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Orbita de Enrique Soro
Orbita de Enrique Soro
Consejo asesor:
Andrés Gallardo
Osear Parra
Antonio Fernández
Juan G. Araya
Pablo Gaete
Mario Alarcón
Vladimir Sánchez
Alfredo Barría
Director:
Alej~ndro Witker
Coordinador:
Santiago Araneda
Diseño y diagramación:
Patricio Bravo F.
Portada:
Juan Miranda
Digitación:
Margarita Fierro
Un auténtico artista ... .... ..... .. .. ... ...... .............. ...... ... ...... .... ...... .. .. .............. . 24
Obra amplia y significativa ... .. ..... ..... ......... .......... ................... ............... .... 29
Primera obra formal de envergadura en Chile ..... ...................... ..... ............ 33
Un estreno célebre ......... ............. ............... ........ .... ..... ... ... ..... ..... .. ........ ... .. . 34
Músico multifacético ........ ........ .... .. ....................... ...... .. .... ................ .. ....... 35
Apreciado dentro y fuera de Chile .............. .. .......... ... ........ .............. .... ...... 36
De El Sur de Concepción ........... ......... .. ... .. ... ................... ........ .... .......... .... 36
En Santiago ............... ... .... .. ... ................ .. ... ............... .............. ... ......... .. .... 37
Orgullo nacional .. .. .. ........ ......... .... ... ....... .. .. ................ .... ......... ......... .. ... .. .. . 37
Un renovador ... ... ......... .. ... .. ............................ ... .......... ..... ..... .......... .... ...... 38
Crítica europea ...... ... ... .......... ................................ .... ................... ..... ........ 38
Del Anecdotario ............. ............... .......... .. .. ... .. ... .. ... ... ......... ..... .... ... ....... .. .. 39
"iAy, si no puedo! " ..... .... ......... ... ... ......... .. ............. ... .......... .. ....................... 39
Un Catálogo de 315 Obras .......... .. .................................... ..... ....... .. .. ...... ... 41
PRIMERAS OBRAS DE SORO ......... ......... ...... .. ... ........ ............................ .... 44
Su madre fue la dama penquista Pilar Barriga Muñoz, profesora culta, cuyas dotes se
evidenciaron en el establecimiento educacional que fundó y dirigió por tantos años
en la capital del sur. Su padre fue el eminente músico, piani sta y compositor italiano
Jo sé Soro Sforza, discípulo de CarIo Coccia (1782-1873), distinguido músico
napolitano que llegara a ser maestro de capilla de Novara y organizador de las famo-
sas tertulias musicales inspiradas por José Bonaparte, Rey de Nápoles, a la sazón.
Fue José Soro (1850-1893) un virtuoso del piano, que llegó a conformar un célebre
dúo con el eminente Gottschalk, destacándose en Montevideo y Buenos Aires. Cono-
cemos 45 obras compuestas por José Soro, para piano solo y para canto y piano, todas
ellas publicadas en Turín por Guidicci y Strada en magníficas litografías: «El Retor-
no Feliz», «El Reloj del Cabildo», «Orfeo», «La Camiseta Punzó», «A los Volunta-
rios de la Libertad», «La Italia de los Italianos», «Di vertimento Militar», «El Triun-
fo », marcha brillante dedicada al Presidente argentino Bartolomé Mitre, galardonada
en la Exposición Internacional de la Quinta Normal (1875); «Pensiero Elegíaco»,
dedicado a Isabelina Soro, su madre; «Spagnoletta», y las que compuso desde su
arribo a Chile en 1875 : «El Porvenir», «El Presidente Balmaceda», «L' Aurora», de-
dicada a Carmen Barriga, y, sobre todo, el «Himno Nacional Popular de Chile», con
poesía de Pablo Garriga.
El matrimonio Soro Barriga formó una familia musical : Fernando, abogado, dedica-
do a la magistratura, llega a ser un consumado pianista y violinista; Isabel, violinista
y eximia guitarrista y compositora; Amelia, pianista, y Cristina, pianista y célebre
cantante que participó durante varios años en conciertos, ejecutando, principalmente,
las obras compuestas por su hermano Enrique y en las giras altísticas de éste a través
de Chile y el extranjero.
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José Soro ejercita a su precoz hijo Enrique desde la más tierna infancia en los domi-
nios de la música pura, hasta llegar a constituirse en el asombro de los melómanos de
Concepción, por su increíble habilidad para el piano y la creatividad musical. En
efecto, ya a los 5 años de edad escribe obras con argumento: «El Niño Tunante», «El
Zorro de l<;t Montaña» ,»La Boca del Infierno» y una polca dedicada a ese, para él,
tremebundo profesor, famoso por su afición al «guante» en el seminario escolar, titu-
lada «No me pegue don Canale ... »
Este último, notable músico nacido en Istria (1866), estudió con Ponchielli en Milán
y con Bussi y Nantucci en Bologna, llegando a componer una cantata y una ópera de
un acto, «1 Vesperi». En 1892 llega a Chile dedicándose a la enseñanza musical en
Concepción, hasta ser designado subdirector del Conservatorio Nacional de Música,
sirviendo además las cátedras de composición, para terminar su carrera de maestro en
Ecuador, contratado por el Gobierno de esa nación como director del primer estable-
cimiento musical de ese país.
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Su madre Pilar, asentada en co nvicción de que se trataba de un niño prodigio, que
debía rendir grandes frutos a la patria, como un a de esas augustas matronas de la
antigua Roma, ex hibe orgullosa, de casa en casa, las dotes excepcionales de su hijo
Enrique, hasta obtener que el Senado de la República acuerde el ítem necesario para
que pueda proseguir sus estudi os en Europa. Por once votos contra siete (Walker
Martínez encabezó la oposición al proyecto) el Senado acordó «una pensión de 240
libras esterlinas o $3.193 para que pueda perfeccionarse en música», todo ello según
lo propusiera el senador Ramón Ricardo Rozas en 1898.
Entre otros, el Senado tuvo en vista los siguientes informes : de Pedro Traversari que
decía: «Conozco desde muy niño al joven Enrique Soro, hijo del celebrado maestro
compositor José Soro. Cuando el niño Enrique contaba con 5 años apenas y sin tener
nociones de música, era ya pianista. Después de esa época adquirió nociones musica-
les con su padre, y muerto éste, ha hecho estudios de armonía con el distinguido
maestro D. Brescia. Sus composiciones son de primer orden y si el Supremo Gobier-
no le enviase a perfeccionarse a Europa llegará a ser una notabilidad, verdadera glo-
ria para Chile y el Arte». De don Enrique Marconi que llegó a expresar: «El joven
Soro ya da pruebas de poseer aptitudes y talento poco comunes, por lo que entiendo
que es un deber atender a la educación del músico ... , de él se sacará un maestro que
será honra y gloria para su patria». Del propio D. Brescia que afirmaba que «el niño
Soro había sido un discípulo modelo» l .
El festivo poeta que fue A. Iranázaval, director del diario La Tarde , relata la gesta-
ción de una composición con la que Soro parecía despedirse de Chile antes de iniciar
sus estudios en Europa, la zamacueca «Viva la Tarde», que hiciera imprimir en los
talleres de Kisinger con ilustración de Larroche y Faure. La despedida de Soro en
1897, en el Club de La Unión , fue comentada de esta manera: «Los socios de esta
respetable institución acudieron en gran número a esta audición . El niño artista ejecu-
tó composiciones admirables dentro de los más entusiastas aplausos . Es notable a sus
años la posesión que ya tiene de su arte. El piano es para él un viejo amigo·sugestio-
nado, al cual hace sentir y expresar los más diversos y encontrados sentimientos. Una
vez colocado el artista frente al piano se transforma, domina el auditorio y entre los
oyentes pasa algo así como el presentimiento de que está asistiendo al estreno de un
Certifi cados de Traversari, Marco ni y Brescia, de octubre de 1897. entregados por e l senador Ramón R. Rozas a l Senado
de la Repúbli ca, al proponer una pensión e n favo r de Soro para efectuar estu dios en Europa.
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/
gran músico que honrará al país. El tema más insignificante, el más difícil, tan pronto
como lo escucha el artista, lo traslada a su ~iano, lo transforma con mil diversas
variacion~s y hace de él un trozo admirable» .
Así se exte~iorizaba el asombro que causaba Soro ya a los 13 afias de edad por sus
dotes pianísticas y sus excepcionales condiciones de improvisador. Respecto a la
ejecución de la zamacueca antes aludida, el diario La Ley escribió: «Aunque hijo de
italiano ha nacido en Concepción y criado en Chile; de aquí que entre su zamacueca
y la de otros autores extranjeros o extranjerizados haya una marcadísima diferencia.
«Viva La Tarde» es música genuinamente chilena, huele a albahaca y claveles. Escu-
chándola imagina uno los pañuelos de colores chillones girando en alto y ver desli-
zarse, ya rauda, ya muelle, la alegre pareja y percibe el ruido argentino de los vasos
que chocan y los palmoteos y las risas y los gritos de la concurrencia» 3.
Ese músico distinguido que fuera Marcial Martínez de Ferrari comenta esta temprana
obra de Enrique Soro, escribiendo: «Ha logrado Soro con naturalidad y convicción
apropiarse del sentido rítmico de la zamacueca y sin alterar la sencillez propia de las
armonías primitivas, le presta el interés de un pequeño desenvolvimiento de excelen-
te efecto. Aunque el tema melódico de la zamacueca no es de la composición del
joven Soro, ha hecho que la idea matriz se desarrolle armónicamente con naturalidad
y expansión sin borrarle el carácter primordial de canción popular que debe tener.
Los compositores, en su empeño por aparecer originales y sabios contrapuntistas, al
tratar los temas nacionales, alemanes, españoles o rusos , con frecuencia se engolfan
en tan enmarañadas combinaciones que sólo logran coronar sus esfuerzos mediante
el sacrificio completo del fin que al comenzar tuvieron en vista. Sus producciones
pierden el carácter popular del tema que ha servido de base y lo convierten a veces en
una serie de frases desconocidas y exóticas que ellos mismos apenas comprenden. El
tema popular está allí; pero ahogado en un mar de di sonancias extravagantes. En la
de Soro el dibujo del acompañamiento, en su monotonía propia de los aires populares
de Chile, está perfectamente ideado y ese compás de 6/8 interpreta fielmente el ritmo
de la zamacueca ... » 4.
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Frases sabias que representan el elevado elogio a un niño de 13 años que va a iniciar
seriamente sus estudios musicales, mostrando tempranamente una rica vena criolla, a
despecho de la acusación de «extranjerizante» e «italianismo» que más tarde tan
injustamente le endilgaran sus enemigos.
En esa época ya eran varios los chilenos que se habían perfeccionado musicalmente
en Europa. Raúl Rugel en composición, terminando por consagrarse como ejecutan-
te; Eliodoro Ortiz de Zárate, becado en Milán, donde, según él, había estudiado dos
años (1887-1889); Marcial Martínez de Ferrari, quien en 1887 ingresa en el Conser-
vatorio de Ginebra y estudia piano y composición; Rosita Renard y Amelia Cocq, en
Alemania y París, respectivamente, obteniendo la última el Gran Premio y de galar-
dón, un piano de dos teclados.
Del discurso pronunciado por E. Soro al incorporarse al Consejo de la Uni versidad de Chile en 1942.
«Chile y Argentina», una marcha alusiva a los instantes que vivía nuestro país, es la
primera compositión que escribe Soro en Milán y que se apresura a remitir a Chile.
La prensa, al destacar este esfuerzo, más meritorio por la significación que envolvía,
de un hijo agradecido de su patria, refiere que el propio director de Bandas del Regi-
miento Carampangue de Concepción, decidió instrumentarla y hacerla ejecutar.
En 1899 envía también a Chile sus nuevas composiciones: «Romanza sin palabras».
«Recuerdos de Concepción», melodía que dedicara a su madre Pilar, y un Andante
para cuarteto. El vals «Amelia», obsequio a su hermana en el día de su boda en 1900,
se publica en Milán bajo el seudónimo de «Penquisto», que usa allá para no provocar
el enojo del severo director del Conservatorio en que estudia; además, una célebre
«Romanza» para violín y piano, de inmediato ejecutada en el Salón de Actos de dicho
Conservatorio por el virtuoso del violín, Virgilio Ranzatto, a quien la dedicara. En
1901 produce el «Andante Apasionado» para cello y órgano; un «Scherzo en Re
menor» para dos violines, cello y piano, ambos ejecutados también en el Salón de
Actos del Conservatorio milanés, y una marcha, «Presidente Riesco», que remite a
Chile, donde es editada.
Anforsi, crítico de la Gaceta Musical, editada por Ricordi, expresó: «Hay en esa
música espontaneidad, claridad y sinceridad».
Este año compuso Soro «Melodía» para arcos, que dedicara a Jules Massenet.
En 1903 se ejecuta su célebre «Cuarteto en La mayor» para cuerdas, «la elocuencia
aplicada a la música», como lo catalogara Música e Musicisti de Milán. La «Sonata
en Re menor» para violín y piano cierra este ciclo de música de cámara. En 1904
compone «Tema con Variaciones» para orquesta y «Adagio y Scherzo», también para
orquesta. La primera de éstas induce a La Perseveranza a recomendarla «por la
ingeniosa riqueza de episodios, de colorido instrumental y pureza contrapuntística,
junto con la diversidad increíble de ritmos y de tonos que contiene».
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Con veinte años de edad, Soro en 1904 aparece ya dueño de un vasto repertorio
composicional. Para violín y piano dispone de una «Sonata en Re», «Romanza»,
«Minuetto en Sol» y «Coloquio Sentimental». Para cuarteto de cuerdas, además del
celebrado «Cuarteto en La», de un «Scherzo», «Minuetto» y el «An.d ante
Appassionato». En quinteto de cuerdas «Melodía» y el «'Andante Appasionato» para
cello y órgano. Para piano y canto ha producido ya innumerables obras, como «11
Sou ven iD>, «A mía Sorella», «Vigneta», «Storia de una Bimba», «11 Canto della Luna»,
«M' han detto» , «Lo Sogno, io Piansi Assai». Para voces a capella, «Madrigal» y
«Corales Armonizados». Ha compuesto para orquesta, una «Suite», «Intermezzo» y
los mentados «Temas con Variaciones», «Adagio», «Scherzo» (Mi-Sol) y «Melo-
día». Para piano a dos manos innumerables composiciones, desde «Recuerdos de
Concepción», 5 Romanzas sin Palabras», «Ricordi», «Amelía» y «Pensée», «Val-
ses», «Impresiones de un Carnaval», «Impresiones de un Domingo», tres fugas en 4
partes; «La Mosca Ciega», «Zig-Zag», «Intermezzo», «Hojas de Albumes», «Scherzo
en La menor», «Trois Petites Morceaux», etc. Parte de estas composiciones para pia-
no han sido ya impresas en Milán.
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cursara estudios completos en ese establecimiento, galardón que se acrecienta al con-
siderar que por primera vez se adjudicaba a un músico americano .
.Finalmente, Soro obtiene los títulos de Licenciado en piano, órgano, cello, Fisiología
de la voz, Histopa de la Música, Estética y Literatura Poética y Dramática.
El Cuarteto Geloso, integrado por A. Bloch, Pierre Monteux, J. Tergis y el propio M.A.
Geloso, ejecuta el «Andante» para cuerdas y con la colaboración de Casella interpreta
«Melodía». El gran Casella ejecuta además al piano varias de sus obras (<<Danza d' AmOle»,
entre otras) y Geloso con e~ autor la apreciada «Romanza» para violín y piano. Soro
acompaña a la soprano Marie Mayrand en «Nel Bosco», «»In souvenir y Vignetta» .
Al efecto, hemos tenido en vista los programas impresos y los comentarios de prensa en «/1 Tempo. (1-1-1901) ;
«La Lega Lombarda . (1-2-1904); .La Perseveranza. (1-11-1904); «/1 Secolo » (19-6-1903); .Corrieu della Sera »
(19-6-1903); «/1 Sole» (19-6-1903); «Música e Musicis/i » (1904); .Gaza/te Musicale » (1902) ; . Verde e Au urra .
(21-6-1903) ; «L'Observatore Cattolico. (4-6-1901), etc.
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La devoción y gratitud hacia Chile ha sido ya exteriorizada, así como ese cariño,
siempre presente, a sus familiares y amigos.
Estos mi smos altos valores morales los pone al servicio de su enfática decisión de
hacer socialmente útiles los grandes conocimientos adquiridos en Europa a través de
una vasta y fecundísima labor composicional y de una faena ejemplarizadora en pos
de la enseñanza musical en su país, contribuyendo decisivamente a la elevación del
nivel cultural y artístico de nuestro medio.
Coincide raramente el florecimiento musical de nuestro país con la vida y la obra de ese
joven gran músico. Nuestro Conservatorio llega a albergar en aquella época a más de un
millar de alumnos, ávidos de aprender la ciencia y el arte musicales; surgen por doquier
ejecutantes forjados ahora exclusivamente en la enseñanza musical impartida por nuestro
Conservatorio, eclosión que hará posible la formación en Chile de las primeras grandes
orquestas sinfónicas de 60 profesores con auténticos músicos nacionales; la formación de
conjuntos de música de cámara, que permiten el amplio despliegue de este género musi-
cal, no conocido antes con estas nuevas características. Surge, asimismo, una pléyade de
ilustres virtuosos del piano, del violín, cello y canto, que darán una robusta fama a Chile,
que aparece como la nación más aventajada musicalmente en América del Sur: Julio
Rossel, Marta Runge, Elionora Sgolia, Osvaldo Rojo, Américo Tritini, Juan Reyes, Este-
ban Iturra, Armando Moraga, siguen la senda de triunfos protagonizada por Amelia Cocq,
Rosita Renard y Claudio Arrau; y en violín, Armando Carvajal, Lidia Montero, Teresa
Parodi, Humilde Jara y el muy apreciado Mora; y, en fin , Nino Marcelli, Alfredo Padovani ,
Armando Palacios, Juan Casanova, María Luisa Sepúlveda, Carlos Melo, Roberto Puel-
ma, Víctor Tevah, P.H. Allende, Alfonso Leng, Helvecia Padlina, Australia Acuña, Merce-
des Neumann, Julia Pastén, Sofía del Campo y del malogrado Pedro Navia, que contribu-
yen con brillo al prestigio de Chile, todos ellos formados exclusivamente en el Conserva-
torio Nacional, prácticamente dirigido por Soro desde 1907.
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Además de estos virtuosos instrumentistas y cantantes, se plasma la primera conste-
lación de compositores nacionales forjados en forma exclusiva mediante las enseñan-
zas impartidas por nuestro Conservatorio.
La difusión artística en todos los niveles llega a ser posible por esta inaudita elevación
de nuestro nivel cultural-artístico: audiciones, conferencias, conciertos gratuitos en
el Teatro Municipal y en los teatros de barrios populares: ¡caso casi único en el mun-
do occidental de la época! 7
El objetivo del maestro Soro es formar «artesanos del arte», obreros que conozcan su
oficio, capaces de ejecutar las obras de los grandes genios y formar las nuevas gene-
raciones que han de reemplazarlos; y que se cumplió a cabalidad ese propósito no fue
el menor mérito logrado por Soro, para bien de nuestro arte musical.
Impresiona conocer el itinerario de los triunfos de Soro. Su obra sitúa por vez prime-
ra a Chile en la gran familia de las naciones musicales y en un sitial de privilegio en
América.
Revista Zig-Zag. Santiago. 14-5- l 927. bajo el título ~Nuestro Conservatorio de Música es uno de los mejores de América».
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Chilena», que en 1917 es adoptado oficialmente por el Gobierno. Ese mismo año la
Municipalidad de Santiago, siendo alcalde Francisco Valdés Vergara, le otorga un
Diploma de Honor como «homenaje a su espíritu de progreso y labor en bien de la
República» en acto solemne de conmemoración del 103 aniversario de la Indepen-
dencia Nacional; en 1918 compone el «Himno Apoteosis», a 4 voces, solista y or-
questa para el Séptimo Centenario de la Fundación de la Orden de la Merced,
discerniéndosele Medalla de Oro; en 1921 escribe la «Sinfonía Romántica», que lle-
ga a ser la primera obra de este género compuesta por un chileno; en 1922 se le
extiende el nombramiento como miembro de la Sociedad de Compositores de París,
sin concursar, y el Gobierno mexicano lo nombra Inspector Honorario de las clases
de Composición del Conservatorio de México, dirigido entonces por el ilustre Julián
Carrillo; en 1925, como reconocimiento a su obra, se le confiere Premio de Honor y
Medalla de Oro en la Exposición Internacional de La Paz, Bolivia y del mismo modo
en 1929 en la Exposición de Sevilla, España. El Rey de Italia lo nombra en 1931
Oficial de la Corona y las Asociaciones Artísticas de Buenos Aires, en 1936, le otor-
gan Medalla de Oro, para terminar confiriéndosele en 1938, en un gran acto en Bue-
nos Aires, un Pergamino suscrito por los directores de la Sociedad Nacional de Músi-
ca, Asociación Argentina de Música de Cámara, Asociación de Artes y Letras «El
Yaraví», de la Asociación Cultural «El Unísono» y por la Dirección Nacional de
Concertistas Argentinos. Es declarado en 1940 «Ciudadano Benemérito» por la I.
Municipalidad de Santiago y en 1947, el Gobierno peruano, siendo Presidente de la
República don Luis Bustamante y Rivero, «le confiere por sus méritos y servicios la
Encomienda de la Orden del Sol del Perú» (Reg. 2685 y 753 del Libro de la clase
respectiva). Finalmente, en 1948 recibe en Chile el máximo galardón: el Premio Na-
cional de Arte.
Numerosas giras efectuadas en el extranjero permiten a Soro ejecutar sus obras reci-
biendo el cálido elogio de la crítica, logrando insertar la música chilena en el concier-
to de las naciones cultas.
En 1912 viaja al Perú para dirigir en solemne audición el «Himno Estudiantil», que lo
hiciera célebre entre la juventud de América y algunas de sus obras sinfónicas en el
Teatro Municipal de Lima; en 1916 se dirige a Washington para asistir al magno acto
inaugural del Segundo Congreso Científico y Panamericano y a la audición de su
«Himno Panamericano»; ejecuta además en el Camegie Hall de Nueva York algunas
de sus obras; en 1917 realiza un ciclo de conciertos en Buenos Aires y en 1922 la
extensa y prolongada gira de conciertos por América y Europa, con audiciones en La
Habana, México, Nueva York, París, Berlín y varias ciudades ,de Italia. Participa en
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1925 en la Exposición Internacional de La Paz, Bolivia, efectuando numerosos con-
ciertos en ese país y en 1929 en el Festival Iberoamericano de Música en Barcelona y
en la Exposición Internacional de Sevilla.
Sus obras obtienen una amplia difusión. La afamada Casa Editora de G. Schirmer de
Nueva York, en el lapso 1917-1927 edita y reedita numerosas composiciones suyas;
asimismo, Ricorcli en Milán, París y Buenos Aires; Evette y Schaeffer en París, «La
Mejor Música del Mundo» en Estados Unidos, etc . Incluso se reproducen rolos para
autopiano y en discos por Aeolian y Co. de Nueva York, Columbia y RCA Víctor.
Carlos La Marr en revista Sucesos, Santiago, 7-5-1925. bajo el epígrafe «Soro. el más conocido de Chile y el más
celebrado de América».
El Sur. Concepción . 23-2-1924, reproduce in extenso la comunicación del Cónsul General de Chile en Génova, Robeno
Suárez Barros, remilida a nuestra Cancillería acerca de la extraordinaria recepción de Soro en Suiza por 1. Paderewski .
Refiere que el gran polaco expresó ante una selectísima concurrencia que «Soro lleva en la sangre la intuición de la
¡¡rmonía y de la melodía, y son ésas las cualidades del creador de la belleza y de la obra de ane» Micio Horzoswky fue
uno de los testigos de este laudatorio juicio.
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Ha llegado al pináculo. Es el único músico chileno que vive por y para la música
exclusivamente. Como músico moderno de alto profesionalismo jamás conocido en
Chile, afinca todas sus actividades en el campo musical, logrando formarse inclusive
una sólida situación material ya en esa época, desmintiendo de paso el conocido
.refrán criollo respecto de los que antes que él habían pretendido «vivir de la música».
1o El Mercurio d~ Santiago. 16-3- 1906. publica un extenso comentario firmado por . G» acerca de este Primer Album de
composiciones de Soro para piano forte y dice: "Verdadero acontecimiento artlslico. porque ¿Cuándo se ha producido
tan cerca de nosotros algo capaz de despertar una admiración semejante a la que consiguen sólo aquellos grandes artistas
que siempre nacen lejos. tan lejos de nuestro lado? .
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Pero llega la catástrofe: un decreto del Gobierno de la época -1928- lo obliga a reti-
rarse de la dirección del Conservatorio Nacional de Música. y las nuevas autoridades
imbuidas de un pretendido proceso «de renovación musical», se empeñan en conde-
narlo al silencio, amargo destierro en el que durante más de diez años, en la flor de la
juventud y de su edad como creador musical, se ve privado del aire libre para dar
vuelo a s~ imaginación.
Soro era por naturaleza y herencia una personalidad dionisíaca, que sentía y gozaba
la alegría de vivir y de reconocer la existencia de los demás. No es casual que las
mejores piezas que escribiera fuesen en forma de Scherzo. Ese carácter picaresco que
lo inducía en lo cotidiano a hacer de la vida una festiva broma, aparece constante-
mente y brota espontáneo. Es la edición remozada del temperamento de su padre
José. Quizás fue ése el acicate que lo condujo a tantas felices improvisaciones y tal
vez ello explica aquella precoz pieza, siendo niño, compuesta a la edad de cinco años,
para capear un inminente castigo de parte de su severo profesor Sr. Canales, que
decía al piano: «no me peque don Canale, ya no lo hago nunca más», y que lograra el
regocijado perdón de su maestro entre las risas de sus condiscípulos ... o también la
fina burla a aquella jovencita que dubitaba en ejecutar la guitarra en la consabida
tertulia familiar, improvisando la gavota «¡Ay, si no puedo!»
Este rasgo peculiar ¿era el desquite de una infancia que no conoció a cabalidad; por
las sañudas obligaciones a que se sometió en su apasionado afán de conocer la cien-
cia y el arte de la música?
Pero, desde ·1928 Soro ya no es ese alegre músico que sólo había conocido el sano
proceder de los hombres que campeaban en el reino de Euterpe. Se torna sombrío en
su hogar, destilando el zumo acre de la desilusión.
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servatorio refonnado». Recordamos a nuestros condiscípulos Héctor Carvajal. Malucha
Solari, Juan Matteucci, Juan Orrego y tantos otros que después se han distinguido en
diversas actividades artísticas. Rememoramos igualmente. que el solo hecho de nom-
brar a Enrique Soro era como un pecado musical. Se insistía en configurarlo como
antigualla que debíamos olvidar. Pero cuando divisábamos su inconfundible estampa
de elegante atuendo y su cabellera gri sácea, tratando de cubrir su amplia frente pen-
sadora, un calofrío parecía recorremos, porque no podíamos dejar de comprender
que quien se nos presentaba fugazmente en nuestras vidas, representaba la visión de
un verdadero y gran artista.
Más ahora, pese a su tardía rehabilitación, cuando comentamos con cualquier músico
de las nuevas hornadas, constatamos la increíble desinfonnación que éstos revelan
respecto de la obra de este chileno, fundamento de toda nuestra verdadera historia
musical 11.
No puede extrañar esta ignorancia que afecta incluso a los músicos profesionales. Si
repasamos todo lo escrito sobre nuestros músicos nacionales del próximo pasado,
podremos comprobar una inexplicable laguna respecto de Soro. Barajamos los análi-
sis de Orrego y Santa Cruz; de Isamitt y Allende; de Leng, Becerra y Riesco, hasta
llegar a nuestros más conspicuos musicógrafos como Salas Viu, quien, no pudiendo
escapar de lo que dijera y escribiera acerca de Soro en el lapso 1928-1940, elabora
una ingeniosa versión para analizar a Soro y su obra con posterioridad a su forzada
rehabilitación y sus argumentos convertidos en tesis, que sin mayor reexamen se
vienen repitiendo sin cesar.
1l Después de emprendida esta obra. merced a la tesonera labor de algunos mú sicos y mu sicólogos jóvenes. se ha produci·
do una reacción favorable en pos del mejor conocimiento de los valores de nuestra música del inmediato pasado. No
podemos menos que enaltecer la acción ejemplar del doctor en anes musicales Luis Merino Montero. a través de confe-
rencias y escritos. Del mi smo modo se destaca el trabajo de investigación mu y completo efectuado por la profesora y
musicóloga Raquel Bustos en la «Revista Musical de Chile» (octubre-diciembre de 1976) sobre Soro y su música.
Finalmente. tenemos que poner de relieve el empeño de tantos otros. como doña Magdalena Vicuña. que últimamente se
han reunido "para recordar y hacer recordar con dignidad el centenario del natali cio de este gran músico chileno »
21
Esa acción de amilanamiento en desmedro de Soro, que tuviera éxito iniCIal en las
postrimerías de los treinta, comienza por disiparse lentamente, para después tomarse
en avasalladora rehabilitación. En 1929 Soro obtiene en el extranjero resonantes triun-
fos desde Madrid, Barcelona y Sevilla en España, hasta Buenos Aires, donde se le
designa miembro honorario del Ateneo de esa importante capital americana.
Por otra parte, en Chile los tiempos cambian : advienen gobiernos progresistas que
gravitan poderosámente en los organismos destinados a dirigir nuestra vida musical.
El público auditor, cada vez más numeroso, clama por oír la música de Soro, quien,
incitado por su amor e identificación con el arte musical, prosigue con vehemencia su
incansable labor creadora: produce sonatas para piano y cello; los «Valses Patéticos»
y los «»Preludios Sinfónicos» para gran orquesta; las «Elegías de Invierno» y los
«Preludios en Estilo Antiguo» para piano, etc.
Se daban así los prolegómenos que debían conducir a la plena rehabilitación del mú-
sico, quien se ve incorporado primeramente a la Facultad de Ciencias y Artes Musi-
cales de la Universidad de Chile, y luego a la directiva del Instituto de Extensión
Musical, para terminar por ser coronado a fines de los cuarenta con el laurel del
Premio Nacional de Arte.
¿ y qué se ha hecho la música de Soro? ¿Es que los jóvenes de hoy conocen su Trío,
interpretado por el Trío Aguilar en Europa, Cuartetos, Quinteto, Sonatas, Conciertos
para piano, Sinfonía Romántica, Suite en Estilo Antiguo, sus himnos y música para
canto o para piano?
Pretendemos rescatar del olvido a este gran músico chileno. No entregaremos las
partituras inéditas de su vastísima obra -como a veces esporádicamente se nos ha
22
pedido- para evitar que duerman en algún museo. Queremos que su obra viviente
sirva de rico venero y de ejemplo a los jóvenes ansiosos, en cuyas manos se encuentre
encendida la llama de la creatividad musical; para la contribución de una genuina
expresión artística chilena -rescatada de la agobiante extranjerización que ahora pa-
dece- y para la incorporación de nuestra música a la'vigorosa corriente musical ame-
ricana y del mundo del atormentado hombre contemporáneo. Pretendemos, asimis-
mo, desde otra perspectiva, recrear la historia de nuestra evolución musical,
magnificando sus grandes valores y el valioso aporte de ellos a nuestro devenir.
23
DE NIÑO PRODIGIO A MAESTRO CONSAGRADO
(Referencias críticas)
Por considerar que sus palabras representan un juicio acertado y todavía válido, re-
producimos el texto completo con autorización del autor que a los 85 años de edad y
desde su retiro, sigue con inte~és el proceso cultural chileno
Un auténtico artista
«El camino del hombre, con sus dramáticas alternativas, conoce las barreras que
obscurecen el horizonte; sabe que hay colinas y a veces cordilleras que cierran la
marcha con obstáculos al parecer infranqueables, que hay regiones de sombra en que
todo se nos presenta perdido y en que el esfuerzo y el idealismo no cuentan con sus
legítimas esperanzas. Pero nuestra ruta también sabe que tarde o temprano suenan
horas de justicia y de reconocimiento. Y bienvenidas ellas cuando llegan durante
nuestra permanencia terrenal, porque no nos podemps habituar a que la obra de un
hombre venga a ser aquilatada y distinguida cuando ya su imagen, perdida en el más
allá, sólo puede recibir el tributo simbólico de nuestra fe, comunicada por sobre el
arcano de la obra de arte que no muere.
24
Nuestra patria ha determinado que la honra llegue a sus grandes artistas en vida y que
periódicamente escojamos a quien más se ha distinguido, para discernirle una corona
de gloria. Hoy nos reúne en torno del maestro Enrique Soro y nos pide que hagamos
público el testimonio de aprecio y admiración por su labor creadora.
Rendir este homenaje no es sino ver llegar uno de esos instantes cIaros, en que, como
en la naturaleza cuando la lluvia ha alejado la contaminación y la niebla, nos parece
posible mirar muy lejos y ver con proximidad increíble el perfil distante de las cosas,
la perspectiva completa del paisaje. En 10 diáfano de esta visión, podemos, señores,
extender la mirada y abarcar 10 que nuestro ilustre colega significa para la música
chilena, dejando de lado nuestras preferencias, nuestras lógicas distancias estéticas.
Enrique Soro, que hoy ingresa al Parnaso de los ilustres, viene a recibir lo que le
corresponde, porque nadie podrá negar que a partir de él, a partir de su obra, que era
ya la creación de un auténtico compositor, empieza nuestro país a contar en el desen-
volvimiento musical del mundo .
Sin embargo, creo que debemos detenernos en uno que otro de los rasgos salientes de
su personalidad. Quiero en primer lugar destacar un hecho que no ha sido menciona-
do c.on la importancia que tiene y éste es la dirección que Soro dio a su pensamiento
25
musical cuando orientó sus primeros pasos de compositor. Pensemos que Enrique
Soro parte a Italia en ] 898, que 11ega a Milán en vida de Giuseppe Verdi, a quien
conoce, y durante el primer auge del espectacular éxito del verismo, que deformó el
campo en que brillaron Otello y Falstaff. Soro, sin embargo, se vuelve hacia la músi-
ca pura. No llega a Chile con varias óperas fáci les, aun cuando tenía un innegable don
para ello, no se deja tentar por la resbaladiza pendiente del teatro de esos días, sino
que aborda las' formas sinfónicas, la música de cámara, el lied; es decir, se coloca
junto a la vanguardia del arte italiano y vuel ve a Chile con una preparación seria y
cimenta aquí lo que más tarde debíamos todos seguir: que el centro de gravedad de
nuestra vida musical está en el concierto antes que el teatro. Este hecho es notable y
de grandes proyecciones futuras. Soro pudo y aun debió ser distinto, no lo fue porque
en él había el alma de un músico con otras aspiraciones.
Dentro de esta línea, Soro cultiva la música pura. No sólo compone sino que da con-
ciertos, ejecuta y hace ejecutar toda clase de obras, dirige orquestas y echa las bases.
junto a Giarda, de lo que nuestra generación debía abordar. Yo recuerdo de niño haber
escuchado mucha música dirigida por Soro: sinfonías de Beethoven, Schubert,
Schumann, Brahms, conciertos con solistas, cuartetos y todo género de obras que
peregrinábamos a escuchar en la vieja casa del Conservatorio. Su alumno Marcelli
fue quien por vez primera presentó las nueve sinfonías de Beethoven hacia 1915,
salvando un siglo de atraso que llevábamos en el campo de los conciertos.
Debo decir también que cuando vinieron los días difíciles en que debimos luchas por
conseguir lo que hoy tenemos, nuestro pensamiento sincero fue colocar a Enrique
Soro a la cabeza de nuestra cruzada. Yo fui personalmente a pedírselo allá por 1925 y
desgraciadamente el rodaje del Conservatorio de entonces no le permitió creer en la
26
Enrique Soro Barriga
Esta es una de las últimas fotografías tomadas al maestro
A MI HERMANA
j}f1jlierl~d
_ de/A .' .
./tlltor
MILANO, BDLOGNA
Tulli i dlrittl tl u rva!i.· Propr;ell par tutti I plNI.
Dopo.lo "00000 I IraU_ti lot-rl1uionali.
f(iuniti 5b.bi~im~nb J íLusica.li
. GlUDICI & ST~IlDII- A. ~;"AI!CIU -11. TEDESC~1
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notI i i dir:U;,iu t ... ¡i .P,opri.ll ~r. I .. I1. ip ...I.
O. . . . . . cl)lIdo I tnu..tillll. rnu i""' IIJ.
posibilidad del momento . Nos distanciamos, tuvimos di ficultade s. pero en el fondo
nuestro respeto por Soro como músico nunca disminuyó ni se obscureció. Superada
ya esta etapa, un día volvimos todos a estar con él y no teníamos por qué no proceder
así. En justicia es Enrique Soro el músico que señaló el rumbo nuestro y él debió
senti r también orgullo de lo que sus discípulos iban realizando . Hubo un a persona
que vio con claridad este rumbo de las cosas y ésa fue la fiel compañera del maestro
Soro, que por desdicha no puede asistir sino en espíritu a este homenaje que ella
predijo. Vaya hacia ella en este momento nuestro recuerdo piadoso y lleno de cariño .
29
honores para un músico en formación. Pudo unirse así a una incorporación demasia-
do temprana a la actividad musical, que lo comprometía con los postulados de una
época en declive, la influencia sobre su fresca imaginación de aquella escuela para
decidir el .curso futuro de su obra. Pero el joven músico, muy lejos de inclinarse al
halago de ~n fácil operismo, marcha por la senda contraria, hacia empresas más altas.
Ya sobre el último Verdi la influencia de los grandes sinfonistas alemanes es mani-
fiesta. No en balde Verdi es el primero de los operistas italianos capaz de escribir un
«Cuarteto» que es esto ante todo. Sgambatti y Marchetti han de vincularse más estre-
chamente a la tendencia señalada y tomarán de la propia fuente -Liszt o Wagner- el
sustento necesario para animar un exigente sinfonismo italiano. El maestro Soro en-
cuentra en ellos el estímulo que precisa para seguir la ruta que se traza, de acuerdo
con sus íntimas apetencias. Sus admiradores chilenos debieron sentirse defraudados
cuando al regresar Soro al país en 1905 se encontraron, no con el autor de canciones
y de piezas de género a medida de sus gustos, sino con un compositor que a poco irá
a ofrecerles una Sinfonía, un Concierto para piano y orquesta, un Quinteto, dos Cuar-
tetos, Sonatas para piano y para violín y otras obras concebidas dentro de severos
principios de estilo. De todas formas, el prestigio que lo rodea, el eco de sus triunfos
como compositor y pianista en la gira que antes de su llegada ha realizado por Francia
e Italia, determinaron un completo éxito entre sus compatriotas. La sólida factura de
su música, su contenido expresivo, su lirismo, consolidan su fama. En realidad no
viene a ofrecer al ambiente chileno un arte que le sea del todo extraño, sino aquel que
tiene aquí firmes raíces, vertido en moldes mucho más amplios y con recursos técni-
cos y de expresión de riqueza inusitada. Su «Andante Appassionato», para piano y su
«Danza Fantástica» para orquesta, en poco tiempo pasan a la categoría de obras clá-
sicas en la producción nacional. Campea en la primera una indudable abundancia
melódica y una armonía clara y sin complicaciones. Cualidades que se alían en la
«Danza Fantástica» a un grato color orquestal, que tiene algunos puntos de contacto
con el de Grieg en sus «Danzas Noruegas)), hábil asimilación, como es sabido, de las
enseñanzas que el músico nórdico recibió en el Conservatorio de Leipzig y en su
cotidiano contacto con el arte de Mendelssohn.
Una larga serie de composiciones reafirma al maestro Soro en el camino elegido, por
el que marcha con una absoluta seguridad. Sobre él, los problemas que angustian a
otros compositores jóvenes de aquella hora ejercen una relativa influencia. A lo sumo
adopta ante esas preocupaciones una posición ecléctica entre los que considera exce-
,Sos de la música moderna y la servidumbre a las normas antiguas. La técnica apren-
dida, que domina con tanta destreza, por su parte lo domina a él también, y es a la vez
su limitación y su fuerza. Comienza su carrera con una serie de piezas para piano
30
entre las que destacan sus «Trol~ Petlb Morceaux ·. t:lolgnemenl . · ~(}u ve ntr >
«Retour»- inspirados por su apartamiento de la patria A ello:- 'ague un gran número
de obras para este instrumento -»Caprichos>,. «Schersos». «Estudios» « Recuerdo~
de Concepción», «Suite Chilena», «Berceuses». «Novelettas». "Valses». «Impresio-
nes de Nueva York» y otras piezas de género- de una indudable buena factura pianística.
«El Andante Appassionato» y los «Estudios Fantásticos» , las «Sonatas en Do soste-
nido menor y en Re mayor» y las dos «Sonatas» para violín y piano tienen un lugar
preferente entre ellas, así como entre sus primeras composiciones sinfónicas su «Sin-
fonía Romántica», su «Danza Fantástica», ya nombrada, la «Canción Triste» y las
Suites N° 1 Y N° 2. Estas dos últimas obras no son un simple agrupamiento de piezas
que se suceden sin un nexo íntimo; sus tiempos implican una especie de «programa»,
aludido en los títulos.
En tomo al cruciai año 1920, el estilo de Enrique Soro llega a su plenitud y aparecen,
en los dominios de las grandes formas sinfónicas y de cámara, sus obras de mayor
relieve. En 1919 es estrenado en Santiago el «Concierto en Re mayor» para piano y
orquesta, interpretada la parte solista por el autor. El dominio que el músico chileno
demuestra de la vasta estructura elegida, pues se inclina más a los modelos de Grieg
o Tchaikovski que a los del clasicismo vienés, determinó un completo triunfo de su
composición. Triunfo que se repite fuera de Chile, al ser ejecutado este concierto en
Berlín, por la Orquesta Filarmónica de esa ciudad, y en Barcelona, durante los Festi-
vales Hispanoamericanos de la Exposición Internacional de 1929. Ya no es única-
mente la abundante melodía, el caudal lírico de las obras anteriores, 10 que se admira
en Soro, sino una solidez de factura y una hábil combinación de planos sonoros,
donde se destaca el aprovechamiento, técnico y expresivo, de los recursos que el
piano ofrece en su diálogo con la orquesta.
C O RP O HA C I ON SEMC O
Bibliot eca com un i~a r. 111
1
l¡
I
T eresa A guila - B~ orte
31
orquestación no es colorista, ni fragmentada la exposición de las ideas. Los princi-
pios temáticos contrastantes se mantienen para reafirmar la firme trabazón de los .
episodios en un esfuerzo laudable por impedir que el exceso de lirismo lleve a las
divagaciones habituales en otros músicos del momento; singularmente, los que pre-
tendieron llevar, en Alemania y Austria, a los dominios de la Sinfonía procedimientos
extraídos de la; técnica wagneriana del teatro a plena orquesta. Su formación latina
salva al músico chileno de caer en demasías discursivas y de hacer de su obra una
especie de poema sinfónico sobre un difuso esquema formal, que sólo de muy lejos
tiene algo que ver con el de la Sonata para orquesta.
Las dos «Sonatas para violín y piano» y las tres para piano, el «Trío con piano en Sol
menor», sus dos «Cuartetos», abundan en los caracteres comentados. Pero hay algo que
no puede dejarse de señalar en este grupo de composiciones de cámara escritas por un
músico sudamericano en las primeras décadas de nuestro siglo, algo que habla con
elocuencia de la posición y de la altura de miras del maestro Soro. Hasta la aparición y
el reconocimiento, tras dura lucha, de la obra de Brahms, restablecedora de los grandes
géneros del clasicismo, los músicos del declinar romántico, e incluso del período de
plenitud de esta tendencia, habían considerado a la música de cámara como defmitiva-
mente muerta, fruto de un tiempo pasado para siempre. Sólo entre los alumnos del
Conservatorio de Leipzig, aunque como receta escolar, se siguen practicando las nobles
formas del cuarteto y del quinteto. Que Soro las cultivase en América antes de que la
obra de Brahms o las indirectamente relacionadas con ella -César Franck, por ejemplo-
, fuesen difundidas y apreciadas en estos medios, no es su menor timbre de gloria.
Sin llegar a romper nunca del todo con el credo que lo alentó en sus comienzos y fue
base de su labor en la edad madura, se insinúa una cierta evolución en las últimas
composiciones del maestro Soro. El crítico señor Humeres Solar comentó con las si-
guientes frases este aparente cambio de estilo: «Las últimas obras de Soro muestran
una feliz evolución en su arte, por cuanto asimila las conquistas instrumentales y armó-
nicas de la música moderna, y al mismo tiempo, depura las ideas expresivas que en
composiciones anteriores suelen resentirse de lirismo». Motivaron estos juicios los «Tres
Preludios Sinfónicos» estrenados en 1936, a los que siguen, en años ya cercanos al
presente, una «Suite en Estilo Antiguo» y «Tres Aires Chilenos», ambas obras para
orquesta. Sólo en algunas de sus composiciones juveniles para piano, como las «Piezas
características sobre la zamacueca chilena», abordó este músico el empleo de melodías
o ritmos extraídos del folklore criollo. Los «Aires Chilenos» son estilizaciones de cueca
y de tonadas, con un libre tratamiento sinfónico, de gran brillo. Las sencillas melodías
populares y la viva rítmica de las danzas son comentadas con abundancia de medios, sin
32
Ir hacIa una estilización impresionista; antes bien, Soro se mantiene en el extremo opuesto.
para crear unas páginas de crudo nacionalismo. La «Suite en Estilo Antiguo». que está
constituida por un Preludio y seis danzas del siglo XVIII, pertenece a una categoría
artística mucho más elevada. La escritura de la orquesta es en gran medida concertante;
el tratamiento de las partes constituye un recreo continuo en el empleo de los timbres
puros o en su amalgama en combinaciones contrapuntísticas».
Con un sentido didáctico y dirigido más bien a los expertos, el maestro Juan Orrego
Salas centró sus estudios de la Música de Soro en dos de sus obras: la «Sinfonía
Romántica» y el «»Concierto para piano».
«No obstante ser Enrique Soro un músico que se sirve de los cánones tradicionales
románticos, especialmente en lo que se refiere a la armonía, el análisis formal de su
música nos pone frente a uno de los aspectos más originales de su estilo. Sin perder
de vista el hecho de que la personalidad de este músico se formara en medio del
ambiente lírico-dramático que absorbía a Italia a principios de este siglo, donde de
existir problemas formales en la música, estaban ante todo, condicionados por propó-
sitos programáticos, puede decirse que el elemento constructivo nació en Soro como
un aporte típicamente personal, desprendido de toda influencia exterior. Su solo inte-
rés por el cultivo de las formas puras, descuidadas y muchas veces menospreciadas
por los maestros italianos de fin de siglo, es prueba suficiente de que Soro demostró
desde temprana edad su preferencia por aquellos aspectos intrínsecamente musicales
que más tarde servirían de médula a su estilo.
El catálogo de sus obras nos muestra con meridiana claridad su preferencia por la
creación de composiciones en las que el elemento formal domina.
33
es lo que permite a la música de Soro esa clara unidad que la caracteriza por sobre
todo. Su Concierto en Re mayor es un ejemplo elocuente de lo expuesto: hasta los
detalles que en la parte del solista podrían ser juzgados como elementos puramente
decorativos o virtuosísticos tienen siempre algún contacto, más o menos cercano, con
la idea central dé cada movimiento. Por ello la obra mencionada podría producir el
efecto de una composición cíclica. Y lo es en cierto sentido. Mas, la técnica de Soro,
al conseguir este efecto, está basada en la relación natural que presentan sus temas,
hermanados por elementos generadores comunes, más que en la vuelta a ideas meló-
dicas empleadas con anterioridad, como lo hace César Franck».
«Su 'Sinfonía Romántica', terminada en 192], envuelve además de los méritos musi-
cales señalados, la importancia de haber sido la primera obra formal de envergadura
que se produjera en nuestro país, lo que sirvió de punto de partida a toda una genera-
ción de compositores que comprendieron el valor que la música pura debía represen-
tar frente a otros géneros muy en boga en esos días y estimulados principalmente por
la ópera y la música de programa».
Un estreno célebre
El crítico Daniel Quiroga Novoa, en su estudio sobre «La música de cámara de Soro»,
recuerda que el Cuarteto de Soro se estrenó en el Teatro del Conservatorio de Milán,
con clamoroso éxito en 1904. Esto fue decisivo para que le otorgaran el Premio de
Alta Composición de ese año.
La crítica de Milán saludó el estreno del Cuarteto de Enrique Soro con palabras de
elogio, de las cuales reproducimos las del diario El Siglo: «El compositor mantiene el
desarrollo de las frases melódicas con mucha destreza, elegancia y acertada amalga-
34
ma de los instrumentos. El Minuetto bellísimo; el Andante, patético y conmovedor.
Desarrollado como de maestro, el Finale» .
«De las muchas deudas de gratitud que los músicos chilenos de hoy tienen para quien
abrió a Chile las puertas de la música de calidad. salvándolo del operismo que lo
mantenía encerrado en un callejón sin salida, no es la menor ésta de haber recibido de
él, por medio de obras escritas con inspiración verdadera y sólida técnica, una tradi-
ción auténtica, base imprescindible para que cuantos le siguieron pudieran conducir a
nuestra música hacia nuevas conquistas».
Músico multifacético
Acerca del estilo del maestro, la profesora Raquel Bustos expresa lo siguiente: «El
análisis de una selección de cuarenta obras y la audición de algunas grabaciones nos
permitió establecer que existe un 'estilo' Soro. En el extranjero Soro fue colocado
entre el grupo de compositores que poseen una cualidad saliente y una admirable
facilidad para crear melodías frecuentemente bellas. Las condiciones musicales inna-
tas y la esmerada formación europea hicieron de Soro un músico multifacético de
gran éxito en Chile y significativa proyección internacional».
35
En el capítulo subtitulado «Síntesis y perspectivas» de la mencionada investigadora
se lee: La Historia de la Música en Chile de Claro y Urrutia señala que: «... Cuatro
campos diferentes encauzaban la vida musical del país hacia 1924: los conciertos, la
ópera, la enseñanza y la producción musical chilena. Ubiquemos a Soro en 1924: a la
fecha habíá ofrecido numerosos conciertos en el país y en el extranjero con indiscuti-
ble éxito; la enseñanza musical del Conservatorio Nacional de Música era de respon-
sabilidad suya y su producción musical, desde hacía años, acumulaba los aplausos
continentales. En suma, con la sola excepción de la ópera, Soro era la figura musical
más destacada de la época. Su importancia no se basa en su estilo, ni siquiera en sus
procedimientos creadores, se cimenta en el aplauso y crítica que merecen sus obras,
en la honestidad y el respeto que él mismo tiene por sus principios, en sus ideales y
aspiraciones. Soro fue el hombre que creó la tensión necesaria que anticipa los cam-
bios renovadores; es a partir de él que se discute lo 'antiguo' y lo 'nuevo', que se
conoce ampliamente la cultura musical europea y que se crea la necesidad de una
cultura musical nacional cuyas bases ya están cimentadas. La proyección y perspec-
tiva de Soro se encuentra en sus sucesores y en la nueva generación de compositores;
en la medida en que ellos se destaquen en el país y en el extranjero, se pondrá de
relieve la imagen de Soro y la de nuestra música» .
De El Sur de Concepción
Soro regresó a Chile en 1905 y el 18 de junio de ese año dio una audición de sus
propias obras en el Teatro de Concepción. Tenía 21 años y lo acompañaron los profe-
sores y maestros instrumentistas Guillermo Navarro, Pablo Olivares y Julio Guerra,
padre de la pianista Flora Guerra.
36
Acerca de ese concierto el diario El Sur de la capital de lo que es hoy la Octava
Región del país, publicó lo siguiente:
En Santiago
Orgullo nacional
37
Un renovador
«No será menester insistir en el prestigio que cabe a Soro de haber sido el primero en
cimentar las perspectivas que hasta la hora de su aparición iban al encuentro de una y
otra modalidad, sin rumbo determinado. El vino a dar no sólo nuevos matices sino a
fundar audaces aspiraciones sobre una materia que, si bien era tratada con entusias-
mo y voluntad por algunos, carecían de una personalidad que las iluminara y remo-
viera a fondo. Soro ha realizado su labor concienzuda y tesoneramente y siempre
sincera. Une a la espontaneidad de su estilo la nobleza de sus sentimientos. Ha sido el
primero entre nosotros en cultivar la música de cámara. Ha sido aplaudido en Europa
y América, donde ha prestigiado el nombre de Chile».
Crítica europea
Bruno Schrader, ex alumno de Liszt y severo crítico de la revista fundada por Schumann
en Leipzig, decía: «Impera en este autor una fantasía fuerte y creadora, de donde
emana en abundante y rico caudal la melodía, verdadera alma de la música» (l de
febrero de 1922).
F. Busch, por muchos años director de la Sinfónica de Boston, declaró: «Si hubiera
tenido un hijo con disposiciones para la composición musical, habría elegido en el
mundo como maestro a Enrique Soro».
Las críticas extranjeras siempre favorables llenarían varios volúmenes. Son del New
York Times, de La Nación de Buenos Aires, de El Comercio de Lima, de Ciudad de
México, de Montevideo, de París y Roma.
38
Del Anecdotario
En 1906, en una velada musical que se realizaba en Santiago, mientras Manuel Gar-
cía Guerrero interpretaba al piano la «Sonata Opus 14 N° 1» de Beethoven, se levantó
de su asiento Enrique Soro e interpretó un segundo piano ante el asombro de los
asistentes.
Esta improvisación tuvo tanto éxito que le solicitaron que escribiera la partitura res-
pectiva, la que fue aceptada por la Casa Ricordi de Milán y con dedicatoria al pianista
de Concepción Esteban Iturra. Ha sido interpretada por diversos ejecutantes en dis-
tintas épocas.
Soro fue un buen director de orquesta en Chile y en el extranjero. En 1922, por ejem-
plo, tuvo ocasión de dirigir la Orquesta Filarmónica de Berlín. Esa vez le fue cedida
la batuta por Richard Hagel, el Kappelmeister de ese famoso conjunto, para que Soro
dirigiera la interpretación de su Opus Omnia, la Sinfonía en La Mayor o Sinfonía
Romántica.
Varias partituras están fechadas en Tomé. Ello se debe a que Soro, entre 1907 y 1910,
pasó los veranos en el que entonces era un frecuentado balneario penquista, en casa
de un pariente.
«¡Ay, si no puedo!»
Esta obra fue editada con elegante carátula por la casa G. Schirmer de Nueva York,
bajo la clasificación: «Piano music for the drawing room» (música de piano para
salón), adentro hay una explicación en inglés y castellano del origen de la pieza, que
dice: «En una ciudad del sur de Chile se encontraba el Maestro Enrique Soro en un
salón lleno de familiares, y los asistentes pidieron a una señorita allí presente que
tocara algo en guitarra: la niña se hacía de rogar, y apenas ,comenzaba a puntear
39
cortaba la pieza diciendo 'Ay, si no puedo'. Esto se repitió varias veces, y al fin los
asistentes exigieron al propio señor Soro que tocara: accedió y sentándose al piano
improvisó una gavota en que tomó como tema la frase 'Ay, si no puedo' en el mismo
tono en que fue dicha y luego modula con ella, la hace recorrer el teclado, la disloca,
le da tono burlón a veces, a veces triste, la hace brotar como una explosión de des-
aliento o la hace deslizarse como un suspiro, y todo ello con suma elegancia y con
una riqueza de armonía de primer orden».
(Del libro Músicos sin pasado, de Roberto Escobar. Editorial Pomaire. 1971. Págs.
89-90).
40
UN CATALOGO DE 315 OBRAS
Los catálogos de las composiciones de Soro que se han publicado son incompletos.
La investigación hecha por Ignacio Aliaga incluye las obras publicadas y las inéditas.
Así se llega a un total de 315, clasificadas de la siguiente manera:
41
Esta fotogra fía corre,sponde a la manifestación que el 15 de Octubre de 1948 le fuera ofrec ida a Soro por un selecto grupo de a mi gos y admiradores del
maestro durante una visita a Concepción, y con motivo de haber obte nid o el Premio Nacional de Alte ese mi smo año. Aparecen los hermanos Silvestre y
Ernesto Mahu zier, Julio Sáez Morales, Alfon so Urrejola Arruu, Enrique Soro, Ricardo Katz Johnson , Gastón Bianchi Oyarzún , Raúl Ri veros Pu lgar,
Alturo Medina, fundador de los Coros de Concepción; Orl ando Bettig, Esteban Iturra, Juan concha Aramburú y Francisco Ascencio.
N
'Í"
Soro trató personalme nte en Europa a músicos fa mosos, recibiendo de ellos elogiosos comentarios, de Mascagn i y Oebussy entre
otros. Con algunos mantu vO nutrida corresponde ncia por largo tiempo. Quien lo apreció mucho fue Julio Masse net, el autor de
«Manon» y de numerosas otras óperas, aparte de una gran cantidad de melodías, cantatas y poemas sinfónicos.
Como curiosidad reprod ucimos una de las callas de Masse net e n la cual le dice que le ha causado un pl acer mu y grande la lectura de
sus composiciones. Y termina ex presándole que lo considera un rnúsico maestro cuyo arte le agrada muchísimo.
43
PRIMERAS OBRAS DE SORO
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44
De los trece himnos que compuso Enrique Soro, sin duda el más conocido es el «Himno
de los Estudiantes Americanos», con letra del poeta pemano José Gál vez, quien llegó
a ser Vicepresidente de su país durante el Gobierno del Presidente José Luis Busta-
mante y Rivero.
45
~~mNO E5TU DII\N~
i ~
CORO
ESTROFAS
aORO
46
HIM NO DE LOS EST UDI A NT E S AME R ICA NOS
E. sono
' MIll"ziale é grandioso
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Ooro-
~ ~ lo. '1 I
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Canto
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En 1904 escribió la música del Andante para que fuera ejecutado por el famoso Cuar-
teto Geloso en la Sala Pleyel de París. Dicho conjunto lo integraban J. Geloso y
Bloch, violines; Pierre Monteux, viola y G. Tergis, violoncello.
En 1905 compuso una versión para dos violines, cello y piano y, de regreso a Chile
ese mismo año, la dio a conocer en el Teatro Concepción como primicia y homenaje
a su ciudad natal.
En 1909 escribió una versión para piano, la que fue editada por Schirmer en Nueva
York. En 192410 compuso para pequeña orquesta de cuerdas, siendo editado también
por Schirmer.
El Andante de Soro ha sido ejecutado innumerables veces en distintas partes del mundo
por orquestas dirigidas por Kleiber, Busch, Sargent, Vandemoot, Terc, Moubarack y
en Chile bajo la dirección de Tevah, Carvajal, Zoltan Fisher, Agustín Cullel y el pro-
pio autor, quien era, además, un destacado director. Fue grabado, asimismo, por la
RCA Víctor en la cotizada colección de discos Sello Rojo.
Finalmente, la última y definitiva versión para piano sólo la escribió en 1954, poco
antes de morir y es la que reproducimos en facsímil.
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