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Trilogia Del Sprawl 2. Conde Ce - William Gibson
Trilogia Del Sprawl 2. Conde Ce - William Gibson
de lo sucedidio en "Neuromante".
Turnuer, un mercenario profesional, es
encargado de la extracción del
científico Mitchel de la empresa Maas
para llevarlo a la competencia, la
Hosaka, otra empresa de investigación
de biochips.
Conde Cero
ePUB v1.0
iBrain 27.04.12
Título original: Count Zero
INTERRUPCIÓN DE CUENTA A CERO:
Al registrar una interrupción, disminuya el
contador a cero. [1]
Capítulo 1
Un arma de
funcionamiento fácil
Pusieron un sabueso explosivo para que
lo siguiera en Nueva Delhi, programado
con los feromonas y el color del pelo de
Turner. Lo alcanzó en una calle llamada
Chandni Chauk y se arrastró hasta el BMW
alquilado a través de una selva de piernas
desnudas y bronceadas y ruedas de taxis de
tracción humana. El núcleo del sabueso era
un kilogramo de hexógeno recristalizado y
TNT en escamas.
No lo vio venir. Lo último que vio de la
India fue la fachada de yeso rosado de un
lugar llamado Hotel Khush-Oil.
Voló a México.
—Dame el cesto.
—Turner, yo...
—No.
—No.
Josef Virek.
—Cómo...
—Gracias, Paco.
—Un subprograma.
—Entiendo.
—¿Propiedad inmobiliaria?
Mierda.
Ojososcuros, estrelladeldesierto,
camisetaarena, pelodechica...
Blanco.
Luz.
Capítulo 4
Marcando tarjeta
El Honda negro se mantuvo suspendido
veinte metros sobre la cubierta octogonal
de la ruinosa plataforma petrolera. Se
acercaba el amanecer, y Turner podía
distinguir el débil contorno en forma de
trébol de la señal «peligro biológico» que
indicaba el helipuerto.
Turner asintió.
—¿Como qué?
—¿Tanto me necesitan?
—Basta —dijo.
Tenían su dirección.
Se olvidó del hambre, corrió al cuarto
de baño y hurgó entre la ropa empapada
hasta encontrar su ficha de crédito.
—No.
—No.
—No.
—Seguro.
—¿La plataforma?
—Bien.
—¿Particular?
—Correcto.
—Vamos a verlos.
—¿Qué?
—Consideré la posibilidad de no
decírtelo, pero estoy segura de que él te
alcanzará tarde o temprano. Supongo que
puede oler el dinero.
—¿Cuándo?
Bobby parpadeó.
Bobby asintió.
—No, gracias.
—Y usted no lo es.
—Entonces explíquemelo.
—Sabes su nombre.
Harry parpadeó.
— Díselo.
—Tú mandas.
—¿Fisión de ADN?
Ella asintió.
—¿Tu mujer?
—Nuestra hija.
12
Capítulo
Café Blanc
Cuando se iba del Louvre tuvo la
impresión de que una estructura articulada
se movía para adaptarse a su itinerario a
través de la ciudad. El camarero no seria si
no una parte del objeto, un miembro, una
sonda delicada, una cilia. El conjunto
debería de ser más grande, mucho más
grande. ¿Cómo pudo haber imaginado que
sería posible vivir, moverse, en el terreno
artificial de la riqueza de Virek sin sufrir
una distorsión? Virek la había recogido, en
medio de su infortunio, y la había hecho
girar a través de las monstruosas e
invisibles tensiones de su dinero, y ella
había cambiado. Por supuesto, pensó, por
supuesto: está constantemente a mi
alrededor, atento e invisible, el vasto y sutil
mecanismo de la vigilancia de Herr Virek.
Se encontró de pronto frente a la terraza del
Blanc. Parecía un sitio tan bueno como
cualquier otro. Un mes antes lo habría
evitado: en aquel lugar había pasado
demasiadas tardes con Alain. Ahora,
sintiéndose por fin liberada, decidió
comenzar el proceso de redescubrir su
propio París eligiendo una mesa en el
Blanc. Eligió una cercana a un tabique
lateral. Pidió un coñac al camarero y se
estremeció mirando el fluir del tráfico de
París, un río perpetuo de vidrio y acero,
mientras que a su alrededor, en otras mesas,
desconocidos comían y sonreían, bebían y
discutían, se decían amargos adioses o
juraban íntimas fidelidades a los
sentimientos de una tarde.
—¡También es poeta!
—¿Lo soy?
—A mí no me lo pregunte. Aquí la
filósofa es usted. Yo no hago más que
ejecutar las órdenes de Señor de la mejor
manera posible.
Beauvoir asintió.
—¿Me necesitáis?
Costa asintió.
—Perfecto...
Mitchell.
—¿Dónde estamos?
Silencio.
—¿Qué extremo?
—Hola, Alain.
—¿Cuál es?
—¿Cómo?
— ¿Dónde?
—¿Y qué?
—«Experimentando dificultades»,
dijiste. ¿Qué más me habéis comprado
últimamente?
—Jinetes Divinos...
—¿A quién?
—¿Dónde estamos?
—¿Los sueños?
—A Japón...
—Descansaremos.
—No.
—¿Qué amigos?
—Allá, en Arizona.
La muchacha gimió.
—Qué bien —dijo Turner—. Tiene un
tobillo hinchado, Rudy. Será mejor que le
echemos un vistazo. Y hay otras cosas de
las que tengo que hablar contigo.
—Turner.
Turner asintió.
—¿Por qué?
—¿Qué?
—¿La bebida?
—Eso y los mejunjes que cocina en el
laboratorio. ¿Sabes?, ese hombre sabe un
poquito de casi todo. Todavía tiene muchos
amigos, por todo el país; les he oído contar
cosas de cuando tú y él erais críos, antes de
que te marcharas.
—¿Demencia?
—¿Presiones evolutivas?
— Su intuición.
—Sí.
Si la seguían, y de eso estaba segura,
estaban más invisibles que nunca. Además,
lo más probable era que no vigilasen a
Alain. Sin duda alguna, la dirección que él
le diera aquella mañana ya estaría siendo
observada, estuviese él allí o no.
—¿Abogado?
—¿Qué es todo?
—¿Tienes dinero?
—Sí.
—¿Él estaba muerto?
—Sí.
—No lo sé.
—¿Haciendo qué?
—Déjame salir.
—Iré caminando.
—Buenas noches.
—¿Cómo dice?
—No.
—¿Y en lo legal?
—Sí.
—¿Tu padre?
—Sí.
—Así es.
—¿No te da miedo?
—¿A Japón?
—A donde sea.
—¿Has estado allí?
—Sí, claro.
— ¿Aqué te refieres?
y de cada eslabón
un corazón cuelga
de otra mujer
—¿Qué Conde?
—¿Probarla?
El sacudió la cabeza.
Bobby parpadeó.
O'GRADY - WAJIMA
EL EDITH S.
CARGAS INTERORBITALES
—¿Qué ocurre?
—¿Qué quieres?
Bobby asintió.
—¿Quién?
—¿Qué lugar?
—¡Tengo claustrofobia!
—Adiós, Thérése.
—¿Qué soñaste?
—¿Sábado?
Otra vez...
—Maldita sea —dijo, viéndolo.
¿Quién? ¿Qué?
Fausto.
— ¿Qué queréis?
—Café. Y comida.
Él sacudió la cabeza.
—Lo siento. No le puedo dar cambio.
—¿Está loco?
—Es tuyo.
—¿Sí?
— ¿Cuántos eran?
Angie asintió.
Bobby asintió.
Bobby conectó.
—¿Quién es Ramírez?
Un cuadrado de ciberespacio
directamente delante de él se movió,
mareándolo, y Bobby se encontró dentro de
un gráfico azul claro que parecía
representar un apartamento muy espacioso,
las formas bajas del mobiliario bosquejadas
en finísimas líneas de neón azul. Una mujer
estaba de pie frente a él, una especie de
garabato de historieta con forma de mujer,
una mancha marrón por rostro. —Soy Slide
—dijo la figura, con las manos en la cintura
—, Jaylene. A mí no me puedes joder.
Nadie en Los Ángeles —gesticuló, e
instantáneamente apareció una ventana
detrás de ella— puede joderme. ¿Lo
entiendes?
—No.
—¿Tú lo entiendes?
—¿Para qué?
—Así es.
—¿Qué?
—No.
— ¿Quién es?
—Está bien.
Conectaron.
—Señor.
—Quítalo.
—No.
Paco desapareció.
—¿Me vas a pegar? —preguntó ella.
—¿Sí?
—Software, supongo. Es
endiabladamente reservado respecto de lo
que él cree que las voces le dicen que
haga... Una vez, fue algo que él juraba que
era biosoft, ese material nuevo...
—¿Qué hizo con él?
—¿Qué dice?
— ¿Por qué?
—¿Servirme a mí?
—¿La conozco?
FIN