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SALME

Estaba harto del calor, estaba harto de vivir, y ese domingo salí de casa a caminar al
barrio. Ya era tarde, no había nadie, y esas camionetas monstruosas ya no representan
ninguna distinción entre los perros de la fiscalía y aquellos que dicen que trabajan en la
maña. Pero no me importó morir a bala, me valió madres desaparecer. Es lo que quería.
Más que nada en mi puta vida.

Subí el puente peatonal calculando la altura y todo el daño que me haría si me lanzara
de cabeza contra el pavimento. Sería una escena terrible, dolorosa... Igual no importaba.
Trepé en la estructura que está por encima del paso, y la avenida con autos se reveló
como un río de luces rugiendo como un estómago hambriento que pedía alimentarse
de mí.

Meditaba un poco mirando a todas partes, de espalda al sur, cuando la policía me pide
que me baje.

Ni iba a saltar, oficial. No era para tanto.

Casi un año después aquí estoy de nuevo. En las vísperas de marzo y harto de estar
harto de vivir harto. El tiempo es una banda impulsada por una máquina monstruosa
que si te derriba, los demás correrán encima de ti arrastrándote con todo hacia atrás.

Golpeado y esposado fui llevado aquella madrugada al SALME después de amenazar


con saltar de un puente que daba al paso a desnivel del tren ligero. El cálculo me salió
mal: ya no recuerdo si quería desafanarme de la tira que me vio drogado y hasta la
madre de borracho, o si quería hacerme famoso en internet: con la gente de esta ciudad
morbosamente atenta a sus pantallas, echando espuma por el hocico rabioso que usan
para sacrificar, destazar, comer y cagarse encima de quienes disentimos, de quienes
sabemos que Guadalajara es una reverenda y puta mierda.

En una breve distracción con el negociante y habiendo cerrado ya la calle a donde caería,
apagando así la chicharra imbécil de mi seso, fui tomado del brazo por un agente de
policía, después del cuello por otro y llevado al interior del puente, a la banqueta, donde
decenas de ellos me madrearon en el piso, me patearon y escupían y gritaban:

-¿Te quieres morir, puto? Pues aquí te vamos a matar.

La bota en el cuello, la falta de aire, las luces del faro, azul y rojo... Los candados de
mano, la tela a cuadros, celeste y rota, la sangre...

Cuando desperté estaba en una cama en una sala con mucha gente. Unas estaban
amarradas, otras se revolcaban en el suelo y unos más dormían, lloraban, miraban sin
ver.

- Aquí te quieren volver loco. Señor: yo me acuerdo de quién me violó. Me quiero ir de


aquí. Ya no quiero vivir, por eso me tomé todas esas pastillas...

Quetiapina, litio, clonazepam...

Dormir, intentar comer, análisis de sangre para no hallar nada. Diagnóstico: depresión,
ansiedad, TLP, alto riesgo suicida.

El uniforme azul y las pantuflas, el reloj, la hora, el odio profundo y la desesperanza.

Los locos están allá afuera y dicen que nosotros somos los que estamos mal,
profundamente mal...

“Satanás”

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