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Todos estos cambios empezaron cuando la gente que vivía en

comunidades autosuficientes en el agro comenzó a trasladarse hacia las ciudades, alterando por
completo la larga tendencia histórica que la había mantenido aislada. Como ya hemos visto, en el
período que media entre 1940 y 1981 la población urbana casi se

quintuplica (de 2.4 millones pasa a 11,6), en tanto que la rural apenas aumenta en un tercio (de
4.7 a 6.2 millones). Así, mientras que

en 1940 la rural constituía el 65% de la población total y

la urbana el 35%, en 1981 estos porcentajes se invierten. Esto significa, sencillamente, que en 1940
dos de cada tres peruanos vivían

en el campo y que, en cambio, en 1981 dos de cada tres viven en las

ciudades.

Si se toma en consideración, adicionalmente, que en 1700 la población rural era el 85% del total y
la urbana únicamente el 15% y

que hacia 1876 la población campesina seguía siendo el 80% frente

al 20% que estaba en las ciudades, resaltará aún más la radicalidad del cambio ocurrido en los
últimos 40 años. Se ha invertido el

histórico predominio rural de la población en favor de los centros

poblados, se ha modificado sustancialmente las condiciones del ha-bitat de los peruanos y se ha


pasado de una civilización agrícola a

una civilización urbana.

Esta urbanización coincidió con el rápido incremento de la población en todo el país. Hasta ese
momento, el crecimiento demográfico había sido más bien lento. A pesar de sus inexactitudes, los

censos nacionales de los dos siglos pasados revelan para esa centuria una tasa anual media de
crecimiento del 0.6%. En este siglo, sin

embargo, entre 1940 y 1981 la población total crece más de dos veces y media, pasando de 7
millones a prácticamente 18.

En el caso de Lima este incremento es sustancialmente mayor.

La capital ha crecido 7.6 veces en el período al que hacemos referencia. De esta manera, de
albergar al 8.6% de la población del

país, ha pasado a albergar al 26%. Por cierto, también en las demás ciudades de la república
aumentó la población llegando a alcanzar, en la última década, una tasa de crecimiento mayor que
la

de Lima.
En términos generales, el proceso de urbanización peruano se

desencadenó con las grandes migraciones del campo a la ciudad

que, si bien comenzaron un poco antes, están registradas por las

estadísticas nacionales desde 1940. Así, en el caso de Lima, entre

ese año y 1981 los migrantes han aumentado 6,3 veces, de 300,000 a

1'900,000.

Sin embargo, el aporte de la migración al crecimiento de la capital es superior al número de los


migrantes mismos, porque sus

mujeres tienen una fecundidad mayor que las nativas y sus hijos

tienen en Lima una tasa de mortalidad menor que en el campo.

Ello puede ilustrarse con un ejemplo. En 1981 Lima sólo habría

tenido 1'445,000 personas, en lugar de los 4’000,000 que fueron censadas, si desde 1940 no
hubiera habido migraciones. Dicho de otra

manera, en 1981 las dos terceras partes de la población limeña

eran migrantes o hijos de migrantes, mientras que la tercera parte

restante era propiamente nativa. Queda, pues, en evidencia que la

migración es un factor imprescindible para explicar los cambios

ocurridos.

No obstante, resta explicar por qué ocurrieron esas migraciones.

Como en la mayor parte de fenómenos sociales, existen muchas

causas concurrentes.

La más visible es la construcción de carreteras. Después de

la Guerra del Pacífico empezó en el país un proceso de reordenamiento total que, entre otras
cosas, involucró la tarea de interconectarlo por carretera, frente a la construcción de ferrocarriles y

al cabotaje, que habían sido hasta entonces los modelos tradicionales.

A comienzos de siglo la longitud total de las carreteras no excedía los 4,000 kilómetros, En 1981, en
cambio, era de alrededor de60,000. En el entretanto, la Ley de Conscripción Vial, aprobada en

1920, y los planes viales nacionales, entre otras políticas, habían

transformado caminos inconexos rehechos sobre antiguos trazos

incaicos y coloniales en una red deñnida de carreteras, la cual se


convirtió en la base material indispensable para que la migración

masiva tomara lugar, y despertó además un creciente anhelo de

los campesinos por la ciudad.

El posterior desarrollo de otros medios de comunicación ha sido

un aliciente adicional para el incremento de las migraciones. Al

dar a conocer a miles de kilómetros de distancia las posibilidades,

características y comodidades de la vida urbana, la radio, en especial, suscitó reacciones


entusiastas de todo género, sobre todo en lo

que se reñere a las expectativas de lograr un consumo y un ingreso

más elevados. Era como ofrecer la civilización a todo aquel que tuviera la entereza de tomarla.

De otro lado, opiniones académicas bastante difundidas coinciden en destacar la importancia de la


crisis que afectó al agro entre

1940 y 1945 como otro factor decisivo para la migración, El esfuerzo

de modernización y la poca seguridad de la venta del azúcar y el

algodón, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, provocaron el despido masivo de los
peones en las haciendas tradicionales de la sierra y en las grandes explotaciones agroindustriales

de la costa. De esta forma, se liberó repentinamente un abultado

contingente de personas que estaban dispuestas a migrar en busca

de nuevos horizontes.

Otra manera de enfocar la importancia de la crisis agrícola como factor de expulsión de migrantes
es el problema de los derechos de propiedad en el campo(l). A las tradicionales dificultades

en el acceso a la propiedad agrícola se vino a sumar en los años 50

el inicio de lo que sería un largo, continuo e inestable proceso de

reforma agraria que, entre otras consecuencias, las agudizó. Muchas personas que no encontraban
la posibilidad de tener propiedad o trabajar en el campo prefirieron migrar hacia las urbes para
tratar de conseguir la propiedad que les era negada y satisfacer, de este modo, algunas de sus
aspiraciones materiales.

La menor mortalidad infantil en Lima ha sido también un poderoso incentivo para dejar el campo.
A lo largo de las décadas la

mortalidad fue siempre menor en la capital que en el resto del


país. Mientras que en 1940 fallecían 181 de cada mil niños en el te-rritorio nacional, en Lima
morían 160. Conforme fueron aumentando los servicios médicos, esta diferencia tendió a hacerse
más profunda, de manera que en 1981 morían 98 de cada mil niños en todo

el país y 44 en Lima, incrementándose a través del tiempo el aliciente para migrar.

Las posibilidades de una mejor remuneración han sido asimismo un estimulo importante. Una
persona que abandonaba el campo para emplearse como obrero semi-califícado en Lima obtenía,

en 1970, un ingreso mediano mensual equivalente a tres veces el

que lograba anteriormente. Más significativo aún era el caso de los

que se ocuparon como empleados y lograron ganar un equivalente

a 4 veces; y el de los profesionales o técnicos, que podían ganar un

equivalente a 6 veces. Estas remuneraciones más altas han compensado los riesgos relativos del
desempleo. Así, un migrante promedio desempleado por un año puede recuperar en dos meses y

medio de trabajo en la ciudad su ingreso personal perdido en el

campo. Uno que ha estado desempleado dos años, lo hará en poco

más de cuatro meses, y así sucesivamente.

Por último, y quizás sea lo más importante, el propio crecimiento de la administración pública y la
posibilidad de acceder a niveles educativos más altos han sido también importantes alicientes

para venir a la ciudad,

En el primer caso, la efectiva centralización del poder redistributivo, la sensación de cercanía con
las decisiones políticas, la ubicación en las ciudades de la mayor parte de la oficinas competentes
para absolver consultas, contestar peticiones o expedir permisos, y la posibilidad de encontrar en
ella una fuente de trabajo

convirtieron a la creciente administración pública en un atractivo

para dejar el agro.

En el segundo caso, el hecho de que hasta fecha reciente estuviesen en Lima el 45% de los
egresados de secundaria, el 49% de los

matriculados en centros de educación ocupacional, el 46% de matriculados en escuelas e institutos


superiores y el 62% y 55% de los

postulantes e ingresantes a la universidad, respectivamente, ha sido en una perspectiva histórica


un poderoso incentivo para migrar; especialmente porque, para campesinos que sólo tienen su

capital humano, representa la posibilidad de una valiosa y reproductiva inversión.

Todos estos factores concurrentes sugieren que la migración no

es un acto irracional hecho por puro gusto o instinto gregario, sino


un producto de la valoración racional de posibilidades hecha por

los campesinos. Sea cual fuere el grado de precisión alcanzado en

sus evaluaciones, lo evidente es que adoptaron esas decisiones convencidos de que estarían
favorecidos por comparación con lo que

hasta ese momento había sido su mundo y su aspiración.

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