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Fábula de la avispa le echó una roncada ¡Un vaso pequeño

ahogada que a la pobre abeja menor que una cuarta


Aquiles Nazoa dejó anonadada. donde hasta un mosquito
nadando se salva!…
La avispa aquel día Ciega como iba
desde la mañana, la avispa de rabia, Pero nuestra avispa,
como de costumbre repentinamente nuestra avispa brava,
bravísima andaba. como en una trampa más brava se puso
El día era hermoso se encontró metida al verse mojada,
la brisa liviana; dentro de una casa. en vez de ocuparse
cubierta la tierra Echando mil pestes la muy insensata
de flores estaba al verse encerrada, de ganar la orilla
y mil pajaritos en vez de ponerse batiendo las alas
los aires cruzaban. serena y con calma se puso a echar pestes
a buscar por donde y a tirar picadas
Pero a nuestra avispa salir de la estancia, y a lanzar conjuros
—nuestra avispa brava— ¿sabéis lo que hizo? y a emitir mentadas,
nada le atraía, ¡Se puso más brava! y así poco a poco
no veía nada Se puso en los vidrios fue quedando exhausta
por ir como iba a dar cabezadas, hasta que furiosa,
comida de rabia. sin ver en su furia pero emparamada,
“Adiós”, le dijeron que a corta distancia terminó la avispa
unas rosas blancas, ventanas y puertas por morir ahogada.
y ella ni siquiera abiertas estaban;
se volvió a mirarlas y como en la ira Tal como la avispa
por ir abstraída, que la dominaba que cuenta esta fábula,
torva, ensimismada, casi no veía el mundo está lleno
con la furia sorda por donde volaba, de personas bravas,
que la devoraba. en una embestida que infunden respeto
que dio de la rabia, por su mala cara,
“Buen día”, le dijo cayó nuestra avispa que se hacen famosas
la abeja, su hermana, en un vaso de agua. debido a sus rabias
y ella que de furia y al final se ahogan
casi reventaba, en un vaso de agua.
por toda respuesta
1
«EL MUNDO» de Eduardo Galeano

Un hombre del pueblo de Neguá,


en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó.
Dijo que había contemplado desde arriba,
la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos.
-El mundo es eso -reveló- un montón de gente,
un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las
demás.
No hay dos fuegos iguales.
Hay fuegos grandes y fuegos chicos
y fuegos de todos los colores.
Hay gente de fuego sereno,
que ni se entera del viento
y gente de fuego loco
que llena el aire de chispas.
Algunos fuegos, fuegos bobos,
no alumbran ni queman;
pero otros arden la vida con tanta pasión
que no se puede mirarlos sin parpadear,
y quien se acerca se enciende.

2
¡Baila, baila, muñequita! - Hans Christian Andersen

-Sí, es una canción para las niñas muy pequeñas -aseguró tía Malle-. Yo, con la mejor
voluntad del mundo, no puedo seguir este «¡Baila, baila, muñequita mía!» -Pero la pequeña
Amalia si la seguía; sólo tenía 3 años, jugaba con muñecas y las educaba para que fuesen
tan listas como tía Malle.
Venía a la casa un estudiante que daba lecciones a los hermanos y hablaba mucho con
Amalita y sus muñecas, pero de una manera muy distinta a todos los demás. La pequeña lo
encontraba muy divertido, y, sin embargo, tía Malle opinaba que no sabía tratar con niños;
sus cabecitas no sacarían nada en limpio de sus discursos. Pero Amalita sí sacaba, tanto,
que se aprendió toda la canción de memoria y la cantaba a sus tres muñecas, dos de las
cuales eran nuevas, una de ellas una señorita, la otra un caballero, mientras la tercera era
vieja y se llamaba Lise. También ella oyó la canción y participó en ella.

¡Baila, baila, muñequita, Ahí está Lisa, que es muy Baila, baila, muñequita,
qué fina es la señorita! vieja, aunque ahora no pie hacia fuera, tan
Y también el caballero semeja, bonita.
con sus guantes y con la cera que le han Da el primer paso,
sombrero, dado, que sea del año garbosa,
calzón blanco y frac pasado. siempre esbelta y tan
planchado Como nueva está y graciosa.
y muy brillante calzado. entera. Gira y salta sin parar,
Son bien finos, a fe mía. Baila con tu compañera, que muy sano es el saltar.
Baila, muñequita mía. serán tres para bailar. ¡Vaya baile delicioso!
¡Bien nos vamos a alegrar! ¡Son un grupo primoroso!

Y las muñecas comprendían la canción; Amalita también la comprendía, y el estudiante,


claro está. Él la había compuesto, y decía que era estupenda. Sólo tía Malle no la
entendía; no estaba ya para niñerías.
-¡Es una bobada! -decía. Pero Amalita no es boba, y la canta. Por ella es por quien la
sabemos.

3
El cuento del gallo capón
Gabriel García Márquez

Los que querían dormir, no por cansancio sino por nostalgia de los sueños, recurrieron a
toda clase de métodos agotadores. Se reunían a conversar sin tregua, a repetirse
durante horas y horas los mismos chistes, a complicar hasta los límites de la
exasperación el cuento del gallo capón, que era un juego infinito en que el narrador
preguntaba si querían que les contara el cuento del gallo capón, y cuando contestaban que
sí, el narrador decía que no había pedido que dijeran que sí, sino que si querían que les
contara el cuento del gallo capón, y cuando contestaban que no, el narrador decía que no
les había pedido que dijeran que no, sino que si querían que les contara el cuento del gallo
capón, y cuando se quedaban callados el narrador decía que no les había pedido que se
quedaran callados, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y nadie
podía irse, porque el narrador decía que no les había pedido que se fueran, sino que si
querían que les contara el cuento del gallo capón, y así sucesivamente, en un círculo
vicioso que se prolongaba por noches enteras.

FIN

4
A un perrito que me mordió antier. atacado por perro ni perrito.
Aquiles Nazoa. Tal nuestro orgullo fue y nuestra presea
en el deporte igual que en el trabajo;
Yo no practico, ¡oh perro!, la venganza, mas llegas tú de pronto con la idea
pero en esta ocasión, a mi manera, de que solomo soy o bien tasajo,
de Aquiles vengador la hiriente lanza y de un solo empellón, maldita sea,
para puyarte a ti blandir quisiera, toda una tradición echas abajo:
pues colgajos creyéndolos de panza ¡Gracias a ti y al diablo que te auxilia,
o acaso medallones de ternera soy el primer mordido en la familia!
anteayer tus diabólicos colmillos Yo consagré a los perros más de un
clavar osaste, ¡oh perro!, en mis fondillos. canto,
No es el dolor, ¡oh perro!, ni es la ira yo en más de una ocasión, con voz canora,
ni tampoco el rencor lo que me impele le supliqué a San Roque, vuestro santo,
a que hoy tuerza las cuerdas de mi lira que os tendiera su mano protectora:
y cual látigo usándolas te pele, hoy os quiero también, pero no tanto,
pues tu mordisco fue, si bien se mira pues si os tuve por buenos hasta ahora,
un mordisco trivial que ni me duele; hoy os encuentro, ¡oh perros!, tan
pero me duelen, sí, mis pantalones, cretinos
y en su nombre te escribo estos que prefiero a los dóciles cochinos.
renglones. Contempla, pues, ¡oh perro!, lo que has
Jamás varón alguno, que yo sepa, hecho:
de todos los que inscribe mi linaje, al hundir en mis glúteos tus colmillos
ni aún cuando jugaban palmo y pepa, no sólo, como he dicho, me has deshecho
rodeados de famélicos perraje, una vasta porción de los fondillos,
o enfrentaban, buscándose la arepa sino que a suponer me das derecho
perros de variadísimo pelaje, que son todos los perros unos pillos...
jamás ninguno fue, vuelvo y repito, ¡Todo esto por morderme a mí, tan seco,
habiendo en este mundo tanto adeco!

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