qué es el evangelio?
(Una explicación breve)

26 de noviembre del 2015.

Por mucho tiempo pensé que creía en el evangelio,


pero no era así. Me habían predicado mensajes
simplificados en exceso, distorsionados y centrados en el
hombre. El Jesús en el que yo creía, sencillamente no era el
Jesús de la Biblia. Pero, por la gracia de Dios, en Su
Palabra conocí la verdad y vi que es importante.

Muchas personas tienen un entendimiento errado del


evangelio y creen que ese entendimiento es el evangelio,
cuando en realidad no lo es. Por ejemplo, muchos predican
y afirman solo algunos aspectos del evangelio, en vez de
reconocer el mensaje completo.
Por eso escribo estas palabras. Quiero hablarte de la
noticia más grandiosa de todas (y si ya la conoces, quiero
recordártela). Al final hay una lista de pasajes bíblicos
explícitos sobre el evangelio para que los leas por ti mismo.

El verdadero evangelio es la respuesta a una pregunta


crucial: ¿Cómo puede Dios justificar al impío sin dejar de ser justo?
En otras palabras, ¿cómo puede Dios perdonar a pecadores
y declararlos justos, como si nunca hubieran pecado,
otorgándoles así vida eterna junto a Él, sin Dios traicionar
Su propia justicia perfecta?

Estos son los hechos: Todos hemos pecado delante de


Dios, y Él es santo, justo y digno de toda nuestra adoración
y obediencia. Por tanto, cada uno de nosotros merece una
eternidad de castigo. Pecar es un crimen peor de lo que
podemos imaginar, y somos expertos en eso. El pecado nos
ha corrompido y somos peores de lo que creemos. No
importa cuánto hagamos, no podemos reconciliarnos con
Dios porque somos pecadores y Él es santo.
Esto suena radical porque es radical. En nuestra cultura
occidental, la mayoría de la gente cree que irá al cielo
porque piensa que su comportamiento ha sido
regularmente bueno, pero en verdad ninguno alcanza la
estatura de la justicia que Dios demanda y exige, y estamos
sin excusa delante de Él. Incluso pensamos que «todos
merecen una segunda oportunidad», pero eso sería gracia y
no se merece. Necesitamos salvación y no podemos
obtenerla por nuestra iniciativa o cualquier cosa surgida de
nosotros y que hagamos.

En Su gran misericordia, Dios envío a Su Hijo —


eterno, de infinito valor y uno con Él— a este mundo para
que pagara voluntariamente la deuda incalculable que
tenemos delante de Él. Esto lo hizo conforme a Su promesa
en el Antiguo Testamento. Jesús no murió como un mártir
o simplemente un buen ejemplo. Él murió como sustituto
de todos los que han confiado y han de confiar en Él.

Cristo vivió una vida perfecta por nosotros y llevó en la


cruz el castigo que nosotros merecemos —tomando la copa
de la ira de Dios—, para luego resucitar victorioso como
garantía de la justificación de todos los que creen.

Dios ha dicho que podemos recibir la justificación que


Jesús obtuvo para nosotros, totalmente por gracia,
únicamente mediante la fe en Él. Por eso la respuesta ante
esta noticia debe ser arrepentirnos de nuestros pecados,
admitir que no podemos salvarnos a nosotros mismos y
confiar en Cristo. Para el que cree, ya no hay condenación,
y no solo eso, sino que además Dios promete santificarlo,
perfeccionarlo y darle una eternidad junto a Él.

Este mensaje no significa que Cristo murió por


nosotros porque valíamos mucho, como muchas personas
enseñan hoy. Este mensaje no es para la gloria del hombre
ni nuestra autoestima, sino para la gloria de Dios. La cruz
exalta al mismo tiempo Su gracia, porque muestra Su
inmensa bondad, y Su justicia, porque el valor de Dios es
demostrado. En la cruz, Dios se revela de maneras en que
no lo hace a través de la creación.
Cuanto más pienso en el evangelio y sus implicaciones,
más abrumado soy. Como dice Efesios 1:5, Dios nos salva
para alabanza de la gloria de Su gracia. Él no nos necesita
en lo más mínimo, pero se deleita en revelarse y exaltarse
porque Él es digno.

La salvación es gratis para nosotros, pero tuvo un


precio que no podemos medir. Costó la agonía y muerte de
Cristo bajo la ira de Dios. No hay ni una sola gota de la ira
de Dios que no merezcamos, y eso hace asombroso que no
haya ninguna sola gota del amor de Dios que no
pertenezca al verdadero creyente.

Me abruma saber que dentro de un millón de años,


todos los redimidos todavía estaremos agradeciendo a Dios
por darnos todo el cielo en Cristo. Me hace clamar:
«¡Señor, concédeme sentir más el peso de esta verdad
ahora y vivir conforme a ella!».

Esta realidad inconmovible lo cambia todo. Como


Isaac Watts escribió:
Cuando contemplo la cruz asombrosa

en la que murió el Príncipe de gloria,

mi mayor riqueza estimo como pérdida

y repelo con desprecio mi orgullo.

Si todos los términos de la naturaleza fuesen míos,

serían una ofrenda demasiado insignificante;

Amor tan admirable, tan divino

demanda mi alma, mi vida, mi todo.1

*****

Algunas Escrituras para estudiar: Romanos 3:9-28; Juan


3:1-21; Gálatas 3:13; 2 Corintios 5:21; Efesios 1:3-7; Isaías
52:13 – 53:12; 1 Corintios 15:1-4.

1 Citado en: John MacArthur, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento:


Romanos (Editorial Portavoz; 2010), p. 256.
¿Todos los cristianos
son hipócritas?

13 de enero del 2014.

Yo era de esos que rechazaban a la iglesia porque decía


que «todos los cristianos son hipócritas». Muchas de las
personas más deshonestas que he conocido dicen seguir a
Jesús. Esto es lamentable: los falsos cristianos hacen más
daño a la expansión del evangelio que los ateos.

Pero por la gracia de Dios, llegué a creer en el


evangelio. Hoy amo a la iglesia y no me avergüenzo de ser
cristiano. Es por eso que te invito a considerar las siguientes
cuatro verdades si rechazas el cristianismo porque crees
que todos los cristianos son hipócritas, o no sabes cómo
responder a esta acusación.
1) No todo el que dice ser cristiano lo es

Jesús es explícito al respecto cuando afirma:

Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿no

profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos

fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchos

milagros?». Entonces les declararé: «Jamás los conocí;

APÁRTENSE DE MÍ, LOS QUE PRACTICAN LA

INIQUIDAD» (Mt 7:22).

En la Biblia hay llamados a que nos examinemos ante


ella para saber si en verdad hemos creído el evangelio (2
Co 13:5). Dios reprende a quienes profesan la fe pero no
son genuinos (Ap 3:16).

Habrá trigo creciendo al lado de la cizaña hasta que


Jesús vuelva. La iglesia visible es un cuerpo mixto formado
de creyentes genuinos y creyentes falsos. Pero gracias a Dios
existe una iglesia verdadera en todo el mundo, formada por
todos los cristianos genuinos en donde sea que estén.
Más aún, en la Biblia hay instrucciones a apartarnos de
los falsos creyentes, muchos de los cuales traen vergüenza a
las congregaciones (1 Co 5; Mt 7:16; 2 Jn 9-10). Debo
confesar que pienso que es evidente que muchas
congregaciones en el mundo han sido algo negligentes en
esto último y oro a Dios pidiendo que tenga misericordia.

2) Todos en la iglesia somos pecadores

En la iglesia visible hay legalistas, como el hermano mayor


de la parábola del hijo pródigo, que se visten de falsa
piedad y amor a Dios, pero todo cristiano es como el
hermano menor de esa parábola (Lc 15:11-32). Un
cristiano es un pecador que reconoce su necesidad
profunda del Dios verdadero.

Por tanto, no debe sorprenderte que en la iglesia de


Cristo haya personas con serios problemas en sus corazones
(algunos más visibles que otros). Como alguien decía, «la
iglesia no es un museo de los santos, sino un hospital para
pecadores». Jesús vino a llamar a pecadores, no a personas
justas (Mr 2:17).
El hecho de que los cristianos sean pecadores salvos por
gracia, en quienes Dios está obrando para santificarlos, no
significa que sean hipócritas al no mostrar vidas perfectas
(solo Jesús vivió sin pecar; 2 Co 5:21). La verdad es que
Dios no ha terminado de construir Su iglesia (Fil 1:6).

C. S. Lewis tiene razón cuando dice que «un cristiano


no es un hombre que nunca hace mal, sino un hombre que
está capacitado para arrepentirse».

3) La iglesia real no sigue a un falso Jesús

Gandhi en una ocasión dijo: «Me gusta Cristo pero no me


gustan tus cristianos. Tus cristianos son muy diferentes a tu
Cristo». Entiendo el punto, pero si pudiera conversar con
Gandhi, le preguntaría: «¿Podrías ser más específico al
respecto?».

En la vida cristiana debe haber frutos (Ga 5:22-23) —


amor a Dios y al prójimo (1 Jn 4:8) — pero esto muchas
veces no es como el mundo espera que luzca.
El verdadero Jesús no es un hippie cósmico que cree
que todo está bien con nosotros, como la mayoría de la
gente parece pensar y muchos falsos cristianos predican.
Jesús confronta nuestras vidas. Si el Cristo que predicamos
es amado por todos, podemos estar seguros de que no
predicamos al verdadero (Jn 7:7).

Los cristianos seguimos a Cristo. Eso significa que


debemos ser humildes, pacientes, cordiales y generosos,
pero también que debemos ser firmes al proclamar la
exclusividad del evangelio y señalar la realidad del pecado,
llamando a las personas al arrepentimiento. Esto resultará
ofensivo e intolerante para muchas personas, pero Jesús nos
demuestra una y otra vez que es parte del verdadero amor
al prójimo.

Dios enseña en Su Palabra que muchos falsos cristianos


serán rechazados por ser hipócritas, pero todos los
verdaderos cristianos serán rechazados por ser de Cristo (Jn
15:19; 2 Ti 3:12). Además, Jesús llegó a decir que alguien
que no ama a Su iglesia no lo ama a Él (cp. Lc 10:16).
Es cierto que muchas personas en la iglesia visible son
legalistas desagradables que confrontan al mundo no por
amor, sino para parecer superiores, pero los verdaderos
cristianos sí confrontan por amor. El mundo necesita la
Palabra de Dios.

4) En Cristo hay gracia para hipócritas

Dios en Su misericordia me ha guiado a conocer Su


verdad, pero fui un falso creyente antes de ser uno
verdadero —lo cual he dicho antes—, y conozco a muchas
personas que han pasado por lo mismo.

Esto me lleva a no condenar por completo a los


hipócritas en la iglesia visible. En Cristo hay gracia y
esperanza para falsos cristianos.

Pero más allá de todo lo que he mencionado, Cristo


enseñó que en última instancia nadie en realidad lo
rechaza a Él por el mal testimonio que dan los falsos
cristianos o las fallas de los verdaderos cristianos. El mundo
rechaza a Jesús simplemente porque el mundo odia a Dios
y ama lo malo (Jn 3:18-21).

Esto suena bastante radical, pero la Biblia enseña que


el corazón del hombre natural está corrompido por el
pecado. Todos sabemos que hemos pecado y por eso,
separados de la gracia de Dios, ninguno de nosotros se
acerca al Dios verdadero porque no quiere que su pecado
sea expuesto (Ro 1:18-20, 2:12-15, 3:10-18).

Somos peores de lo que creemos pero también somos


más amados. Lo sé porque Cristo vino a salvar a pecadores
del castigo que merecen. Él vino a redimir personas. Esa es
una noticia asombrosa y cada uno de nosotros es
responsable de cómo responde ante ella.

Sería absurdo decir que vamos a despreciar la salvación


que hay en Cristo solo porque existen «cristianos
hipócritas», al menos que usemos la falsedad de algunos
«cristianos» como excusa para no humillarnos ante Dios,
no arrepentirnos de nuestra maldad y no creer en Jesús. Tal
excusa también nos hace hipócritas, lo cual en realidad es
absurdo porque necesitamos salvación. Rechazar a Jesús no
tiene sentido de ninguna manera.

Mi corazón se conmueve ante la misericordia de Dios.


Doy gracias a Él porque en Cristo hay gracia para
hipócritas. Tú también deberías agradecer por eso. «Los
que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los
que están enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a
pecadores» (Mr 2:17).
Predica el evangelio
(y si puedes, usa un megáfono)

15 de mayo del 2014.

«Predica el evangelio, y si es necesario usa palabras».


Esa frase tan popular me gustaba, pero dejó de hacerlo
hace mucho tiempo por esto: el evangelio no se trata de
algo que hacemos o de algo que hemos hecho, ni de algo
que podamos hacer. El evangelio se trata de algo que Jesús
hizo por nosotros, y el conocimiento de eso solo puede
transmitirse por palabras.

¿Cómo podemos decir que no se trata de lo que


hacemos, sino de lo que Jesús hizo? ¿Cómo podemos
aclararle a la gente que las buenas obras que hacemos son
de agradecimiento a Dios y no para tratar de merecernos el
cielo? ¿Cómo enseñar de la salvación solo por fe y la
expiación de Cristo por nosotros? ¡Simplemente hablando!
Así que el evangelio se comunica con palabras. Ellas no son
opcionales, ya que la fe viene por oír el evangelio (Ro
10:16-17).

Un fruto de ser cristiano

Algunos creen que «predica el evangelio, y si es necesario


usa palabras» es una frase que habla sobre frutos. El
razonamiento va así: Da frutos de cristiano para captar la
atención de la gente y, cuando te pregunten si eres cristiano
o qué crees, entonces usa palabras y predícales el evangelio.

Pero nadie debería esperar a conocerme mucho para


saber si proclamo a Cristo o no. ¿Cómo callar sobre una
salvación tan grande y esperar a que la gente nos pregunte
al respecto? La gente no debería tener que descubrir que
soy cristiano; yo debería decirles que lo soy y hablarles el
evangelio con mucha urgencia, pero con sabiduría y
confiando en Dios. Lo más amoroso que puedes hacer por
alguien es predicarle el evangelio.
La Biblia muchas veces señala que el primer fruto
público de haber recibido a Cristo como Señor y Salvador
es proclamar el evangelio. Hablar de Jesús y Su obra es un
fruto que no falta en el cristiano. Puedes tener a Cristo en tus
palabras sin tenerlo en tu vida, pero no puedes tener a Cristo en tu vida
sin tenerlo también en tus palabras. Por eso me asombran las
personas que dicen amar a Jesús pero no hablan de Él al
menos que la gente les pregunte.

Si los cristianos aman y dan frutos, pero no predican el


evangelio con palabras, entonces el mundo nunca sabrá
por qué aman… y no estarían amando y dando frutos en
realidad.

Un llamado a predicar siempre

Estamos llamados a ser misioneros en todas partes, y un


misionero de verdad sabe mejor que nadie que «predicar el
evangelio con acciones» pero sin palabras es igual a no
predicar nada. ¿De qué serviría ir a un barrio pobre a
llevar comida, y no hablarles de Jesús? Las palabras son tan
útiles, que Dios usa a falsos cristianos que predican al
Cristo bíblico por motivos incorrectos, para llevar salvación
a muchos (Fil 1:15-18).

Con todo esto no digo que no importa dar frutos y


hacer cosas buenas. Si somos creyentes, daremos frutos (Mt
7:20). Las buenas obras y un carácter que cada día es más
como el de Jesús adornan nuestra predicación y las
hacemos porque ya somos salvos, en agradecimiento a Dios
(Tit 2:14). Lo que digo es que los buenos frutos deben
confirmar en nuestras vidas las palabras que decimos, ¡no
sustituirlas!

Así que predica el evangelio, y si puedes usa un


megáfono.

Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no

conoció a Dios por medio de su propia sabiduría,

agradó a Dios mediante la necedad de la predicación

salvar a los que creen (1 Co 1:21).


Escrituras para mayor estudio: 1 Corintios 9:16, Mateo
28:18-20, Romanos 10:12-16, 1 Pedro 1:22-25, 2 Timoteo
4:1-5.
Cómo ser productivos
para la gloria de Dios

12 de febrero del 2015.

Somos llamados a vivir para la gloria de Dios (1 Co


10:31). Como he dicho antes, eso significa buscar hacer
todo reconociendo, con gozo y agradecimiento por lo que
Cristo ha hecho, que Él vale más que todo lo demás.

Para eso es esencial que seamos productivos en la


forma en que usamos la energía y el tiempo que Dios nos
ha dado (Ef 5:15-16). Y por eso quiero compartir contigo
la mayor lección sobre productividad que he aprendido.

¿Productividad sin estar a los pies de Jesús?

Para empezar, necesitamos entender que aunque


apliquemos tips que veamos en Internet para ser
productivos, nuestras agendas estén apretadas y logremos
hacer muchas cosas, todo eso no significa que seamos
productivos para la gloria de Dios. Podemos estar siendo
«productivos» pero para nuestra propia gloria y en camino
a una gran desilusión.

Marta lo aprendió de la boca del Maestro.

Mientras iban ellos de camino, Jesús entró en cierta

aldea; y una mujer llamada Marta lo recibió en su

casa. Ella tenía una hermana que se llamaba María,

que sentada a los pies del Señor, escuchaba Su

palabra. Pero Marta se preocupaba con todos los


preparativos. Y acercándose a Él, le dijo: «Señor, ¿no

te importa que mi hermana me deje servir sola? Dile,

pues, que me ayude».

El Señor le respondió: «Marta, Marta, tú estás

preocupada y molesta por tantas cosas; pero una sola

cosa es necesaria, y María ha escogido la parte buena,


la cual no le será quitada» (Lc 10:38-42).
Dios quiere que consideremos nuestras prioridades. Por
eso María es una de mis heroínas. El servicio a Dios y el ser
aparentemente productivos es uno de los mayores rivales a
enfrentar en nuestra devoción a Dios… y, por tanto, en
nuestra búsqueda de la verdadera productividad.
Necesitamos a Dios para hacer las cosas como Él quiere
que las hagamos.

Necesitamos entender que Dios es más importante que


todo lo que podamos hacer. Ofendemos a Dios al buscar
hacer muchas cosas cuando primero deberíamos estar
escuchándolo. Al estar afanados en «la obra del Señor»
cuando primero deberíamos estar orando y aprendiendo.
Al «vivir para Dios» públicamente y no en lo privado y
auténtico.

Haz como María y toma la mejor parte. La verdad es


que lo que más importa no es cuanto haces en tu día a día,
sino cuanto Dios ha hecho por ti.
La lección más importante

Somos realmente productivos para Su gloria, no cuando


simplemente servimos mucho a la iglesia y cumplimos con
un montón de tareas en varias áreas de nuestras vidas, sino
cuando primero recibimos a Cristo sirviéndonos a nosotros
como nuestro Señor que todo lo satisface y nos concede el
querer y el hacer (Fil 2:12-13). Cuando Él provee para
nuestras necesidades y es nuestro Rey, la gloria se la lleva Él
(cp. Ef 2:7).

Por eso mi consejo de productividad número uno es: De


nada te sirve hacer un millón de cosas al día si no haces lo que Dios
quiere que hagas.

Esa es una lección de vida para mí. Por la gracia de


Dios he aprendido que siempre tengo tiempo para todo lo
demás (responsabilidades, compromisos familiares,
estudios, trabajos), cuando hago primero lo que necesito
hacer primero. ¿Y qué es eso? Estar a los pies de Jesús.

Para ser productivos, administrar nuestro tiempo y


energía para la gloria de Dios, necesitamos: amor, alegría,
paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y
dominio propio (mucho dominio propio). Sin eso, jamás
viviremos como necesitamos hacerlo. Y esas cosas son el
fruto del Espíritu Santo que Jesús promete que surgirá en
nuestras vidas cuando simplemente permanecemos en Él
(Gá 5:22-23; Jn 15:4-5).

Así que, necesitamos leer más la Biblia y orar más. Es


así como permanecemos en Cristo y somos hechos
productivos para Su gloria.

Dios es el más interesado en que demos frutos y seamos


productivos. Permanezcamos en Él, démosle siempre el
primer lugar en nuestras vidas, y Él se encargará de
hacernos realmente productivos conforme a Su voluntad.
Él se encargará de que demos frutos, y así nos enseñará a
aprovechar bien el tiempo y las energías que nos da.

Orando contigo para que seamos productivos para Su


gloria,

— Josué.
No rechaces a tu
hermano en Cristo

27 de febrero del 2015.

En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se

tienen amor los unos a los otros (Juan 13:35).

La verdad es gloriosa. Jesús es esa verdad (Jn 14:6).


Pero nosotros somos pecadores a los que les falta mucho en
su crecimiento, hasta llegar a la imagen de Cristo (Ef 4:13)
y es por eso que «en nombre de la verdad» podemos pecar
y traicionar lo que significa esa verdad.

Esto es algo sobre lo que he estado pensando,


específicamente, con relación a la división entre personas
que aman a Cristo.
Es fácil rechazar a alguien, aun si realmente confía en
Cristo y lo ama, porque tiene algunas fallas doctrinales o
carece de mayor madurez espiritual. Pero sobre todo es
triste, porque un hermano en la fe (sea maduro o no) es
alguien que no fue rechazado por Cristo. Por lo tanto,
rechazarlo es una forma de rechazar a Cristo. Es como
decir: «Mírame Dios, soy mejor que Tú a la hora de
escoger a quien recibir como hermano y a quien no».

Recordemos que Jesús dice: «Todo lo que el Padre me


da, vendrá a Mí; y al que viene a Mí, de ningún modo lo
echaré fuera» (Jn 6:37).

No es ecumenismo o relativismo

Las afirmaciones anteriores pueden lucir ecuménicas a


primera vista. Como si dijera que todas las denominaciones
que dicen ser cristianas o mencionan a Jesús están bien y
debemos considerar a sus miembros como nuestros
hermanos. Sin embargo, fui específico al referirme a los
que realmente confían en el Cristo bíblico y lo aman.
Aquí no hay relativismo. Alguien que no confía en el
Jesucristo de la Biblia como su Señor y Salvador, es nuestro
prójimo pero no es nuestro hermano en la fe. Y
ciertamente, hay muchas personas (e «iglesias»,
organizaciones, denominaciones y sectas) que dicen ser
cristianas pero en verdad no aman ni creen en el Jesús
bíblico.

Por ejemplo, los «testigos de Jehová» niegan la


suficiencia de Cristo y la salvación por la fe sola (sola fide),
por nombrar tan solo algunas de las enseñanzas bíblicas
fundamentales que rechazan. Pablo llama a los que así
proceden «anatemas» (Gá 1:9).

Por otro lado, en el movimiento del evangelio de la


prosperidad, aunque varios líderes dicen creer en una
salvación solo por fe y amar a Jesús, en realidad aman el
dinero y ven a Jesús como un medio para algo más y no
como el hijo de Dios, más valioso que todas las cosas (cp.
Fil 3:8, Ap 5:13). No aman a Cristo, lo ven como
insuficiente para sus vidas, y Pablo los llama también
anatemas (1 Co 16:22).
No podemos pretender que están bien las discrepancias
en puntos esenciales de nuestra fe. No apoyo eso. Hay
doctrinas cristianas no negociables, como sola gratia (la
salvación es por gracia sola) y sola Scriptura (solo la Biblia es
la única fuente infalible de autoridad).

Lo que quiero en este artículo es algo distinto y que no


debe ser confundido con el relativismo: quiero invitarte a
que seamos más como Pablo.

El ejemplo en las cartas de Pablo

Debería llamar nuestra atención que el apóstol Pablo en


todas sus epístolas a iglesias, a excepción de una, daba
gracias a Dios por los hermanos a los que él escribía. Entre
ellos:

- La iglesia en Corinto, que tenía un serio


problema con el uso de los dones espirituales,
caían en disputas ridículas y aún tenían muy
poco amor entre ellos.
- La iglesia en Tesalónica, que aunque eran
cristianos, tenían un entendimiento del fin del
mundo alejado de la verdad.

- Los hermanos en Roma, que necesitaban ser


confirmados y aprender mucho más sobre lo
esencial de nuestra fe (Ro 1:11).

A todos ellos, Pablo los llamó cristianos. En la única


carta a una iglesia en la que no da las gracias, es en la carta
a los gálatas y es porque ellos estaban rechazando el
evangelio de la gracia de Dios; estaban abrazando la
justificación por obras y menospreciando a Cristo.

Esto tiene que ver con el evangelio

Así que, lo que te digo no tiene que ver con ecumenismo,


sino con entender realmente el evangelio.

Si para ser salvos necesitamos mucha madurez


espiritual y tener una teología 100 % perfecta, entonces
seguramente todos nos perderíamos. Sí, es cierto que los
creyentes necesitamos adentrarnos en la Palabra de Dios y
crecer en nuestra fe, pero no para ser más salvos, sino
porque por fe lo somos.

Digo esto porque muchas personas parecen no creer en


una salvación solo por fe, sino en una por «fe + mayor
conocimiento del necesario para ser salvo» o «fe +
madurez espiritual». Esto se evidencia en la forma en que
tratan a otros cristianos como si no lo fuesen. Según lo que
creen estas personas, ¡me pregunto cómo hacían para ser
salvos muchos cristianos cuando no tenían la Biblia
completa y no podían entender mejor muchas verdades!

Pero gracias a Dios, somos justificados por la fe sola y


nada más (Ro 1:5).

Agradecimiento, humildad y paciencia

Es por eso que quiero tres cosas:

- Que seamos más agradecidos: Pablo sabía que


había cosas que estaban mal en esas iglesias a
las que Él escribía, y les exhortó al respecto,
pero siempre buscaba algo por lo cual
agradecer.

- Que seamos más humildes: El apóstol Pablo


no solo esperaba ir a Roma para confirmar en
la fe a los cristianos de allí, sino también para
aprender de ellos (Ro 1:12). En la iglesia no
hay persona tan carente de dones que no
pueda contribuir a tu progreso espiritual.

- Que seamos paciente: Pablo nunca perdió la


esperanza con respecto a personas que,
aunque eran cristianos de verdad, necesitaban
mucho por aprender y crecer. Y es que Pablo
reconocía que Dios había sido paciente con Él.

No rechacemos a nuestros hermanos en Cristo.


Recordemos que tenemos al mismo Padre.

Escrituras para mayor estudio: Juan 13:20; Efesios 4:1-6;


Filipenses 1:3-5, 27-28, 2:1-4, Salmos 133:1; Hebreos 10:24-25;
1 Corintios 1:10; 1 Pedro 3:8; Romanos 15:5; Gálatas 3:28-29.
Cómo tener una iglesia
llena de falsos cristianos

25 de mayo del 2015.

Muchos de los pasajes más duros en la Biblia son


advertencias en cuanto a la falsa seguridad de salvación
(Gá 4:11, 2 Jn 1:8-9; He 6:6). Si tales advertencias están en
la Escritura, es porque la iglesia las necesita (2 Ti 3:16-17).

A pesar de eso, en la actualidad hay congregaciones


que, aunque dicen ser cristianas, en realidad la mayoría de
sus miembros no lo son. Puesto que no creen ni conocen el
verdadero evangelio, sus vidas muestran más las obras de la
carne que el fruto del Espíritu (Gá 5:16-24). Eso es
peligroso y alarmante.

A continuación, comparto tres condiciones que


considero están presentes en toda congregación llena de
falsos cristianos. Es mi oración que tengamos más
discernimiento para detectar tales problemas.

1) Ausencia de sana doctrina

Una iglesia saludable está sujeta a la Palabra de vida (Jn


15:1-3).

La sana doctrina es crucial porque la gente nunca


creerá el verdadero evangelio si no sabe lo que es, y una
iglesia no podrá andar conforme al corazón de Dios si no
conoce Su Palabra.

El púlpito es vital en este aspecto. Si un púlpito no está


firme en la verdad, la congregación tampoco lo estará, y el
ambiente será propicio a las conversiones ilegítimas. Es por
eso que John Stott recomienda: «No se preocupe por quién
entra y sale de la iglesia (local), preocúpese por lo que entra
y sale del púlpito». Recordemos lo que dice la Biblia:

En la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de

juzgar a los vivos y a los muertos, por Su

manifestación y por Su reino te encargo


solemnemente: Predica la palabra. Insiste a tiempo y

fuera de tiempo. Amonesta, reprende, exhorta con

mucha paciencia e instrucción (2 Ti 4:1-2).

Cuando se predica la verdad, los falsos cristianos por lo


general se irán eventualmente, igual que aquellas personas
que abandonaron a Jesús cuando Él les habló la verdad (Jn
6:66). Como J.I. Packer señala: «La predicación doctrinal
aburre a los hipócritas, pero es la única que podrá salvar a
las ovejas de Cristo». Alguien que odia la luz no permanece
cerca de ella por mucho tiempo (Jn 3:20).

Tengamos presente que la predicación sin verdad no es


amorosa, no importa cuán bonita o genuina se sienta o
parezca (cp. 1 Co 13:6).

2) La creencia de que todos son creyentes

En la Biblia hay serias palabras sobre la falsa seguridad de


salvación que no podemos ignorar. Estas son algunas de
ellas:
Pónganse a prueba para ver si están en la fe.

Examínense a sí mismos. ¿O no se reconocen a

ustedes mismos de que Jesucristo está en ustedes, a

menos de que en verdad no pasen la prueba? (2 Co

13:5).

Esas son duras palabras, pero están en la Biblia porque


Dios nos ama. Y si amamos como Él, también las
compartiremos. Es importante que afirmemos a otros en la
fe, pero también es bueno que nos examinemos a nosotros
mismos a la luz de la Palabra y que entonces demos voz de
alerta de que es posible creerse cristiano y no serlo en
realidad.

Un líder nunca debe asumir que todos en su


congregación son salvos. Nunca debería callar estas
advertencias que Dios ha hablado, a fin de que los no
creyentes se vean confrontados a arrepentirse de verdad y
ser genuinos.
3) Tolerancia de lo que no se debe tolerar

«El silencio ante el mal es el mal mismo», decía Dietrich


Bonhoeffer.

En la iglesia de Corinto había un hombre en una


relación de fornicación con su madrastra y todos los sabían.
El apóstol Pablo escribe a esa iglesia que deben sacar a ese
hombre de la congregación, y que no deben relacionarse
con quienes dicen ser creyentes pero viven como si no lo
fueran (1 Co 5).

¿Por qué Pablo les dice eso? Porque no sacar a ese


hombre sería peligroso, ya que fomentaría pecado en la
congregación. Eso no es amor: es desobediencia. «¿No
saben que un poco de levadura fermenta toda la masa?» (1
Co 5:6).

Los hipócritas se sienten bien en congregaciones que


toleran lo que no deberían tolerar. Se creen así salvos,
cuando en realidad viven apartados de Cristo; y se
autojustifican pensando algo como esto: «Bueno, nadie me
ha llamado la atención. Y como sea, las personas alrededor
de mí también viven en pecado y dicen ser cristianas, así
que mi forma de vivir no está mal».

La tolerancia a lo que está mal no es amor, es consentir


con el pecado. Recordemos eso y apliquemos lo que la
Biblia enseña sobre la disciplina en la iglesia, confrontar a
nuestros hermanos en amor cuando es necesario y expulsar
de la membresía a quien persista en andar sin
arrepentimiento verdadero.

También tengamos presente que los falsos cristianos tal


vez son el mayor obstáculo para el evangelismo. Ellos
hacen más daño a la proclamación del evangelio que los
críticos y ateos. Es por eso que, si amamos a los inconversos
y queremos impactar al mundo, no aceptaremos entre
nosotros actitudes persistentes que no honran a Dios, a fin
de que como iglesia podamos testificar a Cristo con
integridad ante el mundo.

Es evidente que estas tres condiciones dependen del


entendimiento y la proclamación del evangelio. Una iglesia
que proclame vez tras vez el evangelio de arrepentimiento
y salvación no podrá estar llena de falsos cristianos «Porque
la palabra de la cruz es necedad para los que se pierden,
pero para nosotros los salvos es poder de Dios» (1 Co 1:18).
Al mismo tiempo
justo y pecador

15 de junio del 2016.

Doy muchas gracias a Dios cuando escucho testimonios


de conversiones de personas que dan fruto de haber nacido
de nuevo. Sin embargo, con frecuencia, cuando atiendo
algunos testimonios de creyentes, no dejo de pensar en que
tal vez hay un serio problema en la forma en que tales
relatos son articulados y aplaudidos en la iglesia.

Muchos testimonios de conversiones en cientos de


congregaciones se pueden resumir de la siguiente manera.
Alguien dice: «Yo era muy malo, pero ahora creo en Cristo,
Él cambió mi vida y hoy soy bueno gracias a Él». Como si
ya no fuésemos pecadores que necesitan constantemente de
la gracia de Dios; como si ya no tuviésemos luchas contra
la carne y las tentaciones. Ante eso, la congregación
aplaude. Fin del testimonio.

Es verdad que, luego de la conversión, ahora hay algo


bueno en nosotros porque antes no teníamos vida espiritual
ni podíamos amar a Dios (Ef 2:1; Ro 5:5). Pero la realidad
de que ahora el Espíritu Santo mora en nuestras vidas, no
significa que hemos dejado de ser pecadores.

La vida cristiana no es «antes yo era malo y pecaba


mucho, pero ahora creo en Cristo y dejé de ser un terrible
pecador». Una descripción mucho más apropiada sería:
«nunca he dejado de ser pecador, pero por la gracia de
Dios ahora creo en Cristo y estoy siendo santificado».

La vida cristiana no es «antes yo estaba enfermo y


ahora estoy curado». Es más parecido a esto: «antes yo
estaba muerto y ahora estoy vivo, sobrellevando una
terrible enfermedad que tiene sus días contados gracias a la
obra de Cristo, y por eso sobrellevándola con gozo
dependiendo del Señor».
Martín Lutero tenía una frase muy útil para hablar de
todo esto: simul justus et peccator, que significa «al mismo
tiempo justo y pecador». Los cristianos hemos sido
justificados ante Dios por medio de la fe en Cristo, pero al
mismo tiempo seguimos siendo pecadores y eso no
cambiará hasta que nuestro Señor Jesucristo regrese (Ro
5:1; 1 Jn 3:2).

Es cierto que gracias a Dios ya no somos esclavos del


pecado (Ro 6:16-17). Pecar ya no es lo único que hacemos,
y nuestras vidas ya no se caracterizan por el pecado de la
manera en que se caracterizaban antes (Ro 14:23; 1 Jn
3:4,9). Pero aún pecamos. «Si decimos que no tenemos
pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no
está en nosotros» (1 Jn 1:8).

El apóstol Pablo fue honesto al respecto cuando le


escribió a Timoteo: «Palabra fiel y digna de ser aceptada
por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los
pecadores, entre los cuales yo soy el primero» (1 Ti 1:15).
Pablo no dice que él era el primero de los pecadores, sino
que aún lo es. Nunca dejamos de necesitar gracia.
¿Entendemos lo mismo que el apóstol Pablo entendía sobre
su pecado?

Cuanto más me adentro en la Palabra de Dios, más veo


que una marca de un creyente genuino, camino a la
madurez espiritual, es una creciente sensibilidad hacia el
pecado. Tal creyente puede identificarse con lo que Pablo
escribe en Romanos 7:14-25.

Un cristiano verdadero sigue haciendo cosas (incluso


sin pensarlas detenidamente) que en un sentido muy
profundo y real no quería hacer, y que evidencian que aún
depende desesperadamente de la gracia de Dios, y que si
no fuese por ella y cómo obra en nuestras vidas, nuestro
pecado no tendría ninguna clase de límite.

J.C. Ryle escribió en su clásico libro, Santidad: «Estoy


convencido de que nada nos asombrará tanto, cuando
despertemos en la resurrección, como la vista que
tendremos del pecado y del conocimiento retrospectivo de
nuestras innumerables faltas».2 Y es que pecamos más de lo
que pensamos. El salmista lo entendió cuando clamó:
«¿Quién puede discernir sus propios errores? / Absuélveme
de los que me son ocultos» (Sal 19:12).

De hecho, ahora que somos creyentes, tenemos el


Espíritu Santo, conocemos las promesas de Dios, podemos
orar a Él y hacer morir las obras de la carne en nuestras
vidas (Ro 8:13-14), nuestros pecados actuales son más
inexcusables que los que antes cometíamos. Porque ahora
estamos conociendo la gracia de Dios y eso debe movernos
más a la adoración y el agradecimiento. Es por eso que
Rosaria Butterfield pudo escribir al relatar su conversión:
«Creo que el Señor es más afligido por los pecados de mi
vida actual que por mi pasado como una lesbiana».3

Aunque nuestros pecados actuales puedan parecernos


más pequeños que los que cometíamos antes de creer, en

2 J. C. Ryle, Santidad (Chapel Library, 2015), posición 438.

3 Rosaria Butterfield, Secrets Thoughts of a Unlikely Convert (Crown Covenant


Publications, 2012), posición 548.
realidad no pueden existir pecados pequeños delante de un
Dios infinitamente grande, santo y bueno… y necesitamos
recordar esto para ser realmente felices en Dios.

¿Por qué es tan crucial entender bien la seriedad de


nuestro pecado actual? Porque nos hará maravillarnos ante
la bondad de nuestro Salvador. Como Thomas Watson
expresó, «hasta que el pecado sea amargo, Cristo no será
dulce». Necesitamos tomarnos el pecado en serio, para
entonces poder deleitarnos en el amor de Dios y vivir en
verdadera humildad, con gozo.

Así que, al hablar de lo que Dios hace en nuestras vidas


y cuando prediquemos la verdad, hagámoslo recordando
que solo por su gracia somos justos ante Él, aunque
seguimos siendo transgresores. Tal vez así más personas
entenderán que «la iglesia no es un museo de los santos,
sino un hospital para pecadores».
Cómo el protagonismo de
Cristo transforma nuestra
lectura de la Biblia

25 de septiembre del 2018.

Si tuvieras a Jesús físicamente frente a ti, cara a cara, y


le preguntaras de qué se trata toda la Biblia, Él te diría: «Ya
estás viendo la respuesta».4

La Biblia es como una película en DVD versión


extendida, dividida en dos discos (Antiguo y Nuevo
Testamento), que juntos cuentan la misma historia, tienen
el mismo director, el mismo equipo de producción, y el
mismo protagonista.

4 Este artículo fue publicado originalmente en Coalición por el Evangelio:


https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/protagonismo-cristo-
transforma-nuestra-lectura-la-biblia/
Jesús habló de esto a dos de Sus discípulos luego de
resucitar, en el camino a Emaús:

Entonces Jesús les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de

corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!

¿No era necesario que el Cristo padeciera todas estas

cosas y entrara en Su gloria?». Comenzando por

Moisés y continuando con todos los profetas, les

explicó lo referente a Él en todas las Escrituras (Lc

24:25-27).

Él también habló de esto cuando dijo: «Ustedes


examinan las Escrituras porque piensan tener en ellas la
vida eterna. ¡Y son ellas las que dan testimonio de Mí!» (Jn
5:39).

Los apóstoles también llegaron a entender esta verdad.


Por ejemplo, Pablo escribió que «las Sagradas Escrituras
[hablando en particular del Antiguo Testamento]…
pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la
fe en Cristo Jesús» (2 Ti 3:15). Y Pedro enseñó que en la
muerte y resurrección de Cristo, «Dios ha cumplido así lo
que anunció de antemano por boca de todos los profetas: que
Su Cristo debía padecer» (Hch 3:17, énfasis añadido).

La historia de la Biblia gira, entonces, en torno a su


protagonista y centro: un hombre de Palestina, en el primer
siglo, que era más que un simple hombre o maestro judío.
Él era el Verbo encarnado, quien vino a vivir, morir, y
resucitar por nosotros (Jn 1:14; 1 Co 15:1-3).

Cuando entendemos esto, nuestra forma de acercarnos


a la Palabra cambia para siempre. Aquí hay tan solo tres
formas en que lo hace:

1) Nos guarda de una lectura moralista

Es fácil leer Biblia como una serie de ejemplos a seguir.


Vemos la historia de David versus Goliat, por ejemplo, y se
nos hace sencillo entenderla solo como una ilustración de
cómo debemos confiar en Dios para destruir a nuestros
gigantes. A muchos de nosotros nos enseñaron a leer la
Biblia así cuando éramos niños.
Al mismo tiempo, también es fácil leerla solo como una
larga lista de mandamientos para obedecer. Cosas como
«no robes», «ora mucho», «sigue a Jesús», «ve a la iglesia».

¿Qué hay de malo con leer la Biblia de esas maneras


moralistas? ¡Muchísimo!

Para empezar, la Palabra enseña que ninguno de


nosotros tiene en sí mismo el poder para obedecer a Dios
como Él nos llama a hacerlo, desde lo profundo del
corazón (Ro.8:7-8). También nos dice que somos
merecedores de condenación por nuestro pecado (Ro 3:23).
Además, aunque muchos hombres de la Biblia son
ejemplares, ninguno de ellos es perfecto excepto Jesús.

Cuando entendemos que Jesús es el protagonista de la


Biblia, dejamos de verla simplemente como una colección
de historias y lecciones morales.

Necesitamos a alguien que haga más que solo darnos


un buen ejemplo, incluso un ejemplo perfecto, y decirnos
que necesitamos ser muy obedientes, y darnos una lista de
tareas de cosas que agradan a Dios. Necesitamos a alguien
que pueda verdaderamente reconciliarnos con Dios,
viviendo perfectamente por nosotros y satisfaciendo las
demandas de Su justicia, y transformar los motivos del
corazón para que podamos obedecer a Dios con
honestidad (cp. Ro 8:1-4). Esa persona es Jesucristo, nuestro
Salvador.

Cuando entendemos que Él es el protagonista de la


Biblia, dejamos de verla simplemente como una colección
de historias y lecciones morales, llena de demandas y
ejemplos. En cambio, empezamos a verla primeramente
como la historia unificada y redentora que realmente es, en
donde Dios revela Su amor transformador que nos
conduce a una obediencia genuina (1 Jn 4:19; Jn 14:15).
Somos llamados a vivir en obediencia al Señor, pero solo el
evangelio nos consuela cuando hemos pecado y al mismo
tiempo nos anima verdaderamente, impactando nuestro
interior, a obedecer a Dios mejor que cualquier ejemplo o
mero mandamiento.
2) Nos conduce a entender la Biblia

Hay películas que solo entiendes de verdad cuando llegas al


final de ellas, en donde la gran revelación de la conclusión
arroja luz sobre lo que ha ocurrido antes. Entonces, cuando
miras la película de nuevo conociendo el final, no puedes
verla como la viste por primera vez. Ahora comprendes la
historia, y disfrutas de una nueva manera las pistas en ella
que conducen hacia el desenlace porque ahora sabes cómo
encajan todas esas piezas en el relato.

Lo mismo ocurre con la Biblia cuando sabemos que


Cristo es el protagonista: Hay cosas de la Biblia
(especialmente en el Antiguo Testamento) que no
entenderemos sin conocer bien el Nuevo Testamento y
cómo Cristo se revela como el centro de la Palabra.

Esto a veces es muy evidente, como cuando en el


Nuevo Testamento se cita al Antiguo. Por ejemplo, puedes
considerar la forma en que Pedro cita el salmo 16 en
Hechos 2, o cómo Jesús mientras habla a Nicodemo trae a
su conversación Números 21, o cómo Hebreos habla de
que en Cristo se cumple la ley ceremonial del Antiguo
Testamento. Difícilmente entenderíamos el Salmo 16, la
historia narrada en Números 21, y el propósito de la ley
ceremonial del Antiguo Testamento si no sabemos que
Cristo el protagonista de la Biblia.

Pero incluso los pasajes y las historias que no están


citadas explícitamente en el Nuevo Testamento no pueden
ser entendidas en realidad si no sabemos que la Biblia se
trata de Cristo. Por ejemplo, en Génesis 38, encontramos
un relato sobre Judá (uno de los hijos de Jacob) y una mujer
llamada Tamar, en un paréntesis del relato de José en
Egipto, que parece no tiene mucho sentido en la Biblia al
menos que recordemos que Cristo es descendiente de Judá.

Jesús abrió las Escrituras a Sus discípulos en el camino


a Emaús cuando les hizo ver que todo apunta a Él (Lc.
24:32). Cuando sabemos que la Biblia gira en torno a Jesús,
entonces empezamos a entender cómo sus partes encajan
en el rompecabezas de la historia redentora.
3) Nos impulsa a profundizar en toda la Biblia

Como toda la Biblia apunta a la obra y majestad de Cristo,


lo que nos conduce a vivir en obediencia gozosa a Él, es
evidente que tal protagonismo de Jesús debe movernos a
buscar conocer más la Escritura y no solo algunas partes de
ella.

Así como no apreciaremos bien una película si la


vemos a partir de la mitad, o un libro si leemos solo las
últimas páginas, tampoco podemos entender la Biblia si
solo leemos el Nuevo Testamento o los pasajes que desde el
comienzo se nos hacen más sencillos de entender.

Por ejemplo, si no leemos el libro de Daniel, no


sabremos a qué se refería Jesús cuando decía que Él es el
Hijo del Hombre; y si no leemos el pacto de Dios con
David en 2 Samuel, no entenderemos qué significa que
Jesús sea el hijo de David.

Si toda la Escritura nos apunta a Cristo, necesitamos


leer el Antiguo Testamento. Nuestra dieta espiritual
alimenticia no debe ignorar el 70 % de la comida que Dios
nos da en su Palabra. La doctrina de los apóstoles también
incluía la enseñanza del Antiguo Testamento (a la luz de
Cristo) porque ellos predicaban a partir de esas Escrituras.

El protagonismo de Cristo nos anima a alentarnos unos


a otros en la iglesia a tener y enseñar una visión más
amplia de toda la Palabra de Dios, porque así conoceremos
más y mejor a nuestro Salvador. La Biblia es más rica de lo
que creemos. Así como el corazón de los discípulos ardía en
Lucas 24 cuando Jesús les abrió las Escrituras (Lc 24:32),
nuestros corazones arderán de asombro y gozo cuando
veamos a Cristo en toda la Biblia.

Siendo honesto, todo esto puede ser difícil a veces. Es


más fácil ver a Cristo en algunos libros (como Juan) que en
otros (como Zacarías). Vamos a tener que leer muchas
veces toda la Palabra de Dios, y esto requerirá que nos
humillemos ante Él y que rechacemos nuestros prejuicios
sobre algunas partes de la Palabra. Pero Cristo es digno de
todo esto y más.
Lo más importante en esta tarea que tenemos por
delante, es que poseemos la Biblia en nuestros propios
idiomas, al Espíritu Santo que la inspiró (morando en
nuestros corazones para guiarnos), y la compañía de
nuestros hermanos en la fe. No tenemos excusas para no
buscar profundizar en la Biblia. El que no escatimó a Su
Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos
ayudará a leer mejor toda Su Palabra? (Ro 8:32).

Cuando busquemos entender toda la Biblia con Cristo


como protagonista, podremos sumergirnos mejor en el
océano de una mayor comprensión de Él que redunde en
mayor fruto en nosotros, en vez de solo mojarnos los pies a
la orilla.
El legalismo y el antinomismo
no son polos opuestos

22 de noviembre del 2018.

Muchas veces pensamos que el evangelio es un punto


intermedio entre dos polos opuestos: el legalismo y el
antinomismo.5

Estas dos palabras son sumamente importantes, y vale


la pena repasarlas.

- El legalismo es la idea y actitud del corazón


que afirma que podemos ganarnos el favor de
Dios y la salvación por nuestra obediencia.

5 Este artículo fue publicado originalmente en Coalición por el Evangelio:


https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/legalismo-antinomismo-
no-polos-opuestos/
- El antinomismo (que viene del griego y
significa «contra ley») es la actitud y enseñanza
de que podemos relacionarnos con Dios y vivir
en plenitud sin obedecer Su Palabra.

Al ver las dos definiciones, ¿ves lo fácil que es pensar


que son dos actitudes completamente opuestas? Y también
sería fácil suponer que vivir conforme al evangelio consiste
en ser balanceados entre los dos puntos. Por ejemplo, no es
raro ver iglesias o creyentes que, combatiendo el legalismo,
terminan siendo antinomianos cuando solo querían ser
equilibrados y «centrados en el evangelio».

¿Pero qué pasaría si aprendemos que el legalista y el


antinomiano tienen más en común entre ellos que entre un
cristiano genuino y un legalista, o un cristiano y un
antinomiano?

La verdad es que el legalismo y el antinomismo no son


polos opuestos en un espectro, sino dos cabezas en el
cuerpo del mismo monstruo. Y el evangelio no es un punto
intermedio entre ambos males. El evangelio, en realidad, es
algo totalmente diferente, y las implicaciones de esto son
inmensas para la vida cristiana.

Mira cómo el legalismo y el antinomismo, en realidad,


son en esencia el mismo mal.

Tienen el mismo objetivo

Contrario a lo que puede parecer a simple vista, tanto el


legalista como el que pretende vivir abiertamente sin
obedecer a Dios son movidos en última instancia por las
mismas motivaciones y pasiones en sus corazones.

Timothy Keller ha explicado esto de manera excelente


en su libro El Dios pródigo, al hablar sobre la célebre
parábola del hijo pródigo en Lucas 15.

En aquella historia, el hijo menor, que en el contexto


de la parábola representa a los pecadores notables de la
sociedad, le pide a su padre que le dé su herencia
adelantada. Este hijo, explica Keller, quiere las cosas del
padre, pero no quiere al padre ni su autoridad en la vida.
Actúa como el típico antinomiano.
La historia sigue. El hijo menor se arrepiente luego de
vivir en desorden y vuelve a casa. Su padre le muestra
gracia, le prepara una fiesta y ordena matar un becerro
engordado para celebrar que su hijo ha vuelto.

Aquí viene el giro en la historia: la gracia del padre


hacia su hijo menor hace que salgan a relucir las
motivaciones del corazón del hijo mayor (¿acaso eso no
pasa con muchos de nosotros cuando creemos que Dios
bendice a otros más que a nosotros?).

El hijo mayor, que en el contexto de la parábola


representa a los fariseos y legalistas, se enoja con el padre y
no quiere entrar a la fiesta. Pero el padre lo ama, sale a
buscarlo, y le ruega que entre para que se goce también.

Este hijo mayor está molesto por cómo el padre


administra sus cosas, gastando en un banquete para su hijo
menor. El hijo mayor siente que, al haber sido siempre
obediente, él sí tiene derecho a las posesiones del padre. Por
eso le resulta injusto que su hermano menor pueda recibir
los regalos del padre.
En otras palabras, el hijo mayor, como el hermano
menor anteriormente, también busca controlar las cosas
del padre y vencer su autoridad. Esto es revelador. Keller
explica:

Los corazones de los dos hermanos eran iguales.

Ambos hijos estaban resentidos con la autoridad del

padre y buscaban la manera de librarse de ella. Los

dos querían alcanzar una posición en la que pudieran

decirle al padre lo que tenía que hacer. Es decir, cada

uno se rebeló, pero uno lo hizo siendo muy malo y el

otro siendo demasiado bueno. Los dos estaban lejos


del padre, ambos eran hijos perdidos.6

Allí tienes una razón de por qué el legalismo es tan


terrible como el antinomismo. Al antinomiano (hermano
menor) y al legalista (hermano mayor) los mueven los
mismos motivos y tienen el mismo objetivo: desean tener

6 Timothy Keller, El Dios pródigo (Andamio, 2015), loc. 322-325.


las cosas del Padre y vivir sin Su autoridad. Esa es la
esencia del pecado.

Pero hay más. No solo tienen el mismo objetivo, sino


que además están inmersos en el mismo engaño sobre el
carácter de Dios.

Creen las mismas mentiras

El legalista y el antinomiano afirman en lo profundo de sus


mentes las mismas mentiras diabólicas.

Mentira #1: Dios no es tan santo.

Si el legalista entendiera que Dios en verdad es santo,


vería que él es un pecador que no puede obedecerlo
perfectamente o ganarse Su bendición. Sería más fácil
caminar por toda Latinoamérica descalzo sobre vidrio roto
que salvarnos a nosotros mismos o contribuir a nuestra
salvación. Y como nadie puede obedecer perfectamente,
nuestras acciones no determinan la bondad que Dios
derrama sobre nosotros.
El legalista, entonces, rebaja la santidad de Dios al
reducir los estándares de los mandamientos para así pensar
que puede cumplirlos y estar bien con Dios (cp. Mt
23:16-23). Pero si el legalista comprendiera la santidad de
Dios, diría: «En realidad nunca he obedecido
verdaderamente a Dios; nunca lo he adorado con todo mi
corazón. ¡Ten piedad de mí, Señor!».

Y si el antinomiano entendiera la santidad de Dios,


sabría que no tomarse en serio los mandamientos de Dios
es tonto y suicida. Temblaría ante el Señor santo y
soberano.

Mentira #2: Dios no es tan bondadoso.

Si el legalista se diera cuenta de que la bondad de Dios


es inagotable, sabría que, incluso aunque obedeciera
mucho, eso no determina en última instancia su salvación o
la bendición de Dios hacia él. Su legalismo, como tal, se
acabaría. En otras palabras, si sabemos en verdad que Dios
nos ama y recibe por gracia, entonces sabemos que todo lo
que Él nos ordena hacer no nos hará más salvos o amados.
Por otro lado, si el antinomiano realmente se percatara
de que la bondad de Dios es inagotable, entendería que los
mandamientos de Dios son buenos para nosotros. Si Dios
nos ama y recibe por gracia, entonces todo lo que Él nos
ordena hacer es bueno y deseable.

En resumen, tanto el legalista como el antinomiano


divorcian los mandamientos de Dios del carácter
bondadoso de Dios.7 Como ha dicho Sinclair Ferguson, «el
legalismo y el antinomismo son, de hecho, gemelos no
idénticos que surgen del mismo útero».8

¡Pero gloria a Dios que el evangelio lo cambia todo! De


eso se trata nuestro último punto.

7 Esta es una de las tesis del teólogo Sinclair Ferguson en su libro The Whole
Christ: Legalism, Antinomianism, and Gospel Assurance—Why the Marrow
Controversy Still Matters (Crossway, 2016).

8 The Whole Christ, 84.


Requieren el mismo antídoto

Timothy Keller añade correctamente: «Tanto el legalismo


como el antinomismo, en principio requieren el mismo
tratamiento: una nueva visión de la belleza de Dios mismo
y de Su gracia gloriosa, gratuita y valiosísima. Tanto el
legalismo como el antinomismo se curan solo con el
evangelio» (énfasis añadido).9

¿Y por qué el evangelio es el antídoto preciso? Porque


el evangelio arregla nuestra visión de Dios. Lo conocemos
como un Dios justo y totalmente santo, que al mismo
tiempo nos ama. Es la mejor noticia en el universo, y
además es la máxima muestra de que las mentiras del
legalismo y el antinomismo son malignas y absurdas.

Entender que somos en extremo pecadores y que Dios


es completamente santo, y que por ello Cristo tuvo que
morir por nosotros para salvarnos, nos lleva a comprender
en realidad la santidad de Dios. Al mismo tiempo, nos

9 Timothy Keller, La predicación: Compartir la fe en tiempos de escepticismo (B&H


Español, 2017), 48-49.
muestra el amor de Dios.10 De hecho, Jesús no vino al
mundo para que el Padre nos amara, sino porque ya nos
amaba (Jn 3:16; Ro 5:18).

Y esto es lo que ocurre cuando abrazamos el mensaje


de la cruz: estamos agradecidos ante Dios, y eso nos mueve
a amarlo y obedecerlo. Así lo explica el apóstol Juan:
«Nosotros amamos, porque Él nos amó primero» (1 Jn
4:19). Y ese amor a Dios se expresa en obediencia, como lo
afirmó Jesús: «Si ustedes me aman, guardarán Mis
mandamientos» (Jn 14:15).

Por lo tanto, ver a Cristo en la cruz extingue al


legalismo y al antinomismo como un océano entero
extinguiría la llama de una diminuta vela casera. El
evangelio cambia nuestras motivaciones y pensamientos

10 Estoy consciente de que esta forma de hablar del amor de Dios y Su


santidad puede sugerir a algunos que el amor de Dios y Su santidad son
polos opuestos dentro del carácter de Dios que se complementan, lo cual
sería una desafortunada ironía en este artículo. ¡Nada está más lejos de la
realidad! Estoy de acuerdo con David F. Wells en su libro Dios en el torbellino
(Andamio, 2016), en que Dios «la santidad de Dios y su amor se
encuentran, siempre y en todos sitios, inseparables, porque pertenecen
igualmente al mismo carácter absolutamente perfecto y glorioso» (loc.
1715).
para que nuestros corazones giren en una órbita donde
Dios es el centro que mueve nuestras vidas.

Conclusión: ¡Atesoremos el evangelio!

Como he dicho, las implicaciones de esto para la vida


cristiana son inmensas. Personalmente, apenas estoy
rozando la superficie de ellas. Pero si algo vemos de
inmediato, es que debemos y necesitamos hablar siempre
de la gracia de Dios y Sus mandamientos sin
desconectarlos de la cruz de Cristo; sin desconectarlos de la
persona y obra de Jesús. Él es la máxima revelación del
carácter de Dios. «Nadie ha visto jamás a Dios; el
unigénito Dios, que está en el seno del Padre, Él lo ha dado
a conocer» (Jn 1:18; cp. 14:9, Col 1:15, He 1:3).

Necesitamos ver que si caemos en la trampa de


desconectar tanto la gracia como los mandamientos de
Dios del evangelio, sin importar lo mucho que
mencionemos palabras como «gracia», «obediencia», o
incluso «Dios», no atacaremos al legalismo y al
antinomianismo en la raíz, y no disfrutaremos la vida
cristiana a la luz del santo amor del Señor. Como decía
Charles Spurgeon: «Los sermones sin Cristo hacen
regocijar al infierno».11

La centralidad en el evangelio es indispensable para


nuestro gozo y para vivir glorificando a Dios desde lo
profundo de nuestros corazones. Solo la gracia costosa del
evangelio vence de verdad al legalismo y al antinomismo.
Si estos dos males son un solo monstruo de dos cabezas,
entonces el evangelio es la espada que lo aniquila para
liberarnos de la esclavitud que viene de tener una visión
errada de Dios.

Por lo tanto, deja de ver estos males como polos


opuestos. Si has cometido ese error, al igual que yo en el
pasado, no guardes la espada del evangelio en el sótano de
tus pensamientos. Tenla en el centro de tu vida.

11 Sermón: Why The Gospel Is Hidden.


Cómo arruinar una nueva
Reforma en la iglesia

19 de febrero del 2019.

¿En qué piensas cuando oyes la palabra puritanismo?12

Tal vez compartas la definición del periodista H. L.


Mencken. Él resumió décadas atrás la idea popular sobre el
puritanismo diciendo que era «el miedo inquietante de que
alguien, en alguna parte, pueda ser feliz».13

El término puritano comenzó a usarse en el siglo XVI


para referirse a aquellos hombres que consideraban
incompletas las reformas protestantes en Inglaterra y

12 Algunos párrafos en este artículo están tomados y adaptados de mis


biografías breves sobre Martín Lutero y el puritanismo.

13 Citado en: Bruce Shelley, Church History in Plain Language: Fourth Edition
(Thomas Nelson, 2013), p. 304.
querían una mayor purificación de la iglesia y la nación.
Era un término difamatorio. Traduce la palabra latín
catharus, un título dado a los herejes medievales.14

La imagen que hoy las personas suelen tener del


puritanismo quedó sellada en nuestra cultura cuando ellos
por fin llegaron al parlamento británico en el siglo XVII.
Como señala el historiador Michael Reeves:

Lo principal… que comenzó a volver a las personas

contra el gobierno puritano fue su intento de imponer

un comportamiento cristiano estricto en una nación…

Los ciudadanos comunes, independientemente de su


estado espiritual, se vieron obligados a vivir como si

fueran «piadosos», y ellos no podían soportarlo. Fue

una experiencia que acabaría con el puritanismo en la

mente inglesa, la gente comenzó a anhelar la vida más

fácil de un gobierno «feliz».15

14 Joel Beeke y Randall Peterson, Meet The Puritans (Reformation Heritage


Books, 2007), loc. 205.

15 Michael Reeves, The Unquenchable Flame: Discovering The Heart of The


Muchos puritanos trataron de imponer un carácter
cristiano sobre la sociedad y eso los hizo odiables. Al
oponerse a cierta clase de religión superficial (la del
«protestantismo» de la reina Isabel y los reyes que vinieron
luego de ella), quisieron imponer su propia versión de una
religión superficial. Esto desvirtuó su reforma a los ojos del
mundo.

Aunque los escritos de los puritanos conforman uno de


los tesoros más preciosos de la historia de la iglesia y hay
mucho para aprender de ellos, el movimiento tuvo sus días
contados cuando muchos puritanos olvidaron que la
verdadera reforma no comienza con lo exterior. Ella
comienza con el cambio interno que solo Dios puede obrar
cuando reconocemos la obra de Cristo y nos aferramos a
Él.

El puritanismo del siglo XVII nos recuerdan que la


forma más fácil de arruinar una reforma es enfocándonos
simplemente en lo externo, en lucir reformados y muy

Reformation (B&H Publishing, 2010), p. 172.


cristianos, y creer que eso es lo que más necesitan las
personas.

Vemos otro ejemplo de esto en la Wittenberg de los


días de Martín Lutero. Luego de la Dieta de Worms, un
juicio en el que Lutero afirmó la autoridad de la Palabra
sobre los concilios de la iglesia y el papa, el reformador fue
sentenciado a muerte. Le dieron veintiún días para volver a
su hogar en la ciudad de Wittenberg y dejar su vida en
orden, pero en el camino fue secuestrado por sus
seguidores y escondido en el castillo de Warburg. Aquel
castillo, según Lutero, fue su Patmos en el periodo más
difícil de su vida.

En Warburg, el reformador alemán luchó contra su


soledad, ocio, dudas, y temores, aferrándose a la Palabra de
Dios y siendo prolífico en la escritura. Entre sus hazañas,
produjo en meses una traducción impresionante de la
Biblia al alemán del pueblo, marcando un hito en la
historia de la lengua de la nación.
Mientras tanto, la Reforma protestante se expandía,
con reyes y personas poderosas abrazándola. Y en
Wittenberg, los seguidores de Lutero buscaban
implementarla a través de la fuerza:

[Ellos] daban la impresión de que la Reforma era

realmente sobre atacar a sacerdotes y las imágenes de

los santos, comiendo tanto como sea posible en los

días de ayuno, y haciendo generalmente todo

diferente solo para morderse las viejas maneras. Para

la mente de Lutero, esto era un error demente. Era

tan malo como Roma al obsesionarse con lo exterior y


entonces forzar cierto comportamiento. El problema

que él vio en la iglesia no eran las imágenes físicas;

primero, las imágenes necesitaban ser removidas de

los corazones.16

Lutero tomó la determinación valiente de salir de su


exilio y volver a Wittenberg, donde eventualmente fue

16 Ibíd, p. 56.
protegido por personas influyentes. Allí se propuso buscar
la Reforma, pero a no a través de la fuerza, sino a través de
la predicación de la Palabra. Como dijo a sus seguidores al
volver:

Denle tiempo a los hombres. Me tomó tres años de

estudio constante, reflexión, y discusión para llegar a

donde estoy ahora, ¿y se puede esperar que el hombre

común, sin enseñanza en tales asuntos, se mueva la

misma distancia en tres meses? No supongan que los

abusos son eliminados al destruir el objeto que es

abusado. Los hombres pueden errar con el vino y las


mujeres. ¿Deberíamos entonces prohibir el vino y

abolir las mujeres? El sol, la luna, y las estrellas han

sido adoradas. ¿Deberíamos entonces quitarlas del

cielo? Tal apuro y violencia es una falta de confianza

en Dios. Miren cuánto Él ha sido capaz de lograr a

través de mí, aunque yo no hice más que orar y

predicar. La Palabra lo hizo todo. De haberlo deseado,


yo hubiese iniciado un gran incendio en Worms. Pero

mientras yo me sentaba quieto y bebía cerveza con


Felipe y Amsdorf, Dios le dio al papado un poderoso

golpe.17

Necesitamos entender lo que Lutero tenía en mente


aquí. Solo porque una iglesia luzca reformada no significa
que en verdad lo sea. La clave en una reforma no son los
cambios externos, sino el cambio que solo la Palabra puede
producir en nuestros corazones para que adoremos solo a
Cristo como nuestro Señor y Salvador.

Si hemos de ver madurar una nueva reforma en


nuestros países, esta es una de las lecciones más
importantes para aprender de la iglesia del pasado. Lucir
«reformados» no es igual a serlo, y necesitamos ser
honestos al respecto si queremos guardarnos del legalismo,
glorificar al Señor, y dar buen testimonio ante el mundo.
La verdadera reforma se trata de algo que Dios hace en
nuestros corazones, y no es una simple cuestión de
apariencias y asuntos externos.

17 Roland Bainton, Here I Stand: A Life of Martin Luther (Bainton Press, 2013),
loc. 2914.
Sobre el autor

Josué Barrios es un escritor y predicador enfocado en


promover la sabiduría bíblica por medio de la reflexión
teológica en una era distraída, digital y secular. Su sitio web
(josuebarrios.com) y su newsletter, Sábados de sabiduría, son
leídos por decenas de miles de lectores todos los meses.

Además de enseñar por más de una década a través de


cientos de ensayos y artículos, y predicar en numerosas
iglesias, conferencias y charlas, Josué ha contribuido en
varios libros y es el autor de Espiritual y conectado: Cómo usar y
entender las redes sociales con sabiduría bíblica. Su proyecto
literario más reciente es Líder de jóvenes: 12 marcas para
impactar a las nuevas generaciones, donde sirve como editor
general.
Josué vive en Córdoba, Argentina, con su esposa
Arianny —quien es su editora favorita y su mejor mitad—
y sus dos hijos. Juntos son miembros de la Iglesia Bíblica
Bautista Crecer, donde sirve como líder de jóvenes. Posee
una licenciatura en periodismo y una Maestría en Estudios
Teológicos del Southern Baptist Theological Seminary.

Tal vez conozcas a Josué por su trabajo en Coalición


por el Evangelio —el sitio evangélico en español más leído
en el mundo—, donde se desempeña como Director
Editorial, encargado de idear, supervisar y dirigir el
contenido del ministerio. Allí también es uno de los
anfitriones del podcast Textos fuera de contexto, donde
conversa con pastores, teólogos y líderes hispanos para
abordar los temas difíciles de la Biblia desde una
perspectiva centrada en el evangelio.

Aparte de eso, Josué también trabaja junto a su esposa


con diversas editoriales y autores cristianos en el desarrollo
de recursos centrados en el evangelio para la iglesia en
español.
Lee más del autor

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