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Los Valores de la Torá

Una inminente autoridad en materia de autoestima afirma que el placer y el goce son
profundas necesidades psicológicas, esenciales para la autoestima, y completa esta
declaración agregando que los valores de una persona determinan lo que busca como placer.
Además, distingue entre el deseo de placer de una persona emocional y psicológicamente sana
que ejerce control sobre su existencia, y el de otra, neurótico, cuyo deseo de placer es una
huida de la realidad.

Yo creo que esto es bastante compatible con un enfoque de Torá. Los valores de las personas
determinan definitivamente lo que es placentero y gozoso para ellas. Sin embargo, para quien
abraza una vida de Torá, los valores deben ser los de la Ley.

¿Qué son los valores de Torá? Muchos de éstos están contenidos explícitamente en las
Sagradas Escrituras y el Shulján Aruj. La justicia es aquella que la Torá interpreta como tal. Lo
mismo ocurre con la compasión. Las ideas de justicia y compasión que no son de la Torá han
desempeñado un papel importante en la decadencia moral tan predominante en la civilización
moderna.

Hay una lista completa de valores de Torá en Pirké Avot (IV,l), y muchos de éstos difieren
notablemente de los valores predominantes. Por ejemplo, la fortaleza es el dominio de las
tentaciones de una persona y no la posesión de poder para dominar a los demás. La sabiduría
es la predisposición a aprender de otros, antes que la suma de conocimientos que uno ha
adquirido. La riqueza es la capacidad de estar satisfecho con lo que uno tiene y no la
acumulación de bienes. Honrar es respetar y admirar a los demás, y no ser el receptor de
aclamaciones.

Las personas que tienen una autoimagen desvalorizada pueden hacer intentos desesperados
para sentirse meritorias. En sus esfuerzos por lograrlo, pueden aferrarse a mecanismos y
maniobras que parecen resultarles efectivos. Lejos de ayudar a alcanzar este propósito, esos
métodos resultan, generalmente, autofrustantes, y a menudo producen depresión en lugar de
elevar la autoestima. Lo contrario también es verdadero: los factores que aumentan la
autoestima son también autorreforzadores y pueden elevar a la persona a grandes alturas
espirituales. Apreciamos la gran sabiduría de los autores del Talmud, pues solían distinguir
entre los valores que producen autoestima, y los espurios, que contaban con el apoyo popular.

Fortaleza

La opinión popular considera que la fortaleza es el poder de controlar y dominar a otros. Ya


hemos visto, sin embargo, que el impulso por dominar es a menudo sólo una defensa contra
los sentimientos personales de debilidad. La persona que tiene necesidad de ser superior a las
demás raramente está satisfecha de su poder, razón por la cual procura hacerlo cada vez más
absoluto. Está también constantemente ansiosa ante la posibilidad de ser depuesta y perder su
posición de poder. Esta permanente insatisfacción y ansiedad reducen la autoestima, poniendo
en marcha un ciclo vicioso cuyo resultado final es la megalomanía.

La gente que se siente competente no necesita posiciones de poder o superioridad. En


realidad, muchos de los verdaderos grandes líderes del mundo se resistieron, invariablemente,
a ocupar posiciones de liderazgo y tuvieron que ser obligados a aceptarlas. La señal de la
fortaleza y la autoestima saludables es el domino de uno mismo, no el de los demás.

Sabiduría

La Torá enseña que el hombre verdaderamente sabio se caracteriza no por la cantidad de


conocimientos, sino por su disposición a aprender todo lo posible de los demás.

La relación de la verdadera sabiduría y la autoestima se me hizo evidente mientras observaba


cómo algunos de mis colegas médicos reaccionaban ante el pedido de un paciente de efectuar
una consulta sobre el caso con otro médico. Los médicos que tienen una buena autoestima y
se sienten seguros, no tienen reparo alguno en solicitar una consulta. Ellos saben que su
habilidad como médicos no los convierte en dioses, y que otro médico puede saber algo que
ellos ignoran, o descubrir un aspecto del caso que ellos no habían detectado. Están deseosos
de aprender para su propio progreso y también en beneficio del paciente.

Los médicos con una pobre autoestima pueden reaccionar a un pedido de consulta como ante
un insulto, una expresión de desconfianza, o una insinuación de que no son competentes. Son
propensos a decir: «Si a usted no le gusta la forma en que manejo el caso, me retiraré del
mismo y usted podrá llamar a otro médico». Si llaman, de mala gana, a una consulta, ésta debe
efectuarse con un jefe de departamento de una escuela de medicina o algún otro experto
ampliamente reconocido. Pedir asesoramiento a alguien de menor o igual nivel profanar sería
degradante y es percibido como una amenaza a sus frágiles egos.

Este ejemplo tomado de la práctica médica tiene su contraparte en muchos otros campos. Se
requiere autoestima para ser un buen estudioso. Por otra parte, aprender de cualquiera y de
todos aumenta nuestro caudal de conocimientos y contribuye a la autoestima. Por ende, la
sabiduría, tal como la define la Torá, es a un mismo tiempo causa y consecuencia de la
autoestima.

Hay un efecto insidioso de la autoestima baja que se autorrefuerza, y que es sumamente


obstructivo para el desarrollo de la personalidad: la incapacidad de aceptar una crítica
constructiva.

No es necesario decir que nadie está libre de imperfecciones y que aunque la perfección no
esté al alcance de las posibilidades humanas podemos, no obstante, hacer mucho para
mejorar nuestras deficiencias. La acción correctivo sólo puede emprenderse cuando la
necesidad de hacerlo es evidente. De ahí que una persona deba ser consciente de aquellas de
sus fallas que requieren corrección. Su atención hacia tales faltas puede ser llamada por los
comentarios de la gente de su medio. Una persona con autoestima baja tiende a sentirse tan
amenazada por la conciencia de cualquier defecto personal, que bloquea efectivamente la
crítica constructiva. Puede rodearse de personas serviles o amigos que le dicen sólo lo que
quiere oír. Esta persona confirma la sentencia talmúdica: «Una persona puede ver todos los
defectos, excepto los suyos propios» (Negaím II, 5). Por supuesto, la falta de conciencia de los
defectos personales impide cualquier acción terapéutica.

Hemos señalado que la autoestima baja es invariablemente la consecuencia de una imagen


desvalorizada, que hace que la persona imagine que tiene defectos que en realidad no existen.
Es a un mismo tiempo irónico y trágico que la autoestima baja referida a defectos imaginarios
produzca una actitud defensiva que impide tomar conciencia de aquellos defectos que sí
existen en realidad, y que pueden ser corregidos. El no hacerlo puede causar un desempeño
deficiente, con lo cual se genera una mayor depresión de la autoestima. Es muy frustrante
observar a las personas con autoimagen desvalorizada malgastar sus esfuerzos en ocuparse en
una forma u otra de defectos inexistentes, mientras los problemas corregibles quedan sin
solución.

Nunca será suficientemente enfatizada la importancia de aceptar la crítica constructiva. El libro


de Mishlé abunda en el tema: «No reprendas al escarnecedor, para que no te aborrezca;
corrige al sabio y te amará» (IX, 8). «Corrige al entendido y acrecentará ciencia» (XIX, 25). «El
que ama la corrección ama la sabiduría; mas el que aborrece la reprensión es estúpido» (XII, l).
En el Talmud, Rabí Iehudá Nesia declara: «Cuál es el camino que una persona debe elegir para
sí en la vida? Amar la crítica constructiva, pues donde existe ésta hay placer, bondad y
bendiciones» (tratado Tamid XXVIIIa).

Riqueza

Es ampliamente aceptada la idea de que la riqueza se mide por la cantidad de bienes


materiales que uno ha acumulado. Es difícil desprenderse de los valores culturales
rotundamente enraizados y universalmente aceptados. Una reflexión nueva y desprejuiciada
indicará, empero que el valor de la Torá es correcto. La riqueza no tiene nada que ver con
cuánto uno posee, sino con la capacidad para disfrutar de cualquier cosa que uno tenga.

Cuando hablamos en general de la búsqueda de riqueza, no nos estamos refiriendo a los


esfuerzos invertidos para obtener los artículos de primera necesidad o incluso algunos de los
otros placeres de la vida, y tampoco a las reservas acumuladas para una época de necesidad.
Difícilmente alguien considere estas posesiones como riqueza. En el concepto generalizado, la
riqueza es la posesión de bienes materiales que superan las necesidades inmediatas y futuras.
Es cuando la gente acumula más de lo que puede utilizar que se la considera rica.

La insensatez de acumular una riqueza que excede nuestras necesidades está ilustrada por la
historia de cierto hombre que consultó a un psiquiatra. «¿Cuál es su problema?», le preguntó
éste.

«No tengo problemas», respondió el hombre.

«Entonces, ¿por qué vino a verme?»

«Porque mi familia insistió en que debía verlo».

«Bien, ¿qué es lo que su familia piensa que anda mal en usted?»

«Ellos creen que hay algo malo en mí porque me gustan los panqueques», contestó el
paciente.

«¡Eso es absurdo!» exclamó el psiquiatra. «No hay nada malo en gustar de los panqueques. ¡A
mí también me gustan!»
Los ojos del hombre brillaron con evidente alegría. «¿A usted también?», le preguntó.
«Entonces usted debe venir a mi casa. Tengo baúles llenos de panqueques en el desván».

Preparar varios panqueques para el desayuno, o incluso algunos más que serán guardados en
la heladera para el día siguiente, es perfectamente normal; pero, obviamente, llenar baúles de
panqueques raya en la insanía.

Analicemos esto un poco y veamos si podemos encontrar un principio que tenga aplicaciones
más amplias. Los panqueques son un tipo de alimento cuya función es satisfacer el hambre y el
apetito, y, por ende, constituyen un medio para un fin específico. Cuando uno los acumula sin
tener el propósito de utilizarlos para un fin adecuado, es insano. Podemos deducir de esto que
la insania se hace presente cuando algo que es sólo un medio se convierte en un fin.

El dinero es un medio para adquirir mercaderías o servicios que satisfagan nuestras


necesidades. Cuando una persona continúa acumulando dinero o mercaderías que superan las
necesidades corrientes y previsibles, esto no es riqueza. Es demencia.

¿Deben ser considerados dementes todos los multimillonarios que continúan trabajando para
aumentar sus grandes fortunas? Según las pautas culturales generalizadas, por supuesto que
no, pero de acuerdo con las pautas de la Torá, es probable que sí.

¿Podemos librarnos de esta locura? ¿No somos todos arrastrados por la marea cultural?

Hay una bella historia contada por Rabí Najmán de Bratzlav, acerca de un rey que cierta vez
fue informado por su primer ministro de que una terrible plaga había afectado toda la cosecha
de granos de su reino. Los científicos habían estimado que cualquiera que comiera de esos
cereales enloquecería.

«Pero no os preocupéis, Vuestra Majestad», dijo el primer ministro. «He almacenado


suficientes provisiones para que nosotros dos podamos superar este momento, hasta que se
recoja la cosecha del año próximo».

El rey negó con la cabeza. «No», dijo, «no puedo comer nada diferente de lo que comen mis
súbditos. Tú y yo comeremos lo que coma cualquier otro. Empero, marcaremos nuestras
frentes con un símbolo para que cuando yo te mire a ti y tú me mires a mí, recordemos que
ambos somos insanos».

A veces no podemos evitar ser arrastrados por la demencia cultural. Pero si esto ocurre,
seamos conscientes de nuestra locura para que podamos buscar, al menos, la forma de
recuperar nuestra salud.

La insanía ha sido definida apropiadamente como una minoría de uno. Si todo el público que
se encuentra en un auditorio oye una voz cuando no hay un locutor visible, se presume que
alguien está hablando por el equipo de altavoces. Si sólo una persona oye una voz que ninguna
otra del público escucha, se presume que aquélla sufre una alucinación, un síntoma de
psicosis. Si una persona colecciona panqueques, es demente. Si de algún modo los
panqueques se convirtieran en moneda legal, la gente que acumula baúles llenos de
panqueques no sería considerada insana.
Este no es el punto de vista de la Torá. Los valores de la Torá no están sujetos a la opinión de la
mayoría, sino que son absolutos, universales y eternos.

El valor secular predominante que se concede a la acumulación de bienes físicos más allá de su
posible uso puede ocasionar que una persona con baja autoestima intente elevar su «status»
amasando una fortuna. La acumulación de riquezas para compensar una autoimagen
desvalorizada es tan inútil como cualquier otro mecanismo destinado a compensar una
deficiencia fantasioso. Más aún, la acumulación de riquezas conduce a menudo a la ansiedad
porque los bienes físicos pueden perderse. En tanto cualquier pérdida de bienes es siempre
desagradable, la persona que tiene una buena autoestima y medios adecuados para una vida
confortable no es propensa a sentirse desolada por la pérdida de una parte de su fortuna.
Empero, si la fortuna de una persona representa una gran porción de su ego, su pérdida puede
resultar muy deprimente.

La persona que adopta el principio de la Torá de que la verdadera riqueza consiste en estar
satisfecho con lo que uno tiene, no es presa de la desolación que produce la pérdida de bienes
fisicos. Sus necesidades están determinadas por lo que se requiere para cumplir la voluntad
divina, y su sentimiento de valorización al esforzarse por cumplirla hará innecesaria la
búsqueda de riquezas.

Honor

Según el Talmud, el honor consiste en brindar reconocimiento y admiración a los demás en


lugar de recibirlos.

De nuestro anterior análisis de la autoestima se comprende claramente la posición de la Torá.


Hemos señalado que una persona con un buen sentido del yo no necesita que se le recuerde o
se le vuelva a asegurar que es meritoria. Más aún, no tiene dificultad en elogiar a los demás.
Esto contrasta decididamente con la persona que sufre de baja autoestima, cuyos
desesperados intentos por alcanzar un sentimiento de autovaloración pueden hacer que
menosprecie a los demás para sentirse superior a ellos.

Estas son sólo algunas ilustraciones de cómo los valores de la Torá son compatibles con el
desarrollo de la autoestima y conducen hacia ella sin excepción. El análisis de todos los valores
de la Torá tal como están expresados en el Talmud y en los escritos sobre ética de las
luminarias de la Torá, nos mostrará que están correlacionados positivamente con la
autoestima, a menudo en agudo contraste con los valores seculares que si bien son
ampliamente aceptados, pueden tener una correlación negativa y, en el mejor de los casos,
proveer una seudo-estima.

Otro valor importante de la Torá es el de la percepción del tiempo, al cual evalúa cualitativa
antes que cuantitativamente. Muchas personas están tan preocupadas por sus tareas
cotidianas que no se toman el tiempo necesario para evaluar sus vidas, objetivos, propósitos e
identidades. El análisis de estos elementos puede producirse a edad avanzada, cuando se han
retirado de la actividad y la disponibilidad de tiempo ocioso las lleva a una seria reflexión.
Puede producirse un análisis personal en un período anterior de la vida, pero habitualmente es
precipitado por alguna crisis, algún acontecimiento importante que lleva a esas personas al
autoexamen. Cuando observan sus vidas retrospectivamente, pueden deprimirse al comprobar
cuán poca sustancia y valores duraderos han obtenido. Este descubrimiento puede resultar
especialmente desolador cuando se produce a edad avanzada, cuando la persona se da cuenta
de que, aunque ha arribado a una filosofía de vida más significativa, el tiempo que le queda
para implementarla es sólo una pequeña fracción de su existencia total sobre la Tierra. La
conciencia de que nuestra vida ha sido esencialmente desperdiciada puede arrojar nuestra
autoestima a las mayores profundidades.

También aquí los valores de la Torá aportan la salvación. El Talmud provee muchos ejemplos
del principio que establece que «uno puede alcanzar todo su mundo (es decir, alcanzar el
propósito de su existencia terrenal) en un breve momento» (Avodá Zará VIb). La redención de
nuestra vida entera se puede lograr incluso en los últimos momentos; un sincero
reconocimiento de que uno ha vivido en el error, un auténtico arrepentimiento y una
apreciación de la verdad pueden redimir toda nuestra existencia.

Mirar hacia atrás y descubrir que los años y las energías han sido totalmente desperdiciados
puede, realmente, ser devastador para la autoestima, puesto que una persona es propensa a
desesperarse de sí misma como si fuera un fracaso total. Esto no ocurre en la filosofía de la
Torá, en la cual no existe el concepto de desesperación. Un breve momento de teshuvá puede
redimir toda una vida.

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