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DOCTRINA CRISTIANA E INTERPRETACIÓN TEOLÓGICA

Es doctrina cristiana el mensaje contenido en la predicación de Jesús. Esta


doctrina por esencia es religiosa, tanto por su origen como palabra o testimonio
de Dios, como por su objeto de ordenación a la verdad de la relación del hombre
con Dios. Dado que la enseñanza de Jesús es a un pueblo educado en la religión,
como era la nación judía, su contenido catequético no contempla la justificación
teológica o religiosa, sino que muestra cómo ha de ajustarse el espíritu humano
al proyecto de Dios. Para ello la enseñanza está en la encarnación de la palabra
divina en la persona de Jesús, cuyo ejemplo de vida y doctrina se constituyen en
definitiva y absoluta revelación de Dios. Aceptar la realidad religiosa del
cristianismo supone dos compromisos vitales: Reconocer la sustancia espiritual
del ser humano y aceptar por pleno modelo a Jesucristo. Esto que parece obvio
es lo que discrimina de la sociología religiosa y de la cultura religiosa lo que
auténticamente es religión cristiana.
La religión es relación personal con Dios, porque la humanidad se realiza por la
individuación personal, cuya sustancia espiritual propia le capacita para
establecer esa relación como respuesta a la iniciativa divina. Es cada hombre el
que puede ser religioso, pero no se puede afirmar como tal el idealismo genérico
que pueda caracterizar a una comunidad. La sociología religiosa interpreta la
religión como un hecho social y de ahí deriva considerar como religión el
conjunto de manifestaciones y creencias de una comunidad, aunque en la verdad
muchos de sus miembros ni consideran siquiera su realidad espiritual, ni tienen
otra experiencia religiosa que la asistencia testimonial a actos religiosos
colectivos marcados por la tradición.
Respecto a la cultura religiosa se puede realizar un enfoque histórico o una
perspectiva sincrónica. El acervo histórico sobre una religión aporta muchas
experiencias acaecidas, que pueden servir de modelos ejemplares, pero también
puede contener muchas concrecciones piadosas que faciliten distraer los
fundamentos esenciales de la misma religión. La fidelidad doctrinal de la religión
debe permanentemente ajustarse a sus fuentes y para ello en cada momento debe
armonizarse la práctica doctrinal según la vivencia religiosa que cada momento
histórico demande.
De la vida y enseñanza de Jesús tenemos el testimonio de la tradición, cuyo
contenido es tan coherente que sólo quien no pretende acercarse a la misma con
sentido religioso, sino especulativo, puede abundar en los pormenores. Por el
contrario, quien asume la experiencia de poner en práctica sus consejos penetra
cada vez más en la fe que une a Dios. El modelo del cristianismo en el siglo XXI
continúa siendo la doctrina del Evangelio cristiano.
En la interpretación de la doctrina de Jesús se han esforzado mucho los teólogos,
cuyos ensayos unas veces han arrojado luz y otras desunión y enfrentamientos.
Hay tantas luces como sombras en la historia de lo que ha venido a llamarse
doctrina cristiana, porque en su práctica y que en su formulación se evidencian
enormes contradicciones con la real vida de Jesús. La afectividad hacia el poder
ha burlado al valor y a la virtud esencial de la palabra divina para que el hombre
optara por una auténtica caridad espiritual. Así, santos y santas, hombres de
iglesia, jerarcas y teólogos han acertado sólo en parte a interpretar el
cristianismo, lo que no habría sido un lastre para la doctrina si no hubieran sido
elevados a la categoría de modelos, porque ejemplares en sus aciertos han
arrastrado tras de sí la categorización de sus errores, con la efectiva consagración
de una doctrina fermentada con radicales deficiencias. Lo que no puede ponerse
en duda es que a lo largo de los siglos también esa doctrina se ha contaminado en
parte por causa de la piedad popular, de tradiciones paganas y de otras
costumbres que han conferido a la religión cristiana una carga de superstición
próxima a otras muchas religiones. De modo que hoy hay quien no reconoce en
muchas conclusiones el auténtico sentido de la predicación original de Jesús.
La endémica vida espiritual del cristianismo proviene del abandono generalizado
durante siglos por parte de la mayoría de los cristianos de la lectura y meditación
de la vida de Jesús, sustituida por una práctica ritual sin sentido ni comunicación
de la experiencia religiosa que, lejos de la radical interpelación de la exigencia
del amor del Evangelio, fundamentó en el temor la práctica religiosa. El rigor del
pecado y el castigo de la cólera de Dios se convirtió para la doctrina secular
cristina en el talismán de la predicación a la conversión, desconociendo que sólo
en la virtud el hombre desarrolla su semejanza a Dios. Así se han colmado los
libros teológicos con lo que aparta al hombre de la genuina interpretación del
cristianismo, en vez de mostrarle directamente el muy claro mensaje de Jesús.
Ningún cristiano que siga e imite la norma de vida ejemplar que contienen los
Evangelios puede equivocarse en poner en práctica dicha religión. Será
imperfecta su religiosidad por lo deficiente que pueda ser su empeño, pero en lo
que ponga por obra en razón del amor allá aprendido no cabe posible
equivocación. En cambio, quien sigue cualquiera de las muchas formulaciones
de la piedad sólo le identificarán con el cristianismo en lo que contengan de la
verdad de aquel, por lo que la mejor práctica piadosa seguirá siendo por los
siglos la escucha atenta en la meditación directa de la palabra de Dios.
El recordar cómo la interpretación de la palabra del Evangelio ha servido más en
la historia para desunir que para unir debería hacer reflexionar a todos los
cristianos en que el punto de encuentro no puede ser otro que la fidelidad al
mensaje evangélico, lo que se defiende mejor con su realización práctica que con
figuradas interpretaciones arrojadizas de lo que sus palabras quieren decir. Por
eso, ser cristiano en el siglo XXI continúa teniendo el mismo reto que en el
primer siglo, porque una y la misma es la forma de vida a practicar.

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