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Deprimido por la frialdad inhumana de su ciudad y hastiado de un empleo fastidioso y

agotador, Tom ahoga sus penas en la esquina de un bar local. Hipnotizado por las voces del
gentío y una multitud de luces tenues, se encorva con cansancio sobre la barra para perderse
en el fondo de una botella barata de vodka. En medio del ajetreo, una melodía genérica que
parecía salida de un infomercial, lo atareaba con su ritmo empalagoso y repetitivo,
extinguiendo sus sentidos y apagando su mente. El ambiente del lugar lo sofocaba un poco
con tantos estímulos sucediendo a la vez, sin lograr distinguir ninguno de ellos con
claridad. Se servía otro abundante vaso de bebida cuando un súbito silencio inundó el lugar
por completo. Quitó la mirada de la botella, pero antes de que pudiera darse cuenta, una
explosión de acordes hizo temblar la habitación, sacándolo bruscamente de su trance
hipnótico.

Casi impulsado por una fuerza invisible, Tom se levanta con prisa y busca el origen de esa
conmoción entre un mar de cabezas. Con un poco de esfuerzo, logra hacerse un espacio
entre la multitud, y una mirada fugaz al escenario le basta para entenderlo todo: una figura
enigmática se alza ante sus ojos, golpeando las teclas del piano con movimientos rápidos y
rítmicos, en una interpretación cargada de entusiasmo y devoción. Las notas vuelan y caen
como un trueno, pero también flotan suavemente como hojas otoñales cuando el pianista
acaricia el instrumento con sutileza. La música no se detiene, al igual que el asombro de la
audiencia, que admira el espectáculo en silencio. Unos minutos después, la pieza concluye
con una colorida llovizna de arpegios, y después de recibir una modesta ovación, el músico
desaparece entre las sombras. A este punto, Tom está petrificado del asombro: una
explosión de emociones había despertado en su interior y no parecían querer abandonarlo.
Ni siquiera la embriaguez pudo salvarlo de este impacto, y en su camino de regreso, una
sola idea lo obsesiona: él también quiere crear música así.

Inmediatamente después de abrir la puerta de su departamento, se dirige al closet con


avidez y saca un objeto plano, largo y empolvado: un viejo teclado que tenía arrumbado
desde hacía años y al cual no le había encontrado uso, hasta ahora. Entonces, comienza su
anhelada tarea: se la pasa horas investigando acerca de acordes, melodía y composición,
tratando de entender cómo alguien puede hacer sonidos tan excepcionales con un simple
pedazo de madera. No obstante, después de pasar varias horas sentado en el pequeño
escritorio, Tom apaga las luces y se tira en su cama, completamente rendido y frustrado. Ya
había entendido los nombres de las notas y también cómo hacer unos cuantos acordes con
las teclas blancas, sin embargo, sus creaciones sonaban insípidas y poco inspiradas. No
podía entenderlo, las escalas eran correctas, pero todo era tan horriblemente ordinario e
inexpresivo: más parecido al tema insoportable que salía de las bocinas del bar, que a la
mágica interpretación que lo motivó a crear. Se sentía estúpido e incapaz, y empezó a
preguntarse cómo tan siquiera se le había ocurrido la idea de intentar algo así, siendo la
persona que era. Pronto el alcohol hizo su efecto y el caos mental de Tom fue apagado por
una gran somnolencia que lo dejó abatido e inconsciente.

La mañana siguiente es como cualquier otra mañana de cualquier otro día de cualquiera de
los últimos 5 años: se levanta, toma algo para la resaca, se ducha y sube al tren subterráneo,
apretujado entre muchos otros iguales a él, que con una mirada seca y perdida se resignan
al tedio de su realidad a cambio de unos cuantos billetes semanales. Al llegar al trabajo
sucede lo mismo: se mete al cubículo con un café y escribe informes durante horas, como
una máquina puesta en automático: sin emociones, ni alma, pero puntual y productiva.
Finge escuchar los alaridos de su jefe, asintiendo con la cabeza a cualquier orden o
comentario que le sea impuesto y dibujando la más falsa de las sonrisas: lo suficientemente
grande como para aparentar, pero lo suficientemente inexpresiva como para dejar entrever
el odio que siente.

Ese mismo día, decide regresar al bar en la noche. Después de una insufrible jornada, siente
la necesidad de volver a experimentar la euforia y conmoción de la música que resonaba en
las paredes dee lugar, esperando que de alguna forma eso limpiara su alma de nuevo, al
menos hasta que tuviera que volver al trabajo. Una vez ahí, se sentó en el mismo lugar, pero
el alcohol ya no tenía relevancia en su mente: ahora buscaba al pianista con la mirada,
esperando su llegada con ansias e impaciencia. El silencio reinaba el lugar, siendo
casualmente interrumpido por algunos murmullos y comentarios de la audiencia. De nuevo,
le era imposible ver el escenario con claridad debido a la multitud de cuerpos que ocupaban
el panorama, sin embargo, ese día su mente estaba más clara y preparada, así que decidió
esperar un poco más. El impacto no tardó en llegar. De nuevo, los tañidos claros e inquietos
del instrumento rompieron con la quietud del lugar, y sin siquiera pensarlo, Tom se
abalanzó entre el gentío, empujando sin ningún tipo de preocupación y recibiendo insultos
en voz alta cada vez que este se saltaba una fila. Pero ya no le importaba, porque esta vez
no sólo quería escuchar, sino también entender de dónde venía esa habilidad tan
impresionante. Con un movimiento ágil y sigiloso, se subió a la orilla del pequeño
escenario, donde podía permanecer toda la interpretación sin ser visto, ya que era la única
zona donde las sombras cubrían el espacio por completo.

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