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Nada es más común que la idea de que las gentes que viven en el mundo occidental del siglo xx

están eminentemente cuerdas. Aun el hecho de que gran número de individuos de nuestro
medio sufra formas más o menos graves de enfermedades mentales suscita muy pocas dudas
en cuanto al nivel general de nuestra salud mental. Estamos seguros de que practicando
mejores métodos de higiene mental mejoraremos más aún el estado de nuestra salud mental, y
en lo que se refiere a las perturbaciones mentales que sufren algunos individuos las
consideramos estrictamente como accidentes individuales, quizás un poco extrañados de que
ocurran tantos accidentes de esos en una cultura que se reputa por tan equilibrada. Muchos
enfermos internados en asilos para dementes están convencidos de que todo el mundo está
loco, menos ellos.

Muchos neuróticos graves creen que sus ritos compulsivos o sus manifestaciones histéricas son
reacciones normales contra circunstancias un tanto anormales. En los cien años últimos creamos
nosotros, en el mundo occidental, una riqueza material mayor que la de ninguna otra sociedad
en la historia de la especie liumana. Pero hemos encontrado el modo de matar a millones de
seres humanos por un procedimiento que llamamos "guerra". Además de otras muchas guerras
menores, hemos tenido guerras grandes en 1870, 1914 y 1939.

Todos los participantes en estas guerras creían firmemente que luchaban en defensa propia,
por su honor, o que contaban con la ayuda de Dios. A los grupos con quienes uno está en guerra
se los considera, muchas veces de un día para otro, demonios crueles e irracionales a quienes
hay que vencer para salvar del mal al mundo. Todo el mundo mira con una mezcla de confianza
y recelo a los "hombres de estado" de las diferentes naciones, dispuesto a dedicarles todo
género de alabanzas si "logran evitar una guerra", ignorando que son sólo esos mismos hombres
de estado los que siempre producen la guerra, habitualmente no por sus malas intenciones, sino
por la irracional torpeza con que manejan los asuntos que se les han confiado. Vivimos dentro de
un régimen económico en el que una cosecha excepcionalmente buena constituye muchas
veces un desastre económico, y restringimos la producción en algunos sectores agrícolas para
"estabilizar el mercado", aunque hay millones de personas que carecen de las mismas cosas
cuya producción limitamos, y que las necesitan mucho.

Los economistas esperan con cierta intranquilidad el momento en que detengamos esa
producción, y la idea de que el estado debiera producir casas y otras cosas útiles y necesarias
en vez de armas fácilmente provoca la acusación de que se ponen trabas a la libertad y a la
iniciativa individual. Cualquiera indicación de que el gobierno debiera financiar la producción de
películas y de programas de radio que ilustrasen y cultivasen el espíritu de nuestras gentes
provocaría también gran indignación y acusaciones en nombre de la libertad y del idealismo.

¿Para qué seguir describiendo cosas que todo el mundo sabe?

^ Pero muchos psiquiatras y psicólogos se resisten a sostener la idea de que la sociedad en su


conjunto pueda carecer de equilibrio mental, y afirman que el problema de la salud mental de.
Una sociedad no es sino el de los individuos "inadaptados", pero no el de una p. Mundial de la
Salud , Ginebra, pp.

vital Statist. Los del cuadro I I I , del Informe sobre el Primer Periodo de Sesiones de la
Subcomisión de Alcoholismo, de la Comisión de Técnicos en Salud Mental, Organización Mundial
de la Salud, Ginebra, 1951.

¿ESTAMOS SANOS' hecho de que coincidan en general las cifras de suicidios y de alcoholismo
parece mostrar con claridad que nos hallamos ante síntomas de desequilibrio mental. Vemos,
además, que los países de Europa más democráticos, pacíficos y prósperos, y los Estados
Unidos, el país más próspero del mundo, presentan los síntomas más graves de perturbación
mental. Es cierto que esas cifras, en sí mismas, no demuestran nada, pero, de todos modos, son
sorprendentes.

Los capítulos siguientes son un intento para contestar a estas preguntas y llegar a la evaluación
crítica del efecto que la cultura occidental contemporánea ejerce sobre la salud mental de las
personas que viven sometidas a ella.

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