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Pedazos de Ti Paula Amor
Pedazos de Ti Paula Amor
Pedazos de ti
Una historia de amor que no debió ser pero fue. Ese tipo de amor en la vida que jamás se olvida.
CAPÍTULO 1
El trato
La densa oscuridad de la noche cubría Valencia.
El viejo edificio parecía revelarse contra esa oscuridad con su imponente presencia. Se podía
observar su interior a través de unos grandes ventanales y unos
cuántos estudiantes iban andando de un lugar a otro con libros en la mano. De entre todas aquellas
personas destacaba una chica que estaba medio recostada en una
mesa, ojeando un par de libros al mismo tiempo. Se trataba de Abbie, la chica más inteligente de la
universidad. Todo el mundo la conocía porque solía salir siempre de
la biblioteca a altas horas de la madrugada.
Aquel día había algo diferente en el ambiente que no le gustó. Lo notó cuando dio los primeros
pasos en la calle. Hacía mucho frío para ser mediados de octubre.
Demasiado. Se encontraba en una de las zonas más antiguas de la ciudad y en el aire flotaba algo
tenebroso.
Cuando se dirigía a la estación de metro se dio cuenta de que un hombre la seguía. Abbie le miró
inquieta y asustada.
–¡Dame todo lo que tengas, niña!
–No tengo nada –respondió ella con un hilo de voz.
El extraño personaje se movió con torpeza, dejando claro que debía haberse metido un chute de
cualquier porquería no hacía mucho.
Abbie miró a su alrededor buscando ayuda pero no había nadie que pudiera socorrerla. El lugar
estaba especialmente solitario aquella noche, como si alguien se
hubiera tomado la molestia de preparar el escenario perfecto para lo que estaba a punto de ocurrir.
Volvió a mirar las marcadas facciones del hombre mientras, nerviosa, se acomodaba las gafas
con su dedo tembloroso. Él aprovechó para cogerla del brazo y
farfulló unas cuantas palabras ininteligibles.
–Déjeme en paz... –le pidió la chica.
El hombre hizo caso omiso a sus ruegos y siguió intimidándola mientras la cogía por los hombros
y comenzaba a zarandearla al tiempo que le exigía algo de dinero.
A Abbie se le cayeron las gafas al suelo y, cabizbaja y muerta de miedo, comenzó a llorar.
–¡Venga viejo, deja a la pava tranquila! –se escuchó en medio de la oscuridad.
El hombre se giró y se quedó observando la silueta de un chico. Abbie le imitó pero apenas pudo
distinguir su cara. Lo único que vio es la forma de una guitarra
colgada a sus espaldas. Pero lo que más le llamó la atención fue que aquella voz le era conocida, muy
conocida.
–¿A quién llamas viejo? Esto no es asunto tuyo, garrapata –respondió el drogadicto mientras se
tambaleaba y se cogía con más fuerza a Abbie para no caer.
El chico se acercó con chulería mientras se carcajeaba, y de un solo puñetazo derribó al hombre,
que quedó inconsciente en el suelo. Inmediatamente, se puso frente
a ella, y sin un ápice de nerviosismo, agregó:
–Dame todo lo que tengas...
–No tengo nada –insistió Abbie con sequedad. Por algún motivo que desconocía, no le daba
miedo enfrentarse a su nuevo atacante, pero le pareció increíble que el
joven hubiera reducido a su atacante para después poderla atracar sin complicaciones.
–Pues de alguna manera tendrás que recompensarme por haberte salvado...
Abbie reaccionó enseguida y se cubrió su cuerpo escandalizada, temiéndose lo peor.
El chico se quedó perplejo, y al poco tiempo estalló a risotadas:
–¿Hablas en serio? ¿Crees que eso sería una recompensa o más bien una tortura? –contestó,
divertido, observando el aspecto de la chica.
La miró detalladamente, con intensidad: el cabello castaño recogido en dos tontas trenzas, el
rostro ovalado con un gran flequillo recto, los pequeños ojos
entreabiertos que, sin gafas, todavía hacían más fea a aquella chica. Los labios fruncidos que se debatían
entre la curiosidad y la inquietud. Y un físico nada especial, con
una vestimenta que no dejaba al descubierto más de un centímetro de piel de lo permitido.
–No te pases –le contestó Abbie con un tono extrañamente confiado.
–Al menos eres graciosa –contestó el chico antes de hacer una mueca que Abbie interpretó
como una sonrisa.
–Oye, no tienes derecho a esto, tú me has ayudado porque has querido...
–¿Sí? –preguntó con burla–. Pues despertemos a mi amiguito –la amenazó haciendo el amago de
acercarse al hombre que balbuceaba algunas palabras con la cara
pegada en la acera.
–¡No! –exclamó Abbie.
–Todavía mejor. M ira lo que tenemos aquí... –canturreó aquel desconocido mientras se
agachaba y le enseñaba algo a demasiada distancia.
–No veo nada.
El chico acercó exageradamente su mano al rostro de ella mostrándole el objeto que sostenía.
–Son tus culos de vaso –le aclaró–. No pienso dártelos hasta que aceptes devolverme el favor.
–¡Esto es una extorsión!
–M e debes una, trencitas. Recuérdalo bien... –dijo burlándose del aspecto de aquella chica
mientras pasaba a su lado, casi rozándola.
Abbie se giró. Le hubiera gritado que se las devolviera, pero tras pasar por su lado, algo la había
frenado. Se sintió horrorizada, quizá más que con el maleante que
había querido atracarla. En aquel momento lo supo. Sabía exactamente de quién se trataba. Lo vio
alejarse con su chupa de cuero y no tuvo ninguna duda de que se
trataba del chico al que se había jurado a sí misma no acercarse jamás. ¡Y ahora estaba en deuda con él!
Había sido una larga noche en la que apenas había podido pegar ojo.
Ella fue a la universidad refunfuñando. No se podía creer lo que había pasado, sin mencionar,
además, el pequeño detalle de que había tenido que improvisar unas
gafas, utilizando las que solía usar cuando era pequeña. Estaban rotas por el centro y las había tenido
que pegar con un esparadrapo ancho.
Se reunió con sus amigos, el grupo de los empollones, en la entrada del campus. Al pasar por
aquellas extensas parcelas verdes, Abbie pudo ver que, sentado en el
césped, estaba el grupo de los rockeros. Los observó con miedo y se sintió inmensamente aliviada al no
encontrarle allí. Aún así, ella y sus amigos agilizaron la marcha.
En cuanto los rockeros vieron a los empollones, aprovecharon para soltarles algún que otro
comentario ofensivo que les hizo detenerse de ipso facto. En aquel
mismo momento, Devil apareció en la entrada del campus y uno de los rockeros que estaba sentado en
el césped se acercó a él.
–Oye, Devil, ¿dónde coño te habías metido? Tenemos montada una movida. Nos estamos
metiendo con los empollones.
Devil miró hacia donde estaba señalando su amigo, y al fijarse bien en cada uno de los
empollones, se dio cuenta de que Abbie se encontraba entre ellos.
–¡Ya decía yo que su fea cara me sonaba! –se dijo observando a la chica. Llevaba una camiseta
rosa y unos vaqueros nada favorecedores; dos trencitas y unas gafas
realmente horribles.
– No es de tu estilo –aseguró Tino–. ¿La conoces? –preguntó, curioso, al ver la actitud de su
amigo.
–No más que tú, o bueno, de ahora en adelante quizás sí.
–¿Qué? –soltó su colega antes de empezar a reír.
Devil se dirigió hacia ella decidido, mientras ideaba una nueva manera de sacarla de quicio. Un
poco antes de llegar a su lado alguien se cruzó en su camino. Era una
chica rubia, de pelo algo cardado y aspecto despampanante. M aggie le hizo frenar de golpe dándole un
largo e inesperado beso. Devil reaccionó al poco tiempo y sonrió
sin separar sus labios de los de ella.
El grupo de rockeros comenzó a vitorearlos cómo locos, lo que provocó que prácticamente toda la
universidad se girara para contemplar la escena. Abbie, que se
encontraba justo enfrente de ellos, se quedó petrificada y los observó con horror. De pronto sintió como
si ellos tres y nadie más se encontrara en aquel lugar.
La chica rubia se separó de Devil y se giró en dirección a Abbie. Se detuvo, la miró escasos
segundos y pasó indiferente por su lado.
Devil miró a Abbie por primera vez y dejó de sonreír de inmediato al ver el odio que reflejaban los
ojos de la muchacha. Llena de ira, se acercó a él y le pegó una
bofetada ante la indescriptible sorpresa de todos, que tras presenciar la escena, apenas podían tragar
saliva. Abbie se arrepintió en ese mismo momento. Levantó la
cabeza, temerosa, observando los ojos de Devil con verdadero terror. Sabía a ciencia cierta que, ahora
sí, había provocado, literalmente, la ira del demonio.
CAPÍTULO 2
El caballo de Troya
Abbie aguantó la respiración esperando que toda la furia de Devil cayera sobre ella cómo una
tormenta de fuego, pero él, en cambio, sólo la miró en silencio. La
chica, por alguna razón, pudo ver en ellos algo de decepción. Devil hizo una mueca extraña y se alejó sin
decir nada. El resto de su grupo le siguió completamente en
silencio, aunque había algún que otro decepcionado por el hecho de que no se hubiera montado
ninguna pelea.
–Vámonos Abbie –dijo M ax, uno de los empollones, y el mejor amigo de la chica. Tras ver que
no reaccionaba la cogió del brazo y la arrastró hasta una de las aulas
de la universidad.
–¿Estás bien? –le preguntó una vez dentro.
–Sí. Vamos a centrarnos en la clase.
Era fácil decirlo, pero la verdad es que no estaba del todo bien. Hacía tiempo que no le veía y
aún le resultaba raro. Quizá por eso Abbie había reaccionado de
aquella manera tan inesperada.
Un rato más tarde, iba camino de la cafetería mientras discutía con sus compañeros el resultado
algebraico del último problema que había planteado el profesor.
–¿Qué vas a comer?–le preguntó su amigo.
–No sé. Lo más barato, supongo.
–¿Quieres que te invite? –preguntó él como muchas otras veces.
–No, está bien –le sonrió
Abbie abrió la cartera y se detuvo unos instantes para observar aquella foto que durante meses
la había torturado. Cerró la cartera.
–No tengo hambre, iré a la biblioteca. Díselo a los demás.
–¿Seguro que no quieres comer nada?
–No, hasta luego –se despidió con la mano.
Fue directa a la biblioteca de la universidad y después de recorrer largos pasillos llegó al otro
extremo. La Sección de M etafísica era la más solitaria y tranquila de
todas. Por no ir, parecía que no iban ni los empleados de la limpieza. El lugar estaba polvoriento. Nadie
solía acercarse allí. Nadie excepto Abbie que lo utilizaba cómo
su escondite particular.
Se sentó, puso los brazos sobre las rodillas e inesperadamente comenzó a llorar. Quizá era su
manera de descargar la furia que sentía contra Devil, o quizás, solo
una forma de desahogarse en la intimidad.
Fue entonces cuando escuchó una voz.
–¿Has acabado?
Lo observó de arriba a abajo y se encontró con un Devil completamente indiferente al hecho de
que hubiese una chica llorando delante de él.
–Ahora ya sí –dijo, enfadada, mientras se secaba las lágrimas con la manga.
–Bueno, entonces, deberíamos empezar a tratar el tema de cómo vas a recompensarme por lo
de anoche.
Ella abrió los ojos antes de responder.
–No pienso hacerlo. ¿Acaso aún no te ha quedado claro?
–Hemos hecho un trato.
–No, lo has hecho tú solo.
–Pues eso –sonrió.
–¡No! –le contestó con ira mientras le observaba con todo el odio que había ido acumulado
hacia él desde meses atrás.
–Joder, cómo cagas cuando quieres –dijo echando medio cuerpo hacia atrás demostrando
temor–. Pero aún así me da igual lo que digas, tengo tus gafas.
–Quédatelas, yo ya tengo unas.
–¡Pfff! ¿A eso que llevas puesto le llamas gafas?
–M ás vale esto que nada –dijo levantándose y pasando por su lado.
–¡Vas a hacerme caso! –contestó el chico con un rugido. Parecía que estaba perdiendo la
paciencia.
–No –se mantuvo firme la empollona.
–Aquí nadie se atreve a contradecirme, ¿y vas a hacerlo tú?
–Sé que soy callada y que no tengo una gran personalidad, pero seré la primera que te diga un
no de entre todas esas personas que hay en tu acomodada y patética
vida.
Devil la miró algo asombrado pero enseguida recuperó su típica pose chulesca.
–Por cierto, ¿por qué llorabas? ¿Qué problema puede tener una cerebrito cómo tú? –se burló.
–¿M i problema? –se detuvo unos segundos incrédula–. ¿Que cual es mi problema? –bufó Abbie
antes de esbozar una sonrisa incrédula
Devil asintió esperando cualquier respuesta predecible. Pero no fue así.
–¡M i problema eres tú, maldito imbécil! –le gritó de manera infantil.
Abbie salió de la biblioteca enfurecida dejando a Devil descolocado. Se había quedado
completamente parado, con la mandíbula apretada con fuerza y la mirada
clavada en el suelo. No sabía ni por qué aquella empollona parecía creerse mejor que él, ni el por qué de
su actitud, pero empezaba a molestarle. Tampoco entendía por
qué le afectaba tanto lo que esa chica pudiera decir. Quizás era el hecho de no temerle, de que ella
demostraba que él no era nada para ella, cosa que no sucedía con el
resto de la universidad; quizás le parecía que ese desdén y ese asco con el que ella le trataba le
resultaba parecido a la manera en que sus padres solían hacerlo. Pero algo
en su interior le decía que se ganaría el respeto de aquella chica a la fuerza, o quizás algo mejor, se haría
dueño y estaría presente en la vida de aquella chica para utilizarla
a su total voluntad.
M ientras tanto, Abbie, después de salir hecha un basilisco de la biblioteca, caminaba por el
campus entre desconsolada y segura. No iba a permitir que él la
utilizase. Se sentó enfadada en una parte del césped que se encontraba cerca de la entrada al edificio de
la universidad y al poco pudo ver a M ax acercarse a ella.
M ientras se le aproximaba, le observó con detenimiento: tenía una cara aniñada que resaltaba por unas
gafas peculiares. Su manera de vestir era demasiado formal para
su edad, pero al parecer de Abbie, le daba un toque elegante. Su amistad significaba mucho para ambos,
era una amistad real desde los cuatro años. Solían sentirse
cómplices completamente el uno del otro y se entendían a la perfección. Por ello, y aunque M ax
quisiera disimularlo, Abbie sabía que él llevaba mucho tiempo
enamorado de ella, pero nunca le había dicho que lo sabía porque pensaba que así sería más fácil para
los dos.
–¿Qué te ocurre? Pareces enfadada –preguntó mientras se sentaba–. Sé de sobra que tienes
mucho carácter, pero no sueles mostrarlo aquí.
–No me dejará en paz.
–¿Quién? ¿Devil?
–Sí.
–¿Qué ha ocurrido exactamente? ¿Ha sido por la bofetada de antes?
Abbie miró extrañada hacia el frente. Ni siquiera se acordaba de aquella escena.
–No, hay algo más.
Abbie miró de reojo a su amigo sabiendo que no iba a poder creérselo y que no le iba a gustar
nada lo que le iba a contar. Comenzó explicándole detalladamente lo
que había sucedido esa noche para después concluir con lo que acababa de hablar con él en la
biblioteca.
M ax comenzó a mirar nervioso hacia ambos lados.
CAPÍTULO 3
Cara a cara
En ese mismo momento, Devil, que había estado intentando ligar con algunas chicas, se dirigía
hacia la entrada de la universidad con el brazo sobre una de ellas. De
lejos vio a Abbie hablando con M ax. Se detuvo unos segundos preguntándose qué tendría aquel chico
para ser el único que podía sacarle una sonrisa. M iró a Abbie con
crueldad. Aquella chica no podía imaginarse lo que la esperaba.
–¿M e llevas contigo? –preguntó dulcemente la chica con la que había ligado Devil.
–Es que hoy sólo llevo un casco –respondió él levantando un poco el casco que llevaba en su
brazo.
–Pues hasta la próxima, entonces...
Devil se despidió con la cabeza y se dirigió hacia la salida de la universidad. Hizo una llamada de
teléfono y a los pocos minutos un chico que llevaba una guitarra
en sus manos, se le acercó.
–¿M e la has cuidado bien?
–Por supuesto, Devil.
Si algo sabía el rockero era desenvolverse entre la gente. Sabía cómo conseguir las cosas de los
demás, obteniendo siempre todo aquello que deseaba. Esa gran
habilidad hacía que ante los demás pareciese poderoso, pero también sabía que en otros casos, era más
temido que respetado. Le importaba muy poco lo que pudieran
decir de él. Se debía por y para los suyos: su grupo de rockeros y la música.
En pocos minutos, Devil ya se encontraba en su pub favorito. M iró el cielo. Aún era de día pero
para él no existía el tiempo cuando se trataba de estar en su pub.
Se coló por debajo de la persiana metálica, que estaba medio bajada. Lo conocía todo el mundo y él
entraba cuando lo deseaba. Una camarera excesivamente maquillada y
con un vestido ceñido, apoyó su busto en la barra mientras la limpiaba y le guiñaba un ojo. Estaba
loquita por él, pero a Devil le gustaba mantener ese suspense entre él
y sus ligues, lo que hacía más potente después su encuentro sexual.
Se tumbó en uno de los sofás dejando la guitarra al lado y le pasó el brazo por encima. Estaba
claro que sólo le era fiel a ella. Escuchó la canción de fondo de ¨The
Great Gig in the sky¨ de Pink Floyd.
–¿Una ronda de tequila, encanto?–le preguntó de nuevo la camarera.
–Te prefiero a ti, pero por el momento está bien –sonrió con una mueca fría.
Se despertó cuándo ya había amanecido. No sabía dónde se encontraba. Parecía estar en un sofá
bastante incómodo. Le dolía la cabeza por culpa de los incontables
tequilas que se había tomado. Suponía que unos ocho, pero no pondría la mano en el fuego.
Se giró y vio la espalda desnuda de una mujer. Se acercó intentando ver su cara, para saber con
quién narices se había acostado esta vez.
–¿M e llamarás? –se giró hacia él la camarera del pub con el rímel corrido por toda la cara.
La miró y le aseguró rotundamente antes de coger los pantalones:
–Ni lo sueñes.
Se vistió escuchando de fondo los gritos de la camarera llamándole de todo. No entendía por qué
se ofendía tanto, pero no le importaba. Bajó las escaleras de
aquella casa destartalada especialmente sonriente. La chica le observó desde la ventana de su piso.
–Soy el puto amo –se dijo mientras cogía un cigarro del paquete que le había quitado a la
camarera. ¡Te lo he birlado! ¡Va por ti! –le gritó desde la calle mirando
hacia la ventana.
El rockero le guiñó un ojo. La chica se enfureció todavía más.
Caminó hacia la universidad más tranquilo que nunca, se había saltado las dos primeras horas
pero ¿qué más le daba? Él sabía que los profesores no dirían nada si
aprobaba y ya tenía pensado quién se encargaría de ello. Le vino una imagen a la cabeza. Abbie. Tan
distante, tan pulcra, siempre avinagrada y formal. Parecía un robot
que tiene programado únicamente ir a la biblioteca. Aquella chica se ganó a pulso aquel apodo en su
mente. Un robot de biblioteca.
–M ira que es fea, macho –sonrió tras recordarla en su mente.
Estaba cansado y el sofá le había destrozado la espalda, así que decidió saltarse las clases
pensando que, por muchas ganas que tuviera, ya intentaría fastidiar a la
robot de biblioteca en otra ocasión. Tenía mucho tiempo para ello.
Devil llegó a casa e inmediatamente subió a su habitación. Se tumbó en la cama intentando
dormir, todavía tenía algo de resaca de la noche anterior.
El móvil sonó unas cuántas veces: M aggie estaba llamando.
Lo observó unas cuántas veces y le vino a la mente la bofetada de Abbie y sus miradas con M
aggie. Hizo una mueca tras no conseguir ver la relación y se dijo a si
mismo:
–Quién entiende a las mujeres...
Tras ver que M aggie no se daba por vencida decidió cogerlo.
–Hola guapo –escuchó su tonito sensual al otro lado del teléfono.
–¿Qué pasa M aggie?
–¿Puedo ir a tu casa un rato?
–Estoy reventado. No he dormido nada.
–¿Y eso?
–Pues no sabría decirte –aseguró entre risas. No recordaba nada de la noche anterior.
–Bueno, pero puedo ir y hacerte compañía...
Suspiró cansado. M aggie era demasiado obvia en todo y le aburría. Se conocían desde hacía
unos cuántos meses, y desde entonces, técnicamente estaba saliendo
con ella. Le tenía cariño y aprecio pero la encontraba monótona y predecible.
–Vale, si quieres ven.
–Perfecto, voy para allá –respondió ilusionada aquella rubia de pelo cardado y vestimenta
llamativa.
–Bien –contestó Devil con sequedad.
Colgó el teléfono.
–Justo como un perrito, la llamas y viene –pensó–. M enudo aburrimiento de chavala.
Tras su conversación con M aggie dejó el móvil en la mesita y durmió una media hora antes de
recibir su llamada. La casa era tan grande que consiguió entrar con
ella en casa sin que sus padres se dieran cuenta. Nada más llegar a la puerta del dormitorio, ella se le
acercó provocativa.
–Estás muy guapo hoy.
–Pasa –le indicó–. Y déjate de rollos que ya nos conocemos.
M aggie ió po lo ajo De il e ó la pue ta o el a tel de No olesta .
Abbie, había acabado las clases y se dirigió rápidamente hacia la casa de Devil. Todos sabían dónde
se encontraba su lujosa casa. Cuándo la muchacha llegó no
podía dejar de abrir la boca de puro asombro. Su casa, comparada con la de él, era minúscula. Ella vivía
en un piso más bien modesto, su familia era humilde y ella debía
ayudar con la renta de su casa con más de un trabajo temporal. Sólo le hizo falta ver aquella casa para
darse cuenta de hasta qué punto eran la antítesis el uno del otro.
La empollona se acercó a la parte de atrás, justo donde estaba la cerca metálica por donde M
aggie había entrado horas atrás. Dio unos pasos hacia la puerta del
jardín y vio a M aggie salir de la casa. Abbie abrió los ojos como platos al ver la escena. Devil le había
dado un golpecito en el trasero y ella se reía tontamente.
Abbie apretó los labios y miró con rabia la risa estúpida de aquel idiota. Se horrorizó al ver que
M aggie se dirigía justo hacia la puerta dónde se encontraba ella.
M iró a los lados. El recinto era tan grande que era imposible llegar a la esquina y esconderse aunque
corriera. No podía cruzarse con ella, no tenía ninguna excusa de por
qué estaba en casa de Devil. Si la veía allí, la venganza habría acabado incluso antes de empezar. Abbie
decidió apoyar su espalda lo más que pudo contra la valla y pegó
los brazos contra la pared. M aggie abrió las verjas y giró en dirección contraria a Abbie, balanceando las
caderas exageradamente. Cruzó la esquina y desapareció.
La empollona soltó todo el aire de golpe. Se asomó otra vez y vio a Devil fumando un cigarro en
la puerta. Intentó atraer su atención con los brazos pero el
muchacho no la vio.
–¿No me ve, o se está burlando? –refunfuñó ella–. ¡Eh! –le gritó evitando pronunciar lo que a
ella le parecía un apodo estúpido.
Devil escuchó una voz. Se giró y estiró un poco más la cabeza. Por alguna razón le parecía
imposible verla ahí. Comenzó a reír.
–¿Qué haces tú aquí, empollona? –le chuleó el chico mientras se le acercaba.
–¡Acepto el trato! –le gritó ella desde la verja.
Se detuvo a mitad de camino. Observó, entre sonriente y sorprendido, el inexplicable cambio en
el comportamiento de Abbie. Abrió la puerta y se acercó a la chica.
Ella le miró inquieta. Devil cogió una de sus trenzas y tiró de ella con delicadeza hasta acercar su
boca muy cerca de la suya. Comenzó a observarla desde esa
distancia. La robot de biblioteca le miró sin pestañear. Quería evitar que su cara se convirtiese en un
gran tomate.
–M enudo monstruíto estás hecho –le susurró–. ¡Eres un penco!
–¿Y tú qué? –le chuleó la chica empujándole.
–¡Oh, vale, vale! –dijo levantando las manos después de recibir el empujón–. ¿Quieres entrar? M
i habitación está justo ahí arriba –sonrió entre dientes.
La empollona miró hacia arriba y apretó la mandíbula. La estaba poniendo histérica, pero debía
relajarse. Le resultó imposible, podía con sus nervios.
–Ni loca entro yo ahí. Sólo he venido para comunicarte mi decisión. Si me disculpas tengo
asuntos importantes que tratar en mi vivienda.
–¿M i vivienda? –se carcajeó–. ¿Siempre hablas así cuando te pones nerviosa, no? ¿Así en plan
finolis e intelectual? –se burló.
–Se trata sólo de tener un poco de cultura y utilizar otros sinónimos menos vulgares como
t o o , pi a todas esas osas de hu go ue sueles de i .
Abbie le sonrió falsamente y se dio la vuelta dispuesta a irse.
–Por cierto –rió él–. Te gustará saber que tienes que ayudarme a encontrar tus gafas...
La chica se giró escandalizada temiéndolas perdidas o rotas.
–¿Cómo que encontrarlas?
–En tu idioma, digamos que la otra noche tuve un asunto comprometido con una señorita en el
recinto que delimita la cocina del baño. Concretamente en el sofá.
Y... me las he dejado allí.
Aquella robot de biblioteca abrió la boca sorprendida.
–¿Las has perdido? ¿Por qué no vuelves y las coges?
–Después de tirarme a la pava me envió a paseo y si vuelvo allí a por ellas ten por seguro que se
las cargará ella misma delante de mis narices antes de que pueda
cogerlas. M e tiene ganas.
La empollona se puso la mano en la frente.
–Necesito las gafas –aseguró con rotundidad.
–Bueno pues ayúdame a conseguirlas. ¡Vámonos! –dijo dándole la espalda a Abbie.
–¿A dónde? –preguntó con la mirada perdida en el suelo.
–Robot de biblioteca... –dijo Devil para llamarla.
Ella se giró viendo cómo le indicaba que se subiese a la moto, aparcada cerca de su casa.
–Yo, a eso, contigo, no me subo, ni rogándome –le aseguró entrecortadamente.
–¿Quieres las gafas?
–Nunca he subido a una –le dijo mirando aquella Cross Bones–, y esta es muy voluminosa y
pesada, no parece tampoco muy consistente. La observó con
detenimiento. Era una moto preciosa sin lugar a dudas. Sus inmensas ruedas entramadas encima de dos
imponentes llantas negras de rayos de acero. Era un moto
bicilindrica, cuyo tubo de escape atravesaba de parte a parte la moto como una serpiente salvaje. Un
sillín de cuero negro impulsado por un gran muelle plateado. Un
manillar fastuoso y fuerte en el que presidia un foco que parecía ser el ojo de aquella bestia del motor.
Ese motor de 1.600 centímetros cúbicos cuyo rugido era
ensordecedor. Un rugido característico que resonaba en la velocidad del viento. Inconfundible. Era la
moto de Devil. Tanto dueño como máquina parecían ser uno, como
si Devil cabalgara aquel caballo metálico con maestría. Era uno para el otro, estaban hechos para estar
juntos. La moto era su amante, al igual que su guitarra, las únicas
a la que parecía concederles fidelidad.
El demonio le extendió la mano y le miró con intensidad.
–Confía en mí.
Ella dio un paso hacia atrás. Él señaló con la mirada la mano que tenía extendida. Abbie la miró
dubitativa. Con lentitud acercó su mano, y la cogió con fuerza, sin
saber que ese sería el primer paso hacia una historia que jamás imaginarían ninguno de los dos.
Abbie se subió temblorosa.
–Toma mi casco, más vale que no le hagas ni un arañazo –le ofreció Devil.
–Ya estoy –le dijo Abbie después de un rato intentando ponerse el casco.
–Cógete.
–¿A ti? Ni pensarlo. No. Todavía no está demostrado que la estupidez no sea contagiosa.
–Tú verás –sonrió.
De repente arrancó y ella inmediatamente le cogió por la chaqueta de cuero.
Comenzó a gritar y a gimotear cómo una loca al ver cómo pasaba el paisaje a su lado a gran
velocidad, y aunque al principio no quería ni acercarse a él, después
Abbie había acabado abrazándole tanto que parecía que iba a estrangularle.
El o ke o so ió pe sa do: M e uda pa dilla .
Cuando llegaron el chico se detuvo frente a la casa de la camarera. M iró hacia la ventana. Parecía
que ya debía estar en el bar y no habría nadie en su casa. M iró a
sus espaldas y confirmó que la empollona seguía allí, con los ojos cerrados.
–¡Eh! ¡Pero baja ya! M enos mal que no querías tocarme. Cómo aprovechas para acercarte, ¿no?
La chica ni siquiera le contestó. Bajó muy despacio. Temblaba. La robot de biblioteca se quitó el
casco y Devil pudo ver entonces que la chica estaba haciendo un
gran esfuerzo por aguantarse las lágrimas. El chico comenzó a reírse.
–No entiendo que es lo que te hace tanta gracia –le reprendió ella enfadada.
–Eres una cría.
–Sólo me sacas un año. Tengo 19.
–Querrás decir 9.
–Sí, sí eres muy ingenioso –se burló con desprecio–. ¡Vamos a por mis gafas ya! –le contestó ella
de manera infantil.
Se acercaron al edificio.
–Ya estamos –le informó él mientras miraban hacia arriba.
–¿Cómo entraremos? –preguntó ella con la esperanza de escuchar una respuesta razonable.
–Nos podemos colar en su casa –le contestó sin especificar.
–¿Tienes llave? –le preguntó Abbie con inocencia.
Devil no pudo reprimir una sonrisa tierna.
–Hay que escalar. Sólo es un segundo piso.
A ella le cambió completamente la cara.
–¿Estás loco? –le preguntó.
–Sí, un poco mal de la quijotera sí que estoy, pero no tanto cómo para ser yo quien suba
–garantizó negando con la cabeza.
–¿No estarás pensando que subiré yo?
–Además de monstruíto y robot de biblioteca, eres adivina. Lo tienes todo –se regodeó.
–No voy a subir –le contestó con sequedad.
–Yo subiré –le aseguró el chico rockero antes de que Abbie se desmayara del susto.
Se acercó al edificio y buscó por dónde podría empezar escalar. Comenzó a subir por una
cañería, apoyándose en los salientes de la fachada y las cornisas de las
ventanas. Después de ascender un tramo, miró hacia abajo y saludó a Abbie con la cabeza. Ella ni
siquiera se movió. Estaba fascinada por ver cómo escalaba Devil aquel
edificio. El chico llegó hasta el segundo piso y se coló por la ventana. Se acercó al sofá y empezó a
removerlo. M iró en la cocina y después en el comedor. Al poco se
dio cuenta de que había otra habitación. Al entrar pudo ver las gafas escondidas encima de un armario.
Las cogió para después suspirar molesto.
–¿Quién coño eres tú? –tronó una voz en la habitación.
Devil se giró.
–Ostias...otro armario, pedazo de animal –dijo alucinado, mirando al hombre que era casi tan
grande como el armario que tenía enfrente.
–¡Quién eres! –gruñó aquel hombre.
–Soy Papa Noel ¿y tú? –replicó mofándose.
El hombre señaló el marco de una foto dónde estaban él y la camarera en actitud cariñosa.
–Yo, su novio. ¿Te dejaste algo anoche?–preguntó con un rugido nada amistoso.
–Sí, pero ya me voy –contestó Devil con excesiva naturalidad.
El novio de la camarera sacó una pistola de la mesita de noche y el rockero se fijó que encima de
la cama había un uniforme de policía. Puso mala cara y susurró:
Pues ta ié es asualidad ue sea ade o... .
El hombre respondió con una sonrisa forzada. Por su parte, Devil puso una cara algo cómica y
empezó a correr hacia la calle mientras escuchaba los pasos de su
perseguidor, que parecía acercarse cada vez más. Salió velozmente del edificio y la empollona, que
todavía miraba hacia arriba, se giró al verle salir pitando por la puerta.
–No sé por qué pensaba que bajarías por ahí –señaló–. Cómo te gusta tanto escalar...
–Vámonos –dijo cogiéndole de la mano y tirando de ella. Ambos empezaron a correr cogidos de
la mano.
–¿Por qué tienes tanta prisa? –preguntó molesta, intentando pararse.
–Tengo tus culos de vaso, pero el armario ha cobrado vida y tiene una pipa. Puedo asegurarte
que no tardará en ir pegando tiros si no nos piramos de aquí –
respondió rápidamente .
–¿De qué hablas? –le preguntó, confusa, mientras se detenía sin soltarle la mano.
–Ahora no tengo tiempo de traducirlo a tu idioma de empollona. ¡Corre! –recalcó al tiempo que
la miraba, a escasos centímetros, directamente a lo más profundo
de sus ojos oscuros. Abbie le aguantó la mirada con casi la misma intensidad. Devil retomó la marcha y
volvió a tirar de ella.
Llegaron hasta la moto.
–Súbete a la puta moto si no quieres acabar con un tiro en la frente por allanamiento de morada
–dijo ya en la moto, arrancándola.
De pronto la empollona escuchó a alguien que los insultaba. Se giró y vio a un hombre gigante
que les seguía. Se subió de un salto a la moto. Devil dio gas y
salieron pitando de aquel lugar.
Al llegar a casa de Devil, Abbie bajó de la moto con las gafas en las manos.
–¿Qué ha sucedido allí arriba? –preguntó con dificultad.
–Lo típico, ya sabes... –se burló–. Te encuentras al novio de la tía que te tiraste y te da la
bienvenida.
–¡A quién se le ocurre salir con alguien que tiene novio! ¿Y por qué has aparcado tan lejos?
–Piensa que si la tía llega a estar por ahí y ve mi moto... ¡me la puede rayar! Es algo que suelen
hacer las tías por despecho –contestó sonriendo mientras se tocaba
la barbilla y rememoraba los mejores momentos de sus conquistas.
Abbie miró con desagrado a Devil y puntualizó:
–De ahora en adelante, mantengamos las distancias. Somos como el agua y el aceite. Es
imposible que se mezclen.
–En eso estoy de acuerdo, trencitas –se rió Devil.
Abbie comenzó a caminar.
–¿No quieres que te lleve a casa?
–No –aseguró ella–. No vaya a ser que tus malas costumbres de delincuente se me peguen.
–Ah, casi se me olvida –continuó Devil–. Ya sé cómo vas a pagar tu deuda.
La empollona se detuvo.
–¿Cómo? –preguntó temerosa.
–Vas a darme clases particulares todas las tardes –susurró acercándose a ella–. Juntos –se
acercó todavía más–. En mi habitación –se acercó hasta ponerse detrás de
ella–. Solos –le susurró en la oreja.
Abbie dio un salto y puso cara de asco.
Se quedó petrificada unos cuántos segundos y cuando se giró para hablarle, él ya no estaba.
Ella suspiró.
Devil la observó ya desde el jardín con una pequeña sonrisa.
–Sólo es el principio –pensó él, divertido.
–Sólo es el principio –pensó al mismo tiempo Abbie, mientras se alejaba con una sonrisa
vengativa.
CAPÍTULO 4
La venganza
Abbie sabía que, pese a todo, aquel chico de apodo estúpido no se lo pondría fácil.
Aquel día se enfrentaba a una prueba de fuego que determinaría el éxito o el fracaso de su
venganza. Estaba insegura y los dientes le chirriaban de nerviosismo.
Al poco vio una sombra que se le acercaba con agilidad.
–Ya era hora, llevo esperando un buen rato.
–Pues sí que empiezas tú el día con buen humor. ¿Vas bien al baño? –se burló Devil.
Abbie giró la cara.
–Eres tan pueril.... –dijo soltando una sonrisa de desprecio para después agregar–. No entiendo
por qué tengo que entrar por la parte trasera de tu casa. ¿Por qué no
puedo entrar por la puerta principal y llamar al timbre cómo una persona normal?
–Es que tú no eres una persona normal –contestó Devil con desprecio mientras la miraba de
arriba abajo–. Ni siquiera estoy seguro de que seas una persona y no
un bicho. ¿Así es cómo te vistes para una cita?
–¿Pero qué cita? He venido aquí a pagar la deuda en calidad de profesora particular.
–Está bien, monstruito, entra, pero tápate la cara no vayan a estallar los cristales de las ventanas.
Abbie le miró con tal ira que Devil no pudo parar de reír mientras caminaba hacia la entrada.
–Eres graciosa, algo bueno tenías que tener.
Abbie se detuvo unos segundos para coger aire y seguir a Devil. Iba a conseguir su venganza.
Al entrar, ella se asombró con el estilo que destilaba la vivienda. Todas las ventanas estaban
enmarcadas con cortinas de color pastel. El salón estaba presidido por
algunos sofás de gran tamaño y una televisión de plasma. Una amplia escalinata comunicaba con los
pisos superiores. Subieron las escaleras hasta llegar a mitad del
pasillo. Se dirigieron hacia una puerta blanca dónde había un cartel con letras verdes y un pulgar hacia
arriba indicando: Libre.
–Pasa –le dijo Devil con voz sugerente.
Abbie hizo una mueca de asco. Dudó. Cogió el picaporte con fuerza, giró 90º grados y abrió la
puerta. La luz iluminaba casi de manera celestial la habitación. Las
cortinas blancas de seda se movían con gracia al son del viento, creando una armonía que sólo se
rompía por la aglomeración de objetos que, sin ton ni son, estaban
repartidos por toda la habitación.
La chica se puso frente la cama blanca.
–¿Qué ocurre? –preguntó Devil.
–Tienes una cama de chica –contestó ella con total naturalidad.
–Qué dices. Va, venga, al lío.
Abbie se giró hacia él y pudo ver que se había avergonzado un poquito. Era como si fuera la
primera persona que se hubiese dado cuenta de aquella evidencia. O
quizás era la primera persona que se lo había dicho claramente.
Ambos se sentaron delante de una larga mesa de madera. El contraste entre el rockero y la
empollona era cada vez más evidente. Por un lado estaba aquel chico con
chupa de cuero, completamente de negro, y por el otro, aquella chica con trenzas que vestía de manera
excesivamente repipi, con colores claros.
Abbie pensó que Devil era en realidad un pijo que había nacido para ser rockero.
–M e gustan tus pósters –aseguró Abbie, perdiendo por un segundo la realidad y olvidando dónde
estaba y con quién.
–¿En serio? ¿A ti? –preguntó sorprendido, cómo si fuese la primera chica de todas las que habían
pasado por allí que se había parado un segundo a observar su
habitación.
–Sí, bueno –carraspeó la robot intentando concentrarse, empecemos con el Inglés.
–Soy bueno en inglés –contestó él con aires de superioridad.
–Sí ya lo veo, por eso pronuncias tu apodo constantemente mal. Por si no lo sabías, es Devíl, no
Dévil. Como Cruela Devil.
–Es que mi apodo es Dévil, y su significado en inglés se corresponde con la realidad –sonrió.
–Eso de que eres un demonio, te lo tienes muy creído. Piensas que así puedes asustar a todo el
mundo.
Devil echó su cuerpo hacia atrás y la miró sorprendido:
–¿Acaso piensas que hay alguna parte de mí qué es de un angelito? –rió burlón, entre dientes.
–No lo pienso –contestó Abbie–. Posiblemente si hubiera alguien tan cruel y retorcido cómo para
llamarse demonio, serías tú –contestó mirándole a los ojos con
rencor.
Abbie volvió a ojear el libro de Inglés sin olvidar que debía mostrarse lo más simpática posible
para progresar con su venganza. Devil la miró serio. Aquella chica
tenía un extraño poder para hacerle sentir mal con sus palabras. Se quedó pensando a qué había venido
aquello. Todas esas palabras estaban cargadas de un veneno que
se podía percibir en el aire. No conocía a nadie que le repudiase tanto, ni siquiera sus padres. Y lo peor,
no entendía por qué. ¿Quién era aquella niñata para desafiarle?
¿Acaso le conocía tanto como para criticarle?
–¿Sabes qué? –preguntó Devil de repente.
Abbie se giró para observarle y pudo ver que en sus ojos había cambiado algo.
–¿Qué? –preguntó temerosa.
–Se me ocurre una mejor manera de pasar el tiempo...
–Pues a mí no –contestó la empollona atropelladamente.
Devil se levantó de inmediato y se plantó delante de Abbie con una cara extraña.
–Sé que lo estás deseando –dijo acercándose a ella.
Abbie se levantó de inmediato y dio un golpe en la mesa.
–Como te acerques más, te juro, te juro que grito –le contestó mirándole mientras hacía pucheros
como una niña pequeña.
Devil no aguantó más y comenzó a desternillarse a grandes carcajadas. Abbie le miró como si
estuviera delante de un extraterrestre.
–¿Crees que aunque gritaras alguien te escucharía? –contestó intentando decir la frase sin reírse.
–Llamaré a la policía.
Otra tanda de carcajadas rompió el silencio.
–Eres tan inocente... Además, ¿crees que me importaría verle la cara a la pasma? Pero espera,
¿cómo piensas llamarles? Por lo que sé, eres tan pobre que no tienes
ni móvil. ¿Pensabas hacerlo a gritos?
Abbie molesta, comenzó a coger sus cosas.
–M e voy –anunció.
–Eh, espera –dijo cogiéndole del brazo.
Abbie se soltó molesta.
–Sólo llevamos aquí una hora.
–Tengo que irme a trabajar. De todos modos tenía que irme ya.
Devil la miró extrañado.
–¿Dónde trabajas? –preguntó sorprendido.
–Sí, parece que hay mucho ambiente –sonrió Abbie a su mejor amiga.
Se tumbaron donde siempre y comenzaron a hacerse fotos. M aggie cogió la cámara y enfocó
con su objetivo hacia un lugar cualquiera. Durante unos segundos se
quedó en esa posición pero pronto se levantó de golpe todavía con la cara pegada a la cámara y
enfocando en el mismo lugar.
–M ira, Abbie, mira.
Abbie se levantó extrañada por el repentino entusiasmo de su amiga.
–¿Qué pasa? –preguntó.
Su amiga separó la cara de la cámara pero la dejó en la misma posición y le indicó con la cabeza
que echase un vistazo.
Abbie se acercó y observó a través del zoom de la cámara. Fue la primera vez que le vio. Era
Devil, un chico de aspecto temible y sonrisa angelical. Estaba sentado
en uno de los bancos, parecía animado, miraba a sus amigos y se reía con picardía. Todos parecían estar
muy contentos a su alrededor. Era el centro de atención. Se
levantó y Abbie pudo verle de cuerpo entero, con sus vaqueros, su chupa, su cadena, su pelo oscuro y
sus ojos negros.
Abbie le miró durante unos largos minutos. Sintió que el corazón le latía con fuerza. Puso cara de
extrañeza al notar esa sensación. Se tocó el corazón.
–¿A qué es genial? –preguntó su amiga muy alterada, moviendo los brazos cómo una niña
pequeña.
–Sí, pero no parece ser muy legal –dijo Abbie a punto de soltar la cámara.
–No, no, espera –le dijo su amiga antes de hacer unas cuántas fotos a aquel chico.
Esas fueron las últimas fotografías que hicieron juntas y que la cámara de Abbie todavía
guardaba.
–¿Le conoces?–preguntó Abbie.
–Ojalá –suspiró ella–. ¿No es guapo?
Abbie le miró.
–No parece ser muy de fiar.
M aggie le miró y sonrió.
–Eso es lo mejor.
Abbie le miró extrañada por el comportamiento de su amiga. Nunca solía sentirse tan
impresionada por ningún chico.
–Oye, ¿quieres que vaya a comprar algún refresco? –preguntó Abbie cambiando de tema.
–Vale.
–¿Lo de siempre?
–Claro –sonrió ella.
Abbie se alejó extrañada y fue a la tienda de enfrente. M iró a través de la cristalera al chico. Era
cómo ver brillar una estrella en pleno día. La realidad era que el
chico llamaba mucho la atención. Abbie miró hacia otro lado, enfadada. ¿Qué narices le pasaba? Era
sólo un chico. Volvió a mirarle de reojo mientras pensaba que se
estaba mintiendo. Era evidente que no era uno cualquiera.
Compró los refrescos. Tardó relativamente poco y cuando salió por la puerta vio que M aggie
observaba a Devil constantemente. Él se dio cuenta y se acercó.
Abbie pudo ver que él se la estaba ligando. Se sentó a su lado y empezó a tocarle el pelo sensualmente.
Abbie decidió acercarse para ver qué ocurría.
–M ira, Devil, ésta es mi amiga Abbie.
–¿Devil? –preguntó Abbie extrañada ante semejante apodo.
–Ah, hola –dijo él mirándola apenas de reojo para después seguir observando a M aggie.
A las pocas semanas M aggie le comentó a Abbie, emocionada, que había empezado a salir con
aquel chico. Abbie le dijo que fuera con cuidado y que nunca se
dejara absorber ni por él ni por su mundo. Pero al final, eso fue lo que ocurrió. M aggie perdió toda su
identidad, o mejor dicho, Devil se la robó. Ya no existía ella, era
ella y Devil, su banda, los rockeros...
No sólo se metió en su propio mundo. A las pocas semanas de saber que su mejor amiga salía
con el tío más conflictivo de la zona, Abbie vio a Devil pasearse con
otra chica de la mano mientras se besaban con pasión de vez en cuándo. Cuándo Abbie se lo comentó a
M aggie, ésta no solo no la creyó si no que le dijo que no entendía
cómo podía ser tan mala amiga, que ya no podía tener ningún tipo de relación con ella, y que al fin y al
cabo, ella pertenecía a una banda que no se mezclaba con quienes
no pertenecían a su mismo círculo.
Abbie se había quedado sin amiga, sin cómplice y sin hermana. Y ella sufrió por todo aquello
porque no había logrado proteger a su amiga. M aggie se había perdido
a si misma y la había perdido a ella por culpa de un tío que encima no le merecía. Su odio por Devil
creció hasta límites insospechados. Abbie sabía que él tenía
constancia de lo destructivo que era para los demás y cómo lo estaba siendo para M aggie. Pero parecía
darle igual, y eso apoyaba todavía más su teoría de que M aggie
no le importaba lo más mínimo a Devil.
Abbie volvió al presente y observó a M aggie bebiendo grandes sorbos de cerveza de la lata que
sostenía en la mano. Observó su pelo rizado, algo cardado, su
chupa de cuero. Escuchó los gritos de sus padres suplicándole que trajeran a su hija de vuelta, que la
sacarán de ahí, pero Abbie se sentía tan incapaz, tan
vulnerable....hasta ahora. Había descubierto cómo destruir lo que para ella era una auténtica secta.
–Oye, tú –escuchó la voz de Devil.
Le miró con asco y volvió a posar su mirada en el suelo.
Abbie desde entonces también había cambiado, se había vuelto huraña y desagradable, muy
diferente a cómo era antes. Aquel chico había destruido su vida y la de
M aggie con mucha facilidad. No había visto a M aggie desde entonces y los recuerdos se le despertaban
segundo a segundo. Le vinieron a la mente imágenes de M aggie y
de M ax cuando eran pequeños, las confidencias, las risas, el distanciamiento...
–¡Oye! –le gritó Devil cogiéndola de los brazos y zarandeándola para sacarla de aquel bucle del
que ella parecía no querer despertar.
Pero despertó.
Abbie le miró con repulsión mientras decía:
–¡No me toques! –dijo empujándolo con ira.
Abbie salió corriendo ante la atenta mirada de todos y se dirigió hacia la carretera sin pensar
realmente hacia dónde iba. Cuando se dio cuenta, la deslumbraron las
luces de un coche y resonó en su cabeza el largo pitido del claxon de un automóvil que había estado a
punto de llevársela por delante. Sintió como alguien tiraba de ella,
y después, un largo pitido de ese mismo coche que se alejaba. Sintió los brazos de alguien que la
abrazaba con fuerza.
–¿Qué haces tú aquí? –dijo Abbie en un susurro a su salvador.
CAPÍTULO 5
El secreto de Devil
–¿Estás loca?
–¿Qué haces aquí? –preguntó Abbie.
–Rescatarte.
Abbie miró a M ax y se colocó frente a él.
–No lo voy a poder hacer, M ax–dijo mirándole, intentando respirar.
El chico la miró directamente a los ojos y Abbie hizo lo mismo. M ax acercó su rostro al de su
amiga y sonrió:
–Pues no lo hagas.
–Es que quiero hacerlo, necesito hacérselo pagar, ¿sabes? Los padres de M aggie me han
suplicado que haga algo, cualquier cosa. Ellos no saben qué hacer y yo
tampoco –dijo agobiada.
M ax la abrazó con fuerza.
Al hacerlo pudo ver a Devil que los miraba con el rostro serio. Se acercó a ellos y los separó
bruscamente:
–¿Pero qué cojones haces corriendo por la carretera? –preguntó nervioso a Abbie.
–Yo... sólo.
Devil la cogió por los hombros.
–M e has dado un susto... ¡No lo vuelvas a hacer nunca!
–Pero ¿qué narices te pasa? –preguntó Abbie extrañada por su comportamiento
repentinamente alterado.
Devil la miró serio por unos segundos y después la soltó, confundido.
El grupo de los rockeros que se encontraban más alejados les observaban con curiosidad. M
aggie se acercó a ellos con paso firme. M ax observó a M aggie con
tristeza, algo abrumado por verla de aquel modo. Por su lado, M aggie le aguantó la mirada con
seriedad.
–Devil, ¿qué está pasando? –le preguntó M aggie–. ¿Qué haces con ellos?
–Te lo explicaré por el camino –contestó Devil con ganas de irse.
M aggie y Devil comenzaron a caminar en dirección contraria, Devil se giró y observó a Abbie y
ésta le miró todavía confusa. Después desapareció con M aggie y el
grupo de rockeros.
–¿Por qué se ha puesto así? –preguntó M ax
–No tengo ni idea –contestó Abbie sin dejar de mirar hacia el lugar por donde había
desaparecido Devil.
–Oye, ¿estás mejor?
–Ha sido sólo un ataque de ansiedad. Voy a seguir con la venganza. Sé exactamente lo que tengo
que hacer –dijo Abbie convencida.
–Genial –sonrió M ax–. Sabes que voy a ayudarte en lo que pueda –le contestó con una mirada
algo tierna.
–Lo sé M ax, gracias –contestó Abbie–. M e voy al trabajo.
–Te acompaño –siguió, sonriente, M ax.
Devil llegó al sitio dónde estaban los rockeros, cogió una lata de cerveza y se la bebió de un
trago.
–¿Dices que ella va a darte clases particulares? –contestó M aggie poniéndose delante de Devil.
–Sí, me debe una.
–Ya, lo de que la salvaste del drogadicto ese pero... ¿Por qué la salvaste?
–No sé M aggie, estaba ahí y simplemente quise atracarla yo.
M aggie miró hacia abajo y a los lados nerviosa. No le gustaba nada esa sensación.
Devil se giró hacia el grupo de los rockeros. Estaban en el parque, riéndose y alborotando.
–No me gusta, no me fío de ella –dijo M aggie con la boca pequeña y la mirada baja. Sabía que el
acercamiento entre Abbie y Devil podía ser fruto de la casualidad,
pero se negaba a explicar que ella hubiese tenido un pasado con los que ahora consideraba unos frikis.
Devil se carcajeó.
–¿Estás celosa? ¿En serio?
–No –dijo entre dientes–. Por supuesto que no.
Devil se rió y le dio un beso apasionado.
–Sabes que te quiero mucho, ¿verdad? –le susurró ella.
–Lo sé.
M aggie se recogió el pelo con la mano y sonrió. Devil le le devolvió la sonrisa y ella se fue con el
grupo de los rockeros. Devil se quedó unos segundos pensativo,
preguntándose qué narices pasaba con Abbie y por qué actuaba de aquella manera tan extraña.
Abbie se levantó malhumorada a la mañana siguiente. Sus padres estaban desayunando, le
dijeron que desayunara con ellos pero ella se negó.
–Llego tarde a clase –dijo apresuradamente.
Al encontrarse en la entrada, se dio cuenta de que había una carta en el buzón. La cogió dándose
cuenta de que hacía referencia al alquiler de la casa. La abrió
cuidadosamente.
–No puede ser. Otra vez no por favor –contestó con horror.
Devil aquella mañana había decidido ir temprano a la universidad. No sabía por qué, aunque en el
fondo tenía ganas de ver a Abbie para meterse con ella y
molestarla. La buscó por el campus y las clases, preguntó por ella, pero nadie sabía nada. Incluso se
sorprendió de que mucha gente la conociera. Era la chica que sacaba
muy buenas notas...
Llegó la hora del almuerzo y decidió ir a la cafetería con los rockeros. Pudo ver a M ax haciendo
cola para pedir un bocadillo.
–Ahora vengo –les dijo a sus amigos.
–Vale –le contestó Tino mientras seguía intentando ligarse a una de las rockeras que se le resistía
desde hacia tiempo.
Devil pasó entre la gente sin problemas. Todos se apartaban de su camino sin problemas. M ax le
vio venir.
–¡Eh, tú! –le dijo Devil.
–¿Yo? –preguntó M ax señalándose a sí mismo.
La gente que estaba por allí pensó que Devil estaba buscando pelea. M ax tenía la misma
sensación. Se hubiera largado de allí si no fuera por que le prometió a
Abbie que la ayudaría con su venganza.
–¿Dónde está la trencitas?
–Se llama Abbie.
–Lo que quieras. ¿Dónde está? –preguntó entre serio y ansioso–. Hoy no la he puteado y es cómo
que me falta algo, es adictivo –dijo burlón.
–Está en casa –le dijo mirándole serio.
–¿Por qué? ¿No se encuentra bien? –preguntó mostrándose realmente preocupado.
CAPÍTULO 6
Armas de fuego
Abbie estaba tumbada en la cama de su habitación con la mano sobre sus labios. ¿Qué narices le
había pasado a Devil? ¿Qué se le había pasado por la cabeza? Se
acercó al espejo y se frotó la boca con las manos, bastante asqueada. Estaba más malhumorada que de
costumbre. Acababa de malgastar su primer beso con un ratero. Se
sentó en la cama y sacó de la mesita de noche un álbum de fotos. Comenzó a mirar poco a poco las
fotos de M aggie entre nostalgia y un sentimiento abrumador de
abandono. Por un segundo decidió que, sería capaz de cualquier cosa, incluso de domar al mismo
demonio, con tal de conseguir destrozar todo lo que él quería.
Se acercó a la mesa dónde había un tablero de ajedrez, puso sus ojos al nivel del tablero, y
observó bien lo que sería la base y la estrategia de su venganza. Ella era
un peón blanco decidido a acabar con la pieza contraria del rey. Eran piezas que reflejaban muy bien
cual era la postura de Abbie y de Devil en la vida real.
Aparentemente ella tan insignificante y él tan grande y majestuoso.
M iró alrededor de la pieza que representaba a Devil, pudiendo darse cuenta de qué papel
desempeñaba cada uno de los rockeros en aquel tablero: Tino, el mejor
amigo de Devil, dispuesto a cualquier cosa por él, el caballo, las torres, los otros dos miembros de la
banda, y la reina, M aggie.
Abbie acabaría apartando de su lado a cada uno de ellos. Haciéndolo, apartaría al resto de gente
que le seguían, que como ella eran simples peones. Hizo un
movimiento contra el caballo que representaba a Tino. Aquel iba a ser su primer objetivo.
Volvió a sentarse en la cama y observó la habitación con detenimiento. Era pequeña y bastante
sencilla. Una mesa, una cama, una mesita de noche, una cómoda y
libros, muchos libros didácticos. Pero ella sabía que lo que más le gustaba de su habitación no se veía a
primera vista. Abrió su pequeña cómoda, pudiendo ver cómo en
su interior habían pequeños pósters de grupos rockeros, discos de vinilo, letras de canciones, incluso
caratulas de Cd´s. Sabía que a sus padres no les gustaría saber que
era una fanática del rock and roll ya que, entre otras cosas, se había educado de manera estricta y
bastante religiosa.
La verdad es que no le pegaba nada aquella pasión que tenía muy arraigada, pero no entendía
por qué ni cómo sucedió. Desde la marcha de M aggie aquella era la
música que la había apoyado de manera incondicional, le había dado la fuerza y la rabia necesaria para
seguir luchando. Sabía que podría cruzarse con M aggie o con
Devil en algún momento y debía tener el valor de enfrentarlo. Era casi paradójico amar tanto la música
rock y odiar tanto a los rockeros. Era increíble pensar que el
propio odio que tenía hacia ellos la había conducido a escuchar aquella música para intentar
entenderlos, e inexplicablemente, a amarla demasiado.
Se miró en el espejo y pudo confirmar que era lo opuesto a todo lo que le gustaba de la música
rock. Pero sabía que en su interior, ella se identificaba a la
perfección: la desesperación llevada el extremo, una parte oscura cargada de crueldad y maldad, que a
veces la asustaba. Sería capaz de todo, incluso de destruirle la vida
a alguien por el hecho de habérsela destruido a ella. Algunos dirían que se trataba de una cuestión de
justicia...
De repente escuchó el timbre, lo que le hizo recordar que tenía que ir a casa de Devil y que esta
vez las clase particular duraría más. Se dirigió a la puerta y la abrió.
Se sorprendió al encontrarse con Devil al otro lado.
–¿Qué haces aquí? ¿Cómo sabes que vivo aquí? –preguntó Abbie.
Devil decidió obviar el detalle de que había estado antes para darle el sobre. No iba a decírselo
nunca, era un detalle que había hecho sin más intención que ayudarla.
–Tengo mis fuentes –le sonrió ampliamente.
Abbie le miró seria. Sabía que si quería ganarse su confianza debía cambiar de actitud, pero le
resultaba imposible, y más con lo que había sucedido horas antes.
Devil al ver la seriedad de Abbie dejó de sonreír y miró hacia el suelo apretando la mandíbula.
–Vámonos –contestó Abbie mirando a Devil directamente.
Intentó observarle sin ser demasiado descarada. Era alto, aunque tampoco en exceso, iba con
una chupa de cuero y una camiseta negra, unos vaqueros rasgados y
unas botas negras con cordones muy gruesos. También llevaba un pendiente largo, una linea fina de
plata que acababa con una cruz al revés, el anticristo, y una cadena
colgando desde una parte a otra del pantalón. .
–Te llevo –dijo Devil.
Abbie se subió sin decir una palabra más.
Llegaron a casa de Devil y subieron a la habitación. Comenzaron estudiando la asignatura que
peor se le daba a Devil: Organización empresarial. Abbie comenzó
diciéndole cómo debía enfocar la asignatura, y después planteó un debate para que Devil pudiera ir
cogiendo los conocimientos de una manera más sencilla.
–¿Por qué sigues enfadada? –cortó de repente la conversación sobre el estudio.
–No voy a olvidar lo que has hecho antes –le contestó muy molesta.
–Eso es buena señal –se aguantó la risa Devil.
Abbie suspiró.
–Sigamos con lo que realmente nos interesa, ¿quieres?
Devil le miró divertido.
Abbie siguió hablando y explicándole las bases de la asignatura, mientras Devil le observaba
atento.
–Pues eso es lo que necesitas saber, son las bases de la asignatura –concluyó Abbie.
–¿Ya está? –preguntó Devil extrañado–. Pues es sencillo.
–Es que tú no eres tonto.
–¿Entonces estás diciendo que soy listo?
Abbie soltó el aire.
–Cuándo quieres, sí –le dijo girando su cara.
–El primer elogio que tienes hacía mí. ¡Qué honor! –sonrió Devil.
–¿Devil? –dijo una voz en el fondo.
Abbie y Devil se giraron hacia la puerta.
–M ierda, es mi madre. ¡Escóndete!
–¿Qué?
–No, mejor. Finge ser mi novia, así no creerán que me traigo ligues a casa.
A ie le ió o a a de de i : Ni de oña .
–No pienso suplantar una posición que nunca, te aseguro, nunca –resaltó– voy a ocupar.
–¿Ya empiezas a hablar así? ¿Te pone nerviosa la situación? –sonrió.
–M e largo –dijo Abbie.
–¿Por dónde? ¿Por la ventana? –comenzó a reír.
–No quiero tener que hacer esto.
–No te queda otra. Si mi madre se piensa que eres simplemente un ligue me va a tener vigilado
todo el día. ¿Y qué pasará cuándo quiera realmente traerme a una
pava aquí?
–Pero...
–¿Devil? –preguntó una mujer entrando por la puerta.
Abbie se giró hacia ella. Pudo ver su largo cabello castaño, su pintalabios rojo, su camiseta
blanca de pico y unos pantalones formales largos junto a unos tacones
de aguja negros.
–¿Qué quieres mamá? –preguntó con total inocencia.
–¿Quién es ella? –preguntó, mirando extrañada a Abbie.
que aunque fuese rock, le molestó. Pudo ver como a parte de los rockeros, había otro grupo que, a su
parecer, tenían muy mala pinta. De esos que a simple vista ya
sabes que son peligrosos y que no se andan con tonterías.
Analizó aquel destartalado lugar. Se había improvisado una barra en uno de los laterales del
local. A su alrededor, algunos energúmenos gritaban como posesos.
Otros estaban sentados en una mesa jugando y apostando dinero; algunos más estaban acostados en el
suelo, con la guitarra, tocando vete a saber qué, con algunas
pastillas y cerveza por el suelo.
–M e largo de aquí –dijo de inmediato Abbie y se dirigió hacia la puerta.
Devil la agarró y le susurró al oído.
–M e lo debes...
–¿Qué narices quieres qué haga? –preguntó enfadada.
–Ves a la barra y reparte latas de cerveza a quien te lo pida. Después, ves a la mesa de póquer y
ten contento a ese tipo –dijo señalando a un hombre más mayor,
corpulento, de facciones serias y marcadas, lleno de tatuajes–. Digamos que es el jefe de todos los
demás...
–¿Qué es esto? ¿La mafia? –preguntó Abbie más que asombrada.
–¡Shhh!! –dijo Devil–. Casi, casi... –sonrió.
Después se dirigió a la mesa de póquer, le dio unos cuantos golpecitos en el hombro al hombre y
se sentó junto a él.
Abbie se puso en la barra e hizo exactamente lo que Devil le pidió. Sintió escalofríos. Decir que
estaba muerta de miedo era poco. Al poco se fijó que en la jarra del
jefe apenas quedaba cerveza, así que decidió ir a atenderle.
–¿Quieres más? –preguntó temerosa.
Aquel hombre de ojos oscuros y profundos la miró con desdén de arriba a abajo durante un
buen rato pero no contestó. Abbie intentó aguantar el tipo, temblando
en su interior, como si estuviese a punto de ser atacada por un animal salvaje. Devil lo notó e intentó
suavizar la situación.
–Seguro que sí. Un tío sin birra, no es un tío, ¿eh? –le dijo apoyando los brazos encima de la
mesa. El jefe le miró y sonrió
–Exacto, Devil –se rió bruscamente.
Después miró otra vez a Abbie mientras servía la cerveza.
–¿Quién es esta? –preguntó con algo de superioridad.
–No es nadie, ya sabes. Una especie de animal que se encarga, digamos, del trabajo sucio. Y de
paso me divierto un poco.
–Así me gusta Devil, joder. Qué tinglado más bien montado –hizo una breve pausa–. ¡Eres un
crack, chaval! ¡Llegarás alto! –dijo señalándole con el dedo.
Abbie apretó los labios y se calló. No entendía cómo Devil podía despreciar a alguien de esa
manera. Estaba iracunda.
–Así que un animal, ¿eh? –se dijo llena de rabia. Se dio la vuelta y se dirigió a la barra. En ese
momento, chocó con Tino.
–¡Joder! ¿Con esas putas lupas que llevas y no eres capaz de ver por dónde vas?
–¡Qué te den! ¡Caraculo! –le dijo Abbie sin apenas pensar lo que decía. La ira comenzaba a hacer
mella en ella. Tino soltó una pequeña risa.
–¿En serio? ¿Caraculo? –dijo atónito–. M ira, hoy me has caído bien, toma –dijo ofreciéndole
unas cuántas pastillas.
–¿Estás loco? –preguntó Abbie horrorizada.
–Verás cómo te pones enseguida de mejor humor. Incluso si tienes suerte y van muy drogados,
igual alguno de esos tíos se quiere acostar contigo hoy.
Abbie dirigió su mano hacia la cara de Tino para propinarle una buena bofetada por hablarle
cómo a una cualquiera, pero éste la paró de inmediato y apretó la
mano. La chica se quejó.
Devil se levantó disimuladamente y avanzó hacia ellos.
–¿A qué cojones estáis jugando? –preguntó pasando los brazos por ambos fingiendo normalidad
y esperando que el jefe no hubiera visto nada–. A este tío la
violencia le trastorna, está muy rayado. ¿Queréis que acabemos todos haciendo barbaridades?
Tino soltó la mano de Abbie de inmediato.
–Devil, la pava ésta ha intentado pegarme –dijo haciéndose el chulo.
–¿En serio? –preguntó Devil con sorpresa.
–Le ofrezco mierda de la buena y me pega. No sé que clase de tía has escogido para que sea tu
mascota, pero muy servicial no es.
–No pienso tomarme ninguna esas –aseguró Abbie refiriéndose a la droga.
–¿Por qué no?–dijo Tino.
–Porque son malas –contestó con esa pureza que la caracterizaba.
Tino empezó a reírse de tal manera que todos se giraron.
–Tino, no sé que le ves de gracioso –dijo Devil–. Es verdad, son una puta mierda.
–¿Acaso eso es una excusa para no tomarlas? –le contestó su mejor amigo.
El rockero sonrió.
Abbie puso cara de no entender nada. Aún sabiendo que estaba mal, cometían el terrible error
de drogarse en cualquier rincón de aquella pocilga. Sintió pena por
ellos.
–No sólo no es una excusa, sino que me dais lástima. Espero que algún día seáis conscientes del
gran error que estáis cometiendo y dejéis esta mierda –dijo la chica
dejándolos sorprendidos. Volvió a la barra y se quedó allí.
Tino le susurró a Devil:
–M enuda chapa nos ha soltado, ¿no?
–Sí, ella es muy... correcta –contestó riéndose ampliamente.
Al poco, Devil volvió junto a Abbie.
–¿Estás bien?
–¿Tú también tomas pastillas?
–Es parte de quién soy.
–Eso sí es una excusa. Yo pensaba que eras más listo que eso.
–Tienes razón. Si prometes no largarte hoy y dejas de quejarte, lo dejo.
–¿Estás de broma?
–Te lo digo en serio.
–¿Por qué lo harías?
Devil se acercó a su rostro y le susurró:
–Tu discurso me ha convencido.
El rockero sonrió sin dejar de mirar a Abbie. La empollona soltó una pequeña risa que no logró
disimular. Devil le guiñó un ojo y se fue. Al poco apareció Tino,
parecía que le había afectado lo que se había tomado.
–Oye, tía –dijo algo alterado, con una lata de cerveza en una de sus manos, y la mirada
descentrada.
–¿Qué quieres? –contestó Abbie al verlo en dicho estado.
–Lo siento, vale. Normalmente no soy tan borde... –hizo una pausa y miró a los lados–. Uff,
necesito despejarme un poco. ¿Dónde coño está Sheila? –preguntó
aturullado.
–¿Quién es Sheila? ¿La chica con la que sueles estar? –dijo Abbie mientras observaba cómo Devil
se dirigía directamente a la chica de la que hablaban.
–Sí, la verdad es que la tía me mola mucho. ¿Sabes? Casi podría decir que estoy...
–¿Estás enamorado de ella? –preguntó la empollona sin poder disimular una risa cruel, mientras
seguía con la mirada a Devil y observaba cómo éste miraba
provocativamente a Sheila.
–Sí, bueno, pero tú calla la boca. Sólo lo sabe Devil.
–Con qué Devil, ¿eh? –sonrió viendo a Devil acercarse a la chica de su mejor amigo mientras
intentaba seducirla.
Abbie volvió a sonreír. No se podía creer que hubiese tenido tanta suerte y que el primer
movimiento de su venganza fuese tan sencillo. Buscó a M aggie con la
mirada pero no la encontró. Podía haber matado dos pájaros de un tiro.
Devil miró a Tino y pudo comprobar que estaba demasiado distraído como para ver lo que
estaba a punto de hacer con Sheila. Cogió a la chica, que se encontraba
muy cerca de él contorneándose, y se dirigieron a la puerta trasera. Justo antes de salir, Devil volvió a
girarse para comprobar que Tino estuviera distraído y no le viera.
Se quedó extrañado por el hecho de ver a su mejor amigo y a Abbie hablando juntos. Después,
desapareció por la puerta.
–¿Y tú qué crees? Sé que sólo nos has visto un par de veces hoy pero... ¿Piensas que le gusto a
Sheila? –le preguntó Tino a Abbie hablando aturullado.
–¿M e acompañas a comprar más cerveza fuera y te digo lo que creo? –sugirió Abbie.
–Vale, así me despejo un poco.
Ambos salieron por la puerta principal.
–Vamos –le dijo la empollona dirigiéndose hacia la parte trasera.
–Pero, oye, ¿no es por aquí? –preguntó señalando la calle central.
–Conozco una tienda más cercana –le dijo Abbie ansiosa por pillar a Devil in fraganti con Sheila.
Al pasar la esquina, Abbie y Tino pudieron ver cómo Devil se encontraba con la chica en el
callejón. Estaban apoyados bajo una escalera y se estaban besando con
pasión. Tino se quedó allí plantado, mientras la rabia comenzaba a nacer en él. Por su parte, Abbie miró
a Devil sorprendida y se sintió extrañada sin saber porque se
sentía tan vulnerable.
–Eres un gran hijo de puta –soltó Tino con los dientes apretados.
Los dos amantes se giraron y el rockero fue directo a Devil, le cogió de la chupa y lo empotró
contra una verja. Le miró con cara de odio y levantó el puño
dispuesto a propinarle un buen puñetazo. Pero se detuvo. Devil le miró completamente sorprendido.
–No vuelvas a hablarme en tu vida –concluyó mirando directamente a los ojos del demonio.
De pronto, algo cambio en el rostro de Tino y su mueca se tornó risueña. Parecía que se le había
ocurrido una idea genial. Se a e ó a De il le susu ó: ¿Quie es
juga ? Va os, e to es . “e gi ó i ó o se iedad a la o ke a. Ella i ó ha ia el suelo a e go zada.
Abbie se dio cuenta de que Devil, con la chupa arrugada por el arranque de Tino, se encontraba
en la pared mirando al suelo, serio, ido, sin entender cómo se le
había ido tanto la olla. Él siempre parecía tener la sensación de salir impune de todas las fechorías que
cometía, y sin saber cómo, esta vez algo no había salido bien.
Tino le había pillado. Y sabía que no se lo perdonaría.
Devil cambió puso cara de sorpresa al percatarse de que Abbie se encontraba allí. No la había
visto hasta ahora. Abbie no apartó la mirada y analizó el rostro del
rockero. Le recordó a esa expresión suya que puso cuando le arrebató a M aggie. La empollona intentó
disimularlo, pero sus ojos brillaban de satisfacción.
Tino cogió de la mano a Abbie y la pegó a él.
–No me lo tengas en cuenta –le susurró Tino en el oído. Después le sujetó la cabeza con fuerza y
la besó en los labios. La muchacha intentó separarse de él a
empujones.
–¿Qué haces? –preguntó Devil mientras arremetía contra su amigo–. ¡No la toques!
Tino se acercó a Devil y le susurró:
–Voy a devolvértela con creces.
–¿Piensas que lo que hagas con la empollona me afecta?
Tino mostró una sonrisa de lado. Conocía a Devil como nadie.
Devil le miró serio. Tino cogió el brazo de Abbie y la arrastró hacia la calle principal.
–¿Dónde la llevas? –gritó Devil
–¡A ti que coño te importa! –rugió Tino.
Abbie se asustó, pero no dijo nada. Llegaron hasta la entrada.
–No me puedo creer que me haya hecho esto –refunfuñó Tino mientras caminaba nervioso.
Parecía confundido.
Abbie miró al suelo mientras no dejaba de pensar cómo podía ser que aquella pandilla de
pordioseros la trataran y la besuquearan cuando les diera la gana.
–M ira, siento que te haya traicionado pero... ¿por qué tienes que forzarme? –dijo Abbie sin
mostrar ningún sentimiento en sus palabras.
–Devil sabía lo que significa Sheila para mí y aún así... –dijo con los ojos entristecidos.
–No tenías que haberme forzado –repitió Abbie todavía muy enfadada.
–Quería devolvérsela de alguna forma, perdona –se justificó acercándose a Abbie y acariciando
lentamente su rostro–. Sé que no debí haber hecho eso.
Abbie miró a Tino. Parecía bastante derrotado. La chica debía gustarle bastante. De pronto se
sintió mal. Sabía que cada pieza de su venganza saldría herida, no
únicamente el rey. Pero ese sacrificio era inevitable si quería llevar a cabo la venganza. Aún así no podía
reprimir un sentimiento descorazonador por ver a Tino de esa
manera.
–Necesito un abrazo –contestó él con la voz cortada.
Abbie se sorprendió de ver a alguien como Tino tan afectado por lo que acababa de pasar, se
sintió terriblemente mal. Le devolvió el abrazo.
–¿Estás mejor? –dijo la chica. Sin saberlo había nacido cierta simpatía hacia aquel alegre e
impulsivo chico.
–Sí –dijo separándose–. Oye mira, sé que no estoy cómo para pedirte favores pero, si te
pregunta algo Devil sobre lo que hemos hecho tú y yo ahora, no le digas
nada. Que se joda y que se coma la cabeza.
–No sé por qué tendría que molestarle –dijo pensativa–. Ah, ya, es una especie de acuerdo de
pertenencias, ¿no? Devil no quiere que nadie me toque porque al fin
y al cabo soy su mascota y de nadie más. M enuda tontería. Las personas no somos pertenencias,
¿sabes?
Tino se calló unos instantes. Después agregó.
–Bueno, vuelvo dentro. Necesito más mierda de esa –contestó refiriéndose a las pastillas.
–¡Tino! –dijo Abbie antes de que entrara–. No necesitas esas cosas para encontrarte mejor.
Además, seguro que encuentras a una chica mucho mejor. Ella no te
merece –aseguró diciendo exactamente lo que sentía, independientemente de la venganza que llevaba
a cabo contra Devil. Por alguna razón veía en Tino a un chico
sensible y bueno. Pensó que, como M aggie, debía haberse visto seducido por el malvado Devil. Sólo era
una víctima más de él.
Tino le sonrió y entró.
Abbie cogió aire y entró después. Se puso delante de la puerta mirando hacia los presentes.
Pudo ver como Tino se sentaba en un sofá y se quedaba mirando al
suelo. Devil ya había entrado y estaba junto al jefe en la mesa de póquer. La tal Sheila no estaba.
Seguramente se había ido a casa.
De pronto sonó el timbre de la puerta. Hizo el intento de abrir pero tuvo que apartarse al
escuchar un fuerte golpe antes de que se desplomara la puerta y entrara
un numeroso grupo de personas. Uno de ellos la cogió por detrás. Abbie comenzó a abrir la boca
completamente asustada. Devil se levantó de inmediato de la silla y la
miró algo horrorizado.
–Cómo alguien se mueva, le rebano el pescuezo.
Devil miró a Abbie con horror. El rockero sabía que la empollona estaba completamente
aterrada, y a su vez, ésta supo, con solo mirar los ojos de Devil, que quizá
aquella noche no saldría con vida.
CAPÍTULO 7
Confidencias
El musculoso jefe que había estado todo el rato en la mesa de póquer, apenas se inmutó.
–No resultaría una gran pérdida. ¿Verdad, Devil? Déjalos que se la lleven. Total, hay camareras
bastante mejores.
El corazón de Abbie se congeló por un segundo. M iró a Devil que observaba con incredulidad al
jefe. ¿Realmente estarían dispuestos a dejar que le hicieran algo?
Tino, que se acababa de dar cuenta de lo que ocurría, se levantó del sofá y observó a Abbie horrorizado.
El hombre que la tenía agarrada se rió, cogió el cuchillo y se lo
acercó a la cara.
–¡No! –dijo Devil–. ¿Qué quieres?
De repente el hombre le dio un tajo a la chica. Abbie gruñó con los ojos cerrados, y al abrirlos
pudo notar la sangre resbalando por su cara. Devil se acercó con
rapidez.
–¡Como te atrevas a tocarla...!
Tino le miró con seriedad.
–Nos vemos –contestó aquel hombre–. Ya sabéis dónde.
–Síguenos –gruñó uno de ellos.
El hombre cogió a Abbie y la obligó a moverse, arrastrándola de espaldas. Desaparecieron por la
puerta. Devil le dijo a los de su banda que se levantaran. Cogieron
sus chupas y fueron a buscar las motos. El jefe musculoso se acercó a él:
–¿De verdad vale la pena?
–La vida de cualquier persona vale la pena –contestó Devil mirándole a los ojos.
El jefe levantó la barbilla y asintió, dando así por confirmada su pequeña colaboración en el
rescate. Silbó y rápidamente salieron sus hombres del pub.
–Cuenta con nosotros –aseguró.
Devil le sonrió agradecido.
M ientras tanto Abbie se encontraba en el coche donde la habían metido a la fuerza. Estaba en
el asiento del medio, entre dos gigantes. Aquellos dos chicos tenían
muy mala pinta. Estaban llenos de tatuajes e iban completamente rapados. En el asiento de delante
estaba quien parecía ser el líder, el mismo que la había herido. Era
gigantesco y tenía varios dientes dorados. Tuvo la sensación de que era gitano.
–Esta tía tiene la rabia. ¡Joder! –soltó uno de los que estaban junto a Abbie mientras se miraba la
mano en la que estaban marcados los dientes de la chica..
–Sí, hemos cogido a una revoltosilla –contestó el líder.
–¿Dónde vamos? –preguntó Abbie con un hilo de voz.
–¡Cierra el pico, niña! –contestó el otro–. Creo que no te gustará saber lo que te haremos si no
aparece Devil.
–Hoy ha sido tu noche de mala suerte –sonrió tenebrosamente uno de ellos.
Todos comenzaron a reír a carcajadas.
Abbie miró por la ventanilla de coche. Estaba convencida de que nadie le rescataría. Pensó en
todo cuánto había vivido últimamente y la venganza le pareció un
juego de niños. Todo parecía haber perdido su significado. Estaba en un coche lleno de personas que
querían hacerle daño y ella sólo podía ver en su cabeza la imagen de
Devil, tan risueño y tan burlón. Rezó para que Devil fuera a por ella.
El coche se detuvo y la bajaron de malos modos. Estaban en un descampado en el que había
otros dos coches. Los miembros de esta banda doblaban en número a la
de Devil.
Alguien obligó a Abbie a ponerse de rodillas en el suelo y en ese momento vio que aquellos
maleantes llevaban pistolas debajo de las chaquetas. Cerró los ojos
intentando no temblar. Al poco tiempo rugieron varias motos aproximándose. Abrió los ojos
esperanzada y vio a Devil a la cabeza del grupo de motoristas. El líder
cogió a Abbie para levantarla del suelo y la rodeó con su imponente brazo. Devil se detuvo y bajó de la
moto mirando fijamente al líder.
–¡Estamos aquí! –gritó levantando los brazos–. ¿Qué quieres?
–Ya lo sabes, Devil... ¡Venganza! Nadie nos la juega, ni tú tampoco. ¿De verdad creías que podías
tomarnos el pelo y salir impune?
Abbie levantó la cabeza al escuchar la palabra que había estado rondando en su mente durante
aquellas últimas semanas.
–¿M e quieres a mí? Aquí me tienes –aseguró avanzando hacia el líder.
–Nunca pensé que fueras tan idiota –sonrió el hombre mientras se acercaba a Abbie. La cogió
por la barbilla y ella lo miró con terror–. No sé quién es esta chica,
pero es evidente que es tu protegida. No sé si eso es una bendición o lo peor que puede pasarte
–contestó mirando directamente a Abbie. Esa frase se quedó grabada en
su memoria.
La chica miró a Devil y él le devolvió la mirada. El mundo desapareció de su alrededor y ni tan
siquiera pareció importarles que una panda de matones estuviesen a
punto de freírlos a tiros. En ese momento algo invisible se encendió en ellos y no podían despegar los
ojos el uno del otro.
Abbie escuchó cómo el líder desenfundaba su arma y de repente notó la punta de la pistola en la
sien. Devil se quedó quieto. Necesitaba ser cauteloso. Comenzó a
avanzar hacia ellos y cuando estaba en frente, el líder empujó a Abbie hacia Devil. Él la cogió y se
quedaron mirando muy de cerca.
El hombre los siguió encañonando. Devil avanzó hacia él y cuando estaba justo delante le soltó
una tanda de puñetazos que hicieron caer al líder al suelo. Entonces
comenzaron a escucharse tiros en distintas direcciones, Abbie se echó al suelo asustada y vio cómo de
improviso había aparecido la banda del jefe mafioso que jugaba al
póquer. En dos segundos se lió. La chica cerró los ojos asustada mientras seguía escuchando los
disparos. Cuándo los abrió, Devil estaba encima de ella, protegiéndola,
Abbie se incorporó viendo cómo sangraba el hombro de Devil.
–¿Estás bien? –preguntó asustada.
Él se tocó el hombro con un gesto de dolor.
–No es nada, estoy bien, sólo me ha rozado una bala.
–¿Eso ha sido un diente? –preguntó ella atónita al fijarse en un grupo que seguía enzarzado en
una pelea.
–¿Qué haces? –dijo Devil de repente–. Levántate, tenemos que salir de aquí...
Los tiros no cesaban y, de fondo, se empezaron a escuchar las sirenas de la policía. Devil cogió a
Abbie y empezó a correr. Cuando pasó delante de los de su banda
le llamaron la atención.
–Devil, tío, ¿dónde coño vas?
–¡Tengo que ponerla a salvo! –dijo Devil con tanta firmeza que Abbie se sorprendió–. ¡Retiraos
ya. Nos vemos mañana dónde siempre!
Empezaron a correr por el centro de Valencia y, de vez en cuando, se giraban para comprobar
que no los estuvieran siguiendo. La chica veía todo como a cámara
lenta. Luego se fijó en su mano unida a la de Devil y se dio cuenta de que ya no tenía miedo.
–¿Dónde podemos ir? –preguntó Devil cuándo pararon a coger aire.
–¿Al local? –dijo Abbie intentando coger aire. Devil le dio con el puño varios toques
delicadamente en la cabeza.
–Tonta, allí es el primer sitio al que irán a buscarnos.
–¿A mi casa?
–¿Estás proponiéndome algo? –preguntó con una risilla.
–¿Tienes tiempo de bromear? –se detuvo, incrédula–. ¿Sabes? Olvídalo.
–No, vayamos allí. Es un sitio seguro, al menos hoy –dijo Devil serio.
Los dos emprendieron la marcha en dirección a la casa de Abbie.
CAPÍTULO 8
Una noche Juntos
Devil estaba en el suelo, apoyando la espalda en la cama de Abbie. Parecía estar intentando
empaparse de cada pequeño detalle de aquella habitación en la que se
sentía muy seguro. Abbie apareció por la puerta con un pequeño botiquín.
–A ver, enséñame el hombro.
Abbie impregnó un algodón con agua oxigenada y lo pasó por la herida. Devil apretó la
mandíbula.
–¿Escuece? –preguntó Abbie sin poder disimular una risilla de satisfacción.
–¿Te diviertes? –dijo él, mirándole directamente a los ojos, risueño.
–Un poco –admitió Abbie.
–Esto –dijo viendo el gran arañazo–, lo he hecho por ti... ¿Y te ríes? –preguntó incrédulo.
–No. Esto –aseguró ella señalando el corte de su mejilla –me lo he hecho yo por tu culpa.
Él miró con seriedad su mejilla. Se incorporó rápidamente, cogió un poco algodón, lo bañó en
alcohol y acercó su mano a la mejilla de Abbie.
–¿Qué haces? –preguntó ella, apartándose.
–Curarte... –contestó completamente serio.
–Sé curarme sola, gracias –agregó de manera desagradable.
Él la miró como hipnotizado. Abbie giró la cara.
–¿Qué pasa?
–M e has curado a mí antes que a ti.
–¿Y?
–Créeme, he pasado muchas cosas en mi vida y pocas veces he visto a alguien que se preocupe
realmente por los demás. Puedes ir de dura, pero te pegas por
ayudar a los demás. ¿No es así?
–No es tan raro –se justificó Abbie despreocupada.
–Para mí sí –contestó él mirándola directamente.
–¿A qué te refieres? –preguntó Abbie intrigada.
–Durante mi vida, realmente nadie se ha preocupado por mí, ¿sabes?. Ya lo viste en mi casa. Lo
único que les importa es aparentar y sólo piensan que soy un
estorbo para ellos... Crecí rodeado de un montón de dinero que, en realidad, nunca me ha servido para
nada; de unos padres ausentes, sobre todo mi padre. Es duro ver
cómo odia lo que soy y quién soy... –se detuvo–. La mayor parte del tiempo estaba solo en una casa que
estaba llena de un montón de cosas, menos de lo que
necesitaba –siguió hablando, mirando hacia el suelo.
Abbie le miró emocionada. Entendía esa situación. Ella vivía en una familia distante en la que ella
había optado el rol de adulta y responsable.
–Te entiendo.
Devil se giró.
–En casa siempre ha habido problemas de dinero. Todos estamos más ocupados en pensar cómo
pagar la casa que en nosotros mismos. Llevo haciendo trabajos a
tiempo parcial desde los doce años... M is padres se lo gastan todo en estupideces, y al final, nunca hay
para pagar la casa... Todo por culpa de esos malditos aires de
grandeza. Van por ahí fingiendo que tienen dinero. Creo que nunca han sido capaces de asumir que
somos humildes. Así que, desde los doce años, me encargo en parte
de la economía familiar.
Devil la miró ensimismado. Abbie sonrió mirando hacia el suelo.
–Pero bueno, tú al fin y al cabo, eres exactamente cómo quieres ser y eres consecuente. Eres fiel
a ti mismo, aunque tus padres no lo entiendan. Es lo más grande
que puede tener una persona: el derecho y la libertad de poder ser exactamente cómo desea ser,
dándole igual lo que el resto del mundo opine. Y eso es algo que poca
gente experimenta en toda su vida. Y tú lo tienes, aunque haya gente que no sepa valorarlo. Vale y
mucho. Hay gente que ha sabido verlo, tu banda, por ejemplo.
–Sí –dijo Devil–. Ellos son mi familia. Y tengo a mi música.
–Yo en cambio vivo atrapada en una vida que no he escogido para mí. No he elegido nada, solo
cumplo mis obligaciones. Soy la típica chica a la que nunca le pasa
nada. Nunca –afirmó mirando directamente a los ojos de Devil–. Hasta ahora –ella se sintió
completamente seducida por esos ojos oscuros.
–Abbie –fue a decir él.
–No estás solo –le interrumpió la chica–. Sólo que las cosas no siempre suceden como
queremos. Pero tienes mucho más que mucha gente –dijo mirando el tablero
de ajedrez que se encontraba encima de la mesa con una mirada fría.
Devil la miró ensimismado.
–Yo con los chicos no puedo hablar de todo esto. Ellos sólo quieren acción y mujeres... Bueno
también quieren otra cosa –rió antes de ponerse serio de nuevo–. En
cambio, tú entiendes muy bien todo lo que significa esto para mí. No puedo mostrar vulnerabilidad.
Siento que me vuelvo débil. Pero contigo no me importa parecer
débil. Sólo quiero ser yo mismo.
Abbie apartó la mirada del tablero y se giró. La cara de Devil estaba muy cerca. Intentó apagar su
ira por el recuerdo de la única persona que hacía que su vida
tuviese un equilibrio, M aggie. Devil la miró con intensidad acercándose poco a poco a su rostro. Abbie
abrió los ojos como platos.
–¿Qué? –dijo Abbie echando la cara hacia atrás.
–He visto tu cara antes...
–No creo –aseguró ella, nerviosa.
–Nunca olvido una cara. Sé que te he visto antes, pero ahora no caigo.
Abbie abrió más los ojos y recordó el día en el que M aggie y ella estaban haciéndose fotos y
conocieron a Devil.
–Claro que me has visto. En la universidad... –se excusó como pudo.
–Debe ser eso... Oye, tú y yo –se detuvo enseñando su sonrisa–. Tenemos química, ¿no crees?
–Espero que no –dijo Abbie levantándose para llevarse el botiquín al baño.
Cuando volvió a la habitación vio como Devil miraba uno de los armarios y sostenía algo en la
mano. Le brillaban los ojos.
–M enuda pasada...
La robot de biblioteca le miró sorprendido.
–¿Quién te ha dado permiso?
–Por lo que veo eres una auténtica fanática del rock. Esto sí que es una sorpresa...
Abbie se acercó a él malhumorada. Le quitó las cosas de las manos y las guardó en su lugar. Se
puso enfrente del armario y le miró intensamente.
–Y veo que lo proteges con rabia –exageró, riéndose emocionado.
Abbie se sentó en el mismo lugar que antes. Devil se sentó a su lado.
–Cómo se te ocurra decir algo te aseguro que haré lo apropiado para que decidas arrepentirte.
–Hablas así.. .¿Ya estás nerviosa otra vez? –hizo una pausa reflexiva–. ¿Qué hay de malo en que
te guste el rock?
–Nadie lo sabe.
–¿Ni siquiera tu novio?
–M ax –enfatizó Abbie–. Tampoco.
CAPÍTULO 9
Confía en mí
Abbie notó como los rayos de luz se filtraban por las ventanas de su habitación. Con los ojos
cerrados respiró profundamente. Se sentía tan bien, tan tranquila.
Sonrió.
Abrió los ojos y giró la cabeza lentamente encontrándose pegada a Devil. Su cara estaba apoyada
en uno de sus hombros, él le miraba sonriente.
–¡Buenos días!–exclamó.
Abbie se apartó rápidamente, asustada, mientras él comenzaba a carcajearse.
Cogió una almohada y empezó a golpearle con ella.
–¿Qué haces? –preguntó el rockero confuso.
–Eres un aprovechado.
–Anda que no flipas..., has sido tú la que se ha apoyado en mi hombro. Yo sigo en la misma
posición que ayer.
Abbie dejó la almohada sobre la cama, molesta, y se levantó enfurecida. M iró a Devil. La
observaba atento, como esperando algo.
–¿Qué quieres?
–¿M e ayudas a levantarme por favor? –preguntó Devil con cara de cachorrillo. Abbie le extendió
la mano. Devil sonrió y ella le miró, sabiendo exactamente lo que
vendría después. El muchacho tiró fuerte de ella y cayó casi encima de él. Las gafas rodaron por el suelo.
Devil le miró con atención y una sonrisa pícara...
–No estás tan mal de cerca y sin gafas...
La empollona le miró sorprendida, sintiéndose hipnotizada por los ojos oscuros y duros del
rockero. Se levantó malhumorada, cogió las gafas y se dio la vuelta,
totalmente avergonzada.
–¿Vas a acompañarme a la salida? –preguntó él, levantándose.
–La conoces de sobra.
–Qué mala educación –dijo pasando detrás de ella y sonriendo.
Abbie le acompañó y abrió la puerta.
–Una cosa...
–¿Qué? –preguntó Abbie.
–¿Qué pasó ayer con Tino?
Abbie se quedó en silencio. ¿Qué debía decir? ¿Y por qué a aquel maleante le importaba lo que
hubiese ocurrido con Tino?
Devil la miró esperando una respuesta. Abbie le observó sin decir nada. De repente ambos
notaron una suave brisa que les rodeaba. Abbie vio el pelo oscuro de
Devil moverse con lentitud y éste se fijó cómo las coletas de esa chica se movían delicadamente.
–Lárgate.
–Qué malhumor tenemos por la mañana...
Devil se alejó unos metros de la casa y cuándo Abbie iba a cerrar la puerta, éste se giró de repente
y comenzó a gritar:
–¡Qué fría eres! ¡Echarme así después de la gran noche que hemos pasado juntos! –exclamó con
un tono exageradamente melodramático. Abbie abrió los ojos
espantada y miró a los lados. Algunos vecinos observaban la escena con malos ojos. Comenzó a sentirse
avergonzada y sintió que se ruborizaba. Devil comenzó a
desternillarse mientras se alejaba en dirección a la universidad. Cuándo llegó vio a su grupo en el
campus. Se acercó a ellos. Tino estaba bastante serio.
–Devil, ¿dónde has pasado la noche? Llevas la misma ropa que ayer –le preguntó uno de los
rockeros.
Devil dejó de mirar a Tino.
–Por ahí –cortó tajantemente para que no le preguntaran más. Se sentó junto a sus amigos y
empezaron a pensar cómo tomar represalias contra la banda con la que
habían tenido tantos problemas la noche anterior.
–Quizá no deberíamos hacer nada y dejarlo estar –opinó uno de ellos.
–No –aseguró Devil desafiante–. Se lo tenemos que hacer pagar –gruñó recordando el corte en la
mejilla de Abbie. M aggie le estaba observando con ojos pícaros
desde el césped. Aquella actitud agresiva de él parecía ponerle.
A los pocos minutos Abbie apareció por la entrada de la universidad y pasó junto a los rockeros,
Devil la observó pensativo. Esperaba cruzar una mirada con ella,
pero lo ignoró por completo. Tino se percató de la extraña expresión de Devil. Sabía exactamente lo que
significaba y se asombró.
Devil miró al frente, se levantó y resopló.
–¿Dónde vas? –preguntó M aggie.
–Necesito dar una vuelta en la moto. Luego vengo –les explicó a la banda.
–¡Voy contigo! –se levantó M aggie rápidamente.
–No –le ordenó tajantemente.
La rockera de vestimenta colorida se quedó inmóvil, sintiéndose algo herida.
Cuándo Devil iba hacia la entrada de la universidad, Tino simuló chocar con él con fuerza. Devil le
miró contrariado. Tino insistió.
–¿Qué haces? –preguntó Devil.
–Venga, vamos –le provocó levantando los brazos desafiante.
–No me voy a pegar contigo –le aseguró.
–Pues qué pena –dijo antes de coger impulso y propinarle un puñetazo a Devil en la cara.
Éste se tambaleó y se tocó los labios ensangrentados.
–¡Tino, para! –rugió avisándole. Su amigo le pegó otro puñetazo.
–¡Eh! ¡Eh! –gritó uno de los de la banda mientras iba a separarlos.
–¿Estás loco? –dijo Devil.
–¡Eres un cabrón, Devil! –bramó señalándole–. ¡Un puto egoísta!
–¿Qué os pasa? –preguntó M aggie sorprendida.
Devil miró a M aggie con preocupación. Como se enterara de que se había liado con Sheila iba a
tener un grave problema. Después se fijó en Tino. Sonreía. Seguro
que estaba pensando lo mismo que él.
La banda estaba atónita. Sheila se mordió el labio, inquieta, mirando a M aggie. No quería tener
que pegarse con su amiga, pero si ésta se enteraba de lo sucedido,
acabarían llegando a las manos con toda seguridad. Tino intentó soltarse.
–¡Dejadme ostias! ¡Que no voy a hacer nada! –gritó intentando quitárselos de encima.
Devil asintió a quiénes le sujetaban indicándoles que ya estaba bien.
Tino se acercó y dijo:
–Ahora entiendo por qué tus padres pasan de ti. Pero no te preocupes, porque donde las dan, las
toman –le amenazó mirando de reojo a Abbie, quien observaba la
escena–. Aún no he acabado con ella.
A Devil le cambió la cara y se volvió loco. Los de la banda le cogieron con fuerza. Tino se sentó de
nuevo y miró hacia el suelo dolido.
M aggie se dirigó a Devil.
–Creo que... sabes bien quién eres, no deberías hacer caso a las palabras que no te definen y que
sabes que son inciertas.
Devil se sintió fascinado y sonrío.
–Gracias, aunq hoy voy a drmir en el bajo, paso d ir a casa.
–Deberías volver a casa no es justo q tengas q dormir ahí.
–¿Cómo estas t?
–Bien.
–¿Te has curado ls moratones?
–Sí...
–¿Sabs? Ojalá n hubieses vist sto...
–No te preocupes, sé que lo has hecho por defenderme –espero unos segundos y envió– Bueno,
gracias por esto.
–Sí... ¿Como puedes llamar ¨esto¨ a un aparat d ultima generación?
–No puedo aceptarlo.
–Tenlo, te hará falta, n piens ir a buscarte cada vez q necesite algo, así cuándo quiera algo te
llamaré.
–¿Cuándo cobraré la deuda por salvarme del atraco?
–Aún queda mucho timpo, stás a años luz robot d biblioteca.
–¿Años luz? –se detuvo–. Suena demasiado tiempo –envió mientras sonreía.
–Lo suficiente.
Ambos rieron.
–Bueno, hoy es la última vez.
–¿Qué?
–Que voy a buscarte para pedirte alg, la próxima vez te llamaré.
Abbie miró por la ventana, observando la calle.
Devil le sonrió aguantando un objeto entre sus manos. Era como la guitarra eléctrica que ella
tenía, aunque la de éste era de color rojo y los relámpagos de color
amarillo. Abbie le miró y una pequeña sonrisa fue dibujándose en su boca.
Abbie abrió la puerta y el rockero ya estaba frente a ella.
–¿Qué es lo que quieres a estas horas?
–Tan sólo está anocheciendo.
–M e gustaría irme a dormir.
–¿Es una indirecta?
Abbie le miró con cierto odio.
–Por supuesto que no, jamás de los jamases tendría algo contigo.
Éste comenzó a reírse para después presumir:
–M ira, me he puesto mis mejores galas...
Abbie observó a Devil, iba vestido con una chupa oscura y una camiseta de tirantes negra, a la par
de unos pantalones también oscuros rotos, unas botas con
hebilla y un pendiente largo que colgaba de su oreja izquierda, acabado en una cruz. Su pelo estaba
desenfadado y destartalado, su sonrisa blanca brillaba en
contraposición con la oscura calle.
–¿A dónde me llevas hoy?
–¿No vas a cambiarte?
Devil miró a Abbie: sus trenzas, su camiseta a rayas de colores, sus vaqueros sencillos y unas
zapatillas rosas.
–Voy bien –dijo ella cerrando al puerta.
–Si así lo crees...
Ella le pegó un empujón, molesta, mientras Devil se reía.
El chico se dio la vuelta rascándose la cabeza avergonzado.
–Devil –le llamó ella con un tono distinto a las otras veces.
Devil se giró serio.
–¿Por qué me has protegido antes? –preguntó la chica mirando hacia el suelo.
Devil se acercó a ella y agachó la cabeza para mirarle a los ojos. Cogió su barbilla y la levantó
cuidadosamente para que le mirara directamente a los ojos.
–No podía pasar el que te hubiese puesto tan sólo un dedo encima –gruñó–. Nunca lo permitiría.
Abbie se quedó completamente perpleja. Devil observó con intensidad aquella empollona que le
miraba con sus ojos brillantes.
–¿A dónde vamos hoy? –preguntó Abbie apartándose de él y tratando de sentirse indiferente.
–Has preguntado eso realmente emocionada, ¿eh?
–No –dijo ella secamente.
–Voy a enseñarte cómo nos retamos los rockeros.
Abbie le miró confusa. Devil se dirigió a la moto y se subió.
La empollona se puso enfrente, ceñuda. El rockero sonrió y le ofreció la mano.
–Confía en mí.
Abbie le miró todavía más ceñuda, extendió lentamente su mano hacia la de Devil y la cogió con
delicadeza. Se subió a la moto.
Devil le dio gas y tras un fuerte rugido se dirigieron a una nueva noche, dónde ambos sabían que
ocurriría de todo menos lo esperado.
CAPÍTULO 10
El desafío de los rockeros
El rockero y la empollona llegaron a una pequeña pista de saltos de motocicletas a las afueras de
la ciudad. Parecía un lugar de saltos de motos por la arena del
suelo y los carriles vertiginosamente retorcidos que se encontraban por todo el lugar.
Abbie bajó observando aquel majestuoso espectáculo complemente fascinada. Había algunas
personas en aquel circuito haciendo piruetas.
–¿A qué mola? –preguntó Devil dedicándole una sonrisilla pilla. El rockero se bajó de la moto
para después ir hasta un chico y saludarle.
–¿Quién es ella? –le preguntó aquel chico curioso mirando a Abbie.
–Ey, ven aquí –gritó Devil a Abbie.
Abbie se acercó.
–¿Có o ué e ? No so u u o...
–No es mucho de tu estilo –aseguró el chico algo mayor que ellos–, pero tiene carácter.
Aquel extraño se presentó. Abbie le miró algo avergonzada cuándo ese hombre, de manera
brusca, se dirigió a ella haciendo el mismo saludo que había hecho con
Devil.
Se dio la vuelta y se fue.
–¿Estás cortada? –preguntó Devil con un atisbo de burla.
–Cierra el pico –contestó Abbie rotunda.
–¿Qué pasa? ¿Que sólo eres así de desagradable conmigo? La confianza es asquerosa.
–Sí –contestó Abbie con sequedad–. Eres afortunado.
–¡Qué suerte tengo! –exclamó irónicamente.
Al poco apareció un chico rubio, con otra chupa de cuero bastante rasgada y un par de cadenas
atadas a ambos lado de su vaquero. Se movía chulesco mientras iba
saludando de la misma manera que Devil a todos los grupos que se encontraban allí.
–¿Quién es? –preguntó Abbie.
–El gilipollas con quién me reto.
–¿Ese? –preguntó asombrada.
–¿Preparado, Devil? –preguntó el chico rubio una vez se acercó a ellos.
–Por supuesto.
Abbie le miró confusa.
–No te muevas de aquí, sólo mira –se detuvo para contemplarle con ojos fijos que se imponían a
los de ella–. No hagas ninguna de las tuyas, siempre te metes en
problemas...
Y tras esto, el rockero comenzó a alejarse.
–¿Y me lo dices tú a mí? ¿Por culpa de quién suelo meterme en problemas? –le gritó viendo a
Devil alejarse riendo. La había escuchado.
Él se marchó, cogió la moto pero no se puso el casco. Pasó por el lado de Abbie y se detuvo:
–Hasta luego...eso si sobrevivo...
Abbie le miró horrorizado por aquella frase que no cuadraba con su sonrisa despreocupada y
tranquila. Devil dio gas a la moto y se dirigió al centro de la pista.
Todos los que estaban allí haciendo piruetas les abrieron paso y se quedaron alrededor
observando. De repente apareció el hombre de antes que se había
presentado de esa manera tan molestamente cercana a Abbie. Parecía ser quién dirigía todo aquello.
–No te quedes aquí –se dirigió a la empollona–. ¿Quieres ver al pirado de tu novio haciendo
virguerías más de cerca?
–No es mi...–se apresuró a decir intentando contradecirle, pero se dio cuenta de que éste ya
había empezado a avanzar. Le siguió.
Abbie se metió entre todas las personas que habían rodeado el circuito intentando ver algo.
Observó cómo el hombre que acababa de invitarle a acercarse se ponía
en medio de Devil y el otro rockero, en aquel gigantesco escenario de arena. Los rockeros estaban junto
a sus motos, uno en frente del otro, y se miraban retándose .
–¡Ey tíos! ¿Estáis listos para ver...sangre? –gritó el director de todo aquel espectáculo con
micrófono en mano.
La gente hizo un sonido extraño, aprobando el ofrecimiento.
Abbie miró horrorizada a su alrededor. ¿Qué iban a hacer?
–Hoy tenemos dos rockeros de pura cepa, con dos burras que están realmente guapas. ¡A mi
derecha tenemos a Adam! –presentó a aquel chico rubio. La gente
comenzó a aplaudir–. Y a mi izquierda, al tío más grande de las entrañas de la ciudad, al que conocemos
todos. ¡Devil! –La gente empezó a gritar y a aplaudir efusiva.
–Adam 4 victorias y 0 derrotas, Devil 4 victorias y 0 derrotas. ¡La cosa va a estar muy
interesante!
Todos comenzaron a vitorear de nuevo.
Abbie comenzó a escuchar una conversación de dos rockeras que estaban delante suyo:
–Ninguno ha perdido nunca, o sea que alguien hoy se estrena. Van a utilizar el cuarto reto, hay
que estar muy loco, posiblemente quién pierda, palme. Es un
circuito jodido.
Abbie notó cómo el corazón se le salía del pecho y miró a Devil.
–¿Estáis preparados? –gritó el hombre.
Tanto Devil como Adam pusieron a rugir las motos de cara al circuito y aquellos saltos
imposibles.
Abbie miró con terror a Devil y éste le guiñó un ojo. Comenzó a darle gas a la moto sin
desplaza se toda ía: Va po ti , dije o sus la ios.
–¡Ya! –dio la salida el moderador del lugar.
Ambos se dirigieron a uno de los circuitos de la pista los cuales estaban duplicados, situados
paralelamente el uno del otro, para que cada uno realizase el mismo
recorrido simultáneamente. Ambos comenzaron. Se podía saber con facilidad quién era más rápido.
Abbie no podía apartar la mirada de Devil sintiéndose abrumadoramente fascinada por aquel
caballero del motor.
El rockero se sentía completamente libre y saboreó la adrenalina mientras recorría su cuerpo.
Empezó realizando unos saltos en el aire con la moto. Tras esto se
dirigió a otro circuito dónde el salto lo hacía solamente sujetando la moto con una mano.
Abbie se quedó allí sintiéndose especialmente pequeña e insignificante en medio de ese mar de
rockeros que gritaban cómo locos tras cada salto. Observó la gran
velocidad a la que iban.
Después de realizar aquellos saltos, ambos cayeron en el suelo derrapando y girando la rueda
trasera. Se pusieron uno frente a otro en cada punta de la pista, esta
vez enfrente de un único circuito por el cual correr, un único carril, el salto más peligroso de todo el
circuito en el que era imposible que no chocaran.
–¿Ya ha terminado? –preguntó Abbie a las rockeras de delante. Éstas se giraron a contestar pero
se quedaron mirando extrañadas el aspecto de Abbie.
–¿Terminado? Sólo estaban calentando motores –contestó una de ellas de mala gana.
Abbie miró la escena con horror.
Ambos volvieron a calentar motores y uno empezó el circuito por el final y el otro por el
principio. Siguieron con aquellos saltos retorcidos pero con mayor
velocidad. Derraparon en una curva y cogieron impulso para el salto definitivo.
–¡Dios mio! –exclamó Abbie al ver que ambos iban con la mayor velocidad posible uno contra a
otro sin intención de detenerse.
Entraron en la pista y de repente se elevaron en el aire encontrándose una moto frente a otra.
Abbie corrió hacia la primera fila, horrorizada, sin dejar de mirarlos.
Devil suspendido en el aire, giró el culo de la moto tratando de golpear con la rueda trasera la
moto del contrario mientras Adam intentaba darle con el brazo en el
cuerpo para hacerle caer. Parecía una pelea entre dos caballos salvajes.
Abbie observó cómo ambas motos caían de pie moviéndose frenéticamente y los oponentes
realizaban verdaderos esfuerzos por mantener el manillar recto. De
pronto se escuchó una oleada de vítores y aplausos.
–M enudo espectáculo... –aseguró sorprendida una de las rockeras que se habían desplazado
también más cerca.
–M ierda. ¿Cómo es posible que hayan ganado los dos? –preguntó una de las rockeras a otra.
–Siempre suele piñarse alguien, así que tendrán que ir a prórroga.
–¿Qué? –dijo Abbie mediante un bufido sacando todo el aire.
Las motos se pusieron en la posición inicial, dónde se había realizado minutos antes la
presentación de los adversarios. Devil miraba con intensidad a su oponente.
–¡Prórroga! ¡Prórroga! –gritaba el público.
–No, no, no –dijo Abbie mediante un susurro.
El presentador volvió a dirigirse al público.
–¡Ha sido alucinante! ¿Queréis prórroga? –gritó con el micrófono de nuevo encendido.
La gente gritó u so o o “í . A ie e pezó a o e se i te ta do a e a se lo á i o posi le a
Devil y pedirle que parara. Se acercó lo suficiente como para que,
incluso tapado el micrófono con la mano, escuchara al hombre decirles:
–Dejadlo aquí, da igual lo que os pidan, lo siguiente es muy chungo. Devil, te la juegas. Adam,
deteneros aquí.
Abbie sintió cómo el corazón se le congelaba.
–Seguimos –dijo Devil.
–Seguimos –contestó el tal Adam.
Abbie negó con la cabeza.
–¡Devil! ¡Devil! –gritó ella intentando que le viera para pedirle que se detuviera. Éste se giró
viendo la cara de espanto de Abbie. La empollona negó con la cabeza.
El rockero haciendo caso omiso a Abbie, se giró y le dio gas al motor produciendo un fuerte rugido,
haciendo la señal rockera de que continuaba con el desafío. Adam le
siguió girando la muñeca frenéticamente sobre el manillar mientras sonreía de forma chulesca.
Los espectadores gritaron entusiasmados.
–Todos sabemos que para esta parte –dijo el hombre– necesitamos dos voluntarias, y no dos
cualquiera sino dos pedazo de inhumanas que tengan lo que hay que
tener para salir.
De pronto hubo un silencio. Ninguno de esos rockeros quería ser voluntario. Abbie cada vez se
percató más del peligro que suponía.
–Yo me ofrezco –gritó una chica rubia rockera con semblante serio y el pelo rizado.
–Una valiente, perfecto.
La chica se acercó y besó con pasión a Adam. Parecía ser su novia.
Todos gritaron de nuevo.
–Bueno, suelen ser las novias quienes se ofrecen voluntarias –siguió el hombre apoyando su boca
en el micrófono.
–M e ofrezco –se escuchó una voz que Abbie reconoció enseguida
Abbie vio a M aggie entre toda esa gente. ¿Qué hacia ella allí?
Vio cómo se acercaba a la pista.
Abbie empujó a todo el mundo para poder salir a la pista.
–¡No! ¡No! ¡Yo lo hago! ¡Yo me ofrezco! –gritó Abbie con las manos en alto intentando salir de allí.
Devil se giró extrañado y la miró espantado.
Abbie se acercó a ellos.
Devil bajó de la moto y la cogió delicadamente del brazo mientras acercaba su rostro al suyo. M
aggie se detuvo a unos pasos de ellos.
–No vas a hacerlo, ni de coña.
–Sí, voy a hacerlo –le contestó Abbie con rotundidad.
Devil miró hacia los lados cerrando los ojos. Tiró el aire, no podría convencerla, era demasiado
cabezota.
–He dicho que ni de coña –se giró a mirarla con intensidad–. Es demasiado peligroso, no voy a
ponerte en riesgo así. M aggie tiene experiencia en estas cosas, tú no.
–Se detuvo dándose cuenta de que no le había convencido–. Abbie, nunca he llegado hasta aquí, ni ella
tampoco. ¿Cómo esperas que te deje hacerlo a ti? Se necesita
haber hecho algo menor primero. Es cuestión de autocontrolarse, tu cuerpo reaccionará y querrá
moverse y si te mueves Abbie, por poco que sea...
Abbie le miró intensamente, observó su cara de preocupación. De nuevo surgió esa química entre
ellos. Esa gran química que le arrastraba inevitablemente a él, a su
carisma, a su cuerpo, a todo su ser. La empollona siguió mirándole convencida, no se echaría para atrás,
no podía dejar que su mejor amiga hiciese aquello.
M aggie dio unos pasos más y se detuvo haciendo un deliberado acto de presencia. Ambos se
giraron al percatarse de que ésta les observaba, enfurecida y con la
mandíbula apretada.
La empollona se giró a mirar de nuevo a Devil.
–Voy a hacerlo, tú has decidido hacer esta locura, yo también puedo decidir.
–Tú lo has dicho –dijo acercando su rostro muy cerca del de Abbie–. Jugarme la vida lo he
decidido yo, no quiero meterte en esto –dijo sin encontrar las palabras–.
Para algo así necesito que la otra persona confíe en mí, de corazón Abbie, que sepa cuándo me vea ahí
en lo alto –señaló con el dedo– que podré controlar la moto.
–Confío en ti –aseguró Abbie dando unos pasos hacia él mientras le miraba a pocos centímentros.
Abbie se separó de él.
–Estoy lista –le dijo con una seguridad aplastante.
–Vale, entonces me retiro, tú ganas –dijo Devil a Adam quién le contestó complacido con una
sonrisa. Devil apretó la mandíbula dirigiendo su mirada hacia otro
lado, molesto por la retirada.
M aggie abrió la boca ofendida. Devil, el chico más orgulloso del mundo, incapaz de ceder, incapaz
de renegar de su naturaleza, lo estaba haciendo por Abbie.
–No puedes retirarte, ya lo sabes –dijo el hombre que presentaba el espectáculo. Ya has hecho el
pacto, lo siento tío.
Devil suspiró.
–Por favor –se volvió a dirigir a Abbie y la miró con los dientes apretados.
–Está bien –dijo el hombre intentando poner orden–. ¡Ey nena! –se dirigió a Abbie–. Es su juego,
si no está de acuerdo él con su voluntaria no puedes salir...
Abbie miró a M aggie. No , se dijo. La o ot se di igió a a al ho e, le ogió de la hupa le
gruñó:
–Lo voy a hacer yo. Y punto.
El hombre la miró sorprendido y Abbie mantuvo su mirada convencida. Todo el público se quedó
alucinado. Aquella chica de apariencia infantil y modosita, que
destacaba en aquel paisaje del rock, había demostrado tener más valor que ninguno.
El hombre comenzó a reír.
–Devil, macho, me ha ganado, es genial –dijo afirmando con la cabeza.
El rockero resopló y se subió a la moto.
–Bueno dale el beso, es una señal de suerte –le pidió el director del espectáculo
Abbie recordó el beso apasionado que la novia de Adam le había dado tras ofrecerse voluntaria.
–¡Eso sí que no! –exclamó alterada elevando los brazos frenéticamente de manera infantil.
Devil pese a que su cara mostraba descontento por lo que acababa de ocurrir hizo una mueca
graciosa.
CAPÍTULO 11
Jaque Mate
Abbie se levantó sin acordarse mucho de lo de la noche pasada. Sólo recordaba a Devil
dejándola sobre la cama y marchándose. Suspiró y se levantó ante la mirada
de los padres.
–¡Qué susto!
–¿Dónde estuviste anoche? –preguntó su padre.
–Apesta a alcohol –afirmó la madre.
–Estudiando...
–¿En una discoteca?
–Salí a hacer algo urgente.
–¿El qué?
–Pagar parte de mi deuda a un chico que me salvó de un drogadicto –pensó Abbie–. No ocurrirá
más –aseguró Abbie.
–Eso esperamos –contestaron sus padres enfadados.
Abbie se duchó y se vistió. Volvió a su cuarto a ordenarlo un poco.
–Te estoy llamando, te estoy llamando, cuatro ojos. Cógelo, cógelo.
–¿Ahora qué?
–¿Qué tal la resaca? –gritó dejando casi sorda a Abbie.
–Peor si chillas.
–Por eso lo hago, empollona –dijo divertido lo que Abbie denotó que estaba de buen humor–.
Hoy tenemos concierto, ¿te apuntas?
–M e gustaría pero no creo. M is padres están enfadados, y con razón.
–Sal a escondidas.
–Claro que no.
–Entonces te sacaré yo a escondidas.
–Grábalo con algo y ya lo veré.
–¿De verdad te vas a perder un concierto en vivo y en directo?
–Está bien, iré.
–¿Seguro?
–Sí. ¿Dónde es?
–Paso a buscarte.
–No hace falta, iré sola.
Llegó la noche y Abbie tuvo que buscar el mejor momento para escaparse. Aprovechó que sus
padres estaban en el salón y salió por la ventana.
–Lo que me hace hacer este idiota, todo por la vengan...
–¡Hola! –exclamó Devil saliendo de detrás de unos arbustos.
Abbie se asustó.
–¿Qué haces?
–¿Decías? ¿Todo por la qué?
–La deuda –dijo Abbie intentando disimular.
–¿Nos vamos?
–¿Dónde tocáis?
–En El rock imperial, el mejor pub rockero de Valencia.
–¿En serio?
–Sí. Vas a flipar.
–Si tú lo dices...
–Confía en mí –le sonrió.
Abbie se subió en la moto y rodeó lentamente la cintura de Devil. Apoyó su cara en la chupa
inhalando su olor, ese olor particularmente suyo. Él no dijo nada,
pero una ligera sonrisa se asomó en la comisura de sus labios. Abbie cerró los ojos sintiendo sus coletas
bailar con la brisa de la velocidad.
Unos minutos más tarde ya se encontraban a pocos metros de la plaza de toros. Estaba llena de
gente ingenua pensando que se comerían la noche. Cualquier cosa
que ellos hicieran sería mucho menos locura de lo que ella estaba haciendo. Estaba subida en una moto
despampanante con el tío más peligroso de la ciudad. Pero le
encantaba.
Las coletas volvieron a ondearse con el viento al volver a arrancar. Devil aparcó y Abbie bajó.
Abbie miró alrededor. Ese día la calle de la plaza de toros estaba a rebosar más de lo habitual.
De pronto notó la mano resistente y fuerte de alguien entorno a la
suya.
Se giró viendo a Devil que la miraba con una pequeña sonrisa torcida. Abbie le miró algo
obnubilada y sorprendida, pero no dijo nada. Devil tiró de ella y ésta se
dejó arrastrar hacia las entresijadas calles del centro de Valencia.
Ambos llegaron a un local algo grande, estaba lleno de gente, todos tenían un estilo rockero
excepto Abbie. Frunció los labios, siempre le ocurría lo mismo. Devil y
Abbie pasaron por medio de la gente, entre ellos dos chicas rockeras que miraron con desprecio a la
empollona. El rockero se dio cuenta y les devolvió una mirada fría y
dura, las chicas se giraron en dirección contraria inmediatamente. La empollona miró al rockero y éste
sonrió.
–Tengo que reunirme con estos. Salimos dentro de 10 minutos, intenta acercarte al escenario.
Abbie asintió y vio como Devil se dirigía hacia la barra donde le esperaban una fila de chupitos
que se bebió con un rápido juego de muñeca.
Ella comenzó a mirar el local. La gente estaba inquieta y emocionada, esperando ver al grupo de
Devil. Parecía ser conocido allí. Aquello estaba a rebosar. Alcanzó
a ver un montón de chicas rockeras en primera fila que parecían querer comerse el escenario. Supuso
ue se ía fa s de De il, las g oupies de The De il´s Ba d .
De pronto las luces se apagaron y se encendieron rápidamente unas cuántas veces. La última vez
que se encendieron, el grupo de Devil estaba ya colocado sobre el
escenario: Devil, Tino y tres de la banda.
Devil y Tino llevaban guitarras eléctricas, otro de ellos, la batería, y los otros dos, bajos. El resto
del grupo estaba en primera fila junto a aquellas chicas groupies.
Abbie vislumbró a Devil viendo cómo los rayos de luz del foco se filtraban a través de él, y de pronto lo
vio majestuoso, profundamente poderoso.
El rockero acercó la mano al micrófono y lo acarició. La música empezó a sonar con una fuerza
increíble. Devil comenzó a cantar en inglés su canción: ¨Demonio
rojo¨, con una fiereza increíble, acompañado de unos rugidos que hacían más sentida la canción. Abbie
observó con la boca algo abierta aquel espectáculo de poderío. La
letra en inglés decía:
El de o io ojo te pe sigue e a, ada podrá pararlo, si él quiere te alcanzará.
Podría ser peligroso, demasiado hasta llorar pero no puedes evitarlo, está en tu naturaleza.
El amor es tan sólo un cuento de hadas cariño, no te lo creas, no te lo creas ni por un segundo.
CAPÍTULO 12
Arriesgaría todo por ti
Devil había estado bebiendo toda la noche mientras no paraban de repetirse en su cabeza las
palabras de la empollona sobre la noche que hablaron de los de la
banda. Y debido a esas palabras, había llegado a la conclusión de que ahora tenía que ser él el que diera
la cara por quiénes quería, como muchas veces habían hecho por
él.
Llamó a los de la banda para reunirse.
–¿Qué coño quieres Devil? –preguntó Tino.
–Lo siento –les dijo directamente.
M aggie le miró contrariada. Jamás había escuchado esa palabra en los labios Devil. Los rockeros
dejaron de estar tan a la defensiva y relajaron sus posiciones.
–Os prometo que jamás os vendería, somos una familia y os quiero. Jamás os cambiaría por
nada.
Los rockeros siguieron escuchando.
–Tino, sé que soy un puto cabrón y que me lié con Sheila, pero voy a cambiar. Nunca voy a
volver a putear a mi mejor amigo. Tú estás primero que esa tía, colega.
Tino le observó atento.
–Y M aggie... siempre serás la rockera más de la ostia para mí, sabes que me has molado mucho.
Debí ser justo contigo y no lo he sido. Te he tratado mal a veces y
soy un cabrón, ya lo sabes. Y siento haberte hecho daño con mis gilipolleces, pero también sabes que
siempre vas a poder contar conmigo. Lo sabes, ¿no, enana?
M aggie le miró sin entender ese gran cambio.
–Ella es buena para ti, lo es Devil –le dijo Tino sabiendo ambos que hablaban de Abbie.
M aggie miró a Tino extrañada.
De pronto escucharon el sonido de unas motos que conocía. Los rockeros se tornaron serios.
Devil se giró de inmediato. No estaban preparados para lidiar con
ellos en ese momento y era más consciente de que los que llegaban no se iban a andar con chorradas.
–¡Salid de aquí cagando ostias! ¡Ya! –gritó Devil a su banda.
La otra banda les cortó el paso antes de poder irse de allí.
Abbie corrió hacia el bajo dónde solían estar los rockeros y escuchó unos gritos en la parte de
detrás. Un hombre apuntaba a Devil con un arma mientras el resto de
la banda estaba sujeta por algunos de los matones de la banda contraria. M aggie estaba llorando al ver
a Devil frente a la pistola. Él parecía bastante sereno, incluso
dejado, como si pensara en otra cosa que no fuese que estaba a un disparo de morir.
Abbie corrió y se puso en medio de la pistola por instinto, sin pensarlo. Devil la miró horrorizado.
El resto de la banda se quedó completamente sorprendido,
incluida M aggie, que dejó de llorar.
–¿Qué cojones haces? ¿Estás loca? –le gritó Devil–. ¡Lárgate de aquí!
Abbie miró al agresor con firmeza.
–Podemos arreglar esto hablando.
Devil la miró sorprendida. ¿Dónde se creía esa estúpida niña que estaba? ¿Acaso tenía idea de
con quienes estaba tratando?
–¿De dónde cojones ha salido ésta? ¿De los dibujos animados? Vamos a ver niña, tengo cuentas
pendientes con Devil. El cabrón me ha soplado instrumentos que
valen una pasta. Con todo su jepeto.
–Gané esos instrumentos legalmente, macho, no me jodas –dijo Devil levantando los brazos–. No
es como para ponerse así.
El hombre hizo un gesto con la cara y uno de esos hombres se acercó a Abbie y la cogió. Ella
comenzó a patalear.
–¡Suéltala, maldita sea! –gritó Devil.
El hombre quitó el seguro del 38 que sujetaba entre sus manos. Devil se detuvo. Abbie no paraba
de patalear luchando contra los brazos que la sujetaban.
–¡Suéltalo, déjalo ir! –rugió Abbie.
Devil sonrió. Pensó en cuánto le importaba esa chiquilla, e intentó poner todos sus sentimientos
en aquella sonrisa. Él quería que le recordara así. Abbie se dio
cuenta de que ese gesto era algo así como una despedida.
–Cierra los ojos –le pidió Devil–. No tienes por qué ver esto.
Los de la banda de Devil miraron la escena horrorizados, entendiendo que tenían poco que hacer.
Les habían pillado sin estar preparados para defenderse.
Abbie le miró con rabia y negó con la cabeza.
–¡Y una mierda! –gritó Abbie mientras le pegaba un pisotón al tío que la sujetaba y conseguía
liberarse. El hombre de la otra banda apuntó a la cabeza de Devil.
Abbie corrió con todas sus fuerzas y le dio un golpe al arma segundos antes de escucharse el
disparo. El estruendo sonó tan cerca, que escuchó un pitido en sus
oídos.
Los del grupo de Devil se quedaron paralizados, sin saber dónde había ido a parar la bala. Abbie se
giró horrorizada viendo cómo el hombro de Devil comenzaba a
sangrar de manera exagerada. En ese momento empezó una pelea callejera entre las dos bandas.
Abbie se dirigió hacia Devil. Éste se dejó caer sobre ella, abrazándola.
–¡Llévatelo! –le gritó Tino–. ¡Llama a una ambulancia!
La empollona se lo llevó, medio arrastrándolo, con la ayuda de M aggie. Se alejaron un poco y se
metieron en uno de los callejones. Devil estaba apoyado sobre
Abbie. M aggie la ayudó a tumbar al rockero en el suelo.
–¡Hay mucha sangre Abbie! –exclamó M aggie–. ¡Está sangrando mucho!
La empollona, por primera vez en mucho tiempo. volvió a ver a quién había sido su mejor amiga.
–¡Llama una ambulancia! ¡Intentaré taponar la herida! –indicó Abbie con las manos temblando.
Devil sonrió a Abbie.
M aggie le dio la camiseta a Abbie quedándose en ropa interior y la robot de biblioteca la utilizó
para taponar la herida. De pronto empezó a sentirse mareada.
Cerró los ojos evitando ese temblor que le recorría el cuerpo. Devil cogió las manos de Abbie y las rodeó
con las suyas para que no viera la sangre. Le sonrió.
–Vas a ponerte bien –le aseguró Abbie.
–M e has salvado la vida, me había apuntado a la cabeza, apartaste la dirección de la pistola, no te
culpes por esto. M e has dado una opción de sobrevivir.
–No lo hago –dijo ella intentando no llorar.
–Aún así, quiero que me digas si realmente es cierto lo que me dijiste ayer. ¿Tanto me odias?
M aggie giró la cara a un lado, con pesadumbre.
–No, no es cierto –dijo firmemente Abbie.
Devil sonrió con los ojos cerrados.
La ambulancia llegó enseguida y ambas se subieron en ella. Le pusieron oxígeno a Devil mientras
M aggie sollozaba. Abbie miró a la nada con la ropa llena de sangre,
completamente ida, con la mano todavía sujetada por la de Devil, que no la había soltado en todo el
trayecto.
Cuando llegaron al hospital corrieron hasta el quirófano. Al entrar, Devil tuvo que soltar la mano
de Abbie por obligación.
A los pocos minutos llegaron los de la banda de Devil. Inmediatamente fueron hacia M aggie para
preguntar por Devil. No podía hablar, sólo lloraba. Se abrazó a
uno de los de la banda. Abbie estaba sentada en el suelo, apoyada en la pared mirándose las manos
ensangrentadas. Tino fue hasta ella:
–¿Estás bien?
CAPÍTULO 13
Me gustas demasiado
Abbie no había vuelto al hospital. Ni tan siquiera había contestado a los insistentes de Devil. La
empollona había estado preguntando por él en la universidad, pero
no tenía fuerzas para nada. Se había enamorado del objeto de su venganza.
Había pasado una semana desde que habían herido a Devil y estaba a punto de recibir el alta del
hospital. Abbie había necesitado toda esa semana para intentar
entender y reconocer sus sentimientos. Había estado observando su gran plan de venganza, mirando su
ajedrez. No sabía en qué momento se le había escapado todo de
las manos, en qué momento ese odio que sentía por él se había convertido en aquel amor tan intenso.
Se había quedado prendada de él.
Recordó lo que M ax, que le había ignorado y esquivado durante toda la semana, le dijo sobre que
Devil estaba enamorado de ella. Era imposible. Y siempre que
pensaba que no podía ser que alguien cómo él se hubiese enamorado de alguien cómo ella se enfadaba.
¿Desde cuándo ella se había vuelto más poquita cosa que ese
chico? Ella siempre se había sentido muy superior a él. Por otro lado, Devil, había esperado cada día que
Abbie fuera a verle. Había reflexionado mucho sobre que
sentimiento era aquel que nunca antes había experimentado, una sensación tan intensa que le hacía
increíblemente fuerte y vulnerable al mismo tiempo. Incluso su
madre, sorprendida por esa nueva afición, le había comprado un libro sobre el amor a petición suya.
Siempre que los de la banda iban a verle y veían que el rockero estaba leyendo aquel libro rosa, se
burlaban de él, y entre carcajadas, se lo quitaban y le pedían que
lo escondiera entre las sábanas. Pero él nunca lo escondía, siempre seguía leyéndolo. Quería descubrir
qué significaba esa chica para él, y aunque sabía poco del amor, le
hacía cierta gracia haberse enamorado de alguien cómo ella.
A ie, ie t as ta to, pe sa a e la pala a a o . ¿Podía De il se ti lo? E a o o si esa parte
de su ser estuviese negada. Le gustaba jugar con todas, ¿pero
enamorado? En absoluto, era impensable. Saltó de la cama molesta. Era estúpido intentar declararse a
Devil. Ya le veía burlándose, riéndose de ella.
Devil, en ese momento, pensaba cómo confesarse a Abbie. Era algo que nunca había hecho. Sus
antiguos métodos no iban con ella y tampoco quería usarlos.
Arrinconar a una tía y besarla apasionadamente no era exactamente lo que quería hacer, pero no sabía
hacerlo de otra manera. En ese momento se arrepintió de todas
esas veces en las que salía con sus ligues al cine a ver películas románticas y se quedaba dormido. Podía
haber cogido ideas.
Necesitaba ser él mismo y decirle lo que sentía, pero sabía que Abbie no le soportaba y que en
cierta medida, a pesar de ese sentimiento que fluía entre ambos,
sabía que ella le odiaba, y no sabía por qué. Abbie abrió la puerta encontrándose con Devil enfrente. Los
pensamientos de ambos se disiparon por momentos.
Devil miró hacia abajo algo avergonzado.
–No has venido a verme.
–Necesitaba pensar un poco –aclaró acercándose a él–. He estado preguntándole a Tino cómo
evolucionabas.
–Lo sé, yo también.
–¿Has ido a casa a descansar? ¿No habrás pasado primero por aquí?
–Por supuesto que no –dijo él mientras miraba de reojo la pequeña maleta de ropa que había
utilizado en el hospital, escondida en la esquina de la calle.
Abbie pensó que el hecho de que hubiese ido a verla podía ser una señal sobre los sentimientos
de Devil.
–Bueno, luego te llamo –dijo él dándose la vuelta.
–¡Vale! –exclamó ella sin saber qué hacer para detenerle y confesarle sus sentimientos.
Abbie entró en su casa mirando hacia atrás y cerró la puerta. Devil cogió la pequeña maleta y
comenzó a caminar por la calle. Ya en casa, se dejó caer sobre la cama
e hizo una mueca de dolor por los puntos de sutura que tenía en la herida. Empezó a pensar cómo podía
abordar el tema de sus sentimientos con aquella herrática chica.
–Tino, tengo que hablarte de algo–inquirió M aggie a través del teléfono.
–¿Ha pasado algo? –dijo levantándose de la cama alterado.
–Es sobre Abbie...
–Oh, dime –relajó el tono metiendo otra vez la cara entre la almohada.
–Voy a contarte algo de ella que seguro que te sorprende.
–M aggie, déjalo estar, ¿quieres?
–Es importante.
Tino resopló y cerró los ojos.
–Sé que estás enamorada de Devil, pero lo tuyo ya es obsesivo. Olvídale, y de paso, déjame dormir.
–Te espero a dos calles de la casa de Abbie con los demás en diez minutos.
–¿Qué pasa, Tino? –dijo la mujer que estaba tumbada a su lado.
–La gente hoy se ha vuelto loca –rió–. Sigue durmiendo, yo voy a hacer lo mismo.
Devil se dirigía a casa de Abbie mirando el móvil y sin dejar de pensar que debía llamarla y quedar
con ella. Abbie volvía a su casa después de hacer unos recados y
se encontraba ya a unas cuántas calles de casa.
El móvil empezó a sonar.
La e pollo a espi ó a tes de espo de la lla ada. Vo a de í selo e pe so a, ueda e os
ho ue sea lo ue Dios uie a .
–¿Sí?
–Abbie, tengo que decirte algo importante –dijo mientras ella le veía en frente de su casa.
La empollona siguió caminando mientras notaba que cuanto más cerca estaba de él, más feliz se
sentía.
–¿Estás ahí? –preguntó extrañado.
–Sí –contestó ella muy cerca de la espalda del rockero.
Devil se giró con el móvil aún en la oreja. Abbie le miró aguantando el teléfono también en su
oreja. Ambos colgaron a la vez.
Devil se acercó a ella vacilante.
–Yo...
–Espera, yo también tengo algo que decirte.
–¿Ah, sí?
–Sí, Abbie, yo...
En ese momento, apareció la banda de Devil por la esquina.
–¡Ey, te estábamos buscando! –exclamó uno de ellos.
Se acercaron todos, incluyendo a M aggie entre ellos.
–¡No me lo puedo creer! –se molestó Devil de que le interrumpieran justo en ese momento.
–¿Interrumpimos algo? –preguntó Tino totalmente despeinado. Parecía que los rockeros
acababan de sacarlo de la cama en voladas.
–Voy a decirte algo –prosiguió Devil, girándose hacia ella de nuevo–. M e da igual quien esté
delante.
Abbie cogió aire.
M aggie observó la cara de Devil y supo exactamente lo que iba a hacer.
–¡Devil! –gritó dando un paso hacia ellos.
–Ahora no, M aggie. –Se sintió culpable por tener que decir lo que iba a decir delante de M aggie pero,
por fin, había encontrado el valor para hacerlo.
–¡Ella nos ha estado engañando a todos! –exclamó con énfasis.
Por primera vez Devil miró a M aggie.
–¿Qué dices? –preguntó Devil arrastrando las palabras.
Abbie miró con cara de horror a M aggie. Sabía lo que iba a decir.
–O lo dices tú, o lo digo yo... –la desafió M aggie con chulería.
CAPÍTULO 14
El secreto desvelado
Abbie miró a M aggie con la mandíbula apretada.
–¿Qué pasa, chicas? –preguntó Devil al ver a Abbie realmente asustada.
–Abbie es una puta impostora –soltó M aggie mientras se dirigía hacia ella intentando quitarle la
cartera del bolso. Abbie intentó resistirse.
–¿Qué haces? –preguntó Devil enfadado.
M aggie cogió la cartera y le enseñó a Devil una foto en la que aparecían las dos cuando eran algo
más jóvenes. Todos se quedaron petrificados. Devil miró la foto
sin entenderlo.
–¿Os conocíais?
–¿Conocernos? Hemos crecido juntas, éramos cómo hermanas.
M aggie tiró la foto al suelo.
–¿Por qué no lo dijiste? –preguntó Devil a Abbie–. ¿Y por qué te ha llamado impostora?
–Porque ella... –se apresuró a aclarar la rockera.
–¡Cállate, M aggie! –le gritó Devil.
Hubo largo silencio en el que Devil iba poniéndose cada vez más nervioso.
–Quería vengarse de ti, porque te culpa de haberme separado de ella –siguió M aggie–. ¿De
verdad pensabas que te entendía, Devil? ¿Que te respetaba? Nos odia
como la mayoría, te odia incluso más que la mayoría, se ha burlado en tu jeta de tu confianza.
Devil miró anonadado a Abbie.
–Te recuerdo –dijo él abriendo los ojos como si algo en sus recuerdos y su mente se alumbrara–.
El día que conocí a M aggie tú estabas allí.
Devil recordó cómo una chica tímida se había acercado a a ellos, la miró de reojo para saludarla y
siguió ligando con M aggie.
–Tino, ¿sabes quién te llevo adrede a ver a Devil con Sheila?
Tino se dio cuenta de por dónde iba la rubia.
–Ella... me llevó hasta dónde se estaban besando.
–¿Os acordáis cómo surgió el malentendido con la discográfica?
–Devil, el tío ese trajeado nos dijo que había cerrado el trato con tu secretaría –siguió Tino atando
cabos.
–Pensaba quitártelo todo, Devil, tus amigos, a mí, tu sueño por la música. Quería que te quedaras
solo, sabiendo que no lo podrías soportar. Pero supongo que no
contaba con que nuestro vínculo fuera tan fuerte y que todo lo que ha hecho, cómo puede ver, no sirve
para nada. Y ha hecho todo esto porque te odia. Te ve como el
monstruo que le arrebató a su inocente y fiel amiga.
–M aggie, cállate –le pidió Devil en un tono más bajo.
–¿Y ahora qué ibas a hacer, zorra? –se dirigió a Abbie–. Como todos tus mierdas de truquitos no
te han servido, ¿ibas a declararte a Devil?
–Devil –siguió M aggie completamente emocionada–. ¿Pensabas que te quería? ¿Pensaba que
podría corresponderte? No, iba a fingirlo todo para después dejarte
tirado y destrozado. Tienes que despertar, tú no estás pillado por una tía como esta. Es lo que ella te ha
hecho creer, es una falsa, todo ha sido mentira desde el
principio, Devil.
Abbie miró hacia Devil con los ojos completamente abiertos. ¿La quería? ¿El rockero la quería?
–¿Es eso verdad? ¿Tú provocaste toda esta mierda contra mi banda? –preguntó Devil con
seriedad. M e hiciste creer que era alguien especial –siguió recordando
aquella noche y sus palabras–. ¿Y todo lo que querías era dejarme tirado después, abandonarme sin
más? –gritó con todas sus fuerzas.
–Sí –se escuchó que decía alguien a espaldas de Abbie.
Todos se giraron.
–M ax –susurró Abbie extrañada–. ¿Cómo me has hecho esto? Se lo has dicho a M aggie...
–supuso al ver que M aggie sabía exactamente todo lo que ella había hecho
contra Devil. Y le parecía raro que hubiese descubierto ella sola todo el plan de venganza.
M ax se acercó.
–Te estoy salvando, Abbie, estabas cayendo en lo mismo que M aggie. Tenía que dar ese jaque
mate por ti.
La empollona recordó como días M ax le había sugerido que ella fuese la última jugada para
acabar con el rey. Y ahora él había tomado su propio papel de
protagonista.
Abbie le miró entre dolida e iracunda. Dio unos pasos ágiles y le cogió por la camiseta.
–¡No voy a perdonártelo jamás! ¿Cómo has podido, M ax?
–Estabas enamorándote de él, Abbie y él de ti –le susurró para que los rockeros no pudieran
escucharlo–. Tenía que acabar con el rey y tú eres la mejor jugada.
–M e has utilizado a mí para la venganza. ¿Y a ti que te importa lo que haga yo con mi vida?
–¡Porque te quiero! ¡Te he querido siempre! ¡Desde niños! ¡Siempre, Abbie! –le gritó.
Devil miró con seriedad la escena.
Abbie se apartó de él y miró hacia el suelo. A pesar de saberlo, nunca creyó que él se lo diría.
–¿Nos has engañado? –preguntó Tino, dolido.
Abbie negó con la cabeza sin saber qué decir.
M ax se interpuso entre Abbie y los rockeros.
–Dejadla en paz.
La rockera miró al empollón sorprendida por ese gesto de protección. M ax miró a Devil y éste no
apartó la vista de Abbie ni un segundo. La empollona se
resignaba a mirar los ojos de Devil, por lo que observó con ojos fríos a M aggie.
–Abbie –notó la fría voz de Devil.
La empollona se giró viendo sus ojos helados.
–¡Contesta, puta! –saltó M aggie cogiéndola del cuello y empotrándola contra la pared de la casa
de Abbie.
Todos se sorprendieron.
La empollona miró con los ojos abiertos a la rockera.
–¿No contestas? –preguntó desafiando pegándole un puñetazo.
Devil hizo mención de intervenir pero se detuvo. Abbie giró la cara con el labio ensangrentado.
–¡Hubiese hecho cualquier cosa por ti, M aggie –explotó gritándole–, cualquier cosa, por mi
amiga, eras como mi hermana! –le gritó desde lo más profundo de su
corazón.
–Ahí tenéis la respuesta –dijo M aggie satisfecha apartándose.
Abbie apretó los dientes dolorida, y se tocó el cuello. Fue a recoger la foto de ambas juntas, Devil
observó la foto. Abbie se agachó a recogerla y M aggie aprovechó
para aplastarle la mano con el pie. Abbie gruñó de dolor.
–Si pensaste que podrías separarme de Devil y hacer que volviera a ser tu amiga de nuevo, estás
muy equivocada. Así que levanta la mano y suelta esa puta foto.
–No voy a hacerlo, rómpeme la mano si quieres, no pienso soltarla. Sé que todavía queda algo de
esta chica ahí –dijo Abbie señalando con la cabeza a la rockera.
M aggie apretó todavía más. Abbie puso cara de dolor pero no dijo nada.
–¡Vale ya! –gritó M ax enfadado y empujó a M aggie. La chica quitó el pie y se desplazó unos
metros hacia atrás. Comenzó a reírse bruscamente.
–¿Sabes? Yo soy quién estoy con Devil, al que me tiro cada noche. ¿Y sabes qué es lo que dice? ¡M
i nombre! –gritó.
La empollona se levantó y cambió su expresión, apretó los dientes. Abbie se levantó y le dio un
codazo en la cara. Vio como la sangre salía de su boca. Devil miró a
Abbie alucinado.
–¡Eres una guarra! –exclamó lanzándose sobre Abbie. Ésta le cogió del pelo. Los rockeros fueron a
coger a M aggie. M ax fue a por Abbie.
–¿De verdad te has enamorado de Devil? ¡Eres una puta pardilla! ¿Crees que eres especial? ¡Eres
otra más, otro puñetero capricho, una púa nueva para su guitarra,
su juguetito nuevo! –le gritó siendo sujetada por los rockeros.
–¡No tienes ni idea de lo que hemos vivido! Le quiero más que a nada, ni a nadie. ¿Es eso lo que
querías oír? ¡Estoy enamorada de un rockero! –gritó escupiendo la
sangre de sus labios y rompiendo a llorar.
Devil le miró sorprendido. La rockera dejó de reírse. Abbie notó cómo al dejarlo salir, se sentía sin
fuerzas y se dejó sujetar por M ax. Se giró y gritó mientras le
daba una patada a una valla y se alejaba. Todos la miraron sorprendidos.
–Vámonos –concluyó Devil.
M ax fue corriendo hasta Abbie, la cogió de la cintura y la apoyó contra su pecho. Se dirigieron a
casa. Ambos entraron en la habitación, Abbie se sentó encima de
la cama con el labio partido y sujetándose la muñeca. M ax fue a por el botiquín. Se puso de cuclillas y
miró hacia arriba buscando sus ojos.
–Levanta la cabeza.
Abbie lo hizo y M ax le curó la herida del labio con un algodón. Luego le vendó la muñeca.
–¿Por qué se lo has dicho a M aggie? Había otras maneras de que se enterara Devil.
–Tenía que dolerle, Abbie. La venganza, ¿recuerdas? Ahora puede que estés confundida, ese chico
parece especialista en confundir a los demás. Pero verás cómo
dentro de un rato lo entiendes.
Devil decidió irse por su parte, paseando solo por las calles de Valencia. De vez en cuándo
enfurecido pegaba patadas a cuántos objetos viera.
–¡Devil! –gritó M aggie la cual le había seguido.
Devil la ignoró pero la chica siguió insistiendo.
–¿Qué haces aquí, M aggie, coño? ¿No has hecho suficiente? –preguntó iracundo, acercándose a
ella. La chica se quedó completamente petrificada.
–Sólo te he explicado lo que ocurría.
–¿Tenías qué hacerlo de esa manera? ¿Humillarme así? ¿Te puedes imaginar cómo me siento?
¿Acaso es tan diferente lo que ha hecho ella de lo que has hecho tú?
¿Estás celosa y rabiosa conmigo y esta ha sido tu venganza, no?
–Yo... –titubeó la rubia dándose cuenta de que estaba en lo correcto. Devil se acercó y la cogió de
las muñecas.
–Querías dar el espectáculo para que volviera a ti. Das pena –contestó con desprecio.
M aggie se soltó, ofendida.
–¡Estoy hasta los huevos de que me trates como una mierda! Ya no soy tu premio de consolación.
Nunca más, ¿me oyes? –gritó mientras rompía a llorar. Devil se
quedó algo parado.
–M aggie –dijo en un tono más calmado–. No quería que te pusieras así.
La rockera se dio la vuelta y se fue enfadada.
De pronto escuchó el móvil. Vio el nombre de Abbie, apretó los dientes y apagó el teléfono. Entró
e u pu es u hó “hoot to th ill de AC/DC al uza el
umbral. Empezó a caminar hacia la barra, pegó varios tragos, empezó a bailar al son de la canción
Poiso de Ali e Coope si ue e se ho ó o u ha al.
Comenzó una pelea. Le propinó un puñetazo en la mandíbula y éste, al caer, golpeó a otra persona que,
enfurecida, intentó golpear a Devil. El rockero esquivó el
puñetazo y le dio un codazo en la nariz. En unos cuántos segundos todo el pub se peleaba, rompiendo
taburetes y botellas.
Abbie volvió a llamar escuchando cómo decían que el móvil estaba apagado. M ax no había
querido dejar sola a su mejor amiga y se encontraba en la cocina de casa
de Abbie. Se acercó a ella.
–¿Le llamas a él, no? –adivinó el empollón.
Abbie miró hacia el suelo y cogió aire.
M ax impulsado por la frustración se acercó a ella, y la agarró con fuerza el rostro. Comenzó a
besarla. Abbie no hizo ninguna mención de nada. M ax se separó y la
miró dolido.
–No despierto absolutamente nada en ti.
–Yo... no sé que pensar –siguió ella.
M ax le cogió la cara con ambas manos obligándole a mirar sus ojos azules.
–Voy a esperarte lo que sea necesario. Sé que sientes algo por mí, lo sé. Sólo debes darte cuenta
tú de ello.
Se acercó y besó uno de sus mofletes, cerrando los ojos con fuerza.
M ax desapareció por la puerta, y al poco, Abbie escuchó cómo cerraba la puerta de la calle.
Pensó qué podía hacer para solucionar lo de Devil. Se movió nerviosa
por la habitación, miró su pupitre y se le ocurrió una idea. Se sentó, cogió un papel y comenzó a escribir.
Devil había destrozado el pub. Había conseguido descargar toda su rabia, pero tenía un ojo
morado y los puntos de la herida de bala le tiraban demasiado. Se sentó
en un portal con la cabeza baja y se movió el pelo con las manos, mirando hacia el suelo completamente
deprimido. Se había hecho de noche y no había podido apagar
esa maldita sensación que le quemaba. Jamás se había sentido tan herido, no había comparación. La
única persona a la que le había abierto su interior, aquella con quién
había compartido y quería compartirlo todo, le había traicionado.
Apretó los dientes y dio un puñetazo al suelo.
En su mente visualizó la cara de Abbie. ¿Por qué, a pesar de ese dolor y esa sensación de
desprecio, seguía latiendo su corazón de esa manera? Necesitaba ahogar
ese sentimiento de alguna manera. Recordó lo que M aggie había dicho, que la persona que más odiaba
Abbie era él y sintió cómo si el mundo entero se le cayera encima.
Decidió ir al pub de siempre y beber todo el alcohol que fuera posible. Se sentó entre dos chicas
que ya conocía y empezó a ligar con ellas mientras sonaba de
fo do Catal st de Kl a la G a ge Li i g olou de Cult of pe so alit .
–M e odia, ella me odia –susurró un par de veces.
–Devil, deja de beber, no sabes lo que dices –dijo una de ellas.
–¿Sabes? –le contestó levantando la bebida–. Es normal que me odie, mira lo que soy, mira mi
mundo –hizo una pausa y cambió su rostro, siguió molesto–. ¿Por
qué me estoy culpando? ¿Por qué no soy lo suficientemente bueno para ella?
–Joder, Devil, no sé quién es esa chica –contestó la otra–, pero te ha pegado fuerte.
–Una traidora, es una puta traidora –contestó él aguantando el hipo y bebiéndose toda la bebida
de golpe.
Eso fue lo último que recordó esa noche.
M ientras tanto, en casa de Abbie, su madre entró en su cuarto.
–Vamos, he preparado un poco de pavo.
Se calló al ver a su hija durmiendo medio recostada sobre el escritorio.
–Está estudiando –le dijo al padre de Abbie.
En realidad, lo que Abbie había estado escribiendo hasta quedar exhausta, era una bonita canción,
una canción que cambiaría el destino de The Devil´s Band para
siempre.
A la mañana siguiente Devil se levantó con una resaca increíble. Al poco se dio cuenta de que
había alguien con él en la cama. M iró extrañado hacia su lado, no
recordaba absolutamente nada. Se sorprendió al ver la cara de M aggie entre todo ese cabello rubio.
–Oh, joder –dijo poniendo las manos sobre su cara y frotándola al tiempo que cogía aire.
–Buenos días –contestó ella incorporándose.
–¿Qué haces aquí? –preguntó él, molesto.
–Ayer nos encontramos en el pub.
–M e refiero aquí, en mi cama.
–Hemos pasado la noche juntos –contestó ella sonriendo.
–Tenías que ser precisamente tú –refunfuñó él.
–¿Qué pasa? –contestó molesta–. ¿A ué te efie es o p e isa e te tú ? ¿No so tu o ia?
¿No estarás pensando en Abbie?
Devil se levantó y se puso los vaqueros.
–Demasiadas preguntas para ser tan temprano –aseguró mientras observaba el cuerpo desnudo
de M aggie.
–¡Devil! –le gritó su madre.
–¡Ostia! ¡M i madre! ¡Escóndete!
–¿Para qué? Nos vio entrar anoche.
–¿Qué? –preguntó horrorizado.
–Le cerraste la puerta a tu padre y a tu madre en las narices y nos pusimos a...
–Vístete ya –le ordenó pasándole la ropa que estaba por la habitación.
La madre de Devil entró cuando ambos ya estaban vestidos.
–Está aquí tu otra novia –dijo poniendo énfasis en otra.
–¿Quién? –preguntó Devil.
–Abbie –contestó la madre.
–¿Có o ue o ia ? –repitió M aggie molesta–. Tú novia soy yo.
La madre encogió los hombros y se fue.
–No bajes –le pidió M aggie.
Devil la ignoró completamente. M aggie se puso frente a la puerta.
–Apártate.
–No bajes –rogó una vez más, sin suerte.
Abbie estaba en la entrada que daba al jardín. La madre de Devil había insistido en recibirla allí.
Cuando Devil apareció, Abbie se le acercó y extendió la mano para
acariciarle el ojo que tenía morado. El muchacho apartó la cara y se llevó a Abbie a un lado.
–Necesito que me perdones –dijo ella con énfasis.
–No eras quien creía. ¿Cómo se perdona eso? –contestó con una frialdad abrumadora.
Abbie miró hacia abajo.
De repente apareció M aggie y se dirigió risueña hacia ellos, contoneándose orgullosa al ver la
expresión de Abbie.
–Gracias por lo de anoche –dijo la rockera acercando sus labios a Devil. Le besó con intensidad.
Devil no la detuvo y tampoco dejó de mirar a Abbie.
–Aquí tienes –dijo por fin Abbie, dándole a Devil una hoja doblada.
–¿Qué es esto? –contestó él con frialdad.
–M is disculpas –dijo Abbie.
–No lo quiero –dijo él devolviéndole el papel.
Abbie cogió delicadamente su mano y se la acercó a su pecho.
–Quédatelo. Es un regalo. M i primer regalo. Quiero que sepas que yo sigo siendo la misma.
–¿En serio? –se burló Devil.
–Sí– afirmó Abbie, herida por su tono de burla–. Hubiese hecho cualquier cosa por M aggie,
cómo tú por Tino.
Devil la escuchó.
–Sé que he hecho mal, me equivoqué. Pero sólo hice lo mismo que tú haces, proteger a los míos.
No, no te odio. Sí, te odie demasiado, hasta que te conocí. En ese
momento todo cambió. Es cierto, te prejuzgue, te traicioné, pero no cambiaría nada de lo que hice,
porque sin eso no te hubiese conocido. Así que lo siento, lo siento
Devil –dijo ella con énfasis–. Gracias a ti he aprendido a vivir, y quiero hacerlo todo contigo, por y para
siempre Devil.
M aggie miró la escena con una sonrisa burlona y e pasó el brazo a Devil por encima mientras
seguía observando a Abbie con desdén:
–Devil, ¿no irás a creerte todas estas paridas? Sabes quién ha estado contigo desde el principio.
El rockero observó a M aggie. Sabía que tenía razón. Pero en el fondo, por muy dolido que se
sintiera, entendía los motivos de la empollona y sabía que, en su lugar,
él hubiese hecho lo mismo.
–Devil, tú eliges, o ella o yo –dijo M aggie.
Abbie miró a Devil y se fue en dirección opuesta a M aggie. Devil observó como ambas tomaban
caminos distintos frente a él, moviéndose con lentitud, como si se
tratase de una cámara lenta. M iró hacia los lados, encontrándose entre dos chicas completamente
distintas.
Abbie siguió caminando mientras pensaba que M aggie tenía razón. Le había hecho demasiado
daño a Devil cómo para que pudiera perdonarle, y mucho menos
corresponder a sus sentimientos. Ya no podía hacer nada más. Todo o nada, le perdería o le querría para
siempre.
Devil la vio alejarse y cambió su rostro por uno de preocupación. Sentía que a cada paso que ella
daba, la estaba perdiendo. De nuevo entraba en juego su orgullo.
Él la quería cómo jamás lo había hecho, pero no podía permitir que hubiese jugado con él. Quería correr
hacia ella con todas sus fuerzas. ¿Su orgullo se lo permitiría?
Se dio cuenta de que sostenía la hoja que la empollona le había regalado y comenzó a leer. Era la
letra de una canción y era increíble. La más pura y sincera que
jamás había visto. Se quedó completamente fascinado. Sabía lo que tenía qué hacer.
Vio a M aggie cruzar la esquina. Corrió hacia ella.
–M aggie –dijo cogiéndola del hombro con cuidado.
Devil la miró con un brillo especial en los ojos.
–Gracias por haber estado siempre ahí, por serme fiel y por quererme de esa manera, cuándo sé
muy bien que nunca lo he merecido. Lo has hecho aún sabiendo
cómo soy, y por eso sé que siempre contaré contigo, y que siempre serás mi mejor amiga.
M aggie apartó la cara al ver por dónde iba.
Devil cogió su rostro con delicadeza y pudo ver que sus ojos estaban llenos de lágrimas.
–M e arrepiento de haber sido tan capullo contigo. Te quiero y lo sabes, siempre lo he hecho.
–¿Pero? –preguntó ella mirando hacia el suelo.
Devil negó con la cabeza.
–No puedo pensar en nadie más que en ella. Jamás me había sentido así. No sé que me está
pasando, pero siento que necesito estar con ella cada minuto. Es
Abbie... –dijo sabiendo que estaba dañando profundamente a M aggie. La rubia cerró los ojos. Devil
besó su frente y la abrazó con ternura. Ella le rodeó con fuerza. Se
separó de ella y corrió en dirección a dónde se había ido la empollona.
Abbie estaba a punto de entrar en el metro. Devil comenzó a buscarla por los alrededores. La vio
al otro lado de las vías. Se puso en frente pero en ese momento
pasó un tren en medio de ambos. Cogió el móvil y le envió un mensaje para que no cogiera el metro. Ella
se subió al metro. Escuchó el sonido del message rock.
–No te vayas –decía el mensaje.
Abbie lo miró confusa y se giró viendo a Devil en la otra parte del tren.
–Te perdono –le dijo el chico.
Abbie puso cara de no escucharle.
–¡Te perdono! –gritó más fuerte. Abbie siguió sin escucharle. Devil corrió hacia la otra parte del
andén. El metro comenzó a arrancar y él corrió hasta llegar al
vagón de Abbie.
–¡Te perdono! ¡Robot de biblioteca, te perdono! –gritó Devil con todas sus fuerzas. Abbie le miró
sorprendida. Le dio al botón para que se abriese la puerta. Por
alguna razón, y a pesar de estar en marcha, se abrió la puerta.
–¡Salta! –le pidió Devil.
Abbie vio cómo poco a poco quedaba menos andén. Tenía que hacerlo.
–¡Yo te cojo! –chilló Devil corriendo cada vez a más velocidad–. ¡Confía en mí!
Siempre que Devil pronunciaba esas palabras, ella se sentía capaz de cualquier cosa. Abbie le
observó mientras seguía agarrada a la puerta, cerró los ojos y saltó a
los brazos del muchacho. Los dos rodaron por el suelo del andén.
El tren emitió un fuerte pitido, molesto por la escenita que habían montado.
–Te perdono –dijo Devil con delicadeza.
El rockero la ayudó a levantarse.
Devil se acercó a ella, cogió su mano con delicadeza y acercó sus labios a los suyos. En el
momento en que iban a tocarse, el claxon de otro metro sonó con fuerza.
Ambos se detuvieron.
–M aldita sea –susurró Abbie molesta.
Devil apoyó su frente en la de ella y sonrió. Abbie cerró los ojos, disfrutando del momento. El
rockero le preguntó:
–¿Quieres venir a un baile mañana?
–¿Un baile?
–M is padres van a hacer una fiesta, ¿te vienes?
–Por supuesto –contestó ella.
–Lo único es que tienes que venir bien vestida.
–¿Y me lo dices tú?
–Eres cruel –sonrió él–. Dices que yo soy atractivo, cuando la verdad es que tú lo eres mil veces
más que yo. No sé que clase de embrujo me has hecho, pero no
puedo separarme de ti. Espero que la pócima no se te acabe nunca.
–Tú en cambio eres bueno.
–¿Quieres decir que tú sacas lo mejor de mí y yo lo peor de ti?
–Nos hacemos reales, completos.
Devil entendía a qué se refería. Acercó sus labios a los de ella.
–Hasta mañana –dijo Abbie sin percatarse de las intenciones de Devil.
Abbie se giró y se fue.
–¿Cómo puede ser tan inteligente y no darse cuenta de que yo...?
Devil sonrió y se dirigió hasta su casa.
Abbie llegó a casa. M ax la estaba esperando sentado frente la puerta. Al verla, se levantó. Iba con
una camiseta y un vaquero. No llevaba gafas, por lo que dejaba al
descubierto sus ojos azules. Abbie se sorprendió. M ax era realmente guapo.
–¿Llevas mucho esperando?
–Diez años.
Abbie miró al suelo comprendiendo a qué se refería.
–M ax... –contestó Abbie sin saber qué decir.
–No puedo creer que te hayas enamorado del pandillero ese.
–No estaba planeado, jamás pensé que pudiera llegar a ocurrir.
–¿Y yo? ¿Que pasará ahora conmigo?
–No voy a separarme de ti, ni nada por el estilo –habló con dulzura, sentándose a su lado–. No soy
parte de los rockeros, todo será igual. No ocurrirá lo mismo que
con M aggie. ¿Ves? Sigo siendo la misma empollona de siempre.
M ax rió.
–M e hubiera gustado que me hubieses dejado quererte.
–¿Sabes? Sin contar a Devil, eres mi preferido para eso.
M ax sonrió avergonzado. Acercó su mano al rostro de Abbie y le dio un beso en la sien. Abbie
cerró los ojos.
–¿Alguna vez sentiste algo por mí?
–Sí –aseguró Abbie–. Pero ya había alguien antes que yo.
M ax la miró confuso. Abbie le miró por debajo de las pestañas, intentando darle a entender a
quién se refería.
Entró en casa.
M ax caminó hacia su casa. Se sentía triste pero sabía que su amiga seguía ahí. Cruzó la esquina de
la calle de su casa y pudo ver una chica mirando hacia su casa con
vestimenta rockera y el pelo algo cardado. Se dio cuenta de que algunos chicos que pasaban por su lado
se giraban para mirarla, M aggie llamaba la atención.
–¿M aggie? –preguntó el empollón al verla allí.
La chica corrió a abrazarle. M ax se quedó paralizado.
–M e ha dejado y esta vez es definitivo, M ax. La guarra de Abbie se lo ha quedado.
–Estás hablando de él como si fuese una cosa –rió.
M aggie levantó la cabeza para mirarle con cara asesina. M ax abrió los ojos, asustado.
–Abrázame –le exigió.
El chico lo hizo inmediatamente. Su personalidad era dócil y tierna. Siempre intentaba estar a
disposición de los demás y ayudaba en todo lo que podía, y a M aggie
le chocaba.
–Eres tan distinto a él, haces todo lo que te ordeno, no te impones. Pero eres dulce y
extrañamente cálido –siguió ella. Volvió a mirarle a los ojos–. Por cierto, me
gustas más así que con el estilo de pringao que sueles llevar.
–¿Gracias? –preguntó M ax cómicamente.
M aggie se secó las lágrimas y sonrió.
–¡M e aburro! –exclamó de repente, intentando no mostrarse vulnerable y parecer firme–.
Hagamos algo hoy –ordenó de manera caprichosa.
–¿Qué quieres hacer? –preguntó M ax con una sonrisa.
M aggie miró a aquel chico fascinada. Nunca le preguntaban qué era lo que quería hacer. Y ese
pringao que no era nadie, por alguna razón siempre acertaba con sus
palabras.
–Vayamos a una heladería. Hace un huevo de tiempo que no como un helado de fresa.
–Recuerdo que era tu sabor favorito –rió él–. De pequeña te pringabas siempre la cara.
M aggie se sintió algo avergonzada y le pegó un puñetazo en el hombro. El empollón se fue hacia
un lado. M aggie se puso roja. No entendía por qué volvía a
sentirse así con él, quizá porque estar con un chico guapo la ponía nerviosa, o quizá porque aquellos
sentimientos que se asomaban muy tímidamente le eran conocidos.
CAPÍTULO 15
Locamente enamorados
Llegó la noche esperada. Devil y Abbie no habían vuelto a hablar y ambos estaban inquietos.
–Joder, estoy nervioso, Tino –dijo Devil en su habitación.
–¿Por qué?
–Va a venir Abbie.
–En serio, no es la primera vez que ves a una tía.
–No, nada puede compararse a esto –hizo una pausa–. Joder, ¿dónde está mi corbata? –dijo
rebuscando en los cajones. Tino, trajeado, le miró gracioso.
–Es una putada que nuestros padres monten estos paripés.
–¿Quién viene?
–Toda la banda, han invitado a todos los padres de nuestros colegas.
–¿Incluida M aggie?
-Sí-dijo divertido.
–M ierda –dijo Devil intentando hacerse el nudo.
–No te preocupes, últimamente parece... ¿feliz? –dijo extrañado.
Devil encogió los hombros.
–¿Sabes que Abbie se disculpó con nosotros? –siguió Tino.
–¿En serio? –se dio la vuelta Devil sorprendido.
–Vino al local y nos pidió disculpas. Obviamente lo dijo con tanto énfasis que no pudimos decirle
que no –sonrió Tino.
–Es típico de ella.
–Todos lo entendimos. ¿Qué seríamos capaces de hacer por un colega?
–Es cierto –contestó Devil.
–Bueno, ya estoy listo.
–Joder tío, te queda bien el puto traje. Qué suerte, mírame a mí.
Devil bajó al jardín dónde ya estaban los invitados. Se reunió con su banda.
–M is padres ya me han dicho que no la montemos.
–Joder M aggie, estás bastante... bien –dijo otro.
–Gracias –contestó ella con una copa de champán.
Devil no la miró. Quería hablar con ella, pero sabía que lo mejor era que hubiese espacio entre
ellos.
–Debería estar pendiente de... –le dijo Tino haciendo referencia a la llegada de Abbie. Y comenzó
a caminar hacia la entrada
–El muy capullo está nervioso –se burló Tino con los de la banda.
Devil se giró molesto y asintió en forma de amenaza. Todos se rieron todavía más. El rockero
movió un poco el nudo de la corbata, estaba algo agobiado. Se puso
frente a un árbol que habían iluminado. A su lado, en una pequeña carpa descubierta estaba la barra. En
medio del jardín estaban varias personas bailando y los de la
banda estaban cerca de la entrada de la casa, riéndose y charlando.
–Devil–escuchó una voz. Se giró viendo a una chica que le pareció guapísima.
–Lo siento, estoy con otra, es decir, tengo otra cita –dijo mirándola de arriba a abajo sin poder
pestañear. La chica abrió la boca ofendida y le dio una bofetada.
–¿Pero qué coño haces? –dijo molesto, mientras daba un trago a la copa.
Devil miró los ojos de la chica.
–¿Abbie?
Ella puso cara de incomprensión. Devil escupió el líquido de la copa a un lado. Los de la banda
rompieron a reír.
–Ahora sí que debería estar nervioso –comenzó a carcajearse Tino mientras todos seguían riendo
a mandíbula batiente.
Devil carraspeó.
–¿Qué te has hecho? –preguntó en un hilo de voz.
–Nada.
–¿Te has operado?
–¿De hoy para mañana? ¿Tú eres tonto?
–No, es que...
–M e he puesto un vestido, lentillas, me he maquillado algo y me he soltado el pelo.
–Estás muy bue...
Abbie le miró mal.
–¿Qué?
–Quiero decir que estás... –volvió a observarla–. Increíble –pronunció intentando ser lo menos
bestia posible.
–Deja de mirarme así, o sé de un par de tacones que vas a tragarte ahora mismo.
Devil se rió.
–Sí, eres tú definitivamente –hizo una pausa–. ¿Un baile?
–Vale –sonrió Abbie.
Ambos se pusieron en el centro a bailar.
–Estás genial con traje, aunque es raro verte así.
–¿Crees que me queda bien?
–Desde luego.
De il so ió. De fo do se es u ha a la a ió E ha ted de Ta lo “ ift.
Tus ojos e susu a o : ¿ os o o e os?
Al otro lado de la habitación tu silueta comienza a acercarse a mí
La juguetona conversación empieza
Empiezo a sentir tus miradas rápidas como si nos estuviéramos pasando notas secretas
Y fue encantador conocerte
Todo lo que puedo decir es que estaba encantada de conocerte
Esta noche es brillante, no la dejes ir
Estoy maravillada, ruborizándome todo el camino a casa
Estaré siempre preguntándome si sabías que
Esta a e a tada de o o e te
–¿Qué canción es esta? –dijo echando de menos el rock en aquella fiesta pija.
–Es bonita –contestó Abbie mirando a Devil con una sonrisa.
Siguieron bailando lentamente mientras se miraban a los ojos.
–¿Sabes? Hay algo que tengo que decirte –continuó ella.
–Yo también.
–Devil... –le dijo con delicadeza Abbie
–Espera, vayamos a otro sitio.
–¿Vamos a dejar la fiesta así?
–Ya hemos cumplido –sonrió.
Se subieron a la moto y se acercaron a la playa de la M albarrosa. Devil le tapó los ojos a Abbie.
–¿Qué ocurre? –preguntó alterada.
–Es una sorpresa.
–¿Una sorpresa?
–¿Confías en mí? –preguntó Devil susurrando en la oreja de Abbie.
–Sí –afirmó con rotundidad.
Fueron hasta la arena. Abbie se quitó los zapatos con un movimiento ágil y siguió caminando con
los ojos tapados. Cuando Devil quitó con delicadeza sus manos,
ella miró al frente completamente deslumbrada. Había un pequeño recorrido de pétalos de flores y unas
antorchas que alumbraban el camino. Pudo ver una mesa, dos
sillas, y al final, dos columpios.
Abbie miró con una sonrisa llena de ilusión a Devil. Éste le miró contento, con una intensa
dulzura. Abbie corrió hasta los columpios. Se sentó en uno y Devil en el
otro.
–M e he acordado de que te encantan los columpios.
–¿Has puesto unos columpios aquí? –preguntó con la boca abierta.
Abbie comenzó a columpiarse sintiendo cómo el aire revoloteaba sus cabellos y el vestido blanco
que llevaba. Devil la siguió. Se columpiaron mirándose el uno al
otro. Abbie paró para mirar el paisaje. Devil hizo lo mismo.
–Guau –dijo Abbie al ver las estrellas y la luna junto al mar.
–Abbie, es hora de que hablemos.
–¿Qué querías decirme? –dijo Abbie después de contemplar el lugar en silencio.
Devil se giró hacia ella.
–¿Qué querías decirme tú?
Se rieron. Estaban avergonzados y no sabían cómo decirlo.
–Digámoslo a la vez –sugirió Devil–. Una, dos y tres.
–Estoy enamorada de ti.
–Estoy enamorado de M ax, tu mejor amigo –dijo el rockero.
Abbie le miró sorprendida sin saber qué decir. Devil comenzó a desternillarse.
–No tiene gracia.
–Sí la tiene, después de todo lo que se ha montado.
Devil se acercó a Abbie de nuevo con el columpio.
–Estoy enamorado de ti, Abbie, demasiado –dijo apretando la mandíbula.
Abbie le miró sorprendida.
–Yo también –dijo girándose a contemplar los ojos oscuros de Devil.
–Sé que es complicado, tú nunca vas a cambiar, yo tampoco. M i mundo es demasiado
peligroso...
Abbie le puso el dedo índice sobre su boca.
–No importa, nada de eso importa. M e gustas tú, tu mundo, tu peligro, tu música, todo. Si tengo
que elegir entre vivir una vida común y monótona o vivir, de
verdad, vivir todos los días pasando de 0 a 100 en un segundo, al límite, mientras sea contigo, siempre lo
preferiré.
Devil sonrió.
–Quiero prometerte algo. Estaré contigo siempre, te protegeré siempre, pase lo que pase no voy
a dejarte –siguió él mirándola con intensidad.
Devil se acercó y Abbie hizo lo mismo. Se miraron unos segundos. Devil estiró un poco más su
rostro y besó con lentitud y delicadeza a Abbie.
De pronto escucharon un estruendo. Abbie se separó, sorprendida, viendo unos castillos de
colores en el cielo.
–También es casualidad.
–De casualidad nada tía, me lo he currado.
–¿Esto lo has preparado tú?
Devil puso cara triunfante. Abbie se puso de pie a observar aquel espectáculo de colores.
–Es lo más bonito que he visto en la vida –gritó.
–Lo he contratado por una hora –contestó él poniéndose de pie a su lado.
–¿Una hora? ¿Cómo vamos a hablar a gritos durante una hora?
Devil volvió a poner cara pícara. Abbie se dio cuenta de que Devil no tenía pensado hablar
demasiado. El rockero se levantó.
–¿No deberíamos cenar? –preguntó la empollona señalando hacia la mesa y las sillas. Un
auténtico banquete lleno de comida.
–Después –dijo Devil sin dejar de acercarse.
La besó con algo más de fuerza. Abbie se pegó a uno de los palos que sujetaban los columpios y
Devil siguió besándola mientras se sujetaba enrollando con una
mano las cadenas de uno de los columpios. En ese momento, bajo las estrellas y el cielo cubierto de
colores, se encontraron la unión de dos mundos completamente
diferentes, dos mundos creados para ser lo opuesto, dos personas destinadas a no encontrarse, a no
quererse. En cambio, se habían encontrado para odiarse, y pese a
eso, se habían enamorado perdidamente el uno al otro.
CAPÍTULO 16
The Devil's Band
Habían pasado algunos meses y la relación entre Devil y Abbie seguía siendo la misma. La mayor
parte del tiempo, él se dedicaba a hacerla rabiar y ella, molesta, se
enfurruñaba. Pero había algo más, un brillo en sus miradas, una sensación de compromiso eterno que
era la primera vez que experimentaban.
Los rockeros se habían dado cuenta de hasta qué punto Abbie era importante para Devil y
empezaron a cogerle verdadero cariño. Tino se llevaba mejor con ella
que antes, era algo así cómo su confidente dentro del grupo de los rockeros y siempre se encargaba de
hablar con ambos cuándo necesitaban consejo.
M aggie, en cambio, aunque seguía en el grupo, para ella nada era lo mismo. No sólo porque su
chico se había enamorado de otra, de quién fue su mejor amiga, sino
porque sentía que ella se merecía otras cosas. Había estado saliendo unas cuántas veces con M ax y
había recuperado la buena amistad con él, una relación que la hacía
feliz y la había ayudado a olvidar lo que había pasado con Devil.
Por otro lado, M ax, al principio estaba realmente destrozado porque la chica que quería se
había ido con aquel impresentable y estaba preocupado por ella. Poco a
poco había empezado a descubrir en M aggie, alguien con quien podía sincerarse y hablar de cualquier
cosa.
The Devil's Band había hecho unos cuantos conciertos semi profesionales por la ciudad, en sitios
más amplios y con mayor público. La popularidad de Devil y su
banda había ido aumentado de manera sorprendente, sobre todo debido a su nueva canción estrella,
que ya canturreaba mucha gente en la ciudad, esa canción que Abbie
le había escrito a Devil para disculparse.
Pero el futuro de The Devil´s Band cambió para ellos una noche, después de un concierto en un
nuevo pub del centro. Recibieron la llamada de un cazatalentos que
les había visto actuar en ese pub y habían firmado un contrato de representación. Tras esto, en pocos
meses, habían grabado su primer disco y The Devil´s Band era
una de las bandas más escuchadas y conocidas del panorama nacional. La canción de Abbie había
alcanzado el número 1 en ventas y estaba en listas de éxitos de todo el
país.
Todo el mundo quería más de The Devil´s Band. Querían conocer a sus integrantes, escuchar
más canciones y el número de fans era apabullante.
–Joder, menos mal que nadie conoce este sitio –dijo Tino sentado en una silla del local dónde
solían reunirse.
–Hemos grabado nuestro primer disco hace nada y esto es una locura –dijo otro.
–Es increíble –el rockero hizo una pequeña pausa–.
–Abbie... –dijo Tino mirando a la empollona.
–¿Ya vas a meterte con ella? –preguntó Devil sonriendo con la guitarra entre las manos.
–¿Cómo sienta que a tu novio le tiren la caña todas las tías del país? –siguió Tino.
Abbie le miró sonriendo fingidamente, mostrándose claramente descontenta.
–No le sienta de ninguna manera, porque le da igual –dijo él mirándole con una sonrisa tierna.
–Que empalagoso –concluyó Tino mirando hacia otro lado.
Devil le tiró una púa y éste se rió.
–Venga, va tíos, moved el culo, que hoy tenemos otra reunión en la discográfica –les apresuró
Devil. Todos se levantaron.
–Luego te cuento cómo ha ido –susurró Devil–. Sigue componiendo –le pidió dulcemente para
después darle un beso y desaparecer por la puerta.
Abbie siguió escribiendo canciones en aquella mesa dónde había una gran cantidad de revistas
donde aparecía The Devil´s Band.
Cuándo los rockeros salieron, se subieron en el coche de la discográfica y a la media hora
llegaron a su destino. A los pocos minutos ya se encontraban sentados en
un amplio despacho. Esperaron y al poco llegó su representante.
–Chicos, la cosa va muy bien, cada vez mejor. Pero aún puede ir mejor –confesó el representante
mirándoles por debajo de sus pequeñas gafas.
–¿Cómo? –preguntó Tino.
–M e gustaría presentaros a alguien...
Una chica rubia de ojos azules apareció ante ellos. Llevaba un modelito de cuero muy apretado y
una gran sonrisa blanca que torcía de manera que les pareció a
todos muy sensual. Tino se quedó con la boca abierta.
–Su nombre artístico es Bárbara, la llaman Bibi. Está teniendo un éxito increíble y también toca
rock and roll.
Tino se giró hacia sus compañeros.
–¡Es la pava de la tele!
La chica miró a Devil directamente y sonrió de lado.
Devil la miró impresionado. Había conocido a muchas chicas espectaculares, pero sin duda, ella
se llevaba la palma. La observó convencido de que jamás había
visto una chica tan despampanante cómo aquella. Tino miró a Devil. Conocía esa mirada. Decir que esa
chica le había caído en gracia era quedarse corto.
–Siéntate –le pidió el representante. Ella se sentó a su lado.
–Veréis, chicos, la fama no es sólo tocar una buena música, que eso lo tenéis de sobra, sino
también muchas otras cosas –hizo una pausa. La apariencia, vuestro
estilo, vuestras relaciones...
Devil miró al representante.
–Ella tiene un gran número de fans. Todo el mundo espera saber cosas de vosotros y vuestras
vidas, y haríais una gran pareja.
Devil se puso serio.
–Yo también lo creo –habló por primera vez esa chica, con una increíble voz.
Devil se giró hacia ella. Era exactamente eso, como un canto de sirenas. Lo que esa chica
desprendía era puro fuego.
–Necesitamos que la prensa no pare de sacar noticias vuestras, Devil. Tú y BB hacéis una gran
pareja. Sois una bomba por separados, y juntos, ¿podéis imaginaros
la repercusión que tendría en la prensa y con vuestros fans?
–¿Quieres que finja que salgo con ella?
–Sí, aunque bueno, eso de fingir es cosa vuestra –realizó una pausa–. Sólo intentad conoceros un
poquito, ya sabéis –dijo con una risilla aguda.
–¿Y por qué no salgo yo con ella? Puedo hacer el esfuerzo –dijo Tino entre dientes–. ¿Qué te
parece, muñeca? –preguntó torpemente. Todos los rockeros soltaron
una pequeña risa que aguantaron por educación. La chica sonrió ampliamente.
–Devil puede tener más influencia en esto –siguió el representante–. No es nada personal, Tino.
Devil negó con la cabeza intentando centrarse.
–Yo ya tengo novia –dijo con seriedad.
–¿Abbie? –preguntó el representante algo sorprendido.
–Sí –afirmó con rotundidad.
–Bueno, entenderá que hay cosas de marketing que debemos hacer, seguro que no se lo toma
mal –le sonrió a Bibi y ésta le contestó la sonrisa.
Un hombre con traje apareció por la puerta.
–La prensa ya está aquí –anunció al representante.
–¿Cómo que la prensa? –preguntó Tino.
–Veréis, hemos dado el chivatazo de que se ha visto a Bibi y a Devil muy acaramelados por aquí.
V a ver si ya han llegado –les dijo levantándose. Se detuvo yoy
agregó–: Así que venga, chicos, ya sabéis –hizo una pausa–. ¡Acción! –contestó el representante con un
chasquido de dedos.
Tino se llevó a Devil fuera del despacho.
–¿Qué cojones vas a hacer? –preguntó gesticulando.
–¿Qué otra opción tengo? –respondió Devil tranquilo.
que resaltaba sus atributos femeninos. Apenas llegar miró a Abbie con una sonrisa de satisfacción, Abbie
se imaginó que sabía lo de Devil y esa chica.
–Lo estás disfrutando, ¿verdad? –dijo Abbie delante de todos.
–Por supuesto –contestó satisfecha.
Abbie le contestó también con una sonrisa torcida y una mirada intensa. Ambas siguieron
sonriéndose mostrando un claro desagrado.
–M e encanta cuándo se retan así, me pone –dijo algo acelerado uno de los de la banda.
–Eres asqueroso –contestó M aggie.
Subieron al coche de la discográfica que acababa de llegar.
–Hola Abbie –dijo el representante intentando limar asperezas. Ella le contestó con una mirada
desagradable.
–Bibi, está al llegar, hemos venido antes para que la prensa os vea entrar juntos.
–Yo no creo que hoy sea un buen día –dijo Devil mirando de reojo a Abbie.
–Haz lo que quieras, no me importa –contestó ella.
–Esto no sé si es peor o mejor –dijo él.
–Vosotros quedaros por aquí detrás –dijo el representante a M aggie y a Abbie. Ambas le miraron
mal.
–¿Por qué? –preguntó M aggie bastante molesta.
–Se va a armar mucho lío –dijo él sabiendo que ese no era el motivo real. En verdad le molestaba
tenerlas por ahí, en medio de ese circo. Se fue con su desagradable
sonrisa a dar instrucciones a la banda.
–M enudo buitre –concluyó M aggie.
–¡Ni que lo jures!–le siguió Abbie.
Se quedaron serias y se miraron, extrañadas de estar de acuerdo en algo.
Al poco llegó BB. La pareja de moda avanzó hacia la entrada del pub pero antes de entrar se
detuvieron.
–Hagámoslo más creíble –le propuso ella al oído.
Ella se acercó a sus labios y le dio un largo y apasionado beso. Devil se quedó quieto, con los ojos
abiertos. Este gesto provocó que los de la prensa comenzaran a
disparar sus flashes frenéticamente.
–¡Se están liando ahí mismo! –exclamó M aggie con la boca abierta. Abbie miró la escena
horrorizada. Tino apretó la mandíbula y el hombre de la discográfica sonrió
complacido.
CAPÍTULO 17
Triángulos amorosos
Devil se separó de BB y buscó con la mirada a Abbie. Los flashes de las cámaras siguieron y él
empezó a agobiarse al no verla. La rockera extendió la mano y giró
la cara de Devil hacia ella, sonrió y entraron.
Abbie y M aggie esperaron a que todo el mundo hubiese entrado en el pub y la prensa se
hubiese ido. Abbie sentía un dolor inconmensurable tras ver aquella
escena. Aunque confiaba en él y sabía que no tenía porque pasar nada, era igualmente doloroso
presenciar eso.
–¡Ups! –escuchó la voz de M aggie–. Eso debe haber dolido –se burló haciendo referencia a la
es e ita ue a a a a de p ese ia . Y siguió a i a do ha ia la
entrada.
La robot llegó i ó ha ia el suelo. De fo do so a a The kill de 30 se o ds to a s . “e
sentía observada por la mayoría de los que estaban allí. Como
siempre ella destacaba en ese ambiente basto y algo macarra. Devil la miró preocupado.
Abbie apretó los puños y levantó la vista. Se dirigió hasta allí con paso firme, no podía consentir
que aquella chica se saliese con la suya. Devil y Tino la miraron
extrañados. Se puso delante de la chica, que sonreía al lado de Devil. BB se giró extrañada, sin saber
quién era.
La empollona cogió impulso, estiró el brazo y le propinó un puñetazo en la cara ante la
sorprendida mirada de todos los de la banda. Abbie movió la muñeca con
un gesto de dolor y se quejó cómicamente. Devil la miró con los ojos completamente abiertos.
La chica se cayó al suelo pero se levantó con rapidez. Las dos se miraron durante unos segundos
y de pronto la cara de enfado se esfumó de sus rostros.
–¿Tú? –preguntó Abbie sorprendida.
–Oh –dijo ella sonriendo–. Hola Abbie.
Todos volvieron a poner cara de sorpresa.
–¿Os conocéis? –dijo Tino.
–Claro –dijo Bibi–. Tuvimos una conversación muy interesante no hace demasiado.
Abbie se mostró horrorizada La chica sonrió entendiendo a que debía su reacción.
–Este puñetazo es todo un honor, parece que realmente estoy consiguiendo lo que prometí hace
algo más de seis meses.
Devil miró a Abbie, extrañado.
–¿Cómo es posible que lo hayas conseguido? –preguntó Abbie recordando aquella chica
simpática que se encontró en el primer concierto que vio de Devil.
–Te dije que me convertiría en una gran estrella del rock y que conquistaría a Devil, y pienso
hacerlo. Da igual cuánto te empeñes, sabes que lo conseguiré.
Abbie lo sabía. Sabía que esa chica podía hacerlo. ¡M aldita sea! ¿Cuántas probabilidades había
de que consiguiera convertirse en una estrella y acercarse a Devil? Y
lo había conseguido...
–M e voy –anunció con una sonrisilla orgullosa–. Tengo que prepararme para mi actuación.
La chica se fue hacia la parte de atrás del escenario.
M aggie decidió intervenir.
–¿Sientes eso? –preguntó.
Abbie la miró perpleja.
–El miedo de saber que hay alguien más influyente que tú, que alguien tiene más posibilidades
que tú con otra persona... Ver cómo se escapa por tus dedos... Es
aterrador, ¿verdad? –sonrió satisfecha antes de irse.
Devil quiso intervenir pero no sabía que debía decir.
–Abbie, no hagas caso –dijo él, dubitativo por la situación. La empollona cogió aire. Escuchó la
a ió Ca e de Papa Roa h.
Devil observó cómo el representante se dirigía rápidamente hacia ellos y les informó de que una
banda quería conocerlos. Eran la competencia directa de The Devil
´s Band. No se conocían en persona, pero todo el mundo conocía la rivalidad que existía entre ambos
grupos.
–¿Por qué quieren presentarse ahora? –pensó Tino en voz alta.
–Su líder parece bastante interesado en charlar contigo –aseguró el representante sin dejar de
mirar a Abbie.
La empollona, que aún estaba un poco descentrada, le contestó:
–¿Yo?
Devil frunció el ceño.
De pronto entraron por la puerta un grupo de cuatro chicos y se dirigieron hacia ellos. Todos
tenían un estilo rockero muy arraigado, como la banda de Devil.
Había un chico que destacaba sobre los demás. Era rubio con los ojos verdes y tenía cara de no haber
roto un plato en su vida. Se puso frente a Abbie y acercó su cara
rápidamente a la suya. Abbie agachó la cabeza, avergonzada. El chico la observó unos segundos. Todos
los de la banda de Devil se miraron extrañados. Les pareció un
tío muy raro.
–¿Cómo te llamas?
–Abbie –contestó ella casi mecánicamente.
Devil dio un paso hacia adelante, poniéndose justo al lado de la empollona. El que parecía ser el
líder de la banda rival dejó de mirar a Abbie.
–Tú eres Devil –dijo cambiando su tono amable por una voz brusca y tenebrosa. Era como ver a
dos personas distintas.
–Tú debes ser Shane –contestó Devil desafiante.
¿Shane? –se preguntó Abbie a sí misma.
Sabía que aquellos chicos eran conocidos por sus escándalos. Rompían todo cuanto pillaban en
los escenarios, incluso habían llegado a cancelar sus conciertos por
culpa de los líos que se llegaban a formar. También habían destrozado algunos locales de la zona. Shane
era el líder de aquella banda tan violenta y agresiva.
Tras un breve silencio, Shane volvió a hablar:
–No hemos venido a presentarnos en persona. No sois mejores que nosotros, hacéis música pop
y no me interesáis en absoluto.
Los de la banda de Devil se pusieron tensos y avanzaron, nerviosos, intentando continuar la
pelea que estaba iniciando Shane.
–Quién me interesa –se detuvo y dijo bajando la mirada y señalando a Abbie que se encontraba
en medio de las dos bandas– ...es ella.
–¿Yo? ¿Por qué yo? –preguntó Abbie extrañada.
–He visto lo que ha pasado ahora. M e alegra que le hayas dado un puñetazo a la petarda esa
–dijo riéndose–. Nadie se atreve a hacerlo simplemente porque creen
que es una especie de diosa del rock. Pero entre nosotros, es una petarda.
Abbie no pudo reprimir una sonrisa al ver la gracia natural de aquel chico. Su parte cruel
agradeció el comentario sobre esa chica. Tino suspiró. No le molaba nada
el buen rollo de Shane hacia Abbie. Devil se dio cuenta. El rockero comenzó a morderse el labio,
nervioso.
–Eres tan distinta, no sé, me ha encantado ese puñetazo –siguió con esa voz melódica.
Abbie abrió la boca.
–¿Cuánta gente lo ha visto?
–Todos y parece que ha sido el primero. Ha dolido, ¿no?. No te preocupes, luego te
acostumbras.
–Esto... –dijo al ver que el chico le sujetaba la mano y se la besaba con cuidado–. ¿Y este es el
chico peligroso y rebelde del que todo el mundo habla? –se preguntó
dubitativa.
Devil apartó con cuidado a Abbie y se interpuso entre los dos, cogiendo por la chupa a Shane.
Abbie se sobresaltó.
–Te estás pasando, capullo –le dijo sereno–. Te rompería la cara si no fuera porque no quiero
armar líos.
CAPÍTULO 18
Lucha de titanes
Abbie, después del día del concierto, estaba totalmente desanimada. Sus sentimientos hacia
Devil no habían cambiado, pero estaba muy dolida y aterrada. No sabía
qué hacer. Veía como cada vez él estaba más lejos de ella. La destrozaban todas esas fotos con M
ichelle, que no paraban de salir en las revistas. Las cosas se
complicaban cada vez más.
Había pasado una semana desde el altercado del club y sólo había hablado con Devil por
teléfono unas pocas veces. La primera, el día en la que él la había llamado,
preocupado por su herida en la mano. Siempre que intentaba hablar con él, la banda estaba muy
ocupada.
Estaba sentada en la cama, comiéndose la cabeza, y no había manera de intentar entender por
qué las cosas habían cambiado entre ellos dos de repente. Apretó los
dientes, dio un golpe en la cama, cogió una pequeña mochila marrón de tirantes largos y se fue hacia la
discográfica.
Llegó hasta la entrada, y aunque la recepcionista, que la conocía, se negó a dejarla pasar, siguió
caminando con paso firme hasta el ascensor. Después se dirigió a la
sala de reuniones donde solían estar. La puerta estaba medio abierta, la empujó un poco y vio a M
ichelle y a Devil. Él estaba sentado en uno de los sofás, mirando
algunas hojas, y ella estaba canturreando alrededor, inventando una nueva melodía. De repente se
sentó encima de él.
Abbie abrió los ojos espantada.
–¿Qué haces? –preguntó Devil.
–Somos amigos, ¿no? –dijo rodeándole el cuello con los brazos.
–Va, BB, no me provoques.
–¿Qué? No te preocupes por Abbie. En el mundo del rock, ¿qué es un simple beso entre colegas?
M ichelle cogió la barbilla de Devil. Él la miró embobado. Observó sus labios rosados y esa
sonrisa que le podía. BB comenzó a besarle frenéticamente, Devil la
correspondió metiendo la lengua entre sus bocas. El chico comenzó a meter sus manos por debajo de la
camiseta apretada de la rockera. Abbie miraba la escena con los
ojos llenos de lágrimas. Devil vio a Abbie por encima del hombro de BB. Se sobresaltó, apartando a la
rockera rápidamente.
El odio y el fuego comenzaron a consumir a Abbie. Abrió la puerta con un gesto seguro, aunque
por dentro temblaba.
–Abbie, esto no es... –empezó a decir.
–¡Eres un cabrón! –comenzó a pegarle con la pequeña mochila. Después apretó los dientes y
comenzó a golpear todo lo que encontraba. Tiró un jarrón y una
pequeña lámpara del mueble de la pared. Empujó los papeles al suelo, cogió una silla y la estampó
contra el cristal de la oficina. La empollona rompió a llorar.
Devil la miró contrariado. No entendía cómo podía haberle sido infiel.
–Perdóname, no quería hacerlo, te lo juro –comenzó a decir el rockero.
–¡No me toques! –gritó Abbie con todas sus fuerzas.
Devil intentó abrazarla.
–Por favor, dame otra oportunidad, lo siento. No sé en qué cojones estaba pensando –le dijo con
sinceridad. He estado muy estresado, te he echado de menos.
Abbie le dio una bofetada.
–Abbie –dijo M ichelle.
Ésta se giró con cara de odio y lágrimas en los ojos.
–Es su naturaleza, ni siquiera tú puedes cambiar eso.
–¡Cállate!–le dijo Devil enfadado.
Los de la banda aparecieron al escuchar los gritos. Tino supo enseguida lo que había ocurrido.
–Abbie...–dijo Tino con tristeza. La chica, rota de dolor, comenzó a correr fuera de la
discográfica.
–¡Abbie! –exclamó Tino. Después fue a encararse con Devil–. ¿Qué coño te pasa? ¡Es Abbie,
joder! –dijo mirando con desprecio a BB–. ¿Cuantas veces te ha
ayudado? ¿Cuánta mierda te ha quitado de encima? ¡Es una más de nosotros! –dijo apretando los
dientes y cogiéndole de la chupa.
–¿Crees que tú lo harías mejor? –dijo herido por lo que acababa de hacerle al amor de su vida.
–Pregunta equivocada.
Devil le miró sorprendido.
–Sí, lo haría –confirmó él.
Devil le miró sorprendido y horrorizado. Tino fue tras ella. Devil le siguió.
Al llegar fuera, Abbie comenzó a respirar fuerte. ¿Qué había pasado? ¿Cómo era posible que su
amor se hubiera transformado en eso? ¿Su gran historia de amor era
una farsa?
Se giró en dirección a su casa chocándose con alguien cerca de la puerta de la discográfica.
–Hola, chiquilla –dijo una voz conocida.
M iró hacia arriba.
–¿Shane?
–Hola –sonrió. De pronto su risa se apagó–. Tienes mala cara.
Abbie giró la cara.
–Y a ti que te importa –dijo malhumorada, dispuesta a salir pitando de allí.
–¡Ven conmigo!–dijo él, entusiasta.
–No estoy para nada –dijo ella tan disgustada que ni siquiera se sintió atemorizada por la
presencia del rockero.
–Confía en mí –dijo extendiendo la mano, sin saber todo lo que aquél gesto significaba para
Abbie. En aquel momento se levantó la brisa y notó como su cabello se
movía.
La muchacha pensó en Devil, pero eso había acabado. Devil se había dejado impresionar por
aquella chica, y antes de perderlo definitivamente, ella se separaría de
él. Volvió a mirar la mano de aquel alocado y peligroso rockero que le estaba dando la llave para escapar
de su corazón roto. Y esta vez le tocaba a ella perder los
papeles.
Abbie le cogió la mano y éste sonrió.
–Vamos.
–¿A dónde vamos?
–A disfrutar un poco de la vida.
Shane se dirigió hacia un espectacular Lamborgini rojo.
–Entra –se rió. Abbie se secó las lágrimas y subió.
Tino y Devil llegaron hasta la entrada y vieron pasar como una bala el coche de Shane. Abbie
estaba a su lado. El tiempo se detuvo y ambos la miraron
anonadados. La chica miró a Devil completamente seria. Estaba dispuesta a todo.
–¿Era Abbie? –preguntó Tino con un hilo de voz.
Devil siguió mirando hacia la carretera.
–¿Qué cojones está haciendo? –preguntó molesto–. Le dije que no fuera con ese tío. Es
peligroso, joder –gruñó molesto.
–¿Sabes lo que está haciendo? –preguntó Tino mirando hacia dónde había aparcado la moto–.
Te lo está haciendo pagar...
Después de mirarse unos segundos, se dirigieron hacia las motos.
En medio del trayecto, Shane se giró extrañado al ver a Abbie llorar de nuevo. La miró
sorprendido.
–¿Qué te pasa? –preguntó, pareciendo por primera vez nervioso–. ¿Es por tu novio y su falsa
novia? Joder, todo el mundo sabe que esa pareja es un fraude.
–Ya no estamos juntos. ¡Que le jodan! –dijo enfadada.
Shane se echó a reír.
–Hemos llegado.
A ie i ó u a tie da i e sa lla ada Ro k shop .
–¿Qué es este sitio? –preguntó.
–El principio de este maravilloso día –sonrió antes de salir del coche.
–¿Por qué querría alguien como tú pasar un día conmigo?
El rockero rubio se giró y arqueó las cejas sorprendido.
–Porque estar contigo le jode y tú lo sabes bien –soltó un bufido de risa–. ¿Por qué si no hubieras
accedido tú también a venir conmigo?
Abbie sonrió y se acercó.
–Está bien, nada de Devil hoy –dijo Shane.
–Vale –asintió ella. Shane sonrió.
–Tengo curiosidad por saber qué ha visto en ti, pero ya empiezo a verlo.
M ovió lentamente la cabeza sin dejar de mirar a la empollona con sus ojos verdes.
–Vamos –dijo él señalando hacia la entrada. La tienda era enorme y parecía tener varias plantas.
Shane se movió hasta un mostrador donde le recibió una chica que, al reconocerlo, se asustó.
–Shane, qué placer verle de nuevo aquí.
–No seas mentirosa, no te hace ni puta gracia verme, así que no me pelotees. Odio a la gente
pelota.
La chica se quedó sin saber qué decir. Abbie abrió los ojos sorprendida.
–Vamos donde siempre –dijo él sin mirarla mientras caminaba hacia las escaleras.
–Espero que esté todo a su gusto –respondió la chica que le miró cautelosa.
Abbie le siguió en silencio. Subieron unas escaleras y de pronto estaban en otra parte de la tienda,
llena de sofás, comida, bebida y cantidades de ropa.
–¿Qué es esto? –preguntó Abbie observando un gran salón que había en medio de la tiendas de
ropa.
–Es la zona VIP –dijo algo malhumorado por el recibimiento excesivamente servil de la
dependienta.
–¿Por qué te hablaba así esa chica?
–La última vez que vine les destrocé la tienda –sonrió descaradamente–. Este local estaba en
bancarrota y la compré a cambio de disponer de ella sólo para mí.
Abbie le siguió hasta la parte de la ropa.
–Extiende los brazos –le indicó Shane. Ella lo hizo. Empezaron a caminar por la tienda. El rubio
comenzó a poner ropa sobre los brazos extendidos de Abbie y
siguió avanzando por la tienda colocando aún más ropa.
–¿Para qué es esto?
–Shhh –le dijo poniendo el dedo índice en el labio de Abbie. Ésta le miró extrañada por la
delicadeza de su acción.
Tras acabar se dirigieron a los probadores, que se encontraban en una esquina de la tienda y que
estaban protegidos por unas cortinas aterciopeladas de color
granate. El rockero se sentó en una especie de sillón de terciopelo también morado y cogió una copa de
champán. Abbie volvió a mirarle incrédula. ¿Era ese chico
delicado el mismo que había golpeado brutalmente al de seguridad del pub hacía varias noches?
–¿Y bien? –preguntó él...
La empollona movió la cabeza a ambos lados sin saber qué quería.
–Pruébatelos, voy a regalarte los que te queden bien, así que esmérate –dijo con una sonrisa
pícara mientras daba otro pequeño sorbo al champán.
–Yo no puedo aceptar esto.
–Bla, bla, bla –le dijo mientras se levantaba y la empujaba hacia los probadores.
–No puedo aceptar algo así... –insistió ella.
–O te cambias tú de ropa, o te cambio yo –dijo casi metiéndose con ella en el probador.
Abbie le miró horrorizada. Sabía perfectamente que, a pesar de su sonrisa, el rockero hablaba
completamente en serio. La empollona se metió dentro de un salto y
empezó a cambiarse. Se quitó la camiseta y se quedó en ropa interior. Shane abrió con lentitud las
cortinas y curvó la boca complacido.
–¡Eh! –gritó Abbie cerrando las cortinas.
Escuchó las risotadas de Shane.
–Cada vez entiendo más porque eres tú la preferida de Devil.
Volvió a sentarse en el pequeño trono de terciopelo y siguió bebiendo champán. Abbie salió con
un vestido largo y oscuro, ceñido debajo del pecho. Shane negó
con la cabeza y movió el dedo indicando que se probase otra prenda. Al rato, Abbie volvió a salir con
otro vestido ceñido. El escote era bastante prominente. Shane se
acercó y la miró sonriente. Ella miró tímida hacia el suelo. Éste delicadamente cogió su barbilla y la alzó
con suavidad.
El chico llevaba un pequeño frasco azul en la mano. Lo abrió y depositó unas gotas en los dedos.
Apartó el pelo suelto de Abbie con delicadeza, y giró el rostro de
la empollona. Puso sus dedos detrás de la oreja. Abbie dio un pequeño saltito por el contacto del frío
líquido. Shane comenzó a acariciar a la chica, dejando la fragancia
del perfume por todo su cuello.
No se detuvo.
Intentó recorrer con sus dedos el camino hasta el escote de Abbie, pero ésta le dio un golpe en la
mano, apartándola. Shane sacó la lengua con un guiño travieso.
–Creo que deberías probarte otra cosa, querida –siguió él moviéndose grácilmente hasta su trono.
Abbie salió con otro vestido más recatado, pero que claramente la favorecía. Era de color negro,
llegaba hasta las rodillas y realzaba su figura sin ser demasiado
prieto.
–Ahora es el momento de la música.
–¿Qué música?
Shane se levantó y dejó la copa a un lado. Se acercó hasta un equipo de música y lo encendió.
–¿Y si viene alguien? –preguntó Abbie algo incómoda.
–Sólo yo digo cuándo viene alguien. ¿Acaso no te has dado cuenta aún, pequeña Abbie?
–preguntó él con seguridad.
–¿De qué?
–Yo tomo el control de las cosas. Lo que quiero, lo consigo –dijo acercándose a Abbie con
intención de besarla. A última hora, de forma inesperada, le ofreció un
poco de champán. Ella se bebió toda la copa de golpe. Shane la miró complacido y le sirvió más.
Volvió al equipo de música y puso la música a tope. Comenzó a sonar la música, cantando el
o alista de Rise Agai st o su a ió “atellite . “ha e ogió
una baqueta que se encontraba por ahí y la utilizó como un micrófono y comenzó a cantar la canción a
gritos. Se acercó a Abbie lentamente, moviéndose al ritmo de
aquella canción. Ella le miró tímida y siguió bebiendo.
–Es imposible no perder la compostura con esta canción. Apúntate este track, señorita
Rotermeyer –se dirigió a Abbie, le cogió su mano con un ágil movimiento y
comenzaron a bailar. Abbie sonrió. Comenzó a saltar y siguió a Shane. Éste le dio otra baqueta y ambos
siguieron berreando la canción mientras recorrían toda la tienda
saltando como niños. Shane hizo el gesto de tocar la guitarra eléctrica mientras Abbie daba vueltas. De
repente, la canción se hizo más lenta y Shane se acercó a ella y se
puso de odillas: Its ot too late, e ha e the est of ou li es .
El sonido volvió con más fuerza y el ritmo aumentó. Se acercaron a una cama que estaba
montada en un aparador y empezaron a saltar sin dejar de cantar.
Después, cuando la canción llegó a a su momento más intenso, comenzaron a darse golpes con unas
almohadas. De pronto, las plumas empezaron a salir de los
almohadones y todo se volvió blanco. Acabó la canción y ambos se tumbaron sobre el colchón. Abbie
tenía el pelo extendido y Shane estaba a su lado mirando el techo.
–Guau –dijo él–. Ha sido increíble.
–Sí –respondió ella sonriendo. Se estaba divirtiendo mucho.
–Ha sido como un puto orgasmo –dijo él emocionado mientras suspiraba.
Abbie se tensó al escuchar aquello. Shane lo notó.
–Un orgasmo musical con todas las de la ley. Joder, tía, debes ser muy buena en la cama. No es
tan distinto a esto...
Abbie hizo un pequeño gesto que Shane pilló al vuelo.
–Sí... –dijo ella disimulando.
–Espera, espera –dijo él apoyando el brazo en el colchón y mirándola directamente–. ¿Hasta
dónde habéis llegado vosotros?
–No... –dijo ella con timidez. Shane abrió los ojos y estalló a carcajadas.
–¿M e estás diciendo que no has hecho nada con Devil? ¿Nada de nada?
–No –repitió Abbie mecánicamente.
El chico comenzó a desternillarse a mandíbula batiente. Se cogió la tripa. Abbie se giró y le dio
un leve codazo, enfurruñada, pero riéndose al mismo tiempo. Shane
soltó un bufido y volvió a acostar la cabeza en la cama. Era como un niño pequeño y tenía una sonrisa
tan infantil... Fingía ser muy maduro, pero seguía siendo
caprichoso y egocéntrico. La empollona le miró con ternura. El chico se giró a ella con una sonrisa.
–¿Qué? –preguntó aún riéndose.
–Nada –siguió ella con una sonrisa.
Él cambió su sonrisa, alargó el brazo y le acarició la mejilla.
–Tienes algo tan especial en ti que no me extraña que todo el mundo quiera retarse para
conseguirlo.
Abbie le miró halagada.
–Reto conseguido –siguió él mirando hacia el techo–. Empiezo a entender por qué el gran Devil
está tan obsesionado contigo. Aparentemente eres una simple
chiquilla, pero si te fijas bien, eres un diamante en bruto. ,Tienes personalidad y eres única. Yo pasé toda
mi infancia y mi adolescencia en orfanatos. No conseguí que
nadie pudiera aguantar mi ritmo, nadie que me quisiera de verdad –Abbie le miró muy cerca, con
tristeza–. No es algo que se encuentre con facilidad. ¡Qué gilipollas es
Devil al dejarte escapar! Yo hubiese matado por alguien como tú... –le susurró. La empollona le miró
ensimismada.
Abbie que hasta ese momento no había pensado en Devil, volvió a revivir todo lo que había
pasado horas atrás. El y M ichelle, juntos. Tenía muchas ganas de
llorar, y por alguna razón se sentía en confianza como para hacerlo allí, delante de aquel famoso
rockero.
–Pues lo ha hecho –dijo ella con un tono extraño mientras comenzaban a caerle las lágrimas.
–Seguro que se ha tirado a la puta de Bibi. Como si lo viese, menudo soplapollas. En realidad es
un tío simple que se ha dejado embaucar porque es una tía que
está buena. Eso es inmaduro, y luego dice que yo soy el inmaduro... Aunque tú no estás nada mal,
¿sabes? –de pronto se detuvo al escuchar el llanto de Abbie. El
rockero rubio se detuvo, sabía que había hablado demasiado. M iró los ojos castaños de la empollona
cubiertos de lágrimas. La acercó hacia su cuerpo con gentileza y la
apretó contra su pecho. La chica abrió los ojos sorprendida.
–No te aguantes, este lugar es solo nuestro.
Abbie apretó los labios y comenzó a llorar sin consuelo. Shane la abrazó y ésta le apretó con
fuerza. Se quedaron en silencio.
–¿Te has desahogado, Abbie? –preguntó dulcemente Shane.
–Sí. Es muy difícil estar con alguien como Devil, te engancha de tal manera que no puedes
escapar, y lo peor es que no quieres escapar –sonrió. El rockero rubio
también sonrío–. Consigues quererle tanto que pierdes la razón, cada pequeña muestra de su naturaleza
es como si te destrozase el corazón, pero al mismo tiempo es
eso lo que te atrae de una manera loca hacia él. Le odias, le quieres, te vuelves loca, y te sientes más
lúcido que nunca, todo al mismo tiempo... Y vuelve a empezar, pero
esa es la manera en que le quiero, la única y verdadera manera de amarle.
Shane besó la frente de Abbie.
–Qué romántico... –dijo mediante un susurro.
Abbie se giró y le miró directamente.
–No creo que te vaya lo romántico...
–¿No?–se rió entre dientes–. Pues envidio esos sentimientos que tienes por él, sobre todo
porque no los merece.
Él miró a Abbie con intensidad y ella se dejó mirar de aquella manera unos cuántos segundos.
–Bueno –dijo Shane incorporándose–, prepárate por que nos vamos a una fiesta. Esta noche vas
a ser mi cita. Porque estás soltera, ¿no?
Abbie negó con la cabeza.
–Yo no puedo estar con nadie ahora mismo, no puedo pensar... –dijo ella confundida.
–¿Te estoy pidiendo acaso matrimonio? –preguntó el con una mirada dulce–. Sólo quiero que lo
pasemos bien. Y créeme, acabarás enamorándote de mí –le dijo con
seguridad.
Ella le miró dubitativa, costaba no creer a ese chico tan impulsivo y seguro.
–Te acompañaré a la fiesta pero...
–Nada de pe os . “ólo tú o, a pasa lo e g a de –dijo de una manera tan emocionada que
Abbie cambió su actitud.
–Cierto, ya está bien de llorar, voy a disfrutar de esta velada.
–¿Por qué hablas así? –preguntó entre sorprendido y divertido.
–Cuándo me pongo nerviosa hablo más... formal.
–Qué genial –rió él dirigiéndose a las escaleras mecánicas.
–Tienes diez minutos para ponerte un conjunto con en el que brilles –le dijo él.
–Pero... –exclamó ella.
–Nada de pe os , a ué date –escuchó su voz alejándose.
Abbie sonrió y apretó los puños decidida. Necesitaba desconectar del mundo de Devil por un
día, aunque eso supusiera meterse de lleno en el mundo de Shane,
que aunque era un completo desconocido, y sin duda un chico violento y lleno de sorpresas, ya le
infundía confianza.
Se dirigió hacia el vestíbulo, miró al frente con cara de seguridad y cerró las cortinas dispuesta a
ser ella, por primera vez, quién estuviese dispuesta a comerse el
mundo.
Devil y Tino se habían vuelto locos intentando encontrar a Abbie. Devil estaba realmente
alterado, sabía que Shane era una muy mala compañía para cualquiera,
pero para alguien inocente y bondadoso como Abbie, podía resultar criminal.
–No sé dónde cojones deben estar –dijo Tino parando la moto. Se encontraban en una zona de
casas bajas y podían observar como detrás de la hilera de viviendas
descendía ya el rojizo sol del atardecer.
–¡Joder, Abbie! –exclamó Devil–. ¿Por qué me haces pasar por esta mierda? –dijo poniendo la
moto al lado de la de Tino.
–Seguro que ella se está preguntando lo mismo –contestó el mejor amigo del rockero,
apoyándose en la moto y encendiendo un pitillo.
–Joder, déjalo ya, ¿no? –preguntó molesto–. Sé que la he cagado –dijo bajando de la moto–. La he
cagado... otra vez –bajó su voz.
Tino asintió.
del rockero rubio, cálida e inquieta, se paseaba lentamente por su boca. Shane se separó de Abbie con
una sonrisa. La empollona le miró sin saber qué hacer.
Un periodista gritó el nombre de otro famoso que acababa de salir del pub y los periodistas
corrieron hacia otra dirección. Se quedaron completamente solos.
Shane pasó la mano por la espalda de Abbie y comenzaron a caminar. Cuando pasaron junto a
Devil y Bibi, éste le pidió una cosa a Abbie.
–Espera, por favor.
Abbie se separó de Shane y Devil se puso delante de la empollona. Ella levantó la cabeza y él la
abrazó con fuerza.
–Te quiero –le susurró–. Por favor, perdóname.
Abbie cerró los ojos sintiendo caer una lágrima helada.
–No te creo, no puedo creerte –dijo ella queriéndose separar de él.
El rockero le cogió el rostro con delicadeza y lo acercó al suyo. Puso su frente pegada a la de ella
y la miró a través de las pestañas.
–No voy a permitir que nadie te separe de mí, ni siquiera yo mismo –dijo con una aplastante
seguridad al mismo tiempo que le rogaba que le creyera.
–Estar contigo es llorar dos días y vivir al límite el siguiente –dijo ella–. Si sigo contigo voy a
volverme loca, pensando si me quieres o no a cada segundo, o si
estarás con otra tía. Aunque juras pensar en mi en cada instante, tú no puedes amar a nadie de verdad,
nadie puede confiar en ti sin romperse completamente. Y yo me
he roto en mil pedazos otra vez.
Devil dejó caer los brazos a los lados del cuerpo, pensando que la había perdido de verdad.
Abbie avanzó hacia Shane. Éste la miró con seriedad y le tocó con
delicadeza la cabeza.
–Lo siento –susurró.
–Por favor, quiero perderme en la noche –dijo Abbie desesperada mientras el segurata les abría
la puerta del pub.
–Devil... –siguió estupefacta Bibi. El la ignoraba completamente y miraba hacia el suelo.
–Lárgate –dijo con un hilo de voz.
M ichelle entendió al instante lo que el rockero sentía por Abbie y supo que no tenía ninguna
oportunidad con él. Devil amaba a Abbie de una manera imposible de
imaginar para ella para cualquiera.
–Devil, lo siento, yo... –aclaró ella adoptando una actitud completamente distinta. Había herido a
alguien a quien quería.
–Piérdete –le contestó Devil mientras se dirigía hacia la entrada del club.
Abbie estaba en el centro de la pista moviéndose con los ojos cerrados, Devil se dio cuenta de que
no paraban de caer lágrimas de sus ojos. La empollona escuchó
atentamente la canción:
Me t ajiste hasta a uí, luego te eo desapa e e .
Dejaste este a ío e í o puedo eg esa e el tie po.
Co e zó a so a u a a ió ue él o o ía: Ne e e the sa e del g upo Red . Es u hó
como la canción parecía hablar de aquella situación de una manera
casi planeada. Y la siguiente estrofa comenzó a gritar en su mente, como si fuese él mismo quien
estuviera gritándoselo a Abbie.
No, uédate. Nada se compara a ti.
Nada se compara a ti.
¡Yo no puedo dejarte ir!
¡No puedo dejarte ir!
¡No puedo deja te!
Devil se dio cuenta de que Abbie estaba cantando la canción.
Nu a se é el is o. No después de a a te.
¡No después de a a te! ¡NO!
De repente, la canción llegó al punto más álgido y los aspersores del techo comenzaron a regar a
todos los presentes con una fina lluvia. La gente comenzó a saltar
empapada. Abbie abrió los brazos mirando hacia el techo, mientras seguía cantando con los ojos llenos
de lágrimas.
¡Nu a se é el is o!
¡Estoy atrapado en los recuerdos, las promesas,
nuestro pasado, te pertenece...!
¡Simplemente no puedo alejarme!
¡Porque después de amarte!
¡Nunca podré ser el mismo! ¡Nunca podré ser el mismo!
¡Nu a se é el is o!
Devil observó la escena completamente roto. No se podía creer que todo ese dolor que Abbie
transmitía se lo hubiese causado él. La canción se volvió más lenta.
Avanzó entre la gente, pero se detuvo al ver llegar a Shane. El rockero rubio la cogió y la abrazó con
fuerza mientras ella rompía a llorar con las manos en la cara. Se
escuchó:
Oooooooh, oooooooh
Oooooh, ooooooh...
No puedo alejarme...
No puedo aleja e...de ti
Devil dio media vuelta y se dirigió a una de las salas vip.
–Lo siento, pero no puedo –gritó Abbie a Shane–. Tengo que irme a casa.
Shane le hizo un gesto diciendo que le acompañaba. Abbie negó con la cabeza. Shane insistió. La
empollona le miró y le bastó esa mirada para que él no insistiese
más. Abbie empezó a pasar entre la gente. Chocó con un chico que llevaba una cresta de colores que la
miró enfadado.
–Lo siento –se disculpó Abbie.
El chico empezó a moverse alrededor de ella y le sonrío de una manera que Abbie sintió como
maléfica. Volvió a disculparse e intentó caminar más deprisa,
necesitaba salir del antro. Llegó hasta unas escaleras. Pensó que quizá se trataba de otra salida. Subió
las escaleras y se encontró con unas pequeñas cortinas que
separaban distintas habitaciones. Entró en una pensando que quizá podía coger algo de aire. Necesitaba
intimidad.
Entró rápidamente y allí se llevó una de las mayores sorpresas de su vida al ver que Devil se
encontraba allí tumbado. Parecía medio dormido y ella se acercó
extrañada. El rockero tenía una jeringuilla clavada en el brazo.
–¡Oh, Dios mío! –exclamó horrorizada. Devil abrió los ojos al escuchar su voz.
–Abbie, ¿estoy soñando? –preguntó él.
–¿Qué cojones has hecho? –respondió Abbie totalmente asustada.
–Quítatela, por favor.
Abbie frunció el ceño con horror, sabía que debía hacerlo ella. Y con mucha delicadeza le quitó la
jeringuilla del brazo. Después, le dio unos golpes en la mejilla para
espabilarlo. Él apenas podía murmurar unas palabras.
–¿Qué? –preguntó ella acercando la oreja a su boca.
–No me dejes, por favor, sin ti estoy perdido.
–No hagas gilipolleces, Devil –sentenció ella mientras se sentaba a su lado.
–Sé que te he jodido tanto, que nunca me lo voy a perdonar.
Devil acercó sus labios al cuello mojado de Abbie y comenzó a besarlo. Subió hasta su boca y
comenzaba a besarla con pasión. Abbie le miró dolida.
–Vámonos a casa.
–No puedo ir a casa así.
–Vayamos al local –dijo ella mientras le ayudaba a levantarse. Lentamente siguieron hasta la
entrada y se dirigieron a la calle donde cogieron un taxi. Durante el
trayecto, Devil se mantuvo en silencio, con los ojos cerrados. Parecía dormir.
Cuando llegaron al local, Abbie lo tumbó en el sofá y llamó a Tino. A los pocos minutos llamaron
a la puerta y ella fue corriendo a abrir.
Tino corrió hasta el sillón, se rió y suspiró tranquilo. Apartó los pies de Devil y se sentó a su lado.
Abbie le miró contrariada.
–¿Qué pasa?
–Lleva un colocón de cagarse, eso es todo Abbie–sonrió despreocupado.
Abbie respiró aliviada.
–M enos mal –dijo sintiéndose tranquila, al fin.
–Va, Devil, despiértate coño –le dijo Tino mientras le daba una manotada.
–¿Qué quieres, joder?
–Que te sientes. Abbie está aquí–dijo serio.
–Lo sé.
–¿Entonces que cojones haces hecho un flan? Venga, levántate.
–Si me levanto se irá.
Abbie le miró dolida.
–¿Qué pasa? –preguntó Tino.
Hubo un largo silencio.
–Hemos terminado –dijo Abbie.
Devil abrió los ojos y se incorporó.
–M e niego.
–Devil... –siguió ella aguantando las lágrimas–. Ya es suficientemente difícil para mí.
–¿Y yo? –dijo levantándose de golpe–. Estoy destrozado por dentro –le dijo a centímetros de su
cara.
Abbie negó con la cabeza y se dio la vuelta.
Devil susurró, casi rogando:
–M e desarmas, me haces débil. Siempre he sabido como actuar, pero me dejas sin fuerzas. No
sé que debo hacer para recuperarte, lo que sé que es nunca quiero
volver a perderte.
Abbie se giró y le miró con severidad.
–Yo lo único que sé es que estar contigo es llorar dos días y vivir al límite al siguiente. Lo único
que sé es que has estado enrollándote con M ichelle y has vuelto a
ser quién decías que nunca más volverías a ser. Sé que te he querido como nunca jamás podré querer a
nadie. Y sé que me he desvanecido en ti. No sé quién soy, no sé
quién debería ser sin ti. Necesito volver a recuperar quien soy. ¿Y sabes lo peor? –sonrió con tristeza–.
Realmente pensé que esto iba a acabar bien pero ha sido como
despertar de un sueño fugaz. Tan fugaz como tus sentimientos por mí.
Devil negó con la cabeza queriendo decir que estaba equivocada. Le cogió el rostro, apoyó su
frente en la de ella, un gesto suyo que siempre les hacía sentir
conectados el uno con el otro, y la miró a través de las pestañas. Abbie miró hacia el suelo.
–Abbie, te quiero.
–Es demasiado tarde.
–No, nunca es demasiado tarde –negó con la cabeza el rockero–. No lo es. Tenemos otra
oportunidad. Danos otra oportunidad.
–No puedo hacer como si no hubiese pasado nada entre tú y M ichelle –dijo apartándose de él.
Se giró hacia la puerta y cogió el pomo. Abrió la puerta y cuando iba
a salir vio las intenciones de Devil. Corrió disparada como una flecha hacia él. El rockero tenía otra
jeringuilla en la mano.
–¿Qué haces, Devil? –preguntó Abbie intentando quitarle la jeringuilla.
–Esto me ayuda a no pensar, déjame –le pidió.
–¿No te has metido suficiente mierda hoy? –preguntó Abbie mientras seguía intentando coger la
jeringuilla.
–¡M étete en tus asuntos –le gritó Devil.
–¡He dicho que dejes esta mierda! –siguió Abbie, empujándole y quitándole la jeringuilla.
Devil cogió las muñecas de Abbie y la estampó con fuerza contra la pared. Se quedó a
centímetros de ella y le susurró entre dientes.
–¿Dices que me dejas y ahora te crees con derecho a decirme lo que tengo que hacer? –le rugió.
Después dio un puñetazo a la pared.
Tino se levantó rápidamente del sofá. Abbie le miró completamente aterrada. Devil se dio
cuenta de que le tenía miedo y supo que se había pasado tres pueblos. Se
separó de ella y se llevó las manos a la nuca.
–Bueno, creo que Devil necesita estar a solas. Vamos Abbie, te acompañaré a casa –dijo Tino
poniéndole su chupa de cuero sobre los hombros.
Al cerrar la puerta, Abbie escuchó un grito de rabia de Devil.
Empezaron a andar y Abbie se giró de vez en cuando pensando cuánto estaba sufriendo Devil.
CAPÍTULO 19
Chantaje y honor
A ie se se tó e la a a. Ha ía estado pe sa do toda la o he. M i ó el o k essage ue
estaba a su lado, junto la almohada. Sabía que todavía quería a Devil,
pero lo que no tenía tan claro era si podía llegar a perdonarle. No podía dejar pasar fácilmente todo lo
que había ocurrido con Bibi y todavía seguía en shock al enterarse
que el rockero, además, se drogaba.
Recordó la conversación que tuvo con Tino la noche anterior, antes de llegar a casa.
–Sabes que él nunca te haría nada malo, ¿verdad?
–Lo sé –contestó ella con rotundidad.
–Supongo que estaba muy dolido por que no le hayas correspondido –hizo una pausa dudando si
decir lo que le pasaba por la mente–. Entiendo cómo debe
sentirse.
Abbie se giró y le miró directamente a los ojos. Él le contestó con una mirada intensa.
–No sabía... –dijo Abbie después de un largo silencio.
–¿Que Devil se pinchaba? –preguntó intentando abordar el tema con delicadeza.
–Sí –susurró con tristeza Abbie.
–No suele hacerlo, sólo cuando necesita despejarse la cabeza.
Ab ie e o dó lo ue De il le ha ía di ho: M e a uda a o pe sa .
–Aún así, no está bien, y no...
–¿No te lo esperabas, Abbie? –preguntó atónito Tino–. Somos rockeros, forma parte de nuestro
mundo...
Abbie bajó la cabeza.
–No debería ser así.
Tino sonrió y pasó su brazo por el hombro de la muchacha.
–Si se lo pidieras, lo dejaría. ¿Lo sabes, no?
–Le quiero, pero no aguanto su ritmo. Es demasiado.
–Eso es decisión tuya –dijo apretando su cuerpo al suyo.
–Sé que me quiere, pero no sé si podemos estar juntos.
–Supongo que eso depende de lo que estéis dispuestos a hacer el uno por el otro. ¿Cuánto
estarías dispuesta a sacrificar por él?
–Todo –siguió ella.
–Pues ahí tienes tu respuesta.
Abbie miró a Tino, que le sonrió.
–Eres un buen amigo.
–Quizás demasiado buen amigo –dijo él con una sonrisa algo forzada.
Abbie volvió a la realidad. Se puso una bata y se puso en el escalón de la entrada de casa.
Necesitaba aire fresco para pensar con claridad. De pronto vio dos
sombras frente a ella. Levantó la cabeza y vio a M aggie y a M ax frente a ella. La rockera extendió un
periódico que llevaba en la mano y se lo mostró. Se podía ver una
foto en la que aparecían Shane y ella, junto a Bibi y De il. El titula o deja a luga a dudas: Las dos
pa ejas o ke as de oda. ¿Quié es la ue a hi a de “ha e? .
–El kiosko está lleno de estás imágenes –se detuvo M aggie–. ¿Algo que contar?
Abbie bajó la mirada y apretó los labios. M aggie se sentó a un lado y M ax al otro. No dijeron
absolutamente nada. M aggie le pasó el brazo por encima. Abbie abrió
los ojos, sorprendida por la reacción de su antigua amiga. La rockera se giró hacia ella.
–Tino me ha dicho que viniera.
M ax también se apoyó en Abbie. No dijeron ni una sola palabra los tres, pero Abbie sintió que,
por fin, estaban los tres juntos otra vez. Y habían ido a apoyarla.
Abbie cerró los ojos y lloró en silencio arropada por quienes siempre habían sido sus mejores amigos.
–¿Realmente sabías dónde te estabas metiendo, Abbie? –preguntó M aggie sin atisbo de burla en
su voz.
–Sí, por él haría cualquier cosa.
De repente apareció en la calle una niña pequeña que se les acercó.
–¿Te has perdido? –preguntó Abbie con voz dulce.
La niña extendió un periódico en el que se escondía un sobre. La niña comenzó a correr en
dirección contraria. Abbie cogió la carta. Su nombre estaba escrito en el
sobre. M ax y M aggie la miraron. La chica abrió la carta y encontró unas fotos cuyo reverso estaba
escrita. Lo leyó atentamente y su cara fue reflejando un horror
indescriptible. Les dio la vuelta y abrió los ojos como platos.
Abbie miró a M ax, luego a M aggie.
–¡Joder! –añadió la empollona.
Devil se había quedado dormido en el local.
No podía creerse que hubiese tratado a Abbie de esa manera. No volvería a recuperarla jamás.
Cerró los ojos con fuerza y se llevó las manos a la nuca, todavía
tumbado en el sofá.
Escuchó que alguien entraba:
–¿Está bien? –preguntó el rockero sabiendo de quién se trataba.
–La dejé anoche en su casa. Sí, está bien.
–M e alegro –contestó Devil.
–¿Cómo es que se te fue tanto la pinza ayer? –preguntó Tino, sentándose a su lado.
–Joder, Tino, me siento desesperado de no poder... no saber qué hacer sin ella.
–Pues solo tienes que estar con ella –dijo Tino.
Devil se giró sorprendido.
–¿Y ese cambio de opinión? ¿No ibas a ir a por todas?
Tino le miró serio y se levantó.
–Deberías ir a la discográfica. Nuestro representante lleva días preguntando por ti, y ahora más,
después de que hayan salido las fotos en las revistas.
–¿Qué fotos?
–Es mejor que vayas –siguió Tino–. Ahora no va a haber quien os quite a los periodistas de
encima.
Devil se levantó rápidamente. Si se trataba de las fotos que les habían hecho el día anterior, se
había acabado la privacidad para Abbie. Y no sólo eso, sino que,
oficialmente, sería la chica de Shane, y eso, en el código rockero, significaba mucho más que un simple
cotilleo de la prensa rosa. Significaba que todo el mundo del rock
lo vería de esa manera, y eso dificultaba mucho poder volver con Abbie.
Tino se sentó en el suelo y se cubrió la cabeza con las dos manos.
–Soy estúpido –se dijo–. Estoy enamorado de ella y sólo hago que empujarlos uno al otro para
que vuelvan a estar juntos. Sé que ella le quiere, y por eso lo hago.
–Estás pillado por ella hasta las trancas, eh, chaval –Tino le miró con fiereza. Shane siguió
intentando suavizar el asunto–. Habla con ella, quizás te escuche.
Shane comenzó a contarle lo ocurrido.
–¡M ierda! –exclamó Tino mientras se frotaba la cabeza–. ¿Dónde cojones está ella?
–No tardará en ir a Aragón, pero no sé dónde... –se calló al ver como Tino comenzaba a correr
hacia la moto, Arrancaba y se dirigía a toda prisa hacia el centro de
Valencia.
Shane miró estupefacto la reacción de Tino.
–Joder, tengo competencia.
“e e e dió u iga o pe só: Quie o i , pe o uizás o pli ue ás las osas. E la ota
pedían que no lo o ta a .
M ientras tanto, Abbie se encontraba saliendo por la puerta de su casa. Se encontró a M ax allí.
–¿M ax?
–¿Vas a ir? Es una locura.
Abbie ya lo sabía.
–Tengo que ir –recalcó mientras pasaba por su lado. Su amigo le cortó el paso.
–Pueden hacerte daño Abbie.
Ella miró al suelo, nadie sabía lo que había pasado en la estación. Estaba claro que no iban con
buenas intenciones, pero podía mirar de dialogar con esa chica y
averiguar qué quería de ella. Y quería salvar a Devil, de un escándalo y de la cruzada periodística que le
perseguiría para siempre.
–Estaré bien –sonrió.
M ax la siguió hasta alcanzarla y la abrazó con fuerza. Sabía que no podría convencerla.
–Cuídate –le dijo el empollón.
EL chico levantó la mirada y se encontró con que M aggie comenzaba a correr en dirección
contraria. M ax entonces lo entendió todo. Comprendió las palabras de
Abbie y tuvo la certeza de que quien estaba realmente interesada en él era M aggie. La rockera, incluso
antes de salir con Devil, estuvo enamorada de él en secreto.
Se separó de Abbie. Ésta le miró confusa.
–Por favor, cuídate –insistió una vez más. Y salió disparado en dirección a M aggie.
Cuando Abbie llegó a la gran avenida, se encontró a Tino aparcado delante de la entrada del local
donde habían citado a su amiga.
–Un sitio demasiado oscuro para una chica como tú –dijo bajando de la moto.
–Tino... –dijo sabiendo exactamente por qué estaba allí.
–Abbie, ¿dónde crees que vas, cuatro ojos?
–A salvarle el culo a Devil.
–No creo que eso debas hacerlo tú.
–Por lo visto, sí –dijo intentando sacar la nota que tenía en el bolsillo.
Tino la cogió de las manos.
–Olvídate de Devil –le pidió con una voz extraña.
Abbie le miró confusa.
–¿Cómo puedes decir eso? Es tu mejor amigo.
–Y tú mi amiga. Abbie, deja que cuide de ti –le susurró con una ternura aplastante. Después
acercó sus labios a los de Abbie, y con una deliberada lentitud,
comenzó a besarla con dulzura.
La chica no se apartó.
–¿Qué haces? –preguntó la empollona con tranquilidad cuándo él se separó.
–No pareces sorprendida. ¿Sabías que siento algo por ti?
–No. Estoy sorprendida.
–¿Entonces?
–Contigo, hagas lo que hagas, me siento tranquila. Eres la paz en toda esta locura y este mundo
caótico. Contigo todo es fácil y alegre, por muy mal que estén las
cosas. Contigo se puede hablar de cualquier cosa, siempre tienes algo que decirme, siempre sabes cómo
actuar. Eres mi guía, mi luz... Contigo jamás podría enfadarme,
aunque me beses sin preguntar.
–Ya nadie pregunta esas cosas en el sigo XXI.
–Pues a mí me gustaría.
–¿Puedo besarte?
Abbie hizo una mueca.
–Quiero a Devil, Tino.
Él se separó un poco pero siguió cogiéndola de la cintura.
–Lo sé.
–No pareces sorprendido –dijo Abbie.
–No lo estoy. Sé que necesitas tiempo pero yo soy lo mejor para ti, empollona. Ya lo verás.
Abbie sonrió, le cogió las manos y las besó con dulzura.
–Debes irte, no tardarán en llegar.
–No lo hagas –le pidió Tino–. Hazlo por mí.
–Haría cualquier cosa... Todo menos esto –siguió ella.
–No vas a escucharme, ¿verdad?
Abbie negó con la cabeza.
–No tiene nada que ver.
–¿Le has preguntado a Devil si quiere que hagas esto por él?
–No sé si quiere que haga esto por él, pero desde luego no creo que quiera esto –dijo señalando
la foto que tenía en la mano.
–Voy a por Devil, él conseguirá que vengas con nosotros. No te muevas de aquí, Abbie. No tardaré
nada –dijo corriendo hacia la moto.
–¡No puedes decírselo! –gritó Abbie–. Será peor.
Tino no la escuchó y le dio gas a la moto.
Abbie escuchó unas pisadas detrás de ella. Se encontró con un grupo de rockeras. Eran cinco
chicas vestidas de cuero, con botas de hebilla y chupas.
–Así que tú eres la tía con la que anda Devil. Qué desilusión, eres una pioja –dijo una chica
pelirroja que parecía liderar el grupo. Hablaba arrastrando las palabras.
Abría la boca en actitud chulesca y la miraba con prepotencia.
Abbie las miró con seriedad.
–Ya te lo dije –respondió otra con una mecha azul en el cabello que Abbie reconoció de
inmediato. Era la chica que la había acosado en el metro.
–¿Qué queréis de mí? –preguntó Abbie mostrando carácter.
–Verás, nosotras llevamos siguiendo a Devil desde que empezó a coger la guitarra –dijo la líder–.
No entendemos cómo una puta como tú ha conseguido ligárselo y
Devil llegó con el botiquín y observó la cara triste de Abbie. Ella negó con la cabeza diciéndole que
no le pasaba nada. Era increíble la conexión que ambos sentían,
como para entenderse sin palabras ni gestos.
Cogió un algodón empapado en agua oxigenada y lo pasó por los arañazos de su cara. Abbie
arrugó la nariz.
–¿Te duele?
–Un poco.
–¿Te recuerda algo? –rió Devil.
–Sí –dijo Abbie–. Cuando te curé en mi casa después de salvarme de aquella banda chunga.
Devil rió.
–Han pasado muchas cosas desde entonces.
–Hemos pasado mucho desde entonces.
–Abbie –siguió él–. Lo de BB... yo, no.
–Lo sé –dijo ella cogiéndole con delicadeza la mano con la que sujetaba el algodón.
–Déjame explicártelo. No es que no te quiera, ni que te quiera menos. Se me fue la pinza, me
sentía demasiado acorralado con eso del representante, la prensa, el
montaje, las nuevas canciones. No quería perderte, te notaba lejos y no sabía qué hacer. Y la cagué aún
más... –contestó aturullado–. No sé cómo actuar, me importas
tanto que me quitas seguridad, me confundes. Y no sé qué debo hacer, sabes que ese sentimiento no lo
llevo bien.
–Lo sé, tú normalmente sabes qué hacer con todo. Lo entiendo. Pero nunca jamás beses otros
labios que no sean los míos.
–Nunca –dijo él.
Abbie sonrió.
Devil acabó de curarla, se tumbó en el sofá y cogió a Abbie con delicadeza. Ella se acurrucó entre
sus brazos y se quedaron dormidos viendo como amanecía por la
ventana.
Tino que había estado yendo de un lado para otro, llegó al barrio del Carmen y se sentó en un
parque, viendo amanecer. Achinó los ojos por el sol que le cegaba y
se recostó en el banco. Dejó caer la cabeza y no se dio cuenta de que la jeringuilla del último chute que
se había metido, se asomaba por su pantalón.
Habían pasado unas horas durmiendo y Abbie ya se sentía con fuerzas para volver a casa.
–Podríamos desayunar en algún sitio, ¿quieres? –preguntó Abbie.
–Encantado –dijo él con una amplia sonrisa.
Se cogieron de la mano y se dirigieron a la Calle Colón, una de las calles céntricas de Valencia.
Hacía un gran día, el sol brillaba y las tiendas estaban todas abiertas,
había un montón de gente paseando. M uchos, al ver a Devil, chismorreaban o se giraban para cotillear.
M uchas chicas reían tontamente, pero nadie se atrevía a
acercarse.
–Hay mucha gente –dijo Abbie algo molesta.
–Perfecto –siguió él.
–¿Ah, sí? –contestó Abbie algo burlona–. ¿Desde cuando te gusta que te esté mirando todo el
mundo?
–Para lo que quiero hacer hoy, es perfecto.
Devil rió y de un salto se subió al capó de un coche que estaba aparcado al lado.
–¿Qué haces? –preguntó Abbie–. ¿Quieres que nos detengan?
Devil se subió al techo ante la atenta mirada de todo el mundo que pasaba por allí. La gente, al
reconocerle, empezaron a detenerse y a mirarle. Él puso sus manos a
modo de altavoz y y gritó:
–¡Yo, Devil del grupo de The Devil's Band, estoy enamorado de esta chica! –dijo señalando a
Abbie–. ¡La quiero, es lo mejor que me ha pasado y no pienso
separarme de ella nunca!
La muchacha observó a Devil y le pareció que brillaba como cuando estaba encima de los
escenarios. Lo vio grandioso y majestuoso.
La gente empezó a aplaudir con ganas y Abbie bajó la cabeza avergonzada. El rockero saltó por el
coche hasta llegar al suelo. Abbie fue hasta él y le dio un dulce
beso. Se separaron y se sonrieron el uno al otro, iluminados por los rayos de luz que atravesaban sus
siluetas y los hacían brillar. Devil dio las gracias al público que
seguía aplaudiendo con un gesto, y cogió de la mano a la empollona antes de echar a correr y perderse
entre la multitud.
Devil la acompañó hasta la puerta de su casa. Puso la mano sobre sus hombros y le levantó la
cabeza para besarle la herida de la frente. Abbie le miró con dulzura.
–Descansa un rato, luego vendré a verte.
–Vale –sonrió ella.
Devil se giró de repente y gritó:
–Gracias por lo de anoche, estuviste muy bien.
–¡Ya me lo has hecho otra vez! ¡Que aquí me conoce todo el mundo, descarado! –gritó
enfurecida.
Devil comenzó a reír a carcajadas. Abbie le observó con dulzura, viéndole brillar, realmente feliz,
como en esos momentos en los que él la hacía rabiar cuando
todavía era su mascota. El rockero comenzó a caminar y ella vio como se alejaba. Se quedó plantada,
dudando si hacer lo que todo su ser le pedía. Comenzó a correr.
Devil ya había desaparecido. Siguió corriendo. Cruzó una esquina y vio al rockero, casi al final de la calle.
–¡Devil! –gritó.
El rockero, que todavía sonreía, se giró sorprendido.
Abbie comenzó a correr hacia él a grandes zancadas. Dio un salto cuando estaba frente a él y le
abrazó con fuerza.
–Te quiero, estúpido –dijo Abbie apretándole contra ella.
Él abrió los ojos, dándose cuenta de que era la primera vez que la robot lo decía en voz alta. La
empollona le abrazó con fuerza, sintiéndose avergonzada.
–No voy a dejarte caer jamás, Abbie.
–No lo hagas –respondió ella–. Porque yo no pienso dejarte caer a ti.
Devil la besó con fuerza.
–Te quiero, robot de biblioteca.
–Y yo a ti, macarra –siguió ella, burlándose.
Ambos se rieron.
–Voy al local, he quedado con los capullos esos. ¿Quieres venir?
–Prefiero descansar.
–De acuerdo. –Le dio un beso en la mejilla– Hasta luego entonces.
Abbie se fue a casa contenta, dando algún que otro saltito por la calle. Devil sonrió de lado
mirando la felicidad de su chica.
Devil llegó al local y llamó un par de veces. Nadie respondía. Pensó que sus colegas no habrían
llegado. De todos modos, se había adelantado una hora, pero cuando
iba a irse escuchó un fuerte estruendo. Abrió la puerta con su llave y se encontró a Tino que había tirado
su guitarra.
–Eh, Tino –dijo yendo hacia él recogiendo la guitarra–. ¿Qué cojones haces? ¿Qué pasa?
–preguntó sorprendido.
–¿A mí? –se señaló con una sonrisa burlona–. Nada, coño. ¿Qué me va a pasar?
Devil se acercó y le cogió la cara, el otro se resistió.
–Estate quieto, ostia ¿Cuánta mierda te has metido?
CAPÍTULO 21
Abbie y Devil
Cuándo regresaron donde habían aparcado la moto ya estaba oscureciendo y Devil puso
delicadamente su chupa de cuero sobre los hombros de Abbie. La luz de la
luna se reflejaba en el mar y las estrellas brillaban con intensidad en el cielo.
Devil dejó a Abbie en su casa y besó con delicadeza su frente.
–Te quiero, cuatro ojos.
–Y yo a ti, macarra –siguió ella abrazándole como si fuese una niña pequeña. Devil la acurrucó
entre sus brazos.
–Te recojo mañana y damos una vuelta por ahí –propuso él.
–Sí –sonrió ella.
Devil llegó a su casa y aparcó la moto con una sonrisa. Se dirigió a las verjas que protegían el
jardín y se dio cuenta de que había una sombra apoyada en la pared.
–¿Quién eres?
–¿No te suena mi cara? –contestó una voz brusca en medio de la oscuridad.
–No. ¿Qué coño quieres?
–No me extraña que no conozcas mi nombre, nadie lo conoce –continuó el desconocido con un
tono absolutamente rencoroso.
–¿Qué me estás contando, tío? ¡Pírate, imbécil!
El hombre se puso delante de él y susurró una única palabra que Devil reconoció al instante. El
rockero abrió los ojos con horror y se quedó inmóvil delante de
aquel extraño hombre.
Al día siguiente, por la mañana, Abbie seguía en su cama escuchando el canto de los pájaros.
Abrió los ojos y sonrió abrazando la almohada. No podía evitar sentir
las descargas eléctricas de la felicidad en su cuerpo. Volvía a estar con Devil y se sorprendió al sentirse
nerviosa por la ropa que debería ponerse para quedar con él.
–¿Desde cuándo me he vuelto así? –se dijo después abrir el armario–. Iré con cualquier cosa.
Se sentó en la cama y miró de reojo el vestidor.
–Bueno, hoy me arreglaré un poco más –se convenció entre risas mal disimuladas.
Se probó un vestido rosa que le habían regalado pero que nunca se había puesto. Le parecía
demasiado femenino, pero sabía que a Devil le gustaría verla así. Se
acercó al espejo y se quitó la goma del pelo dejando su melena suelta. Se pintó los ojos delicadamente.
Se miró. No era su estilo, pero se sentía a gusto y sabía que a él
también le gustaría.
Quedaban diez minutos para su cita y esperó sentada en la cama, como una pequeña princesa
esperando a su príncipe azul. Pasó media hora, después una hora, y
Abbie se extrañó. Devil no solía ser impuntual. Pasaron dos horas y Abbie comenzó a preocuparse. Le
envió un mensaje a su message rock, pero no contestó.
Abbie salió de casa y se encontró de sopetón con Devil.
–¡Devil! –exclamó ella–. ¿Qué haces ahí parado? ¿Por qué llegas tan tarde?
Devil la miró con el rostro frío. Llevaba allí desde las cinco en punto...
–¡M ira, Devil! –dijo Abbie dando vueltas sobre mí misma para enseñarle el vestido. El rockero
flaqueó, y aunque seguía serio, su expresión dejó paso a una
profunda tristeza.
–¿Qué pasa? –preguntó extrañada.
–Tenemos que hablar, Abbie –contestó en un tono seco.
Acto seguido entraron en casa y subieron a la habitación de la empollona.
–¿Qué ocurre? –preguntó Abbie–. ¿Devil?
–Tenemos que dejarlo –le interrumpió Devil, frío como el hielo.
–¿Dejar... qué?
–Esto que tenemos.
Abbie se acercó con la boca abierta, sin creerlo.
–¿Esto? –repitió sorprendida por la indiferencia con la que Devil se refería a su relación–. ¿Por
qué?
–M e he cansado –siguió él, mirándola sin pestañear.
–Pero ayer, tú y yo... No entiendo, ¿qué pasa? –se alteró Abbie.
–Ayer conocí a una tía que está muy buena y quiero tirármela. Eso es todo.
Era tal la frialdad de Devil, que incluso quemaba. Abbie apretó la mandíbula y le pegó una buena
bofetada. El rockero giró la cara. La empollona se abalanzó sobre
él y comenzó a besarle. Devil se quedó quieto. Abbie siguió besándole, cada vez con más fuerza,
intentando que reaccionara.
–No quiero que te vuelvas a acercar a mí –le dijo mirándola directamente–. Hoy me he
levantado y me he dado cuenta de que me aburres. Tener que pelear por ti es
una pérdida de tiempo –Abbie frunció el ceño contrariada–. ¿De qué te extrañas? Sabes que soy muy
cambiante. Soy arriba y abajo, el cielo y el infierno, el amor y el
odio, la seguridad y el peligro... Todos tenían razón cuando decían que esto se acabaría antes o después,
que yo me cansaría de estar atado a alguien, atado a una
empollona que es demasiado poca cosa para mí. No te quiero volver a ver, ya no tienes nada que ver
conmigo.
Devil se dio la vuelta, abrió la puerta y la dejó abierta, saliendo después a la calle. Abbie corrió
detrás de él. Se detuvo en la puerta.
–¡Devil! –gritó con fuerza.
El rockero se detuvo. Escuchar el alarido de desesperación de Abbie hizo que su rostro se
desencajara. Sabía que tenía que seguir caminando y no girarse, pero
sintió que sus piernas le pesaban toneladas. Aún así, consiguió avanzar, pensando que hacía lo mejor
para los dos.
La empollona se quedó paralizada, sus piernas se doblaron y cayó al suelo. Se tapó la cara con
las manos y comenzó a llorar con fuerza.
El rockero se dirigió hacia el metro, sintiendo el dolor clavándose en su corazón. Recordó lo
sucedido la noche anterior con el extraño visitante. No le había
reconocido en primera instancia, pero se trataba del líder de una banda de rock de segunda. Al hombre
le había bastado una palabra para mover todo el mundo de Devil.
Una pala a ue De il ha ía e o o ido ha ía leído pe fe ta e te de sus la ios: A ie .
Se llevó las manos a la cara y cogió el metro que le llevaría hasta el local de la banda. Al llegar,
como si de un robot se tratase, entró y cerró la puerta
mecánicamente.
–¿Qué pasa? –le dijeron los miembros del grupo a verle tan inexpresivo.
–Dejo el grupo.
–¿Qué? –preguntó uno de ellos completamente sorprendido.
–Buscaos otro vocalista –siguió Devil.
Los del grupo se miraron alarmados. Tino se levantó y miró a Devil con desprecio.
–Tan cambiante como siempre. Sabes que sin ti la banda se va a la mierda.
–Encontraréis otro vocalista –repitió el rockero mientras se marchaba.
Los del grupo comenzaron a parlotear nerviosos.
–Si Devil se va, estamos acabados.
–Joder, justo ahora. ¿Qué coño tiene en la cabeza? Esta vez sus rabietas han llegado demasiado
lejos.
Los de la banda se quedaron sin saber qué hacer. Uno tiró la guitarra a un lado, enfadado.
Devil se detuvo nada más cruzar el umbral de la puerta y se llevó las manos a la cabeza. Recordó
otro fragmento de la conversación con el hombre de la anterior
noche:
–Abbie –pronunciaron los labios de aquél maleante.
Devil lo cogió del cuello y lo empotró contra la pared.
–¿Qué sabes tú de Abbie?
–Sé que nos conoces y que sabes que no nos andamos con chiquitas. Digamos que estoy hasta
los cojones de que un grupo de niñatos como vosotros triunfe,
mientras que yo, no puedo seguir con mi grupo adelante. Y he pensado... Joder, ¿por qué no acabar con
esto de una vez?
–Al grano –siguió haciendo más fuerza–. ¿Qué ocurre con Abbie?
–Esto segu o de ue has oído ha la de uest o g upo, Los a aña .
Devil abrió los ojos. Claro que había oído hablar de ellos. No sólo era uno de los grupos más
peligrosos de la ciudad, sino que llevaban tras ellos varios asesinatos y
robos con armas de fuego. Le soltó de inmediato.
–Veo que sabes quiénes somos... –siguió él.
–¿Qué quieres? –preguntó Devil algo más precavido.
El hombre se acercó hasta su oído y le susurró:
–Quiero verte caer, gran Devil, así que si no quieres que tu chica pague por ello, primero deja la
banda –le dijo con su voz grave.
Devil le miró horrorizado.
–¿Y si no lo hago?
–Después de divertirnos con ella, ten por seguro que la encontrarás tirada en una cuneta con un
bonito collar hecho con esto –dijo mostrando el cuchillo que tenía
en una de sus botas.
Devil miró horrorizado al hombre.
–Sabes que no vamos de farol. La paliza de las groupies a tu putita es un paseo en barca
comparado con lo que podemos hacer con ella.
–Haré lo que quieras –dijo inmediatamente.
–Deja la banda y deja a tu chica. Quiero que seas un desgraciado, como lo somos cada uno de
nosotros en nuestra banda.
–Lo haré –dijo él, costándole hablar por primera vez en su vida.
–Eso esperamos –concluyó aquel oscuro hombre alejándose con tranquilidad por las oscuras
calles.
Devil se quedó unos minutos sin saber qué hacer. Golpeó con una patada las verjas de su casa.
No tenía otra escapatoria. Tenía que salvar a Abbie y esta vez no
iba a permitir que la tocasen. Se lo había prometido y tenía que demostrar a todo el mundo que él podía
protegerla de su ambiente y de él mismo.
El rockero volvió a la realidad. No podía fiarse de que aún cumpliendo todas las instrucciones de
aquel hombre, se estuviesen quietos. Llamó a uno de los de su
banda:
–¿A qué ha venido eso, tío? Sueltas que te vas del grupo y te piras sin dar explicaciones.
–No podía hacer otra cosa...
–¿A qué te refieres?
–O dejo la banda y a Abbie, o van a por ella.
–¿Qué cojones? ¿Quién mierda ha dicho eso?
–Los araña –dijo Devil.
Escuchó como el otro rockero se callaba.
–Ostia, qué putada ¿Qué necesitas, Devil?
–Quiero que estéis pendientes de Abbie, no me fio ni un pelo de esa gente.
–Claro –dijo con seguridad–. Eh, tíos, Devil ha hecho esto por Abbie. Los a aña le ha
amenazado con hacerle algo. Tenemos que cubrir su casa.
–Gracias, chicos –siguió él.
–¿No ibas a contarnos nada?
–No... he pensado que quizá no entenderíais que yo lo dejaría todo por ella, y por su seguridad.
–¡Qué gilipollas eres, Devil! Abbie es una más de nosotros. La protegeremos por ti, pero también
por nosotros.
–Gracias, tíos. M e gustaría estar con vosotros, pero no conviene que me vean cerca del local.
–Lo sabemos, y tranquilo. Solucionaremos esta mierda.
–Protegedla mientras voy a buscar refuerzos –siguió Devil.
–Te mantendremos informado –contestó el de la banda.
–Y sed discretos, que no os vea Abbie, se preguntará qué ocurre.
–Vale, aunque a estas horas ya debe estar durmiendo.
–Gracias, sois los mejores–enfatizó Devil.
–Lo sabemos...
–Bien, ¿cómo nos organizamos?–preguntó uno de los de la banda después de que Devil colgara.
–Dos personas que cubran la parte de atrás y otros dos la de delante. Y Tino que esté dentro... ¿Dónde
coño está Tino? Estaba aquí hace un segundo.
Los rockeros se encogieron de hombros.
–Localizadle y vamos para allí ya...
La empollona, que estaba todavía con su vestido puesto, estaba acostada en la cama, notando sus
lágrimas caer. Su noche de cuento de hadas se había convertido
en calabaza. Y aunque ella aparentaba ser fría, como a cualquier chica, le gustaban los cuentos de hadas
y los príncipes azules. Y su Romeo la había dejado... había
dejado de quererla.
Escuchó el sonido de unas motos que ya conocía y levantó la cabeza rápidamente. ¿Qué hacían
allí los de la banda de Devil?
Abrió las cortinas de la ventana y vio a los rockeros aparcar frente a su casa. El grupo se dispersó
enseguida y se quedaron dos rockeros frente a la puerta. Abbie
corrió a abrir.
–¿Qué está pasando?
Los dos rockeros que estaban en la puerta se sobresaltaron.
–Anda... Abbie, estás despierta...
–¿Qué pasa? ¿Pasa algo con Devil? –preguntó alterada.
–No, queríamos ver qué tal estabas...
–¿Y por qué no tocáis al timbre?
–Al no ver luces, pues pensábamos que estarías dormida. Así que ya, si eso, esperamos a mañana
–le pasó la mano por el hombro–. Es tarde, descansa. Y no salgas
así de casa, mujer, que hay mucho chungo suelto –río disimuladamente, llevándola hasta la puerta.
Entró en su casa.
–Pues es lista, enseguida ha sabido que algo pasaba. Aunque claro, con semejante despliegue... –dijo el
rockero que se encontraba vigilando.
–Parece que ha estado llorando, debe estar pasándolo mal –siguió el otro rockero que había
acompañado a Abbie hasta la puerta y se acercaba hacia su amigo.
Ambos se giraron hacia la casa
–¿De verdad compensa pasarlo tan mal por un amor? –dijo el que había hablado con Abbie.
–Parece ser que por un amor como el de Abbie y Devil, sí –contestó el otro.
CAPÍTULO 22
El salto
Cuando Abbie despertó, se frotó los ojos y miró por la ventana. Era imposible que estuviesen aún
allí, pero se quedó helada al ver que los rockeros seguían en la
misma posición que la noche anterior.
–¿Qué está pasando? –les preguntó después de correr hasta la puerta.
–Nada, y mira, te invitamos a desayunar. Han ido a por donuts. Ahora nos los comemos en tu
casa, venga entra –le dijeron empujándola hacia dentro. Abbie se
paró antes de entrar:
–Contádmelo todo.
Uno de la banda miró a la empollona con el ceño fruncido, luego observó a otro rockero y volvió a
girarse hacia la empollona.
–Entremos, no deberías estar fuera.
Abbie negó con la cabeza sin comprender nada.
–¿Qué ocurre? –preguntó una vez más, después de entrar en casa.
El rockero la miró con cierta lástima.
–¿Co o es a Los a aña ?
–M e suenan...
–Son una banda de rock, de las más peligrosas de la ciudad...
–¿Y qué tienen que ver conmigo? –preguntó ella sin entender a qué venía todo aquello.
–Van a por ti, Abbie.
Abbie les miró con los ojos abiertos.
–¿A por mí? ¿Por qué?–preguntó.
–Por ser tú –explicó otro.
Abbie negó con la cabeza, sin entenderlo.
Devil, que intentaba encontrar el refugio de Los a aña , apa ó la oto ju to a ot o g upo de o ke os
con los que congeniaba bien.
–No sé, Devil –contestó un rockero bastante jovencito, pelirrojo, con voz dulce, piel pálida y pecas en
sus mejillas–. Parece que hayan desaparecido del mapa.
–Pues hay que encontrarlos antes de que ellos nos encuentren a nosotros –respondió Devil.
El pelirrojo, que a pesar de su corta edad parecía ser el líder, asintió. Los otros rockeros hicieron lo
mismo.
–Pues pongámonos en camino –dijo Devil dándole gas a la moto.
Abbie miró a través de la ventana de su habitación, los rockeros seguían haciendo guardia y recordó la
conversación que tuvo con ellos.
–¿Pero por qué me persiguen?
–No lo sabemos, pero hemos pensado que estar aquí es lo mejor.
–¿Y Devil? –arrastró su nombre con pesadumbre.
–Devil no sabe nada de esto, nos hemos enterado nosotros –mintieron.
Abbie volvió al presente cuando se dio cuenta de que en el horizonte, el sol ya estaba a punto de
esconderse.
Devil, que había ido preguntando discretamente a gente de la zona, supo que sería muy
complicado dar con el grupo rival. Tendrían que prepararse para el ataque,
e el aso de ue Los a aña de idiese da u paso adela te.
Se dirigía a casa de Abbie cuando sonó el móvil. Paró la moto y vio que la llamada era de Tino.
–Ya era hora, gilipollas. ¿Dónde te has metido?
–¿Tratas de esa manera a Abbie y encima me insultas, capullo? –gritó con una voz arrastrada e
incluso algo ida.
–¿Has bebido? –preguntó Devil extrañado.
–No, me he metido una buena ralla de farlopa. Joder qué buena está...
–Tino, te estás empezando a pasar con el tema de la droga. Ya no eres capaz de controlarte.
–¡Espera, espera! ¡Casi me caigo! ¡Esto es divertido!
Devil se alarmó.
–¿Caer? ¿Dónde coño estás, Tino?
–¿Yo? Haciendo... haciendo equilibrios. Es una maravillosa noche para hacerlo.
Devil escuchó de fondo el mar embravecido.
–¡Eres gilipollas! ¡Qué cojones estás haciendo!
Escuchó un golpe.
–¿Tino? ¡Tino! –le gritó Devil.
Cogió la moto y fue directo a la playa de la M alvarrosa. Al llegar pudo ver a Tino haciendo
equilibrios en lo alto de una pequeña torre, justo enfrente del mar.
Subió rápidamente hacia allí.
–Tino, Tino, tranquilo... –dijo intentando calmarle.
–¿Por qué, tío? ¿Por qué yo no puedo encontrar a alguien que se preocupe por mí? Estoy tan
solo... Y encima no puedo pasar ni un día sin la mierda esta –dijo
enseñando los brazos llenos de pinchazos.
Devil se mordió el labio y miró hacia otro lado.
–¿Qué te has hecho, joder? ¿Qué te he hecho? –se preguntó a sí mismo.
Devil comenzó a recordar cuando tenía diez años y ya apuntaba maneras. Se vestía como un
rockero, e incluso ya tenía un piercing en la oreja. Se encontraba en el
barrio del Carmen, posiblemente el más antiguo de Valencia, y escuchó las risas de niños de su edad. Se
acercó a uno de los callejones y vio como daban patadas a otro
que se encontraba en el suelo. Fue hasta allí, molesto, los cogió uno por uno y los empujó. El chico que
se encontraba en el suelo miró a Devil sorprendido.
–¿Qué tipo de nenaza sois para pegar a un chaval en manada? –les preguntó con su voz de niño
pequeño.
–¿A ti qué te importa? –preguntó uno.
–¿Quieres comprobarlo? –le dijo mirándole con sus ojos de demonio.
–¡Es Devil! –aclaró uno de los que estaban pegando al chico. A los demás les cambió la cara.
–Lo siento –dijo el líder. Y se fueron corriendo.
Devil se giró a mirar a aquel chiquillo, delgado y pequeño, que seguía tirado en el suelo. El chico
se puso las gafas bien. El rockero le sonrió ampliamente.
–M enudo empollón...¡Vaya paliza te hubiesen dado si no llego a estar yo aquí!
–Lo tenía todo controlado, no sé para qué te has metido... –dijo enfurruñado. Se intentó
levantar pero sus pequeños brazos no podían con el resto de su cuerpo
magullado.
El niño rockero se rió y le dio su mano. El otro la cogió, todavía con un gesto molesto.
Se despertaron cuando ya era de día. Un rayo de luz les alumbraba allí, en la cama, abrazados con
fuerza.
–¿Por qué me has dejado? –preguntó Abbie.
–Porque te quiero –siguió él.
Abbie abrió los ojos.
–¿Entonces? –preguntó sorprendida.
–No puedo estar lejos de ti. Por mucho que quiera o lo intente, todo me lleva de nuevo aquí, a tus
brazos. Es el único lugar donde puedo sentirme aliviado, incluso
después de lo de anoche... Soy demasiado egoísta para dejarte ir –se giró mostrando sus ojos castaños
iluminados por el sol–. No quiero dejarte ir, ni verte llorar como
aquel día cuando te deje. Estoy enamorado de ti Abbie, tanto que sin ti no puedo seguir y mucho menos
ahora...
Se dieron un dulce beso.
–¿Tiene algo que ver con esa banda?
–Sí, me amenazaron. Si no lo dejaba contigo ni dejaba la banda, te harían algo.
Abbie bajó la mirada preocupada.
–No te harán nada –dijo él–. Nunca –recalcó esa palabra con fuerza–, nunca lo permitiría.
–¿Sabes que me da igual lo que esos idiotas puedan hacerme mientras esté contigo? Nada es tan
horrible como separarme de ti –continuó Abbie mirándole a través
de sus pequeñas gafas.
Devil la abrazó.
–No voy a dejar que otra persona pague por mi mundo, nunca voy a dejar a nadie más tirado
–dijo haciendo referencia a Tino. Abbie se dio cuenta.
–Tú no has dejado tirado a nadie. Tino está... estaba en un bucle y no podía pensar con claridad.
Devil suspiró.
–Dime, ¿qué te dijo antes de saltar?
–No sé, algo sin sentido.
Devil la miró muy intrigado.
–¿El qué?
–Dijo: M e de es u a, A ie .
Devil la miró sorprendido. De pronto sonó el timbre y Abbie se sobresaltó.
–No sé quién puede ser –dijo inquieta mientras se levantaba.
–Espera, mantente detrás de mí, por si acaso –le dijo el rockero.
Devil abrió la puerta y se encontró directamente con él. Abrió los ojos. Abbie, algo más atrás, se
quedó boquiabierta.
–No puede ser...
CAPÍTULO 23
La primera vez
–¡Hola, chicos! –dijo Tino despreocupado.
–Estoy flipando –aseguró Devil.
–Yo también debo haber ingerido algún alucinógeno –dijo la empollona.
–Vaya, Abbie, pareces estar muy nerviosa... –se burló.
–¿Tino? –preguntó Devil perplejo.
–Sí coño, soy yo –se rió con chulería.
–¡Tino! –repitió Abbie con lágrimas en los ojos.
Tino dejó de reír. Devil y Abbie corrieron hacia él. Los tres se abrazaron con fuerza.
–Joder, tranquilos, me duele el cuerpo...
Entraron en casa.
–Voy a llamar a los de la banda –dijo Devil con el teléfono en la mano.
–Nos debes una explicación, imbécil –dijo Abbie empujando a Tino.
–Eh, que ha sido por una buena causa.
Devil colgó y concluyó:
–Va a pega te u a paliza, si o te la pego o p i e o. ¿Qué es eso de u a ue a ausa ?
–Estando allí, haciendo el tonto, me dí cuenta de que podía hacer algo por vosotros.
–¿Algo por nosotros? ¿A qué te refieres? –preguntó Abbie.
–Cuándo bajé me dí cuenta de que podía ayudar a que os reconciliarais.
Le miraron sin saber a qué se refería.
–Se me ocurrió una idea brillante –le dijo a Abbie–. ¿Recuerdas lo que te dije?
–“í. M e de es u a, A ie .
–Después de haber montado el número, pensé que debía saltar. Llegué a una pequeña cala
buceando, por lo que no ibais a verme salir del agua y pensaríais que
habría muerto.
–¿Y qué? –preguntó Devil molesto.
–Quería que tú, idiota, te dieras cuenta de que estabas haciendo el gilipollas separándote de
Abbie.
–¿M e estás diciendo que fingiste saltar para demostrarme que necesito a Abbie? –preguntó
Devil anonadado.
–Sí –sonrió Tino,
–Eres un capullo –dijo Abbie enfadada.
–Aunque es cierto lo que te dije, Abbie, estoy enamorado de ti.
Abbie le vislumbró seria. Devil hizo lo mismo.
–Nunca vuelvas a saltar, no me puedo creer que lo hicieras –rió Abbie para quitarle importancia
a lo que acababa de pasar.
–Sí, pero estáis juntos otra vez, ¿no?
Devil sonrió.
–M enudo anormal. Te arriesgaste a palmarla por esto.
–Sabéis mejor que nadie que lo que tenéis no es algo habitual. Os necesitáis y os merecéis estar
juntos. Vuestra historia debe continuar, es única.
Abbie sonrió.
–Ah, bueno, y salté arriesgándome a palmarla también porque después de besar a Abbie, no
quería pasar por tu lado. Seguramente ibas a matarme –siguió con una
risa.
Devil le dio un puñetazo en el hombro.
–He decidido dejar esa mierda –dijo hablando de la droga–. Creo que podré hacerlo, y si no, ya
tengo mirados unos cuantos centros de rehabilitación con terracita –
bromeó intentando quitarle hierro al asunto.
Abbie suspiró y cerró los ojos.
–M enudo susto nos has dado, capullo –dijo Devil.
–Ha valido la pena –aseguró mirando a Devil cogiendo a Abbie.
Sonó el timbre.
–Chicos, cuidado –dijo Devil yendo hacia la puerta.
En cuanto abrió, los rockeros comenzaron a entrar montando un escándalo alrededor de Tino. M
aggie, que había llegado con ellos, no dejaba de recriminarles.
–Joder, nunca me contáis nada. ¡Qué asco dais, joder!
Los rockeros estuvieron un rato y esperaron a que M aggie se fuera para que Devil les dijera
cómo iban a organizar la vigilancia de la casa.
–Gracias por esperar a que M aggie se fuera, chicos –dijo Abbie.
Todos sabían que era mejor que no lo supiera, por su seguridad y para que no se preocupara en
exceso. Ni ella ni M ax.
Decidieron que Tino se fuese a descansar. A mitad de camino se cruzó con BB.
–¿Qué haces tú aquí? –preguntó Tino con desprecio.
–¡Estás vivo! ¡Uf, menos mal! Estaba preocupada, por ti –siguió ella.
–¿Y a ti qué te importa, petarda? –se burló mientras pasaba por su lado.
–¿Vamos a tomar algo? –preguntó la despampanante rockera levantando la cabeza.
Tino se detuvo. Bibi se mordió el labio. El rockero se giró sorprendido.
–¿Contigo? –contestó él–. Contigo no me voy ni a la vuelta de la esquina –siguió caminando.
M ichelle fue hacia él y le cogió del brazo.
–Oye, ¿por qué dices eso?
El rockero se giró.
–Has hecho mucho daño a Abbie. M ira –se detuvo burlón–, puede que al resto del mundo los
engañes, pero a mí no. Eres una tía retorcida y egoísta que se piensa
que tiene a todos a sus pies. La realidad es que tan sólo eres una puta caprichosa, sin corazón, cruel,
fría, que hace cualquier cosa por conseguir lo que quiere, incluso si
eso significa hacer daño a alguien. Tía, me das asco –se detuvo y pronuncio esas palabras lentamente,
con desprecio–. ¿Quién querría estar dos segundos a tu lado?
M ichelle se quedó mirando a Tino, con rostro serio, y bajó los ojos llenos de tristeza. Después
pasó a su lado sin decirle nada. Tino observó como se alejaba. M iró
hacia un lado y resopló con fuerza.
M ientras tanto, Devil había tomado una decisión. Debía proteger a Abbie lo mejor que pudiera,
y quizás estaban en el sitio equivocado.
–Deberíamos ir a mi casa, es más seguro –aclaró Devil.
Abbie hizo una pequeña maleta y ambos se fueron escoltados por el resto de los rockeros.
–Estoy asustada –susurró Abbie a Devil mientras caminaban por la calle. Él la rodeó con el brazo
y la apretó contra su cuerpo.
–Te protegeré –le susurró al oído. Abbie cerró los ojos degustando la voz de Devil diciéndole
aquello.
Llegaron a casa de Devil y los rockeros se organizaron para cubrir la casa.
–¿Y tus padres? –preguntó ella.
–Están en una reunión en Estados Unidos.
–Vaya... –dijo ella nerviosa.
Subieron hasta su cuarto. Abbie se sentó en la cama. Devil se sentó junto a ella, y después se dejó
caer sobre la cama. La empollona se puso tensa.
–Hacia tiempo que no venías aquí –siguió él.
–Cuándo te daba clases particulares.
La empollona escuchó cómo Devil reía.
–Recuerdo esos momentos, pero parece que hayan pasado un millón de años.
–Alabé tus pósters y te sentiste agradecido por mi reconocimiento –siguió ella.
–¿Estás nerviosa? –preguntó Devil.
Vio a Abbie sentada, mirando hacia abajo, con las manos juntas y los brazos estirados.
–¿Yo? Para nada... No sé de dónde has sacado esa conclusión.
Devil se levantó extrañado. Abbie sentía su corazón latir con fuerza. Se sentía ruborizada.
–Definitivamente estás muy nerviosa...
Fue a coger el brazo de la empollona y cuando ésta notó el contacto dio un pequeño salto y se fue
rápidamente hacia la ventana. Devil, entre curioso y atónito, se
levantó de la cama y fue hacia ella. La abrazó por detrás.
–¿Qué haces? –preguntó ella.
–Abrazarte, eres mi novia. ¿Acaso no puedo? –preguntó sorprendido.
Los latidos del corazón de Abbie fueron más rápido todavía.
Devil la giró hacia él, despacio. Ella miró hacia el suelo. Devil levantó el rostro de Abbie
lentamente, obligándole a mirarle. Ella giró la vista.
–¿Qué ocurre? –preguntó él ya algo nervioso–. ¿Estás... intimidada por mí? ¿Tú?
¿Abbie?–preguntó sorprendido.
Abbie le miró enfadada.
–¿Qué pasa? –preguntó ella molesta.
–¿Tan difícil te resulta creer que el Gran Devil está completamente loco por ti? ¿Es tan raro que
yo te quiera como jamás he querido a nadie? –preguntó él
manteniendo esa sonrisa.
Abbie le miró y sintió que tener a ese chico tan especial, por el que todo el mundo suspiraba, le
ponía. Por primera vez, podía verle de esa manera. Él era suyo y de
nadie más.
La chica le cogió de la chupa de cuero y lo arrastró hasta ella. Comenzó a besarle con fuerza. Devil
abrió los ojos sorprendido con la actitud de la empollona. Pero
no iba a desperdiciarla. La cogió en volandas, la aupó con fuerza y la apoyó contra la pared mientras le
besaba el cuello. Abbie cerró los ojos sintiendo el contacto rudo
del rockero.
El rockero la sentó en la cama y se puso frente a ella de cuclillas. Con un gesto seco arrastró la
goma del pelo de Abbie, dejando su cabello suelto al son del viento
que entraba por la ventana. Devil le dio un beso mientras le quitaba la camiseta. Abbie, al contrario de
lo que había imaginado, en ningún momento se sintió ni violenta,
ni avergonzada. Volvieron a enzarzarse en un baile de besos intensos. Devil acarició con sus labios las
piernas de Abbie y siguió el recorrido por su cadera, hasta besar la
barriga de la chica. Después le besó el centro de su pecho y después la barbilla. Abbie acarició con las
yemas de los dedos el rostro de Devil y le besó de nuevo.
La chica no cerró los ojos, no se sentía asustada. Había llegado el momento, y no podía ser más
feliz. Tenía enfrente suya, a pocos centímetros de su rostro, al
hombre de sus sueños, que la trataba como si fuese una princesa y que la quería como sólo Devil podía
hacer.
Devil era la primera vez que se ponía tan nervioso con una chica. Había estado con decenas, pero
por algún motivo, sentía aquello como su primera vez. Quería ser
delicado y no hacerle daño. Posiblemente, con otra chica y a ese ritmo, pasional pero lento, se hubiese
aburrido hasta la saciedad. Pero en ese caso, era todo lo contrario.
Quería que durara para siempre y esa lentitud le ponía demasiado. Hablando como él solía hablar
normalmente, era el mejor polvo que estaba echando en su vida.
Abbie cerró los ojos con fuerza al notar a Devil dentro de ella.
–¿Estás bien? –le preguntó él con ternura.
–M ejor... es imposible –dijo ella soltando el aire con placer.
Los rockeros seguían vigilando los alrededores.
–¿Has traído algo? –preguntó uno.
–Sí, he traído una na aja, pe o tal o o so Los a aña , al e la se a a des ojo a de osot os.
Es un juguete de niños comparado con lo que ellos suelen llevar
encima...
–En el momento en el que tengamos que enfrentarnos a ellos, debemos estar preparados, o no
sobreviviremos en la pelea.
–Joder, qué envidia me dan esos dos –dijo otro haciendo referencia a Abbie y a Devil–. ¿Crees que
alguien pueda quererse más que ellos? M ira que lo han pasado
putas, y ahí siguen.
–No sé, todos queremos eso al fin y al cabo, ¿no? Pero no todos lo tenemos, lo de ellos es
especial, no sé cómo decirte, único e irrepetible.
Se escucharon suspiros.
–M e jode admitirlo porque no me va la mierda esa del romanticismo, pero qué envidia, macho...
–A Devil tampoco le va lo romántico, pero Abbie ha agitado su mundo de una manera que ni tú ni
yo imaginamos. Y sí, yo también les tengo envidia.
–¿Y quién no? –siguió otro rockero, riéndose.
–Joder con Romeo y Julieta, la que nos han liado.
–M enudos cabrones con suerte –se rió otro.
Abbie tenía una sábana blanca enrollada alrededor de su cuerpo. Devil, con el torso descubierto,
también desnudo, la abrazaba con fuerza.
–Ha sido lo mejor que me ha pasado –dijo él.
–¿Sí? M e alegra escuchar esto.
–Ha sido único, y siempre me voy a acordar de este momento.
Abbie sonrió, se giró y le miró de cerca.
–Es lo más especial que he sentido nunca –dijo cayéndole una lágrima.
Devil le tocó la lágrima con su dedo.
–¿Por qué lloras?
–Estoy emocionada y me da miedo que esto no dure para siempre.
–Por siempre y para siempre, Abbie –siguió él mientras le miraba de cerca.
–Por siempre y para siempre –repitió ella con lágrimas en los ojos.
Le besó la frente y comenzó a cantarle al oído. Ambos se quedaron dormidos, acurrucados en la
cama. Durante las dos semanas siguientes, volvieron a tener esos
encuentros románticos y pasionales. Una noche, Devil observó a la empollona rodeada en su sábana.
Besó su mejilla y le acarició la cara con dulzura. Cuando ella
despertó, Devil ya no estaba. Se levantó de inmediato y se vistió. M iró por la ventana. Estaba lloviendo
y se escuchaba a los relámpagos pelearse con fuerza en las
nubes.
Buscó por toda la casa.
–¡Devil! –gritó en medio del salón, esperando escuchar una respuesta.
El o ke o i a e oto, e di e ió al lo al de Los a aña . Te ía la a a se ia, o la i ada lle a
de rabia. ¿Por qué tenía que esperar a qué atacaran si podía
atacar primero?
–V a parar esto –pensó para sus adentros–, voy a proteger a Abbie y le daré la vida que se
e e e. Po pa a sie p e –recordó la voz de su chica diciendooy
estas palabras.
Le dio más gas a la moto y salió disparado hacia su destino.
Llegó y dejó la moto medio tirada. Fue corriendo hacia el edificio abandonado y se dirigió al piso
que le habían dicho.
–¡Arañas! ¡Vengo a por vosotros, hijos de puta! –gritó con fuerza mientras tiraba la puerta abajo.
Abrió los ojos paralizado.
–No jodas –dijo en un susurro.
Abbie estaba algo agobiada. ¿Dónde había ido Devil en plena tormenta? Tenía un mal
presentimiento. Abrió la puerta de la calle y salió corriendo mientras el cielo
se iluminaba por los relámpagos. No vio a ningún rockero.
–Hola... querida –escuchó un susurro a sus espaldas.
El cielo se iluminó de nuevo y la empollona pudo ver una figura. Abbie pegó un gritó. El hombre
le tapó la boca.
Devil se llevó las manos a la cabeza.
–¡M ierda, se han adelantado!
Llamó rápidamente a los rockeros pero ninguno de ellos le cogió el teléfono. Corrió hacia la moto y se
dirigió como una bala hacia su casa.
–¡Soltadme! –pidió la empollona a los hombres que la habían raptado.
–Hoy es un gran día, no hay nadie por la calle –dijo otro que caminaba al lado de ellos. Abbie se
fijó en ellos. Debían rondar los treinta años, y olían a alcohol y
tabaco. Pensó que seguramente también iban drogados. Tenían pinta de matones de la mafia.
–¿Qué queréis de mí? –preguntó Abbie al que parecía el líder. Tenía una cicatriz.
El hombre la cogió del pelo y ella se quejó con fuerza.
–¿De ti, señorita? Nada, queremos que Devil pague por no habernos hecho caso –dijo con una voz
grave.
La arrastraron hasta un callejón sin salida y la tiraron al suelo. Cayó encima de un charco y se caló
hasta los huesos. Se pegó contra la pared, asustada. Los cuatro
hombres se pusieron frente a ella.
El líder hizo un gesto con la cabeza. Uno de ellos, el más joven, se acercó a la chica. Tenía cara de
inocente, pero ni su mirada, ni su sonrisa le gustaron a Abbie. Se
apoyó todavía más en la pared y comenzó a llorar.
–Odio cuando os ponéis a llorar –dijo con voz grave–. Pero me pone, aunque suene mal decirlo en
voz alta.
A ie a ió los ojos. Odio uá do os po éis a llo a . Eso sig ifi a a o sólo ue ha ía he ho
daño a otras personas, sino que por el tono en que lo dijo, Abbie
supo enseguida que hablaba de mujeres. Pudo intuir lo que harían a continuación.
–No, no –dijo ella arrastrando los pies por el fango.
El chico extendió la mano hacia su pecho. Abbie le quitó la mano con brusquedad. El chico intentó
sujetarla, pero Abbie se defendía con uñas y dientes. Le mordió.
El chico se apartó enfurecido.
–Joder, nos ha salido revoltosa. No se deja, la puta esta –dijo con desprecio.
–Ayudadle –indicó el líder con voz pasiva–. Yo, al principio, prefiero mirar.
Abbie abrió los ojos. Había confirmado sus sospechas y comenzó a llorar.
Devil llegó a su casa y saltó prácticamente de la moto. Los rockeros, en la entrada, le miraron
sorprendidos por verle tan ansioso.
–¿Qué pasa?
–¿Y Abbie?
–Pues dentro.
–¿Os habéis movido de aquí?
–Sí, hemos ido un momento a hablar con los de detrás, para cambiar posiciones.
Devil abrió la verja y corrió como un loco por casa. Empezó a buscar a Abbie con desesperación.
Volvió al jardín.
–¿Qué pasa? –preguntaron los rockeros.
–¡La han cogido! ¡La han cogido! –gritó, desesperado.
Los rockeros le miraron sin saber qué decir.
–Es imposible, estábamos detrás. Cálmate, Devil, quizá está en su casa...
Devil corrió hacia la entrada y notó que algo se quebraba bajo sus pies. Se arrodilló y encontró las
gafas de Abbie. Se las mostró a los rockeros y cogió la moto.
–¡Encontradla! ¿M e oís? –gritó con desesperación.
Los rockeros movilizaron a todo el mundo: Tino, M aggie, M ax, e incluso al grupo de Shane. Devil
comenzó a conducir como un loco por la ciudad. Decidió buscar
alrededor de los lugares más oscuros de la ciudad.
–¡Abbie! –comenzó a gritar con desesperación mientras callejeaba –¡Abbie! ¡Por favor! –siguió
gritando sin dejar de correr de un lado a otro.
Abbie se había intentando resistir, correteando de un lado a otro del callejón, con patadas y
golpes.
–Estoy harto –dijo el líder. Se dirigió hasta ella y le pegó un puñetazo. Abbie calló al suelo.
–Sujetadla entre todos –siguió él.
–¡No! –gritó Abbie con desesperación.
El chico joven se acercó a ella y le arrancó la camiseta. Comenzó a tocarle los pechos. Abbie
comenzó a llorar y a musitar, pidiendo que la dejasen en paz. El chico
comenzó a quitarle los pantalones. Abbie siguió resistiéndose, gritando y pidiendo auxilio.
–No, por favor –rugió con fuerza.
El chico le giró la cara con brutalidad dándole una bofetada. Abbie siguió resistiéndose, dando
patadas y moviendo los brazos.
–Date prisa, que luego me toca a mí –le dijo el hombre de la cicatriz en el rostro.
Abbie abrió los ojos horrorizada.
El chico más joven intentó bajarle la ropa interior. Abbie apretó los dientes.
–¡¡¡¡Devil!!!! –gritó Abbie con toda su alma.
El nombre del rockero resonó como un eco en todos los rincones de la ciudad.
Abbie cerró los ojos con fuerza mientras esperaba lo peor. Los recuerdos vividos con él se le
agolparon en la mente: cuando le salvaba de aquel drogadicto, cuando
decidió que fuese su mascota, cuando la llamaba robot de biblioteca, cuando se dieron el primer beso...
Y se dejó ir.
–¿La habéis encontrado? –preguntó Devil desesperado. M aggie negó con la cabeza. Tino miró
hacia el suelo.
Devil comenzó a caminar de un lado a otro con las manos sobre la cabeza. De repente, escuchó
su nombre en voz de Abbie. Escuchó cómo ella gritaba su nombre.
–¿Lo habéis oído? –preguntó nervioso.
Todos se miraron contrariados.
–¿El qué? –preguntó uno de los rockeros.
–Es ella, llamándome...
–No hemos oído nada –aclaró otro. Devil era el único que podía escucharla, sabía que ella le
llamaba.
Devil cogió la moto y se dirigió hasta el lugar donde le había parecido escuchar la voz. No estaba
lejos de allí. Era en las afueras de la ciudad, un lugar solitario
donde malvivían algunos indigentes en casas destrozadas. El rockero comenzó a gritar el nombre de
Abbie con todas sus fuerzas, pero no tuvo ninguna respuesta.
Vio un callejón que parecía no tener salida. Se apresuró hacia allí y pudo ver a alguien tirado en
el suelo. Era Abbie.
Ella levantó la vista con los ojos llenos de lágrimas. No tenía más fuerzas.
–Devil –le costó pronunciar, y comenzó a llorar con fuerza, ahogando el llanto.
Él abrió la boca y siguió mirándola. Llevaba la ropa rasgada. Sintió cómo la ira y la furia poseían
cada centímetro de él, como nunca antes lo había sentido.
Comenzó a gritar como un loco, dándole patadas a todo lo que encontraba a su paso. Golpeó la pared
con fuerza hasta hacerse sangre en los nudillos. Al verle así, Abbie
lloró todavía más.
Devil se acercó a ella y se agachó llorando.
–Lo siento, lo siento –dijo él. Abbie le miró con la cara desencajada y la mirada vacía.
Negó con la cabeza.
La empollona le abrazó con fuerza, y él le devolvió el abrazo acunándola entre sus brazos. Abbie
volvió a romper a llorar. Quiso cogerla en brazos, pero ella volvió
a negar con la cabeza. Intentó levantarse y cayó al suelo, sintiendo el dolor en lo más profundo de sus
entrañas. Devil apretó la mandíbula al verla así. La cogió con sus
dos brazos y la llevó hasta la moto.
Una vez llegaron a su casa, la tumbó en la cama. La empollona seguía sin decir nada,
desesperada. Le avergonzaba que Devil la viera de esa manera.
Devil se mordió el labio con fuerza hasta hacerse sangre.
–Ahora vengo –le dijo Devil.
Abbie reaccionó. Se levantó de inmediato.
–No irás a hacer nada, ¿verdad?
–Voy a hacerles pagar por esto –dijo mirando como un loco hacia el infinito.
–Devil –le pidió ella muy preocupada–, por favor, quédate conmigo. No me dejes sola ahora.
Devil la miró, allí tumbada, destrozada. Esos hijos de puta le habían destrozado la vida. Conocía a
Abbie, sabía que no olvidaría aquello jamás, que por su
personalidad nunca lo admitiría, ni siquiera sabría si algún día sería capaz de superarlo.
–Está bien. –se agachó junto a ella y comenzó a acariciarle el rostro– Duerme, olvídate de todo y
duerme. Estoy aquí.
Abbie comenzó a hablar:
–El chico era joven y me empezó a tocar el cuerpo. Yo no quería –comenzó a reaccionar,
diciendo palabras sueltas–. Era rubio, parecía bueno, pero me hizo esto...
Devil la abrazó mientras intentaba tranquilizarla.
–Ya ha pasado todo, estoy aquí contigo.
Cuá do estu o segu o de ue A ie do ía, se di igió hasta el lo al de Los a aña . A tes de
llegar, vio un pequeño puente y un callejón lleno de grafitis. Escuchó
una voz que nunca olvidaría, la del líder araña. Detuvo la moto.
–¡Pedazo de hijos de puta! ¡Os voy a matar! –rugió con ira.
Los a aña se gi a o .
–Valiente capullo, ¿qué haces aquí? ¿Vienes a por más? ¿Qué tal tu novia? Tendrías que haber
visto como gritaba y lloraba cuándo estaba encima de ella –dijo el
líder–. M enuda puta...
Devil gritó, completamente fuera de control. Se encaró con dos a la vez. Comenzó a pegarles
puñetazos a los que habían sujetado a Abbie y les rompió la cara. Le
dio un cabezazo a uno, que cayó al suelo inconsciente. Al otro le cogió la muñeca, apretó los dientes y la
retorció hasta sacarle el hueso del sitio. Empezó a gritar como
un descosido en el suelo. Parecía una bestia imparable dispuesto a acabar con todos. El líder decidió
escabullirse.
Devil vio al más joven de todos.
–¡¡Tú!! –gritó señalando al jovencito que había violado a Abbie–. ¡¡Eres un grandísimo hijo de
puta!! ¿Cómo te has atrevido a tocarla?
Devil comenzó a caminar hacia él y notó algo en el pie. Vio la pistola, la cogió y apuntó al chico.
Abbie se levantó sobresaltada. M iró hacia los lados, sudando.
Esto o puede sali ie , lo uest o o puede sali ie –recordó las palabras que todo el mundo había
intentado meterles en la cabeza.
–¿Devil? –preguntó. Se levantó de la cama–. ¡M ierda! –concluyó sabiendo que había ido por ellos.
–¿Qué vas a hacer? –preguntó el chico a Devil.
–No te mereces nada después de lo que le has hecho a ella. Le has destrozado la vida, eres un
mierda. Pienso matarte, voy a matarte –siguió Devil con el dedo en el
gatillo.
De repente se escucharon varios disparos. El chico se llevó las manos al pecho. Tenía la camiseta
llena de sangre. Abrió los ojos como platos y cayó de espaldas al
suelo, herido de muerte.
El líde de Los a añas e puña a u a pistola ue toda ía humeaba.
–¿Qué has hecho? –preguntó Devil al hombre de la cicatriz.
–No quiero dejar cabos sueltos –contestó él mientras huía de allí.
Devil soltó el arma y comenzó a correr hacia la moto. Escuchó el móvil. Era Abbie.
–¡Devil! ¿Dónde estás?
–Está muerto... –dijo él como ido–. Iba a matarle, quería matarle.... y está muerto.
Abbie abrió los ojos.
–Dios mío, ¿qué has hecho? –preguntó sintiéndose petrificada.
–Tenemos que irnos de aquí, recoge tus cosas.
Abbie colgó y comenzó a coger lo imprescindible.
Al rato escuchó voces, entre ellas de Devil. Cogió la mochila y se dirigió hacia la calle, donde le
vio con la camiseta empapada de sangre. Corrió hacia él.
–¿Qué narices ha pasado?–preguntó.
–Tenemos que irnos, Abbie –dijo con la mirada perdida.
Los rockeros se miraron sin saber qué hacer.
–Iros, corred, os cubrimos.
De pronto escucharon unas sirenas. Dos coches de policía derraparon a escasos metros de ellos,
salieron varios agentes y apuntaron a Devil.
–¡Las manos sobre la cabeza!
CAPÍTULO 24
Un último favor
Abbie se sentía demasiado confusa y decidió esperar hasta que fuera de día. ¿Qué iba a hacer?
¿De e dad De il ha ía atado a alguie de Los a aña ? No, le
conocía bien, era imposible que lo hubiese hecho y debía probarlo.
M iró al lado de su cama y se encontró con que M aggie todavía dormida. Habían estado toda la
noche conversando. Se había convertido en su máximo apoyo.
Despertó.
–Abbie, ¿has podido dormir algo?
–Apenas –dijo con sequedad. No sólo lo de Devil le quitaba el sueño, sino que a pesar de haberse
duchado varias veces, se sentía sucia. Era imposible quitarse la
sensación de los dedos de aquellos salvajes apretando su cuerpo. Cerró los ojos y movió la cabeza.
–¿Qué ocurre? –preguntó M aggie.
–Nada, estoy muy confundida –dijo sin entrar en detalles. No iba a contarle nada a M aggie sobre
lo que le habían hecho, sabía cómo reaccionaría, y ahora lo
importante era sacar a Devil de prisión. Además, se sentía indefensa y débil por dejar que esos
malnacidos le hubiesen hecho aquella aberración. Y se sentía
profundamente herida, como si ya no tuviese orgullo, como si fuese exageradamente pequeña. Esa
sensación la exasperaba.
Sonó el timbre.
–Ya están aquí –dijo Abbie saltando de la cama.
Nada más llegar, Tino la abrazó con fuerza. Abbie tuvo la certeza de que Tino lo sabía.
La empollona le apretó con fuerza.
–No eres menos por lo que te ha pasado –le susurró Tino–. Tranquila, estoy aquí contigo...
Abbie cerró los ojos notando como una lágrima caía por su mejilla. Era increíble, él sabía
exactamente cómo se sentía.
–Gracias –le contestó Abbie con voz intensa.
Los rockeros llegaron de inmediato.
–¿Qué vamos a hacer? –preguntó uno.
M aggie llegó hasta la puerta.
–Joder, ha matado a un tío.
Abbie se giró extrañada de que M aggie pudiera pensar aquello.
–Él no ha hecho nada.
Otro chico contestó:
–Abbie, entendemos que para ti todo esto es difícil de creer, ¿pero viste su camiseta? Ha matado
au a aña .
–No –siguió ella con firmeza–. Le conozco, no lo ha hecho.
–Después de lo que sucedió –dijo otro intentando no sonar tosco con el tema–, ¿crees de verdad
que no le ha matado?
Abbie abrió los ojos. No se esperaba que el resto de los rockeros lo supieran.
–¿Qué sucediera el qué? –preguntó M aggie poniéndose tensa.
Los demás miraron hacia otro lado, sintiendo que habían metido la pata.
–Ya hablaremos de esto –dijo Tino–. Ahora debemos ir a comisaría.
Se escuchó el derrape de un coche, Shane apareció allí.
–Abbie, vamos –dijo a través de la ventanilla.
Todos le miraron sorprendidos.
En cuanto Abbie se subió en el asiento del copiloto, Shane acercó su mano a la de la empollona y
la apretó con fuerza. Abbie se giró a mirarle y pudo ver en sus
ojos que también debía saberlo. La empollona se mordió el labio, preocupada. Shane enroscó sus dedos
en los de Abbie. Se acercó y besó su frente con dulzura.
–Estás más preciosa que nunca. Abbie le sonrió con lágrimas en los ojos, conmovida. M iró hacia
la ventana, aguantando las ganas de llorar. M aggie, que también
había subido al coche, les miró con cara de no entender nada. Shane arrancó.
Nada más llegar Abbie entró con decisión en la habitación en la que se encontraba Devil. Lo
abrazó con fuerza.
–¡Devil! –dijo empezando a besarle–. ¿Estás bien?
En los ojos del rockero pudo ver un vacío estremecedor.
–Siéntate.
Abbie se sentó.
–¿Qué pasa?
–Estoy metido en un buen lío.
–¿Por qué? –preguntó Abbie sin entenderlo–. Si tú no has hecho nada.
Devil la miró sorprendido.
–Abbie, mi camiseta estaba llena de su sangre.
–¿Por qué decís todos lo mismo? –preguntó ella sintiéndose alejada de la realidad, como si viviese
en un mundo paralelo, incapaz de creer que el rockero hubiese
matado a nadie.
–Porque es evidente, yo maté a ese chico.
–No –dijo Abbie molesta–. Tú no lo hiciste –contestó con seguridad.
–¿Por qué estás empecinada en creer que soy inocente?
Abbie suspiró.
–Porque sé que no lo hiciste, te conozco bien. Puedo sentir lo que tú sientes, puedo saber lo que
hiciste sin estar allí, tú no mataste a nadie y no entiendo por qué
te empeñas en decir lo contrario –siguió ella.
–¿Cómo estás tú? –preguntó Devil.
–¡Qué importa! –elevó la voz la empollona.
Devil se molestó y se puso todavía más serio.
–¿Có o puedes de i ue ué i po ta?
–Abbie, te violaron –dijo él por primera vez la palabra en voz alta.
La empollona abrió los ojos. Ni siquiera ella había sido capaz de decirlo en su mente.
–Eso... no es lo importante ahora. Necesito sacarte de aquí.
–¿Basta ya, no? –gritó Devil de repente, propinando un puñetazo en la mesa.
Abbie se sobresaltó y le miró sin entenderle.
–¿Por qué estás actuando así? ¡Quiero salvarte!
–¡Porque sigues pensando en mí y en salvarme estando tú tan rota por dentro! –le gritó
enfurecido–. ¿Crees que no puedo verlo por mucho que intentes ocultarlo?
Lo de ayer te ha partido la vida, Abbie.
–¿Qué? No... –susurró Abbie mirando hacia abajo–. Lo de ayer Devil, no es nada de eso, eres tú
quién me está rompiendo el alma. Cada vez que me miras, me
tocas, me hablas, me besas... todas esas piezas van directas a ti. ¿En eso consiste el amor, no? En ser
capaz de confiar cada centímetro de la piel a otra persona, sabiendo
que guardara como un tesoro todos esos pedazos que te hace ser quién eres.
Devil bajó la vista.
–Quizá debería dejar que esos vuelvan donde les corresponden, yo ya no puedo atesorarlos
–siguió él. Después se levantó y se dirigió a la puerta.
Abbie le miró horrorizada.
–¿Estás cortando conmigo? –preguntó ella.
Devil la miró y desapareció por la puerta.
–¡No pienso aceptarlo! ¿M e oyes? –le gritó–. ¡Vendré aquí todos los días hasta que vuelvas a
aceptarme! –gritó de nuevo con fuerza.
Devil se detuvo en medio del pasillo, el policía que le custodiaba también.
–Ojalá pudiera cambiarlo, Abbie –susurró–. Y después se alejó.
Abbie salió enfadada. M aggie y Shane ya estaban con los rockeros en la puerta, y ella aprovechó
para contarles su conversación con Devil.
–Te acompañaré a casa –dijo M ax–. Debe estar siendo muy duro para ti.
M ax pasó su brazo por el hombro , mientras que M aggie le cogía la mano.
Cuándo estuvieron más tranquilos en su habitación, Abbie se sentó en medio de los dos y les
explicó lo que había sucedido. M ax negaba con la cabeza sin poder
creérselo. M aggie la miró con la boca abierta mientras lloraba.
Abbie bajó la vista mirando sus pies y los dos la abrazaron con fuerza.
El móvil de Abbie sonó por la tarde. Era Tino.
–Se ha declarado culpable –susurró.
Abbie colgó y salió corriendo. M ax y M aggie la siguieron. Llegaron a la comisaría.
–No va a recibir visitas.
–¿Cómo? –preguntó Abbie al policía de recepción.
–¿Por qué no? –preguntó sorprendida.
–Todos los acusados tienen derecho a visitas vigiladas según la ley... –empezó a decir M ax.
–No, es él mismo quien se ha negado a recibir visitas –les explicó el policía.
M aggie y M ax se miraron extrañados.
–¿Y las del abogado?
–Incluso las del abogado. Se ha declarado culpable y mañana es el juicio. No hay nada más que
añadir. Le caerán diez años de prisión.
Abbie abrió los ojos.
–Necesito hablar con él. ¡Él no mató a ese hombre! –exclamó gritando.
M ax la cogió de los hombros.
–Vamos –le pidió.
–¡Él no mató a ese hombre! –gritó otra vez delante de todo el mundo.
Entre M aggie y M ax la arrastraron hasta unas escaleras y se sentaron. Abbie se llevó las manos a
la cara.
–¿Por qué está haciendo esto?
M aggie miró a M ax arqueando las cejas, preguntándose cómo abordar el tema.
–¿Y si lo es...? –preguntó con algo de miedo por la reacción de Abbie.
Abbie la miró directamente.
–¿Tú también? –preguntó ofendida.
Después se giró a mirar a M ax.
–¿Lo creéis?
M ax suspiró.
–Después de lo que te hicieron esos brutos sin corazón, no es de extrañar que Devil se pusiera
hecho una furia y...
–¡No! –negó rotundamente–. Sé que él no es capaz de matar a nadie, ni siquiera después de... eso
–dijo ella si at e e se a p o u ia la pala a iola ió .
–Estás negándolo, Abbie, es lógico –dijo M ax.
Abbie se levantó enfurecida.
–¡No! –volvió a repetir con rotundidad.
Abbie se fue a casa sin entender por qué Devil reaccionaba así. Iría al juicio y le haría cambiar de
opinión.
Esperó impaciente durante toda la mañana mirando el reloj y cuando llegó la hora, los rockeros la
recogieron. Llegaron a la sala del juicio y vieron llegar a Devil
custodiado por un policía. Abbie corrió hacia él.
–Devil, ¿qué estás haciendo? No mataste a ese chico, yo lo sé, tú lo sabes... No te declares
culpable. Deja esto, no sé por qué lo estás haciendo esto, pero quiero
que vuelvas conmigo hoy. Nos iremos dónde quieras. Por favor...
El rockero la miró de reojo.
–Aléjate de mí –susurró.
Abbie se quedó allí plantada y se fue hacia la puerta. El policía les impidió la entrada.
–El juicio es a puerta cerrada.
–¿Cómo? –preguntó la empollona sin poder creérselo.
–El acusado ha decidido que sea así.
Se quedaron esperando a que Devil saliera por la misma puerta, pero no fue así. Pronto
escucharon que se había declarado culpable. Abbie se quedó allí sentada,
completamente ida.
–¿Dónde le van a llevar?
–A la prisión central de Valencia.
Abbie cerró los ojos.
–M añana iré allí.
–Quizá deberías esperar un poco –dijo Tino.
–¿Un poco? –preguntó alterada.
Tino resopló y se sentó a su lado.
–Joder, ¿qué le pasa? No está luchando, ese no es Devil –dijo él.
Abbie le miró sabiendo que tenía razón. Ese chico no parecía ser Devil.
La empollona fue a la cárcel al día siguiente, pero el rockero se negó a recibirle. Y así un día tras
otro, pero nunca pudo verle. Pasaron dos semanas y Abbie estaba
desesperada. Apenas comía. Tampoco dormía, y no tenía fuerzas para nada. Estaba destrozada y no
encontraba ningún camino hacia dónde tirar.
Los rockeros, M aggie, M ax, Shane y Tino habían intentando convencerla de que le diese tiempo,
pero Abbie necesitaba verle.
–Ha aceptado una visita contigo –dijo Tino nada más asomar tras la puerta.
Abbie sonrió y fueron en coche hasta la prisión.
Llegó a una sala donde una cristalera separaba a los reclusos de las visitas. Corrió hacía dónde se
encontraba Devil. Él la miró con atención. Cogió el teléfono. Abbie
le miró con una sonrisa amplia y el rostro emocionado. Veía algo de luz después de dos semanas.
–¡Devil! M enos mal que has recapacitado, te quiero mucho. He estado fatal estos días... –Devil se
fijó en sus ojeras–. Te he echado mucho de menos, muchas
gracias por aceptar la visita.
Devil siguió mirándola con frialdad.
–Abbie, no intentes convencerme de que cambie de opinión, porque no es cuestión de eso. M até
a ese hombre, es un hecho –mintió de nuevo.
La empollona se puso seria.
–Deja de decir eso –dijo mirando a los lados–. Es mentira.
–Es lo que pasó –suspiró–. M e he enterado de que te han ofrecido una beca de Empresariales en
Italia.
Abbie abrió los ojos. M ierda, no quería que Devil se enterara de aquello.
–¿Y qué? No podemos irnos hasta que no reconozcas tu inocencia.
Devil la miró más frío que nunca.
–M e estás cansando con este tema, deja de insistir. Quiero que cojas la beca y te vayas.
Abbie negó con la cabeza.
–No voy a irme a vivir a Italia y dejarte aquí. Podemos hacerlo juntos.
–Ya o ha u ju tos –dijo él.
Abbie creyó entenderlo.
–M e culpas a mí por lo que te está pasando, ¿verdad?
Por primera vez, Devil cambió ligeramente de reacción, abriendo un poco más los ojos.
–¿Qué dices? –soltó despectivamente.
–Si tú no estuvieses conmigo, no me hubiesen hecho aquello y tú no hubieses matado a ese
chico... ¿No?
–Exacto –dijo Devil intentando disimular su asombro porque la empollona hubiese llegado a esa
conclusión tan retorcida.
–M ientes –dijo ella.
–¿M iento?
–No mataste a nadie.
–Coge la beca y vive tu vida. Yo haré lo mismo, no quiero verte jamás, me cansas. Sólo me
recuerdas la vida que podría tener fuera y no voy a volver a tener, ni
dentro de diez años, ni nunca.
Abbie comenzó a llorar. Devil se alejó.
–¡Devil! –se levantó ella–. ¡No te vayas! –comenzó a gritar–. ¡Por favor!
Abbie empezó a dar golpes al cristal intentando llamar su atención, pero los policías corrieron
hacia ella. Intentaron llevársela de la sala mientras ella daba patadas
y seguía gritando el nombre de Devil.
–¡Devil! –chilló antes de que la echaran fuera.
Él se giró a mirar con ojos vacíos y siguió caminando.
Abbie caminó por la calle mientras la lluvia la empapaba. Caminaba sin fuerzas, casi sin alma, y
vagó por las calles hasta llegar a casa. Dejó la mochila a un lado de
la cama y se dejó caer el suelo. Se tapó las manos y comenzó a llorar.
De pronto sintió una angustia que subía hasta su garganta. Le entraron ganas de vomitar y fue
corriendo al baño. Abrió la tapa del váter y comenzó a devolver. Se
limpió la boca con un trozo de papel y se acercó al espejo. Estaba algo pálida, pero sentía que algo había
cambiado.
Regresó a su cuarto y volvió a sentir las mismas arcadas. Volvió a vomitar y se sentó frente el
retrete.
¿Qué e pasa? , se p egu tó o la is a ala a a. “e le a tó o esfue zo se di igió hasta
su cuarto. M iró hacia la ventana y se vio reflejada, con el cabello
mojado y completamente empapada. De pronto un rayo iluminó la ventana y pudo ver, en vez de su
reflejo en el cristal, al de Devil. Abrió los ojos. El rockero la miró
con intensidad. Abbie se fijó en el destino de su mirada, su propia barriga. Abrió los ojos, y con mayor
sorpresa, vio a Devil sonreír. Un relámpago iluminó el cuarto,
haciendo que Abbie se sobresaltara y que la imagen de Devil desapareciera.
Abbie se acarició la barriga.
–Es imposible –susurró mirando a la nada.
Volvió a mirarse la barriga. Abrió la boca y sonrió.
Estuvo dos horas sentada, pensando en todo lo que aquello significaba, y aunque se sentía de
nuevo llena de vida, tendría que tomar una decisión muy difícil.
Llamó a M aggie. La rockera llegó, preocupada, al poco rato.
–¿Qué ocurre?–preguntó nerviosa.
Abbie la miró con luz en los ojos.
–Tengo que contarte algo.
La rockera se sentó en la cama.
Abbie se tocó la barriga y sonrió.
La rockera miró el gesto y comenzó a cambiarle la cara.
–No me digas que... –dijo, mirándola alucinada.
–Creo que sí –sonrió.
–¿Y qué vas a hacer? Abortar, ¿no?
Abbie negó con la cabeza y dio unos pasos hacia atrás.
–¿Cómo puedes decir eso? –preguntó extrañada mientras se cogía con fuerza la barriga.
–¿Cómo vas a tener un bebé? No tienes un duro, y Devil está en prisión para los próximos diez
años. Este bebé sólo te va a traer sufrimiento.
–¿Sufrimiento? Este niño me ha salvado la vida.
–No sé cómo puedes decir eso, ¿no ves el marrón que tienes encima?
–¿No lo entiendes? Es mi última oportunidad de tener algún pedazo de Devil conmigo, de tener
algo suyo para siempre.
M aggie la miró con ternura.
–¿No te has parado a pensar que a lo mejor no es suyo?
–No es de ninguno de los malnacidos que me hicieron aquello...
M aggie la miró contrariada.
–¿Cómo estás tan segura?
–Él me lo ha dicho.
–¿Quién? –preguntó M aggie.
–Devil –aseguró ella con entusiasmo.
–Abbie –le dijo su amiga cogiéndola de las manos–, Devil está en prisión, ni tan siquiera puede
saberlo... –dijo intentando hacer razonar a su amiga, que parecía ida
y obsesionada con el tema.
–No lo entenderías –apartó las manos–. Es algo nuestro, una señal, algo que va más allá de
cualquier razonamiento lógico, un vínculo que sólo nosotros somos
capaces de sentir, porque tenemos algo que nos une, un cordón invisible que nadie más puede apreciar.
Y yo sé que él quiere que lo tenga... Y no se me ocurre ningún
CAPÍTULO 25
È un bambino
Habían pasado dos largos años.
Abbie ya estaba asentada en Italia, en un pequeño piso de un barrio muy antiguo. Vivía encima
de la tía de M aggie, que la había ayudado muchísimo desde que
llegó. Al principio todo fue muy complicado. No dominaba el idioma y en las clases se perdía con
facilidad. Estar lejos de los suyos le había estado desesperando,
haciendo que apenas pudiese concentrarse.
Los recuerdos de la violación la torturaban día y noche. El médico le decía que debía tomarse las
cosas con calma, puesto que estaba poniendo en peligro al niño. Y
Abbie se había esforzado tanto por conservar esa parte de Devil, que ya la quería más que nada en el
mundo.
Había estado pendiente de todas las noticias relacionadas con The Devil's Band. Se habían
convertido en músicos de reconocido prestigio internacional, tanto que a
los pocos meses de llegar,en Italia ya empezaban a ser conocidos. Aunque la mayoría de los fans
preferían el primer disco, muchos les seguían, incluso con el nuevo
vocalista. A pesar de eso, todos echaban de menos a su primer vocalista, Devil.
Posiblemente, la peor tortura, pero al mismo tiempo su gran esperanza, eran los recuerdos que
tenía del rockero. Antes de que naciese el niño, Abbie llamaba a
todas horas preguntando por él, poco a poco se dio cuenta de que recordarle tanto y llamar sólo hacía
que estresarla y aumentar el riesgo de abortar. Así que, pocos
meses antes de que naciese el niño, dejó de llamar a los rockeros
El día que se puso de parto, la tía de M aggie la acompañó al hospital. La empollona estaba
realmente asustada, aunque ya entendía algo de italiano. Sólo llevaba
ocho meses allí y se sentía sola y desprotegida. Echó de menos abrazar a sus padres en un momento así,
o que alguien le cogiera la mano, pero sólo veía un montón de
médicos correr de un lado a otro. Ni siquiera sabía si todo iba bien.
El parto fue largo y duro. Gritaba de dolor, no sólo por el parto en sí, sino también por todo lo
que había pasado hasta ese momento tan deseado. Se agarró con
fuerza a las barras y siguió apretando. Cerró los ojos con fuerza, sintiendo como ese pequeño ser se
desprendía de su cuerpo. Escuchó su llanto. Abrió los ojos borrosos
y llenos de lágrimas buscando a su pequeño.
–È un bambino –dijo la voz grave del médico.
Abbie comenzó a llorar emocionada mientras ponían al bebé en sus brazos. Era un niño
precioso. Sus ojos eran igual que los de Devil: intensos, profundos y
oscuros. En cambio, la nariz era como la suya, al igual que los labios. Y su cabello era completamente
oscuro, como el de Devil. Era una perfecta mezcla entre los dos.
–È un bambino –dijo Abbie a la tia de M aggie cuando entró en la sala.
La mujer sonrió y abrazó con fuerza a Abbie.
–Hai fatto molto bene –le sonrió aquella señora de rostro dulce.
–Gracias –le contestó Abbie.
Fue un momento precioso para ella y se sintió inmensamente feliz. Todo, absolutamente todo,
incluido el dolor y el esfuerzo, habían sido recompensados un
millón de veces.
Abbie quería que el niño supiera de su padre desde el primer momento, por eso creció
escuchando las canciones de rock de su progenitor. M uchas veces ponía
canales de televisión donde salía The Devil's Band, y el niño, muy pronto comenzó a reconocer la
música. Aunque a ella le dolía ver el rostro de Devil, sabía que era lo
más justo para el niño.
También se sentía rara viendo a Devil como siempre, cuando todo había cambiado tanto. Él, en
esos vídeos, estaba como en aquellos momentos en los que estaban
juntos, y en ese momento le veía más pequeño, cómo un antiguo recuerdo con voz y presencia.
El niño cumplió un año y ocho meses y no se estaba quieto, no paraba de moverse de un lado
para otro. Le encantaba la música. Tenía los ojos más oscuros y
profundos todavía, y el pelo completamente negro. A pesar de su sonrisa, pícara desde bebé, como la de
su padre, tenía en su rostro algo de empollón, cosa que a Abbie
le hacía gracia.
Era un niño muy inteligente, pero también muy impulsivo, y cuando las cosas no salían como él
quería, o se enfadaba montando escándalos, como Devil, o
enfurruñaba, tal y como hacía su madre cuando Devil la picaba.
Abbie se había acostumbrado a su nueva vida, pero seguía sin sentir que ese fuera su hogar. Un
día llevó al pequeño a una pequeña plaza donde había una fuente y
muchas palomas a las que los niños daban trocitos de pan. Ella estaba sentada en el borde de la fuente,
con las gafas puestas y una coleta recogida. Iba vestida de un
modo más formal, con una falda larga de encaje, una blusa y unas sandalias. Ya no iba con esas
camisetas tan coloridas y con el cabello tan desenfadado y despeinado.
–¡Ten cuidado, David, no te hagas daño! –le gritó al pequeño, que en esos momentos estaba
persiguiendo a una paloma.
Abbie sonrió.
–Nunca hace caso –se dijo a sí misma. Pensó que era igual que Devil.
De pronto se levantó una brisa y vio como la página de una revista se posaba a su lado. La
observó de reojo y vio una foto de Devil. Leyó el titular lentamente.
De il, The De il's Ba d leade is f ee
Abrió los ojos y la boca a la vez.
–¿Qué? ¿Devil ha salido en libertad?
El móvil comenzó a sonar, era M aggie... No había hablado con ella durante meses. Sabía el
motivo de su llamaba, y sabía que en función de cómo actuase en ese
momento, su vida podría dar un nuevo giro. Después de dudar unos instantes, aceptó la llamada.
–¡Abbie! –exclamó M aggie–. ¡Cuánto tiempo!
–Hola M aggie –por la serenidad de su voz, la rockera supo que Abbie había madurado mucho en
esos dos años.
–M e dijiste que me llamarías. Llevo meses haciéndolo yo, y tú sin contestarme. Si no fuese por
mi tía, ya me hubiese presentado en Italia para saber qué cojones
está pasando.
–Lo siento, han sido unos meses complicados.
–Ya me imagino... –dijo ella algo más calmada–. ¿Qué tal está David?
–Está bien –dijo esperando cuando abordaría el tema de Devil.
–M e alegro –dijo M aggie con una sonrisa–. Por cierto...
–¿Qué? –preguntó Abbie algo cortante.
–Devil saldrá libre dentro de unos días, Abbie. Supuse que querías saberlo.
–Acabo de saberlo ahora mismo –se calló.
Hubo un silencio algo incómodo.
–Deberías venir, Abbie. Es tu oportunidad, otra oportunidad. Él se merece saber lo de David
–dijo atropelladamente.
–Esa ya no es mi vida, M aggie, hace tiempo que dejo de serla. Ya no correspondo allí, ya no
encajo en ningún lugar que no sea Italia –mintió.
–Abbie, él debe saberlo.
–M e hiciste una promesa –le cortó Abbie de manera directa.
M aggie resopló.
–Estás asustada, eso es todo. Sabes tan bien como yo que no pintas nada en Italia, que tu lugar
esta aquí, con nosotros. Abbie tu mundo siempre ha sido este,
aunque ese mundo te haya puteado cómo a nadie. El rock lo llevas en las venas, y tu hijo también.
–Precisamente por eso voy a protegerle de ese mundo destructivo, tengo que protegerle
–prosiguió ella antes de colgar a M aggie.
–¡Abbie! ¡Abbie! –gritó ella al otro lado del teléfono–. Joder, te juro que voy a presentarme allí a
traerle a rastras –dijo M aggie completamente desnuda en la cama.
Abbie seguía pensativa, caminando por aquella universidad de paredes claras y grandes aulas
dónde los pupitres estaban escalonados en forma de gradas.
Realmente era una universidad bastante antigua, pero muy reputada. Pudo ver a sus compañeras con
periódicos y revistas con la foto de Devil. Dio un manotazo en la
mesa y se fue ante la mirada atónita de todas.
Cuándo estaba a punto de irse a casa, la llamaron de la secretaría.
–¿Cómo que para cerrar el máster de empresariales tengo que dar mi partida de nacimiento? Ya lo
hice cuándo me matriculé –dijo alterada Abbie.
–Debes volver a presentar el original, no vale una fotocopia.
–¿No puedo enviarlo como cuando me matriculé?
–No, debes presentar el original y para ello vas a tener que hacer el papeleo en tu antigua
universidad. Y tienes que firmar unos papeles, así que debes ir allí.
Abbie resopló molesta.
Era el peor momento para volver. No debía cruzarse con ninguno de los rockeros durante el tiempo
que estuviese allí solucionando los papeles. Le preguntó a la tía
de M ichelle si podía acompañarla en el viaje. Era la cuidadora de David y quería que estuviese con él en
España mientras se encargaba de todo. De paso visitaría a sus
padres. Desconocían la existencia de David y estaban encantados de que su hija estuviera estudiando un
máster en Italia.
Embarcaron pocas horas después.
–M ami, ¿por qué vamos a España? –preguntó el niño.
–Tengo unas cosas que coger allí.
–¡M e gusta el avión! –exclamó el niño emocionado–. ¡M e gusta España! –volvió a decir con esa
sonrisa pícara, tan parecida a la de Devil. Abbie sonrió con ternura.
–No montes alboroto, que nos echarán del avión.
–M ami –señaló el reproductor de mp4. Su madre le puso los cascos. Escuchaba el disco de Devil.
Abbie recordó la última vez que miró por la ventanilla de un avión. Estaba embarazada, asustada y
triste. M iró de nuevo a su hijo. Cantaba las canciones de su
padre. No lo había hecho tan mal. M iró también a la tía de M aggie. Le debía muchas cosas a esa
encantadora mujer. No podía haber hecho nada sin ella. Era su hada
madrina.
El avión aterrizó horas más tarde. Abbie cogió aire.
Hola de ue o, asa .
CAPÍTULO 26
Recuerdos
La tía de M aggie y el niño se quedaron en un hotel del centro.
–¿Quieres ir a por un helado con la tía Charline? –preguntó a David. El niño asintió emocionado.
Abbie se agachó y besó con delicadeza la mejilla del niño.
–No tardaré en volver y te enseñaré Valencia –dijo.
–¡Guay! –exclamó con su voz de niño pequeño.
Abbie fue a casa de sus padres. Nada más entrar por la puerta, los dos fueron hacia ella,
sorprendidos.
–He venido a visitaros porque tengo que hacer un papeleo para la universidad –dijo con una
sonrisa.
–Bienvenida a casa, hija –le sonrieron abrazándola.
–Tu cuarto está tal cual lo dejaste –explicó su madre.
–Está limpio, puedes quedarte aquí –dijo su padre.
Abrió la puerta de la habitación y miró con dureza aquel lugar que le gritaba tantos recuerdos.
Vio a Devil sentado mientras le curaba, le recordó también abrazado
a ella en la cama... Se puso en medio de la habitación borrando con su paso esos recuerdos, y se acercó
a la mesa. Allí estaba el tablero de ajedrez. Vio al rey y a la reina
juntos en medio del tablero, con el resto de piezas alrededor.
–Yo no dejé esto así.
Abrió los ojos.
–¿Ha entrado alguien más aquí?
Sus padres negaron con la cabeza.
Abbie observó de nuevo el tablero de ajedrez, sorprendida.
–Tengo que ir a la universidad a hacer el papeleo.
–¿Ahora al mediodía? No habrá nadie.
–Eso pretendo –dijo Abbie saliendo por la puerta de casa.
Caminó hacia la universidad repitiendo el recorrido que hacia siempre. Cada paso que daba, era
una toma de contacto con su vida anterior y con todos los recuerdos
que se se agolpaban en su mente.
Llegó al campus.
–¿Abbie? –preguntó alguien a sus espaldas.
Se giró y vio a una antigua amiga del grupo de los empollones.
–Hola... –dijo ella en un susurro.
La chica la abrazó.
–Ala, estás.. adulta, ¿no?
–He crecido.
–Ya veo, tu ropa también ha cambiado.
Abbie se encogió de hombros.
–Tengo que ir a arreglar unos papeles.
–Ah, vale, me alegra haberte visto –sonrió antes de coger una de las bicicletas de la universidad.
M iró cómo se alejaba y llegó hasta la entrada. Fue a secretaría.
–¿Abbie?
–Hola.
–¡Cuánto tiempo!
–Sí, desde que solicité la beca.
–Sí –asintió sonriente–. ¿Ya has terminado el máster?
–Sí, precisamente por eso he venido. Necesito varios papeles de la universidad para que me den
el máster.
–Ah, perfecto. Lo tramito enseguida. Sabes que si cambio esto tienes que cursar otros dos años
en Italia, ¿verdad?
–Lo sé –dijo Abbie.
–Ven a las cuatro y ya estará listo.
–M uchas gracias.
La secretaría la miró con algo de tristeza. Todo el mundo sabía cómo había acabado la gran
historia de amor de la que todos hablaban en la ciudad.
Abbie tenía hasta las cuatro para ir a recoger la documentación. M iró las bicicletas y cogió una.
Se subió a ella y comenzó a pedalear con fuerza. Notó el aire en su
rostro. Su coleta se movía con fuerza y sonrió. Siguió pedaleando mientras miraba pasar la que era su
ciudad. Abrió los brazos sintiendo el aire en su rostro. Se sentía
tremendamente feliz.
Llegó hasta la playa, su subconsciente la había guiado hasta allí. Se detuvo en seco y miró el mar
de La M alvarrosa brillar bajo un gran cielo azul. Dejó aparcada la
bici y cerró los ojos sintiendo el aire y el olor saldo. Recordó los momentos que vivió allí con Devil.
Alguien se le acercó.
–¡Robot de biblioteca!
La empollona abrió los ojos de golpe al escuchar esa voz que tan bien conocía. Se quedó
completamente paralizada. Negó con la cabeza, debía ser cosa de su
imaginación. Se giró con deliberada lentitud y abrió los ojos al ver a Devil en frente de ella.
El viento sopló con fuerza.
CAPÍTULO 27
Ora si deve essere felici
Le observó, estaba enfrente de ella, con esa sonrisa pícara de siempre, pero algunos detalles,
como su barba, o el hecho de que estuviese más grande revelaban que
habían pasado dos años.
Devil miró a Abbie. Llevaba una coleta perfectamente recogida y unas gafas más disimuladas,
pero bajo esas gafas, y esa ropa algo más cuidada, estaba la Abbie
desordenada y despeinada de siempre. Ella abrió la boca sin saber qué decir, sintiendo que el corazón se
le congelaba. Devil avanzó.
–Estoy libre –dijo elevando los brazos. Parecía feliz al decir esa frase, como si significase una
liberación mayor que el hecho de haber salido de prisión.
–Lo sé –contestó Abbie intentando matener la calma. En su interior era como si un gran paraíso
estuviese creciendo y unas mariposas de colores rodearan todo su
cuerpo. Devil la miró con ternura, pero Abbie sabía por su rostro, que había madurado también, y que
debía haberlo pasado mal.
–¿Te ha ido bien? –preguntó Devil sin dejar de mirar sus ojos.
–Sí –asintió Abbie soltando el aire–. M e alegra que estés libre. Siempre supe que eras inocente.
–Fuiste la única que me creyó, pero tenía que pagar por lo que te hice.
Abbie negó con la cabeza.
–Por eso dijiste que eras culpable, ¿para pagar lo que me hicieron? –Abbie se sintió
irremediablemente conmovida.
–Sí –dijo avanzando un paso hacia ella.
–Lo que pasó no fue tu culpa. No tienes que cumplir ninguna condena.
Devil bajó la vista.
–Sé que entiendes por qué lo hice –dijo él.
–Para protegerme, ¿no? –preguntó ella.
–Por supuesto.
–¿Y qué pasa si yo no quería ser protegida a cambio de dejarte ir? –preguntó ella.
–Por eso mismo lo hice, te merecías otra oportunidad después de lo que te hicieron. M erecías
una vida feliz, una vida sin peligros, aunque eso supusiera no estar
contigo...
–Hiciste que me marchara. M e pediste ese favor y lo hice. M e mudé a Italia.
–Pensaba que seguías allí. ¿Por qué has vuelto, Abbie?
–He venido a por unos papeles, mañana me voy.
Devil avanzó hasta ponerse justo enfrente de ella.
–Te he necesitado tanto –enfatizó la última palabra mirándola como hechizado de amor.
Abbie giró la cabeza.
–Nuestras vidas han cambiado –dijo ella cruzando los brazos.
Devil acercó la mano y sintió el tacto de su piel, ardiendo sobre la suya.
–Pensé que me iba a volver loco sin ti –apretó los dientes con un gesto de amargura.
Abbie le miró sin poder reprimir las lágrimas.
–No me hagas esto ahora –negó con la cabeza–. No atravieses mi armadura, como haces
siempre...
Devil la cogió de los hombros con fuerza.
–M e quieres tanto cómo yo te quiero a ti, ¿verdad?
Dejándose llevar por un impulso la abrazó con fuerza al mismo tiempo que el viento se levantaba
con fuerza. Abbie le contestó el abrazo con pasión. Estuvieron
un rato en silencio así, respirando al compás de las olas del mar.
Devil no se apartó de ella y le cogió la cara para darle un beso. Ella se apartó:
–Yo tengo otra vida ahora –dijo negando con la cabeza–. En Italia...
Devil la miró buscando una respuesta en sus ojos. Ella volvería de nuevo a su nueva vida sin los
rockeros. Se sentía completamente destruido y sus ojos también lo
decían.
Los rockeros observaron la escena con tristeza y emoción.
–¡M ami! –exclamó un niño desde lejos. Devil se giró extrañado y vio a un niño corretear hacia
ellos. Se extraño porque no vio a nadie más allí. Cuando el niño pasó
a su lado, le observó a cámara lenta y abrió los ojos como platos al reconocerse a él mismo. Le siguió
con la mirada hasta que el niño, de un salto, abrazó a Abbie. Devil
les miró estupefactos.
–¿Qué haces aquí?
–M e ha traído la tía –dijo señalando.
Abbie la miró desconcertada, pero la tía de M aggie le puso la mano sobre la mejilla y la acarició.
–Ora si deve essere felici.
El niño les miró y sonrió de esa manera que Devil reconocía tan pura en Abbie.
–¡M ami! ¡M ami! ¡Es Devil!
El rockero salió de su ensoñamiento al ver que el niño le reconocía.
–¿M ami? –preguntó Tino.
Los rockeros se quedaron boquiabiertos, al igual que M ax.
–¡Quiero que me firme la camiseta! ¿Conoces a Devil, mami? –preguntó emocionado. Su madre
le había mostrado su música, a él, pero nunca le dijo que era su
padre. Así creció queriéndole como un ídolo.
Abbie miró a Devil sin saber cómo reaccionaría. El rockero soltó el aire y dibujó una amplia
sonrisa en sus labios.
–¿Es...? ¿Cómo es posible? –preguntó sonriendo.
–¡M e llamo David! –siguió exclamando, risueño, el niño.
Devil volvió a mirar con incredulidad a Abbie.
–¿Cómo lo supiste? –dijo él sin dar crédito.
–¿Que tu verdadero nombre es David? –preguntó ella–. Porque sé cómo piensas y el nombre
más parecido a Devil es David.
Devil tocó el cabello del niño.
–¿Te gusta la banda? –preguntó con un brillo especial en los ojos, como aquel que mira por
primera vez a su hijo nada más nacer, en este caso, dos años después.
–Sí, sí –dijo, y tras eso empezó a cantar una canción.
Devil soltó el aire mediante una sonrisa.
–Nos tenemos que ir, el vuelo saldrá pronto –dijo Abbie pasando junto a Devil. El niño hizo
mención de bajar y Abbie lo dejó en el suelo. El niño corrió hacia
Devil y éste lo cogió sin problema y lo miró detalladamente ,como quien admira una gran obra de arte
entusiasmado.
El niño puso cara de enfurruñado.
–Yo no me voy.
Devil comenzó a reír al ver que se enfadaba igual que cuando él picaba a Abbie.
–David, vámonos.
El niño fue hacia su madre y le cogió de la mano. Abbie pasó por el lado de los rockeros, les miró y
asintió saludándoles. Caminaron hacia la parada del autobús y
Abbie se giró para mirar a Devil por última vez. Él se quedó parado mirándoles alejarse completamente
serio. Era como si no hubiera pasado el tiempo, pero la pequeña
manita que la apretaba, le recordaba a Abbie que ya no podía seguir siendo una adolescente.
CAPÍTULO 28
No voy a querer a nadie más que a ti
Abbie llegó al aeropuerto en compañía de Charline y David. Estuvo esperando para entrar en la
puerta de embarque, completamente en silencio. Pretendía no
pensar. Se levantó a mirar los horarios de la llegada del avión un par de veces y volvió a sentarse.
Ya tenía en su poder los papeles que necesitaba para la universidad y se había despedido de sus
padres. Extrañados de que viniera y volviera a Italia el mismo día,
le habían pedido que la próxima vez no tardara dos años en regresar.
A ella ya nada la unía allí, o eso quería creer.
Escuchó el jaleo de una multitud que aclamaba a sus ídolos. Se giró y pudo ver que en la televisión
retransmitían un concierto de Devil. No era un día cualquiera, el
o alista líde de The De il's Ba d se i a a reincorporar a la banda después de dos años. Y ese era su
primer concierto. Habían asistido miles y miles de personas,
por lo que el concierto era al aire libre.
Se tapó las orejas cómo una niña pequeña. No quería escucharlos, no quería dejarse arrastrar de
nuevo. No podía... no... debía.
La empollona miró de nuevo la pantalla y caminó lentamente hasta ponerse en frente de ella.
Echaba mucho de menos el mundo del rock, pese a sus peligros y
todos los obstáculos... le hacía sentir viva, le hacía sentir que cada día era único y especial. Pero sobre
todo echaba de menos las manos de Devil, cogiéndola con fuerza,
sus besos cálidos... ¿Por qué no podía ser feliz con él? ¿Por qué no volver a intentar la historia de amor
más bonita del mundo?
Abbie arrugó la frente y miró con intensidad a la señora Charline. Ella sonrió, animándola a que lo
hiciera y no desaprovechara aquella oportunidad para ser feliz.
La chica le devolvió la sonrisa y comenzó a correr. Sabía donde tenía que ir.
Llegó abriendo la puerta de un golpe fuerte y pudo encontrarse a algunos de los rockeros de la
banda de Devil que la miraron con los ojos como platos. Le
sonrieron y ella hizo lo mismo. Corrieron hacia el concierto, vestidos de negro, con cadenas y botas. Y
entre ellos, una empollona con gafas. Nada había cambiado.
Uno de los rockeros coló a Abbie por un lateral, atravesando toda la zona del público. Después, las
luces se iluminaron y la gente comenzó a gritar. Devil estaba en
el centro del escenario. Brillaba más que nunca. El escenario era gigantesco, muy distinto al que le vio
subido Abbie por primera vez. Pero por extraño que pudiera
parecer, cuanto más grande era el escenario, más grande parecía Devil.
–¡Hola, Valencia! –saludó levantando el brazo.
La gente le contestó gritando con pasión.
–Aquí es donde nosotros empezamos –dijo señalando a los de la banda–. Esta es nuestra casa, y
vosotros nuestros primeros fans. Eso es algo que siempre tenemos
claro, y por ello os damos las gracias...
La gente vitoreó con fuerza.
–Hoy debía ser un día feliz, por mi regreso a los escenarios, pero no lo es –dijo de manera
cortante. Abbie se detuvo, cerca del escenario.
– Pedazos de ti es la a ió ás fa osa de uest o g upo. M e la egaló u a pe so a u
especial como disculpa y también como una declaración de amor. Esa
persona ya no puede estar conmigo, por mucho que lo desee. Tiene otra vida lejos de mí, y eso me
destroza en mil pedazos –se detuvo mostrándose vulnerable ante
miles de personas–. Recuerdo que cuando me regaló esta canción, nada más leerla supe que era buena.
Era especial, como aquello que nos une. Porque ella es para mí lo
que nunca significo para mí nadie, mi otro pedazo. Quise proteger a esa persona, tenerla a mi lado para
siempre, pero fracasé, y eso es algo que jamás seré capaz de
perdonarme. Ella-rió- una empollona, me ponía histérico –volvió a reír. Abbie sonrió desde el público–,
pero se volvió alguien necesario para mí, hasta un punto en el
que jamás pensé depender de nadie. Yo, el gran Devil, caí completamente rendido a sus pies. Sé que
jamás encontraré a alguien como ella... Te quiero, Abbie, y te querré
siempre –dijo mirando hacia el suelo mientras apoyaba los labios en el micro.
La gente se quedó completamente callada. Abbie pudo ver como algunas rockeras, emocionadas
por la declaración de amor de Devil, comenzaban a llorar a su
alrededor. La empollona comenzó a caminar con decisión entre la multitud.
–Esta canción, nuestra canción, va por ti, robot de biblioteca...
La música comenzó a sonar. Devil empezó a cantar la canción en inglés:
¿Quié so ua do o esto o tigo? ¿E
quién me he convertido?
Necesito que me mires y me digas que tú
también eres parte de mí.
Estoy cambiando y no
sé qué hacer.
Me asusta pensar que
te alejas de mí.
Ahora que estoy en tu mundo, no puedo separarme de
él. ¡No quiero separarme de él!
Quizá es que he nacido para encontrarte. Sólo sé
que ahora no puedo perderte.
Suena la música, y te
veo vibrar.
Eres mi todo, no me
dejes atrás.
¡Eres mi pieza que encaja! ¡No puedes irte ahora! ¡No
voy a dejarte ir, no me dejes ir!
¿Yo soy una pieza de ti? ¿Es nuestro destino estar juntos? Dime que esta pieza encaja en ti, que ambos
somos parte del mismo puzzle. ¡Dime que soy un pedazo
tuyo!
No puedo hacer que el tiempo me de
una segunda oportunidad.
Quizá me equivoqué pensando
que podría funcionar.
Soy sólo un peón
enfrente del rey.
Me miraste y caí a tus pies.
Ahora soy parte de ti.
Quizá amo a alguien inalcanzable. ¡Pero quiero jugar esta
partida de amores imposibles!
Quizá es que he nacido para encontrarte. Sólo sé
que ahora no puedo perderte.
Suena la música, y te
veo vibrar.
Eres mi todo, no me
dejes atrás.
¡Eres mi pieza que encaja! ¡No puedes irte ahora! ¡No
voy a dejarte ir, no me dejes ir!
¿Yo soy una pieza de ti? ¿Es nuestro destino estar juntos? Dime que esta pieza encaja en ti, que ambos
somos parte del mismo puzzle. ¡Dime ya que soy un pedazo
de
ti!
Abbie siguió escuchando la canción, emocionada, intentando avanzar entre la multitud a
empujones. Cuando llegó al escenario, Tino dejó de tocar al verla y le
tendió la mano. La empollona le sonrió y fue hacia el centro del escenario. En ese momento estaba
sonando un solo de guitarra y Devil estaba a escasos metros de ella,
cogiendo el micrófono con los ojos cerrados. Cuando los abrió, dispuesto a cantar, vio a Abbie. El
rockero la miró sin poder creerse que estuviese allí, dejó el micrófono
y dio un paso adelante. La empollona corrió hacia él y le dio un beso delante de todo el público. Devil le
devolvió el beso con fuerza, cogiéndola de la nuca.
La gente comenzó a vitorear.
–Por siempre... –susurró Abbie.
–Para siempre... –respondió Devil.
Se dejaron embriagar por las luces del escenario, que rodeaban la escena dando el protagonismo
y la importancia que tenía aquello en su historia de amor. Abbie le
sonrió ampliamente a contraluz. Devil le devolvió la sonrisa mientras le iluminaban aquellos focos que
les hacían brillar. Volvieron a enlazarse en un beso apasionado.
La escena se alejó con deliberada lentitud. Y en el cielo, las estrellas eran las espectadoras de un
momento algo vergonzoso, puesto no eran ellas quiénes hacían
brillar la noche.
CAPÍTULO 29
La pesadilla termina
Abbie contempló el concierto desde el escenario, deseosa de volver a abrazar al rockero. No iba a
separarse de él jamás. Si alguien le preguntase a qué fue debido
aquel cambio de opinión, ella diría que no fue un cambio de opinión. Contestaría que estaba haciendo
exactamente lo que quería hacer, ya que no tenía ningún sentido
obligarse a no quererle, porque después de haberle visto de nuevo, todo había vuelto a ella. Era como si
nunca hubiese pasado nada, como si la empollona hubiese
llegado de las lases de la u i e sidad pa a e o t a se o su o io, el fa oso o alista de The De il's
Ba d .
Cuando el concierto acabó, Devil fue directo a encontrarse con Abbie entre bastidores. La besó
con una sonrisa pícara.
–Ya no llevas la barba. Eres casi el de siempre.
–Tu pareces algo más adulta, pero sigues vistiendo como una empollona. Eres casi la de siempre.
La empollona le miró enfurruñada, tal y como solía hacerlo. El rockero se carcajeó burlándose.
–No ha cambiado nada, ¿no? –preguntó Abbie.
Devil se sentó sobre un gran altavoz, ella se subió encima.
–Sí–dijo él–, algo sí ha cambiado. ¿Dónde está?
Abbie le miró con una sonrisa. Sabía a qué se refería, bueno, a quién se refería.
–Está con Charline.
–¿Por qué no me dijiste nada? –preguntó él con cierta tristeza.
–Tú no querías verme y yo quería tenerlo, tenía que irme para poder criarlo, ¿lo entiendes? Nunca
quise separarme de ti –dijo Abbie atropelladamente.
Devil la abrazó por detrás y apoyó su cabeza en Abbie.
–Tuvo que ser difícil –susurró el rockero con ternura.
–M ucho –dijo Abbie recordando aquellos momentos de dolor.
–Pero ahora estamos juntos –dijo él con el rostro cargado de emoción.
Abbie rió y le dio un golpe en la frente con el dedo.
–Sigues siendo un crío.
–¡Eh! ¡Que eso sólo te lo hago yo! –dijo empezando a hacerle cosquillas. Comenzaron a reír.
Tino llegó y se puso frente a ellos. Abbie se levantó.
–Tino...
El rockero fue rápidamente hacia ella y la abrazó. Abbie cerró los ojos con una sonrisa. Tino la
separó de él de repente. Abbie le miró sorprendida.
–¿Cómo narices tienes un hijo y no me lo dices? –preguntó.
Abbie bajó la vista y abrió la boca con intención de decir algo.
–Ahora el tío Tino ya va atrasado con los regalos, voy a gastarme un dineral.
La empollona le miró atónita y comenzó a reír.
–Te he echado de menos –siguió ella dándole otro abrazo.
Tino sonrió.
Devil se puso de pie:
–Bueno, bueno, ya os habéis dado muchos abracitos –dijo algo molesto.
Tino le miró enfurruñado.
–¿Estás de broma? –preguntó viendo que estaba algo celoso. Y volvió a agarrarse con fuerza a
Abbie.
–¡Eh! –exclamó Devil intentando separarle de ella. La empollona comenzó a reír.
–¡Abbie! –exclamó M aggie corriendo hacia ella.
–¡Lo hemos conseguido!
Y comenzó a saltar agarrada a Abbie.
–¿Qué hacen? –preguntó Tino anonadado.
–Ni idea –dijo Devil sin apartar la vista de ellas.
Ellos no lo sabían, pero Abbie y M aggie habían sido un gran equipo. Desde el principio, M aggie
estuvo apoyando a Abbie con su embarazo. Le presentó a su tía
Charline, la había llamado de vez en cuándo, y la había avisado del regreso de Devil. M aggie había sido
su Celestina en potencia.
–No lo hubiera podido hacer sin ti –dijo Abbie.
M aggie rió y le dio con el puño en el hombro amistosamente.
–Somos un equipo.
M ax llegó.
–¡Abbie! –exclamó con una sonrisa.
Le dio un abrazo.
–¡M ax!
Se separó de ellos y pudo ver como ambos llevaban un anillo de compromiso.
–¡Felicidades! –exclamó emocionada–. ¡No sabía nada!
–M e lo reservaba para, cuando volvieras, decírtelo en persona –prosiguió M aggie.
–¡Os vais a casar! –exclamó Abbie mirando a M ax.
Éste sonrió. Fue directo a ellos y les abrazó a la vez.
–M e alegro mucho. M aggie siempre estuvo enamorada de ti. Durante muchos años fuiste su
gran amor.
M ax se giró a mirar a M aggie sorprendido. Ésta se ruborizó.
–¿M e querías? –le preguntó M ax mirándola directamente a los ojos.
–Sí, ¿qué pasa? –dijo ella de manera chulesca.
M ax la besó con fuerza.
–¿Por qué no me dijiste nada?
–Tú sólo tenías ojos para Abbie. ¡Siempre ha sido una metomentodo! –exclamó a gritos para que
Abbie, que estaba de nuevo con Devil, la escuchara.
Devil y Abbie rieron.
–Ahora sólo tengo ojos para ti –le dijo M ax a M aggie.
–M ás te vale, empollón, o te rompo las gafas.
M ax sonrió y le abrazó.
–Vamos a tomarnos algo al pub –dijo uno de los rockeros–. Ya está todo listo.
Devil y Abbie paseaban por la calle como si no hubiese pasado el tiempo. Devil pasaba el brazo
por encima de Abbie mientras reía y hablaba con los rockeros. La
empollona sonreía. M ax cogió la mano de M aggie y ésta le miró con dulzura. Tino estaba, cómo
siempre, al lado de Devil. M ichelle quiso cogerle por la cintura, pero él
la miró ceñudo. La chica le miró provocativa, con cara de no haber roto un plato en su vida, y Tino giró la
vista y rió, negando con la cabeza.
Llegaron al pub.
Ya eran ya las cuatro de la madrugada. Apenas había nadie por las calles, excepto ellos. Al llegar
al pub, pudo ver a alguien apoyado cerca del callejón. Se puso
frente a los rockeros. Abbie se detuvo en seco, y miró horrorizada y con la boca abierta hacia una
es ui a. De il se gi ó io al líde de Los a aña , el ho e de la
cicatriz. Devil puso un brazo delante de Abbie para protegerla.
El hombre sacó una pistola.
–Hombre, Devil, cuanto tiempo...
Devil apretó los dientes con fuerza.
–Hijo de puta –susurró.
El hombre sonrió y miró hacia su lado.
–Señorita Abbie, un placer verte. M e he acordado mucho de ti durante este tiempo.
Abbie le miró con asco. El hombre se dio cuenta y comenzó a reír.
Devil se enfureció y se dirigió hacia él.
El líder de la cicatriz le apuntó con el arma.
–¡Devil! –exclamó Tino.
Devil le pegó un puñetazo y la pistola rodó por el suelo. Todos fueron a por él, pero aparecieron
un grupo de rockeros que debían haber acompañado al líder de la
cicatriz.
–¡Quedaos aquí! –exclamó Tino.
Abbie, M aggie y M ichelle le miraron asustadas.
M ax, Tino y los rockeros se pusieron a pelearse con ellos. M aggie se sorprendió de ver a M ax
pegando puñetazos. Devil siguió enzarzado en una pelea con el
líder, que pugnaba por coger el arma. Se tiró al suelo a por ella. Devil hizo lo propio y la apartó de un
manotazo. Uno de los que iban con aquel malhechor sacó otra
arma que Tino despejó dándole un manotazo en el brazo.
Abbie fue hacia allí.
–¿Qué haces? –preguntó M aggie–. ¡Vuelve!
El líder de la cicatriz le pegó un puñetazo a Devil.
–¡Se acabó! –exclamó cogiendo el arma y apuntando al rockero.
Abbie observó todo aquello como si fuese a cámara lenta. Todos los de la pelea se detuvieron.
Abbie observó como el de la cicatriz empezaba a presionar el gatillo,
y con rapidez, ella levantó la pistola, le apuntó y disparó.
Un disparo.... dos disparos... tres disparos ...cuatro disparos...
Devil se giró y vio a la empollona sujetando el arma, con lágrimas en los ojos y los dientes
apretados. Abbie vio caer al hombre con la camisa llena de sangre. Bajó
el arma y comenzó a llorar sin dejar de mirar, espantada, al hombre tendido en el suelo. Sintió como le
fallaban las piernas y cayó lentamente. Devil corrió hacia ella y la
sujetó. Abbie comenzó a llorar. Devil, de rodillas, sentado sobre los talones, la abrazó.
El resto de los secuaces miraron con las manos en alto a los rockeros.
–¡A mí sólo me han pagado por venir, eh! –gritó uno mientras se largaba–. No volveremos a
vernos, no tenemos nada contra vosotros.
Abbie siguió llorando.
–Ya está, todo se ha acabado –le dijo Devil al oído–. La pesadilla ha terminado.
Llamaron a la policía y los rockeros les explicaron lo sucedido.
Devil ayudó a Abbie a levantarse del suelo.
–Lo he matado.
–Iba a dispararme Abbie, me salvaste.
–Sí, pero tenía tanta rabia, tanta ira...
–Lo sé, pero eso no quita que lo hayas matado para salvarme.
Abbie cerró los ojos y Devil la apretó con fuerza.
–Se acabó, Somos libres.
Los a aña a o i ía a po ellos. Todo ha ía a a ado. E a li es de ue o.
CAPÍTULO 30
Pedazos
Devil y Abbie durmieron en el local. La empollona echaba de menos el olor a cuero del sofá, los
instrumentos apoyados en las paredes, el tacto de la silla en la que
siempre escribía las canciones...
El día anterior había llamado a Charline para ver cómo estaba David. Le había contado lo sucedido
y su hada madrina estaba feliz. Ahora, volvía a tener la necesidad
de saber de él.
–¿Dónde vas, Abbie? –preguntó Devil.
–Tengo que llamar a Charline.
Devil abrió los ojos de par en par.
–Quiero ver a David.
–Lo sé.
–¿Sabe quién soy?
–“a e ue e es De il, líde de The De il's Ba d . “a e ue e es alguie i po ta te pa a í. Es tu
fan número uno, pero nunca supe si decirle que eres su padre,
no sabía que volveríamos juntos, aunque lo deseaba con todas mis fuerzas.
Devil la miró con sus ojos profundos y una sonrisa.
–Vamos –dijo él.
Quedaron en el parque Gulliver, un espacio dedicado a este personaje, cuya figura gigante estaba
formada por divertidos toboganes.
–Estoy nervioso –dijo Devil mirando hacia un lado.
Abbie le cogió de la chaqueta de cuero.
–Es tu fan número uno, no tienes que estar nervioso.
Charline apareció con el niño, que corrió sonriente hacia su madre.
–¡M ami! ¡M ami! –exclamó–. ¡He estado con la tía Charline tomando un helado!
El niño de pronto se dio cuenta de que su madre no estaba sola. Levantó la cabeza y vio a Devil. Le
miró con sus grandes ojos, oscuros e intensos. Devil le
devolvió la mirada con ternura.
–¡Devil! –exclamó levantando los brazos.
El rockero miró a Abbie sin saber qué hacer.
–Cógelo –le dijo Abbie.
Devil lo cogió en brazos y lo miró con atención. El niño le dio un golpecito en la frente y comenzó
a reír. Devil estaba sorprendido, Abbie debía haberle enseñado
ese gesto que él solía hacerle a ella. El rockero abrazó al niño.
–Vamos a ser grandes amigos –prosiguió él.
El niño asintió con fuerza.
–¡M ami, es Devil! –exclamó con pura inocencia.
–Sí.
–¿Es mi papi? –preguntó el niño.
Abbie le miró sorprendida.
–Tan perspicaz como el padre –dijo mirando a Devil.
–Tan inteligente como la madre –contestó el rockero mirando a Abbie que sonreía.
–Sí, cariño.
–¡Guay! –exclamó abrazando de nuevo a su padre–. ¡Tengo un papi! ¡Es el mejor del mundo!
–exclamó.
Devil lo abrazó con mucha dulzura.
–¿Cómo puede ser que seas tan espabilado? –preguntó.
–No sé –dijo queriendo bajar. Devil lo bajó. El niño cogió la mano de Abbie y la de Devil.
Abbie les miró, sintiéndose muy feliz. Devil sonrió con timidez.
–¿Cómo es posible que un niño de dos años me intimide? –preguntó.
–Siendo hijo tuyo, no sé de qué te extrañas –rió Abbie.
Devil observó su mano cogida a la del niño, y la del niño a la de Abbie. Tenía una familia, lo que
siempre había querido, y la tenía con Abbie, su historia de amor
imposible que se había convertido en posible. Sintió como la felicidad inundaba todo su ser. Nada,
absolutamente nada, le había hecho sentir así. Ni siquiera la multitud
que gritaba su nombre, ni la música.
El niño comenzó a jugar en los toboganes. Algunas veces, el niño se tiraba con Devil, a veces los
tres juntos. No pararon de reír en toda la tarde. Después
decidieron ir a la playa. El niño hizo varios castillos de arena con la tía Charline, y Abbie y Devil
decidieron meter los pies en el mar.
Abbie iba con un vestido largo blanco y Devil con sus pantalones rockeros y su chupa de cuero. M
iraron el horizonte.
–Tengo algo que decirte.
Abbie se giró, ensimismada en el paisaje.
–¿M mmm?
Devil se quitó la anilla de la oreja y se agachó, hundiendo la rodilla en el mar. Abbie le miró
sorprendida.
–¿Qué haces? –preguntó.
–¿Quieres casarte conmigo?
Abbie abrió la boca y miró la anilla que sostenía Devil entre los dedos.
–¡Claro, claro que sí! –exclamó.
Devil se levantó y se besaron con fuerza.
El rockero la levantó en sus brazos y comenzó a dar vueltas con ella.
–¡Esta mujer va a casarse conmigo! –grito totalmente eufórico. Abbie sonrió feliz, justo antes de
que cayeran al agua. Abbie abrió la boca completamente
empapada. Devil volvió a reír por su expresión y la cogió para entrar un poco más al agua.
Se miraron uno al otro, completamente enamorados. Detrás de ellos se encontraba el sol del
atardecer, rojizo, que estaba a punto de esconderse en el mar. Se
miraron con dulzura.
–Cada pedazo de mi es tuyo –dijo Devil besándola.
–Cada pedazo de mí es tuyo –repitió ella.
La empollona se apartó de él, rió y le hundió debajo del agua.
–¡Eh, cuatro ojos! ¿Crees que me puedes ganar a esto? ¡Qué pardilla! –susurró burlándose
cuando salió del agua.
–¡Eh, ratero de tres a cuarto, no me llames pardilla! ¡Ni cuatro ojos, idiota! –exclamó tirándole al
agua. Él se rió. No había cambiado en absoluto.
El niño fue hasta la orilla. Devil lo pasó por encima de su cabeza, como si volara. El niño comenzó
a reír.
–¡Papi! –exclamó por primera vez David–. ¡Vamos a jugar al pilla-pilla! –exclamó ilusionado.