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Letra y Espíritu #47
Letra y Espíritu #47
No 47 – diciembre 2019
A. C. PARDES
www.acpardes.com
info@acpardes.com
ÍNDICE
EDITORIAL 3
ALBANO MARTÍN DE LA SCALA
Algunas reflexiones sobre la escritura 5
TIERNO BOKAR
Los pájaros blancos y los pájaros negros 10
SAN ISIDORO DE SEVILLA
Etymologiæ sive origines 13
DANTE ALIGHIERI
De vulgari eloquentia 17
RENÉ GUÉNON
El Lenguaje de los Pájaros 28
FILÓN DE ALEJANDRÍA
La migración de Abraham 32
PLATÓN
Fedro 42
LIE-TSU, CHUANG-TSU
Apólogos sobre la escritura 53
RENÉ GUÉNON
Metafísica y dialéctica 57
LAURENCE DERMOTT
Ahiman Rezon (1756) 64
AL-‘ARABÎ AD-DARQÂWÎ
Cartas de un maestro sufí 71
ANÓNIMO
El aprendiz fontanero 73
EDITORIAL
4
ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA ESCRITURA
pérdida de dones y aperturas espirituales en favor de los que han sufrido este
rechazo o desprecio. Las leyes que rigen este tipo de eventos son una de las
razones “técnicas” que llevan a los Mâlamatî a buscar la desaprobación de la
gente.
8 Sobre la importancia de la palabra y de la escritura en el ámbito masónico, es
6
Albano Martín de la Scala
en la realización del plan del “Gran Arquitecto del Universo”; ¡puede juzgarse con
esto la distancia que separa la posesión nominal de este grado de su posesión efectiva!
9 Desde una perspectiva diferente, esta misma fijación resta vitalidad y limita
tenían un gran valor también económico y, por lo tanto, era normal que fueran
tratados con un cuidado y respeto muy diferentes a los de hoy. En la
antigüedad, por ejemplo, era costumbre dar los libros como dote a las hijas y
se cuenta el caso de personas que, para adquirir libros, incluso vendían su
propia hacienda familiar (el caso del poeta del siglo XV Antonio Beccadelli,
conocido como el Panormita, es emblemático).
12 Cf. Letra y Espíritu n. 45.
7
Algunas reflexiones sobre la escritura
desea aprender. Las mejores condiciones para evitar una igualación por
lo bajo y elevar la profundidad de la lectura se encuentran en una
biblioteca esencial, ciertamente no sobredimensionada. En todo caso, la
lectura de los textos tradicionales debe hacerse con la ayuda de esté en
condiciones de contextualizarlos, pues de lo contrario se corre un gran
riesgo de querer aplicar lo que se ha leído a situaciones que poco tienen
que ver con aquellas en las que el lector vive. Por ejemplo, al abordar
textos con historias sobre la vida de los santos de las diferentes formas
tradicionales, el riesgo antes mencionado consiste en identificarse con
estas figuras del más alto nivel espiritual, olvidando que la propia condi-
ción es muy diferente. Una vez enfrentado a la dura realidad de los hechos
y habiendo descubierto que la Vía es bien distinta a lo que uno se imagi-
naba, será inevitable caer en el desaliento. Desde este punto de vista, inclu-
so la lectura de textos auténticamente tradicionales corre el riesgo de au-
mentar la confusión y, para algunos, sería mucho mejor no hacerla nunca13.
Ese riesgo está presente aún en mayor medida cuando los textos que
tratan temas tradicionales expresan opiniones e interpretaciones indivi-
duales de quienes, sin haber recibido ningún mandato o autorización en
este sentido, siente que tiene que expresar, incluso de manera estilística-
mente impecable, conceptos y construcciones dialécticas que tienen su
origen en lo mental y no en aquello que lo trasciende. O bien se engañan
de haber recibido un mandato, forzando con su fantasía lo que ha suce-
dido en su vida14 (en algunos casos extendiendo una autorización bien
más allá de los límites que la definen), o bien ignoran totalmente las
leyes tradicionales que regulan la “autorización” en el ámbito iniciático
y quizás imaginan poder emular a autoridades auténticas como René
Guénon. En realidad, incluso aquellos que simplemente traducen textos
iniciáticos sin haber recibido un “mandato” en este sentido, los profanan
y alimentan el caos. Sólo en presencia de una “autorización” podrá ser
vehiculado el espíritu, de lo contrario quedará en letra muerta, indepen-
dientemente de la capacidad técnica del traductor.
La función real es la que lleva a ordenar el reino a través de la
emanación de edictos y leyes por mandato divino, la necesidad de una
“autorización” para poder ejercer cualquier arte u oficio del pasado es
13 Otros casos en los que la lectura de textos tradicionales puede crear confusión
y ser contraproducente se refieren a cartas de contenido personal o escritos que
contienen sugerencias rituales y metodológicas apropiadas sólo en un determi-
nado contexto; aquí es evidente el peligro inherente a la apropiación de tales
indicaciones o sugerencias por seres que se encuentran en diferentes condiciones.
14 Para una jugosa parodia de situaciones en las que la realidad se modifica en
8
Albano Martín de la Scala
9
LOS PÁJAROS BLANCOS Y LOS PÁJAROS NEGROS
Tierno Bokar
11
Los pájaros blancos y los pájaros negros
mientos hacia nuestro enemigo mientras que él sólo nos envía malos
pensamientos, sus pájaros negros no encontrarán lugar en nosotros y
regresarán al remitente. En cuanto a los pájaros blancos portadores de
buenos pensamientos que le habríamos enviado, si no encuentran
ningún lugar libre en nuestro enemigo, nos volverán cargados con toda
la energía benéfica de la que eran portadores. Así, si sólo emitimos
buenos pensamientos, ningún mal, ninguna maldición podrá alcanzar-
nos nunca en nuestro ser. Es por eso que hay que bendecir siempre a
los amigos y a los enemigos. La bendición no sólo va hacia su objetivo
para cumplir allí su misión de apaciguamiento, sino que tarde o tem-
prano regresa a nosotros, con todo el bien del que estaba cargada. Esto
es lo que los sufíes llaman “egoísmo deseable”. Es el legítimo Amor
de Sí, ligado al respeto por uno mismo y por el prójimo, porque todo
hombre, bueno o malo, es el depositario de una parcela de la Luz
Divina. Por eso los sufíes, de acuerdo con las enseñanzas del Profeta,
no quieren ensuciar ni su boca ni su ser con malas palabras, los
pensamientos, siquiera con críticas aparentemente benignas”. En razón
misma del principio de que “todo vuelve a su fuente”, Tierno Bokar
nos exhortaba a no generar sino las más puras vibraciones espirituales
consagrando nuestro pensamiento y nuestra lengua a la recitación del
Nombre de Dios (dhikru-Allâh).
12
ETYMOLOGIAE SIVE ORIGINES
San Isidoro
Isidoro de Sevilla (Cartagena 560 - Sevilla 636), Doctor de la
Iglesia, fue obispo de la ciudad de la que tomó su nombre; hombre
de enorme cultura, se preocupó por salvaguardar en la Edad Media
cristiana el conocimiento del Imperio Romano de Occidente en de-
sintegración. En su obra enciclopédica en latín Etymologiæ u Origi-
nes (el segundo libro más leído en Occidente después de la Biblia),
define el significado de muchos términos de origen bíblico, clásico y
hebreo, estableciendo una base conceptual común para la interpreta-
ción de los interlocutores de la época. La función ordenatriz, en el
sentido superior del término, que San Isidoro desempeñó en su
mundo, fue enorme y dio sus frutos en los siglos venideros. No es
casualidad que Dante lo coloque en el Cielo del Sol, el que ordena
las fases cíclicas, dentro del “círculo” de los Espíritus Sabios, donde
se encuentran Salomón, Santo Tomás de Aquino y Severino Boecio,
entre otros. Esta función, ligada al uso y clarificación de la palabra
y, por tanto, del pensamiento, puede compararse con el papel desem-
peñado por el propio Sommo Poeta, que creó una lengua, la italiana,
que nuevamente permitió la exposición de los más altos conceptos
después de los cambios cíclicos que caracterizaron el final de la
Edad Media1.
Los pasajes en los que San Isidoro ilustra la definición de las tres
artes del “trivium” y el término “etimología” muestran cómo las
ciencias vinculadas al uso de la palabra son fundamentales para las
demás y pueden abrir las puertas de la filosofía.
Libro I. De la gramática
II. De las siete disciplinas liberales
Hay siete disciplinas que componen las artes liberales. La primera es la
gramática, es decir, el conocimiento profundo, adquirido por la experien-
cia, de la palabra. La segunda es la retórica que, por la claridad y la riqueza
que aporta a la elocuencia, se considera de la máxima importancia, espe-
cialmente en las controversias de la vida política. La tercera es la dialéctica,
también llamada lógica, que, a través de argumentos de extrema agudeza,
V. De la gramática.
La Gramática es la ciencia de la expresión correcta: es el origen y
fundamento de las letras liberales, introducida entre las disciplinas
después de las letras comunes porque los que ya han estudiado estas
últimas aprenden gracias a ella el modo de expresarse correctamente.
Por otra parte, es de las letras que la gramática ha tomado su nombre:
los Griegos, de hecho, llaman a las letras γϱάμματα. El arte, por otro
lado, es llamado así porque se basa en artis praeceptis regulisque, es
decir, sobre rigurosos preceptos y reglas. Hay quienes dicen que este
vocablo fue acuñado por los griegos por derivación ἀπò τῆς ἀϱετῆς, es
decir, por la virtud, que los propios griegos dieron al nombre de
ciencia. La oratio, es decir, el discurso, es llamada así casi oris ratio,
es decir, correcta evaluación del lenguaje, ya que orar, es decir, dar
un discurso, puede significar tanto loqui, es decir, hablar en tono pla-
no, como dicere, es decir, hablar en tono sostenido. La oratio es una
sucesión de palabras dotada de sentido: una sucesión sin sentido, de
hecho, no constituiría oratio ya que no reflejaría ninguna oris ratio, es
decir, ninguna correcta evaluación del lenguaje. Un discurso se com-
pone de sentido, voz y letra. […]
XXIX. De la etimología.
La etimología se identifica con el origen de los instrumentos deno-
minativos cuando la fuerza de un nombre o de un verbo se obtiene a
través de una interpretación. Aristóteles lo llamó σύμβολον, Cicerón,
en cambio, adnotatio, porque, a partir de un ejemplo, ofrece la noción
de nombres y verbos que expresan la realidad: de esta manera, río ha
obtenido su nombre de fluir porque crece fluyendo. El conocimiento
teórico de la etimología resulta a menudo de una utilidad indispensable
dentro del ejercicio interpretativo concreto de la etimología misma: de
hecho, cuando se ve dónde nació un nombre, se comprende más rápi-
damente la fuerza que ese nombre contiene. Conociendo la etimología,
el examen de cada realidad ciertamente se vuelve más fácil. No todos
los nombres, sin embargo, han sido impuestos por los antiguos según
la naturaleza: algunos incluso según el gusto, así como a veces damos
nombre a nuestros sirvientes o a nuestras haciendas en base a lo que
place a nuestra voluntad. De ahí el hecho de que no de todos los
14
Isidoro de Sevilla
15
Etymologiæ sive origines
XXII. De la dialéctica
La dialéctica es la disciplina creada para discutir las causas de cada
realidad: constituye la parte de la filosofía que es llamada lógica, es
decir, racional, capaz de definir, investigar y discutir. Esta disciplina,
de hecho, enseña cómo distinguir, a través de una disputa, lo verdade-
ro de lo falso en numerosos tipos de cuestiones. Algunos de los filó-
sofos más antiguos utilizaron la dialéctica en sus propias disertaciones,
sin incluirla, sin embargo, en el campo específico de las artes. Después
de estos, Aristóteles recondujo el contenido de esta doctrina a un cierto
número de reglas, dando a la doctrina misma el nombre de dialéctica
por el hecho de que en ella se discute respecto de la expresión: expre-
sión, de hecho, en griego es λεϰτόν. Por esta razón, por lo tanto, a la
retórica le sigue la dialéctica: porque entre ésta y aquélla existen
numerosos puntos comunes.
16
DE VULGARI ELOQUENTIA
Dante Alighieri
Libro primero
X.
1. Como ya se ha dicho, nuestro idioma se presenta ahora como
triforme, y en el acto de realizar una comparación interna según la
triple forma sonora en la que se ha resuelto, la vacilación con la que
manejamos la balanza es tan grande que no nos atrevemos a anteponer
tal o cual parte, si no quizás en base a este hecho, que los fundadores
de la gramática han tomado evidentemente como adverbio de afirma-
ción sic: lo que parece atribuir cierta preeminencia por derecho a los
Italianos, que dicen sí. Y de hecho, cada una de las tres partes defiende
su propia causa con amplia gama de testimonios. 2. Así: la lengua de
Oïl argumenta en su favor que, por la naturaleza más fácil y agradable
de su lengua vernácula, todo lo que se ha deducido o inventado en
vulgar prosaico le pertenece: es decir, la compilación que reúne la
Biblia y las empresas de troyanos y romanos, y las bellísimas aventu-
ras del rey Arturo, así como varias otras obras históricas y doctrinales.
3. La otra a su vez, a saber, la lengua de Oc, utiliza como argumento a su
favor que los representantes de la elocuencia vulgar han primero poeti-
zado en ella, como en la lengua más dulce y más perfecta: así Pedro de
Auvernia y otros antiguos maestros. 4. Por último, la tercera lengua, la
de los Italianos, afirma su superioridad sobre la base de dos prerrogati-
vas: en primer lugar, porque los que han poetizado en lengua vernácu-
la con mayor dulzura y profundidad, como Cino Pistoiese y su amigo,
son sus servidores y ministros; en segundo lugar, porque demuestran
apoyarse más en la gramática que es común a todos, y esto a quien
observa racionalmente parece un argumento de gran peso. 5. Sin em-
bargo, nos abstendremos de juzgar sobre este punto, y reconduciremos
nuestro razonamiento a la lengua vernácula italiana, tratando de des-
cribir las variedades que ha asumido en sí misma y también de compa-
rarlas entre sí. [...] Italia por sí sola presenta una variedad de al menos
catorce lenguas vernáculas. Las cuales se diferencian después entre
ellas, como por ejemplo en Toscana el Sienés y el Aretino, en Lombar-
XVI.
1. Después de haber cazado en montes boscosos y prados de Italia y
no haber encontrado la pantera que acosamos, para poder encontrarla
continuamos la búsqueda con medios más racionales, de modo que,
aplicándonos con empeño, podamos atrapar totalmente con nuestros
lazos a la criatura que hace sentir su olor en todas partes y que no se
manifiesta en ningún lugar. 2. Por lo tanto, retomando nuestras armas
de caza, afirmamos que en todo tipo de cosas debe haber una sobre
cuya base comparamos y pesamos todas las demás que pertenecen a
ese género, y obtenemos la unidad de medida: así en el campo de los
números todos se miden en base a la unidad, y se definen como mayo-
res o menores si se trata de que están lejos o cerca de la unidad; y así,
en la esfera de los colores, los medimos todos sobre el blanco, y de
hecho los definimos más o menos luminosos según tienden al blanco o
se apartan de él. Y el mismo principio que afirmamos para los fenóme-
nos que demuestran poseer los atributos de la cantidad y de la calidad,
pensamos que puede ser aplicado a cualquier predicamento, también a
la sustancia: en resumen, todo es mensurable, en cuanto es parte de un
género, sobre la base de lo que es más simple en ese género. 3. Por lo
tanto, en nuestras acciones, en la medida en que se dividen en espe-
cies, debemos encontrar el elemento específico sobre el que también se
miden. Así, en la medida en que obramos de modo absoluto como
hombres, es la virtud (es decir, en sentido general), según la cual juz-
gamos de hecho a un hombre bueno o malo; en cuanto obramos como
hombres de ciudad, es la ley, según la cual un ciudadano es definido
como bueno o malo; en cuanto obramos como hombres de Italia, hay
algunos rasgos, hábitos y formas muy simples de vestir y de hablar,
que permiten sopesar y medir las acciones de los Italianos. 4. Pero las
operaciones más nobles entre las que llevan a cabo los italianos no son
específicas de ninguna ciudad de Italia, sino comunes a todas, y entre
18
Dante Alighieri
ellas ahora se puede identificar esa lengua vulgar que antes íbamos a
cazar, que hace sentir su olor en toda ciudad, pero que no tiene su
hogar en ninguna. Y sin embargo puede derramar su perfume más en
una ciudad que en otra, igual que la sustancia simplísima, Dios, da un
indicio de sí mismo más en el hombre que en la bestia, más en el ani-
mal que en la planta, más en ésta que en el mineral, en este último más
que en el elemento simple, en el fuego más que en la tierra; y la canti-
dad más simple, la unidad, se siente más en los números impares que
en los pares; y el color más simple, el blanco, se revela más en el ama-
rillo que en el verde. 5. Así que aquí hemos logrado lo que buscába-
mos: en Italia definimos como ilustre, cardenal, real y curial vulgar, lo
que es de cada ciudad italiana y no parece pertenecer a ninguna, y en
base al cual todos los vulgares municipales de los italianos son medi-
dos y ponderados por comparación.
XVII.
1. En este punto es necesario poner en orden las razones por las que
llamamos con los atributos de ilustre, cardenal, real y curial a esta len-
gua vulgar que hemos encontrado: un proceso a través del cual hare-
mos que la esencia intrínseca se destaque de una manera más clara. 2.
Y en primer lugar, por lo tanto, dejemos claro lo que queremos decir
con el atributo de ilustre y por qué definimos ese vulgar como ilustre.
En efecto, cuando utilizamos el término “ilustre” nos referimos a algo
que difunde la luz y que, revestido de luz, resplandece claramente so-
bre todo: y es así como llamamos a ciertos hombres ilustres, ya sea
porque iluminados por el poder difunden una luz de justicia y de
caridad sobre los demás, ya sea porque, como Séneca y Numa Pompi-
lio, depositarios de un alto magisterio, saben cómo enseñar elevada-
mente. Ahora el vulgar del que estamos hablando está investido de un
magisterio y un poder que lo eleva, y eleva en alto a los suyos con
honor a la gloria. 3. Que posea un magisterio que lo eleva es mani-
fiesto, ya que lo vemos, sacado como está de tantas palabras bastas
que usan los italianos, de tantas construcciones intrincadas, de tantas
desinencias erróneas, de tantos acentos rurales, emerge tan noble, tan
claro, tan perfecto y tan urbano como lo muestran Cino Pistoiese y su
amigo en sus cantos. 4. Que tiene un poder que lo exalta, es claro. ¿Y
qué mayor signo de poder que su capacidad de mover los corazones de
los hombres en todos los sentidos, para hacer querer a los que no quie-
ren y no querer a los que quieren, como ha hecho y continúa haciendo?
5. Que también eleva con el honor que da, salta a la vista. ¿Es posible
que quien está a su servicio no supere en fama a ningún rey, marqués,
conde y poderoso? No hay ninguna necesidad de demostrarlo. 6. Y
cuán ricos en gloria hace a sus siervos, nosotros mismos lo sabemos
19
De vulgari eloquentia
XVIII.
1. Y no es sin razón que adornamos este ilustre vulgar con el segun-
do atributo, por el que se llama cardenal. Como de hecho toda la
puerta va detrás de la bisagra2, de modo que también gira en el sentido
en que la bisagra gira, ya sea que se pliegue hacia adentro o se abra ha-
cia afuera, así el entero rebaño de las lenguas vernáculas municipales
se dirige a la dirección, se mueve para detenerse de acuerdo a las órde-
nes de ésta, que se muestra como un verdadero y propio jefe de fami-
lia. ¿No arranca todos los días los arbustos espinosos de la selva itáli-
ca? ¿No injerta brotes y trasplanta plántulas todos los días? ¿Qué otra
cosa pretenden sus jardineros si no cortar e insertar, como se ha dicho?
Por lo cual merece plenamente jactarse de un epíteto tan noble. 2. En
cuanto al nombre de real que le atribuimos, la razón es esta: si noso-
tros Italianos tuviéramos una corte, estaría en ese palacio. Porque si la
corte es la casa común de todo el reino, la augusta regente de todas sus
partes, lo que es común a todos sin pertenecer en propiedad a nadie,
tiene que vivir necesariamente en la corte para practicarlo, y no hay
otra morada digna de un inquilino tan noble: tal es el vulgar del que
hablamos. De ahí que todos los que frecuentan las cortes hablen siem-
pre el vulgar ilustre; y también que nuestro vulgar ilustre peregrine co-
mo un extranjero y encuentre hospitalidad en los humildes asilos, ya
que estamos privados de una corte. 3. Finalmente, el vulgar se llama
con razón curial, ya que la curialidad no es más que una norma bien
equilibrada de las acciones a cumplir, y puesto que la balanza capaz de
pesar de esta manera suele encontrarse sólo en las curias más excelen-
tes, de ello se deduce que todo lo que en nuestras acciones se pesa
exactamente, se llama curial. Por lo tanto este vulgar, puesto que ha sido
pesado en la curia más sublime de los Italianos, es digno de ser definido
como curial. 4. Pero decir que se ha pesado en la curia más sublime de
los Italianos parece una burla, ya que estamos privados de una curia.
Pero es fácil de responder. Porque si bien es cierto que en Italia no hay
curia, en el sentido de una curia unificada – como la del Rey de Alema-
nia – no faltan los miembros que la constituyen; y así como los miem-
bros de esa curia sacan su unidad de la singularidad de la persona del
Príncipe, así también los miembros de esa curia han sido unidos por la
luz de la gracia de la razón. Por lo tanto, sería falso afirmar que los
20
Dante Alighieri
XIX.
1. Ahora afirmamos que este vulgar, que ha sido presentado como
ilustre, cardenal, real y curial, coincide con lo que se llama el vulgar
italiano. De hecho, así como es posible encontrar un determinado vul-
gar propio de Cremona, así también es posible encontrar uno propio de
la Lombardía; y así como se encuentra este último, también es posible
encontrar uno propio de toda la parte izquierda de Italia; y así como
para todos estos, así es posible encontrar lo que pertenece a Italia
entera. Y como uno se define a sí mismo como cremonés, el otro lom-
bardo, y el tercero semi-italiano, esto, que pertenece a toda Italia, se
llama vulgar italiano. De hecho, fue utilizado por los maestros ilustres
que en Italia han poetizado en lengua vulgar, como Sicilianos, Puglia-
nos, Toscanos, Romañoles, Lombardos y hombres de ambas Marcas.
2. Y como nuestro propósito, dada la promesa hecha al principio de
esta obra, es enseñar la teoría de la elocuencia vulgar, comenzaremos
precisamente a partir de ella, como la más excelente de todas, para tra-
tar en libros posteriores sobre estos temas: quiénes consideramos
dignos de usarlo, y para qué materias, y cómo, y dónde, y cuándo, y a
quién debe ir dirigido. Una vez aclarados estos hechos, nos ocupare-
mos de ilustrar los vulgares inferiores, descendiendo gradualmente
hasta el vulgar propio de una sola familia.
Libro segundo
I.
1. Al estimular de nuevo la velocidad de nuestro ingenio y retomar
la pluma que está al servicio de una obra tan útil, declaramos en pri-
mer lugar que el vulgar ilustre italiano puede manifestarse legítima-
mente tanto en prosa como en verso. Pero como son más bien los
prosistas los que lo reciben de los artífices de poesía, y como el vulgar
que se ha organizado en poesía parece seguir siendo un modelo para
los prosistas, y no al revés – hechos que evidentemente confieren una
cierta superioridad –, comenzaremos por desentrañar la madeja del
ilustre vulgar según el uso que se hace de él en poesía, llevando a cabo
el tratamiento en el orden anunciado al final del primer libro. 2. En
primer lugar, intentemos ver si todos los versificadores en vulgar de-
ben usarlo. Y superficialmente parece claro que sí, ya que quienquiera
que haga versos debe adornarlos tanto como pueda: así que, puesto
que no hay ornamento tan espléndido como el ilustre vulgar, parece
claro que cualquier versificador debe usarlo. Además, lo que sobresale
21
De vulgari eloquentia
22
Dante Alighieri
II.
1. Después de haber demostrado que no todos los versadores, sino
sólo los más excelentes, deben usar el ilustre vulgar, se deduce que es
necesario establecer si todos los temas deben ser tratados en ese vulgar
o no; y en el caso de que no todos sean dignos, mostrar detalladamente
cuáles son dignos. Para hacer esto, primero debe identificarse lo que
significa el término “digno”. 2. Ahora bien, llamamos digno a aquello
que posee una dignidad, como noble lo que tiene en sí nobleza; y si,
una vez que hemos adquirido conocimiento de lo que reviste se conoce
también lo que está revestido, en cuanto tal, conocida la dignidad
conoceremos también lo que es digno. La dignidad es en realidad el
efecto o el punto de llegada de lo que se ha merecido; así, cuando uno
ha merecido bien, decimos que está en el camino de la dignidad del
bien, que ha desmerecido la dignidad del mal: pon al buen combatiente
en dignidad de victoria, o al buen gobernante en dignidad de gobierno,
y por otro lado al mentiroso en justo bochorno, y al ladrón homicida a
este justo resultado, la muerte. 3. Pero en realidad, entre los que han
merecido bien, y también dentro de la otra categoría, se hacen compa-
raciones y, en definitiva, unos son beneméritos, otros mayormente be-
neméritos, otros aún sumamente beneméritos, así como algunos des-
merecen, otros desmerecen aún más, otros finalmente desmerecen ra-
dicalmente; y las comparaciones de este tipo se hacen siempre tenien-
do en cuenta ese punto de llegada de los méritos que llamamos digni-
dad, como se ha dicho: así que está claro que las dignidades se con-
frontan entre sí según haya más o menos, de modo que las hay gran-
des, otras más grandes y otras grandísimas; y por consiguiente está
claro que hay cosas dignas, más dignas, dignísimas. Y puesto que la
confrontación entre las diversas dignidades no se produce en relación
23
De vulgari eloquentia
24
Dante Alighieri
III.
1. Y ahora tratamos de investigar rápidamente en qué forma métrica
debemos forzar los temas dignos de tan gran vulgar. 2. Por lo tanto,
queriendo dar cuenta de la forma en que estos temas merecen ser
enlazados, observemos en primer lugar que hay que recordar un hecho,
es decir, que los que han poetizado en vulgar han dado a sus creacio-
nes poéticas múltiples formas: cantos, baladas, sonetos, otras formas
métricas sin leyes ni reglas, como se verá más adelante. De todas estas
formas métricas creemos que el canto es la más excelente: así, si lo
que es sumamente excelente es digno de lo que es igualmente exce-
lente en el grado más alto, como se ha demostrado anteriormente, los
contenidos dignos del más excelente vulgar son también dignos de la
forma métrica más excelente, y por lo tanto deben ser empleados en
los cantos. 3. Que después la forma del canto sea la que proclamamos,
se puede probar a demostrarlo en base a varios argumentos. El primero
es que, aunque todo lo que expresamos en verso es “canto”, sólo los
cantos han tenido en suerte tal vocablo; y cosas así nunca han sucedido
sin una elección de antigua fecha. 4. Por otra parte: todo lo que realiza
con sus propias fuerzas aquello para lo que fue hecho parece más
noble que lo que necesita ayuda externa; pero precisamente los cantos
realizan por sí mismos todo lo que se espera de ellos, capacidad que
las baladas no tienen, porque necesitan de bailarines, en función de los
cuales fueron creadas: se deduce entonces que los cantos son juzgados
más nobles que las baladas, y por lo tanto su métrica debe ser
considerada la más noble de todas, ya que nadie dudará de que las
baladas son superiores a los sonetos por la nobleza de métrica. 5. De
nuevo: las cosas más nobles son ciertamente las que más honran a su
creador, pero los respectivos creadores de los cantos obtienen más
honor que los de las baladas: por lo que son más nobles que estas
últimas, y por lo tanto su métrica es la más noble de todas. 6. Y
además: los objetos más nobles son los que se conservan con mayor
cuidado, pero entre todo lo que se canta en poesía son los cantos los
que se conservan con mayor cuidado, como es sabido por el que fre-
cuenta los libros: así que los cantos son los más nobles, y en conse-
cuencia su métrica es la más noble de todas. 7. Además de eso: entre
los productos técnicos el más noble es el que abarca en sí toda la
técnica; por lo tanto, como lo que se canta en poesía es un producto
técnico, y toda la técnica sólo se incluye sólo en los cantos, éstos son
los más nobles, y así su métrica es la más noble de todas. Y que toda la
técnica del canto poético está encerrada en los cantos, se revela clara-
mente en esto, que todo artificio técnico presente en las otras formas
métricas también está presente en los cantos, pero no viceversa. 8. Por
lo demás una prueba de lo que afirmamos la tenemos ante nuestros
25
De vulgari eloquentia
IV.
1. Puesto que hemos desentrañado con fatiga algunas madejas –
quién y qué temas son dignos del regio vulgar, así como la forma mé-
trica que consideramos digna de tanto honor como para juzgarla, ella
sola, conveniente al vulgar altísimo –, antes de pasar a otra, examine-
mos en profundidad la forma del canto, que muchos usan manifiesta-
mente al azar en vez de seguir las reglas técnicas; y aunque hasta ahora
se ha asumido al azar, le abrimos el taller de la técnica, dejando de
lado la métrica de la balada y el soneto, ya que pretendemos ilustrarlos
en el cuarto libro de esta obra, cuando nos ocupemos del vulgar me-
diocre. 2. Repasando lo que se ha dicho, nos viene a la mente que mu-
chas veces hemos llamado poetas a los que componen versos vulgares;
y no hay duda de que nos atrevimos a pronunciar esta palabra con
razón, porque poetas ciertamente lo son, a considerar la poesía en su
justa esencia: poesía que no es más que invención expresada poética-
mente según retórica y música. Es cierto que se diferencian de los
grandes poetas, es decir, de los poetas regulares, porque ellos, los
grandes, han poetizado en una lengua y con una técnica regular, los
otros, en cambio, al azar, como se ha dicho. Sucede, por tanto, que
cuanto más los imitemos, más correctamente sabremos poetizar. En
cuanto a nosotros, por lo tanto, que apuntamos a una obra doctrinal,
tendremos que emular su poética rica en doctrina. 3. En primer lugar
afirmamos entonces que cada uno debe adaptar el peso de la materia a
su propia espalda, para que, debido a la excesiva carga que grava sus
fuerzas, no tropiecen en el fango [...]. 4. En el contexto de los temas
que se presentan como materia de poesía, debemos tener la capacidad
de distinguir si se trata de cantarlos en forma trágica, o cómica, o
elegíaca. Por tragedia queremos decir el estilo superior, por comedia el
inferior, por elegía queremos decir el estilo de los infelices. 5. Si los
temas elegidos parecen para ser cantados en forma trágica, entonces
debemos asumir el vulgar ilustre, y por consiguiente enlazar el canto.
Si, por el contrario, nos encontramos en un nivel cómico, entonces se
tomará a veces el vulgar mediocre, a veces el humilde, y los criterios
de distinción a este respecto nos reservamos el establecerlos en la
cuarta parte de esta obra. Si finalmente estamos a un nivel elegíaco, ha
de tomarse sólo el vulgar humilde. Pero dejemos de lado a los demás y
ahora, según procede, tratemos con el estilo trágico. 6. Está claro que
verdaderamente usamos un estilo trágico sólo cuando la profundidad
26
Dante Alighieri
ción poética. Cuenta la leyenda que Pegaso aterrizó en esta montaña golpean-
do una roca de la que brotó la sagrada Hipocrene, fuente alrededor de la cual
las Musas se reunían para cantar y danzar.
27
LA LENGUA DE LOS PÁJAROS
René Guénon
Wa es-sâffâti saffan,
Faz-zâjirâti zajran,
Fat-tâliyâti dhikran
(“Por aquellos que están alineados en orden,
y que expulsan rechazando,
Y que recitan la invocación…”)
(Qorân, XXXVII, 1-3).
1962, cap. VII: La Langue des Oiseaux (cf. Le Voile d’Isis, n. 143, novembre 1931).
1 L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, p. 51 [cap. III, I ed.].
2 En el símbolo medieval del Peridexion (corrupción de Paradision), se ve a
los pájaros sobre las ramas del árbol y al dragón a sus pies (ver Le Symbolisme
de la Croix, pp. 89-90 [cap. IX, I ed.]). – En un estudio sobre el simbolismo
René Guénon
que algunos han querido encontrar el origen de los términos sûfî y tasawwuf;
aunque esta derivación no parece aceptable desde el punto de vista puramente
lingüístico, no es menos cierto que, igual que otras del mismo género, representa
una de las ideas contenidas realmente en estos términos, ya que las “jerarquías
espirituales” se identifican esencialmente con los grados de la iniciación.
4 Esta oposición se traduce en todo ser en la de las dos tendencias ascendente
29
La Lengua de los Pájaros
7 Se puede decir por lo demás, de un modo general, que las artes y las cien-
cias se han convertido en profanas por una degeneración semejante, que las ha
despojado de su carácter tradicional y, en consecuencia, de todo significado de
orden superior; nos hemos explicado a este respecto en L’Ésotérisme de Dan-
te, pp. 12-15 [cap. II, I ed.], y en La Crise du Monde moderne, cap. IV.
8 El sánscrito Dêva y el latín Deus no son sino una sola y misma palabra.
30
René Guénon
9 La palabra “poesía” deriva también del verbo griego poiein, que tiene el
mismo significado que la raíz sánscrita Kri, de la que viene Karma, y que se
encuentra en el verbo latino creare entendido en su acepción primitiva; en el
origen, se trataba pues de algo completamente distinto a la simple producción
de una obra artística o literaria, en el sentido profano que Aristóteles parece
haber tenido únicamente en cuenta al hablar de aquello que ha llamado “cien-
cias poéticas”.
10 La propia palabra “adivino” no está menos desviada de su sentido, ya que
31
SOBRE LA MIGRACIÓN DE ABRAHAM
Filón de Alejandría
cargo de José María Treviño, Buenos Aires, 1976. Continuación del artículo
del mismo título en el número anterior de la revista.
1 Génesis XII, 2.
2 Éxodo I, 9.
3 Es decir, sin posibilidad de desarrollo y de dar frutos.
Filón de Alejandría
4 Deuteronomio IV, 6 y 7.
5 Según Diógenes Laercio VI, 63, Diógenes el Cínico fue el primero que se
autocalificó cosmopolita o ciudadano del cosmos. Filón se adhiere a la
doctrina estoica según la cual el sabio es ciudadano del mundo, por cuánto
vive de conformidad con las leyes universales de la naturaleza.
6 Deuteronomio VII, 7.
33
Sobre la migración de Abraham
7 Éxodo XXIII, 2.
8 Deuteronomio XX, 1.
9 Es decir, de la razón y la palabra a la vez.
10 De eu = bien, y lógos = palabra, dicción, deriva eulogeín = bendecir.
11 El primero es llamado razón, y el segundo palabra.
34
Filón de Alejandría
35
Sobre la migración de Abraham
14
A Moisés.
15 Literalmente: el lógos pronunciado (legos prophorikós). Es decir, Moisés,
que ya posee por Divina iluminación el lógos endiáthetos, o sea, la razón, es
invitado a buscar como complemento el otro lógos.
16 En otras palabras, la naturaleza del lógos.
17 Es decir, las distintas ciases de palabras.
18 Éxodo IV, 14.
36
Filón de Alejandría
19
En el sentido con que se emplea el término en la técnica teatral.
20 Éxodo IV, 15 y 16.
21 Personificada en Aarón, quien repite las órdenes de Dios, según Moisés se
37
Sobre la migración de Abraham
Y por cierto que “la vara de Aarón devora las varas de aquéllos”25,
como lo declara el oráculo. Todos los argumentos sofísticos son, en
efecto, devorados y borrados por la múltiple pericia de la Naturaleza,26
y así, se reconoce que lo que sucede es “el dedo de Dios”27, entendién-
dose aquí por “dedo de Dios” un Divino decreto que declara la perpe-
tua derrota de las doctrinas sofísticas en manos de la sabiduría. La sa-
grada palabra, en efecto, dice que también las tablas en las que fueron
grabados los oráculos fueron escritas por el dedo de Dios.28 Por ello
los brujos no pueden mantenerse firmes frente a Moisés y caen como
en un combate vencidos por la poderosa fuerza de su oponente.29
cebido como la personificación del Divino lógos en sus dos aspectos: el lógos
pensado o razón y el pronunciado o palabra.
38
Filón de Alejandría
XXIII. Las acciones del sabio son uno con las palabras de Dios
Queda, pues, expuesto lo relativo a los dones con que Dios acostum-
bra a favorecer a los que llegarán a ser perfectos y, en atención a ellos,
también a otros. A continuación dice la escritura: “Abraham marchó
como el Señor le había hablado.”36
Ésta es la meta ensalzada por los mejores filósofos, a saber: vivir de
acuerdo con la naturaleza. Y esto ocurre cuando la inteligencia, habien-
do penetrado en el sendero de la virtud, avanza tras las huellas de la
39
Sobre la migración de Abraham
37 “Hizo”, alteración del texto introducida por Filón para extraer las conclu-
siones que siguen. En el original de los LXX se lee ephylaxe = guardó, obser-
vó, cumplió.
38 Génesis XXVI, 5.
39 Deuteronomio XXXIII, 3.
40 Deuteronomio XIII, 4.
41 Deuteronomio X, 20.
42 Génesis XVIII, 23.
40
Filón de Alejandría
43 Génesis I, 31.
41
FEDRO
Platón
[…]
FEDRO – ¿Qué te parece? Sócrates; ¿no es admirable este discurso
bajo todos aspectos y sobre todo por la elección de las palabras?
SÓCRATES – Maravilloso discurso, amigo mío; me ha arrebatado y
sorprendido. No has contribuido tú poco a que me haya causado tan
buena impresión. Te miraba durante la lectura, y veía brillar en tu
semblante la alegría. Y como creo que en estas materias tu juicio es
más seguro que el mío, me he fiado de tu entusiasmo, y me he dejado
arrastrar por él.1
FEDRO – ¡Vaya!, quieres reírte.
SÓCRATES – ¿Crees que me burlo y que no hablo seriamente?
FEDRO – No, en verdad, Sócrates. Pero dime con franqueza, ¡por Júpi-
ter, que preside a la amistad!, ¿piensas que haya entre todos los griegos
un orador capaz de tratar el mismo asunto con más nobleza y extensión?
SÓCRATES – ¿Qué dices?, quieres que me una a ti para alabar un
orador por haber dicho todo lo que puede decirse, o sólo por haberse
expresado en un lenguaje claro, preciso y sabiamente aplicado. Si re-
clamas mi admiración por el fondo mismo del discurso, sólo por consi-
deración a ti puedo concedértelo; porque la debilidad de mi espíritu no
me ha dejado apercibir este mérito, y sólo me he fijado en el lenguaje.
En este concepto no creo que Lisias mismo pueda estar satisfecho de
su obra. Me parece, mi querido Fedro, a no juzgar tú de otra manera,
que repite dos y tres veces las cosas, como un hombre poco afluente;
pero quizá se ha fijado poco en esta falta, y ha querido hacernos ver
que era capaz de expresar un mismo pensamiento de muchas maneras
diferentes, y siempre con la misma fortuna.
FEDRO – ¿Qué dices?, Sócrates. Lo más admirable de su discurso
consiste en decir precisamente todo lo que la materia permite; de ma-
nera que sobre lo mismo no es posible hablar, ni con más afluencia, ni
con mayor exactitud.
SÓCRATES – En ese punto yo no soy de tu dictamen. Los sabios de
los tiempos antiguos, hombres y mujeres, que han hablado y escrito
sobre esta materia, me convencerían de impostura, si tuviera la debi-
lidad de ceder sobre este punto.
FEDRO – ¿Y cuáles son esos sabios?, o has encontrado otra cosa más
acabada?
SÓCRATES – En este momento no podré decírtelo; sin embargo,
alguno recuerdo, y quizá en la bella Safo, o en el sabio Anacreonte, o
en algún otro prosista encontrará ejemplos. Y lo que me compromete a
hacer esta conjetura es que desborda mi corazón, y que me siento
capaz de pronunciar sobre el mismo objeto un discurso que competiría
con el de Lisias. Conozco bien que no puedo encontrar en mí mismo
todo ese cúmulo de bellezas, porque no lo permite la medianía de mi
ingenio; pero quizá los pensamientos que salgan de mi alma, como de
un vaso lleno hasta el borde, procedan de orígenes extraños. Pero soy
tan indolente que no sé cómo, ni de dónde, me vienen.
[…]
SÓCRATES – Venid, musas ligias, nombre que debéis a la dulzura de
vuestros cantos, o a la pasión de los ligienses2 por vuestras divinas
melodías; yo os invoco, sostened mi debilidad en este discurso, que me
arranca mi buen amigo, sin duda para añadir un nuevo título, después
de otros muchos, a la gloria de su querido Lisias.
[…]
SÓCRATES – Y bien, mi querido Fedro, ¿no te parece, como a mí,
que estoy inspirado por alguna divinidad?
FEDRO – En efecto, Sócrates, las palabras corren con una afluencia
inusitada.
SÓCRATES – Silencio, y escúchame, porque en verdad este lugar
tiene algo de divino, y si en el curso de mi exposición las ninfas de
estas riberas me inspirasen algunos rasgos entusiastas, no te sorpren-
das. Ya me considero poco distante del tono del ditirambo.
FEDRO – Nada más cierto.
SÓCRATES – Tú eres la causa. Pero escucha el resto de mi discurso,
porque la inspiración podría abandonarme. En todo caso, esto corres-
ponde al Dios que me posee, y nosotros continuemos hablando de
nuestro joven.
[…]
He aquí, cómo es preciso hablar.
No, no hay nada de verdadero en el primer discurso; no, no hay que
desdeñar a un amante apasionado y abandonarse al hombre sin amor,
por la sola razón de estar el uno delirante y el otro en su sano juicio.
43
Fedro
oráculo inspirado por el mismo dios, muy famoso, aunque menos que el de
Delfos. De él habla Homero, Ilíada, XVI 233 ss.; Odisea, XIV 327 ss.
5 La Sibila es mencionada ya por Heráclito; cf. también Aristófanes, Pace,
1095. Se sabe que originalmente la Sibila era una sola – sólo a continuación se
añadieron otras –, pero no se conoce cuál fue su sede original. Una tradición
quiere que a su regreso de Helicona, dove aveva ricevuto ispirazione e forma-
zione dalle Muse, essa si fosse fermata su una rocca di Delfi.
44
Platón
45
Fedro
46
Platón
7 Naucratis era una ciudad sobre el delta del Nilo, donde en el S. VI a.C. el rey
Amosis había fijado la residencia de los Griegos (Heródoto, Historia, H 178 s.).
8 Teut o Thoth es el dios egipcio de los descubrimientos, que los Griegos ha-
47
Fedro
XXII 126, Odisea, XIX 163. Pero hay quien supone que Platón alude aquí a
la encina del oráculo de Dodona y a la piedra del oráculo de Delfos.
48
Platón
en los que se plantaban semillas en pleno verano, que, por el calor estival, en
ocho días nacían y crecían, pero después morían rápidamente sin dar fruto.
Simbolizaban la joven muerte de Adonis, amado de Afrodita.
49
Fedro
50
Platón
51
Fedro
15 Isócrates es el gran retórico (436-338 a.C.) que fundó alrededor del año
390 a.C. una escuela en competencia con la de Platón. Evidentemente, en los
años en que se imaginaba este diálogo era todavía joven (podría tener como
mucho 26 años), y por lo tanto lo que Platón presenta aquí como un pronóstico es
un juicio post eventum, porque, cuando Platón compuso este diálogo, Isócrates
ciertamente ya había actualizado aquello a lo que apuntaba. Se ha discutido
mucho sobre lo que esta página quiere o puede decir, que a algunos les parece
irónica, pero que a nosotros nos parece muy clara. Platón quiere decir lo siguien-
te: Isócrates no es más que una hermosa promesa; ciertamente posee excelentes
cualidades (impulso divino y una cierta filosofía), pero no las madura y no las
actualiza. No alcanza la verdadera filosofía y por lo tanto esa verdadera retórica
que el diálogo proclama. Esos grandes dones de Isócrates no son suficientes: se
puede ser potencialmente un gran retórico, pero permanecer como tal.
16 Pan, hijo de Hermes, está en relación con las Ninfas (y por tanto con los
dioses del lugar), en cuanto que las acecha. Además, en Cratilo, 408 D, Pan
significa al logos que “indica el todo, verdadero y falso”.
52
APÓLOGOS SOBRE LA ESCRITURA
II. Lie-tsu
III. Chuang-tsu
54
Lie-tsu, Chuang-tsu
55
Apólogos sobre la escritura
56
METAFÍSICA Y DIALÉCTICA
René Guénon
58
René Guénon
59
Metafísica y dialéctica
4 Digamos a este respecto que siempre hemos lamentado que los hábitos de la
época actual no nos hayan permitido hacer aparecer nuestras obras al amparo
del más estricto anonimato, lo que al menos hubiera evitado a algunos escribir
muchas necedades, y a nosotros mismos tener con demasiada frecuencia el tra-
bajo de reseñarlas y de rectificarlas.
5 Por supuesto que tomamos la palabra “dialéctica” en su sentido original, el
que tenía por ejemplo para Platón y para Aristóteles, sin tener que preocupar-
nos en modo alguno de las acepciones especiales que se le dan con frecuencia
actualmente, y que se derivan todas más o menos directamente de la filosofía
de Hegel.
6 No insistiremos sobre el reproche que se nos dirige por hablar “como si la
60
René Guénon
ser tal como es en su estado actual para darle los medios de sobrepasarlo; por
eso es por lo que estos medios aparecen de entrada como “exteriores”.
8 Hay actualmente mucha gente que se cree sinceramente “antimoderna”, y que
sin embargo no por eso está menos profundamente afectada por la influencia del
espíritu moderno; por lo demás, no hay aquí más que uno de los innumerables
ejemplos de la confusión que reina por todas partes en nuestra época.
61
Metafísica y dialéctica
62
René Guénon
63
AHIMAN REZON (1756)
Laurence Dermott
Habiendo acudido al viejo proverbio, mejor fuera del mundo que pa-
sado de moda, estaba totalmente determinado a publicar una historia
de la Masonería, por la cual esperaba dar al mundo una rara satisfac-
ción; y con el fin de permitirme a mí mismo ejecutar este gran plan, he
adquirido todas o la mayor parte de las historias, constituciones, com-
pendios de bolsillo, y otras piezas (sobre ese tema) actualmente exis-
tentes en lengua inglesa.
Mi siguiente paso fue hacerme con una cantidad suficiente de plu-
mas, tinta y papel: hecho esto, inmediatamente me imaginé historia-
dor, e intenté remontar la Masonería no sólo a Adán, en su silvestre
Logia en el Paraíso, sino dar alguna cuenta del Oficio incluso antes de
la Creación. Y (como fundamento) situé las siguientes obras a mi alrede-
dor, de manera que fuera fácil recurrir a ellas cuando la ocasión lo requi-
riese, a saber: Doctor Anderson y Sr. Spratt directamente ante mí, Doc-
tor D’Assigny y Sr. Smith a mi derecha, Doctor Desagulier y Sr. Pennell
a mi izquierda, y Sr. Scott y Sr. Lyon tras de mí. Una copia de las (a me-
nudo llamadas) constituciones originales (en posesión, se dice, del Sr.
John Clark, en París), y otra copia de la misma magnitud que circuló en
Inglaterra, junto con el folleto impreso en Francfort en Alemania, las
até en el Public Advertiser del viernes, 19 de octubre 1753, y las arrojé
bajo la mesa.
Habiendo probado mi pluma, y escrito una línea no muy diferente
del comienzo de un capítulo en el Corán (inmediatamente después del
título en la cabecera de cada capítulo (excepto el noveno) del Corán, se
antepone el siguiente formulario solemne: En el nombre de Dios el más
Misericordioso1), comencé a desplegar velas de la Manera más admira-
ble, y en unos pocos días escribí el primer volumen de la historia de la
Masonería, en el que había un completo registro de las actas de la
primera Gran Logia, en particular la exclusión de los miembros indi-
sciplinados, según relata el Sr. Milton (Ver Paraíso Perdido).
En ese momento me imaginé superior a Josefo2, Stackhouse3, o cual-
quier otro historiador en quien el lector pueda complacerse en pensar.
Y como tenía la intención de dar al mundo una historia de la Masone-
ría durante varios años antes de la Creación, no tenía duda ninguna de
Misericordioso y Compasivo.
2 Tito Flavio Josefo (Jerusalén, ca. 37-Roma, ca. 100) fue escritor, historia-
obra fue A New History of the Holy Bible, from the Beginning of the World to
the Establishment of Christianity.
65
Ahiman Rezon (1756)
que mi obra sobreviviría (al menos) dos mil años después de la confla-
gración general.
Tal vez algunos de mis lectores (me refiero a los que están más fa-
miliarizados con mi capacidad) dirán: tiene más vanidad que ingenio;
y en cuanto al conocimiento, le es tan extraño, como la Masonería lo
es a las mujeres; sin embargo, tiene la locura de creerse un historiador,
y espera convertirse en un gran hombre, etc.
Si tal opinión es cierta, o falsa, nada me importa; pues el mundo de-
be permitir que (aunque ningún hombre ha encontrado aún la moción
perpetua) todos los hombres alguna vez tuvieron, tienen ahora y siem-
pre tendrán, una noción perpetua4: y, además, hemos leído que las si-
guientes personas, tan afamadas por la historia, no sólo eran hombres
pobres, sino muchos de ellos de muy baja extracción. El sabio filósofo
Sócrates, era el hijo de un pobre grabador de piedra; el poeta trágico
Eurípides, era hijo de padres pobres; como era Demóstenes, el honor de
la elocuencia griega; Virgilio el famoso poeta latino, era el hijo de un
pobre mantuano que trabajaba como alfarero; Horacio, el incomparable
lírico, era el hijo de un trompetista en las guerras; […]
He oído hablar de muchos otros de posterior fecha (no tan lejanos
como Fequin5) He oído hablar de muchos otros de posterior fecha (no
tan lejanos como Fequin †) que han sido escogidos para lugares o car-
gos de gran confianza, y dignificados con títulos de honor, sin hacer la
menor apelación al coraje, ingenio, aprendizaje u honestidad; por lo
tanto, si estos hechos son debidamente considerados, humildemente
creo que no se considerará una ofensa capital, que mantenga mi propia
noción perpetua, mientras no procure privar a ningún hombre de sus
propiedades.
Temo haber agotado la paciencia del lector; y si es así, ruego hu-
mildemente su perdón por esta larga digresión. Pero volviendo al te-
ma: mientras mi mente estaba enteramente presa de mi fantasiosa su-
perioridad como historiador, etc., caí insensiblemente en la somnolen-
cia, cuando me pareció que cuatro hombres entraron en mi habitación;
sus ropas parecían ser muy antiguas, y su lengua también imaginé que
era hebrea, árabe o caldea, en la cual se dirigieron a mí, y yo inmedia-
tamente les respondí tras la pantomima habitual. Después de algunos
formalismos ceremoniales, deseé conocer sus nombres y de dónde ve-
nían; a lo que uno de ellos me respondió (en inglés): “somos cuatro
hermanos, y venimos de la ciudad santa de Jerusalén; nuestros nom-
66
Laurence Dermott
El nombre Ahiman está compuesto por dos elementos: la primera parte deriva
de la palabra ah, que significa “hermano” también en sentido figurado como
“amigo, estrecho colaborador”; la segunda parte del nombre deriva de la raíz
fuera de uso mnn, presente también en árabe con el sentido de “dar” (como
regalo). Su significado sería, por tanto, “el hermano es un don”.
7 1 Crónicas, IX, 17. [Nota de Dermott].
8 Véase El Templo de Salomón espiritualizado de Bunyan. [Nota de Dermott].
9 Se supone que Jerusalén se encuentra a 2352 millas al Sur/Sur-Este de
67
Ahiman Rezon (1756)
Esos fueron los únicos hombres que han escrito más y mejor sobre
ese tema, y aún todas sus obras juntas no bastarían para un prefacio a
la “historia de la Masonería”; pero para vuestra mayor instrucción,
oiréis a un eminente Hermano que os puede informar de cada detalle
necesario para vuestro actual cometido. Las palabras apenas habían
acabado, cuando apareció un grave y anciano caballero, con larga
barba; vestía un chaleco bordado, y llevaba un peto de oro, montado
con doce piedras preciosas, que formaban un cuadrado largo: fui infor-
mado de que los nombres de las piedras eran Sardo, Esmeralda, Ligu-
rio, Berilo, Topacio, Zafiro, Ágata, Ónix, Rubí, Diamante, Amatista y
Jaspe; sobre estas piedras estaban grabados los nombres de las doce
tribus, es decir, Rubén, Judá, Gad, Zabulón, Simeón, Dan, Asher, José,
Leví, Neftalí, Isacar y Benjamín.
A su entrada, los cuatro viajeros le hicieron el homenaje debido a un
superior; y en cuanto a mí, el lustre de su peto cegó mi vista, de tal
modo que apenas podía mirarle. Pero Ahiman le hizo entender que la
gente de este país era de vista débil, e inmediatamente cubrió su peto
lo cual no sólo me dio la oportunidad de percibirlo más claramente,
sino también de ofrecerle mis respetos de la mejor manera de la que
era capaz; y haciendo una gran reverencia, le presenté el primer volu-
men de la historia de la Masonería, esperando que me hiciese el honor
de leerlo, y rogando su consejo para mi trabajo posterior. Él amable-
mente lo recibió y lo ojeó, mientras yo esperaba impacientemente oír
su opinión, la cual finalmente (para mi mortificación) llegó no más
que a un viejo proverbio hebreo (que Ahiman tradujo así: Te has su-
mergido profundamente en el Agua, y has traído un pedazo de cánta-
ro). No obstante me cogió de la mano, y dijo13: hijo mío, si lo deseas
serás enseñado, y si aplicas tu mente serás inteligente; si amas escu-
char recibirás (doctrina); y si te deleitas escuchando serás sabio: y aun-
que tu historia de la Masonería no sea digna de mención, aún escri-
birás muchas otras cosas de gran servicio para la Fraternidad.
Cierto es (continuó) que la Masonería ha existido desde la Creación
(aunque no bajo ese nombre); que fue un regalo divino de Dios; que
Caín y los constructores de su ciudad eran ajenos al secreto misterio
de la Masonería; que no había sino cuatro Masones en el Mundo
cuando sobrevino el Diluvio; que uno de los cuatro, el segundo hijo de
Noé, no era Maestro del Arte; que ni Nimrod, ni ninguno de sus mura-
dores, sabían nada del tema; y que no hubo sino unos pocos Maestros
del Arte (incluso) en el Templo de Salomón: Por lo cual se ve clara-
mente, que el misterio completo fue comunicado sólo a muy pocos en
aquel tiempo; que en el Templo de Salomón (y no antes) se recibió el
68
Laurence Dermott
69
Ahiman Rezon (1756)
nería: Y como esto es más un accidente que una falta planeada, espero
que el lector lo vea con ojos favorables.
En las siguientes hojas no he insertado nada sino verdades innegables,
que serán encontradas (si se observan) ser de gran utilidad para la
Fraternidad, y asimismo para muchos que no son de la Sociedad; por
último, porque (en gran medida) les mostrará su locura al ridiculizar a
una sociedad fundada sobre religión, moralidad, fraternidad, y buen
compañerismo; y a aquellos de una naturaleza más dulce y mejor pulida,
les da la oportunidad de examinarse a sí mismos, y juzgar cuán dotados
están de las necesarias cualificaciones de un Masón, antes de pedir ser
miembros de la Sociedad.
Cuánto pueda triunfar en este proyecto, no lo sé; pero como mi in-
tención es buena, espero que mis Hermanos y otros aceptarán la volun-
tad por la obra, y la reciban como el óbolo de la viuda fue recibido17;
el cual recompensará ampliamente las molestias asumidas por aquel
que es,
con todo el debido respeto,
el más complaciente,
y humilde servidor del lector,
Laurence Dermott
17 «Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente
monedas en el arca del Tesoro: muchos ricos echaban mucho. Llegó también
una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. Enton-
ces, llamando a sus discípulos, les dijo: “Os digo de verdad que esta viuda po-
bre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro”. Pues todos
han echado de lo que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que nece-
sitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir.» (Marcos, XII, 41-44);
«Alzando la mirada, vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del
Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo:
“De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque to-
dos estos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha
echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir.» (Lucas, XXI, 1-4).
70
CARTAS DE UN MAESTRO SUFÍ
Al-‘Arabî ad-Darqâwî
Carta IV
Poco tiempo después de haber encontrado a mi maestro, éste me
autorizó a iniciar a un cierto erudito que había sido uno de mis pro-
fesores en lectura coránica. Este erudito quería convertirse en el discí-
pulo de mi propio maestro, siguiendo mi ejemplo, e insistió para que
yo le procurase el permiso. Cuando hablé de ello a mi maestro, me res-
pondió: “Cógele tú mismo por la mano, puesto que es por ti que ha te-
nido conocimiento de mí”. Le transmití pues la enseñanza que yo mis-
mo había recibido y ésta trajo frutos gracias a la bendición (barakah),
vinculada a la autorización de mi noble maestro. Sin embargo, como
hube de abandonar Fez para unirme a la tribu de los Benî Zarwâl,
donde había dejado a mis padres, fui separado de él.
En cuanto al maestro, residía siempre en Fez al-Bâlî. Cuando llegó
el momento de partir hacia la mencionada tribu, le dije: “No tengo a
nadie allí con quien pueda tener intercambios espirituales de los que
sin embargo tengo necesidad”. Él me respondió: “¡Engéndralo!”, Co-
mo si pensara que la generación espiritual podía tener lugar por mi in-
termediación, o como si él ya la viera. Volvía a repetir una vez más lo
que había dicho, y de nuevo me respondió: “¡Engéndralos!”. Pues
bien, por la bendición que emanaba de su autorización y de su secreto1,
vino a mí un hombre – ¡que Dios multiplique a sus semejantes en el
Islam! – que, desde el instante en que le di y el medio, fue colmado por
Dios hasta el punto de que alcanzó de golpe la estación espiritual
(maqâm) de la extinción (fanâ) y de la subsistencia (baqâ) en Dios; y
Extracto de las Cartas (cf. Al-‘Arabî ad-Darqâwî, Lettres d’un maître soufi,
uno del otro: descarta la iniciativa individual, haciendo del autorizado el instru-
mento de una voluntad supra-individual, y transmite al mismo tiempo una
bendición, un poder espiritual que actúa en virtud de esta instrumentalidad.
3 La palabra dhikrâ, que aquí traducimos como “recuerdo” comporta, al igual
72
EL APRENDIZ FONTANERO
Anónimo
Cuento popular.
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El Anillo de Oro
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