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BATERÍA DE TEXTOS PARA COMENTARIO

Contra la “canallada” de eliminar el español


En el mundo de la cultura, siempre habrá intelectuales acomodaticios
encelados en no ofender al poder establecido para protegerse en el mundo
de las subvenciones públicas. Pero si el pago para mantener a salvo las
prebendas es su tibieza ante la decisión del Gobierno de arrollar el español
a través de una ley de educación sectaria y diseñada por el nacionalismo,
es que no merecen llamarse intelectuales. Por suerte, y aunque sea con
excepciones, el universo cultural español, a izquierda y derecha, ha
condenado drásticamente la «canallada» de la «ley Celaá». Esta palabra,
utilizada por algunos de los escritores y lingüistas indignados que hoy se
expresan en ABC, refleja en toda su dimensión la falta de escrúpulos de
este Gobierno. Porque además de ser una ley que desprecia la educación,
pretende fulminar a medio plazo la esencia de nuestra cultura, que es el
idioma. La lengua oficial es el español y su erradicación de las aulas
supondrá la demolición programada de nuestra propia historia. Nadie podrá
decir que académicos e intelectuales no lo advirtieron.

ABC

21/11/2020

1
Humanidad inhumana

Nadie puede tener la menor duda de que todos los seres semejantes a
nosotros -quienes esto lean y quien esto ha escrito- somos humanos: aunque
no de la misma estatura ni del mismo color ni procedencias ni esperanzas. No
estoy esencialmente convencido de que, si todos coincidiéramos en todo, la
historia común habría sido mejor que la que hemos vivido y hoy vivimos. La
libertad es una hermosa posesión; sin embargo, no depende el resultado de su
posesión tanto como de su uso: estamos rodeados de pruebas indiscutibles. O
quizá ni siquiera la discusión se produzca: sea quien sea el que utilice su
libertad, siempre creerá -incluso con toda su alma- que el empleo que él le da
es el mejor que puede dársele. Precisamente ahí reside la verdadera diferencia
(y podría usarse en un indefinido plural tal conjunción de adjetivo y sustantivo)
que separa a los seres humanos. Nunca habrá unanimidad, sea cual sea el
problema que se plantee, la dirección que se proponga, el idioma que se hable,
el continente o la isla que se habite. La Humanidad es una cosa -por así decir-;
la humanidad es una virtud que reviste muy diversos aspectos y persigue muy
distintos fines: opuestos con frecuencia... Para entenderse, los humanos
tendrían que ponerse de acuerdo en eliminar demasiadas contradicciones. Ese
supongo que sería el primer paso. No creo que se dé, de verdad, nunca.

El Mundo (9/1/2015)

Antonio Gala

2
Metros cuadrados

Antiguamente teníamos más metros cuadrados que cosas. Ahora, en cambio,


tenemos más cosas que metros cuadrados. Hace años, podías recorrer un
pasillo de 15 metros sin tropezar con un solo mueble. Ahora no puedes dar dos
pasos sin estrellarte contra una bicicleta estática, una vajilla de Chillida o la
armadura de una tienda de campaña.

Mucha gente cambiaría los objetos por metros cuadrados; el problema es que
la mayoría de esos trastos sólo tienen un valor romántico, sentimental, que no
cotiza ni en los mercadillos de pueblo. Ya me dirán para qué sirve la maleta de
madera con la que papá se fue a Alemania, el televisor en blanco y negro que
conservamos absurdamente debajo de una cama o la impresora portátil que
compramos hace 15 años por si acaso (¿por si acaso qué?).

Lo bueno, ahora lo comprendemos, eran los metros cuadrados. No hay cosa


mejor que cien o doscientos metros cuadrados, todos juntos, sin más objetos
que la foto del abuelo en la pared del pasillo y una alacena en el comedor.
Construir viviendas pequeñas por sistema es como escribir frases cortas por
obligación. La frase corta funciona bien como desván, como cuarto trastero,
como altillo en el que introducir una o dos ideas pequeñas (las que caben en
una columna como esta, por ejemplo). Pero para vivir, para respirar, para estar
a gusto, nada como un piso de seis o siete habitaciones, cuatro exteriores y
tres interiores, además de la cocina, el baño y los aseos. Hemos vendido el
alma (o los metros cuadrados) a cambio de cosas que brillaban, de espejuelos
con los que no sabemos qué hacer. Deberíamos regresar a la frase larga, a la
oración compuesta, al pasillo de 15 metros de largo. A la conciencia.

ABC

3
Aviso a navegantes
Esto es una advertencia: ayer mismo me acosté teniendo 16 años y hoy me he
despertado con más de sesenta. Quiero decir que la vida vuela. Ah, si de joven
yo hubiera sabido que iba a envejecer y que me iba a morir, creo que hubiera
vivido de otra manera. Lo que acabo de decir es una boutade, lo sé; pero, al
mismo tiempo, es cierto que, con los años, llegas a un territorio, el de la vejez y
la Parca merodeante, que antes nunca habías visto con verdadera claridad. Y
entonces te dices: ah, cuánto tiempo perdido. Y no porque mi existencia me
desagrade, al contrario, creo que ha sido y es muy intensa y que he hecho todo
cuanto he querido hacer. Pero con qué nervios, de qué forma tan atormentada
o tan aturullada, cuántas veces he vivido con el cuerpo aquí y la cabeza en otra
parte. Por no hablar de la cantidad de tiempo y de energía perdidos en
tonterías, como, por ejemplo, en creerme fea a los 18 años (cuando estaba
más guapa que nunca), o en reconcomerme de angustia temiendo no estar a la
altura en algún trabajo. Por eso, repito: si yo hubiera sabido que iba a
envejecer y que me iba a morir, hubiera vivido de otra manera. Todo esto viene
al hilo, claro está, del cambio de año. Esto del calendario no es más que una
convención, pero cómo remueve y cómo escuece. En estas fechas es
imposible no dedicar siquiera un minuto a sentir el viento del tiempo contra la
cara, a revisar someramente el pasado, a preguntarte sobre tu futuro. (…) Se
puede aprender, aunque vengas con las heridas más crueles. Se puede
recomenzar una y otra vez. Aviso a navegantes para sortear los escollos de
este año: siempre hay futuro. Nunca seremos tan jóvenes como hoy y la vida
se conquista día a día.

Rosa Montero,

El País Semanal , 3/01/ 2016

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Esos crímenes camino de la perfección
El caso español es un ejemplo claro de éxito de las fuerzas de seguridad contra
el terrorismo y, a la vez, un fracaso en el trabajo de deslegitimación de la
subcultura identitaria fanática y excluyente. Un dirigente de la banda que
también era dirigente del partido lo resumía así: «Los que hoy son
considerados terroristas puede que mañana no lo sean. Depende de quién
gane la batalla política».

No fue Sánchez el primero que despreció el problema de que vencer


operativamente a ETA no significa ganar la batalla política frente a unos
totalitarios que siguen queriendo tener la razón histórica. En todo caso, para
ganar una batalla hay que darla.

El parlamentario de Bildu Arkaitz Rodríguez dejó claro en la tribuna del


Parlamento vasco que ellos van a Madrid a tumbar definitivamente el régimen.
En 2018 indicó que la fase de terrorismo era parte de una batalla política
fundamental, que ha creado condiciones pasa la siguiente fase, ésta. Por si
necesita un poco más de luz, añadamos al puzle lo que decían siendo ya
legales.

«No estamos dispuestos a rechazar y revisar nada de aquello. Reivindicamos


lo que fuimos y lo que somos, lo que hemos hecho y lo que hacemos, como no
puede ser de otra manera». ítem más, decía Hasier Arraiz, ya en 2013: «Lo
que hay que combatir es que tengamos que reconocer que nuestra trayectoria
ha sido una enorme equivocación, que ellos tenían razón y que nos integramos
en el juego democrático que rechazamos hace 35 años».

Aspiran a constituir el Estado Vasco, porque como señalaron en 2018 distintos


dirigentes, el «conflicto» –esa falsa coartada– no comenzó con ETA y no
termina con el final del recorrido de ETA». Un poco más de información,
presidente. La secretaria general de LAB también señaló hace dos años que en
Euskadi ha habido un «conflicto político» que «sigue sin resolverse» del que
«ha derivado el conflicto armado». «El conflicto político es previo a ETA y,
desaparecida ETA, permanece. Y su causa no es otra que la naturaleza
profundamente antidemocrática del estado español», ha dicho el mismo
diputado.

Sánchez sólo puede considerar normal la relación política con los herederos
políticos de ETA si les da la razón y se conjura, también, como Podemos y
ERC, en la destrucción del régimen constitucional del 78. En otro caso, debería
plantar cara al intento de esta gigantesca operación de negación de
responsabilidad, de blanquearse sin condenar y de seguir legitimando la
operación totalitaria de haber pretendido doblegarnos con sangre y miedo
durante decenas de años en plena democracia.

No voy a entrar en la memoria de los militantes socialistas perseguidos, dignos


y resistentes en aquel infierno, junto a los populares, y un puñado de
periodistas vascos, unos pocos escritores, los jueces y fiscales, las fuerzas y

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cuerpos de seguridad del Estado y algunos ciudadanos que actuaron como los
verdaderos escudos humanos de las libertades de todos.

EH Bildu no regala nada. No han venido a regalar, no es, digamos, su estilo.


Está debilitando la democracia. No regalan nada, compran el crimen perfecto.
Están dando esa batalla cínica, narcisista y cruel porque tienen un enorme
estímulo, porque planificar y hacer el mal de forma sistemática da mucha
energía para mentirse y engañar. Ellos fabricaron de forma industrial discursos
de odio y adoctrinamiento masivo para convertir a niños en asesinos y que
crearon una forma industrial de la persecución y de la muerte civil o física del
que no pensaba como ellos.

Presidente, la reparación a las víctimas implica el reconocimiento no sólo del


dolor, sino de lo injusto y eso significa la deslegitimación de la violencia sufrida.
No parece que EH Bildu esté en eso. Y ésa debería ser su batalla, porque es la
nuestra, la del Estado de derecho democrático tan golpeado.

El crimen casi perfecto supone vaciar y vaciar de contenido el horror hasta que
no quedan culpables, ni responsables de 40 años de asesinatos y persecución.
Para el crimen perfecto necesitan la bendición de la izquierda a la que
persiguieron. Recién empieza el camino, Sánchez, para cargarse el régimen
del 78 y que nos digan: veis, teníamos razón en mataros. Vosotros, indignos,
impuros.

Los discursos políticos que legitiman el pasado del terror deben ser combatidos
democráticamente, pero eso es lo contrario de la estrategia de adquirir o
mantener el poder con los votos de los que quieren la destrucción de la nación
sobre una propaganda frentepopulista que rompe los grandes consensos de
país para la nada.

Maite Pagazaurtundua

La Razón 20/11/2020

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Sola y borracha

He llegado muchas veces sola y borracha a casa. De adolescente, de joven


adulta y de señora entrada en décadas. De soltera, casada y divorciada.
Incluyendo un control de alcoholemia la mismísima madrugada del Día de la
Madre del año pasado que pasé rezando para que el gin tonic hubiera bajado
lo justo para pasar el corte del chisme que me puso a soplar un chaval que
podría ser mi hijo y no tuvieran que venir las mías a buscarme. Lo pasé,
gracias. Menudo ejemplo de madre, pensaría el benemérito al darme vía libre.
Sí: nadie es perfecto, ni perfecta. Pero, salvo en la irresponsabilidad al volante,
pienso reincidir en mis costumbres. Volveré a llegar sola y borracha a casa.
Nunca, ni en mis mejores años, tuve por ello más problema con un varón que
algún rebuzno no solicitado. Pero demasiadas los han tenido muy graves y los
siguen teniendo. Por eso, y porque tengo dos dedos de frente, entiendo el
sentido del lema del anteproyecto de ley de libertad sexual que ha sacado
demasiado pronto, mal y nunca el Gobierno.

Soy feminista a mi modo. Ni criminalizo a los hombres ni victimizo a las


mujeres. Pero sé que sin el feminismo jamás hubiésemos logrado poder
declararnos feministas “amazónicas” desde una posición de poder como la de
la portavoz del PP en el Congreso, aunque yo creo que la doña se refiere al
pijísimo restaurante homónimo madrileño. Lo dicho: soy feminista a mi bola. Sin
haber leído a las clásicas. Sin saber qué coño es la cuarta ola. Y creyendo que
las transexuales que deciden ser mujeres pagando con su propia sangre son
congéneres. Dicho esto, este fin de semana volveré a pedir a mis hijas que no
vuelvan solas. Volverán a responderme que harán lo que les dé la gana porque
para eso son libres e iguales. Y el domingo iremos juntas a la manifestación del
8-M. O no, porque ellas tienen su agenda, yo la mía, y es más difícil cuadrarlas
que las del G20. La lucha sigue

Luz Sánchez-Mellado

El País 05/03/2020

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Ofendidos del mundo, uníos

Según el ministerio de Igualdad del Gobierno de España, mirar a una mujer de


modo lascivo —propensión a los deleites carnales, según el diccionario de la
Academia— aunque no abra uno la boca también es ejercer violencia contra
ella. Por eso no suena extraño que 11.688.411 españolas mayores de 16 años,
según la asombrosamente precisa cifra que maneja el citado ministerio, se
hayan sentido víctimas de acoso sexual en algún momento. Una verdadera
hecatombe (hecatombe significa matar cien bueyes; no dirán las ultrafeministas
propensas a ofenderse que no lo pongo fácil). Y me atrevería a decir, incluso,
que con esa cantidad de mujeres violentadas el ministerio de Igualdad se
queda corto. Para mí que son muchas más. Que levante la mano la que alguna
vez no haya sido mirada con lascivia. O más de una vez. A los varones, como
es bien sabido, no los mira lascivamente nadie en absoluto. La lascivia es cosa
de hombres.

Coincide la cosa con que estoy leyendo un libro interesante, El síndrome


Woody Allen, escrito por Edu Galán, uno de mis más leales amigos —hay
amigos que son una verdadera cruz, pero en este caso la cruz es agradable—.
Edu, que dispara ese salvaje torpedo a nuestra línea de flotación que es la
revista Mongolia, además de humorista y comunicador sin respeto por lo divino
ni por lo humano, es un fulano de alta formación, psicólogo y crítico cultural,
partidario de la agitación inteligente. Dicho para no confundirnos, un tipo de
izquierdas con peso intelectual, lúcido, crítico, comprometido y valiente, con el
que se puede estar de acuerdo en unas cosas sí y en otras no; pero a quien no
es posible confundir, nunca, con esa izquierda elemental y analfabeta, por
desgracia la más visible, que se mueve a base de simplezas, tuiteos y lugares
comunes en la vida política y las redes sociales de esta España tan pródiga en
cantamañanas, idiotas y payasos.

En su libro sobre por qué Woody Allen ha pasado en diez años de ser
admirado maestro cinematográfico a execrable apestado y artista prohibido,
Edu plantea puntos dignos de reflexión sobre el infantilismo maniqueo, la fiebre
neopuritana y políticamente correcta en que se sumen la democracia, la
sociedad y la cultura occidentales, o lo que va quedando de ellas. Una de sus
frases, citando a Daniele Giglioli, resume bien el asunto: “La víctima es el héroe
de nuestro tiempo”. Y añade: “No soporto la estupidez buenista, que es de una
maldad incalculable. Las redes sociales nos han dado la posibilidad de delatar,
reforzar la ortodoxia y ser aplaudidos por ello. La izquierda es paternalista e
infantil. Yo querría una izquierda inteligente, culta, retadora, alejada de esta
izquierda psicologicista y boba”.

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Es lo que Edu afirma, y tiene razón. Pero no se trata solo de la izquierda
española. A falta de argumentos intelectuales serios, echando las redes en los
caladeros de lo elemental y fácil, toda la sociedad occidental, la mexicana
incluida, se sume en una simpleza sin precedentes en sus treinta siglos de
memoria. Por muy complejo que sea, nada escapa a la aplicación de
ortodoxias de nuevo cuño, propagadas como pandemias a través de las redes
sociales: vida cotidiana, historia, arte, cultura. Todo debe ser contemplado
ahora con la nueva óptica, y cuando escapa a ella es atacado, exterminado. No
se tolera la libertad de pensamiento ni la expresión pública de éste, convertido
en crimen social. Se exige sumisión a un nuevo canon moral de un infantilismo
y simpleza aterradores. Se habla de cordones sanitarios, de espacios seguros.
Las universidades, antaño motor del pensamiento, se han convertido en
sanedrines de corrección política donde se reemplaza la razón por la emoción y
el debate por la ignorancia, con alumnos felices de cantar a coro y profesores
acojonados o cómplices.

De ese modo, la represión contra los espíritus libres es implacable. Nunca se


masacró a la disidencia con tanta saña ni con tantos medios. Si el mundo fue
de los ricos, hoy pertenece a los ofendidos y a los grupos de presión que los
controlan. Mostrarse ofendido es garantía de integración social. ¿Quién va a
resistirse, cuando hace tanto frío fuera? Todavía queda, naturalmente, quien se
ofende y quien no; pero para eso están las líneas rojas y los que se atribuyen
autoridad para establecerlas. En realidad siempre hubo dictadores —obispos,
ayatolás, espadones—, pero antes lo eran tras imponerse con las armas, la
religión o el dinero. Ahora lo hacen con los votos de una sociedad que los
aplaude y apoya. Pobre de quien se atreva a contradecirlos; a no ofenderse
como es la nueva obligación. Tenemos, a fin de cuentas, los amos que
deseamos tener: fanáticos y oportunistas respaldados por el pensamiento
infantil de millones de imbéciles.

Arturo Pérez Reverte

Milenio 2020

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No vimos bastantes muertos

Una de las lecciones que aprendí en los veintiún años que pasé pateando la
geografía de las catástrofes, es que donde no hay foto, donde no hay imagen
que mostrar, no hay reacción. Si no enseñas, no conmueves; y además, la
gente cree que el drama no va con ella, o que ocurre demasiado lejos como
para preocuparse, o que eludir la realidad la pone a salvo. Sobre eso y otras
cosas relacionadas escribí hace tiempo una novela titulada El pintor de
batallas, quizá la más personal y descarnada de cuantas he escrito en estos
treinta años, pues tiene poco de ficción y mucho de realidad. Recuerdos,
remordimientos y fantasmas personales.
Ocurrió muchas veces cuando era reportero: la lucha diaria, crónica a crónica,
telediario a telediario, entre los que estábamos allí, donde fuera, queriendo
mostrar el horror para sacudir conciencias y provocar reacciones, y la censura
de ciertos jefes empeñados en que no fuésemos demasiado explícitos en lo
que mostrábamos. Sangre, pero no demasiada. Muertos, pero pocos y de lejos.
No hiramos sensibilidades, decían. No seamos morbosos, etcétera. No le
estropeemos la negociación a Javier Solana, el pacificador de Europa, porque
hoy le toca besarse en la boca con Radovan Karadžić. Y aquellas maneras de
hace tres o cuatro décadas condujeron a hoy, cuando sale un presentador o
presentadora de telediario con cara muy seria, dice gravemente «les
advertimos de que van a ver imágenes muy duras», y acto seguido, en una
información sobre el zambombazo de Beirut, te enseñan una manchita de
sangre en el suelo, una señora llorando y un par de féretros a lo lejos. Los muy
imbéciles.

Ha vuelto a ocurrir, y seguirá ocurriendo. Durante los meses de pandemia que


llevamos en el currículum, el horror ha galopado a lo largo y ancho del mundo,
España incluida, y supongo que seguirá haciéndolo durante un tiempo más –el
día que me alcance a mí se darán cuenta, porque escribiré en Twitter Váyanse
todos a la mierda–. Sin embargo, las imágenes cercanas de ese horror nos han
sido cuidadosamente ahorradas por las autoridades encargadas de que
durmamos bien por las noches, no nos angustiemos demasiado, no nos turben
imágenes demasiado duras en los periódicos ni los telediarios, hasta el punto
de que una fotografía de prensa que mostraba ataúdes fue muy criticada en las
redes sociales, por desconsiderada y morbosa. Y eso ya no fue el gobierno,
sino el público soberano. O sea, que no es sólo que el presidente Sánchez, el
ministro de Sanidad y su fiable portavoz Simón nos hayan estado vendiendo
por dosis una normalidad y una seguridad que no eran tales, sino que tenían
mucha razón al hacerlo, pues lo que la peña deseaba oír era precisamente eso.
Que todo estaba bajo control y que era cosa de cuatro días.

Todo lo demás se quedó fuera: fotos que no hemos visto de los ancianos que
morían solos en residencias, dolor de familias enterrando a familiares de los
que no podían despedirse, rostros enfermos y agonizantes, lágrimas de esa
vecina mía que en dos semanas perdió a su marido, a sus padres y se vio ella
misma con su hija en un hospital. Los cuerpos amontonados en las morgues, la
desesperación, la angustia, la muerte de cerca y en directo. Los resultados de
la vida, en fin, cuando la naturaleza, que no tiene sentimientos, se muestra

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despiadada y mortal. Todo eso nos lo han escamoteado, ocultado a petición
propia; y en su lugar hemos tenido a docenas de políticos contándonos su puta
vida en lugar de la verdad, empresarios perjudicados, médicos y enfermeras
ensalzados como héroes pero al mismo tiempo amordazados para que no
gritasen su horror y desesperación, viudas y huérfanos filmados de lejos para
que las lágrimas no salpicasen la lente de la cámara ni se oyeran sus gritos de
dolor o cólera. Hemos aplicado a todo eso los filtros sociales de rigor, con el
resultado de que cientos de miles de personas han creído que esto era un
pequeño inconveniente que les ocurría a otros, pasajero y relativo. Hemos
olvidado, sobre todo, que el ser humano es un animal tan estúpido que ni
mostrándole de cerca el horror, ni restregándole la cara por la sangre, es capaz
de sentirse personalmente afectado. Hasta que le toca a él, claro. Hasta que
llaman a la puerta y aparece el cobrador del frac y uno pone cara de gilipollas
mientras su mundo, sus seres queridos, su vida entera, se van a tomar por
saco.

No nos han enseñado suficientes muertos. Por eso todos estos meses de
tragedia y dolor no han servido para un carajo. Y aquí estamos. Acabando
agosto puestos de coronavirus hasta las trancas. Protestando porque no nos
dejan bailar en las discotecas.

Arturo Pérez Reverte

XLSemanal

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Francia sobreactúa

La nueva “ley de seguridad global” de Francia, que el martes empezó a


debatirse en la Asamblea Nacional, ha hecho saltar las alarmas en las
redacciones de los medios de comunicación y en las organizaciones que velan
por la defensa de los derechos fundamentales. El peligro es que la ley limite el
derecho a la información y que dificulte la denuncia de excesos policiales como
los que se han documentado en los años recientes. El artículo 24 de la ley,
impulsada por el Gobierno francés, prevé un año de prisión y 45.000 euros de
multa para quien difunda “con el objetivo de atentar contra su integridad física o
psíquica” imágenes del rostro de un agente de las fuerzas del orden.

El artículo responde a una preocupación justificada de los policías y gendarmes


franceses, sometidos desde hace años a una enorme tensión por la lucha
contra el terrorismo y por las revueltas sociales que con frecuencia han
derivado en el ensañamiento contra los funcionarios y en campañas de odio en
las redes sociales. Pero, tal como está redactado, representa, según el
razonado dictamen de Claire Hédon, la Defensora de los Derechos —
equivalente en Francia al Defensor del Pueblo en España—, “una vulneración
de la libertad de expresión que ni es necesaria, ni adaptada ni proporcionada, y
que al mismo tiempo sería un obstáculo para el control de las fuerzas de
seguridad”.

Hédon señala tres problemas en el texto. El primero es que no hacen falta


nuevas leyes: las actuales ya protegen a policías y gendarmes ante amenazas,
injurias, difamación o violación de la vida privada. El segundo es la ambigüedad
del redactado. Según el artículo 24 solo se castigará a quienes difundan
imágenes con el objetivo de dañar, pero no queda claro cómo se demostrará la
mala intención. El ministro del Interior, Gérald Darmanin, ha dado a entender
que la solución podría ser difuminar los rostros de los agentes, aunque esto no
es lo que dice el artículo. El tercer problema es la amenaza que, si se asume la
interpretación restrictiva de Darmanin, pesaría sobre los periodistas, y que
podría llevarles a autocensurarse y a no publicar imágenes necesarias para el
escrutinio de los poderes públicos.

Cualquier limitación de la libertad de información requiere el máximo escrúpulo


y no debe hacerse nunca a la ligera ni por imperativos coyunturales. El
Gobierno, al proponer una enmienda que especificaría que el artículo no
entorpecerá la libertad de información, parece haber entendido que, en su
estado actual, la ley no es aceptable. Es una cuestión de principios
democráticos, pero también de credibilidad para un presidente como
Emmanuel Macron que, con acierto, ha hecho bandera de la defensa de la
libertad de expresión en su lucha declarada contra el islamismo radical.

El País

20/11/20

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