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Rolando Astarita Tipo de cambio y teoría del valor trabajo (1)

Tipo de cambio y teoría del valor trabajo (1)


A pesar del importante rol que juegan los tipos de cambio, ni en la literatura económica
ortodoxa, ni heterodoxa burguesa (poskeynesianos, estructuralistas y similares) existe
una explicación teórica medianamente aceptada de qué lo determina. Las respuestas
neoclásicas (tipo de cambio determinado por la paridad de poder de compra, por la
paridad de intereses o por los equilibrios macroeconómicos fundamentales) son
falseadas, una y otra vez, por la evolución real de los precios de las monedas. Los
enfoques heterodoxos más conocidos, por su parte, eluden la cuestión, o terminan
diciendo que los tipos de cambio dependen de la pura especulación, para la que no
habría manera de establecer anclaje teórico alguno.

En cuanto al marxismo, el panorama no se presenta mucho mejor. Marx apenas


menciona el tema, y los marxistas, salvo contadas excepciones, no lo trataron. Incluso
trabajos muy abarcativos -por caso, Mandel (1969) o Sweezy (1974) no hacen siquiera
mención al tipo de cambio. Tampoco la muy completa revisión de Guillén Romo (1988)
de las problemáticas tratadas por los marxistas, se refiere a la determinación del tipo de
cambio. De hecho, y hasta donde alcanza mi conocimiento, Anwar Shaikh fue el único
que intentó una respuesta elaborada (Shaikh, 1999); sin embargo, y como veremos
más abajo, mi explicación difiere de la de Shaikh.

En esta nota presento elementos para el análisis del tipo de cambio, desde un enfoque
basado en la teoría del valor trabajo. Un objetivo central de la misma es explicar por
qué las monedas de los países atrasados tienden a estar depreciadas en relación a las
monedas de los países desarrollados. Expuse la cuestión en el capítulo 11 de ​Valor,
mercado mundial y globalización​, y en ​Economía política de la dependencia y el
subdesarrollo. ​Esta nota es entonces una presentación resumida de las principales
ideas contenidas en estos trabajos, y algunos agregados. Dada su extensión, la
presento en varias partes.

Mercado mundial y espacios nacionales de valor

En términos generales, podemos decir que los trabajos privados en la sociedad


capitalista alcanzan realidad como partes del trabajo social por medio de las relaciones
de intercambio entre las unidades productivas. De esta tesis general, sin embargo, no
se sigue que en la economía mundial todos los trabajos privados se realizan como
partes del trabajo social mundial. Esto es, no se reducen al mismo tiempo de trabajo
abstracto universal ya que ​se intercambian en ámbitos de valor específicos, que están

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condicionados por desarrollos particulares de las fuerzas productivas.​ Además, la


naturaleza del trabajo concreto, y los costos de transporte asociados, imponen
limitaciones a las posibilidades de integrar un mismo espacio de valor. Por ejemplo, el
trabajo de cortar pelo en Nueva York no puede compararse con el mismo trabajo
realizado en Nigeria; ambos productos (“corte de pelo”) no concurren al mismo
mercado, y los trabajos se validan en ámbitos de distinto desarrollo de las fuerzas
productivas.

Estos ámbitos son espacios de valor, esto es, espacios geopolíticos de validación de
distintos tiempos de trabajo socialmente necesarios -o sea, con productividades
diversas. Y los tipos de cambio constituyen relaciones de equivalentes (peso/dólar,
dólar/euro, etc.) que conectan estos espacios nacionales. Como explica Harvey, si la
plusvalía se tiene que producir y realizar en una región “cerrada”, habrá una cierta
concordancia entre la tecnología de producción, las estructuras de distribución, los
modos y formas de consumo,l las cantidades y cualidades de la fuerza de trabajo; pero
entonces cada región formaría una ley del valor para sí misma, relacionada con sus
niveles de vida, procesos de trabajo particulares, arreglos institucionales o
infraestructurales. Agrega que “(e)ste proceso de desarrollo no concuerda en lo
absoluto con el universalismo hacia el cual siempre se inclina el capitalismo. (…) Las
economías regionales nunca están cerradas” (1990, pp. 419-20).

La cuestión entonces es integrar estas particularidades en el todo -el mercado mundial-


que debe entenderse como una realidad concreta. Por un lado, porque solo cuando las
mercancías producidas en esos espacios se comparan en el mercado mundial, los
tiempos de trabajo se reducen a tiempo de trabajo social promedio mundial. Esto
ocurre con aquellos productos estandarizados, que por lo general cotizan en dólares en
un único mercado mundial (por caso, en el mercado de metales de Londres);
representan aproximadamente el 35% de las mercancías que se comercian
internacionalmente. Otras mercancías se comercian internacionalmente, pero no
cotizan en un mercado único mundial; típicamente son los bienes de alta tecnología,
diferenciados, que son facturados en la moneda del país exportador. Además, están las
mercancías que se exportan a otros mercados nacionales, y que por lo tanto tienen
oscilaciones en sus precios. Por último, están las que solo se comercian en los
mercados nacionales (los llamados “no transables”), cuya incidencia sobre el espacio
de valor mundial es indirecta.

Inciso: definiciones “técnicas”

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A los efectos de facilitar la lectura a aquellos no familiarizados con los términos


económicos, aclaramos algunos conceptos básicos. En primer lugar, el tipo de cambio
nominal, que denotamos con E, es simplemente la relación de cambio entre dos
monedas; adoptamos la convención de expresar E como la relación entre la moneda
local con respecto a la extranjera.
En segundo lugar, definimos paridad de poder de compra (o adquisitivo). El tipo de
cambio entre dos monedas está a a nivel de paridad de poder de compra cuando con la
misma cantidad de dinero se compra la misma cantidad de una cesta de bienes en
ambos países. El tipo de cambio a nivel de paridad de poder de compra es igual a la
razón entre los índices de precios al consumidor de ambos países.

En tercer lugar, definimos el tipo de cambio real, que denotamos con la letra “q”. Se
trata de una relación entre canastas de bienes. Se define como E multiplicado por el
nivel de los precios del exterior, P*; dividido por el nivel de precios internos; q expresa
una relación entre canastas, por ejemplo, x canasta Argentina/canasta en EEUU.
Lógicamente, cuando el tipo de cambio está a paridad de poder de compra, el tipo de
cambio real vale 1.

Tercer mundo, monedas depreciadas

Los modelos neoclásicos de corte monetarista sostienen que los tipos de cambio, en el
largo plazo, tienden a alinearse con sus paridades de poder de compra. Pero se
reconoce que esto no sucede con los países atrasados; sus monedas tienden a estar
depreciadas, en términos reales, con respecto a las monedas de los países más
industrializados. Al respecto, Summers y Heston, editores de la Penn World Table,
afirman que “lo que es mejor conocido de los resultados empíricos del Programa de
Comparación Internacional (PCI) es la documentación de las diferencias entre el tipo de
cambio de un país y su paridad del poder de compra. La versión fuerte de la doctrina
de la paridad de poder de compra casseliana sostiene que la tasa de cambio de
equilibrio a la cual las monedas de dos países se comerciarán estará determinada por
los niveles de precios relativos de los países. La evidencia es inequívoca para cada
uno de los estudios que son puntos de referencia del PCI, acerca de que esto no se
cumple. No solo las tasas de cambio difieren de manera significativa de sus
correspondientes paridades de poder de compra, sino que lo hacen de manera
sistemática:​ el nivel nacional de precios de un país, definido como la ratio de su paridad
de poder de compra con sus tasas de cambio ​es una función creciente de su nivel de
ingreso o estadio de desarrollo​” (1991, p. 331; énfasis agregado).

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Expresado en términos más populares, es el fenómeno que experimentan la mayoría


de los habitantes del tercer mundo cuando viajan a los países adelantados: la vida les
resulta cara. El mismo fenómeno se refleja en el hecho de que cuando el precio una
canasta promedio en Buenos Aires y Nueva York, por ejemplo, tiende a igualarse, se
instala la idea de que el peso argentino “está sobrevaluado” (o el tipo de cambio
atrasado).

La explicación de Balassa Samuelson

El problema que se plantea entonces es encontrar una explicación a este fenómeno


sistemático. En este respecto, la economía neoclásica propone el modelo
Balassa-Samuelson (Balassa, 1964 y Samuelson 1964). El modelo supone que los
salarios y ganancias igualan las productividades marginales del trabajo y el capital; que
la función de producción es única y puede ser copiada por cualquier país; que los
“factores” capital y trabajo pueden combinarse en cualquier proporción; que la
rentabilidad de los capitales se iguala con la tasa de interés vigente en el mercado
mundial; y que existe libre movimiento de ideas y capitales. Supone también que el tipo
de cambio nominal está determinado por la relación de los precios de los bienes
transables, nacionales e internacionales; y que en el país que tiene alto desarrollo la
diferencia de productividad en la producción de bienes transables, con respecto al país
atrasado, es mucho mayor que las productividades en la producción de bienes no
transables.

Se sostiene entonces que en el país adelantado los salarios deben pagarse según la
productividad marginal, relativamente elevada, que existe en el sector de bienes
transables; lo que provoca el alza general de precios. Alternativamente, si no aumentan
los salarios en el sector de bienes no transables, habrá carencia de mano de obra,
caída de la oferta, y los precios suben de todas maneras. Pero debido a que el tipo de
cambio nominal está determinado por la relación de precios de los bienes transables, la
moneda se aprecia en términos reales.

En consecuencia, el modelo da lugar a un resultado “extraño”, a saber, que el país


adelantado aprecia sus monedas porque la tasa de aumento de los precios es
sistemáticamente mayor que la que existe en el país atrasado. Sin embargo, la
experiencia es más bien la contraria: son los países atrasados, en especial aquellos
con alta inflación, los que deprecian sus monedas.
Pero por otra parte, incluso si se aceptaran sus supuestos (extremadamente
irrealistas), el modelo no puede dar cuenta de la persistencia del fenómeno de la
depreciación de las monedas de los países atrasados, como lo admiten Froot y Rogoff

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(1996), dos economistas del establishment. Es que en la economía neoclásica se


supone que el libre movimiento de ideas, capitales y trabajo, debe generar una
tendencia de largo plazo hacia la convergencia de los tipos de cambio hacia la paridad
del poder de compra. Pero esto no ocurre. Lo cual no impide que en los manuales se
siga ofreciendo el modelo Balassa Samuelson como “la” respuesta del porqué las
monedas de los países atrasados tienden a depreciarse.

Supuestos

Para abordar teóricamente ahora la depreciación de las monedas de los países


atrasados, y a diferencia de lo que hace el modelo Balassa-Samuelson, es necesario
hacer supuestos que recojan los rasgos salientes de la realidad del modo de
producción capitalista, y del mercado mundial. En particular, y en el marco de la teoría
del valor trabajo, hay que partir de:

a) Los salarios se igualan al valor de la fuerza de trabajo;


b) el valor promedio de la fuerza de trabajo está determinado, en última instancia, por el
desarrollo de las fuerzas productivas alcanzado en los espacios nacionales de valor;
c) ese desarrollo, a nivel mundial, es extremadamente desigual, y las desigualdades se
pueden retroalimentar, debido a la dinámica de la acumulación desigual del capital;
d) no existe, por lo tanto, una única función de producción, y las tecnologías no son
recetas que se puedan copiar; los precios están gobernados por los tiempos de trabajo
socialmente necesarios;
e) los capitales obtienen ganancias que son una parte de la plusvalía (y no coinciden
con la tasa de interés);
f) existen diferencias tecnológicas entre empresas, que dan lugar a tasas de ganancia
diferenciadas dentro de una misma rama: las empresas tecnológicamente avanzadas
obtienen ganancias (plusvalías) extraordinarias, las empresas con tecnologías medias,
o modales, obtienen ganancias que tienden a igualarse con los promedios del resto de
la economía; y las empresas atrasadas obtienen ganancias menores a los promedios;
g) por último, se supone que los países del tercer mundo tienen una productividad
promedio menor que los países industrializados. A pesar de que existen empresas o
ramas competitivas (por ejemplo, favorecidas por ventajas naturales, como minería o
agricultura), en promedio la economía del país atrasado es menos productiva que la del
país adelantado. Entre los factores que pueden influir, señalados por investigadores de
Cepal, y otros organismos, encontramos uso de equipos anticuados, modos de
producción obsoletos, deficiente organización del trabajo, problemas de calidad del
producto, deficiente logística, inventarios excesivos, estrangulamientos en insumos
vitales (por ejemplo, suministro eléctrico).

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Determinación estructural del tipo de cambio

Demostramos ahora que existe un determinante de tipo estructural que empuja a la


depreciación de las monedas de los países con un capitalismo tecnológicamente
atrasado. Suponemos para ello dos países, A y B, de productividades medias
diferentes. En A las empresas tiene tecnología avanzada, y en B las empresas tienen
tecnología atrasada. Siguiendo el supuesto que hacen el modelo Balassa Samuelson,
las diferenciales de tecnología se manifiestan en la producción de bienes transables.
En la rama de servicios la diferencia de productividad es menor, o inexistente; es un
supuesto realista.

Para mantener el análisis en el nivel más simple posible, supongamos que en A y B se


producen dos bienes, Qc que es un bien de consumo transable, y Qs, un bien de
servicio no comerciable (en ​Valor.​ .. amplié el modelo incorporando maquinaria
producida en A y B; pero no altera la conclusión central). Suponemos que las empresas
de A que producen Qc tienen tecnología avanzada, y emplean 2 horas de trabajo para
generar una unidad Qc. En B las empresas que producen Qc emplean, en cambio, 8
horas de trabajo. Por otra parte, en ambos países se emplean 4 horas de trabajo para
generar Qs. Suponemos también que el valor generado en una hora de trabajo en A se
expresa en $a 5, y que el valor generado en una hora de trabajo en B se expresa en $b
10 (estas cifras son arbitrarias, y no alteran las conclusiones).

Los bienes se venden en precios directamente proporcionales a sus valores. De


manera que en el país A las empresas producen Qc con un precio de $a 10, y Qs a un
precio de $a 20. En B las empresas producen Qc a $b 80 y Qs a $b 40.

Suponemos también que la economía de B está obligada a intentar exportar a A porque


necesita importar equipos o maquinaria. Es necesario entonces conectar ambos
espacios de valor a través del tipo de cambio; utilizamos la letra E para denotar el tipo
de cambio nominal, $b/$a. Examinamos entonces qué ocurre si E se establece al nivel
de la paridad de poder de compra (PPC). Para calcular el E a nivel de PPC dividimos
los respectivos niveles de precios al consumidor. Esto es, $b 80 + $b 40 / $a 10 + $a20.
El resultado es que E a PPC = $b4/$a. Es claro que con este tipo de cambio, Qc
producido en B tiene un precio en A de $a 20. Esto significa que a este tipo de cambio
el bien transable producido en B no se puede vender en A. La causa última reside en la
diferencia de productividades, que hace que los tiempos de trabajo no sean
directamente comparables. Los tiempos de trabajo de ambos países no son
directamente comparables; los espacios de valor no se pueden unificar sin más, ya que

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las monedas, equivalentes nacionales, no son directamente equiparables en tanto


representantes de valores homogéneos.

Dado el supuesto de que B necesita divisas y debe exportar Qc hacia A, es necesario


que el tipo de cambio se ubique al nivel que haga posible esa operación. Dejando de
lado costos de transporte, a fin de simplificar, es claro que el tipo de cambio que hace
posible la exportación de Qc a A es el que surge de dividir los precios de Qc en ambos
espacios. El tipo de cambio es entonces $b 80 / $a 10 = $b 8/$a. Lo llamamos tipo de
cambio competitivo, y lo denotamos E*.
Establecido E*, los productores de Qc en B pueden vender en A. Desde el punto de
vista de la teoría del valor trabajo, se han conectado los dos espacios de valor, pero al
“costo” de que 8 horas de trabajo en B equivalen a 2 horas de trabajo social en A. No
hay transferencia de valor desde B hacia A, ya que el trabajo que produce Qc en B,
según los parámetros de A, genera un cuarto del valor que genera el trabajo que
produce Qc en A. En el espacio de valor de A, la hora de trabajo de B aparece como
trabajo despotenciado, generador de menos valor.

El precio que paga la economía de B por la devaluación de su moneda por debajo del
nivel de la PPC es la pérdida de poder adquisitivo a nivel internacional (la contrapartida
lógica es el aumento del poder adquisitivo de $a). De esta manera obtenemos una
explicación basada en la ley del valor trabajo de por qué existe una tendencia
estructural a que los países con economías tecnológicamente atrasadas tengan
monedas depreciadas en términos reales.

Textos citados:​
Balassa, B. (1964): “The Purchasing-Power Parity Doctrine: A Reappraisal”, ​Journal of
Political Economy​, vol. 72, pp. 584-596.
Froot, K. A. y K. Rogoff (1996): “Perspectives on PPP and Long-Run Real Exchange
Rates”, NBER, Working Paper, Nº 4952.
Guillén Romo, H. (1988): ​Lecciones de teoría marxista​, México, FCE.
Harvey, D. (1990): ​Los límites del capitalismo y la teoría marxista​, México, FCE.
Mandel, E. (1969): ​Tratado de economía marxista,​ México, Era.
Samuelson, P. A. (1964): “Theoretical Notes on Trade Problems”, ​Review of Economics
and Statistics,​ vol. 46, pp, 145-154.
Shaikh, A. (1999): “Real Exchange Rates and the International Mobility of Capital”,
Working Paper Nº 265, The Jerome Levy Economics, Institute of Bard College.
Summers, R. y A. Heston (1991): “The Penn World Table (Mark 5). An expanded set of
international comparation 1950-1988”, ​Quarterly Journal of Economics,​ vol. 106, pp.
327-368.

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Sweezy, P. (1974): ​Teoría del desarrollo capitalista​, México, FCE.

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