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Capítulo 1

No era la primera vez que Soledad soñaba con su compañero de


trabajo, Carrie. Eran amigos. Se puede decir que muy buenos amigos.
Los había unido situaciones de pérdida de familiares y en sus ratos libres
compartían sus experiencias dolorosas y otros temas de sus vidas antes
de conocerse.

Trabajaban en una empresa publicitaria y ella era su jefa inmediata,


aunque él era jefe de otro departamento. Además de sus actividades
comunes en el trabajo, los unía también su afición por el arte. Amaban la
pintura, la poesía, la música clásica, la literatura. En fin, tenían mucho en
común, pero de que se gustaran como algo más que amigos, no era
posible.

Ella convivía con Daniel desde hacía siete años, no tenían hijos y
podría decirse que disfrutaban de una bonita relación, basada en el
respeto, la comunicación profunda y el buen sexo.

Él estaba casado desde hacía varios años y tenía dos maravillosos


hijos. Con su vida amorosa, Carrie era bastante reservado y procuraba
mantener esa parte de su vida fuera de toda conversación.

Aquella mañana después del sueño, Soledad se quedó pensativa


sentada en la cama. El sueño había sido bastante real y extraño. Aunque
no era extraño que Sol —como le decían sus amigos—, tuviera ese tipo
de sueños premonitorios. Cuando ella sentía la sensación de “realidad”
después de haber soñado, era muy seguro que el sueño se hiciera
realidad y el último sueño avizoraba que sí lo sería.

Lo extraño del sueño era que Carrie y ella estaban en la casa de


campo que sus padres poseían en las afueras de la ciudad, —a la que

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nunca lo había invitado— y estaban sentados frente a una chimenea
besándose, besándose muy, pero muy apasionadamente.

Luego de un rato de meditación, se levantó de la cama, se dio una


ducha y se preparó para ir al trabajo que estaba distante de su casa.
Realizó sus actividades cotidianas como de costumbre, con celeridad y
responsabilidad, sin embargo, la sensación del sueño no la abandonaba.
Lo sentía tan real, tan vívido, pero, sobre todo, tan especial.

En un instante de arrebato, el cual marcaría el inicio de una extraña,


mágica y sublime relación de amor, le escribió una nota a Carrie donde
le comentaba del sueño. La nota decía así:

“Anoche soñé contigo. Soñé que nos besábamos. ¿Realidad?


¿Utopía? ¿Locura? ¡No lo sé!”

No obtuvo respuesta. Seguro Carrie creería que ella seguía soñando o


que realmente estaba loca.

Los días y la rutina siguieron pasando inexorablemente. La sensación


del sueño se había difuminado y nada presagiaba un romance. Soledad y
Carrie seguían siendo los buenos amigos y los inseparables compañeros
de trabajo. Compartían muchas horas, a veces hasta desayunaban juntos,
en compañía de la amiga de ambos, Bárbara.

Pero para Soledad ya era innegable la atracción que empezaba a sentir


por Carrie. Lo empezó a ver como el atractivo hombre que era: alto, de
contextura atlética, de piel blanca, con cabellos negros, de corte varonil,
unos profundos y hermosos ojos color azabache, nariz fina y unos
gruesos y provocativos labios rosados. Siempre estaba impecablemente
vestido, así fuese con una camiseta polo y unos jeans.

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Su imagen la atormentaba más cada día. Deseaba verlo más seguido y
se inventaba pretextos de trabajo para estar cerca de él. Su olor la
subyugaba. Cuando por casualidad sus manos rozaban su piel, sentía
estremecerse su alma…

Cierto día, estaban reunidos por cuestiones de trabajo, cuando surgió


una broma picante sobre ellos por parte de Teodoro, otro compañero de
trabajo. Soledad hizo como que no escuchó y volteó el rostro, pero se
encontró con la mirada directa y provocativa de Carrie.

Esa mirada fue todo y fue nada. Se dijeron un par de frases sin
sentido, mas fue la chispa que empezó a encender el fuego que había en
su interior.

Él se fue como todos los días, a la misma hora. Tenía otro trabajo por
las tardes. Soledad instintivamente, abrió su correo y le escribió una nota
que, de hecho, era la letra de una canción: “¡No le pido yo al cielo que te
mande más castigo (…) que estés durmiendo con otra y estés soñando
conmigo!” …

Al otro día, cuando Soledad abrió su correo se encontró con el


siguiente mensaje que la dejó muy impactada:

“¡Quiero verte desnuda!... ¡Totalmente desnuda!

La llama de la pasión estaba encendida.

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Capítulo 2

Esa frase tan provocativa, tan candente, sorprendió a Soledad muy


fuerte. Jamás se imaginó esa reacción de Carrie tan directa y muy
atrevida.

Se sintió fuera de onda. A pesar de que fue ella quien provocó la


situación, la respuesta de Carrie la dejó confundida. La infidelidad no era
un tema para discusión ni mucho menos que Sol la aprobara. Era muy
respetuosa de los valores morales y ella siempre consideró que la
honestidad y la transparencia eran la base para cualquier relación.
Siempre les decía a sus amistades: “Si no son felices con su pareja y les
gusta otra u otro, sean francos, digan su verdad y empiecen otra
relación, pero no engañen”.

Sin embargo, ella, la muy recta señora Soledad, estaba presa en su


propio laberinto. Le gustaba su compañero, lo deseaba, anhelaba besarlo,
pero no tenía motivos para serle infiel a Daniel, ni mucho menos
terminar su relación. Sabía que solo era una fatal atracción.

Sus encuentros se hicieron más frecuentes. Ya no solo se veían en los


pasillos, en la sala común del personal, sino que se procuraban instantes
para estar a solas. Se buscaban con la mirada, se envolvían en un intenso
abrazo solo con mirarse… Rozarse ligeramente era la gloria. ¡Cómo
olvidarse del lugar donde estaban y sencillamente arrojarse uno en los
brazos del otro y perderse en un tierno, delicado beso!

Un día, Soledad se sintió mal y Carrie se ofreció a llevarla hasta su


casa. Ella aceptó, aunque un poco confundida. En realidad, tenía miedo
de lo que pudiera ocurrir estando solos.

El trayecto transcurrió relativamente en silencio. Fue poco lo que


hablaron y sus respuestas eran con monosílabos. De parte de Soledad,

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sería por el malestar físico que la aquejaba, pero él… ¿qué estaría
pensando él?

De pronto, Carrie enfiló su auto por otra calle que no era la habitual
del viaje diario. Se estacionó en una calle transversal, un poco alejados
de las miradas indiscretas. Se desabrochó el cinturón de seguridad y la
besó. Ella no ofreció resistencia. Deseaba ese beso con frenesí.

Se besaron por un largo rato. Fue un beso con un sabor agridulce. Por
un lado, sentían el resquemor de la traición, pero, por otro lado, el deseo
ardiente de poseerse, tanto tiempo contenido.

No se dijeron nada. Él volvió a colocarse el cinturón y arrancó con


destino a la parada donde ella debía quedarse.

—¡Hasta mañana! —dijo escuetamente Soledad.

—¡Hasta mañana! —expresó Carrie—, y se marchó tan de prisa como


lo permitía su ansiedad.

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Capítulo 3

—¡Hola! Necesitamos hablar —le dijo Soledad al verlo el día lunes


que retornaron al trabajo.

—Ok —respondió él— y se alejaron.

Era evidente que el fin de semana había sido un torbellino de


pensamientos encontrados para ambos. Soledad había estado muy
callada que Daniel le preguntó el viernes por la noche:

—¿Te ocurre algo, amor? ¿Te sientes mal?

—No. Estoy bien. Gracias por preguntar. Solo necesito que me


abraces —contestó Sol—, y se arrebujó en sus brazos. Daniel empezó a
acariciarle los cabellos y ella se durmió en su pecho.

Al día siguiente, Soledad preparó el desayuno para ambos. Dani se


fue al trabajo y ella se quedó sola. Sola, preocupada, confundida. Se
sentía una miserable. Traicionar así a Daniel no era correcto, era una vil
cobardía. Él le demostraba cada día que la amaba. Era muy detallista,
atento, todo un caballero con ella. Le regalaba flores, dulces; la invitaba
a caminar, a comer un helado, a un restaurante. Estaba pendiente de su
salud y de sus necesidades; la hacía reír con sus ocurrencias; la hacía
estremecer de placer cuando le hacía el amor…, entonces, ¿por qué serle
infiel?

Mas, de pronto, se encontró sentada frente a su computadora


escribiendo un poema para Carrie:

¡Habitas en mis sueños!


Estás entre mis libros

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y mis penas.
En mis radiantes amaneceres
y tristes ocasos.
Entre la frialdad de mis sentimientos
y la tibieza de mis sábanas.
¡Estás entre lo que fue y no será!

Se lo envió a su correo, sin pensarlo siquiera.

Ese fin de semana estuvo más deprimida que nunca. Leyó un poco,
escribió varios documentos de su trabajo. Luego salió a visitar a una
pariente y al caer la noche, cenó con Daniel en un restaurante cercano a
su departamento. Pero durante todo el día, el fantasma de Carrie estuvo
presente en su memoria.

Ese lunes, apenas verse, lo citó para hablar… Pero ¿qué decirse? Al
momento de encontrarse, las reticencias se esfumaron y solo deseaban
volver a estar juntos, besarse, tocarse.

—¡Te extrañé! —dijo ella.

—¡Yo también! —respondió él—, ¡Solo deseo verte desnuda, tocarte!


¡Es un deseo primitivo lo que me provocas! Es insana mi propuesta, pero
deseo estar contigo, acariciarte toda…

La confesión desinhibida de Carrie turbó a Soledad. Ella era más


romántica. Sí deseaba mucho estar con Carrie, pero de esa forma tan
elocuente y directa que él le proponía un encuentro sexual, fue como
muy chocante.

Se dijeron muchas cosas, cosas sin sentido. Nada seguro, nada real,
nada que vislumbrara una promesa. Solo era un impulso sexual lo que
arrebataba a Carrie. Ella era provocativa, seductora. Sin ser bonita, tenía

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un no sé qué que traía de cabeza, no solo a su esposo, sino a unos
cuantos babosos que andaban detrás de ella. Era muy inteligente y capaz
en muchos campos del conocimiento. Tenía talento además para la
oratoria, la poesía, la literatura, el drama. Sabía imponer su presencia. Y,
aunque muchas mujeres la odiaban o la envidiaban, sabían que Soledad
era una mujer de cuidado. Era una mujer, por demás, peligrosa.

Los días y las semanas trascurrieron sin prisa, entre e-mails, poemas,
canciones, miradas y suspiros. No se podía decir que mantuvieran un
romance, porque la relación ni avanzaba ni se detenía. Cuando estaban a
solas, las pocas veces que podían hacerlo en su trabajo, procuraban
detener el tiempo en una mirada, en un suspiro, en las ganas contenidas
de volverse a besar, de volver a sentirse juntos.

Una mañana de esas raras en que a Soledad le daba por estar de mal
humor, hizo un comentario muy hiriente en contra de Carrie. Él lo oyó y
se sintió muy ofendido. Cuando ella se dio cuenta de su exabrupto, lo
buscó para disculparse.

—¡Carrie, lo siento! No fue mi intención ofenderte —titubeó ella


mientras se acercaba hasta él, pero él la miró con rabia contenida y la
dejó con la palabra en la boca.

Soledad trató por todos los medios una cercanía para ofrecer
disculpas una y mil veces, mas Carrie estaba muy enojado y herido, y
con razón, porque el pobre no entendía como una persona pudiera ser tan
cambiante. Unas veces, romántica, sutil, sublime, enamorada y otras, un
ser extraño, caprichoso, hiriente, cruel.

Ella le escribió un e-mail lamentando la situación, sin embargo,


Carrie le contestó que podía disculpar a la amiga, mas no a la mujer que
hacía berrinches y que esa incipiente relación quedaba terminada.

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Fue un golpe muy doloroso para Sol. Al leer el mensaje se sintió la
mujer más miserable. Y por primera vez lloró por Carrie…pero, ¿por
qué? ¿No era mejor terminar algo que jamás progresaría? Ambos tenían
parejas que merecían respeto y esa pequeña discusión era la mejor
oportunidad para decirse “adiós”. Sin embargo, mientras leía el mensaje,
gruesas lágrimas de dolor y de impotencia le desgarraban el alma. Fue
entonces que lo entendió. Sentía por Carrie algo más que una simple
atracción sexual, algo más que cariño… ¡Lo estaba amando!

Esa tarde, decidida a no perderlo, planeó con Bárbara, su buena


amiga Bárbara, un encuentro fortuito con él, fuera del trabajo. A la hora
del almuerzo, le dijo a su amiga:

—Barbie, quiero pedirte un favor. No lo tomes a mal ni me juzgues.


Pero necesito hacer algo para que Carrie me perdone. Sé que fui una
tonta y que actué como tal, mas no merezco que nuestra relación de
amigos o de lo que sea quede así. Lo necesito y lo extraño mucho y su
rechazo me duele más.

—Ok, amiga. Te escucho y te apoyo, —le respondió Bárbara.

—El plan es el siguiente…

Las dos irían caminando hasta que él las alcanzara, porque


obligadamente las encontraría en el camino. Bárbara se subiría al auto de
Carrie y la invitaría a subirse como siempre, a lo cual ella rechazaría,
pretextando una “dignidad ofendida” y se haría de rogar hasta que él la
invitara a subir. Y era evidente que él, todo un caballero, no la iba a dejar
sola en ese lugar. Así ocurrió efectivamente. Luego, como parte del plan,
Soledad iría supuestamente hasta la casa de Bárbara, pero… ¡Oh!
¡Sorpresa! Bárbara recibiría una llamada telefónica de parte de su

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enferma madre y ella debía de quedarse antes y dejar a Sol a solas con
Carrie… ¡Qué lamentable situación!

Ya a solas, él preguntó:

—¿A dónde la dejo, compañera?

—En cualquier parte. Necesitamos hablar —respondió ella—. Quiero


explicarte lo ocurrido, por qué lo hice. Sé que de nada vale pedir perdón
o disculparme, pero debo hacerlo.

Avanzó con el automóvil unas cuantas cuadras y se estacionó en una


calle poco transitada. Apagó el motor y se desabrochó el cinturón. Ella
también lo hizo. Quedaron frente a frente. Sus miradas seguían
hablando, pero había heridas que sanar.

—Ya la disculpé, pero no puedo perdonarla porque solo Dios perdona —


dijo Carrie notoriamente resentido—. No entiendo cómo pudiste
tratarme así, tan hiriente y ofenderme en público. Además, no quiero ni
mirarte…

Mas al decirlo, y al estar frente a frente, instintivamente se echaron


uno en brazos del otro y se dieron un primer beso, largo, intenso,
sublime y mágico. Lograron detener el tiempo en ese ósculo. Y se
besaron una y mil veces más. No importó el tiempo, no importaba el
pecado que estaban cometiendo. Eran solamente los dos y esas ganas
desbordantes de besarse, de abrazarse, de sentirse.

Se acariciaron los cabellos, se tocaron las manos. Fueron dos horas


plenas de dicha. Sus corazones latían desesperadamente. Ambos sentían
las ganas de entregarse, de desnudar sus cuerpos al igual que sus almas y
dejarse llevar por la pasión embriagante que flotaba dentro del auto.

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No se hicieron promesas… no podían. Ambos estaban pecando.
Ambos tenían dueños. Pero, en ese mágico instante, solo existían los
dos. Mas, el tiempo cruel e inexorable, los sacó del ensueño y tuvieron
que volver a su realidad.

No querían separarse. Si hubiesen podido, se quedaban horas y horas,


abrazados, besándose, sintiéndose tan juntos, tan dueños el uno del otro,
pero tan ajenos a la vez.

Sus labios se buscaban una y otra vez. Era como si en cada beso
quisieran entregar el alma. Eran besos cálidos, besos puros, besos
sublimes, besos salvajes. Eran una mezcla de ternura y pasión, amor y
deseo.

—¡No quiero dejar de besarte! Pero tenemos que irnos. No sabemos


cómo terminará esto. Yo amo a mi esposa, pero no sé qué me pasa
contigo.

—Tú también me gustas y mucho. No puedo dejar de pensarte, pero


debemos regresar a nuestra realidad. No tengo motivos para traicionar a
Daniel. Sin embargo, estoy aquí, junto a ti, deseándote más y más.

Se volvieron a besar intensamente. Era el beso de despedida. No


debían ni podían volver a besarse, estar juntos. Su relación era
inminentemente peligrosa.

Carrie encendió el auto y la dejó a ella en una parada para que tomara
un taxi. Esa noche, ella no pudo dormir en paz. La atormentaba el
recuerdo de esos besos prohibidos, la atormentaba la traición cometida.

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Capítulo 4

Otra vez día lunes. Volverían a verse…Ya no disimulaban lo que


pasaba entre ellos. Las murmuraciones y los corrillos que se formaban en
los pasillos eran notorios. Había todo tipo de comentarios, especialmente
los negativos, pero a ellos no les importaba. Cuando estaban juntos, no
existía nada más que ellos. Se envolvían en un halo de misterio y así el
mundo se les viniese encima, nada importaba.

Sus miradas lo decían todo. Deseaban tocarse, besarse, abrazarse.


Huir a otras dimensiones donde no hubiese reglas que cumplir, seres a
quienes respetar. Era el embrujo de la pasión y el deseo que los tenía
subyugados.

Casi todos los días ella le escribía una nota de amor, un poema. Era
una forma especial de estar juntos. Un día, Soledad lo invitó a verse
fuera del trabajo. Fijaron la cita para dos días después.

El jueves, día en que debían encontrarse a la una de la tarde, Carrie


llegó notablemente contrariado y con cara de haber pasado una noche
terrible. Al verla llegar, le dijo:

—Debemos hablar. Mi esposa se enteró de todo. Ayer me hizo un


escándalo en mi otro lugar de trabajo. La culpa es tuya por haber
confiado en Irene y haberle contado lo nuestro.

—Pero, yo no le he dicho nada a Irene. Quien sabe lo nuestro es Bárbara


y te lo conté desde un inicio.

—¡No! Me mentiste. Tú le contaste a Irene. Y yo te pregunté si alguien


más lo sabía. Ayer estuve chateando con una persona y me confirmó que
tú le contaste a Irene y tú sabes cómo es ella.

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Eso fue el colmo para Soledad. Aún no se reponía de la noticia y de
paso, Carrie la acusaba de mentirosa. Ambos se alejaron indignados.

—¿Pero ¿qué se cree este? —Pensó Soledad-. No es más que un tonto


redomado. Que se vaya al diablo.

Todo el día pasó de mal humor. Él también estaba muy disgustado.


No se querían ni ver. Ella estaba ofendida y resentida con la acusación
injusta que Carrie le había hecho. Le escribió una nota donde le hacía
saber su enojo y lo que pensaba de él que, precisamente, no eran elogios.

Realizó algunas averiguaciones en cuánto a lo que pudo haber


sucedido el día anterior para que la esposa de Carrie lo hubiese
descubierto. Y no se equivocaba. La sospecha de quién fue la
responsable fue confirmada. Y descubrió muchas cosas más, que prefirió
mantenerlas en reserva.

Mas su rabia contra Carrie era intensa por su desconfianza. Llamarla


a ella mentirosa fue un golpe muy bajo. El hombre que la hizo
estremecer de placer entre sus brazos mientras la besaba, el que la
llenaba de ternura, le había dicho “me mentiste” y eso fue decepcionante
para Sol.

No se hablaron durante una semana. Ella, como siempre, altiva,


soberbia y orgullosa, no iba a doblegarse. Hizo todo lo posible para
provocarlo, para incitarlo más al enojo. De cierta forma, lo estaba
odiando por su acusación y él tenía que pagar el precio de su
atrevimiento. Y aunque ella se muriera de ganas por abrazarlo y besarlo
una vez más, no se lo iba a dejar tan fácil.

Como directora de ese departamento, se volvió más intransigente. Se


dedicó a solicitar más documentos que, aunque eran obligatorios, no eran
emergentes. La cuestión era que quería presionarlo a él como segundo al

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mando. Sabía que él ya estaba mal por la situación en su hogar, por
asuntos de su otro trabajo y por lo vivido con ella, pero quería hartarlo,
quería obligarlo a que la odiara, para así sacárselo de una vez de sus
pensamientos, de su piel.

Hasta que una mañana, explotó la tensión.

—Por favor, fírmeme el primer documento. ¡Gracias! —Le dijo ella,


mientras le entregaba unos documentos que debía firmar él-. Y, además,
le hago llegar el acta en la cual usted debe registrar la entrega de las
fotos de las modelos que están a su cargo.

Sin apenas mirarla, Carrie firmó la primera hoja. Luego miró la


segunda y le dijo:

—¿Y esto para qué es?

—Ya le expliqué para qué es. Y no es la primera vez que le entrego ese
formato.

Notoriamente indignado, él respondió:

—Yo no sé para qué tantos papeles. El año pasado no se trabajó con


tanta papelería y no hubo tanto problema. Yo no sé si usted se los
inventa para fastidiarnos o qué. Pero está haciendo que se la odie.

Eso fue el colmo. ¿Pero qué se había creído este tipo que se atrevía a
reprenderla de esa manera, a cuestionar su trabajo? Presa de la ira
incontenida, le espetó a la cara:

—Los documentos por hacer siempre han estado, desde el año pasado.
Es trabajo de cada publicista y si no cumplen es porque son una serie de
conformistas, mediocres e ineptos.

—¿A mí también me está diciendo conformista? —le replicó Carrie.

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—Si a usted le cayó, pues qué pena. Y si la gente me está odiando por
hacer mi trabajo, que me odie más, pero yo no dejaré de hacerlo solo por
agradarle a nadie.

En esos momentos entró Pedro y al escuchar la acalorada discusión,


prefirió retirarse como había entrado: en silencio.

Se dijeron más cosas, algunas incoherentes. Frases provocadas por su


resentimiento mutuo. Pero era evidente que ninguno de los dos iba a
ceder. Ambos eran orgullosos y testarudos.

En un momento de cordura, Soledad se dio cuenta de la situación. No


fue su intención real ofenderlo. Solo quería callar su boca con un beso.
Arrojarse en sus brazos y prodigarle muchos, muchos besos, pero
consciente de que no era posible hacerlo, prefirió salir y dejarlo solo,
mascullando más su resentimiento hacia ella.

Luego de varios días de estar distanciados, Soledad dimitió de su


enojo. Lo extrañaba tanto. Decidió escribirle una carta donde se
disculpaba por todo. A veces, es preferible dar el brazo a torcer,
transigir, a tener que seguir con ese dolor quemando el alma. En esa
carta le expresaba lo mucho que sentía todo lo sucedido y le pedía que, si
él la disculpaba, que de alguna manera se lo haga saber.

Transcurrieron algunas horas desde que le escribió la nota. Estaba


ansiosa esperando su respuesta. Estaba en una oficina arreglando unos
asuntos, cuando él se paró en la puerta. Se acercó a él, lentamente,
esperando escuchar un no, pero Carrie le dijo:

—¡Yo también te extrañé! ¡Y te disculpo! —Al decir esto, se alejó.

¡Qué ganas de detenerlo y echarse en sus brazos, acariciarlo, besarlo! No


podía. Estaban en el lugar de trabajo, a la vista de todos. No era posible.

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Apenas pudieron se encontraron. Volvieron a mirarse con esa extraña
mezcla de ternura, deseo, pasión, lujuria, cariño. Se rozaron las manos.
Era lo único que podían hacerse. Se disculparon. Ya era posible decir
que volvían a ser amigos o… ¿amantes?

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Capítulo 5

Luego de la reconciliación, procuraban estar juntos la mayor cantidad


de tiempo posible. Hacían los break juntos, trabajaban juntos, se
escribían –a pesar de que quien escribía más era Soledad-. En fin, se
podía decir que había paz entre ellos, pero necesitaban estar juntos,
besarse, abrazarse. Era una imperiosa necesidad. Cuando estaban juntos,
sus miradas lo decían todo. Anhelaban más que nada en el mundo un
instante a solas y decidieron procurárselo.

—Quiero que nos veamos afuera. ¿Qué te parece este sábado, a las diez?
—Le dijo ella—. Yo me organizo para vernos.

—Yo también quiero verte. Y esa hora me parece perfecta. Nos veremos
en el parque …

—¿Dónde queda? —inquirió Soledad.

Carrie le dio las indicaciones del lugar y la cita quedó concertada.

En el trabajo, Soledad no solo debía de luchar con lo que sentía por


Carrie, porque lo de ellos era una relación prohibida, sino que, además,
debido al cargo que ocupaba ella, tenía muchas responsabilidades y una
enorme carga emocional. El éxito o el fracaso de cada proyecto a ella
encomendado, dependía de la colaboración de los diferentes grupos y del
trabajo en equipo. Por lo tanto, ella debía ejercer autoridad –a veces, mal
interpretada-, dominio de grupo, liderazgo. A veces, no era bien vista, y
por su mal carácter, que no era mal carácter precisamente, tuvo
enfrentamientos con sus compañeros de trabajo, especialmente con
aquellos que eran reacios y renuentes a ser responsables con sus
actividades.

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Y eso era precisamente lo que incomodaba a Soledad. Para ella no
había excusas que avalaran el incumplimiento de las obligaciones de
cada uno. Y como le decía siempre Carrie, para ella no había tonos
grises, solo blancos y negros. Las cosas se hacían o no se hacían.

Su forma tan peculiar de ser le acarreó inconvenientes, pero como


siempre, ella logró sortearlos. Según, le comentó Carrie, la jefa de
ambos, había decidido destituirla de su cargo. Pero la medida no
procedió y ella continuó ejerciéndolo. Sin embargo, no podía dejar de
sentirse decepcionada, traicionada, e inclusive, a pesar de que ella no era
para nada cobarde, tuvo la tentativa de renunciar a su cargo. Y eso la
molestaba en demasía.

Llegó el ansiado día sábado. Ella llegó primero a la cita y se sentó a


esperarlo en una banqueta del lugar. Él llegó cinco minutos más tarde.
Venía agitado. Se notaba que había caminado de prisa.

—¡Hola! —Dijo Carrie.

—¡Hola! Llega unos minutos tarde, caballero.

—Solo cinco —respondió— y se sentó a su lado, frente a frente. Luego,


sin esperar invitación, la besó tierna, delicadamente, como lo hacía
siempre. Él no necesitaba invitación para poseer esos labios. Su boca
estaba ansiosa de recibir esos provocativos besos. Se besaron por un
largo rato. Besarse era una forma tan mágica y sublime de entregarse el
alma.

Cuando se besaban no existía nadie en quien pensar, seres a quienes


respetar. Solo eran los dos y sus ganas incontenidas de poseerse. No
había amor. Había magia.

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Luego de besarse retomaron el tema que los había distanciado, sin
ánimo de pelear. Solo buscaban respuestas.

—Lamento mucho lo que pasó —le dijo Sol—. No fue mi intención


provocarte ningún mal. Y aunque sé que tú no me crees, porque no
confías para nada en mí, te puedo decir que las cosas no son como
parecen.

—Estoy aprendiendo a confiar en ti. —Le contestó Carrie—. Todo esto


ha sido difícil para los dos. Te estoy queriendo mucho. Te necesito.

La volvió a besar. Se abrazaron en silencio. No necesitaban palabras


para decirse lo mucho que se querían. Se querían como amigos, se
respetaban como compañeros, se deseaban como amantes.

—Te voy a pedir un favor. Hazlo por mí. Cambia tu actitud. Yo sé que
es tu trabajo, pero eres muy imprudente, a veces. Y a los compañeros no
les gusta tu actitud —le pidió Carrie.

No era la primera vez que le pedía eso. Era cierto que Soledad tenía
un carácter fuerte y que estaba apegada a una férrea disciplina militar en
casi todos los aspectos de su vida, pero que la hicieran pasar como la
mala de la película, era demasiado…

Se le pedía consideración a ella, pero, ¿quién la entendía a ella?


¿Alguno se puso a pensar en la enorme responsabilidad que tenía ella
como directora de ese departamento y de otros que al final de cuentas,
ella dirigía sin ser de su competencia? Su salud estaba resquebrajándose
notoriamente y solo su esposo Daniel, su amiga Bárbara y Carrie lo
sabían y le advertían que se cuidara, pero nadie más. A nadie más le
importaba si vivía o moría. Ella que se sacrificaba por amor a su trabajo,
por esa profunda pasión que le imprimía a todo lo que hacía, porque era
su vocación, su esencia, su todo, las profesiones que tenía y los

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pasatiempos a los que se dedicaba. Todo eso era parte de su vida. Era su
vida misma. Y era injustamente juzgada.

Lágrimas de dolor, de rabia, de impotencia resbalaron por sus


mejillas. Carrie la abrazó y ella lloró en su hombro, arrullada por sus
palabras de aliento, por el calor de su piel, por la ternura de ese abrazo,
por la dulzura de sus besos.

Porque volvió a besarla. La besó una y mil veces más. Era


embriagante sentir sus labios besándola con esa furia infinita, con el
deseo que se traslucía en cada beso. Era embriagante estar en sus brazos
y dejarse llevar por la tersura de sus manos recorriendo su espalda, sus
cabellos.

La magia llegó a su fin. Debían separarse. Habían pasado juntos dos


eternas y maravillosas horas. Cada cual debía regresar a su realidad, a
sus actividades cotidianas. A sus hogares donde los esperaban sus
parejas, ajenos a esa traición.

Bueno, ni tan ajenos porque la esposa de Carrie estaba al acecho.


Desde el primer incidente, él estaba más vigilado que nunca. El mínimo
descuido y era fatal para su relación.

Al llegar a casa, Soledad lo llamó para decirle que había llegado bien.
Luego volvió a llamarlo para dedicarle la canción Bésame, del
venezolano Ricardo Montaner, uno de sus cantantes favoritos.

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Capítulo 6

Esa semana era de capacitación para el personal de la empresa. Había


capacitadores invitados, pero Soledad era la capacitadora oficial. Una
gran responsabilidad para ella porque no solo debía demostrar su
capacidad, sino tenía ante sí una serie de detractoras que, ante un mínimo
descuido de ella, le echarían tierra.

En lo que respecta a su trabajo, todo transcurrió muy bien. Como le


dijo Carrie en un mensaje de texto, estuvo 10/10. Además, el principal
de la empresa, en su momento la felicitó y le agradeció por su
colaboración y el trabajo realizado.

Pero no todo estaba bien. En una de esas crisis extrañas que sufría
Soledad, cuando se volvía irritante, inquisitiva y fría le escribió una nota
a Carrie cuestionando su relación. El día anterior todo fue tan bello entre
ellos, se acariciaron las manos –lo único que podían hacer- se
coquetearon, y se miraron con esa misteriosa atracción que los envolvía,
se dijeron mil cosas con la mirada, pero ese día, desde la mañana, ella
estuvo esquiva, distante y odiosa.

Para Carrie era incomprensible la actitud de ella. Durante los dos


meses que llevaban de relación, más fue el tiempo que pasaron
distanciados, que juntos. Parecían dos adolescentes que no sabían lo que
querían. Jugaban al gato y al ratón. Y eso era molestoso para los dos,
porque ella también estaba consiente de ese juego.

Ambos sabían que la relación debía terminar tarde o temprano. Pero


ninguno se atrevía a dar la despedida final. Bueno, siempre hacían que
terminaban, que hasta ahí no más…sin embargo, había siempre algo que
los mantenía unidos. En el momento pleno de decirse “adiós”, bastaba

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una mirada, una frase, una nota de amor, para detener la inminente
despedida. Y esa despedida definitiva no parecía llegar.

Y así ocurrió nuevamente. Al día siguiente después de que Carrie


leyó la nota de Soledad cuestionando sus amoríos, volvieron a darse un
tiempo para estar a solas y hablar y como siempre, no pudieron
despedirse porque sus miradas lo dijeron todo, con el roce de sus manos
fue más que suficiente para seguir en ese devaneo que los envolvía y los
traía de cabeza.

Decidieron seguir adelante sin peleas, en paz. Solo dejarse llevar por
lo que sentían. Disfrutar de su romance, sin permitir que nada ni nadie
los interrumpa, que llegue hasta donde debía de llegar, pero lo iban a
disfrutar a plenitud, sin más enredos, sin más dolor, sin más misterios.

Él la llamaba por las noches, invariablemente a las ocho de la noche.


Soledad esperaba con ansías esa llamada, que duraba entre veinte a
treinta minutos, pero era más que suficiente para decirse muchas cosas,
contarse muchos secretos, descubrirse mutuamente. Extrañarse y
desearse a plenitud. Y cada día volverse a ver con esa mirada cómplice
de sus secretos íntimamente guardados en el arcano de sus almas
misteriosamente unidas.

El sábado después de la capacitación, ella durante todo el día se


mensajearon. Eran mensajes provocativos, lujuriosos, candentes. Se
deseaban intensamente y era muy extraño que a pesar de lo mucho que
se extrañaran y se desearan, no hubieran hecho el amor. Y no era
extraño, sencillamente, no podían. Carrie demostraba una tenacidad
admirable de no caer rendido ante los encantos de Soledad. Él la
respetaba mucho y no quería pasar esa delgada línea que los unía y los
separaba a la vez: su amistad. Pero también existía el amor que ambos
sentían por sus parejas.

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Y sí que era extraño. Ya eran infieles. Ya habían pecado. Ya se
habían condenado. Mas, de manera muy extraña y por demás lógica,
guardaban un poco de respeto por sus respectivas parejas y deseaban
salvar sus relaciones de cualquier peligro.

¿Pero qué los unía? No solo era deseo. Porque si solo hubiese sido
deseo, se hubiesen entregado en la mínima oportunidad, saciaban sus
instintos primitivos y ya, pero ellos no lo hacían. Era algo más.

Así como había algo extraño que los unía, también existía algo tan
extraño que los obligaba a separarse. Y no era porque ellos lo quisieran.
Talvez en el fondo, muy en el fondo de ambos, buscaban una excusa
para no separarse. Sabían que era lo más sensato cortar esa relación
nefasta. Debían hacerlo de urgencia, era inminente la ruptura definitiva
porque si no la situación se complicaría más, pero el “adiós” definitivo
se negaba a salir de sus labios con la absoluta certeza de que así sería.

Mas la vida que siempre juega limpia o juega sucio o es justa o


injusta –y en este caso fue más que justa- decidió ayudarlos.

El día martes por la tarde, él la llamó angustiado:

—¿Estás sola? —le preguntó notoriamente turbado.

—Sí. ¿Qué ocurre?

—Mi esposa se enteró de todo —le contestó y colgó.

Soledad se quedó confundida. No podía llamarlo. Uno por que no tenía


saldo y dos, porque sería imprudente en la situación en que estaba
Carrie.

A los pocos minutos, él le envió una serie de mensajes de textos:

— “Todo acabó.”

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— “Por favor, no me escribas a este número.”

— “Alguien llamó a mi esposa.”

— “Me revisó el teléfono y leyó el mensaje que me enviaste.”

Cada mensaje era leído y eliminado por Soledad. No pensaba nada en


esos instantes. Estaba confundida. Confundida y extrañamente adolorida.

La tarde transcurrió lenta. Escuchó música, hizo miles de cosas para


no pensar. Tuvo la suficiente entereza para escribirle una carta a Carrie.
Tuvo jaqueca, mareos y ese inexplicable dolor en el pecho que la
aquejaba desde hacía algún tiempo, lo cual preocupó a Daniel. Como
siempre, él tan delicado y detallista, le prodigó muchas atenciones y la
hizo descansar en sus brazos, hasta dejarla dormida.

Al siguiente día, lo primero que hizo fue entregarle la carta a Carrie.


En la carta le decía que no quería explicaciones, que las cosas quedaban
ahí. Para ella le bastaba con el “todo se acabó” que le dijo él por
mensaje.

Aceptaba la cruel despedida con resignación, aparentemente. Sin


embargo, lloró desconsoladamente dos días. Eran lágrimas de dolor y
tristeza por haberlo perdido. En esos momentos de soledad y angustia,
sintió su ausencia más que nunca. Las otras veces cuando discutían, se
sentía segura de la situación y sabía que él regresaría a ella. Pero esta
vez, sentía que ya no era así. Que el “adiós” tanto tiempo postergado,
había llegado. Que esta vez lo había perdido para siempre.

Era notoria su depresión. Algunos de sus compañeros de trabajo, los


de más confianza, le preguntaban qué tenía. Ella sencillamente decía:
“¡Tengo dolor de cabeza!” y se alejaba para no tener que dar
explicaciones.

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Solo su amiga Bárbara sabía la verdad. Ella era su confidente y tenía
la suficiente paciencia para escucharla y aconsejarla.

—Él también está sufriendo por el problema con su esposa. Entiéndelo.


No es fácil para Carrie tener una complicación con su pareja después de
tantos años de matrimonio y dos hijos. Tú no tienes hijos con Daniel y
no estás casada con él.

—Lo sé, Barbie. Lo sé muy bien. Pero es inevitable que sienta lo que
siento por él. Siento que lo quiero muchísimo. A Daniel lo amo, pero de
una manera diferente. Es un amor calmado, sereno. Es un amor que me
da paz. Con Carrie es diferente. Es, no sé, pasión desenfrenada, atracción
fatal, quizá locura. Sé que no debo quererlo, amarlo, desearlo. Debo
dejarlo ir. Sacarlo de mi mente, de mi alma, de mi piel. Pero no puedo.
En poco tiempo, se adueñó de mi voluntad.

—Amiga, te entiendo. Sé lo que sientes, que es muy fuerte, pero lo de


ustedes no tiene futuro. No pueden echar por la borda, tantos años con
sus parejas por solo dos meses de una relación entrecortada. Solo
pasaban discutiendo, alejándose, hiriéndose y luego buscándose. No los
entendí ni los entiendo—, le dijo Bárbara con la dulzura que la
caracterizaba—. A los dos los quiero y los estimo mucho y no quiero que
salgan lastimados.

Una llamada de Daniel interrumpió la plática. Como siempre, a esa


hora la llamaba para saber cómo estaba y confirmarle que la pasaba
recogiendo.

Se tenía que ir. La conversación quedaba pendiente. Mañana sería


otro día. Quizá mañana habría calma.

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Capítulo 7

A los dos días de la separación, ella le envió una nota. En ella le decía
una vez más que no podía olvidarlo, que lo extrañaba. Él no respondió.
A lo mejor para él, todo había sido un jueguito de verano y nada más. Y
se había terminado el encanto y hacer como si nada había sucedido.

Carrie solicitó una información referente al personal a su cargo que


Soledad debía proporcionarle y ella respondió en tono muy formal, lo
cual molestó a Carrie, creyendo que ella había vuelto a ser la
insoportable coordinadora que todos detestaban. Y se lo hizo saber, sin
más preámbulos, a través de un mail.

Ella respondió ese mensaje con sinceridad. En un ningún instante ella


quería ser odiosa, solo proponía un distanciamiento para evitarle a él más
complicaciones en su vida conyugal.

El viernes por la noche, ella recibió un mensaje de texto de Carrie. Le


comunicaba que le había escrito un mensaje a su correo personal y que
esperaba su respuesta.

Sin esperar a leerlo hasta el lunes, salió hasta un ciber cercano a su


hogar. Y, efectivamente, Carrie le escribía una carta de despedida, donde
le decía que lo de ellos había llegado al final; que le pedía seguir siendo
amigos, grandes amigos y para recordar aquella historia de amor
compartida, que ella escribiera la historia como una novela de amor,
mientras él recrearía, a través del movimiento y la imagen, su historia
donde pudieran amarse libremente, sin prohibiciones, sin ataduras.

No fue sólo dolor lo que sintió Sol al leer la carta, fue también rabia,
decepción, angustia. Mientras la releía, lágrimas de frustración y de pena

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surcaron por su rostro. Quiso borrar de un tirón lo que había sentido por
él. Arrancarse del alma su recuerdo, el sabor de sus besos, de sus
caricias.

Presa del resentimiento y el dolor, le escribió una carta de respuesta.


En ella le decía que aceptaba el adiós definitivo, pero que renunciaba a
todo lo que él significaba en su vida. Sacrificaba la amistad y el
compañerismo para no tener nada que lo recordara.

Sin terminar la carta, tuvo que enviarla de prisa. Su esposo la estaba


observando, mientras la esperaba con esa infinita paciencia que lo
caracterizaba, aunque ella sabía que la duda lo estaba atormentando.

Al llegar a casa, recibió otro mensaje de Carrie. Había leído el suyo y


le reprochaba una vez más su actitud y le pedía que vuelva a leer su carta
y entendiera lo que él trataba de explicarle.

No respondió. No volvió a leer el mensaje. ¿Para qué hacerlo? ¿Para


qué atormentarse más en algo que, a todas luces, había dejado de ser?
Pasó todo el fin de semana ocupada, en compañía de Daniel. No quería
estar a solas para no pensar, para no recordar, para no llorar. Quería
aferrarse al amor por su esposo, a su grata compañía, a su presencia.

El domingo por la noche se sentó frente al computador y empezó a


escribir. Dejó que sus pensamientos fluyeran. Dejó que su mente
hablara. No quería escuchar a su corazón. No quería sentir a su corazón
susurrándole que se equivocaba, que, aunque quisiera olvidarlo, aunque
hiciera lo posible por odiarlo, lo que sentía por él seguía ahí…
quemándole la piel, arañándole el alma.

Le escribió una carta fría, libre de sentimentalismos y emociones


baratas. Le escribió con sensatez. No era la mujer enamorada. Era la

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mujer fría y calculadora en que se transformaba cada vez que la
acechaba el peligro. Y el peligro en aquel instante era Carrie…

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Capítulo 8

Imprimió la carta y la guardó en una carpeta. El día lunes, apenas


verlo, se la entregó. No esperó su respuesta. A lo lejos pudo verlo
leyendo la carta. En silencio le dijo “adiós” y se secó una lágrima que,
necia, rodó por su mejilla.

Pasaron varias horas largas, eternas y frías. Tenía frío en el alma. Lo


estaba extrañando mucho. No tenía sosiego. No quería estar ahí.

De pronto, él estaba ahí, parado, buscándola. Se acercó hasta él con


ganas de echarse en sus brazos y decirle que no quería dejarlo ir.
¡Besarlo, besarlo y solo besarlo!

Mantuvo la calma. Le preguntó:

—¿Qué desea, compañero?

—Necesitamos hablar —contestó él.

—Sí –dijo ella—. Tenemos que hablar de trabajo. Hay muchas cosas que
debemos de organizar.

Fue una excusa. Fue la perfecta excusa para volverse a ver, para
sentirse cerca. Pero estaba confundida. Él le había pedido que terminaran
irremediablemente, pero en su mirada había visto un dejo de nostalgia…
¿por ella?

Apenas pudieron se encontraron. Solo fue verse una vez más, para
saber que se necesitaban. En un gesto instintivo, Carrie trató de rozar su
pierna. Ella se mostró esquiva. Esquiva y adolorida. Le dolía su rechazo,
le dolía su cobardía.

Empezó a hablar de trabajo. No quería hablar de ellos. No quería


doblegarse ante él. Pero sus ojos no se mentían. Sus miradas estaban

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llenas de deseo, de pasión, de una imperiosa necesidad de sentirse cerca,
de darse un fuerte, muy fuerte abrazo. Se deseaban tanto, se deseaban
una vez más. Sus bocas se estaban necesitando con desesperación. Y sus
manos empezaron a tocarse.

Dejaron sus manos entrelazadas por un largo, largo rato. Era como
entregarse el alma. Dejar fluir sus emociones y sentimientos a través del
contacto de sus manos, los hizo felices.

Hablaron de las respectivas cartas que se habían escrito. Ambos


trataban de restañar heridas… pero las heridas se iban acrecentando más.
Sabían que ese instante era único, irrepetible. Sabían que no volverían a
estar juntos nunca más…

Debían regresar a sus actividades habituales. Sin despedirse se


alejaron. Ya no había palabras, ya no valía la pena alargar las
despedidas. Era solo irse y nada más.

Al día siguiente tuvieron la oportunidad de volver a estar juntos,


como siempre. Era martes, su día favorito. Comentaron varias temáticas
referentes al trabajo y se pusieron de acuerdo en lo que debían hacer. De
pronto, Soledad le acarició la cara, en un gesto impulsivo. Lo acarició
con infinita ternura, con pasión contenida. Tuvo ganas de llorar en sus
brazos, de decirle que lo amaba, que le dolía su despedida, pero le dijo:

—Tengo una lista de canciones para ti. Quiero que escuches Te hubieras
ido antes, de Ricardo Montaner. Yo la escuché varias veces el fin de
semana, me gustó mucho y era como si alguien me la dedicase.

Él la buscó por internet y la escucharon juntos. Mejor dicho, la leyeron


juntos. Mientras lo hacían, Carrie estuvo callado y ausente. Sopesaba
cada letra de la canción… Soledad ya la había escuchado tantas veces

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que se podía decir que se la sabía, como también sabía lo que la canción
significaba para ella.

Tenían que separarse. Debían volver al trabajo. Ella volvió a


acariciarle el rostro. Ambos se acariciaron las manos. Fue una forma
sutil de despedirse, de decirse adiós...

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Capítulo 9

Desde aquel día ya no volvieron a estar juntos como amantes. Luego


de un fin de semana tormentoso para Soledad, en que tuvo una
encarnizada lucha con su alma, su corazón, la lógica y la razón, decidió
alejarse definitivamente de Carrie. No había razón para seguir a su lado
queriéndolo, deseándolo, extrañándolo. Él había sido muy claro en su
decisión de terminar la relación y la había tildado de “masoquista” por
querer saber, por entender, por buscar razones valederas para seguir a su
lado o dejarlo marchar.

Pero qué tonta había sido todo ese tiempo. Confundió la amistad de él
con algo más. Ella lo entendió bastante tarde, cuando las hiedras de un
enfermizo amor le enredaban el alma. Y decidió olvidarlo. Decidió
arrancarse su recuerdo definitivamente para siempre. Hacer de cuenta
que nada pasó. Que todo había sido un largo, larguísimo sueño del cual
tuvo que despertar abruptamente. Y para ello, tenía que sacrificar todo lo
que él representaba en su vida: amistad, compañerismo, tentación,
pasión, cariño… amor.

Le pidió en una carta que le diera tiempo para olvidarlo, que, si en


verdad él la quería como amiga, por favor, que la esperara, mientras ella
regresaba de enterrar en el cementerio del olvido el profundo afecto que
sentía por él. Ese pedido solo era una forma de alejarlo para siempre de
su vida, de cualquier manera. No quería herirlo abiertamente.

En el trabajo hablaban lo mínimo, lo relativamente esencial. Ya no se


buscaban y mantenían una marcada distancia. El orgullo podía más que
cualquier otro afecto. Era mejor así. Y su decisión de apartarse de Carrie,
de todo lo que él suponía en su vida, era terminante.

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Soledad no estaba enojada con él. Estaba enojada consigo misma.
Había hecho el ridículo más grande de su vida acercándose a él, presa de
una ilusión. Jugó con fuego y se quemó en las llamas de ese incendio
que ella provocó. Se sintió, en su momento, una ofrecida. Se sintió
humillada, rechazada. Era el precio que tenía que pagar, por sus
arrebatos. Y tenía que reconstruirse de inmediato.

Mientras Soledad, reconstruía su ego herido, su alma deshecha, su


corazón roto y recogía las cenizas de su propio ser, Carrie se mostraba
dichoso. Se notaba que su vida florecía a la felicidad. Había reconstruido
su hogar, había reconquistado a su esposa, había obtenido el perdón de
sus hijos. ¡Bien por él! Se merecía ser feliz. Se merecía todo el éxito
posible. Soledad siempre había reconocido en él su inteligencia, sus
potencialidades como profesional en las áreas en que se desempeñaba, su
sencillez en el trato con sus amigos y colegas, su bondad de alma. Y a
pesar de que se alejaba de él para siempre, le auguraba toda la dicha
posible, todo el éxito y la prosperidad por él tan anhelados.

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Capítulo 10

Luego de una larga reflexión, Soledad decidió renunciar a la empresa


donde trabajaba. Se le presentó una mejor oportunidad laboral en otra
empresa, pero del mismo ramo publicitario. También era una sutil forma
de alejarse definitivamente de Carrie, porque, aunque quisiera
disimularlo, ella seguía queriéndolo más de la cuenta y su cercanía le
dolía infinitamente.

Pasaron varios meses sin verse ni escribirse, peor llamarse. Hasta que
una fría tarde veraniega, los dos coincidieron en un mall de la ciudad.
Ambos estaban solos. Se acercaron con una infinita alegría reflejada en
sus rostros e instintivamente se echaron uno en los brazos del otro, en un
largo y fuerte abrazo. Se miraron fijamente y sus labios se entreabrieron
para besarse, mas tuvieron la suficiente entereza para no hacerlo.
Voltearon las mejillas y se dieron un cálido y sentido beso. Se quedaron
tomados de la mano por un prolongado tiempo, sin hablarse. Solo
observándose el alma a través de esa expresiva mirada.

No había cambiado nada internamente para ellos. Con ese solo gesto
se dieron cuenta que seguían gustándose tanto o más que antes; que no
habían logrado olvidarse el uno del otro; que seguían queriéndose con
esa mezcla de cariño y pasión, de ternura y lujuria.

—¡Oh, Carrie! ¡Te extrañé tanto, tanto! —Dijo ella rompiendo ese
largo silencio—. Me hiciste mucha falta.

—Pero nunca me llamaste ni me escribiste. Yo también te he extrañado


mucho. Me ha hecho falta platicar contigo.

—Tampoco me llamaste ni me escribiste tú… Muchas veces estuve


tentada llamarte, saber cómo estabas. Te escribí en el correo muchas
veces, pero no me atreví a enviarte ningún mensaje. Los guardé en

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borradores… He querido olvidarte de mil formas, sin embargo, esos
mensajes me delatan.

—Abría mi correo con la esperanza de ver algún mensaje tuyo. También


quería escribirte, pero tú sabes que no me gusta escribir mucho. Sin
embargo, te he pensado mucho cada día. No te he olvidado.

Mientras hablaban seguían tomados de la mano. No se habían soltado.


Querían sentirse tan cerca de esa manera. Había un hilo invisible que los
mantenía conectados.

Al darse cuenta, se soltaron las manos, notoriamente perturbados.

—¿Puedo invitarte a tomar un café? —Le propuso Carrie.

—Te lo agradezco mucho, pero hoy no. Tal vez otro día podamos vernos
para conversar. ¿Te parece?

—¡Ok! —respondió él—. Me hubiese gustado estar un rato más contigo.


Acepto tu propuesta. Te llamo uno de estos días para vernos.

Se acercaron para despedirse. Una vez más sus bocas se buscaron


para ese tan anhelado y palpitante beso. Él rozó ligeramente la comisura
de sus labios y ambos sintieron estremecerse su piel por el deseo tanto
tiempo contenido. Se miraron profundamente. Y con esa mirada se lo
dijeron todo. Sus bocas se buscaron con desesperación y no les importó
el lugar público donde estaban y si eran descubiertos. Solo se besaron
con esa pasión desenfrenada que les torturaba el alma, les arrebataba los
sentidos, les quemaba la piel.

Se separaron confundidos.

—¡Lo siento! Discúlpame por besarte. Lamento mucho si te ofendí. —


Se excusó Carrie.

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—No te disculpes. No me has ofendido. Este beso que nos dimos
demuestra que nunca dejamos de pensarnos, de desearnos. Y, aunque
estuvo mal hacerlo y no debemos hacerlo más, lo deseaba tanto, desde
hace mucho tiempo, porque siempre te he querido de una manera muy
especial. He buscado mil maneras de borrarme tu recuerdo. Me alejé de
ti para olvidarte y no lo he conseguido. Te has prendido en mi mente, en
mi alma, en mi corazón. Y lo que siento por ti es más fuerte que mi
voluntad. Sigo con Daniel, procuro ser feliz a su lado, mas tu recuerdo
me persigue cada día como un fantasma que me atormenta.

—Yo no te niego que muchas veces he sentido las inmensas ganas de


besarte y tocarte. Sigo pensando también en ti cuando me descuido. Lo
que siento por ti no es amor. Amo a mi esposa, soy feliz con ella, en mi
hogar. Pero he sentido por ti ese deseo infame de poseerte, de tocarte.

—Debo irme. Se me hace tarde. Olvídate del café. No hay otro día para
los dos. Es mejor no volvernos a ver. ¡Adiós y buena suerte!

Se alejó tan de prisa como lo permitían sus piernas. Quería dejar que
las lágrimas fluyeran libremente, a solas, a escondidas. Estaba tan
confundida por ese reencuentro fortuito. Era una mezcla de sentimientos.
Feliz, triste, deshecha, enojada.

No tomó ningún taxi para regresar a casa. Caminó sin rumbo fijo por
las ya oscuras calles de la ciudad cosmopolita. Iba tan abstraída en sus
pensamientos que estuvo a punto de ser arrollada por un auto. Se sentó
en una banqueta de un parque y qué extraña y maldita coincidencia. Era
el mismo parque donde hacía aproximadamente un año, ella y Carrie se
citaron y pasaron dos inolvidables horas juntos.

Lloró de nostalgia. Lloró de angustia. Lloró de dolor. Lloró de


desesperación. ¿Qué hacer con lo que sentía por Carrie? Él la deseaba,

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mas no la amaba. Él amaba a su esposa y era muy feliz. A ella solo la
deseaba. Ella amaba a Daniel, pero estaba loca por querer o ¿amar? a
Carrie. Ese hombre le había trastornado tanto su seguridad. La hacía
dudar. Era feliz también con Daniel, sin embargo, quería a Carrie a su
lado. Tenía que olvidarlo definitivamente… ¿cómo hacerlo? Habían
pasado varios meses en que creía haberlo olvidado, pero el reencuentro y
aquel beso que se dieron la atormentó más de la cuenta.

En ese instante, una llamada de Daniel la volvió a la realidad. La


invitaba a cenar y le preguntó dónde estaba. Le dijo que en casa de una
amiga y le dio la dirección. Consultó su reloj y tomó un taxi para ir a su
encuentro.

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Capítulo 11

Pasaron varios días desde su reencuentro y no volvieron a verse ni


llamarse. Mejor así. No debieron volverse a ver nunca. El beso que se
dieron la hizo más infeliz que nunca. La atormentaba su recuerdo. Se
tornó más atenta y solícita con Daniel. Él era su esposo. Era a él a quien
debía de amar al cien por ciento. Carrie le había dicho en reiteradas
ocasiones que amaba a su esposa; que lo ocurrido entre los dos no era
más que una simple atracción sexual. Y mientras fueron compañeros, él
fue muy categórico al decirle que no podían volver a ser nada más que
amigos, buenos amigos. Y ese trato se había respetado mientras
estuvieron juntos, aunque ella un hizo un gran esfuerzo por ocultar sus
sentimientos ante él y ante todos.

Cierto día, Carrie llamó. La invitaba a salir a tomar el café prometido.


Ella se excusó muy sutilmente, aduciendo que estaba de viaje y que a su
regreso luego de diez días, lo llamaría. No lo llamó.

Después de diez días del supuesto regreso de Soledad, Carrie llamó,


pero ella no quiso contestarle. Durante varios días, él le timbraba y ella
no le contestaba. Al no obtener respuesta, empezó a escribirle mensajes
de texto preguntándole dónde estaba, si estaba bien, que estaba
preocupado por ella. Soledad los leía y los eliminaba.

Un día, al abrir su correo encontró un mensaje de él indicándole que


revisara el correo privado que ella creó para los dos. Así lo hizo. Carrie
le decía que anhelaba verla, que estaba confundido por el último beso y
que no hacía más que pensar en ella.

Eliminó ese correo electrónico; bloqueó su cuenta de Facebook y el


acceso al otro correo. Cambió el chip de su teléfono. Hizo todo lo
posible para no tener contacto con él. ¿Para qué? Era mejor desaparecer

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de su vida para siempre, dejar de quererlo. Su relación no tenía futuro.
Ninguno de los dos iba a renunciar a sus respectivas parejas. No iban a
destruir sus relaciones de años por ese afecto dañino que los unía y los
separaba al mismo tiempo.

Decidida a olvidarlo para siempre, se acurrucó en un sillón y dejó que


las lágrimas rodaran por sus mejillas. No había duda. Carrie había
logrado calar muy hondo en sus sentimientos. Y era preciso arrancarlo
para siempre de su alma.

…………………………………………………………………………..

Habían pasado los años. Soledad y Carrie no volvieron a verse más…


Fue mejor así. Sin embargo, el destino, el inexorable destino marca la
vida de los seres humanos y aunque uno pretenda torcer el camino para
cambiar su historia, el destino se empeña en enderezar los vericuetos del
camino para unir lo que debía estar unido.

Volvió a soñarlo. Y el sueño volvió a ser real. Es decir, ella volvió a


sentir esa sensación de realidad como la había sentido años atrás.
Durante todo el día, el recuerdo del sueño con Carrie la atormentó. ¿Qué
había sido de él? ¿Dónde estaría? ¿Estaría bien?

Curiosa y preocupada a la vez, lo buscó en el Facebook. Vio fotos


actuales de él y lo notó aparentemente bien y feliz. Quiso enviarle una
solicitud de amistad, pero prefirió verlo frente a frente y comprobar que
ya lo había olvidado. Para ello tenía que jugarse el todo por el todo en un
plan “fríamente” calculado.

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Capítulo 12

—¡Buen día! ¿Con el señor Carrie Chapman, por favor?

—¡Sí, soy yo! ¿De parte de quién?

—Soy Angelo Rossetti. Debido a una recomendación de un colega suyo


he obtenido su número de teléfono y la información que necesito. Tengo
entendido que es usted un excelente retratista. Me gustaría hacerle un
obsequio a una amiga muy querida y deseo que usted le haga un retrato.
Le pagaré el triple del precio habitual. Solo le ruego un pequeño favor, si
acepta, por supuesto.

—Ah, ¿sí? Y dígame usted, ¿qué favor necesita?

—Necesito que usted venga a la siguiente dirección: L… Es la


residencia de mi amiga. Lo recibirá su empleada. La joven le entregará
un sobre con el pago por su trabajo. ¿Podría ser este sábado, a las
16H00? Lo olvidaba. Lo recogerá el chófer de la señora, en el lugar en
que usted diga.

—¡Ok! ¡Déjeme pensarlo y lo llamaré más tarde!

Por la tarde, Carrie llamó al señor Rossetti. El trato fue cerrado y la


cita convenida para el día indicado.

………………………………………………………………………

El día sábado llegó. Tal como fue acordado, un auto de lujo recogió a
Carrie en el lugar que él solicitó y fue conducido hasta una hermosa casa
en las afueras de la ciudad. La casa era de tipo colonial, pintada de verde
olivo y rodeada por grandes álamos. A un costado de la misma se
divisaba una gran piscina y una fuente de agua se ubicaba al otro lado.

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El auto se adentró por un largo sendero empedrado y cercado de
siemprevivas y se detuvo frente a una gran puerta de caoba. Bajó del
auto y quedó impresionado por la belleza de la casona. Una muchacha
delgada y bonita abrió la puerta y lo invitó a pasar. Amablemente lo
condujo por un amplio pasillo y se detuvo ante una puerta también de
caoba. La tocó suavemente y sin obtener respuesta lo invitó a pasar y se
retiró.

Aparentemente no había nadie en esa estancia llena de libros y


hermosamente decorada. Se notaba que los dueños de la casa eran de
dinero. Caminó unos pasos y se detuvo a observar a un extraño pececito
de color que entraba y salía de una cueva en la gran pecera empotrada en
una pared frente a una chimenea encendida.

El olor de un seductor perfume de mujer lo sacó de su contemplación.


Al volverse se encontró con quien jamás hubiese imaginado: su gran
amiga y su pecado, Soledad. Enormemente sorprendido, balbuceó:

—Pero, ¿cómo es posible? ¿Eres tú, mi Sol?

—¡Sí! ¡Soy yo! La de siempre…Tu amiga Sol.

Los años ligeramente habían pasado por ella. Estaba más delgada. Iba
vestida con un ajustado vestido gris bordado de flores rosas. El cabello
recogido y complementaba su atuendo un sencillo juego de bisutería.

Él seguía siendo tan atractivo como siempre. Las canas habían


blanqueado sus cortos cabellos y lo hacían más varonil. Vestía blue jean
y una camisa a rayas, color palo de rosa. Estaba encantador como
siempre. Aún su presencia seguía siendo imponente y seductora.

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Se miraron largo rato, esperando que el uno iniciara el primer paso
para acercarse al otro. La emoción de volverse a ver era tan infinita que
los tenía paralizados. Fue Carrie quien rompió el silencio:

—No lo entiendo. Me llamó un señor apellido Rossetti y me contrató


para realizar un retrato a una amiga. ¿Esa amiga eres tú?

—Así es, mi querido Carrie. Soy yo la amiga de Ángelo, el dueño de


esta casa. Soy su invitada. Él está ahora de viaje. Pero él no fue quien te
invitó. Fui yo la que organizó este encuentro.

—Ah, ¿sí? Y, ¿por qué tanto misterio?

—Porque quería verte, a solas, en un lugar privado. Quería sorprenderte.


Quería secuestrarte por un par de horas. Quería saber qué fue de ti.
Necesitaba saber de ti… ¿Te ofrezco un trago?

—¡Sí, por favor! Necesito recuperarme de la sorpresa. De esta


maravillosa sorpresa.

Soledad sirvió dos copas de coñac, se acercó hasta él y le brindó una.


Al hacerlo, quedaron frente a frente. Carrie le acarició el rostro con la
mano libre. Soledad cerró sus ojos y se dejó acariciar. Volvió a sentirlo.
Ese extraño sentimiento dormido, callado y ausente empezaba a
despertarse. Había vuelto a sentir esa hermosa sensación cuando él la
acariciaba. Sintió sus labios rozando los suyos, con esa infinita ternura.
Se dejó besar. Lo deseaba tanto. Lo había extrañado tanto durante tanto
tiempo. Había llorado muchas noches, recordándolo, extrañándolo,
sabiendo que sus vidas tenían diferentes caminos; que lo vivido años
atrás había sido una locura y hasta cierto punto, un error. Y ahora lo
tenía ahí a su lado, besándola con la misma dulzura de siempre.

Fue un beso largo, largo y sublime.

66
Se separaron. Bebieron de sus copas en silencio. No había palabras
que irrumpiera la magia de ese instante. Al mismo tiempo, dejaron las
copas sobre una mesa de caoba y volvieron a besarse, sin prisa, despacio,
sutilmente. La abrazaba con fuerza, sintiéndola tan suya. Las manos de
Carrie fueron bajando lentamente la cremallera del vestido, mientras le
acariciaba la espalda desnuda. Con un ligero movimiento, el traje cayó al
piso y dejó al descubierto un provocativo cuerpo, cubierto por una
diminuta prenda interior negra.

La separó un poco para deleitarse observando ese cuerpo tanto tiempo


deseado. La atrajo hacia sí y la besó con tanta pasión. Ella empezó a
desabrocharle la camisa, mientras le besaba su pecho lentamente. Ya no
podían detenerse. Estaban solos y seguían deseándose. Ese era su
instante.

Fue bajando hasta quedarse frente a su falo. Con un movimiento


seductor empezó a bajar el cierre de su pantalón y él terminó de
sacárselo. Como una fiera, y como se lo prometiera hace años, con sus
dientes le empezó a quitar el bóxer y a recorrer su pene con su lengua y
sus labios. Lo hizo estremecer de placer. Era experta en el arte de seducir
y de amar. Le succionó el miembro con una furia incontrolable, con esas
ganas contenidas tanto tiempo, con el deseo que les carcomía el alma.
Carrie no lo pudo resistir y explotaron sus ansias.

La tomó en sus brazos y la acostó en el sofá de la habitación. Le


recorrió su cuerpo con sus labios y sus manos, delicadamente. Se detuvo
en sus senos enhiestos y provocativos, mordisqueándolos una y otra vez,
prendiéndose en sus pezones, como un niño hambriento, mientras sus
manos acariciaban su monte de Venus. Un par de dedos inquietos se
atrevieron a descubrir su punto G. Soledad no pudo más. Separó sus

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torneadas piernas para invitarlo a poseerla. Despacio, la penetró con una
furia infinita, salvaje, pero delicada y sublime a la vez, provocándole un
grito de placer. Sus manos y sus labios se encontraron y ahí, al mismo
instante, llegaron al clímax de ese mágico encuentro, de ese deseo
guardado, de esas ganas de entregarse, tantos años anheladas y sentidas.

Volvieron a amarse una y otra vez. Soledad cabalgó sobre su falo


como una potra salvaje, sin bridas y sin dueño. Ambos se entregaron sin
pudor a la lujuria. Se disfrutaron mutuamente, satisfaciéndose a cada
instante. Las horas fueron pasando lentamente y no hubo ya tiempo ni
distancia para ellos. Solos, completamente solos, fueron descubriéndose
cada centímetro de sus cuerpos. Se besaron sin reproches. Se poseyeron
sin medidas. No hubo palabras. Las palabras sobraban en ese instante.
Solo sentían sus pieles vibrar al ritmo acompasado de los latidos de sus
corazones… de esos corazones extrañamente perdidos.

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CAPÍTULO 13

Fueron despertados por las campanadas de un reloj. Ya era


medianoche. Habían pasado la tarde y la mitad de la noche amándose.
Entregándose en ese encuentro provocado por ella, pero que había valido
la pena correr el riesgo. ¡Vaya que sí había valido! Los dos estaban
juntos, aunque sea en ese primer y único encuentro sexual, porque quizá
mañana ya no habría un regreso.

—¡Oh, Dios! ¡Ya es muy tarde! No sé cómo regresar a mi casa —Dijo


Carrie muy preocupado—.

—No te preocupes. El chofer te llevará. —Respondió Soledad y


coquetamente se acercó a él por la espalda y le susurró al oído: “Me
encantó hacerlo. Eres maravilloso, amor.”

Carrie se volteó y volvió a besarla. Luego, la alejó un poco y le dijo


mirándola fijamente a los ojos:

—También me encantó! Fue tan maravilloso, pero no debimos hacerlo.


Nunca debió de ocurrir.

Fue cruel su comentario. Acababan de tener una experiencia sexual


inolvidable. Un instante que lo habían deseado muchas veces, años atrás,
pero que jamás se atrevieron a hacerlo. Y ahora que lo habían disfrutado
a plenitud, él le decía que no debió de ocurrir.

Llena de iras, se levantó de la cama envuelta en una sábana y se


acercó al teléfono. Marcó un número. Llamaba al chófer.

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—Juan, tenga listo el automóvil. Lleve a mi invitado hasta su casa. Él
estará en la puerta dentro de cinco minutos.

Mientras ella hablaba por teléfono, Carrie se había puesto el pantalón


y los zapatos y tenía la camisa en la mano. Se acercó a ella para
despedirse, pero Sol retrocedió, aferrándose a la sábana que la cubría.
Solo le dijo, despacio:

—¡Vete! ¡Ya es muy tarde!

Carrie se dirigió a la puerta, giró la manilla y antes de abrirla, la miró


con una mezcla de dulzura y preocupación y le dijo: “¡Te llamaré,
preciosa!”. Abrió la puerta y se alejó, mientras ella se quedaba sumida
en la tristeza, anegados los ojos en lágrimas de dolor, rabia y decepción.

En la mañana despertó con una terrible jaqueca. Había llorado por un


buen rato, después de la despedida de Carrie y se sentía una miserable.
Luego, se dio una ducha, se puso una bata ligera y se recostó en la cama.
No quiso pensar. Se volvió dormir para olvidar.

Despertó al mediodía. Después de comer algunas frutas, revisó


algunas cartas recibidas; respondió otras; fue al jardín a regar sus
gardenias; hizo algunas llamadas y avanzada la tarde, almorzó algo
ligero. Tenía trabajo que hacer, trabajo que hacía desde su casa, porque
esa en realidad era su casa. Ángelo Rossetti era solo su invitado y,
además, su representante. Ella se había convertido en una escritora
renombrada, bajo el seudónimo de Black Diamond y por esos días estaba
escribiendo un libro de cuentos. Así que ella era su propio jefe y no tenía
tiempos ni reglas. Se sentaba ante su computador en cualquier instante y
dejaba volar su imaginación.

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Sin embargo, ese día no tenía ganas de escribir nada para su libro de
cuentos. Aunque había hecho mil cosas para olvidar, su mente evocaba
los momentos vividos la noche anterior y tenía un resquemor en el alma.
Quería llorar, quería olvidar, quería creer que nada ocurrió, mas sus ojos
miraban impacientes el reloj y el teléfono, esperando la llamada
prometida, pero ésta no ocurría.

¿Qué le había hecho ese hombre que la tenía susceptible, endeble,


vencida? Lo amaba, sí, y mucho. Pero la frase dicha por él, luego de
habérsele entregado, sin restricciones, sin medidas, le había dolido tanto.
Él siempre fue sincero con ella, nunca le prometió nada, nunca jugó con
ella. Fue ella quien lo amó desde siempre, lo esperó en silencio, planificó
el encuentro y ahora tenía que pagar el precio de ese amor prohibido e
imposible.

Una vez más, vencida y sola por ese amor vedado, decidió no
esperarlo. Decidió dejarlo ir. Decidió alejarse de ahí, buscar otros
rumbos, poner más distancia entre los dos. Decidió hacer un largo viaje
por Oporto, una hermosa ciudad portuguesa, que hacía años anhelaba
conocer.

Marcó al aeropuerto e hizo una reservación para dos días después,


pues tenía que dejar muchas cosas en orden antes de partir, quizá sin
retorno. Al momento de colgar la llamada, sonó su celular. Miró la
pantalla y vio de quien se trataba. En un impulso, tiró el teléfono contra
la pared y subió de prisa la escalera.

Carrie Chapman debía quedarse atrás.

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CAPÍTULO 14

Los dos días pasaron rápidamente entre los preparativos de su viaje,


reuniones con Ángelo Rossetti y visitas de cortesía a sus familiares más
cercanos y sus pocas amistades. La noche anterior a su vuelo, hizo una
cena de despedida con los más íntimos. Ella preparó el menú.

Luego de la exquisita cena, Ángelo, su editor, propuso un brindis de


despedida:

—¡Quiero brindar por el pronto regreso de esta maravillosa mujer! No sé


por qué se nos aleja tanto tiempo. La vamos a extrañar y esperamos que
a su regreso traiga un bagaje de cuentos listos para ser publicados.
¡Brindemos por tu salud, un buen viaje y un pronto regreso! ¡Salute!

—¡Salute! –corearon todos.

—¡Gracias infinitas, mis queridos invitados! ¡Gracias por sus buenos


augurios! Prometo regresar cargada de cuentos portugueses y les doy una
primicia: Tengo en puertas una historia de amor que empecé a escribirla
hace años atrás. Solo me falta cuadrar el final.

—¡Bravo! –dijo emocionado Ángelo-. Eso merece otro brindis.

Y volvieron a brindar por el futuro éxito de Soledad. Era una prolífica


escritora, había adquirido fama y fortuna con sus novelas cortas, sus
cuentos y artículos de opinión, aunque le gustaba vivir en el anonimato,
apartada del mundo, siempre viviendo en soledad, como su nombre.

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A las diez se marcharon todos, excepto Ángelo. Tenían que coordinar
algunos asuntos de trabajo, pero, además, su fiel amigo, quería descubrir
la verdad de su partida. Sirvió dos copas con vino, le tendió una Soledad,
encendió un cigarrillo y atacó:

¡Bien, bien, mi Sol! Ahora sí, mi adorable amiga… ¿de quién huyes?
¿No me digas que del caballero que te visitó la otra tarde y del cual no
me has contado nada?

Ángelo no se iba por las ramas. Fue muy directo con su


cuestionamiento, como siempre. Soledad lo observó con detenimiento y
recordó cómo se conocieron.

Fue en uno de sus viajes a Venecia. Se lo había presentado la


anfitriona de una cena benéfica y le pareció un tipo interesante.
Platicaron durante toda la velada de libros, obras, museos y lugares
interesantes de la ciudad y la invitó a recorrerlos. Era un poco mayor que
ella, que muy bien podría ser su hermano mayor y así lo consideraba. No
era un galán, pero era un hombre interesante que podría hacer feliz a
cualquier mujer. Lastimosamente, no estaba casado porque no creía en el
amor desde que sufrió una gran decepción amorosa. Y desde que
conoció a Soledad y ella le propuso ser su manager, hacían un buen
equipo y se llevaban más que bien. Él siempre había sido muy
respetuoso con ella, la entendía y la conocía mucho y sólo a él le
permitía cuestionar su carácter y su personalidad.

Se levantó y se sirvió otra copa de vino. Lentamente, recorrió la


habitación y volvió a sentarse y lo invitó a hacer lo mismo.

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—¡Ven! —le dijo. Has sido mi compañero y amigo por varios años y
mereces conocer esa historia de mi vida que nadie conoce. Es una
historia de un amor más que imposible, porque él es prohibido para mí,
pero que ha representado ser mi inspiración para cada historia que he
escrito, con diferentes versiones, con diferentes ambientes y extraños
personajes. Es mi historia de amor que he querido disfrazar buscándole
una realidad que no será posible de realizar. Lo he amado desde siempre,
desde hace años, cuando trabajábamos juntos…

Y empezó a contarle su historia hasta el día en que tuvieron el primer


encuentro sexual y ese rechazo que ella le hizo al despedirse; la llamada
de él a la cual no respondió y su viaje para escapar de ese amor
prohibido.

—¿Y él? ¿Qué siente él por ti? —inquirió Ángelo.

—¡No lo sé! Lujuria, deseo, cariño, pero nada más. Él está muy
enamorado de su esposa, tiene una familia, un hogar. Siempre me quiso
como amiga. Siempre fue sincero. Yo fui quien se atrevió a ir más allá…
¡Lo amo! ¡Lo amo tanto, que debo dejarlo en paz! Además, hubo muchas
situaciones conflictivas en el trabajo, enredos, comentarios insanos y, a
todas luces, boicot a nuestra relación de amigos, a los cuales él siempre
creyó y puso en tela de dudas mi lealtad hacia él. Aunque yo tuve la
culpa de su desconfianza hacia mí porque lo puse en una situación
penosa. Supuestamente me perdonó, pero yo sentía que no lo había
hecho, que seguía herido y que iba a dudar siempre de mí, y fue por eso
que decidí terminar nuestra amistad, renuncié al trabajo y lo demás ya lo
sabes.

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-¿Tú crees que podrás olvidarlo escapando de la ciudad, de tu destino,
de tu verdad? –le interrogó Angelo, visiblemente perturbado por lo
escuchado.

-¡Debo hacerlo!¡Tengo que hacerlo! No me queda más remedio. Él no


me ama, no me amará, no podremos hacer una vida juntos porque no
debemos, ni podemos. Lleva tantos años con su esposa y yo no tengo
derecho a entrometerme más en su vida.

-¿Y lo que tú sientes, qué? –le espetó su amigo, sirviéndose otro trago
de vino.

-Lo que yo sienta ya no importa, Angelo. Nuestras vidas tienen


diferentes caminos. Yo me voy, él se queda, como tiene que ser. Ya lo
lastimé años atrás muchas veces, nos reencontramos, nos hicimos el
amor con tanta intensidad, pero, no más. Me dijo que jamás debió
suceder ese encuentro… Y tenía razón. Entonces, ¿para qué me quedo?
¡Para nada! Él es feliz y eso es lo que realmente me importa. Y
perdóname, Angelo, pero necesito descansar. Mi vuelo sale dentro de
poco y quiero dormir un par de horas… ¿Me acompañas al aeropuerto?

-¡Por supuesto que sí! Es más, me voy a quedar esta noche y así
saldremos juntos y me aseguro que estarás bien, mi querida amiga. –Le
dijo mientras la abrazaba y le acariciaba los cabellos- ¡Tú serás feliz,
porque te lo mereces, mi bella niña! ¡Déjalo todo al destino! –y le
estampó un beso en la frente.

-¡Gracias, Angelo! ¡Descansa tú también!

66
Y subieron juntos la escalera de mármol hasta separarse en la puerta de
entrada a la habitación de ella.

……………………………………………………………………………

A las nueve de la mañana salía el vuelo con escala en Ámsterdam,


donde permanecería dos horas y de ahí tomaría otro vuelo hasta Lisboa,
la capital de Portugal, se alojaría una semana en un hotel capitalino y
luego, en tren iría hasta Oporto, famosa por sus vinos y sus grandes
campiñas y la segunda ciudad más importante de ese país, donde estaría
otra semana más y de ahí, se trasladaría a Guimarães, su residencia
temporal.

Cuando se despertó ya eran las siete de la mañana. Se duchó y vistió


de prisa, sorbió un trago de café que le preparó Nina, la empleada, a
quien preguntó si Angelo ya estaba despierto.

Antes de que responda Nina, Angelo dijo:

-Hace media hora que desayuné, linda. Quise dejarte descansar porque
por mi culpa te desvelaste anoche. Ya el chófer nos espera y todo está
arreglado. Te ves hermosa, como siempre.

Vestía un ceñido conjunto verde olivo que dejaba ver su bien


conservada figura y complementaba su atuendo, un sencillo juego de
bisutería a tono con el traje y llevaba el pelo recogido en una cola de
caballo.

-Gracias, mi querido amigo. Tú siempre tan galante. Te extrañaré.

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-Iré a visitarte, de eso tenlo por seguro. No te voy a dejar sola. Sabes
cuánto te quiero.

-Lo sé, Angelo. Te encargo mis negocios, mi casa y el personal de


servicio. Dejo todo en tus manos y espero tu visita.

¡Vamos, darling, que se hace tarde. –Le dijo mientras la tomaba del
brazo y se dirigían a la puerta, donde Juan ya tenía la puerta del auto
abierta y había guardado la maleta.

Antes de subirse al auto, echó una mirada nostálgica a su casa solariega.


En ese lugar disfrutó los placeres del amor y del sexo anhelado. Y tenía
que partir para olvidar.

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CAPÍTULO 15

Llegó de madrugada al hotel donde tenía las reservaciones. Dio una


propina al botones que subió su equipaje y las respectivas gracias, cerró
la puerta y recorrió la amplia habitación. Se sintió a gusto. Era una lujosa
habitación ubicada en el quinto piso de ese lujoso hotel de Lisboa. Se
sirvió una copa del vino llamado Oporto y se aproximó a la ventana.
Tenía una magnífica vista. A esa hora, la ciudad dormía y a los lejos
aulló un perro, quizá a la luna, que en ese instante, se mostraba
espléndida en su brillantez. Instintivamente, pidió un deseo. Y el lucero
que acompañaba al imponente astro, tintineó como augurándole que su
deseo sería cumplido.

No pudo evitar un suspiro. Cerró las persianas y dejó la copa vacía sobre
la mesita de noche. Buscó una sencilla bata de seda, se cepilló los
dientes, peinó sus cabellos y se acostó a dormir. Estaba tan cansada que
prontamente se quedó dormida.

Cuando despertó, la mañana ya estaba bastante avanzada. Marcó al


servicio de hotel y pidió un desayuno oneroso. Se sentía hambrienta.
Mientras esperaba el servicio, llamó a Ángelo para notificarle que había
llegado sin contratiempos, que el hotel era magnífico y que desde su
habitación disfrutaba de una hermosa vista y como siempre, le recordó
que cuidara muy bien de sus bienes. Colgó luego de una sentida
despedida e inmediatamente, sonó el timbre de la habitación. Era una
camarera joven y bonita, que le llevaba el desayuno.

¡Gracias, señorita! Por favor, déjelo ahí -y le indicaba la mesita que


se encontraba en el balcón-.

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Con una ligera inclinación de cabeza, la jovencita se retiró y ella se
puso a desayunar, disfrutando de esa hermosa vista panorámica de la
ciudad capitalina.

Luego de desayunar, se duchó y se puso un ligero vestido color


mostaza y sandalias del mismo tono. Se maquilló discretamente; se hizo
en el cabello una cola; tomó su bolso de mano y se aprestó a disfrutar de
todos los lugares turísticos que le habían recomendado.

…………………………………………………………………………….

Entre recorridos dirigidos y otros a solas, transcurrió una hermosa


semana visitando varios lugares de Lisboa y, como lo tenía previsto, al
día siguiente se trasladaría hasta Oporto, una ciudad de ensueños, y
durante una semana más recorrería sus lugares turísticos. De ahí, iría a
Guimarães donde se radicaría por un largo tiempo, quizá un año o más,
lo necesario para terminar su libro de cuentos.

Aquel sábado no quiso salir a pasear y decidió quedarse en la


habitación; ordenó sus pagos en el hotel, indicando que se retiraría al día
siguiente; organizó su maleta; llamó a Ángelo y bajó a la piscina con un
libro para leer. Era Si hubiera un mañana, de Sídney Sheldon, una obra
literaria que hacía tiempo deseaba volver a leer por la fuerza de su
contenido.

Ya estaba entrada la noche cuando dejó de leer y se metió a la piscina


para nadar un rato. Vestía un traje de baño de una sola pieza, color negro
con flores rosas. Se la veía sensual y atractiva. A sus años aún
conservaba un buen cuerpo debido a que se alimentaba saludablemente,

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practicaba baile y yoga y no tenía ningún vicio. De vez en cuando, se
tomaba una o dos copas de vino, pero nada más.

Luego de nadar por una hora, se dirigió a su alcoba. Aquella noche no


quería salir a pasear ni a cenar fuera del hotel. Decidió pedir una frugal
cena y dormir. Le hacía mucha falta. Pero antes de hacerlo, encendió una
pequeña radio empotrada en la pared. Quería escuchar música que la
relajara y dormir a plenitud. Al sintonizar una emisora, se quedó quieta.
Su corazón empezó a palpitar con fuerza. La canción que transmitía la
estación radial decía: “¡Recuérdame, amándote, mirándote a los ojos,
atándome a tu vida!¡Recuérdame, amándote, esperándote tranquila, sin
rencor y sin medidas! ¡Recuérdame que mi alma está tatuada a tu piel!

No pudo evitarlo. Lágrimas de dolor rodaron por sus mejillas. Al


escuchar la letra de la canción había evocado un viejo recuerdo. Ella le
había dedicado esa canción a Carrie, tres años antes.

No había vuelto a pensarlo desde que llegó a Portugal. Quizá evitaba


hacerlo, dedicándose a cualquier cosa, menos a pensarlo. Mas de pronto,
en un solo instante, su recuerdo le llegaba tan abruptamente. Y presa de
una indescriptible soledad y amargura, se tendió en la cama y lloró
largamente. Lloró de rabia, de dolor, de abandono. Donde quiera que iba,
no importaba lo que hiciera, Carrie estaba ahí, guardado en su alma,
tatuado con sangre en su adolorido corazón.

Unos ligeros golpes en la puerta la volvieron a la realidad. Pero,


¿quién sería a esa hora? Ya eran las once de la noche y ella no había
pedido nada a la habitación. ¿Acaso sería una emergencia desde
Ecuador? ¿Le pasaría algo a Ángelo?

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Inquieta e intrigada, se arregló la bata de dormir, pasó una mano por
sus cabellos, secó sus lágrimas y se dirigió a la puerta. Sintiéndose
repuesta, respiró profundamente y tiró de la manilla. La puerta se abrió y
no pudo evitar lanzar un grito de sorpresa…

Carrie estaba parado ante ella, con un hermoso ramo de flores


blancas, unas gardenias, y su seductora sonrisa.

¡Había viajado miles de kilómetros solo para buscarla!

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CAPÍTULO 16

Confundida, no sabía si echarse en sus brazos o tirarle la puerta en la


cara… ¿Qué hacía allí? Procuró reponerse de la impresión y le dijo
fríamente:

-¿A qué has venido?

-A buscarte, preciosa, pero… ¿por qué huiste?

-Yo no he huido. Vine a trabajar. Y no sé quién te dio mi dirección.

-Adivina. Fue tu amigo Angelo. He llamado insistentemente a tu celular,


fui a tu casa, pero nada, hasta que pude contactarme con tu amigo. Le
supliqué que me diera tu número de celular, tu dirección. Estaba reacio.
No creía en mí. Fue tanta mi desesperación por encontrarte, que terminó
cediendo y aquí estoy.- Y sin esperar invitación entró a la habitación,
dejó las flores sobre la mesa y se acercó hasta ella que ya había cerrado
la puerta. Quiso abrazarla, pero ella retrocedió un poco.

-¿Qué pasa, cariño? ¿Por qué me rechazas? He venido a buscarte,


porque te extraño. Me haces falta. No puedo estar sin ti…y tú me huyes.
–Le dijo con un tono de voz triste y decepcionado.

- Las cosas cambiaron, Carrie. Te amé tanto, te busqué, me entregué a


ti, me hiciste feliz, no me importó ser tu amante y solo me dijiste: “¡No
debimos hacerlo! ¡Jamás debió de ocurrir!”, y me preguntas que qué me
pasa. Por Dios, ¿eres cruel o eres cínico?

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- Lo siento, preciosa. Ni uno ni lo otro. Solo soy un hombre que te desea
con pasión, que ha aprendido a quererte, que te extraña infinitamente,
que te necesita para ser feliz.

-Ya es tarde, Carrie. Ya me olvidé de ti. Ya no te deseo más. Ya te lloré


muchas lunas, pagué el precio de mi atrevimiento y decidí olvidarte y ya
lo logré. Así que puedes regresarte ahora mismo, porque…

Y no la dejó terminar la frase. La atrajo con fuerza hacia su pecho y


acalló sus labios con un beso intenso. Y ella, aunque opuso resistencia al
comienzo, sucumbió al placer que le producían sus besos cargados de
ambrosía. Volvió a estremecerse al sentir sus manos recorriendo sus
cabellos, su espalda, sus glúteos.

¿Cómo rechazar al hombre que amaba? Se fue huyendo de él en


realidad, pero ahí estaba: rendida de amor, de placer, de delirio. Él estaba
allí, con ella, besándola, pero ¿qué habría pasado con su hogar su
familia, su esposa a quién él le había dicho tantas veces que amaba y que
no estaba dispuesto a renunciar por nadie? Mas, en ese instante, no iba a
hacer un interrogatorio. Ahora Carrie estaba besándola, abrazándola,
desnudándola. Lo demás, ya no importaba.

Se amaron el resto de la noche. Se amaron hasta el amanecer.


Detuvieron el tiempo en cada entrega, en cada beso, en cada abrazo.
Nada los separaba. Estaban juntos entregándose mutuamente,
descubriendo cada rincón del placer. Cabalgaron por sabanas y praderas
como potros salvajes, indómitos, furiosos.

Exhaustos de placer se quedaron dormidos. Fue Soledad quien


despertó primero, asustada por el timbre del teléfono.

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Somnolienta, respondió. Era el gerente del hotel quien, amablemente,
le recordaba que tenía previsto abandonar el hotel a las nueve de la
mañana y ya eran las once. Además, debía tomar el vuelo a Oporto.

-¡Oh, no! Me quedé dormida. Discúlpeme señor Tiago. Pero, ¿podría


ayudarme con algo? Necesito por una noche más la habitación. Y por
favor, agregue el costo de una persona más a mi cuenta. Yo llamaré al
aeropuerto para cambiar la fecha del vuelo. Gracias por llamarme y mil
disculpas, nuevamente.

Carrie ya estaba despierto y la observaba hablar mientras le acariciaba


la desnuda espalda, llenándola de besos hasta el final de la misma. Sus
manos tenían una magia irresistible que no podía resistirse a sus caricias.
Se volvió a él y le acarició el rostro, sutilmente, y se acercó a besarle los
párpados: una rara costumbre que ella tenía. Bajó sus labios hasta su
boca y lo besó con ternura, con una infinita ternura.

Volvieron a encender la llama de la pasión. Lentamente, Carrie


recorrió su cuerpo desnudo con sus manos y su lengua y la cubrió
llenándola toda de dicha infinita.

Luego de amarse, se quedaron mirándose con esa intensa mirada que


siempre los envolvió. Acariciándose mutuamente el rostro, recorriendo
las comisuras de sus labios con las yemas de sus dedos, solo mirándose,
diciéndose mil cosas sin hablarse, hasta que él rompió el silencio:

-¡Regresa conmigo, por favor! Vine a buscarte y no pienso irme sin ti.
Me haces falta. Te estoy queriendo tanto. Tenía miedo de hacerte el
amor para no quedarme atrapado en ti, pero ya no puedo escapar de tus

66
encantos, de lo que tú me haces sentir cuando nos hacemos el amor. Me
encanta amarte, sentirte mía, entregarme a ti. Contigo he vuelto a sentir
sensaciones y emociones olvidadas. He vuelto a vivir en el sexo contigo.

-¡No puedo volver! Tengo trabajo que hacer aquí y tú debes regresar a tu
casa, a tu hogar, a tu esposa. Yo sé cuál es mi lugar en tu vida: ser tu
amante y nada más; ser la otra; la que está en la sombra.

-¡No! ¡No es así! Estoy separado de mi esposa, nos estamos dando un


tiempo. Pero te quiero a ti a mi lado, en esa transición.

-No soy un premio de consuelo. Te amo, me entrego a ti por amor, huyo


de ti para olvidarte y tú vienes a buscarme, pretendiendo que yo sea tu
paño de lágrimas. Por favor, Carrie. No juegues conmigo. Y es mejor
que te regreses, solo, sin mí. Vuelve a tu esposa, búscala y sé feliz con
ella. A mí, déjame en paz. –y diciendo esto, se levantó envolviéndose en
la sábana y se encerró en el baño. Carrie trató de detenerla, pero no
pudo. Desesperado golpeaba la puerta y le suplicaba que saliera, mas ella
no abrió.

Estaba sentada en una esquina del baño, sintiéndose usada, ultrajada,


indigna del amor único de un hombre, del hombre que amaba. Lloró por
un buen rato, mientras afuera Carrie estaba sentado junto a la puerta,
suplicándole que lo perdonara, que por favor abriera.

Después de llorar desconsoladamente, se metió a la ducha y se dio un


tibio baño. Mientras el agua cálida recorría su cuerpo, tomó una
decisión.

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Cubierta de un traje de salida de baño, peinada y serena, abrió la
puerta. Carrie estaba parado junto a la ventana, tomando una copa de
vino. Tenía el ceño fruncido y una rebelde lágrima surcaba su tersa piel.
Al escucharla se volteó a mirarla. Ella se paró ante él y le acarició el
rostro, luego tomó sus manos y se las besó. Con voz calmada, le dijo:

-Voy a cambiar mis planes: Mañana vayamos a Guimarães y nos


quedaremos siete días allá. Necesito ir a ese pueblo, es urgente para mí.
Luego regresaré contigo a Ecuador. Por favor, ¿me acompañas?

-¡Sí, cariño! ¡Te acompañaré a donde tú quieras, pero no me apartes de


ti. Sólo déjame amarte y hacerte feliz, preciosa. –Y dejando la copa
sobre la mesa, le acarició el rostro con ternura, como solo él sabía
hacerlo y la besó tan intensamente, deseando entregarle el alma en ese
beso.

-¡Déjame hacer una llamada!

Marcó al gerente y le pidió que cambiara su vuelo para Guimarães al


día siguiente y que requería de dos boletos: uno para ella y otro para el
señor Carrie Chapman, en primera clase, a la hora que hubiese
disponible un vuelo hasta ese lugar. El gerente le respondió que así lo
haría y también le informó que, aunque Guimarães era un pueblo
pequeño, era muy turístico y poseía una pequeña pista de aterrizaje para
avionetas. A Soledad le encantó la idea porque podía darse ese lujo de
alquilar una avioneta para ella y su amante caballero. Además, podría
serle útil para sus planes.

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CAPÍTULO 17

Bajaron a desayunar al restaurant del hotel. Luego se dirigieron a la


piscina, donde nadaron por un par de horas, entre besos, abrazos y copas
de vino. Era un sueño hecho realidad estar al lado del hombre amado,
pero qué hermoso sería si hubiese sido en otra circunstancia y no por un
plan de venganza. Se sintió indigna de estar a su lado bajo ese contexto y
quiso desistir de la idea, pero ya no podía marcha atrás.

Almorzaron en la piscina un suculento menú que los dejó satisfechos


con la gastronomía portuguesa y decidieron subir a descansar un rato
para luego ir a conocer un museo de arte contemporáneo que hacía poco
había sido inaugurado y luego irían a bailar.

Ya en la habitación, las copas de vino que tomaron de más les


encendieron la pasión. Sin una palabra, se atrajeron y empezaron a
quitarse las mojadas prendas. Desnudos, frente a frente, empezaron el
ritual de apasionadas caricias. Sin reservas, Sol se acuclilló frente a él y
empezó a besar su pene con besos cortos, pero delicados. Sutilmente, le
dio pequeños mordiscos y se detuvo en el glande, succionándolo
despacio y, luego, con arrebato lo metía en su garganta, una y otra vez,
hasta que sintió fluir su esencia por la comisura de sus labios y lo
escuchó gemir de placer.

Muy complacido, la tomó con cariño de sus brazos y la tumbó en la


cama. Era justo corresponder el detalle. De a poco, empezó a recorrer su
rostro con la yema de sus manos y su lengua, y fue bajando hasta
detenerse en las colinas de sus senos erguidos y provocativos. Los besó
con pasión desmedida y se aferró a ellos como un bebé ansioso y
hambriento, mientras que con sus libres manos, acariciaba su vientre y

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su tupido monte de Venus. Ella abrió sus piernas para sentirlo recorrer su
clítoris y descubrir su punto G. Llegó al clímax. Con suaves gemidos de
placer, naufragó en ondas de ese tortuoso mar de pasión y lujuria. Pero,
les hacía falta más. No podían quedar nunca satisfechos, porque entre
más se poseían, más se deseaban.

Ella estaba acostada boca arriba, satisfecha y feliz, con las piernas
estiradas y los brazos sobre la cabeza. No pudiendo resistirse más, Carrie
se le colocó encima y empezó a moverse de atrás hacia adelante,
mientras ella tensaba todos los músculos y cerrando las piernas con los
muslos muy juntos, llevó los brazos al cabezal de la cama. Carrie
succionaba los pezones, intensificando el efecto de la penetración que
fue tan sublime como duradera, hasta lograr una vez más el clímax de
ese encuentro de dos almas que se deseaban tanto y que ya no podían
escapar a esa atracción fatal.

Aún encima de ella, le susurró al oído:

-¡Me encantas, preciosa! Eres increíble. Eres toda una hembra en la


cama. Eres la mujer que cualquier hombre podría desear a su lado.

-¡Te amo! Solo eso, Carrie. Y por amor, me entrego a ti sin reservas, sin
medidas.

Y volvió a besarla con esa intensidad que le arrebataba los sentidos.


Sol separó las piernas, ofreciéndose para que la penetrara, mientras las
manos de ambos estaban libres para acariciarse, reconocer sus zonas
erógenas hasta llagar al orgasmo mutuo, en una absoluta complacencia
que los dejó exhaustos de placer.

Cansados de amarse, se quedaron dormidos. Cuando despertaron, ya


eran las ocho de la noche. Se dieron un refrescante baño y salieron a
cenar a un restaurante cercano al hotel. Como la noche era joven todavía,

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decidieron ir a bailar un rato. Luego de tres horas de diversión plena,
acompañadas de varias copas de vino, regresaron a su habitación, pues
debían viajar hasta Guimarães al día siguiente.

Al llegar a su habitación volvieron a servirse un par de copas de


vino. Lo hizo él, mientras ella llamaba a su amigo Ángelo para saber
cómo estaban sus pertenencias en Ecuador. Luego de diez minutos de
plática, colgó y se acercó a la ventana donde la esperaba Carrie. Éste le
ofreció la copa de vino y brindaron por su amor, por ese prohibido,
misterioso, imposible amor.

Con una mirada, volvieron a decirse que se deseaban. Carrie retiró las
copas y las puso sobre la mesita de noche, luego se ubicó tras ella y
empezó a besarle la nuca, mientras con sus manos la rodeaba y
lentamente le desabrochaba la blusa para acariciar sus senos. Sin
preámbulos, bajó sus manos para bajarle el cierre del pantalón de
mezclilla. Con fuerza, pero apasionadamente, la hizo girar sobre sí
misma y al quedar frente a frente, le quitó la blusa y el brasier. Fue
bajando despacio, recorriendo el provocativo cuerpo hasta bajarle el
pantalón y sacárselo del todo. Soledad quedó cubierta por un minúsculo
interior color piel que, de un tirón, fue retirado.

Carrie estaba de pie, firmemente anclado en el suelo y Sol se puso


frente a él, pero de espaldas y se dejó levantar. Le rodeó con las piernas
y se apoyó con los pies en el sofá, penetrándola. Embriagado de deseo,
Carrie jugó con la posición de ella, aupándola y bajándola. El
movimiento de arriba abajo, se convirtió en rápido y a la vez profundo.

Luego de ese primer embate, la cogió en brazos sujetándola por las


nalgas. Ella, tiernamente, le rodeó con sus piernas a la altura de la
cadera, y para ayudarse a sujetar su peso, colocó los pies contra la pared.

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El resultado mereció la pena, porque estaba la emoción que producía
hacerlo en un lugar diferente, con la persona amada, por el ser deseado.

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CAPÍTULO 18

A la mañana siguiente, Sol despertó temprano. Tenía que continuar


con su plan o estaba irremediablemente pérdida al lado de ese hombre.
Lo miró dormir, tan dulce, tan apacible, tan tierno. Definitivamente lo
amaba. Su vida estaba condenada a amarlo, a desearlo con ferviente
locura. Le acarició el rostro y sutilmente, le besó los párpados. Su
costumbre favorita. Una costumbre que significaba recuerdos. El
movimiento lo despertó.

- ¡Hola, preciosa! ¿Tienes rato despierta?

-Hace poco. Te miraba dormir, -le respondió y le dio un beso en los


labios y él se lo correspondió con un beso francés, atrevido, invitador,
mientras le acariciaba el derrier desnudo y la volvía a encender.

-¡No, debemos levantarnos ya! Se hace tarde para ir al aeropuerto. Ya no


quiero retrasar más mi viaje a Guimaraes. Ya perdí mi visita a Oporto,
aunque no importa, porque estoy al lado del hombre que amo y ha valido
la pena y mucho.

-¿No me digas? –le respondió él seductoramente y sus manos recorrían


su monte de Venus y atrevidamente acariciaban sus labios vaginales,
introduciendo con fuerza sus inquietos dedos, buscando su punto G.

¿Cómo resistirse? Sabía amarla. Sabía poseerla. Había logrado


desinhibir sus primeras reticencias. Se dejaba amar, se dejaba descubrir
en cada entrega. Carrie se tumbó sobre su espalda y ella se sentó a
ahorcajadas sobre él, dándole la espalda y con las rodillas apoyadas en la
cama, efectuó movimientos de vaivén, frenéticamente, mientras

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acariciaba, al mismo tiempo, el pene de Carrie y su clítoris. Llegaron al
clímax.

-¡Por Dios, debemos irnos! ¡Ya es tardísimo! –Expresó Sol y diciendo


esto, saltó de la cama y se metió de prisa al baño-, ¡Vamos, amor, por
favor ven a ducharte. El agua está deliciosa.

-Con esa invitación cualquiera vuela al baño, my Darling. Allá voy de


inmediato. -Y corrió, sonriendo, a meterse a la ducha.

-¡Ah, no! Ya sé lo que estás pensando y no más sexo. Debemos darnos


prisa, mi querido seductor. Me escapo de prisa. Bye, bye!

Se secó rápidamente y se vistió con un jean beige y una blusa blanca,


de seda, y se calzó un par de tacones negros. Se cepilló el cabello, se
aplicó un maquillaje suave y guardó las pocas pertenencias que estaban
regadas por los sillones. Ya Carrie había salido de la ducha y se estaba
vistiendo con un blue jean, una camiseta polo gris y unos mocasines
negros. Se peinó y se perfumó con una esencia maderosa y varonil.

-¡Ya estoy listo, preciosa! Listo para ir donde me lleves. –Y le estampó


un beso largo y tierno en la frente.

Después de verificar que no quedaba nada de ellos en la habitación,


bajaron hasta la recepción para hacer la liquidación, pero antes pidieron
un frugal desayuno. Un taxi los esperaba en la puerta del hotel y se
dirigieron de prisa al aeropuerto.

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CAPÍTULO 19

Eran las nueve de la mañana cuando llegaron al hangar del


aeropuerto donde los esperaba el piloto que conduciría la avioneta hasta
Guimaraes. Si hubiese ido a Oporto le habría gustado hacer el viaje en
tren, desde este lugar hasta el pequeño poblado, cuya distancia era de
aproximadamente una hora con veinte minutos, es decir, unos 50 kms.
entre ambos puntos, aunque hubiese sido aburrido el trayecto por sus
desoladas campiñas. Ahora debían viajar directamente de Lisboa a
Guimaraes en un corto viaje aéreo de aproximadamente media hora.

A pesar de la ligera brisa, llegaron sin contratiempos a una pequeña


autopista en las afueras del pueblo medieval y de ahí se dirigieron al
centro del mismo en una carreta tirada por dos caballos negros, de paso.
El inicio de esa semana pintaba una maravillosa estancia en ese
romántico lugar. El encantador centro de la ciudad con sus edificios
góticos, sus casas tradicionales y sus deliciosas plazas la habían
convertido en Patrimonio Cultural de la Unesco desde el año 2001. Sus
impresionantes vistas y desafiantes rutas de senderismo y escalada que
surcan las colinas del parque de Penha, al que puede llegarse en
teleférico, la convierten en un lugar obligado de visita cuando se desea
conocer Portugal.

Sol le dio al cochero la dirección de la casa de campo que había


alquilado para su estadía en ese lugar. Llegaron en unos quince minutos
a la hermosa casita ubicada en las afueras del pueblo. Era sencillamente
acogedora. Estaba construida con piedra rústica con un marcado estilo
gótico como todas las demás de Guimaraes. Tenía jardines a ambos

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lados y un hermoso estanque donde un par de cisnes hacían piruetas y
bailes, formando surcos en el cristalino líquido.

Una señora de mediana edad salió a recibirlos. Luego de presentarse,


tomó sus maletas y los condujo al interior de la vivienda. Por dentro era
un primor. Una acogedora chimenea estaba encendida dando un toque
cálido a la habitación. Gilda, la señora, los invitó al dormitorio principal,
de igual calidez que el resto del inmueble. Satisfecha con el lugar, le dio
las gracias a la señora y le dio indicaciones para el almuerzo. Era una
suerte que Gilda tuviese ascendencia española y pudieron comunicarse
sin mayores contratiempos.

Ya a solas, Carrie la atrajo hacia sí y la besó delicadamente, una y


otra vez. Se aferró a sus labios, a su cuerpo, a su piel como
absorbiéndole el alma, como si con esos besos quisiera retenerla por
siempre a su lado, como si temiera que en algún instante iba a perderla.

-¡Te quiero, te quiero, te quiero! –Le dijo él, mientras la abrazaba con
fuerzas. -Eres especial en mi vida y no quiero renunciar a ti.

-¿Por qué dices eso, cariño mío? ¿Qué ocurre? Te noto preocupado y
algo triste. ¿No te gustó acompañarme a este lugar?

-No, no es eso. El lugar es magnífico y aún no conocemos el pueblo.


Pero, no sé. Al llegar he sentido una extraña sensación. Una sensación de
soledad, de tristeza, de vacío, de pérdida.

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-¡Todo estará bien, mi amor! Ahora, salgamos a conocer los alrededores
de la casa hasta que esté el almuerzo, luego iremos a recorrer el pueblo.
Por favor, no estés triste. ¡Te amo y te amaré siempre! Debo hacer una
llamada a Ángelo para decirle que estamos ya aquí y bien. ¿Te parece? –
Y diciendo esto, lo besó con ternura en esos labios que siempre
anhelaba. Y se reclinó en su pecho para sentir los latidos de ese amado
corazón.

Fue e hizo la llamada como había dicho y luego lo tomó de la mano y


lo llevó a recorrer la villa. Pero antes de salir, sirvió dos copas de vino
Oporto, y con ellas en las manos salieron a dar un paseo por los jardines
donde crecían flores de variados y hermosos colores. Carrie cortó una
rosa roja y se la colocó en el cabello. Ella le correspondió el gesto con un
suave apretón de manos y llegaron hasta el estanque donde seguían los
cisnes en su danza de espuma.

-Me gusta este lugar. Es ideal para escribir una novela de amor –dijo
Soledad-. Nuestra historia de amor. ¿Lo crees, cariño?

-Sería fantástico –respondió Carrie. ¿Qué nombre le pondrías?

-¡No lo sé, aún! Podría ser Sueños de otoño, Todo fue un sueño, Mi
mejor venganza…-y titubeó al decir el último nombre- ¡Regresemos,
cariño!

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Y tomados de la mano, deshicieron el camino andado hasta la casa
donde los recibió un delicioso aroma.

Luego del almuerzo, como lo tenían planeado, fueron a conocer el


emblemático poblado. Gilda les comentó a la hora del almuerzo cómo
estaba dividido el pueblo para una excursión típica de un día: el centro
histórico, el Monte Largo (Palacio de Braganza y el castillo) y el Parque
da Penha.

Decidieron ir al Centro Histórico esa tarde. Sus casas tradicionales y


los medianos edificios con estilo gótico eran encantadores, además la
amabilidad de su gente los encantó. Personas sencillas, alegres y
confiadas les dieron la bienvenida. Había muchos turistas de todas partes
del mundo con quienes coincidían en las estrechas calles o en los bazares
donde se expendían suvenires. Caminaban tomados de la mano y no
dejaban de besarse, abrazarse, acariciarse. Se tomaron muchas fotos y
disfrutaron de los paisajes hermosos del entorno.

Al caer la tarde, regresaron. Iban exhaustos, pero felices. Gilda los


esperaba con una deliciosa cena típicamente portuguesa. Luego de cenar,
se retiraron a su habitación. Ella decidió darse un baño a solas, mientras
Carrie hacía una llamada a Ecuador. No le preguntó a quién iba a llamar.
No quería darle importancia a ese hecho. Lamentablemente, él seguía
casado, ella estaba de más y todo debía terminar…en algún instante.

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Cuando salió del baño iba vestida con una bata ligera y transparente,
él esperaba junto a la ventana con una copa de vino. Ella se acercó y lo
abrazó por la espalda. La acercó a su pecho y la retuvo así unos
instantes. ¡Vete a bañar, amor! –Le dijo cariñosamente ella-. Te espero.

Carrie dejó la copa vacía sobre la mesa de noche y se dirigió al


baño. Se lo notaba triste y preocupado. Después de unos instantes, Sol se
recostó sobre la mullida cama y se sonrió con malicia. Tomó su teléfono
y marcó el número de Carrie. Espero unos segundos y se abrió la
llamada:

-¡Hola, preciosa!

-¡Hola, papi rico! –Le dijo seductoramente-. Estoy completamente


desnuda y estoy acariciando mi pubis. Y me estoy imaginando tu pene
en mi boca.

-¡Guau! ¡Qué rico! ¿Y qué más me haces?

-Bueno, señor, yo me deleito succionándolo una y otra vez, mientras me


acaricio los senos y deslizo mis manos hasta acariciar mi vulva…y…

No pudo terminar la frase. Carrie estaba a su lado, acariciándole sus


senos, mientras ponía su miembro viril en su boca. Ella jugó con su
glande dándole pequeñas mordidas, como le encantaba hacerlo, y luego

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tomándolo con sus manos, empezó a darle fuertes e intensas succionadas
hasta sentir el líquido seminal deslizándose por su boca.

Ansiosos de más placer, Sol, tumbada sobre su espalda, colocó un


cojín bajo su derrier y dobló las piernas cruzadas, para permitir que
Carrie se tumbe entre sus piernas y la penetre desde arriba, apoyándose
en sus brazos, mientras ella acariciaba sus senos y estimulaba su clítoris,
provocándose los momentos más intensos de dicha infinita, en
complacencia mutua. No bastaba un solo encuentro sexual, deseaban
más. Amarse, poseerse, era su único delirio. Lo demás ya no importaba.

Ella se puso boca abajo, su postura favorita. Deseaba sentir sus


manos recorriendo su espalda desnuda. La cubrió de crema corporal,
mientras le prodigaba deliciosos y relajantes masajes hasta llegar a su
derrier. Se detuvo en él y lo cubrió de besos cortos, besos largos, besos
intensos. Ella era feliz, sintiéndolo. Empezó a realizar movimientos
envolventes con sus caderas, provocándolo más a besarle sus nalgas.

-¡Eres una potra en la cama, mami! Eres tan deliciosa, cariño. Me


encantas, me vuelves loco. Te deseo tanto. – Y la penetró suavemente,
sin reservas, seguro que ese cuerpo era completamente suyo y la poseyó
aquella noche, sin fin.

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CAPÍTULO 20

Al día siguiente, se despertaron bastante avanzada la mañana.


Estaban radiantes de dicha y ansiosos de disfrutarse una vez más. Ella
estaba totalmente desnuda, boca arriba, endiabladamente excitante.
Carrie empezó a acariciarle su desnudo cuerpo con sus manos y sus
labios. Se detuvo entre sus piernas y empezó a jugar con su lengua en su
tupida y exquisita vulva. Ella hacía movimientos ascendentes y
circulares con su pelvis, excitándolo más y más, succionando con
fruición aquel delicioso manjar y mientras más mordía sus labios
vaginales, más movimientos envolventes hacía ella.

Lo tenía atrapado entre sus piernas, esclavo de su vagina. El momento


era tan candente, tan intenso y duradero. No podían detenerse. El placer
los subyugaba, los tenía presos de esa pasión que les arañaba el alma,
que les mordía la piel. Le provocó el más exquisito de los orgasmos, la
hizo llegar al clímax de esa pasión que los tenía atados cada vez más.

Luego de una sesión maratónica de sexo estaban hambrientos. Se


ducharon de prisa y fueron a desayunar a una hermosa terraza, frente al
estanque. Los cisnes habían empezado su ballet acuático. A lo lejos
cantó un estornino. La mañana estaba soleada. Aquel día irían al parque
da Penha a través del periférico y prometía ser un día magnifico.

Cada día se comprometían más. Ya no era solo sexo. Los momentos


intensos que se prodigaron eran más apasionados y sublimes cada vez.
Se descubrían más, sin palabras al momento de amarse. Solo se dejaban
llevar por lo que sentían y era más que suficiente.

…………………………………………………………………………….

Después de darle instrucciones a Gilda acerca de la comida del día,


emprendieron el camino hasta el parque da Penha. No necesitaban un

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medio de transporte, pues su casita se ubicaba a unas cuantas cuadras de
la base del teleférico, así que harían el recorrido a pie, para así disfrutar
del paisaje.

Caminaban despacio. No había prisa. Fueron cortando y deshojando


margaritas, comiendo helados, contándose anécdotas, besándose,
sintiéndose tan dueños el uno del otro. Ni él ni ella hablaban del posible
regreso a Ecuador ni ella había escrito una vocal de su libro. Solo se
amaban con pasión infinita, desmedida, desbordante. Se disfrutaban al
máximo en cada encuentro sexual que tenían. No podían detenerse.

Llegaron a la base del periférico y fueron abordados por el encargado


del mismo, quien luego de recibir la paga por el uso del medio de
transporte, les dio las respectivas instrucciones de seguridad. Disfrutaron
la hermosa vista, abrazados, sintiendo latir sus corazones.

— ¡Sabes, amor, me has hecho inmensamente feliz! Vine a Portugal para


olvidarte, pero me es imposible. Te metiste en mi alma, mi piel, mi
corazón cada día, cada vez más. Me tienes prisionera de tu amor. Pero
debemos regresar a la realidad. Tú volverás con tu esposa y yo debo
continuar con mi vida, sola, sola con tus recuerdos, escribiendo nuestra
historia con diferentes contextos.

— ¡No! ¡No y no! ¡No estarás sola! Yo estaré contigo siempre, siempre.
No voy a dejarte ir. No renunciaré a ti.

— ¡Sí lo harás! Vivirás con mis recuerdos, vivirás sin mí. Solo te pido
un favor. No me dejes morir en el olvido. Como dice la canción que te
dediqué hace tiempo “Recuérdame, amándote, esperándote tranquila
(…) Recuérdame, que mi alma está tatuada en tu piel…” –Él iba a
responder, a refutarle, pero no lo dejó, acalló su boca con un beso. Lo
besó con ternura, con pasión. El teleférico ya había llegado al final del
recorrido y un joven les abría la puerta para que desembarcaran. Les

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dieron las gracias y empezaron el recorrido por el sendero señalado. A
lo lejos se escucharon unos disparos que cada vez se aproximaban más.
La gente corría despavorida, buscando protección. Ellos, aturdidos, se
habían detenido e instintivamente se abrazaron.

De pronto, Carrie sintió deshacerse a Sol de su abrazo. Sintió sus


manos húmedas y se las contempló. Estaban llenas de sangre. Soledad
había sido herida en la espalda por una bala perdida, por una bala mortal.

Sol yacía tendida en el suelo. Se abalanzó a ella, buscando infundirle


su vida, darle su calor. Ella seguía inconsciente, mientras el gritaba
desesperado:

— ¡Ayuda, por favor! Alguien llame a una ambulancia. —Se inclinó


hacia ella y la tomó en sus brazos, la besó en la frente y le dijo con
angustia infinita:

— ¡Por favor, amor, no me dejes! ¡No te vayas! ¡No te dejaré ir sin mí!
¡Resiste, preciosa! —Y la aferraba a su pecho, la cubría de besos—.
Lentamente, Sol abrió los ojos. Una lágrima resbalaba por su mejilla
izquierda. Levantó su mano y le acarició el rostro, sin fuerzas.
Débilmente murmuró:

— ¡Recuérdame!

Y en sus brazos, expiró.

No pudo lograr su venganza.

O a lo mejor, sí.

Fin

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