de la estación y la edad, me abandonas sin piedad, mi hechizo, mi único amor. Te engañas, porque el ardor de un alma fina y constante, si está de su bien distante, crece en el agua, en la nieve, y sólo templarse debe en el seno de un amante.
Ven, pues, dulce amiga, luego,
que tú eres la sola fuente que puede mi sed ardiente saciar, y templar mi fuego. En vano buscaré ciego más gracia, más perfección, otro afecto, otra pasión, porque tus ojos divinos solos saben los caminos que van a mi corazón.