Está en la página 1de 60

Orbita de Enrique Soro

Ignacio Aliaga !bar

Municipalidad de Concepción • Universidad de Concepción


- 1997 - ===~===-:: ~ . ==-.:.-\
" \\\
.~
co R 1'0 H!I ( . .e' ) mur.
' ".
~" a
\
BiblioteCauuaO' b " rte
T eresa ~g = -- - -
-
Cuadernos del BIO BIO

Augusto Parra Ariel Ulloa


Rector Alcalde

Consejo asesor:
Andrés Gallardo
Osear Parra
Antonio Fernández
Juan G. Araya
Pablo Gaete
Mario Alarcón
Vladimir Sánchez
Alfredo Barría

Director:
Alej~ndro Witker

Coordinador:
Santiago Araneda

Diseño y diagramación:
Patricio Bravo F.

Portada:
Juan Miranda

Digitación:
Margarita Fierro

© EDICIONES UNIVERSIDAD DE CONCEPCION


Cuadernos del HIO HIO (Obra Completa)
ISBN N° 956-227-114-5
Cuaderno: Orbita de Enrique Soro
ISBN N° 956-227-147-1
Registro de Propiedad Intelectual N° 101.575
Impreso por:
Aramis Cortés - Editorial LOGOS
San Francisco 620 Of. 22 Fono: 6394742
Santiago de Chile
2.000 Ejemplares

HECHO EN CHILE / PRINTED IN CHILE


INDICE

ENRIQUE SORO: Compositor, ejecutante y


maestro de la música chilena ...... ..... ....... ... ... .... .. .. ........ .......... .. ......................... 5

DE NIÑO PRODIGIO A MAESTRO


CONSAGRADO (Referencias críticas) .... ... ........ ..... ....... ...... .. ... .......... .......... 24

Un auténtico artista ... .... ..... .. .. ... ...... .............. ...... ... ...... .... ...... .. .. .............. . 24
Obra amplia y significativa ... .. ..... ..... ......... .......... ................... ............... .... 29
Primera obra formal de envergadura en Chile ..... ...................... ..... ............ 33
Un estreno célebre ......... ............. ............... ........ .... ..... ... ... ..... ..... .. ........ ... .. . 34
Músico multifacético ........ ........ .... .. ....................... ...... .. .... ................ .. ....... 35
Apreciado dentro y fuera de Chile .............. .. .......... ... ........ .............. .... ...... 36
De El Sur de Concepción ........... ......... .. ... .. ... ................... ........ .... .......... .... 36
En Santiago ............... ... .... .. ... ................ .. ... ............... .............. ... ......... .. .... 37
Orgullo nacional .. .. .. ........ ......... .... ... ....... .. .. ................ .... ......... ......... .. ... .. .. . 37
Un renovador ... ... ......... .. ... .. ............................ ... .......... ..... ..... .......... .... ...... 38
Crítica europea ...... ... ... .......... ................................ .... ................... ..... ........ 38
Del Anecdotario ............. ............... .......... .. .. ... .. ... .. ... ... ......... ..... .... ... ....... .. .. 39
"iAy, si no puedo! " ..... .... ......... ... ... ......... .. ............. ... .......... .. ....................... 39
Un Catálogo de 315 Obras .......... .. .................................... ..... ....... .. .. ...... ... 41

PRIMERAS OBRAS DE SORO ......... ......... ...... .. ... ........ ............................ .... 44

"ANDANTE APPASSIONATO" .................. ............... .. ............... .... .. ... ..... ..... 50


Enrique Soro:
cOInpositor, ejecutante y
Inaestro de la Inúsica chilena
ENRIQUE SORO, ese niño precoz que ya a los cinco años se empinaba en el mundo de
la creación mUSIcal, en esa edad fehz en que todos somos acuciados sólo por los
juegos y divers iones propios de la infancia, es conducido por una extraña fuerza
hacia una vida de intensa preparación intelectual y artística.

Nace en Concepción el 15 de julio de 1884. Es la misma década de Stravinski y


Assafiev; Bartok y Kodaly ; Villa-Lobos, A. Berg y A. Webern ; Malipero y Casella;
E. Varese. Y, en Chile, la constelación que desde A. Leng y García Guerrero, abarca a
P.H. Allende y C. Lavín, C. Isamitt, P. Bisquert hasta llegar a un Acario Cotapos y
Aracena Infanta.

Su madre fue la dama penquista Pilar Barriga Muñoz, profesora culta, cuyas dotes se
evidenciaron en el establecimiento educacional que fundó y dirigió por tantos años
en la capital del sur. Su padre fue el eminente músico, piani sta y compositor italiano
Jo sé Soro Sforza, discípulo de CarIo Coccia (1782-1873), distinguido músico
napolitano que llegara a ser maestro de capilla de Novara y organizador de las famo-
sas tertulias musicales inspiradas por José Bonaparte, Rey de Nápoles, a la sazón.
Fue José Soro (1850-1893) un virtuoso del piano, que llegó a conformar un célebre
dúo con el eminente Gottschalk, destacándose en Montevideo y Buenos Aires. Cono-
cemos 45 obras compuestas por José Soro, para piano solo y para canto y piano, todas
ellas publicadas en Turín por Guidicci y Strada en magníficas litografías: «El Retor-
no Feliz», «El Reloj del Cabildo», «Orfeo», «La Camiseta Punzó», «A los Volunta-
rios de la Libertad», «La Italia de los Italianos», «Di vertimento Militar», «El Triun-
fo », marcha brillante dedicada al Presidente argentino Bartolomé Mitre, galardonada
en la Exposición Internacional de la Quinta Normal (1875); «Pensiero Elegíaco»,
dedicado a Isabelina Soro, su madre; «Spagnoletta», y las que compuso desde su
arribo a Chile en 1875 : «El Porvenir», «El Presidente Balmaceda», «L' Aurora», de-
dicada a Carmen Barriga, y, sobre todo, el «Himno Nacional Popular de Chile», con
poesía de Pablo Garriga.

El matrimonio Soro Barriga formó una familia musical : Fernando, abogado, dedica-
do a la magistratura, llega a ser un consumado pianista y violinista; Isabel, violinista
y eximia guitarrista y compositora; Amelia, pianista, y Cristina, pianista y célebre
cantante que participó durante varios años en conciertos, ejecutando, principalmente,
las obras compuestas por su hermano Enrique y en las giras altísticas de éste a través
de Chile y el extranjero.

7
José Soro ejercita a su precoz hijo Enrique desde la más tierna infancia en los domi-
nios de la música pura, hasta llegar a constituirse en el asombro de los melómanos de
Concepción, por su increíble habilidad para el piano y la creatividad musical. En
efecto, ya a los 5 años de edad escribe obras con argumento: «El Niño Tunante», «El
Zorro de l<;t Montaña» ,»La Boca del Infierno» y una polca dedicada a ese, para él,
tremebundo profesor, famoso por su afición al «guante» en el seminario escolar, titu-
lada «No me pegue don Canale ... »

Muerto prematuramente su padre, prosigue el niño Soro la enseñanza musical en


Concepción con doña Clotilde de la Barra y el reputado maestro italiano avecindado
en esa ciudad, Domingo Brescia.

Este último, notable músico nacido en Istria (1866), estudió con Ponchielli en Milán
y con Bussi y Nantucci en Bologna, llegando a componer una cantata y una ópera de
un acto, «1 Vesperi». En 1892 llega a Chile dedicándose a la enseñanza musical en
Concepción, hasta ser designado subdirector del Conservatorio Nacional de Música,
sirviendo además las cátedras de composición, para terminar su carrera de maestro en
Ecuador, contratado por el Gobierno de esa nación como director del primer estable-
cimiento musical de ese país.

Poseemos un cuaderno de Enrique Soro, fechado en 1895, en el que se conservan las


lecciones formuladas por aquel maestro: «Partimentos de Fenaroli Armonizados».
Asombra constatar el amoroso cuidado que revela este niño de 11 años de edad al
escribir esos ejercicios en 3/8 para dos violines, viola y cello.

Haciendo recuerdos acerca de Enrique Soro, Romildo Colombo escribió en 1900 en


el diario El Sur de Concepción que «a los cinco años de edad compuso su primera
pieza titulada 'El Niño Tunante' y que por cierto era la autobiografía infantil del
autor... de cómo la familia Soro Barriga era una familia de artistas; se diría que el Arte
tiene un Templo en ese hogar privilegiado, y el mayor de los hijos, Enrique, dotado
de un insuperable talento musical». Profetizando agrega «Que Enrique Soro llegue a
ser una notabilidad no lo ponemos en duda; por familia ha heredado del padre la
fecunda y exuberante inspiración artística, y la distinguida señora que le ha dado el
ser ha transferido en él, formándole el carácter, esa contracción al estudio, esas ideas
morales, esos hábitos de orden y de dignidad personal que han de sacarlo airoso en
todas las luchas de la vida y por la vida ... »

Creemos que esta semblanza no puede ser perfeccionada.

8
Su madre Pilar, asentada en co nvicción de que se trataba de un niño prodigio, que
debía rendir grandes frutos a la patria, como un a de esas augustas matronas de la
antigua Roma, ex hibe orgullosa, de casa en casa, las dotes excepcionales de su hijo
Enrique, hasta obtener que el Senado de la República acuerde el ítem necesario para
que pueda proseguir sus estudi os en Europa. Por once votos contra siete (Walker
Martínez encabezó la oposición al proyecto) el Senado acordó «una pensión de 240
libras esterlinas o $3.193 para que pueda perfeccionarse en música», todo ello según
lo propusiera el senador Ramón Ricardo Rozas en 1898.

Entre otros, el Senado tuvo en vista los siguientes informes : de Pedro Traversari que
decía: «Conozco desde muy niño al joven Enrique Soro, hijo del celebrado maestro
compositor José Soro. Cuando el niño Enrique contaba con 5 años apenas y sin tener
nociones de música, era ya pianista. Después de esa época adquirió nociones musica-
les con su padre, y muerto éste, ha hecho estudios de armonía con el distinguido
maestro D. Brescia. Sus composiciones son de primer orden y si el Supremo Gobier-
no le enviase a perfeccionarse a Europa llegará a ser una notabilidad, verdadera glo-
ria para Chile y el Arte». De don Enrique Marconi que llegó a expresar: «El joven
Soro ya da pruebas de poseer aptitudes y talento poco comunes, por lo que entiendo
que es un deber atender a la educación del músico ... , de él se sacará un maestro que
será honra y gloria para su patria». Del propio D. Brescia que afirmaba que «el niño
Soro había sido un discípulo modelo» l .

El festivo poeta que fue A. Iranázaval, director del diario La Tarde , relata la gesta-
ción de una composición con la que Soro parecía despedirse de Chile antes de iniciar
sus estudios en Europa, la zamacueca «Viva la Tarde», que hiciera imprimir en los
talleres de Kisinger con ilustración de Larroche y Faure. La despedida de Soro en
1897, en el Club de La Unión , fue comentada de esta manera: «Los socios de esta
respetable institución acudieron en gran número a esta audición . El niño artista ejecu-
tó composiciones admirables dentro de los más entusiastas aplausos . Es notable a sus
años la posesión que ya tiene de su arte. El piano es para él un viejo amigo·sugestio-
nado, al cual hace sentir y expresar los más diversos y encontrados sentimientos. Una
vez colocado el artista frente al piano se transforma, domina el auditorio y entre los
oyentes pasa algo así como el presentimiento de que está asistiendo al estreno de un

Certifi cados de Traversari, Marco ni y Brescia, de octubre de 1897. entregados por e l senador Ramón R. Rozas a l Senado
de la Repúbli ca, al proponer una pensión e n favo r de Soro para efectuar estu dios en Europa.

9
/
gran músico que honrará al país. El tema más insignificante, el más difícil, tan pronto
como lo escucha el artista, lo traslada a su ~iano, lo transforma con mil diversas
variacion~s y hace de él un trozo admirable» .

Así se exte~iorizaba el asombro que causaba Soro ya a los 13 afias de edad por sus
dotes pianísticas y sus excepcionales condiciones de improvisador. Respecto a la
ejecución de la zamacueca antes aludida, el diario La Ley escribió: «Aunque hijo de
italiano ha nacido en Concepción y criado en Chile; de aquí que entre su zamacueca
y la de otros autores extranjeros o extranjerizados haya una marcadísima diferencia.
«Viva La Tarde» es música genuinamente chilena, huele a albahaca y claveles. Escu-
chándola imagina uno los pañuelos de colores chillones girando en alto y ver desli-
zarse, ya rauda, ya muelle, la alegre pareja y percibe el ruido argentino de los vasos
que chocan y los palmoteos y las risas y los gritos de la concurrencia» 3.

Ese músico distinguido que fuera Marcial Martínez de Ferrari comenta esta temprana
obra de Enrique Soro, escribiendo: «Ha logrado Soro con naturalidad y convicción
apropiarse del sentido rítmico de la zamacueca y sin alterar la sencillez propia de las
armonías primitivas, le presta el interés de un pequeño desenvolvimiento de excelen-
te efecto. Aunque el tema melódico de la zamacueca no es de la composición del
joven Soro, ha hecho que la idea matriz se desarrolle armónicamente con naturalidad
y expansión sin borrarle el carácter primordial de canción popular que debe tener.
Los compositores, en su empeño por aparecer originales y sabios contrapuntistas, al
tratar los temas nacionales, alemanes, españoles o rusos , con frecuencia se engolfan
en tan enmarañadas combinaciones que sólo logran coronar sus esfuerzos mediante
el sacrificio completo del fin que al comenzar tuvieron en vista. Sus producciones
pierden el carácter popular del tema que ha servido de base y lo convierten a veces en
una serie de frases desconocidas y exóticas que ellos mismos apenas comprenden. El
tema popular está allí; pero ahogado en un mar de di sonancias extravagantes. En la
de Soro el dibujo del acompañamiento, en su monotonía propia de los aires populares
de Chile, está perfectamente ideado y ese compás de 6/8 interpreta fielmente el ritmo
de la zamacueca ... » 4.

La Tarde. 30- 12-1897.


Diario La Ley, bajo el epígrafe de " Un artista de 14 años». 3-1-1 898.
La Tarde. 1-1-1 898.

10
Frases sabias que representan el elevado elogio a un niño de 13 años que va a iniciar
seriamente sus estudios musicales, mostrando tempranamente una rica vena criolla, a
despecho de la acusación de «extranjerizante» e «italianismo» que más tarde tan
injustamente le endilgaran sus enemigos.

Embarcado en el vapor «Liguria» viaja Soro a Europa el 13 de abril de 1898, portan-


do como equipaje «una pequeña maleta de cartón y en el bolsillo 2 libras esterlinas,
obsequio de su tío Emilio Soro», como lo refiriera más tarde el propio músico.

En esa época ya eran varios los chilenos que se habían perfeccionado musicalmente
en Europa. Raúl Rugel en composición, terminando por consagrarse como ejecutan-
te; Eliodoro Ortiz de Zárate, becado en Milán, donde, según él, había estudiado dos
años (1887-1889); Marcial Martínez de Ferrari, quien en 1887 ingresa en el Conser-
vatorio de Ginebra y estudia piano y composición; Rosita Renard y Amelia Cocq, en
Alemania y París, respectivamente, obteniendo la última el Gran Premio y de galar-
dón, un piano de dos teclados.

Salvador Sanfuentes, entonces embajador de Chile en Francia, es quien recibe en


París al joven Soro, el cual se le presenta como un mocetón alto, delgado, de curioso
andar, como alado, deslizándose más bien; ojos grandes, oscuros, de soñadora mira-
da no exenta de vivaz picardía, se destacan en una hermosa cabeza omada con una
abundosa y ondeada cabellera azabache; ya su apostura mostraba la distinción y ele-
gantes maneras que lo singularizarían más tarde. ¿Qué sentimientos le embargarían
al conocer a este valiente joven que desde la lejana Concepción se le presenta, des-
pués de un largo viaje, solo, completamente, y con la firme convicción de iniciar de
inmediato, sin pérdida de tiempo, los estudios, no en París como se le había asignado,
sino en el Conservatorio de Milán, homenaje que rendía a la memoria de su padre?

El diplomático, que más tarde llegó a la Presidencia de la República, se apresura a


acceder al pedido del joven Soro, comprendiendo la inmensa fuerza de convicción
que lo guiaba; y he aquí a Soro en Milán optando por ingresar al exclusivo y severo
Real Conservatorio de esa capital de la música, en Italia. Pero dejemos al propio Soro
relatar el suceso: «Para ingresar en los cursos de composición había que ganar el
puesto por concurso. La prueba principal era improvisar una fantasía sobre un tema
dado por la comisión. Había sólo dos vacantes y entre ochenta a noventa concursan-
tes de varios países europeos. Gané el concurso junto a Andrea Balbis» 5.

Del discurso pronunciado por E. Soro al incorporarse al Consejo de la Uni versidad de Chile en 1942.

r ' ()R PUHA C;O , ~ I : M '~ ~ 1I


1; Blbl10teca . Comun . ~ ,.d ¡
11 " eresa Aguila - B o nt: . iJ 11
Al vencer en el referido Concurso de Admisión, el Gtlbierno italiano lo honra con la
distinción de hacer gratuitamente sus estudios en dicho establecimiento musical.

«Chile y Argentina», una marcha alusiva a los instantes que vivía nuestro país, es la
primera compositión que escribe Soro en Milán y que se apresura a remitir a Chile.
La prensa, al destacar este esfuerzo, más meritorio por la significación que envolvía,
de un hijo agradecido de su patria, refiere que el propio director de Bandas del Regi-
miento Carampangue de Concepción, decidió instrumentarla y hacerla ejecutar.

En 1899 envía también a Chile sus nuevas composiciones: «Romanza sin palabras».
«Recuerdos de Concepción», melodía que dedicara a su madre Pilar, y un Andante
para cuarteto. El vals «Amelia», obsequio a su hermana en el día de su boda en 1900,
se publica en Milán bajo el seudónimo de «Penquisto», que usa allá para no provocar
el enojo del severo director del Conservatorio en que estudia; además, una célebre
«Romanza» para violín y piano, de inmediato ejecutada en el Salón de Actos de dicho
Conservatorio por el virtuoso del violín, Virgilio Ranzatto, a quien la dedicara. En
1901 produce el «Andante Apasionado» para cello y órgano; un «Scherzo en Re
menor» para dos violines, cello y piano, ambos ejecutados también en el Salón de
Actos del Conservatorio milanés, y una marcha, «Presidente Riesco», que remite a
Chile, donde es editada.

A raíz de esta última audición' en el Conservatorio, La Perseveranza de Milán escri-


bió: «Optimo exordio fue el del Sr. Soro. No rebusca por medio de procedimientos
alambicados esa originalidad que hace caer a menudo a los jóvenes en sus primeras
armas, en lo abigarrado o descabellado. En el «Andante» sobre todo, y en la «Suite»
hay_inspiración muy sentida, siempre sana, de verdadero músico».

Anforsi, crítico de la Gaceta Musical, editada por Ricordi, expresó: «Hay en esa
música espontaneidad, claridad y sinceridad».

Este año compuso Soro «Melodía» para arcos, que dedicara a Jules Massenet.
En 1903 se ejecuta su célebre «Cuarteto en La mayor» para cuerdas, «la elocuencia
aplicada a la música», como lo catalogara Música e Musicisti de Milán. La «Sonata
en Re menor» para violín y piano cierra este ciclo de música de cámara. En 1904
compone «Tema con Variaciones» para orquesta y «Adagio y Scherzo», también para
orquesta. La primera de éstas induce a La Perseveranza a recomendarla «por la
ingeniosa riqueza de episodios, de colorido instrumental y pureza contrapuntística,
junto con la diversidad increíble de ritmos y de tonos que contiene».

12
Con veinte años de edad, Soro en 1904 aparece ya dueño de un vasto repertorio
composicional. Para violín y piano dispone de una «Sonata en Re», «Romanza»,
«Minuetto en Sol» y «Coloquio Sentimental». Para cuarteto de cuerdas, además del
celebrado «Cuarteto en La», de un «Scherzo», «Minuetto» y el «An.d ante
Appassionato». En quinteto de cuerdas «Melodía» y el «'Andante Appasionato» para
cello y órgano. Para piano y canto ha producido ya innumerables obras, como «11
Sou ven iD>, «A mía Sorella», «Vigneta», «Storia de una Bimba», «11 Canto della Luna»,
«M' han detto» , «Lo Sogno, io Piansi Assai». Para voces a capella, «Madrigal» y
«Corales Armonizados». Ha compuesto para orquesta, una «Suite», «Intermezzo» y
los mentados «Temas con Variaciones», «Adagio», «Scherzo» (Mi-Sol) y «Melo-
día». Para piano a dos manos innumerables composiciones, desde «Recuerdos de
Concepción», 5 Romanzas sin Palabras», «Ricordi», «Amelía» y «Pensée», «Val-
ses», «Impresiones de un Carnaval», «Impresiones de un Domingo», tres fugas en 4
partes; «La Mosca Ciega», «Zig-Zag», «Intermezzo», «Hojas de Albumes», «Scherzo
en La menor», «Trois Petites Morceaux», etc. Parte de estas composiciones para pia-
no han sido ya impresas en Milán.

Soro se aplica apasionadamente al estudio y desenvuelve su creatividad, consustan-


cial a su ser. Durante seis años se cultiva en este Conservatorio, dirigido entonces por
Gallignani , músico ilustre que fuera maestro de Capilla del Duomo de Milán y direc-
tor del Diario Música Sacra y que llegara a la celebridad por su «Magnificat». Luigi
Mapelli es su maestro en armonía y contrapunto, autor de un «Ave María», para coro
y orquesta y de una «Misa de Réquiem» a 5 voces a capella, que le permitiera ganar
el Premio Roma. Gaetano Coronaro es su maestro de alta composición y orquestación,
miembro de una distinguida familia musical, autor de la ópera «Un Tramonto» y
«Creola y Malarme». Carlo Andreoli, propulsor de los conciertos populares de músi-
ca clásica en Milán en 1880, es su maestro de piano. Estudia cello con G. Centemeri
y con el famoso Arnintore Galli , historia de la música.

Soro fue alumno aventajadísimo en tan elevado centro de la enseñanza musical; lo


testimonian los certificados, uno de los cuales dice: «El que suscribe declara que el
Sr. Soro, alumno de composición de este Real Conservatorio, ha dado pruebas, du-
rante el año escolástico 1901-1902, de notables aptitudes para la música y de especial
contracción al estudio, obteniendo provechosos resultados que permiten concebir las
mejores esperanzas para el porvenir». Firmado por H. Gallignani, director.

El codiciado «Unico Premio deAlta Composición» que el Real Conservatorio discer-


nía cada siete años, lo gana el joven Soro, calificado como el mejor alumno que

13
cursara estudios completos en ese establecimiento, galardón que se acrecienta al con-
siderar que por primera vez se adjudicaba a un músico americano .

.Finalmente, Soro obtiene los títulos de Licenciado en piano, órgano, cello, Fisiología
de la voz, Histopa de la Música, Estética y Literatura Poética y Dramática.

Se explica entonces que en las presentaciones de alumnos del Conservatorio de Milán


aparezca Soro como figura estelar. Bajo la dirección de Ettore Panizza se ejecutan las
obras orquestadas que ya había compuesto: «Scherzo», «Adagio» y «Tema con Va-
riaciones»; y en la famosa Sala de Conciertos «Famiglia Piamontese» y en las aulas
«Famiglia Artistica» 6 .

París lo recibe en 1904 ofreciéndosele el centro de reunión de lo más granado y


distinguido de la música, La Grande Salle Pleyel. Es la misma sala que fundara (1871)
Saint-Saens para ilustración y defensa del arte galo y donde fueran aclamados César
Franck y sus alumnos -los cesariones- d'Indy, Ropart, Chausson y ese que practicaba
música china, como lo advirtiera el gran Massenet, C. Debussy.

El Cuarteto Geloso, integrado por A. Bloch, Pierre Monteux, J. Tergis y el propio M.A.
Geloso, ejecuta el «Andante» para cuerdas y con la colaboración de Casella interpreta
«Melodía». El gran Casella ejecuta además al piano varias de sus obras (<<Danza d' AmOle»,
entre otras) y Geloso con e~ autor la apreciada «Romanza» para violín y piano. Soro
acompaña a la soprano Marie Mayrand en «Nel Bosco», «»In souvenir y Vignetta» .

En 1905 Soro regresa a su patria y ofrece en su tierra natal de Concepción la primera


audición pública de sus principales obras. Su hermana Cristina canta con la deliciosa
voz de soprano de que estaba dotada «I1 Canto della Luna», «Melodía Sentimental» y
«Escena Lírica», y acompaña al autor al piano a 4 manos en el gran vals de concierto,
«Recuerdos de Concepción». Con la valiosa cooperación de los profesores Julio Gue-
rra, H. Navarro y P. Olivares se hace oír la Suite para dos violines, cello y piano, así
como en primera audición y versión la «Danza Fantástica». El concierto efectuado el
18 de junio de 1905 revela a Soro, que aún no cumple los 21 años de edad, como
dueño de una macicez que deslumbra a sus compatriotas.

Al efecto, hemos tenido en vista los programas impresos y los comentarios de prensa en «/1 Tempo. (1-1-1901) ;
«La Lega Lombarda . (1-2-1904); .La Perseveranza. (1-11-1904); «/1 Secolo » (19-6-1903); .Corrieu della Sera »
(19-6-1903); «/1 Sole» (19-6-1903); «Música e Musicis/i » (1904); .Gaza/te Musicale » (1902) ; . Verde e Au urra .
(21-6-1903) ; «L'Observatore Cattolico. (4-6-1901), etc.

14
La devoción y gratitud hacia Chile ha sido ya exteriorizada, así como ese cariño,
siempre presente, a sus familiares y amigos.

Estos mi smos altos valores morales los pone al servicio de su enfática decisión de
hacer socialmente útiles los grandes conocimientos adquiridos en Europa a través de
una vasta y fecundísima labor composicional y de una faena ejemplarizadora en pos
de la enseñanza musical en su país, contribuyendo decisivamente a la elevación del
nivel cultural y artístico de nuestro medio.

Asistimos, de esta manera, a una intensa labor pedagógica y de difusión musicales, a


través de una increíble secuencia de conciertos sinfónicos y de cámara, constituyen-
do un fenómeno absolutamente nuevo en nuestro ambiente, amén de su fecund a y
prolífica labor creadora.

Después de revelarse como verdadero maestro sirviendo las cátedras de composición y


de piano en el Conservatorio Nacional -y como inspector de la enseñanza musical en la
instrucción primaria- es designado, con 23 años escasos, subdirector de nuestro primer
plantel musical y profesor de la clase de conjunto orquestal del mismo establecimiento.

Coincide raramente el florecimiento musical de nuestro país con la vida y la obra de ese
joven gran músico. Nuestro Conservatorio llega a albergar en aquella época a más de un
millar de alumnos, ávidos de aprender la ciencia y el arte musicales; surgen por doquier
ejecutantes forjados ahora exclusivamente en la enseñanza musical impartida por nuestro
Conservatorio, eclosión que hará posible la formación en Chile de las primeras grandes
orquestas sinfónicas de 60 profesores con auténticos músicos nacionales; la formación de
conjuntos de música de cámara, que permiten el amplio despliegue de este género musi-
cal, no conocido antes con estas nuevas características. Surge, asimismo, una pléyade de
ilustres virtuosos del piano, del violín, cello y canto, que darán una robusta fama a Chile,
que aparece como la nación más aventajada musicalmente en América del Sur: Julio
Rossel, Marta Runge, Elionora Sgolia, Osvaldo Rojo, Américo Tritini, Juan Reyes, Este-
ban Iturra, Armando Moraga, siguen la senda de triunfos protagonizada por Amelia Cocq,
Rosita Renard y Claudio Arrau; y en violín, Armando Carvajal, Lidia Montero, Teresa
Parodi, Humilde Jara y el muy apreciado Mora; y, en fin , Nino Marcelli, Alfredo Padovani ,
Armando Palacios, Juan Casanova, María Luisa Sepúlveda, Carlos Melo, Roberto Puel-
ma, Víctor Tevah, P.H. Allende, Alfonso Leng, Helvecia Padlina, Australia Acuña, Merce-
des Neumann, Julia Pastén, Sofía del Campo y del malogrado Pedro Navia, que contribu-
yen con brillo al prestigio de Chile, todos ellos formados exclusivamente en el Conserva-
torio Nacional, prácticamente dirigido por Soro desde 1907.

15
Además de estos virtuosos instrumentistas y cantantes, se plasma la primera conste-
lación de compositores nacionales forjados en forma exclusiva mediante las enseñan-
zas impartidas por nuestro Conservatorio.

Y, como coronáción de este notable repunte de nuestra actividad musical, se constitu-


yen numerosas academias musicales en Santiago, Val paraíso, Concepción, Valdivia y
Osorno. El centro de enseñanza musical que llevó el nombre de «Enrique Soro» en
Concepción logra en 1927 un plantel de 250 alumnos.

La difusión artística en todos los niveles llega a ser posible por esta inaudita elevación
de nuestro nivel cultural-artístico: audiciones, conferencias, conciertos gratuitos en
el Teatro Municipal y en los teatros de barrios populares: ¡caso casi único en el mun-
do occidental de la época! 7

El objetivo del maestro Soro es formar «artesanos del arte», obreros que conozcan su
oficio, capaces de ejecutar las obras de los grandes genios y formar las nuevas gene-
raciones que han de reemplazarlos; y que se cumplió a cabalidad ese propósito no fue
el menor mérito logrado por Soro, para bien de nuestro arte musical.

Impresiona conocer el itinerario de los triunfos de Soro. Su obra sitúa por vez prime-
ra a Chile en la gran familia de las naciones musicales y en un sitial de privilegio en
América.

En 1908 se le otorga el Unico Premio por su «Himno Panamericano», declarado


oficial por el Primer Congreso Científico de las Américas. En 1909 se le discierne
Medalla de Oro y Diploma en la Exposición Internacional de Quito, Ecuador; en
1910 obtiene el Unico Premio con Medalla de Oro en el Concurso del Consejo Supe-
rior de Letras y Bellas Artes por su «Himno al Primer Centenario de la Independencia
Nacional», siendo además designado por el Supremo Gobierno para practicar la ver-
sión oficial, en letra y música, del himno patrio; en 1911 obtiene el Unico y Primer
Premio, con Medalla de Oro en el Concurso Internacional de Lima por el «Himno de
los Estudiantes Americanos», con letra del poeta peruano José Gálvez; en 1912 el
Consejo Superior de Letras y Bellas Artes, Sección Música, le adjudica el Primer
Premio por la «Sonata» N° 1 para piano, otorgándole segundo premio por el «Scherzo
Sinfónico» y por la «Suite» para piano; en 1913 compone el «Himno a la Bandera

Revista Zig-Zag. Santiago. 14-5- l 927. bajo el título ~Nuestro Conservatorio de Música es uno de los mejores de América».

16
Chilena», que en 1917 es adoptado oficialmente por el Gobierno. Ese mismo año la
Municipalidad de Santiago, siendo alcalde Francisco Valdés Vergara, le otorga un
Diploma de Honor como «homenaje a su espíritu de progreso y labor en bien de la
República» en acto solemne de conmemoración del 103 aniversario de la Indepen-
dencia Nacional; en 1918 compone el «Himno Apoteosis», a 4 voces, solista y or-
questa para el Séptimo Centenario de la Fundación de la Orden de la Merced,
discerniéndosele Medalla de Oro; en 1921 escribe la «Sinfonía Romántica», que lle-
ga a ser la primera obra de este género compuesta por un chileno; en 1922 se le
extiende el nombramiento como miembro de la Sociedad de Compositores de París,
sin concursar, y el Gobierno mexicano lo nombra Inspector Honorario de las clases
de Composición del Conservatorio de México, dirigido entonces por el ilustre Julián
Carrillo; en 1925, como reconocimiento a su obra, se le confiere Premio de Honor y
Medalla de Oro en la Exposición Internacional de La Paz, Bolivia y del mismo modo
en 1929 en la Exposición de Sevilla, España. El Rey de Italia lo nombra en 1931
Oficial de la Corona y las Asociaciones Artísticas de Buenos Aires, en 1936, le otor-
gan Medalla de Oro, para terminar confiriéndosele en 1938, en un gran acto en Bue-
nos Aires, un Pergamino suscrito por los directores de la Sociedad Nacional de Músi-
ca, Asociación Argentina de Música de Cámara, Asociación de Artes y Letras «El
Yaraví», de la Asociación Cultural «El Unísono» y por la Dirección Nacional de
Concertistas Argentinos. Es declarado en 1940 «Ciudadano Benemérito» por la I.
Municipalidad de Santiago y en 1947, el Gobierno peruano, siendo Presidente de la
República don Luis Bustamante y Rivero, «le confiere por sus méritos y servicios la
Encomienda de la Orden del Sol del Perú» (Reg. 2685 y 753 del Libro de la clase
respectiva). Finalmente, en 1948 recibe en Chile el máximo galardón: el Premio Na-
cional de Arte.

Numerosas giras efectuadas en el extranjero permiten a Soro ejecutar sus obras reci-
biendo el cálido elogio de la crítica, logrando insertar la música chilena en el concier-
to de las naciones cultas.

En 1912 viaja al Perú para dirigir en solemne audición el «Himno Estudiantil», que lo
hiciera célebre entre la juventud de América y algunas de sus obras sinfónicas en el
Teatro Municipal de Lima; en 1916 se dirige a Washington para asistir al magno acto
inaugural del Segundo Congreso Científico y Panamericano y a la audición de su
«Himno Panamericano»; ejecuta además en el Camegie Hall de Nueva York algunas
de sus obras; en 1917 realiza un ciclo de conciertos en Buenos Aires y en 1922 la
extensa y prolongada gira de conciertos por América y Europa, con audiciones en La
Habana, México, Nueva York, París, Berlín y varias ciudades ,de Italia. Participa en

17
1925 en la Exposición Internacional de La Paz, Bolivia, efectuando numerosos con-
ciertos en ese país y en 1929 en el Festival Iberoamericano de Música en Barcelona y
en la Exposición Internacional de Sevilla.

Sus obras obtienen una amplia difusión. La afamada Casa Editora de G. Schirmer de
Nueva York, en el lapso 1917-1927 edita y reedita numerosas composiciones suyas;
asimismo, Ricorcli en Milán, París y Buenos Aires; Evette y Schaeffer en París, «La
Mejor Música del Mundo» en Estados Unidos, etc . Incluso se reproducen rolos para
autopiano y en discos por Aeolian y Co. de Nueva York, Columbia y RCA Víctor.

Resulta explicable, entonces, lo que expresaba un comentarista en 1925: Soro «llega


a ser el músico más conocido de Chile y uno de los más celebrados de América» 8.
Hannotaux -en el Diccionario Ilustrado de América Latina, editado en París- lo refie-
re como «un joven de temperamento de artista, una de las figuras destinadas a honrar
no sólo a la América Latina, sino también a la raza latina». W. Belmont Parker en
Chilean ofToday , editado en 1920, lo describe como «un autor de más de 300 com-
posiciones de concierto y de cámara y ejecutadas desde Buenos Aires hasta Nue-
va York». Y Alfred Epstein lo incluye en su Das Neue Musiklexikon editado en Berlín
en 1926, en elogiosa semblanza.

Finalmente, ya en esta época, Soro ha recibido sinceros elogios de Amintore Galli,


Bruno Schroder, R. Hagel, Talamon; de músicos de la talla de Massener, Mascagni,
Ravel, Rabaud, Casals, Sauer, Respighi, Busoni, V. d'Indy, Carrillo, Sarasate, M.
Pon ce, W. Backhaus, Paderewski y Arturo Rubinstein, este último incorporó a su
repertorio la Sonata en Re mayor y la dio a conocer en sus conciertos en Europa; de
escritores de recia estirpe como Rodó, Rubén Darío y Zorrilla de San Martín.

Porque, como lo exteriorizara en 1922 el gran Paderewski, «las composiciones de


Soro se caracterizan por su originalidad y belleza. Como improvisador tiene el poder
de dar formas completas a sus creaciones subitáneas. Comparándolo con el célebre
Saint-Saens, Soro tiene mayor fluidez y mayor riqueza de armonización ... » 9

Carlos La Marr en revista Sucesos, Santiago, 7-5-1925. bajo el epígrafe «Soro. el más conocido de Chile y el más
celebrado de América».

El Sur. Concepción . 23-2-1924, reproduce in extenso la comunicación del Cónsul General de Chile en Génova, Robeno
Suárez Barros, remilida a nuestra Cancillería acerca de la extraordinaria recepción de Soro en Suiza por 1. Paderewski .
Refiere que el gran polaco expresó ante una selectísima concurrencia que «Soro lleva en la sangre la intuición de la
¡¡rmonía y de la melodía, y son ésas las cualidades del creador de la belleza y de la obra de ane» Micio Horzoswky fue
uno de los testigos de este laudatorio juicio.

18
Ha llegado al pináculo. Es el único músico chileno que vive por y para la música
exclusivamente. Como músico moderno de alto profesionalismo jamás conocido en
Chile, afinca todas sus actividades en el campo musical, logrando formarse inclusive
una sólida situación material ya en esa época, desmintiendo de paso el conocido
.refrán criollo respecto de los que antes que él habían pretendido «vivir de la música».

El «Himno Estudianti l», el «Andante Appassionato» y «Danza Fantástica» alcanzan


tanta popularidad que no había reunión musical pública o privada donde no se hicie-
ran oír. Y de esta manera, quien hiciera el «milagro» de que en 1906 se llegara a
imprimir en Chile el Primer Album de Composiciones de un autor nacional, llegó a
representar durante este cuarto de siglo el gran «boom» de la música chilena y ame-
ricana 10.

Pero esta ruta segura de éxitos y de fama no lo envanecen. Gran benefactor de su


familia, llega a ser idolatrado por ésta. Exalta a su hermana Cristina, dotada de una
bellísima voz de soprano, de quien se acompaña durante años en sus presentaciones.
Se hace cargo de los hijos de ésta, prodigándoles sostén espiritual y material sin
esperar ni recibir retribución alguna en los difíciles años que más tarde le depararía el
destino.

Ha homenajeado y destacado su devoción y amor por sus parientes, componiendo y


dedicándoles las obras producidas desde la tempranera «Recuerdos de Concepción»
dedicada a su madre Pilar hasta la Sonata para cello y piano a sus hermanas Ame1ia,
Isabel y Cristina; después a su amada esposa Adriana, la potente «Sinfonía en La»
(Romántica). Ha exhibido su gratitud para con los gobernantes que le hicieron posi-
ble sus estudios en Europa y ulterior carrera musical: Senador Rozas, Presidente Pe-
dro Montt, Germán Riesco y Arturo Alessandri; a su inolvidable maestro G. Coronaro
y a sus muy admirados Busoni, Casals, Rabaud, Massenet, Rubinstein, Backhaus, B.
Ranzato, M. Dumesnil, E. Weingand; a sus amigos y discípulos Armando Carvajal,
Alfonso Leng, Dr. Amenábar, Esteban Iturra, Dr. Silva Palma, A. Cannobbio, Anto-
nio Huneeus, Luis Ossa, Custodio Vásquez, Luis Vergara Z., Ricardo Ahumada, P.
Bannen, J. Renjifo, Isidoro Vásquez G., A. Tritini, Elena Sagámaga, Carmen Montriou,
etc. Y, en fin, a sus hijos esa «Suite Recordando la Niñez, Verde y Rosa», etc.

1o El Mercurio d~ Santiago. 16-3- 1906. publica un extenso comentario firmado por . G» acerca de este Primer Album de
composiciones de Soro para piano forte y dice: "Verdadero acontecimiento artlslico. porque ¿Cuándo se ha producido
tan cerca de nosotros algo capaz de despertar una admiración semejante a la que consiguen sólo aquellos grandes artistas
que siempre nacen lejos. tan lejos de nuestro lado? .

19
Pero llega la catástrofe: un decreto del Gobierno de la época -1928- lo obliga a reti-
rarse de la dirección del Conservatorio Nacional de Música. y las nuevas autoridades
imbuidas de un pretendido proceso «de renovación musical», se empeñan en conde-
narlo al silencio, amargo destierro en el que durante más de diez años, en la flor de la
juventud y de su edad como creador musical, se ve privado del aire libre para dar
vuelo a s~ imaginación.

Soro era por naturaleza y herencia una personalidad dionisíaca, que sentía y gozaba
la alegría de vivir y de reconocer la existencia de los demás. No es casual que las
mejores piezas que escribiera fuesen en forma de Scherzo. Ese carácter picaresco que
lo inducía en lo cotidiano a hacer de la vida una festiva broma, aparece constante-
mente y brota espontáneo. Es la edición remozada del temperamento de su padre
José. Quizás fue ése el acicate que lo condujo a tantas felices improvisaciones y tal
vez ello explica aquella precoz pieza, siendo niño, compuesta a la edad de cinco años,
para capear un inminente castigo de parte de su severo profesor Sr. Canales, que
decía al piano: «no me peque don Canale, ya no lo hago nunca más», y que lograra el
regocijado perdón de su maestro entre las risas de sus condiscípulos ... o también la
fina burla a aquella jovencita que dubitaba en ejecutar la guitarra en la consabida
tertulia familiar, improvisando la gavota «¡Ay, si no puedo!»

Este rasgo peculiar ¿era el desquite de una infancia que no conoció a cabalidad; por
las sañudas obligaciones a que se sometió en su apasionado afán de conocer la cien-
cia y el arte de la música?

Pero, desde ·1928 Soro ya no es ese alegre músico que sólo había conocido el sano
proceder de los hombres que campeaban en el reino de Euterpe. Se torna sombrío en
su hogar, destilando el zumo acre de la desilusión.

y he ahí a ese músico eminente reducido a modesto maestro particular de piano de


jovencitas que podían pagarle los emolumentos que requiere para el mantenimiento
de su familia, ya que se le han negado incluso las cátedras de su especialidad en el
viejo Conservatorio.

En la plenitud física y espiritual de sus airosos 45 años de edad, se ve constreñido a


un cruel ostracismo artístico.

En nuestros tiempos de estudiante en el viejo Conservatorio de calle San Diego, diri-


gido por Armando Carvajal, se hacía aparecer a ese establecimiento como el «Con-

20
servatorio refonnado». Recordamos a nuestros condiscípulos Héctor Carvajal. Malucha
Solari, Juan Matteucci, Juan Orrego y tantos otros que después se han distinguido en
diversas actividades artísticas. Rememoramos igualmente. que el solo hecho de nom-
brar a Enrique Soro era como un pecado musical. Se insistía en configurarlo como
antigualla que debíamos olvidar. Pero cuando divisábamos su inconfundible estampa
de elegante atuendo y su cabellera gri sácea, tratando de cubrir su amplia frente pen-
sadora, un calofrío parecía recorremos, porque no podíamos dejar de comprender
que quien se nos presentaba fugazmente en nuestras vidas, representaba la visión de
un verdadero y gran artista.

y así crecimos, estudiando y ejecutando música, pero ignorando de manera absoluta


la vida, obra y personalidad del que sólo ayer aparecía como el gran adalid de la
música chilena.

Más ahora, pese a su tardía rehabilitación, cuando comentamos con cualquier músico
de las nuevas hornadas, constatamos la increíble desinfonnación que éstos revelan
respecto de la obra de este chileno, fundamento de toda nuestra verdadera historia
musical 11.

No puede extrañar esta ignorancia que afecta incluso a los músicos profesionales. Si
repasamos todo lo escrito sobre nuestros músicos nacionales del próximo pasado,
podremos comprobar una inexplicable laguna respecto de Soro. Barajamos los análi-
sis de Orrego y Santa Cruz; de Isamitt y Allende; de Leng, Becerra y Riesco, hasta
llegar a nuestros más conspicuos musicógrafos como Salas Viu, quien, no pudiendo
escapar de lo que dijera y escribiera acerca de Soro en el lapso 1928-1940, elabora
una ingeniosa versión para analizar a Soro y su obra con posterioridad a su forzada
rehabilitación y sus argumentos convertidos en tesis, que sin mayor reexamen se
vienen repitiendo sin cesar.

1l Después de emprendida esta obra. merced a la tesonera labor de algunos mú sicos y mu sicólogos jóvenes. se ha produci·
do una reacción favorable en pos del mejor conocimiento de los valores de nuestra música del inmediato pasado. No
podemos menos que enaltecer la acción ejemplar del doctor en anes musicales Luis Merino Montero. a través de confe-
rencias y escritos. Del mi smo modo se destaca el trabajo de investigación mu y completo efectuado por la profesora y
musicóloga Raquel Bustos en la «Revista Musical de Chile» (octubre-diciembre de 1976) sobre Soro y su música.
Finalmente. tenemos que poner de relieve el empeño de tantos otros. como doña Magdalena Vicuña. que últimamente se
han reunido "para recordar y hacer recordar con dignidad el centenario del natali cio de este gran músico chileno »

21
Esa acción de amilanamiento en desmedro de Soro, que tuviera éxito iniCIal en las
postrimerías de los treinta, comienza por disiparse lentamente, para después tomarse
en avasalladora rehabilitación. En 1929 Soro obtiene en el extranjero resonantes triun-
fos desde Madrid, Barcelona y Sevilla en España, hasta Buenos Aires, donde se le
designa miembro honorario del Ateneo de esa importante capital americana.

Por otra parte, en Chile los tiempos cambian : advienen gobiernos progresistas que
gravitan poderosámente en los organismos destinados a dirigir nuestra vida musical.
El público auditor, cada vez más numeroso, clama por oír la música de Soro, quien,
incitado por su amor e identificación con el arte musical, prosigue con vehemencia su
incansable labor creadora: produce sonatas para piano y cello; los «Valses Patéticos»
y los «»Preludios Sinfónicos» para gran orquesta; las «Elegías de Invierno» y los
«Preludios en Estilo Antiguo» para piano, etc.

En la década del cuarenta, la Municipalidad de Santiago funda la Orquesta Filarmónica


y destina el mejor teatro, el Municipal, como centro reactivador de una vida de con-
ciertos que nuevamente tiene a Soro como paladín.

Se daban así los prolegómenos que debían conducir a la plena rehabilitación del mú-
sico, quien se ve incorporado primeramente a la Facultad de Ciencias y Artes Musi-
cales de la Universidad de Chile, y luego a la directiva del Instituto de Extensión
Musical, para terminar por ser coronado a fines de los cuarenta con el laurel del
Premio Nacional de Arte.

y ya en la última etapa de su vida, sigue componiendo: las «Tres Piezas en Estilo


Antiguo» para piano y violín, «Elegía» en memoria de su esposa, de quien se ha visto
prematuramente privado. «Tres Aires Chilenos» y la apreciada «Suite en Estilo Anti-
guo» cierran el impresionante catálogo de su obra composicional de más de 50 años.
Poco antes de concluir el año 1954 es sorprendido por la muerte, encontrándose en
plena posesión de sus potentes facultades creativas.

¿ y qué se ha hecho la música de Soro? ¿Es que los jóvenes de hoy conocen su Trío,
interpretado por el Trío Aguilar en Europa, Cuartetos, Quinteto, Sonatas, Conciertos
para piano, Sinfonía Romántica, Suite en Estilo Antiguo, sus himnos y música para
canto o para piano?

Pretendemos rescatar del olvido a este gran músico chileno. No entregaremos las
partituras inéditas de su vastísima obra -como a veces esporádicamente se nos ha

22
pedido- para evitar que duerman en algún museo. Queremos que su obra viviente
sirva de rico venero y de ejemplo a los jóvenes ansiosos, en cuyas manos se encuentre
encendida la llama de la creatividad musical; para la contribución de una genuina
expresión artística chilena -rescatada de la agobiante extranjerización que ahora pa-
dece- y para la incorporación de nuestra música a la'vigorosa corriente musical ame-
ricana y del mundo del atormentado hombre contemporáneo. Pretendemos, asimis-
mo, desde otra perspectiva, recrear la historia de nuestra evolución musical,
magnificando sus grandes valores y el valioso aporte de ellos a nuestro devenir.

23
DE NIÑO PRODIGIO A MAESTRO CONSAGRADO

(Referencias críticas)

Elide agosto de 1948 se llevó a efecto en el Teatro Municipal de Santiago un solem-


ne acto público presidido por el ministro de Educación de entonces, para hacerle
entrega a Enrique Soro del Premio Nacional de Arte.

El decano de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales de la Universidad de Chile, y


que lo fuera por 21 años, Domingo Santa Cruz Wilson, pronunció en la oportunidad
un elocuente discurso. En él puso de relieve el significado de Soro en la música chi-
lena y su importancia como compositor que sobrepasa las fronteras nacionales.

Domingo Santa Cruz, de profesión abogado, es también Premio Nacional de Arte,


autor de numerosas obras musicales muy apreciadas, música de cámara especialmente.

Por considerar que sus palabras representan un juicio acertado y todavía válido, re-
producimos el texto completo con autorización del autor que a los 85 años de edad y
desde su retiro, sigue con inte~és el proceso cultural chileno

Un auténtico artista

«El camino del hombre, con sus dramáticas alternativas, conoce las barreras que
obscurecen el horizonte; sabe que hay colinas y a veces cordilleras que cierran la
marcha con obstáculos al parecer infranqueables, que hay regiones de sombra en que
todo se nos presenta perdido y en que el esfuerzo y el idealismo no cuentan con sus
legítimas esperanzas. Pero nuestra ruta también sabe que tarde o temprano suenan
horas de justicia y de reconocimiento. Y bienvenidas ellas cuando llegan durante
nuestra permanencia terrenal, porque no nos podemps habituar a que la obra de un
hombre venga a ser aquilatada y distinguida cuando ya su imagen, perdida en el más
allá, sólo puede recibir el tributo simbólico de nuestra fe, comunicada por sobre el
arcano de la obra de arte que no muere.

24
Nuestra patria ha determinado que la honra llegue a sus grandes artistas en vida y que
periódicamente escojamos a quien más se ha distinguido, para discernirle una corona
de gloria. Hoy nos reúne en torno del maestro Enrique Soro y nos pide que hagamos
público el testimonio de aprecio y admiración por su labor creadora.

Rendir este homenaje no es sino ver llegar uno de esos instantes cIaros, en que, como
en la naturaleza cuando la lluvia ha alejado la contaminación y la niebla, nos parece
posible mirar muy lejos y ver con proximidad increíble el perfil distante de las cosas,
la perspectiva completa del paisaje. En 10 diáfano de esta visión, podemos, señores,
extender la mirada y abarcar 10 que nuestro ilustre colega significa para la música
chilena, dejando de lado nuestras preferencias, nuestras lógicas distancias estéticas.
Enrique Soro, que hoy ingresa al Parnaso de los ilustres, viene a recibir lo que le
corresponde, porque nadie podrá negar que a partir de él, a partir de su obra, que era
ya la creación de un auténtico compositor, empieza nuestro país a contar en el desen-
volvimiento musical del mundo .

No podemos hablar de Soro sin insistir en su rol histórico, él es un eslabón de nuestra


historia y tiene la honra de ser el primero y de haber asistido al formidable despertar
de la música chilena que él conoció en pañales. Muchas veces 10 hemos oído negar,
hemos discutido su verdadero valor, porque cuando las cosas se transforman y las
evoluciones se apresuran, coexisten generaciones que se diferencian vertiginosamen-
te y de este revuelto vivir se originan negaciones que la serenidad restaurada no pue-
de aprobar. Este es el caso de Soro, con toda la alternativa que ha vivido, con los
sinsabores que ha pasado y con todo el valor que tiene por encima de estas contingen-
cias.

Es para mí muy honroso, y me es un deber de justicia, que el destino me haya coloca-


do en la oportunidad de decir públicamente que Enrique Soro es un auténtico artista
y un gran compositor. No creo que sea éste el momento de trazar toda la vasta carrera
que el músico ha cumplido, desde sus primeros años de niño prodigio, hasta sus
múltiples actividades de profesor, director, organizador, ejecutante y compositor. Soro
ha tenido esa rara suerte de haberse preparado en todos los campos de la actividad
musical y revelado un talento que lo sitúa como un exponente de esa cIase de artistas
con un oficio amplio y bien cimentado.

Sin embargo, creo que debemos detenernos en uno que otro de los rasgos salientes de
su personalidad. Quiero en primer lugar destacar un hecho que no ha sido menciona-
do c.on la importancia que tiene y éste es la dirección que Soro dio a su pensamiento

25
musical cuando orientó sus primeros pasos de compositor. Pensemos que Enrique
Soro parte a Italia en ] 898, que 11ega a Milán en vida de Giuseppe Verdi, a quien
conoce, y durante el primer auge del espectacular éxito del verismo, que deformó el
campo en que brillaron Otello y Falstaff. Soro, sin embargo, se vuelve hacia la músi-
ca pura. No llega a Chile con varias óperas fáci les, aun cuando tenía un innegable don
para ello, no se deja tentar por la resbaladiza pendiente del teatro de esos días, sino
que aborda las' formas sinfónicas, la música de cámara, el lied; es decir, se coloca
junto a la vanguardia del arte italiano y vuel ve a Chile con una preparación seria y
cimenta aquí lo que más tarde debíamos todos seguir: que el centro de gravedad de
nuestra vida musical está en el concierto antes que el teatro. Este hecho es notable y
de grandes proyecciones futuras. Soro pudo y aun debió ser distinto, no lo fue porque
en él había el alma de un músico con otras aspiraciones.

Este hecho es de grandes consecuencias. Todas las naciones americanas padecieron


por igual del encandilamiento operístico, se deslumbraron con los divos y saborearon
el bel canto, cuando aún no tenían cultura musical formada. Lógicamente apreciaron
más la forma que el fondo, más la ejecución que lo ejecutado, más al cantante que al
compositor. Toda nuestra e~ergía musical del siglo XIX se consume en este procurar
ser émulos de la Scala o de la Gran Opera de París; las consecuencias de este hecho
son incalculables y el desastre que acarrea lo estamos viviendo desde el momento en
que la comercialización de la ópera ya no puede ser sostenida por el antiguo cambio
de 48 peniques. Soro tuvo una intuición única al acentuar el rumbo hacia otro cami-
no, que nos había de salvar, y en esta dirección hemos caminado todos desde hace
treinta años.

Dentro de esta línea, Soro cultiva la música pura. No sólo compone sino que da con-
ciertos, ejecuta y hace ejecutar toda clase de obras, dirige orquestas y echa las bases.
junto a Giarda, de lo que nuestra generación debía abordar. Yo recuerdo de niño haber
escuchado mucha música dirigida por Soro: sinfonías de Beethoven, Schubert,
Schumann, Brahms, conciertos con solistas, cuartetos y todo género de obras que
peregrinábamos a escuchar en la vieja casa del Conservatorio. Su alumno Marcelli
fue quien por vez primera presentó las nueve sinfonías de Beethoven hacia 1915,
salvando un siglo de atraso que llevábamos en el campo de los conciertos.

Debo decir también que cuando vinieron los días difíciles en que debimos luchas por
conseguir lo que hoy tenemos, nuestro pensamiento sincero fue colocar a Enrique
Soro a la cabeza de nuestra cruzada. Yo fui personalmente a pedírselo allá por 1925 y
desgraciadamente el rodaje del Conservatorio de entonces no le permitió creer en la

26
Enrique Soro Barriga
Esta es una de las últimas fotografías tomadas al maestro
A MI HERMANA

j}f1jlierl~d
_ de/A .' .
./tlltor

1htn.mF. BIB ~"I1il8ho{


· - .' -. - IteJía1-
'
}1 1Distint iss irT\o Violi ni sta
Vi egi li o %nza to

Propri eta del!' Au tore 21~12- i.5-

l\,iuniti Stabilimenti Jytusica.li


GIUDICI & ST~ADA - A, DEfI1A~C~l- A. TEDESCIU
01
PA O L O MARIAN! FU CAI1L.O

MILANO, BDLOGNA
Tulli i dlrittl tl u rva!i.· Propr;ell par tutti I plNI.
Dopo.lo "00000 I IraU_ti lot-rl1uionali.
f(iuniti 5b.bi~im~nb J íLusica.li
. GlUDICI & ST~IlDII- A. ~;"AI!CIU -11. TEDESC~1

.,LANO . mOGMA
notI i i dir:U;,iu t ... ¡i .P,opri.ll ~r. I .. I1. ip ...I.
O. . . . . . cl)lIdo I tnu..tillll. rnu i""' IIJ.
posibilidad del momento . Nos distanciamos, tuvimos di ficultade s. pero en el fondo
nuestro respeto por Soro como músico nunca disminuyó ni se obscureció. Superada
ya esta etapa, un día volvimos todos a estar con él y no teníamos por qué no proceder
así. En justicia es Enrique Soro el músico que señaló el rumbo nuestro y él debió
senti r también orgullo de lo que sus discípulos iban realizando . Hubo un a persona
que vio con claridad este rumbo de las cosas y ésa fue la fiel compañera del maestro
Soro, que por desdicha no puede asistir sino en espíritu a este homenaje que ella
predijo. Vaya hacia ella en este momento nuestro recuerdo piadoso y lleno de cariño .

Señores, asistimos a la glorificación de un hombre, lo vemos honrado y reconocido


por todos, lo queremos como amigo y compañero, lo reconocemos como nuestro
precursor. En nombre de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales le doy testimonio
de nuestro respeto y, como chileno, le agradezco toda su obra que es piedra angular
en la gloria intelectual de Chile».

Obra amplia y significativa

Vicente Salas Viu, musicólogo de prestigio y crítico exigente, al analizar la influencia


de Enrique Soro en el movimiento musical chileno, emitió opiniones muy precisas
acerca de lo que estimó una «obra amplia y significativa» . De su ensayo publicado en
1948 en la Revista Musical Chilena extractamos lo siguiente»

«Dentro de la tendencia vinculada al legado de principios formales técnicos y estéti-


cos que derivan del clasicismo romántico europeo, la personalidad del maestro Enri-
que Soro brilla con luz incomparable y se alza sobre la de los otros músicos que, a
comienzos de siglo, adoptan en Chile posiciones relacionadas con la suya. No sólo en
el área nacional, sino en todo el panorama americano, es difícil hallar un compositor
de su envergadura y de su sólida formación, dentro del marco elegido por las secretas,
entrañables razones que dirigen los destinos y la vocación de un artista.

Nació Enrique Soro en Concepción el año 1884. Dotado de excepcionales condicio-


nes, comienza a dar muestras de su talento en edad muy temprana. A los cinco años
ejecuta sus primeros conciertos públicos con el éxito que lo extraordinario del caso
merecía. A los catorce, el Gobierno le pensiona para que amplíe sus estudios musica-
les en el Conservatorio de Milán, lo que en aquellos tiempos era el mayor de los

29
honores para un músico en formación. Pudo unirse así a una incorporación demasia-
do temprana a la actividad musical, que lo comprometía con los postulados de una
época en declive, la influencia sobre su fresca imaginación de aquella escuela para
decidir el .curso futuro de su obra. Pero el joven músico, muy lejos de inclinarse al
halago de ~n fácil operismo, marcha por la senda contraria, hacia empresas más altas.
Ya sobre el último Verdi la influencia de los grandes sinfonistas alemanes es mani-
fiesta. No en balde Verdi es el primero de los operistas italianos capaz de escribir un
«Cuarteto» que es esto ante todo. Sgambatti y Marchetti han de vincularse más estre-
chamente a la tendencia señalada y tomarán de la propia fuente -Liszt o Wagner- el
sustento necesario para animar un exigente sinfonismo italiano. El maestro Soro en-
cuentra en ellos el estímulo que precisa para seguir la ruta que se traza, de acuerdo
con sus íntimas apetencias. Sus admiradores chilenos debieron sentirse defraudados
cuando al regresar Soro al país en 1905 se encontraron, no con el autor de canciones
y de piezas de género a medida de sus gustos, sino con un compositor que a poco irá
a ofrecerles una Sinfonía, un Concierto para piano y orquesta, un Quinteto, dos Cuar-
tetos, Sonatas para piano y para violín y otras obras concebidas dentro de severos
principios de estilo. De todas formas, el prestigio que lo rodea, el eco de sus triunfos
como compositor y pianista en la gira que antes de su llegada ha realizado por Francia
e Italia, determinaron un completo éxito entre sus compatriotas. La sólida factura de
su música, su contenido expresivo, su lirismo, consolidan su fama. En realidad no
viene a ofrecer al ambiente chileno un arte que le sea del todo extraño, sino aquel que
tiene aquí firmes raíces, vertido en moldes mucho más amplios y con recursos técni-
cos y de expresión de riqueza inusitada. Su «Andante Appassionato», para piano y su
«Danza Fantástica» para orquesta, en poco tiempo pasan a la categoría de obras clá-
sicas en la producción nacional. Campea en la primera una indudable abundancia
melódica y una armonía clara y sin complicaciones. Cualidades que se alían en la
«Danza Fantástica» a un grato color orquestal, que tiene algunos puntos de contacto
con el de Grieg en sus «Danzas Noruegas)), hábil asimilación, como es sabido, de las
enseñanzas que el músico nórdico recibió en el Conservatorio de Leipzig y en su
cotidiano contacto con el arte de Mendelssohn.

Una larga serie de composiciones reafirma al maestro Soro en el camino elegido, por
el que marcha con una absoluta seguridad. Sobre él, los problemas que angustian a
otros compositores jóvenes de aquella hora ejercen una relativa influencia. A lo sumo
adopta ante esas preocupaciones una posición ecléctica entre los que considera exce-
,Sos de la música moderna y la servidumbre a las normas antiguas. La técnica apren-
dida, que domina con tanta destreza, por su parte lo domina a él también, y es a la vez
su limitación y su fuerza. Comienza su carrera con una serie de piezas para piano

30
entre las que destacan sus «Trol~ Petlb Morceaux ·. t:lolgnemenl . · ~(}u ve ntr >
«Retour»- inspirados por su apartamiento de la patria A ello:- 'ague un gran número
de obras para este instrumento -»Caprichos>,. «Schersos». «Estudios» « Recuerdo~
de Concepción», «Suite Chilena», «Berceuses». «Novelettas». "Valses». «Impresio-
nes de Nueva York» y otras piezas de género- de una indudable buena factura pianística.
«El Andante Appassionato» y los «Estudios Fantásticos» , las «Sonatas en Do soste-
nido menor y en Re mayor» y las dos «Sonatas» para violín y piano tienen un lugar
preferente entre ellas, así como entre sus primeras composiciones sinfónicas su «Sin-
fonía Romántica», su «Danza Fantástica», ya nombrada, la «Canción Triste» y las
Suites N° 1 Y N° 2. Estas dos últimas obras no son un simple agrupamiento de piezas
que se suceden sin un nexo íntimo; sus tiempos implican una especie de «programa»,
aludido en los títulos.

En tomo al cruciai año 1920, el estilo de Enrique Soro llega a su plenitud y aparecen,
en los dominios de las grandes formas sinfónicas y de cámara, sus obras de mayor
relieve. En 1919 es estrenado en Santiago el «Concierto en Re mayor» para piano y
orquesta, interpretada la parte solista por el autor. El dominio que el músico chileno
demuestra de la vasta estructura elegida, pues se inclina más a los modelos de Grieg
o Tchaikovski que a los del clasicismo vienés, determinó un completo triunfo de su
composición. Triunfo que se repite fuera de Chile, al ser ejecutado este concierto en
Berlín, por la Orquesta Filarmónica de esa ciudad, y en Barcelona, durante los Festi-
vales Hispanoamericanos de la Exposición Internacional de 1929. Ya no es única-
mente la abundante melodía, el caudal lírico de las obras anteriores, 10 que se admira
en Soro, sino una solidez de factura y una hábil combinación de planos sonoros,
donde se destaca el aprovechamiento, técnico y expresivo, de los recursos que el
piano ofrece en su diálogo con la orquesta.

La «Sinfonía Romántica en La mayor» (1920-1921) es obra más ceñida en lo formal ;


más depurada y sobria en cuanto a la coloración de la orquesta; más honda de senti-
miento. Por mucho tiempo, hasta el estreno de la «Sinfonía en Fa», de Santa Cruz,
será la única Sinfonía que exista de un compositor chileno yeso sólo ya le presta un
particular relieve en la evolución de la música contemporánea dentro del país.

Responde la «Sinfonía Romántica», de acuerdo con su nombre, al concepto de la


extensa forma orquestal, con amplios desarrollos, establecidos por los músicos del
romanticismo posterior a Schubert, quien en su «Gran Sinfonía en Do mayor», e
incluso en la «Inacabada», sentó ya las bases de esas tendencias. El caudal sentimen-
tal de la obra de Soro discurre dentro de un tratamiento sinfónico adecuado . La

C O RP O HA C I ON SEMC O
Bibliot eca com un i~a r. 111
1

I
T eresa A guila - B~ orte
31
orquestación no es colorista, ni fragmentada la exposición de las ideas. Los princi-
pios temáticos contrastantes se mantienen para reafirmar la firme trabazón de los .
episodios en un esfuerzo laudable por impedir que el exceso de lirismo lleve a las
divagaciones habituales en otros músicos del momento; singularmente, los que pre-
tendieron llevar, en Alemania y Austria, a los dominios de la Sinfonía procedimientos
extraídos de la; técnica wagneriana del teatro a plena orquesta. Su formación latina
salva al músico chileno de caer en demasías discursivas y de hacer de su obra una
especie de poema sinfónico sobre un difuso esquema formal, que sólo de muy lejos
tiene algo que ver con el de la Sonata para orquesta.

Las dos «Sonatas para violín y piano» y las tres para piano, el «Trío con piano en Sol
menor», sus dos «Cuartetos», abundan en los caracteres comentados. Pero hay algo que
no puede dejarse de señalar en este grupo de composiciones de cámara escritas por un
músico sudamericano en las primeras décadas de nuestro siglo, algo que habla con
elocuencia de la posición y de la altura de miras del maestro Soro. Hasta la aparición y
el reconocimiento, tras dura lucha, de la obra de Brahms, restablecedora de los grandes
géneros del clasicismo, los músicos del declinar romántico, e incluso del período de
plenitud de esta tendencia, habían considerado a la música de cámara como defmitiva-
mente muerta, fruto de un tiempo pasado para siempre. Sólo entre los alumnos del
Conservatorio de Leipzig, aunque como receta escolar, se siguen practicando las nobles
formas del cuarteto y del quinteto. Que Soro las cultivase en América antes de que la
obra de Brahms o las indirectamente relacionadas con ella -César Franck, por ejemplo-
, fuesen difundidas y apreciadas en estos medios, no es su menor timbre de gloria.

Sin llegar a romper nunca del todo con el credo que lo alentó en sus comienzos y fue
base de su labor en la edad madura, se insinúa una cierta evolución en las últimas
composiciones del maestro Soro. El crítico señor Humeres Solar comentó con las si-
guientes frases este aparente cambio de estilo: «Las últimas obras de Soro muestran
una feliz evolución en su arte, por cuanto asimila las conquistas instrumentales y armó-
nicas de la música moderna, y al mismo tiempo, depura las ideas expresivas que en
composiciones anteriores suelen resentirse de lirismo». Motivaron estos juicios los «Tres
Preludios Sinfónicos» estrenados en 1936, a los que siguen, en años ya cercanos al
presente, una «Suite en Estilo Antiguo» y «Tres Aires Chilenos», ambas obras para
orquesta. Sólo en algunas de sus composiciones juveniles para piano, como las «Piezas
características sobre la zamacueca chilena», abordó este músico el empleo de melodías
o ritmos extraídos del folklore criollo. Los «Aires Chilenos» son estilizaciones de cueca
y de tonadas, con un libre tratamiento sinfónico, de gran brillo. Las sencillas melodías
populares y la viva rítmica de las danzas son comentadas con abundancia de medios, sin

32
Ir hacIa una estilización impresionista; antes bien, Soro se mantiene en el extremo opuesto.
para crear unas páginas de crudo nacionalismo. La «Suite en Estilo Antiguo». que está
constituida por un Preludio y seis danzas del siglo XVIII, pertenece a una categoría
artística mucho más elevada. La escritura de la orquesta es en gran medida concertante;
el tratamiento de las partes constituye un recreo continuo en el empleo de los timbres
puros o en su amalgama en combinaciones contrapuntísticas».

Primera obra formal de envergadura en Chile

Con un sentido didáctico y dirigido más bien a los expertos, el maestro Juan Orrego
Salas centró sus estudios de la Música de Soro en dos de sus obras: la «Sinfonía
Romántica» y el «»Concierto para piano».

Prescindimos de las observaciones especializadas que hace de cada movimiento, para


reproducir sólo los apuntes generales referidos a ambas obras . Lo que más llama la
atención de Orrego Salas es la estructura unitaria en el sentido temático de las princi-
pales composiciones de Soro y su estilo original:

«No obstante ser Enrique Soro un músico que se sirve de los cánones tradicionales
románticos, especialmente en lo que se refiere a la armonía, el análisis formal de su
música nos pone frente a uno de los aspectos más originales de su estilo. Sin perder
de vista el hecho de que la personalidad de este músico se formara en medio del
ambiente lírico-dramático que absorbía a Italia a principios de este siglo, donde de
existir problemas formales en la música, estaban ante todo, condicionados por propó-
sitos programáticos, puede decirse que el elemento constructivo nació en Soro como
un aporte típicamente personal, desprendido de toda influencia exterior. Su solo inte-
rés por el cultivo de las formas puras, descuidadas y muchas veces menospreciadas
por los maestros italianos de fin de siglo, es prueba suficiente de que Soro demostró
desde temprana edad su preferencia por aquellos aspectos intrínsecamente musicales
que más tarde servirían de médula a su estilo.

El catálogo de sus obras nos muestra con meridiana claridad su preferencia por la
creación de composiciones en las que el elemento formal domina.

La especial concepción de ideas centrales generadoras de elementos de desarrollo y


aún más, gérmenes que sirven de base a la creación de temas de otros movimientos,

33
es lo que permite a la música de Soro esa clara unidad que la caracteriza por sobre
todo. Su Concierto en Re mayor es un ejemplo elocuente de lo expuesto: hasta los
detalles que en la parte del solista podrían ser juzgados como elementos puramente
decorativos o virtuosísticos tienen siempre algún contacto, más o menos cercano, con
la idea central dé cada movimiento. Por ello la obra mencionada podría producir el
efecto de una composición cíclica. Y lo es en cierto sentido. Mas, la técnica de Soro,
al conseguir este efecto, está basada en la relación natural que presentan sus temas,
hermanados por elementos generadores comunes, más que en la vuelta a ideas meló-
dicas empleadas con anterioridad, como lo hace César Franck».

Con respecto a la «Sinfonía Romántica» sostiene que «es un claro exponente de lo


que puede señalarse como típico del estilo de Soro. Tanto en esta obra como en el
Concierto hay instantes en los que Soro se desprende de la tradición armónica román-
tica y son los que mejor contribuyen a demostrar la maestría y riqueza con que este
músico maneja en general, todos los elementos de la composición».

y termina con estas justicieras palabras:

«Su 'Sinfonía Romántica', terminada en 192], envuelve además de los méritos musi-
cales señalados, la importancia de haber sido la primera obra formal de envergadura
que se produjera en nuestro país, lo que sirvió de punto de partida a toda una genera-
ción de compositores que comprendieron el valor que la música pura debía represen-
tar frente a otros géneros muy en boga en esos días y estimulados principalmente por
la ópera y la música de programa».

Un estreno célebre

El crítico Daniel Quiroga Novoa, en su estudio sobre «La música de cámara de Soro»,
recuerda que el Cuarteto de Soro se estrenó en el Teatro del Conservatorio de Milán,
con clamoroso éxito en 1904. Esto fue decisivo para que le otorgaran el Premio de
Alta Composición de ese año.

La crítica de Milán saludó el estreno del Cuarteto de Enrique Soro con palabras de
elogio, de las cuales reproducimos las del diario El Siglo: «El compositor mantiene el
desarrollo de las frases melódicas con mucha destreza, elegancia y acertada amalga-

34
ma de los instrumentos. El Minuetto bellísimo; el Andante, patético y conmovedor.
Desarrollado como de maestro, el Finale» .

Quiroga no escatima sus elogios finales en estas frases :

«De las muchas deudas de gratitud que los músicos chilenos de hoy tienen para quien
abrió a Chile las puertas de la música de calidad. salvándolo del operismo que lo
mantenía encerrado en un callejón sin salida, no es la menor ésta de haber recibido de
él, por medio de obras escritas con inspiración verdadera y sólida técnica, una tradi-
ción auténtica, base imprescindible para que cuantos le siguieron pudieran conducir a
nuestra música hacia nuevas conquistas».

Músico multifacético

Por su parte, la musicóloga y profesora Raquel Bustos Valderrama, en la Revista


Musical de octubre-diciembre de 1976, publicó un completísimo estudio sobre Enri-
que Soro, con datos biográficos, detalle de sus giras de conciertos y análisis de sus
principales obras. Empieza por decir que se trata de «una figura trascendental y señe-
ra para la música y músicos chilenos». Luego de señalar que su nombre se ha desva-
necido en el pasado y permanece un tanto ignorado, hace notar que desde hace años
su música no aparece en los conciertos nacionales. Y por eso anota con precisión : En
1949, hace casi treinta años (ella escribe en 1976), se escuchó por última vez su
«Sinfonía Romántica»; en 1955 su «Suite en Estilo Antiguo» ; en 1965 la «Danza
Fantástica»; en 1966 el «Concierto en Re mayor» y, por último, en 1973, «Los Tres
Aires Chilenos». «Olvidar a un compositor tan significativo en Chile y el mundo es
error fácilmente reparable».

Acerca del estilo del maestro, la profesora Raquel Bustos expresa lo siguiente: «El
análisis de una selección de cuarenta obras y la audición de algunas grabaciones nos
permitió establecer que existe un 'estilo' Soro. En el extranjero Soro fue colocado
entre el grupo de compositores que poseen una cualidad saliente y una admirable
facilidad para crear melodías frecuentemente bellas. Las condiciones musicales inna-
tas y la esmerada formación europea hicieron de Soro un músico multifacético de
gran éxito en Chile y significativa proyección internacional».

35
En el capítulo subtitulado «Síntesis y perspectivas» de la mencionada investigadora
se lee: La Historia de la Música en Chile de Claro y Urrutia señala que: «... Cuatro
campos diferentes encauzaban la vida musical del país hacia 1924: los conciertos, la
ópera, la enseñanza y la producción musical chilena. Ubiquemos a Soro en 1924: a la
fecha habíá ofrecido numerosos conciertos en el país y en el extranjero con indiscuti-
ble éxito; la enseñanza musical del Conservatorio Nacional de Música era de respon-
sabilidad suya y su producción musical, desde hacía años, acumulaba los aplausos
continentales. En suma, con la sola excepción de la ópera, Soro era la figura musical
más destacada de la época. Su importancia no se basa en su estilo, ni siquiera en sus
procedimientos creadores, se cimenta en el aplauso y crítica que merecen sus obras,
en la honestidad y el respeto que él mismo tiene por sus principios, en sus ideales y
aspiraciones. Soro fue el hombre que creó la tensión necesaria que anticipa los cam-
bios renovadores; es a partir de él que se discute lo 'antiguo' y lo 'nuevo', que se
conoce ampliamente la cultura musical europea y que se crea la necesidad de una
cultura musical nacional cuyas bases ya están cimentadas. La proyección y perspec-
tiva de Soro se encuentra en sus sucesores y en la nueva generación de compositores;
en la medida en que ellos se destaquen en el país y en el extranjero, se pondrá de
relieve la imagen de Soro y la de nuestra música» .

Apreciado dentro y fuera de Chile

Es impresionante la cantidad de comentarios que acerca de Enrique Soro han sido


publicados en diarios y revistas de América y Europa. Hemos podido observar parte
de ellos en los álbumes que conserva el matrimonio Aliaga-Soro en Santiago. Algu-
nos están citados en los trabajos incluidos en la Atenea N° 450. Pero resulta interesan-
te reproducir otros que revelan el interés y la preocupación de los chilenos por el
destino del niño prodigio que llegó a ser un maestro respetado internacionalmente.

De El Sur de Concepción

Soro regresó a Chile en 1905 y el 18 de junio de ese año dio una audición de sus
propias obras en el Teatro de Concepción. Tenía 21 años y lo acompañaron los profe-
sores y maestros instrumentistas Guillermo Navarro, Pablo Olivares y Julio Guerra,
padre de la pianista Flora Guerra.

36
Acerca de ese concierto el diario El Sur de la capital de lo que es hoy la Octava
Región del país, publicó lo siguiente:

«Por fin, después de muchos años de expectativas, la sociedad de Concepción ha


podido asistir al triunfo artístico de Enrique Soro; ha sido un triunfo soberbio, consa-
grado por las aclamaciones espontáneas, colosales, de un público subyugado por las
inspiradas armonías de un genio que despierta. Ninguno de los asistentes ha podido
sustraerse a la idea de que cada una de las bellísimas composiciones interpretadas no
fueran la obra de un joven que termina apenas sus estudios, sino de un viejo maestro
experimentado en todos los resortes del arte musical. El joven compositor tiene ya su
estilo propio, lo que constituye una revelación de su talento genial».

En Santiago

El Mercurio de Santiago, en 1908, a propósito de un concierto con obras nuevas de


Soro decía: «Es el único compositor chileno que ha sabido colocarse al lado de los
más grandes genios de la música. Los aplausos prodigados a su obra manifiestan que
en este medio, donde tanto se exalta a los Giordanos y a los Puccinis, hay también
quienes son capaces de apreciar la finura, el refinamiento y el estudio del arte musi-
cal. Y lo que es más, hay quienes son capaces, libres de todo prejuicio nacional, de
conceder en Chile que tenemos un gran artista».

Orgullo nacional

El diario La Nación del 1 de junio de 1920 comentaba:


«Enrique Soro es un artista que nos enorgullece. Ha llevado el nombre de nuestra
patria por tierras extrañas, dejándolo impreso en letras de oro. Ha triunfado con el
arte y por el arte, extraño a lo que podría llamarse la ayuda alentadora de sus conna-
cionales. Podrán discutirse los propósitos y las inclinaciones artísticas de Soro, po-
drán discutirse sus procedimientos, sus ideas, sus aspiraciones musicales, pero su
talento de artista y su fuerte concepción de compositor ya no pueden ser discutidos.
No puede discutirse tampoco que Enrique Soro ha colocado la primera piedra en el
monumento de nuestra historia musical, la que tendrá que dedicarle páginas extensas,
aunque más no fuera para enumerar su cuantiosa producción».

37
Un renovador

Con motivo de la Primera Jornada de la Reunión de Músicos Chilenos organizada por


M. Dumesnil en 1920. El Mercurio expresó:

«No será menester insistir en el prestigio que cabe a Soro de haber sido el primero en
cimentar las perspectivas que hasta la hora de su aparición iban al encuentro de una y
otra modalidad, sin rumbo determinado. El vino a dar no sólo nuevos matices sino a
fundar audaces aspiraciones sobre una materia que, si bien era tratada con entusias-
mo y voluntad por algunos, carecían de una personalidad que las iluminara y remo-
viera a fondo. Soro ha realizado su labor concienzuda y tesoneramente y siempre
sincera. Une a la espontaneidad de su estilo la nobleza de sus sentimientos. Ha sido el
primero entre nosotros en cultivar la música de cámara. Ha sido aplaudido en Europa
y América, donde ha prestigiado el nombre de Chile».

Crítica europea

Bruno Schrader, ex alumno de Liszt y severo crítico de la revista fundada por Schumann
en Leipzig, decía: «Impera en este autor una fantasía fuerte y creadora, de donde
emana en abundante y rico caudal la melodía, verdadera alma de la música» (l de
febrero de 1922).

El famoso director de orquesta Erich Kleiber, de muchas y recordadas actuaciones en


memorables temporadas en Chile, opinó: «Las obras de Soro son clásicas y debieran
recorrer el mundo entero. Es el Verdi chileno».

F. Busch, por muchos años director de la Sinfónica de Boston, declaró: «Si hubiera
tenido un hijo con disposiciones para la composición musical, habría elegido en el
mundo como maestro a Enrique Soro».

Las críticas extranjeras siempre favorables llenarían varios volúmenes. Son del New
York Times, de La Nación de Buenos Aires, de El Comercio de Lima, de Ciudad de
México, de Montevideo, de París y Roma.

38
Del Anecdotario

En 1906, en una velada musical que se realizaba en Santiago, mientras Manuel Gar-
cía Guerrero interpretaba al piano la «Sonata Opus 14 N° 1» de Beethoven, se levantó
de su asiento Enrique Soro e interpretó un segundo piano ante el asombro de los
asistentes.

Esta improvisación tuvo tanto éxito que le solicitaron que escribiera la partitura res-
pectiva, la que fue aceptada por la Casa Ricordi de Milán y con dedicatoria al pianista
de Concepción Esteban Iturra. Ha sido interpretada por diversos ejecutantes en dis-
tintas épocas.

Soro fue un buen director de orquesta en Chile y en el extranjero. En 1922, por ejem-
plo, tuvo ocasión de dirigir la Orquesta Filarmónica de Berlín. Esa vez le fue cedida
la batuta por Richard Hagel, el Kappelmeister de ese famoso conjunto, para que Soro
dirigiera la interpretación de su Opus Omnia, la Sinfonía en La Mayor o Sinfonía
Romántica.

Varias partituras están fechadas en Tomé. Ello se debe a que Soro, entre 1907 y 1910,
pasó los veranos en el que entonces era un frecuentado balneario penquista, en casa
de un pariente.

«¡Ay, si no puedo!»

Las tertulias de salón daban ocasión a un enfrentamiento entre la música puramente


familiar y la intervención, a menudo en forma de improvisación, de músicos forma-
dos técnicamente. Un ejemplo claro se encuentra en una anécdota de la vida de Soro
relacionada con su obra titulada: «¡Ay, si no puedo!»

Esta obra fue editada con elegante carátula por la casa G. Schirmer de Nueva York,
bajo la clasificación: «Piano music for the drawing room» (música de piano para
salón), adentro hay una explicación en inglés y castellano del origen de la pieza, que
dice: «En una ciudad del sur de Chile se encontraba el Maestro Enrique Soro en un
salón lleno de familiares, y los asistentes pidieron a una señorita allí presente que
tocara algo en guitarra: la niña se hacía de rogar, y apenas ,comenzaba a puntear

39
cortaba la pieza diciendo 'Ay, si no puedo'. Esto se repitió varias veces, y al fin los
asistentes exigieron al propio señor Soro que tocara: accedió y sentándose al piano
improvisó una gavota en que tomó como tema la frase 'Ay, si no puedo' en el mismo
tono en que fue dicha y luego modula con ella, la hace recorrer el teclado, la disloca,
le da tono burlón a veces, a veces triste, la hace brotar como una explosión de des-
aliento o la hace deslizarse como un suspiro, y todo ello con suma elegancia y con
una riqueza de armonía de primer orden».

Efectivamente, en la partitura el compositor indicó bajo la primera aparición del tema


las palabras 'Ay, si no puedo', lo que permite apreciar perfectamente el comentario
anterior; lo que quedó sin explicación es que en forma análoga, bajo un inciso de la
sección central, el Maestro Soro escribió: «Coquetón, coquetón», lo que presumible-
mente fueron nuevos comentarios de la mentada guitarrista.

(Del libro Músicos sin pasado, de Roberto Escobar. Editorial Pomaire. 1971. Págs.
89-90).

40
UN CATALOGO DE 315 OBRAS

Los catálogos de las composiciones de Soro que se han publicado son incompletos.
La investigación hecha por Ignacio Aliaga incluye las obras publicadas y las inéditas.
Así se llega a un total de 315, clasificadas de la siguiente manera:

Obras para piano a 2 manos y 2


pianos; 192 Editadas 55 = 28%
Obras para voz a capella, voz y
piano; voz e instru-
mentos; 37 Editadas 23 = 62%
Obras para grande, pequeña or-
questa; orquesta de
cuerdas; instrumento
solista y orquesta, vo-
ces y orquesta; 37 Editadas 10 = 27%
Obras para otros instrumentos,
dúos, tríos, cuarte-
tos, quintetos; 36 Editadas 10= 27%
Himnos 13 Editadas 13 = 100%

Total 315 101= 31%

A diferencia de su padre, cuyas obras fueron todas de propiedad de la Casa Editora


de Milán, Enrique Soro fue propietario de su producción. Según el país donde la
composición era editada, su nombre aparecía como Enrico, Henry, Henri o Enrique
Soro.

41
Esta fotogra fía corre,sponde a la manifestación que el 15 de Octubre de 1948 le fuera ofrec ida a Soro por un selecto grupo de a mi gos y admiradores del
maestro durante una visita a Concepción, y con motivo de haber obte nid o el Premio Nacional de Alte ese mi smo año. Aparecen los hermanos Silvestre y
Ernesto Mahu zier, Julio Sáez Morales, Alfon so Urrejola Arruu, Enrique Soro, Ricardo Katz Johnson , Gastón Bianchi Oyarzún , Raúl Ri veros Pu lgar,
Alturo Medina, fundador de los Coros de Concepción; Orl ando Bettig, Esteban Iturra, Juan concha Aramburú y Francisco Ascencio.

N
'Í"
Soro trató personalme nte en Europa a músicos fa mosos, recibiendo de ellos elogiosos comentarios, de Mascagn i y Oebussy entre
otros. Con algunos mantu vO nutrida corresponde ncia por largo tiempo. Quien lo apreció mucho fue Julio Masse net, el autor de
«Manon» y de numerosas otras óperas, aparte de una gran cantidad de melodías, cantatas y poemas sinfónicos.
Como curiosidad reprod ucimos una de las callas de Masse net e n la cual le dice que le ha causado un pl acer mu y grande la lectura de
sus composiciones. Y termina ex presándole que lo considera un rnúsico maestro cuyo arte le agrada muchísimo.

~ (r'-t u.... 'JM.II--'fy~ . ~¡..t;lÁ--­

r... v,.-k ~ L 1M,.. f te- J- -hu..1-- • ' .

43
PRIMERAS OBRAS DE SORO

..A. .n d a t1 t i t1 o (p j e,g .a "..la )

4'~ EiD} gDl


~ d.J
@ir r fU ..J...

P I f tE r r I~r
~

,E!' I f 'p I r t 11

Moderato l Vdl.s )

*~~ eP . I e~ I JERf.:fÍld Pl
4' íGÜ I áÜZJñ I d .1r..:fi I J .~
4~3?~ñl.l J I J J 1,tE:cd r rII
R.Ue.gl"o (ctju-ga,.) ,.-..

, -I n
.,
1}H::::¡oIn dJIJlnA 1) , atr UI
~ o ~o •

cj r @jjt ilfEtíJltW: d: IDr' ;1


41 Wlr ilr (flrfrrl Un®"F 11
Los lemas de estas partituras corresponden a una serie de piezas para piano compuestas por el maestro Enrique Soro a la edad de cinco
años. «Ellos nos pueden dar una idea de su prodigioso instinto musical, deCÍa la Revista Musical Chilena que los incluyó como rara
primi cia, y del carácter que tu vieron las improvisaciones al teclado de aquel niño que, con razón, fue considerado un sobresaliente
caso de precocidad. Obsérvese la línea mozartia na, o del primer Beeth oven, que tiene la me lodía del Allegro».

44
De los trece himnos que compuso Enrique Soro, sin duda el más conocido es el «Himno
de los Estudiantes Americanos», con letra del poeta pemano José Gál vez, quien llegó
a ser Vicepresidente de su país durante el Gobierno del Presidente José Luis Busta-
mante y Rivero.

Este himno obtuvo el Primer Premio en el Concurso Musical de Lima en 1912 y lo


han cantado muchas generaciones de estudiantes en toda América Latina. En Chile
era número obligado en todas las fiestas de la primavera hasta la década del cuarenta.

45
~~mNO E5TU DII\N~
i ~
CORO

¡Juventud, jll ventud, torbellino


soplo eterno de eterna ilusión,
fulge el sol en el largo camino:
que ha nacido la nueva canción!

ESTROFAS

Sobre el viejo pasado soñemos.


en sus ruinas hagámos jardín,
y marchando al futuro cantemos
que a lo lejos resuena un clarín ,

Lo. mirada. embrialrada en los cielos


, y aromados por una mujeL',
fecundemos los vagos anhelos
y ~eamos mejoreR que ayer,

COlls~rernos orgullo en la herida


y sintamos la fé del doloL',
y triunfemos del mal de la vida
con un fl'ágil 'e nsueño de amor,

Que las dulces amadas suspii'en


de pasi6n al mirarnos pasar,
que los viejos maestl'os admiren
al tt'opa! qne los va á superar!

aORO

¡Juventud, juventud. torbellino


soplo eterno de eterna ilusión,
fulge el sol en el largo camino
que ha nacid0 la nueva canción!

46
HIM NO DE LOS EST UDI A NT E S AME R ICA NOS
E. sono
' MIll"ziale é grandioso

--
Ooro-
~ ~ lo. '1 I
n .H I I

Canto
tJ -q .ff
. 8u _' ven _ tud, ..-, ..
jU _ \"en
~
---=
tud.. ... _.. tor _ be _ ni _ no
_11;111 I .!:!:.. ~ '1 ·t

..
-
V -4 ;{f --'-- ~ _1--"'
~ 1- 1 1--...-..
Hr}, ''f'': - -
' ~
'1 ~ ~

ge el
...
$01 en.

gue ha .na __ -=c~i_ _=-...::d~o_.: .:=la --_n:.:u: :. :e~_:..v, a :! _ ci6n.

Nll e.

47
~ " ;1
- Á- - ~

-t r
en sus rui _ nas ha .:- ga _ mes jar _ d.in,
ya - ro - mi _ dos por u - na mu _ jer,
/),,~
b{~-
--=- ~

{ el
~_-, u·
7-r-
-~
í 7 11
-:::-
1 ~ I
!
7f1¡f...E:j /
t..:!f
"""'"
l'; ¡¡
---- "
~
m..f ~ .........
mar ~ chan at~u _ tu. - ro can _ .te _ mas
_do
fe - c~_ d.e _ mas tos va _ gas a_nhe_ los
ti ,;<1
p::-. -
{ ¡¡T

:
77!/i r
,JI J
p
~
7~r
J
I q~

I
~ r I V ~ t ~f

~ .J ~

ftJ
- l

D. C.
gue á lo le _ jos re _ sue _ na un da .Tin..
se - a _ mos me _ jo :..... res gue a':J~ una, d.ue
:J
--=- ~
/) J

eJ
rl
------- ~

7~r
ó tre voU:e
(ad. tib)

.., J. . ~ J.: I
~ J~
-..-.-1'-
poi ';'Ua
: Fine
I ¡ rJ..-! .~

48
. .. . .' . .

.. 8~forfPiamr

j{Y0~cS~
. . .. . . .

CfYJdunner. INC.~ lIork


49
(ANDANTE APPASSIONATO»

La página romántica de extraordinaria fuerza íntima que es el Andante Appassionato


Opus 2, tiene una curiosa historia que no ha sido mencionada antes. Lo compuso
Enrique Soro a la edad de 17 años, cuando era estudiante en Europa. Lo escribió
primeramente para cello y órgano y fue interpretado por él mismo en 1901 en el
Conservatorio de Milán, con clamoroso éxito, según las crónicas italianas.

En 1904 escribió la música del Andante para que fuera ejecutado por el famoso Cuar-
teto Geloso en la Sala Pleyel de París. Dicho conjunto lo integraban J. Geloso y
Bloch, violines; Pierre Monteux, viola y G. Tergis, violoncello.

En 1905 compuso una versión para dos violines, cello y piano y, de regreso a Chile
ese mismo año, la dio a conocer en el Teatro Concepción como primicia y homenaje
a su ciudad natal.

En 1909 escribió una versión para piano, la que fue editada por Schirmer en Nueva
York. En 192410 compuso para pequeña orquesta de cuerdas, siendo editado también
por Schirmer.

El Andante de Soro ha sido ejecutado innumerables veces en distintas partes del mundo
por orquestas dirigidas por Kleiber, Busch, Sargent, Vandemoot, Terc, Moubarack y
en Chile bajo la dirección de Tevah, Carvajal, Zoltan Fisher, Agustín Cullel y el pro-
pio autor, quien era, además, un destacado director. Fue grabado, asimismo, por la
RCA Víctor en la cotizada colección de discos Sello Rojo.

Finalmente, la última y definitiva versión para piano sólo la escribió en 1954, poco
antes de morir y es la que reproducimos en facsímil.

50 ..
~:~::l:v=
..::CM 1
'f:::: IS4r
1¡~ ,
.~-~
1- ~
..-:- -::t ~
___ -
-- -. ,
'

\ ~
" '. . I
:

I
~ORPOHA c rON 8;;\.:01
Biblioteca Comun itari a
Te resa Aguila . - B . . ' orte 51
-'
Aliaga I bar , I gnacio,
Brbita de Enrique , oro

Fecha NOMBRE
Devolución

Aliaga I bar , I gnacio


Cl .\IH:R:\OS DEL B!O BIO

1. - .\I ·(ilSTO \1\.\1.1)1


I\:drll dl' \ '~¡Jdl\ ia. l'l fundadlll
, ORlSIT I'I\TII
1.L'\l'lldd' ré~llllldk,
, '
LI :O:-".\RI)O \1:\1./.1]
Hi,IOr!'1 .1,' CllllCél'ci';ll
ClllllJui'ld\ COI"llid
\R:\OI.I)() P.\CIIITO
HI,lor!d dl' COllcl'l'cioll Si~lo \:I\:
()SC.\R I'.\RR .\
U Il<l Blo HIn
h \L\RIO ROI)RI(il TI
(lrhlld dl' :\ICdllllr ".Irrd
IER:\.\:\I)() C.\S.\:\II'\.\
Ihl'h' HI,lllr!d ,kl Lln'o dl'
("'IKl'IKIOll
\RIU . "IR\I T.\
J)llll .\lllhnhl" (rHI~~ill'
q - IlIS ESI'I\:()/\
Rl'rl' : .\llll~U'1 (irdlldod
1II S.\I.\.\J)()R l\R.\\ 111.U)
YUIIII",!: Ikl !'tll'rll'dl SdnlUdr!ll
11 H .\\: (i\BRIU .\ R .\Y.\
J)"lld "'lh,'1 RIlJuélnlé
1~ ITR\: .\\:I)() BROlSSI S()TO
1,1' B'lld'ld,'r'l' dé (','piulcnlll
1.' \R\:OI.J)O I'.\CIIITO
lIi'llllld dl' ClllKl'pcilln SI~lo \:\:
I~ BIR L\ 1.0"1.1 \10R.\I.LS
()rhlld ,k \Ltrtd Bnllll'l
1'; - 111 ·\IBI .RT() S()]()
()lhlld dl' \LtrI,1 ('"h In
Ih, R( HJI T (i( )\:/.\111
1'"rtl'/IIe'I". R,llL'l'"kl C;lnl,'
1-' 1I1() lIt il TIH)\
( "Ihl''r'' : .\l'nl\lllldCII11I 111'1"lIl'd
1S I( i\:.\CIO\IL\( i\
()rhiLI dl' hmqul' S"r"
IlJ- IIR\:'\\:J)O BR()lSSI·
\IU'L'" :\rdllL';lllll de' ("llle'lL'

También podría gustarte