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HOMILIA MIÉRCOLES DE CENIZA

Queridos hermanos. Comenzamos hoy EL TIEMPO DE CUARESMA, este espacio de cuarenta días en el que
nos preparamos para la gran celebración de la Pascua. "Ahora es tiempo favorable, ahora es día de
salvación", resuenan las lecturas.

Hoy todo nos invita a reconocer nuestra debilidad. ¡Cuánta distancia hay entre nosotros y el Evangelio,
entre nosotros y la vida de fidelidad, entregada totalmente, de Jesús! Hoy, si volvemos la mirada sobre
nosotros mismos, sobre nuestra manera de vivir, de actuar, brotarán desde lo más hondo de nuestro
corazón aquellas palabras que decíamos en el salmo: Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu
inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

Hoy se nos invita a ser sinceros, de verdad, con nosotros mismos. Si nos ponemos ante Dios no podremos
gloriamos de nada. ¡Cuánto nos dominan nuestros deseos y nuestros intereses! ¡Cuántas ganas tenemos
de imponer nuestro criterio y nuestra voluntad! ¡Qué poca capacidad de renuncia (de dinero, de tiempo,
de tranquilidad) para el servicio a los demás! ¡Qué poco nos esforzamos por comprender a los que no son
o piensan como nosotros! ¡Cuán poco presente tenemos a Dios en nuestras vidas!

Hoy todo nos invita a ser sinceros. Pero, al mismo tiempo, todo nos invita también a no quedarnos
encerrados en nuestra sinceridad. Si hoy sólo nos dedicáramos a mirar nuestras vidas para darnos cuenta
de nuestros fallos y de nuestra infidelidad al Evangelio, quedaríamos, con toda seguridad, destrozados.
Porque, en verdad, si nos comparamos con Jesús, nuestra debilidad y nuestra infidelidad es grande,
inmensa. Por eso, hoy, reconocer la propia infidelidad es a la vez levantar los ojos a Dios con toda
confianza, con toda la fe: ¡Misericordia, Dios mío, por tu bondad!

En este inicio de la Cuaresma, tenemos que lanzarnos una mirada introspectiva y reconocer nuestro
pecado. Y, al mismo tiempo, mirar hacia Dios, nuestro Padre, y reafirmar nuestra confianza en su amor.
Hoy, la imposición de la ceniza sobre nuestra cabeza será esta señal de reconocimiento. Será como decir:
somos débiles, somos pecadores. Pero no será decírnoslo a nosotros mismos, no será decirnos que no hay
nada que hacer, que no hay salida. Será decirlo ante Dios, reconocerlo ante Dios. Y decirlo y reconocerlo
ante Dios es decir y reconocer que en él está el perdón, la vida, la salvación, el amor inagotable.

Convertirse quiere decir volverse hacia Dios. Supone más un dirigirse hacia Alguien que llama que un
desprenderse del egoísmo y optar por una nueva concepción de la vida. Para acoger un mensaje, hay que
elevar ante todo los ojos hacia el mensajero. Por este motivo, Jesús hizo una llamada a la conversión en el
momento en que iba a anunciar a los hombres la Buena Nueva del Reino de Dios, y Pedro reitera esa
misma llamada el día de Pentecostés. La conversión, a la que somos invitados, consistirá, ante todo en una
intensificación de nuestra relación personal con Jesús.

La Cuaresma: no es una simple devoción, ni sólo unos días de mortificación, ni mucho menos un tiempo de
"tristeza" y aflicción. Cuaresma es un programa, un camino para revisar y renovar nuestro ser cristianos,
que consiste radicalmente en vivir la vida de Cristo ya desde ahora, mientras somos peregrinos y
testimonios del Reino de Dios.
La triple dirección de la conversión que apunta el evangelio:
La limosna, que hoy podríamos traducir con caridad, solidaridad, asistencia social, voluntariado, es decir,
todas las formas posibles de ayuda al necesitado. Jesús nos enseña el estilo propio de hacer caridad: en
secreto, sin ostentación alguna, buscando únicamente complacer a Dios y llevar a cabo en el mundo su
santísima voluntad.
La oración, es decir, todo el conjunto de actividades espirituales que ligan al hombre con Dios. Desde la
santa Misa a la oración privada, desde la meditación a la oración litúrgica, desde el sacramento de la
penitencia a las diversas formas de religiosidad popular.
Para el cristiano lo que cuenta es que, cualquiera que sea la actividad espiritual, sea un verdadero
encuentro con Dios Padre en la intimidad del corazón.
El ayuno, o sea, todo aquello que implique renuncia de uno mismo, desprendimiento de sí para ganar en
disponibilidad para con Dios y para con el prójimo. Pueden ser los sacrificios voluntarios, las pequeñas
molestias de la vida de cada día, el asumir con decisión y coraje las pruebas de la vida, la lucha constante y
valiente contra las tentaciones... El verdadero ayuno no tiene que ver con dejar de comer algún alimento.
El verdadero ayuno es ayunar a los chismes, a ofender a los demás con nuestras palabras o acciones, a ser
injustos y prepotentes, ayunar a hacernos daño a nosotros mismos y a los demás, ayunar a la mentira, al
sexo sin amor, a perder la vida en tonterías.
Como dice la canción “color esperanza” de Diego Torres, Todo es posible. Saber que se puede, querer que
se pueda. Es posible un cambio en nuestra vida. Es necesario u cambio en nuestra vida.

Que este tiempo de Cuaresma que hoy comenzamos sea un tiempo de gracia y de renovación del corazón.
Que María nuestra Madre nos acompañe en este camino cuaresmal. Que Sí sea.

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