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Lengua castellana y Literatura 1º BACHILLERATO Curso 2022-23

Nada, de Carmen Laforet


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Contexto histórico
Antes de la guerra civil, la novela tuvo escaso desarrollo en España, en contraste con el auge de la
poesía (Generación del 27). Ortega y Gasset había teorizado que la novela realista era un género agotado. En
su lugar, se planteó la llamada novela deshumanizada, que privilegiaba los aspectos formales y reducía al
mínimo el argumento y la intriga. Benjamín Jarnés, Ramón Pérez de Ayala y Gabriel Miró son ejemplos de
ello. Pero las tensiones sociales y políticas de los años treinta favorecieron que la novela se convirtiera en
vehículo de denuncia de las injusticias sociales. En los años cuarenta el desolador clima de posguerra
favoreció el auge de la literatura comprometida con los problemas sociales. Una de las corrientes fue el
existencialismo, doctrina filosófica surgida en los años que precedieron a la Segunda Guerra Mundial. El
existencialismo, con su cuestionamiento del sentido de la existencia humana, el pesimismo existencial, el
sinsentido de la vida, la soledad profunda del ser humano, tuvo enseguida repercusiones literarias. La náusea
(1938) de Jean-Paul Sartre y El extranjero (1942) de Albert Camus fueron sus máximos exponentes. Otra de
las corrientes fue el neorrealismo, que tuvo especial desarrollo en Italia, tanto en el cine como en la novela.
Destacaron autores como Alberto Moravia, Vasco Pratolini y Cesare Pavese. En España, el existencialismo y
el realismo social dieron frutos poéticos, como Hijos de la ira (1944) de Dámaso Alonso, frutos teatrales,
como Historia de una escalera (1949) de Antonio Buero Vallejo, y en novela dio abundantes frutos, no
siempre de gran calidad. Excepciones son autores como Gonzalo Torrente Ballester, Ignacio Agustí, Camilo
José Cela, Luis Romero, José María Gironella, Elena Quiroga y Carmen Laforet, que sólo comparten el
hecho de ser coétaneos, pero no se asimilan en estilo.

Carmen Laforet
Carmen Laforet (1921-2004) fue una escritora barcelonesa aislada. En sus novelas hay una fuerte
presencia autobiográfica, aunque es una presencia filtrada. Destacan en su obra la trilogía llamada
«femenina»: Nada (1944), La isla y los demonios (1952) y La mujer nueva (1955), y la trilogía «masculina»:
La insolación (1963), Al volver la esquina (2004) y Jaque mate (inédita). Toda su obra se inscribe dentro del
realismo, pero Nada tiene un tono poético que ya no volverá a usar después. La mayor parte de los críticos
consideran que con Nada alcanzó la cumbre de su carrera.

Publicación de Nada
Nada es la primera novela española que se sitúa en un marco coetáneo: el de la posguerra. Mientras
los escritores falangistas preferían el contexto épico de la guerra civil y la novela costumbrista se refugiaba
en un período anterior a la contienda, Nada refleja la triste realidad inmediata sin idealización, con un
realismo no exento de crítica. Esta novedad sorprendió al público y a la crítica.

En la novela, el contexto histórico es un marco borroso al que se alude muy poco. A la autora le
interesa más el microcosmos de sus personajes, su drama humano, que la problemática social en la que están
inmersos. Por eso la novela tiene un gran valor testimonial, autobiográfico, de las vivencias de Carmen-
Andrea, pero escaso interés histórico.

Nada recibe influencias de las corrientes de pensamiento y de las tendencias literarias de su tiempo. Sin
embargo, es una obra muy original que no se limita a seguir las modas de la época. Como dijimos, está
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Nada, de Carmen Laforet


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profundamente marcada por el existencialismo y sus temas, que impregnan la atmósfera vital de Nada y sus
personajes. A pesar de que en la novela se encuentra el reflejo de la realidad inmediata con un estilo esencial
propio de la novela social, Nada se aleja de ésta puesto que no comparte sus inquietudes sociales e
ideológicas; Laforet no entiende la novela como un instrumento de crítica o denuncia de las injusticias
sociales. Sus personajes no son típicos, sino raros, excpecionales; viven en conflicto con la sociedad, pero
buscan una solución individual a su vida, sin ninguna pretensión de transformar el mundo.

Carmen Laforet era una desconocida cuando ganó el premio Nadal, promovido por la revista
Destino, que era el portavoz de los intelectuales catalanes falangistas, como Josep Pla. En este premio hubo
siempre una clara voluntad de valorar la calidad literaria antes que los criterios puramente comerciales. Nada
tenía una calidad indudable y un moderado contenido de desazón existencial y criticismo social. La obra
recibió grandes elogios de los escritores consagrados, ya que la consideraron una seria reflexión sobre la vida
y destacaron la eficacia de su diálogo. Tuvo también una buena acogida por parte del público. Sin embargo,
los censores encontraron en ella una “novela insulsa, sin estilo ni valor literario”, y no se halló inconveniente
en su publicación. Los sectores más reaccionarios del régimen franquista la criticaron ásperamente porque no
encajaba con la ideología del nacional-catolicismo.

Andrea como narradora


El “yo” de Andrea está poco marcado y aparentemente plasma su subjetividad en toda la obra. La
narradora proyecta su mirada de dieciocho años sobre todo lo que la rodea. Su extrema sensibilidad se
manifiesta en el análisis que hace de sus propias sensaciones, pero también en su interpretación de los
hechos.

Al estar escrita en primera persona, el punto de vista narrativo es el de la protagonista-testigo, que


nos cuenta lo que va viendo. No es una protagonista que nos cuenta lo que hace, sino más bien lo que va
observando, lo que va ocurriendo a su alrededor. Pero la narradora utiliza también de manera ocasional un
punto de vista omnisciente. A veces interviene para adelantar acontecimientos (Esta cariñosa solicitud sobre
mi vida se iba a terminar también) y otras explicita sus reflexiones sobre lo que va escribiendo (palabrotas
que recuerdo bien, pero ¿para qué las voy a repetir?). Al recuperar los hechos en su memoria, reflexiona y a
menudo se autocritica, ya que, unos años después, la narradora tiene una mayor experiencia y una madurez
vital, lo que le permite distanciarse y juzgar con dureza sus actuaciones y sus reacciones inmaduras (Yo era
neciamente ingenua en aquel tiempo). La propia escritura de la obra se convierte en un ejercicio de
introspección, saca lecciones del pasado al mismo tiempo que lo recupera y lo narra.

Laforet también introduce otros puntos de vista narrativos en algunos episodios. La conversación
entre la abuela y Gloria del capítulo IV está transcrita directamente, en forma teatral, de manera que la
narradora cede la voz a los personajes y se limita a reproducir lo que dicen. El fragmento actúa al mismo
tiempo como flash-back que permite que el lector conozca algunos antecedentes de la familia. El episodio
del Barrio Chino está narrado con técnica perspectivista: la entrada de Juan en el garito en el que Gloria está
jugando se nos cuenta primero desde el punto de vista de Andrea, y unos capítulos más adelante se narra la
misma escena desde el punto de vista de Gloria. Este episodio también tiene un ritmo narrativo muy distinto
al resto de la obra, muy dinámico y nada poético.
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Nada, de Carmen Laforet


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Acción

La mayor fuerza del relato está en la construcción de esa aparente “nada” que conforma la vida
cotidiana de Andrea tal como ella la cuenta. La historia folletinesca de Andrea, el melodrama de Román, Eva
y su madre, el que enlaza las figuras de Román, Juan y Gloria, o el episodio del barrio chino, son paréntesis
que permiten gozar de los esbozos de las anécdotas que vive Andrea. El anegarse en la nada es el leit-motif
de su relato y contrasta por su intensidad con su propia respuesta ante la pregunta de Román: ¿Qué te dice la
música?...Nada, no sé, sólo me gusta. El “nada” en el que insiste es la sociedad tópica; todo su contenido
está en el interior de sí misma, en su palabra literaria, no en su relación con los demás.

Apenas da unas pinceladas de la prehistoria de Andrea, de su vida antes de llegar a Barcelona. El año
intenso y a la vez vacío (de ahí Nada) va a ser la materia exclusiva del relato. Paradójicamente, en el
aparente vacío de esos meses se esconde una profunda vivencia hecha a través de la mirada de una
adolescente. El lector quedará apresado por la ausencia que vive Andrea, no por la superficialidad de las
muchas cosas que suceden a su alrededor.

A pesar de la importancia de la trama, es innegable el valor de las descripciones que hay en la novela
(ver ESTILO).

Temas y motivos
En todas las obras de Laforet late un mismo anhelo de liberación, de encontrar una nueva vida. Por
eso, por ejemplo, abundan los artistas bohemios en sus obras. Al final, la marcha de Andrea se convierte en
una oportunidad nueva, que no sabemos si acabará llegando. Veremos múltiples referencias a esa ansia de
liberación a lo largo de la novela.

Otro tema es el de la moralidad de la época: en Nada apenas aparece el sexo, los adulterios sólo se
adivinan, y sólo deducimos el enamoramiento de Andrea a través de sus fiebres o alucinaciones. Angustias es
el personaje que encarna esta moralidad.

Andrea tiene una actitud distante respecto al amor y a los hombres. No parece muy interesada en
conseguir novio o casarse. Se relaciona con sus amigos bohemios en un plano de igualdad y amistad
(p.57/95). Rechaza tanto la sexualidad brutal como el amor romántico.
-Gerardo y Andrea: podrían iniciar algo, pero ella no es sensible a ello. Su beso le da asco.
-Ena y Román: deseo de provocación por parte de ambos. No llegan a nada.
-Pons: alguna insinuación (p.187-189). Se deja seducir por el mito de Cenicienta cuando Pons la invita a su
fiesta, pero todo se desvanece enseguida porque ella no acepta ese papel cuando ve que Pons o su madre se
avergüenzan de ella (p.205/240).

Otro de los temas sería esa «nada» antes mencionada, el objeto de vivir, un tema típico del
existencialismo.

Hay varios símbolos importantes. El agua será lo primero que buscará Andrea cuando se sienta
angustiada; se trata del agua purificadora (ducha, p.15/56; lluvia en la Universidad, p.245/276);
desgraciadamente, no siempre la purifica (p.186/221; ducha después de la muerte de Román, p.258/289). Los
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espejos los encontramos en el narcisismo de Gloria, la delgadez de Andrea ante él...

Es también simbólica la costumbre de Andrea de mirar a través de la ventana: reflejo del mundo
interior que sólo se logra fuera. Mundo de las expectativas que siempre está en el exterior. A Andrea no le
gusta lo que tiene y va en busca de algo que la ilusione: ése es el leit motif de toda la novela. No tiene planes
hechos, sólo sabe que busca algo más.

Otro símbolo es la maleta, que comentamos más adelante, en relación a la estructura.

Estructura de la novela
Estructura del contenido: clásica división tripartita de sus 25 capítulos (9+9+7). Sin embargo, no se
corresponden con la clásica división entre planteamiento/nudo/desenlance. No hay una intriga argumental
básica que vaya avanzando hasta su resolución.
1ª parte: de la llegada de Andrea hasta el momento en que Angustias se marcha (representación grotesca del
momento en que se va: Juan descubre a gritos el pasado oscuro de su hermana, p.103/140-141). Ahí empieza
la libertad de Andrea.
2ª parte: empieza con las nuevas expectativas de Andrea hasta la fiesta de Pons y la conversación entre
Andrea y la madre de Ena.
3ª parte: de las revelaciones acerca de Román, hasta la partida de Andrea, en que intuimos la posibilidad de
una nueva vida para la protagonista.
Así, más que planteamiento-nudo-desenlace, hay TRANSICIÓN – LIBERACIÓN – CLARIFICACIÓN.
Estructura similiar a la del cuento folclórico: hijo que ha de salir a buscar algo que los beneficie para luego
volver. Viaje iniciático en el que hallará obstáculos, personajes buenos y malos (maniqueísmo). Superadas
las dificultades, saldrá airoso de la situación. Es también una novela de aprendizaje (también llamada
«novela de iniciación» o «bildungsroman»), puesto que está protagonizada por una joven que se enfrenta a la
vida adulta. La Andrea del inicio es diferente a la Andrea del final de la novela, fortalecida por las
experiencias vividas. Se da una brusca pérdida de la ingenuidad al entrar en el piso de la calle Aribau:
esperaba encontrar el paraíso y sólo halla el caos. Es importante el contraste de la Barcelona del recuerdo y
de la infancia, y la Barcelona del presente de la novela. También relaciona la misma narradora las
expectativas respecto a Barcelona – ya frustradas – y las que tiene con respecto a Madrid, experiencia que
está por venir. Algunos críticos ven una estructura circular, e interpretan que Andrea es prácticamente la
misma cuando empieza la novela que cuando acaba. Sin embargo, es innegable el proceso lineal de Andrea
de la euforia (cuando llega a Barcelona) a la decepción.

Cuando sólo queden unas líneas de su vida barcelonesa, una mañana volverá a mirar hacia la casa
después de bajar la misma escalera que subió cuando llegó. En su llegada, la noche plasmaba el comienzo de
su desconocimiento de lo que le esperaba; la luz del amanecer, al final, oculta ese mundo interior vivido y
anuncia a la vez la liberación de Andrea. La narradora manifiesta una voluntad clara de cierre narrativo al
repetir los gestos de la protagonista. El abandono de la casa lleva a Andrea a un balance final. La novelista se
apiada de Andrea y le prepara un amanecer esperanzador en el que deja atrás ese espacio que la oprimió, en
el que sintió la presencia de la muerte y el horror de la vida cotidiana envuelta en gritos y en locura. La
maleta atada con la cuerda, símbolo de esa España en la miseria de la posguerra, la carta de Ena y el sentir la
misma ansiosa expectación que un año antes, es el cierre de un círculo (cabe notar que la maleta del inicio
(p.14/51) es una maleta llena de libros que carga sin problema por su juventud y expectación). La mirada
desde fuera a la casa aleja a la protagonista de ese espacio que es la auténtica materia de Nada.
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Una manera de aumentar el interés del lector es la elusión narrativa; es decir, el planteamiento de
intrigas secundarias que no acaban de resolverse, casi todas relacionadas con Román (su personalidad
compleja y misteriosa, su pasado borroso, su temporada en la cárcel, sus actividades clandestinas, sus
relaciones sentimentales), pero también con otros personajes, como las relaciones de Angustias con su jefe, o
el futuro de Andrea al partir de Barcelona.

Se puede considerar también la estructura del contenido de la novela a partir de lo pictórico (uso de
los colores para describir el estado de ánimo de Andrea):
1ª parte: oscuridad y tenebrosidad (tonalidades oscuras).
2ª parte: cierto brillo y color, a partir de la aparición de las amistades, la Universidad...
3ª parte: dominio del gris, pero no tan oscuro como al principio.

Tiempo del relato


El tiempo de la narración no tiene fecha histórica precisa (nov. existencial, y no del exilio o del
realismo social). Podríamos decir que se sitúa un poco antes de su publicación (1944), poco después del final
de la guerra. A pesar de que la narración es lineal, se producen algunos retrocesos temporales (flash-back)
basados en los recuerdos de otras estancias de Andrea en Barcelona, cuando iba a pasar los veranos en casa
de sus abuelos, en la calle Aribau. La última de esas estancias se produjo cuando tenía siete años. La
narradora se sitúa en un pasado cercano a los hechos. El relato se presenta como una recopilación de
recuerdos, narrados según un orden temporal lineal, pero con ciertas analepsis y prolepsis típicas del relato
desde el recuerdo.

Espacios del relato


Espacios exteriores

La estancia de la protagonista en Barcelona se convierte en el ámbito existencial de una experiencia


decisiva (la ciudad que a mí se me antojaba como palanca de mi vida). La obra comienza cuando la
protagonista llega a Barcelona y termina cuando se marcha de ella. Eso está relacionado también con su
estructura circular. La estación de Francia es el pórtico de la llegada de Andrea. La ciudad, sin embargo, a
veces no es más que un telón de fondo (tengamos en cuenta la influencia de lo pictórico).

Andrea llega a Barcelona nueve meses después de que el ejército franquista la conquistara. Pero son
escasas las referencias a las huellas de la guerra en la ciudad (Un conjunto de casas viejas que la guerra
había convertido en ruinas). Sí hay abundantes referencias a la miseria y al hambre que reinaban en la
ciudad, que Andrea y su familia sufren directamente, pero se trata de alusiones dispersas que carecen de un
afán de crítica o de denuncia. La autora no nos proporciona una visión realista, costumbrista, sino subjetiva,
impresionista.

Los espacios exteriores representan la liberación, la posibilidad de que Andrea lleve su propia vida
lejos del asfixiante ambiente de la casa familiar. La calle fascina a Andrea. Que una chica paseara sola en la
época era algo extraño, contrario a las normas de comportamiento. Por eso Angustias le reprocha a Andrea
sus paseos solitarios por la ciudad. Los espacios exteriores se dividen en dos ámbitos sociológicos: el de la
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clase alta (la casa de Ena -p.107-, la Universidad – en donde no hay «techo» para cobijarse -, el estudio de
Guíxols en la calle Montcada, etc. son los lugares en que se mueven los jóvenes de la clase alta con los que
se relaciona Andrea; ella es consciente de las grandes diferencias que existen entre ambos ambientes, y
quiere mantenerlos separados, pero el intento fracasará cuando los dos ámbitos entren en conflictivo contacto
a través de Román) y el de la clase baja marginal (el Barrio Chino (p.56/94) de Barcelona, que simboliza la
degeneración moral y social, que al mismo tiempo atrae y repugna a Andrea; su deambular por este barrio es
considerado una aventura que la adentra en un infiern. En definitiva, Barcelona se convierte en el marco de
la crisis existencial de Andrea. Sus paseos por la ciudad, su afán por conocer distintos ambientes, responden
a su anhelo de «ver la vida de verdad», de conocer todos los ambientes de una gran ciudad. Esta actitud
molesta a Angustias (p.118/153). Casi toda la acción narrativa transcurre en espacios urbanos, salvo algunas
excursiones fuera de la ciudad.

Espacios interiores

Es muy marcada la oposición entre espacios interiores y exteriores. Los interiores representan el
ámbito de la opresión, la frustración, mientras que los exteriores adquieren connotaciones de libertad, de
felicidad. El contraste se da claramente el día de Navidad. Después de una frustrante comida familiar, Andrea
se refugia en su cuarto y allí imagina que en las calles la gente es feliz, sin tener en cuenta la realidad de la
ciudad. Los espacios interiores son sucios, sórdidos, en consonancia con la decadencia económica y moral de
los familiares de Andrea. Dentro de la casa, cada personaje proyecta su personalidad en su espacio propio, en
su habitación (Angustias: p.78/116; Román: p.80/118, p.84/123 como titiritero).

A pesar de que la ciudad es el escenario por donde camina Andrea, no el de sus vivencias más
hondas; éste lo forma otro espacio, cerrado, opresivo: el de la casa de la calle Aribau, escenario más
importante de la novela. En ella entra en su llegada a la ciudad y de ella saldrá cuando la abandone. Su
primera mirada al interior desde la puerta recoge su esplendor pasado, su decadencia ruinosa (p.15/53). La
descripción refleja los detalles de la pesadilla real que vive Andrea en comparación con el ensueño
idealizado de su llegada. Pinta ese descubrimiento de los miembros de su familia y del espacio en el que va a
vivir como una escena angustiosa: lo describe todo a través de la deformación, personificando las paredes,
dando importancia a la locura. Los personajes de la calle de Aribau son seres afectados por crisis nerviosas,
personajes afectados por la pérdida de la libertad. Es el poso de amargura que deja la guerra y que vamos a
encontrar en todas las novelas de la época. La guerra enloquece a los personajes que no pueden ya organizar
sus vidas en un lugar digno en donde vivir, que se siguen destruyendo en prolongación del horror vivido. La
guerra proyecta su sombra sobre la casa y sus habitantes. Podemos decir que la calle Aribau simboliza la
España de 1936, pero no a nivel político, sino a nivel existencial. La casa es un espacio a la medida de sus
moradores, su ruina y su suciedad es su espejo. Su aire estancado condensa la imagen vital de esos seres que
sobreviven destruyéndose. Andrea trata de sobrellevar la soledad sin desesperar, pero los habitantes de la
casa controlarán su vida inevitablemente hasta que abandone la ciudad.
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Personajes

La hondura de la novela reside en los personajes.

El mundo familiar invade la obra. Los hombres quedarán casi siempre desdibujados. El mundo de la casa de
Aribau queda absorbido por las mujeres. Sólo Román parece ser la excepción. El loco de Juan es un muñeco
a sus manos y descarga su brutalidad continuamente sobre Gloria, cuyo cuerpo sobrevive a las palizas como
un espíritu a la atmóstera asfixiante que la rodea.

Román es el personaje diabólico que destruye a los demás desde su mundo aparte, lleno de encanto, con su
violín, su chimenea, sus libros, su idolillo Xochipilli. En su espacio las cosas se encuentran bien, mientras en
la casa se asfixian y el aire se llena siempre de gritos, que en realidad él quiere que permanezcan. Él parece
dominar el inframundo desde su piso de arriba (a Andrea, por ejemplo, su música la calma: p.40/78), pero él
no es un dios, sino un diablo manipulador. Podríamos decir que es prácticamente coprotagonista con Andrea,
puesto que gran parte de la trama tiene que ver con él, y además podemos decir que la novela prácticamente
termina cuando Román muere.

Angustias (p.17/55) tiene un papel relevante y representa la intransigencia, el modelo de mujer tradicional.
Se la identifica con un discurso católico que entroniza el pecado en el mundo urbano, muestra de la más pura
intolerancia. Es la única que vive en una habitación limpia y ordenada (a ella se trasladará Andrea, a
escondidas, cuando Angustias no esté). Sus primeras palabras hacia Andrea ya van a ser desagradables: Vaya
un plantón. También son importantes sus gestos, que asustan a la adolescente.

Juan (p.16/54) es una versión más brutal y menos sofisticada de la personalidad de Román. Artista
fracasado, violento y amargado, tiene una personalidad patológica, inestable. Se aprovecha de su mujer,
Gloria, a la que maltrata con brutalidad.

Gloria es a veces una imagen de belleza en la casa. La y superficialidad y la cháchara insulsa la definen.
Resiste palizas, es protagonista de folletines en el relato (Román, Juan), y conserva su ingenuidad a pesar de
todo. Convive con el miedo.

La abuelita (p.15/53), bondadosa, fantasmal, salvadora, tiene un último gesto de madre protectora cuando
tirará al vuelo la carta liberadora de Andrea. Es el eje vertebrador de la familia, pero nadie parece contar
demasiado con ella. Cuando Román muere, sus hermanas la culpan de la miseria familiar.

Hay mucha ironía en la descripción de la criada Antonia (p.16/54), vestida de negro, con un perro que
parece prolongación de su cuerpo. Su reino es la cocina. Se va tras la muerte de Román.

Ena representa el prototipo femenino de chica burguesa culta, coqueta, moderna. Sus padres le han dado una
educación muy liberal para la época. Pero las ansias de Ena son mayores aún, y eso provoca un moderado
conflicto en su familia. Es el contrapunto positivo de Andrea, que la admira e incluso la envidia porque es
hermosa, rica e inteligente. Por eso acabará integrándose en su familia.
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Estilo
A diferencia del estilo retórico de las novelas de la época, sobre todo las de los escritores falangistas,
Nada tiene un estilo natural, con abundantes reflejos del habla coloquial en los diálogos. Sin embargo, en los
fragmentos narrativos, hay un lenguaje lleno de recursos poéticos. Esa forma de escribir, entre realista y
poética, se ajusta muy bien al tema de la novela, que se basa en una descripción cruda de la realidad desde
una perspectiva intimista y sensible. Este estilo fue una novedad para la época.

Andrea observa las cosas con atención, se vale a menudo de los sentidos para desenvolverse en
Barcelona. Ya en el primer capítulo se puede ver la importancia, por ejemplo, de la vista al observar la
Estación de Francia – el predominio del sentido de la vista destaca también en el lenguaje utilizado: “ve”,
“observa”, “mira”... -. También son importantes los sentidos en la descripción de su llegada a la casa, y las
impresiones que le provoca el escenario y los personajes que lo habitan. En la descripción de la casa, todo
está sucio, huele mal, es tétrico y oscuro – por ello tienen importancia en estos pasajes los juegos de luces.
En este capítulo vemos el arquetipo de personaje que desconoce el lugar y quiere aprehenderlo y captarlo
todo, como en realidad hace Andrea. Hay una gran importancia, por lo tanto, de la descripción, y de la
capacidad de sugerir a través de sus descripciones (Andrea describe a los personajes y es el lector el que
acaba de construirlos a través de lo que Andrea no dice pero da a entender).

La descripción de objetos, espacios y animales no está hecha de manera realista o detallada, sino que
se les confiere un valor simbólico (negro también el animal, como una prolongación de su luto). Se trata de
un realismo impresionista, basado en el punto de vista subjetivo de la narradora. De ahí la frecuencia de
expresiones como me parecía, para mí, etc, puesto que el impresionismo se basa en la plasmación de
paisajes o ambientes a partir de las sensaciones o impresiones del «yo». También encontramos descripciones
expresionistas; es decir, hechas desde una perspectiva distorsionadora, en la que se proyecta la subjetividad
de la narradora. El velatorio de Román, por ejemplo, es comparado con el cuadro El aquelarre, de Goya.

La importancia de lo artístico es tal que Andrea misma se va a sentir enmarcada en una decoración,
como si estuviera en un cuadro. También usa términos del lenguaje pictórico en sus descripciones, como “en
el fondo”, “en primer término”... Nos muestra los cuadros desde todas las perspectivas. Hay además una gran
influencia de los Caprichos de Goya en los pensamientos de Andrea (incluso hace referencia a ello). La
descripción de la muerte de Román, por ejemplo, es goyesca. También hay una importante descripción de la
Catedral (p.109/144) o de la contemplación de Santa María del Mar (p.143/178).

Abundan las sinestesias (el sabor a polvo que da la tensión nerviosa), las personificaciones,
metáforas y comparaciones (faroles como centinelas borrachos de soledad; la locura sonreía en los grifos
torcidos...). También insiste en la animalización de los personajes (Gloria, la mujer serpiente; Juan olfateó
como un perro...).
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Lenguaje

En los fragmentos dialogados se muestra una clara voluntad de reflejar el lenguaje coloquial,
reproduciendo las interrupciones, repeticiones, etc. propias de la lengua oral.

Se adecua el registro lingüístico a la personalidad de cada personaje.

El catalán tiene una cierta presencia en la novela que desmuestra la voluntad de la escritora de
reflejar la realidad lingüística catalana, dentro de los estrechos límites impuestos por el régimen. Su
presencia es suficiente para dejar constancia de que se seguía utilizando en la vida cotidiana. La narradora
menciona que ciertos personajes hablan catalán (como Juan), transcribe de manera fragmentaria diálogos en
catalán y utiliza algunos vocablos como drapaire o pobreta.

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