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ECONOMIA Y VIOLENCIA

Introducción

Cuando los Humanistas hablamos de violencia, lo hacemos en un sentido amplio; no


nos referimos solamente a las situaciones de violencia física, sino que también hablamos de la
violencia sicológica, de la violencia racial, religiosa, sexual, y también nos referimos a la
violencia económica.
Está claro que se ejerce violencia cuando se discrimina a otro por su raza o religión,
cuando se somete a otro, cuando se lo priva de sus derechos, cuando se cometen injusticias.
Pero a veces, las injusticias originadas por la violencia económica, no son tan sencillas de
percibir, porque no siempre están claros los límites ni las responsabilidades. Son las fuerzas
del Mercado, suele decirse cuando se intenta explicar ciertos fenómenos a través de los cuales
millones de personas quedan marginadas y excluidas. ¿Quiénes son las víctimas y quienes los
victimarios?.
Analizar los mecanismos mediante los cuales se termina ejerciendo la violencia
económica, puede resultar sumamente revelador. Pero analizar, además, los mecanismos por
los cuales, la violencia económica se realimenta con otros tipos de violencia, podría
facilitarnos la comprensión, al menos en parte, de la compleja situación actual en el mundo.
Desde luego que no pretendemos en este breve ensayo, explicar todos los fenómenos
sociales desde la economía. Eso sería caer en otra forma de economicismo, y desconocer
absolutamente la verdadera dimensión del fenómeno humano. No se trata de causas y efectos,
sino en todo caso de relaciones de concomitancia, donde el factor económico, y en particular
la violencia económica, hacen su parte dentro de un esquema mucho más complejo.
No obstante, como la materia que nos ocupa en este trabajo, es la economía, nos
tomaremos la libertad de mirar desde allí la interacción de fenómenos sociales, dejando en
claro que es solamente un enfoque parcial y que, además, lejos está de agotarse, en estos
conceptos muy generales que desarrollaremos a continuación.

Guillermo Sullings
30/10/2006

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La violencia generada desde los sistemas económicos

Como concepto general podríamos decir que, todo sistema que ubique al hecho
económico como centro de gravedad, es de por sí violento ya que por definición desplaza a un
lugar secundario los valores humanos. Seguramente que a la hora de buscar ejemplos de
violencia económica, los encontraremos en abundancia en la economía capitalista, y está bien
que profundicemos allí, ya que es el sistema imperante en la mayor parte del mundo. Pero eso
no puede hacernos obviar los atropellos cometidos en otros sistemas económicos, muchas
veces fundamentados en ideologías que, paradójicamente, proponían mejorar la situación del
ser humano. Si comenzamos por lo más grueso, encontraremos en algunos genocidios
históricos, la búsqueda de imponer a sangre y fuego ciertos esquemas políticos y económicos.
Desde las teorías del “espacio vital” para el desarrollo de sus pueblos, con las que el fascismo
y el nazismo pretendieron justificar su expansionismo, con el sometimiento y exterminio de
las denominadas “razas inferiores”. Pasando por los millones de muertes producidas en la
Unión Soviética durante más de medio siglo, para sostener la “dictadura del proletariado”.
Recordando también la masacre de 3 millones de personas en Camboya, bajo el régimen de los
Jémeres Rojos liderados por Pol Pot, que entre 1975 y 1979 forzaron el éxodo de la ciudad al
campo para, entre otras cosas, convertirse en el primer productor mundial de arroz.
Y aún sin llegar a los casos extremos de genocidios, en todos los regímenes en los que
se trató de imponer desde el Estado, un sistema político y económico diseñado por un grupo
de iluminados, encontraremos todo tipo de violaciones a los derechos humanos. Sin embargo,
si bien la responsabilidad principal en estos atropellos ha sido de quienes han ejercido el
poder, también existió complicidad de una parte de los pueblos, que permitieron que sus odios
y resentimientos contra otras razas, etnias, o clases sociales, fueran exacerbados y utilizados
por sus líderes, como combustible para el “motor revolucionario”.
Aunque si de genocidios se trata, el capitalismo tiene muchos ejemplos para darnos;
desde los atropellos colonizadores en América, África y Asia, pasando por las guerras entre
potencias industriales, siguiendo con las políticas represivas que dejaron centenares de miles
de desaparecidos en toda Latinoamérica, y continuando hoy con las invasiones de los
territorios con reservas petrolíferas.
Pero los casos que hemos señalado anteriormente, se refieren más bien a la violencia
generada para imponer y sostener determinados sistemas políticos y económicos, persiguiendo
por lo general el beneficio de ciertos sectores, e implantar determinados esquemas ideológicos
por la fuerza. Pero también debemos señalar las situaciones de violencia que han generado
tales sistemas económicos por su propia dinámica.
En los experimentos socialistas, la planificación centralizada de la economía solo pudo
llevarse adelante aboliendo la libertad de las personas y encorsetando la libre iniciativa en una
compleja madeja burocrática. Se debía producir y consumir lo que el Estado decía, en las
cantidades planificadas y con los precios establecidos. Las personas se convirtieron en un
simple engranaje de una pesada maquinaria productiva, cada vez más ineficiente. La
prometida igualdad se tradujo como pobreza igualitaria, en la que, además, había cúpulas
privilegiadas. Unos cuantos burócratas se atribuyeron el poder de decidir todo lo que debía
ocurrir en la economía, generándose una cadena de autoritarismo y violencia sicológica.
El capitalismo en cambio, en nombre de las libertades individuales y rindiendo culto al
libre mercado, generó las condiciones para que la economía se transformara en una lucha
desigual, entre depredadores y víctimas. La tendencia a la acumulación del poder económico

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en pocas manos, rápidamente dejó en el olvido a la prometida sociedad de oportunidades,
generando una creciente inequidad en la distribución del ingreso. La violencia que significó la
explotación capitalista sobre los trabajadores, tanto desde el punto de vista de la inequidad
distributiva, como desde el punto de vista de las condiciones laborales, con el tiempo
derivaría, además, en la exclusión de millones de personas que irían quedando fuera del
sistema. La violencia del sistema capitalista la sufren los excluidos y los marginados; la sufren
los explotados por un salario miserable y también los diversos eslabones sujetos a la presión
del eficientismo economicista. La sufren las víctimas de la usura, endeudados de por vida, y la
sufren también los “homo-consumidores”, cuya voluntad es manipulada por la publicidad.
Pero la violencia generada desde los sistemas económicos, no se limita a la violencia
ejercida para mantenerse por la fuerza, ni tampoco se limita a las situaciones de violencia
propias de las relaciones económicas. También se ejerce violencia cuando la explotación
económica irracional destruye el medio ambiente y los recursos naturales, contaminando y
envenenando a todo el planeta. Se ejerce violencia cuando los poderes económicos se apropian
del poder político, prostituyendo las instituciones que supuestamente habían sido creadas para
garantizar los derechos de los ciudadanos. Se ejerce violencia cuando el poder económico se
apodera de los medios de difusión para condicionar desde allí la subjetividad de las personas.
Pero vamos a profundizar en dos aspectos, en los que la violencia económica se
relaciona íntimamente con dos tipos de violencia, que están llevando a las sociedades a su
destrucción. Un aspecto es el de las guerras y el armamentismo, y el otro es el de la violencia
social.

La economía y el armamentismo

Esta relación entre la economía y el armamentismo, se ha transformado en los últimos


tiempos en un círculo vicioso en el que, por una parte, los poderes económicos buscan
consolidar sus privilegios apoyados en el poder militar, mientras que por otra parte la industria
armamentista busca aumentar sus ganancias alimentando conflictos.
En un excelente trabajo realizado por dos autores humanistas, Oscar Cevey y Javier
Zorrilla, podremos encontrar abundante información sobre la proporción de los recursos que
se destinan al armamentismo. Citaremos algunos datos a modo de ejemplo.
“Cada año se gasta en el mundo cerca de un billón de dólares (un millón de millones)
en armamentos, tanto convencionales como nucleares. En términos de gasto improductivo el
drenaje militar es enorme: en la actualidad, entre quince y veinte de cada cien dólares gastados
por los gobiernos centrales, se destinan a fines militares. Esto representa el triple de los
presupuestos de enseñanza y ocho veces los de vivienda.”
“China compró veintiséis aviones de combate a Rusia, por una suma de dinero que
pudo haber servido para abastecer agua potable durante un año a ciento cuarenta millones de
personas. Nigeria adquirió ochenta tanques del Reino Unido, cantidad que pudo haber servido
para inmunizar con vacunas a dos millones de niños. La India ordenó veinte aviones de
combate MiG-29 a Rusia, por un valor que pudo haber servido para proveer educación básica
para quince millones de niñas, que no van a la escuela en ese lugar”
“Con dos mil millones de dólares, en lugar de adquirir un submarino nuclear más, se
podría reforestar la Tierra. Con cinco mil millones de dólares, en lugar de fabricar más

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bombas nucleares, se podría suministrar agua potable pura a buena parte del mundo. Con dos
mil millones de dólares, en lugar de llevar a cabo una docena de ensayos nucleares, se podría
hacer retroceder significativamente la desertificación. Con cinco mil millones de dólares, en
lugar de fabricar otros seis bombarderos nucleares Stealth, sería posible reducir la
contaminación atmosférica. Con catorce mil millones de dólares, en lugar de enviar armas a
países de Oriente Medio, sería viable conservar el patrimonio de la naturaleza y eliminar
residuos peligrosos.”
Los anteriores son algunos de los ejemplos de cómo se podrían resolver muchos de los
problemas que genera la pobreza, destinando en ellos los recursos que hoy se destinan para la
destrucción de la vida. Claro que semejante cambio en el destino de los recursos, no será
posible mientras el poder económico sea dueño del poder político, ya que la violencia de la
guerra es la que lo ayuda a mantener su poder.

Y al respecto, continuamos citando algunos párrafos del trabajo de Cevey y Zorrilla

“Guerra y pobreza, son elementos inseparables que atraviesan a cada uno de los países
en los que se desarrollan los conflictos bélicos. No es casual que los distintos lugares donde se
asientan las guerras sean los que presentan las mayores miserias. Los intereses por dominar
los recursos naturales y energéticos son el verdadero motor de las confrontaciones. La
abundancia de recursos naturales que existe en ciertos territorios, lejos de ser explotada en
beneficio de la población, motiva y financia la mayoría de los conflictos.”
“En la actualidad existen más de setenta guerras en el mundo. Un tercio de la actividad
económica mundial depende del complejo militar-industrial. Actualmente el total de países
destina más de un billón de dólares al gasto militar, lo que representa cerca del 3% del PIB
global, uno por ciento más que en el año 2000.”
“ EEUU es la superpotencia militar sin rivales. Gastará dos billones de dólares en los
próximos cinco años, un presupuesto mayor que el de los catorce países siguientes. Tras los
atentados del 11 de septiembre EEUU se ha convertido en una máquina de guerra: su gasto ha
aumentado un once por ciento.”
“Los países del G-8 son responsables de más del ochenta por ciento de todas las nuevas
armas que se venden a los países pobres. Éstos fueron el principal mercado de venta de armas.
Durante el periodo de 1997-2001, el mayor vendedor de armas del mundo fue EEUU con casi
un cuarenta y cinco por ciento del total exportado.”
“Hay detectadas al menos noventa empresas de ejércitos de mercenarios con sedes en
quince países y operaciones en ciento diez naciones alrededor del mundo. Desde 1994 el
Departamento de Defensa de EEUU ha suscrito más de tres mil contratos con doce de las
empresas militares privadas que tienen sede en EEUU. El valor total de dichos contratos,
incluidas las organizaciones mercenarias, superó los trescientos mil millones de dólares.”

Toda la información que acabamos de mencionar, es solo a modo de ejemplo, para


ilustrar sobre la magnitud de un problema de muy compleja resolución, en la medida que los
pueblos no tomen conciencia del rumbo que llevan las cosas y de la responsabilidad que les
cabe. Hoy existe un inmenso arsenal atómico de más de 30.000 artefactos nucleares, capaces
de destruir varias veces el planeta, y hoy es posible transportar en un maletín una bomba 10

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veces más poderosa que las que destruyeran Hiroshima y Nagasaki. Hoy es más urgente que
nunca que el clamor de las poblaciones exija un inmediato desarme nuclear, que obviamente
no pasa solamente por frenar el ingreso de nuevos miembros al selecto club atómico, sino que
pasa fundamentalmente por el completo desarme de los viejos socios: las grandes potencias. El
problema radica en que, precisamente, muchos intereses económicos ligados a las grandes
potencias, se respaldan con el poderío militar. Está claro que no podemos esperar que esta
iniciativa del desarme, la tomen quienes trafican y comercian con la muerte, ni quienes son
capaces de bombardear pueblos enteros para quedarse con un pozo de petróleo. Son los
pueblos los que tienen que recapacitar sobre el tipo de gobernantes que están apoyando. Pero
este tema lo analizaremos más adelante.

La economía y la violencia social

En un pasaje de este trabajo, mencionábamos que algunos líderes violentos, habían


fomentado el odio y el resentimiento en ciertos sectores de la población, exacerbando la
discriminación entre etnias o clases sociales, para catapultarse hacia la toma del poder. Esa
combinación letal entre líderes autoritarios y sectores sociales enfrentados, llevó a muchos
excesos y en algunos casos a genocidios. Pero aunque no se llegue a ese tipo de confrontación
organizada, en muchas de las llamadas democracias actuales, la desestructuración social es un
caldo de cultivo para todo tipo de violencia, y está claro que la violencia económica juega un
rol muy importante para potenciar esta situación.
Cuando analizamos los factores de discriminación entre las etnias que conviven en un
país, vemos que las diferencias dadas por el color de piel, la religión y las costumbres, se
potencian cuando coinciden con las fragmentaciones dadas por la situación económica.
Muchos de los aspectos del estilo de vida de algunos inmigrantes, guardan relación con su
precaria situación económica y con el tipo de trabajos que tienen que realizar para sobrevivir.
Esto los ubica en una situación de diferenciación con otros sectores de la población, y tal
diferenciación suele alimentar la discriminación recíproca. Inversamente también ocurre que
cuando determinados sectores de inmigrantes, alcanzan una mejor situación económica que
otros, la discriminación y el resentimiento de parte de los menos favorecidos aumenta.
La discriminación (para arriba o para abajo), generada por la desigualdad económica,
más allá de que los estratos sociales coincidan o no con determinadas diferencias étnicas, no es
un fenómeno nuevo en el sistema capitalista. Como citamos en el libro de Economía Mixta, ya
los “fouding fathers” de USA fundamentaban al capitalismo por una supuesta “naturaleza
humana”, en la que existían desigualdades innatas, y la auto selección de los mejores debía
colocar a estos en el poder. Madison sostenía que “...el poder reposará sobre el derecho de
propiedad que se halla legitimado por la diversidad de facultades individuales....el gobierno
tendrá como finalidad proteger esta distribución desigualitaria de la propiedad, que se
encuentra, por consiguiente, justificada por la misma naturaleza humana...”. Ya en aquellos
tiempos se estaba justificando ideológicamente a una sociedad individualista, en la que solo
habría ganadores y perdedores, fracasados y triunfadores.
Todo comenzó a medirse con la vara del éxito económico. Para un empleado, el
desocupado es un holgazán. Para un directivo, el empleado es un perdedor incapaz de

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ascender. Para un empresario, los gerentes son perros fieles, incapaces de abrirse camino por sí
mismos. Un sistema económico apoyado en esas valoraciones, solo puede generar violencia
social. Si esa violencia no se canaliza tras el “nuevo orden” de líderes violentos, se canalizará
desordenadamente a través de la delincuencia, la droga, el suicidio y la confrontación social.
Mientras tanto, los medios de difusión se ocupan de mostrar a la población cuales son
los modelos de vida a seguir, y sobre todo qué tipo de productos deben consumir. El resultado
logrado en la vida real: un puñado de imbéciles que se creen triunfadores porque lograron
parecerse a esos modelos impuestos, y millones de frustrados que sienten que quedaron fuera
de carrera.
Seguramente algunos creerán que un buen motor para el progreso social, es la
expectativa de cada uno por estar en el escalón siguiente; el desocupado intentará ser como el
empleado, el empleado como el gerente, y el gerente como el empresario. Y posiblemente en
algunos casos haya funcionado así. Pero olvidaron al menos dos factores. El principal, que el
ser humano es algo mucho más profundo y complejo, que un simple “actor económico”. El
otro factor es que, además, la propia tendencia del capitalismo hacia la concentración, lo
convierte en una carrera desenfrenada en la que unos pocos ganan y la mayoría pierde. Y si el
motor del sistema era la promesa de un futuro de éxito económico, ese futuro se ha ido
cerrando cada vez más.
Lograron convencer a la gente de que el sentido de la vida era el éxito económico y
cierto estilo de vida; pero como eso es para unos pocos elegidos, la vida pierde sentido para la
mayoría. O sea, que el sistema capitalista vacía a la gente por fuera, y también por dentro. Y
desde luego que los exitosos también quedan vacíos por dentro. Y desde luego que fracasar en
la carrera de la estupidez, debiera finalmente ser reconfortante, y abrirnos paso al verdadero
sentido de la vida. Pero mientras dure la hipnosis, los fracasos no aceptados se transforman en
depresión, resentimiento, envidia, y búsqueda de revancha por cualquier vía; y eso se traduce
en violencia de todo tipo.
Es como si hubiera una guerra civil no declarada. Y en las guerras se trastocan los
valores: no hay amor, no hay compasión, no hay respeto, no hay códigos de convivencia, y
todo se justifica en la lucha contra el enemigo. Enemigo es el que tiene más que yo, porque lo
culpo de lo que no tengo. Enemigo es el que tiene menos que yo, porque siento que me asecha.
Enemigo es el que tiene igual que yo, porque estamos compitiendo y no permitiré que me
saque ventaja. Y con el enemigo vale todo, vale la traición, vale el despojo, el robo, el crimen,
la explotación, y la indiferencia ante su sufrimiento.
Así las cosas, el delincuente no se siente delincuente, se considera un justiciero que
toma lo que la sociedad le niega. El que odia a los que más tienen, no se reconoce como un
resentido, siente que con su odio hace justicia. El que desprecia a los perdedores, está
convencido de que son inferiores y tienen lo que merecen. Cada cual conforma su escala de
valores de acuerdo a su propia violencia interna, y en función de ella proyecta su violencia
afuera. Esta violencia, en la medida que las personas logran mantenerse dentro del sistema,
suele canalizarse dentro de los “carriles legales”, y se ejerce la violencia bajo el amparo de la
ley. Pero en la medida que más gente va siendo marginada del sistema, aumenta la violencia
considerada ilegal, creciendo los desbordes y la consecuente represión, que realimenta el
círculo vicioso de la violencia.

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La pregunta entonces es, ¿cómo se rompe este círculo vicioso de la violencia?. Desde
luego que no será cambiando un aspecto parcial de la sociedad, como lo es el económico, que
se solucionará el problema de la violencia. Hace falta una transformación integral del ser
humano, un cambio de sensibilidad y de valores que genere como consecuencia otro tipo de
sociedad, y en ese otro tipo de sociedad será posible otro tipo de economía. Pero seguramente
que avanzando en la comprensión de nuestra propia violencia, es como podremos avanzar
hacia una sociedad no-violenta. Y en este trabajo estamos intentando avanzar en la
comprensión de la violencia económica, y desde ese enfoque cabe preguntarse entonces:
¿Nuestra organización social tiene violencia económica porque el sistema económico
es violento, o este sistema es violento porque así es la naturaleza humana?

El cambio social y el cambio individual

Desde luego que los humanistas no creemos en una naturaleza humana inmutable, sino
que afirmamos que es la intencionalidad humana la que hace evolucionar a las sociedades, y la
que hará que finalmente el mundo salga de esta trampa de la violencia. No es posible que la
sociedad cambie si no van cambiando simultáneamente las personas, y a la vez no habría un
cambio verdadero en las personas, si no se ocupan de cambiar a la sociedad.
Hay quienes sostienen que el capitalismo, aún con sus injusticias, es el único sistema
que funciona, porque el individualismo y la ambición que motorizan el desarrollo en este
sistema, son parte de una naturaleza humana que no puede cambiar. Afirman que la solidaridad
puede ser en teoría muy interesante, pero en la práctica no moviliza a la mayoría de las
personas, y por lo tanto ningún sistema económico basado en ella tendrá futuro.
Algunos afirmamos que un cambio de sensibilidad ya se está dando, y la búsqueda de
nuevos valores hará que la intencionalidad humana termine por transformar este sistema
violento e inhumano, por propia necesidad.
En la interesante obra publicada hace poco tiempo por Rafael de la Rubia, “Hacia un
Nuevo Humanismo”, hay un modesto aporte de quien escribe estas líneas, acerca de la nueva
sensibilidad y los nuevos paradigmas en la economía. Allí se citaban palabras dichas por Silo
en mayo del 2004 en Punta de Vacas “...los pueblos experimentarán un ansia creciente de
progreso para todos, entendiendo que el progreso de unos pocos termina en el progreso de
nadie...”
Y decíamos en este trabajo que, “a pesar de que algunos pocos (aunque poderosos),
siguen creyendo en el paradigma de la ley del más fuerte y de la auto selección de los más
aptos, las grandes mayorías van comprendiendo la necesidad de un progreso con equidad
social. Sin embargo, el viejo sistema capitalista no puede dar respuesta a esa necesidad, porque
está montado sobre paradigmas de un mundo que ya va muriendo, el mundo del
individualismo, el egoísmo, la explotación y la indiferencia. Mientras tanto, la organización
social está asentada sobre instituciones y legislaciones que, mientras cubren la apariencia
formal de la igualdad de todos ante la ley, en la práctica se alinean cada vez más con los
dictados del capital internacional, que se alimenta de las desigualdades y la marginación.
Es cada vez más evidente que esta nueva sensibilidad que va naciendo en la gente, y
que en el ámbito de la economía se manifiesta en esa necesidad de progreso para todos, sólo

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podrá canalizarse en una profunda transformación social, en la medida que la organización del
estado y la economía se monte sobre nuevos paradigmas, acordes con esa nueva sensibilidad.”
“El ser humano está creciendo, y le queda chica la ropa del sistema capitalista. Hacen
falta nuevos paradigmas para la organización económica. Todos los procedimientos de un
nuevo sistema económico, debieran pasar el examen de respetar un paradigma fundamental:
Iguales oportunidades para todos.”
Finalmente, en el trabajo mencionado, comentábamos los puntos principales del
Sistema de Economía Mixta, como lo que podría ser la forma de organización económica
adecuada para la nueva sensibilidad que va naciendo, superando la violencia que genera el
capitalismo. Desde luego que no es la idea aquí extendernos en los detalles de la Economía
Mixta, pero podemos recordar las propuestas más relevantes.
La participación de los trabajadores en las ganancias, las decisiones y la propiedad de
las empresas, como un modo de mejorar la distribución de la riqueza y asegurar la reinversión
productiva. La Banca estatal sin interés, para terminar con el monopolio financiero de la usura
privada. El rol de coordinador de la economía, de parte del Estado, para evitar la anarquía de
los mercados, sin que por ello se ponga freno a la iniciativa privada. Un régimen político de
democracia directa, para resolver positivamente la contradicción actual, entre lo público y lo
privado.
Lo que queremos decir entonces, es que por una parte no se puede esperar que un
nuevo sistema económico cobre fuerza, mientras no cambie la escala de valores, ni mucho
menos se puede tratar de imponer un nuevo sistema que no coincida con la sensibilidad social.
Pero también decimos que, en la medida que ésta va cambiando, se hace necesario transformar
el viejo sistema, porque responde a una vieja sensibilidad que va muriendo.
Y desde luego que para cambiar un sistema político y económico, acorde con una
nueva sensibilidad que va naciendo, no será necesario esperar hasta que el último de los seres
humanos sintonice con ella. Desde luego que un sistema económico que se apoye en el motor
de la solidaridad, en lugar del egoísmo, no puede depender de que no quede un solo egoísta
sobre la faz de la tierra. Tampoco el capitalismo necesitó que todos fueran empresarios para
ponerse en marcha. Bastará con la iniciativa de unos cuantos para dar el impulso inicial y
mantener en marcha un nuevo sistema político y económico. Pero esa iniciativa debe tener el
camino expedito mediante el cambio de la legislación, y para eso sí es necesario el apoyo de
las mayorías.
Sin embargo, parece ser que para que esto se produzca, será necesario superar algunas
contradicciones en las que suelen caer los pueblos, que a veces dan muestras de avanzar hacia
una nueva sensibilidad, más solidaria y no-violenta, pero otras veces parecen retroceder y
aferrarse a viejos valores, o al menos a viejas respuestas.

Las sociedades deben hacerse cargo de su parte

Si hiciéramos una encuesta, y le preguntáramos a la gente si desea la guerra,


posiblemente la mayoría nos diría que no. Si preguntáramos si desean la violencia social, o la
injusticia económica y la marginación de miles de millones de seres humanos, posiblemente la
respuesta de la mayoría sería negativa.
¿Pues entonces, de quién es la culpa de que estemos así?

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De los gobernantes dirán algunos. De las multinacionales, dirán otros. De los medios
de comunicación, arriesgará alguien. O del poder económico, que en definitiva maneja a los
gobernantes y a los medios de difusión, podríamos decir también para simplificar las cosas.
Sin embargo...¿Quién elige a los gobernantes?, ¿Quién sostiene al sistema económico
con la ambición y el consumismo?, ¿Quién le cree ciegamente a los medios de difusión?
¿Qué es lo que genera esta contradicción entre lo que se dice y lo que se hace: la
hipocresía o la impotencia?. Seguramente que hay muchos hipócritas, que solamente son fieles
a sus mezquinos intereses, aunque humanicen sus discursos, para disfrazar sus motivaciones.
Pero hay mucha gente que si bien genuinamente siente la necesidad de un cambio, no
encuentra un camino claro hacia esas transformaciones, y mucho menos ve con claridad una
relación directa entre sus acciones cotidianas y la violencia en el mundo. Y entonces la
impotencia se transforma en resignación, indiferencia e hipocresía.
Claro que no es fácil visualizar, hasta qué punto el consumismo de una persona tiene
que ver con la desnutrición de otras.
No es sencillo comprender cómo los esfuerzos competitivos de una persona para
conseguir un puesto de trabajo, se corresponden con la impotencia de quien queda
desocupado.
No se ve con claridad cómo la ostentación de algunos genera la envidia y el
resentimiento de otros.
No se entiende que a veces, el afán de cada cual por ocuparse exclusivamente de su
propia vida, se torna en indiferencia hacia otros; y mucho menos se entiende que esa
indiferencia, también es violencia.
Es por todo eso que tampoco se entiende a la violencia irracional, ejercida por aquellos
que ya no tienen nada que perder, contra una sociedad a la que intuyen colaboracionista con el
sistema que los margina. Y tal vez desde esa falta de entendimiento, es que a veces se avalan,
como solución a la violencia, las políticas represivas y agresivas del sistema, fronteras adentro
y fronteras afuera, con el pretexto de combatir a los violentos.
Ahora bien, algunos se preguntarán, ¿Y si se lograra entender esta mecánica,...entonces
qué? ¿Acaso dejaría de girar la rueda?. La lógica indica que nada puede hacerse desde una
acción individual para cambiar un sistema.
Sin embargo, no debiera haber algo más ilógico que la lógica de la violencia, porque
nos está llevando a la destrucción. Tal vez algún día, tanta violencia nos sature, hasta
hastiarnos de nuestras propias debilidades, y entonces tengamos un espacio para la
comprensión, por encima de la negación suicida, o del insuficiente e inocuo entendimiento
intelectual. Tal vez comprendamos que la carrera por el éxito individual, colectivamente se
transforma en una avalancha humana en la que millones mueren pisoteados; y aunque
personalmente creamos que no hemos pisado a nadie, hemos empujado a otros para que lo
hagan.
Tal vez por necesidad, algún día, nos cansemos de correr tras el éxito y el dinero,
abandonemos la carrera y asumamos el fracaso, sin esperar con ello cambiar el mundo. Y tal
vez, cuando dejemos de correr, quien va adelante ya no se sienta perseguido y comience a
frenarse; tal vez quien viene detrás no tenga ya a quien perseguir, y comience a detenerse. Tal
vez quienes corren a la par nuestra, no tengan ya con quien competir, y sientan la inutilidad de

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su ciega carrera. Y tal vez entonces el mundo empiece a cambiar. No por imposición de un
grupo de iluminados, sino simplemente por necesidad colectiva.
Claro que esto no es tan sencillo, al menos de que se produzca colectivamente. No es
posible complotar entre miles de millones de seres humanos, para ponernos de acuerdo de la
noche a la mañana y decir: “¡Todos a una, abandonemos esta loca carrera y se caerá este
sistema violento!”. Desde luego que cada vez hay más gente que va cayendo en cuenta de la
dirección destructiva que llevan las cosas, y ha comenzado a cambiar su conducta, y en
algunos casos se ha organizado para intentar cambiar el mundo. Pero eso no será suficiente
hasta que los pueblos no caigan en cuenta masivamente de esta dirección destructiva.
Indefectiblemente, en algún momento caerán en cuenta, y el mundo empezará a
cambiar. La pregunta es ¿Cuánto tiempo llevará y cuántas vidas costará?. Ojalá que se acelere
la comprensión ahora, de lo contrario, la crudeza de los acontecimientos será la que se ocupe
de acelerar tal comprensión.

Hacia donde va el mundo

Si damos una rápida mirada a la dirección que llevan las fuerzas de la Economía y la
Violencia, veremos en su horizonte sufrimiento y destrucción.
El desenfreno del consumismo irracional, en lugar del desarrollo racional, lleva al
mundo hacia el desastre ecológico, hacia la destrucción del medio ambiente, hacia el
envenenamiento del aire y el agua, y hacia el agotamiento de los recursos naturales.
La feroz competencia globalizada, por proveer de mano de obra barata a las
multinacionales, seguirá haciendo bajar el valor de los salarios y haciendo crecer la
desocupación y la marginación. Y no faltará quien culpe de ello a China e India, por querer
industrializarse, o a los inmigrantes por quitarnos el trabajo, aumentando con ello la violencia
discriminatoria.
La lucha por los recursos energéticos no renovables, hará que se sigan invadiendo
países y presionando gobiernos con cualquier pretexto. Las consecuencias destructivas de tal
comportamiento ya están a la vista, pero aún no hemos visto lo peor, y el riesgo de la
utilización de armas atómicas, es mayor aún que durante la guerra fría.
La burda descalificación que se hace de algunas culturas y religiones, con el fin de
degradar a la víctima, para así justificar al victimario, con el fin de controlar los recursos
estratégicos, potenciará los conflictos por el choque entre culturas.
El terrorismo en todas sus formas aumentará progresivamente, y en la medida que se
siga alimentando el resentimiento, será cada vez más indiscriminado, y por lo tanto nada ni
nadie estará a resguardo del mismo.
En la medida que la desocupación y la marginación avancen, y esta es la dirección que
lleva el proceso, la violencia dentro de las sociedades irá creciendo, desbordando a cualquier
intento de brindar seguridad.
Estos son solo algunos de los indicadores de que vamos hacia el desastre. ¿Serán
inevitables estos desastres anunciados?. Hace un tiempo, en Argentina, tuvimos un

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pequeñísimo botón de muestra. Los humanistas anunciamos en 1998 que si no se salía del
modelo económico de la convertibilidad, se iba hacia un desastre, y efectivamente, nadie nos
hizo caso, y a fines del 2001 ocurrió el mayor desastre económico de la historia Argentina. Y
ahora todos dicen, ¡Qué bueno que se cayó ese modelo económico, no podíamos seguir así!.
¿Será que en algún tiempo más los pueblos se mirarán retrospectivamente, extrañados
de haber vivido y alimentado a este sistema deshumanizante?. ¿Y qué magnitud deberá tener
el desastre para que las cosas cambien?. ¿Y cambiarán para mejor o para peor?.
Seguramente que en algunos círculos de poder, deben soñar con que la dirección que
llevan las cosas, conduzca a un “equilibrio natural”, acorde a las teorías de Malthus.
Seguramente pensarán que, después de una “crisis necesaria”, merced a las guerras y las
hambrunas, la población disminuirá, y los sobrevivientes alcanzarán un equilibrio social,
propio de la literatura owerlliana. Los sobrevivientes pobres contenidos en un nuevo apartheid
global, y los sobrevivientes poderosos controlando todo desde su lujoso búnker.
Otros preferirán pensar en un final cinematográfico, en el que una revolución con
banderas al viento termine con el reino de los malos. Y muchos simplemente no querrán
pensar en el tema, suponiendo que las cosas se arreglarán solas, o que ellos nunca serán
alcanzados por el caos.
Algunos creemos que para revertir esta dirección destructiva, hay que hacer lo posible
para acelerar la comprensión colectiva del fenómeno. Se debe ir logrando que cada vez más
gente deje de alimentar el círculo vicioso de la violencia, y presione a los gobiernos para que
cambien sus políticas. Presionar hacia el desarme, presionar hacia la No-violencia, presionar
hacia la democracia directa, presionar hacia el cambio del sistema económico.
Alguien podrá pensar que el ser humano está muy lejos aún de alcanzar el nivel de
comprensión necesario como para poder corregir el rumbo que llevan las cosas Y
efectivamente, más allá del acuerdo intelectual de muchos con estos temas, la trampa del
individualismo nos lleva a la impotencia, y esta a la desilusión.
Pero si nuestra mirada no fuera tan superficial, y se internalizara en lo más profundo
del ser humano, podría ver que por encima de los procesos sociales y las variables
económicas, hay un milenario proceso interno en cada ser humano y en toda la especie. Ese
proceso lleva una dirección evolutiva que no podrá ser detenida, ni por cuatro prepotentes
vestidos de Rambo, ni por cuatro aves de rapiña especulando en la banca, ni por cuatro
obsecuentes formadores de opinión, y ni aún por millones de indiferentes entretenidos en su
insignificante vidita individual.
Porque la indiferencia empezará a doler, como le duelen las cadenas al que hace fuerza
para liberarse, como le aprietan los zapatos al niño que está creciendo. Y a ese nuevo ser que
está naciendo, comenzarán a quedarle chicos los ropajes de este sistema inhumano, y ya no lo
motivarán los viejos y groseros deseos.
Alguien dijo una vez, en medio de la montaña: “...Hay deseos más groseros y deseos
más elevados. ¡Eleva el deseo, supera el deseo!, que habrás seguramente de sacrificar con eso
la rueda del placer pero también la rueda del sufrimiento.” Esas palabras, dichas por Silo hace
37 años en Punta de Vacas, hoy tienen más vigencia que nunca.
En algún momento, a cada vez más personas les repugnará su propia obsecuencia, su
sumisión, su ambición y su violencia. Los deseos burdos perderán su encanto, porque y el

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sufrimiento que les corresponde se tornará insoportable. Y solo se encontrará un remanso en el
reencuentro del ser humano con sus verdaderas necesidades, y con el vuelo de su reconfortado
espíritu. Será más placentera la solidaridad que el egoísmo, la comunicación que la
competencia, la satisfacción de la necesidad que el consumismo, la amistad que la violencia.
Entonces, los vendedores de basura ya no tendrán compradores. Los chantajistas ya no
tendrán débiles a quienes chantajear. Los violentos no tendrán quien los siga ni quien les tema.
Los mentirosos ya no tendrán quien les crea.
Nada de este sistema quedará en pie cuando se eleve el deseo. Y eso ocurrirá
indefectiblemente, porque “no somos un bólido que cae, sino una brillante saeta que vuela
hacia los cielos” (citando nuevamente a Silo).
Esperemos que no sean necesarios grandes desastres, para que se acelere el rechazo
hacia el sistema actual. Esperemos que el crecimiento interno del ser humano debilite cuanto
antes los cimientos de esta trampa mortal. Pero además de esperar, trabajemos para que ello
ocurra.
Claro que todo esto es muy difícil de explicar desde las teorías economicistas, para las
que seguramente resultará “poco serio”, mezclar la “objetividad de los temas de la economía”,
con la subjetividad de los temas del espíritu.

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