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El Bosque de Las Gracias y Sus Pasatiempos (1 Hoja) (PDF Ebook Central) Raices de La Antropologia Economica - Moreno Feliu, Paz
El Bosque de Las Gracias y Sus Pasatiempos (1 Hoja) (PDF Ebook Central) Raices de La Antropologia Economica - Moreno Feliu, Paz
Introducción ......................................................................................... 11
I
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL
1. Variaciones en torno al capitalismo.................................................. 21
2. La ideología económica y la representación de la sociedad ............... 45
Contrapunto I. Pasatiempos indianos .................................................... 71
II
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA
3. Rupturas antropológicas .................................................................. 113
4. Principales orientaciones teóricas ..................................................... 145
Contrapunto II. Pasatiempos marginales ............................................... 171
III
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES
I
IV
7E
gusta realizar sus análisis a partir de modelos en los que las condiciones
se mantengan siempre igual (el célebre ceteris paribus de sus manuales),
mientras que a los antropólogos les entusiasma exponer tantas variacio-
nes, que, al final, sus modelos solo muestran que las diferencias socio-
culturales entre unos pueblos y otros son de tal calibre y tan cambian-
tes, que cada etnógrafa1 podría convertir el caso que ha estudiado en
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EL BOSQUE DE LAS GRACIAS Y SUS PASATIEMPOS
tropólogas, o los estudiantes y las estudiantes) alarga innecesariamente las frases, en este
libro utilizaremos los plurales al azar: unas veces en masculino y otras en femenino. El
principio que aplicamos es el mismo que se sigue cuando, si en una reunión hay ocho an-
tropólogas y dos antropólogos, hablamos en masculino de los «antropólogos», ocultando
la presencia de antropólogas. En este texto, como ya he hecho en otros, cuando se habla
de antropólogas incluimos también a los antropólogos.
2. Las distinciones del castellano entre entidades políticas, pueblos y gentilicios si-
guen las clasificaciones lingüístico-políticas europeas. Sin embargo, su peculiaridad las invali-
da para albergar bajo sus reglas a otros pueblos carentes de Estado, de nación o de cualquier
otra definición política occidental específica. Al presentar estas categorías indiferenciadas,
sus nombres, ya sean Kwakiutl, Nuer o Bemba, indican tanto la «nación», el «territorio» y
el «grupo étnico» como su gentilicio. Para evitar confusiones y usos etnocéntricos, escri-
biremos sus nombres con mayúsculas.
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INTRODUCCI”N
mundos aparte: «el civilizado» que cuenta con el capital como motor eco-
nómico y «el primitivo» que mantiene como motor simbólico y social la
gracia del don y de los regalos. Ambos mundos participan de una mis-
ma dinámica porque forman parte de la conjunción histórica en que se
dieron los sucesivos encuentros o encontronazos con unos pueblos que
los europeos del momento habían considerado genuinamente «primiti-
vos». Antes de seguir, para evitar malentendidos, sería conveniente pun-
tualizar las razones por las que, a pesar de que la antropología actual
ha descartado el significado que le habían otorgado los antropólogos y
folcloristas del XIX, todavía recurramos —entre comillas— al término
3. El término «economía» lo habían creado pocos años antes los fisiócratas franceses.
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EL BOSQUE DE LAS GRACIAS Y SUS PASATIEMPOS
«primitivos». Para ello, nada mejor que las atinadas consideraciones del
antropólogo Ignasi Terradas:
Ni la tradición etnológica ni la de la antropología social y cultural han conse-
guido hallar un término más unívoco para designar esas sociedades. A veces
se han utilizado calificaciones carenciales como «ágrafas» o «sin Estado»
que no dicen nada de positivo y evocan un evolucionismo unilineal (hacia la
escritura o el Estado) a menos de que se esté hablando de la situación peri-
férica de estas sociedades respecto a un Estado o dominio político análogo.
Nosotros retenemos el término, primero, para saber de qué estamos ha-
blando y, segundo, para intentar hablar de ello de acuerdo con la tradición
etnográfica. Criticamos la noción de primitivo como poco desarrollado o
poco sujeto a cambios históricos, pero retenemos el concepto, sobre todo,
para significar que en determinadas sociedades se da el contexto holístico
o de mayor fusión entre instituciones o actividades que en otras sociedades,
como la nuestra, se hallan más diferenciadas (económicas, morales, jurídicas,
religiosas, familiares, terapéuticas, políticas, artísticas...) (Terradas, 2008: 37).
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INTRODUCCI”N
4. Eran fieles al modelo que a partir de Lovejoy denominamos «la gran cadena del ser».
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EL BOSQUE DE LAS GRACIAS Y SUS PASATIEMPOS
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INTRODUCCI”N
6. http://www.ub.edu/reciprocitat/GER_WEB_CAS/Presentacion/GER_Presen-
tacion.htm.
7. Gran parte de las páginas que siguen tiene su origen en los siguientes proyec-
tos de investigación, dirigidos y coordinados por Susana Narotzky: La reciprocidad como
recurso humano (PB 98-1238); Culturas de la responsabilidad en los ámbitos económico
y político: moralidad, reciprocidad y circulación de recursos (BS0 2003-06832) y Formas
de regulación de la responsabilidad económica y política: entre la formalidad y la infor-
malidad (MICINN Programa Nacional de Ciencias Sociales, Económicas y Jurídicas. SEJ
2007-66633SOCI).
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EL BOSQUE DE LAS GRACIAS Y SUS PASATIEMPOS
Estoy segura de que los apoyos y ánimos que me han hecho llegar
mis amigos, así como la asombrosa paciencia de que hacen gala Suso y
Áurea, merecerían como contraprestación que no existiese ningún error
en este libro: pero, en el reparto de favores que han hecho las Gracias a
mí, me ha tocado en suerte que todos los que aparezcan sean exclusiva-
mente obra mía, a pesar de las ayudas y comentarios que me han hecho
llegar quienes, como Ana Rodríguez, Ignasi Terradas, Ubaldo Martínez
Veiga, Carlos Solís, Susana Narotzky, Juan Aranzadi, Manolo Fraijó o
Beba Picado, han leído partes del texto.
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1
Es un análisis que posee interés intrínseco, pero que también nos pon-
drá en guardia ante la pretensión etnocéntrica de aplicar a otras culturas
presentes o del pasado —e incluso, como veremos, a la nuestra propia—
las representaciones ideológicas con las que nos interpretamos a noso-
tros mismos.
El término «economía», derivado del griego oikos, significaba en la
Grecia clásica el cuidado de la casa y, por extensión, las normas y me-
dios para que el padre de familia —o, en su falta, el pariente masculino
más próximo— llevase a cabo una buena administración del patrimonio
doméstico. Su utilización para referirse a uno de los sentidos que hoy le
damos a esta palabra —el estudio de la producción, distribución y con-
sumo de bienes y servicios dentro del sistema de mercado— no aparece
hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando en varios países de Europa se
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
1. Las lectoras que deseen seguir un desarrollo de las teorías económicas clásicas,
tal y como las formulan los historiadores de la economía, podrán consultar, además de
Dowd (2000), a Naredo (1996), Galbraith (1989), Napoleoni (1974) o la monumental
historia económica de Schumpeter (1982).
2. Bernard Mandeville, en su Fábula de las abejas (1714), postula que vicios priva-
dos, tales como el consumo de bienes de lujo, no dar limosnas o no compartir las cosas,
generan virtudes públicas porque repercuten en la producción, en el comercio internacio-
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nal y en las finanzas. No es de extrañar que M. Mauss al final del Ensayo sobre el don —en
el apartado «Conclusiones económicas y sociológicas»—, sitúe con precisión el momento
del triunfo utilitarista y de la «noción del interés individual», característicos del capitalis-
mo, en la Fábula de las abejas.
3. La tierra trabajada por los campesinos europeos, por ejemplo, solía estar bajo
un régimen de enfiteusis, como era el caso de los foros gallegos, que no se abolieron hasta
pasado el primer cuarto del siglo XX, mediante el que se cedía por un tiempo —la vida de
tres reyes, por ejemplo— el dominio útil de una finca a cambio de un canon o foro que
la familia campesina tendría que pagar. De esta forma, los «derechos» sobre la tierra se
fragmentaban entre quienes tenían el dominio directo y el útil. Pero cualquiera de estos
dominios no equivalía a lo que entendemos, desde la adopción en casi todos los países eu-
ropeos del código napoleónico, por «propiedad». Otros problemas derivados de la forma
de «propiedad» tradicional serían el de quién tenía los derechos, si la familia —como parte
de un linaje— o la persona que —transitoriamente— los disfrutaba; así como la imposibi-
lidad que existía en muchas sociedades antiguas de que un mercader con dinero pudiese
adquirir ningún derecho sobre los símbolos de estatus y poder, como pudiera ser la tierra,
montar a caballo, vestirse con ropas de seda o lucir joyas en público.
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VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
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VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO
4. Una «nube de palabras» (word cloud) es una representación visual de las palabras
que conforman un texto, donde el tamaño de la fuente es mayor para las palabras que
aparecen con más frecuencia.
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
5. Los autores marcados con asterisco (*) remiten a la antología de textos recogi-
da en el volumen Entre las Gracias y el molino satánico (22011), cuyo índice figura al final
de este libro.
6. Desde la perspectiva que hemos adoptado, carece de sentido la persistencia de cier-
tas tesis históricas, derivadas del evolucionismo unilineal, que analizan el capitalismo basán-
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VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO
dose en las carencias de los distintos países con respecto al modelo: así se explica el «atraso
económico» porque en un lugar X no había habido burguesía o Revolución Industrial.
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
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VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO
7. La reproducción de esta gran masa de pobres sentaría las bases de las preocupa-
ciones de Malthus y la obsesión de las élites por el alarmante número de hijos que tenían
los miembros «genéticamente» peor dotados de la sociedad: en el discurso inglés, las clases
bajas sufrían estigmas similares a los que tenían los afroamericanos en la sociedad estadouni-
dense.
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VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO
La economía moral
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VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO
9. Resulta interesante que las informaciones reales que tenemos sobre las protestas
provienen de sus oponentes religiosos. Así, parte de las críticas lanzadas contra disidentes
como W. Blake, se entremezclan de acusaciones malintencionadas sobre sus «escandalo-
sos» hábitos de vida, como, por ejemplo, que en sus casas practicaban el nudismo para
demostrar que mantenían la pureza anterior a la caída.
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
Disidencia difusa
Por último, antes de concluir estas breves notas sobre las diversas prác-
ticas de resistencia, sería conveniente que nos adentrásemos en las res-
puestas de la gente a la gran transformación —dada la coincidencia entre
la apropiación de los comunales y de la expansión colonial— desde una
perspectiva transcultural y aclarar cuál podría ser el sentido analítico de
la palabra «resistencia». En este sentido, me gustaría traer a colación el
planteamiento que realizaran los Comaroff (1991) en su estudio de la
frontera sur de Tswana cuando se habían establecido allí misioneros no
conformistas a finales del XIX.
En su monografía comprobaron que no existía una confrontación
entre dos partes —misioneros/Tswana—, sino que lo que se produjo fue
un auténtico esfuerzo para adecuarse a la comprensión de un mundo cam-
biante:
Esto les lleva a formularse varias preguntas que han tenido respues-
tas muy variadas en la práctica: ¿es necesario que un acto tenga una
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VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO
Mientras las iglesias de las misiones estuvieron abiertas tanto para los euro-
peos como para los africanos, la sospecha tenía poco apoyo, porque todos
podían comprobar que los europeos bebían vino y comían pan, como ellos
mismos. Pero cuando los europeos de la ciudad empezaron a congregarse
en iglesias separadas, excluyendo a los africanos de sus servicios religiosos,
creció la sospecha de que las ceremonias que celebraban eran diferentes y
mucho más amenazantes. Más o menos por la misma época en la que se
estableció la primera barrera racial [en las iglesias del Cinturón del Cobre],
los africanos comenzaron a acusar a los europeos de ser banyama, los hom-
bres de la carne, que capturaban a los africanos para comérselos y beberse
su sangre (Fox-Pitt, en Moreno Feliu, 2010 b: 110-111).
Puede resultar paradójico que el interés de los antropólogos por las «notas
etnográficas» de Marx (Krader, 1988), por el reconocimiento a Morgan10,
por la reconstrucción de los modos de producción (Clammer, 1985) o por
cómo interpretar el «modo de producción asiático» (Sofri, 1971; Llobe-
ra, 1980) para dilucidar si Marx y Engels eran evolucionistas unilineales
o multilineales, vaya acompañada por la ausencia de reconocimiento a
los estudios concretos que, sobre todo Engels, llevó a cabo en las ba-
rriadas obreras de Manchester, muchos de cuyos datos impregnan varios
libros de El Capital. Sin embargo, estos estudios muestran muchísimos
más puntos de confluencia con la investigación etnográfica actual que
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
12. Pensemos en obras de Marx incluidas en los Grundrisse, como Las formaciones
económicas precapitalistas (2004) o en la célebre de Engels El origen de la familia, la pro-
piedad privada y el Estado, comparadas con sus propias aportaciones a la economía polí-
tica del capitalismo o a la antropología urbana.
13. El vizconde demediado, forma parte de la trilogía Nuestros antepasados. En este
relato Italo Calvino cuenta la historia del vizconde Medardo de Terralba, a quien, en el
transcurso de una batalla contra los turcos, una bala de cañón había divido en dos mi-
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tades, una formada por el lado izquierdo y otra por el derecho del antiguo vizconde. El
resultado inesperado de la escisión del vizconde Medardo de Terralba fue la aparición de
dos seres independientes: el malvado Gramo, salvado en el campo de batalla por los mé-
dicos militares, y el altruista Buona, cuyas heridas habían curado unos ermitaños. Cuando
ambos vizcondes regresan a sus propiedades —uno al castillo, otro al bosque—, las gentes
con quienes se relacionan encuentran a ambos igualmente inquietantes: a uno por su per-
versidad; al otro, por su bondad ilimitada.
14. En ellas siempre sale a relucir la ayuda de todo tipo que le presta a Marx o su
vida cotidiana en la cuna de la Revolución Industrial, emparejándose con una obrera irlan-
desa, fuera de las normas vigentes.
15. Tampoco es el único caso: Robert Owen, socialista de los llamados por Marx y
Engels utópicos, con el dinero obtenido como empresario puso en marcha muchos proyec-
tos de cooperativismo obrero, además de sus experiencias en New Lanark como comu-
nidad industrial modelo, donde las fábricas textiles no eran incompatibles con casas bien
construidas y espaciosas para los obreros o la prohibición del trabajo infantil, mientras
creó todo tipo de centros sociales, educativos para niños —también el primer jardín de
infancia—, sanitarios, cajas de ahorros cooperativas, etcétera.
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VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO
padre desde Alemania, afianza su papel durante más de veinte años como
socio de la fábrica textil, mientras, según su propia confesión, disfruta-
ba del champán y de las aristocráticas cacerías del zorro (Hunt, 2011):
al igual que el vizconde demediado, sus ideas políticas no interferirían
en su irreprochable labor como capitalista, aunque nadie nos aclara si
esta doble faceta causaba inquietud entre capitalistas y comunistas. Pero
¿existía realmente esta separación radical?, ¿no había correspondencias
entre ambas mitades?, ¿no sería posible relacionar lo que veía en las
fábricas de Manchester con su percepción social de lo que había de con-
denable en ellas?
Cuando el joven Engels llega a Manchester, queda tan impresionado
por el medio social que le rodea, que escribe su primera obra conocida:
La situación de la clase obrera en Inglaterra. Su interés central16 era ana-
lizar ese todo llamado capitalismo y cómo el triple proceso de concen-
tración del capital, polarización del sistema de clases y la urbanización
galopante se podía observar en una de sus regiones clave como era el
Gran Manchester de ese momento histórico preciso: la economía política
hegemónica y sus interpretaciones, la sociedad burguesa, la desposesión
de los trabajadores en la división de clases, el sistema fabril, el modo de
vida de los obreros ante la pobreza extrema y la falta de alternativas del
sistema, los problemas de salud y alcoholismo, la miseria que sufrían las
mujeres y sus hijos, así como un larguísimo etcétera presente con todo
detalle en su obra. El análisis se basa en la conjunción de diversos infor-
mes sanitarios, gubernamentales, industriales y periodísticos con ciertos
datos empíricos a pie de calle, obtenidos, elaborados e interpretados por
Engels mismo. Describe las fábricas, lo que queda de la antes potente
clase de artesanos o la explotación de modistas y costureras. También
cuenta el papel de los diversos intermediarios y las consecuencias de la
externalización (Hobsbawm, 2011: 89-100).
Su labor de reconstrucción de cómo malvivían los trabajadores en
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He vivido bastante tiempo entre vosotros, de modo que estoy bien informa-
do de vuestras condiciones de vida; he estudiado los diferentes documentos
oficiales y no oficiales que me ha sido posible obtener; este procedimiento
16. Es importante notar que su libro escrito en 1845, cuando Engels tenía veinticin-
co años, no sería traducido al inglés hasta que saliera la edición americana en 1886. Este
hecho da cuenta de la relativa oscuridad en que habían trabajado Marx y Engels.
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VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO
17. En su magnífico análisis sobre la creación del concepto neutro de «blancos», ex-
cluyendo una larga historia de conflictos y una larga época en la que casi todos los escla-
vos eran «blancos», N. Painter, al señalar la confluencia que se dio en América entre la
esclavitud procedente de África y los penados ingleses e irlandeses, recuerda que quien
se convertiría en prototipo del Homo economicus, Robinson Crusoe, antes del naufragio
en la isla que da origen a la novela había sido tratante de esclavos y él mismo un esclavo
durante dos años en Salé, Marruecos (2010: 38).
18. En el mismo libro, traza la antibiografía de la Margarita de Goethe y de la poesía
de Leopardi.
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20. En el «Contrapunto II» explicamos sucintamente los principios básicos del mar-
ginalismo.
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
Para pagar las costas, Eliza había tomado dinero del que tenían para
pagar el alquiler, y como no encontraba trabajo, no le quedó más reme-
dio que empeñar de nuevo la pasamanería de unas camisas para poder
pagar la casa. Jenny, su hermana mayor, le había pedido un chelín al case-
ro para evitarle la cárcel.
Un día antes de que acabase el plazo, se presentó el casero que les
reclamó dos semanas de alquiler (diez chelines) más el otro chelín que
le había prestado a su hermana. Asustadas ante su posible reacción, las
hermanas querían evitar a toda costa que su padre conociese el círculo
angustioso en que se encontraban. Ese mismo día Eliza y su hermana
Mary Ann se fueron a Londres a buscar trabajo: necesitarían, al menos,
la producción de cinco días para poder hacer frente a los pagos que les
vencerían al día siguiente.
A las cuatro de la tarde su otra hermana, Jane, salió preocupada a
buscarlas sin encontrarlas. Pasadas las nueve de la noche regresaron Eliza
y Mary Ann, pero durmieron en el patio, para evitar a su padre. A las
cinco de la mañana se levantaron para dar un paseo por los canales. Se
cruzaron con un trabajador, mientras Eliza le confesaba a su hermana
que no le quedaba más remedio que entregarse a la policía e ir a la cárcel.
A las seis y cuarto de la mañana de ese 21 de agosto, cuando pasea-
ban por el puente de Deptford, repentinamente Eliza sacó un pañuelo,
se tapó con él la cara, se lanzó al canal y acabó con sus dieciocho años
de vida; Mary Ann quiso rescatarla, pero se hubiese ahogado también si
no hubiese intervenido el trabajador con quien se habían cruzado mien-
tras deambulaban por los canales.
Dos horas después aparecería su cadáver. En el juicio que siguió para
esclarecer su muerte, su padre declaró que ignoraba los problemas de
sus hijas y que todas ellas habrían sido unas buenas criadas domésticas,
pero que nunca habían podido pagar las cantidades empeñadas para po-
der hacer las camisas, porque «trabajaban sin cesar en un círculo vicio-
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Ante la historia, Eliza Kendall parece haber muerto con un gesto de pudor
frente a los abusos, las pretensiones y el embrutecimiento de una época, la
de los orígenes de la civilización occidental contemporánea. Una civiliza-
ción con proyectos y realizaciones que han hecho ocultar el rostro a más de
una Eliza (Terradas, 1992: 27).
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22. Nos referimos, claro está, a su trabajo mismo que, como resulta evidente, está
incrustado en una cadena que sería incomprensible sin tener en cuenta el impacto de la
Revolución Industrial: las telas, imprescindibles para la confección de las camisas, sí que
provenían de los telares industriales, como seguramente también los salarios y el modo de
vida de los obreros que adquirían las camisas.
23. Esta es una situación muy corriente en sectores como el textil o la construcción.
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LA IDEOLOGÍA ECONÓMICA
Y LA REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD
Debemos a Karl Polanyi que haya planteado como uno de los problemas
analíticos más relevantes de la antropología económica la necesidad de
averiguar y comparar el lugar que ocupa la economía en las distintas so-
ciedades no solo desde el punto de vista de las instituciones concretas
existentes, sino también desde el de la representación que de ella hacen
quienes viven en esa sociedad. Muchos antropólogos que pretendían bus-
car una respuesta a ese problema se encontraron con que la imagen que
tiene la gente de otras culturas de lo qué es la economía no se corres-
ponde con el papel inequívoco que ocupa en la nuestra.
Uno de los antropólogos que, tras investigar el sistema de castas
en la India, consideró necesario contrastar el modelo indio con el nues-
tro ha sido Louis Dumont, quien examinó el Homo aequalis a partir
de lo que había averiguado en la India sobre el Homo hierarchicus:
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
ricana llama «cultura» por oposición a «sociedad», pero con una importan-
te diferencia. En efecto, para desprender la significación comparativa de la
ideología es esencial hacerles su sitio a los rasgos sociales no ideológicos,
que, en la concepción americana, caerían del lado de la «sociedad», fuera,
por tanto, del análisis de la «cultura» (1982: 19).
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LA IDEOLOGÕA ECON”MICA Y LA REPRESENTACI”N DE LA SOCIEDAD
2. Algunos elementos del individuo como valor aparecen en ciertos aspectos extra-
mundanos presentes en algunas religiones, fundamentalmente en el cristianismo y en el
renunciante budismo. Las sociedades medievales cristianas, como veremos enseguida, tenían
una ideología holista, sobre todo en las relaciones entre los vivos, pero, como la salvación
en el otro mundo es individual, el modelo puede considerarse un precedente del concepto
moderno de individuo: a partir del momento en que los componentes extramundanos del
«individualismo cristiano» se convirtiesen en intramundanos (Dumont, 1987).
3. Según Dumont, al presentar un par de opuestos en una escala jerárquica, como, por
ejemplo, puro-impuro, en tanto que principios estructurantes de la casta, la relación entre
ambos se establece en términos en que el situado en la escala superior engloba a su oponen-
te. De hecho, «Dumont entiende por jerarquía no una cadena de mando o de individuos de
dignidad decreciente, sino una relación de ‘englobamiento de su contrario’» (Stolcke, 2001).
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LA IDEOLOGÕA ECON”MICA Y LA REPRESENTACI”N DE LA SOCIEDAD
Medievo, por pasarme investigaciones que pensaba que me podían interesar y por acertar
siempre.
6. Los judíos tenían un estatuto especial. La coexistencia de las tres religiones en
los reinos ibéricos es un caso particular, que ya hemos tratado en otro lugar (Moreno Fe-
liu, 2010b).
7. La usura —de la que en el Medievo se solía hablar en plural— no es sinónimo
de interés ni de beneficio, sino del lucro relacionado con el préstamo del dinero, porque,
como señala Le Goff (1987), la usura aparece cuando no hay producción o transformación
material de bienes concretos, en una concepción según la cual el dinero es considerado
infecundo. Santo Tomás de Aquino, en la misma línea que Aristóteles, afirma: «la moneda
fue inventada principalmente para los intercambios; de manera que su uso primero y pro-
pio es ser consumida, gastada en los intercambios. Por consiguiente, es injusto en sí recibir
un pago por el uso del dinero prestado; en eso consiste la usura» (Le Goff, 1987: 41-42).
8. A veces existe cierta confusión sobre si el término agape —para referirse al amor—
sería intercambiable por el latino caritas (o su versión helenizada charites). En los textos
medievales y renacentistas que hemos manejado la virtud se denomina caritas. También
en la Inglaterra reformada, la Biblia del rey Jaime no utiliza agape, sino caritas. Por otra
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
CARIDAD, latine charitas, vale dilección, amor, según algunos, haziendo dife-
rencia de la dicción escrita con h, aspiración o sin ella, charitas vel caritas.
Según los teólogos, charitas est rectissima animi affectio qua diligitur Deus
propter se, et proximus propter Deum. Vide Sanct. Thom. 3 Sententiarum
dist. 279. También se toma vulgarmente caridad por la limosna que se haze
al pobre, a la cual nos mueve el amor y la compassión del próximo, en orden
a Dios, como está dicho.
parte, la evolución del término en castellano no deja dudas sobre el origen de la palabra
caridad.
9. Es decir, Covarrubias se apoya en Tomás de Aquino para definir teológicamente
la caridad como la disposición para amar a Dios y al prójimo, en el mismo sentido que
expondremos en el texto.
10. La idea aparece ya en la primera Epístola de Juan (4, 8 y 4, 16) o en san Agustín.
11. Gratuita, de gracia, en el sentido que le da Covarruvias como «el beneficio que
hazemos o que recebimos, y assí dezimos: Yo os hago gracia de tal y tal cosa; y el que recibe
la gracia la acepta por tal. Oponese en cierta manera a justicia, porque lo que yo os saco
por justicia y tela de juycio, ni grado ni gracias». Es decir, la gracia, que se obtiene porque
sí, tiene un código no solo distinto, sino opuesto al de la justicia que se obtiene como parte
de un derecho reconocido. Universal porque el cristiano —término que, como valor, en el
Medievo sería similar al moderno de ciudadano— tendría que practicar la caridad con
todos sus prójimos, incluidos sus enemigos.
12. Como se manifestaría en la encarnación que sería un don gratuito del Hijo por
el Padre y un don de Cristo por sí mismo.
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de las cuales circulaban los bienes más relevantes. Por ejemplo, entre las
prácticas derivadas de la caridad hemos de contar tanto la limosna, cul-
tivada a gran escala durante todo el periodo, como la inmensa cantidad
de riqueza, en su sentido del poder ejercido sobre los hombres —tie-
rras y siervos—, que en forma de fundaciones se transfería a iglesias y
conventos, en gran parte como donaciones pro anima14. De la ecuación
13. Caritas enim causa est et mater omnium virtutum (Pedro Lombardo, Senten-
tiae, III, 23, 9) o caritas est mater omnium virtutum et radix, inquantum est omnium vir-
tutum forma (Tomás de Aquino, Summa theologica 1-2 q. 62, a. 4). Ambas citas proceden
de Guerreau-Jalabert (2000: 36).
14. Es decir, desde el punto de vista del donante lo que se pretende con estas grandes
donaciones es salvar su alma y la de sus familiares en la otra vida, anticipando su salida del
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purgatorio. A partir del siglo XIII los comerciantes de los burgos que se habían enriquecido
continuarían la tradición de las grandes familias nobles y harían enormes provisiones a las
fundaciones.
15. Véase su definición más adelante, en el epígrafe titulado «La amistad, la antidora
y la jerarquía».
16. Es decir, los pobres de Cristo.
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17. Desde un punto de vista «moderno» estas luchas medievales serían inclasifica-
bles: hablaban de la resistencia política, de la redistribución de la riqueza o de las eleccio-
nes morales en términos que para nosotras evocan una extraña mezcolanza de escato-
logía cristiana, interpretaciones de preceptos religiosos, regulaciones gremiales, jerarquías
políticas o un acceso desigual a los recursos derivado de las reglas de parentesco, de las de
herencia y de la ideología del género.
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Llegados a este punto, estaría bien que diésemos un paso más en la con-
textualización de la caritas para adentrarnos en esa serie de principios
que, utilizando un lenguaje religioso, estructuraban las relaciones de po-
der y sus resortes en las instituciones jurídico-político-morales. En un
fascinante libro sobre la gracia en el campo del derecho, el historiador
portugués Antonio Hespanha (1993) señala cuáles eran las palabras cla-
ve del momento, para usar la expresión de Raymond Williams, es decir,
aquellas que poblaban los discursos cultos sobre la sociedad. A menudo se
trataba de lecturas que hicieran los escolásticos a partir de las definiciones
de Aristóteles, pero su campo semántico —la gracia como argamasa de las
relaciones sociales— era una versión cristiana de las siguientes nociones:
amistad (amicitia), liberalidad (liberalitas), caridad (caritas), magnificen-
cia (magnanimitas), gratitud (gratitudo) y servicio (servitium). ¿Qué sig-
nificaba la amistad o, más bien, cómo afectaba la relación «ser amigo
de» en las transacciones con interés o préstamos? ¿Cómo se oponía la
gracia al interés o a la usura?
En su análisis de un texto de mediados del XVII, Tratado de mutuo y
usura, obra de un oscuro y anónimo moralista sevillano, el jurista B. Cla-
vero (1991: 7-11) encuentra un perfecto resumen de cómo se aplicaba
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18. Antidora, significa, como señala María Moliner, «la obligación natural de corres-
ponder a los beneficios recibidos». Una de las mejores explicaciones de en qué consistía la
antidora la formularía con toda precisión don Quijote al liberar a los galeotes: «De gente
bien nascida es agradecer los beneficios que resciben y uno de los pecados que más a Dios
ofende es la ingratitud» (Clavero, 1991: 189).
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19. Esta visión de la usura en la que la intención está por encima del precio al que se
había hecho el préstamo, no es más que una extensión de los cambios en la confesión y en
la noción de pecado que, según Le Goff, se habían introducido en la Iglesia a partir de la
obligación, acordada por el IV concilio de Letrán (1215), de que todo cristiano confesase
una vez al año, en Pascua Florida. A partir de entonces se introduce, junto con el purgato-
rio, una nueva justicia penitencial: el penitente debe realizar un examen de conciencia,
es decir, explicar su pecado aportando datos sobre todas las circunstancias (familiares,
sociales, profesionales e intencionales) y el confesor debe conseguir el reconocimiento, la
contricción del pecador, es decir, que el penitente distinga los grados de gravedad de los
distintos pecados: «Los pecadores que mueran en estado de pecado mortal irán al lugar
tradicional de la muerte, del castigo eterno, el infierno. Aquellos que mueren cargados
solo de pecados veniales pasarán un tiempo más o menos prolongado de expiación en un
lugar nuevo, el purgatorio, y una vez purificados, purgados, abandonarán el purgatorio
para entrar en la vida eterna, el paraíso... a más tardar en el momento del juicio final»
(Le Goff, 1987: 17). En los exempla de confesiones, analizados por Le Goff, los casos de
usura ocupan un lugar primordial.
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20. Bien pudiera ocurrir que la fórmula que recalca que el préstamo (mutuum) se ba-
saba en la gracia y en el amor o en la amistad para no incurrir en usura, resultase una tapa-
dera que ocultase que el prestamista cobrase intereses. Porque de las prohibiciones expresas
no se sigue que no hubiese transgresiones: un ejemplo sería el adulterio, prohibido, pero
probablemente practicado. Por otra parte, existían muchos matices que impedían el recha-
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res, los inferiores tenían que corresponder, pero nunca podrían alcanzar
la equivalencia. Ya se expresase en términos de amistad, de parentesco
—con la familia doméstica o la religiosa— lo que se desprende es una
sociedad «de patronazgos y clientelas», en la que «Mercado y Estado,
con la singularidad de las mayúsculas, ni siquiera están en el horizonte
de esa cultura» (ibid.: 194). Puede, como señala Clavero, que todo el
sistema nos suene a la práctica del clientelismo23, del «amiguismo» o sim-
plemente de un intercambio de favores que desde la perspectiva actual
denominaríamos corrupción política, pero no nos confundamos porque
«puede que materialmente representen unas conductas similares, pero
históricamente no conforman unas mismas realidades. No se las puede
equiparar. Son dos sistemas distintos. [...] Tampoco se ha asistido a la con-
cepción y gestación de novedades económicas, ya se diga globalmente
del capitalismo, ya concretamente de su elemento bancario. Entre uno
y otro sistema habría ulteriormente de producirse una sustitución, gran
transformación o simple revolución que a su vez se diga» (ibid.: 195).
nada leibniziana:
23. Puede resultar interesante la lectura del artículo de Joan Frigolé sobre el caci-
quismo (Frigolé*).
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Para Locke era posible una sociedad compuesta por una yuxtaposición de
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Marx25 dividió su actividad en dos campos distintos: por una parte, como
intelectual, se había impuesto la misión de explicar el funcionamiento del
capitalismo; por otra, como activista político, rechazaba profundamen-
te el sistema que estudiaba.
Marx sintetiza tres tradiciones intelectuales: la de Malthus, Ricardo
y el resto de representantes de la economía política inglesa; la del socia-
lismo francés, sobre todo en la versión de Proudhom y la de la filosofía
alemana clásica (Hegel y Feuerbach), origen de su concepción de la dia-
léctica como un proceso de transformación constante.
Así como la obra de Marx aparece como un diálogo crítico con los eco-
nomistas políticos, con los filósofos alemanes y con los representantes de
los movimientos políticos contrarios al capitalismo, nadie posterior pue-
de ignorar sus aportaciones. Las discusiones de otros intérpretes pueden
considerarse, a su vez, diálogos críticos con Marx (Palerm, 1980: 17-33),
porque, como señala Dwod, nadie ha producido una obra sobre el capi-
talismo del alcance de la de Marx:
No quiero decir que Marx tuviese razón en todo o que hubiese estudiado
todo lo necesario: ni lo hizo ni hubiera podido hacerlo sobre su propia épo-
ca, para no hablar de la nuestra. Lo que sí logró fue socavar la superficie, que
muestra una apariencia dispersa del proceso capitalista y presentarlo como
un todo orgánico, compuesto por «partes entrelazadas» y relacionadas diná-
micamente, dotado de grandes poderes, grandes necesidades, y —se quie-
ra o no— grandes consecuencias positivas o negativas (Dwod, 2000: 86).
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25. Karl Marx (1818-1883) es una figura cuya vida bastante oscura poco tiene que
ver con el papel que cumplió tras la Revolución de 1917, en compañía de su amigo y co-
laborador Friedrich Engels (1820-1895). Auténticos personajes icónicos —casi fetiches—
de las políticas llevadas a cabo en los países comunistas donde se les erigieron y derribaron
multitud de estatuas.
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
¿Qué nos dicen los economistas que son las mercancías? Según Marx,
como los economistas burgueses han olvidado por completo las relacio-
nes sociales existentes en el trabajo humano —fuente del valor de las
mercancías—, describen la producción de bienes como si se tratase de
objetos que son independientes de las personas.
En otras formaciones sociales, por ejemplo, durante la época medie-
val europea, nadie negaba que el trabajo humano, explotado a partir de
las relaciones de dominio y sumisión feudal, fuese la base de toda la pro-
ducción de los objetos que utilizaba la gente. Muchos otros sistemas,
según Marx, también han primado la producción para el uso frente a la
producción para el cambio; pero en ninguno se ha negado que la base
de toda producción fuese el trabajo humano.
Por el contrario, en los tratados de economía política da la impre-
sión de que se nos describe la circulación de bienes como si un velo nos
los ocultase y nos los presentase no solo como si fuesen independientes
de los seres humanos que los han hecho, sino como si viviesen gober-
nados por otras «leyes», en las que el capital y sus fetiches tuviesen un
valor de por sí y no el que la gente les da a través de su trabajo.
Marx, que se había interesado mucho por las religiones primitivas y
sus modos de «explicar» el mundo (Palerm, 1980: 13-17), utiliza frases
como «el carácter místico de una mercancía»; o «todo el misterio de las
mercancías, toda la magia y necromancia que rodea los productos del
trabajo, que están en la base de la producción de mercancías» con el fin
de constatar que no se trata de un velo interpuesto por los economistas
burgueses para impedirnos comprender el «proceso de la vida social»,
sino que, dando un paso más, considera que la idea de que en el capita-
lismo las mercancías acaban por tener una vida propia es más fácil de
comprender utilizando este tipo de expresiones.
A principios de los años ochenta, el antropólogo Michael Taussig
(1980) interpretaría, a partir de la tesis de Marx sobre el fetichismo de
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
Su culto, tal como era practicado por los indios, fue interpretado como dia-
bólico, de modo que el término Supay quedó cargado con un nuevo signi-
ficado, conservando al mismo tiempo su ambivalencia. [...] Dicho de otra
manera, las relaciones entre ellos y los hombres continúan conformándose
a las reglas del intercambio, confirmadas de igual modo por el culto al diablo
de las minas (El Tío), comprobado en la actual Bolivia. Ignoramos en qué
época se desarrollaron estos ritos eminentemente «diabólicos», pero se mani-
fiestan como una reversión irónica de la evangelización: el diablo occidental
entró en las relaciones andinas de reciprocidad (Wachtel, 2001: 555-556).
29. Aunque Nash le dedica a todo el ciclo festivo y especialmente al Carnaval, don-
de se homenajea en las calles a la Virgen del Socavón y a El Tío, un fascinante capítulo
(1997: 125-147), no tiene en cuenta la atracción turística y de curiosos a las festividades
y danzas de la Diablada, que han sido consideradas recientemente por la UNESCO obras
maestras del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad (mayo de 2001).
30. Oruro se sumó por completo —también sus patricios— a la revuelta, que allí co-
incidió con las fechas del Carnaval. Los mineros bajaron a las calles de la ciudad a sus
protectores, la entonces Virgen de la Candelaria del Socavón y El Tío.
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LA IDEOLOGÕA ECON”MICA Y LA REPRESENTACI”N DE LA SOCIEDAD
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
La ética protestante
32. Max Weber (1864-1920) escribió sobre diversos problemas de las ciencias so-
ciales que hoy asociaríamos con la política, economía, religión o filosofía, aunque actual-
mente se le suele considerar un sociólogo.
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Contrapunto I
PASATIEMPOS INDIANOS
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
[Los patronos] pagaban a los intermediarios, que, a su vez, recibían las peque-
ñas sumas de hombres y mujeres desvalidos, que se veían forzados a atravesar
la mitad de un continente extraño [...] Nadie controlaba a estos empresarios
de la migración, si exceptuamos algunas supervisiones de las condiciones de
los barcos tras las terribles epidemias a finales de la década de 1840. Era
del dominio público que detrás de ellos había personas influyentes (Hobs-
bawm, 2003: 208-209).
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PASATIEMPOS INDIANOS
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
todos los países del este y del sur de África. Ante esta complejidad,
los distintos grupos étnicos que buscaban un lugar en los nuevos paí-
ses «usaron diferentes formas culturales para construir lazos de paren-
tesco, amistad, afiliación religiosa, interés común y asociación política
con vistas a maximizar, en competencia recíproca, el acceso a los re-
cursos» (Wolf, 1995: 459).
En este sentido, podemos considerar que la posición que irían ocu-
pando los recién llegados de los distintos países dependía en gran par-
te de su situación con respecto a otros grupos de emigrantes, de los
momentos del ciclo de crecimiento del país receptor, de sus vínculos
culturales —tanto en el viejo como en el nuevo país— y de la estrategia
que emplearían frente a otros grupos competidores. Por ejemplo, si había
paisanos que ya se habían situado en el nuevo mundo, los contactos, el
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PASATIEMPOS INDIANOS
Entre mediados del XIX y el primer tercio del siglo XX, el regreso a Galicia
desde las Américas —después de haberlas hecho— de los llamados india-
nos —un grupo heterogéneo de hombres y mujeres que habían acumulado
grandes fortunas en el lugar al que habían emigrado— ha dado lugar a una
narrativa que nos presenta su periplo americano como si fuesen las tres
etapas de un rito de paso3: una primera fase de salida más o menos difícil
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
separación en que se deja atrás el antiguo estatus, otro intermedio o de transición, marca-
do por la ambigüedad, y un tercero de reincorporación a la vida social.
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PASATIEMPOS INDIANOS
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
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PASATIEMPOS INDIANOS
Entre los indianos gallegos que llevaron a cabo una política de donaciones
más completa, generosa y socialmente relevante, pocos pueden competir
con los hermanos don Juan y don Jesús García Naveira, quienes, ade-
más de anticiparse a la creación de una especie de estado del bienestar en
miniatura, son los artífices de una obra singular, El Pasatiempo, que se
convertirá a partir de ahora en el objeto de este primer contrapunto.
Juan García Naveira (1849-1933) había nacido en el barrio de la Ri-
beira, situado entre el exterior de la muralla y los dos ríos que forman
la ría de Betanzos. Era el mayor de cinco hermanos de una familia de
labradores6. Sabemos que acude a la escuela durante poco tiempo, pues
pronto queda huérfano de padre, por lo que debe dedicarse a trabajar
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las fincas de la familia. En 1869, es decir, a los veinte años, emigra a Ar-
gentina, instalándose en Buenos Aires, donde a los dos años, en 1871, se
reunirá con él su hermano Jesús (1853-1912). Un tercer hermano y su
medio hermano también emigrarán mucho más tarde, pero las fuentes
no nos aportan datos sobre ellos (De la Fuente García, 1980 y 1999).
Está claro que los hermanos García Naveira compartían con milla-
res de emigrantes de aquella época los orígenes socioculturales que les
atribuye Hobsbawm:
6. Eran tres hermanos y una hermana, Juan, Jesús, Ricardo y Antonia. Tras enviu-
dar, la madre volvería a casarse con el hermano de su difunto esposo y tendría otro hijo
llamado Eduardo. De los cinco, solo la hermana no emigraría: se casaría en Monforte,
donde tuvo dos hijos: uno de ellos se casó con su prima Águeda, la hija de Juan.
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
Suele ser una constante en las biografías de los pocos emigrantes que
encontraron el empedrado de oro, que sus primeros años americanos
permanezcan en penumbra. En el caso de los hermanos Juan y Jesús igno-
ramos cuáles fueron sus primeros pasos en Buenos Aires: cómo llegaron,
cuáles eran sus redes de contactos, con quiénes se relacionaron allí, en qué
y para quién trabajaron, cómo adquirieron sus destrezas en el comercio
o cómo lograron su particular «acumulación primitiva del capital».
En cambio, todas las fuentes coinciden en señalar que ambos herma-
nos se esforzaron en adquirir la instrucción de la que carecían, recurrien-
do a clases nocturnas, lecturas y viajes, así como que en un tiempo récord
iniciaron múltiples negocios que pronto fructifican: establecimientos mer-
cantiles, firmas importadoras en el ramo textil, inversiones en terrenos en
la Pampa húmeda que enseguida multiplican su valor por la creación de
una vía de ferrocarril que atraviesa las propiedades, empresas comerciales,
financieras, agrícolas y ganaderas. Enseguida también, ambos hermanos
García Naveira se casarían en Argentina con mujeres de origen vasco7.
En 1893, ya con una considerable fortuna, Juan retorna a Galicia
instalándose definitivamente en Betanzos; mientras su hermano Jesús fija
su residencia en Madrid, aunque pasa temporadas en Buenos Aires y
en Betanzos. En esta ciudad, Juan construiría su casa y ambos llevarían
a cabo una amplia labor filantrópica, tanto conjuntamente (Lavadero
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PASATIEMPOS INDIANOS
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
9. Mauss enumera diversos ejemplos de sociedades antiguas en las que los ricos te-
nían la obligación de sufragar los gastos ceremoniales o redistributivos públicos. Por ejem-
plo, coregias, del griego khoros, coro, y ago, conducir: se refiere a la donación que realiza-
ba un ciudadano griego para costear la enseñanza y los trajes de los que formaban el coro
en los festivales dramáticos.
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PASATIEMPOS INDIANOS
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
12. Aunque he intercalado algunas notas suyas en todo este apartado y en el final,
Ogni pensiero vola, las descripciones de El Pasatiempo son obra de mi hermana Belén.
Me he limitado a realizar algunas observaciones previas y correcciones sobre sus apuntes,
pero he respetado su estilo y su buen humor narrativo. La base bibliográfica que Belén había
consultado era fundamentalmente la siguiente: Cabano, Pato y Sousa (1986 y 1992); De
la Fuente García (1980); Rodríguez Crespo (1983); Seoane (1957). Yo he añadido algunas
publicaciones posteriores, como la reedición en gallego del libro de R. Borondo (2010)
o las aportaciones de De la Fuente García (1999), Torres (2006) y otros habituales del
Anuario Brigantino.
13. Hasta la primera mitad del XIX la zona de marismas —O Carregal— era comunal.
Cuando don Juan comienza a adquirir huertas, había sido parcelada y vendida a distintos
propietarios.
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PASATIEMPOS INDIANOS
14. Williams tomó esta cita de Rosa Luxemburg (Williams, 1973: 30-31) del libro
de A. Cunningham, Catholics and the Left (1966: 83-84), quien la extrajo de la obra de
Luxemburg Socialism and the Churches.
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Podía vérsele todos los días laborables salir de su casa a las nueve de la
mañana, con zamarra y zuecos15, dirigiéndose a la puerta de la Alame-
da, salvo que lloviese torrencialmente16. Allí le esperaban sus obreros y
otros trabajadores en situación de paro. En compañía de todos, hablan-
do con unos y otros, se dirigía a la obra que en cada momento estaba
construyendo, que él mismo no solo financiaba, sino que también dirigía
y vigilaba. [...] A sus obreros les pagaba un jornal equitativo y advertía
a todos que, si encontraban otro trabajo mejor retribuido, debían aten-
derlo, ya que, caso de cesar, él se lo proporcionaría de nuevo (Rodríguez
Crespo, 1983: 37-38).
15. Es decir, con la ropa que usaban los trabajadores. La oposición zapato-zueco
de madera simbolizaba en Galicia el calzado de las distintas clases, de modo similar a
como, en la misma época, en otros lugares con un clima más seco se haría entre zapato-
alpargata.
16. Según cuenta Rodríguez Crespo, para calcular cuánto llovía antes de levantarse,
tenía una lata colocada estratégicamente en su ventana que, según el ruido que hiciese la
lluvia, le permitía decidir si seguir en la cama porque ese día no se podía trabajar o irse a
la obra.
17. Nada más desolador en la mayoría de los museos etnográficos españoles cuando
observamos que la etiqueta «popular» significa que la convencional distinción entre ar-
tista y artesano impide que se rinda tributo a quien la hizo, si el ceramista, carpintero o
cantero queda clasificado como miembro de la «artesanía popular». Irónicamente, en la
ficha de adquisición del objeto suele aparecer el nombre, apellidos y cargo del etnógrafo,
historiador o funcionario que realizó la compra o la donación.
18. Los materiales utilizados fueron, indistintamente: mármol, piedra, cemento, con-
chas, azulejos, guijarros, botellas, vegetación, etcétera.
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PASATIEMPOS INDIANOS
El Jardín
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
pal. Ante ella y siguiendo la tradición que recomienda situar leones ve-
lando las entradas, encontramos dos leones de mármol de Carrara, uno
al acecho y el otro dormido19. Nuestras fuentes insisten en señalar los
tremendos quebraderos de cabeza que provocó el traslado de los leones
desde el puerto de A Coruña (la reproducción fue realizada en Italia)
hasta Betanzos. Incluso hubo que reforzar la estructura del puente sobre
el río Mendo, como quien tuviera que transportar un barco a través de
una montaña en medio de la jungla: algo de «Fitzcarraldo» sí tiene este
empeño de don Juan por domar las ciénagas, que finalmente se venga-
ron devorando bajo la maleza lo que fuera aquel original conjunto de
arquitectura, escultura, cerámica y jardinería.
Ya dentro del recinto, a la izquierda, había un paseo ajardinado,
y, a la derecha, paralela a la verja de entrada, discurría una avenida
emparrada llamada de los Emperadores porque, sobre unos pedestales
de cemento Portland, se distinguía una docena de bustos de empera-
dores romanos, copias en mármol de los existentes en el Museo del
Capitolio de Roma.
Esta parte del jardín se organizaba radialmente en torno a un grupo
escultórico: la estatua en mármol de Carrara que representa a los herma-
nos García Naveira (Cabana, Pato y Sousa, 1992). Ambos aparecen de pie,
fraternalmente abrazados, mientras don Jesús, parece señalar algo con el
brazo. A sus espaldas observamos un taburete con libros; en el lomo de
uno de ellos destaca la inscripción «COPIADOR»; este era el libro en el
que se copiaban todas las cartas y telegramas expedidos y recibidos por
los comerciantes, entiéndase, por tanto, que están representados como
miembros activos del comercio y por ello, en el pie de la escultura aparece
el caduceo de Mercurio simbolizando el comercio y las comunicaciones.
Este grupo obedece al deseo de don Juan de perpetuar su memoria y
ofrecer un homenaje a su hermano Jesús, fallecido en accidente en 1912.
Más adelante hemos de insistir en el simbolismo de este monumento.
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19. Estos leones son una reproducción ampliada de los que vigilan el mausoleo del
papa Clemente XIII en el Vaticano, realizados por el escultor neoclásico italiano Antonio
Canova en 1792. Juan conoció estos leones en un viaje realizado en 1899 en compañía de
su hermano Jesús y de un amigo que también acababa de regresar de la Argentina —Rogelio
Borondo—, quien escribiría una crónica de este viaje. Actualmente custodian la entrada del
santuario de Covadonga en Asturias. La reja cierra y abre el acceso a un pazo de Bergondo.
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PASATIEMPOS INDIANOS
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
20. El invernadero, realizado en cristal con armazón de hierro al estilo de los del
Museo de Historia Natural de París, tenía un paso superior para contemplar plantas, flores
y árboles.
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PASATIEMPOS INDIANOS
El Parque Enciclopédico
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
Primer nivel
Este primero es el más amplio de los cinco. Aun así, existen escaleras que
conducen a diversos pasadizos que descienden a grutas situadas debajo de
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PASATIEMPOS INDIANOS
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EL ¡RBOL GENEAL”GICO DEL CAPITAL
Tupac Amaru a que sea sacado a la plaza principal y pública de esta ciudad, arrastrado
hasta el lugar del suplicio, donde presencia la ejecución de las sentencias que se dieran a
su mujer Micaela Bastidas, sus dos hijos Hipólito y Fernando Tupac Amaru, a su cuñado
Antonio Bastidas y algunos de los otros principales capitanes y auxiliadores de su inicua
y perversa intención o proyectos; los cuales han de morir en el propio día, y concluidas
estas sentencias, se le cortará por el verdugo la lengua y después amarrado o atado por
cada uno de sus brazos y pies con cuerdas fuertes y de un modo que cada una de estas se
pueda atar o prender con facilidad a otras, que pendan de las cinchas de cuatro caballos,
para que puesto de este modo o de suerte que cada uno de estos tire de su lado, mirando
a otras cuatro esquinas o puntas de la plaza, marchen, partan o arranquen a una voz los
caballos, de forma que quede dividido su cuerpo en otras tantas partes; llevándose luego
este, luego que sea hora, al cerro de Piccho, a donde tuvo el atrevimiento de venir a inti-
midar, sitiar y pedir que se le rindiese esta ciudad, para que allí se queme en una hoguera,
que estará preparada, echando sus cenizas al aire, y, en cuyo lugar se pondrá una lápida de
punta que esprese [sic] sus principales delitos y muerte, para solo memoria y escarmiento
de su execrable acción: su cabeza se remitirá al pueblo de Tinta, para que estando tres
días en la horca, se ponga después en un palo, a la entrada más pública de él; uno de los
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brazos al de Tungasuca, en donde fue cacique, para lo mismo; y el otro para que se ponga
y ejecute lo mismo en la capital de la provincia de Carabaya: enviándose igualmente, y
para que se observe la referida demostración, una pierna al pueblo de Livitaca, en la de
Chumbivilcas, y la restante al de Santa Rosa» (Anexo, en Szeminski, 1974).
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Segundo nivel
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Tercer nivel
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22. Se estaba iniciando la urbanización de las periferias de las ciudades y con ella la
mujer se transformará en proveedora de la familia en el hogar.
23. En este sentido resulta interesante la tesis que mantiene Mariño Espiñeira (1999)
sobre el tour europeo que emprendiesen los hermanos en el otoño de 1899 con su amigo
Rogelio Borondo, según se ha indicado, quien escribiría una crónica del viaje. Según Ma-
riño, el libro hay que interpretarlo como una acción propagandística que acreditase a los
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EL JARDÍN ESCRITO
hermanos «como personalidades cultas, de hombres de mundo» (1999: 438), de tal forma
que nadie en Betanzos cuestionase su legitimidad como promotores del parque.
24. Tal vez debido al entorno urbano en que las construyeron. Por ejemplo, la casa
de don Juan, edificada en el solar en el que se habían levantado dos casas, dio lugar a varios
litigios, alguno de los cuales se falló en su contra (Rodríguez Crespo 1983: 36-37). La
espectacular de su hija Águeda se demolió a principios de los años setenta del siglo XX, sin
que se hubiese protegido como bien cultural o singular (Erias Morandeira, 2007).
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Hoy Bomarzo es para muchos un gabinete de cosas raras. Para los contem-
poráneos de Ariosto y Tasso no debía de resultar nada extraño el que en
medio del sacro bosco surgiesen de repente una gigante, o una tortuga de
dimensiones extraordinarias, un dragón u otros monstruos; o el que una casa
encantada estuviese inclinada o que sucediesen otras cosas extrañas. Uno
podría contar entonces con que de la casa salieran gritos de socorro de una
mujer secuestrada, y les hubiese parecido algo obvio si un Orlando o un
Ruggiero26 se hubiesen precipitado a la casa para entablar una lucha con los
magos orientales (Enge y Schröer, 1992: 97).
25. Esta lectura, aunque tenga alguna relación, difiere de la célebre apreciación de
Galileo, según la cual «la naturaleza está escrita en lenguaje matemático». Galileo parte
de una metáfora elíptica, que significa que la propia naturaleza tendría que considerarse
un libro. Aquí no nos referimos a la naturaleza, sino al diseño, expresamente como narra-
ción, de ciertos lugares. Vincular el diseño arquitectónico a la lectura también nos aproxi-
ma, en cierto sentido, a la concepción clásica de la memoria, tal y como nos la ha contado
Francis Yates (1974).
26. Ruggiero es un personaje del Orlando furioso de Ariosto.
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El grupo [de la Sentencia de Jesús] es deudor de los Viae Crucis al aire libre
que en esta época comienzan a representarse en diversos lugares, entre los
28. «Todo pensamiento vuele [quede atrás al entrar en el Hades]». El célebre Ogro
del Sacro Bosco di Bomarzo, como Boca del Hades, tiene grabado en su labio superior esta
referencia al Inferno de Dante.
29. No nos queda muy claro que fuese Luis Seoane el primero en utilizar el término
«enciclopédico».
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que habría que señalar Lourdes, primera «estación» bendecida en 1900 y que
Don Juan había conocido (Cabano, Pato y Sousa, 1992: 49).
la moral que don Juan considera necesaria para lograr la armonía indi-
vidual, económica y social. La recurrencia a la caridad, al comercio y a
la piedad en forma de grupos escultóricos ilustra o prepara al visitante
para enfrentarse al parque enciclopédico: la Caridad-Piedad represen-
tada en el triángulo comunicativo tiene por vértices la piedad filial de la
Caridad Romana, la fraterna de los dos hermanos, uno ya fallecido; y
el bien común buscado en sus donaciones sociales, concretamente en el
edificio del asilo31, contiguo al que albergaba las escuelas.
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pietas romana, esto es, los deberes y obligaciones que la familia estaba obligada a guardar
con sus ancestros, y en sentido amplio, para con la propia familia como garante de los víncu-
los existentes entre los miembros vivos y los ya fallecidos. En otro lugar he desarrollado un
análisis comparativo de los principios subyacentes a la piedad (Moreno Feliu, 1999).
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32. Decimos que El Pasatiempo aporta una lectura particular de lo clásico, dado todo
lo no-clásico, en sentido de orden, aquí incluido. Pero en don Juan no parece existir nin-
gún empeño en que lo no-clásico sea algo ajeno a las referencias clásicas.
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3
RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS
1. Durante la expansión del sistema de mercado —es decir, en el siglo XIX— si esta-
blecemos la cronología entre el final de las guerras napoleónicas y la primera mundial, el
único episodio bélico, la guerra franco-prusiana, apenas duró un año, como había notado
Polanyi en La gran transformación. La creencia en que el mercado y el comercio funciona-
rían como una especie de «contrato social» de aplicación internacional, mundial o global,
-DE ?= I
que evitaría los episodios del pasado la hemos encontrado plasmada en uno de los murales
de El Pasatiempo que don Juan había titulado apropiadamente La paz por el arbitraje.
2. Este es el subtítulo de La gran transformación.
113
tras la caída de Wall Street que daría inicio a la larguísima Gran Depresión.
4. http: //www.revuedumauss.com/.
5. http: //artsandscience.concordia.ca/polanyi/.
114
MAUSS Y POLANYI6
la moral del don, uniendo así su proyecto político a las distintas for-
mas del don analizadas en la primera parte. Es importante recordar que
frente a Durkheim, cuya única incursión en el activismo político había
, ,AA ?= I
7. No olvidemos que con los datos de los años veinte, básicamente los recogidos
por Malinowski, Boas y Thurnwald.
8. Mauss, como establece en sus Escritos políticos (1997), había viajado a Rusia en
los inicios del régimen soviético, pero le defraudó y le escandalizó lo que veía. Desde en-
tonces rechazaba por completo la vía elegida por los bolcheviques.
-DE ?= I
115
tan solo en dos ocasiones usa el término recíproco, porque, como ve-
remos más adelante, los movimientos de bienes que analiza en algunos
, ,AA ?= I
que pusieron en marcha las ideas de la escuela laica republicana, pero su papel era el de
«experto científico» nombrado por el Gobierno, no una actividad resultante de su militan-
cia política (Lukes, 1984).
116
10. Las tipologías que ordenan a los grupos humanos según la «subsistencia» pro-
ducen paradojas como que los pueblos de la costa noroeste de Norteamérica, clasificados
como cazadores-recolectores, sean sociedades de rango.
117
Voy a hablaros del hau12... El hau no es el viento que sopla. De ninguna ma-
nera. Suponga que usted posee un artículo determinado (taonga) y que me
DII
/:?ID ? A
11. Como ya hemos comentado en otros lugares, el rechazo o el horror ante el siste-
ma capitalista no es patrimonio de los pensadores que se oponían a él porque políticamen-
te se situasen a la izquierda. Los cambios terribles que presenciaron, el adiós definitivo a un
pasado, sin duda idealizado, hacía que también lo denostaran pensadores conservadores.
Recordemos que incluso Max Weber acabaría por llamar a la sociedad con racionalidad
-DE ?= I
118
Es decir, Mauss recurre a una categoría nativa —el hau— para dar
cuenta de las obligaciones místicas de devolver el objeto, según la cual el
espíritu del donante permanece en el objeto donado. Como señalan en
sus textos respectivos Godelier* y Terradas*, este dualismo daría pie a
Annete Weiner (1992), quien había hecho trabajo de campo desde finales
de los setenta y lo había continuado en los años ochenta en las Trobriand,
a interpretar sus nuevos e importantísimos datos sobre muchos aspectos
en los que Malinowski no había reparado, en el sentido de que en la cir-
culación del don muchos bienes son inalienables (Weiner, 1992), por lo
que circulan bajo el principio paradójico de que se da algo, pero como
la identidad del antiguo dueño con el objeto permanece, en realidad,
lo que se ha puesto a circular en la donación guarda el espíritu de su
antiguo poseedor. O, en palabras de Weiner, se trata de «la paradoja de
dar, mientras se guarda».
La interpretación que hace Weiner de la tercera obligación —la de
devolver el regalo—parece sugerir que lo que quisiesen los actores —se-
gún critican con razón Mark Mosko e Ignasi Terradas*— fuese en rea-
lidad librarse de la moral de la reciprocidad o de las obligaciones del
:
don, porque cuando Weinar insiste en que hay bienes inalienables, está
introduciendo elementos del contrato y del individualismo posesivo en
las relaciones del don:
, ,AA ?= I
Siguiendo la crítica que Mark Mosko hace a Weiner, podemos decir que la
paradoja de Inalienable Possessions es la de comenzar criticando la noción
de reciprocidad de Mauss-Malinowski (que Weiner nunca define en el sis-
DII
/:?ID ? A
getales. La palabra mana, reservada para los hombres y los espíritus, se aplica con menos
frecuencia a las cosas que en Melanesia.
13. La palabra utu expresa la satisfacción por las venganzas de sangre, las compensa-
ciones, repagos, responsabilidades, etc. También designa el precio. Es un concepto com-
-DE ?= I
119
tema del don tal como Mauss insistió), atribuyéndole un etnocentrismo que
vendría a coincidir con la ideología del contrato. Y una vez dicho esto Wei-
ner la sustituye también con alcance universal con el «guardar mientras se
da» en una visión mucho más afín al individualismo posesivo, tan o más et-
nocéntrico (capitalista) que el contractualismo recíproco (Terradas*; Mos-
ko, 2000).
Se ofrecen dos hipótesis: primero, que las relaciones sociales que existen
entre las personas se expresan en el vínculo material del don; segundo, que el
objeto material transferido como don incorpora de tal manera la(s) persona(s)
de su(s) poseedor(es) anterior(es), que tiende hacia el dador y crea así un
campo que fuerza la devolución del don. Por un lado, el don se basa en nor-
mas simétricas que regulan los movimientos de transferencia: dar-recibir y
devolver-recibir. Esta simetría se define como reciprocidad. Por el otro, la
fuerza que impulsa el movimiento se basa en la naturaleza del don, donde
los objetos y las personas, las relaciones materiales y sociales (y espirituales)
no pueden disociarse (Narotzky, 2004: 71).
isleños Trobriand.
Como ya sabemos (Moreno Feliu, 2010b; Martínez Veiga, 2010),
, ,AA ?= I
«el nuevo método» supuso una ruptura con el pasado de los investi-
gadores evolucionistas de gabinete en cuanto a la forma de obtener
datos y realizar trabajos de campo, porque los investigadores, obli-
gados por la Primera Guerra Mundial en los casos de Thurnwald y
DII
120
vimiento que forman los bienes que se intercambian entre las distin-
tas islas, proviene de Malinowski (1961 [1922], 1971 [1926]). Los
121
Por último, nos interesa destacar aquí el hecho de que para Mauss no
resultase problemático establecer en las conclusiones del Ensayo (en el
, ,AA ?= I
122
15. No olvidemos que cuando escribía Mauss, no se pagaban impuestos por la ri-
queza y sus rentas, y solo vislumbraban un «estado del bienestar» quienes luchaban por
-DE ?= I
un reparto justo de la riqueza según las necesidades de los distintos grupos sociales. Sin
embargo, Mauss, que había realizado un viaje a Rusia en los primeros años de la revolu-
ción, rechazaba por completo el régimen soviético.
123
Fournier.
Si, como señala I. Terradas (Terradas*) las bases empíricas e interpre-
, ,AA ?= I
124
sino el final de una época. Las señales que indicaban este final de época
surgieron repentinamente por doquier: el abandono del patrón oro en
125
El doble movimiento
126
127
de la moralidad.
/:?ID ? A
16. Las fechas del mercado que da Gregory se basan en la tesis de La gran transfor-
mación. También Keith Tribe propone una fecha concreta de inicio (Tribe, 1977).
128
versalmente.
17. Aunque trabajaba en Nueva York, Polanyi tenía su residencia en Canadá porque
-DE ?= I
su esposa Ilona —que había militado en los años veinte en el Partido Comunista húngaro—
tenía vetada la entrada en los Estados Unidos de la caza de brujas (McRobbie y Polanyi
Levitt, 2000).
129
Todas las ciencias sociales trabajan con una serie de conceptos bastan-
te pedestres, como si dijéramos, de andar por casa, como, por ejemplo,
130
los de cultura, sociedad, ideología o individuo que sin duda alguna son
ambiguos (Gofman, 1998) y solo adquieren precisión dentro del marco
de referencias teóricas que los sustenten. Sin embargo, como hemos de-
fendido al explicar las formas de integración, nos resultan casi siempre
útiles para entendernos y nos permiten utilizarlos sin recurrir a unas ex-
plicaciones largas, tediosas y pedantes sobre sus connotaciones históricas,
el sentido aceptado en las distintas orientaciones teóricas y sobre cada
hornada de antropólogos que al rechazarlos proponen —periódicamen-
te— una revisión crítica que permita reintroducirlos en una nueva diná-
mica explicativa (Wolf, 1988: 752-754).
Pues bien, si hay un concepto de este tipo asentado en el ámbito de la
antropología económica es el de incrustación (embedded) en la formula-
ción de Karl Polanyi. A estas alturas ya habrá quedado claro que su base es
la consideración de que la economía se ha convertido en Occidente en un
fenómeno independiente o aislado del resto de las instituciones sociales,
mientras que en el resto de las sociedades, los fenómenos económicos
aparecen incrustados o imbricados (embedded) en el resto de institucio-
nes sociales.
Si bien la referencia inicial pertenece claramente a Polanyi, el pro-
pio concepto de embedded (traducido como incrustación o sinónimos)
ha sufrido, como dice el sociólogo económico Jens Beckert (en Hann y
Hart, 2009), una gran transformación al ser «redescubierto» y populari-
zado por otros científicos sociales.
Uno de los problemas que sufren los términos que se ponen de mo-
da18 es que, según ascienden en el mundo de la jerga, pierden aquellas
connotaciones que nos permitían usarlos para andar por casa, porque, a
pesar de su vaguedad, nos servían para entender de qué estábamos hablan-
do. Por raro que parezca —o a mí sí me lo parece— hay varios conceptos
procedentes de la antropología económica, como, por ejemplo, recipro-
cidad, economía política o incrustación que han pagado su tributo a la
:
18. Las modas y las jergas, como había observado sabiamente Klemperer (2001) en
-DE ?= I
un contexto muy diferente, siempre han estado presentes en todas las sociedades y en to-
das las disciplinas: según el momento, cualquier análisis antropológico que se precie habrá
sido estructural, procesual o reflexivo.
131
sión particular de cualquier práctica, del orden social en el que toda prác-
tica humana está inmersa. Esta inmersión, algunos aspectos o algunos efec-
tos de la cual se manifiestan cuando hablamos, siguiendo a Karl Polanyi, de
embeddedness, obliga, incluso cuando, debido a los propios requerimientos
del conocimiento, no nos queda más remedio que tratarla de otro modo, a
concebir cualquier práctica, empezando por la que se puede ver, de la forma
más evidente y estricta, que es «económica», como un «hecho social total»,
en el sentido de Marcel Mauss.
132
133
Uno de los casos que mejor ilustra hasta qué punto los fenómenos eco-
nómicos se encuentran incrustados en otras instituciones como puedan
ser las prácticas reproductivas, la estructura social y los modelos ideo-
lógicos en que se insertan las relaciones de género, es el análisis de las
DII
134
135
sión de la tierra, la división del trabajo según el género que incluía una
/:?ID ? A
dentro y fuera de las casas, no solo entre hombres y mujeres sino tam-
bién entre mujeres.
136
Kelley (1991) reconoce que en Ézaro las madres solteras pueden o bien
constituir una casa o bien heredar.
, ,AA ?= I
137
tura social igualitaria?, ¿que «un hombre con setenta cabezas de ganado
/:?ID ? A
bovino vive, según las apariencias, de manera exactamente igual a uno que
posea ocho»? (Christian, 1972: 19, citado en O’Neill, 1984: 26). Lo que
-DE ?= I
20. Bretell también presta atención a un subgrupo de madres solteras que habían uti-
lizado el embarazo como estrategia para casarse sin lograrlo.
138
139
ros y de hijos ilegítimos (cuyas madres suelen ser jornaleras que ocupan
/:?ID ? A
entre estos últimos y las madres solteras; el resultado final sería lo que
O’Neill denomina una «clase bastarda».
140
21. Que yo sepa, el primer antropólogo que dio cuenta de un fenómeno similar en
-DE ?= I
España fue Martínez Veiga (1985) cuando constató que en El Riego un porcentaje muy
alto de agricultores eran célibes, y que eran frecuentes los grupos domésticos formados
por un hermano y una hermana solterones.
141
142
tenían que ver con el mercado protegido de los antiguos mercados ma-
trimoniales controlados por las familias» (2004: 14-15).
En el caso de Bearne, el celibato de los herederos varones y la emigra-
ción de las mujeres suponía también la falta de reproducción de una for-
DII
de vida que, a pesar de las variaciones regionales, casi todos los euro-
peos —desde la familia polaca (Thomas y Znaniecki, 2004) hasta la casa
rural gallega— han asociado con la vida rural.
Resulta significativo que el adiós al modo de vida campesino, del que
-DE ?= I
143
144
1. Aunque Polanyi descartase expresamente que fuesen etapas de desarrollo. Las for-
mas de integración no son excluyentes entre sí, sino que coexisten en muchas sociedades:
P
entre nosotros hay ámbitos restringidos con relaciones de reciprocidad; el Estado sigue
IA?
sistema de mercado.
145
LA ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
EN LOS PRIMEROS MODELOS EVOLUCIONISTAS
poco del molde, porque aunque mantiene una secuencia evolutiva, que
Mauss asumiría de forma implícita, su modelo está muy alejado de lo
que hacían los evolucionistas estrictos de las otras tradiciones, como ya
1 A FIA9C IF 9 7 . .CC IA?
146
4FI=EF 2=CA 59 1C :F
7.
Economía =
Estudios económicos: Tabú Formas División mecánica
9 9 A=D F I9 =
subsistencia = Desigualdad
y propiedad de propiedad del trabajo y solidaridad
cultura material
orgánica
Ciudad autárquica
147
Ciudad-Estado
Economía nacional
Modo
Familia Casa
de producción
campesina grande
doméstico
ANTROPOLOGÕA Y ECONOMÕA
2. El peso del corpus económico se dejaría notar también en otros autores pione-
P
ros, como el funcionalista británico R. Firth, autor de una de las mejores investigaciones
IA?
de campo entre los Tikopia (1939), o la recopilación comparativa de distintos datos rea-
/F
148
Urbana, University of Illinois Press, 1955; y en L. White, The Evolution of Culture, Nue-
va York, McGraw Hill, 1955 y la traducida La ciencia de la cultura. Un estudio sobre el
hombre y la civilización, Buenos Aires, Paidós, 1964 (orig. 1949), se formula una nueva
postura evolucionista de la que se alejan muchos de los prejuicios etnocéntricos de los
primeros antropólogos. Las discrepancias entre Steward y White sobre la evolución son
analizadas por M. Sahlins en su artículo «Evolution: Specific and General», publicado en
el libro Evolution and Culture, recopilado por Sahlins y Service, Ann Arbor, University of
Michigan Press, 1960, en el que conceptualiza la evolución de dos formas: por una parte,
los sistemas incrementan su complejidad y adaptación general y, por otra, los nuevos tipos
culturales inician un proceso de adaptación a su entorno específico.
P
4. Todas las orientaciones teóricas se ocupan de las formas sociales en que los dis-
IA?
149
150
como judío no podía dar clases, ya que le habían expulsado de su cátedra, le habían requi-
151
4FI=EF 2=CA 59 1C :F
7.
Trabajo de campo:
Trabajo de campo: Trobiand Trabajo de campo: Kwakiutl Thurnwald Malinowski Boas
=:FF =E I9C IF =
Banaro
9 9 A=D F I9 =
ANTROPOLOGÕA Y ECONOMÕA
Intercambios
Kula Potlatch Ensayo sobre el don
recíprocos
152
Eugenesia Estudios
Schapera A. Richards R. Firth
y nazismo campesinos
Homo Bien Homo Alianza,
economicus limitado aequalis parentesco
PRINCIPALES ORIENTACIONES TE”RICAS
sado sus libros y no podía investigar ni entrar en lugares públicos, como parques y jardines,
/F
153
Aunque en casi todos los campos de estudio específicos que se han ido
configurando en antropología ha habido discrepancias, controversias y
polémicas, tal vez haya sido en la antropología económica donde estas
se han mostrado más agrias, duraderas y estériles. Para la mayor parte
de los antropólogos no dedicados a los problemas de nuestro campo de
estudio, este se caracteriza por haber librado durante los años sesenta y
setenta una batalla encarnizada entre dos bandos entregados a un deba-
te sin final: por una parte, los formalistas y, por otra, los substantivistas.
No es nuestro propósito aquí seguir los pasos —tan viciados— de la po-
lémica (Polanyi*, Burling*), pero creemos que una de las descripciones
más reales que de ella se han hecho nos la brinda el siguiente texto de
F. Cancian:
adecuar medios escasos para obtener fines alternativos. Y, además, los bie-
IA?
154
Aunque el texto anterior pueda parecer una caricatura, utiliza las mis-
mas expresiones y argumentos que dominaron durante los años sesenta
y setenta las páginas de los más famosos artículos de antropología eco-
nómica.
Al final, aunque hay quienes buscan vencedores y perdedores (Wilks,
1996: 3-13), las confusiones metodológicas, ideológicas, etnocéntricas
y las discrepancias con los estudios etnográficos llevaron a la mayor par-
te de los antropólogos a un rechazo de los términos de la polémica.
Por otra parte, la visión de la economía (o más bien de la teoría mar-
ginalista, como veremos en el «Contrapunto II») que se desprende de la
polémica es chocante y sorprendente: aparece como si fuera una ciencia
homogénea que diese respuestas uniformes a todo tipo de situaciones y
en la que un Keynes plantease las cosas igual que un Hayek. Sin embar-
go, en economía, la polémica de los antropólogos sería equiparable a la
que mantuvieran marginalistas e institucionalistas6. Por otra parte, la ex-
plícita distinción entre microeconomía y macroeconomía —los forma-
listas identificaban todo el campo de la economía, incluidos los restos
de la economía política clásica, con la microeconomía utilizada en la ges-
tión de empresas— son buenas pruebas de que desde un punto de vista
teórico no existe el acuerdo que suponían los antropólogos formalistas.
Como señalaba el metodólogo de la antropología D. Kaplan, «en princi-
pio debería ser posible deducir las proposiciones de la macroeconomía
de las proposiciones y axiomas básicos de la microeconomía. Pero no lo
es, en gran medida debido a que la microeconomía es formal y deductiva,
mientras que la macroeconomía es predominantemente empírica e in-
I= =IM=
6. Veblen, que había utilizado ejemplos del potlatch para su teoría de la clase ocio-
IA?
sa, fue particularmente influyente entre los institucionalistas y en toda la tradición ameri-
/F
155
tantes, de los que un 35% (1.932) vivía en 256 caseríos —como casas
campesinas, eran unidades de residencia, producción y consumo— cuyas
/F
156
157
158
159
a todas las ciencias sociales y que, en parte, proviene del efecto que los
vaivenes de las modas tienen en las ciencias sociales. Existen oscilaciones
/F
160
161
1. Orientación culturalista
real debe poco a los modelos de los economistas. En sus últimos trabajos
(Gudeman, 2008) retoma la tesis de Polanyi sobre el doble movimiento
para enfrentar dialécticamente modelos locales, como, por ejemplo, la
mutualidad con el mercado (Gudeman, 2009).
Muestran, como los antiguos formalistas, una clara preferencia por ana-
IA?
162
han abierto una nueva posibilidad para los agricultores con más tierras:
dedicarlas a pasto para ganado y así exportar la carne.
Sin embargo, dados los problemas demográficos y la escasez de tierra,
las nuevas posibilidades económicas han incrementado la estratificación
social. El aumento de las tierras para pasto, que tradicionalmente eran
arrendadas a los agricultores sin tierra, ha tenido una doble consecuen-
cia: una explotación rentable para los ricos, y un aumento de la pobreza
P
163
3. Antropología marxista
164
4. Ecología cultural
sino que forma parte de una larga historia en la que las acciones de un
grupo humano determinado explotan un conjunto de variables, algunas
limitantes: como establece la ley del mínimo de Liebig, ningún grupo se
1 A FIA9C IF 9 7 . .CC IA?
adaptará a los medios, sino a los extremos, y otras que aportan nuevas
oportunidades adaptativas (Vayda y Rappaport, 1968; Hardesty, 1979;
Martínez Veiga, 1978 y 2010).
Como el concepto de adaptación incluye no solo los elementos abió-
ticos, sino también ciertas variables y estrategias sociales e institucionales,
es imprescindible el análisis de estas últimas para definir tanto las estrate-
gias utilizadas en el proceso como las fronteras del sistema. Por ejemplo,
P
165
166
167
toria de relaciones con otros Estados, han mostrado una resistencia feroz
a perder su independencia tribal o a ser dominados. De hecho, una de las
zonas clásicas de pueblos pastores (Afganistán y partes de Pakistán, Irán
y otras zonas del Asia Central) donde desde el siglo XIX varias potencias
coloniales intentaron realizar el llamado «gran juego», continúan en la
actualidad en situación de resistencia bélica casi permanente.
F. Barth ha ejercido una gran influencia en los antropólogos que es-
P
obra sobre los Basseri (1961), analiza el doble equilibrio que los pastores
deben conseguir: por una parte, los pastos señalan un límite máximo al
/F
168
total de animales que una zona puede soportar; por otra, el sistema nó-
mada de producción y consumo define un límite mínimo del tamaño del
rebaño necesario para cada grupo doméstico. También ha estudiado las
pautas de emigración que siguen los Basseri, que recorren anualmente
unas trescientas millas, desde los territorios de pasto de las estepas del
sur de Far en invierno, a los pastizales de montaña al norte en el vera-
no (Barth, 1981). Por último, también ha tratado (1964) los problemas,
comunes a todos los pueblos pastores, de que el capital productivo de
los Basseri sean no las tierras, sino los propios rebaños, y el tipo de or-
ganización social caracterizada por la presencia de un líder autocrático
—khan— que de hecho regula las rutas migratorias.
Campesinos y agroindustria. Pese a la gran variedad de ecotipos y di-
ferencias sociales e históricas, muchos antropólogos encontraron varios
rasgos ecológicos y sociológicos más o menos generales en estas socieda-
des, donde podían hacer estudios en pequeñas comunidades siguiendo
técnicas tradicionales, aunque sin plantearse seriamente las implicacio-
nes de los procesos históricos y de la incrustación de estas sociedades en
el mundo global. A partir de los años ochenta, la mayor parte de estos
estudios «casi autónomos» en la antropología anterior quedan teórica-
mente incorporados a diversas perspectivas de la economía política.
El primer problema que se plantea es el de la propia definición de
campesinado (Wolf, 1971; Martínez Veiga, 2010) al encontrarse las so-
ciedades agrarias —como tipos ideales— entre dos polos: la producción
a pequeña escala inclinada hacia la autosuficiencia del grupo domésti-
co7, que es a la vez la unidad de producción y consumo, y la agricultura
a gran escala orientada al mercado (Martínez Veiga*). Al mismo tiempo,
las poblaciones rurales, partícipes de los mercados mundiales de alimen-
tos, siguen manteniendo la ideología campesina que las presenta como
comunidades relativamente «autónomas», que forman parte de estructu-
ras políticas estatales en las que mantienen una posición de subordina-
I= =IM=
recopilación de T. Shanin. La misma noción de ciclo familiar, pero desarrollada por un an-
IA?
169
A todas las razones que hemos apuntado (Moreno Feliu, 2010b) para
explicar que los antropólogos no se interesasen hasta hace relativamente
poco tiempo, salvo excepciones como puedan ser las investigaciones de
I. Terradas, por estudiar diversos problemas de las sociedades industriales
y sus procesos afines como la urbanización, las migraciones internacio-
nales o los problemas medioambientales, habría que añadir la arraigada
creencia occidental de que la historia se mueve en una secuencia pre-
ordenada de progreso, que en el momento de la primera industrializa-
ción alcanzaba su cima tecnológica en la Revolución Industrial, de un
modo similar a como hoy lo haría en la visión neoliberal de la globaliza-
ción. En lugar de asumir la existencia de un mundo policéntrico (Pome-
ranz, 2000: 4), el eurocentrismo de este tipo de modelos llevó a muchos
científicos sociales a trazar escalas evolutivas sobre la «modernización»
en las que la clasificación de las naciones en atrasadas, subdesarrolladas,
tercermundistas o en vías de desarrollo nos indicarían los tramos que les
aguardan hasta llegar a ser como los países del G8.
También es cierto, como recuerda Parry (2009: 293-295), que insti-
tutos de investigación como el Rhodes-Livingston y la Escuela de Mán-
chester (Schumaker, 2001) habían producido una riquísima literatura
etnográfica sobre Zambia y el Cinturón del Cobre en la que se mostraba
cómo la «identidad tribal africana» podía considerarse un fenómeno es-
pecíficamente urbano y moderno (es decir, de la época colonial), rela-
cionado con la necesidad que experimentó la masa de extraños, proce-
dentes de toda la región central y sur de África, que trabajaban en las
industrias y en las minas, de dotarse de identidades específicas. Aunque
otros autores también relacionen la necesidad de establecer identidades
precisas con las propias tipologías clasificatorias que usaba la burocracia
de la administración colonial (Mamdami, 2001; Cooper, 2005).
No obstante, a pesar de sus aciertos a la hora de tratar fenómenos
históricos específicos, la llamada Escuela de Mánchester (Martínez Vei-
I= =IM=
ga, 2010) sí asumió según Parry (2009) un cierto etnocentrismo que les
hizo considerar los fenómenos de la industrialización en las colonias afri-
canas como si perteneciesen a un modelo único, de tal forma que se-
1 A FIA9C IF 9 7 . .CC IA?
170
PASATIEMPOS MARGINALES.
NOCIONES DE ECONOMÍA MARGINALISTA O NEOCLÁSICA:
UNA APROXIMACIÓN A LOS MODELOS
ECONÓMICOS SUBYACENTES A LA DISCUSIÓN
ENTRE FORMALISTAS Y SUBSTANTIVISTAS1
Las páginas que siguen son una breve exposición de algunos de los mode-
los, gráficos y vocabulario que tanto fascinaron a los antropólogos forma-
listas, cuando pensaron que podrían aplicarse, sin problemas, al estudio
de otras sociedades. Pido disculpas de antemano si el texto sufre de un
abuso de jerga (que les será familiar a través de los «analistas» que nos
explican la «economía», «la utilidad marginal», «la oferta y la demanda»
o incluso «la mano invisible» del mercado, en todos los medios). Esta
breve guía (espero que comprensible) intenta ayudar a quienes tengan
curiosidad por saber qué teorías y modelos hay detrás de la polémica
entre formalistas y substantivistas.
He puesto en negrita muchos de los términos y teorías más relevan-
tes, en los que, tal vez, debería haber profundizado más, pero este con-
trapunto no pretende ser un curso intensivo de economía neoclásica en
cuatro páginas2.
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ECONOMÍA NEOCLÁSICA
171
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ANTROPOLOGÕA Y ECONOMÕA
sentido de la palabra.
Su ámbito de interés —restringido a la microeconomía— se centra
en el funcionamiento del libre comercio y de mercados particulares, so-
bre todo los relacionados con las empresas5, y la demanda individual,
basada en la racionalidad de las elecciones.
3. Los discípulos de Carl Menger, L. von Mises y F. Hayek han sido la inspiración
ideológica de las políticas neoliberales puestas en marcha desde la época de R. Reagan y
de M. Thatcher.
4. Douglas Dowd (1919-) ha sido catedrático de Economía Política en las universi-
dades de Cornell, John Hopkins y Berkeley. Tras su retiro de las universidades americanas
vive en Italia, donde imparte clases en la Universidad de Bolonia.
5. Presuponen que funciona una competición perfecta entre ellas.
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PASATIEMPOS MARGINALES
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ANTROPOLOGÕA Y ECONOMÕA
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PASATIEMPOS MARGINALES
de molusco que tienen mucho éxito y prestigio entre otros miembros del
poblado, o bien por un producto comercial —en el sentido de que no se
ha producido en la «comunidad»— como, por ejemplo, chapas metáli-
cas para arreglarse el tejado de su cabaña.
EL MODELO MICROECONÓMICO
MAXIMIZACIÓN DE LA UTILIDAD
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ANTROPOLOGÕA Y ECONOMÕA
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PASATIEMPOS MARGINALES
Gráfico 1
Conchas
5
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2,5
1 2,5 5 Chapa
metálica
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ANTROPOLOGÕA Y ECONOMÕA
que estas curvas son convexas con respecto al origen (en términos téc-
nicos son series estrictamente convexas), porque la teoría asume la ley
de sustitución, también conocida como el supuesto de la tasa decrecien-
te de la sustitución marginal. Este supuesto establece que cuanto menos
[más] se obtiene de uno de los bienes, más [menos] se desearía descartar el
otro para obtener una unidad extra del primero. O, en otras palabras, la
utilidad marginal de un bien más escaso se incrementa en relación con
un bien más abundante. En el gráfico de nuestro ejemplo, esto se refleja
en que las combinaciones (5;1), (1;5) y (2,5; 2,5) son todas equivalen-
tes, aunque la argumentación se refiere solo a la inclinación (es decir, la
forma) de las curvas. Para obtener 2 unidades de chapa en lugar de 1,
nuestro individuo tendría que sacrificar 2 unidades de concha. Pero, a
partir de este nivel, solo tendría que sacrificar un 1,5 más para duplicar
sus posesiones de chapa. (Como ya se habrá percibido, la «ley» se deri-
va del mismo supuesto psicológico en que se basa la utilidad marginal
decreciente.)
Podemos trazar un número infinito de curvas de indiferencia (Grá-
fico 2) en el espacio definido por nuestro gráfico. Lo que debería que-
darnos claro es que a medida que nos alejamos del origen, cada curva
sucesiva representa un nivel superior de satisfacción total, dado que
el consumidor obtiene más de ambos bienes cada vez que llega a una
curva superior.
Gráfico 2
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PASATIEMPOS MARGINALES
Gráfico 3
-AU
.S
+AU
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ANTROPOLOGÕA Y ECONOMÕA
Gráfico 4
E = Punto de tangencia
Conchas
E
2
Restricciones
presupuestarias
30 Chapa metálica 50
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ANTROPOLOGÕA Y ECONOMÕA
empeorar la de otro. Sin embargo, hay que tener en cuenta que esta defi-
nición del óptimo de Pareto no se refiere al bienestar social, considerado
como el bien común de una sociedad, sino que es relativa a la distribu-
ción de la renta, porque el óptimo de Pareto sería lógicamente consis-
tente en una situación en la que el 1% de la población viviese en el lujo
y el 99% restante, en la miseria.
— Otra función del modelo, como ya hemos indicado, es sustentar
la teoría de la demanda en relación con el precio: la crónica neoclásica
del funcionamiento de los mercados formadores de precios, la ley de la
oferta y la demanda y la «mano invisible» de la competición que tanto
ha fascinado a los antropólogos formalistas.
— Para aclarar esta función, vamos a regresar a nuestro ejemplo de
Nueva Guinea y vamos a suponer que el «precio en cerdos» de las plan-
chas de hierro «cuesta» el doble, mientras que el número de cerdos de
nuestro consumidor permanece estable. Puede adquirir 5 conchas pero
solo 25 planchas de hierro. Así que ahora tenemos que alterar la restric-
ción presupuestaria en el eje horizontal (Gráfico 5).
Gráfico 5
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E1
E2
Antigua restricción
presupuestaria
Nueva restricción presupuestaria
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PASATIEMPOS MARGINALES
Gráfico 6
Cantidad
Curva de oferta
Curva de demanda
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P* Precio
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ANTROPOLOGÕA Y ECONOMÕA
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PASATIEMPOS MARGINALES
10. Robert Waldmann en Angry Bear blog, 27 enero 2009: http: //angrybear.blogs-
pot.com/background-on-fresh-water-and-salt.html.
11. Waldmann y Skidelsky denominan economistas de «agua dulce» a los formados
en las universidades norteamericanas de los Grandes Lagos, sobre todo la escuela neoclá-
sica y conservadora creada por M. Friedman en la de Chicago. Los economistas de «agua
salada» serían los formados en las universidades de la costa (Este y Oeste), quienes, en ge-
neral, mantienen unas posiciones más keynesianas o ciertos equivalentes norteamericanos
a la socialdemocracia.
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ANTROPOLOGÕA Y ECONOMÕA
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PASATIEMPOS MARGINALES
12. Se refiere a las políticas que, como acabamos de decir, se iniciaron bajo el manda-
to Reagan-Thatcher, pero que continuaron con Bush padre, Clinton o Bush hijo. Como
ocurriera en los años treinta, la serie de crisis financieras, cuya gravedad ha aumenta-
do progresivamente hasta el derrumbe financiero del 2008, ha vuelto a provocar un
incremento notable del desempleo, una desconfianza en los organismos de regulación
financiera como el FMI o el BM, ha sembrado dudas en las capacidades de la acción polí-
tica frente a las altas finanzas y ha exigido una paradójica intervención de rescate por parte
de los Estados, que ha permitido reforzar las políticas que casi llevaron el sistema a su
colapso.
13. Es decir, antes de que se desencadenase la crisis mundial iniciada en el año 2008.
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ANTROPOLOGÕA Y ECONOMÕA
14. Inside Job, dirigida por Carles Ferguson (2010), es un premiadísimo documental
cinematográfico que, mediante entrevistas a catedráticos de Teoría Económica, banqueros
de Wall Street o directores de las agencias evaluadoras, expone la desmesura de la indus-
tria financiera y cómo ha logrado corromper a académicos, instituciones reguladoras, po-
líticos en el Gobierno y ciudadanos encantados de participar en las burbujas enmascaradas
como «capitalismo popular».
190
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III
193
competidores?
La imbricación de elementos de la producción, de la distribución
y del consumo en las instituciones de parentesco, en las políticas, en
los sacrificios o en las ideas de esa sociedad sobre la moralidad ha lle-
-DE ?= I
194
195
196
dad.
197
Cuadro I
3. Es decir, pueden coexistir con otros, al igual que ocurría con las formas de inte-
gración de K. Polanyi.
198
Cuadro II4
r ËË
* ≠Ë· Ûi · ¶· Íá± [ Ësá∂Ífi[ }∫ Ëá∂Ë * · Í[ }∫ · Ë…fiß· Ͷ∂∫ · ËÀ< á· ∫ -
r ËË r ËË
J ¶∂Ë* · Í[ }∫ zË· ¶∂Ës≠[ · áy
Europa desde el siglo XVII4. potamia, Egipto, valle del – recolectores sedentarios,
Indo, valle del Ganges, horticultores, pastores
r ËË
J ¶· Íá± [ •± Û∂}∫ Ëõ≠∫ i [ ≠Ë China, México – sistemas de gran-hombre.
moderno. precolombino y Perú).
r ËË
8áî[ ÍÛfi[ · ËÀ£[ ¸ Ëfi[ ∂õ∫ · zË
r ËË
3± …áfi¶∫ · Ë…fi¶± [ fi¶∫ · zËîfiÛÍ∫ Ë pero no hay Estados).
de la unificación mediante
conquista de varios Estados
autónomos previos (Agade,
Antiguo reino de Egipto,
Magahda, Chou, Teotihua-
can, Huari).
r ËSistema-mundos multicéntri-
cos compuestos de imperios,
Estados y regiones periféri-
cas (Oriente Próximo, India,
China, Mesoamérica, Perú).
Por otra parte, la propia Narotzky (2005: 82) (Cuadro III), basán-
dose en Warde, en Edgell y Hetherington desarrolla una tipología en la
que correlaciona cuatro formas de aprovisionamiento —de mercado, es-
:
199
Creo que existe un riesgo en considerar, como hacen los neoliberales y los
partidarios del libre mercado, que existe un solo tipo de capitalismo. El ca-
pitalismo es, si lo prefieres, una familia con una variedad de posibilidades,
desde el capitalismo controlado por el Estado en Francia al libre mercado de
Estados Unidos. Por tanto, es erróneo creer que el surgimiento de los países
Bric es sinónimo de la generalización del capitalismo occidental. No lo es:
la única vez que uno de ellos importó el fundamentalismo del libre merca-
do ocurrió en Rusia y se convirtió en un fracaso absolutamente trágico.
LA CIRCULACIÓN DE BIENES
:
te armónicas-antagónicas.
Se suelen asociar estas transferencias con el intercambio y con las
distintas formas de transmitir los diversos derechos sobre la propiedad,
DII
como hemos visto en el análisis del don, que caracteriza a las sociedades
/:?ID ? A
200
que había tenido con las cosas—, por lo que la relación con los objetos
/:?ID ? A
sentido de los rituales fúnebres consiste en que la persona que sabe que
va a morir se separe de las cosas que más estimaba, que distribuya entre
201
Cuando una persona cae mortalmente enferma, según me han dicho, se des-
prende de las posesiones valiosas como anillos, relojes o collares, o mejor
dicho, la persona moribunda pide que se las quiten y se las entreguen a los
parientes apropiados. Se dice que en presencia de estos objetos valiosos una
persona no puede morir, porque el deseo la ata a este mundo. Se les qui-
tan tales tesoros para pacificar al moribundo, para permitirle morir (Hum-
phrey, 2002: 67).
Por ejemplo, una familia mongola conocida mía se reía muchísimo cuando,
tras su muerte, les robaron el orinal de un pariente anciano. La razón era
clara: el orinal había adquirido la cualidad de «vida larga» que había disfru-
DII
202
tiene que salir fuera del círculo familiar y de allegados para desaparecer
del circuito de intercambios.
La asociación entre unos objetos y un familiar difunto puede —como
señala Humphrey— que sea universal. Lo que ya no lo es son los resul-
tados que a partir de esa idea se producen en las distintas sociedades.
Hemos visto cómo las propiedades personales6 entre los mongoles
llevaban adheridas las relaciones que habían tenido con su dueño an-
terior y daban ocasión a robos, donaciones o distribuciones de bienes.
Ahora vamos a sistematizar en una tipología comparativa los acuerdos
institucionales que canalizan cómo y cuándo ciertos bienes o recursos
cambian de manos.
padres ancianos —en muchas culturas suele ser solo una hija, en otras una nuera— y, sin
embargo, en la casa una persona —generalmente mujer— cuida a todos los miembros de
la familia.
203
o la reciprocidad negativa.
Nos referimos, por una parte, al debate de si la manera de compartir
la carne de la caza de los cazadores-recolectores del desierto del Kala-
hari es unidireccional o forma parte de una cadena total de reciprocidad
-DE ?= I
204
Feliu* y Moreno Feliu, 2010a). Hay otros casos de robos, como los me-
dievales de las reliquias de los santos, en los que la intención de quienes
se los habían encargado a ladrones profesionales era hacerlos públicos
para que todos los fieles —los suyos y los de las ciudades rivales— se en-
terasen. Los actos llevados a cabo para conseguir las reliquias en oscu-
ras transacciones unidireccionales por encargo se acompañaban de una
campaña de propaganda, cuyo fin, por raro que nos suene, era legitimar
el valor de las reliquias robadas (Geary, 1990, 1991).
Furta Sacra
que es muy probable que, como sostiene B. Ward (1987), los milagros
9. A no ser las secundarias, como ropas, dientes de leche del Niño Jesús, el santo
prepucio, espinas, restos de la cruz, sábanas y sudarios o cualquier objeto que hubiese esta-
do en contacto con ellos.
205
de futuros seguidores del santo era una garantía de que la reliquia era
/:?ID ? A
verdadera.
206
2004).
En su monografía E. Wilmsen aporta muchos datos sobre las re-
laciones históricas que los San mantuvieron con otros pueblos, de tal
forma que a partir de estas relaciones se puede reconocer el carácter
-DE ?= I
207
10. E. Wilmsen, Land Filled with Flies: A Political Economy of the Kalahari, Chi-
, ,AA ?= I
cago University Press, 1989; D. Stiles, «The Hunter-Gatherer ‘Revisionist’ Debate»: An-
thropology Today, 8/2 (1992), así como en E. Wilmsen y J. Denbow, «Paradigmatic his-
tory of San- speaking peoples and current attempts at revision»: Current Anthropology,
31(5) (1990): 489-524.
11. Sally Linton, «Woman the Gatherer: Male Bias in Anthropology», incluido
DII
en Women in Perspective: A Guide for Cross Cultural Studies, Urbana, University of Illi-
/:?ID ? A
nois Press, 1973. El célebre debate originado tras la publicación del artículo ya clásico de
E. Leacock, «Women’s Status in Egalitarian Society: Implications for Social Evolution»:
Current Anthropology, 19/2 (1978); 247-275, abrió paso a que el estudio de las relaciones
de género se analizasen a partir de su inserción en el contexto general de las sociedades
estudiadas y de los cambios y transformaciones que experimentaban en sus encuentros
-DE ?= I
con otros pueblos. El artículo de K. Endicott, «Gender Relations in hunter gatherer socie-
ties» (1999), publicado en The Cambridge Encyclopedia of Hunter-Gathererers recoge las
perspectivas actuales.
208
(1993a, 1993b, 2004) resulta curioso que muchos años después la discu-
sión entre los especialistas, el llamado «debate Kalahari», continuara la
, ,AA ?= I
Ayuda Mutua», según la cual para la evolución era tan o más importante la cooperación
entre individuos de la misma especie que la competición. Esto concordaba con las exhaus-
tivas observaciones siberianas de Kropotkin.
209
EL INTERCAMBIO DE DONES
, ,AA ?= I
210
rio que permitan a los actores expresar sus ambiciones, ya que constituyen
los campos sociales en los que se configuran las relaciones de poder, pero
también su percepción sobre la propia moralidad de los intercambios.
Por último, merece la pena destacarse que como el circuito de dona-
ciones-contradonaciones casi nunca es inmediato, se producen ciclos de
prestaciones que acaban por convertirse en relaciones casi permanentes
—o incluso hereditarias— entre los grupos de socios.
El reestudio que realizara Annette Weiner (1980, 1988, 1992) de las Tro-
briand suministra unos fascinantes datos sobre la circulación de distintos
tipos de riqueza que tienen en cuenta las distintas esferas de intercambio
y la participación en ellas de las mujeres —olvidadas por Malinowski—
que nos ayudarán a situar las prestaciones totales de Mauss en lo que
podríamos denominar la longe durée trobriandesa al permitirnos seguir
las relaciones entre mujeres, hombres, clanes y espíritus a través de las
generaciones.
En principio, los distintos circuitos por los que circulan los bienes
en las Trobriand pertenecen a tres esferas distintas: una de subsistencia,
otra de bienes de prestigio, dividida en dos subesferas, una de bienes de
prestigio de las mujeres y otra de bienes de prestigio de los hombres;
mientras que la tercera esfera sería la del kula.
A la esfera de subsistencia pertenecen los ñames, los objetos corrien-
tes y los cerdos, que ocupan una posición ambigua porque, en ciertos
casos, pueden elevarse a la esfera de prestigio. Los ñames podían utili-
zarse como un medio de cambio entre los objetos pertenecientes a la es-
fera de subsistencia. Pero también constituían un medio de pago, como
si fuesen un impuesto, por servicios políticos o de parentesco, sobre todo
en pagos funerarios y matrimoniales. Además, como el jefe total tenía
:
211
14. El esposo tenía que adquirir los fajos mediante pagos o conversiones entre las
, ,AA ?= I
la mujer en el mar. El feto se forma con la sangre de la mujer y la del espíritu ancestral
/:?ID ? A
que adquiere la identidad matrilineal de la madre. No olvidemos que hasta el siglo XIX
muchas de las ideas occidentales sobre la concepción se basaban en Aristóteles, que, como
señala Weiner, mostraba una inversión de las ideas de los Trobriand: toda la contribución
provenía del varón, mientras que la mujer solo servía como receptáculo para que creciese
el feto.
-DE ?= I
16. Keyawa es un término que designa las relaciones recíprocas que se establecen entre
el ego, la madre de la esposa de su hijo y el hermano de la madre o entre la madre del
esposo de la hija y el hermano de la madre, cuando pertenecen al mismo clan.
212
213
214
17. Hespanha recuerda la interpretación que hiciera Elliot (1986) de las políticas del
-DE ?= I
215
18. Como hemos visto, el término griego antidora se refiere a la obligación moral de
corresponder a los beneficios recibidos.
216
Una última cuestión: si existen tantos datos sobre los límites del po-
/:?ID ? A
217
218
219
EL COMERCIO
en las ciudades de Dahomey de los siglos XVIII y XIX (Polanyi, 1977: 78).
220
221
valle del Indo. Uno de los fenómenos recurrentes que muestra la compa-
ración de mercaderes en distintas sociedades es su pertenencia a una clase
222
Algunas comunidades poseían una ventaja tecnológica que no podía ser di-
fundida o copiada en otros lugares. Los bienes producidos bajo tales condi-
ciones estaban desde luego sujetos al racional de la consideración de precios.
En segundo lugar, los determinantes geográficos de la producción eran mu-
chas veces absolutos, y ciertas mercancías tenían fuentes de oferta únicas.
Por último, los gustos del consumidor y las convenciones sociales jugaban
un papel importante en la configuración de la demanda de artículos de lujo
muy valorados (Chadhuri, 1985: 17).
:
lista. En muchas ocasiones nos encontramos con que los bienes inter-
cambiados no responden a «necesidades» sino a productos de lujo, y
en efecto, esta es una característica fundamental del comercio antiguo,
teniendo, además, en cuenta tanto el papel crucial que en él juegan
DII
223
dad entre jefes o reyes, por lo que su organización cuenta con un fuer-
/:?ID ? A
224
225
diar sus restos empíricamente, porque los lugares de mercado han sido
frecuentes en muchas sociedades, sobre todo en las estratificadas.
El segundo significado se refiere al sistema de mercado, que sería una
construcción culturalmente específica vinculada con una representación
utópica de la humanidad. Como ha señalado recientemente el economis-
ta Jean Michel Servet (2009: 77), «la ruptura fundamental de Polanyi con
la ortodoxia yace en su deconstrucción del concepto de mercado. Vere-
mos que divide esta categoría en dos lógicas antitéticas: ‘el mercado’ es
una creencia, no un concepto científico».
El mercado como forma sistemática y homogeneizadora de intercam-
bio cobra una nueva dimensión con el capitalismo, donde el resto de las
instituciones sociales llegan a girar en torno a él. Tierra y trabajo entran
a formar parte de los mecanismos de oferta y demanda. El riesgo ya no
es lo que hemos visto en otras formas de comercio, sino que se convier-
te en una función del propio mercado. El dinero y su oferta, así como
los créditos, se consiguen a través del mercado.
Tanto teórica como empíricamente es imprescindible mantener la dis-
tinción entre mercados y sistema de mercado porque se trata de dos fe-
nómenos muy distintos. Conviene en este sentido traer a colación ciertas
observaciones generales que hacía S. Plattner en su introducción a varios
artículos (Berdan, Earle y Blanton) sobre los mercados en la Antigüedad,
que, aunque centrados principalmente en los Estados de la América pre-
hispánica, presentan los mismos problemas generales que los estudios
de las formas económicas antiguas en otros lugares del globo:
lanyi, porque según el presupuesto del que se parta, así serán las inves-
/:?ID ? A
226
comercio, más que la venta al por menor frente a la venta al por mayor.
El producto fundamental que se adquiría mediante el comercio ex-
, ,AA ?= I
dencia del exterior para adquirir grano era superior a esta estimación
(Garnsey, 1988; Redfield, 1986).
227
228
En todo caso tenían que ser ciudadanos porque según las leyes de
Solón ningún extranjero podía vender en el ágora (aunque esta ley se
modificaría con el tiempo y un extranjero podía vender a condición de
que pagase impuestos especiales).
La dependencia del ágora de la política de la ciudad hacía que en
ocasiones excepcionales se convirtiese, como ya hemos dicho repetida-
mente, en un mecanismo redistributivo para los ciudadanos. Aunque esta
canalización del mercado se produjese en medio de grandes tensiones
políticas, y no como un mero ajuste automático.
Un lugar de mercado muy frecuente en toda la Antigüedad, pero del
que no se dispone de datos, debieron de ser los mercados ambulantes
que acompañaban a los ejércitos. Su importancia debe contemplarse des-
de una doble perspectiva: por una parte, la propia provisión del ejército
y, por otra, la disposición y reparto de riqueza que suponían los botines
de guerra.
2. Tipo puertas. El segundo de los tipos de mercado antiguos que
Polanyi identifica surgió en aquellos imperios cuya forma institucional
de integración era la redistributiva. Estos mercados estaban, precisamen-
te, en relación con la redistribución de alimentos. Por ello se situaban en
las puertas de los principales centros de almacenamiento, es decir, del
templo, de la ciudad o del palacio.
Más que en relación con la oferta y la demanda, las transacciones
estaban relacionadas, en un principio, con los impuestos y pagos de ren-
tas, mediante sistemas de equivalencias.
En cuanto a mercados externos faltan datos que expliquen, en el caso
de Mesopotamia, la evolución de los mercaderes-factores tamkarum. Se
sabe que en ciertas ocasiones llevaban a cabo transacciones comerciales
privadamente, pero se ignora cómo (ver Polanyi, 1981, donde compara,
o más bien aventura, una posible solución en las prácticas de los funcio-
narios mercaderes de África occidental en el siglo XVIII que a partir de
:
229
230
en toda la isla unas mil conchas ndap de las que solo 81 pertenecen a
las 8 categorías superiores. Este número permanece inalterado (no ol-
videmos su origen sagrado), aunque los jefes pueden incorporar nuevas
conchas a las categorías inferiores (de la 1 a la 7) que, aunque siguen
DII
231
entre ambas hace que las series ndap y nko no sean intercambiables.
Armstrong no aporta pruebas de que las conchas ndap y nko sean pa-
, ,AA ?= I
poseídas por los jefes, se asocian con la adquisición de cerdos para los
festines, con pagos matrimoniales, como, por ejemplo, la categoría 18
que se utiliza en los pagos por esposas ptylibi (matrimonios polián-
dricos), o en compensaciones (el número 20 se utilizaba como pago
-DE ?= I
232
intrínseca de los objetos sino por el tipo de relaciones en las que se usan.
/:?ID ? A
Ahora bien, la mayoría de las culturas de las que tenemos datos anterio-
res a la penetración mundial del sistema de mercado hacían una distin-
ción radical entre las transacciones internas de bienes y servicios, que
circulaban a través de los canales de reciprocidad y redistribución con
-DE ?= I
233
riquezas, como, por ejemplo, las obras de arte, pero cuyo valor proviene
de su carácter único y excepcional que las desliga de lo que nuestra pro-
pia cultura considera dinero, sobre todo si se le da prioridad a la función
de medio de cambio. Este fenómeno es muy corriente en otras culturas,
DII
234
ciales que lo definan como tal. Objetos tales como pieles, ganado, sal,
conchas de moluscos (como el diwara, el wampum, el cauri o el ndap
, ,AA ?= I
235
o varios de los usos, de tal forma que, como decía Polanyi, la nota casi
general es que lo que se usaba para comprar no sirviese para pagar. Así,
por ejemplo, en muchas sociedades pastoriles, el buey era patrón de valor
y medio de pago, pero no medio de cambio; las grandes piedras de Yap
servían para atesorar riqueza, pero como medio de cambio se usaban los
cocos. Es decir, el dinero se usa de forma limitada no solo en cuanto al
cumplimiento de alguna de las funciones, sino en cuanto a la jerarquía
social interna, razón por la cual la mayoría de los dineros conocidos no
son medios de cambio universales.
Volviendo a nuestro ejemplo de la isla Rossel, las conchas de las cate-
gorías inferiores podrían considerarse medio de cambio (aunque Arms-
trong no nos proporciona datos sobre las relaciones y reglas sociales
concretas que limitan su aplicabilidad); pero es evidente que las de las
categorías superiores no son un medio de cambio, sino un medio de
pago ceremonial, matrimonial o político, y que, al contrario de lo que
concluía Armstrong, no hay un patrón de valor general. Por otra parte,
la circulación de las series ndap y nko no obedece solamente a su uti-
lización restringida, sino que existe entre las categorías una distinción
de rangos, además de que una serie circule entre hombres y otra entre
mujeres. Dos consecuencias se desprenden de la limitación del uso del
dinero a propósitos específicos: por una parte, no se cumple la ley de
Gresham, y por otra, si tuviera algún sentido, no se puede hablar de un
«nivel de precios», sino de muchos.
Tal situación, aparentemente caótica, no es en absoluto peculiar al
dinero, sino que era análoga al funcionamiento de sistemas similares tam-
bién incrustados en otras instituciones sociales, como los sistemas de pe-
sos y medidas. Por ejemplo, en la misma Europa antes de la imposición
y extensión napoleónica del sistema métrico decimal, según muestra el
historiador W. Kula (1973), la misma medida de superficie variaba de
unas zonas a otras, e incluso en la misma zona, según la productividad
:
utilizaban una medida para comprar y otra para vender. Pero volvamos
al dinero. La existencia del dinero o de objetos que podamos considerar
dinero no puede de ninguna manera confinarse al estudio de lo que este
es dentro de la economía moderna ni a la interpretación que a partir de
DII
236
los orígenes del dinero excluyendo todos los objetos, que en ausencia
de tal jerarquía y en presencia de las relaciones sociales, deberían con-
siderarse dinero.
La función prioritaria, en la que muchos autores basan la presencia
o ausencia de dinero en una cultura dada, no es otra que la de medio de
cambio. El origen del dinero, según esta concepción, habría surgido de la
necesidad de disponer de un medio que facilitase la tendencia o propen-
sión de los individuos «en estado de naturaleza» al trueque. La recons-
trucción que se hace siguiendo un modelo evolutivo unilineal del origen
del dinero se ampara y surge de la jerarquización previa de las funciones
tal y como se ha establecido a posteriori en la ideología económica de
Occidente. Ocurre así la profetización del pasado y de las otras socieda-
des que ya hemos visto aplicar a Armstrong al decidir por qué el sistema
ndap era dinero.
– Patrón de valor
– Medio de cambio – Objetos físicos
Dinero
– Atesoramiento – Unidades ideales
– Medio de pago
-DE ?= I
237
nece a un único sistema (si bien es cierto que hay monedas de metal y bi-
lletes de banco, ambos pertenecen al mismo sistema) y en teoría el mismo
objeto-dinero sirve para los cuatro usos (a pesar de que haya autores que,
como J. Melitz, lo cuestionen), aunque por razones obvias no simultá-
neamente. Pero una de las características de los dineros no capitalistas
es que el mismo objeto no existe para todos los usos. Por ejemplo, en
muchas sociedades pastorales el buey era patrón de valor y medio de
pago, pero no medio de cambio. En otras, los esclavos son un patrón
de valor (unidad ideal) y además funcionaban como unidad de cuenta,
pero los esclavos reales, en el caso de que entrasen en un circuito de
compra-venta, se vendían a precios variables. Sin embargo, en esa mis-
ma sociedad sería muy difícil que los esclavos fuesen medio de cambio,
función para la que se podría utilizar otro objeto, por ejemplo, el cauri.
Las grandes piedras de Yap sirven para atesorar riquezas, pero solo las
más pequeñas eran usadas como medio de cambio, ya que para este fin
se prefería utilizar otros objetos como los cocos, etcétera.
Para tener en cuenta esta complejidad, vamos a ordenar en una tipo-
logía algunas de las distinciones antropológicas clásicas para examinar
con algunos ejemplos históricos, etnográficos o incluso del ciberespacio
cómo se relacionan los dineros con instituciones políticas, comerciales
o morales.
Dinero externo, dinero interno
con el valor del lingote, al contrario de lo que sucedía con las locales
cuyo valor se lo proporcionaba el sello de la ciudad, no el metal de que
estaban formadas.
DII
238
estaño como si fuese de plata; en otra ocasión que Dionisio había pedido
dinero a los ciudadanos (con la promesa de devolverlo), cuando estos pre-
tendieron recuperarlo, Dionisio ordenó bajo pena de muerte que le trajesen
todo el dinero que tenían en sus casas. Cuando lo hubo reunido reestampó
el sello de la ciudad, dando a cada dracma el valor de dos. De esta forma
pagó la deuda original (Pseudo Aristóteles, 1984: 2139-2140).
239
240
neda de uso general, si bien no hay que olvidar que lo era dentro de unos
límites muy restringidos. Este objeto eran las varillas de latón, usadas como
medio de cambio dentro de la esfera. Dichas varillas servían igualmen-
, ,AA ?= I
241
sociedades distintas a los Tiv, además del rango entre esferas establecido
por Bohannan, hay que introducir como variables las relaciones de es-
, ,AA ?= I
tatus (hay bienes que solo circulan entre las élites, como, por ejemplo,
se desprende de la relación centeno-plata en Babilonia) y las relaciones
de género, como ilustra el caso de la isla Rossel con la clara distinción
entre dinero de hombres y dinero de mujeres.
DII
ple las cuatro funciones, es también dinero para todo uso. Sin embargo,
el dinero en ninguna sociedad entra en todas las relaciones sociales. Por
ejemplo, si lo relacionamos con la moralidad (Bloch y Parry, 1989), ve-
remos que incluso en la nuestra hay ciertas esferas de intercambios en
-DE ?= I
242
DINERO AMARGO
sobre las cabañas donde tenían su hogar —que los Luo acabarían por
considerar un impuesto sobre las mujeres, puesto que cada esposa te-
-DE ?= I
243
nía la propia con sus hijos— se pagasen en dinero. Desde entonces los
Luo están acostumbrados a utilizar billetes y monedas, pero eso no les
impide «pagar la riqueza de la novia (bridewealth) en ganado o mantas,
redistribuir grano y carne en los funerales, y compartir recíprocamente
el trabajo, mientras que compiten por los beneficios del café, especulan
en los mercados de la tierra y alquilan trabajadores asalariados» (Ship-
ton, 1989: 5).
Sin embargo, existe una tensión entre las nuevas formas de acumu-
lar e intercambiar bienes, en las relaciones de género y entre los ancia-
nos y los jóvenes, con los beneficios de la nueva riqueza que repercute
en la clasificación que hacen entre las recompensas o beneficios amargos
que se derivan de actividades económicas prohibidas o poco claras que
de alguna manera se asocian con la influencia del demonio cristiano.
Bajo el término pesa makech2, dinero amargo, los Luo clasifican un
tipo de dinero que es peligroso y diabólico para sí mismos, pero tam-
bién para su familia, porque se asocia con espíritus o con la divinidad,
y es necesario «mantenerlo estrictamente apartado de transacciones que
tengan que ver con el bienestar y la riqueza permanente del linaje, sobre
todo del ganado y de las transacciones relativas al precio de la novia»
(Shipton, 1989: 28).
¿A qué le llaman dinero amargo? Los Luo distinguen el dinero «bue-
no» del amargo o «malo» (véase cuadro).
Es dinero amargo aquel que no ha costado ningún esfuerzo obtener,
como, por ejemplo, el que se encuentra, el que se gana en la lotería, o el
que se roba, que tiene peligros permanentes para quien lo gaste: entre
los Luo existe un «espíritu del robo», inverso al del don maussiano que
causa daño a quien ha robado. También es amargo el pago a matones o
mercenarios por causar daños a otros.
El grueso del dinero amargo proviene de la venta de ciertos bienes
relacionados con el culto a los ancestros que según su moralidad tendrían
:
que ser, como diría A. Weiner, inalienables. Entre estos bienes destaca
en primer lugar la tierra. Los Luo tienen diferentes grados de derechos
, ,AA ?= I
sobre la tierra por ser miembros de un patrilinaje, por residir en una lo-
calidad, por haberla conquistado o por trabajarla. Las leyes coloniales
y post-coloniales abrieron un mercado de compra-venta de tierras, pero
para los Luo vender la tierra es como vender a los antepasados, una au-
DII
téntica maldición.
/:?ID ? A
Algo similar ocurre con el tabaco —que conocen desde el siglo XVI—
o el cannabis porque también se relacionan con los ancestros: su cultivo
-DE ?= I
2. Pesa significa dinero, mientras que makech, que no tiene traducción exacta, quie-
re decir amargo, cruel, perverso, peligroso.
244
3. Es cierto que la Biblia no condena fumar tabaco o cannabis, pero había una in-
-DE ?= I
terpretación muy extendida del evangelio de Marcos 7, 20-21 («lo que del hombre sale,
esto contamina al hombre») que los misioneros asociaban con el humo del tabaco (Sagrada
Biblia, ed. de Bover y Cantera, Madrid, BAC, 1953).
245
2D CD 0 A?
I : D
,
C : ? A?DI 9
3 M /A D F : A = 9?
Producto de la tierra r r r r r
E
DD 9 CI A E DF
I? ED
necesario
PASATIEMPOS RECÍPROCOS
1. El texto que incluimos forma parte del trabajo de Susana Narotzky y Paz More-
no Feliu, La reciprocidad olvidada: reciprocidad negativa, moralidad y reproducción social,
Hispania, CSIC, 2000.
247
El subtexto de la reciprocidad
DII
/:?ID ? A
248
249
250
251
252
253
254
Reciprocidad y redistribución
Mauss (1968: 265) cita un proverbio Maori que dice: Donne autant que
tu prends, tout sera très bien4. Mauss cita este proverbio como colofón
de una parte de sus conclusiones (Conclusions de morale) en la que in-
tenta mostrar que la norma que obliga a la generosidad a aquellos que
tienen recursos debería recuperarse (ya está retomando fuerza, asegura)
para humanizar (moralizar) nuestras sociedades (regidas por los impe-
rativos del mercado). Sin embargo, obvia el orden lógico presente en el
proverbio: primero tomar, luego dar el equivalente. Pensamos que mu-
cho de lo escrito sobre redistribución, sobre la generosidad del jefe, ese
don que crea fidelidad mediante el endeudamiento, pasa por alto tam-
bién esta secuencia lógica. Para tener algo que dar, uno puede haberlo
producido directamente: este sería el caso de los huertos que el hombre
:
feudal. Por último, uno puede quitárselo a otros, mediante robo, pillaje,
bandidaje, fraude, o bien por medios más «legítimos» de desposesión.
Como muy bien señaló Sahlins (1979), el grado de persuasión o coac-
DII
255
256
fuerza juegan un papel importante, pero que, por otro lado, el discurso
de la reciprocidad por parte de los grupos dominantes es la mistificación
necesaria de las relaciones de explotación (ibid.: 508) (cf. Algazi, 1998).
-DE ?= I
257
mente negativo.
La justicia vindicativa, expresada en la lex talionis y en general en los
, ,AA ?= I
la necesidad de un mediador. Por eso las compensaciones por una vida hu-
/:?ID ? A
mana, por ejemplo, son siempre proporcionales (ajustadas a los valores re-
lativos de víctima y ofensor) y no responden a un baremo universal. Aquí
también, sin embargo, la reciprocidad negativa compensatoria se torna a
menudo directamente en relación positiva (proceso de alianza matrimo-
-DE ?= I
258
za, sobre todo de «nuevas formas» de riqueza6. Pero lo que motiva las
acusaciones recíprocas entre los «nuevos ricos» y sus parientes (incluso
, ,AA ?= I
cífico; por el contrario, los «nuevos ricos» intentan subvertir ese orden
6. Relatos sobre cómo los brujos tienen que ofrecer la vida de un pariente a otros
-DE ?= I
259
260
LA GLOBALIZACIÓN Y EL CONSUMO
mos distinguir.
0
263
sentido la separación, y que para bien o para mal, la mayor parte de los
antropólogos hn estudiado la producción y el consumo —o sus equiva-
7E
1. Estas ceremonias no solo dominadas por el consumo, sino por la emulación —lu-
.EFM
chas agonísticas por destruir— han sido una de las inspiraciones de Veblen.
264
talista en la Inglaterra del siglo XVIII, siglo en el que según los autores se
?I
tesis de Weber, al constatar que la misma gente cuyo ascetismo les llevaba
.EFM
a practicar una ética del trabajo, llenaba sus casas de tantos bienes —los
265
Las pruebas sugieren que la revolución del consumo se llevó a cabo exacta-
mente por las mismas secciones de la sociedad inglesa que tenían las tradi-
ciones puritanas más fuertes, esto es, las clases medias o comerciales, junto
con los artesanos y ciertas secciones de los pequeños terratenientes (Camp-
bell, 1987: 31).
266
cas desempeñado por las mujeres en casi todas ellas. Este papel se refleja
también en el pequeño comercio local que, en muchas sociedades, a dife-
E
de mujeres vendedoras.
?
.EFM
267
Si bien, como hemos dicho, hay autores que, al menos en ciertos luga-
res, la sitúan en el siglo XVII, la primera revolución del consumo4 euro-
peo aparece consolidada a mediados del siglo XVIII, es decir, que precede
la revolución dual —política e industrial—, para usar la expresión de E.
Hobsbawm, que asociamos con los inicios del capitalismo. ¿Qué signos
nos indican la presencia de una «revolución»?, ¿qué novedades o parti-
I
3. Uno de los autores más críticos con Mandeville sería Adam Smith que, recorde-
mos, era profesor de Moral. Por otra parte, ya hemos visto cómo Dumont considera el
E
ensayo sobre las abejas el punto de inflexión que liberaría la economía de la moral.
0
268
nuevos productos.
E
269
Al leer las obras de los historiadores culturales nos surge siempre una
pregunta: ¿cuánta gente participaba de este nuevo consumo? Según to-
dos los datos, parece indudable que bienes como el azúcar, el café o el
té, tenían, además de sus viajes desde las colonias hasta las metrópolis,
un componente interclasista que nos permite considerarlos como los pri-
meros productos de consumo de masas.
Pero ¿qué ocurría con otros productos?, ¿había un incremento del
consumo en todas las clases?, ¿cómo se distribuía?
Los datos que manejamos tienen una procedencia diversa, pero re-
flejan, en general, los cambios de hábitos de las clases medias o de los
artesanos. Algunas investigaciones incorporan relaciones judiciales para
averiguar cómo se extendían los hurtos y las condenas por robos; otras,
la transmisión de objetos en los testamentos.
La mayoría de las fuentes procede de una rica muestra de anotaciones
de comerciantes, de periódicos y revistas o de los diarios que escribían
los consumidores, y de ellos se desprende que las clases medias buscaban
imitar los estilos de la aristocracia o de las élites comerciales y políticas,
recurriendo a materiales más baratos, como el algodón indio o la arcilla
y la cerámica local, para tomar las nuevas infusiones.
Pero hay datos que avalan que en diversos momentos del siglo XVIII
los pequeños terratenientes y los artesanos acomodados adquieren pro-
ductos que denotaban la existencia de nuevas clases enriquecidas. Fuese
por imitación o por desarrollos particulares destacan en el consumo de
I
esta nueva clase dos aspectos: la búsqueda del confort y lo que ha veni-
?I
los muebles, los colchones, las vajillas, los cubiertos, las cristalerías, la
270
ropa de cama y mesa y los espejos. Algunos industriales, como, por ejem-
plo, Wedgwood, pactan su producción con los nuevos comerciantes, a
quienes ofrecen objetos inspirados en épocas doradas del pasado, ya fue-
sen griegas o góticas.
Otros dos elementos que se incorporan al ámbito doméstico son los
instrumentos musicales, sobre todo, los precedentes del piano y los li-
bros, tanto los dirigidos a niños —no olvidemos la creencia ilustrada en
la mejoría de la humanidad mediante la educación— como a paliar el
aburrimiento y la melancolía6 de los adultos.
La relación entre género y los bienes de consumo doméstico se dio
sobre todo en los países protestantes del norte y centro de Europa —de
donde proceden la casi totalidad de los estudios consultados— donde un
cambio religioso —la abolición de los conventos y de las órdenes religio-
sas— y otro sociocultural —la desaparición de la vida campesina tradi-
cional, sobre todo en Inglaterra tras los cercados— dejaron a las muje-
res sin dos actividades de las que habían vivido desde la Edad Media.
Mientras que las mujeres de las clases trabajadoras iniciarían una peno-
sa andadura por los suburbios y asilos de las ciudades, las mujeres de
la clase media centraron su vida en torno al «hogar» donde en la época
victoriana actuarían no solo como la reina del hogar, sino como la de-
mostración de las virtudes domésticas: de ahí el interés por los bienes de
la casa y los nuevos rituales domésticos (comidas, visitas e intercambios
de té o café), así como el despegue de la moda femenina.
Por último, este auge del consumo daría lugar a nuevos estableci-
mientos públicos, tanto de espectáculos, como los circos o las exhibicio-
nes científicas, sobre todo de electricidad, como de distracción, como
los cafés o los restaurantes, que, en las ciudades, principalmente después
de que la Revolución francesa reconvirtiese a los antiguos cocineros de
las grandes casas en una nueva forma de entender la gastronomía, muy
alejada de los viejos mesones para viajeros.
¿A qué se debió que esta revolución del consumo fuese anterior a la
I
mado mercantilismo fue una de estas formas del comercio, que coincidió
con un incremento de la navegación ultramarina y de la llegada de nue-
7E
vos productos del Extremo Oriente que hizo posible la plata procedente
de las colonias hispanas en América y la fuerte demanda en China de este
E
271
272
Así como en la llamada revolución del consumo del XVIII habíamos des-
tacado el reloj de bolsillo, que tan importante papel jugaría en la nueva
construcción social del tiempo como una categoría homogénea, esta se-
gunda oleada también se ocupó del calendario, mediante la promoción
I
en manos de los comercios. Por ejemplo, según Stearns (2001) los al-
0
?
273
Retorciendo la filástica;
?I
un cordelero enfermó
- -
¡Atracaos! Absorbed
0
274
una conversación sobre el día a día durante la dictadura de Salazar, me contaron la la-
bor publicitaria y las experiencias poéticas de Pessoa con la bebida de Atlanta frente a
su heterónima Pepsi-Cola. Agradezco a los participantes en los varios días de seminario
?
en Monsaraz en 1994.
275
tica, regalaron todos los cigarrillos que fumaron las tropas estadouni-
denses durante la Primera Guerra Mundial, consiguiendo, de este modo,
una expansión sin precedentes del tabaco americano por toda Europa.
Bienes
9. Movimiento socialista inglés, fundado en 1893, cuyo nombre proviene del gene-
E
ral romano Quinto Fabio Máximo, quien, durante la segunda guerra púnica, había usado
0
contra Aníbal Barca tácticas de desgaste, resistencia y sangre fría, que resultaron muy efec-
tivas. La propuesta de los fabianos consistía en buscar cambios graduales que condujesen
al socialismo, como, por ejemplo, convertir en públicos los medios de producción funda-
?
276
secuelas inmediatas.
?I
como la ópera, los conciertos o los teatros. Pero también aparecen otros
géneros más populares, como las producciones musicales conocidas, se-
7E
277
riamente proletaria, atraída por unos salarios más altos, por la oportunidad
?I
11. Sigo a Ferlosio («Borriquitos con chándal») quien sostiene que tanto los colegios
como lo que en ellos se aprende pertenecen siempre a la esfera pública. La oposición que
E
se suele hacer entre escuela pública/privada está mal formulada: «privada» significa —en
0
ese contexto— «de pago», como en la frase «se educó en un colegio de pago». De esta for-
ma se mantiene el sentido que le daban los victorianos a las public schools, es decir, escuelas
públicas (frente a los tutores e institutrices domésticos) cuyas elevadas tarifas pagaban los
?
278
categorías:
— Clase. Aunque sigue habiendo mucha pobreza, desigualdad en
7E
ciertas mejorías en la vida que tan terrible había sido en los primeros
años de la industrialización. Por otra parte, comienzan a asentarse las
?
ción.
279
Hasta ahora nos hemos centrado en las metrópolis o en los nuevos paí-
ses independientes, pero ¿qué ocurría con este consumo en otras partes
del mundo?
Como observaran los Comaroff (1991) en su estudio sobre el esta-
blecimiento de misiones en Tswana, muchos pueblos o grupos de colo-
nizados llegaron a la conclusión de que ellos y sus sociedades eran vícti-
mas de un mal invisible, muy profundo y que su futuro podía depender
de acceder a la «magia» que hacía poderosos a los blancos para poder
contrarrestarla. Así, por ejemplo, muchos convertidos al cristianismo en
las misiones de todo el mundo están —o estuvieron— convencidos de
que los blancos se reservaban para sí mismos una segunda Biblia, una
I
En 1957 Peter Worsley (1980) publicaría un libro sobre los llamados cul-
tos cargo melanesios que independientemente de todas las controversias
?
280
tuvo entre los melanesios la llegada para las distintas secciones de colo-
nos de bienes de consumo.
Cargo, una palabra pidgin que significa manufacturas comerciales,
es el nombre en el que se sintetizan varios movimientos de índole reli-
gioso-milenarista y política que Peter Worsley consideró una reacción
a la desintegración social melanesia traída por las sucesivas oleadas de
ocupación colonial.
Los melanesios tenían una creencia local según la cual los antepasa-
dos podían regresar en cualquier momento desde el más allá cuando las
cosas iban mal y restablecer la justicia terrenal, comportándose como
auténticos grandes hombres en redistribuir y repartir entre todos las ri-
quezas que habían acumulado en su retiro del más allá.
Con la llegada de los distintos pueblos colonizadores (alemanes, in-
gleses, franceses, australianos, japoneses o norteamericanos: según los
avatares de las grandes guerras), se establecieron diversas misiones que
dieron a los melanesios una educación exclusivamente religiosa que les
llevó a reinterpretar su situación con un nuevo enfoque: detrás de to-
dos los bienes que recibían los europeos por barco o más tarde por avión
(los cargo) había un «secreto del cargo» cuya clave la tenían los misione-
ros que, en unión del resto de los blancos, se apropiaban y no repartían
entre los melanesios los bienes que les estaban enviando sus antepasa-
dos. Un elemento muy importante de los culto cargo era la ausencia en
las islas de cualquier fábrica o de cualquier elaboración de la producción
local, de forma que la inmensa cantidad de bienes de todo tipo —ropas,
medicinas, adornos, aparatos— que recibían los blancos tuvieron desde
el primer momento para los melanesios un origen sobrenatural.
Desde finales del siglo XIX hasta después de la Segunda Guerra Mun-
dial hubo varios momentos en que con el activismo de los profetas loca-
les, en distintas islas, como, por ejemplo, en 1885 las Fidji; Buka, islas
Salomón, a principios de los años treinta, y numerosos puntos de Papúa-
Nueva Guinea durante y después de la Segunda Guerra Mundial, se
I
281
282
1. «And did the countenance divine / Shine forth upon our clouded hills? / And was
.EFM
283
rechos de distintos grupos a disponer «libremente» de las tierras. Por último, la incrusta-
ción del trabajo en los distintos sistemas sociales es la base de la tipología que separa el
.EFM
modo de producción organizado a través del parentesco del tributario o del capitalista.
284
ción ideológica de los «salvajes» llevaba a que algunos fuesen considerados irremediablemen-
0
trabajo.
285
vería estéril; como tampoco las mujeres, porque dejarían de tener hijos.
0
Tanto unos como otras si buscaban ayudas mágicas, recurrían a los san-
tos y a las ánimas.
?
pactos satánicos que parece ilustrar las transformaciones sociales que ge-
286
to, la naturaleza4 del niño que sí que podrá generar vida cuando le llegue
?I
la edad.
El bautizo del billete tiene como sustrato tanto la apropiación injus-
- -
laboral, puesto que los trabajadores han pasado de ser campesinos que
trabajaban para sí mismos a proletarios que trabajan por cuenta ajena.
E
287
Hay muchos otros ejemplos en los que las empresas evitan riesgos
?I
lo local a partir de lo global (I. Moreno*) y, por otra, como señala Na-
288
numerosos autores han reconocido cómo las grandes firmas del textil o
?I
sus productos sin ser «sus» empleados. Pero quizás quede más clara esta
especie de reconocimiento negativo (no se trata solo de un fenómeno
7E
urbano, ni de países del llamado Tercer Mundo, etc.) que estamos ha-
ciendo con una viñeta etnográfica que nos llevará a un trabajo de campo
E
289
cuidados que han de recibir los padres en la vejez y las relaciones con
los hermanos que no heredan así como su «legítima». Solo tras la muer-
7E
290
mundo capitalista, sobre todo en países del Tercer Mundo donde las gran-
?I
des migraciones rurales a la ciudad dejan a los recién llegados con pocas
alternativas que no sean entrar en ocupaciones como la pequeña pro-
- -
291
aves las adquieren vivas, pero las venden ya desplumadas; las de granos,
los venden molidos; o las de tamales, ya preparados.
7E
292
De todos los vendedores estudiados durante los cinco años que duró
la investigación, solo dos habían «triunfado», es decir, habían dejado de
ser ambulantes: el dueño de un puesto de zumos de frutas, que tenía más
recursos y más educación formal que los otros vendedores, había con-
vertido su puesto en un restaurante. El otro caso es el de una pareja sin
hijos que logró establecer su antiguo puesto de cosméticos en un local
acristalado dentro del mercado. Ambos «triunfadores» eran muy critica-
dos por los demás vendedores, ya que circulaban rumores de que tenían
«apoyos» en el mercado negro.
Pero el fenómeno más interesante observado por Babb es la pérdida
paulatina de autonomía de los vendedores, sobre todo de las mujeres,
en dos aspectos significativos:
1) La aparición de una jerarquía de vendedores entre los ambulantes
incrementaba notablemente las desigualdades internas. Así, por ejemplo,
el dueño de un puesto de comida contrató a una anciana como asistenta,
o un vendedor de ajo y chiles molidos que buscaba a otros para que le
moliesen los chiles.
El ejemplo más llamativo nos lo brinda un vendedor de emolientes
—jarabes— que había puesto a diez personas a vender sus productos en
las esquinas a cambio de una comisión, mientras él se quedaba en su casa.
Es decir, si bien en los cinco años de estudio había aumentado el núme-
ro de vendedores, sobre todo de helados, caramelos y bebidas, estos eran
asalariados de otros ambulantes que aunque no llegaban a ser mayoris-
tas, tenían capacidad para contratarles.
2) Establecimiento de redes interdependientes. El segundo cambio
observado se refiere al aumento de vínculos de dependencia con los sec-
tores formales del mercado nacional peruano, tanto con mayoristas, que
al garantizar créditos también contribuían a que disminuyera la autono-
mía de los ambulantes, como con fabricantes.
Por ejemplo, los vendedores de helados D. Onofrío estaban integra-
dos en una red de venta de alcance nacional que les proporcionaba la mer-
I
redes nacionales.
Las transformaciones observadas en los cinco años recalcan la inter-
7E
293
vida por F. Taylor en la última década del siglo XIX. El taylorismo consistía
en dividir las tareas en crono-porciones de trabajo cada vez más peque-
E
cializados que conocían los procesos por otros sin especialización: así se
294
295
cuentemente con esta misma idea cuando desecha que los antropólogos
296
en la nueva arena política creada por los nuevos agentes sociales, las nue-
vas clases y el poder consolidado de los nuevos ricos frente a las obli-
7E
gaciones del pasado con los parientes o con sus pueblos de origen. Por
ejemplo, el auge de las acusaciones de brujería y posesión por espíritus
E
297
En efecto, todas las fuentes indican que desde mediados de los años
?I
Las preguntas que se hace Ong sobre las víctimas de estas posesiones
0
—las obreras de las fábricas o las alumnas de los colegios urbanos con
internado— han estado continuamente en la prensa indonesia que abor-
?
298
nes aldeanas sin sentido, de forma que en sus crónicas las trabajadoras
o las estudiantes parecen haberse convertido en pacientes (1987: 204).
Los periódicos recogen las dificultades que estos males pueden cau-
sar a las empresas multinacionales, como, por ejemplo, un incidente de
gran escala ocurrido en 1978 en una fábrica americana situada en Sungay
Way «que afectó a ciento veinte obreras de la sección de microscopios. La
fábrica tuvo que cerrarse durante tres días y tuvieron que contratar a un
sanador de espíritus (bomoh) para que matase allí una cabra. El director
americano se preguntaba cómo le explicaría al consejo de dirección que
‘habían perdido 8.000 horas de producción porque alguien había visto
un fantasma’» (1987: 204).
Otros periódicos consideran que las visitas continuas de los espíri-
tus a las fábricas se deben a la «mala adaptación o transición» de la vida
de las aldeas (kampung) a las cadenas de montaje. En el largo listado de
preguntas que se hacía Ong las últimas apuntan hacia la protesta, hacia
lo que hemos llamado resistencia difusa:
¿Es que la «fetichización del mal», en forma de Satán, representa una crítica
a las relaciones capitalistas como había argumentado Taussig en su estudio de
los trabajadores de las plantaciones de Colombia?, ¿o la posesión por espí-
ritus representa protestas culturales contra actos de deshumanización? Atra-
padas entre la moralidad no capitalista y las relaciones capitalistas ¿se trata de
que las mujeres de las fábricas malayas alternan la sumisión y el autocontrol
con actos diarios de desafío en la cadena de montaje? (Ong, 1987: 141).
mésticas hacían que las jóvenes se sintiesen seguras hasta que abando-
.EFM
299
Al igual que hemos visto en todos los casos de célibes forzosos, las
jóvenes enviadas por sus familias a trabajar a las fábricas para conseguir
- -
daban las precauciones tradicionales de las mujeres malayas ante la polución de la sangre
menstrual, por ejemplo, que atraía a los espíritus. En las posesiones siempre hablan de la
.EFM
300
301
PASATIEMPOS SATÁNICOS
Los comercios del cauri que vamos a tratar están muy alejados de los
intercambios de «baratijas» que parecen configurar nuestra imaginación
sobre lo que era el «trueque» entre «blancos» y «primitivos». En efecto,
el que unas conchas de moluscos viajasen desde el Índico hasta Europa
no tiene, en principio, nada de extraordinario, sobre todo si tenemos en
cuenta que eran usadas como lastre por los barcos. Pero el hecho de que,
ya en Londres o Ámsterdam, estas conchas-lastre de cauri fuesen subasta-
das como mercancía y ansiadas ávidamente por comerciantes de diversos
países europeos (produciéndose así un curioso y poco conocido tráfico de
conchas intraeuropeo), para su posterior exportación al África occiden-
tal, donde se convertían en un medio fundamental para que los europeos
adquiriesen esclavos con destino a las plantaciones americanas, hace que
nos tengamos que apartar, necesariamente, de la idea de considerar este
viaje un modelo más o menos complejo de comercio primitivo.
I
1. Una versión previa de este Contrapunto se puede encontrar en Paz Moreno Fe-
liu, ¿El dinero?, Barcelona, Anthropos, 1991: 36-52, y en la primera edición de Entre las
.EFM
303
cifras, parece que las antiguas rutas árabes se mantuvieron hasta finales del
siglo XIX), bengalíes y diversos pueblos del África occidental.
A pesar de que muchos autores lo hacen, es imposible describir todo
el tráfico del cauri como si perteneciese al mismo sistema, por la sencilla
razón de que no existía tal sistema. Por ejemplo, el cauri en su uso como
dinero en África occidental no era convertible para los árabes y euro-
peos que lo transportaban. O, significativamente, el tipo de transacción
realizado en las Maldivas no pertenecía al mismo sistema económico que
el realizado con el cauri en Londres o en Ámsterdam. Este hecho ha sido
señalado repetidamente por Polanyi, cuando ya desde un principio es-
tablece la notable diferencia existente entre el comercio africano, cuya
intención era importar bienes procedentes de países lejanos a cambio de
ciertos productos locales mediante una razón simple de unidad por uni-
dad, y el comercio europeo, que no era sino una actividad encaminada
a la exportación de diversos bienes de ultramar con los que se intentaba
conseguir el precio más alto reflejado en una ganancia monetaria. En pa-
labras de K. Polanyi:
Tanto los motivos como los bienes y el personal eran diferentes. Si [el co-
mercio africano] se describe como un tipo de «comercio administrado», su
muy diferente contrapartida europea ha de designarse como «comercio de
mercado», inclinado a la consecución de beneficio monetario a partir de las
diferenciales de precio (Polanyi, 1968: 162).
Una de las máximas dificultades con las que nos encontramos al ana-
lizar el tráfico del cauri es, una vez más, la interpretación «mercantilis-
ta» a la que se ven sometidos muchos de los escasos y dispersos datos de
que disponemos. Por ejemplo, para muchos autores que se han ocupado
del cauri, este no deja de ser un dinero «primitivo», entendiendo por tal,
implícitamente, ciertas presunciones evolucionistas unilineales sobre el
«origen y desarrollo del dinero» según las que la existencia del dinero (al
I
punto de vista del tipo de datos que se da y que son una referencia in-
304
305
El largo viaje hacia África realizado por las conchas del molusco que Ma-
rion Johnson y Jan Hogendorn denominan el dinero del tráfico de es-
clavos, comienza en las muy lejanas islas del archipiélago de las Maldi-
vas en el océano Índico. El cauri es un pequeño molusco gasterópodo de
concha blanca que habita en las aguas cálidas del Pacífico y del Índico.
Dos son las especies que nos interesan, el Cypraea moneta y el Cypraea
annulus. Existen enclaves de moneta en las islas Sulu, al sur de Filipinas
(de donde, según parece, se exportaba a China y al resto del archipié-
lago filipino), y en Indonesia (Bima, Borneo y Sumatra); pero sin que
se sepa muy bien por qué la mayor concentración de Cypraea moneta se
encuentra en las islas Maldivas, desde donde se ha exportado durante
siglos y siglos a otros puntos de Asia, y, como veremos, a toda la región
de África occidental.
Johnson y Hogendorn, tras pacientes y laboriosas horas de pesas y
medidas, pudieron comprobar que, comparadas con otros moneta, las
de las Maldivas son de menor tamaño, lo que supone una ventaja adi-
cional para su comercio, porque al ocupar y pesar menos se añade una
facilidad a su transporte, sobre todo al terrestre, de siempre muy peno-
I
306
sobre cuál era su uso exacto, también se han encontrado conchas de cauri
en Japón. En el Pacífico hay noticias sobre su uso en Hawái, Nueva Ca-
ledonia y Tahití. Incluso han aparecido conchas de cauri en excavaciones
arqueológicas de la Europa prehistórica. También en pequeña propor-
ción fueron importadas a América por la Hudson’s Bay Company para
comerciar con los indios.
Pero los principales lugares en los que se utilizaba como dinero son
indudablemente Bengala y África occidental. En los dos sitios el cauri
que se demandaba era el procedente de las Maldivas. En la India, prin-
cipalmente en Bengala y Orissa, no dejó de utilizarse el cauri hasta la
época colonial (aunque no se utilizaba, por ejemplo, en la costa Malabar
ni en Ceilán).
De la historia de las Maldivas, y sobre todo de aquellos aspectos
de su historia relacionados con el cauri y el comercio que generó, te-
nemos noticias procedentes del relato de diversos viajeros, primero de
los árabes (ya a mediados del siglo IX Sulimán al Tajir menciona la pro-
ducción de cauri y el monopolio real sobre el molusco), de los chinos
y más tarde de los europeos. De entre todos ellos, destacan por los va-
liosísimos datos que nos proporcionan y que nos permiten componer
la historia del cauri en las Maldivas, los relatos de tres observadores
viajeros llegados a las islas en distintas épocas y que nos legaron regis-
tros detallados sobre los usos sociales de tan fascinante molusco. Estos
son: Ibn Batuta que en el siglo XIV nos brinda una de las más interesan-
tes descripciones del cauri, porque Battuta, además de haber residido
durante dieciocho meses en las Maldivas, él mismo vio el cauri utili-
zado en Tombuctú y comprendió la magnitud del viaje realizado por
las conchas del molusco; Pyrard de Laval que estuvo en las Maldivas
de l602 a 1607 y que realizó una descripción detallada de la forma de
vida en las islas, de su organización política y de la extracción del cauri,
y, por último, el funcionario colonial británico H. C. P. Bell (1879)
que estudió la impresionante estabilidad política del archipiélago: el
I
mismo sistema desde 1153 hasta comienzos del siglo XX, solo interrum-
?I
mera mano, nos interesa destacar los siguientes aspectos del sistema so-
cial y de la producción y distribución del moneta en las Maldivas.
7E
rían los moluscos (muy presente en los primeros relatos de los árabes) y
.EFM
307
del agua. El marisqueo tenía lugar, en función de las mareas, dos veces
al mes coincidiendo con las lunas nueva y llena (tres días de trabajo en
cada luna). Una vez obtenidos los moluscos, las conchas se dejaban se-
car al sol, se «enterraban» en la arena y finalmente se lavaban. Cuando
estaban preparadas, se contaban y colocaban en grupos de 12.000 en
cestas (kotta).
La división sexual del trabajo parece haber oscilado a través de los
tiempos. Así, en la época de Pyrard, al igual que ocurre en la actualidad,
todas estas tareas eran llevadas a cabo por mujeres. Sin embargo, en las
épocas con más demanda (siglos XVIII y XIX), parece ser que tanto hom-
bres como mujeres trabajaban en la «industria» del cauri.
El monopolio real
era tal que ya en fechas tardías del siglo XIX Hertz, un comerciante ale-
mán que posteriormente fue un pionero en la introducción del Cypraea
7E
los europeos de los siglos precedentes, porque el bien que este pretendía
0
de tantos siglos.
.EFM
308
La historia del tráfico del cauri se puede dividir en dos grandes perio-
dos: el previo a la llegada de los europeos, caracterizado por el uso de
dos rutas fundamentales: una casi local, la de Bengala, vital para las Mal-
divas debido al arroz, y una segunda que se dirigía al oeste, básicamente
monopolizada por los mercaderes árabes, y que transcurría por el golfo
Pérsico, a través de Amán y concluía en Venecia o en El Cairo, desde
donde conectaba con las rutas terrestres transaharianas, también con-
troladas por los mercaderes islámicos, y finalizaba en diversos puntos de
África occidental. En la época de Ibn Battuta este es el curso que habían
seguido los cauris de las Maldivas que él observó en Tombuctú. Estas
rutas islámicas ya en uso desde los primeros tiempos de la expansión
mercantil árabe continuaron utilizándose hasta bien entrado el siglo XIX.
Con la llegada de los portugueses a la zona se inicia un cambio abso-
luto en el comercio del Índico. Y a pesar de que, a partir de ahora nos
detendremos más detalladamente en las rutas abiertas por los europeos,
no debemos dejar de insistir en el hecho de que el tráfico de mercancías
I
por las rutas primitivas (sobre todo por la del este) se mantuvo activo al
?I
309
este último viaje, raramente iban de lastre, y se solía comerciar con ellos
?I
310
tras los primeros tiempos de llegada y control por parte de los portu-
gueses, a partir del siglo XVII, holandeses e ingleses a través de la VOC
(Verenigde Oost Indische Compagnie, establecida en 1602) y de la EIC
(East India Company, que data de 1600, pero que no fue muy efectiva
hasta años más tarde), respectivamente, se convirtieron (en principio por
el control del comercio de especias) en competidores de los portu-
gueses en el Índico a los que pronto desplazaron a un segundo pla-
no. Holandeses e Ingleses fueron los verdaderos artífices del comercio
transcontinental del cauri, juntos (pero no revueltos) lo configuraron
y lo convirtieron en el dinero de la esclavitud porque lograron canali-
zar la demanda africana de cauris con la europea de esclavos, asocian-
do ambos comercios. Por ello, cuando el comercio de esclavos creció
terriblemente en el siglo XVIII, el asociado del cauri también lo hizo.
La irrupción de los holandeses en el tradicional comercio de cauri
está documentada desde la creación de la VOC en l602. Desde esta época
arrebataron a los portugueses todo papel relevante en el comercio del
cauri, presidieron una época de estabilidad relativa en su tráfico e inten-
taron establecer un monopolio. Pero este monopolio o bien no se pro-
dujo como tal, o bien debe considerarse incompleto y temporal porque,
aunque los holandeses se convirtieron en «protectores» de las Maldivas
(frente a las otras potencias europeas), esto no implicó en ningún mo-
mento que consiguieran los cauris en las Maldivas mismas, debido a la
oposición del sultán que lo que pretendía era obtener arroz y tejidos y
no perder su papel central de redistribuidor ni su monopolio del comer-
cio tradicional. En cierto sentido, se puede decir que el tráfico de cauri
realizado por los europeos tuvo que adaptarse a los canales habituales
de comercio de las Maldivas. De hecho, los holandeses adquirían el cauri
en Ceilán y en los puntos tradicionales de Bengala y Orissa (Balasore),
lugares fundamentales para las Maldivas desde el punto de vista del abas-
tecimiento de arroz.
Si tenemos en cuenta la competición con otras potencias europeas,
I
del Índico concluyó a finales del XVIII, época en la que el comercio ho-
landés del cauri puede considerarse en bancarrota.
E
311
Periodo Kg
1700 a 1710 680.771
1711 a 1720 968.771
1721 a 1730 908.932
1731 a 1740 913.142
1741 a 1750 1.043.485
1751 a 1760 499.578
1761 a 1770 562.697
1771 a 1780 476.316
1781 a 1790 680.826
Periodo Kg
1700 a 1710 359.007
1711 a 1720 347.327
1721 a 1730 1.426.827
1731 a 1740 494.805
1741 a 1750 506.219
1751 a 1760 159.799
1761 a 1770 54.527
1771 a 1780 612.336
1781 a 1790 739.337
1791 a 1799 308.409
época del tráfico del cauri. El final del comercio transoceánico del cauri
?I
312
ÁFRICA OCCIDENTAL
cias ecológicas (desde las sabanas subsaharianas a las cuencas de los ríos;
desde las zonas selváticas del interior a las extensas costas del golfo de
- -
los casos) que mantuvieron a lo largo de los siglos con otras socieda-
0
des, sobre todo con las islámicas. Las redes comerciales establecidas por
mercaderes árabes, regulares desde al menos el siglo X, son fundamenta-
?
313
Edad Media. Por otra parte, los contactos con los árabes son decisivos
para comprender la «islamización» de algunos reinos de la zona y la crea-
ción de grupos poderosos de mercaderes islamizados como, por ejemplo,
los Hausa o el reino de Gonja.
Desde un punto de vista político, los Estados de África occidental
no se parecen en absoluto ni a los Estados despótico-hidráulico-asiáticos
(como se los quiera denominar), ni a sociedades de baja centralización
del tipo feudal europeo. No es de extrañar porque las condiciones se
presentan muy diferentes: no hubo en ningún momento una agricultura
intensiva, sino una agricultura de tala-quema, sin arado. Enfermedades
como la malaria o el paludismo hacían muy difícil la supervivencia del
ganado, como lo prueba el hecho de que, a pesar de todos los pueblos
que habitaban tan amplia zona, solo Tuareg y Fulani puedan considerarse
pastores. Pero, sin embargo, había sociedades centralizadas y complejas,
zonas con alta densidad de población y centros urbanos-administrativos.
Con algunas peculiaridades, como, por ejemplo, que el tipo de organiza-
ción de parentesco existente que unía por alianza y entremezclaba diversos
grupos no condujo, en general, como señala Goody (1971), a la creación
de estratos muy diferenciados, que generasen distintas «subculturas» de
forma comparable a lo ocurrido en otras sociedades estatales. Evidente-
mente, esto no se debe confundir con la inexistencia de desigualdades,
sino que estas se establecían mediante otros mecanismos articulados, en
gran parte, mediante el parentesco. En palabras de Wolf:
314
las guerras tenían como objetivo el control de las rutas comerciales. Los
ejemplos serían innumerables: nadie podría explicarse, por poner un caso,
Dahomey, el monopolio real sobre armas de fuego y el control tan im-
portante para este reino del centro portuario de Wydah, sin las guerras.
Parece que, en general, se puede afirmar que el comercio es una variable
fundamental en la explicación de la centralización política de los reinos
de África occidental. Es decir, las luchas por el control de las rutas co-
merciales favorecieron la aparición de reinos centralizados.
A principios de este siglo se explicaban los orígenes de los Estados
secundarios en esta amplia zona de África como una mera consecuencia
del contacto con los árabes. Sin embargo, los procesos políticos eran mu-
cho más complejos. Para empezar, de los relatos de los primeros viajeros
árabes se desprende que ya existían organizaciones políticas complejas
cuando ellos llegaron allí. Existían ciudades, redes distributivas internas,
una agricultura desarrollada (al margen del arado y sus controversias),
Estados centralizados y sistemas de impuestos. Parece también probable
que la organización activa de las rutas comerciales de larga distancia fue
establecida por los pueblos del norte del Sahara, pero es indudable que
los Estados africanos tuvieron un papel activo, no tanto desde el punto
de vista del comercio, como del control político y militar de las rutas,
y este control (o la lucha por el control) favoreció los procesos de cen-
tralización política. Ejemplos significativos son los Ashanti que comer-
ciaban con los árabes su oro y nueces de kola. Desde el XVII los Ashanti
hicieron del oro un monopolio real y así controlaron la importación de
las armas de fuego. Mediante tratados diplomáticos con los vecinos, y
guerreando con los más lejanos, lograron desarrollar un dominio sobre
zonas tan alejadas como Accra al norte de la sabana, pero este dominio
no se refería tanto al «territorio» como a las rutas comerciales. Daho-
mey, un Estado militar del siglo XVIII, también logró controlar mediante
incursiones bélicas las rutas comerciales; los Yoruba, Estado de origen
medieval ligado al tráfico del norte, se involucraron, en el XVIII-XIX, en el
I
control de las rutas del sur; Benín, primer Estado africano que intercam-
?I
Por todo ello, no es extraño que las principales rutas comerciales coin-
cidiesen con centralizaciones políticas.
7E
E
315
Comercio interno
316
las guerras y con objetos que se utilizaban como dinero. Los comerciantes
que llevaban a cabo los intercambios eran un tipo especial de funcionarios
?
del Estado. Por ejemplo, los funcionarios batafo entre los Ashanti; en el
.EFM
317
que el transporte se realiza en parte según los bienes (de hecho, las con-
diciones del transporte y la duración de los viajes —la media solía ser de
- -
En el caso de África occidental hay una tajante diferencia entre los árabes
y sus rutas (terrestres) y los europeos (marítimas) con la concomitante
E
vieron hasta bien entrado el siglo XIX, aunque, de hecho, no está bien es-
.EFM
318
sobre las antiguas rutas de comercio. Siempre se ha dicho que las grandes
rutas comerciales estaban dominadas por los árabes (y así lo hemos hecho
hasta aquí), aunque habría que hacer una precisión: árabe, muy a menudo,
lo que quiere decir es musulmán. Y a pesar de su evidente dominio, no se
sabe a ciencia cierta el papel jugado por otras comunidades como berebe-
res, judíos y ciertos africanos que también participaron activamente en las
rutas. No hay que olvidar que las clases mercantiles surgidas en Sudán
se convirtieron al islam. Los Mande, que eran musulmanes, expandie-
ron el islam a lo largo de las rutas. O los propios monarcas Hausa, que
se convirtieron en el siglo XIV y XV, y estos pueblos comerciantes de la
zona, a menudo, son englobados bajo la etiqueta de «árabes».
Según Hopkins la red de rutas, llamadas árabes, de Oeste a Este
era la siguiente: de Ghana (no confundir con el Estado actual del mis-
mo nombre) a Mogador y Fez vía Awdaghost; de Tombuctú a Moga-
dor y Fez a través de Teghaza; de Tombuctú a Túnez y Trípoli, pasando
por Wargla, Ghadames y Ghat; de Kano a Túnez y Trípoli a través de
Agadés, Ghat y Ghadames, y de Bornu a Trípoli atravesando Bilma y
Murzuk. De las ciudades término de la ruta en el Sur, tales como Tom-
buctú, Kano y Kukawa partían otras rutas que unían distintas partes de
África occidental. Además, había otras rutas norte-sur que cubrían la
frontera Sahara-Sabana y otras este-oeste que unían la costa con puntos
estratégicos de la selva.
2) Rutas y asentamientos de los europeos. Los primeros europeos
que llegaron a África occidental fueron los portugueses (1450-1600).
Aunque su meta final era Asia, para llegar allí circumnavegaron África. Al
mismo tiempo, los portugueses estaban muy interesados en comerciar
directamente con Mali el oro, hasta entonces en manos árabes. Por ello
establecieron enclaves permanentes, como el de Mina (Costa de Oro), a
través del cual intercambiaban bienes con los Akan.
Fue en Mina donde los portugueses establecieron una primera pre-
sencia fija (fuerte de Sao Jorge da Mina, 1482) a la que posteriormente
I
miento de relaciones con los pueblos de Benín y del delta del Níger. Pero
0
Benín era un reino muy poderoso para controlarlo y todos los intentos
portugueses de interferir en las rutas de comercio hacia el interior fraca-
?
no eran fuertes).
319
tían, como Benín y causó el surgimiento de otros, como fueron los de Asan-
320
Es evidente que uno de los principales productos que entraban en los in-
tercambios comerciales con África occidental era el cauri. Las cifras de
importación que hemos expuesto con anterioridad muestran elocuente-
mente que la demanda por parte de los africanos de conchas de cauri era
intensa debido fundamentalmente a su uso como dinero. No quiere ello
decir que el cauri fuese un dinero para todo uso equiparable a lo que era
el dinero entre los europeos. El hecho de que el patrón de valor y uni-
dad de cuenta en la mayor parte de la zona fuese una unidad indivisible
(el esclavo) impedía que el propio cauri sirviese como medio de cam-
bio universal para las grandes transacciones realizadas con los europeos
(que por su parte no aceptaban el valor monetario del cauri) y obligaba
a la utilización de ciertos equivalentes artificiales (como, por ejemplo, la
barra de hierro o la onza) para poder realizar divisiones. Al margen de
estas consideraciones es indudable que los usos del cauri como dinero
han dado lugar a numerosas confusiones que, llegados a este punto, es
imprescindible destacar. Uno de los equívocos subyacentes en la obra de
muchos autores que versan sobre el cauri es el tratamiento del uso del
cauri en África desde un punto de vista esencialista, o fetichizando (si se
nos permite la expresión) el objeto mismo, como si el valor del dinero
fuese una cualidad intrínseca del objeto que se considera dinero. De tal
forma que se describe el cauri como dinero, pero dinero extravagante,
I
sobre todo en relación con el oro. Por ejemplo, el hecho de que el cauri no
?I
podemos suponer que no tenían nada que ver con el cauri, como, por
ejemplo, las chimbus congoleñas), pero nunca con las relaciones socia-
E
0
les existentes entre los usos del dinero y el surgimiento de reinos políti-
cos centralizados que monopolizaban la importación y distribución de
las conchas, y que poseían un refinado sistema tributario en cauri. Al
?
cauri?, pero nunca ¿por qué el oro?, cuando ambas cuestiones tienen
321
bre puede ser secretamente rico (citado por Burton, Polanyi, 1966).
A pesar de todas las ventajas antes expuestas, el cauri presentaba un
7E
que suponía su transporte por tierra. Si este siempre fue difícil, con la
.EFM
322
El cauri en África
valioso porque describió tanto el uso del cauri en África como la reco-
?I
occidental tiene mucho que ver con las condiciones de transporte ofreci-
das por los europeos, porque el transporte por tierra es mucho más caro
?
e inconveniente que por mar. Aunque los primeros contactos de los por-
.EFM
tugueses en Benín no tuvieron nada que ver ni con los esclavos ni con el
323
Cauri y sociedad
valor eran los esclavos, que servían como unidad de cuenta para grandes
0
cantidades. Por tanto, como señala Polanyi, las grandes riquezas, los pagos
aduaneros de los extranjeros al rey o los tributos a soberanos extranjeros
?
esclavos, que no servían nunca como medio de cambio. Para las gran-
324
que esta aritmética solo se utilizaba para contar cauris y que para el resto
325
de las cosas, como ya notara Park, las centenas eran de cien. Por ejemplo,
los Bambara incluían en el ciento de nueces kola cien nueces y no 80;
por tanto, todo parece indicar que tal sistema de contabilidad se aplicaba
solo al cauri del que, por cierto, variaban las ratios de intercambio, lo
cual hacía bastante complicado el sistema financiero. Así, dice Delafosse
en 1912, que «debe hacerse notar que, en un solo país, el precio de los
cauris puede variar según la abundancia o escasez de este dinero, y cam-
biarse del cambio Malinke al cambio musulmán (en el que 100 = 100)»
(Johnson y Hogendorn, 1988: 117). Si se tiene en cuenta que este sis-
tema de contabilidad es exclusivo del cauri, la teoría de la base no tiene
mucho sentido, y habría que utilizar otro tipo de variables sociales, a las
que ni siquiera nuestro propio sistema es ajeno, como muestran las al-
teraciones político-económicas de los valores convencionales de pesos y
medidas. Desde el punto de vista de los resultados comerciales de tal
sistema de numeración parece muy probable la tesis de Einzig sobre el
comercio al por menor. Por ejemplo, cinco barras de sal que se comprasen
en una transacción por 100.000 cauris (nominales) costarían al compra-
dor 64.000 cauris reales, pero vendidas por este en pequeñas cantidades
podían alcanzar un valor de 100.000 cauris reales. Según otro viajero,
P. Soillet, por un producto valorado en 99 cauris, uno paga 99, mientras
que por uno de 100, paga 80. De tal forma que el beneficio estaba en
proveer al por menor (Einzig, 1996).
Fuese cual fuese el sistema aritmético empleado, contar cauris era
una actividad que consumía mucho tiempo, por lo que en una amplísima
zona, en lugar de utilizarse los cauris sueltos, se ensartaban en cuerdas
o en hierbas secas en cantidades convencionales. Las denominaciones de
las sartas revelan la duradera influencia portuguesa: la unidad base era
una sarta de cuarenta conchas nominales conocida como galinha, 910
conchas (que no es múltiplo de 40) era una cabra. Sin embargo, las sartas
de cuarenta nunca eran de cuarenta, porque a cada una se le sustraía una
concha como precio del ensartador, con lo que las cuarenta solían ser
I
glo XVIII la sarta de cuarenta conchas era 1 toque; 5 toques, 1 galinha (200
0
326
hacía de los esclavos uno de los bienes que los mercaderes islámicos ad-
?I
y para Madeira y las islas de Cabo Verde. Hacia l520 ya se puede hablar
0
327
Salida África
Llegada Américas Salida África %
- -
occidental
Antes de 1600 275.000 330.000 60 200.000
7E
328
Aunque las cifras anteriores hay que leerlas con las siguientes ma-
tizaciones: en primer lugar, se trata de estimaciones, porque se desco-
noce el tamaño exacto de la población africana, así como los orígenes
sociales y geográficos de los esclavos. En segundo lugar, porque aunque
los esclavos eran vendidos en su mayor parte por los Estados más desa-
rrollados desde un punto de vista político y económico, la mayoría no
provenían de estas sociedades, sino que eran prisioneros de guerra. Y
ya hemos observado la importancia de las guerras en la expansión de
los Estados y el papel del esclavo como patrón de valor y como medida
de dominio político de unos reinos en los que, dado que la extensión de
tierra cultivable era muy superior al número de hombres para cultivarla,
el recurso fundamental de un reino no era el territorio sino las gentes
mismas.
una de las partes implicadas en esta red comercial eran, como hemos
?I
visto, muy diferentes. Pero esas diferencias no ocultan, sino que resal-
tan, el complicado viaje que seguían las conchas del cauri hasta llegar a
- -
EPÍLOGO
E
0
van las páginas que siguen como una breve recopilación de las principa-
.EFM
329
El cauri tiene para nosotros interés por un doble motivo: por una
parte, como ejemplo etno-histórico de un complejo entramado de relacio-
nes entre distintos pueblos; y por otra, desde un punto de vista teórico,
porque muestra con total nitidez las falacias a que da lugar la interpreta-
ción etnocéntrica convencional con la que se pretende analizar las insti-
tuciones económicas más significativas.
Desde un punto de vista empírico, ya habíamos observado al intro-
ducir los datos relativos a los tráficos del cauri, el complejo entramado
que se formaba al participar en un mismo circuito pueblos con sistemas
sociales, políticos y económicos tan diferentes como los de las Maldi-
vas, portugueses, holandeses, ingleses, bengalíes, árabes (o mejor, habría
que decir comerciantes islámicos) y varios Estados del África occidental,
como, por ejemplo, Dahomey o Mali. Pero no solo eran distintos los pue-
blos así relacionados, sino que un mismo objeto —el cauri— le servía a
cada uno de ellos (y a todos en su conjunto) para múltiples usos y fines:
según el pueblo, o incluso el momento en que se estuviera utilizando,
las conchas del moneta, además de como instrumento de poder, servían
como ornamento, lastre, mercancía, medio de pago, medio de cambio,
patrón de valor, medio de acumular riqueza, y en ciertas partes de la
India se usaban también como medicina.
A tan diversos pueblos y usos de un mismo objeto se corresponde
el hecho de que, a pesar de que los motivos de los participantes en tan
complejas aventuras comerciales no eran homogéneos, del sistema en su
conjunto que hemos esbozado en los apartados anteriores se servían to-
dos ellos perfectamente. Ninguna de las partes necesitaba ser partícipe
de los motivos, fines ni usos específicos de las otras para que el sistema
global funcionara. Es decir, se producía una triple interacción entre Es-
tados que adquirían un objeto que al convertirse en dinero constituía un
elemento fundamental de su organización política, pero que no era en
modo alguno un dinero para todo uso y ni siquiera el único objeto en cir-
culación que podemos considerar dinero; entre comerciantes que bus-
I
americanas con una mercancía que previamente había sido lastre en sus
barcos; y entre sultanes que lograban mantener una estabilidad políti-
- -
330
331
(biyéé)2.
?I
2. Klipko Cece, Ayou Anilla, Benin. Traducido del Ayizo por Elwert (1989). La cita
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351
ÍNDICE
Presentación y agradecimientos
Parte I
LA SENDA DE LAS TEORÍAS
Parte II
LA SENDA DE LAS GRACIAS
. .CC IA?
* A este índice remiten los autores marcados con asterisco a lo largo de este libro.
353
Parte III
UNA JIRA ETNOGRÁFICA
Parte IV
LA SENDA DEL MOLINO
354
Contenido ............................................................................................ 7
Introducción ......................................................................................... 11
I
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL
355
II
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA
356
III
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES
357
IV
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS
358
359